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IV.- UNA NUEVA MATERNIDAD PROLONGADA EN LA IGLESIA: «Mujer, ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27)

1.- Jesús, “hijo de María” (Mc 6,3)2.- La “nueva maternidad en el Espíritu” (LG 47)3.- La Iglesia,” madre nuestra” (LG 6; cfr. Gal 4,26)

* * *

1.- Jesús, “hijo de María” (Mc 6,3)

En el “primer signo” que realizó Jesús, durante las bodas de Caná (cfr. Jn 2,11), María desempeñó un puesto singular, como “la mujer” asociada a “la hora” del Señor (Jn 2,4). En el último signo, en torno al misterio pascual de Cristo crucificado, ella, como “la mujer” (Jn 19,26; cfr. Gal 4,4; Gen 3,15; Is 7,14), aflora de nuevo en los labios de Jesús para desvelar el significado definitivo de todos los signos de la vida del Señor. Ella es la “nueva Eva” (San Ireneo), asociada al “nuevo Adán” (1Cor 15,45), de quien procede nuestra salvación.

“La hora” de Jesús es también “la hora” de la nueva maternidad de María, como icono o figura de la maternidad eclesial de todos los tiempos. Jesús “confía su Madre al discípulo... Él, hombre, encomienda a un hombre una criatura humana. Ahí está la naturaleza humana que María había dado a luz. Había llegado la hora a la cual se refería cuando había dicho: «no ha llegado mi hora»”.1

Esta realidad mariana tiene siempre sentido esponsal y maternal hacia su Hijo que quiere prolongarse en la Iglesia: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26). En el camino eclesial del discipulado ella sigue siendo “la mujer vestida de sol” (Apoc 12,1), que transparenta y señala la realidad de Cristo Esposo presente en la misma Iglesia: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Es el “sí” a la Nueva Alianza o pacto esponsal (cfr. (Ex 24 y Lc 1,38). Jesús quiere ser de este modo “luz de las gentes” (Lc 2,32; Is 49,6).

María tiene el título bíblico de “mujer”, que es título de honor, como “Hija de Sión” (Sof 3,14ss) y como personificación de Pueblo de la Alianza. Es la “bendita entre todas las mujeres” (Lc 1,42), es decir, “la madre de la descendencia que va a aplastar la cabeza de la serpiente”2. Jesús la llama “mujer” (Jn 19, 26), también para tenerla escondida por la humildad, como la “fuente sellada” de Cant 4,12.3

El Señor, que quiere inserirse y formarse en cada corazón creyente (cfr. Gal 4,19), sigue siendo, también en este proceso de filiación participada, “el hijo de María” (Mc 6,3; cfr. Mt 13,55). Sus anhelos más profundos, a modo de “sed” ardiente (cfr. Jn 19,28; Sal 68,22), consisten en hacer partícipes a todos de “su misma vida” (Jn 6,57; 1Jn 4,9). Así quiso el Señor dar “cumplimiento” a las Escrituras sobre las esperanzas mesiánicas (cfr.

1 SAN AGUSTÍN (+430), Comentario al evangelio de Juan, 8, 9: PL 35, 1456; TMPM, II, p.343.2 ADRIANO VAN LEYRE (+1661), TMSM, 758.3 SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT (+1716); TMSM, VI, p.77.

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Jn 19,28). En este contexto de cumplimiento de las promesas está el encargo de prolongar su filiación en nosotros.

Jesús sólo nace de María, que es icono de la Iglesia madre. En el camino de la santificación y del apostolado, camino del discipulado, él es siempre (también ahora, en “la plenitud de los tiempos”) el “nacido de la mujer” (Gal 4,4), para que los creyentes reciban la “adopción de hijos” de Dios, por el hecho de recibir en el corazón “el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gal 4,6). Toda la acción apostólica de la Iglesia “madre” (Gal 4,26) consiste en “formar a Cristo” en los demás (Gal 4,19), a imitación de María y en dependencia de ella.

Este nacimiento de Cristo por la fe viva no es una idea abstracta, sino que es una realidad concreta, como nacido de María y presente bajo los signos de Iglesia. Por esto el amor auténtico a Cristo incluye el amor a María y a la Iglesia. Las abstracciones “espirituales” y “apostólicas” no tienen madre. “Jesús no nacerá en nosotros si no es por medio de María”.4

El encargo comunicado a María se completa con el encargo confiado al discípulo amado (cfr. Jn 19,27). Es encargo que se nos confía también a nosotros, los discípulos y creyentes de todas las épocas, y que sólo se puede recibir de corazón a corazón, como quien recibe la semilla de las últimas palabras de Jesús en “un corazón bueno” (Lc 8,15), según la actitud habitual en María (cfr. Lc 2,19.51). Para ambos (María y el discípulo) se trata de recibir a Jesús y de transmitirlo a los demás.

