(1903-1904) la reaparicion de sherlock holmes

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La reaparicin de Sherlock Holmes: Cubierta

Arthur Conan Doyle

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La reaparicin de Sherlock Holmes: ndice

Arthur Conan Doyle

(The Return of Sherlock Holmes, 19031904)Arthur Conan Doyle

LA REAPARICIN DE SHERLOCK HOLMES

Nota preliminar---------------------------------------------------------------------------------------------------3 La aventura de la casa deshabitada-----------------------------------------------------------------------------4 La aventura del constructor de Norwood--------------------------------------------------------------------17 La aventura de los bailarines----------------------------------------------------------------------------------32 La aventura del ciclista solitario------------------------------------------------------------------------------48 La aventura del Colegio Priory--------------------------------------------------------------------------------60 La aventura del Negro Peter--------------------------------------------------------------------------------79 La aventura de Charles Augustus Milverton----------------------------------------------------------------92 La aventura de los seis Napoleones-------------------------------------------------------------------------103 La aventura de los tres estudiantes--------------------------------------------------------------------------117 La aventura de los lentes de oro-----------------------------------------------------------------------------129 La aventura del tres-cuartos desaparecido------------------------------------------------------------------145 La aventura de la Granja Abbey-----------------------------------------------------------------------------159 La aventura de la segunda mancha--------------------------------------------------------------------------173

NDICE

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Nota preliminar

Amando Lzaro Ros

NOTA PRELIMINAREl matar a un personaje sin testigos de vista ofrece indudables ventajas para el autor de novelas. Y si, adems, precipita el cadver en una sima de la que nadie podr sacarlo, hace con ello imposible que la justicia levante el cadver y deje constancia de su muerte. Sir Conan Doyle haba matado a Sherlock Holmes, premeditadamente o no, en esas circunstancias. Odiaba a su criatura Pero los millones de lectores de sus novelas no se resignaban; y como ningn otro novelista se daba maa para lanzar al mundo otro personaje de ficcin con empaque, atractivo y simpata suficientes para ocupar el lugar que el detective de Baker Street haba dejado vacante, los editores asediaban a sir Conan Doyle, pidindole que resucitase al difunto. Pero el resucitar, aunque se trate de entes de ficcin, es empresa superior a la capacidad humana No quedaba, pues, otro recurso que aprovechar la falta de testigos y la no aparicin del cadver para volver a colocar al dolo de los lectores en su estudio de Baker Street. La tarea exiga pericia y fantasa extraordinarias, y es preciso reconocer que el creador del personaje se super a s mismo. Sherlock Holmes entr de nuevo en accin con un Decamos ayer..., que bast para que los lectores reconociesen a su dolo, sin ms pruebas que su propia palabra. Ha habido crtico que ha asegurado que no era el mismo; es decir, que nos encontramos ante un falso rey Don Sebastin o un apcrifo Delfn de Francia Es una quisquillosidad excesiva, porque algunas de las novelas o episodios de esta nueva serie pueden parangonarse con los mejores de las anteriores. El personaje va adquiriendo por momentos madurez aunque haya perdido, como reflejo de lo que le aconteca a su autor un poco del mpetu juvenil. Qu autor, por grande que sea su genio, es capaz de mantener la vitalidad de un personaje a lo largo de un ciclo de seis docenas de novelas espaciadas en un perodo de ms de treinta aos? Forzosamente han de advertirse ligeros altibajos en tan larga carrera. Amando Lzaro Ros

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La aventura de la segunda mancha

Arthur Conan Doyle

LA AVENTURA DE LA CASA DESHABITADA(The Adventure of the Empty House, 1903) El asesinato del ilustre mster Ronald Adair, ocurrido en circunstancias por dems extraordinarias e inexplicables, traa en la primavera del ao 1894 despierto el inters de todo Londres y sumido en el espanto al mundo aristocrtico. La gente est ya al tanto de los pormenores relativos al crimen que se hicieron pblicos durante las investigaciones policacas; pero como el ministerio fiscal dispona de pruebas abrumadoras para su acusacin, no juzg necesario poner sobre el tapete los hechos todos, y fue muchsimo lo que se suprimi en aquel entonces. Hasta hoy, en que se han cumplido ya casi diez aos, no he sido autorizado a dar a conocer los eslabones que faltaban para completar la notable cadena de los acontecimientos. Ya de por s, el crimen aquel resultaba interesante; pero ese inters qued anulado para m por una consecuencia inimaginable que del crimen se deriv, y que me produjo una sorpresa y un vuelco del corazn como no me lo ha producido ningn otro suceso en mi azarosa vida. Aun ahora, despus de tan largo intervalo, me estremezco al pensar en ese episodio, y vuelvo a sentir la sbita torrentada de jbilo, asombro e incredulidad que aneg por completo mi alma. Al llegar aqu me veo obligado a decir a ese pblico de lectores en el que han despertado algn inters las rpidas visiones que de los pensamientos y de los actos de un hombre notabilsimo he venido dando a conocer, que no debe censurarme porque no le haya hecho partcipe de lo que yo saba. Habra credo que el comunicrselo era el primero de mis deberes, de no impedrmelo la prohibicin terminante que escuch de su propia boca, y que hasta el da 3 del mes pasado no fue levantada. Ya se imaginarn los lectores que la estrecha intimidad que mantuve con Sherlock Holmes me llev a interesarme profundamente en los hechos criminales, y que, aun despus de la desaparicin de aqul, no se me pasaba sin una lectura cuidadosa ninguno de los varios problemas que surgan ante el pblico. En ms de una ocasin, y para darme a m mismo ese gusto, intent aplicar a su solucin los mtodos de Sherlock Holmes, aunque slo obtuve medianos resultados. Ninguno me atrajo tanto, sin embargo, como esta tragedia de Ronald Adair. Al leer las pruebas que salieron a la luz en la instruccin de la causa, y que provocaron un veredicto de asesinato voluntario cometido por una o varias personas desconocidas, comprend con una claridad mayor que nunca la prdida que supona para la comunidad la muerte de Sherlock Holmes. Se daban en el extraordinario suceso ciertos detalles que yo tengo la certeza de que le habran atrado a l vivamente; los esfuerzos de la Polica hubiesen recibido el complemento o, lo que es ms probable, se les habra anticipado la experta facultad de observacin y la despierta inteligencia del primer agente criminalista de Europa. Durante todo el da, mientras haca en coche mi ronda de enfermos, estuve dando vueltas al caso en mi imaginacin, sin dar con una explicacin que me resultase adecuada. Aunque corra el riesgo de repetir un relato archimanido, voy a recapitular los hechos que se hicieron del dominio pblico al darse por cerrada la instruccin de la causa. El ilustre mster Ronald Adair era hijo segundo del conde de Maynooth, gobernador en aquel entonces de una de las colonias de Australia. La madre de Adair haba regresado de este pas para sufrir una operacin de cataratas, y ella, su hijo Ronald y su hija Hilda vivan juntos en el 427 de Park Lane. El joven frecuentaba la mejor sociedad, no se le conocan enemigos y tampoco tena vicios notables. Estuvo comprometido con miss Edith Woodley, de Carstairs, pero unos meses antes, y de comn acuerdo, fue deshecho el compromiso, sin que se advirtiesen seales de que la ruptura hubiese dejado tras s ningn sentimiento profundo. Fuera de eso, la vida de Ronald se mova dentro de un crculo estrecho y rutinario porque era hombre de costumbres tranquilas y de temperamento fro. Pues bien, ese joven aristcrata bonachn hall la muerte del modo ms extrao e inesperado entre las diez y las once y veinte minutos de la noche del 30 de marzo de 1894. Ronald Adair era aficionado a los juegos de naipes; jugaba continuamente, pero nunca hacia apuestas que pudieran ponerlo en mala situacin. Era miembro de los clubs Baldwin, Cavendish y Bagatelle, en los que se jugaba a las cartas. Se comprob que el da de su muerte haba jugado en este ltimo club una partida de whist despus de cenar. Tambin haba jugado por la tarde. Las declaraciones de sus compaeros de juego mster Murray, sir John Hardy y el coronel Moran4

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pusieron en claro que haba jugado al whist, y que la suerte haba andado equilibrada entre los jugadores. Adair perdi todo lo ms cinco libras. Esa prdida no poda afectarle, porque era hombre que posea una fortuna considerable. Jugaba casi todos los das en un club o en otro, pero era jugador cauto, y lo corriente era que ganase. Se puso de manifiesto en las declaraciones de los testigos que algunas semanas antes, jugando de compaero del coronel Moran contra Godfrey Milner y lord Balmoral, haba ganado no menos de cuatrocientas veinte libras. Y no entro en ms detalles que sobre los ltimos tiempos de su vida se hicieron pblicos en la instruccin de la causa. La noche del crimen regres del club a las diez en punto. Su madre y su hermana haban salido a pasar la velada en casa de unos parientes. La criada declar haber odo cmo entraba en la habitacin delantera del segundo piso, que se usaba generalmente para cuarto de estar. La criada haba encendido fuego en esa habitacin, pero abri la ventana porque haba humo. No se oy ruido alguno en el cuarto de estar hasta las once y veinte minutos, hora en que regresaron a casa lady Maynooth y su hija. La madre fue a entrar en la habitacin para dar las buenas noches a su hijo. Se encontr la puerta cerrada por dentro, y nadie contest a sus gritos y llamadas. Lleg auxilio, y se forz la puerta. El desgraciado joven yaca en el suelo, cerca de la mesa. Tena la cabeza horriblemente destrozada por una bala explosiva de revlver, pero no se encontr arma de ninguna clase dentro de la habitacin. Haba sobre la mesa dos billetes de diez libras y diecisiete libras y diez chelines en monedas de plata y de oro, dispuestas en montoncitos de distintas cantidades. Tambin se encontr un papel que tena varias cifras, seguidas de los nombres de algunos amigos de club, conjeturndose que haba estado, antes de su muerte, tratando de establecer sus prdidas o ganancias en el juego. El examen minucioso de las circunstancias que rodeaban el suceso sirvi nicamente para que el caso resultase ms complicado. En primer lugar, no se encontr razn que explicase el porqu el joven tena que cerrar la puerta por dentro. Exista la posibilidad de que la hubiera cerrado el asesino, antes de escaparse por la ventana. Sin embargo, la altura de sta era de seis metros sobre el suelo, en el que haba una macizo de iris amarillos en plena floracin. Ni en las flores ni en la tierra se adverta seal alguna de que alguien hubiese andado all, y tampoco se descubran huellas de pies en la estrecha franja de csped que separaba la casa de la carretera. Pareca, pues, que quien cerr la puerta fue el joven mismo. Pero cmo ocurri la muerte? Nadie pudo trepar hasta la ventana sin dejar rastros. Supongamos que alguien hubiese disparado contra el joven por alguna ventana abierta; tena que ser un extraordinario tirador para hacer con un revlver un blanco tan mortal. Adems, Park Lane es una arteria concurrida, y hay una parada de coches a menos de cien metros de la casa. Nadie oy el disparo. Y, sin embargo, all estaba el muerto, y all la bala de revlver, que se haba dilatado como un hongo, al estilo de las balas de punta blanda, causando una herida que debi de producir una muerte instantnea. Tales eran las circunstancias de que estaba rodeado el misterio de Park Lane, complicndose an ms con la ausencia de un mvil, ya que, segn he dicho, no se le conoca un solo enemigo al joven Adair, y ninguna tentativa se hizo para apoderarse del dinero u objetos de valor que haba en la habitacin. Estuve dando vueltas en mi mente a estos hechos durante todo el da, tratando de descubrir alguna hiptesis que los abarcase a todos, y de hallar la lnea de menor resistencia que, segn afirmaba mi pobre amigo, deba de servir de punto de arranque de toda investigacin. Reconozco que avanc muy poco. Me pase durante la tarde por el Park, y a eso de las seis estaba en el extremo de Park Lane, que desembocaba en Oxford Street. El grupo de ociosos que haba en las aceras mirando fijamente hacia una determinada ventana, me indic cul era la casa que yo vena a ver. Un hombre alto y enjuto, que llevaba gafas de color, y que me dio fuertes barruntos de ser un detective de paisano, estaba exponiendo yo no s qu hiptesis de su invencin, y los dems se agrupaban a su alrededor escuchando lo que deca. Me aproxim cuanto pude, pero encontr sus explicaciones tan absurdas, que me apart algo molesto. Al hacerlo tuve un tropezn con un hombre entrado en aos y deforme, cayndosele al suelo algunos libros que llevaba en la mano. Recuerdo que, al recogerlos yo del suelo, me fij en el ttulo de uno de los volmenes: The origin of tree worship (El origen del culto a los rboles), lo que me hizo pensar que se trataba de algn bueno de biblifilo que coleccionaba libros oscuros, ya fuese por negocio o por aficin. Trat de disculparme del5

