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1801
EL CORAZÓN ADMIRABLE DE LA SAGRADA MADRE DE DIOS Provincia de Colombia Centenario de la edición de Obras Completas TOMO VI, VII, VIII

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  • EL CORAZÓN ADMIRABLEDE LA SAGRADAMADRE DE DIOS

    Provincia de Colombia

    Centenario de la edición de Obras Completas

    TOMO VI, VII, VIII

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    EL CORAZÓN ADMIRABLE

    Al dignísimo Corazón

    de la sacrosanta Madre de Dios

    SAN JUAN EUDES

  • 2

    EL CORAZÓN ADMIRABLE

    Al dignísimo Corazón

    de la sacrosanta Madre de Dios

    Algunos eudistas de la provincia de Colombia me han

    dicho: ¿por qué no se le mide al Corazón Admirable de la

    Madre de Dios? Esta obra de san Juan Eudes, en cuya

    elaboración san Juan Eudes invirtió años de su laboriosa

    vida y terminada veinte días antes de su muerte, cubre 1454

    páginas de las obras completas (Tomos 6º, 7º y mitad del

    8º). Está dividida en 12 libros y nunca ha sido traducida

    completamente al español. Han aparecido algunos trozos

    importantes debidos a la laboriosidad del P. Carlos Triana,

    entre ellos el comentario riquísimo que hace del Magnificat.

    El libro doce también fue traducido por el P. Hipólito Arias y

    publicado en las Obras Escogidas.

    Hoy quiero enviarles la traducción de los dos primeros

    libros. Soy consciente de que apenas me faltan nueve,

    palabra de optimista, y espero avanzar hasta donde me sea

    posible.

    Entre otros beneficios nos permite conocer mejor a san

    Juan Eudes, hijo de su tiempo en aspectos de religiosidad

    popular, cauto cuando cita en temas controvertidos muchas

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    autoridades, pero anota su voz sensata en un momento

    dado. Conocemos su amor grande a María, sus dotes de

    orador, sus consideraciones fervientes y entusiastas,

    pródigas en calificativos y superlativos.

    Entrego estos dos primeros libros al amor de los hijos

    de san Juan Eudes al Corazón Admirable. La traducción

    aligera en ocasiones el texto denso de san Juan Eudes.

    Fraternalmente, Álvaro Torres Fajardo, cjm.

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    Introducción-Corazón admirable

    El Corazón admirable es la obra más considerable del

    Padre Eudes. En ella explica de manera más completa la

    devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María tal

    como la comprendía. Por su importancia la estudiaremos

    más ampliamente que sus demás obras. Seguimos nuestro

    plan ordinario y tratamos sucesivamente: 1) Su ocasión y

    publicación; 2) El contenido; 3) La doctrina; 4, Sus fuentes;

    5) Importancia y valor del Corazón admirable.

    I – Ocasión y publicación del Corazón admirable

    En el Prefacio del Corazón admirable el mismo Padre Eudes indica la razón que lo llevó a escribir este libro. “La tierra está llena de santos libros compuestos en alabanza de la Madre admirable. Un excelente autor calcula que son más de cinco mil. Pero no encuentro alguno que haya sido escrito sobre su muy amable Corazón. Sin embargo, este Corazón es lo más digno, noble y admirable de esta divina Virgen. Es la fuente y origen de todas sus grandezas como lo demostraremos claramente. Creí por ello prestar servicio a Nuestro Señor y a su santísima Madre. Me sentí deudor de los que hacen profesión de honrarla y amarla como a su Soberana y su auténtica Madre publicar este libro para

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    despertar en los corazones de los que lo lean veneración y devoción particular a su muy amable Corazón”.

    El Corazón admirable es por tanto fruto de la devoción singular del Padre Eudes al santo Corazón de María. Esta devoción remonta a su muy tierna infancia. Desde ese momento había “consagrado” al Corazón de María “su corazón, su cuerpo, su alma” y todas las dependencias y pertenencias de su ser y de su vida, por tiempo y eternidad. Sin embargo, antes de 1643 el Padre Eudes habla escasamente del Corazón de María. A nuestro parecer solo entendía bajo esa denominación el Corazón espiritual de la santa Virgen.

    Puede afirmarse otro tanto respecto de la devoción al Corazón de Jesús. Es tan antigua como la devoción al Corazón de María. Al estudiar el Reino de Jesús vimos que desde primera hora había hecho de Jesús el centro de su pensamiento y de sus afectos; y que lo que honraba primeramente en Nuestro Señor era su espíritu, su vida interior, y sobre todo su ardiente amor a su Padre y a nosotros, en una palabra, lo que llamó más tarde el Corazón espiritual del Hombre-Dios.

    Poco a poco la devoción del Padre Eudes se fijó de manera habitual en los Sagrados Corazones de Jesús y María; se extendió a la vez a su Corazón corporal y a su Corazón espiritual. Hubo varios motivos para ello. Sus reflexiones y los atractivos de la gracia influyeron mucho. Los escritos de santa Gertrudis y sobre todo los de santa Matilde y santa Brígida contribuyeron también. Sus biógrafos lo anotaron expresamente. Y el uso que hizo de

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    las revelaciones de dichas santas es ya prueba que convence. Es posible también que haya recibido de manera sobrenatural la misión de establecer el culto de los Sagrados Corazones. Al respecto, en sus obras y en sus biógrafos solo encontramos indicaciones bastante vagas que no nos permiten afirmar algo seguro.

    También es difícil decir con precisión en qué época el Padre Eudes empezó a rendir culto especial a los Sagrados Corazones. Es cierto sin embargo que desde que soñó fundar la Orden de Nuestra Señora de Caridad le vino el pensamiento de dedicarla al santo Corazón de María, y sabemos que los comienzos de esa fundación remontan a 1641.

    Dos años más tarde el Padre Eudes fundó la Congregación de Jesús y María. Le dio por patronos los Sagrados Corazones de Jesús y de María cuyo culto empezó ya a organizar. De ese momento, en efecto, hizo recitar a diario, en sus dos institutos, una salutación en su honor, el Ave Cor sanctissimum. Quiso además que en su Congregación se terminaran todas las actividades de la comunidad por el Benedictum sit Cor amantissimum. No tardó además en establecer, en honor del Corazón de María, una fiesta solemne, fijada inicialmente para el 20 de octubre y luego, a partir de a647, el 8 de febrero, según estudios del Padre Ángel le Doré. Para esta fiesta compuso una misa y un oficio propios. Los hizo imprimir con aprobación del Ordinario y añadió misa y oficio en honor del santo Nombre, y dos cortas noticias sobre las salutaciones, Ave Cor sanctisssimum y Ave Maria, Filia Dei Patris. La fiesta

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    del Corazón de María fue celebrada solemnemente en la catedral de Autun en 1648.

    Entusiasmada por estos logros el Padre Eudes solicitó y obtuvo para su libro y sus oficios nuevas aprobaciones y logró hacer aceptar el texto del Corazón de María en varias comunidades religiosas y en algunas diócesis.

    El opúsculo publicado en Autun se agotó rápidamente. El Padre Eudes lo reeditó en Caen en 1650 y en 1663 añadiendo algunas consideraciones sobre la devoción al santo Corazón de María, una novena de letanías y algunas otras oraciones que había compuesto en su honor. Era por el momento solo un ensayo en la edición de 1663 el autor anunciaba ya una obra más considerable que trataría a fondo su amada devoción.

    En una palabra al lector decía: “Si amas de veras al muy amable Corazón de la Madre del amor hermoso gozarás al saber que lo que va escrito aquí no es sino una muestra de una obra mayor, partecita de un libro mucho más amplio que este; lo tengo en obra hace cierto tiempo y tengo gran deseo de acabarlo, si place a Dios”. Se trata de la obra El Corazón admirable. Se ve que en 1663 ya la había comenzado y ardía en deseos de terminarla.

    Proyectaba también el establecimiento de una fiesta en honor del Corazón de Jesús. Con ese fin compuso un oficio y una misa que hizo aprobar por los obispos que le habían confiado sus seminarios y, en 1672, dirigió a sus hijos una circular triunfante en la que los invitaba a celebrar solemnemente, el 20 de octubre, la fiesta del divino

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    Corazón de Jesús. Les pedía encarecidamente que convocaran al pueblo y predicaran en ella.

    Desde 1670 sometió a la aprobación de los doctores Le Goux, de Blanger y Trousseville un tratado de la Devoción al Corazón adorable de Jesús que hasta ahora no ha sido posible encontrar. Su pérdida, por otra parte, no es lamentable sino desde el punto de vista histórico porque reprodujo, en el libro doce del Corazón admirable, todas las ideas que había expuesto en ese pequeño tratado.

    Sin embargo, el santo misionero trabajaba con perseverancia en la composición de su gran obra. En la Infancia admirable que apareció, como es sabido, en 1676, pedía a María que le alcanzara la gracia de acabarla antes de morir.

    Tres años antes, el 20 de mayo de 1673, obtuvo para la publicación de, El Memorial de la vida eclesiástica un privilegio real que se extendió al Corazón admirable. Sin embargo esta obra estaba lejos de ser terminada. El Padre Eudes solo pudo darle fin algunas semanas antes de su muerte. El 25 de julio de 1680 le puso la última mano. El mismo así lo expresó en esta frase que termina su Memorial de los beneficios de Dios: “Hoy, 25 de julio de 1680, Dios me hizo la gracia de acabar mi libro del Corazón admirable de la muy sagrada Madre de Dios.

    La conclusión del libro respira las circunstancias en que fue escrito. Parece un testamento. El Padre Eudes agradece en ella a María las gracias que Dios le ha dado por su intercesión. Le recomienda sus hijos espirituales y le pide le obtenga una buena muerte. Menos de un mes después, el

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    19 de agosto, murió en el seminario de Caen, a la edad de 79 años.

    Su sucesor, el padre Blouet de Camilly se ocupó sin dilación de la publicación del Corazón admirable. La impresión fue confiada a Juan Poisson, impresor de Caen, y en su imprenta apareció el 28 de abril de 1681 bajo el título de

    EL CORAZÓN ADMIRABLE DE LA MUY SAGRADA MADRE DE DIOS

    O la devoción al santísimo Corazón de la

    bienaventurada Virgen María. Contiene doce libros. Por el R. P. JUAN EUDES, sacerdote de la Congregación de Jesús y María. Caen. Poisson, impresor y librero, calle Notre-Dame. MCDLXXXI. Con aprobación y privilegio del rey.

    Es un volumen en 4º, de 774 páginas, sin contar las

    dedicatorias, el prefacio y los índices que siguen paginación especial o no están paginados.

