1927 - la señorita de los ojos verdes - maurice leblanc

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LA SEORITA DE LOS OJOS VERDES

MAURICE LEBLANC

Ttulo de la edicin original: La Demoiselle aux yeux verts Traduccin de Jaume Fuster MAURICE LEBLANC, 1967 Realizacin y propiedad de esta edicin EDICIONS 62 s|a., Provenza 278, Barcelona-8 Depsito Legal: B. 2803-1974 ISBN: 84-297-0954-1 Impreso en Grficas Tricolor E. Tubau 20, Barcelona-16 Imagen de portada: Cermica de Guillermo Garca Ruiz Digitalizacin y correccin por Antiguo.2

1. ...Y LA INGLESA DE LOS OJOS AZULES

Raoul de Limzy se paseaba por los bulevares alegremente como un hombre feliz que slo tiene que mirar para disfrutar de la vida, de sus espectculos encantadores y de la alegra ligera que ofrece Pars en ciertos das luminosos del mes de abril. De estatura media, tena una silueta a la vez delgada y poderosa. Las mangas de su chaqueta se hinchaban en el lugar de los bceps, y su torso se arqueaba por encima de una cintura fina y gil. El corte y el tejido de sus vestidos denotaban un hombre que da importancia a la eleccin de la ropa. Cuando pasaba frente al Gimnasio tuvo la impresin de que un caballero, que caminaba junto a l, segua a una dama, impresin cuya exactitud pudo comprobar acto seguido. Nada pareca a Raoul ms cmico ni ms divertido que un caballero que sigue a una dama. Sigui pues, al caballero que segua a la dama, y los tres, uno tras otro, a distancias convenientes, deambularon a lo largo de los tumultuosos bulevares. Era necesaria toda la experiencia del barn de Limzy para adivinar que aquel caballero segua a aquella dama, ya que dicho seor pona una discrecin de gentleman para que la dama no sospechara nada. Raoul de Limzy fue tan discreto como l y, mezclndose con los paseantes apresur el paso para no perder de vista a los personajes. Visto por detrs, el caballero se distingua por una raya impecable que divida sus negros y engomados cabellos, y por un terno, igualmente impecable, que pona de relieve sus anchos hombros y su alta estatura. Visto por delante, exhiba un rostro correcto, provisto de una cuidada barba y de tez fresca y rosada. Tal vez treinta aos. Certidumbre en su paso. Importancia en su gesto. Vulgaridad en el aspecto. Anillos en los dedos. Boquilla de oro para el cigarrillo que fumaba. Raoul se apresur. La dama, alta, resuelta, de figura noble, posaba con aplomo sus pies de inglesa sobre la acera y mova con gracia sus piernas y sus delicados tobillos. El rostro era hermoso, iluminado por admirables ojos azules y por una pesada cabellera de rubios cabellos. A su paso, los viandantes se paraban y se volvan. La dama pareca indiferente a aquel espontneo homenaje de la muchedumbre. Diantre!, pens Raoul. Qu aristcrata! El engomado que la sigue no se la merece. Qu querr? Marido celoso? Pretendiente desairado o tal vez lechuguino en busca de aventuras? S, eso debe ser. El caballero tiene cara de hombre de fortuna que se cree irresistible. La dama atraves la plaza de la pera sin preocuparse de los vehculos que la llenaban. Un camin quiso impedirle el paso: tranquilamente, cogi las riendas del caballo y lo inmoviliz. Furioso, el conductor salt del pescante y la insult; la dama le golpe el rostro con su puo y le hizo sangrar. Un agente de polica reclam explicaciones: la dama le volvi la espalda y se alejo pausadamente. En la calle Auber dos nios se peleaban. La dama les agarr por el cuello y les envo rodando a diez pasos de distancia. Despus les lanz dos monedas de oro. En el bulevard Haussmann entr en una pastelera y Raoul vio, desde lejos, que se sentaba ante una mesa. El caballero que la segua no entr. Raoul penetr en el establecimiento y se sent de manera que la mujer no pudiera darse cuenta de su presencia. La dama encarg t y cuatro tostadas, que devor con unos dientes que eran magnficos.3

Sus vecinos la miraban. Permaneci imperturbable y se hizo traer cuatro nuevas tostadas. Otra muchacha, sentada un poco ms lejos, atraa tambin la curiosidad. Rubia como la inglesa, con los cabellos ondulados, vestida con menos riqueza pero con un gusto ms seguro de parisin, estaba rodeada de tres nios pobremente ataviados entre los que distribua pasteles y vasos de grosella. Les haba encontrado en la puerta y les obsequiaba por la evidente alegra de ver sus ojos brillar de placer y sus mejillas manchadas de nata. Los nios no se atrevan a hablar y coman a dos carrillos. Pero, ms nia que ellos mismos, la muchacha se diverta infinitamente y hablaba por todos: Qu se dice a la seorita?... Ms alto... No lo he odo... No, no soy una seora... Hay que decirme: Gracias, seorita.... Raoul de Limzy se sinti atrado por dos cosas: la alegra feliz y natural de su rostro y la profunda seduccin de sus ojos verdes, color de jade, estriados de oro, de los que era imposible apartar la mirada cuando se haba fijado en ellos una sola vez. Tales ojos son, de ordinario, extraos, melanclicos o pensativos, y tal vez esa fuera la expresin de aqullos. Pero en aquel instante ofrecan el mismo brillo de vida interna que el resto del rostro, la boca maliciosa, las trmulas aletas de la nariz, y las mejillas, con hoyuelos sonrientes. Alegras extremas y dolores excesivos, no hay trmino medio para esta clase de criaturas, se dijo Raoul, que repentinamente sinti en su interior el deseo de influir sobre aquellas alegras o combatir aquellos dolores. Volvi a la inglesa. Era autnticamente bella, de una belleza poderosa, hecha de equilibrio, de proporcin y de serenidad. Pero la seorita de los ojos verdes, como la llam, le fascinaba ms todava. Si se admiraba a una, se sentan deseos de conocer a la otra y de penetrar en los secretos de su existencia. Raoul dud, sin embargo, cuando la muchacha pag la consumicin y sali con los tres nios. La seguira? Se quedara? Quin podra ms? Los ojos verdes? Los ojos azules? Se levant precipitadamente, lanz el dinero sobre el mostrador y sali. Los ojos verdes haban vencido. Un espectculo imprevisto le sorprendi: la seorita de los ojos verdes hablaba, en la acera, con el lechuguino que media hora antes segua a la inglesa como enamorado, tmido o celoso. Se trataba de una conversacin animada, enfebrecida tanto de una parte como de la otra, que pareca ms una discusin que otra cosa. Se haca evidente que la muchacha intentaba pasar y que el caballero se lo impeda. Era tan evidente, que Raoul, sin dudarlo, intent interponerse. No tuvo tiempo de hacerlo. Un taxi se detuvo ante la pastelera. Un caballero descendi del vehculo y al ver la escena que se desarrollaba sobre la acera, acudi presuroso, levant su bastn y voltendolo, hizo saltar el sombrero del engomado lechuguino. Estupefacto, el hombre retrocedi y despus se lanz contra el caballero sin preocuparse por las personas que les rodeaban. Est usted loco! Loco! profiri. El recin llegado, que era ms bajo, de ms edad, se puso a la defensiva y blandiendo el bastn, grit: Le he prohibido que hablara con esta joven! Soy su padre y le digo y repito que es usted un miserable. S, un miserable. Ambos personajes experimentaron un temblor de ira. El lechuguino, ante la injuria, se tens dispuesto a saltar sobre el recin llegado, a quien la muchacha coga por el brazo e intentaba arrastrar hacia el taxi. El lechuguino consigui separar al caballero de la muchacha y agarrar el bastn del anciano cuando, de repente se encontr frente a frente4

con un rostro desconocido que guiaba el ojo derecho y cuya boca, deformada por una mueca de irona, sostena un cigarrillo. Se trataba de Raoul, quien dijo con voz ronca: Me da fuego, por favor? Peticin verdaderamente inoportuna. Qu quera aquel intruso? El lechuguino respondi con acidez: Djeme usted tranquilo, no tengo fuego! S que tiene. Hace un momento estaba usted fumando afirm el intruso. El otro, fuera de s, intent apartarlo. Al no poder hacerlo, al no poder incluso mover los brazos, baj la cabeza para saber qu obstculo se lo impeda. Pareci confundido. Las dos manos del caballero le agarraban las muecas de tal manera que le era imposible moverse. Unas esposas de hierro no lo hubieran paralizado con ms eficacia. Y el intruso no dejaba de repetir con acento tenaz, obsesivo: Me da usted fuego, por favor? Me molestara mucho que se negara a darme fuego. La gente que les rodeaba estall en una carcajada. El lechuguino, exasperado, profiri: Djeme usted tranquilo! Le he dicho que no tengo fuego! Raoul se encogi de hombros con aire melanclico. Es usted un mal educado. No se puede negar lumbre a quien la pide de un modo corts. Pero, ya que parece molestarle tanto hacerme un pequeo favor... Le solt. El lechuguino, libre, se apresur. Pero el coche ya se haba puesto en movimiento, llevndose a su agresor y a la seorita de los ojos verdes. Raoul se sinti contento al ver que los esfuerzos del engomado seran vanos. He hecho bien, se dijo Raoul al verlo correr. Hago de Don Quijote en favor de una hermosa desconocida de ojos verdes que se esquiva sin ni siquiera darme su nombre ni su direccin. Es imposible volverla a encontrar. Qu har ahora? En vista de la situacin, Raoul decidi volver a la inglesa. En aquel preciso momento la dama se alejaba, despus de haber presenciado, sin duda alguna, el escndalo. Raoul la sigui. El barn de Limzy viva una de aquellas horas en las que la vida se encuentra, de algn modo, suspendida entre el pasado y el futuro. Un pasado, para l, lleno de acontecimientos. Un futuro que se anunciaba igual. En medio, nada. Y en este caso, cuando se tienen treinta y cuatro aos creemos que la llave de nuestro destino est en manos de una mujer. Ya que los ojos verdes se haban desvanecido, Raoul decidi regular su incierto deambular a la claridad de los ojos azules. Casi enseguida, despus de haber fingido tomar otro camino y volviendo sobre sus pasos, Raoul vio que el lechuguino de pelo engomado se haba puesto de nuevo en marcha y, como l, segua a la mujer desde la otra acera. Los tres personajes reanudaron su marcha sin que la inglesa pudiera descubrir el cortejo que la segua. Caminaba por las repletas aceras, siempre atenta a los escaparates e indiferente a los homenajes que su paso despertaba. Cruz la plaza de la Madeleine y por la calle Royal alcanz el Faubourg Saint-Honor hasta llegar frente al hotel Concordia. El lechuguino se detuvo, pase frente a las puertas del hotel, compr un paquete de cigarrillos y despus entr en el establecimiento, en donde Raoul le vio conversar con el portero. Tres minutos ms tarde volvi a salir, mientras Raoul se dispona a su vez a interrogar al portero con respecto a la joven inglesa de ojos azules, en el preciso momento5

