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Texto Litúrgico Exégesis Comentario Teológico Santos Padres Aplicación Información 07 febrero Domingo V Tiempo Ordinario (Ciclo C) – 2016

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Texto Litúrgico

Exégesis

Comentario

Teológico

Santos Padres

Aplicación

Información

07febrero

Domingo V Tiempo Ordinario (Ciclo C) – 2016

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Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa

Domingo V del Tiempo Ordinario

7 de febrero 2016- Ciclo C

LECTURAS

¡Aquí estoy: envíame!

Lectura del libro de Isaías

6, 1-2a. 3-8

El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en un trono elevado y

excelso, y las orlas de su manto llenaban el Templo. Unos serafines estaban de pie

por encima de El. Cada uno tenía seis alas. y uno gritaba hacia el otro:

«¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos!

Toda la tierra está llena de su gloria».

Los fundamentos de los umbrales temblaron al clamor de su voz, y la Casa se llenó

de humo. Yo dije:

«¡Ay de mí, estoy perdido!

Porque soy un hombre de labios impuros,

y habito en medio de un pueblo de labios impuros;

¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!»

Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado

con unas tenazas de encima del altar. Él le hizo tocar mi boca, y dijo:

«Mira: esto ha tocado tus labios;

tu culpa ha sido borrada

y tu pecado ha sido expiado».

Yo oí la voz del Señor que decía: «¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?» Yo

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respondí: «¡Aquí estoy: envíame!»

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 137, 1-5. 7c-8

R. Te cantaré, Señor, en presencia de los ángeles.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón,

porque has oído las palabras de mi boca.

Te cantaré en presencia de los ángeles

y me postraré ante tu santo Templo. R.

Daré gracias a tu Nombre

por tu amor y tu fidelidad.

Me respondiste cada vez que te invoqué

y aumentaste la fuerza de mi alma. R.

Que los reyes de la tierra te bendigan

al oír las palabras de tu boca,

y canten los designios del Señor,

porque la gloria del Señor es grande. R.

Tu derecha me salva.

El Señor lo hará todo por mí.

Tu amor es eterno, Señor,

¡no abandones la obra de tus manos! R.

Ustedes han creído lo que les hemos predicado

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Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo

a los cristianos de Corinto

15, 1-11

Hermanos, les recuerdo la Buena Noticia que yo les he predicado, que ustedes han

recibido y a la cual permanecen fieles. Por ella son salvados, si la conservan tal como

yo se la anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano.

Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros

pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo

con la Escritura. Se apareció a Cefas y después a los Doce. Luego se apareció a más

de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y

algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por

último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto.

Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol,

ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y

su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque

no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En resumen, tanto ellos como

yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.

Palabra de Dios.

EVANGELIO

Abandonándolo todo, lo siguieron

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo

según san Lucas

5, 1-11

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la

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Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio

dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban

limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió

que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde

la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las

redes».

Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado

nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de

peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los

compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron

tanto las dos barcas, que casi se hundían.

Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor,

porque soy un pecador. El temor se había apoderado de él y de los que lo

acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba

a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a

Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres».

Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor.

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GUION PARA LA MISA

V Domingo del Tiempo Ordinario- 7 de febrero 2016- Ciclo C

Entrada: Para ser instrumentos de Cristo y de su obra no bastan las cualidades

personales; sino, sobre todo, debemos tener fe en Dios y confianza en su grandeza y

en su poder. Pidamos en esta Santa misa ser cada vez más sobrenaturales en

nuestros principios cristianos

Liturgia de la Palabra

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Primera Lectura: Is 6,1-2a. 3-8

El profeta Isaías es enviado para anunciar la palabra del Señor de los ejércitos al

pueblo de Israel.

Salmo Responsorial: 137

Segunda Lectura: 1 Co 15,1-11 o bien 15,3-8. 11

El Evangelio que predicaron los apóstoles salva a todos los que lo conservan y creen

en él.

Evangelio: Lc 5,1-11

Cristo elige a los apóstoles y estos, a su vez, le ofrecen sus personas para que Él

pueda servirse de ellos como instrumentos de salvación.

Preces: 5° T. O.

Hermanos, nuestra fe en Dios providente nos mueve a poner en sus manos

nuestras necesidades y las de todos los hombres.

A cada intención respondemos cantando:

* Por la Iglesia, para que consciente de su identidad misionera, se esfuerce en seguir

fielmente a Cristo y en proclamar su Evangelio a todos los pueblos. Pidamos que la

Madre Iglesia pueda llegar a los lugares donde aun no ha sido predicado el mensaje

de Salvación. Oremos.

* Por las intenciones del papa para este mes de febrero, que aumente la oportunidad

de diálogo y encuentro entre la fe cristiana y los pueblos de Asia. Oremos.

* Por nuestros nuevos gobernantes para que conduzcan a nuestra patria movidos por

los criterios y principios de la fe cristiana, guiados por la virgen de Luján. Oremos.

* Para que todo el pueblo cristiano se disponga a entrar con generosidad en el

próximo tiempo penitencial de la cuaresma para acoger la pasión del Salvador como

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resurrección de nuestras almas. Oremos

Recibe, Señor, nuestra oración y con ella a nosotros que en esta Eucaristía

alimentamos el deseo de seguirte. Tú que vives y reines por los siglos de los

siglos.

Liturgia Eucarística

Ofertorio:

Con el asombro de Pedro nos acercamos al misterio de Cristo y nos unimos a su

sacrificio redentor.

Presentamos nuestros dones.

* En el pan y el vino que llevamos al altar queremos colocar todos los anhelos de los

hombres que quieren ser salvados por Cristo.

Comunión: Acerquémonos con viva fe a recibir a nuestro Señor que quiere morar en

nuestras almas y hacer grandes cosas en ella.

Salida: Que María, Evangelizadora de todos los pueblos, nos enseñe a ser dóciles a

la gracia, para colaborar eficazmente con Cristo en su misión redentora.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _

Argentina)

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Inicio

Exégesis · Alois Stöger

Los primeros discípulos.

Es por la mañana, junto al lago de Genesaret. Jesús está de pie en la orilla y anuncia

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la palabra de Dios. El pueblo se agolpa en su derredor, lo asedia. Entonces sube a

una barca de las que estaban atracadas allí, se sienta en la barca como maestro y

enseña a las masas del pueblo que escuchaban desde la orilla. La palabra de Dios

atrae a los hombres, y los atrae en grandes masas.