    La obra está dedicada al santo Corazón de María; pero el Padre Eudes quería también rendir homenaje a su Alteza real, Madame de Guisse, que le había dado doce mil libras para la construcción de la capilla del seminario de Caen, y a los miembros de la Congregación de Jesús y María que

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    debían encontrar en esa obra la explicación de la devoción que les había legado su piadoso fundador.

    La primera edición del Corazón admirable fue hecha muy cuidadosamente, tanto por su corrección como por su belleza y hace honor al impresor Poisson. Al comienzo de cada libro hay grandes viñetas; buen número de ellas representan el escudo de la Congregación. Esos escudos están asimismo reproducidos en el fin de los capítulos de diversos tamaños al fin de varios libros y en ese caso son completados por la adición de dos ramas de laurel, que brotan al pie de la cruz plantada en el centro del corazón.

    Elo Corazón admirable no fue reimpreso en curso del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Llegó a ser tan escaso que solo se encontraba en las bibliotecas religiosas. En 1834 el Padre de la Morinière lo reeditó en París en dos volúmenes en 8º de 383 y 424 páginas. Lo imprimió Poussielgue y apareció en la librería Delossy. Esta edición tiene el defecto de presentar un texto muy compacto de difícil lectura. En general es correcto y fuera de la ortografía del todo conforme a la primera edición.

    El editor suprimió la carta dedicatoria a la duquesa de Guise. Es mala decisión pues fuera del interés histórico que representa esta carta testimonia la profunda gratitud del Padre Eudes con sus benefactores y por eso solo merecía ser conservada.

    Añadamos que en el segundo volumen el orden de los libros es modificado; los últimos seis libros, en lugar de ser contados de seis a doce, llevan el número de 1 a 6, sin que

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    se pueda explicar esa extraña anomalía solo atribuida a descuido del impresor.

    II. Contenido del Corazón admirable

    El tema del Corazón admirable, como lo indica el título, es el santísimo Corazón de a bienaventurada Virgen. El Padre Eudes trata también, es cierto, y de manera amplia, el devino Corazón de Jesús que no quería separar del Corazón de María. Solo lo trata accidentalmente de modo que el verdadero tema de su obra es el Corazón de María.

    El autor dividió su obra en doce libros en memoria de las doce estrellas que San Juan contempla un día alrededor de la frente de la santa Virgen. Esta división en doce vuelve en otros lugares: doce oráculos, doce Padres, doce jesuitas, doce cualidades del amor a Dios y doce de la caridad al prójimo.

    El primer libro está consagrado a determinar el objeto de la devoción al santo Corazón de María. Luego de indicar los diversos sentidos de la palabra corazón en la Escritura, distingue en María, come en Jesús, tres corazones: corazón corporal; corazón espiritual como la parte superior de su alma y sobre todo su amor a Dios y a los hombres; y finalmente corazón divino del que hablaremos más adelante. A pesar de ser distintos, estos tres corazones están íntimamente unidos, y entran todos tres, si bien de manera diferente, en la devoción al santo Corazón de María. Este libro por tanto tiene importancia capital y habrá

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    que volver a él si se quiere tener idea justa de la devoción del Padre Eudes a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.

    En el 2º y 3er libro el Padre Eudes describe las perfecciones del Corazón de María al estudiar doce cuadros en los que Dios se ha complacido esbozar figuras de ese Corazón. Seis cuadros son tomados del mundo físico y los otros seis de la ley mosaica. Son el cielo, el sol, la tierra, la fuente maravillosa de que habla el capítulo dos de Génesis, el mar, el paraíso terrenal. Los otros: la zarza ardiente, el arpa de David, el trono de Salomón, el templo de Jerusalén, el horno de Babilonia y la montaña del Calvario. Entre esas figuras y el Corazón de María el Padre Eudes descubre analogías que se complace en desarrollar. Las páginas que les dedica están llenas de doctrina y suavidad. No debemos tomar los cuadros que nos presenta como simple invención de su espíritu, El mundo físico que le sirve de soporte no es sino pálida figura, y en cuanto a la ley mosaica san Pablo nos dice que lo que allí está es figurativo (1 Cor 10, 11). Muy a menudo el Padre Eudes se poya en la enseñanza de los Padres o en textos bíblicos que los comentadores o la Iglesia misma aplican a la santa Virgen. De todos modos el mundo físico y la ley mosaica en lo que tienen de más excelente nos dan solo una débil idea de las perfecciones del Corazón de María. A parte del divino Corazón de Jesús no hay nada en la creación que el Corazón de María no supere casi infinitamente en grandeza y hermosura.

    En los libros 4º y 5º del Corazón admirable el Padre Eudes levanta nuestra mirada hasta las profundidades

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    divinas que inicialmente nos invita a contemplar en sí mismas, para mostrarnos en seguida cómo se reflejan en el Corazón de María. No se detiene largamente en lo que se llama los atributos metafísicos de Dios, unidad, simplicidad, infinidad, inmensidad, eternidad. Trabaja distinto los atributos morales, santidad, poder, justicia, celo, soberanía, paz. Por la complacencia con que habla de ello se siente que gustaba buscar en la contemplación de esas divinas perfecciones alimento para su piedad. Su gran felicidad era hacer admirar su “perfecta imagen” en el Corazón de la bienaventurada Virgen.

    No solo los atributos divinos se reflejan en el Corazón de María. El ojo de a fe descube además una participación muy notable en las propiedades de cada una de las personas de la santa Trinidad. María participa de manera notable en la paternidad del Padre pues engendró en el tiempo al que él engendra en la eternidad y continúa a engendrarlo místicamente en el corazón de los fieles. Asociada a la primogenitura del Verbo encarnado concurrió a la obra de la redención y a la efusión del Espíritu Santo en el mundo; en cierto modo puede ser considerada con su divino Hijo como la fuente de todos los bienes que proceden de la encarnación.

    Si se reflexiona que entre las puras criaturas es la obra maestra del amor eterno y que ella misma es todo amor, que sirve de vínculo entre Jesucristo y los miembros de su cuerpo místico, es, a su manera, el principio de cuanto hay de sobrenatural en la tierra y en el cielo. ¿Cómo no ver en ella la imagen viviente del Espíritu Santo? El Padre Eudes

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    subraya estas consideraciones y concluye que en cierto modo puede decirse que el santo Corazón de María es, como dice Hesiquio, obispo de Jerusalén, el complemento de la Trinidad.

    La creación y la ley mosaica son atribuidas ordinariamente a Dios, el Padre. También el Padre Eudes le atribuye los símbolos y figuras del Corazón de María de que habla en los libros dos y tres del Corazón admirable. Reporta al Hijo, esplendor del Padre y figura de su sustancia, perfecta reproducción en el Corazón de María de las perfecciones divinas de que habla en los libros cuatro y cinco. El Padre y el Hijo son los primeros autores, o, como dice el Padre Eudes, los primeros fundamentos de la devoción al santo Corazón de la bienaventurada Virgen. A su turno la santa Iglesia, que inspiró la Escritura y la dirige, se hizo promotora de los oráculos de la Escritura, de la enseñanza de los Padres y teólogos, de la autoridad de las príncipes de la Iglesia y de la práctica de los santos. El Padre Eudes consagra a esto tres libros enteros, 6º, 7º y 8º.

    El libro sexto contiene doce oráculos de la Escritura. El primero está tomado de Ezequiel, el segundo y el tercero del Salmo 45, el último de Lucas; los demás vienen del Cantar que el Padre Eudes llama el “libro del Corazón virginal y de los celestes amores de la Madre del amor hermoso”. Se basa en graves e ilustres autores que aplican todo ese libro a la santa Virgen. Explica esos oráculos con mucha ciencia y piedad y sus explicaciones son tanto más preciosas cuanto que ayudan a comprender su oficio del santo Corazón de María, inspirado a menudo en el Cantar.

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    El texto de Lucas que comenta es: María conservaba todas estas cosas meditándolas en su Corazón (Lc 2, 19). A sus ojos tiene importancia particular porque demuestra que la devoción al santo Corazón de María tiene su origen y fundamento en el Evangelio. ¿Por qué, en efecto, el Espíritu Santo nos presenta el santo Corazón de María como depositario y guardián de los misterios de Jesús, sino porque a su imitación, honramos un Corazón tan augusto y digno de veneración? Este pasaje le sirvió como evangelio de la misa del Corazón de María. Asimismo, es el evangelio del misal romano en el propio de algunos lugares.

    A los oráculos bíblicos siguen los de la tradición y autoridad eclesiástica. El Padre Eudes los reúne en los libros 7º y 8º. El 7º contiene lo más hermoso escrito por los Padres y escritores modernos a la gloria del Corazón de María. El 8º contiene las aprobaciones oficiales entregadas al Padre Eudes en favor de su querida devoción, por Clemente X, el cardenal de Vendôme, legado a la latere de la Santa Sede, y por gran número de arzobispos, obispos, y doctores en teología. El Padre Eudes añadió ejemplos de los santos y de órdenes religiosas que habían adoptado su fiesta en honor del Corazón de María. Desde el punto de vista histórico estos libros son preciosos pues en ellos se encuentran, con la historia del culto privado del santo Corazón de María, los documentos relativos a la institución del culto público.

    El libro 9º trata de las “excelencias” del Corazón espiritual de María. Ya el padre Eudes había hablados de ellas extensamente en los libros precedentes. Sin ello no

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    hubiera podido explicar ni las figuras del Corazón de María ni su participación en las perfecciones divinas ni en los oráculos que cantan su gloria. Sin embargo, puesto que las excelencias intrínsecas del Corazón de la santa Virgen son el principal fundamento del culto que se le tributa, el Padre Eudes debía considerarlas en sí mismas y tratarlas ex professo. Lo hace en el libro 9º que llega a ser por su objeto y no solo por el puesto que ocupa el centro de la obra. Por esa circunstancia tiene una extensión excepcional.

    La belleza moral del corazón humano consiste esencialmente en la exención del pecado y la posesión de la gracia santificante. Encuentra su complemento en el magnífico cortejo de virtudes y dones que acompañan siempre la gracia santificante en el corazón del justo. El Padre Eudes recuerda estos principios y comienza por hacernos admirar la pureza del Corazón inmaculado de María y la plenitud de gracia de que estuvo siempre colmado. Gozó al mostrar el grado supereminente con el que el Corazón de María poseyó todas las virtudes cristianas. El temor de agrandar demasiado su obra lo llevó a atenerse a las principales. Solo trata del amor del Corazón de María a Dios y de su caridad con los hombres, de su humildad, su mansedumbre y de su sumisión a la voluntad divina. Son las virtudes que le merecían la mayor estima y que recomendaba especialmente en todos sus escritos. Sobra decir que escribe con tanta ciencia como piedad. Pero obsérvese que nunca termina la exposición de María sin invitar imitarla y sin indicar los medios de hacerlo.

