1x04 - espejito, espejito
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Espejito, espejito, ¿quién es ese reflejo que aparece cuando la pantalla de mis dispositivos...TRANSCRIPT
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AMARÁS LA POLÍTICA SOBRE TODAS LAS COSAS
NOSTALGIA, OBJETOS Y FETICHES TECNOLÓGICOS...
DON DRAPER: LA ELEGANCIA COMO IMPOSTURA
EMPATIZAR CON EL OTRO
LA VIDA ENTRE LOS APOSENTOS DE TÁNATOS
CÓMO LOS CUENTOS SE CONVIRTIERON EN MITOS...
DE MAYOR QUIERO SER VOYEUR
LA FÁBRICA. EPISODIO II (PRIMERA PARTE)
ÍNDICE
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HOMELAND
Bajo este seriéfilo nombre se encuentra un increíble estudio crea-
tivo, artesano, detallista, y al mismo tiempo global y abierto al
mundo. Un estudio que cree en las infinitas posibilidades que sur-
gen al combinar tecnología, buenas ideas y colaboración.
Además, son excelentes ilustradores, y como amantes de las series
de televisión, dedican muchas de sus ilustraciones a los personajes
de sus series preferidas. A nosotros nos han cedido cuatro de ellas,
para que sean expuestas a lo largo de este número, pero si entras
en su web encontrarás muchas más, ¿a qué esperas?
www.homelandstudio.com
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Eres lo que queda cuando apagas la tele, cuando bloqueas tu móvil o cuando desconectas el
ordenador. Eres ese reflejo que queda en la pantalla oscura, como un residuo de la imagen que
acaba de desaparecer. Y en cierto modo así es, porque aunque estuvieras viendo cualquier cosa
antes de apagar la pantalla, una serie por ejemplo, en el fondo era una parte de ti mismo lo que
proyectabas en tus personajes de ficción favoritos.
Mirar y reconocerse, ese es el juego de la teleficción. Mirar como voyeurs vidas ajenas, que
aunque sean ficcionales, nos ayudan a imaginar y a prepararnos emocionalmente ante posibles
futuros propios (pág. 52). Como si de un objetivo aspiracional se tratara, todos acabamos com-
ESPEJITO, ESPEJITO...
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parando nuestras relaciones y amistades con los estereotipos que hemos aprendido durante
tantas y tantas horas pegados a la pantalla.
Y no solo a nivel personal. La ficción televisiva también sirve para mirarnos colectivamente y
potenciar cambios sociales, como caldo de cultivo para experimentar y acostumbrarnos a otras
realidades, políticas sin ir más lejos (pág. 6). Porque los políticos son, o deberían ser, un reflejo
sistemático de la sociedad que representan y un espejo ante el que los ciudadanos pudieran
reconocerse. También la tecnología (pág. 18), como afirma Richard Sennett, puede funcionar
como “herramienta-espejo”, en ella volcamos nuestras aspiraciones y en ella nos reconoce-
mos. La tecnología potencia nuestro innato comportamiento narcisista, haciendo de la pantalla,
como suguirió Charlie Brooker, el espejo “negro” lacaniano característico de la posmodernidad.
Mirar y reconocernos, ver y ser vistos. Como en el cuento de Blancanieves (pág. 48), el espejo
negro de la pantalla (televisiva) funciona no solo para reconocernos, sino también para compa-
rarnos con los personajes ficcionales a los que espiamos desde nuestro panóptico casero. Por-
que, en el fondo, para saber quienes somos necesitamos a ese “otro” con el que compararnos y
en el que reconocernos, ya sea a través de las diferencias o afinidades (pág. 36). Los personajes
de las ficciones televisivas nos ayudan a ello, creando modelos de conducta que despreciamos
o imitamos, construcciones impostadas, estilísticas o morales (pág. 28), en las que vernos (o no)
reflejados. “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”.