La barca a que sube Jesús era de Simón. Jesús lo había conocido ya, había estado

en su casa, había curado a su suegra y había sido su huésped. Ahora aprovecha sus

servicios, para sí y para el pueblo. También Simón conoce a Jesús, su poder de curar

y el poder de su palabra. El que se adhiera a Jesús tan pronto como se siente

llamado por él, es algo que ha sido bien preparado y resulta comprensible. La palabra

poderosa de Dios se posesiona del hombre humanamente.

Jesús dirige una palabra imperiosa a Simón. La orden lo destaca de las

muchedumbres del pueblo incluso de los que están con él en la barca. Le da la

preferencia y lo distingue entre todos. Las largas redes (de 400 a 500 metros)

formadas por un sistema de tres redes, han de arrojarse al lago, allí donde hay

profundidad. Para ello hacen falta por lo menos cuatro hombres. La orden representa

una prueba para la fe de Pedro. Según cálculos humanos basados en una larga

experiencia de los pescadores, es inútil echar ahora las redes. (Si no se ha capturado

nada durante la noche, que es el tiempo de la pesca, ahora -por la mañana- se

pescará mucho menos. La elección y la vocación exigen fe, aunque no se

comprenda, exigen «esperanza contra toda esperanza». Así creyó y esperó María, así

también Abraham .

Simón reconoce que la palabra de Jesús ordena con autoridad y que es capaz de

realizar lo que no se puede lograr con fuerzas humanas. Maestro, en virtud de tu

palabra... La interpelación «Maestro» es característica del Evangelio de Lucas. Con

ella se reproduce el título de doctor o de rabí. Con ello quería evidentemente indicar

Lucas que Jesús enseña con autoridad y con fuerza imperativa.

La fe en la palabra imperiosa del Maestro no se ve frustrada. Las redes estaban a

punto de romperse debido al peso de los peces. Como Pedro no exige ningún signo,

recibe el signo que se amolda a su vida, a su inteligencia y a su vocación. Dios

procede con él como con María. Así procede Dios con su pueblo. La salvación exige

fe, pero Dios apoya la fe con sus signos.

Simón ve en Jesús una manifestación (epifanía) de Dios. Ha visto y vivido el milagro,

el poder divino que actúa en Jesús. La manifestación de Dios suscita en él la

conciencia de su condición de pecador, de su indignidad, el temor del Dios

completamente otro, del Dios santo. La manifestación del Dios santo a Isaías remata

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en esta confesión del profeta: « ¡Ay de mí, perdido soy!, pues siendo hombre de

impuros labios..., he visto con mis ojos al Rey, Yahveh Sebaot». La admiración por

Jesús atrae a Simón hacia él, la conciencia de su pecado le aleja de él. En la palabra

«Señor» expresa la grandeza de aquel al que ha reconocido en su milagro.

Lucas no emplea ya sólo el nombre de Simón, sino que añade también el de Pedro.

Simón Pedro: Simón, la roca. En esta hora en que Simón opta por creer en la palabra

de Jesús, se sientan las bases para la promesa futura: «Tú eres Pedro, y sobre esta

piedra edificaré mi Iglesia», como también para la vocación de Pedro, de fortalecer a

los hermanos: «Tú, en cambio, confirma a tus hermanos», y para la transmisión del

cargo pastoral. Con la fe se prepara Pedro para ser roca.

El estupor y sobrecogimiento por la pesca inesperada se había apoderado no sólo de

Pedro, sino también de los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Lucas se fija sólo

en estos tres, aunque seguramente había también un cuarto para manejar la red.

Simón, Santiago y Juan son los tres apóstoles preferidos, los testigos de las íntimas

revelaciones de Jesús, de la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración y de

la agonía en el huerto de los Olivos. Santiago y Juan estaban ya unidos con Simón en

el oficio de la pesca, eran sus asociados y colegas. Sobre la vieja comunidad edifica

Jesús una nueva.

Jesús quita el temor a Pedro y le da su encargo. Lo mismo sucedió cuando el ángel

transmitió a María el encargo de Dios. El temor reverencial del Dios santo es

fundamento de la vocación, en la que Dios quiere mostrarse el Santo y el Grande.

Así como Pedro hasta ahora había cogido en la red peces del lago, en adelante

pescará hombres para el reino de Dios. Los encerrará como con una llave. ¿Se

insinúan aquí las palabras acerca de la llave del reino de los cielos, que un día

recibirá Pedro? La palabra promete, llama y va acompañada de poderes.

El llamamiento de Jesús obra con autoridad. Jesús llama a los que quiere y los

constituye en lo que él quiere. Así procedió Dios también con los profetas. Simón,

juntamente con Santiago y Juan arrastraron las barcas a la orilla y abandonaron el

oficio de pescador, lo dejaron todo: barca, redes, padre, casa. La vida comienza a

adquirir nuevo contenido. Siguieron a Jesús como discípulos, como los discípulos de

los rabinos seguían a su maestro para apropiarse su palabra, su doctrina y su forma

de vida. Lo que desde ahora llena su vida es Jesús, el reino de Dios, la pesca de

hombres. Simón vivió en Jesús la epifanía de Dios, se reconoció pecador y recibió la

vocación para la obra salvadora. El tiempo de salvación ha comenzado: conocimiento

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de la salvación mediante el perdón de los pecados. La soberanía de Dios se revela en

la acogida de los pecadores.

El comienzo de la actividad en Galilea está consagrado a Simón Pedro. Jesús se ha

visto repudiado por la ciudad de sus padres, pero en los límites de la tierra de Galilea

lo acoge Pedro y se le adhiere. La expulsión del demonio en la sinagoga, la curación

de la suegra, los numerosos milagros al atardecer delante de su casa tienen remate y

coronamiento en la pesca milagrosa. Los lugares de su vida pasada, en los que había

orado, había vivido con su familia, había trabajado, son ahora, mediante los hechos

salvíficos de Dios, liberados de su miseria, de la influencia del diablo, de la

enfermedad y de la pena, del fracaso. Ahora se ve Pedro segregado de todo lo

anterior y en adelante será pescador de hombres para el reino de Dios, al servicio de

Jesús y de su palabra poderosa.

Alois Stöger, El Nuevo Testamento y su Mensaje, comentario a Lc 5, 1-11

http://www.mercaba.org/FICHAS/BIBLIA/CARTEL_NT_MENSAJE.htm

Rm 4, 18

Rm 4, 18-21; Gn 15, 5

En la epifanía se hace Dios de repente visible o audible en el mundo, de modo que la

persona que la experimenta puede responderle. De los materiales de tradición que

utiliza Lucas para su Evangelio y para los Hechos elige descripciones de epifanías

(por ejemplo: Lc 3, 21; Hch 3, 21s; 5, 19, porque sus destinatarios procedentes de la

gentilidad eran especialmente sensibles a éstas.