en que sta sala y suba a un coche, al que un botones haba llevado una maleta. Se iba de viaje? Siga usted a ese coche dijo Raoul al conductor del taxi que detuvo. La inglesa fue de compras y sobre las ocho descendi del vehculo frente a la estacin de Pars-Lyon. Se instal en el restaurante y encarg su cena. Raoul se instal un tanto alejado para no ser descubierto. Una vez acabada la cena, la dama fum dos cigarrillos y despus, sobre las nueve y media, se entrevist frente a las verjas de la estacin, con un empleado de la Compaa Cook, quien le entreg su billete y el resguardo del equipaje. Acto seguido, la bella inglesa subi al rpido de las 9,46. Cincuenta francos si me dice usted el nombre de esta dama ofreci Raoul al empleado. Lady Bakefield. A dnde va? A Montecarlo, seor. Est en el coche nmero cinco. Raoul reflexion unos instantes y despus tom una decisin. Los ojos azules bien valan un viaje. Y, adems, a travs de los ojos azules haba tenido ocasin de conocer a los ojos verdes y tal vez a travs de la inglesa volviera a encontrar al lechuguino, y a travs del lechuguino encontrar de nuevo a los ojos verdes. Fue a la ventanilla a comprar un billete para Montecarlo y corri al andn. Descubri a la inglesa en la escalerilla de uno de los coches, se desliz entre varios grupos de viajeros y la volvi a ver a travs de la ventanilla, de pie, quitndose el abrigo. Haba poca gente. Esto suceda pocos aos antes de la guerra, a finales de abril, y aquel rpido, muy incmodo, sin coches cama ni restaurante, era slo utilizado por muy pocos viajeros de primera clase. Raoul slo cont dos hombres que ocupaban el compartimiento situado a la cabeza del coche nmero cinco. Se pase a lo largo del andn, alejado del coche. Alquil dos almohadones y se provey en la biblioteca ambulante de peridicos y revistas. Cuando son el silbido del jefe de estacin, de un salto subi la escalerilla y entr en el tercer compartimiento como alguien que llega en el ltimo instante. La inglesa estaba sola, junto a la ventanilla. Raoul se instal en el asiento opuesto, cerca del corredor. La dama levant la mirada, observ a aquel intruso que ni tan slo ofreca la garanta de una maleta o de un paquete y, sin demostrar inters alguno, sigui comiendo enormes bombones de chocolate de una caja que tena sobre las rodillas. Pas un revisor y taladr los billetes. El tren se lanz hacia los arrabales. Las luces de Pars se perdan a lo lejos. Raoul oje los peridicos y sin lograr interesarse en ellos, los dej a un lado. Ningn suceso, se dijo. Ningn crimen sensacional. Esto hace mucho ms cautivadora a esta joven dama. El hecho de encontrarse solo en un pequeo compartimento cerrado con una desconocida, sobre todo si era hermosa, pasar la noche juntos y dormir casi uno al lado del otro, le haba parecido siempre una anomala mundana que le diverta en grado sumo. Por ello estaba dispuesto a no perder el tiempo en lecturas, meditaciones o miradas furtivas. Corri un asiento. La inglesa adivin con toda evidencia que su compaero de viaje se dispona a dirigirle la palabra y no demostr ni sorpresa ni inters. Sobre Raoul6

recayeron, pues, todos los esfuerzos para entablar relaciones. Aquello no le molestaba en absoluto. Con un tono infinitamente respetuoso, articul: Aunque sea una incorreccin por mi parte, quisiera pedirle permiso para advertirla de algo que puede tener importancia para usted. Puedo decirle unas palabras? La dama eligi un bombn sin volver la cabeza y respondi en tono seco: Si slo se trata de unas palabras, adelante. Se trata, seora... La joven rectific: Seorita. Pues bien, seorita. Por casualidad s que la han seguido a usted durante todo el da. Sin lugar a dudas, se trata de un caballero que se oculta y... La inglesa interrumpi a Raoul: Su actitud, en efecto, es de una incorreccin que me sorprende en un francs. No tiene usted por misin vigilar a la gente que me sigue. El caballero en cuestin me pareci sospechoso... El caballero en cuestin, a quien conozco puesto que me lo presentaron el ao pasado, el seor Marescal, ha tenido por lo menos la delicadeza de seguirme de lejos y no invadir mi compartimiento. Raoul, sorprendido por aquellas palabras, se inclin: Bravo, seorita! Es una estocada directa. Slo me resta callar. En efecto, slo le resta callarse hasta la prxima estacin, en la que le aconsejo que baje. Lo lamento. Mis negocios me llaman a Montecarlo. Le llaman a Montecarlo desde que ha sabido que es mi destino. No, seorita dijo Raoul con claridad, sino a partir del momento en que la vi en una pastelera del bulevard Haussmann. La respuesta fue rpida. Inexacto, caballero dijo la inglesa. Su admiracin por una joven de magnficos ojos verdes le hubiera arrastrado a usted a seguirla de haberle sido posible despus del escndalo que se produjo. Al no poder hacerlo, se lanz usted tras de m, primero hasta el hotel Concordia, al igual que el individuo cuyos manejos me denuncia, y despus hasta el restaurante de la estacin. Raoul se diverta con aquella escena. Me halaga que ninguno de mis actos o gestos haya escapado a su perspicacia, seorita. Nada escapa a mi perspicacia, caballero. Me he dado cuenta de ello. No me sorprendera que me dijera usted mi nombre. Raoul de Limzy, explorador. De regreso del Tibet y del Asia central. Raoul no disimul su sorpresa. Cada vez ms halagado, seorita. Sera demasiado preguntarle cmo lo ha sabido? En absoluto. Cuando una dama ve a un caballero precipitarse en su compartimiento sin equipaje y en el ltimo minuto, lo ms lgico es que se sorprenda y observe al caballero. Pues bien, ha cortado usted las hojas de su revista con una tarjeta de visita. He podido leer la tarjeta y he recordado una reciente entrevista en la que Raoul de Limzy contaba7

su ltima expedicin. Muy sencillo. Muy sencillo. Pero hay que tener buena vista. La ma es excelente. Sin embargo, no la ha apartado usted de su caja de bombones. Est usted en el nmero dieciocho. No necesito mirar para ver ni reflexionar para adivinar. Adivinar qu, seorita? Adivinar que su verdadero nombre no es Raoul de Limzy. Imposible! O si no, cmo se explicara que las iniciales de la badana de su sombrero sean una H y una V, a menos, claro est, que lleve usted el sombrero de un amigo. Raoul empezaba a impacientarse. No le gustaba que en un duelo verbal su adversario le llevara siempre ventaja. Y segn usted, qu significan esta H y esta V? La inglesa mordisque su bombn diecinueve y dijo con indiferencia: Son iniciales que rara vez se juntan. Cuando las veo por casualidad no puedo dejar de relacionarlas con dos nombres que he tenido ocasin de leer ms de una vez. Puedo saber cules son estos nombres? No creo que le digan nada. Se trata de un nombre que usted no conoce. Cul es? Horace Velmont. Y quin es ese Horace Velmont? Horace Velmont es uno de los numerosos seudnimos bajo el que se oculta... Bajo el que se oculta...? Arsenio Lupin. Raoul se ech a rer. As pues, yo sera Arsenio Lupin. La joven protest: Qu idea! Slo le he dicho el recuerdo que las iniciales de su sombrero evocan en m de una manera bastante estpida. Y de una manera bastante estpida tambin me digo que su bonito nombre, Raoul de Limzy, se parece mucho a un cierto Raoul d'Andrsy, que tambin ha utilizado Arsenio Lupin. Excelente respuesta, seorita! Pero si yo tuviera el honor de ser Arsenio Lupin, crame usted que no desempeara un papel tan poco lucido como el que estoy haciendo ante usted. Con qu gracia se burla usted del inocente Limzy! La inglesa le ofreci la caja de chocolates. Un bombn, caballero, para compensar su derrota y djeme usted dormir. Nuestra conversacin implor Raoul no puede acabar as. No dijo la joven. Si el inocente Limzy no me interesa en absoluto, por el contrario siento un vivo inters por aquellas personas que llevan un nombre falso. Cules son sus razones? Por qu se ocultan? Curiosidad un poco perversa... Curiosidad que puede permitirse una Bakefield concluy Raoul, y aadi: Como8

ve usted, seorita, tambin yo conozco su nombre. Y el empleado de Cook tambin dijo la muchacha sonriente. Me doy por vencido. Tomar mi revancha en la primera ocasin que se me presente. La ocasin se presenta siempre cuando no se busca concluy la inglesa. Por primera vez le lanz con franqueza y en pleno rostro la bella mirada de sus ojos azules. Raoul se estremeci. Tan bella como misteriosa murmur. No hay ningn misterio. Me llamo Constance Bakefield. Voy a Montecarlo a reunirme con mi padre, lord Bakefield, que me espera para que juegue a golf con l. Adems del golf, que me apasiona como todos los ejercicios fsicos, escribo en los peridicos para ganarme la vida y asegurar mi independencia. Mi oficio de periodista me permite, de este modo, tener informacin de primera mano sobre todo tipo de personajes clebres, hombres de estado, generales, empresarios, industriales, grandes artistas e ilustres ladrones de guante blanco. Le saludo, caballero. Apenas concluida esta frase, cerr los dos extremos de un chal sobre su rostro, hundi su bella cabeza en las profundidades de un almohadn, pas una manta sobre sus hombros y apoy los pies sobre una banqueta. Raoul, que se haba estremecido ante la mencin de los ladrones de guante blanco, lanz algunas frases que no alcanzaron su objetivo. Se estrellaba contra una puerta cerrada. Lo mejor que poda hacer era callarse y esperar su revancha. Permaneci, pues, silencioso en su rincn, desconcertado por la aventura, pero contento y lleno de esperanza en el fondo. Qu criatura ms deliciosa, original y cautivadora, enigmtica y franca! Y qu acuidad en la observacin! Con qu facilidad le haba reconocido! Cmo haba captado las pequeas imprudencias que el desprecio por el peligro le haca cometer de vez en cuando! Por ejemplo, aquellas dos iniciales... Tom su sombrero y arranc la badana, que fue a arrojar por la ventanilla del pasillo. Despus volvi a instalarse en medio del compartimiento, se acomod en sus dos almohadones y se adormeci confiadamente. La vida le pareca encantadora. Era joven. Su cartera estaba bien provista de billetes ganados con facilidad. Veinte proyectos de fcil ejecucin y de fructuosos beneficios fermentaban en su ingenioso cerebro y, a la maana siguiente, tendra frente a l el apasionante y turbador espectculo de una hermosa mujer que se despierta. Pensaba en ello con complacencia. En su duermevela vea los hermosos ojos color de cielo. Cosa extraa, poco a poco se iban transformando con matices imprevistos, y se hacan verdes, color de las algas. No saba ya si eran los de la inglesa o los de la parisin los ojos que le miraban. La muchacha de Pars le sonrea con gentileza. Era ella la que dorma frente a l. Y con una sonrisa en los labios y la conciencia tranquila, Raoul se durmi finalmente. Los sueos de un hombre cuya conciencia est tranquila y que mantiene relaciones cordiales con su estmago, son de una profundidad que no atena ni siquiera los vaivenes del ferrocarril. Raoul flotaba beatficamente en un paisaje vago en el que se iluminaban ojos azules y ojos verdes. El viaje era tan agradable que ni siquiera haba tomado la precaucin de colocar fuera de s mismo, en funciones de centinela diramos, como sola hacer siempre, parte de su espritu. Aquello fue un error. En el tren hay que desconfiar siempre, sobre todo cuando viaja poca gente.9

