(1975) siena

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    SSIIEENNAA((NNaarrrraacciioonneess IInnddiiaass))

    ((GGrreeaatteesstt IInnddiiaann TTaalleess,, 11997755))

    Zane Grey

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    Prefacio

    Zane Grey ha sido considerado por muchos como el ms grande de losescritores de narraciones del Oeste. Verdaderamente, sus emocionantes

    novelas sobre los primeros colonos, los vaqueros y los hombres de lasfronteras figuran entre las ms notables del gnero. Sin embargo, pocas sonlas personas que lo conocen como uno de los primeros defensores de losderechos de los indios, a los cuales les fueron robadas sus tierras, siendovctimas de la discriminacin racial, vindose torturados y eliminados por loshombres blancos que invadieron el Oeste.

    En este libro, Zane Grey retrata a algunos de los grandes indios, unas vecesreales y otras ficticios, que conoci a lo largo de sus muchos viajes o de los

    que oy hablar en el curso de los mismos. Muchos de ellos fueron amigos yaliados del hombre blanco, pero incluso los que se revelaron como susenemigos hicieron gala de unas cualidades que valieron al indio el respeto y,a menudo, el cario de quienes realmente lo conocieron y comprendieron: elvalor, el honor, la fortaleza, y un sentido de la justicia que nosotrosdebiramos esforzarnos por emular hoy.

    Fue esta faceta de mi padre una faceta que, adems, mejorar la idea que setena de l en cuanto a su talla de escritor la que hizo siempre,principalmente, que me sintiera orgulloso de l. En sus relatos, no slo sale endefensa de los indios, sino tambin de todas las minoras oprimidas decualquier parte. Mi padre batall incansablemente para que fuera salvado loque quedaba de nuestros recursos naturales, y sus narraciones, aparte deresultar emocionantes, dramticas, constituyen un alegato en pro de latolerancia y la justicia social, que debieran ser los derechos de todo serhumano, en todo el mundo, por el solo hecho de nacer.

    Los relatos que contiene este libro van, histricamente, desde la pocaanterior a la llegada del hombre blanco a Norteamrica hasta la PrimeraGuerra Mundial, en la que tomaron parte numerosos indios americanos,defensores as de la causa aliada. Algunos son relatos completos en s; enotras ocasiones, se trata de extractos de novelas en las cuales los indiosrepresentaron un papel destacado en el desarrollo del Oeste, relacionndosecon hombres blancos carentes de prejuicios, quienes los vieron como sereshumanos y no como animales.

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    Figura en el presente volumen tambin una narracin muy divulgada acercade uno de los ms legendarios cazadores de indios en la primera y msrevuelta poca: Lew Wetzel apodado Le Vent de la Mort por los franceses,quien utiliz su largo y negro rifle para vengarse ferozmente de los enemigos

    de los colonos ingleses, desde Virginia hasta la frontera canadiense.

    Loren Grey.

    L. G.

    Woodland Hills, California.

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    Siena espera

    En este relato se cuenta cmo Siena, jefe de su tribu de indios crows, hizorealidad una antigua profeca, por la cual se aseguraba que nacera un da un

    gran jefe, quien librara a los suyos del hambre y la esclavitud, fundando unanueva nacin india a orillas del lago que ahora lleva su nombre.

    Una voz en el viento susurr a Siena la profeca de su nacimiento. Hanacido un jefe que salvar a la tribu de los crows, ahora en peligro dedesaparecer! Ser un cazador para su hambriento pueblo!

    Las aguas verdosas y blancas del tumultuoso Athabasca se deslizaban a sus

    pies, pronunciando su nombre y murmurando su destino. Siena! Siena! Sunovia nacer de un beso del viento a las flores, bajo la luz de la luna! Unanueva tierra llama al ltimo de los crows! Hacia el norte, donde el patosilvestre da por terminado su vuelo, Siena ser el jefe de un gran pueblo!

    As fue cmo Siena, un cazador de los frondosos parajes, empez a vivirentregado a sus sueos. A los diecisis aos era la esperanza de su tribu, enotro tiempo poderosa, un jefe juvenil, bello como un bronceado dios,silencioso, orgulloso, pendiente en todo momento de las voces del viento.

    Siena se enseore del alma de los bosques con la misma naturalidad con queaprenden a volar las aves. Pronto se familiariz con los secretos de la tierra,de las rocas, de los ros.

    Saba dnde encontrar los nidos de los chorlitos, llamar al zambullidor,atrapar la garza y alancear un pez. Entenda el lenguaje de los susurrantespinos. Saba dnde bajaba el ciervo a beber, dnde pastaba el carib, por qusitios corran los conejos, en qu lugares el oso revolva troncos y ramas de

    rboles, en busca de gorgojos... Haba aprendido en seguida esas cosas.Tampoco ignoraba cundo las moscas negras obligaban al alce a entrar en elagua, y cundo el graznido del pato sealaba la proximidad del viento delnorte.

    De todos los rincones de aquellos parajes llegaban a su espritu guassealando los pasos del destino en su senda. Los cuatro vientos proferanvoces que susurraban su futuro. La voz ms fuerte era la del Athabasca, elsalvaje ro, el cual le hablaba de la novia nacida de un beso del viento a lasflores bajo la luz de la luna.

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    Corran los das del otoo. Las llamas de las hojas se desvanecan; la nieblaabandonaba los huecos naturales en que estuviera aposentada; el arrullohabitual ceda ante el gemido del viento. Se advertan todos los signos de unriguroso invierno en las cortezas de los frutos, en las pieles de los zorros, en

    los vuelos de las aves acuticas.Siena ensartaba peces con su lanza, a fin de disponer de provisiones durantelos das duros que se avecinaban. Nadie de vista tan aguzada como Siena,nadie de brazo tan rpido. Era la esperanza de todos y ahora abasteca dealimentos a su tribu, en apuros. Siena se haba arrodillado sobre una corrientede agua con un cauce arenoso, uno de los muchos afluentes del Athabasca. Sulanza se mantena constantemente en alto. Y descenda con la rapidez de un

    rayo de sol entre las ramas de un rbol. Siena levantaba el brazo para mostrarun tembloroso pez, en las convulsiones de la agona, que depositaba en laorilla. Luego, su madre, Ema, con otras mujeres de la tribu, pona a secar lospeces al sol, sobre una roca.

    Una y otra vez, muchas veces, se abati la lanza. El joven jefe apenas fallaba.Las heladas en las tierras altas haban hecho que los peces se pasaran a otrasaguas. Al deslizarse por encima de los brillantes guijarros, Siena los llamabapor sus nombres.

    La india ms anciana no recordaba un da de tantas capturas como aqul.Ema empez a proferir elogios dedicados a su hijo. Las otras mujeres cesaronen su canto de hambre de la tribu.

    De repente, pareci revolotear sobre el agua un ronco grito.

    Ema se sinti atemorizada. Sus compaeras huyeron, empavorecidas. Sienacontinu en la orilla, empuando su lanza. Se le acercaba un bote en el quevio unas cuantas caras blancas.

    De nuevo son el ronco grito de antes.

    Ema se escondi tras unos matorrales. Siena vio unas blancas manos que seagitaban. Las piernas se le doblaban. Estuvo a punto de echar a correr. PeroSiena, de los crows, el salvador de la tribu en peligro, no deba emprender lahuida ante unos enemigos visibles.

    Rostros plidos susurr, tembloroso.

    Sin embargo, estaba dispuesto a luchar, a salir en defensa de su madre.Record las historias contadas por un viejo indio que haba viajado hasta el

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    sur, teniendo encuentros con los temibles hombres blancos. Esto le hizoevocar otros vagos recuerdos relacionados con sucesos en los queparticipaban cazadores blancos que manejaban armas relampagueantes yatronadoras.

    Naza! Naza!

    Siena mir furtivamente hacia el norte, dirigiendo una plegaria al dios dedioses. Estaba convencido de que muy pronto su espritu vagara por lassombras del otro mundo indio.

    En el momento en que la quilla del bote toc la arena del fondo, Siena vio

    claramente unas plidas caras mirando hacia arriba, oyendo unas voces quele saludaban en un idioma desconocido. El tono de ellas era amistoso yentonces abati su lanza. Luego, uno de los hombres se plant en la orilla. Sumirada se qued fija en el montn de peces. Empez a hablar seguidamente,utilizando palabras de las lenguas cree y chippewayana, entremezcladas:

    Muchacho... Nosotros somos blancos amigos... Tenemos hambre... Vndenostu pescado... Haremos un trato... Tenemos hambre y hemos de viajar todavamuchos das...

    La tribu de Siena es pobre replic el joven. A veces, nosotros tambinpasamos hambre. Pero Siena compartir su pescado con vosotros y no quiereningn trato.

    Su madre, viendo que los blancos no pretendan causarles ningn mal, salide su escondite, perdido ya todo temor, quejndose amargamente de laliberalidad de su hijo. La mujer habl del amenazador invierno, de lascorrientes de agua heladas, de los bosques cubiertos de nieves, de las largas

    noches de hambre. Siena la oblig a callar. Movi un brazo para indicar a losatemorizados hombres y mujeres de la tribu que deban refugiarse en suswigwams.

    Siena es joven dijo, simplemente, pero es el jefe aqu. Si tenemos que pasarhambre... pasaremos hambre.

    Inmediatamente, dio a los recin llegados la mitad de sus peces. Los blancosencendieron un buen fuego, acomodndose a su alrededor, comiendo como

    lobos hambrientos lanzados sobre un ciervo cado. Cuando se hubieronquedado tranquilos, llevaron el pescado que les haba quedado al bote,

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    silbando o cantando alegremente. Despus, el que pareca ser su jefe dio aentender que deseaba pagar. Siena se neg a cobrar nada. Los ojos de sumadre centellearon codiciosos, y esto le doli profundamente.

    Jefe

    dijo su interlocutor

    : el hombre blanco comprende. Ahora deseaofrecerte unos presentes: de jefe a jefe.

    El blanco le tendi unas cuentas brillantes de vidrio y otras chucheras, ascomo unos metros de calic y varias tiras de paos. Siena acept estosobsequios con una dignidad que contrastaba con la codicia con que Ema selanz sobre aquellas atractivas cosas. A continuacin, el rostro plido leense un cuchillo que sac de su vaina. La brillantez de su hoja de acero sereflej en los ojos de Siena.

    Jefe continu diciendo el hombre blanco: esa mujer ha indicado antes quevuestra tribu pasa hambre. Es que por aqu no hay alces ni renos?

    S que los hay. Pero en raras ocasiones se ponen al alcance de las flechas deSiena.

    Ah! Pues Siena ya no volver a pasar hambre repuso el blanco.

    El hombre extrajo del bote un largo tubo de hierro con un curvada madera enuno de sus extremos.

    Qu es esto? pregunt Siena.

    El maravilloso tubo que dispara. Fjate, muchacho! Observa lo que pasaahora con los leos del fuego...

    El blanco se llev el tubo al hombro. A esto sigui una llamarada,acompaada de una nubecilla de humo y de una fuerte explosin quesobrecogi profundamente a los indgenas. La corteza de uno de los leossalt hecha pedazos.

    Los chicos se escabulleron en el interior de los wigwams profiriendo fuertesgritos; las mujeres echaron a correr, dando voces. Ema se arroj al suelo,gimiendo, asegurando que haba llegado el fin del mundo. Siena, incapaz demover un pie o una mano, susurr otra plegaria a Naza, mirando hacia elnorte.