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tropiezo, pero vi claro que los libros que yo haba maltratado tan desdichadamente eran a los ojos de su propietario objetos por dems valiosos. Torci la boca con desdn y gir sobre sus talones, desapareciendo su espalda encorvada y sus largas patillas blancas entre la multitud. Mi examen de la finca nmero 427 de Park Lane contribuy muy poco a aclarar el problema en que yo estaba interesado. La casa estaba separada de la calle por una pared de poca altura y una barandilla, y entre una y otra no alcanzaban una altura de metro y medio. Era, pues, facilsimo para cualquiera entrar en el jardn; la ventana, en cambio, resultaba por completo inaccesible, porque no haba tubera de agua ni nada que pudiera servir de ayuda para trepar hasta ella, por emprendedor que fuese el presunto trepador. Ms desconcertado que nunca, volv sobre mis pasos hasta Kensington, y no llevara en mi despacho ms de cinco minutos, cuando entr la doncella a anunciarme que haba una persona que deseaba verme. Vi con gran asombro que se trataba del mismsimo y desconocido coleccionista de libros; en su cara afilada y ajada, los ojos me miraban por debajo del marco de sus blancos cabellos; y sus preciosos volmenes, en nmero no inferior a la docena, asomaban por debajo de su brazo derecho. Le sorprende verme, no es as, seor? dijo con su voz rara y cascada. Le contest que as era, en efecto. Pues ver usted, seor: yo soy hombre de conciencia, le segu con mi paso cansino, le vi entrar en esta casa, y me dije: Entrar un momento a visitar a este caballero y decirle que si me mostr antes algo refunfun, no lo hice con ninguna mala voluntad, y que le quedo muy agradecido por haberse agachado a recoger mis libros. Da usted excesiva importancia a una insignificancia le dije. Puedo preguntarle cmo fue el conocerme? Ver, seor, no es tomarme excesivas libertades; soy convecino suyo, encontrar usted mi tiendecita de libros en la esquina de Church Street, y tendr grandsimo gusto de verlo por all. Quiz sea tambin un coleccionista, seor; aqu tiene el libro Aves de Inglaterra, el Catulo y La guerra santa, todos ellos, una verdadera ganga. Le bastaran cinco volmenes para llenar ese hueco del segundo estante. No parece que est limpio, verdad, seor? Torc la cabeza para mirar la biblioteca que tena detrs. Cuando la volv a su posicin anterior pude ver que, al otro lado de mi mesa de trabajo, y sonrindome, estaba Sherlock Holmes. Me puse en pie, me qued mirndole atnito durante algunos segundos, y despus, segn parece y por primera y ltima vez en mi vida, deb de sufrir un desmayo. De lo que estoy seguro es de que enturbi mis ojos una neblina gris, y de que, cuando sta se disip, me encontr con el cuello desabrochado y sent en mis labios el picante regusto del coac. Inclinado sobre mi silla y con una botella en la mano, estaba Holmes. Querido Watson dijo una voz que yo recordaba bien, no tengo ms remedio que pedirle mil disculpas. No pens que usted sufrira semejante impresin. Le cog fuertemente por el brazo y exclam: Holmes! Pero de veras que es usted? Es posible que, en efecto, se halle usted con vida? Cmo pudo trepar hasta salir de aquella sima? Espere un instante me contest. De verdad que se siente ya con nimos para que comencemos a hablar de asuntos? Con mi aparicin intilmente dramtica le he ocasionado una emocin tremenda. Estoy ya bien. Lo que pasa, Holmes, es que an no acabo de creer en lo que ven mis ojos. Santo Dios! Pensar que usted, el hombre que menos poda yo esperar, est aqu, en mi despacho! Le cog otra vez de la manga, palpando el brazo delgado y musculoso que haba debajo, y dije: Bien, por lo menos tengo la seguridad de que no se trata de un espritu... Estoy que desbordo de alegra con su llegada, querido amigo. Sintese y cunteme de qu manera logr salir con vida de aquel horrendo precipicio. Sherlock Holmes se sent frente por frente de m, y encendi un cigarrillo con la despreocupacin de otros tiempos. Vesta la ajada levita de los libreros, pero todo lo que ahora quedaba del librero, fuera de la levita, amontonbase encima de la mesa en forma de una peluca blanca y una pila de libros. Encontr a Holmes an ms enjuto y seco que antao, pero en su rostro6

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aguileo advertase una tonalidad mortecina que me dio a entender que su manera de vivir en los ltimos tiempos no haba sido propicia a la buena salud. Watson, me satisface mucho poder tenderme todo lo largo que soy me dijo Holmes. No es una broma para persona de talla elevada tener que menguar, por espacio de varias horas todos los das, treinta centmetros de su estatura normal. Ahora bien, mi querido compaero: tenemos por delante una noche de tarea dura y peligrosa, si es que puedo solicitar la cooperacin de usted, en la cuestin relacionada con esas explicaciones que me pide. Quiz fuera mejor que yo le haga un relato de toda la situacin, una vez que hayamos dado cima a esa tarea. Estoy que me consumo de curiosidad. Preferira con mucho or ahora mismo ese relato. Me acompaar usted esta noche? Le acompaar cuando quiera y adondequiera que me lleve. Ya estamos, pues, como en aquellos buenos tiempos. Antes que salgamos, podemos comer un bocado. Veamos eso del precipicio. Ninguna dificultad importante encontr en salir del mismo. Es que no lleg usted a caer en el precipicio? No, Watson, no ca en el precipicio. La carta que le dej era por completo autntica. Pocas dudas abrigaba yo de que haba llegado al final de mi carrera en cuanto descubr la figura, bastante siniestra, del difunto profesor Moriarty, de pie en el estrecho sendero que conduca a la salvacin. Le en sus ojos grises una determinacin inexorable. Por ello cambi con el profesor algunas frases, y consegu su permiso corts para escribir la breve carta que ms tarde recibi usted. La dej junto con mi pitillera y mi bastn, avanzando acto continuo por el sendero. Moriarty me sigui. Cuando llegu al final, me vi sin escapatoria posible. El profesor no sac arma alguna, sino que se abalanz contra m, intentando ceirme con sus largos brazos. Saba l que su carrera haba terminado y no senta otro anhelo que el de vengarse por ello en m. Nos tambaleamos agarrado el uno al otro, al borde mismo de la catarata. Pero yo tengo ciertos conocimientos del baritsu, es decir, del sistema japons de lucha, y ese conocimiento me ha sido en ms de una ocasin muy til. Me desembarac de su presa, y el profesor, dejando escapar un alarido horrible, patale durante unos segundos locamente, y se aferr con ambas manos al aire. A pesar de todos sus esfuerzos, no logr restablecer el equilibrio, y cay al precipicio. Adelantando mi cara por encima del borde, lo vi caer dando tumbos en un largo trecho del precipicio. De pronto choc contra un reborde de roca, sali despedido, y cay con violencia en la masa de agua. Yo escuchaba atnito esta explicacin, que Holmes fue dndome entre chupada y chupada a su cigarrillo. Pero y las huellas! exclam Yo vi con mis propios ojos que haba dos hileras de pisadas sendero adelante, sin que ninguna de las dos huellas volviesen hacia atrs. Por la razn que ahora voy a darle. En el momento mismo en que vi desaparecer al profesor se me ocurri que el Destino me presentaba una posibilidad afortunada y extraordinaria. Yo saba que no era Moriarty el nico hombre que haba jurado matarme. Otros tres por lo menos sentiran acrecido su deseo de vengarse de m al saber la muerte de su jefe. Los tres eran hombres de una peligrosidad extraordinaria. Uno u otro de ellos me matara seguramente. Por otra parte, si todo el mundo llegaba al convencimiento de que yo haba muerto, esos tres hombres actuaran sin demasiado recato; se descubriran, y ms tarde o ms temprano, yo acabara con ellos. Entonces sera llegado el momento de anunciar que yo segua perteneciendo al mundo de los vivos. El cerebro acta con tal rapidez que todas esas razones pasaron por el mo cuando an no haba llegado el profesor Moriarty al fondo de la catarata de Reichenbach. Me levant y me puse a examinar el muro roqueo que se alzaba a mi espalda. Usted afirmaba en el pintoresco relato que escribi de aquel suceso, y que yo le con gran inters algunos meses ms tarde, que el muro tena una superficie lisa. Eso no resultaba exacto, entendindolo al pie de la letra. Haba en esa superficie algunos pequeos puntos de apoyo para los pies, y hasta descubr ciertos indicios de la existencia de un reborde o escaln. La altura del monte era tan grande que resultaba evidente la imposibilidad de trepar hasta arriba; pero tambin era igualmente imposible retroceder por el sendero hmedo sin dejar en el mismo algunas seales. Es cierto que yo poda caminar con las botas vueltas hacia atrs, como ya lo tengo hecho en parecidas ocasiones, pero la presencia de7