No oy en absoluto el ruido que haca la puerta exterior, que comunicaba el coche con el que le preceda, al abrirse, ni oy tampoco aproximarse los tres personajes enmascarados y vestidos con largas blusas grises que se detuvieron frente a su compartimiento. Otro error: no haba apagado la luz. Si lo hubiera hecho, los individuos se habran visto obligados a encenderla para llevar a cabo sus funestos proyectos y l se habra despertado. De manera que, a fin de cuentas, no vio ni oy nada. Uno de los hombres, revlver en mano, se qued de centinela en el corredor. Los otros dos, por medio de algunos signos, se repartieron la tarea y sacaron de sus bolsillos un par de rompecabezas. Uno de ellos golpeara al primer viajero, mientras el otro hara lo mismo con el que dorma bajo la manta. La orden de ataque fue dada en voz baja, pero por ms baja que fuera, Raoul percibi el murmullo, se despert e instantneamente tens sus brazos y sus piernas. Gesto intil. El rompecabezas le golpeo la frente y le hizo perder el sentido. Slo pudo notar que le agarraban por la garganta y que una sombra pasaba frente a l y se inclinaba sobre miss Bakefield. A partir de aquel momento le rode la noche, unas espesas tinieblas en las que, perdiendo pie como un hombre que se ahorca, slo tuvo aquellas impresiones incoherentes y penosas que suben ms tarde a la superficie de la conciencia y por medio de las cuales la realidad se reconstruye en su conjunto. Le ataron, le amordazaron enrgicamente, y le envolvieron la cabeza en un tejido rojizo. Le quitaron la cartera. Buen negocio murmur una voz. Pero todo esto no es ms que un aperitivo. Has atado al otro? El golpe le ha desvanecido. Hay que creer que el golpe no hizo perder el sentido al otro lo suficiente, y que el hecho de atarla no le gustaba, puesto que se oyeron blasfemias, empujones, una encarnizada batalla que reson en el compartimiento, y despus gritos... gritos de mujer. Vaya una arpa! exclam sordamente una de las voces. Araa, muerde... Fjate! La reconoces? Ya lo creo. Voy a hacerla callar. El individuo debi emplear tales medios que, en efecto, la muchacha call al poco rato. Los gritos se atenuaron, se convirtieron en sollozos y en quejas. La muchacha luchaba, sin embargo, y todo ello suceda junto a Limzy, que senta, como en una pesadilla, los esfuerzos del ataque y de la resistencia. Y, repentinamente, todo acab. Una tercera voz, procedente del pasillo, sin duda del hombre que haca de centinela, orden con voz ahogada: Alto! Dejadla ya. Supongo que no la habris liquidado. No estoy seguro. En todo caso, podramos registrarla. Basta! Cllate! Ambos agresores salieron. En el pasillo se oyeron voces y discusiones. Raoul, que empezaba a reanimarse y a moverse, oy esas palabras: S... ms lejos... El compartimiento de cabeza... Y rpido... Podra venir el revisor... Uno de los tres bandidos se inclin sobre l.10

Si te mueves eres hombre muerto... Estte tranquilo. El tro se alej hacia el extremo opuesto, donde Raoul haba notado la presencia de dos viajeros. Apenas oy alejarse a los asaltantes, intent deshacerse de las ataduras y, mediante movimientos de la mandbula, quitarse la mordaza. A su lado, cada vez ms dbilmente, la inglesa gema. Raoul se senta desolado. Con todas sus fuerzas intentaba librarse de las ligaduras con el temor de que fuera demasiado tarde para salvar a la desgraciada. Pero las cuerdas eran slidas y estaban fuertemente anudadas. Sin embargo, el tejido que le cegaba, mal atado, cay repentinamente. Descubri a la muchacha de rodillas, con los codos apoyados en la banqueta, mirndole con ojos que ya no vean nada. A lo lejos sonaron dos detonaciones. Los tres bandidos enmascarados y los dos viajeros deban pelearse en el compartimiento de cabeza. Acto seguido, uno de los bandidos pas al galope con una pequea maleta en la mano y los gestos desordenados. Desde haca uno o dos minutos, el tren haba empezado a frenar. Caba en lo posible que aquello se debiera a trabajos de reparacin en la va y de ah que los bandidos hubieran elegido aquel momento para la agresin. Raoul estaba desesperado. Mientras se debata entre sus cuerdas, consigui decir a la muchacha a pesar de la mordaza: Aguante usted, seorita. Ahora me ocupar de usted. Qu le sucede? Est herida? Los bandidos haban apretado con demasiada fuerza el cuello de la muchacha hasta romprselo, ya que su rostro, manchado de negro y convulso, presentaba todos los sntomas de asfixia. Raoul comprendi de inmediato que estaba a punto de morir. Respiraba pesadamente y temblaba de pies a cabeza. Se dobl hacia Raoul. ste not el aliento ronco de su respiracin y algunas palabras que la muchacha tartamudeaba en ingls. Caballero... caballero... esccheme... Estoy perdida... No, no... Intente usted ponerse en pie, alcanzar el timbre de alarma... Pero la muchacha no tena fuerza para ello y Raoul no tena ninguna posibilidad de deshacerse de sus ligaduras a pesar de sus esfuerzos sobrehumanos. Acostumbrado como estaba a hacer triunfar su voluntad, sufra horriblemente de verse convertido en impotente espectador de aquella muerte atroz. Los hechos escapaban a su dominio y giraban a su alrededor en un vrtigo de tempestad. Por el pasillo pas un segundo individuo enmascarado provisto de una bolsa de viaje y armado con un revlver. Le segua el tercero. Sin lugar a dudas, los dos viajeros tambin haban sucumbido y, debido a la marcha lenta del convoy, los asesinos iban a huir tranquilamente. Sin embargo, ante la sorpresa de Limzy, se detuvieron en seco frente al compartimento, como si un temible obstculo se hubiera levantado de improviso frente a ellos. Raoul imagin que alguien acababa de aparecer en la puerta que comunicaba con el otro coche... Tal vez el revisor que iniciaba una ronda. Sbitamente, en efecto, se produjeron voces y ruidos, inicindose bruscamente una lucha. El primero de los individuos no pudo utilizar su arma, que le cay de las manos. Un empleado, vestido de uniforme, le haba agarrado y ambos rodaron por el suelo, mientras que el cmplice, un individuo pequeo que pareca delgado en su blusa gris manchada de sangre y cuya cabeza se disimulaba bajo una gorra demasiado grande a la que haba atado11

una mscara negra, intentaba librar a su camarada. nimo, revisor! grit Raoul exasperado. Por fin llegan refuerzos. Pero el revisor perda la batalla ya que el ms pequeo de los individuos haba inmovilizado una de sus manos. El otro le golpe salvajemente el rostro con el puo. Cuando el ms pequeo de los agresores se levant, su mscara se enganch, arrastrando consigo la gorra. Con gesto vivo, se cubri de nuevo el rostro y la cabeza, pero Raoul tuvo tiempo de ver los rubios cabellos y el adorable rostro, asustado y lvido, de la desconocida de los ojos verdes que encontrara aquel medio da en la pastelera del bulevar Haussmann. La tragedia tocaba a su fin. Los dos cmplices huyeron. Raoul, estupefacto, asisti sin decir palabra al largo y penoso esfuerzo del revisor, que consigui por fin tocar la seal de alarma. La inglesa agonizaba. En un ltimo suspiro, balbuce todava unas incoherentes palabras: Por amor de Dios!... Esccheme... Coja... coja... Qu? Se lo prometo. Por el amor de Dios... Coja mi bolso... retire los papeles... que mi padre no se entere... Dej caer la cabeza y muri... El tren se detuvo.

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2. INVESTIGACIONES

La muerte de miss Bakefield, el salvaje ataque de los tres enmascarados, el probable asesinato de los dos viajeros, la prdida del dinero, no pesaron tanto en el espritu de Raoul despus de la inconcebible visin que le haba sorprendido en los ltimos minutos de aquella terrible historia. La seorita de los ojos verdes! La ms graciosa y la ms seductora mujer que nunca haba encontrado, surga de la sombra criminal! La ms radiante imagen apareca bajo aquella mscara innoble de ladrona y asesina! La seorita de los ojos color verde de jade, hacia quien su instinto de hombre le haba empujado desde el primer instante y que ahora volva a encontrar, con aquella blusa manchada de sangre, con el rostro desencajado, en compaa de dos temibles asesinos y, al igual que ellos, asaltando, asesinando, sembrando la muerte y el terror! A pesar de que su vida de gran aventurero, mezclado en tantos horrores e ignominias, le haba acostumbrado a los peores espectculos, Raoul (seguiremos llamndole as puesto que ste es el nombre bajo el que Arsenio Lupin desempe su papel en el drama), Raoul de Limzy se senta confuso ante una realidad que le era imposible concebir y, de algn modo, alcanzar. Los hechos sobrepasaban su imaginacin. Fuera reinaba el tumulto. Llegaron empleados de una estacin prxima, la estacin de Beaucourt, as como un grupo de obreros que trabajaban en la reparacin de la va. Se oan clamores. Se intentaba adivinar de dnde proceda la llamada. El revisor cort las ligaduras de Raoul mientras escuchaba sus explicaciones. Despus abri la ventanilla y llam a los empleados: Por aqu! Vengan por aqu! Volvindose hacia Raoul, le dijo: Ha muerto, la seorita? S... Estrangulada. Y eso no es todo. Me parece que tambin han muerto los dos viajeros del compartimiento de cabeza. Fueron rpidamente al otro extremo del corredor. En el ltimo compartimiento, dos cadveres. Ningn rastro de desorden. En el portaequipajes, nada. Ni maletas ni paquetes. En aquel mismo momento, los empleados de la estacin intentaban abrir la puerta que comunicaba con el coche por aquel lado. Estaba bloqueada, lo que hizo comprender a Raoul las razones por las que los tres bandidos se haban visto obligados a recorrer el mismo camino por el pasillo y a huir por la puerta de atrs. sta, en efecto, estaba abierta. Subieron algunas personas. Otras surgieron de la puerta de comunicacin con el otro coche e invadieron los dos compartimientos en el instante en que una potente voz profiri en tono imperioso: Que nadie toque nada!... No, caballero, deje usted este revlver donde estaba. Es preferible que salga todo el mundo. El coche tiene que ser desenganchado del convoy para que el tren pueda seguir su camino. No le parece a usted, seor jefe de estacin? En aquellos minutos caticos, bast con que alguien hablara en tono imperioso, sabiendo lo que quera, para que todo el mundo cumpliera los deseos del que pareca convertirse en jefe. El hombre que haba hablado se haba expresado como si estuviera acostumbrado a que todo el mundo le obedeciera. Raoul le mir de soslayo y qued estupefacto al13

reconocer al individuo que haba seguido a miss Bakefield y abordado a la seorita de los ojos verdes. El individuo a quien l haba pedido fuego, en una palabra, el lechuguino engomado a quien la inglesa haba llamado seor Marescal. En pie ante la entrada del compartimiento en el que yaca la muchacha, obstaculizaba el paso a los intrusos y les empujaba hacia las puertas abiertas. Seor jefe de estacin, usted tiene obligacin de vigilar la maniobra. Llvese con usted a todos sus empleados. Habr que telefonear a la gendarmera ms prxima, pedir un mdico y prevenir al juzgado de primera instancia de Romillaud. Nos enfrentamos a un caso de asesinato. De tres asesinatos rectific el revisor. Dos hombres enmascarados han huido. Dos hombres que me han atacado. Lo s dijo Marescal. Los obreros de la va han visto dos sombras y en este momento los estn persiguiendo. En la parte superior del talud hay un bosquecillo y la batida se ha organizado a lo largo de la carretera nacional. Si logran capturarlos, nos avisarn aqu. Marescal articulaba duramente las palabras, con gestos secos y actitud autoritaria. Raoul se sorprenda cada vez ms, pero de repente recuper su sangre fra. Qu haca all el engomado? Y qu le daba aquel aplomo increble? No sucede a menudo que el aplomo de esos personajes proviene justamente de que tienen algo que ocultar tras su brillante fachada? Y cmo olvidar que Marescal haba seguido a miss Bakefield durante todo el medioda, que la acechaba antes de la hora de partida y que se encontraba, sin lugar a dudas, en el coche nmero cuatro en el preciso instante en que se maquinaba el crimen? Ambos coches estaban unidos por una pasarela... Pasarela por la cual haban surgido los tres bandidos enmascarados y por la que uno de los tres, el primero, haba podido regresar... No era acaso el mismo individuo que ahora ordenaba y diriga la operacin? El coche se haba vaciado. Slo quedaba el revisor. Raoul intent volver a su asiento, pero se lo impidieron. Estaba aqu dijo, seguro de que Marescal no le reconocera, y quiero volver a mi sitio. No, caballero respondi Marescal. Todo lugar en el que se ha cometido un crimen pertenece a la justicia y nadie puede entrar en l sin autorizacin. El revisor se interpuso. Este viajero fue una de las vctimas del ataque. Le han atado y despojado de sus bienes. Lo siento dijo Marescal, pero las rdenes son formales. Qu rdenes? pregunt Raoul irritado. Las mas. Raoul se cruz de brazos. Con qu derecho habla usted as, caballero? Usted nos est haciendo la ley con una insolencia que tal vez los otros puedan aceptar, pero que yo no estoy dispuesto a soportar. El engomado tendi su tarjeta de visita mientras pronunciaba con voz pomposa: Rodolphe Marescal, comisario del Servicio de Investigaciones Internacionales del Ministerio del Interior. Ante tales ttulos, pareca querer decir Marescal, slo resta inclinarse. Y aadi:14

