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CONMEMORACIÓN DEL IV CENTENARIO DE LA MUERTE DE SHAKESPEARE. GROSSE KOMISCHE OPER EN DOS ACTOS. ESTRENADA EN EL STADTTHEATER DE MAGDEBURGO, EL 29 DE MARZO DE 1836. ESTRENO EN EL TEATRO REAL. NUEVA PRODUCCIÓN DEL TEATRO REAL EN COPRODUCCIÓN CON LA ROYAL OPERA HOUSE COVENT GARDEN DE LONDRES

Director musical: Ivor BoltonDirector de escena: Kasper HoltenEscenógrafo y figurinista: Steffen AarfingCoreógrafa: Signe FabriciusDiseñador de video: Luke HallsIluminador: Bruno PoetDirector del coro: Andrés Máspero

Friedrich: Christopher Maltman (19, 22. 25, 28 de febrero, 3, 5 de marzo) James Rutherford (27 de febrero, 1, 4 de marzo)Lucio: Andrew Stapels (19, 22. 25, 28 de febrero, 3, 5 de marzo) Peter Lodahl (27 de febrero, 1, 4 de marzo)Claudio: Bernard RichterAntonio: David AlegretAngelo: David JerusalemIsabella: Manuela Uhl (19, 22. 25, 28 de febrero, 3, 5 de marzo) Sonja Gornik (27 de febrero, 1, 4 de marzo)Mariana: María MiróBrighella: Ante Jerkunica (19, 22. 25, 28 de febrero, 3, 5 de marzo) Martín Winkler (27 de febrero, 1, 4 de marzo)Danieli: Isaac GalánDorella: María HinojosaPontio Pilato: Francisco Vas

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real

19, 22, 25, 27, 28 de febrero, 1, 3, 4, 5 de marzo de 201620:00 horas; domingos, 18:00 horasSalida a la venta al público 20 de octubre de 2015

La prohibición de amar o la novicia de Palermo

Richard Wagner (1813-1883)

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Argumento

Das Liebesbot (La prohibición de amar) Fernando Fraga

Acto I

Obertura (nº 1)

Siglo XVI. En Palermo, Sicilia, en un ba-rrio donde se multiplican los lugares dedicados al placer, se hacen los preparativos para celebrar las fiestas del Carnaval. Sin embargo, más que la dicha por tales festejos reina en la calle una gran agitación ya que algunos defensores del orden es-tán irrumpiendo en todas las tabernas o en cual-quier lugar de parecidos esparcimientos para im-pedir que tengan lugar dichas celebraciones.

Brighella, uno de los jefes de la policía, aca-ba de detener a Dorella en compañía de Danieli el dueño de la taberna donde la muchacha servía allí las consumiciones. Brighella explica que la medida se debe a un edicto del gobernador Frie-drich que se ha hecho cargo del mando de la isla en ausencia del rey. En la citada orden se prohíbe diversión de cualquier tipo, incluida sobre todo la amorosa. La pena por su incumplimiento es la muerte.

No se trata de una broma: el joven noble Claudio acaba de ser también arrestado bajo la acusación de hallarse en flagrante delito de “di-versión amorosa”. Conducido a prisión deberá ser ejecutado a la mañana siguiente. Como Claudio conoce la inflexible actitud del gobernador quien jamás se vuelve atrás de sus decisiones, ruega a su

amigo Luzio que acuda al convento donde vive en retiro su hermana Isabella para que esta tra-te de conseguir su perdón y la posterior libertad (N.º 2. Introducción).

Isabella y Mariana, amigas desde la infan-cia, llevan en el convento de Santa Isabel una vida piadosa, alejadas de los peligros del mundo. Mariana confiesa a su amiga Isabella que es la esposa del gobernador, el cual se ha desentendi-do de ella al estar únicamente interesado por sus ambiciones políticas. De ahí proviene la causa de su retiro conventual.

Isabella se indigna y medita la posibilidad de resarcir a su amiga de tal ultraje, un agravio que se extiende a todas las mujeres en general y que pide, en consecuencia, una venganza adecua-da (N.º 3. Dúo Isabella y Mariana con coro).

Luzio hace saber a Isabella el destino que aguarda a su hermano. La emoción hace que el velo que ocultaba púdicamente su rostro caiga al suelo, quedando el muchacho extasiado ante la belleza de la novicia y rogándola de improvi-so que abandone los hábitos y se convierta en su esposa. Isabella rechaza en principio semejante atrevimiento pero le pide ayuda para liberar a su hermano (N.º 4. Dúo de Isabella y Luzio).