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tres juegos de pisadas en una sola direccin habra hecho pensar que se trataba de una aagaza. De modo, pues, que, bien mirado todo, lo mejor era que yo me arriesgase a trepar. La tarea no tuvo nada de agradable, Watson. La catarata ruga por debajo de m. Yo no soy persona impresionable, pero le doy mi palabra de que me pareci estar oyendo los gritos que me lanzaba Moriarty desde el abismo. El menor desliz habra sido fatal. En ms de una ocasin, al arrancar mi mano manojos de hierba, o al resbalar mi pie en las hmedas muescas de la roca, pens que caa al abismo. Sin embargo, forceje y sub, hasta llegar por ltimo a un reborde que tena varios centmetros de fondo y que estaba recubierto de suave musgo verde. All podra permanecer tendido con absoluta comodidad, y oculto a las miradas. All estaba yo, mi querido Watson, cuando usted y todos sus acompaantes investigaban de la manera ms llena de simpata, y ms ineficaz, las circunstancias de mi muerte. Finalmente, ustedes marcharon en direccin a su hotel, despus de haber formado sus conclusiones, inevitable y totalmente errneas, y yo qued a solas. Me haba imaginado que haba conseguido llegar al final de mis aventuras, cuando un hecho por dems inesperado vino a demostrarme que todava me aguardaban algunas sorpresas. Un pedrusco enorme que cay desde lo alto, salt por encima de m, fue a chocar en el sendero, y desde all rebot al abismo. Cre por un momento que se trataba de una cosa puramente casual; pero al mirar hacia arriba un instante despus, vi dibujada sobre el fondo del firmamento, que se iba oscureciendo, la cabeza de un hombre, y otro pedrusco cay y rebot en el reborde mismo en que yo estaba tendido, a menos de treinta centmetros de mi cabeza. No haba lugar a dudas sobre lo que aquello significaba. Moriarty no haba venido sin compaa. Mientras el profesor me acometa, un compinche suyo haba permanecido de guardia, y bast aquella rpida visin ma para hacerme comprender todo lo peligroso que era aquel hombre. Desde lejos, y sin que yo advirtiese su presencia, l haba sido testigo de la muerte del profesor y de la manera como yo me haba salvado. Esper, y luego, dando un rodeo por la cima del monte, intentaba conseguir lo que su camarada no logr. No tuve necesidad de pensarlo mucho, Watson. Volvi a aparecer en lo alto del monte aquella cara amenazadora, y comprend que presagiaba la cada de otro pedrusco. Me descolgu hasta llegar al sendero. Creo que no habra podido hacerlo a sangre fra. El descenso me result cien veces ms difcil que la subida. Pero no tuve tiempo de ponerme a pensar en el peligro; cuando me hallaba colgado del extremo del reborde, aferrado al mismo con mis manos, salt por encima de m otro peasco. Hacia la mitad del muro resbal, pero fui a caer, por la misericordia divina, todo araado y sangrando, en el sendero mismo. Sal de estampa, camin en la oscuridad por las montaas en un trecho de ms de veinte kilmetros, y una semana despus estaba en Florencia, con absoluta certeza de que nadie en el mundo saba lo que era de m. Slo tuve un confidente: mi hermano Mycroft. Le debo a usted, mi querido Watson, muchsimas disculpas, pero era de la mayor importancia que me creyesen muerto; si usted no hubiese tenido la seguridad de mi muerte, no habra escrito un relato tan terminante de mi desdichado final. Durante los ltimos tres aos he tomado en varias ocasiones la pluma con intencin de escribirle, pero tem siempre que el cario que me profesaba lo lanzase a cometer alguna indiscrecin que traicionase mi secreto. Por esa misma razn me alej esta noche de su lado cuando usted hizo que se me cayesen los libros al suelo; en ese instante me encontraba yo en peligro, y la menor muestra de sorpresa o de emocin en usted habra podido atraer la atencin sobre mi verdadera personalidad con resultados lamentables e irreparables. En cuanto a Mycroft, me era preciso confiarme a l a fin de conseguir el dinero que necesitaba. Las cosas no se desarrollaron en Londres todo lo bien que yo haba esperado, porque el proceso contra la cuadrilla de Moriarty dej en libertad a dos de sus componentes ms peligrosos, y que eran tambin mis enemigos ms encarnizados. Por todo ello me dediqu durante dos aos a viajar por el Tibet, y me entretuve visitando Lhassa, y pasando algunos das con el gran Lama. Quiz leyese usted en los peridicos el relato de las notables campaas de exploracin de cierto personaje noruego llamado Sigerson, pero tengo la seguridad de que jams se le pas por la cabeza que estaba usted enterndose de las andanzas de su amigo. Desde all me dirig a Persia, cruc el pas, me asom a la Meca, y realic una visita breve, pero llena de inters, al califa de Khartoun, cuyos8

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resultados comuniqu al Foreign Office. De regreso a Francia invert varios meses en investigaciones acerca de los productos derivados del alquitrn, en un laboratorio de Montpellier, en el sur de Francia. Terminadas estas investigaciones a satisfaccin ma, y al enterarme de que slo quedaba en Londres uno de mis enemigos, me dispona a regresar, cuando apresur mi viaje la noticia del extraordinario misterio de Park Lane. No slo despert mi inters por las circunstancias que lo rodeaban, sino que vino a ofrecerme determinadas oportunidades personales por dems caractersticas. Llegu, pues, a Londres, hice acto de presencia en Baker Street, y me encontr con que mi hermano Mycroft haba conservado mis habitaciones y documentos tal y como yo los dej. Y ah tiene usted, mi querido Watson, la razn de que hoy, a las dos de la tarde, me haya encontrado en mi silln y en mi cuarto de antao, sin otro deseo que el de tener al viejo amigo Watson sentado en el otro silln, del que con tanta frecuencia haba sido ornato. Ese fue el relato extraordinario que escuch aquel anochecido del mes de abril, un relato que me habra resultado increble de no venir confirmado por la vista autntica de la figura alta y enjuta, y del rostro agudo y lleno de vivacidad que ya nunca cre que volvera a ver. Se haba enterado Holmes, yo no s cmo, de mi triste soledad, y su simpata hacia m se exteriorizaba en sus maneras ms que en sus palabras. El trabajo es, mi querido Watson, el mejor antdoto contra el pesar me dijo. Tengo tarea esta noche misma para los dos. Es una tarea que, si llegamos a darle cima con xito, basta para justificar el paso por nuestro planeta de la vida de una persona. En vano le supliqu que me diese ms detalles, porque me contest: Antes que amanezca habr usted odo y visto por s mismo lo suficiente. Tenemos tema de conversacin sobrado en los tres aos transcurridos para hablar hasta las nueve y media, que es el momento en que tendremos que lanzarnos a la aventura de la casa deshabitada. A esa hora, como en los buenos tiempos de antao, me vi sentado junto a Holmes en el interior de un coche Hansom. Llevaba el revlver en el bolsillo, y la emocin de la aventura haca estremecer mi corazn; Holmes permaneca silencioso, con expresin de fra severidad. A la fugitiva luz de las lmparas de la calle, que iluminaban sus austeras facciones, pude ver que tena las cejas fruncidas y los labios apretados, como si estuviese sumido en meditaciones. Ignoraba yo qu clase de fiera bamos a cazar en la oscura jungla del Londres del crimen, pero la actitud de aquel insuperable cazador me daba a entender que era la nuestra una aventura grave, y la sonrisa burlona que de cuando en cuando asomaba por entre su asctica seriedad, presagiaba poco bueno para aquel en cuya busca bamos. Yo me haba imaginado que nos dirigamos a Baker Street, pero Holmes detuvo el coche en la esquina de Cavendish Square. Me fij en que al apearse dirigi a derecha e izquierda una mirada muy escrutadora, y que en las esquinas de todas las calles subsiguientes tomaba las mximas precauciones para asegurarse de que nadie nos segua. El camino que recorramos era verdaderamente extraordinario. Holmes se saba muy bien las travesas y callejuelas de Londres, y en esta ocasin cruz rpidamente y con paso seguro por toda una red de cocheras y establos, cuya existencia yo ni siquiera sospechaba. Salimos por ltimo a una pequea carretera bordeada de casas antiguas y tristonas, desde la que desembocamos en Manchester Street y luego en Blandford Street. Una vez en esta calle, nos metimos rpidamente por un estrecho pasillo, cruzamos una puerta cochera de madera por la que salimos a una explanada desierta, y luego abri Holmes con una llave la puerta posterior de una casa. Penetramos en ella los dos, y l cerr la puerta una vez que estuvimos dentro. Reinaba en aquel lugar la ms negra oscuridad, a pesar de lo cual comprend yo con toda evidencia que la casa se hallaba deshabitada. Nuestros pies hacan crujir y rechinar el entarimado desnudo, y mi mano extendida iba apoyndose en una pared de la que el empapelado colgaba a retazos. Los dedos, fros y delgados, de Holmes se cerraban alrededor de mi mueca; de ese modo me hizo avanzar por un largo vestbulo, hasta que percib vagamente el sucio abanico de luz por encima de la puerta. Una vez all, torci de pronto hacia la derecha y nos encontramos en una habitacin amplia, cuadrada y vaca, en cuyos ngulos se espesaban las sombras, pero que se hallaba dbilmente iluminada en el centro por las luces de la calle a la que daba la casa. No haba9

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cerca ninguna lmpara, y los cristales de la ventana tenan una espesa capa de polvo; por eso apenas si podamos distinguirnos el uno al otro en el interior. Mi acompaante me puso la mano en el hombro, y me cuchiche al odo: Sabe usted dnde estamos? Con seguridad que estamos en Baker Street le contest, mirando hacia afuera por la polvorienta ventana. As es. Nos encontramos en Camden House, que se alza frente por frente de nuestras antiguas habitaciones. Y para qu hemos venido aqu? Porque desde aqu se tiene una excelente vista de ese pintoresco edificio. Quiere molestarse, mi querido Watson, en acercarse un poco ms a la ventana, adoptando toda clase de precauciones para que nadie pueda verlo? Luego mire hacia nuestras antiguas habitaciones, punto de arranque de tantas de nuestras pequeas aventuras. Vamos a ver si mis tres aos de ausencia me han despojado por completo de mi capacidad para despertar la sorpresa de usted. Avanc con cuidado y mir a la ventana tan conocida que se alzaba enfrente. Al posar en ella mis ojos se escap de mi pecho un jadeo, seguido de un grito de asombro. La cortinilla estaba bajada, y la habitacin iluminada por una potente luz. En la cortinilla transparente que cerraba la ventana proyectbase la silueta negra y bien marcada de un hombre sentado en un silln dentro del cuarto. No caba confusin alguna al observar la postura de la cabeza, la anchura de hombros y lo bien marcado de sus rasgos. Tena medio ladeada la cara, produciendo el efecto de aquellas negras siluetas que tan aficionados eran a poner en cuadros nuestros abuelos. Resultaba una reproduccin perfecta de Holmes. Fue tal el asombro que me produjo, que alargu la mano para cerciorarme de que el original se hallaba a mi lado. Holmes estremecase con risa silenciosa. Qu me dice usted? pregunt. Santo Dios! Es maravilloso exclam yo. Me parece que ni los aos han ajado ni la rutina ha envejecido lo infinito de mis recursos dijo Holmes, y yo distingu en su voz el gozo y el orgullo que inspira al artista su propia creacin. Verdad que se me parece bastante? Yo estara dispuesto a prestar juramento de que es usted mismo. El mrito de la ejecucin hay que atriburselo a monsieur Oscar Meurier, de Grenoble, que invirti varios das en moldear la figura. Es un busto hecho en cera. Lo dems lo compuse yo mismo esta tarde durante mi visita a Baker Street. Y con qu objeto? Mi querido Watson, porque tena las ms fuertes razones que pueden tenerse para desear que ciertas personas creyeran que yo me encontraba all, precisamente cuando estaba en otro lugar. Sospech que alguien vigilaba esas habitaciones? No sospech, sino que lo saba. Y quin las vigilaba? Mis enemigos de antao, Watson. La amable organizacin, cuyo jefe yace en el fondo de la catarata de Reichenbach. Recuerde que ellos saban, y nadie ms que ellos, que yo segua con vida. Estaban convencidos de que, ms pronto o ms tarde, regresara a mis habitaciones. Por eso tenan montada guardia permanente, y esta maana me vieron llegar. Cmo lo sabe usted? Porque al mirar por la ventana reconoc a su centinela. Se trata de un individuo bastante inofensivo, de apellido Parker, estrangulador de profesin y msico notable tocando el birimbao. El no me preocup. Pero me preocup muchsimo el formidable individuo que opera a su espalda, el amigo ntimo de Moriarty, el hombre que lanz contra m los peascos desde lo alto del monte, el criminal ms astuto y peligroso de Londres. Ese hombre es el que esta noche me persigue, Watson, y ese hombre es el que no sospecha ni remotamente que nosotros vamos persiguindole a l. Se me iban revelando gradualmente los planes de mi amigo. Desde aquel cmodo retiro eran vigilados los que vigilaban y se persegua a los perseguidores. Aquella silueta angulosa que se proyectaba enfrente era el cebo, y nosotros ramos los cazadores. Permanecimos juntos y callados10

