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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.

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ué fue lo que sucedió? ¿Realidad o fantasía? ¿Acaso las dos existen? Eso es una verdad indiscutible y pueden existir mezclándose la una con la otra hasta confundirse en una

sola cosa imposible de separar. Y qué emoción más placentera es saborear lo creado por la fantasía que surge de la experiencia real que hemos tenido en la vida. Recuerdo mis años juveniles cuando vivía en la mansión de mi padre que había hecho construir en la campiña. Allí estaba yo, alejado de la ciudad, sin contacto con la juventud a la cual pertenecía y con una sensación de gran soledad que me oprimía el alma. Mi tedio lo aminoraba encerrado en la biblioteca, leyendo libros cuyos temas me eran interesantes, mi favorito era El Egipto de los Faraones. Pero esta distracción no me satisfacía plenamente. Un gran vacío invadía mi alma. Añoraba encontrarme con una mujer, disfrutar de su amistad, enamorarnos, y después de un corto noviazgo, contraer matrimonio. Sí, casarme con esa mujer de la cual estaba enamorado pero que aún no conocía. En un arranque de intensa ansiedad decidí recorrer a caballo extensas distancias para apaciguar mi inquietud y una tarde, conversando con mi madre, le manifesté mis propósitos, diciéndole que me iba a ausentar por varios días o quizás semanas. Ensillé mi caballo y partí en una mañana gris y fría en la cual la niebla se arrastraba a poca altura y no dejaba ver el suelo. Caminé, atravesando extensas praderas, hacia las lejanas

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ué fue lo que sucedió? ¿Realidad o fantasía? ¿Acaso las dos existen? Eso es una verdad indiscutible y pueden existir mezclándose la una con la otra hasta confundirse en una

sola cosa imposible de separar. Y qué emoción más placentera es saborear lo creado por la fantasía que surge de la experiencia real que hemos tenido en la vida. Recuerdo mis años juveniles cuando vivía en la mansión de mi padre que había hecho construir en la campiña. Allí estaba yo, alejado de la ciudad, sin contacto con la juventud a la cual pertenecía y con una sensación de gran soledad que me oprimía el alma. Mi tedio lo aminoraba encerrado en la biblioteca, leyendo libros cuyos temas me eran interesantes, mi favorito era El Egipto de los Faraones. Pero esta distracción no me satisfacía plenamente. Un gran vacío invadía mi alma. Añoraba encontrarme con una mujer, disfrutar de su amistad, enamorarnos, y después de un corto noviazgo, contraer matrimonio. Sí, casarme con esa mujer de la cual estaba enamorado pero que aún no conocía. En un arranque de intensa ansiedad decidí recorrer a caballo extensas distancias para apaciguar mi inquietud y una tarde, conversando con mi madre, le manifesté mis propósitos, diciéndole que me iba a ausentar por varios días o quizás semanas. Ensillé mi caballo y partí en una mañana gris y fría en la cual la niebla se arrastraba a poca altura y no dejaba ver el suelo. Caminé, atravesando extensas praderas, hacia las lejanas

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montañas que divisaba al Oeste. La niebla se había disipado. Un sol de mediodía entibiaba el paisaje y también mi cuerpo entumecido. En esos momentos iba por una llanura que terminaba en los faldeos de unos cerros cubiertos de nieve. A lo lejos divisé una pequeña casa construida de adobes y el techo adornado con antiguas tejas. Al aproximarme vi un letrero que estaba situado sobre su única puerta que decía: FRUTERÍA ALQUÍMICA. Mi curiosidad se acrecentó porque no se veía en parte alguna plantaciones de árboles frutales ni algo parecido. Desmonté del caballo, amarré las riendas en una tranquera que estaba frente a la puerta y entré. Me sorprendió una escena espectacular. En el aposento había toda clase de frutas extrañas. Eran semejantes a las frutas tradicionales pero no iguales. Se notaba una diferencia en la forma y el colorido. Había plátanos con cáscaras de piñas. Las manzanas tenían el color de las naranjas y las chirimoyas, el acentuado rojo de las ciruelas. Daban la impresión que alguien las había mezclado cambiando su íntima estructura, y ese alguien estaba detrás de un mesón manipulando un artefacto desconocido, Vi cómo introducía diversas especies frutales a un compartimiento de la máquina y presionaba un botón. Después de algunos minutos la máquina dejaba de funcionar, se abría una puerta y aparecían unos frutos impresionantes que no tenían parecido con los que se habían introducido.

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-¡Bienvenido a la Frutería Alquímica! Me saludó el joven. Era una persona alta, de buena presencia, cuya cualidad más llamativa era una extrema sensibilidad que se manifestaba en sus ojos. Percibí que se trataba de un verdadero artista y eso se apreciaba en lo que estaba haciendo: “frutas alquímicas.” -¿Desde cuándo se dedica a esto?- le pregunté. -Desde hace poco tiempo. Estas tierras por las cuales usted ha llegado, pertenecen a mi padre. -Entonces, ¿estudió agronomía? -Él había decidido que me titulara de ingeniero agrónomo pero el cultivo de la tierra no me atrae, así que, eludiendo los deseos de mi padre, estudié ingeniería especializándome en ingeniería cuántica. Posteriormente continué mis estudios en astrofísica para después perfeccionarme en química electrónica. -Notable- murmuré. Ahora me explico por qué la agronomía era un tema aburridor en relación a su espíritu inquieto. ¿Y esa pequeña máquina? -La acabo de inventar. Hace dos días que estoy probando su funcionamiento. ¿Qué le parece? -Simplemente ¡Extraordinaria! -¿Cuál ha sido la actitud de su padre referente a sus actividades alejadas de las labores agrícolas? -Mi padre ha comprendido y aceptado mi vocación que va por otros senderos y ha contratado a un médico veterinario para que explote estas tierras con miras hacia la ganadería.

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montañas que divisaba al Oeste. La niebla se había disipado. Un sol de mediodía entibiaba el paisaje y también mi cuerpo entumecido. En esos momentos iba por una llanura que terminaba en los faldeos de unos cerros cubiertos de nieve. A lo lejos divisé una pequeña casa construida de adobes y el techo adornado con antiguas tejas. Al aproximarme vi un letrero que estaba situado sobre su única puerta que decía: FRUTERÍA ALQUÍMICA. Mi curiosidad se acrecentó porque no se veía en parte alguna plantaciones de árboles frutales ni algo parecido. Desmonté del caballo, amarré las riendas en una tranquera que estaba frente a la puerta y entré. Me sorprendió una escena espectacular. En el aposento había toda clase de frutas extrañas. Eran semejantes a las frutas tradicionales pero no iguales. Se notaba una diferencia en la forma y el colorido. Había plátanos con cáscaras de piñas. Las manzanas tenían el color de las naranjas y las chirimoyas, el acentuado rojo de las ciruelas. Daban la impresión que alguien las había mezclado cambiando su íntima estructura, y ese alguien estaba detrás de un mesón manipulando un artefacto desconocido, Vi cómo introducía diversas especies frutales a un compartimiento de la máquina y presionaba un botón. Después de algunos minutos la máquina dejaba de funcionar, se abría una puerta y aparecían unos frutos impresionantes que no tenían parecido con los que se habían introducido.

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-¡Bienvenido a la Frutería Alquímica! Me saludó el joven. Era una persona alta, de buena presencia, cuya cualidad más llamativa era una extrema sensibilidad que se manifestaba en sus ojos. Percibí que se trataba de un verdadero artista y eso se apreciaba en lo que estaba haciendo: “frutas alquímicas.” -¿Desde cuándo se dedica a esto?- le pregunté. -Desde hace poco tiempo. Estas tierras por las cuales usted ha llegado, pertenecen a mi padre. -Entonces, ¿estudió agronomía? -Él había decidido que me titulara de ingeniero agrónomo pero el cultivo de la tierra no me atrae, así que, eludiendo los deseos de mi padre, estudié ingeniería especializándome en ingeniería cuántica. Posteriormente continué mis estudios en astrofísica para después perfeccionarme en química electrónica. -Notable- murmuré. Ahora me explico por qué la agronomía era un tema aburridor en relación a su espíritu inquieto. ¿Y esa pequeña máquina? -La acabo de inventar. Hace dos días que estoy probando su funcionamiento. ¿Qué le parece? -Simplemente ¡Extraordinaria! -¿Cuál ha sido la actitud de su padre referente a sus actividades alejadas de las labores agrícolas? -Mi padre ha comprendido y aceptado mi vocación que va por otros senderos y ha contratado a un médico veterinario para que explote estas tierras con miras hacia la ganadería.

