10 consejos para aprender a escribir franzen

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10 consejos para aprender a escribir, por Jonathan Franzen Jonathan Franzen, el conocido autor de Las correcciones o Libertad, además de ganador de numerosos prestigiosos premios como el National Book Award, nos deja diez consejos que puedes tener en cuenta para aplicarlos a tus propias ficciones. 1. El lector es un amigo, no un adversario ni un espectador. 2. La ficción que no sea una aventura personal del autor al adentrarse en lo desconocido o en lo aterrador, sólo merece la pena escribirla por dinero. 3. Nunca utilices la palabra “entonces” como conjunción, ya tenemos la palabra “y” para eso. El uso de todos esos “entonces” no es otra cosa que la

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10 consejos para aprender a escribir, por Jonathan Franzen

Jonathan Franzen, el conocido autor de Las correcciones o Libertad, además de ganador de numerosos prestigiosos premios como el National Book Award, nos deja diez consejos que puedes tener en cuenta para aplicarlos a tus propias ficciones.1. El lector es un amigo, no un adversario ni un espectador.2. La ficción que no sea una aventura personal del autor al adentrarse en lo desconocido o en lo aterrador, sólo merece la pena escribirla por dinero.3. Nunca utilices la palabra “entonces” como conjunción, ya tenemos la palabra “y” para eso. El uso de todos esos “entonces” no es otra cosa que la falsa solución de un escritor perezoso para el problema de repetir demasiadas veces la conjunción “y” en una misma página.4. Escribe siempre en tercera persona, a menos que una voz realmente distintiva en primera persona se te ofrezca irresistiblemente.

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5. En un tiempo en el que la información es gratuita y de acceso universal, una voluminosa investigación hace que tanto la documentación como la novela se devalúen.6. La ficción más autobiográfica es la que requiere más inventiva. Nadie ha escrito jamás una historia más autobiográfica que La Metamorfosis.7. Se ve más sentándote quieto en un sitio que persiguiendo algo.8. Es dudoso que alguien que tenga conexión a Internet en su lugar de trabajo pueda llegar a escribir buena literatura.9. Los verbos interesantes rara vez son muy interesantes.10. Es necesario haber amado algo antes de poder ser implacable con ello.¿Quieres más consejos para aprender a escribir? Deja tu correo y únete hoy mismo a nuestra comunidad de escritores.

El placer de las digresionesUna entrevista con Javier MaríasPor Juan Gabriel Vásquez

La reciente publicación de Tu rostro mañana, la singular meganovela de Javier Marías, es el pretexto para que el autor explore, en compañía de Juan Gabriel Vásquez, los meandros y misterios de su literatura.

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Fotografía de Thomas Laisne

Javier Marías se ha ganado cierta fama de excéntrico, y no es difícil ver por qué. No es porque su casa de retiro –en Soria, a 230 kilómetros de Madrid– reproduzca todo lo que utiliza en su residencia principal, desde la máquina de escribir hasta la afeitadora; no es porque se haya negado siempre a usar computadores, ni porque se comunique con el mundo solo por fax y correo ordinario. Marías es rey: el rey Xavier I de Redonda. El proceso de su coronación está explicado en su libro Negra espalda del tiempo: en el siglo XIX, un magnate tomó posesión de una isla diminuta e inhabitada del Caribe y declaró rey de ella a su hijo, que crecería para convertirse en el escritor de ciencia ficción Matthew Phipps Shiell, cuyo nom de plume es M. P. Shiel. Al morir Shiel en 1947, la isla y el título fueron heredados por el también escritor John Gawsworth. Varias sucesiones después, Marías, que había escrito sobre Gawsworth y Redonda en su novela Todas las almas, recibió un día una llamada enque Jon Wynne-Tyson, fideicomisario de Gawsworth, le proponía ser el siguiente rey. La corona carece de todo valor, pero a Marías le ha permitido, siguiendo la tradición, otorgar aquí y allá ficticios títulos nobiliarios. El cineasta Pedro Almodóvar es duque de Trémula; J. M. Coetzee es duque de Deshonra; Alice Munro es duquesa de Ontario.Marías, nacido en Madrid en 1951, fue un escritor precoz: publicó sus dos primeras novelas, Los dominios del lobo y Travesía del horizonte,

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con 19 y 21 años respectivamente. Eran textos paródicos, hechos con el cine norteamericano ...

Una charla entre pájarosJuan Gabriel Vásquez entrevista a Jonathan FranzenPor Juan Gabriel Vásquez

Una conversación entre escritores no siempre tendrá como protagonistas a sus personajes. En este encuentro, el autor de Las correcciones revela entre líneas su más auténtica pasión.