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en medio de la oscuridad, viendo cmo cruzaban rpidas en un sentido y otro las figuras de los transentes. Holmes permaneci inmvil y sin hablar palabra, pero yo me daba perfecta cuenta de que estaba en el ms vivo alerta, y de que tena los ojos clavados en la corriente de personas que cruzaban por la calle. Era una noche cruda y ruidosa, y el viento pasaba silbando desesperado por la larga calle. Eran muchas las personas que iban y venan, embozadas casi todas ellas en sus abrigos y bufandas. Una o dos veces me pareci que una misma figura volva a pasar; me fij de modo particular en dos hombres que daban la impresin de haberse cobijado del viento en el portal de una casa a cierta distancia calle arriba. Intent llamar hacia ellos la atencin de mi compaero, pero Holmes dej escapar una ligera exclamacin de impaciencia, y sigui con la vista clavada en la calle. Ms de una vez dio pataditas en el suelo y tamborile vivamente con sus dedos en la pared. Era para m evidente que empezaba a intranquilizarse, y que sus planes no se desenvolvan del todo como l haba calculado. Por fin, y cuando ya estaba encima la medianoche, se puso a ir y venir por la habitacin, preso de un nerviosismo indominable. Estaba yo a punto de hacer algn comentario, cuando alc los ojos hacia la ventana iluminada, y volv a experimentar una sorpresa tan grande como antes. Cog fuertemente a Holmes por el brazo y le seal la ventana, exclamando: La sombra se ha movido! En efecto, ya no se mostraba su perfil, sino que estaba de espaldas hacia nosotros. Era evidente que los tres aos transcurridos no haban suavizado las asperezas de su carcter, o la impaciencia que en l despertaba cualquier inteligencia menos activa que la suya. Naturalmente que se ha movido dijo. Tan tonto de remate me cree en cuestiones de farsa, Watson, como para pretender pegrsela a algunos de los individuos ms agudos de Europa con un simple fantoche inmvil? Dos horas llevamos en esta habitacin, y en ese tiempo mistress Hudson habr variado ocho veces la posicin de la figura; es decir, una vez cada cuarto de hora. Ella la maneja desde la parte delantera, de modo que no pueda proyectarse su sombra. Ah! Holmes hizo una inspiracin sbita y nerviosa. En la penumbra que all reinaba pude distinguir cmo echaba hacia adelante la cabeza, con todo el cuerpo rgido en actitud de atencin. Quiz los dos hombres aquellos estuviesen agazapados en el portal, pero yo no los distingua. Reinaba por todas partes el silencio y la oscuridad, salvo en aquella cortinilla iluminada de viva luz amarilla, con la negra figura siluetada en su centro. Volv a escuchar en medio del silencio absoluto la nota aguda y sibilante que delataba una intensa emocin reprimida. Un instante despus tir de m, hacindome retroceder hasta el ngulo de la habitacin en que la sombra era ms espesa, y me puso la mano en la boca como seal advertidora. Los dedos que me agarraron temblaban. Nunca haba visto yo tan emocionado a mi amigo, aunque la oscura calle segua estando muda y solitaria. De pronto percib yo que lo que sus sentidos, ms aguzados que los mos, haban ya distinguido. Lleg a mis odos un ruido suave y furtivo, que no proceda de Baker Street, sino de la parte posterior de la casa misma, dentro de la cual estbamos escondidos. Se abri y se cerr una puerta. Un momento despus avanzaron subrepticiamente por el pasillo unos pasos, pasos que, quien los daba, pretenda que no se oyesen, pero que resonaban speros por la casa deshabitada. Holmes se agazap pegado a la pared, y yo le imit, apretando con la mano la culata de mi revlver. Por entre la oscuridad, mis ojos percibieron la confusa silueta de un hombre, mancha ms negra sobre la mancha negra de la puerta abierta. Permaneci inmvil un momento, y luego avanz despacio, encogido, amenazador, entrando en la habitacin. La sombra siniestra se hallaba ya a menos de tres metros de distancia de nosotros; yo haba tensado mis msculos dispuesto a recibirlo cuando l pegase el salto. No me haba dado cuenta de que l no sospechaba nuestra presencia. Cruz casi pegado a nosotros, se acerc subrepticiamente a la ventana, y levant sta, con mucha suavidad y sin hacer el menor ruido, en una altura de quince centmetros. Al agacharse para que sus ojos estuviesen al nivel de aquella abertura, la luz de la calle, sin la pantalla del polvoriento cristal, le dio en pleno rostro. Aquel hombre se hallaba tan excitado que pareca fuera de s. Sus ojos brillaban como estrellas, y los rasgos de su cara se agigantaban de una manera convulsiva. Era hombre de edad avanzada, nariz fina y pronunciada, frente alta y calva, y grandes bigotes canosos. Tena echada hacia atrs su chistera, y por el abrigo desabrochado brillaba la pechera de la camisa de traje11

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de etiqueta. Su rostro era enjuto y atezado, de rasgos profundos y brbaros. Empuaba en la mano una cosa que pareca un bastn, pero que al dejarlo en el suelo produjo un chasquido metlico. Acto continuo extrajo del bolsillo de su gabn un objeto voluminoso, y se entreg a unos manejos que acabaron en un chasquido fuerte y seco, como si un resorte o un cerrojo hubiese encajado en el sitio que le corresponda. Siempre con la rodilla en tierra, se ech hacia adelante y carg todo el peso de su cuerpo y toda su fuerza sobre una especie de palanca; el resultado de aquello fue un ruido prolongado, rechinante, de remolino, que acab tambin en un potente chasquido. Hecho esto, enderez el cuerpo, y me di cuenta de que empuaba en la mano una especie de fusil, con la culata curiosamente deformada. Abri la recmara, meti algo dentro de ella y cerr con un golpe seco el obturador. A continuacin encogi el cuerpo, apoy el extremo del can en el borde de la ventana abierta, y pude ver cmo sus largos bigotes se inclinaban por encima de la culata y cmo le brillaban los ojos al poner en situacin el punto de mira. Dej escapar un pequeo suspiro de satisfaccin en el instante en que arrim al hombro el extremo de la culata, y vio el estupendo blanco que formaba la oscura silueta del hombre sobre el fondo amarillo, en la lnea recta del punto de mira de la boca del fusil. Permaneci un instante rgido e inmvil. De pronto su dedo se tens sobre el gatillo. Se oy un silbido raro y fuerte, y el tintineo prolongado y metlico de un cristal hecho pedazos. En ese mismo instante se abalanz Holmes con un salto de tigre sobre la espalda del tirador, y lo tendi en el suelo de cara, cuan largo era. Pero se incorpor instantneamente y agarr con fuerza convulsiva a Holmes por la garganta; pero yo le di un golpe en la cabeza con la culata de mi revlver, y el hombre volvi a caer al suelo. Me precipit sobre l, y mientras yo le sujetaba, mi camarada hizo sonar ruidosamente un silbato. Resonaron pasos presurosos en la acera, y dos policas de uniforme, acompaados de un detective que vesta de paisano, entraron precipitadamente por la puerta delantera y penetraron en la habitacin. Es usted, Lestrade? pregunt Holmes. S, mster Holmes. Quise encargarme yo mismo de la tarea. Qu satisfaccin verlo de nuevo en Londres, seor! Creo que no le vendr mal un poco de ayuda no oficial. Cuando ocurren en un ao tres asesinatos que quedan en el misterio, la cosa no marcha bien, Lestrade. Pero usted llev a cabo el misterio de Molesey con menos ayuda de la acostumbrada..., quiero decir, que lo manej usted bastante bien. Nos habamos puesto en pie todos. Nuestro preso jadeaba, encuadrado entre dos guardias fornidos. Empezaban a congregarse en la calle algunos desocupados. Holmes avanz hasta la