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FOR RENT
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AMARÁS LA POLÍTICASOBRE TODAS LAS COSAS
omencemos esta relación entre redactor y lector poniendo
las cartas sobre la mesa. Aunque usted pueda detectar una
intención totalmente contraria al siguiente argumento (y al
título que encabeza esta página), prometo que el objeto del presente
escrito no es desatar en usted ni el más leve conato de cariño, ternura o
el tan mentado amor, por la política. Soy consciente de que pedir fe ad-
ministrativa en los tiempos que corren roza la comedia negra. Como dijo
Nietzsche, “tener fe significa no querer saber la verdad”. La actividad polí-
tica vive un divorcio mal avenido con el ciudadano medio, desengañado,
devastado y arponeado por el arsenal diario de noticias. La clase política
se empeña en trabajar en, por y para su clase y ningunear la política, que
por otro lado vive anclada en la decepción continua del que da por impo-
sible su objetivo. ¿Qué hacemos contra esta cruda realidad? Simple. En-
cendamos la televisión. Ahora comienza el propósito del que aquí escribe.
Por José Manuel Portas
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Como afirmaría cualquier Yoda televisivo
de medio pelo en un sketch de una cadena
de cable estadounidense a horas intem-
pestivas, la televisión lleva al espectáculo.
El espectáculo lleva a la sonrisa. La son-
risa lleva a la libertad. Y la libertad lleva
a los sueños. Así que soñemos mando en
mano. Supongan una política ideal por y
para todos. Imaginen a las personas mejor
preparadas del mundo trabajando para us-
ted, cubiertas por una capa de moralidad
compartida y bien entendida y con la ho-
nestidad y responsabilidad como pilares
de su edificio diario. Esperen, no abran los
ojos. Sigan soñando como bebés acogidos
en el manto materno. Piensen que fuera
llueve y que no hay necesidad de escapar.
Comprueben lo reconfortante que es el
sentirse apoyado por un gobierno y por un
sistema de profundas y convincentes raí-
ces democráticas. Un territorio donde la
inteligencia, la agudeza, el juicio y la sen-
sibilidad son los encargados de moldear el
bien legislativo hasta convertirlo en co-
mún. Abran los ojos. ¿Existe este lugar? Lo
comprobarán si encienden su televisión e
introducen el primer DVD de El Ala Oeste
de la Casa Blanca en el reproductor (sea-
mos políticamente correctos, estamos en
plena terapia de recuperación). Sí, otra po-
lítica es posible. Y además se encontrarán
con el ejercicio didáctico más memorable
de la historia de la televisión. ¿Qué nos
enseña El Ala Oeste de la Casa Blanca?
LA D E M O C RAC I A Y
E L D E B AT E
CO N T I N U O
E S E L M OTO R D E LA
P O L Í T I CA
I N T E R I O R
Y E XT E R I O R
D E U N PA Í S .
Como axioma suena repipi, como verdad
comprobable reconforta y hace ver de
otro modo el prisma de la política. En El
Ala Oeste lo primero es hablar. Lo segun-
do también. Y lo tercero es hablar mucho.
Larguísimas conversaciones donde el ob-
jetivo no es convencer sino intercambiar
información y puntos de vista, porque lo
que hay enfrente no es un oponente, ni
siquiera un compañero de trabajo, sino
alguien que dedica su tiempo a encontrar
todas las soluciones posibles a un proble-
ma; o, lo que es mejor, anticiparse a él. No
se oculta el tufillo liberal y progresista
que acompaña a Aaron Sorkin en todas sus
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creaciones (en su máximo, aunque su-
til, exponente en El Ala Oeste) pero en
esta Casa Blanca se consigue enseñar
sin adoctrinar, se discute sabiendo que
cada argumento es un principio y un
fin en pos de encontrar la verdad más
cercana a todos. Y se hace con una mo-
ralina que, si bien puede resultar car-
gante en un principio, acaba ganando
por empatía y compartición de valores
al espectador.
E L P U E B LO E S
S U P R E M O.
TO D O S LO S
N I V E L E S
P O L Í T I CO S
T RA B A J A N
PA RA É L .