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 Las correcciones, el libro que metió a Jonathan Franzen entre los grandes novelistas de su generación, llevaba una semana en las librerías cuando dos aviones de pasajeros se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York. La publicación en castellano de su nueva novela, por una de esas magias del azar objetivo, coincidió con el décimo aniversario de los atentados. Libertad, una fiesta narrativa de más de seiscientas páginas cuyo título sencillo no debería despistar a nadie, es una novela familiar y obsesivamente privada, pero guarda en sus sótanos una buena cantidad de cargas políticas que tienen mucho que ver con los años en que fue concebida: los años posteriores al 11-S, los años de Bush y de Irak, los años en que palabras como “América”, “patriotismo” y –bueno, sí– “libertad” estaban en boca de todos los norteamericanos y en particular de todos los políticos. “Una de las razones del título”, me dijo Franzen cuando le hablé del asunto, “es mi intento por recuperar una bella palabra de manos de los estúpidos y volverla a poner en manos de quienes pueden apreciar su complejidad y belleza”.

Pues bien, misión cumplida: Libertad explora bella y complejamente un puñado de vidas íntimas cuyo asunto, igual que sucedía en Las correcciones, es el eterno conflicto entre lo que quieren y lo que se espera de ellas. En este choque frontal se mueve la extraordinaria historia de la familia Berglund, gente de buenas intenciones e incluso de buena fortuna; gente cuya buena fortuna, junto con todo lo demás, se va al garete de manera fascinante a lo largo de unas tres décadas. Lo que Franzen nos cuenta es el auge y caída del matrimonio entre Walter, ambientalista comprometido y marido fiel, y Patty, “una alegre portadora de polen sociocultural, una abeja afable”. Todos los sospechosos habituales están presentes: el dinero, los deportes, el sexo, las drogas y aun el rock-and-roll, en la persona de Richard Katz: músico postpunk que prefiere ganarse el pan arreglando techos antes que comprometer su integridad artística, hombre caótico que interfiere de maneras imprevistas y calamitosas en el matrimonio Berglund. Son todos personajes (encantadoramente) confundidos, y a todos les queda de maravilla la frase que una vecina insidiosa utiliza par...

Jonathan FranzenJonathan Franzen

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Franzen en la gala Time 100 de 2011

Información personal

Nacimiento 17 de agosto de 1959(56 años)

Chicago, Illinois

Nacionalidad Estadounidense

Educación

Alma máter Universidad de Swarthmore

Información profesional

Ocupación Escritor

Años activo 1988 - presente

Género Novela, ensayo

Obras notables Las correcciones, Libertad

Miembro de Academia de las Artes de Berlín

Distinciones National Book Award, James Tait Black Memorial

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Web

Sitio web jonathanfranzen.com

Facebook jonathanfranzen

[editar datos en Wikidata]

Jonathan Franzen (Chicago, Estados Unidos - 17 de agosto de 1959) es un escritor estadounidense, que saltó a la fama en 2001 con su novela Las correcciones, ganadora del National Book Award y que ha vendido 2,8 millones de ejemplares en el mundo (datos de 2010).1

Índice  [ocultar] 

1 Biografía 2 Premios y reconocimientos 3 Obras

o 3.1 Novela o 3.2 Ensayos

4 Referencias 5 Enlaces externos

Biografía[editar]

Franzen, aunque nacido en Chicago, Illinois, creció en Webster Groves, un barrio San Luis, Misuri. Estudió en Swarthmore College, famosa institución educativa fundada en 1864 por los cuáqueros que queda unos 18 kilómetros al suroeste de Filadelfia, y también en Alemania gracias a unabeca Fulbright. Actualmente vive en el Upper East Side de Manhattan,Nueva York y escribe para la revista The New Yorker. Habla con fluidezalemán.

La ciudad veintisiete, su primera novela, apareció en 1988 y tuvo buena crítica. Cuatro años más tarde publicó Movimiento fuerte, sobre una familia disfuncional.

Para que llegara la auténtica fama hubo que esperar 9 años: en 2001 publicó Las correcciones. Otros nueve años pasaron antes de que apareciera su cuarta novela, Freedom, calificada de "obra maestra por el Sunday Book Review del New York Times.2

Premios y reconocimientos[editar]

Premio Whiting 1988 a escritores noveles. La revista literaria Granta en 1996 (Nº54) lo incluye entre los 20 mejores jóvenes

novelistas estadounidenses. National Book Award  2001 por Las correcciones. Las correcciones fue seleccionada por el club de lectura de Oprah Winfrey, estuvo en

la lista del New York Times de los mejores libros. del año, obtuvo el premio Salon Book, entre otras distinciones, que en total fueron más de 20.

Premio James Tait Black Memorial 2002 por Las correcciones. Finalista del Premio Pulitzer 2002 por Las correcciones.