Is 6, 5

Lc 22, 32

Jn 21, 15s

Hch 1, 77

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Comentario Teológico· P. Leonardo Castellani

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La Pesca Milagrosa es un milagro repetido, lo mismo que la Multiplicación de los

Panes y la Echada de los Mercaderes del Templo. Cuando Cristo repita el mismo

gesto, eso tiene misterio; y la segunda vez no significa lo mismo que la primera;

porque de no, bastaba la primera. Este milagro significa el poder de Dios sobre los

animales irracionales... y los racionales.

La Primera Pesca Milagrosa está junto con la Segunda Llamada de los

Apóstoles (la llamada a ser Apóstoles y no ya meros creyentes) y la segunda

“ricapesca” –como traduce Lutero– está después de la Resurrección en la penúltima –

y no en la última, como dice Lagrange– aparición de Jesús: la última, antes de la

Ascensión; junto con la confirmación de Pedro, pecador contrito, como jefe de la

Iglesia: “Apacienta mis ovejas”.

Los milagros de Cristo tuvieron por fin mostrar Su poder, que es el poder de

Dios: son la confirmación divina de lo que Él enseñó. Cristo mostró su poder sobre las

cosas inanimadas (caminó sobre las aguas), sobre los productos del hombre

(multiplicó el pan y el vino), sobre las plantas (secó la higuera maldita), sobre los

animales (en este caso) y también sobre el cuerpo humano (curó enfermos), sobre los

demonios (los exorcizó y dominó) y sobre la Muerte, el gran conquistador del género

humano, como la llamó el poeta Schiller, “der Erobner”, resucitando tres muertos y

resucitando Él mismo. Pero ninguno de estos poderes podían hacer impresión tan

inmediata sobre los Apóstoles, pescadores de profesión, como su poder sobre los

peces: bicho que no tiene rey. Así, por ejemplo, usted puede ser el matemático,

literato o filósofo más grande del mundo y su mujer de usted no se asombrará; pero si

un día llega a mostrarle que sabe más que ella de cocina, se quedará

impresionadísima. Y así Simón Pedro hijo de Juan se impresionó como nunca en su

vida y sintió el pavor de la divinidad delante de Él: que eso significa claramente su

extraño grito: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!”. Bueno, si era

pecador, tenía que decir lo contrario: “¡Acércate a mí, Señor, salud de los

pecadores!”, comenta Maldonado con bastante simpleza. No se trataba allí de

devoterías, y San Pedro no era una beata. “No temas: desde hoy yo te haré ser

pescador de hombres.”

Hay un sentimiento profundo y primordial en el ser humano, consistente en

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que, delante de lo infinito –es decir, de lo divino– el hombre se queda chuto. Los que

han estado en una tempestad en el mar o en la cumbre de una alta montaña lo

conocen; y muchos otros, además. Es el sentimiento que los ingleses llaman awe y

que no tiene nombre en castellano: la palabra reverencia, que en latín equivale a awe

y significa temer el doble (revereor) se ha gastado y no significa más temor al doble.

Eso lo llaman hoy sentimiento de inferioridad, de indigencia o de anonadamiento; y

constituye el fondo del sentimiento religioso, oh Maldonado ¿Es posible que nunca lo

hayas sentido, oh ratón de biblioteca? Es lo que sintió San Pedro; sintió una

sublimidad, una infinitud delante de Él; y se espantó. Y era para espantarse, porque

en seguida Cristo le dijo que lo iba a hacer “pescador de hombres”. “Y enseguida,

llevadas las canoas a la ribera, y abandonando allí todo, lo siguieron.” Algún tiempo

después tras una noche de oración, bajó Cristo del Monte, se sentó entre ellos, y

señalándolos y nombrándolos uno por uno, designó a los Doce. Hoy día todos somos

“Apóstoles”, de labios afuera. Ser apóstol es difícil, es tremendo: pide muchas etapas

y son pocos los verdaderos.

En la segunda pesca, Pedro no se espantó, Cristo resucitado apareció en un

fiordo del Lago, haciéndose el forastero; y les gritó: “Muchachos ¿habéis pescado?”.

Era demasiado evidente que no habían pescado nada en toda la noche, y así lo

reconocieron bruscamente. Sucedió la otra pesca milagrosa, después de la instrucción

del forastero: “Echad a estribor.” San Juan reconoció a Cristo y advirtió a San Pedro:

“Es el Señor.” San Pedro, “que estaba desnudo, se puso la túnica y se tiró a nado”,

dice la Vulgata latina; por donde se ve que el traductor de la Vulgata, a pesar de ser

dálmata, no sabia nadar: no se puede nadar con una túnica. San Pedro estaba en

traje de gimnasta –que es la palabra del texto griego: “éen gar gimnós”– es decir, en

zaragüelles o shorts, como dicen ahora; y lo que hizo fue ceñírselos fuertemente (“se

ciñó”, dice el griego) porque el agua es una gran quitadora de zaragüelles, si uno se

descuida. San Pedro, pues, se pasó un cinturón sobre la vestidura sumaria que tenía

para el trabajo. En esta ocasión después que comieron juntos, y después de

preguntarle solemnemente tres veces si lo ameba más que los otros Cristo le dijo

también por tres veces delante de todos: “Pastorea mis ovejas”, y le predijo su

martirio.

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Este doble milagro significa pues con toda claridad el milagro moral de la

Iglesia. Mas la primera pesca representa la Iglesia en este mundo; y la segunda, la

Iglesia de la Resurrección, la Iglesia Triunfante. Y así todas las diferencias entre los

dos milagros apuntan a ese sentido: en la primera, Cristo no les dice: “Echad a la

derecha”, como en la segunda: la derecha siendo la señal de los elegidos en la

parábola del Juicio Final; en la primera se rompen las redes y en la segunda no; en la

primera llenan los botes con la pesca y en la segunda la arrastran a tierra firme; en la

primera Pedro se espanta y en la segunda salta al agua apresuradamente para ir a

Cristo; en la primera no se cuentan los peces y en la segunda Cristo les manda

contarlos muy cuidadosamente, rechazando los chicos; y el resultado son 153 peces

grandes. Finalmente, la primera tiene lugar al comienzo del ministerio eclesiástico de

Cristo; y la segunda a la vista de Cristo resucitado. Y Cristo no está más en la

barquilla: está en la ribera.