Debe ser fácil olvidar la perspectiva
piramidal al gobernar un país de más
de trescientos millones de personas.
Sin embargo, ningún asesor ni em-
pleado del Gobierno pierde en ningún
10
momento el norte. Saben que todos tra-
bajan para el Presidente de los Estados
Unidos que, a su vez, se debe comple-
tamente al pueblo estadounidense. Este
mandamiento, tan trillado desde el sép-
timo arte, no hace más que acentuar la
verdadera definición de la política y de
su relación con el poder. Lo que debería
ser el dogma de su trabajo, el pase en
corto de su juego, se convierte en un ar-
gumento invisible que se graba a fuego
en el ideario político durante los prime-
ros capítulos. Y es aquí donde el show
nos enseña de un modo muy inteligente
lo que no debería ser política.
Cuando Sorkin estandariza la actitud y
aptitud ejemplar de la inmensa mayo-
ría de sus protagonistas, no hace más
que provocar el traqueteo de las malas
acciones; las mentiras y personalismos
rechinan, aislados visualmente de un
modo elegante por el reloj suizo que es
la Administración Bartlet. El presidente
y sus asesores se enfrentan a los con-
trarios del modo más correcto posible,
con el don del buenismo y el arma de la
palabra, pero sin olvidar la imperiosa
necesidad política de meterse de vez en
cuando en el fango.
E L VA LO R
P R I N C I PA L
D E LA P O-
L Í T I CA S O N
LA S I D E A S
Y N O LO S
PA RT I D O S.
El Ala Oeste es una cla-
se magistral sobre el
funcionamiento de la
política en los Estados
Unidos. Y, admitámos-
11
lo, el engranaje de esa administración pa-
rece muy cercano a la perfección democrá-
tica en un país de esas peculiaridades. Con
el corporativismo a dedo que se vive en la
política actual, la comparación con la liber-
tad ideológica que se respira en El Ala Oeste
duele aún más.
¿Cómo puede un congresista llevar la contra-
ria a su partido en la trascendental votación
legislativa de una cuestión nacional? Sim-
ple. Con naturalidad. Dando por hecho que
su elección es individual y que viene mar-
cada por su lugar de procedencia, la cultura
de su estado y las necesidades del mismo.
Los acuerdos transversales y los cambios de
formaciones en los partidos se normalizan
en pos de la mejor idea y del máximo bene-
ficio obtenido. Algo así como si no me pare-
ce correcto o no me compensa, me voy, con el
matiz respecto a la reali-
dad de que nadie le echa-
rá en cara sus diferencias
ideológicas ni habrá por
ello una venganza perso-
nal (y sí política, la serie
nos regala continuamente
unos buenos fundamen-
tos sobre cómo actuar en
el tablero de ajedrez que
es la gestión del poder y
los recursos de un país).
En este escenario, resul-
ta obvio que los partidos
pintan poco, más allá de
unos colores, unos anima-
les y cierta raíz de ideales,
que por otro lado cambian
de orilla en cuestión de
meses.
12
E L O RG U L LO
N AC I O N A L S I RV E
PA RA A LG O.
Cuestión delicada ésta y más en un país como
el nuestro. No es un mandamiento aplicable a
todos los países del mundo, obviamente. Pero
sí que deja claro El Ala Oeste que cuando mi-
llones de personas miran por sus propios in-
tereses sin dejar de aplicarse por los comunes,
el tren suele salir de la estación. Quizá sea la
sensación de estar arropado por un colectivo,
de no ir por libre. Influye también la educa-
ción histórica y la publicidad contemporánea
sobre lo maravilloso de ser estadounidense
y lo orgullosos y libres que se sienten todos.
Es un tiempo inerte el que se pierde buscan-
do explicaciones a un sentimiento. Personal-
mente nunca he entendido ni empatizado los
nacionalismos de ningún tipo, pero si sirven
para algo, que sea para unir a un pueblo en-
tero en busca del progreso social más enri-
quecedor. No creo que El Ala Oeste innove
de un modo genéri-
co ni muestre facetas
desconocidas sobre la
percepción de la iden-
tidad estadounidense.