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La revista Time le dedicó su portada del 31 de septiembre de 2010 con ocasión de la salida a luz de Freedom (hacía diez años que Time no sacaba en portada a un escritor estadounidense).

Obras[editar]

Novela[editar]

Ciudad veintisiete (The Twenty-Seventh City, 1988), trad. de Luis Murillo, ed. Alfaguara, 2003.

Movimiento fuerte (Strong Motion, 1992), trad. de Luis Murillo, ed. Alfaguara, 2004. Las correcciones  (The Corrections, 2001), trad. de Ramón Buenaventura, ed. Seix

Barral, ed. 2002. Libertad (Freedom, 2010), trad. de Isabel Ferrer, ed. Salamandra, 2011. Pureza (Purity, 2015), trad. de Enrique de Hériz, ed. Salamandra, 2015.

Ensayos[editar]

Cómo estar solo (How to Be Alone, 2002), trad. de Jaime Zulaika, ed. Seix Barral, 2003; contiene 14 breves ensayos literarios.

Zona templada (The Comfort Zone. Growing up with Charlie Brown, 2004), trad. de Jaime Zulaika, ed. Seix Barral, 2005.

Zona fría (The Discomfort Zone, 2006), trad. de Jaime Zulaika, ed. Seix Barral, 2008; textos autobiográficos.

Más afuera (Farther Away, 2012), trad. de Isabel Ferrer, ed. Salamandra, 2012.

Algunas lecciones de ProustPor Juan Gabriel Vásquez

En busca del tiempo perdido es una de las novelas fundamentales del siglo XX. Después de una cuidadosa relectura, el autor de este ensayo arroja una luz distinta sobre la esencia de la obra y repara en su condición reveladora acerca del género novelístico.

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Ilustración de Lehel Kóvacs Si las tres mil páginas de En busca del tiempo perdido tienen un tema, no creo que sea ni el tiempo ni su pérdida ni su recuperación, sino una corriente subterránea que atraviesa toda la novela y que solo al final, como una ballena buscando oxígeno, rompe la superficie: la construcción de un novelista. Alguno de los volúmenes de la novela podría haberse titulado Retrato del artista adolescente; otro, Cartas a un joven poeta; pero lo que se cuenta en la novela entera es el elaborado nacimiento de una sensibilidad, y lo que los lectores presenciamos, atónitos, son las lecciones múltiples que ese nacimiento puede darnos. En Por el camino de Swann, el narrador lee una novela de Bergotte, el escritor (no tan) ficticio inventado por Proust como Joyce inventó a Stephen Dedalus o como Cortázar, en Rayuela, inventó a Morelli. Y encontramos este párrafo:

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Uno de aquellos pasajes de Bergotte, el tercero o el cuarto que hube aislado del resto, me produjo una dicha incomparable con la que había encontrado en el primero, una dicha que llegué a sentir en una región más profunda de mí mismo, más sólida, más vasta, de la cual los obstáculos y las separaciones parecían haber sido retirados. Al reconocer entonces el mismo gusto por las expresiones raras, la misma efusión musical, la misma filosofía idealista que había sido en otras ocasiones, sin que yo me diera cuenta, la causa de mi placer, dejé de tener la impresión de un trozo particular de un cierto libro de Bergotte, común a todos sus libros y al cual todos los pasajes análogos que con él se confundían darían una suerte de espesor, de volumen, que parecía ensancharme el espíritu.

No sorprenderé a nadie, y menos a un lector de...

Decálogo imperfecto del imperfecto novelista(glosas ambiguas a Horacio Quiroga)Por Juan Gabriel Vásquez

Dossier 23 decálogosUno. El novelista, más que creer en sus maestros, se los apropia. Entra a saco en ellos, los expolia como un ejército invasor y, cuando ha obtenido todo lo que necesitaba, los deja atrás. Frente a las grandes novelas se comporta igual que frente a la realidad: como un parásito. Lee para aprender a escribir y escribe para aprender a leer. Y nunca ha sido muy dado, de todas formas, a divinizar a nadie.Dos. El novelista desconfía de la perfección. Se ha dado cuenta de que las novelas donde nada sobra, donde todo es pertinente, suelen ser las más pedestres, las menos iluminadoras. Sabe que de los excesos y las impertinencias surgen, a menudo, las mejores páginas. Intentará entonces que sus caprichos parezcan imprescindibles o, cuando menos, parte de un orden secreto. Cuando un crítico le señala páginas que se podrían quitar, queno aportan nada a la trama, calladamente se muere de la risa.Tres. El novelista no escribe porque desee triunfar: escribe porque no tiene más remedio (la idea de triunfo, en todo caso, le parece una baratija y fuente de interminables malentendidos). Escribir es su única manera de estar en el mundo, pero también y sobre todo un vicio, una