    El hombre blanco se ech a rer, dando unos golpecitos a Siena en un brazo.

    No temas nada, muchacho.

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    Luego, se llev a Siena a un punto alejado de la orilla del ro, empezando aexplicarle la forma de utilizar el maravilloso tubo de hierro. Volvi a cargar elrifle y dispar de nuevo. Repiti la accin. As hasta que Siena hubocomprendido perfectamente las posibilidades de aquella arma.

    Pacientemente, el hombre blanco ense al indio lo que tena que hacer paracargarla, apuntar y disparar, qu haba de hacer para limpiarla, con ayuda deuna varilla metlica y una gamuza. Por ltimo, coloc a los pies del indio un

    barrilito de plvora, unas balas de plomo y cajas llenas de cpsulas. Trasdespedirse de Siena, subi al bote, con sus acompaantes. Unos minutos mstarde se perda la embarcacin en una de las vertiginosas curvas quedescriban las aguas tumultuosas del Athabasca.

    Siena se qued solo en la orilla del ro, con el maravilloso tubo que disparabaen las manos. Todava resonaban en sus odos los quejumbrosos lamentos desu madre. La consol, dicindole que los blancos se haban ido, que l estabaa salvo, y que la profeca sobre su nacimiento haba empezado a cumplirse.Escondi la preciosa municin en un sitio seguro, en el tronco hueco de unrbol situado cerca de su wigwam. Luego, se intern en el bosque.

    Siena se haba lanzado en pos de un alce, encaminndose a los parajes msfrecuentados por esos animales. Caminaba como en sueos, pues se sentatemeroso y crdulo a un tiempo. La visin de la plateada superficie de unestanque, el rumor de un chapoteo y el descubrimiento de unos crculosconcntricos en el lquido elemento, le hicieron trepar con todo cuidado porentre unos helechos y matorrales que quedaban junto a la orilla del estanque.Un familiar zumbido de moscas le indic dnde estaba su presa.

    El alce se haba encaminado al agua, empujado por los enjambres de negrasmoscas. Estiraba el cuello por encima de sta para mordisquear las ramas

    ms bajas de un lamo. Sus antenas, que esto pareca la cornamenta,ampliamente separadas y vueltas hacia atrs, rozaban con las puntas lasuperficie del estanque, produciendo los crculos que Siena observara antes.

    Ms tembloroso que nunca, Siena se apost detrs de un tronco cado. Sehallaba a cincuenta pasos del animal. Cuntas veces, desde aquel mismositio, a igual distancia que ahora, haba fallado el blanco al disparar unaflecha! Pero en este momento tena en las manos el arma del hombre blanco,cargada con el relmpago y el trueno. En aquel preciso instante, las ramas deun lamo se apartaron para dejarle ver un esplndido ejemplar de alce. El

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    animal movi bruscamente la cabeza para desprenderse de la nube dezumbantes moscas. Luego, se detuvo, husmeando el viento.

    Naza! susurr Siena.

    Le dola casi la garganta.Apoy el arma en el tronco del rbol, intentado ver a su presa por encima deltubo de hierro. Todo era muy confuso. Murmur otra plegaria a Naza. Suvisin se aclar, sus brazos se inmovilizaron. Esperanzado y dudoso a untiempo, apunt, oprimiendo el gatillo.

    Buuummm!

    El alce irgui repentinamente la cabeza, poderosa, doblando las patas

    delanteras. Despus, rod por una pequea pendiente, dejando un corto ysangriento rastro, tras lo cual se qued absolutamente inmvil.

    Siena! Siena!

    El exultante aullido del joven jefe se desplaz sobre las quietas aguas,adentrndose en el bosque, para volver en un eco desde Old Stoneface.Aqulla era la triunfal llamada de Siena, la proclama dirigida a susascendientes, que le observaban desde el silencio.

    La manada de alces se precipit vertiginosamente en el bosque. Muchodespus de haberlos perdido Siena de vista, pudo continuar escuchando elrumor de sus cornamentas quebrando las ramas ms tiernas y bajas de losrboles.

    Cuando Siena se inclin sobre el alce muerto, sus dudas se desvanecieron:era, en verdad, un elegido de los dioses. Haba dejado de ser el jefe de una

    tribu que se mora de hambre! Reverentemente, levant su tubo disparadorhacia el norte, hacia Naza, que se haba acordado de l. Luego, mir tambinhacia el sur, donde moraban los enemigos de su tribu. En sus ojos seadvertan destellos de salvaje orgullo.

    Ocho veces reson el arma, quebrando la calma de aquellos lugares. Sobre lashmedas hierbas quedaron tendidos ocho alces. Con el crepsculo, Sienaemprendi el regreso al campamento, para colocar ms tarde ocho lenguas dealce ante las gimoteantes mujeres de la tribu.

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    Siena ya no es un muchacho dijo. Siena es un cazador. Que sus mujeres seocupen de traer la carne.

    Luego, se desentendi del gozo, de los festejos y bailes de su tribu, pasando la

    noche solo a la sombra de Old Stoneface, donde permaneci acompaado porlos espritus de sus antecesores, escuchando las voces del viento.

    Antes de que se helaran las aguas de los estanques, Siena logr dar muerte aun centenar de alces y ciervos. A causa de sus provisiones de carne, grasa,aceite y pieles, el mundo haba cambiado para la tribu crow.

    A lo largo de todo el invierno flamearon alegremente las hogueras de loscrows; los hombres parecieron cobrar nuevos vigores; las mujeres entonabancnticos de alabanzas en honor a Siena, orando para que llegara el viento delverano y naciera su novia a la luz de la luna.

    Lleg la primavera; pas el verano; se present el otoo... Creci la fama deSiena y se divulg la maravilla del tubo disparador a lo ancho y a lo largo dela tierra.

    Transcurri un ao, y otro... Siena era el gran jefe de los rejuvenecidos crows.Era ms alto ahora. Tena la estatura de un impresionante guerrero; su faztena la belleza de los escogidos de los dioses; sus ojos posean la agudeza del

    halcn, muy caracterstica en los Siena que le haban precedido. Sus largasreflexiones a la sombra de Old Stoneface haban aadido sabidura a sus otrascualidades. Ahora, pensando en su tribu, que lo reverenciaba, todo lo quenecesitaba era que quedara completada la profeca de su nacimiento con lallegada de la novia perteneciente a una tribu extraa.

    Otro otoo. El viento agitaba las ramas de los alerces y gema entre los pinos.

    Siena avanzaba por un claro bordeado de helechos. Aspiraba el olor de lascadas hojas. La fresca brisa le haca presentir las inminentes nieves. Las floresestaban muertas y dentro de su wigwam continuaba sin ver la novia deoscuros ojos esperada. Siena se senta preocupado. Le angustiaba su espera.Crey verla flotando en las sombras, a su alrededor; sus ojos estaban veladospor los negros cabellos. Llegaban a sus odos suaves murmullos, procedentesde cada pino, de cada mata.

    A estos murmullos, l replicaba:

    Siena espera.

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    Se pregunt a qu tribu pertenecera ella. Confiaba en que no saldra de loshostiles chippewayanos, ni de los lejanos blackfeet. Esperaba, sobre todo, queno fuera de los crees, los enemigos mortales de su tribu, los destructores desu podero de antao, celosos ahora de su resurgente influencia.

    Otras sombras eran perceptibles en el bosque. Eran unos espritus que salansilenciosamente de las tumbas que iba pisando, previnindole contramisteriosos peligros. Probablemente, le acechaban sus enemigos, ocultos ensecretos escondrijos. Sus hombres haban sido portadores de habladuras;varios indios vagabundos habanse referido a conjuras tramadas contra Siena.l no les haba prestado mucha atencin. l era Siena, el elegido de los dioses.

    Adems, no dispona de su maravilloso tubo, que vomitaba fuego y muerte?Se hallaban en la estacin que l ms amaba, cuando el bosque y la tierrahablaban ms impetuosamente. Le hablaban los alerces; se inclinaban a supaso los lamos; los pinos cantaban su cancin para l solo. Se enredaban lasmatas en sus pies; se aferraban a l los oscuros helechos, dndole una

    bienvenida que era un adis. Un pjaro gorje una quejumbrosa nota; otro,silb una melodiosa llamada. Gema el viento del norte en los huecos y losprados, al agitar los blancos musgos, formulando una promesa. Las rocascubiertas de lquenes, los rboles, de arrugadas cortezas, y las criaturas que semovan entre ellos el mundo entero del aire y la tierra, oyeron los pasos deSiena sobre las hojas y un millar de voces zumbaron en la inmovilidad delotoo.

    Dej atrs, pues, el sombreado bosque, pasando luego unos llanos, caminodel sitio en que sola cazar. Con su cuerno hecho de corteza de abedul, imitla llamada del alce. No haba otro indio cazador que le superara en tal treta.

    Se escondi seguidamente en una espesura, aguardando... Finalmente, lleghasta sus odos una enfadada rplica, proveniente de una hondonada.Tratbase de un alce macho, dispuesto a la lucha, que avanzaba quebrandoramas en un anticipo de feroz embestida. Al irrumpir el animal en el claro,Siena lo mat. Despus, dejando su arma sobre un leo, sac el cuchillo de suvaina, acercndose a su vctima.

    Un ruido de ramas quebradas a su espalda alarm a Siena. Volviserpidamente. Pero ya era tarde. Un puado de indios se arroj sobre l,derribndolo. Siena forceje, resistindose, pero sus enemigos eran muchos.

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    Al levantar la vista identific a sus captores, si bien era la primera vez que seenfrentaba con ellos. Se trataba de los tradicionales enemigos de su tribu, delos hostiles crees.

    Un jefe fornido, de broncnea faz y siniestros ojos, se inclin sobre el cautivo.Siena es ahora el esclavo de Baroma.

    Siena y su tribu fueron llevados al sur, a la tierra de los crees. El joven jefe fueatado a un poste en el centro del poblado. Centenares de crees se dedicaron alanzarle escupitajos a la cara, a pegarle, a ultrajarle en todas las formasimaginables. La mirada de Siena se hallaba fija en el norte. En su rostro no seadverta nada que delatara los tormentos de que estaba siendo objeto.

    Finalmente, los consejeros de Baroma terminaron con aquel espectculo,diciendo:

    ste es un hombre!

    Siena y los suyos fueron en adelante esclavos de los crees. Dentro del wigwamde Baroma, colgada de la cornamenta de un carib, estaba el armamaravillosa de Siena, adems del cuerno con plvora y la bolsa de las balas.Estos objetos suscitaban una intensa curiosidad y un gran temor en los crees.

    Nadie conoca el misterio de aquella cosa que relampagueaba y tronaba;nadie se atreva a tocarla.

    Siena senta que su corazn estaba destrozado. No era porque asistiera al finde sus sueos, ni por haber perdido la libertad. Le inquietaba la suerte de lossuyos. Se haban convertido en esclavos de sus enemigos, de los asesinos desus ascendientes! Su espritu se ensombreci; su alma pareci enfermar. Elviento ya no llevaba a sus odos dulces voces; su mente haba abandonado sucuerpo, vagando en las sombras, entre confusas formas.

    Por el hecho de ser fuerte, se vio obligado a trabajar duramente,transportando cargas y pesados leos; para humillarlo y hacerle olvidar sufama, fue dedicado a limpiar pescado y a lavar canoas, en compaa de lasmujeres. En raras ocasiones poda cruzar unas palabras con su madre ocualquiera de los miembros de su tribu. Estaba vigilado en todo momento,siendo llevado de un lado para otro por sus guardianes.