Jesús nos da a su Madre, en cuyo corazón él fue grabando todo el evangelio (palabras, gestos, acontecimientos), siempre bajo la acción del Espíritu Santo. María fue la única testigo presencial de todos los misterios de Jesús (encarnación y redención). "Porque amaba a su Hijo, consideraba con afecto materno todas sus palabras en su corazón".5

El encargo de Jesús es expresión de su amor de predilección para con cada creyente. “Con estas palabras demostró un gran amor hacia él (Juan) y lo consideró como a sí mismo cuando quiso que él ocupara su puesto junto a la madre”.6

Los Santos Padres hacen alusión a la pureza y virginidad del discípulo amado. En efecto, confió su Madre al discípulo “por la excelente pureza de alma de Juan y por la intacta virginidad de María”7. “A la Madre Virgen le dio todavía un hijo virgen y se lo dio en su lugar... Donó la Madre al discípulo también como agradecimiento por su amor y su fidelidad... En su persona nos ha dejado a nosotros la Madre... Muestra su total solicitud y su verdadero amor hacia ella, donándole como substituto suyo el discípulo... Al discípulo le dio por madre a su Madre, como señora y reina”8. “Confía una virgen madre a un apóstol virgen... Nos deja el sentido profundo de su amor por ella”9. “El apóstol Juan

4 SAN PEDRO JULIÁN EYMARD (+1868); TMSM, VI, 552.5 SAN AMBROSIO (+397), Homilía sobre el salmo 118, 13,3: PL 15, 1452.6 TEODORO DE MOPSUESTIA (+428). Comentario sobre Juan: CSCO, 116, 241. Comenta Jn 19,26-27: "He aquí a tu hijo... he aquí a tu madre"; cfr. TMPM, I, p.444.7 SAN ATANASIO DE ALEJANDRÍA (+373), Sobre la virginidad: CSCO, 151, 58-62; cfr. TMPM, I, p.279.8 SAN MÁXIMO CONFESOR (+662), Vida de María, n.82. Cfr. TMPM, II, p.248.9 SAN PAULINO DE NOLA (+431), Carta 50. Cfr. TMPM, II, p.401.

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como virgen que era había recibido el encargo del mismo Cristo que le confió a la Virgen (cfr. Jn 19,27).10

La virginidad de Juan dice relación a la virginidad de María, para testimoniar la divinidad de Jesús (concebido por obra del Espíritu Santo). “El esclavo, por su excelente pureza, es llamado hijo de la Señora y constituido custodio de aquella que había sido, a su vez, custodio del tesoro de la vida... Juan la tomó consigo, es decir, el virgen acogió a la Virgen, el sarmiento acogió a la vid fecunda, el soldado a la Reina, el teólogo a la Madre de Dios, el que era hermano de Dios por gracia acogió a aquella que era Madre de Dios por naturaleza”.11

Al mismo tiempo, el encargo de Jesús deja constancia de la virginidad de María: “El discípulo predilecto de Jesús... nos narró diligentemente, como hijo solícito por honrar a la madre, este hecho (Jn 19,26-27), para probar, con su testimonio, la constante virginidad de la Madre de Dios... A la Madre se le deja, en herencia, la defensa de su pureza, el testimonio de su integridad; al discípulo, la tutela de la madre y el mérito de la piedad filial... ¿Con quién debía habitar a Virgen, si no con aquel que sabía que era heredero del Hijo y custodio de su virginidad?”. 12

Este gesto de Jesús llenará la soledad de María de un modo nuevo: “Jesús, para reconfortarla en su soledad, le dejaba en el discípulo su amor de hijo”13. Es el “testamento” de Jesús para María y para la Iglesia: “Desde lo alto de la cruz, Cristo dictaba la última voluntad, y Juan, digno testigo de tan gran testador, sellaba el testamento. Estupendo testamento, que no dejó el dinero, sino la vida, que queda escrito no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo”.14

La armonía de la fe y de la revelación, ayudan a relacionar las palabras de Jesús en la cruz con el hecho de reclinar la cabeza sobre su pecho o de haber descrito al Verbo en el seno del Padre. La virginidad del discípulo amado será garante de esta realidad de fe en su dimensión mariana: “Después de haber reclinado la cabeza sobre el pecho de Jesús, donde contempló al Verbo, «en el principio estaba el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios» (Jn 1,1), ahora se le confía delicadamente por parte del Hijo aquella realidad (el seno de la Virgen) en la cual «el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). A él, discípulo de confianza y predilecto, se le confía el pudor virginal, al tálamo materno... a fin de que sea él, virgen, testimonio de la Virgen... En ambos nace y se refuerza una estrecha

10 SAN GERMÁN DE CONSTANTNOPLA (+733). Homilía sobre la Dormición de la Santa Madre de Dios: PG 98. 360-372; cfr. TMPM, II, p.363. 11 SAN TEODORO STUDITA (+826). Homilía 9, 11: PG 99, 785; TMPM, II, 658-659.12 SAN AMBROSIO (+397), Sobre la Institución de las Vírgenes, 46-48: PL 16. 317-318; TMPM, II, n.46 e 48, p.171; cfr. 177.13 SAN HILARIO DE POITIERS (+367), Comentario a Mateo, I, 1-4: PL 9, 919A – 922B; TMPI, II, p.134. Se podría decir que María “moría sin poder morir”: ARNALDO DI BONAVALLE (+ c.1156), Las siete palabras de Cristo en la cruz: PL 189, 1694; TMSM, III, p.269.14 SAN AMBROSIO (+397), Exposición del evangelio según Lucas, 10, TMPI, II, n.131, p.192.