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adicción malsana que lo obliga a menudo a desatender a quienes quiere. Esto lo atormenta.Cuatro. El novelista empieza a escribir sin saber adónde va. Es más: escribe esa novela (y no otra) precisamente porque no sabe adónde va. La novela es una forma de saberlo, de descubrir algo que estaba oculto, de echar luz sobre lugares oscuros. Comenzar sabiendo lo que escribirá le parece una pérdida de tiempo. No le interesa explicar lo que ya conoce, sino revelar lo que también él ignora.Cinco. El novelista desconfía de la simplicidad. Si un escritor se ufana de que sus novelas se pueden leer sin diccionario, lo más probable es que los diccionarios sean más interesantes que sus novelas. Para el novelista –Conrad, Joyce, Proust, Céline, Faulkner–, el lenguaje es como una caja de herramientas, y le parece profundamente inquietante que a la hora de su muerte todavía le queden llaves o tuercas sin usar.Seis. El novelista escribe desde la insatisfacción: porque quisiera ser y no es, porque desea y no satisface el deseo, porque pregunta y no le responden. Nadie que esté plenamente contento escribe novelas. El novelista no escribe para sí mismo (cuando algún colega dice que “escribe para exp…

Del novelista como ser humanoPor Juan Gabriel Vásquez

Experiencia • Martin Amis. Barcelona, Anagrama, 2001.

Las novelas de Martin Amis han funcionado alrededor de un principio estético, que es en su caso un principio (también) moral: el hombre ordena lo que le sucede; le impone un esquema al caos; el hombre narra. El hombre del siglo XX es el personaje de Amis, porque se enfrenta al final posible de su cultura, y además por primera vez en la

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historia, al final de la especie. “La línea narrativa en la vida humana ya no existe”, se quejó alguna vez (no recuerdo dónde), y uno tendría razón si dijera lo que ya se ha dicho muchas veces: que sus novelas son un intento —desesperado en espíritu, tremendamente cool en estilo— por restablecer esa narratividad que se ha topado con la guerra nuclear, de un lado, y con talk-shows y tabloides, del otro. La flecha del tiempo, Campos de Londres y Dinero pueden ser o no buenas novelas, pero hicieron de Martin Amis un buen novelista. Donde las novelas eran cínicas casi sin quererlo —en especial Dinero, en cuyo final aparece un narrador para contarle al lector que todo aquello no es más que un juego—, las memorias no admiten trucos, porque su narrador también es su autor y su protagonista. Experiencia transforma a su autor: este libro es generoso, y el lector lo termina con la sensación de que Amis ha llegado, visto y vencido, de que ha impuesto el orden y nada le ha faltado, de que es maestro de las cosas que suceden. Uno lo ve de lejos y Amis parece satisfecho: tiene en la cara una mueca de deber cumplido.

La experiencia, en el caso de Amis, se compone de un padre escritor y una prima asesinada, un problema de dientes y una hija desconocida, la pérdida de un buen amigo y las varias formas en que los seres humanos rompemos y nos separamos. “Nada, por ahora, puede competir con la experiencia —tan irrefutablemente auténtica, tan pródiga y democráticamente dispensada. La experiencia es la única cosa que compartimos por igual”. No sé si Amis tenga autoridad para teorizar sobre el poder ecualizador de la experiencia, porque lo que le ha sucedido a él no resulta de lo más cotidiano: a su padre no le gustaban sus libros, el cuerpo de su prima fue descubierto más de veinte años después de su muerte, y los periódicos de Inglaterra lo persiguieron durante semanas por gastarse su dinero en cosmética dental. Ahora sabemos que lo dental no era cosmético: sabemos que los asuntos odontológicos de Amis tienen la dignidad de cualquier tortura, y sabemos además que no hay otro escritor ...

Jonathan Franzen: "Siento un profundo compromiso de luchar por la novela"

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2015) TecnologíaRadiografía al océano profundo (12 de Junio de 2013)

Guadalajara (México), 26/11/2012 (EFE).- El estadounidense Jonathan Franzen afirmó hoy en México que está comprometido como escritor a "luchar por la novela", un género en el que cree, que sigue vivo y que mantiene su vigor pese al avance de nuevas tecnologías y forma de comunicación."Mi propia vida ha sido tan transformada y enriquecida por la existencia de las novelas que siento este profundo compromiso de luchar por la novela como una forma", sostuvo Franzen en Guadalajara, oeste de México, donde inauguró el Salón Literario de la Feria Internacional del Libro 2012 (FIL)."Mi comunidad son los lectores y los escritores", expresó Franzen ante varios cientos de personas que le escucharon contestar preguntas del escritor mexicano Jorge Volpi y otras del público.Explicó que siendo un veinteañero tenía la "abrumadora responsabilidad" que le cargó su familia de ayudar a otros, y decidió que lo haría "escribiendo una novela" que cambiara el mundo, un proyecto que con los años y una mayor madurez sustituyó por un compromiso real por la palabra escrita y dedicado a la novela.Este género, señaló, "vivió su Edad de Oro" en el siglo XIX pero sigue vigente porque ha tenido una transformación formal y hoy es posible "amar a Jane Austen y a William Faulkner".Dijo que como escritor siente gran satisfacción por la posibilidad de estar cerca de "lectores reales", con la que puede "conectar en lugares como México y Sudamérica" o en cualquier parte del mundo y que le ha traído estos días por primera vez la FIL.Preocupado por que el libro electrónico pueda generar en el público la creencia de que comprar un libro no debe costar dinero, Franzen se mostró crítico con el uso de redes sociales como Twitter y Facebook, a las que considera "adicciones" y un "paliativo" a la falta de una verdadera comunicación.