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    En los últimos capítulos del 9º libro muestra en el Corazón de la Madre de Dios el depósito sagrado de las gracias gratuitas, un tesoro inagotable de toda clase de bienes, el santuario, el sacerdote, la víctima del altar y del amor divino, el centro de la cruz y el rey de los mártires. Concluye el estudio de las excelencias del Corazón de María al mostrar que es un mundo de maravillas.

    El libro 10º contiene la explicación del Magnificat. No está fuera de foco. El Magnificat es, como dice el Padre Eudes, el cántico del Corazón de María. La santa Virgen hace que broten los sentimientos que colman su alma, su Corazón espiritual, a partir del feliz momento de la encarnación del Verbo; su Corazón corporal contribuyó, a su manera, a la explosión de este canto de amor; ¿Se lo inspiró su Corazón, divino, el Espíritu Santo? El libro 11º es práctico. El Padre Eudes resume las razones que deben llevar a honrar el Corazón de la santísima Virgen e indica los medios de hacerlo. Su principal interés son las meditaciones para la fiesta y la octava. Son muy bellas, y en su brevedad, encierran en sustancia toda su doctrina sobre esta querida devoción.

    El Corazón de Jesús está unido al Corazón de María por lazos demasiado estrechos y los hace imposible de separar. El Padre Eudes, luego d haber “hablado ampliamente” del Corazón de maría creyó deber decir algo del Corazón de Jesús. En el cuerpo de su obra había hablado ya de él a propósito del Corazón de María. Pero quiso tratarlo aparte y le consagró el libro 12º.

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    En el reducido marco en que debía mantenerse no podía hablar de todas las cuestiones relativas a la devoción al Corazón de Jesús. En vano buscaríamos allí la historia del culto privado al Sagrado Corazón o las aprobaciones que había obtenido para inaugurar un culto público. Tampoco vamos a encontrar un estudio completo de las perfecciones del Corazón del divino Maestro. Semejante estudio hubiera pedido largos desarrollos y lo hubiera obligado a repetir mucho de lo escrito sobre el Corazón de María. En lo que pudiera llamarse la parte dogmática de este libro 12º trata del amor del Corazón de Jesús a su Padre, a su Madre y sobre todo a los hombres. Trata esta cuestión ampliamente y con profundidad no superada hasta ahora por quienes han escrito sobre este tema.

    Como consecuencia de este estudio dogmático se encuentran algunas citas tomadas de Lanspergio, de san Buenaventura, de santa Gertrudis y de la hermana Margarita de Beaume. Luego vienen dos series de meditaciones para la fiesta del Corazón de Jesús y para los ocho días de la octava. Se encuentran allí, aplicados al Corazón del divino Maestro, puntos de vista largamente desarrollados en el cuerpo de la obra a propósito del Corazón de María. No hay por qué extrañarse porque de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, siendo perfecta imagen uno de otro, lo que se dice de uno, de ordinario, guardada toda proporción, se dice del otro.

    A pesar de haber sido incorporado al Corazón admirable, el libro doce no es menos un verdadero tratado de la devoción al Corazón de Jesús. Se añaden, como debíó

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    hacerse, las nociones expuestas en el libro primero, en lo que tienen de esencial, la teoría y la práctica de la devoción al Sagrado Corazón. Es el primer tratado que se haya escrito sobre la materia pues es diez años anterior al libro del padre Croiset (1691) y diez y ocho años anterior al del padre Froment (1699). Según el parecer de escritores imparciales como el cardenal Pitra y más recientemente el padre Bainvel (Devoción al Sagrado Corazón. París, 1906) se asegura al Padre Eudes el honor de haber sido el primer teólogo del Sagrado Corazón como fue también su primer apóstol y su primer cantor.

    III. La doctrina del Corazón admirable

    Se entiende bien una devoción cuando se conoce su

    objeto y su práctica. Son dos puntos de vista que deben estudiarse de la doctrina del Padre Eudes sobre los Sagrados Corazones. Para hacerlo ordenada y completamente vamos a estudiar: 1) el objeto de su devoción al Corazón de María; 2) el objeto de su devoción al Sagrado Corazón de Jesús; 3) la unión de los Sagrados Corazones de Jesús y de María en la devoción eudista; 4) la práctica de la devoción a los Sagrados Corazones según él la concibe. Para terminar comparamos la doctrina del Padre Eudes y la de la beata Margarita-María en torno a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. -1. El objeto de la devoción al santo Corazón de María

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    Las devociones referentes a la santa Virgen tienen de común que terminan en toda su persona. En efecto, como observa santo Tomás, solo se honra a las personas (Suma, 3, q. 25, ad 1). Incluso cuando celebramos la bondad de uno de nuestros semejantes o les besamos las manos por respeto, no es la bondad ni las manos en sí, que honramos sino a la persona toda entera se dirigen nuestros homenajes. Las devociones a María tienen un objeto común. Solo una de ella tiene como mira en María una o varias perfecciones especiales es la razón de darle un culto particular y allí se diferencia y constituye su objeto propio.

    El objeto que el Padre Eudes nos invita a considerar en la devoción al santo Corazón de María es bien entendido su Corazón. Nos explica en sus obras lo que entiende por el Corazón de María. Vimos que distingue en María tres corazones: su corazón corporal que palpita en su pecho virginal; su corazón espiritual que es la parte superior de su alma: y su corazón divino que es Jesús. Por diversos motivos estos tres corazones son objeto de la devoción al santo Corazón de María como le concibe el Padre Eudes; solo los dos primeros son su objeto propio. El Corazón corporal de María Tomado en sí mismo el Corazón corporal de la santa Virgen merecería ya nuestros homenajes pero no está en el espíritu de la Iglesia honrar con culto especial un objeto propiamente sensible. Todas las devociones que aprueba reúnen en la complejidad de su objeto un elemento sensible

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    y un elemento espiritual, y en este último nos invita fijar nuestra atención. Por ello en la devoción al santo Corazón de María el Padre Eudes propone a nuestra veneración no el Corazón corporal o el Corazón espiritual de la bienaventurada Virgen tomados aisladamente sino la reunión de uno y otro en la unidad de un solo objeto. Como en toda devoción el elemento sensible se encuentra en el primer plano y en él se fija primero nuestro pensamiento; en él y por él llegamos a su Corazón espiritual; por eso siempre él da su nombre a la devoción. En virtud de la unión hipostática todas las partes de la humanidad de Jesús pertenecen a la persona del Verbo y por ello son dignas de adoración. La maternidad divina encierra todo lo que pertenece a la persona de María, todas sus facultades de su alma, todos los miembros de su cuerpo; y puesto que el culto se termina igualmente en la persona y es proporcional a su dignidad es evidente que todos los miembros de su cuerpo, todas las facultades de su alma, merecen culto de hiperdulía, Sin embargo no se puede pensar en hacer de cada uno de ellos objeto de devoción y sobre todo de una fiesta especial. Por tanto si el Padre Eudes propone honrar con culto particular el Corazón corporal de María es porque goza de prerrogativas especiales que no poseen los demás miembros de su cuerpo; puede ser por consiguiente objeto de culto especial a diferencia de su cabeza y de sus manos por ejemplo. Se anticipa a responder a una objeción que se hizo en las instancias de la corte de Roma cuando se quiso obtener una

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    concesión de una fiesta en honor del sagrado Corazón de Jesús. Las prerrogativas del Corazón corporal de María derivan evidentemente del papel del corazón en la vida humana. El Padre Eudes lo considera no solo como la parte más noble del cuerpo humano sino como principio de la vida de que goza. Pensaba que la sangre que lleva vida a todo el organismo se forma en el corazón o, al menos, recibe en el su última perfección hasta el punto de que antes de haber pasado por él no es apta para nutrir el cuerpo ni para concurrir al cumplimiento de alas funciones vitales. Como todos los de su época se equivocaba. Pero es cierto que el corazón es el principio de la vida e influye en el organismo al proyectarle la sangre. “Del corazón parte todo movimiento vital, dice Claudio Bernard, y así es principio de vida. Continúa vigilante cuando los demás órganos se silencian en su derredor. Jamás reposa; mientras todo duerme él palpita. Mientras palpita la vida se puede restablecer, Cuando cosa de palpitar la vida se acaba irrevocablemente, Así como su primer movimiento fue el signo cierto de la vida, su última palpitación es signo cierto de la muerte”. La primera prerrogativa del Corazón de María es haber sido y ser el principio vital de su vida corporal y sensible, vida toda santa y digna por siempre de veneración de los ángeles y de los hombres. El Padre Eudes deriva de la maternidad divina tres prerrogativas del Corazón corporal de la santa Virgen: la primera, haber proporcionado de manera más o menos mediata, la sangre de que fue formado el cuerpo de Jesús;

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    de modo que el Verbo encarnado es fruto del Corazón de María como lo es de su vientre. La segunda es que el Corazón de María fue, en cierta medida, el principio de la vida de Jesús todo el tiempo que residió dentro de las entrañas de su divina Madre. La tercera es que el Corazón de la santa Virgen fue a menudo el lecho de reposo del divino Maestro pues María, como sucede con todas las madres, tuvo ocasión de llevar a su Hijo entre sus brazos y más aún tuvo el gozo de apretarlo contra su Corazón. El Padre Eudes se apoya en las relaciones del corazón con las pasiones para poner en claro una última prerrogativa del Corazón corporal de la santa Virgen. Tuvo estrecha relación entre el corazón y los afectos sensibles. “Sentimos que nuestro corazón está interesado en nuestros estados afectivos e incluso en nuestras disposiciones dice justamente el padre Bainvel; los sentimos ligados con ciertos estados y movimientos de nuestro corazón. Lo decimos no solo por metáfora; nuestro corazón palpita fuertemente; tengo el corazón hinchado; me aprieta el corazón; mi corazón se dilata, son expresiones que traducen una realidad fisiológica al tiempo que una realidad psíquica (op. c. 183). La relación del corazón con las emociones sensibles se explica diversamente. Según los fisiólogos modernos el corazón no haría sino afectarse por la repercusión de los afectos sensibles cuyo origen está en el cerebro y el sistema nervioso; en tiempos del Padre Eudes en cambio se consideraba el corazón como el órgano del amor y de otros afectos pasionales. Era opinión dominante todavía en el

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    siglo XVIII y el padre Gallifet alegaba esto para legitimar la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús cuya institución pedía. Todavía en nuestra época esta opinión tiene seguidores. Hace unos treinta años fue defendida calurosamente por el padre Ramière contra los ataque de Riche; y muy recientemente

    El padre Billot, profesor de teología dogmática en la universidad Gregoriana, escribía con atrevimiento estas palabras que suelen citarse: “El corazón no es solo el símbolo del amor sensible; es también su órgano y en cierto modo su simbología pues es su órgano”. En esto el Padre Eudes seguía sus contemporáneos. En el Corazón admirable se contenta solo con decir repetidamente que es “sede de las pasiones”. Tomada literalmente esta expresión es incompatible con la teoría moderna. Porque el corazón sufre los embates de las pasiones, aunque no sea su órgano, está relacionado con ellas. Las explicaciones que el Padre Eudes da no dejan lugar a duda sobre el fondo de su pensamiento. Para él el corazón es la sede del amor y como dice: “fue hecho para amar”, y “el amor sensible procede de él”. Equivale a decir que es su órgano.