Y si he tomado la direccin del asunto, lo he hecho de acuerdo con el jefe de estacin y porque mi cargo me autoriza a ello. Raoul, algo sorprendido, se contuvo. El nombre de Marescal, al que no haba prestado atencin, despertaba repentinamente en su memoria confusos recuerdos de algunos casos en los que le pareca que el comisario haba demostrado mrito y clarividencia notables. En todo caso era absurdo hacerle frente. Es culpa ma pens Raoul. En lugar de quedarme al lado de la inglesa y de cumplir su ltimo deseo, he perdido el tiempo emocionndome con la muchacha enmascarada. Pero, en cualquier caso, ya te atrapar, engomado, y sabr por qu ests en este tren en el momento preciso para ocuparte de un asunto en el que las dos heronas son, precisamente, hermosas mujeres. Mientras tanto, despejemos el terreno. Y con un tono de deferencia, como si fuera sumamente sensible al prestigio de las altas funciones, dijo: Disclpeme, seor. Aunque soy muy poco parisin, puesto que vivo generalmente lejos de Francia, su notoriedad ha llegado hasta mis odos y recuerdo, entre otras, una historia de pendientes... Marescal se pavone. S, los pendientes de la princesa Laurentini dijo. En efecto, no estuvo del todo mal. Pero intentaremos que el asunto de hoy salga an mejor. Confieso que me gustara, antes de llegar a la gendarmera, y especialmente antes de llegar ante el juez de instruccin, haber llevado la investigacin hasta un punto... Hasta un punto prosigui Raoul en el que esos seores no tuvieran que hacer nada ms que sacar conclusiones. Tiene usted razn. Y yo no continuar mi viaje hasta maana, si es que mi presencia le puede ser til. Extremadamente til. Le doy infinitas gracias. El revisor, por su parte, tuvo que marchar despus de haber dicho todo lo que saba. Mientras tanto, el vagn haba sido colocado en un apartadero y el tren se alej. Marescal empez sus investigaciones y con la evidente intencin de alejar a Raoul, le rog que fuera hasta la estacin a buscar sbanas para cubrir los cadveres. Raoul descendi apresuradamente, se desliz a lo largo de coche y se iz al nivel de la tercera ventanilla del corredor. Tal como pensaba, se dijo. El engomado quera estar slo. Una pequea maquinacin preliminar. Marescal, en efecto, haba levantado ligeramente el cuerpo de la inglesa y entreabierto su abrigo de viaje. Alrededor de su talle haba un bolso de cuero rojo. Deshizo la hebilla, tom el bolso y lo abri. Contena unos papeles que Marescal se puso a leer acto seguido. Raoul, que le vea de espaldas, no poda percibir la expresin de su rostro y, a travs de ella, lo que pensaba de la lectura. Dej su observatorio murmurando: Puedes apresurarte, camarada. Antes de que eso se acabe te atrapar. Estos papeles me han sido legados y nadie ms que yo tiene derecho sobre ellos. Cumpli la misin que le haban encargado y cuando regres con la mujer y la madre del jefe de estacin, que se haban ofrecido voluntarias para la velada fnebre. Marescal le comunic que haban descubierto a dos hombres que se ocultaban en el bosque. Ningn otro rastro? pregunt Raoul. Nada ms declar Marescal. Uno de los perseguidores ha descubierto un tacn de15

zapato sujeto entre dos races. Perteneca a un zapato de mujer. Entonces no habr ninguna relacin. No, ninguna. Tendieron a la inglesa. Raoul mir por ltima vez a su hermosa y desgraciada compaera de viaje y murmur para s: La vengar, miss Bakefield. A pesar de que no haya sabido velar por usted y salvarla, le juro que sus asesinos sern castigados. Pens en la seorita de los ojos verdes y repiti, con respecto a la misteriosa criatura, el mismo juramento de odio y de venganza. Despus, bajando los prpados de la muchacha, volvi a colocar la tela sobre su plido rostro. Era verdaderamente hermosa dijo. Sabe su nombre? Cmo iba a saberlo? declar Marescal, turbndose. Aqu hay un bolso. Slo podemos abrirlo en presencia del juez de instruccin dijo Marescal ponindoselo en bandolera, y aadi: Me sorprende que los bandidos no la hayan registrado. Debe contener papeles. Esperaremos al juez de instruccin repiti el comisario. Pero, por lo que parece, los bandidos que le han desvalijado a usted no han robado a la muchacha... Ni el reloj, ni el broche, ni el collar... Raoul cont lo que haba sucedido, y lo hizo con gran precisin, tanto deseaba colaborar en el descubrimiento de la verdad. Pero poco a poco, oscuras razones le empujaron a desnaturalizar algunos hechos: no habl en absoluto del tercer cmplice y de los otros dos slo dio una descripcin aproximada, sin revelar la presencia de una mujer entre ellos. Marescal le escuch con atencin y le hizo algunas preguntas. Despus, dejando uno de los guardias, llev al otro al compartimiento en el que yacan los dos hombres. Se parecan mucho entre s. Uno era mucho ms joven, pero ambos presentaban los mismos rasgos vulgares, las mismas cejas espesas, los mismos vestidos grises y mal cortados. El ms joven haba recibido una bala en plena frente y el otro en el cuello. Marescal, que afectaba la mayor reserva, los examin detenidamente sin ni siquiera modificar su posicin, registr sus bolsillos y los cubri con la misma sbana. Seor comisario dijo Raoul, a quien la vanidad y las pretensiones de Marescal no haban escapado, tengo la sensacin de que est usted avanzando hacia la verdad. Se descubre en usted a un maestro. Podra usted, en algunas palabras...? Por qu no? dijo Marescal, arrastrando a Raoul haca otro compartimiento. Los gendarmes no tardarn y el mdico tampoco. Para dejar bien clara la posicin que tomo, no me molesta exponerle a usted el resultado de mis primeras investigaciones. Vamos all, engomado, se dijo Raoul. No podrs encontrar mejor confidente que yo. Fingi confusin ante tal gesto. Qu honor, qu alegra! El comisario le rog que se sentara y empez: Caballero, sin dejarme influir por ciertas contradicciones y sin perderme en los detalles, intentar poner en evidencia los hechos primordiales de considerable importancia en mi humilde opinin. En primer lugar, la joven inglesa, como usted la16

llama, ha sido vctima de un error. S, caballero, de un error. No me contradiga usted, tengo pruebas. En el momento fijado por la aminoracin de la marcha del tren, los bandidos que se encontraban en el coche siguiente (recuerdo haberlos entrevisto de lejos, e incluso cre que eran tres) le atacan, le despojan, atacan a su vecina, intentan atarla... y despus, bruscamente, lo abandonan todo y se van al compartimiento de cabeza. Por qu este cambio? Porque se han equivocado. Porque la muchacha estaba disimulada bajo una manta, porque crean que atacaban a dos hombres y han descubierto a una mujer. De ah su sorpresa. "Vaya una arpa!" A eso se debe su precipitada partida. Exploran el pasillo y descubren a los dos hombres que buscaban... Esos dos que han muerto. Ahora bien, los dos viajeros se defienden. Los matan a tiros y los despojan hasta el punto de no dejar nada. Maletas, paquetes, se lo llevan todo, incluido las gorras... El primer punto parece claramente establecido, no es as? Raoul estaba sorprendido, no por la hiptesis, ya que l mismo la haba admitido desde el principio, sino por el hecho de que Marescal hubiera podido llegar a ella con tanta lgica y acuidad. Segundo punto.... prosigui el polica, a quien la admiracin de su interlocutor exaltaba. Tendi a Raoul una cajita de plata finamente cincelada. He recogido esto de detrs de la banqueta. Una tabaquera? S, una vieja tabaquera que en la actualidad serva de estuche para cigarrillos. Siete cigarrillos, estos... Tabaco rubio, de mujer. O de hombre dijo Raoul sonriendo, ya que al fin y al cabo all slo haba hombres. De mujer, insisto... Imposible! Huela usted la tabaquera. La puso bajo la nariz de Raoul. ste, despus de oler, asinti. En efecto, en efecto... Un perfume de mujer que deja su estuche de cigarrillos en su bolso, con el pauelo, la polvera y el perfumador. El olor es caracterstico. Y bien? No comprendo nada. Hemos encontrado muertos a dos hombres... y fueron dos hombres los que atacaron y huyeron despus de asesinar. Por qu no un hombre y una mujer? Una mujer... Uno de estos bandidos sera, pues, una mujer? As lo prueba el estuche de cigarrillos. Es una prueba insuficiente. Tengo otra. Cul? El tacn... Este tacn de zapato que han encontrado en el bosque, entre dos races. Cree usted que se necesita ms para establecer una conviccin slida con relacin al segundo punto de mi enunciado: dos agresores, un hombre y una mujer? La clarividencia de Marescal preocupaba a Raoul. Disimul sus sentimientos y murmur entre dientes, como si la exclamacin se le escapara: Es usted un sabueso! Y aadi:17