En una sala del palacio del gobernador se va a celebrar el juicio y es Brighella el encargado de llevarlo a cabo. Comienza el interrogatorio a

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Poncio Pilato, otro empleado del negocio de Da-nieli, cuyas respuestas ponen en un verdadero aprieto al improvisado juez. Brighella se encuen-tra todavía más despistado cuando interroga a la muy desenvuelta Dorella, quien antaño había sido criada de confianza de Isabella. Confusión general que va poco a poco en aumento hasta que una multitud desorganizada exige que se la permita entrar y participar en los acontecimien-tos (N.º 5. Aria, dúo, terceto de Brighella, Poncio Pilato y Dorella y conjunto).

Estando así la situación es cuando aparece Friedrich en compañía de su séquito. Tras impo-ner silencio se niega a la petición de Antonio, otro joven de la nobleza local, para festejar las acos-tumbradas fiestas de carnaval. Al contrario, está decidido tajantemente a controlar el tempera-mento ardiente de los sicilianos imponiendo que se cumpla a rajatabla el nuevo edicto. De hecho se dispone ya a confirmar la condena a muerte de Claudio.

De improviso hace acto de presencia Isa-bella seguida de Luzio. Friedrich se niega a tener en cuenta sus palabras pero cuando Isabella le re-procha que tenga miedo de una mujer, accede a escucharla en privado. Isabella, finalmente, acaba por derrotar la intransigencia del gobernador que consiente en perdonar a Claudio con la siguiente condición: el hermano será puesto en libertad si Isabella alcanza a de demostrarle que el crimen por él cometido es tan encantador como se dice y ella también asegura. En concreto y sin tapujos: salvará la vida del hermano a cambio de una no-che en su compañía.

Isabella, confusa y luego indignada, se vuel-ve hacia la multitud de nuevo reunida acusando a Friedrich de hipócrita. El gobernador la desani-ma: nadie de los presentes se atreverá a dar fe a lo que está diciendo.

En su fuero interno, se le ocurre a Isabella una solución. Promete someterse a todas las exi-gencias de Friedrich. Al mismo tiempo, sin que llegue a oídos del gobernador, anuncia que va a organizar una gran burla que va a conseguir para todos la libertad que están deseando Nadie sabe qué va a ocurrir y en medio de esta nueva confu-sión acaba el acto (N.º 6. Final I).

Acto II

En el jardín de la prisión, a Claudio no le queda otra alternativa que la de lamentarse de la situación en que se encuentra. Llega Isabella y le hace partícipe de las deshonestas proposiciones de las que ha sido objeto por parte del goberna-dor. La reacción de Claudio es bastante egoísta, pues es capaz de aceptar el deshonor de la herma-na por conservar la vida.

Isabella un tanto ofendida por la reacción del hermano, no le da cuenta de sus planes con-fiándole el cuidado a Poncio Pilato a quien, entre tanto, le habían nombrado guardián del prisione-ro (N.º 7. Dúo de Claudio e Isabella).

El plan de Isabella es el siguiente: pide a Mariana que acuda en su lugar, enmascarada, a la cita fijada esa noche por Friedrich. Por su parte, Friedrich recibirá un escrito donde se le cita a una de las tabernas cerradas por su edic-to a la que deberá acudir también disfrazado. La

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criadita Dorella será la encargada de hacer llegar estos mensajes (N.º 8. Escena y recitativo de Isa-bella y Dorella).

Llega Luzio y, sabedor de que Isabella ha aceptado las condiciones impuestas por el gober-nador, jura que evitará a toda costa la infamia que está a punto de abatirse sobre la joven que ama (N.º 9. Terceto de Luzio, Isabella y Dorella).

En sus aposentos palaciegos, Friedrich se halla vapuleado por un molesto conflicto inte-rior: por un lado se tienta por dejarse llevar de su atracción hacia Isabella; por otro, debe cumplir rigurosamente la ley por él mismo dictada. Toma finalmente una decisión heroica: se entregará a los placeres del amor y luego morirá en compañía de Claudio (N.º 10. Escena y aria de Friedrich).

Dorella por su parte ha logrado despertar el interés de Brighella y, para sacar partido de ello, le da una cita para esa misma noche a la que deberá acudir disfrazado de Pierrot.