    Cierto da, cuando se senta a punto de derrumbarse a causa de la fatiga, una

    joven le llev agua para que calmara su sed. Siena levant la vista. Su rostro y

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    su mente se animaron de pronto, como cuando brotan los rayos del sol tras elpaso de una nube.

    Quin es bueno para Siena? pregunt, bebiendo.

    La hija de Baroma replic la muchacha.Cmo se llama la hija de Baroma?

    Rpidamente, la joven baj la cabeza y sus negros cabellos le cubrieron casipor completo el rostro.

    Emihiyah.

    Siena ha caminado por solitarios parajes, escuchando voces que l solamentepoda entender. Ha odo la msica de Emihiyah en los vientos. La hija del

    gran enemigo de Siena no debe sentirse atemorizada por decir su nombre.

    Emihiyah significa un beso del viento a las flores a la luz de la luna susurrla muchacha tmidamente.

    Luego, huy de all corriendo.

    El amor lleg por fin al ltimo de los Sienas, y fue algo glorioso. Dej deanidar en el alma del joven jefe el espectro de la muerte. Supo ver en elfuturo, asistiendo a su personal resurgimiento. Volva a ser el elegido de losdioses. Su severa faz se impregn de belleza; su vista se torn ms aguda; sucuerpo adquiri tal prestancia y tal fuerza que los crees se quedaronmaravillados ante l. Una vez ms, el viento volvi a susurrar en sus odosdulces frases. Las brisas suaves le traan, incluso, del Norte gratas canciones.Rean para l los pinos y los pjaros, as como las aguas verdosas y blancasdel Athabasca, el ro salvaje.

    Los suyos le vieron fuerte y paciente. Continuaron trabajando para los crees,mantenindose unidos, fieles a sus antepasados. Baroma se mostraba

    jactancioso. Siena espera, eran las nicas palabras que el joven deca a sumadre. Ella las repeta como un hechizo. Los ojos de Siena brillaban como lasinquietas Luces del Norte, que mantenan el fuego sagrado en los corazonesde todos los sojuzgados.

    Durante el invierno, en el curso de las largas horas que los crees pasaban en

    sus wigwams, cuando Siena tena menos tareas a que hacer frente, pusotrampas en la nieve para cazar zorros y martas. Entre los crees no haba

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    ningn hombre que pudiera compararse con Siena como trampero. A lo largode aquellos interminables meses se hizo con muchas pieles, que utiliz paraconfeccionarse un atavo jams contemplado por los ojos de una doncella. Loguard celosamente durante siete noches. En todo momento permaneci con

    los odos atentos al viento. La sptima noche era la de la fiesta de mediadosde invierno. Brillaban las antorchas frente al wigwam de Baroma. Siena cogisu atavo, echando a andar lenta, majestuosamente, para colocarlo a los piesde Emihiyah.

    El rostro de Emihiyah empalideci. Sus ojos, que brillaban como estrellas,desaparecieron tras la mata de sus oscuros cabellos. Su esbelto cuerpoempez a temblar.

    Esclavo! exclam Baroma, ponindose en pie de un salto. Acrcate ms aBaroma, para que l pueda ver qu clase de perro se aproxima a Emihiyah.

    La mirada de Siena se cruz con la de Baroma, pero no pronunci una solapalabra. El obsequio de que era portador hablaba por l. El odiado esclavo sehaba atrevido a pedir en matrimonio a la hija del orgulloso Baroma. Lafigura de Siena se destac a la luz de las antorchas. Haba algo especial enella, algo que por unos instantes dej aterrados a los presentes. Finalmente,los hombres rompieron el silencio con un clamor de lobos.

    Tillimanqua, el hijo de Baroma, llev rpidamente una flecha a su arco, lacual sali disparada, clavndose en la cadera de Siena.

    Una pantera no hubiera podido imitar el salto de Siena, quien arrojinmediatamente a Tillimanqua por los aires, para abatirlo contra el suelo. Conel pie hundido en su garganta, le arrebat el arco. Siena profiri entonces elgrito de guerra de su tribu, que no haba sido odo durante cien aos, y elterrible alarido inmoviliz a los crees.

    A continuacin, se sac la flecha de la cadera, acomodndola al arco. Apuntaqulla a Tillimanqua, entre los ojos, y empez a tensar la cuerda. Losmsculos de sus atezados brazos resaltaron en stos con el violento ejercicio.

    Un grito quebr el dramtico silencio de aquellos momentos. Emihiyah cayde rodillas.

    Perdona la vida al hermano de Emihiyah!

    Siena ech una mirada a la doncella arrodillada. Por ltimo, solt la flecha,que sali disparada en direccin al cielo.

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    Siena es esclavo de Baroma dijo con desprecio, sonando sus palabras comoun trallazo. Este cree aprender a ser prudente.

    Siena se alej del wigwam. Por uno de sus muslos corra la sangre. Se meti

    en su tepee, hecho con matorrales, donde se cur la herida.Cay la noche. Brillaban las estrellas por entre los rboles y las hierbas secubran de roco. Siena, tendido en el suelo, arda a causa de la fiebre y eldolor. Una sombra se desliz en cierto momento ante sus fatigados ojos. Unavoz que no era ninguna de las que oa en los bosques, le habl suavemente:

    Siena! Ha llegado Emihiyah!

    La doncella cubri la herida del muslo con un blsamo, secando el sudor que

    en minsculos riachuelos bajaba de su frente.Luego, las manos de la muchacha buscaron las suyas, oprimindoselastiernamente. Los cabellos de Emihiyah acariciaron el rostro del joven.

    Emihiyah acepta tu presente dijo ella.

    Siena ama a Emihiyah repuso l.

    Emihiyah ama a Siena.

    La muchacha lo bes y desapareci de all.

    Por la maana, Siena se comport como si no hubiera sido herido jams.Nadie le haba visto revolcndose en el suelo. Acab el invierno y lleg laprimavera; termin la primavera y vino el verano; el verano dej paso alotoo.

    Uno de sus das ms melanclicos, Siena visit a Baroma en su wigwam.

    Los cazadores de Baroma son lentos. Siena ve el hambre en esta tierra.

    El esclavo de Baroma debe ocupar su sitio entre las mujeres fue la rplica.Aquel otoo, el viento del Norte lleg una luna antes de las esperadas por loscrees; el alce inici su anual desplazamiento hacia el Sur; los renos serefugiaron cautamente en las abiertas espesuras; no hubo pescado, y unaplaga acab casi con los conejos.

    Con la primera nevada, Baroma convoc un consejo. Despus, envi de cazaa sus hombres, con el encargo de alejarse lo ms posible del campamento,desplegndose en un amplio frente.

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    Uno tras otro, fueron regresando al campamento, hambrientos y con los piesdoloridos. Todos contaban la misma historia. Era ya demasiado tarde.

    Quedaban en el bosque algunos alces, pero eran muy recelosos,

    mantenindose en todo instante fuera del alcance de las flechas de loscazadores. No haba otras piezas.

    Sopl una fuerte ventisca. Luego, la nieve lo blanque todo, cubriendo loscaminos. Cada vez haca ms fro.

    Los crees estaban amenazados por el hambre. Da y noche entonabancnticos, pronunciaban palabras mgicas, hacan sonar sus tambores,

    conjurando el retorno del reno. Pero los renos no se dejaban ver.Fue entonces cuando el terco de Baroma cedi por influencia de susconsejeros. Consinti que Siena los salvara del hambre y de la muerte conayuda de su maravilloso tubo de hierro de luz y fuego. Baroma envi unrecado a Siena para que se presentara en su wigwam.

    Siena no fue a verle, indicando al brujo de la tribu:

    Dile a Baroma que pronto ser Siena quien d las rdenes.

    El jefe cree se indign al conocer estas palabras. Abandon su wigwam hechouna fiera, jur que dara muerte a su esclavo. Pero se impuso el buen juicio desus consejeros. Siena y su maravilloso tubo seran, seguramente, la salvacinde los crees. Baroma, musitando denuestos ininteligibles, orden que no se lediera nada de comer a Siena si no se ofreca voluntario para salir a cazar. Sisegua mostrndose obcecado, sera el primero en morir.

    Se haba acabado la carne. Slo quedaba una pequea cantidad de ella en el wigwam del jefe, guardada como si hubiera sido un tesoro. Despus, lasmujeres de la tribu empezaron a hervir los huesos y las pieles, con objeto deprocurarse una sopa que les ayudara a mantenerse con vida. Pasaron los dasde fro. En el campamento reinaba un sombro silencio. De vez en cuando seescuchaba tan slo el lamento de una madre que no dispona de nada queofrecer a su hijo. La gente de Siena, ms habituada que los crees a lasprivaciones, soport mejor que stos aquel duro perodo de tantasnecesidades. Mujeres y hombres eran ms resistentes y, sobre todo, les

    ayudaba a sostenerse la fe que haban depositado en su joven jefe. Sienacaminaba tan derecho como en los das de libertad. No vacilaba bajo las

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    cargas de lea y su rostro era el de un ser iluminado. Los crees, conocedoresde la orden de Baroma, deseoso de que Siena fuera el primero que pereciera aconsecuencia de la falta de alimento, fijaban la vista aterrorizados en elesclavo. Luego, sintieron temor ante su presencia. El ltimo de los Siena

    estaba siendo ayudado por los espritus.Pero Siena, aunque estaba convencido de ser un elegido de los dioses, sabaque no eran los espritus quienes le sostenan. Por las noches, cuando reinabaen el campamento un silencio de muerte, cuando ni siquiera se perciba elaullido de un lobo en los helados parajes, Siena se tenda en su tepee, biencaliente bajo su manta. Apenas soplaba el viento, pero continuaba oyendo lasfamiliares voces de siempre. Y tambin llegaba a sus odos otro rumor: el de

    los mocasines desplazndose blandamente sobre la nieve. Una sombra sedeslizaba entre los ojos de Siena y la plida luz del exterior.

    Ha llegado Emihiyah susurraba la sombra, arrodillndose junto a l.

    La muchacha le tenda un trozo de carne robado a Baroma, aprovechando elsueo de ste. Noche tras noche, desde el da en que su padre ordenara queSiena fuese abandonado a su suerte, Emihiyah haba llevado a cabo aquellapeligrosa misin.

    La dulce mano de la joven busc el rostro de l. Sus cabellos acariciaron sucara.

    Emihiyah es fiel suspir.

    Siena no hace ms que esperar replic el jefe de los crows.

    Ella le dio un beso, desapareciendo con el mismo sigilo con que haballegado.

    Los crees tuvieron que vivir unos das muy crueles antes de que Baroma sedoblegara. Murieron muchos nios y no pocas madres se hallaban enapurada situacin. Los hombres y las mujeres de Siena todava resistan, y enl no haba dejado la menor huella el hambre. Haca tiempo que las mujerescrees le tenan por un ser sobrehumano. Estaban convencidas de que el GranEspritu lo alimentaba desde los lejanos y felices terrenos de caza.

    Por ltimo, Baroma fue a ver a Siena.

    Siena puede salvar a su pueblo y a los crees.

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    El joven le dirigi una larga mirada, contestando luego:

    Siena espera.

    Que Baroma lo sepa. Qu es lo que Siena espera? Mientras l espera,

    nosotros, los crees, nos morimos de hambre.Siena volvi a sonrer. Era la suya una sonrisa inescrutable. Despus, mir aotro lado.

