05 salida 09_03_2013
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Hola, soy motero y tengo un grave problema con las rotondas… Sábado, 09 de marzo de 2013
El duro invierno se terminó y las previsiones meteorológicas eran de un auténtico preámbulo
primaveral, tal como así fue. El sol era radiante y la temperatura muy agradable. Con diez
minutos antes de la hora prevista llegué al punto de encuentro, en la plaza del Gran Vía 2.
Un poco más tarde apareció Fede, quien se había apuntado a la salida en el último momento.
Mientras nos saludábamos y comentábamos las excelencias del tiempo apareció Jaume. Nos
saludamos los tres y mientras Jaume, quien se bautizaba por primera vez con el grupo, nos
contaba su amplio historial motociclista llegaron Vilarenc y Marc. A Marc no le vimos el pelo en
todo el invierno y nos alegró volver a rodar juntos. Ya sólo faltaban Rethane y Jordi, el que más
cerca vivía del punto de encuentro.
Rethane apareció con su sonrisa característica y después de saludarnos nos contó que hubiese
llegado antes de no haberse equivocado con la salida del IKEA. Una vez apareció Jordi no
tardamos en ponernos en marcha las siete motos.
Entramos en la profundidad de la Gran Vía y en una larga fila nos deslizamos con un ritmo
tranquilo y hasta a veces lento hasta salir de la gran metrópolis. Jordi comandaba el grupo
seguido de Fede, Marc, Rethane, Vilarenc, Jaume y yo cerraba el grupo. Cogimos la antigua
autovía de Castelldefels y cuando pasamos la salida a la nueva terminal del aeropuerto
comenzaron a adelantarnos y a saludarnos un grupo de más de diez motos, casi todas ellas RR
y algunas de ellas auténticos pepinos. De repente el grupo de siete motos se convirtió en un
nutrido grupo de unas veinte motos que ocupábamos un buen trecho de carretera. Todos
aminoramos nuestro ritmo en el radar del karting y una vez superado éste el amplio grupo se
separó. Nosotros continuamos con nuestro tranquilo ritmo y los otros tomaron la salida hacia
Vegas; posiblemente se dirigían a la sinuosa carretera que va de Begues al Ordal.
Sin más preocupación que seguir la larga fila de motos de nuestro grupo llegamos a la que
antañamente era una clásica motera, las “curvas de Garraf”. De aquella mítica carretera ya
sólo queda el asfalto, la han destrozado impidiendo adelantar en todo su trayecto. Una
lástima. Y si encima le añadimos al típico autocar de jubilados extranjeros que vienen en busca
de un poco de sol y calor pues ya tenemos servido el cóctel. Justo cuando comenzaban las
curvas un enorme autocar nos cerró el paso a nuestra caravana y durante un buen rato
ralentizó aún más nuestro lento ritmo. No nos importaba, no teníamos ninguna prisa. Y como
al mal tiempo siempre hay que ponerle buena cara opté por abrir el casco y sentir el aire de la
costa en la cara. Eso unido a la maravillosa vista del mar bellamente iluminado por el
majestuoso sol que se elevaba a nuestras espaldas y el suave olor a primavera hacía que uno
se sintiera en un auténtico paraíso. Poco importaba que fuésemos tan despacio.
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Una vez terminadas las curvas y con Sitges al fondo avivamos el ritmo hasta que enlazamos
con la autopista Pau Casals, que en un par de kilómetros volvimos a la antigua nacional 340 y a
una no menos abundante circulación. Fruto de tanto tedio fue que al coger el desvío hacia el
Pantano de Foix el ritmo comenzó a ser más ligero. Desconozco qué pasó en la cabeza del
pelotón pero intuyo que los que querían disfrutar de las curvas del pantano comenzaron a
adelantarse unos a otros y la formación romana que llevábamos desde el inicio se perdió.
Recuerdo algunos moteros en sentido contrario, era un día para disfrutar de la moto.
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Cuando los del resto del pelotón llegamos a la terraza del pantano ya nos estaban esperando
nuestros compañeros. Había un grupo de unos cinco o seis moteros que estaban hablando de
pie al lado de sus motos y el bar seguía en obras y fuera de servicio. Aparcamos al fondo y
Vilarenc propuso otro sitio cercano ya que la primera idea era la de llegar hasta el arco de
Bará. Pero el hambre apretaba y el consenso optó por probar suerte con lo más cercano.
Volvimos a las motos y dirigiéndonos hacia El Arboçs giramos hacia la derecha bordeando
Castellet, tres kilómetros más tarde entrábamos en un auténtico pueblo fantasma, Torrelletes.