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-¿No ha pensado crear una máquina, parecida a la máquina de las frutas, para efectuar experimentos con animales? -Sí. Hay tiempo en el futuro para ello. -¿Qué edad tiene usted? -Treinta y un años. -Tiene muchos por delante para seguir con sus experimentos. Continuando en este diálogo me atreví a preguntar. ¿Ha observado que las jirafas africanas se alimentan de acacias? La acacia africana es semejante al espino chileno y entonces se podrían traer jirafas a las tierras de su padre para criarlas, y usted, con sus conocimientos alquímicos sería capaz de crear razas de jirafas de cuello corto que podrían alimentarse cómodamente con los espinos chilenos que son de poca altura. -Es original su idea -me dijo. Estudiaré sus posibilidades. Así como en el antiguo Egipto todo animal salvaje se intentaba domesticarlo y en algunas ocasiones esto daba buenos resultados, también me entusiasma la idea de obtener esta nueva especie de jirafa de cuello corto que sería apta para montarla y serviría de adorno y entretención para los niños en los parques de diversiones. Se podría elegir entre un caballo pony o una jirafa de cuello corto. El joven sonreía y su mente sensitiva recibía mi extravagante conversación con complacencia. -¿Hacia dónde se dirige?-me preguntó. -Hacia ningún lado. Hacia cualquier lugar, sin rumbo alguno.

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-¿No ha pensado crear una máquina, parecida a la máquina de las frutas, para efectuar experimentos con animales? -Sí. Hay tiempo en el futuro para ello. -¿Qué edad tiene usted? -Treinta y un años. -Tiene muchos por delante para seguir con sus experimentos. Continuando en este diálogo me atreví a preguntar. ¿Ha observado que las jirafas africanas se alimentan de acacias? La acacia africana es semejante al espino chileno y entonces se podrían traer jirafas a las tierras de su padre para criarlas, y usted, con sus conocimientos alquímicos sería capaz de crear razas de jirafas de cuello corto que podrían alimentarse cómodamente con los espinos chilenos que son de poca altura. -Es original su idea -me dijo. Estudiaré sus posibilidades. Así como en el antiguo Egipto todo animal salvaje se intentaba domesticarlo y en algunas ocasiones esto daba buenos resultados, también me entusiasma la idea de obtener esta nueva especie de jirafa de cuello corto que sería apta para montarla y serviría de adorno y entretención para los niños en los parques de diversiones. Se podría elegir entre un caballo pony o una jirafa de cuello corto. El joven sonreía y su mente sensitiva recibía mi extravagante conversación con complacencia. -¿Hacia dónde se dirige?-me preguntó. -Hacia ningún lado. Hacia cualquier lugar, sin rumbo alguno.

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esta belleza natural, decidí recostarme sobre el pasto para descansar, pero antes le aflojé un poco la cincha de la montura a mi caballo y le saqué las riendas para que pudiera pastar con comodidad, Así estaba, cuando divisé algo o alguien allá arriba que bajaba deslizándose por entre los chorros de agua de la cascada. Descendía lentamente y a medida que se acercaba pude constatar que se trataba de un ser humano. Era un anciano que venía con ligereza sin tener ninguna cuerda u otra cosa que lo sostuviera. Sus piernas estaban estiradas hacia adelante y mantenía el tronco en posición vertical, Me imaginé que iba sentado en un columpio invisible. Vestía de negro con una capa adornada con numerosas estrellas plateadas. Éstas se confundían con el brillo del agua de la cascada. Su rostro era alargado y enjuto, y su cabeza, cubierta por un bonete también negro, tenía estrellas pero eran más pequeñas. Una melena blanca caía hasta sus hombros. El viejo llegó a donde yo estaba pero sin tocar el pasto, y manteniendo esa posición me dijo con áspera voz si deseaba subir a la cima. Me puse de pie, me acerqué a él y éste sin esperar una respuesta me tomó de una mano y me ordenó que me afirmara bien porque íbamos a subir. En efecto, fui elevado con tan grande energía que en pocos segundos llegamos a la cima donde me soltó dejándome sentado en el suelo, mudo de asombro. Antes de despedirse me habló con fuerte voz que su nombre era Merlín. No creas que soy ese mago legendario- me dijo-, es un alcance de nombre. Me manifestó si yo deseaba regresar que lo

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-Permítame un obsequio, dijo e introduciendo en una bolsa algunas de las frutas recién elaboradas, me las regaló. Son muy nutritivas -comentó- Yo las he probado y dan bastante energía. Hacia cualquier punto que se dirija en estas soledades, no va a encontrar alimento. Le sugiero que camine hacia esas montañas que se ven hacia el Este porque allí encontrará agua de un riacho que viene de lo alto. No olvide que su caballo también necesita agua para sobrevivir en estos páramos. Me despedí del joven diseñador de frutas alquímicas y continué mi cabalgata en dirección a esas montañas. Después de varias horas encontré el riachuelo donde mi caballo pudo apagar su sed. Seguí ascendiendo por la orilla arenosa y a medida que avanzaba el trayecto se hacía más dificultoso, debido a los grandes peñascos y rocas que se presentaban al paso. La caminata fue interrumpida por un espectacular precipicio vertical cuya cima estaba cubierta por densas nubes. Desde arriba caía una larguísima cascada que llegaba hasta donde yo estaba y se continuaba con el riachuelo. En ese punto de unión, la belleza del ambiente era maravillosa. Crecían enormes helechos, impregnados con el constante rocío del agua y la superficie de las rocas estaba cubierta por un musgo aterciopelado de un intenso color verde. Todo se veía con una pureza extraordinaria en este lugar paradisíaco. Solamente se escuchaba el murmullo del agua que venía desde lo alto y chocaba suavemente sobre las rocas. Después de contemplar un buen rato

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esta belleza natural, decidí recostarme sobre el pasto para descansar, pero antes le aflojé un poco la cincha de la montura a mi caballo y le saqué las riendas para que pudiera pastar con comodidad, Así estaba, cuando divisé algo o alguien allá arriba que bajaba deslizándose por entre los chorros de agua de la cascada. Descendía lentamente y a medida que se acercaba pude constatar que se trataba de un ser humano. Era un anciano que venía con ligereza sin tener ninguna cuerda u otra cosa que lo sostuviera. Sus piernas estaban estiradas hacia adelante y mantenía el tronco en posición vertical, Me imaginé que iba sentado en un columpio invisible. Vestía de negro con una capa adornada con numerosas estrellas plateadas. Éstas se confundían con el brillo del agua de la cascada. Su rostro era alargado y enjuto, y su cabeza, cubierta por un bonete también negro, tenía estrellas pero eran más pequeñas. Una melena blanca caía hasta sus hombros. El viejo llegó a donde yo estaba pero sin tocar el pasto, y manteniendo esa posición me dijo con áspera voz si deseaba subir a la cima. Me puse de pie, me acerqué a él y éste sin esperar una respuesta me tomó de una mano y me ordenó que me afirmara bien porque íbamos a subir. En efecto, fui elevado con tan grande energía que en pocos segundos llegamos a la cima donde me soltó dejándome sentado en el suelo, mudo de asombro. Antes de despedirse me habló con fuerte voz que su nombre era Merlín. No creas que soy ese mago legendario- me dijo-, es un alcance de nombre. Me manifestó si yo deseaba regresar que lo

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-Permítame un obsequio, dijo e introduciendo en una bolsa algunas de las frutas recién elaboradas, me las regaló. Son muy nutritivas -comentó- Yo las he probado y dan bastante energía. Hacia cualquier punto que se dirija en estas soledades, no va a encontrar alimento. Le sugiero que camine hacia esas montañas que se ven hacia el Este porque allí encontrará agua de un riacho que viene de lo alto. No olvide que su caballo también necesita agua para sobrevivir en estos páramos. Me despedí del joven diseñador de frutas alquímicas y continué mi cabalgata en dirección a esas montañas. Después de varias horas encontré el riachuelo donde mi caballo pudo apagar su sed. Seguí ascendiendo por la orilla arenosa y a medida que avanzaba el trayecto se hacía más dificultoso, debido a los grandes peñascos y rocas que se presentaban al paso. La caminata fue interrumpida por un espectacular precipicio vertical cuya cima estaba cubierta por densas nubes. Desde arriba caía una larguísima cascada que llegaba hasta donde yo estaba y se continuaba con el riachuelo. En ese punto de unión, la belleza del ambiente era maravillosa. Crecían enormes helechos, impregnados con el constante rocío del agua y la superficie de las rocas estaba cubierta por un musgo aterciopelado de un intenso color verde. Todo se veía con una pureza extraordinaria en este lugar paradisíaco. Solamente se escuchaba el murmullo del agua que venía desde lo alto y chocaba suavemente sobre las rocas. Después de contemplar un buen rato