Eso es todo? No hay ms descubrimientos? Djeme usted respirar dijo Marescal con una sonrisa. Tiene usted intencin de trabajar toda la noche? Al menos hasta que me traigan a los dos fugitivos, lo que no tardar en suceder si se atienen a mis instrucciones. Raoul haba seguido la disertacin de Marescal con la expresin asombrada de un caballero que no siendo un sabueso, deja a los otros el cuidado de desenmaraar un asunto del que no ha comprendido casi nada. Se encogi de hombros y pronunci con un bostezo: Divirtase usted, seor comisario. He de confesarle que todas estas emociones me han cansado en extremo y que una o dos horas de reposo... Tmeselas usted aprob Marescal. Cualquier compartimiento le servir de dormitorio... Este mismo, por ejemplo... Dar instrucciones para que nadie le moleste. Y cuando haya terminado, tambin yo dormir un poco. Raoul se encerr, corri las cortinas y apag el globo luminoso. En aquel momento no tena una idea clara de lo que quera hacer. Los sucesos, muy complicados, no desembocaban todava en una solucin clara y l se contentara con espiar las intenciones de Marescal y descubrir el enigma de su conducta. Te he cogido, lechuguino. Eres como el cuervo de la fbula: a base de alabanzas te hacen abrir el pico. Ciertamente tienes mrito y buena vista, pero eres demasiado hablador. En cuanto a atrapar a la desconocida y a su cmplice, me sorprendera que lo consiguieras. Es una empresa a la que me tendr que dedicar personalmente. En aquel preciso momento, procedente de la estacin, lleg un rumor de voces que alcanz proporciones de tumulto. Raoul escuch. Marescal se haba asomado a una de las ventanillas del corredor y gritaba a la gente que se aproximaba: Qu sucede? Ah, perfecto! Veo que no me equivocaba... Una voz le respondi: El jefe de la estacin me enva, seor comisario. Es usted, cabo? Ha habido algn arresto? Uno solo, seor comisario. Uno de los dos a los que perseguamos ha cado de fatiga en la carretera, a un kilmetro de aqu. El otro ha podido escaparse. Y el mdico? Le hemos avisado, pero tena que hacer una visita. Tardar cuarenta minutos. Han atrapado al ms pequeo, cabo? Uno bajito... muy plido... con una gorra demasiado grande... Llora y hace promesas: Hablar, pero slo ante el seor juez. Dnde est el seor juez? Le han dejado en la estacin? Y con una buena vigilancia. Voy ahora mismo. Antes, si no le contrara, seor comisario, quisiera echar un vistazo a lo sucedido. El cabo subi con un gendarme al tren... Marescal le recibi en lo alto de la escalerilla y acto seguido le condujo hacia el cadver de la joven inglesa. Todo va bien, se dijo Raoul, que no haba perdido una palabra del dilogo. Si el18

engomado empieza sus explicaciones, hay para un buen rato. Esta vez vea claro, en el desorden de su cerebro, y discerna las intenciones, verdaderamente inesperadas, que surgan bruscamente en l, a su pesar por as decirlo, sin que pudiera comprender el motivo secreto de su conducta. Baj el cristal de la ventanilla y se asom sobre la doble hilera de los rales. Nadie. Ninguna luz. Salt.

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3. EL BESO EN LA SOMBRA

La estacin de Beaucourt est situada en pleno campo, lejos de todo lugar habitado. Un camino perpendicular a la va frrea la une al pueblo de Beaucourt, despus a Romillaud, en donde se encuentra la gendarmera, y luego a Auxerre, desde donde se esperaban a los magistrados. Dicho camino est cortado por la carretera nacional, que corre paralela a la lnea del ferrocarril, a la distancia de unos quinientos metros. Haban reunido en el andn todas las luces disponibles, lmparas, bujas, linternas, faroles, lo que oblig a Raoul a avanzar con extremas precauciones. El jefe de estacin, un empleado y un obrero, conversaban con el gendarme de guardia, cuya alta estatura se levantaba frente a una puerta de dos batientes que comunicaba con una pieza llena de paquetes, reservada sin lugar a dudas a almacn. En la semioscuridad de aquel recinto se amontonaban cestas, cajas y paquetes de todo tipo. Al aproximarse, Raoul crey ver sentada sobre un montn de objetos, una silueta inclinada hacia adelante que no se mova. Es ella sin duda, se dijo. Es la seorita de los ojos verdes. Aquel recinto era ideal para prisin, puesto que, cerrada la puerta del fondo, slo tena una salida que vigilaba el gendarme de guardia. La situacin le pareci favorable a Raoul, pero con la condicin de que no topara con obstculos susceptibles de molestarle, ya que Marescal y el cabo podan llegar de un momento a otro. Rode, pues, el edificio corriendo y lleg a la fachada posterior de la estacin sin encontrar ningn alma viviente. Era ms de media noche. Ningn tren se paraba ya y, salvo el pequeo grupo que charlaba en el andn, no haba nadie. Entr en la sala de registro. Una puerta a la izquierda, un vestbulo con una escalera, y a la derecha del vestbulo, otra puerta. Segn la disposicin de los locales, tena que ser all. Para un hombre como Raoul, una cerradura no constituye un obstculo importante. Llevaba siempre consigo tres o cuatro pequeos instrumentos con los que poda abrir las puertas ms recalcitrantes. Al primer intento la puerta cedi. La entreabri ligeramente y no distingui ningn rayo de luz. Empuj, pues, el batiente, y entr en el local. La gente de fuera no le haban odo ni visto, ni, por los sollozos que lanzaba, tampoco la prisionera. El obrero contaba la persecucin a travs del bosque. Haba sido l quien, con la ayuda de un farol, haba levantado la caza. El otro fugitivo era delgado y de alta estatura y corra como una liebre, pero a cada instante tena que detenerse y volver sobre sus pasos para arrastrar consigo al ms pequeo. Por otra parte, la noche era tan negra que la caza resultaba incmoda. De repente el chico ese contaba el obrero se puso a gemir. Tiene una curiosa voz de chica. Lloraba y deca: Dnde est el juez? Se lo dir todo. Llvenme ante el juez. El auditorio se echo a rer. Raoul aprovech la circunstancia para deslizar la cabeza entre dos montones de cajas. Se haba colocado detrs del montn de paquetes postales sobre los que la cautiva estaba tendida. La muchacha deba haber odo algn ruido puesto que sus sollozos cesaron. Raoul murmur:20

No tenga usted miedo. Al ver que la muchacha se callaba, insisti: No tenga miedo, soy un amigo. Guillaume? pregunt la muchacha en voz baja. Raoul comprendi que se trataba del otro fugitivo y respondi: No. Voy a salvarla de los gendarmes. La muchacha no respondi. Deba temer un engao, pero Raoul insisti: Est usted en manos de la justicia. Si no me sigue la encerrarn en la crcel, la procesarn... No! exclam la muchacha. El juez me dejar libre. No la dejar libre. Han muerto dos hombres... su blusa est cubierta de sangre... Venga conmigo, no hay que perder ni un segundo. Venga. Despus de un silencio, la prisionera murmur: Tengo las manos atadas. Raoul desde su posicin cort las cuerdas con su cuchillo y pregunt: Pueden verla a usted? Slo puede verme el gendarme cuando se da la vuelta, pero no creo que me distinga bien porque estoy en la sombra... Los otros estn demasiado hacia la izquierda. Todo va bien... Un segundo... Escuche... Se oyeron pasos en el andn y Raoul reconoci la voz de Marescal. Entonces orden a la muchacha: No se mueva... Llegan antes de lo que pensaba... Les oye usted? Tengo miedo... tartamude la muchacha. Me parece que esta voz... no es posible... S dijo Raoul. Es la voz de Marescal, su enemigo. Pero no tenga usted miedo... Esta tarde, en el bulevard alguien se ha interpuesto entre usted y l. Era yo. Le suplico que no tenga miedo. Pero l va a venir. No es seguro. Pero, y si viene? Finja dormir, estar desvanecida... Hunda su cabeza entre sus brazos cruzados..., y no se mueva. Y si intenta verme? Si me reconoce? No le responda usted... Suceda lo que suceda, no diga ni una sola palabra... Marescal no actuar enseguida..., reflexionar..., y entonces... Raoul no estaba tranquilo. Supona acertadamente que Marescal deba estar ansioso por saber si era cierta o no su suposicin de que uno de los bandidos era una mujer. Iba, pues, a proceder aun interrogatorio inmediato y, en todo caso, creyendo insuficiente la precaucin, inspeccionara personalmente la prisin. De hecho, el comisario exclam, cuando estuvo junto a los hombres, con tono alegre: Buenas noticias, seor jefe de estacin! As que tenemos un preso en su casa! Y un preso de marca! La estacin de Beaucourt se va a hacer clebre!... Cabo, el lugar me parece muy bien elegido, pero, por prudencia voy a asegurarme...21

De este modo, Marescal actuaba tal como haba previsto Raoul. Iba a jugarse una terrible partida entre aquel hombre y la muchacha. Algunos gestos, algunas palabras, y la seorita de los ojos verdes estara irremediablemente perdida. Raoul se dispuso a batirse en retirada. Pero era renunciar a toda esperanza y ponerse en contra de una horda de adversarios que no le permitiran volver a empezar la empresa. Decidi, pues, esperar y encomendarse al azar. Marescal entr en el recinto hablando todava con la gente de fuera y actuando de manera que la forma inmvil quedara oculta a su vista. Raoul permaneci escondido entre las cajas. El comisario se detuvo y dijo en voz alta: Parece dormido... En, compaero, despierta, que tu y yo tenemos que hablar! Sac de su bolsillo una linterna, apret el botn y dirigi los haces luminosos hacia la figura en reposo. Al no ver ms que una gorra y dos brazos cruzados, apart stos y retir aqulla. Tal como haba pensado murmur. Una mujer... una mujer rubia... Vamos, pequea, ensame tu rostro... Cogi la barbilla de la muchacha y la levant con violencia. Lo que vio era tan extraordinario que no acept la inverosmil verdad. No, no murmur. No es posible. Marescal mir hacia la puerta de entrada, ya que no quera que los otros le vieran. Despus termin de arrancar febrilmente la gorra y el rostro de la muchacha apareci a plena luz, sin reservas. Ella murmur. No, no puede ser. Estoy loco, es increble. Ella aqu, ella una asesina. Se inclin ms todava. La prisionera no se movi. Su plido rostro no haba experimentado turbacin alguna. Marescal le espet con voz temblorosa: Usted! Qu milagro es se? Usted ha asesinado...! Y los gendarmes la han detenido! Y est aqu, aqu! Es eso posible? Se hubiera dicho que la muchacha dorma. Marescal se call. Dorma en verdad? Le dijo: As est bien. No se mueva usted. Voy a alejar a los otros y volver... Dentro de una hora estar aqu y hablaremos. Tendr muchas cosas que explicarme, pequea. Qu quera decir? Iba a proponerle algn abominable trato? En el fondo (Raoul lo adivin), Marescal no tena ningn designio fijo. Aquello le coga desprevenido y ahora se estaba preguntando qu beneficio podra obtener. Puso de nuevo la gorra a la muchacha y ocult todos sus bucles rubios. Despus, entreabriendo la blusa, le registr los bolsillos de la chaqueta. No encontr nada. Se volvi a incorporar y su emocin era tan grande que no pens ya en inspeccionar el local ni la puerta. Curioso chico dijo regresando junto al grupo. Seguramente no tiene ni veinte aos. Un pilludo al que su cmplice se la habr jugado... Continu hablando, pero de manera distrada. Se notaba que su pensamiento estaba en otra parte y que experimentaba la necesidad de reflexionar a solas.22