    Las pasiones son parte de la naturaleza humana. La santa Virgen no fue exenta de ellas. Solo que mientras nosotros como consecuencia del pecado original, las pasiones son rebeldes contra la razón, ella vivía bajo la dependencia absoluta de la voluntad y del amor divino. “El espíritu del hombre nuevo, que reinaba profundamente en el Corazón de María, dominaba tan absolutamente en sus pasiones que no tenían ningún movimiento que no viniera

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    de su orden. De modo que nunca hizo uso algo que no fuera bajo la conducta del Espíritu de Dios y para la sola gloria de su divina Majestad. Solo amó a Dios; no deseó, ni pretendió, ni esperó nada sino agradarle siempre y temer desagradarle; no emprendió nada grande y difícil que no fuera para gloria y servicio de Dios. Esto fue el único objeto de su gozo, como la única causa de su tristeza fue la injuria y el deshonor que le causa el pecado; este fue el único objeto de su aversión, odio y cólera. Sus pasiones no tuvieron otro uso ni sentimiento sino que estuvieron muertas y anonadadas al mundo y a todas sus cosas; no tuvieron vida ni movimiento sino para el agrado o desagrado del que las poseía, las animaba y las gobernaba en todo”.

    La contemplación de estas maravillas embelesaba al Padre Eudes y le hacía inmola comparar el Corazón de María a un altar donde, entre otras víctimas, el amor divino de continuo a Dios las once pasiones del apetito sensitivo. En ocasiones también, con punto de vista un poco diferente, veía en las pasiones los “guardias” que no se cansan de proteger el amor divino en el Corazón de María. A causa de todas estas prerrogativas no vacilaba en afirmar que considerado en sí mismo, el Corazón corporal de la bienaventurada Virgen era ya digno de toda veneración. El Corazón espiritual de María El Padre Eudes no nos pide, dijimos ya, hacer del Corazón corporal de María objeto de culto particular. Quiere que unamos a su Corazón corporal su “Corazón

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    espiritual”. En sentido amplio lo entiende como la parte superior de su alma con todas las perfecciones que le pertenecen, y en sentido más estricto su amor a Dios y a nosotros. Para explicar su pensamiento el Padre Eudes recuerda que el alma humana e nosotros, sea en sí misma, sea con el cuerpo que ella informa, es en nosotros principio de una triple vida, la vegetativa que nos es común con las plantas; vida sensitiva que nos asemeja a los animales, y la vida razonable que bajo la acción dl Espíritu Santo se hace vida cristiana. Por tanto hay tres partes en el alma humana: el alma vegetativa, el alma sensitiva y el alma razonable. Por analogía llama a esta última el corazón del alma. Es en efecto la parte más excelente como el corazón es el órgano más noble del cuerpo. Es además el principio de la vida intelectual y moral, que es la vida propia del alma humana, como el corazón es el principio de la vida del cuerpo. Finalmente, como el corazón, según el Padre Eudes, es la sede y órgano del amor y de los afectos sensibles, la parte intelectual del alma es también, por razón de la voluntad que encierra, el principio del amor y de los afectos espirituales del hombre. Es por tanto el corazón del alma y por consiguiente el corazón espiritual del hombre” (Libro 1, cap. 4). El Corazón espiritual de María es por tanto, en sentido amplio, la parte superior de su alma, con todo los afectos naturales y sobrenaturales, que ella encierra, o sea. Sus facultades naturales: memoria, inteligencia y voluntad, y la plenitud de gracia y virtudes de que está colmada, y la vida

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    admirable de que es principio. Por ello en el Corazón admirable el Padre Eudes trata de la pureza del Corazón de María, de su santidad, su ciencia, su sabiduría, y en general de todas las virtudes y perfecciones intelectuales y morales. ¿Hace entrar el Padre Eudes muchas cosas en el objeto de su devoción? Puede extrañar que haya de tener en cuenta por ejemplo la memoria, la inteligencia y todas las virtudes incluso intelectuales. Se apoyaba el Padre Eudes en la Escritura que es su guía para atribuir al corazón espiritual del hombre los actos de la inteligencia, de la memoria y también los de la voluntad. Por otra parte, los teólogos que tratan de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María amplían su objeto tanto como él. Según el padre de Gallifet, que es autoridad en la materia, el elemento espiritual que, unido al Corazón de carne del Hombre-Dios, constituye el objeto de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús no es solo su amor sino también su alma santa, con los dones y gracias que encierra, y las virtudes y afectos de que es sede y principio. El ilustre teólogo no hace excepción de las virtudes intelectuales, ni tampoco de la inteligencia. Por el contrario, las comprende positivamente en el objeto de la devoción al invitarnos a ver en el Corazón de Jesús “lleno de vida, de inteligencia, de sentimiento”. Resume así su doctrina al respecto: “Que se considere este compuesto admirable que resulta del corazón de Jesús: el alma y la divinidad que le van unidas, los dones y gracias que conlleva, las virtudes y afectos de que es principio y sede, los dolores interiores de que es centro, la herida que recibió

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    en la cruz. Todo ello es el objeto completo que se propone a la adoración y al amor de los fieles”. La liturgia de la Iglesia da a la palabra corazón un sentido tan amplio como el Padre Eudes y de Gallifet. Pueden citarse como prueba las letanías del Sagrado Corazón de Jesús aprobadas por León XIII. Se presenta en ellas al Sagrado Corazón como “abismo de todas las virtudes” y como “el que contiene todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”. Como al presente se trata es del Corazón de María tomemos el oficio que la Iglesia aprobó para celebrar su fiesta el domingo dentro de la octava de la Asunción. Allí el Corazón de María es el alma de la santísima Virgen, es su espíritu, su inteligencia, su memoria, su voluntad, en una palabra toda su interioridad. Por lo demás lo que el Padre Eudes considera principalmente en el Corazón de María, lo que a sus ojos es propiamente el Corazón espiritual de la bienaventurada Virgen, es su voluntad y su amor. Lo declara muy claramente en su libro la Devoción al santísimo Corazón de María. Dice: “Sobre todo, por nombre de Corazón de María, entendemos y deseamos venerar y honrar primera y principalmente esta facultad y capacidad de amar, tanto natural como sobrenatural, que hay en esta Madre de amor; las empleó en amar a Dios y al prójimo, o mejor, todo el amor y toda la caridad de la Madre del Salvador respecto de Dios y del nosotros… Si el corazón representa todo el interior, significa sin embargo principalmente el amor… De modo que cuando el celeste Esposo dice a su divina Esposa, la purísima Virgen: Ponme

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    como un sello en tu corazón y como sello en tu brazo, equivale a decir: Graba en mí una imagen perfecta del amor que me tengo a mí mismo y que tengo a ti, y un vivo retrato de la caridad que tengo a los hombres. Ámame como yo me amo a mi mismo… ama a tu prójimo como yo lo amo. Que tu Corazón arda interiormente con el fuego sagrado del amor que me tengo a mí mismo y de la caridad que tengo a mis criaturas y que las llamas de ese fuego se manifiesten exteriormente en tus palabras y obras. “No ha habido ni habrá alguien que haya cumplido este mandato del divino Esposo de las almas fieles como la fidelísima Virgen. Por eso es llamada Madre del amor hermoso, Madre de amor y caridad. “Por tanto contemplamos y veneramos en nuestra queridísima Madre y muy honrada Dama, este amor incomparable y esta caridad inefable. Es lo que principalmente por su santísimo Corazón. Bajo esta calidad y bajo este glorioso título de Madre del amor hermoso, Madre de amor y caridad, deseamos honrar y alabar singularmente a esta Virgen amabilísima y a esta Madre admirable”. En el Corazón admirable el Padre Eudes no es menos explícito en cuanto al objeto de su devoción. Expone así en una meditación las razones para honrar el santo Corazón de María: “o honramos a esta sacrosanta Virgen no solo en uno de sus misterios o de sus acciones, o en alguna de sus cualidades, ni siquiera en su muy digna persona sino que la honramos primera y principalmente en la fuente y origen de todos sus misterios y acciones, de todas sus cualidades y de

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    su persona misma, es decir, su amor y su caridad puesto que el amor y la caridad son la medida del merito y el principio de toda santidad. Este amor y caridad santificaron los pensamientos., palabras, acciones y sufrimientos de la muy santa Madre del Salvador… Honraron toda su vida interior y exterior con maravillosa santidad que contiene en sí en grado soberano todas las virtudes, dones y frutos del Espíritu Santo”. El Padre Eudes vuelve a menudo a esta idea: todas las grandezas y glorias de María tienen su principio en su corazón y da como razón que el corazón es la sede de amor y que el amor es la fuente de toda virtud y todo mérito. Es tan cierto que para él el Corazón de María es ante todo su amor. Citamos algunos textos que dan plena claridad a su pensamiento. “La bondad espiritual e interior de María deriva su origen de su divino Corazón pues el Corazón virginal es la sede del amor de que está colmada, amor que es la raíz y origen de todas las virtudes, santidades, perfecciones y hermosuras de que su alma está adornada”. “El Corazón de María es la fuente de todas las grandezas, excelencias, prerrogativas de que está adornada, de todas las cualidades supereminentes que la elevan por encima de todas las criaturas, de todas las gracias que Dios le ha prodigado, de todo el uso santo que hizo de ellas, de toda la santidad de sus pensamientos, palabras, obras, sufrimientos, de todos los misterios de su vida”

    “¿Por qué su corazón es la fuente de todas estas cosas? La razón es esta: ¿No sabes que el corazón es la sede del

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    amor y de la caridad, que el amor y la caridad son el principio, la norma y la medida de toda la santidad que hay en la tierra, y por tanto de toda la gloria que hay en el cielo? Por ello la verdad eterna nos anuncia en su santo evangelio que como el corazón del hombre es el origen de todo mal, es también la fuente de toda clase de bienes. Del corazón, dice el Hijo de Dios, que proceden los malos pensamientos, los homicidios, las blasfemias; el corazón del hombre de bien, continúa el Salvador, es buen tesoro de dónde saca todas las cosas buenas. Concluye por tanto que el Corazón de la sacrosanta Madre de Dios es la fuente de todo lo hay de grande, santo, santo, glorioso y admirable en ella”.