    Baroma mand llamar a su hija, ordenando a sta que formulara unassplicas al esclavo que poda salvar a todos.

    Emihiyah, frgil como un junco oscilante, ms bella que una rosa en unaespesura impenetrable, se plant ante Siena con los ojos fijos en el suelo.

    Emihiyah suplica a Siena que la salve de la muerte, junto con la tribu de loscrees.

    Siena espera replic el esclavo.

    Baroma empez a rugir de furia, mandando a sus hombres que azotaran aldeslenguado. Pero los crees estaban muy dbiles; sus brazos carecan defuerza y Siena se ri de sus captores.

    A continuacin, como un len salvaje, dueo de pronto de todo su poder, trasun prolongado encierro, se revolvi contra sus verdugos:

    Os moriris de hambre, perros crees! Morid todos ahora! Cuando hayiscado todos, como las hojas en el otoo, Siena y su pueblo regresarn alNorte.

    Baroma haba perdido ya toda su arrogancia. Al otro da, despus de ver aEmihiyah muy dbil y plida, tendida en su wigwam, atormentada por elhambre, que l mismo tambin senta ya, fue en busca de Siena.

    Que Siena diga qu es lo que espera.

    Siena se levant de un salto. La inquieta llama de la luz del Norte centelle ensus ojos.

    La Libertad!

    La ltima palabra pareci tomar forma material, siendo arrastrada por elviento.

    Baroma cede contest el cree, abatiendo la cabeza.

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    Baroma no prometi nada sobre la tribu de Siena. Nunca hubiera estadodispuesto a dejar a los hombres y mujeres de Siena en libertad. La libertad desu jefe debe bastarles.

    El cree no dice la verdad. l sabe que Siena nunca habra estado dispuesto asalir de aqu solo. Siena hubiera debido pensar que Baroma es un hombreperverso. Los crees siempre fueron grandes embusteros.

    Baroma se plant ante Siena, con un gesto altanero. Cerca de l, en crculo, sehallaban sentados los curanderos de la tribu, sus hombres y mujeres.

    El cree es amable. Empe su palabra y la cumple. Siena es libre. Que Sienacoja su arma maravillosa y que se vaya al Norte.

    Siena coloc a los pies de Baroma aqulla, en unin del cuerno con plvora yla bolsa de las balas de plomo. Luego, se cruz de brazos. Sus ojos de halcnparecan estar mirando algo situado ms all de Baroma, en direccin a latierra de las cambiantes luces y el viejo hogar de las verdosas y blancas aguasdel Athabasca, el ro salvaje.

    Siena espera.

    Brot la ira en Baroma.

    Siena hace intil la palabra de Baroma! Vete!Siena se queda!

    La mirada de Siena, su enrgica rplica, dejaron mudo por unos momentos aljefe de los crees. Lentamente, Baroma extendi a ambos lados sus brazos,levantndolos, en tanto que en su rostro apareca un gesto de asombro.

    Gran esclavo! tron.

    A su pesar, Baroma senta respeto por aquel joven. Aquellas dos palabras

    seran con el tiempo una especie de ttulo, que alentara para siempre en lasvidas y leyendas del pueblo de Siena.

    Baroma busc el silencio de su wigwam, y sus consejeros se dispersaron. Sienasigui, inmvil, donde estaba. Era como una esplndida estatua orientadahacia el Norte.

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    Siena dej de ser insultado a partir de aquel da. Los crees no le hablaban, nile confiaban trabajo alguno. Era libre para ir y venir de un lado para otro.Dedicaba la mayor parte de su tiempo a ayudar a los suyos en sus tareas.

    Los caminos del bosque estaban abiertos para l, as como las calles delpoblado cree. Cuando se encontraba con un trabajador, ste se echaba a unlado; las mujeres le saludaban con una inclinacin de cabeza; los guerreros lomiraban a la cara, como es normal entre ellos.

    Una tarde, Emihiyah se cruz en su camino. La vio como en una ocasinanterior, esbelta y frgil como un junco a punto de ser quebrado por el viento.Pero Siena sigui andando.

    Pasaban los das. La gente de Siena tena cada vez menos cosas que hacer all.Lleg un momento en que nadie les mand nada ya. Los miembros de latribu de Siena eran esclavos, pero... no lo eran, al mismo tiempo.

    Pas el invierno, y la primavera, y el otoo. De nuevo, la fama de Siena seextendi por los cuatro puntos cardinales. Los chippewayanos hicieron unlargo desplazamiento para conocer al Gran Esclavo; de igual maneraprocedieron los blackfeets (pies negros), y los cuchillos amarillos. Loshonores se unieron a la fama de Siena; fueron convocados consejos especiales;

    el sombro Baroma se vio solicitado en favor del Gran Esclavo. Siena, sinembargo, se mova constantemente entre los suyos, silencioso e indiferentepara los dems, morando en el tepee que su enemigo le asignara. Todosafirmaban que era cautivo de un jefe inferior a l en merecimientos; todosestaban seguros de que acabara liberando a su tribu, fundando una nueva ypoderosa nacin.

    Un da de los ltimos del otoo, a la hora del crepsculo, Siena se sent,pensativo, junto al tepee de Ema. Aquella noche, todos los que se acercaron a

    l guardaron silencio. Siena tornaba a escuchar las voces del viento, unasvoces que haba intentado olvidar despus de haber pasado algn tiempo sinpercibirlas. El viento del Norte azotaba los abetos y gema entre los pinos. Sufro aliento era un mensaje para Siena. Anunciaba la llegada del invierno y lallamada de Naza, al norte de las aguas verdosas y blancas del tronanteAthabasca, un ro sin espritu.

    En la oscuridad, cuando todo el mundo dorma, Siena se enfrent con el

    acerado Norte. En aquellos instantes, un dorado dardo, en forma de flecha,tan rpido como sta, sali disparado hacia el cenit.

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    Naza! susurr l al viento. Siena vigila.

    Luego, las brillantes e inquietas Luces del Norte dibujaron un cuadro debarras de plata y oro, de rosadas tonalidades, de fuego y de rojas puestas de

    sol. Aqul era un cuadro de la vida de Siena,

    desde el instante en que eltumultuoso Athabasca rugiera su nombre hasta el distante tiempo en que ldira adis a su gran nacin, refugindose para siempre en el retiro de losvientos. Era un elegido de los dioses y posea poderes para leer su historia enel firmamento.

    Siena se mantuvo vigilante durante siete noches en la oscuridad. Y cuando lasdoradas llamaradas y los dardos de plata se desvanecieron hacia el Norte, fuede tepee en tepee, despertando a los suyos.

    En el momento en que el pueblo de Siena oiga el estruendo del tubo dehierro que dispara, todos gritarn: Siena mata a Baroma! Siena mata aBaroma!

    Sin hacer el menor ruido, Siena se desliz por entre los wigwams de los crees,avanzando de calleja en calleja, hasta llegar al alojamiento de Baroma. Dentrode l, en la oscuridad, busc a tientas la cornamenta de alce, localizando suarma. Una vez fuera, la dispar al aire.

    El terrible estruendo desgarr brutalmente el silencio del campamento. Losecos de la explosin fueron atenundose, hasta perderse por completo en lascolinas vecinas. Con ellos se mezcl el grito de guerra de Siena. Y fue lasegunda vez, en cien aos, que sus enemigos oan el impresionante einterminable aullido.

    A esto siguieron los alaridos de los hombres y mujeres de Siena:

    Siena mata a Baroma... Siena mata a Baroma... Siena mata a Baroma!

    El silencio de los crees se transform en una babel de infinitas voces. Elrugido fue creciendo y creciendo espantosamente, hasta resultarensordecedor, hasta provocar como un temblor en la tierra.

    En medio de esta confusin absoluta, cuando los crees lamentaban lasupuesta muerte de Baroma, gritndose unos a otros: El Gran Esclavo se haliberado!, Siena reuni a su pueblo y, sealando hacia el Norte, hizo avanzara los suyos ante l.

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    Caminando en fila india, formando una larga hilera de huidizos espectros, seinternaron en el bosque. Siena los segua de cerca, volviendo la cabeza haciaatrs de vez en cuando, listo para hacer funcionar su maravillosa arma.

    Los rugidos de los sorprendidos crees resonaban cada vez ms dbiles en susodos, hasta que al fin se desvanecieron por completo.

    Siena gui a su pueblo bajo los negros doseles de las susurrantes hojas, sobrelos llanos cubiertos de niebla, en torno a los lagos de centelleantes aguas,

    bordeados de juncos.

    El joven jefe hizo caminar a los suyos durante toda la noche, en direccin alNorte. Y con cada paso, senta su corazn ms ligero. Lo nico que le turbabaera un sonido semejante a la voz que le llevaba el viento.

    Pero el viento azotaba ahora su cara de frente, y el sonido pareca nacer a suespalda. Segua su rastro. Cuando permaneca atento, dejaba de orlo. Y alcontinuar su camino rpidamente, convencido de que slo se trataba de una

    jugarreta de su imaginacin, volva a percibir la voz, tras l.

    Al amanecer, Siena se detuvo en el lado opuesto de una griscea llanura,mirando por entre los jirones de niebla. Algo se movi entre las sombrasmisteriosas del paraje, una forma blanquecina que avanzaba lentamente,

    profiriendo un sombro grito.Siena es seguido por un lobo inform el joven jefe.

    Esper, no obstante, viendo luego que el lobo no era tal lobo sino un indio.Levant su fatal tubo disparador.

    En el momento en que el indio avanz hacia l, vacilando, Siena reconoci elatavo de zorro y marta, el regalo que hiciera a Emihiyah. Se ech a rer.Tratbase, seguramente, de una treta de los crees. Tillimanqua se haba

    lanzado en su persecucin tras haberse disfrazado con el traje de su hermana.Baroma encontrara a su hijo muerto, sobre el rastro del Gran Esclavo.

    Siena! oy exclamar.

    Era el grito que le acosara como la voz del viento. El joven salt como un alceherido.

    Por entre los jirones de niebla vio brillar unos ojos negros apenas velados porunos oscuros cabellos. Dos pequeas manos que conoca muy bien, se

    agitaron en el aire, igual que las hojas de un rbol acariciadas por la brisa.

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    Emihiyah se acerca murmur la muchacha.

    Siena espera contest l.

    Siena condujo a su novia y a su pueblo lejos, hacia el Norte, ms all del

    antiguo hogar del tronante Athabasca, el ro salvaje, el de las aguas verdosasy blancas. Luego, sobre las solitarias orillas de un mar interior, fund la tribudel Gran Esclavo.

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    La fuente encantada

    En su histrica triloga sobre el valle del ro Ohio, Zane Grey recogi variospersonajes que existieron realmente. Ninguno ms famoso que el de Lewis

    Wetzel, que lleg a ser una figura legendaria. El asesinato de su esposa e hijosen el curso de un ataque realizado por los indios contra el poblado en que lafamilia viva, hizo que Wetzel dejara de ser un hombre de la frontera mspara transformarse en un implacable cazador de pieles rojas. La sola mencinde su nombre despertaba un incontenible terror en los corazones de losindios y los renegados blancos. Fueron los enemigos franceses de losprimeros britnicos de los das prerrevolucionarios, algunos de los cualeshaban temblado bajo la amenaza de su largo y negro rifle, quienes le

    llamaron Le Vent de la Mort, es decir, El Viento de la Muerte. ste fue elnombre con que se le conoci a lo largo y a lo ancho de la frontera.