En una de las calles de Palermo reina de nuevo la agitación. Antonio y Angelo, amigos de Claudio, junto al tabernero Danieli, hacien-do caso omiso de la prohibición gubernamental, cantan en compañía del pueblo las glorias del carnaval. Su estribillo es: “El que en este día no quiera reír y cantar, merece que le claven un puñal en el corazón”.

La reacción no tarda en llegar; Brighella al mando de un batallón de esbirros pone fin a la gozosa manifestación. La multitud ha de disper-sarse.

Brighella disfrazado de Pierrot parte en bus-ca de Dorella tal como han convenido. Al mismo tiempo Isabella y Mariana acuden también a la cita fijada vestidas con idéntico disfraz. Friedrich, igualmente disfrazado, cree reconocer en Maria-na al objeto de sus intenciones: Isabella. Va en su persecución y cuando Luzio que le ha seguido al haberlo reconocido va tras sus pasos es Dorella quien se lo impide. Isabella y Brighella, cada uno por su lado, observan la discusión entablada entre Dorella y Luzio.

Entonces se presenta Poncio Pilato para, según ha convenido con la muchacha, aportarle a Isabella una orden de arresto firmada por Friedri-ch. Isabella la rompe y convoca a la multitud para revelarle la conducta ignominiosa del gobernador, quien por un lado acusa a otros de los mismos actos que él está realizando. Luzio, por su lado, arenga también al populacho para conseguir que la confusión y el desorden sean completos.

Poncio Pilato, imbuido en su tarea de que el reglamento ha de cumplirse a rajatabla, ha de-tenido a un desconocido. Se trata del gobernador oculto bajo su disfraz. En medio del enorme al-boroto, cuando se revela su identidad, Friedrich encuentra rápidamente una solución que evita su humillación pública. Dice: “Según mi propia ley debéis juzgarme”.

Pero la multitud tiene otra respuesta: “No-sotros para ser más clementes, abolimos esa ley”.

Claudio es de inmediato puesto en liber-tad. Isabella, una vez cumplida su misión, quiere retornar al convento, aunque su amor por Luzio

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sea un fuerte impedimento para ello. Al mismo tiempo, Brighella y Dorella afirman su decisión de casarse.

Angelo impone silencio anunciando el re-torno del rey que esa misma noche estará en Pa-lermo. Para dar realce al recibimiento se organiza

un esplendoroso desfile de carnaval presidido por

Freidrich y Mariana. Porque el rey, como asegu-

ra Luzio, sabe apreciar la alegría de su pueblo y

le gustan las gentes que se divierten mucho más

que el que se cumplan unas molestas y antipopu-

lares leyes (N.º 11. Final II).

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Das Liebesverbot Wagner, lo alemán y el amor libre: la ópera como arma política

Miguel Ángel Gonzalez Barrio

“Tenía entonces veintiún años, estaba inclinado hacia las diversiones de la vida y tenía una imagen feliz del mundo. Ardinghello y La joven Europa llenaban cada fibra de mi ser. Alemania me parecía una ínfima parte

del mundo.” (Ensayo autobiográfico, 1843)

El 10 de junio de 1834 apareció en el Pe-riódico para el mundo elegante (Zeitung für die elegante Welt), semanario editado por el escri-tor, periodista y administrador teatral Heinrich Laube, un breve artículo titulado Sobre la ópera alemana. Aunque se publicó sin firma, fue el pri-mer escrito publicado de Richard Wagner, que rápidamente devino en grafómano impenitente. En él, el joven director de coros en Wurzburgo arremetía contra la erudición y la pedantería teutonas, “la fuente de todos los males alema-nes”, y atacaba el Euryanthe de Carl Maria von Weber, con su abuso de la declamación, como epítome de la “profundidad alemana”. Wagner, un nietzscheano avant la lettre, volvería a expre-sar la misma idea tres años más tarde, en su en-sayo Bellini, de un modo más gráfico y sucinto: “¡Cantad, cantad y volved a cantar, alemanes!”. La melodía de los italianos (con Bellini a la ca-beza) como antídoto necesario contra el estéril academicismo alemán. La ópera alemana debía prepararse para aprender de los italianos (y de los franceses, iluminados por Gluck, ¡un alemán!), de su economía de medios y su gusto por las

melodías límpidas, fuertes, vibrantes y con carác-ter, si quería alcanzar su verdadera grandeza. Sobre la ópera alemana terminaba con una afirmación premonitoria: “Debemos aprehender los nuevos tiempos, y tratar de cultivar sus nuevas formas; y aquel que no escriba en italiano ni en francés —ni tampoco en alemán-, será el maestro.”