En ningún otro Evangelio los símbolos son tan claros como en éste: la derecha

es el lugar de los elegidos, ya lo hemos dicho; el romperse las redes significa las

herejías y cismas que acompañan a la Iglesia en este mundo; la tierra firme en

contraposición al mar significa siempre en los profetas lo divino con respecto a lo

terrenal, la religión contrapuesta al mundo; el contar los peces significa el juicio y la

elección; e incluso el número 153 significa algo. De modo que los pescadores de

hombres pescarán dos veces: una durante la duración de este mundo y otra al final de

él; la primera pesca llenará la barquilla de Pedro, la segunda el convite de la

bienaventuranza y eso por virtud de lo Alto y no por virtud humana, porque “sin Mí

nada podéis”; las dos pescas son milagrosas. Cristo figuró siempre en sus parábolas

la alegría de la vida bienaventurada como un convite; y en efecto, allí al llegar a las

márgenes del fiordo (la desembocadura del arroyo Hammán, según se cree) les tenía

preparado un almuerzo no por modesto menos alegre; había un pez asado al fuego,

pan y miel; y había sobre todo la presencia gloriosa del Maestro amado. Los ciento

cincuenta y tres peces grandes resultaron pues un lujo. No dice el Evangelio que los

tiraron de nuevo al mar; pero bien puede ser que hayan seguido a Cristo olvidados de

todo y “abandonándolo todo”, como la primera vez –yo, conque Dios me dé en el cielo

“olvidarlo todo”, me doy por satisfecho. ¡Qué convite de bodas! Dormir es lo que

necesito–.

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¿Es esto que hemos hecho con estos dos evangelios paralelos una alegoría?

No es una alegoría, no es el sentido alegórico que llaman. Es el segundo sentido

literal: o sea el sentido religioso, místico o anagógico, como dicen los pedantes. En la

Encíclica Divino Afflante Spiritu, S. S. Pío XII recomienda mucho a los exégetas que

busquen el sentido literal; y que sobre él, como es obvio, funden todos los demás; y

los previene y desanima contra la “alegoría” o “sentido traslaticio”, como allí se llama;

de la cual abusaron bastante, conforme al gasto de su época, que no es el nuestro,

los exégetas antiguos. Para dar un ejemplo de estos diversos sentidos de la Escritura,

legítimos en sí mismos pero subordinados entre sí, sirva este evangelio: en efecto,

San Agustín interpretó alegóricamente el número 153; y San Jerónimo en el sentido

literal segundo.

¿Quiere decir algo ese número? Ciertamente; porque no de balde Cristo hizo

numerar los peces, y el Evangelista lo escribió. ¿Qué quiere decir? San Agustín nota

que 153 es igual a la suma de todos los números enteros de uno hasta diecisiete; y el

número diecisiete se descompone en diez más siete: diez significa los Preceptos del

Decálogo y siete los dones del Espíritu Santo: he aquí juntas la Ley Antigua y la

Nueva. Esta alegoría matemática es muy ingeniosa, pero si Cristo hubiera querido dar

a entender eso, los Apóstoles se hubiesen quedado en ayunas; y todos los cristianos

hasta el siglo IV; y los demás, también.

San Jerónimo, que estaba en Palestina en el mismo tiempo en que San

Agustín profería su sermón Nº 251 –el más hermoso de sus sermones– descubrió el

acertijo quizá por un casual: averiguó que los pescadores palestinenses creían que

153 especies diversas de peces existían y nada más; y parece que esta creencia era

general, puesto que Jerónimo cita como autoridad sobre ella a Oppiano de Cilicia,

poeta que vivió 180 años después de Cristo. De ese modo, el símbolo era

transparente, aun para los Apóstoles; significaba que en el Reino de los Cielos habría

hombres de todas las especies –y hay una repetición del mismo símbolo en la visión

que tuvo San Pedro en Joppe en el mismo sentido–, judíos y gentiles, orientales y

occidentales, chinos y franceses, blancos y mulatos, inocentes y pecadores,

empleados públicos y vendedores ambulantes de ojos artificiales; e incluso algún ex

ladrón y alguna ex prostituta: excepto solamente los usureros y los politiqueros,

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gracias a Dios. Ésos, aunque solemos llamarlos pejes, son sapos y culebras en

realidad –esto último es sentido alegórico; y no lo inventó San Agustín, sino yo–.

“Los hechos del Verbo también son verbos”, dice San Ambrosio: los milagros

de Cristo, además de ser un beneficio a sus receptores son también y muy

principalmente un símbolo, una parábola en acción: “uno eodemque sermone, dum

narrat gestum, prodit mysterium”, dice Gregorio el Magno. De modo que este doble

milagro, al mismo tiempo que significa el poder de Cristo sobre los animales, es

también signo de la Iglesia en sus dos estados: Militante y Triunfante; y de la

bienaventuranza. ¡Dichoso pues el que sea pescado de esa suerte y sea sacado de

las tinieblas a la luz; y de animal salvaje se convierta en manjar sabroso, asado por el

fuego de la tribulación, aderezado con la miel de la gracia divina, digno de la mesa de

Dios!

Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Dictio Buenos Aires 1957, 243-48

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Santos Padres· San Juan Crisóstomo

LOS PRIMEROS DISCÍPULOS DE JESÚS

2. Por la misma razón, en sus comienzos, el Señor no pronuncia palabra dura ni

molesta, como cuando Juan habla del hacha y del árbol cortado. Jesús no se acuerda

ya ni del bieldo, ni de la era, ni del fuego inextinguible. Sus preludios son todos de

bondad, y el primer mensaje que dirige a sus oyentes versa sobre los cielos y el reino

de los cielos.

Y, caminando orillas del mar de Galilea, vio a dos hermanos: Simón—que se llama

Pedro—y Andrés, su hermano, que estaban echando sus redes al mar, pues eran

pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí y yo os haré, pescadores de hombres. Y

ellos, dejando sus redes, le siguieron. Realmente, Juan cuenta de otro modo la

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vocación de estos discípulos. Lo cual prueba que se trata aquí de un segundo

llamamiento, lo que puede comprobarse por muchas circunstancias. Juan, en efecto,

dice que se acercaron a Jesús antes de que el Precursor fuera encarcelado; aquí,

empero, se nos cuenta que su llamamiento tuvo lugar después de encarcelado aquél.