    En la introduccin a El Espritu de la Frontera, la segunda de las novelasescritas por Zane Grey, ste dijo acerca de Lew Wetzel: Jams fue unpionero. Siempre fue un cazador de indios. Cuando no andaba siguiendo elrastro de algn salvaje enemigo, permaneca en el poblado, con los ojos y losodos alerta, acechando su presencia. Para los supersticiosos indios era unasombra, un espritu de la frontera, una amenaza que se cerna sobre ellos

    desde los oscuros bosques. Para los colonos era el brazo de la ley, su defensa;los implacables y rectos hombres de la frontera vean en aquel ser un jefeadecuado al medio, que contribua eficazmente a hacer posible lacolonizacin del Oeste.

    Zane Grey se esforz en esta historia por mostrar al hombre tal cual fue enrealidad un personaje querido por los pioneros, respetado y temido por lospieles rojas, y odiado por los renegados, considerndose pagado el escritor,

    segn declar, si su narracin lograba restar alguna rudeza a su figura.Uno de los indios que se encontraba entre aquellos a los cuales Wetzel haba

    jurado odio eterno y tomar cumplida venganza, fue Wingenund, el jefe de latribu de los delawares. Por dos veces haban conseguido Wingenund y sushombres capturar a Wetzel. En la primera ocasin lo torturaron; en lasegunda pretendieron darle muerte. Wetzel logr escapar las dos veces,

    jurando luego que matara a Wingenund por haberlo sometido a tormento.Sin embargo, Wetzel se enterara posteriormente de que Wingenund no era el

    salvaje enemigo que creyera ver en l. Wingenund haba rescatado a dosmisioneros y a una joven mujer de las manos de una banda de indios hurn,

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    enloquecidos por el alcohol. Excitados stos por dos renegados blancos,Deering y Jim Girty, haban asesinado a todos los pobladores, indioscristianos, de la Misin Morava, la Villa de la Paz.

    Pero ellos no saban que Girty les haba visto huir y que ste segua surastro...

    Por fin, los fugitivos respiraron aliviados al encontrarse bajo la cubiertadorada y roja de los bosques. Sin decir una sola palabra, sin mirar una solavez atrs, el gua, dando largos pasos, los apremiaba para que continuaranavanzando hacia el Este. Sus seguidores se vieron obligados casi a correr conobjeto de no perderle de vista.

    Los esper al borde de un claro, hacindose cargo del pesado bulto quetransportaba Jim, que se coloc gilmente sobre un hombro. Despus, ech aandar, marcando un ritmo de avance que era muy difcil de mantener. El

    joven misionero ayudaba a Nell a caminar sobre las piedras y los sitios msdifciles. El seor Wells ganaba terreno penosamente a sus espaldas.

    Oh, Jim! Vuelve la cabeza! Vuelve la cabeza! T crees que nos persiguen?inquira Nell con frecuencia, echando alguna que otra temerosa mirada a su

    alrededor.El indio se desplazaba en lnea recta. Saltaba sobre los arroyos, trepaba porlas empinadas pendientes, se deslizaba velozmente sobre los claros libres deobstculos. Sus prisas y su despreocupacin ante el claro rastro que ibandejando probaban su creencia en la necesidad de poner el nmero mximo dekilmetros posibles entre los fugitivos y la Villa de la Paz. Evidentemente,ellos seran seguidos y hubieran perdido un tiempo precioso tratando de

    ocultar aquel rastro. Gradualmente, el terreno empez a empinarse y elavance se hizo ms difcil, pero Wingenund no afloj el paso en ningnmomento. Nell era fuerte, flexible y ligera de pies. Se mantena junto a Jimconstantemente, pero los dos se vean obligados a veces a esperar a su to. Encierto momento, l se qued muy atrs. Wingenund hizo un alto en la cumbrede una elevacin, pudiendo ver por encima de las copas de algunos rboles.

    Uf! exclam el jefe indio al llegar a la cresta.

    Luego, extendi uno de sus largos brazos hacia el sol. Sus ojos de halcncentellearon.

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    Fuente Hermosa medi Wingenund.

    S. Yo conozco este lugar dijo Nell, muy excitada. Me acuerdo de esteclaro, pese a que lo vi a la luz de la luna la primera vez. Fue aqu donde

    Wetzel me salv de las garras de Girty.Ests en lo cierto, Nell repuso Jim. Qu extrao que nos encontremos enl de nuevo!

    Un raro destino los haba llevado otra vez a Fuente Hermosa. Por lo visto,estaba escrito que aquel claro tena que servir de marco a los momentos mstrascendentales de sus vidas.

    Levntate, to dijo Nell. Ests hecho un perezoso aadi, en tono de

    chanza, un tanto forzado.El seor Wells sigui sin moverse, pero siempre sonriente.

    No estars enfermo, eh? preguntle Nell, fijndose por primera vez en laintensa palidez de su rostro.

    No estoy enfermo, mi querida Nell. No sufro. No obstante, creo estar a laspuertas de la muerte contest el viejo, risueo.

    Nell profiri una exclamacin, cayendo de rodillas al lado de su to.

    Nada de eso, seor Wells medi Jim. A usted, lo nico que le pasa es quese siente muy dbil. Ya ver como no tarda en recuperarse.

    Jim, Nellie... Lo s todo hace horas. He estado toda la noche despierto.Nunca tuve un corazn muy fuerte. Ayer sufri una dura prueba. Ahora vaestando cada vez ms dbil. Pon tu mano en mi pecho, Jim. Te das cuenta?Mi corazn falla... Respeto la voluntad de Dios. Estoy contento. Mi tarea hallegado a su fin. Slo me arrepiento de haberte trado a estas terribles tierras

    fronterizas, Nellie. Era un ignorante... Hubiera dado cualquier cosa por llegara veros lejos de los peligros de estos parajes, en vuestra casa, felices, casados.

    Nell se inclin sobre su to. Apenas poda ver su rostro, ya que las lgrimasenturbiaban su visin. No acertaba tampoco a pronunciar una palabra. Estetremendo golpe habala dejado anonadada. Jim se sent al otro lado delanciano misionero, asiendo su mano. Durante un buen rato, ninguno de lostres habl. Contemplaban los jvenes aquella plida faz ansiosamente,esperando unas palabras ms, una expresiva sonrisa.

    Vamos dijo el indio.

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    Silenciosamente, Nell le seal a su to.

    Est agonizando susurr Jim al indio.

    Iros murmur el seor Wells. Dejadme aqu. Vosotros continuis en

    peligro.No vamos a dejarte anunci Jim.

    Nell solloz, depositando un beso en el rostro de su to.

    Nellie, quisiera unirte a Jim en matrimonio dijo el seor Wells, pegando suslabios al odo de la joven. Me ha explicado lo que le pasa. Te ama, Nellie. Yomorira feliz sabiendo que te he dejado en brazos de un esposo.

    Pese a las circunstancias especiales del momento, con el corazn desgarrado

    por el dolor, Nell se ruboriz intensamente.

    Accedes a ser mi esposa, Nell? le pregunt Jim.

    El seor Wells haba hablado muy bajo, pero el joven haba odo claramentesus palabras.

    Nell tendi a Jim una mano, que ste estrech cariosamente. Sus ojos seencontraron. Brillaba a travs de las lgrimas de ella una luz, que de no habersido por la angustia que la ensombreca hubiera resultado radiante.

    Busca t la pgina ^orden el seor Wells, tendiendo a Jim una Biblia.

    Era la que llevaba siempre encima.

    Con manos temblorosas, Jim fue pasando las hojas. Por fin, dio con lo quebuscaba, devolviendo el libro al anciano.

    Muy sencilla, dulce y triste fue aquella ceremonia matrimonial. Nell y Jim searrodillaron con las manos cogidas por encima de las del seor Wells. La voz

    del viejo misionero sonaba muy dbil. Las respuestas de Nell eran como enun murmullo, y Jim dio las suyas profundamente emocionado. Junto a ellos,en pie, se hallaba Wingenund, convertido en una especie de broncneaestatua.

    Ya est! Que Dios os bendiga! exclam el seor Wells, con una sonrisa deplena felicidad, cerrando la Biblia.

    Nell! Ahora eres mi esposa! dijo Jim, besando la mano de la joven.

    Vamos! orden ms que dijo Wingenund, con voz ronca.

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    Ninguno de ellos se haba fijado en el jefe indio cuando erguido, inmvil,recordaba la figura de un venado husmeando el aire. Sus oscuros ojosparecan perforar el bosque; su vivo odo daba la impresin de recoger hastael ltimo canto de los pjaros, lo mismo que el ms insignificante murmullo

    de las hojas. Las criaturas del bosque no eran ms rpidas que el indio a lahora de descubrir la aproximacin del enemigo. La brisa haba llevado hastaall dbiles, sospechosos sonidos.

    Conservad esta Biblia dijo el seor Wells. Recordad... la... palabra... deDios.

    Su mano aferr con fuerza la de Nell y luego, de repente, la solt. Su plidafaz estaba iluminada por una tierna sonrisa, que fue desvanecindose poco a

    poco, hasta desaparecer del todo. La venerable cabeza cay hacia atrs. Elanciano misionero acababa de entregar su alma a Dios.

    Nell deposit un beso en la fra frente, incorporndose. Estaba temblando.

    Jim se esforz en vano por cerrar los ojos al muerto. La joven no podamirarlo... Al incorporarse se encontr muy cerca del jefe indio, quien cogisus dedos en su gran mano, oprimindolos clidamente. Extraamenteemocionada, Nell levant la vista hacia Wingenund. Los sombros ojos de

    ste, fijados en un sitio u otro del bosque, y su broncneo y severo rostro,resultaban como siempre inescrutables. All no se adverta la menor huella decompasin; aquel fro rostro no poda expresar emocin alguna... Noobstante, Nell crey notar cierta ternura en el indio, una respuesta de su grancorazn de jefe. Entonces, segura de s misma, apoy la cabeza en su brazo.Saba que era un amigo.

    Vamos repiti el indio, una vez ms.

    Apart suavemente a Nell antes de que Jim se irguiera, tras haber dado fin asu triste tarea.

    No podemos dejarlo as, sin enterrarlo declar el joven.

    Wingenund movi una gran piedra que formaba una pared de la cueva.Luego, cogi una rama gruesa medio cubierta de plantas. Utilizndola amanera de palanca y gracias a su enorme fuerza, logr desplazar porcompleto la piedra. Oyse un rumor sordo de un trasiego rpido de arena.Antes de que Nell y Jim pudiera comprender lo que haba sucedido, el granpeasco que formaba el techo de la cueva se abati, dando lugar a una

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    pequea avalancha. La cueva qued enteramente tapada. El cadver delseor Wells estaba ya enterrado. Una piedra cubierta de musgo marcaba latumba del anciano misionero.

    Nell y Jim miraron al indio, sobresaltados.Wingenund seal una de las aberturas del claro, con un gruido.

    Nell y Jim volvieron la cabeza. Aterrados, descubrieron all a cuatro salvajesde pintados rostros, casi desnudos, con sus rifles levantados. Detrs de ellosaparecieron Deering y Jim Girty.

    Santo Dios! Estamos perdidos! Estamos perdidos! exclam Jim, incapazde controlarse.

    De los blancos labios de Nell no sali ningn grito. Este golpe final la habadejado paralizada. Despus de haber hecho frente a tantos contratiempos,esta ltima desventura, al parecer la ruina de todos, no aadi sufrimientoalguno a los ya experimentados, producindole tan slo un peligrosoentorpecimiento, como si la sangre se le hubiera helado en las venas.