No había nadie, ni un alma. El parque infantil vacío, nadie por las calles, ni un solo ruido. No
había tiendas, bares, nada… ¿Hemos viajado en el tiempo y yo no me he enterado?... El grupo
entra en una vacía calle en donde todas las puertas y ventanales estaban cerradas a cal y a
canto y los de cabeza comienzan a hablar entre ellos. Todo hacía parecer que nos habíamos
equivocado y que tendríamos que dar la vuelta. Pero no, quien se había equivocado eran los
del final de la larga cola. Todos aparcamos nuestras motos unas detrás de las otras y, al
parecer, una de aquellas puertas era el lugar que conocía Vilarenc.
Entramos y al no ver a nadie nos dirigimos a un salón que había detrás de la pequeña y
coqueta barra. Tres agradables abuelitos estaban siendo servidos por un espigado mesonero.
Saludamos a todos los allí reunidos y preguntamos si podíamos disponer de una amplia tabla y
abundantes manjares para siete alegres comensales. (No hay que olvidar que el local estaba
casi vacío). Y después de devolvernos los saludos, el espigado y algo “morenito” mesonero en
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un agradable acento sospechosamente caribeño nos respondió que enseguida nos preparaba
una sala para nosotros. Estupendo, pensamos todos. Nos dirigimos a una pequeña estancia
con dos largas mesas y una señorial chimenea que hay que probar cuando vuelvan tiempos
más fríos (al igual que un agradable patio interior en el que comían tres ciclistas). Ocupamos
con nuestros cascos y bolsas la primera mesa y nos sentamos en la que estaba más cerca de la
ventana.
El disciplente mesonero nos propuso unas auténticas butifarras con unas alpargatas amb
tomaquet y se enzarzó, en el buen sentido de la palabra, con Jordi cuando éste le preguntó
algo sobre la butifarra y lo dura que podía estar la alpargata y el otro le contestó que tenía una
“butifarra negra” que era mejor y más dura y que si la quería probar… Rápidamente todos
cogimos al vuelo el giro que había tomado la conversación y después de sonreír cambiamos
oportunamente para que la conversación no degenerara más y fuera por otros derroteros más
propios de Sitges.
La verdad es que personalmente creo que la mayoría comimos bastante bien y algunos
comentamos que esas butifarras habían sido de las mejores que habíamos degustado en
nuestras salidas moteras. El ambiente fue muy distendido y las conversaciones fueron fluidas y
muy interesantes. Iban desde las políticas agresivas de las compañías de móviles, de rutas a
guardar en las carpetas de “rutas pendientes”, como alguna hacia Camprodón, o la
desconocida y extraña “ruta de Mazinger”…, como es preceptivo también comentamos
algunas de las excelencias de los concesionarios de la marca bávara y nos reimos mucho
cuando les comentamos a Marc y a Jaume el último incidente que tuvimos con una pequeña
rotonda y los representantes de la ley y el orden. Como viene siendo habitual en nuestras
salidas moteras, el momento del almuerzo suele ser un momento distendido y muy agradable
para todos.
Mientras dábamos cuenta de tan suculento manjar dignos de los mismísimos Dioses del
Olimpo optamos por cambiar la ruta y en lugar de dirigirnos hacia el arco de Bará se propuso
acercarnos hasta la Llacuna.
Una vez fuera del pequeño local algunos componentes del grupo se retrasaron por culpa del
simpático cubano. Justo cuando estábamos a punto de salir apareció una pareja de moteros
que nos preguntaban en donde podían almorzar. Les indicamos el local del que acabábamos
de salir y esperaron pacientemente a que nosotros moviésemos nuestras siete motos para
aparcar las suyas en los lugares que previamente habíamos abandonado.
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Dejamos atrás el pueblo fantasma y nos fuimos en dirección a Vilafranca del Penedés a través
de una carretera comarcal. Poco tiempo después llegamos a la rotonda fatídica que da origen
al titular de la presente crónica. Los hechos transcurrieron tal como se describen en las
siguientes líneas.