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buscara en esa orilla y él me llevaría adonde estaba el caballo. Luego añadió: Si deseas conocer a María Celeste, camina a través de la niebla en dirección opuesta al precipicio. -¿Quién es María Celeste? Pregunté, pero el extraño personaje ya había desaparecido. ¿Qué estoy haciendo aquí parado en la cima de una montaña, rodeado de una niebla que no me deja ver alrededor? Entonces, ¡Vamos en busca de María Celeste! Lo que importa ahora es que no te equivoques de rumbo y caigas al precipicio. Avancé a tientas con los brazos estirados hacia delante. Para suerte mía la superficie del suelo rocoso era plana y la niebla se iba disipando lentamente dejando ver un terreno cubierto de césped donde se asomaban algunas florcillas silvestres. Más allá, la luz del Sol brillaba difusamente a través de los vestigios de niebla que aún quedaba. La luz fue cambiando de un débil color blanquecino a un cromatismo maravilloso, similar al de un arco iris. Era tan magnífico todo esto que tenía la sensación de estar en el interior del arco iris. Al fondo de la fantástica luminosidad vi a una mujer que estaba sentada en un banco de mármol. Era de bello rostro y me observaba sonriente. Por su vestimenta me di cuenta de que era una religiosa. -Soy María Celeste, me saludó. -¿Eres tú, María Celeste, la hija de Galileo?

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buscara en esa orilla y él me llevaría adonde estaba el caballo. Luego añadió: Si deseas conocer a María Celeste, camina a través de la niebla en dirección opuesta al precipicio. -¿Quién es María Celeste? Pregunté, pero el extraño personaje ya había desaparecido. ¿Qué estoy haciendo aquí parado en la cima de una montaña, rodeado de una niebla que no me deja ver alrededor? Entonces, ¡Vamos en busca de María Celeste! Lo que importa ahora es que no te equivoques de rumbo y caigas al precipicio. Avancé a tientas con los brazos estirados hacia delante. Para suerte mía la superficie del suelo rocoso era plana y la niebla se iba disipando lentamente dejando ver un terreno cubierto de césped donde se asomaban algunas florcillas silvestres. Más allá, la luz del Sol brillaba difusamente a través de los vestigios de niebla que aún quedaba. La luz fue cambiando de un débil color blanquecino a un cromatismo maravilloso, similar al de un arco iris. Era tan magnífico todo esto que tenía la sensación de estar en el interior del arco iris. Al fondo de la fantástica luminosidad vi a una mujer que estaba sentada en un banco de mármol. Era de bello rostro y me observaba sonriente. Por su vestimenta me di cuenta de que era una religiosa. -Soy María Celeste, me saludó. -¿Eres tú, María Celeste, la hija de Galileo?

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- Así es. Se me ocurrió hacer esa pregunta porque era la única María Celeste que tenía en mi memoria y, con gran asombro, había recibido una respuesta inesperada. Virginia Galilei Gamba, la monja del Convento de San Mateo, había cambiado su nombre por María Celeste en advocación a la Virgen María y por su amor filial hacia su padre. Estaba frente a la hija del famoso astrónomo, el descubridor de las montañas de la Luna. Fue tan grande mi asombro que permanecí inmóvil sin tener nada que decir y ella se puso a reír. Era una risa suave, armoniosa, tan femenina, que me obligó a sonreír tímidamente. -¿Qué os trae por estos lados? Me preguntó. Y yo le respondí que andaba en busca de aventuras con la intención de encontrar a una mujer que fuera mi esposa. -¿Acaso sois un caballero andante? -No. -¿Sois soltero? -Sí. -Bien. Bien. Seguid vuestro camino. Más adelante encontrareis una anciana que os ofrecerá tres doncellas, podréis elegir a una según vuestros ideales. Id con Dios. Me alejé de ese maravilloso lugar pleno de luz y colorido. Corría una brisa tibia que había barrido totalmente la niebla. A

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- Así es. Se me ocurrió hacer esa pregunta porque era la única María Celeste que tenía en mi memoria y, con gran asombro, había recibido una respuesta inesperada. Virginia Galilei Gamba, la monja del Convento de San Mateo, había cambiado su nombre por María Celeste en advocación a la Virgen María y por su amor filial hacia su padre. Estaba frente a la hija del famoso astrónomo, el descubridor de las montañas de la Luna. Fue tan grande mi asombro que permanecí inmóvil sin tener nada que decir y ella se puso a reír. Era una risa suave, armoniosa, tan femenina, que me obligó a sonreír tímidamente. -¿Qué os trae por estos lados? Me preguntó. Y yo le respondí que andaba en busca de aventuras con la intención de encontrar a una mujer que fuera mi esposa. -¿Acaso sois un caballero andante? -No. -¿Sois soltero? -Sí. -Bien. Bien. Seguid vuestro camino. Más adelante encontrareis una anciana que os ofrecerá tres doncellas, podréis elegir a una según vuestros ideales. Id con Dios. Me alejé de ese maravilloso lugar pleno de luz y colorido. Corría una brisa tibia que había barrido totalmente la niebla. A

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En poco tiempo había tenido tan fuertes emociones que ya nada insólito me sorprendía. El castillo estaba al frente y me esperaba. Inicié un alegre trote y me puse a canturrear una vieja canción marinera cuya letra decía “Si el viento me es favorable”… El viento era favorable, me empujaba la espalda y el trayecto lo aprecié corto cuando llegué a las puertas del castillo. Éstas estaban abiertas y el puente levadizo no lo habían alzado. El viento había desaparecido y reinaba un silencio casi absoluto Sobre las puertas había un blasón esculpido en granito y debajo de él leí: “Castillo de irás y no volverás, aunque vuelve si así lo deseas”. Debido a este complaciente agregado a la conocida frase que se lee en los cuentos de niños, decidí entrar sin temor alguno y con gran entusiasmo juvenil. Por un largo pasillo retumbaron mis pasos hasta llegar a un gran patio de armas rodeado de altas murallas almenadas. Luego avancé hacia unas enormes salas comunicadas entre ellas. Éstas estaban iluminadas por soberbias lámparas que colgaban desde el cielo. La luz de las lámparas pertenecía a centenares de velas de cera cuyo resplandor amarillo rojizo le daba un ambiente mágico a los decorados y muebles. Relojes y espejos con relucientes marcos brillaban como el oro, y magníficos tapices que colgaban en las paredes mostraban la fineza de su tejido. Atravesé varias salas, todas espléndidamente engalanadas e iluminadas con las gigantescas

lo lejos, enmarcado por un inmenso bosque, divisé un magnífico castillo y me dirigí hacia allá. Una mendiga se aproximó caminando y cuando estuvo frente a mí me pidió algo para comer, entonces me acordé de la bolsa con las frutas alquímicas que llevaba colgando de la cintura y abriéndola saqué un plátano-naranja y una pera-durazno y se las ofrecí. La mendiga las recibió con satisfacción y expresó que sabía de dónde venían esas frutas. -Ese muchacho va a tener mucho éxito en la vida- me dijo- pero no debe experimentar con animales ni seres humanos, porque si empieza a crear sirenas, centauros, grifos y dragones, el mundo se va a transformar en un circo. -¡Sería un circo espectacular!, con gran variedad de seres mitológicos- repliqué. -¿Qué te trae por estos lados joven caritativo? -Ando en busca de una esposa. -¡Ah!- Bien. Entra a ese castillo que tienes a la vista y podrás elegir. En ese castillo vive una doncella. Detrás de él hay una gran laguna con una isla en el centro y en ella habita otra doncella. Más allá del lago podrás descubrir un nuevo palacio en el cual existe una tercera mujer. Es tan hábil que te puede aprisionar. En ti está la elección. En esos instantes corría una suave brisa que se transformó en un fuerte ventarrón y, para sorpresa mía, elevó a la mendiga a tanta altura que desapareció en el aire.