Allí Andrés llama a Pedro; aquí los llama Jesús a los dos. Juan cuenta que, viendo

Jesús venir a Pedro, le dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás. Tú te llamarás Cefás, que

se interpreta Pedro , es decir, "roca". Mateo, empero, dice que Simón llevaba ya ese

nombre: Porque, viendo; —dice—a Simón, el que se llama Pedro. Que se trate aquí

del segundo llamamiento, puede también verse por el lugar de donde son llamados y,

entre otras muchas circunstancias, por la facilidad con que obedecen al Señor y todo

lo abandonan para seguirle. Es que estaban ya de antemano bien instruidos. En Juan

se ve que Andrés entra con Jesús en una casa y allí le escucha largamente; aquí,

apenas oyeron la primera palabra, le siguieron inmediatamente. Y es que,

probablemente, le habían seguido al principio y luego le dejaron; y, entrando Juan en

la cárcel, también ellos se retirarían y volverían a su ordinaria ocupación de la pesca.

Por lo menos así se explica bien que el Señor los encuentre ahora pescando: Él por

su parte, ni cuando quisieron al principio marcharse se lo prohibió, ni, ya que se

hubieron marchado, los abandonó definitivamente. No, cedió cuando se fueron; pero

vuelve otra vez a recuperarlos. Lo cual es el mejor modo de pescar.

LA FE Y LA OBEDIENCIA CON QUE LOS DISCÍPULOS SIGUEN AL SEÑOR

Más considerad la fe y obediencia de estos discípulos. Hallándose en medio de su

trabajo—y bien sabéis cuán gustosa es la pesca—, apenas oyen su mandato, no

vacilan ni aplazan un momento su seguimiento. No le dijeron: Vamos a volver a casa

y decir adiós a los parientes. No, lo dejan todo y se ponen en su seguimiento, como

hizo Eliseo con Elías. Ésa es la obediencia que Cristo nos pide: ni un momento de

dilación, por muy necesario que sea lo que pudiera retardar, nuestro seguimiento. Al

otro que se le acercó y le pidió permiso para ir a enterrar a su padre, no se lo

consintió . Con lo que nos daba a entender que su seguimiento ha de ponerse por

encima de todo lo demás. Y no me digáis que fue muy grande la promesa que se les

hacía, pues por eso los admiro yo particularmente. No habían visto milagro alguno del

Señor, y, sin embargo, creyeron en la gran promesa que les hacía y todo lo

pospusieron a su seguimiento. Ellos creyeron, en efecto, que por las mismas palabras

con que ellos habían sido pescados lograrían también ellos pescar a otros. A Andrés

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y Pedro eso les prometió el Señor, más en el llamamiento de Santiago y Juan no se

nos habla de promesa alguna. Seguramente la obediencia de los que les precedían

les había ya preparado el camino. Por otra parte, también ellos habían antes oído

hablar mucho de Jesús. Pero mirad por otra parte cuán puntualmente nos da a

entender el evangelista la pobreza de estos últimos discípulos. Los halló,

efectivamente, el Señor cosiendo sus redes. Tan extrema era su pobreza, que tenían

que reparar sus redes rotas por no poder comprar otras nuevas. Y no es pequeña la

prueba de su virtud que ya en eso nos presenta el evangelio: soportan

generosamente la pobreza, se ganan la vida con justos trabajos, están entre sí unidos

por la fuerza de la caridad y tienen consigo y cuidan a su padre.

SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía 14,

2, BAC Madrid 1955, 258-60

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Aplicación· P. Alfredo Sáenz, S.J.· San Juan Pablo II· S.S. Benedicto XVI· P. Jorge Loring, S.J.

P. Alfredo Sáenz, SJ..

EL SEGUIMIENTO DE CRISTO

En el evangelio de hoy San Lucas nos relata el llamado de los cuatro primeros

discípulos. Su narración es mucho más detallada que las de los relatos paralelos de

San Mateo y San Marcos. Tres hechos se destacan en ella: la predicación del Señor,

el milagro de la pesca superabundante y el llamado hecho a Simón Pedro y sus

compañeros. Es, sobre todo, el llamado de Cristo, enmarcado por las dos primeras

lecturas, lo que la Iglesia nos propone de manera especial.

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Nunca será inoportuno que los fieles sean invitados a admirar la grandeza de este

llamado, que es, en última instancia, el llamado al sacerdocio. Y ello por dos razones:

primero, porque su propia vida espiritual depende de que haya siempre hombres que

secunden fielmente dicho llamado, permitiendo así que Cristo se apodere de ellos y

resplandezca en sus personas; segundo, porque la vocación sacerdotal es como el

arquetipo de las demás vocaciones, todas las cuales se ordenan indirectamente a lo

que ella tiene como fin propio: la gloria de Dios y la salvación de los hombres.

La elección divina

Desde toda la eternidad Dios tiene un proyecto peculiar sobre cada persona: el

conocimiento y el amor de Dios son personales. Y cada hombre está llamado a seguir

un camino particular, ocupando un lugar único e inintercambiable en la historia. De

forma que puede afirmarse con propiedad que todos y cada uno de los seres

humanos tienen una especial vocación, puesto que han recibido una llamada singular.

Ya respondan a ella, o ya no lo hagan, la invitación de Dios permanece.

Sin embargo, no sin razón se prefiere reservar el término vocación para designar

aquel llamado especial que consiste en ser invitado a renunciar a todo para

consagrarse totalmente a la expansión del Reino de Dios.

Vocación significa, entonces, que, desde toda la eternidad, Dios elige libremente a

alguien, a quien le manifiesta dicha elección en un momento determinado de su vida:

unas veces directamente, como a Isaías, o a San Pablo (camino de Damasco), o a

San Pedro y sus compañeros, según escuchamos en el evangelio de hoy; otras, por

intermediarios, como hizo con Natanael; otras, finalmente, valiéndose de las

circunstancias, cual se hubo con Iñigo de Loyola y tantos otros.

La vocación, en este sentido, es la oportunidad que Dios brinda al hombre no sólo de

acceder al misterio, sino de ponerse al servicio del mismo, centrando su vida en lo

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que es el Centro de todo lo que existe. Por eso el sacerdote es el hombre del

Misterio. A él se le confía el Misterio hecho alimento espiritual de la humanidad, de

manera especial cuando en sus manos sostiene el Cuerpo Vivo del Dios hecho

Hombre, Mysterium fidei: "éste es el misterio de la fe".

Puesto frente al misterio, la actitud del que es llamado no puede ser otra que la de

San Pedro. La realidad divina es, de por sí, sublime e inefable. En presencia de ella,

la creatura se siente al mismo tiempo seducida y anonadada. Tal es la paradoja del

misterio: estremecer y fascinar (tremendum et fascinan). Por eso Simón grita: "Aléjate

de mí, Señor, porque soy un pecador".