…” La perfecta formación de las siete motos fue entrando en la concurrida rotonda. En primer
lugar se dejó de lado la salida que enlazaba con la vieja nacional 340, tampoco se tomó la
salida que se dirigía hacia el norte de Vilafranca e igualmente se ignoró la salida que nos
llevaba a la parte centro de la ciudad, llegando la titubeante fila de aguerridos e intrépidos
moteros al punto de partida. Acabábamos de dar una vuelta completa a la rotonda ante la
atenta mirada del resto de usuarios que quería utilizar las diferentes bifurcaciones. Sin detener
la marcha la cabeza del pelotón optó por coger la primera salida y ya teníamos liada la de San
Quintín. Las dudas nunca fueron buenas consejeras y alguien en la formación optó por no
seguir al líder y la mitad del grupo volvió a dar una tonta y absurda vuelta a la rotonda. Sólo
faltaba el aplauso del respetable. Marc y Jordi optaron por tomar la segunda salida pero, por
suerte, detuvieron sus motos y comenzaron las habituales maniobras que últimamente nos
están caracterizando como son las de detenernos en sitios prohibidos, cruzar por donde no se
debe traspasando la línea continua, etc. Y terminamos por reunirnos con el resto del grupo
que nos esperaban pacientemente en la primera salida. Me detuve al lado de Vilarenc y
entonces nos dimos cuenta de que Jordi no nos había seguido. Había que llamarlo porque
aparte de estar mal estacionados en el arcén, no podíamos volver sobre nuestros pasos. Las
dos llamadas telefónicas fueron infructuosas. Así que volví a ponerme el casco y le dije a
Vilarenc que me adelantaba hasta la próxima rotonda y volvería sobre el recorrido para entrar
en la fatídica rotonda de forma correcta. Así sucedió y lentamente di mi cuarta vuelta en busca
de Jordi. Nada, ni por asomo. ¿Por dónde habría tirado?... Ni puta idea… Así que tenía que
decidirme por aventurarme por alguna de las posibilidades y cuando estaba a punto de tomar
la segunda salida, por la que recordaba que tomaron en primera vez, por el rabillo del ojo y
con mucha suerte porque un tráiler entraba en la rotonda, acerté a verle que aparecía por la
siguiente entrada-salida. Clavé los frenos y detuve la moto mientras el gigantesco camión hacía
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sus maniobras. Por fin respiré tranquilo y las dos motos nos reunimos por fin con el resto del
grupo… Cuando nos detuvimos con el resto Rethane comentó que teníamos un más que serio
problema con las rotondas y los que le oímos nos echamos a reír…
A raíz de esa anécdota creo que voy a buscar alguna terapia de grupo por internet para
exponer nuestro caso como el de los alcohólicos anónimos… “Hola, soy motero y tengo un
problema con las rotondas…”
Bromas aparte y ya en perfecta formación nos incorporamos a la nacional y en menos de
doscientos metros volvimos a encontrarnos en otra rotonda. Estoy seguro que más de uno
pensó en ese momento que a ver cómo coño íbamos a salir de allí. Pero esta vez no hubo
posibilidad alguna para el error y la confusión y los siete entramos por el mismo sentido y
salimos por la misma salida. Yo, lo confieso, respiré aliviado en ese momento.
Continuamos nuestro recorrido por la autovía C-15 y salimos tranquilamente por la primera
salida. Cruzamos la autovía por la vía superior y volvimos unos cien metros sobre el camino
recorrido adentrándonos en una carretera muy estrecha, BP2126, pero en la que podíamos
mantener un ritmo más ligero, interrumpido escasamente por algún vehículo en dirección
contraria y algunos pocos esforzados ciclistas.
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A través de esa estrecha carretera llegamos a Guardiola de Font Rubí y enlazamos con la
BP2120 que nos llevaría hasta La Llacuna. Lo cierto es que creo que todos disfrutamos mucho
de tan sinuoso trayecto y con una muy escasa circulación en ambos sentidos de la carretera.
De vez en cuando nos cruzábamos con algunos moteros en sentido contrario y nos
devolvíamos los pertinentes saludos. Una gran ruta.
Al llegar a la Llacuna divisamos varios grupos de moteros. A la izquierda los de asfalto y a la
derecha los de campo. Menudo ambientazo. Poco antes de dejar el pueblo nos detuvimos y
aprovechamos para despedirnos ya que unos iban hacia el Vallés y el resto hacia Barcelona.
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Volvimos a enfundarnos nuestros cascos y reanudamos la ruta hacia Igualada. Esta vez la ruta
no era tan sinuosa y las curvas eran más abiertas. El grupo pronto se rompió y Rethane y yo
nos quedamos enganchados tras una furgoneta que, literalmente, pisaba huevos. Cuando
buenamente pudimos dejamos la furgoneta y abrimos gas para unirnos al resto del grupo.
Alcanzamos a Marc y en nada el grupo volvía a estar recompuesto, llegando juntos a las
cercanías de Igualada. Sin entrar propiamente a igualada enlazamos con la A-2 y una mirada
furtiva al reloj me puso en alerta. Era la una del mediodía y nos quedaban aún unos 70
kilómetros para los que íbamos a Barcelona. El tiempo se me echaba encima. Así que saludé
como pude y adelanté a mis compañeros avivando bastante el ritmo. Me imagino que el resto
continuó en perfecta formación hasta las postrimerías de Martorell en donde Rethane y
Vilarenc se desviarían para coger la Ap-7 y el resto continuarían hasta la Gran Vía..
Y así terminó la agradable salida del sábado 9 de marzo, después de unos estupendos
doscientos kilómetros y una mejor compañía.