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En poco tiempo había tenido tan fuertes emociones que ya nada insólito me sorprendía. El castillo estaba al frente y me esperaba. Inicié un alegre trote y me puse a canturrear una vieja canción marinera cuya letra decía “Si el viento me es favorable”… El viento era favorable, me empujaba la espalda y el trayecto lo aprecié corto cuando llegué a las puertas del castillo. Éstas estaban abiertas y el puente levadizo no lo habían alzado. El viento había desaparecido y reinaba un silencio casi absoluto Sobre las puertas había un blasón esculpido en granito y debajo de él leí: “Castillo de irás y no volverás, aunque vuelve si así lo deseas”. Debido a este complaciente agregado a la conocida frase que se lee en los cuentos de niños, decidí entrar sin temor alguno y con gran entusiasmo juvenil. Por un largo pasillo retumbaron mis pasos hasta llegar a un gran patio de armas rodeado de altas murallas almenadas. Luego avancé hacia unas enormes salas comunicadas entre ellas. Éstas estaban iluminadas por soberbias lámparas que colgaban desde el cielo. La luz de las lámparas pertenecía a centenares de velas de cera cuyo resplandor amarillo rojizo le daba un ambiente mágico a los decorados y muebles. Relojes y espejos con relucientes marcos brillaban como el oro, y magníficos tapices que colgaban en las paredes mostraban la fineza de su tejido. Atravesé varias salas, todas espléndidamente engalanadas e iluminadas con las gigantescas

lo lejos, enmarcado por un inmenso bosque, divisé un magnífico castillo y me dirigí hacia allá. Una mendiga se aproximó caminando y cuando estuvo frente a mí me pidió algo para comer, entonces me acordé de la bolsa con las frutas alquímicas que llevaba colgando de la cintura y abriéndola saqué un plátano-naranja y una pera-durazno y se las ofrecí. La mendiga las recibió con satisfacción y expresó que sabía de dónde venían esas frutas. -Ese muchacho va a tener mucho éxito en la vida- me dijo- pero no debe experimentar con animales ni seres humanos, porque si empieza a crear sirenas, centauros, grifos y dragones, el mundo se va a transformar en un circo. -¡Sería un circo espectacular!, con gran variedad de seres mitológicos- repliqué. -¿Qué te trae por estos lados joven caritativo? -Ando en busca de una esposa. -¡Ah!- Bien. Entra a ese castillo que tienes a la vista y podrás elegir. En ese castillo vive una doncella. Detrás de él hay una gran laguna con una isla en el centro y en ella habita otra doncella. Más allá del lago podrás descubrir un nuevo palacio en el cual existe una tercera mujer. Es tan hábil que te puede aprisionar. En ti está la elección. En esos instantes corría una suave brisa que se transformó en un fuerte ventarrón y, para sorpresa mía, elevó a la mendiga a tanta altura que desapareció en el aire.

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lámparas. Era tan maravillosa la visión, y de un gusto tan refinado, que, en varias ocasiones detuve mis pasos para contemplar extasiado tanta belleza. Pero algo me llamó la atención. No encontré ventanas en mi recorrido. En eso estaba pensando cuando en la última de las salas divisé algo imprevisto. Había una ventana y apoyada en el alfeizar, mirando hacia afuera, estaba una joven mujer que me daba la espalda. Al aproximarme a ella pareció no importarle mi presencia porque siguió mirando hacia el exterior. Tosí voluntariamente para hacerme notar, ella giró su rostro hacia mí y me miró complaciente. Nunca había visto un rostro que expresara tanta bondad. Sus bellos ojos expresaban la gloria de Dios. ¡Qué pureza tan grande! -Acércate y observa lo que estoy viendo- me invitó. Me aproximé y miré hacia afuera. Había un jardín maravilloso y más allá un extenso prado rodeado por un bosque de mágica belleza. Las flores del jardín exhalaban un exquisito perfume que llegaba hacia nosotros. Una luz difusa iluminaba todo aquello. Al contemplar este grandioso paisaje, me embargó una inmensa felicidad. Una alegría que jamás había sentido antes. -Sigue tu camino- me dijo la virtuosa mujer-. No debes permanecer aquí. Obedecí como un niño y seguí andando ¿hacia dónde? No sé. Aún permanece grabada en mi conciencia la extrema bondad que expresaba su rostro y la pureza del mirar de sus ojos.

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lámparas. Era tan maravillosa la visión, y de un gusto tan refinado, que, en varias ocasiones detuve mis pasos para contemplar extasiado tanta belleza. Pero algo me llamó la atención. No encontré ventanas en mi recorrido. En eso estaba pensando cuando en la última de las salas divisé algo imprevisto. Había una ventana y apoyada en el alfeizar, mirando hacia afuera, estaba una joven mujer que me daba la espalda. Al aproximarme a ella pareció no importarle mi presencia porque siguió mirando hacia el exterior. Tosí voluntariamente para hacerme notar, ella giró su rostro hacia mí y me miró complaciente. Nunca había visto un rostro que expresara tanta bondad. Sus bellos ojos expresaban la gloria de Dios. ¡Qué pureza tan grande! -Acércate y observa lo que estoy viendo- me invitó. Me aproximé y miré hacia afuera. Había un jardín maravilloso y más allá un extenso prado rodeado por un bosque de mágica belleza. Las flores del jardín exhalaban un exquisito perfume que llegaba hacia nosotros. Una luz difusa iluminaba todo aquello. Al contemplar este grandioso paisaje, me embargó una inmensa felicidad. Una alegría que jamás había sentido antes. -Sigue tu camino- me dijo la virtuosa mujer-. No debes permanecer aquí. Obedecí como un niño y seguí andando ¿hacia dónde? No sé. Aún permanece grabada en mi conciencia la extrema bondad que expresaba su rostro y la pureza del mirar de sus ojos.

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matices de verde. Y las flores ¡Qué flores! ¡Una maravilla! La complejidad de su colorido y el perfume que emanaban eran paradisíacos. Varios colibríes revoloteaban de flor en flor, retrocedían y lanzaban sus característicos trinos, en gran parte inalcanzables para nuestros oídos humanos. Pude ver algunos de ellos con el tradicional color verde irisado pero también vi otros rojos y azules. Era tan fascinante todo esto que me imaginé estar en una gigantesca vitrina que contenía deslumbrantes joyas vivientes. Avancé por entre las ramas, hojas y flores hasta llegar a un claro donde corría un rumoroso arroyo de cristalinas aguas. El lugar estaba tapizado por un musgo aterciopelado que cubría el suelo como una blanda alfombra. Estaba ensimismado observando este mágico entorno cuando desde la espesura de las plantas apareció una joven que avanzó hacia mí. Su belleza era impresionante. ¿Era una de las tres gracias del cuadro de Sandro Botticelli? Quedé paralizado. Hay veces que la belleza extrema inmoviliza al espectador que la contempla. La doncella no estaba desnuda. Su cuerpo lo cubría una vestimenta de flores de suaves colores, unidas entre si por un mecanismo que ignoro. Pasó a mi lado sonriente, complacida ante mi inmovilidad provocada por la profunda admiración hacia ella.

Pensé que estaba ante la presencia de una santa, de una mística mujer que, asomada a la ventana del cielo, no podía llegar aún hasta él, pero, por su condición espiritual, se le permitía disfrutar de ese jardín celestial viviendo todavía en la Tierra. Sólo los santos reciben tal privilegio. Iba con esos pensamientos cuando llegué a una puerta. La abrí y llegué al exterior del castillo. Frente a mí había una inmensa laguna y en el centro de ella divisé una isla de rara apariencia. En la lejanía la percibí luminosa. No estaba en contacto con la superficie del agua sino suspendida en el aire. Una exuberante vegetación ocupaba toda su extensión y era tan fascinante la escena, que tuve intensos deseos de llegar hasta allí. Con alegría descubrí un bote con sus remos que reposaba en la arena a poca distancia de donde yo estaba. Sin pensarlo dos veces corrí presuroso hasta él, lo arrastré al agua y me puse a remar hacia la isla. Cuando acortaba distancia, me puse de pie y continué remando en esa posición, con la proa delante de mí, para evitar cualquier obstáculo que pudiera entorpecer mi arribo. La isla poseía una vegetación frondosa y no estaba suspendida en el aire como yo la había divisado desde lejos. Supuse que había sido un efecto óptico similar a un espejismo. Llegué a una playa de arena dorada que crujía suavemente al caminar sobre ella. Las plantas de diversas especies eran de una hermosura incomparable. Había una infinidad de hojas de distintas formas con heterogéneos