    “Haz de saber que el amor divino posee, llena y penetra de tal modo el Corazón y el alma y todas las facultades de esta Virgen Madre que era en verdad el alma de su alma, la vida de su vida, el espíritu de su espíritu, y el corazón de su Corazón. De modo que el amor era todo y hacía todo en ella y por ella”.

    Es evidente que el amor de que se trata aquí es el amor de Dios. Él es el principio y la fuente de todas las grandezas de María. Su ternura maternal con nosotros viene de él como todas las demás virtudes, no son sino el eco en nosotros de su amor a Dios. Es muy natural que sea el objeto principal de nuestra devoción y a ello nos invita el Padre Eudes.

    Como en nosotros en María el amor de Dios y el amor de los hombres no son separables pues proceden de una sola virtud que es la caridad. El Padre Eudes lo repite varias veces y cuando define el objeto de la devoción al santo

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    Corazón de María, o expone sus motivos, siempre nos presenta al mismo tiempo su amor a Dios y su amor a los hombres. Los unía tan estrechamente en su pensamiento que cuando se presenta la ocasión de hablar del primero aprovecha la oportunidad para hablar del segundo. Por ejemplo, cuando compara el Corazón de María con un océano cuya amplitud representa la inmensidad de su amor a Dios añade que esa amplitud abarca la extensión de su caridad a los hombres. Cuando lo compara con el Arca de la alianza, recubierta de oro muy pro por dentro y por fuera, ve en el oro de dentro la figura de María a Dios y en el oro de afuera su caridad con nosotros. Cuando usa el ejemplo de la hoguera, las llamas que nos invita a contemplar son llamas de amor a nosotros al tiempo que de amor a Dios. Y así de los demás ejemplos.

    Cuando habla de las amabilidades del Corazón de María sucede a menudo al Padre Eudes hablar a la vez de su amor y de su caridad. En él esas dos expresiones no son un pleonasmo. Entiende ordinario con “amor” del amor de Dios y reserva la “caridad” para designar el amor al prójimo. Cuando reúne esas dos expresiones, a menos que el contexto indique lo contrario, cada una de ellas tiene un sentido particular. Las usa ambas para expresar el doble amor de que el Corazón de María está encendido.

    El Padre Eudes no cesa de hablar de uno y otro, y lo hace con profundo sentimiento de admiración y entusiasmo. Se complace en analizar la perfección del amor de María a Dios cuya intensidad exalta, lo mismo su continuidad y pureza. Para dar una idea más cautivadora

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    recurre a imágenes muy variadas y grandiosas. Gusta de comparar el Corazón de María con una hoguera destinada a encender el universo. Y en cuanto al amor de María a nosotros vuelve de nuevo con más insistencia y sabe que el amor llama al amor e inspira la confianza. Entre todas las virtudes del Corazón de María la que más desea imitar es su caridad al prójimo. A cada momento exalta la bondad de María, su paciencia, clemencia, mansedumbre, misericordia y celo por la salvación de las almas. Siempre lo hace con os más vivos sentimientos de admiración y gozo.

    Conocemos ya los dos elementos que constituyen el objeto propio de la devoción al santo Corazón de María tal como la concibe el Padre Eudes. En cuanto a las relaciones que hay entre uno y otro y que permiten que sean objeto de una y sola devoción, las presenta con analogías impactantes que analiza cuidadosamente, y que ya indicamos. Ellas hacen del Corazón corporal de María el símbolo de su Corazón espiritual y esto basaría para los reunamos en nuestro culto.

    Pero entre los dos hay más que analogías. Hay relaciones muy estrechas entre los afectos sensibles y el órgano cardíaco. Si no proceden de él como se enseñaba antes al menos no se puede negar que lo afectan más que los demás órganos. Lo impresionan tan fuertemente, en los grandes dolores, pueden bastar para detener su palpitar y causar la muerte. Ahora bien, como consecuencia de la unidad de la naturaleza humana los actos de la vida espiritual, incluso los de orden sobrenatural, reaccionan a menudo en la parte sensible de nuestro ser y a su vez

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    sufren su influencia. Pasa sobre todo con los afectos de la voluntad. Tienen su repercusión en el apetito sensitivo y por medio de las pasiones, dejan sentir su acción en el corazón. Los actos de caridad, por perfectos que sean, no escapan a esta ley.

    La vida de los santos, por ejemplo san Pablo de la Cruz, nos ofrece ejemplos admirables. En María la dependencia de las pasiones respecto de la voluntad era más estrecha todavía, pues en ella, según vimos, el amor divino dirigía la actividad de las pasiones e inspiraba todos sus actos. Esto hizo decir al Padre Eudes, respecto del Corazón corporal de María que “es del todo espiritual” y “todo encendido en la divina caridad”, así como su Corazón espiritual es “del todo divinizado por la acción del Espíritu Santo”. También pudo afirmar que el Corazón espiritual de la santa Virgen es “el alma y el espíritu de su Corazón corporal”. Y puesto que esos dos Corazones están tan estrechamente unidos que participan el uno del otro, aunque de forma diferente, de toda la vida íntima de María, es claro que hay un motivo más para reunirlos en un culto común. En esto, más que en simbolismo del corazón corporal, se apoya el Padre Eudes para hacerlo.

    El Corazón divino de María

    El Padre Eudes no se limitaba a considerar en el

    Corazón de María las perfecciones y virtudes que Dios le había dispensado; percibió también en él las tres divinas personas de la Santísima Trinidad que residen en ese

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    Corazón con complacencia y le comunican en sobreabundancia la vida divina de que está colmado, al tiempo que son el objeto único de todos sus pensamientos y afectos. Nada nos debe causar sorpresa. Cuando habla de la vida cristiana o de la vida sacerdotal nunca deja de apoyarse en las relaciones estrechas que ellas establecen, una y otra, entre nosotros y las tres divinas personas. Como ellas viven y reinan de manera admirable en el Corazón de María, el Padre Eudes nos invita a contemplar este espectáculo y nos exhorta a hacerlas vivir y reinar también en nosotros, en nuestro propio corazón. Lo hace a menudo en el Corazón admirable y también en su oficio del santo Corazón de María cuyos himnos terminan con la doxología:

    Trinidad sacrosanta,

    eres la vida eterna de los corazones, la santidad del Corazón de María,

    reina en el corazón de todos

    Sin embargo el Padre Eudes insiste de manera especial en las relaciones del Corazón de María con el Verbo encarnado y con el Espíritu Santo; llega incluso a darles al uno y al otro, el nombre de Corazón divino de María, y quiere que los homenajes que rendimos al Corazón de la bienaventurada Virgen suban a ellos.

    Ya en el Reino de Jesús daba al divino Maestro el nombre de Corazón de María, y quería que fuera honrado en tal calidad: “Oh Jesús, dice en una de sus elevaciones, te contemplo y adoro como a quien vive y reina en tu

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    santísima Madre y como quien eres y haces todo en ella; Tú eres su vida, su alma, su Corazón (5ª parte, mediación del sábado).

    ¿Por qué el Padre Eudes daba a Jesús el nombre de Corazón de María? Porque vive y reina en su divina Madre que es todo y hace todo en ella; es el alma de su alma y la vida de su vida: Aplicaba a la devoción a la santa Virgen su concepción de la vida cristiana. La concebía como la vida de Jesús en los miembros de su cuerpo místico. Jesús, en efecto, vive en nosotros porque, por una parte, es el objeto de nuestros pensamientos y afectos en la medida en que son cristianos, y, por otra, es el principio de la vida sobrenatural de que gozamos y obra en nosotros y por nosotros cuanto hacemos de bueno.

    ¿Quién no ve que sea como objeto amado, sea como principio de vida, Jesús puede ser llamado el corazón del cristiano? Damos el nombre de corazón a las personas que amamos. ¿No lo hace la madre con sus hijos? Y dado que el corazón es el principio de la vida del cuerpo y que Jesús se da a nosotros para ser el principio de todo lo que hay en nosotros de vida sobrenatural ¿por qué no, por analogía, darle el nombre de corazón? En este último sentido en el Reino de Jesús, el Padre Eudes daba a Jesús el nombre de Corazón de María y en ese sentido se lo da muy a menudo en las obras que compuso para propagar la devoción al Corazón de la bienaventurada Virgen.

    ¿No es el corazón el principio de la vida, escribe en el Corazón admirable? ¿Y qué es el Hijo de Dios en su divina Madre, donde está y estará por siempre, sino el espíritu de

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    su espíritu, el alma de su alma, el corazón de su corazón, el solo principio de todos los movimientos, usos y funciones de su santísima vida? ¿No escuchas a san Pablo quien nos asegura que no es él quien vive sino que Jesucristo vive en él, y que es la vida de todos los cristianos? ¿Quién puede dudar de que viva en su preciosísima Madre y que no sea la vida de su vida, el corazón de su corazón? ¿Quién podrá pensar de qué manera y con qué abundancia y perfección comunica su vida divina a aquella de quien recibió una vida humanamente divina y divinamente humana, pues engendró y dio a luz a un Hombre-Dios? Él vive en su alma y en su cuerpo; él vive todo en ella, o sea, que todo lo que hay en Jesús vive en María… Así Jesús es el principio de la vida en su santísima Madre. Así es el corazón de su corazón, la vida de su vida. Por eso podemos decir que tiene un Corazón del todo divino. Está claro. Jesús es el Corazón divino de María porque de él procede la vida divina de que ella goza.

    Es cierto que ordinariamente expresamos las relaciones del Verbo encarnado con los miembros de su cuerpo místico diciendo más bien que él es su cabeza. Pero nada impide que le demos también el nombre de corazón. Quizás es el que mejor le conviene cuando queremos expresar la acción que él ejerce inmediatamente en las almas puesto que es íntima y oculta como la del corazón en el organismo. Cuando sobre todo se vincula toda la vida cristiana con el amor, como lo hace constantemente el Padre Eudes, ¿no es acaso el nombre de corazón el que conviene mejor para expresar el principio de donde se

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    origina? Añado que es difícil usar otro para hablar de la acción vivificante de Jesús en el Corazón de su santa Madre. Si es natural decir, con el Padre Eudes, que Jesús es el Corazón de su Corazón como dice que es el alma de su alma y la vida de su vida, se vería difícil decir lo mismo el término cabeza.