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ventana, la cerr, y baj las persianas. Lestrade haba sacado dos velas, y los guardias haban destapado sus linternas. Por fin pude examinar a mi sabor a nuestro preso. La cara que nos miraba era de una virilidad tremenda, pero siniestra. En lo alto, la frente de un filsofo, y en lo bajo, las mandbulas de un hombre sensual; este de ahora debi de iniciar su vida con grandes condiciones para el bien y para el mal. Sin embargo, no era posible mirar aquellos ojos azules crueles, de prpados abultados y cnicos, ni la nariz feroz y agresiva, ni el ceo amenazador, de arrugas profundas, sin advertir las claras seales de peligro colocadas por la Naturaleza. Sin hacer caso de ninguno de nosotros, su mirada se clav en la cara de Holmes con una expresin en la que se mezclaban por igual el odio y el asombro, y no dejaba de repetir entre dientes: Un demonio, es usted un demonio astuto, un demonio astuto! Bueno, coronel! dijo Holmes, arreglndose el arrugado cuello, ya sabe lo que dice la antigua comedia: Al final, los enamorados vuelven a encontrarse. Creo que no he tenido el gusto de verlo desde el da aquel en que me vi favorecido con sus atenciones, cuando yo estaba echado en el reborde de la roca, encima de la catarata de Reichenbach. El coronel segua, igual que si estuviese en trance, mirando con fijeza a mi amigo. Todo lo que acertaba a decir era: Demonio astuto, demonio astuto!. Todava no he hecho las presentaciones dijo Holmes. Caballeros, este es el coronel Sebastin Moran, que perteneci en tiempos al ejrcito indio de Su Majestad, y que es el ms certero cazador de caza mayor que produjo hasta ahora nuestro imperio oriental. Verdad, coronel, que no me equivoco al decir que nadie le ha igualado todava en el nmero de tigres cazados? El feroz anciano callaba, pero segua mirando con ojos centelleantes a mi compaero; con aquellos sus ojos salvajes y los bigotes erizados tena un asombroso parecido con un tigre. Me asombra de verdad que mi sencillsima estratagema haya podido engaar a un shicari tan curtido dijo Holmes. Usted debera estar muy familiarizado con ella. Es que nunca coloc usted debajo de un rbol a un cabritillo con las patas trabadas, y permaneci al acecho en el rbol con su rifle, esperando que aquel cebo le trajese hasta all al tigre? Pues esta casa deshabitada es mi rbol, y usted es mi tigre. Quiz usted llevaba otros fusiles de reserva por si acudan varios tigres, o previendo el caso improbable de que le fallase la puntera. Pues bien: stos son los otros fusiles mos. El paralelo es completo dijo sealando a su alrededor. El coronel Moran salt hacia adelante enseando los dientes con expresin rabiosa, pero los guardias tiraron de l hacia atrs. La furia que se lea en su cara produca un efecto espantoso. Reconozco que me tena usted reservada una pequea sorpresa dijo Holmes. No haba supuesto que usted mismo se servira de esta casa deshabitada y de esta ventana tan bien situada. Calcul que operara usted desde la calle, donde mi amigo Lestrade y sus hombres alegres le estaban esperando. Fuera de eso, todo sali tal y como yo lo calcul. El coronel Moran se volvi hacia el detective oficial y le dijo: Puede que ustedes tengan motivo razonable para detenerme, y puede que no lo tengan; pero, por lo menos, no existe razn alguna para que yo tenga que soportar las burlas de este individuo. Si estoy en manos de la ley, hgase todo de una manera legal. Bien dijo Lestrade. Eso que dice es bastante razonable. Nada se le ocurre a usted, mster Holmes, antes que nos marchemos de aqu? Holmes haba levantado del suelo el potente fusil de aire comprimido, y examinaba su mecanismo. Es un arma admirable y nica; no hace ruido y tiene una potencia extraordinaria. He conocido a Von Herder, el mecnico alemn ciego, que lo construy segn rdenes recibidas del difunto profesor Moriarty. Conoca desde hace aos la existencia de esta arma, aunque no tuve hasta ahora la oportunidad de manejarla. Lestrade, yo la recomiendo con gran inters a la atencin de usted, y tambin le pido que se fije en las balas que en esta arma se emplean. Djelo eso de nuestra cuenta, mster Holmes dijo Lestrade, cuando todo el grupo avanzbamos hacia la puerta. Tiene algo ms que decir? Qu cargo piensa usted presentar contra este hombre?

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Cmo que qu cargo? Como es natural, lo acusar de intento de asesinato de mster Sherlock Holmes. Nada de eso, Lestrade. No deseo en modo alguno que se mencione mi nombre en el asunto. El mrito de la extraordinaria detencin que ha llevado a cabo se debe a usted, y slo a usted. S, Lestrade, yo le felicito. Con su acostumbrada y afortunada mezcla de astucia y de audacia, logr usted dar con l. Dar con l! Dar con quin, mster Holmes? Con el hombre al que todo el Cuerpo de Polica ha venido persiguiendo intilmente; con el coronel Sebastin Moran, que mat al ilustre mster Ronald Adair, disparndole una bala explosiva con un fusil de aire comprimido a travs de la ventana abierta de la fachada del piso segundo del nmero cuatrocientos veintisiete de Park Lane, el da treinta del pasado mes. Esa es la acusacin, Lestrade. Y ahora, Watson, si usted es capaz de aguantar la corriente de una ventana con los cristales rotos, creo que podr pasar una media hora de distraccin til mientras fumamos un cigarro en mi despacho. Nuestras habitaciones de antao haban permanecido intactas, gracias a la intervencin de Mycroft Holmes y a los cuidados inmediatos de mistress Hudson. Es cierto que yo advert al entrar una limpieza desacostumbrada, pero los viejos hitos estaban all, en su sitio correspondiente. All segua el rincn de la qumica y la mesa con el tablero de madera manchado de cidos. All segua, sobre su estante, la hilera de formidables libros de recortes y de referencias, que muchos ciudadanos de Londres se alegraran de poder quemar. Los diagramas, el estuche del violn, el colgadero de pipas, y hasta la sandalia persa para guardar el tabaco, todo pude verlo al echar una ojeada en torno mo. Haba dentro de la habitacin dos ocupantes; uno de ellos era mistress Hudson, que nos recibi rebosante de satisfaccin; el otro ocupante era el extraordinario fantoche que haba representado tan importante papel en las aventuras de aquella noche. Consista en una reproduccin de mi amigo, hecha en cera de color; la reproduccin era perfecta y la ejecucin admirable. Estaba colocado encima de una pequea mesa que le serva de pedestal, y le haban echado encima un viejo batn de Holmes, de manera que, visto desde la calle, la ilusin era total y absoluta. Supongo, mistress Hudson, que habr actuado usted con todas las precauciones dijo Holmes. Me acerqu hasta el mueco caminando de rodillas, tal y como usted me lo orden. Magnfico. Lo ha hecho usted muy bien. Se fij dnde fue a dar la bala? S, seor. Me temo que ha estropeado un hermoso busto, porque le atraves de parte a parte la cabeza y fue a aplastarse contra la pared. La recog de la alfombra. Aqu la tiene! Holmes me la mostr. Como usted ve, Watson, se trata de una bala blanda de revlver. Es una idea genial, porque quin iba a suponer que semejante proyectil pudiera ser disparado con un fusil de aire comprimido? Muy bien, mistress Hudson, le quedo muy agradecido por su colaboracin. Y ahora, Watson, deje que yo le vea una vez ms en su silln de otros tiempos, porque hay varios puntos que me agradara discutir con usted. Se haba despojado de su ajada levita, convirtindose en el Holmes de antao, ataviado con el batn de color ratn que haba quitado a su efigie. El viejo shicari1 sigue con sus nervios tan bien templados, no habiendo perdido agudeza sus ojos dijo mi amigo, echndose a rer mientras examinaba la frente destrozada de su busto. La bala dio en medio mismo de la parte posterior de la cabeza y atraves el cerebro. Ese hombre era el mejor tirador de la India, y creo que sern pocos en Londres los que le aventajen. No lo haba odo usted nombrar? No; no lo haba odo nombrar. Bueno, bueno; as es la fama! Pero, si mal no recuerdo, tampoco haba odo usted nombrar al profesor James Moriarty, que posea uno de los cerebros mejores de nuestro siglo. Haga el favor de alcanzarme mi ndice de biografas que hay en ese estante. Fue pasando perezosamente pginas, arrellanado en su silln y lanzando por su boca grandes nubes de humo de su cigarro.1

Cazador indgena de la India. 14

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La letra M est muy bien representada en mi coleccin dijo. Bastara Moriarty para hacer ilustre una letra, sin contar con que aqu tenemos a Morgan, el envenenador, Meridew, de abominable recuerdo, y Mathews, que me arranc de un puetazo el colmillo izquierdo en la sala de espera de la estacin de Charing Cross, y, por ltimo, aqu tenemos a nuestro amigo de esta noche. Puso en mis manos el libro, y yo le: Moran, Sebastin, coronel. Sin colocacin. Perteneci al 1. de Bengalore Pioneers. Naci en Londres, 1840. Hijo de sir Augustus Moran, C. B., que fue ministro britnico en Persia. Se educ en Eton y Oxford. Sirvi en la campaa de Jowaki, en la del Afganistn, en Charasiab (despachos), Sherpur y Cabul. Es autor de Caza mayor en el Himalaya occidental (1881), Tres meses en la jungla (1884). Direccin: Conduit Street. Clubs: el Anglo-Indian, el Tankerville, el Bagatelle Card Club. Al margen, y con la firme letra de Holmes, estaba escrito lo siguiente: El segundo de los hombres ms peligrosos de Londres. Es asombroso dije, devolvindole el volumen. Este hombre tiene la hoja de servicios de un bizarro soldado. Es cierto contest Holmes. Hasta cierto momento se port bien. Fue siempre hombre de nervios de hierro, y todava se cuenta en la India el relato de cierta ocasin en que el coronel avanz reptando por una acequia, en persecucin de un tigre cebado en carne humana, al que haba herido. Existen rboles, Watson, que crecen rectos hacia cierta altura, y muestran de pronto una disforme excentricidad. Podr usted observar con frecuencia eso mismo en seres humanos. Yo sostengo la teora de que los individuos ofrecen en su desarrollo todo el cortejo de sus ascendientes, y que esa sbita mutacin hacia el bien o hacia el mal de que yo hablo, obedece a alguna fuerte influencia que se introdujo en la lnea de sus ascendientes. Cada persona es, como si dijramos, un resumen abreviado de la historia de su propia familia. La teora es bastante fantstica. Bueno, no insisto en ella. Por la causa que sea, el coronel Moran empez a torcerse. Sin haber dado ningn escndalo pblico, la estancia en la India le result demasiado molesta. Pidi el retiro, vino a Londres, y tambin aqu adquiri mala fama. Fue entonces cuando lo seleccion el profesor Moriarty, llegando a ser su jefe de Estado Mayor. Moriarty le proporcionaba dinero en abundancia, y se sirvi de l nicamente en una o dos tareas de alta calidad y cuya ejecucin no hubiera podido llevar a cabo un criminal corriente. Quiz recuerde usted la muerte de mistress Steward, de Lauder, el ao mil ochocientos ochenta y siete. No lo recuerda? Bueno, yo tengo la seguridad de que Moran anduvo en ello; pero no fue posible probarle nada. Tan hbilmente qued oculto el coronel, que ni siquiera al deshacerse la cuadrilla de Moriarty pudimos acusarle de nada. Recuerda usted cmo en aquel entonces, al ir yo a visitarle en sus habitaciones, levant las persianas por temor a los fusiles de aire comprimido? Usted lo tomara, sin duda, como una de mis cosas raras. Pues bien: yo saba perfectamente lo que haca, porque estaba enterado de la existencia del extraordinario fusil, y saba tambin que detrs de ese fusil estaba uno de los mejores tiradores del mundo. Estando nosotros en Suiza, l nos sigui en compaa de Moriarty, y fue l, sin duda alguna, quien me hizo pasar aquellos endiablados cinco minutos en el reborde del Reichenbach. Ya se imaginar usted que durante mi permanencia en Francia lea yo los peridicos con bastante atencin, porque siempre estaba al acecho de cualquier ocasin que se me presentase de pisarle los talones. Mientras l anduviese suelto por Londres, mi vida no mereca realmente la pena de vivirse. La sombra de ese hombre se habra proyectado de noche y de da sobre m, y ms pronto o ms tarde habra llegado su oportunidad. Qu poda hacer yo? Tumbarlo a balazos donde me lo encontrase no poda ser, so pena de comparecer en el banquillo de los acusados. De nada me vala recurrir a un magistrado. Los magistrados no pueden intervenir con la base de lo que a ellos les parecera una simple sospecha disparatada. Nada, pues, poda yo hacer. Sin embargo, viva al corriente de las noticias del crimen,15