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relación de amor único que no procede de una transmisión natural, sino del don de la gracia”.15

2.- La “nueva maternidad en el Espíritu” (LG 47)

María es siempre “la Madre de Jesús” (Jn 2,1; 19,25; Hech 1,14). Es “la mujer” (Jn 2,3; 19,26) que representa a la comunidad eclesial y la precede en su calidad de “esposa” virginal y madre, fiel y fecunda (cfr. Jn 16,21-23; Gal 4,4.19.26).

Por medio de las palabras de Jesús (“ahí tienes a tu hijo”: Jn 19,26), se descubre el pleno significado del anuncio del ángel: “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús” (Lc 1,31). Su maternidad, siempre orientada hacia Jesús, ya se concretó como instrumento de la santificación del Precursor en el seno de su madre Isabel bajo la acción del Espíritu Santo (cfr. Lc 1, 15.44), mientras simultáneamente la acción materna de María influía en el modo de ser de Jesús presente en su seno.

Cuando en el nacimiento de Juan se anunció que el niño “iría delante del Señor a preparar sus camino” (Lc 1,76; cfr. Mal 3,1), la maternidad de María ya estaba abierta más allá de su influjo fisiológico en Jesús. Ella conservó en su corazón los contenidos del Magníficat y del Benedictus, transmitidos a la posteridad por el evangelista Lucas.

Por el hecho de haber concebido al Verbo en su corazón “antes” que en su vientre, su itinerario materno, bajo el influjo del Espíritu Santo, quedaba potenciado en el encuentro de los Magos con Jesús y “con María su Madre” (Mt 2,11), siempre como complemento y prolongación de su maternidad respecto a Jesús.16

La “espada” que traspasaría su corazón era la misma Palabra de Dios, que penetraba dolorosamente en todo su ser, asociándolo a la “suerte” del Redentor, hasta convertirla en “Madre de la Palabra”: “Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada” (DCe 41).

Para que la Iglesia entre en este proceso de maternidad, la misma Madre de Jesús indica la ruta: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Es la misma ruta que señala ahora a todos los creyentes, como parte integrante del proceso de la maternidad mariana y eclesial, es decir, recibir la Palabra y transmitir la Palabra.

Todo el proceso materno de María respecto a Jesús, desde la Encarnación hasta la cruz, es un proceso que tiene repercusión en nuestra filiación por participación y gracia. Así lo explica el concilio Vaticano II: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia” (LG 61)15 ARNALDO DI BONAVALLE (+ c.1156), Las siete palabras de Cristo en la cruz: PL 189, 1695-1696; TMSM, III, p.269.16 Recordamos la frase de San Agustín, ya citada más arriba: "También para María, de ningún valor le hubiera sido la misma maternidad divina, si no hubiera llevado a Cristo más felizmente en su corazón que en su carne" (De sancta virginitate, 3: PL 40, 398).

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La actitud oferente de María al pie de la cruz, como actitud eminentemente materna, abre el sentido de su maternidad hacia los discípulos y hermanos de su Hijo: “Mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cfr. Jn., 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: «¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!» (Jn., 19,26-27)” (LG 58).

Por esto, su maternidad se prolonga en la historia de la Iglesia, puesto que “con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo” (LG 62). Ella está siempre cerca en todos los avatares de la historia personal y comunitaria: “Su bondadoso corazón no defraudará en un momento de dificultad”.17

El amor materno de María es una expresión del amor tierno y misericordioso del Señor, manifestado a su Madre en vistas a nuestra participación en su misma filiación divina. “El Señor ha querido demostrar su amor devoto hacia María, porque él mismo es el autor de la devoción”.18

El encargo dado por Jesús, a María y a Juan como representante de todos los discípulos, deja entrever su presencia permanente en su Iglesia y su amor hacia ella y hacia los creyentes. La devoción mariana es continuación del amor de Jesús hacia su Madre y nuestra: “¡Oh excelso amor por un discípulo! ¡Oh herencia más rica que cualquier otra existente!... ¡Yo la dejo a ti en lugar de mi presencia visible! Procura suplir aquel afecto filial que yo tendría con ella y venerarla como conviene a la Madre de tu Señor y Maestro!... Ahora yo la constituyo Madre no solamente tuya, sino también de todos los otros; la pongo para que guíe a los discípulos y quiero absolutamente que sea honrada con el privilegio de ser Madre”.19

Este don del Señor es señal de su misericordia, que perdona y socorre: “¡Oh Señora! Si tu Hijo, gracias a ti, es nuestro hermano, ¿no es verdad que tú, gracias a él, eres nuestra madre? En efecto, cuado él se encontraba en el momento de afrontar por nosotros la muerte en la Cruz, dijo a Juan, es decir, a un hombre en cuya condición humana estábamos todos incluidos: «He aquí a tu Madre» (Jn 19,27). ¡Oh hombre pecador, goza y alégrate! No tienes motivos para temer o desesperar... Tu juez, es decir, tu hermano, te

17 Carta de Benedicto XVI a la Conferencia Episcopal Española, con motivo de la peregrinación nacional al santuario de Ntra. Sra. del Pilar, 19 de mayo de 2005. El mismo Papa hacía esta aplicación a los futuros sacerdotes, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Colonia: “¡He aquí el secreto de vuestra vocación y de vuestra misión! Está guardado en el corazón inmaculado de María, que vela con amor materno sobre cada uno de vosotros” (19 agosto 2005).18 CROMACIO DE AQUILEIA (+407), Sermones, 22,3: SC 164,54; TMPM, II, p.228. “Ahora que (Jesús) estaba soportando sufrimientos propios de la condición humana, recomendaba con afecto humano aquella de la cual se había hecho hombre” (SAN AGUSTÍN, Comentario al evangelio de Juan, 8, 9: PL 35, 1456; TMPM, II, p.346).19 JORGE DE NICOMEDIA (+ c.870), Homilía 8, María al pie de la cruz: PG 100, 1457ss; TMPM, II, pp.756-757.