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Reconoció, a diferencia de lo que sucede con la música, que un escritor "jamás va a conseguir una audiencia de 40 millones de personas" para sus libros fácilmente.Pensativo, reflexivo ante las preguntas que se le hicieron pero también con gran sentido del humor, confesó que algunos de sus "héroes" son autores como Alice Munro o Don DeLillo, quienes hacen gala de "una especie de integridad por no tener grandes audiencias" que un mundo como el actual de famosos y celebridades."No hay nada que ser famoso me pueda conseguir, no hay nada que quiera que me pueda eso conseguir excepto, a veces, una buena mesa en un restaurante en Nueva York", dijo de sí mismo al respecto.De sus vínculos con la narrativa latinoamericana indicó que hace años leyó a escritores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes o Mario Vargas Llosa, y que hace poco ha vuelto a acercarse a otros como Roberto Bolaño o Juan Gabriel Vásquez, más jóvenes o contemporáneos suyos."(En Latinoamérica) hay una gran sofisticación formal, hay muchos menos juegos con el lector ahora. Siento que la nueva generación de escritores está encontrando un modo de solo ser seres humanos sin preocuparse de lo que la gente piense de ellos como colectivo", indicó.Una parte de la conversación giró en torno a sus obras más recientes, "Más afuera" (2012) y "Libertad" (2010), su novela más famosa.De esta última, que transcurre cuando EE.UU. sufrió los atentados del 11 de septiembre en 2001 contra las Torres Gemelas, el mexicano Volpi dijo que Franzen "urdió un universo narrativo en el cual los zigzagueos vitales" de los personajes, en cierta medida semejantes a los de "Guerra y Paz" de León Tolstoi, mostraban "no solo los triunfos y sinsabores de la clase media estadounidense sino la desazón suscitada por la presidencia de George W. Bush (2001-2009)"."En aquellos años empecé a sentir que todos (los estadounidenses) intentábamos ser responsables en nuestro discurso político para cuidarnos unos a otros y que el país estaba tomando ventaja de nosotros", ofreció Franzen como explicación.Confesó que en algún momento trató de hacer de ese libro "una novela política" pero fracasó y que terminó yéndose por otros derroteros incapaz de imaginar "un republicano simpático".Antes de su conversación con Volpi, el escritor estadounidense recibió la medalla "Carlos Fuentes" de manos de la viuda del escritor mexicano, Silvia Lemus, quien también recibió otra por parte del presidente de la FIL, Raúl Padilla.

EL REALISMO TRÁGICO DE FRANZENErick Aguirre8 junio 2015Críticas, Portada

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Jonathan Franzen | Foto: Greg MartinEn mi país, Nicaragua, geográficamente ubicado en el redundante centro de América Central, a los escritores más jóvenes los asedian, a veces hasta el tormento, dos grandes atracciones aparentemente opuestas o extrapoladas.Por un lado está la falseada y relativa celebridad de escritores como Ernesto Cardenal,Gioconda Belli o Sergio Ramírez, que independientemente de sus grandes cualidades literarias se les muestran, quizás sin quererlo, como rutilantes espejismos del éxito, la fama y la figuración, que en este caso los escritores en ciernes podrían estar asumiendo como un fin en sí mismo.Por otro lado está la atrayente y excesiva oscuridad marginal (disfrazada a veces de autenticidad literaria) y el falso “malditismo” que algunos de esos jóvenes parecen encontrar, equivocadamente, en otros autores nicaragüenses como Carlos Martínez Rivas, Beltrán Morales o Lizandro Chávez Alfaro; que fueron tan buenos como oscuros, ocultos y huraños; reacios a la luz de los focos mediáticos o al escrutinio público de sus vidas personales.Hubo un tiempo, cuando yo también era muy joven y pretendía hacerme escritor, en que muchos llegamos incluso al extremo de desear emular el martirio social o el destino trágico y al mismo tiempo glorioso de escritores truncos que al mismo tiempo fueron héroes, a la larga inútiles, como Roque Dalton, Otto René Castillo, Javier Heraud o Leonel Rugama.Pero hablando de narradores, y en un país donde la tradición novelística es relativamente árida, el asunto de por qué y para qué escribir, que también mantiene en dilemas parecidos a muchos otros escritores de Centroamérica; debería llevarnos a reflexionar con algo más de profundidad acerca del destino de la novela, o de la verdadera literatura, en un tiempo en que el reflejo cultural de nuestras pobres aldeas convive y se relaciona, al menos en el espacio virtual de las tecnologías, a un mismo nivel con el llamado primer mundo.Una de las formas de hacerlo, al menos para mí, ha sido explorar, tanto la obra como las reflexiones acerca del género realizadas, por ejemplo, por autores como el estadounidenseJonathan Franzen (1959), un escritor relativamente joven que, pese a abogar recurrentemente por la novela seria, social o total, frente a la facilidad que supone sucumbir a la exigencia colectiva o mercantil; sorprendentemente ha obtenido celebridad y ha concitado los más importantes premios que, en un país como el suyo y desde su propia perspectiva literaria, suponen cierta significación ambigua.