Pero también por eso, en lugar de escapar a nado por el lago, "se echó a los pies de

Jesús", como dice el evangelio. Bajo la luz de Dios aparece nuestra miseria y nuestra

necesidad: sólo quien las reconoce humildemente puede escuchar a Cristo que le

dice: "No temas". La palabra de Jesús comunica la paz al alma.

Por eso, si la humildad es el cimiento del edificio espiritual, esta virtud ha de

resplandecer de una manera especial en el ministro de Dios. Porque su corazón debe

ser como un inmenso templo capaz de albergar a todos los que se aproximan a él

buscando el encuentro con Dios. Pero si los cimientos del conocimiento y desprecio

de sí no son lo suficientemente profundos, corre el riesgo de que su presencia, lejos

de ser el espacio espiritual que posibilita el contacto con lo divino, sea como una

atmósfera asfixiante que impida que quienes se le acercan puedan acceder al ámbito

de lo sagrado.

La purificación

Cuando Dios habla, no deja las cosas en el mismo estado en que se encuentran, sino

que las transforma. Cuando Dios llama a un hombre para que lo siga, no lo deja como

está, sino que lo convierte, lo purifica, para hacerlo un instrumento apto y dócil en sus

manos. Así como vence la turbación del hombre diciéndole "No temas", así disuelve

su impureza expurgando su alma con el fuego sagrado de su Corazón Sacerdotal,

como limpió los labios del profeta Isaías mediante la brasa tomada del altar.

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Conversión es sinónimo de purificación, de mortificación, de sufrimiento. Por eso,

luego de manifestarse a Saulo, camino de Damasco, para hacer de él el apóstol por

excelencia, el Señor, refiriéndose al recién convertido, le dijo a Ananías: "Yo le

mostraré cuánto tendrá que sufrir por mi nombre".

La actitud durante las purificaciones de Dios, de parte de quien ha sido llamado por

Cristo, ha de ser de filial resignación, lo que no significa una mera aceptación pasiva

sino un secundar la obra de la gracia, según aquello que recomendaba San Pedro:

"Inclinaos bajo la poderosa mano de Dios, para que a su tiempo os eleve".

Esta obra de purificación divina, cuando no es obstaculizada, afianza en el espíritu la

virtud de la pureza. Podríase decir que en el ejercicio de la guarda del corazón se

condensan todas las cualidades que deben impregnar la obra sacerdotal. El corazón

del hombre consagrado al servicio del misterio, y que verdaderamente se ha vaciado

en el molde del Corazón de Cristo, es un corazón virgen. Porque, precisamente, el

sentido profundo de la virginidad consiste en el reconocimiento de la condición

creatural, es decir, en entender que estamos en continua dependencia de solo Dios.

La virginidad consiste, en última instancia, en renunciar a buscar ni la más ínfima

migaja de felicidad en algo o alguien distinto de Dios. Y la importancia de que esto se

verifique en la vida del ministro sagrado viene del hecho de que él está puesto,

justamente, para ser el mediador, el puente y, por decir así, el cordón umbilical que

permita la afluencia de la gracia de Dios a los hombres y conserve en éstos el amor

filial, que se sabe en todo dependiente del Padre de los Cielos.

La separación

La elección de Dios implica también una separación. Jesús sube a la barca de Simón

y le pide que se aleje de la orilla para predicar a la multitud. Así como en aquella

ocasión usó de aquella barca como de cátedra, así a lo largo de los tiempos usa de la

humanidad de sus ministros como de "lugares" en los cuales Él obra y desea ser

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reconocido. Bien ha dicho el autor de la epístola a los Hebreos que el sacerdote es

"tomado de entre los hombres y puesto en favor de los hombres". El Sacerdote –

señala San Juan Crisóstomo– debe descollar en santidad sobre el común de los

fieles; como Saúl sobresalía en estatura respecto del pueblo. Porque ha sido puesto

como signo, como bandera, "fortaleza enclavada en un monte". Hacia él se dirigen las

miradas de todos, hijos o enemigos de Dios: para los demás, él es un punto

inobviable de referencia.

De forma que la ejemplaridad es la consecuencia necesaria de la elección y de la

purificación. Hay en el alma de un sacerdote algo que, en comparación al resto de los

mortales, lo cualifica y, en cierto modo, lo especifica: tocado por el dedo de Dios, está

en cierta manera por encima del rebaño que se le confía, sin dejar, por cierto, de ser

él también, una oveja de Dios. Es aquí donde se manifiesta más claramente su

carácter de mediador, de intercesor, de canal. Su vida debe ser una invitación

permanente a entrar en diálogo con Dios.

Tal es la sublime misión y el ideal que debe plasmar en su vida el ministro de Dios.

Tan grande es el premio que se le reserva como la responsabilidad que tiene de velar

por quienes le han sido confiados. De allí también la necesidad de que el pueblo fiel

comprenda lo que es el sacerdocio, y acompañe la tarea de los sacerdotes, no sólo

llegándose a ellos para recibir los dones de Dios, sino también rezando

constantemente por su perseverancia. De manera especial, en la celebración del

Santo Sacrificio, deberá implorar para ellos la gracia de la fidelidad y de la fortaleza.

Al continuar ahora la celebración de la Misa, presentemos a Dios nuestras súplicas

para que nunca permita que falten en su Iglesia ministros dignos de sus misterios.

(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994, p. 87-

91)

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Juan Pablo II

Estoy contento de volver a descubrir y profundizar con vosotros en los textos de la

liturgia de este domingo, la fundamental vocación-misión del cristiano que, como los

Profetas, como los Apóstoles, está llamada a desarrollar el ministerio de anunciar y

evangelizar a Cristo, haciéndolo actual mediante el propio testimonio vivo.

A propósito de esta vocación, el Evangelio de hoy nos ofrece abundante materia de

reflexión y todas las lecturas de la liturgia dominical nos permiten comprender aún

más a fondo su contenido.

He aquí el cuadro más frecuente en el Evangelio: Cristo enseña. Enseña a cuantos

“se agolpan” en torno “para oír la palabra de Dios” (Lc 5,1). Primero enseña en la

orilla del lago de Genesaret, luego “subió a una de las barcas, que era la de Simón”, y

rogándole que se alejase un poco de la tierra, continuó enseñando a la multitud desde

la barca (cfr. Lc.5, 3). Cuando terminó de hablar, se alejó de la muchedumbre y

mandó a Simón hacerse a la mar y echar las redes para la pesca (cfr. Lc. 5,4).