El Periódico para el mundo elegante era el órgano de comunicación del movimiento La Jo-ven Alemania (Junges Deutschland), un grupo de escritores de la generación del “Antemarzo”1, que se consideraba heredero del espíritu del Sturm und Drang, entre los que se contaban el propio Laube, Karl Gutzkow, Heinrich Heine, Georg Herwegh, todos ellos amigos o conocidos de Wag-ner, y Georg Büchner, el autor de Woyzeck. Los jóvenes alemanes propugnaban la regeneración total de Alemania tras las humillaciones sufridas en las guerras napoleónicas, y la sustitución de los fosilizados miniestados autoritarios por repú-blicas democráticas. Veían burgués y conservador el romanticismo de E.T.A. Hoffmann y Weber, y consideraban a Goethe y Mozart prerrevoluciona-rios antediluvianos. No es casual que, en este am-biente altamente politizado y de exaltación del poder transgresor de una juventud que ansiaba

1 El Vormärz, periodo comprendido entre el Congreso

de Viena (1815) y la revolución de 1848.

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cambios sociales, los jóvenes alemanes elevasen a los altares el amor libre como algo subversivo. Encontraron inspiración en la novela Ardinghello y las islas afortunadas (1787), de Heinrich Hein-se. El hedonista y amoral Ardinghello es un hom-bre universal, un espíritu renacentista, defensor del amor libre. Después de múltiples aventuras, se instala con sus seguidores en las islas griegas de Naxos y Paros, donde prohíben la propiedad privada. Publicada en 1833, la obra de Laube Los poetas, primera novela de la trilogía La joven Europa (Das junge Europa), daba otra vuelta de tuerca al asunto, al propugnar la libertad en los terrenos político, religioso y sexual como aspectos inseparables de una visión idealista de la vida. En el explosivo cóctel se incluían la liberación de la mujer y la igualdad de derechos para los judíos. El arte alemán debía impregnarse de esta liber-tad, de esta sensualidad, desviar la mirada de los modelos alemanes (Weber en la ópera) para po-sarla en el sensacionalismo de la ópera francesa y el abandono hedonista y el lirismo sensual de la ópera italiana.

Bajo la duradera impresión que le causó la actuación de Wilhelmine Schröder-Devrient en una representación de Capuletos y Montescos de Bellini en Leipzig, el verano de 1834 Wagner y su amigo Theodor Apel disfrutaron unas vaca-ciones en Bohemia, en las que procuraron seguir fielmente el modo de vida preconizado por los jóvenes alemanes: buena comida, buen vino, co-modidades y sesudas discusiones intelectuales en su habitación de la primera planta del hotel Rey de Prusia, que inquietaban a los otros clientes del hotel, que escuchaban alarmados y se congrega-

ban bajo su ventana. Con este excitado estado de ánimo, y en el espíritu de las dos novelas mencio-nadas, escribió Wagner el esbozo en prosa de su segunda ópera, La prohibición de amar, o La novi-cia de Palermo, basada en Medida por medida, de William Shakespeare. En la obra teatral, el Du-que de Viena deja temporalmente el gobierno de la ciudad a cargo de un estricto magistrado local. Este último toma medidas drásticas ante el com-portamiento licencioso de la juventud de la ciu-dad, pero más tarde, subrepticiamente, sucumbe a los mismos “vicios” que prohíbe a los demás. En Medida por medida, Shakespeare examina las tensiones entre libertinaje y responsabilidad, vir-tud e hipocresía: “Algunos ascienden gracias al pecado, y otros por su virtud caen”. El conflicto se resuelve, con final feliz, con el retorno del Du-que. Wagner trasladó la acción a la soleada Sicilia y escogió como blanco de sus afilados dardos no ya el puritanismo hipócrita (que también), sino la moral burguesa en su conjunto. Como no, en La prohibición de amar el conflicto se resuelve mediante una revuelta popular, disfrazada, eso sí, de commedia dell’arte. El cambio respecto al mo-delo shakespeareano fue enfatizado por Wagner en Una comunicación a mis amigos (Eine Mitte-ilung an meine Freunde, 1851). Es la primera y la última de las obras escénicas de Wagner que fun-cionan sin un héroe. Para colmo, en el carácter del gazmoño gobernador Friedrich expone a un ale-mán al escarnio público. La “frivolidad” tan poco alemana de La prohibición de amar (subtitulada Gran Ópera Cómica), siguió a la “seriedad sacra” de Las hadas, su primera ópera (Gran Ópera Ro-mántica). ¿Un Wagner bufo? Pues sí, mas no por mucho tiempo. El Wagner posterior a El holandés