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Franzen es considerado actualmente uno de los mejores novelistas jóvenes norteamericanos. Ha publicado Ciudad veintisiete (1988), Movimiento fuerte (1992), Las correcciones (2001) yLibertad (2010). Su consagración nacional e internacional, sin embargo, llegó con Las correcciones, su tercera novela en orden cronológico de publicación. Pude leerla hasta en el año 2007: edición en castellano de Seix Barral (2002), con traducción de Ramón Buenaventura.

Seix BarralUna vez absorbido por la lectura de los primeros capítulos, algo que me sorprendió, al volver con repentina curiosidad a la solapa, fue la relativa juventud del autor, y no porque bajo su foto se dijera que con ella ganó el National Book Award en Estados Unidos, o porque fuese considerada por la crítica “una de las novelas americanas más impresionantes de los últimos años”; sino porque, ya con bastantes páginas leídas, estaba perfectamente claro de que tenía entre mis manos una gran novela, es decir, una novela seria, hecha para perdurar, y sobre todo: inmejorablemente escrita.Al finalizar las 734 páginas de sus siete capítulos, recordé mis limitadas lecturas de algunos autores estadounidenses contemporáneos, como De Lillo, Wolfe, Doctorow o Auster, y me aventuré a concluir, para mí mismo, que acababa de leer una de las más inteligentes y humanamente conmovedoras novelas norteamericanas, en efecto, de los últimos años; el tragicómico fresco de una familia de clase media, que es a su vez el fresco prototípico de la sociedad estadounidense finisecular, representada en casi todas sus diferentes áreas de realidad.Pero una novela inteligente y postmoderna –pensé entonces– no puede ser (según lo que algunos críticos insisten en subrayar) tan clara y sencillamente digerible; aun cuando sea tan voluminosa y aparentemente densa. A menos que sea, como en efecto lo es, parte de la inmensa saga de novelas realistas que en el mundo han sido, pero al mismo tiempo escrita y construida con la perspectiva de un autor obcecadamente contemporáneo, aunque profundamente deudor de la gran tradición narrativa de su país.En fin, otro narrador realista, pero lo suficientemente lúdico, diestro y versátil como para ser considerado postmoderno por los críticos llamados por él mismo “ciber-visionarios”, que hoy día abundan, incluso, hasta en nuestro exasperante tercer mundo.La novela está narrada, en todos sus capítulos (“St. Jude”, “El fracaso”, “Cuanto más lo pensaba, más se enfadaba”; “En el mar”, “El generador”, “Unas últimas navidades” y “Las correcciones”) por una voz omnisciente que no deja de hacer guiños, insertar ironías, asumir tonos de sorna y sonreír al lector con mordacidad mientras describe el derrumbe de una familia gringa normal, que finalmente, como todo en esta época de incesantes correcciones, se las arregla para seguir funcionando, aun sobre las ruinas humeantes de su propia normalidad.