El acontecimiento, que podría parecer ordinario, toma de allí a poco un carácter

extraordinario. En efecto, la pesca resulta especialmente abundante, lo que sorprende

a Simón y a los otros pescadores, cuya fatiga precedente, que duró toda la noche, no

había dado resultado alguno: “Toda la noche hemos estado trabajando y no hemos

pescado nada” (Lc. 5,5), dice Simón, cuando Jesús le pide echar las redes. Lo hacen

únicamente por respeto a las palabras de Jesús, movidos por un motivo de estima y

obediencia.

La inesperada, abundantísima pesca, que incluso exige la ayuda de los compañeros

de la otra barca, suscita en Simón Pedro una reacción típica de él. Se echa a los pies

de Jesús y dice: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador” (Lc. 5,8).

Los otros testigos del acontecimiento milagroso, los hermanos Santiago y Juan, no

reaccionan del mismo modo, pero también se llenan de estupor por la extraordinaria

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pesca realizada (cfr. Lc 5,9).

Entonces, Jesús dirige a Simón las palabras que dan el significado profético a todo el

acontecimiento: “No temas; en adelante vas a ser pescador de hombres” (Lc. 5,10).

En diversos pasajes podemos comprobar que el Señor Jesús enseña a todos los que

se acercan para oír su palabra; sin embargo, Él se propone instruir de modo particular

a los Apóstoles, para introducirlos en los “misterios del reino”, que ellos sobre todo

deben conocer, para creer en la propia misión. Jesús los educa en la tarea de futuros

testigos de su potencia y de maestros seguros de esa verdad que Él ha traído al

mundo desde el Padre, de la verdad que es Él mismo.

El pasaje evangélico de hoy nos muestra uno de los momentos particulares de esa

solicitud, mediante la cual Jesús confirma a los Apóstoles y ante todo a Simón Pedro

en la propia vocación. El método que usa el Maestro divino sobrepasa la simple

enseñanza, el anuncio de la Palabra y su explicación. Para que penetre en

profundidad, Jesús confirma la verdad de la Palabra anunciada con la revelación de

su potencia sobrehumana y sobrenatural de Dios, que se dirige directamente a todo el

hombre.

Frente a la revelación de esta potencia, la reacción del hombre es siempre la que

manifestó Simón Pedro: la toma de conciencia de la propia indignidad y el estado

pecaminoso. ¿No decimos nosotros siempre, antes de la santa comunión: “Señor, no

soy digno de que entres en mi casa...”? Pedro, a su vez, afirma, “apártate de mí, que

soy hombre pecador” (Lc. 5,8). San Pablo movido por el mismo sentimiento, escribirá:

“No soy digno de ser llamado Apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios” (1 Cor.

15,9). Así Isaías se defiende de la llamada del Señor, que querría eludir oponiendo la

impureza de los propios labios, indignos de pronunciar la palabra del Señor (cfr. Is.

6,5).

Este profundo sentido de estado pecaminoso personal y de indignidad permite actuar

a Dios mismo, permite a su gracia -gracia a la llamada divina- hacerse eficaz.

Los labios de Isaías, tocados por un carbón encendido, se vuelven puros y el profeta

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puede decir: “Heme aquí, envíame a mí” (Is. 6,8). Pablo, convertido de perseguidor en

Apóstol, afirma: “Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia que me confirió no

ha sido estéril” (1 Cor. 15,10). En cambio, Simón Pedro escucha de labios de Cristo

las palabras confortadoras: “No temas; en adelante vas a ser pescador de hombres”

(Lc. 5,10).

En las lecturas de hoy se encierra una profunda lección que demuestra nuestra

verdadera relación personal con Dios. Ante todo es necesario que tengamos un

sentido profundo de su santidad y a la vez un vivo sentido de nuestra culpa e

indignidad. Cuanto más caigamos en la cuenta de esto último, tanto más se nos

revela lo primero: Dios en la Majestad inefable de su potencia y de su amor; Creador y

Redentor del hombre; Sabiduría, Justicia, Misericordia; Dios Omnipresente,

Omnisciente, Omnipotente.

Cristo no manifiesta con su enseñanza este misterio inescrutable de Dios y, al mismo

tiempo, nos lo acerca, hablando el lenguaje de los hombres sencillos, haciendo

presente la potencia de Dios mismo con signos visibles, como, por ejemplo, la pesca

del lago de Genesaret.

Reflexione cada uno de nosotros si su relación interior con Dios tiene los rasgos que

se manifiestan en el comportamiento de Simón Pedro, de Pablo de Tarso, del profeta

Isaías; si nuestra relación con Dios no es demasiado superficial, unilateral, interesada.

¿Tenemos miedo del pecado, por no ofender al Padre y al Hijo, su Unigénito, que ha

aceptado por nosotros la pasión y la muerte en la cruz? ¿O más bien nos falta esa

conciencia de profunda indignidad en relación con el que es él solo y único Santo?

Comprometámonos en este sentido.

Además de esto, las lecturas de hoy contienen pensamientos e indicaciones

importantes para la vida de toda parroquia, como unidad del pueblo de Dios.

Cristo dijo a Pedro: “En adelante vas a ser pescador de hombres” (Lc. 5,10); esta

pesca misteriosa corresponde a la misión incesante de la Iglesia, de cada una de las

comunidades en la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Llevar a los hombres vivos,

a las almas humanas la luz de la fe y a la fuente del amor; mostrarles el Reino de

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Dios presentes en los corazones y en el designio de la historia de la humanidad;

reunir a todos en esa unidad, cuyo centro es Cristo: he aquí la misión continua de la

Iglesia. El Concilio Vaticano II ha dado en su enseñanza, la expresión plena de esta

misión.

Y como en los tiempos de Jesús, así también hoy, esta misión exige un constante

anuncio que prepare y facilite la acogida de la verdad divina y del amor fraterno. Exige

que cada una de las personas, de los grupos, de los ambientes “se aparten a veces

de la tierra” para “alejarse”. Es necesario para esta penetración más profunda del

Evangelio y de los misterios divinos. Es necesaria particularmente una intimidad

familiar, exclusiva, ferviente con Cristo y con el Padre en el Espíritu Santo, para que

maduren los Apóstoles, es decir, los cristianos perfectos, prontos a dar a los demás,

sacando de la propia plenitud, para que la gracia de Dios en ellos no sea estéril (cfr. 1

Cor. 15,10; 2 Cor. 6,1).