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matices de verde. Y las flores ¡Qué flores! ¡Una maravilla! La complejidad de su colorido y el perfume que emanaban eran paradisíacos. Varios colibríes revoloteaban de flor en flor, retrocedían y lanzaban sus característicos trinos, en gran parte inalcanzables para nuestros oídos humanos. Pude ver algunos de ellos con el tradicional color verde irisado pero también vi otros rojos y azules. Era tan fascinante todo esto que me imaginé estar en una gigantesca vitrina que contenía deslumbrantes joyas vivientes. Avancé por entre las ramas, hojas y flores hasta llegar a un claro donde corría un rumoroso arroyo de cristalinas aguas. El lugar estaba tapizado por un musgo aterciopelado que cubría el suelo como una blanda alfombra. Estaba ensimismado observando este mágico entorno cuando desde la espesura de las plantas apareció una joven que avanzó hacia mí. Su belleza era impresionante. ¿Era una de las tres gracias del cuadro de Sandro Botticelli? Quedé paralizado. Hay veces que la belleza extrema inmoviliza al espectador que la contempla. La doncella no estaba desnuda. Su cuerpo lo cubría una vestimenta de flores de suaves colores, unidas entre si por un mecanismo que ignoro. Pasó a mi lado sonriente, complacida ante mi inmovilidad provocada por la profunda admiración hacia ella.

Pensé que estaba ante la presencia de una santa, de una mística mujer que, asomada a la ventana del cielo, no podía llegar aún hasta él, pero, por su condición espiritual, se le permitía disfrutar de ese jardín celestial viviendo todavía en la Tierra. Sólo los santos reciben tal privilegio. Iba con esos pensamientos cuando llegué a una puerta. La abrí y llegué al exterior del castillo. Frente a mí había una inmensa laguna y en el centro de ella divisé una isla de rara apariencia. En la lejanía la percibí luminosa. No estaba en contacto con la superficie del agua sino suspendida en el aire. Una exuberante vegetación ocupaba toda su extensión y era tan fascinante la escena, que tuve intensos deseos de llegar hasta allí. Con alegría descubrí un bote con sus remos que reposaba en la arena a poca distancia de donde yo estaba. Sin pensarlo dos veces corrí presuroso hasta él, lo arrastré al agua y me puse a remar hacia la isla. Cuando acortaba distancia, me puse de pie y continué remando en esa posición, con la proa delante de mí, para evitar cualquier obstáculo que pudiera entorpecer mi arribo. La isla poseía una vegetación frondosa y no estaba suspendida en el aire como yo la había divisado desde lejos. Supuse que había sido un efecto óptico similar a un espejismo. Llegué a una playa de arena dorada que crujía suavemente al caminar sobre ella. Las plantas de diversas especies eran de una hermosura incomparable. Había una infinidad de hojas de distintas formas con heterogéneos

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Este ángel o musa continuó su andar y se perdió en la espesura de las plantas. Mi intención fue seguirla por la senda por donde se había ido pero me fue imposible encontrarla porque no había ninguna ramita doblada o una flor dañada por el paso de ella. Nada… La busqué ansioso por toda la isla, que no era grande. No estaba. Había desaparecido. En cuatro ocasiones retorné al claro para proseguir la búsqueda. Fue inútil. Desesperado regresé a la playa donde había dejado el bote, me subí a él y empecé a remar rodeando la isla. Cuando llegué al extremo opuesto donde había desembarcado vi a la distancia otro castillo que era similar al que yo había visitado. Mientras lo contemplaba de lejos pensé que la visión de la joven que había tenido en la isla, no era real, probablemente era una alucinación o una falsa percepción, similar a la que tuve cuando creí que la isla estaba en el aire, flotando sobre el agua. Una idea me vino a la mente. Esa alucinante figura de mujer a la cual yo me había enamorado de súbito ¿podría estar en ese castillo que veía frente a mí?, y sin vacilar remé vigorosamente en dirección a él. A medida que avanzaba, me di cuenta de que este segundo castillo tenía alguna semejanza con el anterior pero no eran iguales, porque sus rasgos arquitectónicos rudos le daban más bien una imagen de fortaleza y no de un palacio. Atravesé un arco de piedra y continué deslizándo el bote por un canal que me llevó a una

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Este ángel o musa continuó su andar y se perdió en la espesura de las plantas. Mi intención fue seguirla por la senda por donde se había ido pero me fue imposible encontrarla porque no había ninguna ramita doblada o una flor dañada por el paso de ella. Nada… La busqué ansioso por toda la isla, que no era grande. No estaba. Había desaparecido. En cuatro ocasiones retorné al claro para proseguir la búsqueda. Fue inútil. Desesperado regresé a la playa donde había dejado el bote, me subí a él y empecé a remar rodeando la isla. Cuando llegué al extremo opuesto donde había desembarcado vi a la distancia otro castillo que era similar al que yo había visitado. Mientras lo contemplaba de lejos pensé que la visión de la joven que había tenido en la isla, no era real, probablemente era una alucinación o una falsa percepción, similar a la que tuve cuando creí que la isla estaba en el aire, flotando sobre el agua. Una idea me vino a la mente. Esa alucinante figura de mujer a la cual yo me había enamorado de súbito ¿podría estar en ese castillo que veía frente a mí?, y sin vacilar remé vigorosamente en dirección a él. A medida que avanzaba, me di cuenta de que este segundo castillo tenía alguna semejanza con el anterior pero no eran iguales, porque sus rasgos arquitectónicos rudos le daban más bien una imagen de fortaleza y no de un palacio. Atravesé un arco de piedra y continué deslizándo el bote por un canal que me llevó a una

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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A

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LA ALQUIMIA DE TRES DONCELLAS

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maquinarias pero eran más pequeñas y pude desplazarme entre ellas sin dificultad. La antorcha se había consumido en gran parte, finalmente se apagó y quedé nuevamente en una total oscuridad. Me afirmé indeciso en el muro pensando en lo que debía hacer. O retrocedía hasta el patio o caminaba a tientas con el peligro de caer en un foso o tropezar con un obstáculo similar a los que había encontrado anteriormente. Decidí regresar pero en esos instantes divisé una leve claridad. Pensé que podría ser otra antorcha, similar a la que había en el túnel anterior, pero no fue así. Me encontré en una sala iluminada por dos lámparas. Una dama estaba sentada en un piso delante de una mesa frailera en la cual había un tablero de ajedrez. La mujer movía las piezas pero no existía ningún contendor delante de ella. Estaba tan concentrada en el juego que no percibió mi llegada. Además de las lámparas que alumbraban la sala, había sobre la mesa, cercano al tablero, un objeto de intenso brillo que iluminaba con una luz blanca todo a su alrededor. Me pareció que era un brillante de gran tamaño pero éste no reflejaba la luz sino que emitía luz propia. Al aproximarme a esta enigmática mujer, ella levantó el rostro y sin saludar me invitó a jugar una partida. Yo era un excelente jugador de ajedrez. En varias ocasiones había sido premiado en campeonatos importantes. Así que, sin temor alguno, me senté al frente y empezamos a jugar. Me tocaron las piezas blancas y perdí a las dieciocho jugadas con un sorpresivo

escalinata de granito que terminaba en una gran puerta de madera, llegué frente a ella y traté de abrirla pero estaba herméticamente cerrada. Descorazonado bajaba los escalones cuando descubrí que una gruesa cuerda salía de una estrecha ventana situada en lo alto y colgaba pegada al muro cerca de mí. Agarré la cuerda y empecé a trepar con gran esfuerzo, esfuerzo que tuve que hacerlo al máximo cuando estuve frente a la ventana porque ésta era muy estrecha e impedía que la atravesara. Me equilibraba a bastante altura y mi energía se agotaba. Con las manos crispadas, aferrado al alfeizar metí la cabeza en el hueco oscuro y flexionando los antebrazos logré entrar. Caí de lado y el golpe en la cabeza y en el hombro derecho fueron bastante dolorosos. La oscuridad era absoluta. Poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando y percibí que había llegado a un largo pasillo en cuyo extremo se divisaba un leve resplandor. Caminé hacia él y verifiqué que la luz pertenecía a una antorcha enclavada en una armazón de hierro ubicada en la pared. La saqué de allí y continué avanzando con la antorcha en la mano. El pasillo terminaba en un amplio patio, similar al del otro castillo pero más grande. En él estaban acumuladas gigantescas maquinarias cuyas formas eran tan extrañas que me era imposible adivinar su funcionamiento. Observé que en los muros del patio había varias aberturas correspondientes a pasillos o túneles similares al que yo había llegado. Elegí uno y fui caminando por éste, siempre iluminando con la antorcha. En el pasillo también había todo tipo de