    Tenia fundamento el Padre Eudes para considerar a Jesús como el Corazón divino de su Madre. Como estaba habituado a ver a Jesús en todo y lo veía como la gloria y el esplendor del Corazón de María, hubiera juzgado no ser del agrado de esta buena Madre no entrever la belleza arrebatadora de su Corazón, al separarlo de Jesús para contemplarlo únicamente en sus perfecciones intrínsecas.

    Es claro que no se participa de la vida de Jesús sino en cuanto se está animado de su espíritu. Dice san Pablo que si alguno no tiene el espíritu de Jesucristo no es cristiano (Ro 8, 9). Ahora bien, el espíritu de Jesucristo son las disposiciones de intenciones de su Corazón adorable; pero es también y principalmente el Espíritu Santo. En efecto, el Espíritu Santo es el espíritu de Jesús pues es el amor sustancial del Padre y del Hijo, y procede del uno y del otro. Lo es además porque la santa humanidad de Jesús estuvo siempre llena de este divino Espíritu, y siguió en todo siempre sus inspiraciones. Por este doble título podemos considerarlo como el Corazón divino de Jesús y veremos que el Padre Eudes no se privó de hacerlo.

    Para iniciarnos en su vida divina Jesús no se comentó con participarnos las disposiciones y virtudes de su Corazón; quiso darnos el que es a la vez su Espíritu y su Corazón para

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    ser nuestro espíritu y nuestro corazón. Por ello el Espíritu viene a habitar en nuestra alma y la Iglesia lo llama el Espíritu vivificante. El Padre Eudes vuelve a menudo a este pensamiento. Se encuentra en todas sus obras y podemos considerar que ocupa puesto importante en su enseñanza sobre la vida espiritual. En un pasaje de su Manual lo expone con admirable precisión: “Adoremos y amemos a Jesús. Como principio del Espíritu Santo con su Padre y que nos mereció con su sangre; nos lo dio para ser en cierta manera nuestro espíritu y corazón… Démosle gracias. Pidamos perdón del poco uso que hemos hecho de tan gran don”.

    No hay que imaginar que eta doctrina sea nueva. Llena las cartas de san Pablo y se encuentra en pasajes del evangelio de Juan. Incluso se da en el Antiguo Testamento. Así lo entiende el Padre Eudes en el pasaje de Ezequiel (36, 26-27) donde Dios promete dar a su pueblo, en la nueva alianza, un espíritu y un corazón nuevo al enviarles su propio Espíritu. Esta interpretación es conforme, al menos en sustancia, con la hermenéutica tradicional.

    Por tanto, al comunicarnos su Espíritu, Jesús nos hace vivir de su vida, y así este Espíritu divino puede ser llamado también, lo mismo que Jesús, el corazón del cristiano. Santo Tomás declara incluso que este nombre le conviene de manera especial porque su acción es siempre oculta (Suma 3ª, q. 8, a 1, ad 3). El Padre Eudes no se aparta ni de la enseñanza, ni incluso del lenguaje tradicional, al dar al Espíritu Santo el nombre de Corazón divino de María. Sin embargo, ya que consideraba al Espíritu Santo

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    preferentemente como el espíritu de Jesús más que como una persona aparte, principalmente da el nombre de Corazón de María; lo aplica al Espíritu Santo por vía de consecuencia y por su unión con el Verbo encarnado de quien es el espíritu.

    Queda claro por tanto que el Corazón divino de María, si bien está estrechamente unido a su Corazón espiritual, e incluso, en cierto sentido, a su Corazón corporal, es sin embargo extrínseco a su persona. Ciertamente el Padre Eudes insiste en la unión de esos tres Corazones, y se entiende bien, porque los quiere hacer entrar, por títulos diversos, en el objeto de su devoción. “Veamos, dice, lo que se entiende por el Corazón de la sacratísima Virgen. En ella hay tres Corazones: su Corazón, corporal, su Corazón espiritual y su Corazón divino. Esso tres Corazones hacen un solo Corazón en la Madre del amor, como nuestro cuerpo y nuestra alma no hacen sino uno, pues su Corazón espiritual es el alma y el espíritu de su Corazón corporal, y su Corazón divino es el corazón, el alma y el espíritu de su Corazón corporal y espiritual” (Libro 1, cap. 5). No teme afirmar que entre esos res Corazones hay una unión tan perfecta como no lo ha habido, excepción hecha de la unión hipostática.

    Sin embargo no se debe desnaturalizar el pensamiento del Padre Eudes. Importa recordar que por estrecha que se pretenda la unión de Jesús con su santa Madre, no va hasta suprimir la distinción de las personas. Al venir al Corazón de su Madre, Jesús toma posesión de él, vive y reina en él hasta el punto que toda la vida de María depende de él como de su principio y es en verdad su vida, más o menos

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    como la vida del cuerpo depende del alma que la vivifica, pero con la diferencia de que el cuerpo y el alma se unen en la unidad de una naturaleza y de una persona, unidad que no puede existir entre Jesús y su divina Madre. Cosa distinta pasa entre el Corazón corporal y el Corazón espiritual de María. La unión entre ellos no consiste solo en comunidad de operación y de vida. Se da en la unidad de la persona, e incluso, si bajo el nombre de Corazón espiritual de María se entiende la parte superior de su alma con sus perfecciones naturales, se llega hasta la unidad de naturaleza.

    Esta observación nos va a ayudar a comprender en qué sentido Jesús, y con él el Espíritu Santo, puede entrar en la devoción al santo Corazón de María. Es evidente que en lo que respecta a María esta devoción no puede tener objeto distinto que su persona. Se detiene en el Corazón corporal y el Corazón espiritual de la bienaventurada Virgen que tomados conjuntamente constituyen su objeto propio. Hay que considerarlos ambos en sus relaciones con el Verbo encarnado bajo pena de no descubrir toda su excelencia. En cuanto a la persona de Jesús no es posible por ningún título hacer de él el objeto inmediato de la devoción al santo Corazón de María.

    Solo, y es preciso subrayarlo, la devoción a la santa Virgen y a los santos, cuando es bien comprendida, no se queda en sus personas; sube a Dios que es el autor de su santidad y que no es menos adorable en lo que es y hace en los santos como lo que es en sí mismo. Sin esto, la devoción a los santos no sería un acto de religión porque la religión se refiere a Dios, y si en ocasiones los actos que inspira se

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    dirigen a las criaturas es por su relación con la divinidad. La devoción que tenemos a los santos, dice santo Tomás, no termina en ellos sino que los sobrepasa para subir a Dios, pues en los ministros de Dios es a él a quien veneramos (Suma 2ª 2ae, q 82, a, 2, ad 3)

    En sus controversias con los protestantes que rechazan como idolátrico el culto a la santa Virgen y a los santos, Bossuet recuerda este principio: “La Iglesia enseña, dice en su Exposición de la fe católica, que todo culto religioso debe terminar en Dios como en su fin necesario; el honor que se rinde a la sana Virgen y a los santos puede ser llamado religioso porque se refiere necesariamente a Dios”. “Nadie niega, dice en otra parte, que existan criaturas que tienen una relación particular al objeto de la religión, es decir, a Dios. El honor que rinde a sus criaturas no es religioso en sí mismo, pues no son Dios. Pero nadie puede negar que no se mezcle algo de religioso pues son honrados por amor a Dios, o mejor, es a Dios a quien se honra en ellos”. No sería sano concluir que el culto que tributamos a la santa Virgen es relativo como el de las imágenes. Veneramos las imágenes a causa de la persona que representan y a ella sola se dirige el culto que se les rinde. No pasa así con los santos. Si bien el culto de que son objeto no se limita a su persona, se dirige sin embargo a ellos, y se funda en la excelencia de sus virtudes y de sus méritos, solo que, como en definitiva todo lo que hay de virtud en ellos viene de Dios, el culto que les damos no es legítimo y no puede agradarles sino en cuanto se mezcla en él , como dice

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    Bossuet, un homenaje dirigido a Dios mismo. Por ello el Padre Eudes que hacía de Jesucristo el centro de la religión pretendía que los homenajes que se le tributan se dirijan igualmente al Padre y al Espíritu Santo, y recomienda a menudo honrarlo en María y en los demás santos. El Padre Eudes estaba justamente convencido de que todo el honor que se tributa a la santa Virgen y a los santos en la Iglesia católica, encierra implícitamente un homenaje a la persona de Jesús. Se ve claro en las siguientes palabras dirigidas a los fieles en el Corazón admirable, para decidirlos a recurrir al Corazón de María: “Apresúrense. ¿Qué esperan? ¿Por qué lo difieren un momento? ¿Acaso temen agraviar a la bondad incomparable del muy adorable Corazón de Jesús si se dirigen a la caridad del Corazón de su Madre? No saben que María es nada, nada tiene y nada puede, sino de Jesús, por Jesús y en Jesús, y que Jesús lo es todo, lo puede todo y hace todo en ella? ¿No saben que Jesús hizo el Corazón de María tal como es, que quiso que fuera fuente de luces, de consuelo, y de toda clase de gracias para todos los que acuden a ella en sus necesidades? No saben que Jesús no solo reside y permanece de continuo en su Corazón sino que él mismo es el Corazón de María, el Corazón de su Corazón, el alma de su alma? ¿Qué ir al Corazón de María es ir al Corazón de Jesús, honrar el Corazón de María es honrar a Jesús, invocar el Corazón de María es invocar a Jesús”? (Libro 2, cap. 5). El Padre Eudes deseaba que los fieles, en especial los que aspiran a la verdadera piedad, se habituasen a considerar y honrar con culto explícito a Jesús que vive y

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    reina en el Corazón de su divina Madre. Ya lo había hecho en el Reino de Jesús y cuando en trata de la devoción a la santa Virgen. Es notable que haga preceder su elevación a María de una elevación a Jesús para honrarlo por lo que es y hace en su divina Madre. Más tarde cuando atribuyó a María puesto más destacado en su devoción, lo hace con mayor insistencia. En todas sus obras sobre el Corazón de María, al celebrar con complacencia las perfecciones y virtudes de la santa Virgen nos invita a levantar la mirada a la persona adorable de Jesús, que es su autor, y por ese título tiene derecho especial a nuestras alabanzas y a nuestro amor: A Jesús, que vive y reina en el Corazón de María, vengan y lo adoramos. Sería demasiado poco decir que nada hay de más legítimo. Es imposible, creemos, no ver allí una magnífica aplicación de la doctrina católica más acendrada y elevada. El objeto de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús