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ha enseñado a recurrir a la ayuda de su Madre. Y la misma Madre tuya te ha exhortado a refugiarte confiadamente bajo la protección de las alas de su Hijo”.20

El paso benéfico de Jesús por este mundo (cfr. Hech 10,38) refleja su entrada en el seno y en el Corazón de María para comunicarse a todos. Así lo explica el Papa Inocencio III, glosando Lc 10,38 (entrada de Jesús en un pueblo o castillo): "En este espiritual castillo, que es la Madre de Dios, Virgen María, el muro exterior es la virginidad corporal, la torre interior es la humildad del corazón... Concibió en su Corazón al Verbo, que se hizo carne y habitó en ella".21

Los autores espirituales de todas las épocas han aplicado a María los “dolores de parto” junto a la cruz, simbolizados en la “espada” profetizada por Simeón: “Estaba la madre junto a la cruz del Hijo (cfr. Jn 19,25), sufriendo de verdad como si tuviera dolores de parto (se refiere a la espada de Simeón)... Pero ¿con qué título el discípulo que Jesús amaba es hijo de la madre del Señor y ella misma es madre suya? Esto es debido al hecho de que ella dio a luz sin dolor a quien es causa de la salvación de todos, puesto que concibió de su propia carne a Dios hecho hombre. Ahora en cambio da a luz con gran dolor mientras está junto a la cruz... (alude a la comparación usada por Jesús en la última cena: Jn 16,21-22)... Puesto que la beata Virgen junto a la cruz ha sufrido «dolores de parto» (Sal 47,7) y en la pasión de su Unigénito ha dado a luz a quien es la salvación de todos, ciertamente ella es madre de todos”.22

El hecho de que Jesús hiciera este encargo al discípulo “virgen” (como hemos visto en abundantes textos ya citados más arriba), indica también la invitación a vivir la actitud filial en “comunión” con ella: “«He aquí a tu Madre», podía haber sido dicho de cualquier otro discípulo... porque María es madre de todos. Pero es más hermoso que ella, como virgen, fuese confiada al discípulo virgen... «Y en aquel momento, el discípulo la tomó consigo» (Jn 19,27)... Él era de aquellos que habían dejado todo. La expresión «in sua» se ha usado para significar que ella, por cualquier circunstancia que ocurriera, formaba parte de aquella comunión de bienes en base a la cual se distribuía a cada uno según su propia necesidad”.23

A María Madre sólo se la puede encontrar junto a Cristo crucificado, es decir, compartiendo su vida con él: “Estaba junto a la Cruz de Jesús su madre. Quien desee encontrarla de verdad, que la busque allí... Con su muerte, él mereció que yo fuera su

20 EADMERO DE CANTERBURY (+1124), Pennoni, 136-137; TMSM, III, p.118. “Por esto ella es llamada Madre de misericordia, porque es por misericordia que fuimos adoptados como hijos suyos, cuando el Señor confió la Virgen a un virgen” (GERARDO DE LIEJA, sec. XIII, Las siete palabras de Cristo en la cruz; TMSM, IV, p.182).21 INOCENCIO III (+1216), Sermones 27-28: PL 217, 577, 583-584. Citado por H. MARÍN, El Corazón de María en el magisterio de la Iglesia (Madrid, Coculsa, 1960), p.18 y 186.22 RUPERTO DE DEUTZ (+1230): Comentario al evangelio de Juan, 13: PL 169, 789-790; TMSM, III, pp.138-140. Decía el Beato Pío IX: “Madre de dolores, esta madre que desea ardientemente ver multiplicado los hijos que amen a su Jesús” (cfr. TMSM, VI, p.676).23 Ídem, Comentario al evangelio de Juan, 13: PL 169, 789-790; TMSM, III, pp.138-140.