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maquinarias pero eran más pequeñas y pude desplazarme entre ellas sin dificultad. La antorcha se había consumido en gran parte, finalmente se apagó y quedé nuevamente en una total oscuridad. Me afirmé indeciso en el muro pensando en lo que debía hacer. O retrocedía hasta el patio o caminaba a tientas con el peligro de caer en un foso o tropezar con un obstáculo similar a los que había encontrado anteriormente. Decidí regresar pero en esos instantes divisé una leve claridad. Pensé que podría ser otra antorcha, similar a la que había en el túnel anterior, pero no fue así. Me encontré en una sala iluminada por dos lámparas. Una dama estaba sentada en un piso delante de una mesa frailera en la cual había un tablero de ajedrez. La mujer movía las piezas pero no existía ningún contendor delante de ella. Estaba tan concentrada en el juego que no percibió mi llegada. Además de las lámparas que alumbraban la sala, había sobre la mesa, cercano al tablero, un objeto de intenso brillo que iluminaba con una luz blanca todo a su alrededor. Me pareció que era un brillante de gran tamaño pero éste no reflejaba la luz sino que emitía luz propia. Al aproximarme a esta enigmática mujer, ella levantó el rostro y sin saludar me invitó a jugar una partida. Yo era un excelente jugador de ajedrez. En varias ocasiones había sido premiado en campeonatos importantes. Así que, sin temor alguno, me senté al frente y empezamos a jugar. Me tocaron las piezas blancas y perdí a las dieciocho jugadas con un sorpresivo

escalinata de granito que terminaba en una gran puerta de madera, llegué frente a ella y traté de abrirla pero estaba herméticamente cerrada. Descorazonado bajaba los escalones cuando descubrí que una gruesa cuerda salía de una estrecha ventana situada en lo alto y colgaba pegada al muro cerca de mí. Agarré la cuerda y empecé a trepar con gran esfuerzo, esfuerzo que tuve que hacerlo al máximo cuando estuve frente a la ventana porque ésta era muy estrecha e impedía que la atravesara. Me equilibraba a bastante altura y mi energía se agotaba. Con las manos crispadas, aferrado al alfeizar metí la cabeza en el hueco oscuro y flexionando los antebrazos logré entrar. Caí de lado y el golpe en la cabeza y en el hombro derecho fueron bastante dolorosos. La oscuridad era absoluta. Poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando y percibí que había llegado a un largo pasillo en cuyo extremo se divisaba un leve resplandor. Caminé hacia él y verifiqué que la luz pertenecía a una antorcha enclavada en una armazón de hierro ubicada en la pared. La saqué de allí y continué avanzando con la antorcha en la mano. El pasillo terminaba en un amplio patio, similar al del otro castillo pero más grande. En él estaban acumuladas gigantescas maquinarias cuyas formas eran tan extrañas que me era imposible adivinar su funcionamiento. Observé que en los muros del patio había varias aberturas correspondientes a pasillos o túneles similares al que yo había llegado. Elegí uno y fui caminando por éste, siempre iluminando con la antorcha. En el pasillo también había todo tipo de

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y rotundo jaque mate. Sin inmutarme, solicité la revancha, eligiendo ahora las piezas negras y, nuevamente perdí. Hubo sucesivas derrotas y después de varias horas de contienda me di por vencido. Al ponerme de pie para retirarme, le pregunté a mi victoriosa contendora qué era esa piedra preciosa que emitía una luminosidad tan intensa. Y ella me respondió lacónicamente que era su inteligencia. Ante esa extraña respuesta, evasiva y al parecer desatinada, le pregunté dónde podía pasar la noche. -Sal por esa puerta- me dijo- y llegarás adonde yo deseo que llegues. Bastante molesto por esa frase, abrí una puerta y llegué a un pasadizo que se fue ramificando a medida que avanzaba. Me di cuenta entonces de que estaba en un laberinto. ¿Qué hacía yo metido en una trampa imposible de eludir? Continué largo tiempo buscando la salida pero no la encontré. Después de varias horas de agotadora búsqueda llegué finalmente a la puerta que me comunicaba con la sala donde estaba esa inteligente mujer. Ella no demostró sorpresa al verme nuevamente y continuaba jugando ajedrez con su brillante al lado. La imprequé airado por las indicaciones que había recibido. Me observó complacida y sin reprochar mi pésimo estado de ánimo, me dijo que saliera por esa otra puerta si deseaba alejarse definitivamente de ella. Partí furioso sin despedirme y llegué ¡de nuevo al laberinto! En esas condiciones pasé toda la noche y ya

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y rotundo jaque mate. Sin inmutarme, solicité la revancha, eligiendo ahora las piezas negras y, nuevamente perdí. Hubo sucesivas derrotas y después de varias horas de contienda me di por vencido. Al ponerme de pie para retirarme, le pregunté a mi victoriosa contendora qué era esa piedra preciosa que emitía una luminosidad tan intensa. Y ella me respondió lacónicamente que era su inteligencia. Ante esa extraña respuesta, evasiva y al parecer desatinada, le pregunté dónde podía pasar la noche. -Sal por esa puerta- me dijo- y llegarás adonde yo deseo que llegues. Bastante molesto por esa frase, abrí una puerta y llegué a un pasadizo que se fue ramificando a medida que avanzaba. Me di cuenta entonces de que estaba en un laberinto. ¿Qué hacía yo metido en una trampa imposible de eludir? Continué largo tiempo buscando la salida pero no la encontré. Después de varias horas de agotadora búsqueda llegué finalmente a la puerta que me comunicaba con la sala donde estaba esa inteligente mujer. Ella no demostró sorpresa al verme nuevamente y continuaba jugando ajedrez con su brillante al lado. La imprequé airado por las indicaciones que había recibido. Me observó complacida y sin reprochar mi pésimo estado de ánimo, me dijo que saliera por esa otra puerta si deseaba alejarse definitivamente de ella. Partí furioso sin despedirme y llegué ¡de nuevo al laberinto! En esas condiciones pasé toda la noche y ya

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mujer que vi allí, pero la isla había cambiado de fisonomía. El tiempo había alterado su natural hermosura. Las plantas y las flores se veían marchitas. En el claro situado en el centro de la isla el musgo aterciopelado había sido reemplazado por un arenal, los colibríes no existían y el arroyo de cristalinas aguas ya no corría, permanecía seco. No encontré huellas de la mujer más linda que había conocido en toda mi vida. La atractiva belleza del cuerpo y el pasar del tiempo son antagónicos. Regresé al primer castillo y lo recorrí en todo su interior. Las imponentes salas con sus decorados y adornos estaban intactas. Lo único diferente fue que no encontré a la santa doncella asomada a la ventana. Salí de allí y fui caminando por la llanura donde la mendiga había desaparecido volando como una hoja seca al viento. Finalmente llegué hasta el estupendo lugar policromo donde había encontrado a María Celeste. Allí continuaba ella. A la distancia me saludó alegremente. -¿Cómo os ha ido joven caballero andante? ¿Habéis hallado la mujer que buscabais? -Encontré a tres que me robaron el corazón y acongojaron mi mente. -Pero tenéis que elegir una ¿cuál de ellas es? -No sé.

amanecía cuando vi una ranura en la pared por donde entraba la luz del sol. Desesperado traté de ensanchar la brecha con las manos; en esa zona, el muro pétreo había sido reemplazado por tierra arenosa que era fácil desmoronarla, más aun, había encontrado un madero en el suelo y éste permitió que avanzara rápidamente. En poco tiempo abrí un agujero en el que cupo mi cuerpo y pude salir de allí. Me encontré en la orilla, en la base del castillo y a lo lejos vi al bote que me esperaba. Al lado de éste ¡estaba la mujer que me había ganado innumerables veces al ajedrez! -¿Te sirvió el madero? He venido a despedirte. Eres fuerte y torpe como la mayoría de los hombres. Nos veremos otra vez- me dijo con una sonrisa encantadora. -Muchas gracias. Agradecí con ironía. Me dio la espalda y se alejó hasta desaparecer. En esos momentos me di cuenta de que el bote no estaba donde yo lo había visto recientemente sino cerca del agujero por donde había salido, ¿y el madero?, ¡ella lo había puesto para facilitarme la escapada! Era una hábil gata que se entretenía con un torpe y desesperado ratón. Cuando me alejaba remando vino a mi mente la imagen de su hermoso rostro que expresaba una inteligencia avasalladora. Seguramente había diseñado todas las máquinas que había encontrado en mi recorrido en el castillo. Volví a la isla con intención de encontrar a la otra maravillosa