    Oh! Estabais convencidos de que os habais librado por fin de m, eh? dijoGirty, avanzando. Sus amarillentos ojos centellearon ferozmente al mirar aWingenund. Cmo puede un loco amparar a los prisioneros de Girty? Jefe,me has puesto muy difcil esta caza.

    Wingenund, muy digno, no contest nada. Adopt su actitud de otras veces,mantenindose quieto y silencioso, con los brazos cruzados, y una altaneramirada en sus ojos.

    Los indios se internaron en el claro. Uno de ellos at las manos de Jim a suespalda. En los ojos de los salvajes se adverta una expresin de extravo, depura brutalidad. Los posea una febril ferocidad, algo muy prximo a la

    locura. No cesaban de moverse. Corran continuamente de un lado para otro,sin un motivo aparente. Quiz deseaban estar exteriormente a tono con la iraque dominaba a sus corazones. No se notaba en ellos la pulcritud quecaracteriza al indio normal. El pedazo muy reducido de piel con que secubran se vea arrugado, sucio. Todava haca su efecto en ellos el roningerido. Deseaban ver sangre a toda costa. Sus ojos eran los de unosasesinos.

    Acrcate aqu, Jake

    dijo Girty a su amigo, el otro renegado

    . No suponeella verdaderamente una buena recompensa?

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    Girty y Deering se plantaron delante de la pobre muchacha, recrendosesatisfechos en su belleza. A la chica la dominaba el horror de los primerosmomentos de la fuga. Haba abatido la cabeza, hundiendo las manos en lospliegues de la falda.

    Nunca haba habido sobre la tierra unos individuos ms crueles, msdespiadados, que Deering y Girty. En la frontera, donde la mayor parte de loshombres, incluso los mejores, podan ser considerados malos, ellos figurabanentre los ms perversos. Deering estaba todava bellido, pero Girty se habarecobrado levemente de su borrachera. El primero hizo un torpe gesto deasentimiento. Estaba a punto ya de formular su opinin sobre los encantos dela muchacha.

    Desde luego, est muy bien... manifest con una mueca aspirante asonrisa. Es toda una belleza. Nunca haba visto nada igual.

    Jim Girty se acarici la barbilla con sus sucios dedos. Brillaban con eloptimismo de su maligno triunfo sus amarillos ojos, su quemada piel, suganchuda nariz, sus finos labios... Ver su cara produca una sensacin casidolorosa. Cualquier mujer habra estado al borde de la locura con la solaocasin de contemplar su repulsiva faz.

    Unas oscuras manchas moteaban los flecos de su atavo, de su chaqueta depiel, de sus polainas, de sus blancas plumas de guila. Aquellas manchas,horriblemente sugestivas, cubran su indumentaria, desde los hombros hastalos pies. Eran manchas de sangre! La sangre inocente de unos cristianoshaba marcado a aquel renegado. Esas manchas proclamaban sus crmenes.

    Muchacha, slo con el fin de hacerte ma incendi la Villa de la Paz gruGirty. Ven aqu!

    El rufin la asi por el vestido, dando un fuerte tirn. La tela se desgarr,quedando al aire uno de los blancos hombros de la chica y parte del busto. Elrostro de Girty se transfigur, delatando una feroz alegra, un brutalapasionamiento.

    Deering contemplaba la escena con una sonrisa de borracho. Su amigo abraztorpemente a la desventurada joven, que se sinti casi morir. Los indioscontinuaban movindose por el claro, como unos tigres hostilizados por elltigo de un domador. El joven misionero estaba tendido sobre el musgo, con

    los ojos cerrados. No poda soportar la visin de Nell en los brazos de Girty.

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    Djalo en paz! aull nuevamente Jonathan.

    Desconcertado, movise con la velocidad del rayo en torno a loscontendientes. De vez en cuando, levantaba su tomahawk. No pudo asestar

    ningn golpe. El repugnante rostro de Girty se destac ante l, entre untorbellino de piernas, brazos y cuerpos. Luego, la cara oscurecida de Wetzel,iluminada por unos ojos despiadados, ocup su lugar, para ser sustituida acontinuacin por los cuadrados rasgos faciales de Deering. Zane no podaprestar una ayuda eficaz por el hecho de ser las indumentarias de loshombres muy similares y sus movimientos tremendamente rpidos.

    Inesperadamente, Deering sali como propulsado por una catapulta deaquella confusa y viviente masa. Su cuerpo se estir al dar contra el suelo con

    un fuerte golpe. Zane se arroj sobre l en un abrir y cerrar de ojos, igual queun gato monts. Nuevamente, agit su ensangrentada hacha. Otra vez laabati sin asestar ningn golpe. El renegado tena un desgarrn en uncostado, que se extenda desde el hombro hasta la cadera. Un diluvio desangre empap el musgo. Deering se asfixiaba; en sus labios apareci unaespuma sanguinolenta. Sus dedos intentaron aferrarse a algo. Sus ojosmiraron en redondo a un lado y a otro, violentamente. Luego, se quedaroninmviles, en una aterradora mirada.

    La chica que yaca muerta en el bosque, junto a la vieja cabaa, haba sidovengada.

    Jonathan se volvi hacia Wetzel y Girty. No abrigaba la intencin de ayudaral cazador. Quera, simplemente, contemplar el final de la lucha.

    Sin la ayuda del fuerte Deering, qu lastimosamente dbil apareca elAsesino de la frontera, en manos del Vengador!

    El tomahawk de Jim Girty haba salido disparado en una direccin y sucuchillo en otra. Se debati en vano bajo la zarpa de hierro que le sujetaba.

    Wetzel se incorpor, siempre sujetando al renegado. Con el brazo izquierdo,que haba quedado desnudo en el curso de la ria, fue arrastrando a Girty,acercndolo al rbol que haba en el claro aislado de los dems. Le oblig aaplicar la espalda al tronco.

    El perro blanco saltaba y grua, intentando liberarse.

    Las manos de Girty araaron ferozmente el poderoso brazo que le obligaba apermanecer apoyado en el haya. Era un brazo atezado, enorme, de rgidos y

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    abultados msculos. Era un brazo potente, fuerte como el afn de justicia quelo rega.

    Tu carrera, Girty, ha llegado a su fin!

    La voz de Wetzel quebr el silencio como un trallazo.El renegado se haba quedado petrificado al ver ante sus ojos aquelladespiadada sonrisa, los brillantes ojos que lo sentenciaban.

    El brazo derecho del cazador fue levantndose lentamente. El cuchillo quetena en la mano tembl, como si le hubiera sido transmitida la ansiedad desu dueo. La larga hoja, manchada con la sangre de Deering, seal la partealta de la colina.

    Mira hacia all, Girty! Fjate en ellos! Son tus amigos!En las ramas de unos rboles se haban posado muchas aves de negro pelaje.Parecan, estar esperando...

    Son buitres! Buitres! sise Wetzel.

    Nadie que no hubiera sido Wetzel habra sido capaz de mirar a Girty enaquellos instantes cara a cara. Nunca ningn rostro humano haba llegado aexpresar tanto miedo, tanto pnico, tanta angustia. Sus labios se llenaron de

    espumarajos; su cuerpo se retorci espasmdicamente. Fascinado, noapartaba los ojos de la temblorosa hoja de acero, que goteaba sangre, que seelevaba progresivamente.

    El brazo de Wetzel se abati con la velocidad de un meteorito al caer. La hojade acero se hundi en la ingle de Girty, desgarrando la carne, quebrando elhueso, hundindose luego en el tronco del rbol. El renegado haba quedadoclavado al haya para aqu iniciar su lenta agona.

    Ah! Ah! Ah! grit Girty, enloquecido por el dolor.Sus manos, despus de hacer muchos movimientos, fueron a parar a laempuadura del cuchillo. Pero le fue imposible desclavar ste. Girty segolpe el pecho, empez a tirarse de los cabellos... Sus gritos fuerondevueltos por el eco multiplicados, como si su dolor fuese objeto de burlas.Sus pelos se erizaron, sus dientes castaeteaban...

    Las negras aves continuaban en las ramas de los rboles de la cresta,

    aguardando el instante de iniciar su festn.

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    Zane procedi a cortar las ataduras al joven misionero. Jim fue corriendohacia Nell, que se encontraba tendida en el suelo. Delicadamente, levant lacabeza, notificndole que estaban salvados. Zane pas un pauelo mojadopor el rostro de la chica, intensamente plido. Finalmente, Nell suspir,

    abriendo los ojos.Zane apart la mirada de la estatuesca figura de Wingenund para fijarla en lano menos inmvil de Wetzel. El jefe indio, bien erguido, contemplaba lasdistantes colinas. Wetzel se cruz de brazos. Sus fros ojos no se apartabandel gimiente renegado, que continuaba retorcindose, clavado al rbol.

    Lew, lo ha visto? inquiri Zane, sealando al jefe indio.

    Wetzel se estremeci como si de pronto le hubieran pinchado. Sus fros ojosparecieron incendiarse. Levantando su tomahawk dio unos pasos adelante...

    Un momento, Lew! aull Zane.

    Espere, espere, Wetzel! grit Jim, asiendo al cazador por un brazo.

    Pero Wetzel se deshizo de l como hubiera podido sacudirse una brizna depaja.

    Espere, Wetzel! Por el amor de Dios, espere! chill Nell.

    sta se haba levantado al or la voz de Zane, viendo ahora la temibleresolucin en los ojos del cazador. Sin el menor temor, se coloc ante l;valientemente, arriesg su vida, en un reto frente a su alocado impulso;frenticamente, la muchacha se abraz a sus hombros, en un gesto dedesesperacin.

    Wetzel se detuvo. Haba perdido la cabeza a la vista de su enemigo, perotodava le quedaba lucidez suficiente para no atentar contra una mujer.

    Djame, muchacha! dijo, jadeante.No, no, no! Esccheme, Wetzel... Usted no puede matar al jefe indio. Es unamigo.

    Es mi mortal enemigo!

    Esccheme... Por lo que ms quiera, esccheme! suplic Nell. Fue lquien me avis, para que huyera de las garras de Girty; l se ofreci aguiarnos hasta Fort Henry. Me ha salvado la vida. Hgalo por m, Wetzel: no

    lo mate. No permita que me sienta culpable de este crimen. Wetzel, Wetzel...

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    Baje su brazo, guarde su hacha. Por el amor de Dios, no derrame ms sangre!Wingenund es un hombre cristiano!

    Wetzel retrocedi. Su respiracin era muy agitada. Su blanco rostro

    recordaba el mrmol esculpido. Al sentir sobre su pecho las menudas manosde la joven, vacil. Y sin embargo... se encontraba delante del hombre quepersegua desde haca muchos aos.

    Se atrevera usted a dar muerte a un cristiano? inquiri Nell, dulce ysevera a la vez.

    Creo que no... Ahora, no creo que este indio lo sea contest Wetzel,pronunciando con lentitud estas palabras.

    Guarde su hacha. Dmela... Tengo que darle las gracias por su oportunaintervencin. Usted no sabe nada acerca de mi matrimonio, claro...Esccheme. Olvide por unos momentos sus odios. Oh! Tiene que mostrarsegeneroso. Los hombres valientes siempre lo han sido.

    Indio sise Wetzel, es verdad que eres cristiano?

    Oh! Yo s que lo es! S que lo es! proclam Nell, todava entre Wetzel y eljefe piel roja.