Creo dijo que mi pequea investigacin preliminar interesar a los caballeros del juzgado. Mientras les esperamos, har guardia junto a usted, cabo..., o incluso solo..., ya que no necesito a nadie y as usted podra dormir un poco... Raoul se apresur. Entre los paquetes encontr tres sacos atados cuyo tejido pareca, ms o menos, del mismo color que la blusa de la prisionera. Levant uno de los sacos y murmur: Acerque sus piernas hacia m para que pueda poner ese saco en su lugar. Hgalo con precaucin, comprende? Despus har retroceder su busto y luego la cabeza. Le tom la mano, que estaba helada, y repiti las instrucciones, ya que la muchacha pareca inerte. No sea tonta, hgame caso. Marescal es capaz de todo... Usted le ha humillado. Se vengar de un modo u otro puesto que est en sus manos. Acerque sus piernas hacia m... La muchacha obedeci con pequeos gestos que la desplazaron insensiblemente y que tard tres o cuatro minutos en ejecutar. Cuando la maniobra hubo terminado, frente a ella y ligeramente ms alta haba una forma gris y retorcida con sus mismos contornos, que daba la impresin de ser ella misma para que si el gendarme y Marescal echaban un vistazo la siguieran creyendo all. Vamos dijo Raoul, aprovechemos este instante en que nos dan la espalda y hablan fuerte. Djese deslizar. La recibi en sus brazos, mantenindola curvada, y la llev por entre el laberinto de paquetes. Una vez en el vestbulo la dej en el suelo. Raoul volvi a cerrar la cerradura y cruzaron la sala de equipajes. Pero apenas llegado al terrapln que preceda a la estacin, la muchacha tuvo un desfallecimiento y cay de rodillas. Nunca podr gimi. Sin el ms mnimo esfuerzo, Raoul se la carg sobre el hombro y ech a correr hacia la masa de rboles que sealaban el camino hacia Romillaud y Auxerre. Experimentaba una profunda satisfaccin ante la idea de que tena a su presa, de que la asesina de miss Bakefield no poda escaprsele y de que su accin substitua a la de la sociedad. Qu hara? Poco importaba. En aquel momento estaba convencido o al menos se lo deca a s mismo de que le haba guiado una gran necesidad de justicia y que el castigo tomara la forma que le dictaran las circunstancias. Doscientos pasos ms lejos se detuvo, no a causa del cansancio sino para escuchar el gran silencio apenas agitado por el susurro de las hojas y el furtivo paso de los animales nocturnos. Qu sucede? pregunt la muchacha angustiada. Nada..., nada inquietante... Por el contrario..., el galope de un caballo..., muy lejos... Exactamente lo que quera... Estoy satisfecho... Esto significa nuestra salvacin. Descarg a la muchacha de su hombro y la tendi entre sus dos brazos como si fuera un nio. De este modo recorri con paso rpido tres o cuatrocientos metros que le condujeron hasta la carretera nacional cuya blancura se recortaba tan hmeda que Raoul le dijo sentndose en el talud: Permanezca tendida sobre mis rodillas y esccheme bien. El coche que estamos oyendo es el del mdico cuyos servicios se han solicitado. Voy a desembarazarme del buen hombre y viajaremos durante toda la noche hasta una estacin cualquiera de otra lnea.23

La muchacha no respondi. Raoul dud si le haba entendido. Su mano quemaba. En una especie de delirio balbuceaba sin sentido: No he matado... No he matado... Cllese dijo Raoul abruptamente. Hablaremos de eso ms tarde. Ambos callaron. La inmensa paz del campo dormido extenda a su alrededor espacios de silencio y seguridad. Slo el trote del caballo se elevaba de vez en cuando en las tinieblas. En una o dos ocasiones vieron a distancia incierta las linternas del coche que brillaban como ojos fosforescentes. Ningn clamor, ninguna amenaza provena de la estacin. Raoul pensaba en aquella extraa situacin y por encima de la enigmtica asesina, cuyo corazn lata con tanta fuerza que se oa su ritmo desenfrenado, evocaba a la parisin, entrevista unas ocho o nueve horas antes, feliz y sin preocupacin aparente. Ambas imgenes, tan diferentes la una de la otra, se confundan en l. El recuerdo de la visin resplandeciente atenuaba su odio contra la asesina de la inglesa. Pero, acaso experimentaba odio? Raoul se aferraba a esta palabra y pensaba con dureza: La odio. Diga lo que diga, ha matado. La inglesa ha muerto por su culpa y por la de sus cmplices. La odio... Miss Bakefield ser vengada. Sin embargo, no deca nada de eso y, por el contrario, se daba cuenta que de su boca salan dulces palabras. La desgracia se abate sobre los seres cuando menos piensan en ello, no es verdad? Se es feliz..., se vive..., y despus viene el crimen... Pero todo se arregla... Confe en m y ver como todo se arregla... Tena la impresin de que una gran calma penetraba poco a poco en la muchacha. Ya no era presa de aquellos movimientos febriles que la sacudan de pies a cabeza. Lentamente, el mal, las pesadillas, las angustias, los terrores, el lgubre mundo de la noche y de la muerte se iba apaciguando. Raoul gustaba violentamente de la manifestacin de su influencia y de su poder, de algn modo magnticos, sobre ciertos seres a quienes las circunstancias haban desorbitado y a quienes devolva el equilibrio hacindoles olvidar por un momento la terrible realidad. Tambin l, por otra parte, se alejaba del drama. La inglesa muerta se desvaneca de su memoria y entre sus brazos ya no estrechaba a la mujer vestida con una blusa manchada de sangre sino a la parisin, elegante y radiante. Todava se deca sin conviccin: La castigar. Sufrir por lo que ha hecho, como si no sintiera el fresco aliento que exhalaban sus labios prximos. Las luces de las linternas se hicieron mayores. El mdico llegara dentro de ocho o diez minutos. Y entonces, se dijo Raoul, tendr que separarme de ella y actuar..., y todo habr acabado..., no volver a existir entre nosotros un instante como este, un instante de tanta intimidad... Se inclin ms todava. Adivin que la muchacha tena los ojos cerrados y que se abandonaba a su proteccin. Ahora todo est bien, deba pensar la muchacha. El peligro se alejaba. Bruscamente Raoul se inclin y bes sus labios. La muchacha intent dbilmente debatirse; suspir y no dijo nada. Raoul tuvo la impresin de que aceptaba la caricia y de que, a pesar del retroceso de su cabeza, ceda a la dulzura de aquel beso. Aquello dur algunos segundos. Despus, un sobresalto de revuelta la sacudi. Cerr los brazos y se24

desprendi de l con sbita energa, mientras gema: Es abominable! Qu vergenza! Djeme usted! Djeme! Lo que ha hecho usted es miserable! Raoul intent bromear y, furioso contra la muchacha, hubiera querido injuriarla. Pero no encontr las palabras y mientras ella le rechazaba y se hunda en la noche, se dijo en voz baja: Qu significa esto? Ahora sale con el pudor. Y despus? Se dira que he cometido un sacrilegio. Se puso en pie, escal el talud y la busc. Dnde estaba? Frondosos rboles protegan su huida. No haba esperanza alguna de atraparla. Raoul blasfemaba. Estaba fuera de s y senta el odio y el rencor del hombre despreciado, mientras experimentaba el terrible deseo de volver a la estacin y dar la alerta por s mismo, cuando oy a poca distancia unos gritos. Las voces provenan de la carretera, probablemente de algn lugar oculto por los rboles, en donde deba encontrarse el coche. Corri hacia all. Vio, en efecto, las dos linternas que parecieron girar sobre s mismas y cambiar de direccin. El coche se alejaba y no lo haca al trote apacible de un caballo sino al galope enfurecido de una bestia sobreexcitada a latigazos. Dos minutos ms tarde Raoul, dirigido por los gritos, distingua en la oscuridad la silueta de un hombre que gesticulaba entre los arbustos de la cuneta. Es usted el mdico de Romillaud? pregunt. Me envan de la estacin para que le salga al encuentro. Ha sido usted atacado? S... Un viandante que me preguntaba el camino. Me he parado, me ha saltado al cuello, me ha atado y tirado junto a estos arbustos. Y ha huido en su coche? S. Solo? No, con alguien que se ha reunido con l. Ha sido entonces cuando he gritado. Un hombre? Una mujer? No he podido verlo. Apenas, han hablado en voz baja. Cuando se han ido me he puesto a gritar. Raoul le pregunt: Acaso no le haban amordazado? S, pero mal. Con qu? Con mi pauelo. Hay una manera de amordazar que poca gente conoce dijo Raoul, que cogi el pauelo, y tir al suelo de nuevo al doctor y se puso a demostrarle cmo hay que hacerlo. La leccin fue seguida de otra operacin: la del modo de atar, sabiamente ejecutado, con la manta del caballo y la brida que Guillaume haba utilizado, ya que no haba dudas de que el agresor fuera Giullaume y de que la muchacha se hubiera reunido con l. Le hago dao, doctor? Lo sentira en el alma. No tiene usted que temer ni las espinas ni las ortigas aadi Raoul conduciendo a su compaero. Vea, ste es un lugar en el que no pasar una noche demasiado mala. El musgo ha sido secado por el sol... Nada de agradecimientos, doctor. Crea usted que si hubiera podido evitar...25

La intencin de Raoul era de echarse a correr y alcanzar, costase lo que costase, a los dos fugitivos. Estaba furioso por haberse dejado engaar de aquel modo. Haba sido un estpido! La tena entre sus garras y en lugar de apretarle la garganta se haba divertido besndola. En tales condiciones hay que conservar la sangre fra. Pero aquella noche las intenciones de Limzy acababan siempre en actos contrarios. Despus de dejar al doctor y sin abandonar su proyecto regres a la estacin con un nuevo plan que consista en tomar prestado el caballo de un gendarme y concluir con xito la empresa de la persecucin. Haba observado que los tres caballos de la polica estaban en un almacn frente al que velaba un hombre del equipo. Raoul se acerc. El gendarme dorma bajo el fulgor de una linterna sorda. Raoul sac su cuchillo para cortar una de las ataduras, pero en lugar de hacerlo se puso a cortar suavemente, con todas las precauciones imaginables, las cinchas flojas de los tres caballos y las bridas. De este modo, la persecucin de la seorita de los ojos verdes, cuando se dieran cuenta de su desaparicin, sera imposible. En realidad, no s lo que me hago, se dijo Raoul mientras regresaba a su compartimiento. Nada me sera ms agradable que entregar a esta muchacha a la justicia y cumplir as mi juramento de venganza. Ahora bien, todos mis esfuerzos tienden slo a salvarla. Por qu? La respuesta a esta pregunta la conoca bien. Si se haba interesado por aquella muchacha porque tena los ojos color de jade, cmo no iba a protegerla ahora que la senta tan cerca de l, desfalleciente y con sus labios contra los suyos? Acaso se entrega a la justicia a una mujer a la que se ha besado? Era una asesina, de acuerdo, pero se haba estremecido bajo su caricia y Raoul comprenda que nada en el mundo podra evitar, de ahora en adelante, que l la defendiera contra todo y contra todos. Para l, el ardiente beso de aquella noche dominaba todo el drama y todas las resoluciones que el instinto, ms que su razn, le ordenaba tomar. Deba tomar contacto de nuevo con Marescal para conocer el resultado de sus investigaciones y tambin a propsito de la joven inglesa y de aquel bolso que Constance Bakefield le haba recomendado. Dos horas ms tarde, Marescal se dejaba caer, muerto de fatiga, frente a la banqueta en la que, en el vagn desenganchado, Raoul esperaba apaciblemente. Despertndose sobresaltado, Limzy encendi la luz y al ver el rostro descompuesto del comisario, su cabeza despeinada y su bigote desengomado, dijo: Qu sucede, comisario? Est usted desconocido. Marescal balbuce: No lo sabe usted? No ha odo nada? Nada en absoluto. No he odo nada desde que usted cerr esta puerta hace unas horas. Ha huido! Quin? El asesino! As pues, le haban atrapado? S. Cul de los dos?26