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hermano; por esto, oh Madre piadosa, non tengas a menos (no desdeñes) que yo sea tu hijo”.24

Cristo sigue señalando a María como Madre de todos, Madre de la humanidad : “«Mujer, he aquí a tu hijo», porque todo hombre que es mi hermano es también tu hijo. Y a este mi hermano, mostrándole oportunamente a mi madre que da a luz en el dolor de mi pasión y que está triste (cfr. Jn 16,21), le digo: «He aquí a tu madre»”.25

La nueva maternidad de María, como regalo de Jesús crucificado, es también “nuevo inicio de la Iglesia, en cuanto madre de los Apóstoles, a uno de los cuales le ha sido dicho: «He aquí a tu madre» (Jn 19,27)... En él, aquella bienaventurada madre, estando al pie de la Cruz, ha dado a luz a todos, cuando, sabiendo que su Unigénito sufría para liberarlos y para salvarlos, también su alma, traspasada por la espada de la compasión, era atormentada por los dolores de parto”.26

En la maternidad de María, los discípulos seguidores de Jesús encuentran un destello de su bondad consoladora: “Se te confía a ti y es tu madre... En verdad Jesús te amaba para destinarte a una semejante gracia. Este encargo fue para Juan una gran consolación, porque de la Madre de su Señor recibía tanto gozo casi como si se tratara de él”.27

La ternura materna del Corazón de María respecto a Jesús y a nosotros es como un resumen de toda su vida. Así lo describe San Juan de Ávila (1500-1569): "Como fue allí derramado el Espíritu Santo abundantemente en su corazón y entrañas, ámanos en gran manera, ámanos entrañablemente... como a hijos adoptivos nos tiene" (Sermón 32). "Mucha es la ternura de su Corazón maternal para con nosotros" (Sermón 68). De este "purísimo Corazón" brotó el canto del "Magníficat", porque el "altar de su Corazón ardía en honra de Dios", y tiene "muy amoroso y maternal Corazón" (Sermón 69). "Corazón de Madre tiene la Virgen contigo" (Sermón 71).28

24 ODÓN DE MORIMOND (+1161), Sacris erudiri, 13; TMSM,, III, p.307.25 GERHOH DE REICHERSBERG (+1169). Comentario a los Salmos, salmo 21: PL 193, 1014-1015. TMSM, III, p.336.26 Idem, La gloria y el honor del Hijo del hombre, 10, 1-3: PL 194, 1105-1106. TMSM, III, p.339.27 DIONISIO EL CARTUJANO (+1471), Exposición sobre el evangelio de Juan, cap.19, a. 46; TMSM, IV, p.653. En esta donación Jesús indica que se nos da él mismo, con todo lo que tiene: “Todo lo que Cristo trae consigo debe ser mío, puesto que él es mío. Si por tanto su nacimiento de una Virgen sin pecado y llena del Espíritu Santo me pertenece, también mi nacimiento debe originarse de una Virgen sin pecado... Así, pues, Eva, la primera madre, ya no es mi madre... Por tanto, a la madre de quien he nacido en pecado, debo oponer la madre María” (MARTÍN LUTERO, +1546, Martin Luthers Werke (Weimar, 1883s), 11,60; TMSM, V, p.189). “Justamente ella es nuestra madre” (ibídem, 29,243).28 En la maternidad de María se nos hace patente y cercana la salvación ofrecida por Cristo: “Cuando él dijo a San Juan al pie de la cruz «he aquí a tu madre», en nombre de todos dijo; allí entramos todos los cristianos. Danos Dios a su Madre por madre; agradezcámoslo. Si esto hiciereis, si pusiereis al Hijo delante del Padre y a la Madre delante del Hijo, gran señal tenéis de salvación” (SAN JUAN DE ÁVILA, Sermón 63, 569ss).

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Cuando Jesús dijo a María “ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26), fue “como si le dijera, he aquí al hombre que, como fruto de la ofrenda que tú haces de mi vida para su salvación, ya nace a la gracia… María se convirtió en madre no sólo de San Juan, sino de todos los hombres”.29

La maternidad espiritual de María es expresión de su realidad de “nueva Eva”: “Jesús desde lo alto de la cruz ha revelado una verdad importantísima para la salvación eterna… Jesús ha querido esperar el día en que la Virgen, al pie de la cruz, aparecería con toda su realidad de madre, sacrificando para nuestra salvación a su divino primogénito… María era consciente de ser la nueva Eva”.30

Los santos han vivido y presentado la maternidad espiritual de María desde su propia experiencia sobre su misericordia. Así lo explicaba el Santo Cura de Ars (1786-1859): "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió... En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos... El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón... El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas no son más que un pedazo de hielo al lado suyo... El corazón de la Santísima Virgen es la fuente de la que Jesús tomó la sangre con que nos rescató".31

Es maternidad que enseña a transformar los sufrimientos en donación fecunda y misionera, como afirma Santa Teresa de Lisieux, Patrona de las misiones: "Te me apareces, Virgen, en la sombría cumbre del Calvario, de pie junto a la cruz... ¡Oh Reina de los mártires, quedando en el destierro, prodigas por nosotros toda la sangre virginal y pura de tu sublime corazón de madre!" (Poesía 44). "Vivir contigo quiero, Madre amada... de tu inmenso corazón descubro los abismos de amor. Tu maternal mirada desvanece mis miedos, y me enseña a llorar, y me enseña a reír" (Poesía 44).32

Pío XII se refirió con frecuencia al “Corazón maternal y compasivo” de María, como “la madre de familia, que abraza con su mirada, que aprieta contra su Corazón a su querida descendencia" (Alocución 22 mayo 1952). "Aquel maternal Corazón que, juntamente con el Corazón suavísimo de su Hijo, palpitó ardentísimamente".33