    Wingenund no pronunci una sola palabra. Ni hizo el menor movimiento.Sus ojos de halcn estudiaron tranquilamente la cara de su enemigo blanco.Cristiano o pagano, l no dira nada para salvar su vida.

    Oh! Dile que eres cristiano! pidi Nell, corriendo hacia el indio.

    Los delawares, cabellos amarillos, son fieles a su raza.

    Al dirigirse cortsmente a Nell, su gesto tradujo una noble dignidad.

    Indio, en mi espalda llevo todava las cicatrices que me hicieron los ltigos

    de tus esbirros declar Wetzel, apretando los dientes.Tus cicatrices, Viento de la Muerte, son hondas, pero las de los delawaresresultan todava ms profundas fue la calmosa rplica. En el corazn deWingenund hay dos. Su hijo yace bajo el musgo y los helechos; el Viento de laMuerte lo mat; slo el Viento de la Muerte sabe dnde est su tumba. La hijade Wingenund, la delicia de sus das tristes, liber al gran enemigo deldelaware, traicionando a su padre. Puede el Dios cristiano revelar a

    Wingenund el paradero de su hijo?

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    Wetzel temblaba como un rbol bajo la tormenta. La profunda voz del indioexiga justicia. Wetzel se esforzaba por controlarse.

    Delaware, tu hija yace ah, con su amante repuso Wetzel con firmeza,

    sealando el manantial.El indio lanz una exclamacin, inclinndose sobre las oscuras aguas delestanque. Escrut en su cenagoso fondo. Luego, introdujo un brazo en aqul.

    El Viento de la Muerte no miente dijo el jefe indio.

    Calmosamente, seal a Girty. El renegado haba cesado en sus forcejeos.Acababa de doblar la cabeza sobre su pecho.

    La serpiente blanca ha picado al delaware.

    Qu quiere decir con eso? inquiri Jim.

    Su hermano Joe y Vientos Susurrantes yacen en las aguas del manantial contest Jonathan Zane. Girty los asesin, y Wetzel los sepult ah.

    Oh! Es cierto eso? pregunt Nell.

    S, querida replic Jim, en voz baja, emocionado, tendiendo sus brazos a lamuchacha.

    Necesitaban confortarse mutuamente. La chica fij la vista, estremecida, en elmanantial, ocultando despus su rostro en el hombro de su esposo.

    Delaware, nosotros somos enemigos declarados anunci Wetzel.

    Wingenund no pide misericordia.

    Eres cristiano?

    Wingenund es fiel a su raza.

    Vete, delaware! Coge esas armas y vete. Cuando tu sombra se acorte sobreel suelo, el Viento de la Muerte se lanzar sobre tu rastro.

    El Viento de la Muerte es el gran jefe blanco; es el gran enemigo del indio; semuestra tan seguro de s mismo como la pantera al saltar; es tan rpido comoel pato silvestre en su vuelo hacia el norte. Wingenund nunca ha sentidotemor alguno ante nadie. Las sonoras palabras del jefe indio resonaronarmoniosamente en el claro. Si el Viento de la Muerte quiere saciar su sedcon la sangre de Wingenund, que la derrame ahora, puesto que cuando el

    delaware se adentre en el bosque su rastro se desvanecer por completo.Vete! rugi Wetzel.

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    Una vez ms, sinti el ansia de ver sangre...

    Wingenund cogi algunas de las armas que pertenecieran a los indiosmuertos. Con un gesto altanero, ech a andar para salir del claro.

    Oh, Wetzel! Gracias. Yo saba que...Nell guard silencio de pronto al enfrentarse con el cazador. Retrocedi. Eraotro hombre ahora.

    Salgamos de aqu dijo Jonathan Zane. Les guiar hasta Fort Henry.

    Cogi el paquete de las provisiones. Nell y Jim le siguieron al abandonar elclaro.

    Antes, volvieron la cabeza para grabar en sus memorias el bello escenario que

    dejaban, con sus cadveres, el manantial encantado, el renegado clavado alrbol, y la alta figura de Wetzel, con su mirada fija en la sombra queproyectaba su cuerpo sobre el terreno.

    El humano instinto de Wetzel haba cedido el paso al hbito de tantos aos.Durante muchos das, no haba tenido otro afn que el de dar muerte alenemigo de la frontera. Habiendo cumplido su misin, enfocaba su venganza

    por los acostumbrados derroteros, siendo de nuevo el implacable matador deindios.

    Sinti una fiera alegra al dar con el rastro del delaware. Wingenund habahecho pocos esfuerzos, o ninguno, para ocultar sus huellas. Habase dirigidohacia el noroeste, avanzando en lnea recta, en busca, seguramente, delcampamento indio. Le llevaba una ventaja de sesenta minutos y necesitaraseis horas de rpido desplazamiento para llegar al poblado delaware.

    Me figuro que vuelve a casa musit Wetzel, desplazndose con la mayorrapidez posible.

    El mtodo empleado por el cazador para seguir el rastro de un indio era muysingular. En l, la intuicin desempeaba un papel tan importante como elsentido de la vista. Una vez sobre el rastro, resultaba difcil deshacerse deWetzel, que entonces se transformaba en un autntico sabueso. No siempre secea a los pasos del indio. Para Wetzel, la direccin de la marcha era unfactor de la mayor importancia.

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    Wetzel. l haba tenido que perder algn tiempo en localizar la huella delindio, pero ste, ciertamente, deba de haber invertido el mismo, o ms, en la

    bsqueda de terrenos duros, de leos o rocas donde poner sus pies.

    Pronto se dio cuenta Wetzel de que tena que habrselas con un hombre tanhbil como l. Decidi no confiar ms en su intuicin, para ceirse al rastro,igual que un lobo hambriento se mantiene pendiente del olor de su presa.

    El rastro del delaware se deslizaba sobre ramas, piedras y tierra compacta,subiendo por pedregosas laderas, rumbo a las crestas de las elevaciones. Elindio haba puesto en juego toda su destreza. Retroceda sobre espacioscubiertos de musgos y arenas, donde sus huellas se advertan claramente;saltaba sobre amplias fisuras en los rocosos barrancos; tornaba a saltar de

    nuevo, desandando lo andado; dejbase caer sobre las pendientesalfombradas de vegetacin; cruzaba arroyos y gargantas subindose a losrboles y yendo de unas ramas a otras; vadeaba corrientes de agua por dondeencontraba un fondo duro, y evitaba en todo instante los terrenos blandos,pantanosos.

    Con obstinada tenacidad, Wetzel se mantuvo atento a un rastro quegradualmente se desvaneca. Vease obligado a desplazarse cada vez conmayor lentitud. Tena que tomarse todo el tiempo que necesitaba paradescubrir cualquier indicio del paso de su enemigo por los bosques. Vio unacosa clara ya. Poco a poco, Wingenund se diriga al sudoeste, describiendocontinuos crculos. sta era una direccin que le alejaba ms y ms delcampamento de los delawares.

    Wetzel pens que el jefe indio segua aquel rumbo en forma de crculos slopara satisfacer su orgullo personal, por el puro placer de desorientar alenemigo de los delawares. Probablemente, quera demostrar al Viento de la

    Muerte que exista un indio que estaba en condiciones de rerse de lconsiguiendo que se extraviara en el bosque o, al menos, que perdiera supista. Esto era para Wetzel algo tan amargo como la bilis. Verse l llevado deac para all como un mueco! Su corazn aceleraba los latidos, de purafuria. Sus ojos inspeccionaban detenidamente el musgo y las hierbas. Pero apesar de la ira que incrementaba su pasin, se hizo consciente de la extraasensacin que le dominaba. Record que el delaware le haba ofrecido suvida. Lentamente, como una sombra, Wetzel se desliz por los pasadizos

    amarillentos y castaos del bosque. Cruz susurrantes corrientes de agua ydorados campos, siempre tras el rastro de Wingenund.

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    Finalmente, en una parte abierta del bosque, donde el fuego, en otro tiempo,haba consumido las matas y las ramas ms menudas cadas de los rboles,Wetzel lleg al sitio en que se interrumpa el rastro del indio.

    En el blando terreno vease claramente la huella de un mocasn. Los rboles,por aquel lado, no eran tan numerosos, entrando mucha luz. No haba en lasproximidades peascos, ni troncos, ni siquiera piedras sueltas. El rastroacababa de desvanecerse, segn pudo comprobar Wetzel tras llevar a cabo,minuciosamente, una inspeccin total del claro.

    Aquella clara impresin final en la tierra constitua una especie de reto deljefe indio.

    Wetzel escrut atentamente el terreno sobre el cual ardiera la vegetacin; sepuso de rodillas, a gatas, procediendo de nuevo a repetir su inspeccin dellugar. Se fij en que una de las huellas de mocasn apuntaba hacia el oeste;otra, miraba en sentido contrario. As pues, el delaware haba vuelto sobre surastro. Nunca, en sus largos vagabundeos, se haba encontrado Wetzel con unproblema tan desconcertante.

    Por primera vez en muchos aos, haba fallado. Encaj su derrota muy mal.Haba acertado tantas veces que habase credo infalible. Y a causa de este

    fracaso, perda la oportunidad de matar a su gran enemigo. Profiri, irritado,unas maldiciones. Haba sido un estpido al escuchar el ruego de una mujer,que le apartara de la misin principal de su vida.

    Con la cabeza inclinada, avanzando lentamente, casi arrastrando los pies,ech a andar hacia el oeste. La tierra le resultaba extraa, pero saba que seencaminaba a unos parajes familiares. Durante un buen rato, avanz almismo ritmo, presa de una fiebre feroz, que pareca ir a hacer hervir la sangreen sus venas. La fiebre fue remitiendo... Wetzel saba dominarse, ser sereno

    cuando era preciso..., excepto cuando aquella rara ansia, aquella sed desangre india, se apoderaba de l.

    En la cumbre de una elevacin, mir a su alrededor, a fin de orientarse.Sintise sorprendido al comprobar que se haba desplazado describiendo uncrculo. A unos dos kilmetros de distancia, a sus pies, estaba el gran robleque era una seal natural que revelaba la existencia de Fuente Hermosa.Encontrse plantado en aquella colina, bajo el mismo rbol seco hacia el cual

    dirigiera la atencin de Girty unas horas antes.

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    Habiendo pensado que l regresara al manantial para coger las cabelleras delos indios muertos, encaminse directamente al gran roble. Fuera del bosque,quedaba una amplia llanura entre l y la espesura que marcaba el claro deFuente Hermosa. Cruz la extensin y se intern en los matorrales.

    De pronto, se detuvo. Wetzel conoca perfectamente la habitual armona delbosque, con sus innumerables y quietos sonidos. Le pareci que,inesperadamente, tal armona se haba alterado. Se hundi entre los zarzales,prestando atencin a todos los ruidos. Luego, fue reptando. La duda seconvirti en certidumbre. Una sola nota gorjeada por un oriol le puso enguardia. No necesit or las rpidas notas de un pjaro-gato para saber quecerca de l, en alguna parte, se mova otro ser humano.

    Una vez ms, Wetzel se transformaba en un tigre. Sala de su corazn unasangre caliente, que incendiaba sus venas y nervios. Calmosamente, sin hacerel menor ruido, seguro de s, fro, peligroso como una serpiente, el cazadorempez a acechar a su presa.

    Bajo los zarzales y espesuras, a travs de los hoyos llenos de amarillentashojas, sobre rocosos espacios, gil, elstico, sinuoso, Wetzel era un tigre, tantopor sus movimientos como por el impulso destructor instintivo quegobernaba su corazn.