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errante desdeñaría el tono frívolo. El amor libre reaparecía en clave trágica, en particular en el destino de los hermanos Siegmund y Sieglinde, los malhadados hijos de Wälse.

La prohibición de amar avanzó con rapi-dez. Entre agosto y diciembre de 1834 Wag-ner escribió el libreto. La composición le llevó todo 1835, año del estreno de La judía, de Ja-cques Fromental Halévy, y de la titularidad de Felix Mendelssohn al frente de la Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. La partitura estuvo lista a comienzos de 1836. Una diligencia sor-prendente, habida cuenta de los nuevos com-

promisos profesiona-les y la agitada vida del

joven director y compositor en ciernes, que en agosto de 1834

debutó con Don Giovanni en Bad Lau-chstädt como director de la compañía de

ópera itinerante de Heinrich Bethmann, con sede en Magdeburgo. Allí conoció a Minna Planer, quien pronto se convertiría en su espo-sa, y tuvo mucho que ver en el hecho de que Wagner aceptase un puesto en una pobre com-pañía de provincias, cuyos cantantes eran con-tratados y despedidos con escasa anticipación. A su cargo estaba aportar algo del glamour de la Ópera de París descrito en términos entu-siastas en las páginas de arte de los periódicos alemanes de la época. “Ensayar y dirigir esas deslavazadas óperas francesas, con la picante lascivia de sus efectos orquestales, a menudo me proporcionaba un placer infantil”, recorda-ría Wagner vívidamente en Una comunicación a mis amigos. La intención de Wagner al escri-bir su nueva ópera fue sonar moderno y ele-gantemente cosmopolita. En Las hadas había

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intentado imitar2 a sus modelos en la ópera ro-mántica alemana, Spohr, Weber y Marschner. Mientras trabajaba en La prohibición de amar, se sintió fascinado por La muda de Portici de Daniel-Françoise Esprit Auber y Capuletos y Montescos de Bellini. Todo, las ideas de los jóvenes alemanes, su experiencia en el teatro, apuntaba en la misma dirección, la búsqueda de influencias refrescantes y revitalizadoras en otras escuelas.

Hay algunos ejemplos evidentes que reve-lan estas influencias francesas e italianas, respon-sables de la “parpadeante, cosquilleante agita-ción”, que años más tarde Wagner asoció con la partitura3. Sin ir más lejos, la Obertura, inspirada claramente en la Obertura de Zampa, ópera de Ferdinand Hérold. El comienzo animado y bri-llante, de aire festivo, con exótica percusión, in-terrumpido por solemnes interjecciones admoni-torias, parece calcado. En el final del primer acto, tan largo y prolijo que cae inintencionadamente en la (auto)parodia, encontramos un Wagner atí-pico, en clave bufa, en un espléndido y delicioso giro, lleno de gracia, en el que se percibe cómo se cuela la influencia de Rossini. Pese a la relati-va inexperiencia, no se trata de imitaciones bur-das y carentes de gusto. Ya desde sus comienzos, Wagner mostró una rara habilidad para asimilar e incorporar en su obra elementos heterogéneos, de integrarlos con una reconocible y personal voz, voz que se estaba forjando y perfeccionando con cada obra. La prohibición de amar supone un paso adelante en el manejo de los motivos. Mientras que en Las hadas había algunas ideas musicales que reaparecen, pero sin la persistencia ni la co-