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Es una voz omnisciente ambigua, cuyo tono recuerda –a quien ha leído los ensayos de Franzen– la propia voz del autor, y que particularmente en el cuarto capítulo (“En el mar”) se vuelve más entrometida, introduce más comentarios punzantes y corrosivos en la descripción que nos lleva –a bordo del crucero Gunnar Myrdal– al clímax de la decrepitud: el deterioro físico y mental de Alfred, patriarca de la familia Lambert, en medio de la angustia moral de Enid, su mujer, paralizada ante el dilema de saldar su deuda con la vida mediante la sumisión, o seguirlo haciendo pero bajo los gratificantes efectos del Aslan y las recetas anti-depresivas del joven doctor Hibbard.Y es precisamente la voz narrativa escogida por Franzen para narrar esta voluminosa novela, lo que nos hace remitirlo a la vieja y aparentemente inacabable tradición realista de la literatura (aunque también sea al mismo tiempo una novela vanguardista, postmoderna o agudamente contemporánea).Como el narrador entrometido y ambiguo de las grandes novelas realistas, o como el narrador autoritario y aleccionador de Los Miserables, la voz omnisciente de Las correcciones trata de hacernos comprender, a través de la experiencia privada y la conducta personal de los miembros de una familia, el contexto público en el que sobreviven como individuos.Pero esa voz narrativa, que con sus guiños y comentarios nos muestra la patética comicidad con que reaccionan las conductas humanas frente a la Historia, es decir, frente a la tiranía de los contextos sociales y sus extenuantes complejidades; en Las correcciones se nos descubre finalmente como el inclemente relator de una realidad trágica. Y subrayo la palabra porque, según el mismo Franzen, es la que mejor describe la visión que todo buen novelista tiene del mundo.“Por trágico entiendo sólo cualquier tipo de narrativa que suscite más preguntas que respuestas… El realismo trágico preserva el convencimiento de que siempre se mejora gracias a un esfuerzo; de que nada dura para siempre; de que si lo malo del mundo supera a lo bueno, es por un ligerísimo margen”, afirma Franzen en su famoso artículo “¿Para qué molestarse?”, también conocido como “El ensayo del Harper´s”, que forma parte del libro Cómo estar solo (SeixBarral, 2003; traducción al castellano de Jaime Zulaika. p.107).¿Pérdida de autoridad o de interés masivo; o bien decadencia e inevitable muerte de la novela en los tiempos actuales? Para Franzen tales gritos de alarma se reducen a simples accidentes de la Historia; al hecho de que, en sus tiempos de auge (finales del XIX y principios del XX) la novela no tenía tantos competidores. Ahora la distancia entre el autor y el lector –dice– se ha reducido extraordinariamente.“La literatura tiene una función, aparte del entretenimiento, como una forma de oposición social. Las novelas, en definitiva, algunas veces encienden debates políticos o se involucran en ellos… Los poetas y los novelistas de un país son a menudo los que están obligados a actuar como las voces conscientes en tiempos de fanatismo religioso o político” (Cómo estar solo, 105).Aun en un contexto tan distinto como el de Centroamérica, la idea de Franzen acerca de la función de la novela puede revelarnos la importancia de visualizar los pliegues y la difusa vinculación entre las distintas y aparentemente antípodas fuerzas que intervienen en el placentero proceso de lectura y escritura. Nos recuerda que hay una fina vinculación entre el proceso de crear y organizar nuestras novelas, nuestros pequeños mundos alternativos, y el cuadro histórico y social más amplio que nos rodea.Para Franzen la novela no puede ni debe pretender cambiar absolutamente nada, sino que debe, siempre, procurar la preservación de algo. “Los novelistas están preservando una tradición de lenguaje preciso y expresivo; una costumbre de mirar a los interiores que hay por debajo de superficies…”.¿Comprensión de la experiencia privada? ¿Misterios? ¿Conductas? Los novelistas “están preservando a una comunidad de lectores y escritores, y la forma en que los miembros de esa comunidad se reconocen mutuamente es que nada en el mundo les parece simple”.Según su propia confesión, para Franzen la tarea de recobrar, como novelista, una perspectiva trágica, supuso volver a conectar su proceso creativo individual con una comunidad de lectores y escritores, es decir, la recuperación de un sentido de la Historia. “El realismo trágico –afirma– produce el efecto perverso de convertir a sus adeptos en