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seguro de que ms pronto o ms tarde le echara el guante a ese hombre. De pronto ocurri la muerte de ese Ronald Adair. Haba llegado por fin mi hora! Sabiendo lo que yo saba, no era cierto que el autor del crimen tena que ser el coronel Moran? Haba jugado a las cartas con el mozo, le haba seguido hasta su casa desde el club; le haba pegado el balazo por la ventana abierta. No caba duda alguna. Basta con la comparacin de las balas para que le pasen por el cuello el nudo corredizo. Vine a Londres inmediatamente. Fui visto por el centinela. Yo saba que ste llamara la atencin del coronel sobre mi presencia en Londres. El coronel no podra menos de relacionar mi sbito regreso con su crimen y ello lo alarmara terriblemente. Estaba seguro de que el coronel intentara quitarme de en medio en el acto, y que para ese objeto sacara a relucir su arma asesina. Le coloqu en la ventana un blanco excelente, advert a la Polica, que quiz la necesitase; quiero decir de paso, Watson, que a usted no se le escap, en modo alguno, la presencia de la Polica, en el portal de una casa, y yo me situ en lo que cre que era un lugar razonable para observar, sin que me pasase por el magn que el coronel elegira el mismo sitio para su ataque. Y ahora, mi querido Watson: queda algn punto que necesite que yo se lo explique? S le contest. No ha puesto usted en claro qu mvil llev al coronel Moran a asesinar al ilustre Ronald Adair. Ah, mi querido Watson! En ese punto penetramos en el terreno de la conjetura donde hasta la inteligencia ms lgica puede fallar. Cada cual puede formar su propia hiptesis basndose en las pruebas que tiene delante, y la hiptesis de usted puede ser tan correcta como la ma. Pero usted tiene ya su hiptesis, no es as? Creo que no resulta difcil explicar los hechos. Result de las pruebas presentadas durante la instruccin del caso, que el coronel Moran y el joven Adair ganaron, jugando de pareja, una suma importante de dinero. Pues bien: Moran jug sin duda sucio; hace tiempo que yo s que hace trampas. Yo creo que el da del asesinato, Adair haba descubierto que Moran jugaba sucio. Es muy verosmil que le hablase en privado, amenazndole con publicar la verdad, a menos que se diese voluntariamente de baja en el club y de que le prometiese no volver a jugar a las cartas. No parece lgico que un mozalbete como era Adair levantase de pronto un feo escndalo sacando a la vergenza a un hombre muy conocido y mucho ms viejo que l. Es probable que actuase de la manera que digo. Verse excluido de sus clubs equivala para Moran la ruina, porque viva de lo que ganaba trampeando en el juego. Por eso asesin a Adair, que en ese instante estaba tratando de calcular el dinero que le corresponda devolver a los perdedores, ya que l no poda aprovecharse de las trampas de su compaero de juego. Cerr la puerta de la habitacin para evitar que las damas pudiesen sorprenderle en aquella tarea y se empeasen en querer saber qu significaban aquellos nombres y aquellas particiones. Puede pasar esa hiptesis? Estoy seguro de que ha dado usted con la clave. En la vista de la causa se comprobar o se desechar esa hiptesis. Mientras tanto, ocurra lo que ocurra, ya no nos molestar el coronel Moran; el clebre fusil de aire comprimido de Von Herder adornar el museo de Scotland Yard, y Sherlock Holmes vuelve a tener libertad para consagrar su vida al examen de los interesantes problemitas que con tanta profusin nos ofrece la compleja vida londinense.

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LA AVENTURA DEL CONSTRUCTOR DE NORWOOD(The Adventure of the Norwood Builder, 1903) Desde el punto de vista del tcnico en criminologa dijo Sherlock Holmes, Londres se ha convertido en una ciudad extraordinariamente falta de inters desde la muerte del llorado profesor Moriarty. Me parece difcil que encuentre usted muchos ciudadanos honrados que compartan esa opinin suya le contest. Bien, bien, no debo ser egosta dijo l, sonriente, retirando su silla de la mesa del desayuno. Desde luego que quien sale ganando con ello es la comunidad, y nadie pierde fuera del pobre especialista sin trabajo, que ve desaparecer su profesin. Mientras ese hombre permaneci actuando, existan infinitas posibilidades en la lectura del peridico de la maana. Muchas veces slo apareca all un vestigio pequesimo, Watson, un indicio extraordinariamente dbil, pero que bastaba para darme a entender que el descomunal cerebro malvado estaba all, de la misma manera que los ms suaves temblores de los bordes de la tela de araa le advierten a uno la existencia de la araa maligna que acecha en el centro. Me refiero a ciertos pequeos robos, agresiones temerarias, atropellos sin objeto aparente; todo eso podra relacionarlo entre s, formando un todo, el hombre que tuviese la clave. Ninguna capital europea podra ofrecer a la persona dedicada al estudio cientfico del alto mundo criminal las ventajas que entonces posea Londres. Pero ahora... Holmes se encogi de hombros, como lamentndose humorsticamente del estado de cosas al que tanto haba contribuido l mismo. En la poca a la que yo ahora me refiero, contbanse ya varios meses desde la reaparicin de Holmes, y yo haba vendido, a peticin suya, mi consultorio mdico, volviendo a compartir con l las antiguas habitaciones de Baker Street. Un mdico joven, apellidado Verner, haba comprado mi pequeo consultorio de Kensington con la clientela, abonndome con asombrosa facilidad el precio ms elevado que yo me lanc a pedirle; detalle que nicamente se me aclar algunos aos despus, cuando descubr que Verner era pariente lejano de Holmes, siendo mi amigo quien realmente haba aportado el dinero. A decir verdad, los meses que llevbamos asociados no haban sido tan faltos de inters como Holmes aseguraba. Revisando mis notas, veo que en ese perodo est incluido el caso de los documentos del ex presidente Murillo, y tambin el doloroso asunto del vapor holands Friesland, que estuvo a punto de costarnos la vida a los dos. Pero el carcter fro y orgulloso de Holmes era opuesto a todo lo que significase aplauso pblico, y por ello me hizo prometerle en los trminos ms apremiantes que no dira una palabra de su persona, de sus mtodos o de sus xitos; prohibicin que, segn tengo explicado ya, no me ha sido levantada hasta ahora. Se hallaba Sherlock Holmes recostado en su silln, despus de su fantstica protesta, y empezaba a desdoblar con despreocupacin el peridico de la maana, cuando atrajo nuestra atencin un tremendo campanillazo de llamada, seguido inmediatamente por un sonoro repiqueteo en la puerta, como si alguien la golpease con el puo desde la calle. Al abrirse la puerta, alguien se precipit tumultuosamente en el vestbulo, resonaron pasos rpidos escalera arriba, y, un instante despus, penetr en tromba en el cuarto un joven de ojos desorbitados y semblante enloquecido, plido, desmelenado y jadeante. Nos mir primero al uno, y luego al otro, y bajo nuestras miradas interrogadoras cay en la cuenta de que deba dar alguna excusa por aquella manera de entrar tan sin ceremonia. Lo lamento, mster Holmes exclam. No debe censurarme. Estoy casi loco, mster Holmes. Yo soy el infortunado John Hctor McFarlane. Lo dijo como si bastase con el nombre para explicar su visita y sus maneras, pero yo pude deducir por lo impasible de la cara de mi compaero que, lo mismo que a m, aquello no le deca nada. Acepte un cigarrillo, mster McFarlane le dijo Holmes, empujando su estuche hasta donde el otro estaba. Estoy seguro de que mi amigo el doctor Watson, aqu presente, le recetara un sedante, en vista de los sntomas que presenta. La temperatura ha sido excesivamente calurosa estos ltimos17

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das. Bueno, si usted se siente un poco ms sereno, me alegrara de que tomase asiento en esa silla y nos contase muy despacio y con mucha tranquilidad quin es usted y lo que desea. Usted nos dijo su nombre como si yo debiese por fuerza haberlo odo antes; pero le aseguro que, fuera de ciertos detalles evidentes, como el de que es usted soltero, procurador, francmasn y asmtico, nada en absoluto s de usted. Por muy familiarizado que yo estuviese con los mtodos de mi amigo, me resultaba difcil seguir sus deducciones, fijndome en el detalle de la poca limpieza de la ropa de aquel hombre, en el legajo de documentos legales que llevaba, en el fetiche que colgaba del reloj y en su manera de respirar, que era lo que haba servido de base en sus deducciones. Pero nuestro cliente se le qued mirando lleno de asombro. Pues bien: mster Holmes, yo soy todo eso; pero soy, adems, el hombre ms desdichado que existe en este momento en Londres. Por amor de Dios, mster Holmes, no me abandone! Si acaso vienen a detenerme antes que yo haya acabado mi relato, hgales que me den tiempo de decirles a ustedes toda la verdad. Yo sera capaz de ir feliz a la crcel, sabiendo que usted se ocupaba de mi asunto desde fuera. Detenerlo a usted! exclam Holmes. Qu cosa ms agrad...; digo, ms interesante! Y de qu cree usted que lo acusan, para poder detenerlo? Me acusan de haber asesinado a mster Jonas Oldacre, de Lower Norwood. El rostro inexpresivo de mi compaero se revisti de una expresin de simpata de la que, mucho me temo, no estaba ausente alguna satisfaccin. Vlgame Dios! dijo. Hace slo un instante, mientras nos desayunbamos, le deca yo a mi amigo, el doctor Watson, que haban desaparecido de los peridicos los casos sensacionales. Nuestro visitante extendi una mano trmula y cogi el Daily Telegraph que Holmes conservaba an sobre sus rodillas. Si usted lo hubiese ledo, seor, se habra dado cuenta de una sola ojeada de lo que me ha trado a visitarle esta maana. Estoy experimentando la sensacin de que mi nombre y mi desgracia tienen que estar en la boca de todo el mundo desdobl el peridico para mostrarnos la pgina central. Aqu est, y con su licencia, se lo voy a leer yo mismo. Escuche, mster Holmes. El encabezamiento dice as: Suceso misterioso en Lower Norwood. Desaparicin de un conocido constructor de obras. Sospechas de asesinato y de incendio provocado. En la pista del criminal. Esa pista es la que vienen siguiendo, mster Holmes, y yo s que nicamente a m puede guiarlos. Me han venido siguiendo desde la estacin del Puente de Londres, y tengo la certidumbre de que slo esperan el mandamiento judicial para detenerme. Esto matar a mi madre, esto la matar! El hombre se retorci las manos presa de angustiosos temores, balancendose en su silla hacia atrs y hacia adelante. Examin con inters a aquel hombre, acusado de haber perpetrado un crimen. Era de cabellos blondos, bello, con una belleza desdibujada y ms bien negativa, con ojos azules asustados, cara totalmente afeitada y boca de hombre dbil y sensible. Quiz tendra veintisiete aos; su vestimenta y su porte eran los de un caballero. Extrajo del bolsillo de su ligero gabn de verano un rollo de documentos sellados que proclamaban su profesin. Es preciso aprovechar el tiempo de que an disponemos dijo Holmes. Watson: quiere coger usted el peridico y leerme el prrafo en cuestin? Bajo los enrgicos titulares que nuestro cliente haba ledo, le yo a mi vez el siguiente sugestivo relato: Durante la noche pasada, o en las primeras horas de esta maana, ocurri en Lower Norwood un grave suceso que ha dado pie para sospechar que ha sido cometido un crimen. Mster Jonas Oldacre, soltero, de cincuenta y dos aos de edad, es un habitante muy conocido de este suburbio, en el que lleva dedicado desde hace muchos aos a sus actividades de constructor. Reside en Deep Dene House, en l extremo de la carretera de ese nombre que da a Sydenham. Goza fama de hombre excntrico, hurao y retrado. Lleva ya algunos aos retirado, prcticamente, de los negocios, en los que, segn se18