29 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO (+1787), Las Glorias de María, cap.2; TMSM, VI, p. 304).30 Bto. GUILLLERMO JOSÉ CHAMINADE (+1850), Textos marianos, TMSM, VI, pp.430-431.31 Ver estos y otros textos en: R. FOURREY, Jean Marie Vianney, Curé d'Ars. Vie authentique (Paris, Mappus, 1981); B. NODET, Jean Marie Vianney, Curé d'Ars, sa pensée, con coeur (Paris, Mappus, 1958); F. TROCHU, El espíritu del Cura de Ars (Barcelona 1931).32 Ver textos en: SANTA TERESA DE LISIEUX (+1897), Obras completas (Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1989), poesías.33 PÍO XII, Carta Apostólica Novissimo universarum, 1 mayo 1947: AAS 40 (1948) 492. “María tiene Corazón maternal para con todos los miembros del mismo augusto Cuerpo" (Const. Apost. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950, en la definición del dogma de la Asunción: AAS 42, 1950, p.753).

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La nueva maternidad de María se fue realizando a través de “gestos silenciosos” que resumían todo su amor materno hacia Jesús y hacia su obra redentora, culminando en la cruz y en el Cenáculo: “No puede ser más que una mujer que ama. Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran los esposos, y lo hace presente a Jesús. Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cfr. Jn 2, 4; 13, 1). Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cfr. Hech 1, 14)” (DCe 41).

Así lo han comprendido los creyentes de todas las épocas y de todas las culturas: “A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad; experimentan el amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón” (DCe 42).

María continúa ejerciendo su maternidad, como misión permanente en la Iglesia y en el mundo: “Recibiste entonces la palabra: « Mujer, ahí tienes a tu hijo » (Jn 19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo... La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cfr. Hech 1,14), que recibieron el día de Pentecostés” (Spe Salvi, 50).

3.- La Iglesia,” madre nuestra” (LG 6; cfr. Gal 4,26)

La comunidad eclesial, representada por el “discípulo amado”, recibió a María como Madre y como modelo de maternidad. De ella se aprende a recibir el Verbo (la Palabra personal y definitiva del Padre) hasta el fondo del corazón (criterios o modos de pensar, escala de valores o motivaciones, actitudes o decisiones). De esta recepción contemplativa y comprometida nace la capacidad de transmitirla al corazón de toda la humanidad.

La aceptación de Cristo, nacido de María, presente y transmitido por la Iglesia, manifiesta a la misma Iglesia como instrumento de la vida en Cristo. En este sentido, ya “no puede tener a Dios por Padre, quien no tiene a la Iglesia como madre”.34

Recibir la Palabra en el corazón equivale a contemplar los contenidos evangélicos de corazón a corazón, como el discípulo amado, bajo la acción del Espíritu Santo: "Los Evangelios son las primicias de toda la Escritura, y el Evangelio de Juan es el primero

34 SAN CIPRIANO (+258), La piedad de la Iglesia católica, 4.

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de los Evangelios; ninguno puede percibir el significado si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido a María como Madre".35

La maternidad de María es figura e icono que precede y personifica la maternidad de la Iglesia: “En el misterio de la Iglesia que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre” (LG 63). Por esto, “la Iglesia, contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, también ella es hecha Madre por la palabra de Dios fielmente recibida” (LG 64)

Esta maternidad eclesial, modelada en la figura de María, tiene las características de una dimensión cristológica (por recibir transmitir a Cristo), pneumatológica (por ser bajo el influjo del Espíritu Santo) y misionera (por el anuncio y comunicación de los bienes de salvación). Es maternidad que debe expresarse en “afecto materno” imitado de María: “También en su obra apostólica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres” (LG 65; cfr. RMi 92)

El ejemplo de Juan, de recibir a María “en su casa” o “entre sus cosas propias”, indica una “comunión de vida” familiar y comprometida: “Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, « acoge entre sus cosas propias » a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su « yo » humano y cristiano” (RMa 45). La “acogida” por parte de Juan “equivale a una convivencia familiar, que puede traducirse por comunión de vida” (ibídem).36

Precisamente la relación de “la plenitud de los tiempos” (Gal 4,4) con la maternidad de María, deja entrever que “llega a cumplimiento la esperanza de los pobres y el deseo de salvación. La Virgen de Nazaret tuvo una misión única en la historia de salvación, concibiendo, educando y acompañado a su hijo hasta su sacrificio definitivo. Desde la cruz, Jesucristo confió a sus discípulos, representados por Juan, el don de la maternidad de María, que brota directamente de la hora pascual de Cristo: «Y desde aquel momento el discípulo la recibió como suya» (Jn 19,27)” (Aparecida 267). Pero esta realidad encuentra su continuación en el Cenáculo de Pentecostés: “Perseverando junto a los apóstoles a la espera del Espíritu (cfr. Hech 1,13-14), cooperó con el nacimiento de la Iglesia misionera, imprimiéndole un sello mariano que la identifica hondamente” (Aparecida 267).

La maternidad de María precede y personifica la maternidad de la Iglesia, como nueva Jerusalén “de arriba” (Gal 4,26). En san Mateo, la narración sobre los Magos que 35 ORÍGENES (+254), Comentario al evangelio de Juan., 1,6: PG 14, 31; citado en RMa 23, nota 47.36 Redemptoris Mater (de Juan Pablo II) cita a San Agustín en la nota 130 de este número 45: “La tomó consigo, no en sus heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que atendía con premura” (SAN AGUSTÍN, Comentario al evangelio de Juan. Trat.. 119, 3: CCL 36, 659). Ver una afirmación parecida de Ruperto de Deutz en el apartado 2 del presente capítulo.