    El Padre Eudes concibió la devoción al Sagrado Corazón de Jesús de la misma manera que la devoción al sano Corazón de María. Vamos a encontrar, por tanto, en el objeto de la devoción al Corazón de Jesús, los mismos elementos de la devoción al Corazón de María. Desde los comienzos del Corazón admirable, el autor distingue en Jesús, como en su divina Madre, tres Corazones que no hacen sino uno, y que ofrece a nuestra adoración bajo el nombre de Corazón de Jesús. “En el Hombre-Dios, dice, adoramos tres Corazones que hacen un solo Corazón. El

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    primero es su Corazón corporal, deificado como las demás partes de su sagrado cuerpo por la unión hipostática que tiene con la persona del Verbo eterno. El segundo es su Corazón espiritual, es decir, la parte superior de su alma santa que comprende su memoria, entendimiento y voluntad, particularmente deificada por la misma unión hipostática. El tercero es su Corazón divino que es el Espíritu Santo, por el cual su humanidad adorable estuvo siempre más animada y vivificada que su alma propia y su propio corazón. Tres Corazones en este admirable Hombre-Dios que son un solo Corazón, porque su Corazón divino, siendo el alma, el Corazón y la vida de su Corazón espiritual y de su Corazón corporal, establecidos en tan perfecta unidad con él que esos tres Corazones no son sino un Corazón muy único, lleno de amor infinito a la santísima Trinidad y de caridad inconcebible a los hombres” (Libro 1, cap. 2).

    Con el deseo de encontrar una diferencia entre la devoción al Sagrado Corazón, tal como la predicó el Padre Eudes, y la beata Margarita María, dos escritores modernos, los padres Haussherre y Letierce, jesuitas, han pretendido que la devoción del Padre Eudes no tenía por objeto sino el Corazón espiritual de Jesús, o sea, su amor con exclusión de su Corazón de carne. Es claro que esta afirmación es errónea. Dichos padres no la hubieran emitido si se hubieran dado el trabajo de estudiar, sea el Oficio del Sagrado Corazón, compuesto por el Padre Eudes, sea el libro del Corazón admirable.

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    En el oficio, en efecto, las lecturas del segundo nocturno, tanto las de la fiesta como de la octava, giran casi todas a la herida hecha al Corazón de Jesús por la lanza del soldado romano. Tiene por tanto por objeto el Corazón de carne del Hombre-Dios. En cuanto al Corazón admirable, es cierto que no trata en capítulo aparte del Corazón de Jesús pues es obra que tiene por tema el Corazón de María. Se dedica a poner de relieve la extensión de su amor al Padre y a nosotros. Sin embargo, en el libro 12, hay pasajes que se refieren al Corazón de carne del Verbo encarnado. Cuando, por ejemplo, nos dice, hablando del Corazón de Jesús, que fue hecho con la sangre virginal de María; también cuando hace de él la sede y el órgano de las pasiones deificadas del Salvador (Libro 12, ap. 1); cuando nos lo muestra en el árbol de la cruz roto y destrozado por el exceso del dolor y del amor; cuando nos los presenta herido por la lanza de Longino, derrama su sangre hasta la última gota por nuestra redención; cuando, con el biógrafo de la madre Margarita del Santísimo Sacramento nos habla de su decaimiento, abatimiento y palpitaciones, o, con Lanspergio, nos recomienda tener una imagen suya en nuestras casas; el corazón de que habla en todos esos casos es evidentemente el Corazón corporal del Hombre-Dios. En las meditaciones del libro 12 hay una, que desde el punto de vista que nos ocupa, tiene importancia especial porque gira en torno justamente al objeto de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. En esta meditación, y en el pasaje del libro que citamos, el Padre Eudes distingue en

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    Jesús tres Corazones que hacen un solo corazón: su Corazón divino, su Corazón espiritual y el “santísimo Corazón de su cuerpo deificado, que es una hoguera de amor divino a nosotros, amor incomparable. “Es suficientemente claro, luego de textos tan claros, ¿cómo es posible sostener que la devoción del Padre Eudes al Sagrado Corazón no tiene por objeto sino el amor de Jesús, con exclusión de su Corazón de carne”? Si el libro 12 hay pasajes que no pueden entenderse sino del Corazón espiritual o del Corazón divino del Hombre-Dios hay otros que solo se aplican al Corazón corporal. El conjunto del libro considera los tres Corazones pues los tres pertenecen a la misma persona. Entre ellos hay una dependencia y una armonía tan perfecta que los tres palpitan al unísono. Así cuando el Padre Eudes nos presenta el Corazón de Jesús como una “hoguera de amor”, y lo hace a todo lo largo del libro, no entiende hablar solo del Corazón espiritual o del Corazón divino, como erróneamente pensó el padre Letierce; su pensamiento va más lejos y llega al Corazón corporal. El pasaje citado es prueba evidente. En él el Padre Eudes da expresamente “al Corazón del cuerpo deificado” de Jesús el nombre de “hoguera de amor”. Y es muy legítimo porque si, como ya vimos, el corazón se encuentra asociado a toda la vida afectiva del hombre hasta el punto que sus afectos más espirituales tienen en él una repercusión profunda, los ardores del amor de Jesús a su Padre y a nosotros, no se quedan encerrados en el recinto de su alma sino que se comunican a su Corazón de carne y constituyen juntamente

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    una “hoguera de amor”. Por eso Nuestro decía a la beata Margarita-María, al mostrar su Corazón de carne: Este es el Corazón que ha amado tanto a los hombres, uniendo en e objeto que presentaba a su contemplación, su corazón corporal y su amor a nosotros. Por ese motivo en repetidas ocasiones el Corazón de Jesús apareció a la beata precisamente bajo la forma de una hoguera de amor. Al tratar de la devoción al santo Corazón de María el Padre Eudes se había dedicado a poner en claro las prerrogativas que dan al corazón importancia excepcional en el organismo humano. Lo mostró como el órgano más noble del cuerpo, el principio de la vida que circula en los miembros y sobre todo como sede, e incluso, lo vimos, el órgano del amor y demás afectos sensibles. Apoyado en esas prerrogativas reclama culto especial en honor del Corazón de la bienaventurada Virgen. El culto del Corazón corporal del Verbo encarnado reposa en los mismos principios. Sola, la unión hipostática no podría bastar para explicarlo. Ella se extiende a todas las partes de la humanidad del Salvador y no se puede pensar en hacer de cada una de ellas objeto de un culto especial. Si se concede este honor al Corazón de Jesús es por títulos particulares que hay que buscar en la excelencia que le es propia, en la naturaleza de sus funciones y sobre todo en su participación íntima en toda la vida afectiva del Señor Jesús. El Padre Eudes se hubiera entregado a desarrollar estos pensamientos si escribiera un tratado completo de la devoción al Sagrado Corazón. En el Corazón admirable pensó que no debía hacerlo pues trataba solo

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    accidentalmente del Corazón de Jesús, y además en el primer libro, si bien se ocupaba directamente del Corazón de María, aplicó al Salvador los principios que ponía. Sin embargo no deja escapar la ocasión de apoyar, en la parte que tuvo el Corazón corporal del Hombre-Dios en su amor al Padre y a nosotros, así como en los dolores de que estuvo agobiado durante la pasión. Vuelve siempre sobre las heridas recibidas por Jesús en su corazón. Los amantes del Sagrado Corazón contemplaron siempre con complacencia la herida hecha al Corazón de Jesús por la lanza del soldado romano. Al parecer la consideración de la herida del sagrado costado llevó a los místicos de la edad media a la contemplación y al amor del Sagrado Corazón. En todo caso, vieron en la herida material hecha al Corazón inanimado del Salvador, el símbolo de su amor y de sus dolores, al tiempo que una apertura que les daba acceso a este divino Corazón y les permitía encontrar en él asilo y hogar de amor. El Padre Eudes conocía lo que los autores de la edad media habían escrito sobre esta herida y se inspiró a menudo en ella. Incluso tomó de ellos todas las lecturas del segundo nocturno del oficio que compuso para la fiesta del Sagrado Corazón y para su octava. Sin embargo, santa Brígida, santa Gertrudis y Louis Bail, contemporáneo del Padre Eudes, hicieron mención de otra herida que llamó su atención, y que no se cansa de recordar con profundo sentimiento de admiración y amor cuando se ocupa del Sagrado Corazón.

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    En efecto se lee en las Revelaciones de santa Brígida que estando en la cruz el divino Salvador sufrió por nuestro amor dolores tan vivos y penetrantes que su Corazón se rompió y se destrozó, lo que fue la causa próxima de su muerte. El Padre Eudes anota que Jesús murió de dolor y de amor por cada uno de nosotros y podemos decir de su Corazón adorable que fue víctima de dolor y de amor, según el himno de primeras vísperas de la fiesta del divino Corazón. Se comprende que el Padre Eudes se haya detenido a considerar esta herida que destrozó el Corazón de Jesús, de preferencia a la que más tarde recibió del soldado romano. Esta, en efecto, si bien es misteriosa y adorable, tiene solo una relación exterior, si es posible decir así, con el amor del divino Maestro. Es su figura, singularmente expresiva sin duda, pero no es sino la figura y la sufrió luego de que su Corazón cesó de palpitar. Es distinta de la herida de que habla santa Brígida. No es solo un símbolo. Es el exceso de amor y de dolor de que estuvo colmado el Corazón de Jesús en el árbol de la cruz, un efecto que el Padre Eudes dice: “está por encima de todas las otras”. Solo que esta herida solo nos es conocida por revelaciones privadas. La Escritura no habla de ella ni aparece en las manifestaciones de la beata Margarita-María. Por ello quizás, entre los teólogos del sagrado Corazón. solo el Padre Eudes se ocupó de ella.