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dice, consigui reunir considerables riquezas. Sin embargo, posee todava, en la parte posterior de su casa, un pequeo depsito de maderas, y la pasada noche se dio la voz de alarma, porque una de las pilas de madera estaba ardiendo. No tardaron en llegar las bombas de incendios, pero la madera seca form una hoguera furiosa y result imposible apagarla hasta que se consumi toda la pila. Hasta ese momento, el hecho no pasaba de ser uno de tantos incendios casuales, pero nuevos datos parecen apuntar la posibilidad de un grave crimen. La gente se sorprendi de que el dueo de la casa no hiciese acto de presencia en el lugar del siniestro; realizronse diversas investigaciones y de ellas result que dicho seor haba desaparecido. Examinando el dormitorio suyo, se comprob que la cama estaba intacta, que la caja de seguridad se encontraba abierta, que haba desparramados por el suelo muchos documentos importantes, y, por ltimo, se descubrieron rastros de una lucha a muerte, manchas de sangre por la habitacin y una garrota de roble que tambin las tena en la empuadura. Se sabe que mster Jonas Oldacre recibi, ya tarde, y en su dormitorio, a un visitante; la garrota encontrada ha sido identificada como de la pertenencia de ese visitante, que es un joven procurador londinense llamado John Hctor McFarlane, el socio ms joven de la firma Graham and McFarlane, 426, Gresham Build ings E. C. La Polica est convencida de tener en su poder pruebas de la existencia de un mvil convincente del crimen, y no cabe lugar a dudas de que van a producirse consecuencias sensacionales. Ultima hora. Se rumorea en el momento de entrar en prensa este nmero que mster John Hctor McFarlane ha sido ya detenido bajo la acusacin de haber dado muerte a mster Jonas Oldacre. Por lo menos, estamos seguros de que ha sido firmado el mandamiento de prisin. La investigacin del suceso de Norwood va a dar lugar a mayores y ms siniestras revelaciones. Adems de los rastros de lucha descubiertos en la habitacin del desdichado constructor, sbese ya que las ventanas francesas de su dormitorio situado en la planta baja fueron encontradas abiertas y que se comprob la existencia de indicios de haber sido arrastrado un objeto voluminoso hasta la pila de madera; y se afirma, por ltimo, que entre las cenizas y carbones de aqulla han sido encontrados restos a medio calcinar. La hiptesis policaca afirma que nos encontramos ante un crimen sensacional, que la victima fue muerta a garrotazos en su propio dormitorio, que se saquearon sus papeles y que el cadver fue arrastrado hasta la pila de madera, prendindose fuego a sta para hacer desaparecer toda huella del crimen. Las investigaciones de la Polica criminal han quedado en las expertas manos del inspector Lestrade, de Scotland Yard, que sigue las pistas con la energa y la sagacidad que en l son habituales. Sherlock Holmes escuch con los ojos cerrados y las yemas de los dedos juntas el extraordinario relato. No cabe duda de que el caso ofrece algunos detalles interesantes dijo con su acostumbrada languidez. Veamos, mster McFarlane: cmo es que est usted todava en libertad habiendo, como parece que hay, pruebas suficientes para justificar su detencin? Mster Holmes, yo resido en Torrington Lodge, Blackheath, en compaa de mis padres; pero la noche pasada tena que tratar asuntos a una hora muy tarda con mster Jonas Oldacre, por lo cual me aloj en un hotel de Norwood, y vine desde all a mi trabajo. No saba absolutamente nada de lo ocurrido hasta que sub al tren y le eso mismo que acaba usted de escuchar. Comprend en el acto lo horriblemente peligroso de mi situacin, y corr a poner el caso en manos de usted. No me cabe la menor duda de que me habran detenido, de haber estado en mis oficinas de la City o en mi casa. Desde la estacin del Puente de Londres me sigui un hombre, y estoy seguro de que... Vlgame Dios! Qu es eso? Era un fuerte tirn dado a la campanilla de llamada, seguido inmediatamente por fuertes pisadas en la escalera. Un instante despus apareci en el marco de la puerta nuestro viejo amigo Lestrade. Por encima de su hombro tuve yo una rpida visin de policas uniforma, dos que le seguan.19

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Mster John Hctor McFarlane? pregunt Lestrade. Nuestro desdichado cliente se puso en pie con rostro lvido. Lo detengo a usted bajo la acusacin de asesinato de mster Jonas Oldacre, de Lower Norwood. McFarlane se volvi hacia nosotros con expresin desesperada, y se hundi ms an en su silla como aplastado por un peso. Un momento, Lestrade dijo Holmes. Nada significa para usted una diferencia de media hora en ms o menos, y el caballero estaba a punto de hacemos el relato de este asunto tan interesante. Con ello podra ayudarnos a ponerlo en claro. Yo creo que no existe dificultad alguna para ponerlo en claro dijo Lestrade ceudamente. Sin embargo, y con permiso de usted, yo tendra grandsimo inters en escuchar ese relato de boca de mster McFarlane. Mster Holmes, me resulta difcil negarle a usted nada, teniendo en cuenta que en ocasiones anteriores ha prestado usted ciertos servicios a la Polica, y en Scotland Yard estamos obligados a pagarle el favor dijo Lestrade. Al propio tiempo, es preciso que yo permanezca con mi preso, y no tengo ms remedio que advertirle que cuanto l diga puede luego ser aprovechado como elemento de acusacin en contra suya. Eso es lo que yo deseo ms ardientemente contest nuestro visitante. Lo que yo pido es que escuchen y comprueben la pura verdad. Lestrade mir su reloj, y dijo: Le conceder media hora. Tengo que empezar por declarar que yo no conoca personalmente a mster Jonas Oldacre. Su nombre y apellido me eran familiares; mis padres mantuvieron relaciones con l durante muchos aos, pero las cortaron. Por ello me sorprendi muchsimo que ayer, a eso de las tres de la tarde, se presentase en mis oficinas de la City. Pero qued todava ms asombrado cuando l me manifest el objeto de su visita. Tena en la mano varias hojas arrancadas de un libro de notas y garrapateadas apresuradamente... Aqu estn, y las coloc encima de mi mesa, diciendo: He aqu mi testamento. Quiero, mster McFarlane, que usted lo redacte en forma legal. Mientras lo hace, tomar asiento y esperar. Me puse a copiarlo, y ustedes se imaginarn mi asombro al encontrarme con que, fuera de algunos legados, me dejaba a m todos sus bienes. Era un hombre raro, pequeo, con algo de hurn, pestaas blancas, y cuando alc mi vista para mirarlo me encontr con que sus ojos grises de mirar agudo estaban clavados en m con expresin divertida. Cre estar soando al leer las clusulas del testamento; pero l me explic que era soltern y que apenas tena parientes con vida, que haba conocido a mis padres siendo l joven y que siempre le haban hablado de m como de un mozo muy digno de consideracin, lo que le daba seguridad de que su dinero ira a parar a manos dignas. Como es natural, yo slo pude balbucir mis expresiones de gracias. El testamento qued debidamente redactado, firmado y respaldado como testigo por mi escribiente. Aqu est, en papel azul, y estos otros papeles son, segn he dicho ya, los borradores. Mster Jonas Oldacre me comunic entonces que haba cierta cantidad de documentos que era preciso que yo examinase y comprendiese, a saber: concesiones de edificacin, ttulos de propiedad, cdulas, hipotecas, etc. Me asegur que no estara tranquilo hasta ver el asunto completamente arreglado y me pidi que acudiese aquella noche a su casa de Norwood, llevando conmigo el testamento, a fin de poner todo a punto. Recuerde, muchacho, que no hay que decir ni una sola palabra a sus padres de este asunto, mientras no est todo arreglado. Les daremos una pequea sorpresa. Insisti muchsimo en este punto y me hizo prometerle que lo cumplira. Ya se imaginar, mster Holmes, que yo no estaba de humor como para negarle nada que l me pidiese. Era mi bienhechor y yo slo quera cumplir sus deseos sin omitir detalle. Envi un telegrama a mi familia, diciendo que tena entre manos asuntos importantes, y que no saba a qu hora los terminara. Mster Oldacre me haba dicho que le agradara cenar conmigo a las nueve, porque quiz no estuviese en casa hasta esa hora. Sin embargo, me cost algn trabajo dar con la casa en que viva, y eran ya las nueve y media cuando llegu. Me lo encontr... Un momento! dijo Holmes. Quin le abri la puerta? Una mujer de edad mediana y que yo supongo que era su ama de llaves.20

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Habr sido ella, segn yo imagino, la que ha dado a conocer el nombre de usted. Exactamente contest McFarlane. Prosiga, por favor. McFarlane se enjug la frente sudorosa y prosigui su relato: Aquella mujer me hizo pasar a un cuarto de estar, en el que estaba servida una cena frugal. Despus de la cena, mster Jonas Oldacre me llev a su dormitorio, en el que haba una pesada caja de caudales. La abri y sac de la misma un montn de documentos que los dos revisamos juntos. Terminaramos entre las once y las doce de la noche. Mster Oldacre me dijo que no debamos molestar al ama de llaves, y me hizo salir por la ventana francesa de su misma habitacin, que haba permanecido abierta durante todo ese tiempo. Estaban bajadas las cortinillas? pregunt Holmes. No estoy seguro, pero me parece que slo hasta media altura. S, ahora recuerdo que l las levant a fin de poder abrir la ventana de par en par. Yo no encontraba mi garrota, y l me dijo: No se preocupe, muchacho, confo en que de hoy en adelante me visitar con frecuencia, y le guardar su bastn hasta que venga a reclamarlo. Lo dej all, con la caja de seguridad abierta y los documentos clasificados en montones encima de la mesa. Era tan tarde, que no pude regresar a Blackheath, y me qued a dormir en el Escudo de Anerley, sin enterarme de nada hasta que le esta maana el horrible relato del suceso. Desea usted preguntar algo ms, mster Holmes? inquiri Lestrade, que haba arqueado una o dos veces las cejas durante el extraordinario relato. Nada ms deseo preguntar hasta que haya ido a Blackheath. A Norwood, querr usted decir dijo Lestrade. Claro est! A Norwood deb querer decir contest Holmes con su enigmtica sonrisa. Lestrade saba, por haberlo podido aprender en un nmero de casos mayor del que a l le habra agradado, que el cerebro de Holmes tena filo de navaja barbera y era capaz de penetrar en lo que a l le resultara impenetrable. Vi que contemplaba con curiosidad a mi compaero. Mster Holmes, me agradara cambiar con usted algunas palabras ahora mismo dijo. Mster McFarlane, hay en la puerta dos guardias y un coche de cuatro ruedas que estn esperando. El desdichado joven se levant, nos dirigi una ltima mirada suplicante y sali de la habitacin. Los funcionarios de Polica lo llevaron hasta el coche, pero Lestrade se qued con nosotros. Holmes haba recogido las pginas en que estaba escrito el borrador del testamento y las examinaba con el ms vivo inters retratado en su rostro. Verdad, Lestrade, que en este documento hay varios detalles de inters? pregunt, pasndole las cuartillas. El detective oficial las examin con expresin desconcertada, y dijo: Las primeras lneas, y estas otras que hay en el centro de la segunda pgina, adems de una o dos hacia el final, las puedo leer sin dificultad. La escritura es tan clara como si se tratase de imprenta; pero lo escrito entre esos prrafos es muy difcil de leer, y en tres sitios me es absolutamente imposible entenderlo. Qu saca usted de ello? dijo Holmes. Eso es lo que yo pregunto. Qu saca usted de ello? Que fue escrito en el tren; la buena escritura indica las estaciones; la mala escritura, el tren en marcha, y la letra malsima, en el momento en que pasaban por las agujas de la va. Un tcnico cientfico dictaminara en el acto que se escribi en una lnea suburbana, ya que nicamente en la inmediata vecindad de una gran ciudad puede darse una sucesin tan rpida de agujas en la va. Dando por supuesto que el hombre pas todo el trayecto en redactar el testamento, resulta que viaj en un tren expreso, de los que se detienen nicamente en un solo sitio entre las estaciones de Norwood y el Puente de Londres. Lestrade empez a rerse, y dijo: Mster Holmes, me puede usted siempre que empieza a soltar teoras; pero qu relacin tiene todo eso con el caso?