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proceden de otros pueblos y que siguen la estrella hasta encontrar al Mesías (cfr. Mt 2,1-11), parece inspirarse en Isaías 60,1-6, que describe a Jerusalén como madre de todos los pueblos: “Levántate, Jerusalén, vístete de luz”... (Is 60,1-6; cfr. cap. 11; Zac 2,14-15; Sal 72,10-11).37

La Iglesia madre, como “Jerusalén de arriba” (Gal 4,26), queda prefigurada en María, “la mujer” que procede del nuevo Adán (cfr. Gen 23; 1Cor 5,45). María es, pues, el icono o figura (Tipo) de la nueva comunidad (la Iglesia) que procede del costado de Cristo Esposo “dormido” (muerto) en la cruz.

María queda integrada, siempre como “Madre de Jesús”, en la nueva familia constituida por el mismo Señor: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). La aceptación de este nuevo reto, por parte de María, la integra más hondamente en la comunidad o familia del resucitado, que él llamó cariñosamente “mi Iglesia” (Mt 16,18), “mis hermanos” (Jn 20,), “mis ovejas” (Jn 10,14.17; 21,16). María tiene la misión de realizar esta fraternidad en comunión eclesial.

La “nueva familia” para María será, pues, el mismo Jesús “en medio” de los hermanos (cfr. Mt 18,20). En la cruz, Jesús quiso mostrar que había llegado “la hora de la Madre”, que se prolongará “en el momento de Pentecostés” cuando los discípulos “se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cfr. Hech 1, 14)” (DCe 41).

La “presencia activa y ejemplar” (RMa 1) de María en la vida de la Iglesia es esencialmente “materna” (RMa 24). Está presente en el camino eclesial para ayudar a unificar el corazón de toda la comunidad a partir de la contemplación de la Palabra (bajo la acción del Espíritu Santo), de la celebración de la Eucaristía y de la construcción de una comunidad de caridad, reflejo de la Trinidad de Dios Amor. Es un camino de maternidad “escatológica” hacia “el nuevo cielo y la nueva tierra” (Apoc 21,1).

La maternidad mariana y la maternidad eclesial se relacionan y postulan mutuamente. María es “Madre por medio de la Iglesia” (RMa 24; cfr. LG 65) y “la Iglesia aprende de ella su propia maternidad” (RMa 43; cfr. LG 62-65). Ambas se necesitan mutuamente.

Así se pueden entender los “dolores de parto” (Gal 4,19; Jn 16,21-23) como una maternidad “para formar a Cristo” en los demás (Gal 4,19), como un encargo (“ahí tienes a tu hijo”) recibido por María como figura de la Iglesia (cfr. Jn 19,25-27). María recibe en filiación al Pueblo de la Nueva Alianza y, al mismo tiempo, lo personifica.

La Iglesia, en cada creyente y en cada comunidad, es una historia de la maternidad permanente de María, que “perdura sin cesar” (LG 62) como “influjo salvífico” (LG 60). “Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la eterna salvación” (LG 62).37 A. SERRA, E c'era la Madre di Gesù... saggi di esegesi biblico-mariana (1978-1988) (Roma, Marianum, 1989), cap. VII (Mt 2,11).

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Los santuarios marianos son una expresión privilegiada de esta realidad materna afectiva y efectiva de María, especialmente por el anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos y año litúrgico, así como por los servicios de caridad y signos de comunión. El evangelio llega al corazón de un pueblo, en su cultura y tradiciones. Entonces en María encontramos "el tacto singular de su corazón materno, su sensibilidad peculiar, su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre" (Dives in Misericordia 9).

La maternidad de María, como figura de la maternidad de la Iglesia es "el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión" (Puebla, 282). La Iglesia se siente, en cierto modo, identificada con la Eucaristía, como “pan partido”, “el verdadero cuerpo nacido de María Virgen” (EdE 62).

En encargo recibido de Jesús (“ahí tienes a tu Madre”) comporta una “entrega filial respecto a la Madre de Dios”. Efectivamente, “así el cristiano, trata de entrar en el radio de acción de aquella « caridad materna », con la que la Madre del Redentor « cuida de los hermanos de su Hijo » (LG 62) «a cuya generación y educación coopera » (LG 63) según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de María a los pies de la Cruz y en el cenáculo” (RMa 45).

Ficha de meditación y trabajo:

El camino mariano de la Lectio Divina y del discipulado: camino de nueva maternidad apostólica

La nueva maternidad de María y de la Iglesia como recepción de la Palabra:

“Mi Madre... quien escucha la Palabra” (Lc 8,21). Nueva maternidad: “Recibiste entonces la palabra: « Mujer, ahí tienes a tu hijo » (Jn 19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo” (Spe Salvi 50).

Lc 2,19.33.51. Escucha de la Palabra en lo más hondo del corazón: apertura, cuestionamiento, petición, unión con la voluntad de Dios. "Silencio lleno": aceptar su presencia amorosa en nuestra pobreza.