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mujer que vi allí, pero la isla había cambiado de fisonomía. El tiempo había alterado su natural hermosura. Las plantas y las flores se veían marchitas. En el claro situado en el centro de la isla el musgo aterciopelado había sido reemplazado por un arenal, los colibríes no existían y el arroyo de cristalinas aguas ya no corría, permanecía seco. No encontré huellas de la mujer más linda que había conocido en toda mi vida. La atractiva belleza del cuerpo y el pasar del tiempo son antagónicos. Regresé al primer castillo y lo recorrí en todo su interior. Las imponentes salas con sus decorados y adornos estaban intactas. Lo único diferente fue que no encontré a la santa doncella asomada a la ventana. Salí de allí y fui caminando por la llanura donde la mendiga había desaparecido volando como una hoja seca al viento. Finalmente llegué hasta el estupendo lugar policromo donde había encontrado a María Celeste. Allí continuaba ella. A la distancia me saludó alegremente. -¿Cómo os ha ido joven caballero andante? ¿Habéis hallado la mujer que buscabais? -Encontré a tres que me robaron el corazón y acongojaron mi mente. -Pero tenéis que elegir una ¿cuál de ellas es? -No sé.

amanecía cuando vi una ranura en la pared por donde entraba la luz del sol. Desesperado traté de ensanchar la brecha con las manos; en esa zona, el muro pétreo había sido reemplazado por tierra arenosa que era fácil desmoronarla, más aun, había encontrado un madero en el suelo y éste permitió que avanzara rápidamente. En poco tiempo abrí un agujero en el que cupo mi cuerpo y pude salir de allí. Me encontré en la orilla, en la base del castillo y a lo lejos vi al bote que me esperaba. Al lado de éste ¡estaba la mujer que me había ganado innumerables veces al ajedrez! -¿Te sirvió el madero? He venido a despedirte. Eres fuerte y torpe como la mayoría de los hombres. Nos veremos otra vez- me dijo con una sonrisa encantadora. -Muchas gracias. Agradecí con ironía. Me dio la espalda y se alejó hasta desaparecer. En esos momentos me di cuenta de que el bote no estaba donde yo lo había visto recientemente sino cerca del agujero por donde había salido, ¿y el madero?, ¡ella lo había puesto para facilitarme la escapada! Era una hábil gata que se entretenía con un torpe y desesperado ratón. Cuando me alejaba remando vino a mi mente la imagen de su hermoso rostro que expresaba una inteligencia avasalladora. Seguramente había diseñado todas las máquinas que había encontrado en mi recorrido en el castillo. Volví a la isla con intención de encontrar a la otra maravillosa

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piedra. Me puse de pie, puse en su lugar la montura y apreté la cincha con fuerza. En eso estaba, cuando aparecieron entre las rocas tres mujeres ¡Eran las tres doncellas que había conocido en los dos castillos y en la isla! ¡Qué emoción tan grande! -Queremos dar un paseo. Me dijeron alegremente. ¿Puedes llevarnos en tu caballo? ¡Mi felicidad no tenía límites! -¡Claro qué sí! Subí a las tres. Una en la montura y dos en el anca y yo caminé a pie llevando las riendas. Anduvimos largo rato y ellas disfrutaban del paseo. Yo no gozaba tanto porque iba a pie y estaba sintiendo cansancio después de caminar toda la mañana. Atardecía, cuando llegamos a un viejo molino que estaba en ruinas. Decidí hacer un alto y acordándome del bolso con las frutas alquímicas, saqué varias de ellas y las repartí entre mis hermosas viajeras que las recibieron con alegría. Las tres eran tan primorosas que no podía decidirme por ninguna de ellas. Terminó el descanso y la merienda. Continuamos nuestro andar. Pasamos cerca de la frutería y salió el joven para saludarnos desde lejos. -¿Fueron de vuestro agrado las frutas? -¡Sií! Exclamaron ellas. ¡Son deliciosas! -¡Esas frutas tienen propiedades inesperadas y sorprendentes!

-Os daré un consejo. Id donde el joven alquimista, el de la frutería alquímica, él podrá daros una solución. No comprendí lo que María Celeste trataba de decirme. Me despedí de ella y caminé hacia el borde del precipicio con la intención de encontrarme con el ascensorista Merlín que me iba a bajar a donde estaba mi caballo. Estaba esperando. Listo para bajarme. Como si fuera un robot, repitió mecánicamente que él no era el Merlín de la época del rey Arturo. Después de recitar la frase estiró su mano izquierda y me agarró la mano con gran fuerza. Salí disparado al vacío como un pelele y empezamos a bajar. En esos instantes recibíamos el rocío de la altísima cascada. Llegamos a poca altura del suelo y soltó mi mano dejándome de pie sobre el pasto. -¡Muchas gracias por el descenso!- le grité, pero el brujo ya había desaparecido entre los chorros de agua y el rocío. Más allá, estaba pastando el caballo. Al sentir mi presencia relinchó suavemente y alzó la cabeza cuando yo me acerqué. Le puse las riendas y me monté. Vamos caballito. A casa. Le ordené cariñosamente mientras le daba unas palmaditas en el cuello. Partió el caballo caminando por la orilla del arroyo y yo… partí al suelo cayendo de espaldas entre los peñascos ¡Me había olvidado de apretar la cincha! Recordé entonces que la había aflojado para que el caballo pastara más cómodo. Felizmente no choqué con ninguna

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piedra. Me puse de pie, puse en su lugar la montura y apreté la cincha con fuerza. En eso estaba, cuando aparecieron entre las rocas tres mujeres ¡Eran las tres doncellas que había conocido en los dos castillos y en la isla! ¡Qué emoción tan grande! -Queremos dar un paseo. Me dijeron alegremente. ¿Puedes llevarnos en tu caballo? ¡Mi felicidad no tenía límites! -¡Claro qué sí! Subí a las tres. Una en la montura y dos en el anca y yo caminé a pie llevando las riendas. Anduvimos largo rato y ellas disfrutaban del paseo. Yo no gozaba tanto porque iba a pie y estaba sintiendo cansancio después de caminar toda la mañana. Atardecía, cuando llegamos a un viejo molino que estaba en ruinas. Decidí hacer un alto y acordándome del bolso con las frutas alquímicas, saqué varias de ellas y las repartí entre mis hermosas viajeras que las recibieron con alegría. Las tres eran tan primorosas que no podía decidirme por ninguna de ellas. Terminó el descanso y la merienda. Continuamos nuestro andar. Pasamos cerca de la frutería y salió el joven para saludarnos desde lejos. -¿Fueron de vuestro agrado las frutas? -¡Sií! Exclamaron ellas. ¡Son deliciosas! -¡Esas frutas tienen propiedades inesperadas y sorprendentes!

-Os daré un consejo. Id donde el joven alquimista, el de la frutería alquímica, él podrá daros una solución. No comprendí lo que María Celeste trataba de decirme. Me despedí de ella y caminé hacia el borde del precipicio con la intención de encontrarme con el ascensorista Merlín que me iba a bajar a donde estaba mi caballo. Estaba esperando. Listo para bajarme. Como si fuera un robot, repitió mecánicamente que él no era el Merlín de la época del rey Arturo. Después de recitar la frase estiró su mano izquierda y me agarró la mano con gran fuerza. Salí disparado al vacío como un pelele y empezamos a bajar. En esos instantes recibíamos el rocío de la altísima cascada. Llegamos a poca altura del suelo y soltó mi mano dejándome de pie sobre el pasto. -¡Muchas gracias por el descenso!- le grité, pero el brujo ya había desaparecido entre los chorros de agua y el rocío. Más allá, estaba pastando el caballo. Al sentir mi presencia relinchó suavemente y alzó la cabeza cuando yo me acerqué. Le puse las riendas y me monté. Vamos caballito. A casa. Le ordené cariñosamente mientras le daba unas palmaditas en el cuello. Partió el caballo caminando por la orilla del arroyo y yo… partí al suelo cayendo de espaldas entre los peñascos ¡Me había olvidado de apretar la cincha! Recordé entonces que la había aflojado para que el caballo pastara más cómodo. Felizmente no choqué con ninguna

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Respondió el joven, y despidiéndose con la mano en alto entró a la frutería y no lo volvimos a ver. Después de haber comido las frutas, me sorprendió que el cansancio que tenía por el largo viaje, hubiera desaparecido totalmente. Estábamos llegando a las tierras de mi padre cuando detrás de mí oí una voz que me decía: ¿deseas montar en el caballo? Me di vuelta y con gran sorpresa vi que había solamente una doncella sentada en la grupa del caballo. Era una joven diferente a las tres. Su extraordinaria belleza me dejó perplejo, y su rostro, de una gran bondad expresaba en sus ojos una inteligencia sobresaliente. -Es el efecto de las frutas- me dijo sonriendo. En vez de tres doncellas, ahora somos una sola. Llegué a la mansión de mi padre.