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    El Corazón espiritual de Jesús El Corazón corporal del Salvador no constituye sino parcialmente el objeto de la devoción al Sagrado Corazón. Es solo su elemento sensible. Hay que unir a él el elemento espiritual para formar el objeto total de la devoción. Es lo que el Padre Eudes llama el “Corazón espiritual” del Hombre-Dios. En sentido amplio se refiere a la parte superior de su alma santa que comprende la memoria, el entendimiento y la voluntad, y además, entiéndase bien, las perfecciones y virtudes de que es objeto. En sentido estricto, el Corazón espiritual de Jesús es, al decir del Padre Eudes, “la voluntad de su alma santa que es facultad puramente espiritual, por la que se ama todo lo amable, y se detesta todo lo detestable”. Es por tanto su amor considerado, no en alguna de sus manifestaciones sino en su principio y su hogar. En su oficio del Sagrado Corazón y en el libro 12 dl Corazón admirable el Padre Eudes se refiere casi siempre a este sentido estricto. Si hubiera escrito un tratado completo de la devoción al Corazón de Jesús, creo que no habría omitido hacernos admirar en detalle, no digo todas las perfecciones y virtudes de este divino Corazón, lo que sería imposible, sino hubiera presentado aquellas cuya contemplación puede contribuir a hacernos conocer y amar al divino Maestro y a darnos las lecciones morales que necesitamos. Hubiera procurado reunirlas todas en el amor del que son, en Jesús y en nosotros, su amplio desarrollo.

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    Pero como en el Corazón admirable lo que tiene en miras es el Corazón de María solo quiso ver allí el Corazón de Jesús como hoguera de amor. El objeto de este amor es múltiple. Si Jesús nos ha amado hasta sacrificarse por nosotros tuvo amor mayor a su santa Madre y sobre todo a su divino Padre. En la devoción al Sagrado Corazón el Padre Eudes nos invita a honrar el Corazón de Jesús tal como es, con todo el amor de que está colmado. Por ello en el Corazón admirable antes de tratar del amor Jesús a nosotros se ocupa de su amor a su Padre y a su divina Madre. Con todo, en la mene del Padre Eudes, la devoción al Sagrado Corazón tiene sobre todo como objeto el amor de Jesús a los hombres; su amor al Padre ocupa solo lugar secundario. La razón es que como Jesús Dios como su Padre bajo el velo de su divinidad pide nuestra adoración y nuestro amor, pero lo que propiamente nos determina a amarlo y servirle es la consideración de su amor a nosotros. El Padre Eudes tomó como tema de su oficio al Sagrado Corazón ese amor y apenas menciona su amor al Padre. Es cierto que en el Corazón admirable consagra todo un capítulo del libro 12 al amor al Padre pero ese es un capítulo corto y tiende menos a que honremos el amor de Jesús por su Padre. En el resto del libro el Padre Eudes se ocupa del amor de Jesús al hombre. Para él, como para los discípulos de la beata Margarita-María, este amor del Corazón corporal del Hombre-Dios constituye el objeto propio de la devoción al Sagrado Corazón.

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    El Padre Eudes estudia este amor del Corazón de Jesús con complacencia. Ve en él la fuente de todos los misterios del Verbo encarnado, de todos los estados de su vida, de cuanto pensó, hizo y sufrió para salvarnos. Concluye de ello que si es legítimo celebrar una fiesta en honor del Santísimo Sacramento y de los principales misterios de la vida del Salvador, es igualmente justo hacerlo en honor de su Sagrado Corazón.

    Incluso piensa que esta fiesta debería estar por encima de las demás fiestas. “Es, dice, la fiesta de las fiestas en cierto modo, pues es la fiesta del Corazón admirable de Jesús, que es el principio de todos los misterios que se contienen en las demás fiestas que se celebran en la Iglesia, y la fuente de cuanto hay de más grande, santo y venerable en las demás fiestas”. Para darnos una idea del amor del Corazón de Jesús, el Padre Eudes nos recuerda los beneficios inapreciables con que nos ha gratificado al liberarnos del pecado y al merecernos la beatitud del cielo. Nos detalla las liberalidades con que nos colmado el divino Maestro al darnos a su Iglesia para ser nuestra madre espiritual, sus sacramentos para obrar nuestra santificación, sus santos como abogados, sus ángeles como nuestros protectores, su Madre para ser nuestra segunda Madre, su Padre para ser nuestro Padre, su Espíritu Santo para ser nuestra luz y nuestro guía, finalmente su Corazón, origen y principio de los demás dones, para ser el mismo tiempo nuestro amor, refugio, oráculo, tesoro, modelo e incluso, en cierta manera, nuestro corazón (Libro 12, meditaciones).

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    Sin embargo, el Padre Eudes llama nuestra atención sobre dos misterios en que reluce el amor de Jesús a nosotros. El primero, el misterio de la Eucaristía. Jesús se encierra en ella para ser el compañero de nuestro exilio, para adorar y glorificar a su Padre en nuestro nombre, para inmolarse cada día por nosotros y darse a nosotros como alimento del alma, y en cambio de tanto amor, lo abrevamos de ingratitudes de toda clase. El segundo es el misterio de la Pasión en que Jesús sufrió tanto por nosotros y donde su Corazón fue cubierto de infinidad de heridas muy sangrientas y dolorosas. Esas heridas eran de dos clases nos dice el Padre Eudes. Unas provenían de los innumerables pecados del mundo. Jesús considera en ellos la injuria que hacen a su Padre y la desgracia espantosa con que afectan a las almas, al precipitarlas en el infierno; a la vista de tantos males su Corazón, lleno de amor a su Padre y a nosotros, era presa de inconcebibles dolores. Las otras heridas del Corazón de Jesús eran las penas y sufrimientos de sus hijos, en especial los tormentos de los mártires. El divino Maestro fue el primero en saborear su amargura; la sintió desde el momento de su entrada al mundo, y el dolor que sintió hubiera basado para causarle la muerte, si su omnipotencia no hubiera moderado los efectos. En el día de la pasión todas esas torturas físicas que tuvo que padecer de sus verdugos, y bajo su presión, si creemos a santa Brígida, su Corazón de carne se reventó y hubiera sido presa al momento de la muerte.

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    Se ve entonces incluso en este punto, que el padre Letierce ignora extrañamente la devoción eudista al oponer la del Padre Eudes a la de la beata Margarita-María. Dice que una, la del Padre Eudes, habla de un Corazón amante y la otra de un Corazón amante y sufriente, siempre sacrificado y crucificado de nuevo en una pasión sin cesar renaciente. De ninguna manera. El Padre Eudes no se contentó con contemplar el amor del Corazón de Jesús; como la beata Margarita-María meditó sus dolores; los compartió con toda la fuerza de su corazón, se esforzó, movido por el ardor de su caridad, por reparar las ingratitudes que fueron su causa e invita a sus discípulos a hacer otro tanto. El Corazón divino de Jesús La devoción al Sagrado Corazón, como la predicó el Padre Eudes, tiene como objeto inicialmente el Corazón corporal y el Corazón espiritual del Hombre-Dios; pero no se queda allí; se eleva hasta lo que llama “el Corazón divino”. En sentido verdadero se podría llamar también divinos también al Corazón corporal y al Corazón espiritual del Salvador pues ambos están deificados por la unión hipostática. De hecho así son llamados cuando se habla de ellos, separados o reunidos, como divino Corazón de Jesús; lo hizo en más de una ocasión el mismo Padre Eudes. Pero cuando habla del Corazón divino del Salvador, con el adjetivo después del sustantivo, tiene en mira un Corazón

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    que en sí mismo es divino, por propia naturaleza y no por razón de la persona de que se habla. Bajo la denominación Corazón divino de Jesús el Padre Eudes designa a veces al Espíritu Santo. Lo hace sobre todo cuando trata del Corazón de María al relacionarlo con el Corazón de Jesús. En ese caso, para que haya relación completa, distingue, en Jesús como en María, tres corazones que en cierto modo son un solo Corazón: Corazón corporal, Corazón espiritual y Corazón divino que es el Espíritu santo. Al principio del Corazón admirable dice: “En el Hombre-Dios adoramos tres Corazones que forman un solo Corazón”. Y luego de haber hablado del Corazón corporal y del Corazón espiritual añade: “El tercer Corazón del Hombre Dios es su Corazón divino que es el Espíritu Santo que anima y vivifica su humanidad adorable, más que de su alma propia y de su propio corazón”. Por el texto citado, cuando hace del Espíritu Santo el Corazón divino de Jesús, el Padre Eudes piensa habitualmente al Salvador en su naturaleza humana. Bajo ese punto de vista el Espíritu Santo es el Corazón divino de Jesús como es el Corazón divino de María, pues es principio de cuanto hay de gracia y de vida sobrenatural en el Hijo y también en la Madre. Tiene por tanto derecho a nuestro culto, pero no es posible hacerlo entrar en el objeto propio de la devoción al Sagrado Corazón que, directamente, se dirige al Verbo encarnado. Es solo el objeto final, como es con el Padre y el Hijo, el objeto final d la devoción al santo Corazón de María, pues como dice León XIII en la encíclica Divinum illud: el culto que tributamos al Verbo encarnado,

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    como también el de la santa Virgen y el de los santos va finalmente a la Trinidad. Olvidó esto Baruteil cuando escribió, sin distinción ni explicación, que, según el Padre Eudes, la devoción al Sagrado Corazón comprende dos personas, la de Nuestro Señor y la del Espíritu Santo. No es así. La devoción al Sagrado Corazón, como la entiende el Padre Eudes, no comprende dos personas al menos inmediatamente. Se dirige solo a la persona del Verbo encarnado, y el Espíritu Santo no tiene parte sino en cuanto es, con las otras dos personas de la santa Trinidad, el objeto final en el que necesariamente termina el culo del Hombre-Dios. Cuando trata ex professo de la devoción al Sagrado Corazón, el Padre Eudes no considera solo el Verbo encarnado en su naturaleza humana. Lo contempla igualmente en su naturaleza divina y entonces, encuentra en Jesús, sin hacer intervenir el Espíritu Santo, lo que llama el Corazón divino del Salvador. En Jesús, en efecto, dado que hay dos naturalezas, hay también dos operaciones y por consiguiente dos amores: un amor humano que procede de su voluntad humana, creado y finito, como todo lo humano; y un amor divino que se identifica con la esencia divina y es, como ella, increado e infinito. El Padre Eudes designa de ordinario este amor increado e infinito con el nombre de Corazón divino de Jesús. Para comprender en todos sus detalles la doctrina del Padre Eudes en ese punto es necesario recordar que el amor divino e increado del Verbo encarnado puede ser visto

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    desde dos puntos de vista diferentes. Es posible considerarlo primero como el amor que posee en común con el Padre y por el cual es, con él, el principio del Espíritu Santo; es entonces el amor nocional o espiración activa. Se puede considerar en segundo término como uno de los atributos de la esencia divina y es entonces el amor esencial, común a las tres personas de la santa Trinidad, pero que no cesa de ser por ello amor de cada una de ellas (Cf. Suma 1ª, q. 37, a. 2).

    A veces el Padre Eudes llama Corazón divino de Jesús al amor nocional. Escribe en una de sus meditaciones: “El primer Corazón de