María “mujer del silencio y de la escucha" (TMA 48). Magníficat: "la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). Es “solecncio” de alabanza, gratitud, adoración, donación.

La nueva maternidad de María y de la Iglesia como comunicación de la Palabra:

Madre de la Iglesia, modelo, medianera-intercesora, Maestra...Presencia activa y materna, "influjo salvífico" (LG 60)María, "Estrella de la nueva evangelización... aurora luminosa y guía segura de nuestro camino" (NMi 58).

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El "amor materno" de María-Iglesia: LG 65; RMi 92; Jn 16,21ss.Iglesia: "Signo e instrumento de la unidad de todo el género humano" (LG 1). "Encontraron al niño con su Madre" (Mt 2,11) (María-Iglesia, la nueva Jersalén llena de luz).

Jn 19,25-27. María, "Estrella", "Aurora". Fecundidad apostólica y maternidad.Relación entre Anunciación y Pentecostés, Iglesia Madre y misionera: AG 4.María, "Madre por medio de la Iglesia" (RMa 24, LG 65)."La Iglesia aprende de ella su propia maternidad" (RMa 43)."Influjo salvífico" (LG 60). Virgen-Madre (LG 64-65)."Con María y como María" (RMi 92).

La misión de la Iglesia como nueva maternidad en el Espíritu Santo:

"Maternidad según el Espíritu" (RMa 70; cfr. RMi 70, 92; AG 4).Misión y maternidad eclesial y mariana. Lc 1,38; Jn 2,12Santidad: "Perfección de la caridad" (LG 40)María: modelo y ayuda, en el camino de la relación con Cristo, imitación, transformación, seguimiento esponsal de Cristo, en la fidelidad al Espíritu Santo.Actitudes marianas del apóstol: fidelidad (a la Palabra, al Espíritu Santo), asociación esponsal a Cristo, oblación, esperanza."Dócil a la voz del Espíritu... se dejó guiar en toda su existencia" (TMA 48)"La mujer" (Jn 2 y 19). "Se asoció... consintió en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).

Maternidad mariana y eclesial, camino de fe vivida:

Lc 1,45 (María); Jn 2,11 (los discípulos). Adhesión a la persona de Cristo, encuentro, relación...Pensar como Jesús, moldeados por la Palabra viviente..."Conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88)María "modelo de fe vivida" (TMA 43). "Espiritualidad mariana" = "imitar su vida de fe" (RMa 48).Discípula y hermana. "Tipo y ejemplar" (LG 53), Maestra, guía..."La noche de la fe" (RMa 18) también para ella."La Iglesia venera en Maria la realización más pura de la fe" (CEC 149)..“Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana, María, con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos... Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre. Alcanzó, así, a estar al pie de la cruz en una comunión profunda, para entrar plenamente en el misterio de la Alianza” (Aparecida 266).

El proceso de inculturación como proceso de maternidad misionera eclesial:

Un proceso análogo de “encarnación” del Verbo en las culturas de los pueblos.

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Inserción con amor de donación (“el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”: Jn 1,14).Purificación y “nuevo nacimiento” (Jn 3,3).Llevar a “plenitud o “cumplimiento” (Mt 5,17).María: "Madre de los hombres... todas las familias de los pueblos" (LG 69)Presencia familiar, activa y materna, en "comunión de vida" (RMa 45)"María está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), en el corazón de los pueblos.María e Iglesia, memoria de la misericordia (VS 118-120)

Los santuarios marianos como “memoria” de la Iglesia peregrina en la fe vivida, celebrada, anunciada:

La Iglesia madre, en relación con los santuarios: liturgia y piedad popular, proceso de inculturación histórica.Construir con Ella la “comunión” eclesial: "un solo corazón, una sola alma" (Hech 4,32; cfr. Hech 1,14).Madre de la unidad, bajo la acción del Espíritu Santo.Lo que es común: vida, fe, vocación especifica..., para compartir.Lo que es diferente (gracias peculiares): complemento, purificación, servicio.

Actitud mariana de la Iglesia: relacional, contemplativa, imitativa, celebrativa, vivencial, misionera.Memoria de la misericordia, Iglesia madre de misericordia (VS 118-120)

Santuarios marianos: “memoria” de la presencia activa y de la acogida materna de María. Memoria celebrativa de la presencia operante y materna de María, memora de la Iglesia madre de misericordia, memoria celebrativa de la fe, contemplación, perfección, comunión y misión. Cfr. Aparecida 269).

Para lectura y estudio:

I. BENGOECHEA, María, Madre de la Iglesia, en el Nuevo Catecismo, Estudios Marianos 59 (1994) 149-169.

J. ESQUERDA BIFET, La maternidad espiritual de Maria en el capitulo VIII de la constitución sobre la Iglesia del Vaticano II, Ephem. Mariologicae 16 (1966) 95-138.

M. LLAMERA, Maria, Madre de los hombres y de la Iglesia, en: Enciclopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa, 1975) 401-414.

M. PONCE, María, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia (Barcelona, Herder, 1996)

Nota: Ver otros estudios citados en la bibliografía inicial de la presente publicación (sobre la Lectio Divina, el Discipulado, el Corazón de María).

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