La boda se efectuó tres meses después.

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Respondió el joven, y despidiéndose con la mano en alto entró a la frutería y no lo volvimos a ver. Después de haber comido las frutas, me sorprendió que el cansancio que tenía por el largo viaje, hubiera desaparecido totalmente. Estábamos llegando a las tierras de mi padre cuando detrás de mí oí una voz que me decía: ¿deseas montar en el caballo? Me di vuelta y con gran sorpresa vi que había solamente una doncella sentada en la grupa del caballo. Era una joven diferente a las tres. Su extraordinaria belleza me dejó perplejo, y su rostro, de una gran bondad expresaba en sus ojos una inteligencia sobresaliente. -Es el efecto de las frutas- me dijo sonriendo. En vez de tres doncellas, ahora somos una sola. Llegué a la mansión de mi padre.

La boda se efectuó tres meses después.

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Otros títulos en esta colección C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A01 El sol con imagen de cacahuete02 El valle de los elfos de Tolkien03 El palacio04 El mago del amanecer y el atardecer05 Dionysia06 El columpio07 La trapecista del circo pobre08 El ascensor09 La montaña rusa10 La foresta encantada11 El Mágico12 Eugenia la Fata13 Arte y belleza de alma14 Ocho patas15 Esculapis16 El reino de los espíritus niños17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer 18 El mimetista críptico19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio20 La puerta entreabierta21 La alegría de vivir22 Los ángeles de Tongoy23 La perla del cielo24 El cisne25 La princesa Mixtura26 El ángel y el gato27 El invernadero de la tía Elsira28 El dragón29 Navegando en el Fritz30 La mano de Dios31 Virosis32 El rey Coco33 La Posada del Camahueto34 La finaíta35 La gruta de los ángeles36 La quebrada mágica37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina38 La pompa de jabón39 El monje40 Magda Utopia41 El juglar42 El sillón43 El gorro de lana del hada Melinka44 Las hojas de oro45 Alegro Vivache46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino48 Dos puentes entre tres islas49 Las zapatillas mágicas50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla51 Pituco y el Palacio del tiempo52 Neogénesis53 Una luz entre las raíces54 Recóndita armonía55 Roxana y los gansos azules56 El aerolito57 Uldarico58 Citólisis59 El pozo60 El sapo61 Extraño aterrizaje62 La nube63 Landrú

64 Los habitantes de la tierra65 Alfa, Beta y Gama66 Angélica67 Angélica II68 El geniecillo Din69 El pajarillo70 La gallina y el cisne de cuello negro71 El baúl de la tía Chepa72 Chatarra espacial73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma dentro de un frasco de gomina74 Esperamos sus órdenes General75 Los zapatos de Fortunata76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po77 El barrio de los artistas78 La lámpara de la bisabuela79 Las hadas del papel del cuarto verde80 El Etéreo81 El vendedor de tarjetas de navidad82 El congreso de totems83 Historia de un sapo de cuatro ojos84 La rosa blanca85 Las piedras preciosas86 El mensaje de Moisés87 La bicicleta88 El maravilloso viaje de Ferdinando89 La prisión transparente90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado91 El insectario92 La gruta de la suprema armonía93 El Castillo del Desván Inclinado94 El Teatro95 Las galletas de ocho puntas96 La prisión de Nina97 Una clase de Anatomía98 Consuelo99 Purezza100 La Bruja del Mediodía101 Un soldado a la aventura102 Carda, Cronos, y Cirilo103 Valentina104 Las vacaciones de un ángel105 Ícara106 Las pintorescas aventuras de Adalgisa, condesa de Bosque Verde107 El viejo del saco108 La coronación de Airolga109 Cinisca110 La dulce sonrisa de Aristodella111 Bluewood112 El misterio de la gruta aspirativa113 El Castillo de los Duendes114 El Jardín de Hada115 El Castillo de los vikingos116 El monstruo del río Abuná117 La Alquimia de tres doncellas118 La Casa vacía119 El Bosque Encantado120 El Desfile Onírico121 El Templ Curativo de Yi Sheng122 El Soldado ruso123 El Taco124 El Vendedor Ambulante

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Otros títulos en esta colección C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A01 El sol con imagen de cacahuete02 El valle de los elfos de Tolkien03 El palacio04 El mago del amanecer y el atardecer05 Dionysia06 El columpio07 La trapecista del circo pobre08 El ascensor09 La montaña rusa10 La foresta encantada11 El Mágico12 Eugenia la Fata13 Arte y belleza de alma14 Ocho patas15 Esculapis16 El reino de los espíritus niños17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer 18 El mimetista críptico19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio20 La puerta entreabierta21 La alegría de vivir22 Los ángeles de Tongoy23 La perla del cielo24 El cisne25 La princesa Mixtura26 El ángel y el gato27 El invernadero de la tía Elsira28 El dragón29 Navegando en el Fritz30 La mano de Dios31 Virosis32 El rey Coco33 La Posada del Camahueto34 La finaíta35 La gruta de los ángeles36 La quebrada mágica37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina38 La pompa de jabón39 El monje40 Magda Utopia41 El juglar42 El sillón43 El gorro de lana del hada Melinka44 Las hojas de oro45 Alegro Vivache46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino48 Dos puentes entre tres islas49 Las zapatillas mágicas50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla51 Pituco y el Palacio del tiempo52 Neogénesis53 Una luz entre las raíces54 Recóndita armonía55 Roxana y los gansos azules56 El aerolito57 Uldarico58 Citólisis59 El pozo60 El sapo61 Extraño aterrizaje62 La nube63 Landrú

64 Los habitantes de la tierra65 Alfa, Beta y Gama66 Angélica67 Angélica II68 El geniecillo Din69 El pajarillo70 La gallina y el cisne de cuello negro71 El baúl de la tía Chepa72 Chatarra espacial73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma dentro de un frasco de gomina74 Esperamos sus órdenes General75 Los zapatos de Fortunata76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po77 El barrio de los artistas78 La lámpara de la bisabuela79 Las hadas del papel del cuarto verde80 El Etéreo81 El vendedor de tarjetas de navidad82 El congreso de totems83 Historia de un sapo de cuatro ojos84 La rosa blanca85 Las piedras preciosas86 El mensaje de Moisés87 La bicicleta88 El maravilloso viaje de Ferdinando89 La prisión transparente90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado91 El insectario92 La gruta de la suprema armonía93 El Castillo del Desván Inclinado94 El Teatro95 Las galletas de ocho puntas96 La prisión de Nina97 Una clase de Anatomía98 Consuelo99 Purezza100 La Bruja del Mediodía101 Un soldado a la aventura102 Carda, Cronos, y Cirilo103 Valentina104 Las vacaciones de un ángel105 Ícara106 Las pintorescas aventuras de Adalgisa, condesa de Bosque Verde107 El viejo del saco108 La coronación de Airolga109 Cinisca110 La dulce sonrisa de Aristodella111 Bluewood112 El misterio de la gruta aspirativa113 El Castillo de los Duendes114 El Jardín de Hada115 El Castillo de los vikingos116 El monstruo del río Abuná117 La Alquimia de tres doncellas118 La Casa vacía119 El Bosque Encantado120 El Desfile Onírico121 El Templ Curativo de Yi Sheng122 El Soldado ruso123 El Taco124 El Vendedor Ambulante

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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.© Fernando Olavarría Gabler.