Pero en un país donde
los conflictos armados
tienen un protagonis-
mo continuo (dentro y
fuera de sus fronteras),
resulta agradecido y
valiente que se dedi-
que un capítulo com-
pleto –fuera de la tra-
ma habitual- a explicar
los diferentes puntos
de vista y némesis al-
rededor del terrorismo,
apoyándose en los ar-
gumentos que esgrimen los personajes ante
un grupo de alumnos de instituto de visita en
la Casa Blanca. Se emitió tres semanas más
tarde de los atentados del 11-S.
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S E E X I G E L E A LTA D
A B S O L U TA
A L P R E S I D E N T E D E L
G O B I E R N O.
A pesar de contar con una importante amal-
gama de preparadísimos asesores que desti-
lan sabiduría, modernidad, eficacia y un enor-
me pensamiento crítico, en El Ala Oeste de la
Casa Blanca se huele el aroma de la fidelidad
incorruptible al máximo mandatario de la
administración. Todos aportan, enriquecen y
nutren pero el presidente
decide. ¿Y cómo no confiar
en él? Josiah Bartlet es el
líder que todos desearía-
mos, tan ideal como irreal.
Brillante orador, premio
Nobel de Economía, sen-
sible a las minorías e in-
justicias, de pensamiento
progresista aunque fiel a
ciertos tradicionalismos,
´Jet` Bartlet es amado por
buena parte de los de-
mócratas y odiado por un
gran sector de los republi-
canos. Católico practican-
te con agudo sentido del
humor, amante de la mú-
sica clásica y voluntario
Robin Hood de conflictos internacionales, el
presidente se erige como el tipo más ecuáni-
me e inteligente al que se podría dar el mando
de un país. Se trata de un hombre que se ilu-
siona como un niño ante el saber, aunque con
un dilema moral que algún asesor se atreve a
ponerle encima de la mesa. Bartlet tiene cier-
to miedo a parecer un snob ante la sociedad
pero le encanta conservar ciertos tics exhibi-
cionistas sobre lo que es y lo que conoce. Ese
temor resulta ser mayor que el que sufre por
la enfermedad que reconoce padecer en los
primeros capítulos. Sólo a él le permitiríamos
dirigir la mayor potencia mundial padeciendo
esclerosis múltiple.
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E S M U Y I M P O RTA N T E
S A B E R RO D E A R S E
D E B U E N O S
CO N S E J E RO S.
Olvídense de insultos con el micro abierto
y de caldos de huesos de vaca, olvídense
de complejos jeroglíficos parlantes y de
quién les manda beber no sé cuántas co-
pas de vino. Incluso, olvídense de “miem-
bras”, de saras y de magos. Esto es política
de élite; los alumnos excepcionales de las
mejores universidades del mundo rodean
y conforman el núcleo de conocimiento
del presidente de Estados Unidos en El
Ala Oeste. Me atrevería a decir que esa
perfección tan humana de los asesores
resulta aún más increíble que la propia
figura de Bartlet. Cada uno en su papel,
son personas íntegras y trabajadores
ejemplares, con la honradez por bande-
ra y la absoluta dedicación a su trabajo
como prueba. Los problemas personales
inundan la vida de cada asesor sin que
su capacidad ni su entrega política se
vean mermadas; al contrario, su efica-
cia en Washington suele servirles para
ocultar las oscuridades de su intimidad.
Todos saben de todo, tienen conversa-
ciones inalcanzables para el resto de mor-
tales y son capaces de resolver problemas
económicos, diplomáticos o comerciales.