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Pues ver: por de pronto, confirma el relato del joven en lo que se refiere a que mster Jonas Oldacre redact su testamento en el transcurso del viaje que hizo ayer. Verdad que resulta por dems curioso que una persona se ponga a redactar documento de tal importancia en una forma tan imprevista? Ello hace suponer que no crea que el documento fuese a tener en la prctica gran importancia. Obr como hombre que se propusiese hacer un testamento con la idea de que no llegara a tener valor alguno. Bien; pero lo que le ocurri fue que redact al propio tiempo su sentencia de muerte dijo Lestrade. Le parece a usted? Y a usted no se lo parece? Bueno, es muy posible que as fuese; pero yo no veo an claro el caso. Que no lo ve claro? Si este caso no est claro, yo no s si puede existir en algo la claridad. Aqu tenemos a un joven que se entera de pronto de que en caso de morir un determinado seor anciano, l le heredar. Qu es lo que hace entonces? No habla a nadie una palabra y arregla las cosas de manera que pueda ir a visitar a ese cliente suyo por la noche, con cualquier pretexto; da tiempo a que la nica persona que hay en la casa fuera de ellos dos se haya acostado y entonces, en la soledad del dormitorio de su vctima, da muerte a sta, quema el cadver en la pila de madera y se marcha a un hotel de la poblacin. Las manchas de sangre de la habitacin y tambin las de la garrota son muy poco visibles. Es probable que calculase que su crimen no haba producido derramamiento de sangre, y que si el cadver era consumido por el fuego, desapareceran todas las huellas indicadoras del mtodo que haba empleado para matar; huellas que por una u otra razn tenan que sealarlo a l como autor del crimen. No resulta evidente todo esto? Mi querido Lestrade, a m me produce la impresin de que es precisamente un poquito demasiado evidente dijo Holmes. Usted no completa con la facultad imaginativa todas las dems grandes cualidades que posee; pero, si fuese usted capaz de colocarse por un momento en el lugar de este joven, elegira usted para cometer su crimen precisamente la noche inmediata a la de la redaccin del testamento? No le parecera cosa peligrosa establecer una relacin tan inmediata entre ambos hechos? Adems, elegira la noche en que se sabe que usted ha estado en la casa, porque una persona de la servidumbre le abri la puerta? Y, por ltimo, se tomara un enorme trabajo para ocultar el cadver y se dejara su propio bastn como prueba de que es usted el criminal? Reconozca, Lestrade, que todo ello es muy poco probable. Por lo que se refiere al bastn, mster Holmes, usted sabe tan bien como yo que los criminales se sienten con frecuencia azarados y hacen cosas que cualquier hombre evitara si actuase con serenidad. Quiz tuvo miedo de volver a entrar al dormitorio. Vea usted si es capaz de encontrar otra hiptesis que se ajuste a los hechos. Me sera facilsimo darle a usted media docena dijo Holmes. Aqu tiene, por ejemplo, una que es muy verosmil e incluso probable. Se la ofrezco gratis. El anciano muestra documentos que tienen un valor evidente. Cruza por delante de la casa un vagabundo y ve lo que est ocurriendo dentro, a travs de la ventana abierta, porque la cortinilla slo est bajada hasta la mitad de altura. Se retira el procurador y penetra el vagabundo. Se apodera del bastn que ha visto desde fuera, mata a Oldacre y despus se marcha, quemando antes el cadver. Y para qu iba el vagabundo a quemar el cadver? Puestos a preguntar, por qu haba de quemarlo mster McFarlane? Para hacer desaparecer alguna prueba. Es posible tambin que el vagabundo quisiese que desapareciese la prueba de que all se haba cometido un asesinato. Y por qu el vagabundo no se llev nada? Porque se trataba de documentos que no poda negociar. Lestrade movi negativamente la cabeza, aunque a m me produjo la impresin de que su seguridad no era ya tan absoluta como antes. Bueno, mster Sherlock Holmes, busque usted su vagabundo, y mientras que usted lo busca, nosotros retendremos a nuestro hombre. Ya veremos cul de nosotros dos est en lo cierto. Pero22

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fjese en esto, mster Holmes: por lo que sabemos, no falta all ni un solo documento, y la nica persona que tena motivos para dejarlo todo intacto era el preso, heredero legal y a cuyas manos todo tena que ir a parar. Esa observacin pareci impresionar a mi amigo, que dijo: Yo no me propongo negar que en ciertos aspectos las pruebas se inclinan fuertemente en favor de la teora que usted defiende. Quise nicamente hacerle notar que caben otras hiptesis. Ha dicho usted bien, veremos lo que resulta. Buenos das! Creo que en el transcurso de la jornada de hoy me dejar caer por Norwood y ver cmo lleva usted adelante las cosas. Cuando se march el detective, mi amigo se puso en pie y llev a cabo los preparativos necesarios al trabajo del da, con la expresin llena de viveza de quien tiene por delante una tarea que le agrada. Ya he dicho, Watson me dijo, mientras se enfundaba rpidamente en su levita, que mis primeros pasos deben tomar la direccin de Blackheath. Y por qu no la de Norwood? Porque en el caso actual nos encontramos con un hecho extrao que viene pisndole los talones a otro hecho tambin extrao. La Polica comete la equivocacin de concentrar toda su atencin en el segundo incidente, porque da la casualidad de que es el nico que tiene inmediato carcter criminal. En cambio, a m me parece evidente que la manera lgica de abordar el caso es empezar por hacer alguna luz sobre el primer incidente: el del curioso testamento, hecho de manera tan sbita, y a un heredero que en modo alguno lo esperaba. Quiz ello simplifique, hasta cierto punto, los hechos siguientes. No, querido compaero; no creo que me pueda usted ayudar. No hay peligros en perspectiva, porque en tal caso a m no se me ocurrira salir sin usted. Confo en que cuando nos reunamos esta noche podr informarle de que he conseguido hacer algo en favor de este desdichado joven que ha venido a ponerse bajo mi proteccin. Era ya tarde cuando mi amigo regres, y me bast echar una ojeada a su rostro mohno y lleno de ansiedad para comprender que las grandes esperanzas con que l haba salido de casa no se haban cumplido. Se entretuvo una hora con su violn, esforzndose por calmar su nimo encrespado. Por ltimo, dej a un lado el instrumento y se lanz a un relato detallado de sus desventuras. Watson, todo se ha torcido; se ha torcido cuanto era posible torcerse. Puse cara valiente hablando con Lestrade, pero, por vida ma!, que me parece que, esta vez al menos, ese hombre est en la pista verdadera y que nosotros seguimos la pista falsa. Mis instintos van en una direccin, pero los hechos van en otra, y mucho me temo que los jurados britnicos no hayan alcanzado todava el grado de inteligencia necesario para que den la preferencia a mis teoras, frente a las realidades que presenta Lestrade. Fue usted a Blackheath? S, Watson, me present all, y descubr muy pronto que el difunto y llorado Oldacre era un tunante de mucha consideracin. El padre haba salido en busca de su hijo. La madre estaba en casa; yo me encontr con una mujercita de ojos azules y cabellos sedosos, que se expresaba con voz trmula de miedo y de indignacin. Como es de suponer, no admita siquiera la posibilidad de que el hijo sea culpable. Pero no manifest sorpresa ni pesar por lo ocurrido a Oldacre. Al contrario, me habl de l con un encono tal, que estaba fortaleciendo de manera inconsciente la tesis de la Polica, porque si su hijo la haba odo hablar del muerto en los trminos en que me habl a m, las palabras de la madre tenan que predisponerlo al odio y a la violencia. Ms que un ser humano, Oldacre era un mono astuto y daino me dijo ella. Eso es lo que fue desde su juventud. Lo conoca usted en aquella poca?, le pregunt. S, lo conoca perfectamente; a decir verdad, me haba hecho antes el amor. Gracias a Dios, yo tuve el buen sentido de alejarme de l y de contraer matrimonio con un hombre ms pobre, pero mucho mejor. Mster Holmes, yo estaba comprometida con Oldacre, pero me contaron la repugnante historia de cmo ese hombre haba soltado un gato dentro de una gran jaula de pjaros, y qued tan aterrorizada de su bestial crueldad, que ya nada quise saber de l. La mujer revolvi papeles en una mesa de despacho y sac de pronto el retrato de una mujer, en el cual el rostro haba sido desfigurado y mutilado vergonzosamente con un cuchillo. Es una fotografa ma que l me devolvi en este estado, acompandola de sus maldiciones, la23

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maana del da de mi boda. Pero, bueno le contest, por lo que se ve, l la ha perdonado ya, al instituir heredero de todos sus bienes al hijo de usted. Ni mi hijo ni yo queremos nada de Jonas Oldacre, ni vivo ni muerto exclam la mujer con dignidad. Mster Holmes, hay en el cielo un Dios, y ese Dios que ha castigado a ese hombre demostrar a su debido tiempo que las manos de mi hijo se hallan limpias de su sangre. Pues bien: procur seguir una o dos pistas, pero no llegu a nada que favorezca mi hiptesis, y descubr, en cambio, varios puntos contrarios a ella. Por ltimo, lo dej todo y me dirig a Norwood. La residencia llamada Deep Dene House es un gran palacete moderno de vistoso ladrillo, que se levanta dentro de terrenos propios, y que tiene delante un csped con algunos grupos de arbustos de laurel. A la derecha, y a cierta distancia de la carretera, est el depsito de maderas que ha sido teatro del fuego. Aqu, en una hoja de mi libro de notas, tiene el boceto de todo. Esta ventana de la izquierda es una de las que dan acceso al dormitorio de Oldacre. Fjese en cmo puede verse desde la carretera lo que en ella ocurre. Este es el nico detalle satisfactorio que hoy he conseguido comprobar. No se encontraba all Lestrade, pero su jefe de policas uniformados me hizo los honores. Haban hecho precisamente el descubrimiento de un gran tesoro. Despus de pasarse la maana removiendo las cenizas de la pila de madera, descubrieron entre los restos de materia orgnica varios discos des