herencia necesarias para ser elevadas a la catego-ría de Leitmotive, en La prohibición de amar hay un puñado de motivos recurrentes, que a veces aparecen jugando el papel de auténticos Leit-motive. Es el caso del motivo de la prohibición de Friedrich, el motivo ominoso, admonitorio, que aparece ya en la Obertura y reaparece con pro-fusión en la ópera, en distintos contextos y con variado carácter. No se origina en el texto, como los motivos de reminiscencia que Wagner descri-biría en Ópera y drama, y no siempre aparece en la forma original: el descenso inicial puede ser un intervalo de 4ª, de 5ª o de 7ª disminuida; a veces aparece en forma contraída, como una célula más breve que no obstante remite inconfundiblemen-te al motivo de la prohibición, como en el final del primer acto, cuando Isabella ruega clemencia a Friedrich por su hermano Claudio, y el corazón del regente se ablanda. Oímos entonces en cla-rinetes y oboes una forma comprimida, concisa, del motivo de la prohibición, con tintes irónicos. En el simulacro de juicio (a Dorella y a Lucio) del primer acto aparece persistentemente bajo distintos disfraces, como comentario burlón a la pomposa asunción de poder por parte de Brighe-lla, dejando claro que no es precisamente en la prohibición del amor en lo que está pensando el torpe y lascivo jefe de policía. En la obertura hay

2 De mis primeros esfuerzos daré tan sólo un breve in-forme: eran los intentos habituales de una individua-lidad aún sin desarrollar, para encontrar su rumbo, a medida que avanza la adolescencia, siguiendo las huellas del arte que nos influye en nuestra juventud. La primera voluntad artística no es otra cosa que la satisfacción del impulso instintivo de imitar lo que más nos atrae” (Una comunicación a mis amigos).

3 En Una comunicación a mis amigos.

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asimismo un bellísimo tema contrastante, lírico, agitado, de clara inspiración italiana, que reapa-rece varias veces en la ópera como expresión, más que de represión del amor, del amor mismo. Este motivo del amor aparece, por ejemplo, en la esce-na final del primer acto, en oposición al motivo de la prohibición, cuando Friedrich es conmovido por los ruegos de Isabella y se derrite de amor por ella. Reaparecerá en el carnaval cuando, lle-no de deseo, Friedrich busca a Isabella entre los asistentes. No estamos, obviamente, ante un uso avanzado, pero no es exagerado afirmar que en La prohibición de amar se prefigura el principio del Leitmotiv, herramienta que Wagner pulirá, fijará teóricamente en Ópera y drama (1850-51)

y explotará magistralmente en El anillo del Nibe-lungo y su producción posterior.

La deuda más evidente con los modelos franceses e italianos es el carácter ligero y chis-peante de la música de La prohibición de amar, una cualidad que no volverá a darse en ninguna de las siguientes óperas o dramas musicales de Wagner. Pese a estas influencias predominantes, no deben pasarse por alto otras, genuinamente alemanas. Así, en el clímax de la escena del juicio del primer acto, la irrupción de Isabella con un sonoro “Erst [hört] noch mich!” (“¡[Escuchad-me] a mí primero!”) parece querer imitar, pala-bra por palabra incluso, el “Töt erst sein Weib!”

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(“¡Mata primero a su esposa!”) de la Leonora de Fidelio. Y, en el final del segundo acto, Mariana canta un pasaje beethoveniano-weberiano: “Wel-ch wunderbar’ Erwarten, / Gefühl voll Lust und Schmerz, / ich zieh’ für eine andre / den Gatten an mein Herz (“¡Qué espera más angustiosa! / ¡Qué sensación de pasión y dolor! / En nombre de otra mujer, / voy a atraer a mi propio marido”). Hay también en La prohibición de amar trazas ca-racterísticas del estilo del Wagner más maduro, como el empleo en el Salve Regina que cantan las monjas en el primer acto del Amén de Dresde4, que más tarde citaría casi literalmente, asimismo en contextos religiosos, en el tercer acto de Tann-häuser (motivo de Roma) y en Parsifal. También la vigorosa y pujante melodía en Mi mayor, llena de apoggiaturas, que se oye en la escena de Isabella del segundo acto, “So sei’s!” (“¡Así sea!”) parece extraída de Tannhäuser.