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cuasi optimistas… No ofrece una opinión sobre si esto es bueno o malo. Se limita a representarlo”.Y hablando de realismo: recuerdo ahora cuando, en el año 2005, durante una visita de Mario Vargas Llosa a Nicaragua, logré hacerle una entrevista, y casi al final de nuestro diálogo le dije que me resultaba curioso notar que la mayoría de sus novelas –si no todas– constituyen revisiones críticas de la realidad y la Historia.“Hombre –me respondió el peruano–, es que yo me formé así, mi vocación nació dentro de esa idea de la literatura”. Luego me comentó que ahora hay escritores nuevos para quienes la literatura es sobre todo un juego, un ejercicio brillante, y no creen en la responsabilidad histórica del escritor. “Algunos también hacen una literatura light –me dijo–, que está más de moda”.Entonces le recordé que él había confesado abiertamente sus variaciones de opinión respecto a la relación Literatura-Política o Historia-Literatura. “Lo que usted opinaba a finales de los cincuenta, por ejemplo, no es lo mismo que piensa ahora –le dije–, cuando dice creer que la literatura no puede ser utilizada como un elemento político”.El novelista respondió con tranquilidad que sí, que muy joven estuvo influido por ese sentimiento, “entonces muy generalizado”, de que a través de la literatura se podía influir en los cambios históricos y sociales.Me dijo que en eso había algo de ingenuidad, “un cierto romanticismo”, pero ahora más bien creía que esa influencia “no es tan inmediata, no puede ser tan planificada, y es muchas veces imprevisible y muy sutil”. Pero de lo que sí estaba plenamente convencido era de que “la buena literatura siempre desarrolla un espíritu crítico”.Es precisamente lo que sucede con la narrativa de Franzen, para quien recobrar una perspectiva trágica a través de la novela supone el doble y perseverante esfuerzo de lograr conectarse con una comunidad de lectores cada vez más reducida –o, según dicen algunos, demasiado selecta–, pero al mismo tiempo mostrar ante el “gran público” la profundidad de ciertos temas recurrentes de la literatura. Y de cierta forma eso también supone recuperar el verdadero sentido de la Historia.¿Estamos los escritores centroamericanos dialogando, o bien, confrontándonos, con nuestra propia tradición literaria? ¿En realidad queremos huir de cualquier enfrentamiento con esa tradición? ¿En el afán de ser únicos, auténticos, “universales”, “literariamente respetables y vendibles”, terminamos siendo demasiado excéntricos, indiferentes, exhibidores de una retórica literariamente erudita y de malabares estéticos y estructurales, pero finalmente vacíos de contenido?Con excepciones, eso es lo que se especula ahora respecto a muchos nuevos narradores latinoamericanos. Aunque no puedo asegurar si sucede lo mismo entre los centroamericanos, porque sigue siendo difícil leerlos, conocerlos. Y eso es algo que tiene que ver con problemas de industria editorial, de desarrollo económico, de fragmentación y aislamientos geográficos y políticos. Pero también puede ser un asunto de actitud literaria.Creo que nuestro lugar como escritores está en una especie de encrucijada, en una confluencia de diversos caminos, que a la larga vienen siendo dos. Porque si, como dicen, la alquimia de todo escritor de ficción es una mezcla de experiencia, observación, emoción e ideas, en Centroamérica eso se resume en dos cosas: Memoria e Historia.Carlos Fuentes llamó a Bernal Díaz del Castillo el primer novelista de América: “nuestro primer novelista”, dijo. Su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, escrita precisamente desde Centroamérica, pretende ser una crónica histórica: memoria que quiere ser Historia y viceversa.Sin embargo Fuentes la asume como la primera gran novela de América, y la asume así, entre otras cosas, por su carácter titubeante: al desplegarse como relato, la voluntad épica titubea. “Pero una épica vacilante –dice Fuentes– ya no es una épica: es una novela. Y una novela es algo contradictorio y ambiguo”.Por eso me llaman la atención los novelistas centroamericanos que despliegan su imaginación para intentar “llenar los vacíos históricos” o “rectificar las distorsiones de la Historia” (como pretendió Bernal Díaz), o para dar voz en sus ficciones a “los excluidos de la Historia”.

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Sin embargo, no deberíamos obsesionarnos tanto con la idea de llenar los “vacíos históricos”, si con eso olvidamos que también debemos dejar algún registro de nuestras propias vidas, de nuestros propios contextos generacionales; si con eso también olvidamos que nuestras propias vidas están llenas de significado.Después de leer la novela y los ensayos de Franzen me di cuenta de que, muy probablemente, los escritores, especialmente los narradores de ficción, son casi los únicos capaces de comprender que los seres humanos somos individuos complejos. Y esa complejidad no es más que el reflejo de la Historia en nuestros propios contextos personales, es decir, la Memoria.Pero en Latinoamérica, especialmente en Centroamérica, Historia y Memoria son como dos hermanas que no siempre están de acuerdo. Para los escritores centroamericanos el problema de preservar nuestra individualidad y nuestra complejidad como seres humanos, desafortunadamente está demasiado relacionado con la inútil, y sin embargo irrenunciable tarea de intentar conciliar Memoria e Historia.El “problema de estar solo” en una cultura de masas que, desde un muy cercano primer mundo, es ruidosa y distractora; para los escritores centroamericanos no creo que pueda resolverse escapando de un pasado y un presente dramáticos; algo que a veces implica también la resignada aceptación (incluso la celebración) del hecho de ser escritores y poder aislarnos de los problemas del mundo.¿Debemos abandonar el sentido de responsabilidad social como escritores, y tan solo escribir ficción por la pura diversión de hacerlo? Es la pregunta que se hace Franzen en Cómo estar solo, sin dar una respuesta categórica a lo largo de 319 páginas. Pero también es la misma pregunta que, lamentablemente, los escritores centroamericanos nos seguimos haciendo cada vez más en silencio.