La mujer. As pues, era una mujer? S. Y no han podido retenerla? S, slo que... Slo qu? Era un montn de paquetes... Al renunciar a perseguir a los fugitivos, Raoul haba obedecido ciertamente, entre otros motivos, a una necesidad inmediata de venganza. Sintindose burlado, quera burlarse a su vez de otro, al igual que haban hecho con l. Marescal era la vctima designada. Marescal, a quien, por lo dems, esperaba arrancar otras confidencias y cuya desesperacin le provoc una delicada emocin. Es una catstrofe dijo Raoul. Una catstrofe afirm el comisario. Y no tiene usted ninguna pista? Ni la ms mnima. Ningn nuevo rastro del cmplice? Qu cmplice? El que le ha facilitado la fuga. Pero no sirven de nada! Conocemos las huellas de sus zapatos, que hemos encontrado en el bosque. Ahora bien, a la salida de la estacin, en un charco de barro, junto a la huella del zapato sin tacn hemos encontrado huellas diferentes. Un pie ms pequeo. Suelas ms puntiagudas. Raoul escondi todo lo que pudo sus botines embarrados y pregunt muy interesado: Eso significa que hay otra persona? Indudablemente. Y, en mi opinin, esa otra persona ha huido con la asesina utilizando el coche del mdico. Del mdico? Si no es eso, por qu no le hemos visto por aqu? Si no le hemos visto significa que le han cogido el coche y que le han abandonado en alguna parte. Un coche se puede alcanzar. Cmo? Los caballos de los gendarmes. He corrido al almacn donde estaban atados y he saltado sobre uno de ellos. Pero la silla se ha girado y he cado de bruces en el suelo. Qu me dice usted! El hombre que vigilaba los caballos se ha dormido, y durante su sueo alguien ha cortado las bridas y las cinchas. En esas condiciones, es imposible perseguirles. Raoul no pudo evitar una sonrisa. Diablos! Se enfrenta con un adversario digno de usted. Un maestro, caballero. Tuve ocasin de seguir con detalle un caso en el que Arsenio Lupin se enfrent con Ganimard. El golpe de esta noche ha sido montado con la misma27

maestra. Raoul fue despiadado. Es una autntica catstrofe, ya que supongo que usted contaba con ese arresto para su porvenir... En efecto dijo Marescal, a quien su derrota dispona cada vez ms a las confidencias. Tengo enemigos poderosos en el ministerio y la captura casi instantnea de esta mujer me habra prestado un gran servicio. Piense usted en el eco que habra tenido ese caso... El escndalo que se hubiera creado alrededor de esta criminal disfrazada, joven, hermosa... Hubiera salido en las primeras pginas de todos los peridicos. Y adems... Y adems? Marescal tuvo una ligera vacilacin. Pero estaba en una de aquellas horas en las que nada le evitara hablar y mostrar hasta el fondo de su alma, a pesar de que en el futuro pudiera lamentarlo. As pues, dijo: Y adems, esto doblara, triplicara la importancia de la victoria que hubiera obtenido a otro nivel... Una segunda victoria? pregunt Raoul con admiracin. S, y definitiva. Definitiva? S, ciertamente. Pero esta no podrn arrancrmela puesto que se trata de una muerta. De la joven inglesa, tal vez? De la joven inglesa. Sin abandonar su aire de indiferencia, y como si cediera ante el deseo de admirar las proezas de su compaero, Raoul pregunt: Puede usted explicrmelo? Por qu no? Estar usted enterado dos horas antes que los magistrados, eso es todo. Borracho de fatiga, con el cerebro confuso, Marescal cometi la imprudencia, contraria a sus costumbres, de charlar como un novel. Inclinndose sobre Raoul, le dijo: Sabe usted quien era esa inglesa? As pues, la conoca usted, seor comisario? S, la conoca. Incluso ramos buenos amigos. Desde hace seis meses viva a su sombra, la acechaba, buscaba contra ella unas pruebas que no lograba reunir. Contra ella? S, contra ella. Contra Lady Bakefield, por un lado hija de lord Bakefield, par de Inglaterra y multimillonario, pero por otro ladrona internacional, rata de hotel y jefa de una banda; todo ello por placer, por diletantismo. Tambin ella me haba desenmascarado y cuando me hablaba lo haca burlona, segura de s misma. Era una ladrona, s, y yo ya haba prevenido de ello a mis superiores. Pero, cmo detenerla? Ahora bien, desde ayer la tena atrapada. Alguien a mi servicio que trabajaba en su hotel me dijo que miss Bakefield haba recibido ayer de Niza el plano de una villa que tena que asaltar, la villa B..., como se la designaba en una carta adjunta, que haba guardado todos esos papeles en un pequeo bolso de cuero junto con un pliego de documentos bastante sospechosos y que parta hacia el Medioda. De ah el motivo de mi partida. En el Medioda, pensaba, o bien la detendr en flagrante delito, o bien podr apoderarme de sus papeles. No he tenido que esperar tanto. Los bandidos la han28

puesto en mi mano. Y el bolso? Lo llevaba bajo el vestido, atado con una correa, y ahora lo tengo yo dijo Marescal tocndose el vestido de su chaqueta. He tenido el tiempo justo para echarle una hojeada, que me ha permitido entrever piezas irrecusables, como el plano de la villa B..., en el que, con su escritura, la joven haba aadido esta fecha en lpiz azul: 28 de abril. El 28 de abril es pasado maana, mircoles. Raoul haba experimentado una ligera decepcin. Su hermosa compaera de viaje una ladrona! Y su decepcin era tanto ms grande cuanto que no poda protestar contra aquella acusacin que justificaba un gran nmero de detalles y que explicaba, por ejemplo, la clarividencia de la inglesa a su respecto. Asociada a una banda internacional de ladrones, posea sobre unas y otras indicaciones que le haban permitido entrever, detrs de Raoul de Limzy, la silueta de Arsenio Lupin. Y acaso no deba creer que, en el momento de su muerte, las palabras que la muchacha se esforzaba en decir en vano, eran palabras de confesin y splicas de culpable dirigidas precisamente a Arsenio Lupin: Defienda usted mi memoria... Que mi padre no sepa nada! Destruya usted mis papeles. Entonces, seor comisario, es el deshonor para la familia de los Bakefield. Qu quiere usted...? hizo Marescal. Raoul aadi: No le es penosa esta idea? Y no le es penosa tambin la idea de entregar a la justicia a una joven como la que acaba de escapar? Ya que es una joven, verdad? Joven y hermosa. Y a pesar de ello... Caballero, a pesar de ello y a pesar de todas las consideraciones posibles, nada me impedir nunca cumplir con mi deber. Marescal pronunci aquellas palabras como un hombre que busca con toda evidencia la recompensa a su mrito, pero cuya conciencia profesional domina todos sus pensamientos. Bien dicho, seor comisario aprob Raoul mientras pensaba que Marescal pareca confundir su deber con muchas otras cosas en las que entraban, sobre todo, el rencor y su ambicin. Marescal consult su reloj. Despus, viendo que todava le quedaba tiempo de descansar antes de la llegada del juez de instruccin, se ech sobre la banqueta, garrapate algunas notas en un cuadernillo que acab por caer sobre sus rodillas. El comisario cedi al sueo. Frente a l, Raoul le contempl durante unos minutos. Desde su encuentro en el tren, su memoria iba recordando poco a poco detalles precisos sobre Marescal. Evocaba una figura de polica bastante intrigante o, mejor dicho, de aficionado rico que ejerca de polica por gusto y por placer pero tambin para servir sus intereses y sus pasiones. Un hombre de buena fortuna, de ello Raoul se acordaba bien, un perseguidor de mujeres no siempre escrupuloso y a quien en algunas ocasiones las mujeres haban ayudado en su carrera, tal vez demasiado rpida. Acaso no se deca que tena entrada franca en el domicilio de su ministro, que la mujer de dicho hombre pblico no era extraa a ciertos favores inmerecidos?29

Raoul tom el cuadernillo y escribi, mientras vigilaba de reojo al polica: Observaciones relativas a Rodolphe Marescal. Notable agente, con iniciativa y lucidez. Demasiado charlatn. Se confa al primer desconocido sin preguntarle su nombre ni verificar el estado de sus botines, sin ni siquiera tomar buena nota de su fisonoma. Bastante mal educado. Si encuentra, a la salida de una pastelera del bulevard Haussmann, a una muchacha que conoce, le aborda y habla a su pesar. Si la encuentra algunas horas ms tarde disfrazada, llena de sangre y vigilada por gendarmes, no se asegura de que la cerradura est en buen estado ni de que el tipo a quien ha dejado en el compartimiento del tren no est agazapado detrs de los paquetes postales. No tiene que sorprenderse, pues, si el tipo, aprovechndose de unos errores de tanto bulto, decide conservar un precioso anonimato, rechazar su papel de testigo y de vil denunciador, tomar en sus manos este extrao caso y defender enrgicamente, con la ayuda de los documentos del bolso, la memoria de la pobre Constance y el honor de los Bakefield y consagrar toda su energa en castigar a la desconocida de los ojos verdes sin que permita a nadie que toque uno solo de sus cabellos rubios o que le pida cuentas de la sangre que mancha sus adorables manos. Como firma, en recuerdo de su encuentro con Marescal en la pastelera, dibuj una cabeza de hombre con gafas y un cigarrillo entre los labios, y escribi: Tienes fuego, Rodolphe? El comisario roncaba. Raoul volvi a poner el cuadernillo sobre sus rodillas y despus extrajo de su bolsillo un pequeo frasco que abri y cuyo contenido hizo respirar a Marescal. Un violento olor de cloroformo sala del frasco. La cabeza de Marescal se inclin todava ms. Entonces, con gran suavidad Raoul abri la chaqueta, desabroch las correas del bolso y se lo at alrededor de su cintura, bajo su chaqueta. En aquel preciso instante pasaba un tren de mercancas a paso lento. Baj el cristal, salt sin ser visto y se instal confortablemente en el tope de un vagn cargado de manzanas. Una ladrona que ha muerto, se deca, y una asesina que me produce escalofros, tales son las recomendables personas a las que protejo. Por qu demonios me he lanzado a esta aventura?

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4. ASALTO A LA VILLA B...

Si hay un principio al que siempre he sido fiel me dijo Arsenio Lupin cuando, muchos aos despus, me cont la historia de la seorita de los ojos verdes es el de no intentar nunca resolver un problema antes de que haya sonado la hora. Para desentraar determinados enigmas, hay que esperar que el azar, o que la habilidad, te den un nmero suficiente de hechos reales. Hay que avanzar por el camino de la verdad con prudencia, paso a paso, de acuerdo con la progresin de los hechos. Razonamiento tanto ms justo en un caso en el que slo haba contradicciones, absurdo, actos aislados que ningn vnculo pareca unir unos con otros. Ninguna unidad. Ningn pensamiento director. Cada uno marchaba por su cuenta. Nunca Raoul haba sentido hasta tal punto cmo hay que desconfiar de las precipitaciones en este tipo de aventuras. Deducciones, intuiciones, anlisis, exmenes, todo ello trampas de las que haba que huir. Permaneci, pues, todo el da en el tope de su vagn, mientras que el convoy de mercancas se deslizaba hacia el sur entre campos soleados. Dormitaba apaciblemente y coma manzanas para calmar su hambre. Sin perder tiempo construyendo frgiles hiptesis sobre la gentil seorita, sobre sus crmenes y sobre su alma tenebrosa, saboreaba el recuerdo de la boca ms tierna y exquisita que su boca hubiera besado nunca. ste era el nico hecho que quera tener en cuenta. Vengar a la inglesa, castigar al culpable, atrapar al tercer cmplice, recuperar los billetes robados, evidentemente todo esto le interesaba. Pero volver a encontrar aquellos ojos verdes y aquellos labios que se abandonaban, qu voluptuosidad!. La exploracin del bolso de cuero no le sirvi de gran cosa. Listas de cmplices, correspondencia con afiliados de todos los pases... Vaya por Dios! Miss Bakefield era realmente una ladrona por todo lo alto, como lo demostraban todas aquellas pruebas que los ms hbiles cometen la imprudencia de no destruir. Adems de aquello, las cartas de lord Bakefield en las que se revelaba toda la ternura y la honestidad del padre. Pero nada indicaba el papel que ella representaba en aquel asunto, ni la relacin existente entre la aventura de la joven inglesa y el crimen de los tres bandidos, es decir, en pocas palabras, la relacin entre miss Bakefield y la asesina. Un solo documento, aquel al que Marescal haba hecho alusin y que era una carta dirigida a la inglesa con relacin al robo de la villa B... Encontrar la villa B... a la derecha de la carretera que va de Niza a Cimiez, pasado el Circo Romano. Es una construccin maciza en un gran jardn bordeado de tapias. El cuarto mircoles de cada mes, el viejo conde de B... se instala en su calesa y baja a Niza con su domstico, sus dos criadas y cestos para las provisiones. As pues, la casa permanece vaca de tres a cinco horas. Recorrer las tapias del jardn hasta la parte que da sobre el valle de Paillon. Hay una portezuela carcomida, cuya llave le adjunto con esta misma carta. Existe la certeza de que el conde de B..., que estaba reido con su mujer, no ha encontrado el paquete de ttulos que ella ocult, pero una carta escrita por la difunta a una amiga hace alusin a una caja de violn rota, que se encuentra en una especie de belvedere en el que se almacenan los objetos fuera de uso. Por qu esta alusin que nada justifica? La amiga muri el mismo da en que recibi la carta, que se extravi y me cay31