“Maestro... porque tú lo dices echaré las redes” (Lc. 5,5). Vuestra comunidad,

vuestros Pastores, todas las almas apostólicas... todos los feligreses no cesen de

pensar así, animados por este mismo espíritu de fe, y no cesen de actuar en

consecuencia. ¡El Maestro y Señor está constantemente presente en nuestra barca!

La vocación del cristiano se realiza sustancialmente, además de en la vida de gracia,

en el testimonio de amor y de solidaridad, que requiere obviamente una apertura a los

demás, acogidos como tales, y apremia a salir de sí mismos, de los propios miedos y

defensas, de la tranquilidad del bienestar propio, para comunicar y al mismo tiempo

construir un tejido de relaciones recíprocas, orientadas al bien espiritual, moral y

social de todos.

(Homilía en la Parroquia de San Timoteo, 10 de febrero de1980)

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Benedicto XVI

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Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia de este quinto domingo del tiempo ordinario nos presenta el tema de la

llamada divina. En una visión majestuosa, Isaías se encuentra en presencia del Señor

tres veces Santo y lo invade un gran temor y el sentimiento profundo de su propia

indignidad. Pero un serafín purifica sus labios con un ascua y borra su pecado, y él,

sintiéndose preparado para responder a la llamada, exclama: "Heme aquí, Señor,

envíame" (cf. Is 6, 1-2.3-8).

La misma sucesión de sentimientos está presente en el episodio de la pesca

milagrosa, de la que nos habla el pasaje evangélico de hoy. Invitados por Jesús a

echar las redes, a pesar de una noche infructuosa, Simón Pedro y los demás

discípulos, fiándose de su palabra, obtienen una pesca sobreabundante. Ante tal

prodigio, Simón Pedro no se echa al cuello de Jesús para expresar la alegría de

aquella pesca inesperada, sino que, como explica el evangelista san Lucas, se arroja

a sus pies diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador". Jesús, entonces, le

asegura: "No temas. Desde ahora serás pescador de hombres" (cf. Lc 5, 10); y él,

dejándolo todo, lo sigue.

También san Pablo, recordando que había sido perseguidor de la Iglesia, se declara

indigno de ser llamado apóstol, pero reconoce que la gracia de Dios ha hecho en él

maravillas y, a pesar de sus limitaciones, le ha encomendado la tarea y el honor de

predicar el Evangelio (cf. 1 Co 15, 8-10).

En estas tres experiencias vemos cómo el encuentro auténtico con Dios lleva al

hombre a reconocer su pobreza e insuficiencia, sus limitaciones y su pecado. Pero, a

pesar de esta fragilidad, el Señor, rico en misericordia y en perdón, transforma la vida

del hombre y lo llama a seguirlo. La humildad de la que dan testimonio Isaías, Pedro y

Pablo invita a los que han recibido el don de la vocación divina a no concentrarse en

sus propias limitaciones, sino a tener la mirada fija en el Señor y en su sorprendente

misericordia, para convertir el corazón, y seguir "dejándolo todo" por él con alegría.

De hecho, Dios no mira lo que es importante para el hombre: "El hombre mira las

apariencias, pero el Señor mira el corazón" (1 S 16, 7), y a los hombres pobres y

débiles, pero con fe en él, los vuelve apóstoles y heraldos intrépidos de la salvación.

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En este Año sacerdotal, roguemos al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies

y para que los que escuchen la invitación del Señor a seguirlo, después del necesario

discernimiento, sepan responderle con generosidad, no confiando en sus propias

fuerzas, sino abriéndose a la acción de su gracia. En particular, invito a todos los

sacerdotes a reavivar su generosa disponibilidad para responder cada día a la

llamada del Señor con la misma humildad y fe de Isaías, de Pedro y de Pablo.

Encomendemos a la Virgen santísima todas las vocaciones, particularmente las

vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal. Que María suscite en cada uno el deseo

de pronunciar su propio "sí" al Señor con alegría y entrega plena.

(Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 7 de febrero de 2010)

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P. Jorge Loring, S.J.

Quinto Domingo del Tiempo Ordinario - Año C Lc 5: 1-11

1.- Cristo le dice a Pedro que va a ser pescador de hombres. Dios ha querido que

unos hombres se salven por otros. La Iglesia necesita apóstoles.

2.- Hoy hay crisis de vocaciones. La peor desgracia de un pueblo es no tener

sacerdotes. Muchas autopistas, y está muy bien. Muchos trenes AVE, y está muy

bien. Muchas fábricas, y está muy bien. Sanidad gratis para todos, y está muy bien.

Pero todo eso es para esta vida. Si nadie se preocupa de la vida eterna del pueblo, es

su peor desgracia. Por eso todos deberíamos pedir a Dios habitualmente que hayan

muchas y buenas vocaciones sacerdotales y religiosas.

3.- Hay crisis de sacerdotes por ignorancia y por materialismo.

4.- Por ignorancia: la felicidad del hombre está en vivir un ideal. Y el mayor ideal de

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un hombre es la salvación de las almas.

5.- Pero esto exige sacrificios: dejar la familia, dejar una carrera, dejar, a veces, la

patria, y guardar castidad hasta la muerte.

6.- Algunos piensan que el celibato es la causa de la escasez de vocaciones. Por eso

desean un celibato opcional. Pero la Iglesia no va por ahí. Aunque sea una ley

eclesiástica, que se puede cambiar, la Iglesia quiere sacerdotes dedicados totalmente

a las almas, sin preocupaciones familiares.

7.- Y el celibato se puede llevar con garbo, con la ayuda de Dios. Dios no nos pide lo

que no podamos cumplir.

8.- Pero hoy hay mucho materialismo. Se quiere disfrutar de la vida. Como los

invitados al banquete que preferían sus negocios al llamamiento de Cristo.

9.-Todos podemos ser apóstoles desde nuestro sitio en la vida. El apostolado seglar

es hoy muy necesario.

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iNFO - Homilética.ive Función de cada sección del Boletín¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?

Función de cada sección del Boletín

Homilética se compone de 7 Secciones principales:

Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así

como el Guion para la celebración de la Santa Misa.

Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado deespecialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papaso sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.

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Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos

Padres de la Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del

domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.

Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los

cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan

aplicar en la predicación.

Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir

alguna reflexión u ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema

propio de las lecturas del domingo analizado.

Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que

ayudarían a realizar un enfoque adecuado del el evangelio y las lecturas del

domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al

DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto

Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.

¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en SanRafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto devida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el SacerdoteCatólico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carismala prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones delhombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerloproporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como unaherramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perennetradición y magisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia CatólicaApostólica Romana.

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