    Apart los altos y graciosos helechos, fijando sus centellantes ojos en el belloclaro.

    No vio el manantial, ni el purpreo musgo, ni los repugnantes huesosblancos... Slo vio la figura de un indio, erguido, de pie en el claro.

    All, al alcance de su rifle, estaba su gran enemigo indio: Wingenund.

    Wetzel permaneci inmvil, de bruces contra las matas, intentando acallar el

    gozo que le posea. Su respiracin era muy agitada; apretaba con fuerza surifle; procuraba recobrar la serenidad. Aquella excitacin poda acabar con suaspiracin ms importante, la que justificaba su existencia.

    Encontrbase en el tercer gran momento de su vida. Aqul era el ltimoinstante de los tres en que la vida del indio haba estado a su merced. En unaocasin haba contemplado por la mira de su rifle aquella figura, sin poderdisparar porque la nica bala de que dispona estaba destinada a otrapersona. Luego, haba vuelto a tener ante su rifle aquel altanero rostro,

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    De no ser as, jams hubiera vuelto a mirar a la joven a la cara tras haberlaarrojado de su lado.

    Wingenund era en todos los aspectos fiel a su raza, pero era cristiano.

    De repente, la terrible tentacin que atormentara a Wetzel se desvaneci; suntimo y desgarradora lucha ces. Abati definitivamente el largo y negrorifle. Luego, ech una ltima mirada a la oscurecida y enrgica faz del jefeindio.

    A continuacin, el Vengador huy como una sombra a travs del bosque.

    Corran las ltimas horas de la tarde en Fort Henry. El sol se haba hundido

    ya detrs de una frondosa colina. Las sombras de los rboles se alargabansobre la extensin cuadrada de terreno que haba delante del fuerte.

    El coronel Zane se encontraba en la puerta de su alojamiento, observando conun gesto de ansiedad en los ojos el ro. Varios minutos antes, un hombrehaba aparecido en la orilla de la isla, dando una voz. El coronel habaenviado all a su hermano Jonathan, para que se informara acerca de lo queocurra. Jonathan acababa de ganar la otra orilla en su bote. La pequeaembarcacin haba desaparecido nuevamente con el desconocido sentado apopa.

    Es posible que fuera Wetzel musit el coronel. Sin embargo, no meimagino a Lew en plan de tener necesidad de un bote.

    Jonathan cruz con su pasajero el ro. Luego, los dos hombres echaron aandar por el serpenteante sendero que llevaba hasta el sitio en que el coronelZane aguardaba.

    Hola! Pero si es el joven Christy! exclam el coronel, bajando de un saltolos escalones de acceso de la vivienda, con la mano extendida, cordialmente.Me alegro de verte! Dnde para Williamson? Cmo has venido hasta aqu?

    El capitn Williamson y sus hombres estn a catorce o quince kilmetros, roarriba, del fuerte contest Christy. Yo he venido para preguntar por los quesalieron de la Villa de la Paz. Me he alegrado mucho, al saber, por Jonathan,que abandonaron el poblado sin novedad.

    S. Todos nos hemos alegrado de eso. Ven. Sintate. Por supuesto, pasars

    aqu la noche. Te veo cansado, extenuado ms bien. Bueno, no es de

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    extraar... Has sido testigo de una matanza. Tienes que contrmelo todo.Ayer vi a Sam Brady, quien me notific que haba tropezado contigo por all.Sam me cont muchas cosas. Oh! Aqu tenemos a Jim.

    Apareci en el umbral el misionero. Los dos jvenes se saludaroncordialmente.

    Cmo se encuentra ella? pregunt Christy, una vez intercambiadas lasprimeras frases de cortesa.

    Nell est empezando a recobrarse de la terrible impresin sufrida. Sealegrar mucho de verte.

    Jonathan me explic que poco antes de que en Fuente Hermosa hiciera acto

    de presencia Girty, vosotros contrajisteis matrimonio.Cierto. Todo lo que te ha contado Jonathan es verdad. Sin embargo, an nologro creerlo. Te encuentro muy delgado, muy ojeroso. La ltima vez que nosvimos tenas muy buen aspecto.

    Me he quedado muy aplanado con todo lo que vi. Fui un espectadorinvoluntario de toda aquella horrible matanza, que jams lograr borrar demi memoria. Todava me parece ver a los salvajes indios corriendo con lascabelleras de sus propios hermanos de raza en las manos, goteantes desangre. Llegu a contar hasta cuarenta y nueve cadveres de cristianosadultos y veintisiete nios. Una hora despus de haberos ido vosotros, laiglesia era un montn de cenizas, y al da siguiente vi los cadvereschamuscados. Oh! Fue una escena espantosa. Me obsesiona... Jim Girty,aquel monstruo, dio muerte a catorce personas l solo, a golpes de hacha.

    Te enteraste de su muerte? inquiri el coronel Zane.

    S. Tuvo el fin que se mereca.

    Tena que ser Wetzel quien imaginara tal venganza.

    No ha estado Wetzel aqu desde entonces?

    No. Jonathan dice que sali en persecucin de Wingenund. No se sabecundo volver.

    Haba abrigado la esperanza de que desistira de matar al delaware.

    Cmo va Wetzel a perdonar la vida a un indio?

    Es que Wingenund era un amigo. Seguramente, l fue quien salv a la chica.

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    Se trataba del Wetzel por todos tan querido.

    Le saludaron cordialmente. Nell le alarg ambas manos, sonriendo.

    Me alegro de que se encuentre entre nosotros y de que no le haya ocurrido

    nada desagradable dijo la joven.Tambin yo estoy muy contento, muchacha, de verte tan bien repuso elcazador, apoyndose en su largo rifle. Su mirada fue de Nell a la hermana delcoronel Zane. Betty: no te pondra a ti entre las primeras mujeres de lafrontera, pero he de decir que Nell no te va a la zaga aadi con aquellapeculiar sonrisa que iluminaba su atezada faz, restndole buena parte de sugravedad habitual.

    Nadie lo hubiera dicho: Lew Wetzel haciendo cumplidos! Lo que mequedaba por ver! exclam la hermana del coronel.

    Jonathan Zane escudri de muy cerca el rostro de Wetzel. El coronel Zane,observando la actitud de su hermano, se imagin la causa de su curiosidad.Entonces, pregunt:

    Dinos, Lew: llegaste a tener ante la mira de tu rifle a Wingenund?

    S contest el cazador, sencillamente.

    Los corazones de sus oyentes parecieron estremecerse. Aquella respuesta,viniendo de Wetzel, significaba mucho. Nell baj la cabeza, entristecida. Jimmir a otro lado, mordindose los labios. La mirada de Christy se perdi enla lejana, al otro lado del valle. El coronel Zane se agach, cogiendo variosguijarros, que arroj con fuerza contra uno de los muros de la cabaa.Bruscamente, Jonathan Zane se separ del grupo, entrando en la casa.

    Pero la hermana del coronel fij sus negros y grandes ojos en la faz deWetzel.

    Y bien? pregunt la joven, con una especial inflexin en la voz.

    Wetzel guard silencio por unos momentos. Su mirada se encontr con la deella. Sus labios se distendieron en una leve sonrisa.

    Err el blanco, Betty repuso calmosamente.

    Y echndose su largo rifle sobre un hombro, se alej de all.

  • 7/31/2019 (1975) Siena

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    Transcurran los aos, con sus cambiantes estaciones. En el otoo, se abran alsol y al aire las doradas flores; caan blandamente muchas policromas hojassobre el ambarino musgo de Fuente Hermosa.

    Los indios haban dejado de acampar all. Dejaron de frecuentar el claro, alque se referan con el nombre de La Fuente Encantada. Decan que por lasnoches vagaba por aquel lugar el espritu de un perro blanco, y que gema elViento de la Muerte en el solitario paraje.

    De tarde en tarde, un jefe indio de fornido cuerpo y enrgica faz irrumpa enel claro, para permanecer all largo rato, silencioso e inmvil.

    Y a veces, a la hora del crepsculo, cuando los rojos destellos del sol habansedesvanecido, trocndose en grisceas tonalidades, un corpulento cazadorsala como una sombra de entre los rboles, y apoyado en su negro y largorifle contemplaba entristecido el manantial y escuchaba el montonomurmullo del agua al caer. La oscuridad iba acentundose, entretanto. Lashojas de los rboles daban en el agua con un blando, casi imperceptiblesonido. Un chotacabras gorjeaba entonces su melanclica cancin.

    Desde la oscuridad del bosque llegaba un tenue suspiro, que crecapaulatinamente, muriendo en la distancia igual que un gemido del viento

    nocturno.Una vez ms, se haca el silencio sobre la cenagosa tumba del joven quededic su amor y su vida a aquellos selvticos parajes.

  • 7/31/2019 (1975) Siena

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    Hijo de la Luna

    Esta historia se basa en una leyenda transmitida a lo largo de muchasgeneraciones dentro de la tribu de los navajos. Fue referida a Zane Grey por

    la esposa de los tratantes que vivieron en la reserva de dichos pieles rojas enlos primeros aos de la dcada de los veinte. Data de una poca anterior a lallegada del hombre blanco y narra la aventura de un guerrero indioenfrentado con el deshonor y la muerte por haberse enamorado de una bellaprincesa de otra tribu.

    I

    En medio del gran desierto se elevaba un impresionante muro de piedra, encuyas inmediaciones encontrbase emplazada la ciudadela de Taneen, jefedel clan Rock.

    Bajo la meseta montaosa, enmarcada por un paisaje en el que predominabanlas tonalidades doradas y verde oscuro, por el norte y el este, abra susimpresionantes fauces un abismo, lo desconocido, poblado de escarpaduras ysombras, por el cual se deslizaba, tronante, el rojo ro de los dioses. Por el surse vea una extensin rida, una ladera de marchita vegetacin, con desnudas

    peas y coloreados macizos, al trmino de los cuales haba arcillosas dunas,que se perdan en la lejana. Al oeste quedaba un valle poco profundo forradode precarios pastos, al lado de trigales, entre verdes cedros.

    Taneen iba de un lado para otro, dando cortos pasos, sobre su terraza,festoneada de rocas. Un viento seco y caliente azotaba su alterada faz.Soplaba desde el oeste. Era portador de malas noticias: no vendran lasesperadas lluvias. El ao anterior haba sido tambin seco; las nieves

    invernales, escasas; y ahora los manantiales se perdan, los cauces llevabanpoca agua. En la cascada de Oljato slo se adverta un goteo, habindosepoblado de hierbajos sus bordes.

    Tan malos augurios tenan preocupado a Taneen. Le recordaban loscomienzos de la sequa de los doce aos, que al final haba dispersado a loshambrientos clanes de los Sheboyahs a los cuatro vientos. Las lluviasvolvieron luego de nuevo, dando lugar a fructferas estaciones, trayendoconsigo la prosperidad y la dicha al reducido pueblo de las rocas. Taneen

    fijaba su mirada de guila a lo lejos, divisando en una de las quebradasalturas la ciudadela del clan Wolf. Ms all, perdido en una especie de niebla

  • 7/31/2019 (1975) Siena

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    de color prpura, estaba el oscuro estribo rocoso que era el hogar del clanAntelope. Haba otros clanes a mayor distancia, distribuidos por el oeste.

    Aquel verano, ningn hombre haba cruzado todava las ardientes arenas y

    rocas para llevar mensajes a Taneen. Las cosas no marchaban bien en losclanes vecinos.

    Taneen pase ahora la mirad