a las manos dos aos ms tarde. Adjunto el plano del jardn y el de la casa. En lo alto de la escalera se levanta el belvedere casi en ruinas. La expedicin requiere dos personas, una de las cuales vigilar, ya que hay que desconfiar de una vecina que es lavandera y que acude a menudo por otra entrada del jardn, cerrada por una verja cuya llave posee. Fije la fecha (al margen una nota en lpiz azul precisaba: 28 de abril) y avseme para que podamos encontrarnos en el mismo hotel. Firmado: G. Post Scriptum: Mis informaciones con respecto al gran enigma del que le he hablado, siguen siendo muy vagas. Se trata de un tesoro considerable o de un secreto cientfico? No lo s todava. El viaje ser, pues, decisivo. Su intervencin me ser muy til entonces! Hasta nueva orden, Raoul se olvid de aquella postdata tan extraa. Era, segn una expresin que le gustaba, uno de estos embrollos en los que slo se puede penetrar a base de suposiciones e interpretaciones peligrosas. Mientras que el escalo de la villa B...! Aquel asalto iba tomando para l un inters particular. Pens mucho en ello. Era un aperitivo, ciertamente. Pero hay aperitivos que valen ms que un substancioso almuerzo. Y puesto que Raoul viajaba hacia el Medioda, despreciar una tan hermosa ocasin hubiera sido algo imperdonable. En la estacin de Marsella, a la noche siguiente, Raoul se ape de su vagn de mercancas y se instal en un expreso del que descendi en Niza la maana del mircoles, 28 de abril, despus de haber aligerado a un buen burgus de algunos billetes de banco que le permitieron comprar una maleta, vestidos, ropa interior y elegir el Majestic Palace de Cimiez. Comi all mientras lea en los peridicos del pas relatos ms o menos fantasiosos sobre el caso del rpido. A las dos del medioda sala tan transformado de ropa y de rostro, que a Marescal le habra sido casi imposible reconocerle. Pero cmo iba a sospechar Marescal que su mistificador tendra la audacia de sustituir a miss Bakefield en el anunciado robo de una villa? Cuando una fruta est madura, se deca Raoul, hay que cogerla. Y esta me parece que est al punto, y sera un estpido si la dejara pudrir. La pobre miss Bakefield no me lo perdonara. La villa Faradoni est al borde de la carretera y domina un vasto terreno montuoso sembrado de olivos. Unos caminos rocosos y casi siempre desiertos rodean por el exterior las tres restantes tapias del recinto. Raoul inspeccion los lugares con detenimiento y descubri una pequea puerta de madera carcomida, algo ms lejos una verja de hierro y, en un campo vecino, una casita que deba ser la de la lavandera. Cuando regresaba a la carretera, una vieja calesa se alejaba hacia Niza. El conde Faradoni y su personal iban a por provisiones. Eran las tres. Casa vaca pens Raoul. No es muy probable que el corresponsal de miss Bakefield, que en estos momentos ya debe estar enterado del asesinato de su cmplice, quiera intentar la aventura. As pues, ser para m el violn roto! Regres a la puerta carcomida y en un lugar que haba descubierto con anterioridad, en el que la tapia ofreca asperezas que facilitaban el escalo, cruz al otro lado. Se dirigi hacia la casa por unos caminos apenas desbrozados. El camino del vestbulo le condujo a la32

escalera, en lo alto de la cual se alzaba el belvedere. Pero no haba puesto el pie sobre el primer escaln, cuando reson un timbre elctrico. Diablos!, se dijo Raoul. Acaso estar la casa trucada? Tal vez el conde desconfa? El timbre que resonaba en el vestbulo, ininterrumpido y horripilante, ces en seco cuando Raoul se movi. Deseoso de descubrir el sistema de alarma, examin el aparto elctrico fijado cerca del techo, sigui el hilo que descenda a lo largo de la moldura y comprob que vena de fuera. As pues, el timbrazo no se haba producido por su culpa sino debido a una intervencin exterior. Sali. El hilo corra por el aire bastante alto, suspendido en las ramas de los rboles, y segua la misma direccin que l haba tomado al venir. Enseguida comprendi de qu se trataba. Cuando se abre la puerta carcomida el timbre se pone en accin. En consecuencia, alguien ha querido entrar y ha renunciado a ello al or el ruido lejano del timbre. Raoul se dirigi hacia la izquierda y subi a la cumbre de un montculo cubierto de follaje, desde donde se descubra la casa, el campo de olivos y algunos sectores de la tapia, as como los alrededores de la puerta. Esper. Se produjo una segunda tentativa, pero de una manera que Raoul no haba previsto. Un hombre franque la tapia del mismo modo que haba hecho l y en el mismo lugar, y, cuando estuvo en lo alto, desconect la extremidad del cable y se dej caer. La puerta fue, en efecto, empujada desde el exterior sin que sonara el timbre. Entr otra persona, una mujer. El azar desempea en la vida de los grandes aventureros, y sobre todo en los inicios de sus empresas, un papel de verdadero colaborador. Pero por ms extraordinario que parezca, se deba verdaderamente al azar el que la seorita de los ojos verdes se encontrara en compaa de un hombre que no poda ser otro que su cmplice Guillaume? La rapidez de su huida y de su viaje, su sbita intrusin en aquel jardn, en aquella fecha del 28 de abril y a aquella hora de la tarde, no demostraba acaso que tambin ellos estaban en conocimiento del asunto y que se proponan los mismos fines que l? Y adems, acaso todo aquello no permita ver lo que Raoul buscaba, es decir, una relacin cierta entre las empresas de la inglesa, vctima, y de la francesa, asesina? Provistos de sus billetes, con sus equipajes enviados desde Pars, ambos cmplices haban continuado su expedicin con toda naturalidad. Ambos avanzaban bordeando los olivos. El hombre, bastante delgado, completamente afeitado, con aire de actor poco simptico, tena un plano en la mano y avanzaba con gesto cauteloso y ojo al acecho. La mujer... A pesar de que no poda dudar de su identidad, Raoul casi no poda reconocerla. Cmo haba cambiado aquel hermoso y sonriente rostro que pocos das antes haba admirado en la pastelera del bulevar Haussmann! Tampoco era la imagen trgica que haba entrevisto en el pasillo del rpido, sino un pobre rostro contrado, doloroso, temeroso, que daba pena verlo. Llevaba un sencillo vestido gris, sin adornos, y un sombrero de paja que ocultaba sus cabellos rubios. En el momento en que ambos cmplices rodeaban el montculo desde donde Raoul les acechaba, oculto entre el follaje, tuvo la visin brusca e instantnea, como la de un rayo, de una cabeza que surga por encima de la tapia, siempre en el mismo lugar. Cabeza de hombre, sin sombrero, cabellera negra y ensortijada, fisonoma vulgar... No dur ms de un segundo.33

Era el tercer cmplice apostado en el exterior? La pareja se detuvo ms all del montculo en el cruce donde se reunan el camino de la puerta y el camino de la verja. Guillaume se alej corriendo hacia la casa. Dej a la muchacha sola. Raoul, que estaba a una distancia de cincuenta pasos a lo sumo, la miraba vidamente y pensaba que otra mirada, la del hombre oculto, deba contemplarla tambin por las rendijas de la puerta carcomida. Qu hacer? Prevenirla? Arrastrarla como en Beaucourt y sustraerla a peligros que no conoca? La curiosidad fue ms fuerte que todo. Quera saber. En medio de aquel embrollo en el que se entrecruzaban iniciativas contrarias o en el que se sobreponan los ataques sin que fuera posible ver claro, Raoul esperaba que se hiciera visible un hilo conductor que le permitiera en un momento dado elegir uno u otro camino y as dejar de actuar al azar, siguiendo sus impulsos de piedad o sus deseos de venganza. Sin embargo, la muchacha permaneca apoyada contra el tronco de un rbol y jugaba distradamente con un silbato que debera usar en caso de alerta. La juventud de su rostro, un rostro casi de nia, aunque tuviera ms de veinte aos, sorprendi a Raoul. Los cabellos, bajo el sombrero ligeramente echado hacia atrs, brillaban como bucles de metal y la aureolaban de alegra. Pas tiempo. De repente, Raoul oy rechinar la verja de hierro y vio, al otro lado de su montculo, a una mujer del pueblo que avanzaba canturreando y que se diriga hacia la casa con un cesto de ropa bajo el brazo. Tambin la seorita de los ojos verdes la haba odo. Se tambale, se desliz por el tronco del rbol hasta el suelo y la lavandera prosigui su camino sin percibir aquella silueta oculta tras un macizo de arbustos que rodeaban el rbol. Transcurrieron unos instantes terribles. Qu hara Guillaume, estorbado, a plena luz, frente a aquella intrusa? Pero sucedi que cuando la lavandera penetr en la casa por la puerta de servicio y en el preciso instante en que desapareca, Guillaume regresaba de su expedicin cargado con un paquete envuelto en papel de peridico, que tena la forma de la caja de violn. El encuentro no tuvo, pues, lugar. La muchacha de los ojos verdes, agazapada en su escondrijo, no le vio en seguida y durante la marcha de su cmplice, que avanzaba furtivamente sobre la hierba, en su rostro se dibujaba la misma expresin de espanto de Beaucourt, despus del asesinato de miss Bakefield y de los dos hombres. Raoul la detestaba. Hubo una explicacin breve, que revel a Guillaume el peligro que haba corrido. A su vez, el hombre vacil y mientras bordeaban el montculo, ambos titubeaban, lvidos y aterrados. Tanto mejor, pensaba Raoul lleno de desprecio, que sean Marescal o sus aclitos los que acechen detrs de la tapia. Ojal les atrapen a ambos! Ojal los metan en prisin! Pero aquel da las circunstancias hicieron vanas todas las previsiones de Raoul y le obligaron a actuar a su pesar o, en todo caso, sin haber podido reflexionar. A veinte pasos de la puerta, es decir, a veinte pasos de la supuesta emboscada, el hombre cuya cabeza haba visto Raoul en lo alto de la tapia salt sobre el camino, de un puetazo en la mandbula puso fuera de combate a Guillaume, cogi a la muchacha bajo su brazo como si fuera un paquete, recogi la caja del violn y se ech a correr a travs del campo de olivos en direccin contraria a la casa. Raoul se lanz en su persecucin, acto seguido. El hombre, a la vez ligero y fornido,34

corra de prisa sin mirar hacia atrs, como alguien que no cree que puedan impedirle alcanzar su meta. Cruz un huerto de limoneros que se levantaba ligeramente hasta un promontorio en el que la tapia no tena ms que un metro de altura y que formaba un terrapln sobre el exterior. Una vez all, deposit a la muchacha, obligndola a pasar afuera y retenindola por