Con La prohibición de amar, Wagner espe-raba abrir nuevos caminos y mostrar su genio ori-ginal, evitando el peligro de ser etiquetado como francés o italiano. En definitiva, ser reconocido como maestro, según la ya mencionada descrip-ción que hacía del mismo en su primer artículo, Sobre la ópera alemana (“aquel que no escriba en italiano ni en francés —ni tampoco en alemán-”). No fue así. Aunque está más que pasablemente compuesta si la comparamos con los esfuerzos de sus contemporáneos, especialmente los de otros Kapellmeister metidos a compositores, que-dó inmediatamente superada por las siguientes óperas, Rienzi (1840) y, sobre todo, El holandés errante (1841). Wagner la rechazó, casi con ver-güenza. En la época en que trabajaba en Parsifal,

sus recuerdos estaban coloreados por un sentido del pudor que suena casi a intolerancia, al menos según lo transmitió Cosima:

“Cuando digo que me gusta más la ober-tura de Las hadas, R. dice que la otra (La pro-hibición de amar) muestra mayor talento. Busca algunos pasajes, pero, aparte del Salve Regina, lo encuentra todo ‘horrible’, ‘execrable’, ‘repug-nante’. ‘Está bien orquestado’, dice. ‘Eso podía hacerlo ya en el vientre de mi madre’.” (Diarios, entrada del 31 de enero de 1879)

No sabemos si Wagner realmente se expre-só en términos tan despectivos o Cosima añadió en las páginas de su diario cosas de su propia co-secha a los comentarios ásperos de él. En cuanto al argumento, Wagner lo rechazó por “frívolo”. Su gran ópera cómica, insistió, data de un perío-do en el que había abandonado el protector hogar familiar y, consciente de su vena bohemia, estaba disfrutando la “desordenada vida del teatro”5, en-redándose en relaciones íntimas con cantantes de su compañía y cortejando a su actriz más atracti-va y exitosa, Minna Planer. Inicialmente rechaza-do, aun se jactaba ante su amigo Theodor Apel: “Deberías conocer a Fräulein Planner. Ya me ha dado un par de momentos de transfiguración sen-sual.6” Un año más tarde, cuando se sentía más confiado de la victoria, le preguntó a Apel: “¿Qué

4 Secuencia de seis notas debida a Johann Gottlieb Naumann (1741-1801) empleada en Sajonia, par-ticularmente en Dresde, en los servicios religiosos. Aparece también citado en obras de Mendelssohn, Bruckner, Mahler…

5 Una comunicación a mis amigos.6 Carta a Theodor Apel, 15 de septiembre de 1834.

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opinas? Si fuera a engañarla a propósito, ¿no sería una obra maestra del engaño de mi parte? ¿O me convertiría en un filisteo?”7.

El estreno de La prohibición de amar tuvo lugar en Magdeburgo el 29 de marzo8 de 1836 en circunstancias adversas. Según el relato posterior de Wagner en Una comunicación a mis amigos, el público de la noche del estreno no comprendió el tema — tan importante para el compositor en este momento-, debido a una “representación total-mente confusa”. Ninguno de los cantantes domi-naba sus papeles; uno de ellos tuvo que interpolar

fragmentos de Fra Diavolo9 y Zampa para rellenar sus lapsus de memoria. Y, según contó Wagner en Mi vida, una pelea a puñetazos entre miembros del elenco impidió una segunda representación. Poco después, la compañía de Bethmann quebró. Fue en este momento cuando, por una feliz co-incidencia, Minna Planer recibió una atractiva oferta de trabajo en Königsberg, a donde Wagner la acompañó, sólo para encontrarse sin trabajo. La pareja se casó el 24 de noviembre de 1836, aunque esto sirvió, de hecho, para empeorar la si-tuación, pues Minna, casi cuatro años mayor que Wagner, tuvo que aceptar la responsabilidad por las deudas de su marido y permanecer de brazos cruzados mientras el tribunal local confiscaba sus muebles, dejándola tan aturdida por los golpes del destino que, después de seis meses de vida de casados, huyó a Dresde a casa de sus padres, al parecer en compañía de un pretendiente. Olvi-dando los ideales de los permisivos jóvenes alema-nes, Wagner salió en busca de su esposa errante, jurando venganza. ¿Qué fue del amor libre?

En la Navidad de 1866, Wagner regaló el manuscrito al rey Luis II de Baviera, con esta nota: “una vez me equivoqué, y ahora expío felizmen-te mi culpa. ¿Cómo podría ser absuelto de esta juvenil transgresión? Humildemente pongo esta obra a sus pies, y que su clemencia me redima”. La prohibición de amar no volvió a representarse en Alemania hasta 1923.

7 Carta a Theodor Apel, 2 de octubre de 1835.8 Un mes antes se había estrenado en París Los hugo-

notes, de Giacomo Meyerbeer.9 Popular ópera de Auber.