Uno de los puntos de tracción de la serie
es la capacidad de Sorkin para dotar de
una personalidad peculiar a cada uno de
los asesores y conseguir caracterizarles
con una coherente evolución, personal y
profesional, durante las siete temporadas
que dura la aventura. La responsable e in-
falible C.J. Cregg, secretaria de prensa, es
la cara de un grupo comandado por Leo
McGarry, mano derecha del presidente y
verdadero corazón del gabinete; el adjun-
to del jefe de gabinete es Josh Lyman, el
perro de presa de los demócratas que se
15
sabe importante y no deja de mos-
trar su encantadora arrogancia. Y
para poner las palabras en los la-
bios del presidente, están Toby
Ziegler, un tenaz judío desconfiado
de la raza humana, y el ingenuo
e idealista Sam Seaborn. Sí, Rob
Lowe. Y sí, nos lo creemos.
Llegados a este punto,
pueden suceder dos co-
sas. O comienzan a obser-
var la política con otros
ojos o ya se están plan-
teando ver El Ala Oeste
de la Casa Blanca (deduz-
co ingenuamente que los
neutros se habrán apea-
do ya de este escrito). La
primera opción no es mi
objetivo, pero como se-
riéfilos que, deduzco, son
y trabajadores dignos, que segura-
mente también, no puedo más que
recomendarles el segundo supues-
to. Denle una oportunidad al piloto.
Durante los primeros trece minutos
asistimos a una presentación in-
dividual icónicamente trazada de
cada personaje. La dedicación de
CJ, el mando y saber estar de Leo
o la superioridad moral de Toby.
Trece minutos en los que oímos el
primer discurso atizador y tan pro-
pio de Aaron Sorkin –recuerden
la conferencia inicial de Will McA-
voy en The Newsroom o el discur-
so ante las pantallas del productor
Wes Mendell en Studio 60-. En este
caso lo firma Josh Lyman, que junta
religión e impuestos con hirientes
resultados para la derecha católica.
Trece minutos donde presenciamos
lo que es el famoso Walk&Talk, tan
propio de esta serie y tan alegórico
de lo que es el trabajo en una admi-
nistración. Son trece minutos en los
que empezamos a enamorarnos de
las relaciones entre algunos per-
sonajes del show y de la maravilla
musical con la que Snuffy Walden
pinta cada capítulo. Trece minu-
tos en los que llama la atención la
escasez de luz en los despachos,
opuesta a la transparencia del tra-
bajo que se lleva a cabo allí. Trece
16
minutos que inevitablemente atraen a
continuar el romance durante siete tem-
poradas más. Trece minutos de calidad
televisiva y estética noventera. Trece
minutos tan demoledores como ágiles.
Puede que el espejo de la realidad car-
gue con fuerza sobre nuestra espalda y
pensemos que la fantasía es demasiado
deliciosa para viciarnos sobre ella. Es
cierto que El Ala Oeste de la Casa Blanca
no resulta completamente realista. Pero
el encanto no está en que nos muestre
cómo es la política, sino en que nos dice
cómo debería ser. Puestos a idealizar,
hagámoslo en base a los mejores va-
lores posibles. Se trata de un formato
difícil, que requiere paciencia y cierto
paladar pero que se comporta como un
regalo generoso a largo plazo.
Con el tiempo, uno se impregna de la
serie, de lo bueno de cada personaje,
de la enormidad de información que se
mueve. El Ala Oeste hace compartir con
su audiencia todo ese sumidero de in-
fluencias y documentación política para
que cada espectador forme su propio
criterio. Y lo hace sin superioridades
de ningún tipo, asumiendo la sensatez
y la valía de los televidentes. “Si espe-
ramos que nuestros líderes vivan en un
plano moral superior al del resto, estamos
pidiendo ser decepcionados”, dice el can-
didato demócrata Santos durante la úl-
tima temporada de la serie.
La política verídica tiene su propio
guión. Por lo general, suele resultar re-
petitivo, facilón y previsible. Y los giros
suelen ir a peor y alejándose sin retorno
de lo que debería ser una política ejem-
plar. Díganme si hay alguien que se ale-
je más de la realidad que la propia rea-
lidad. O mejor, dejen de preguntárselo y
pongan el DVD. En serio.
@JosePortas
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NOSTALGIA, OBJETOS Y FETICHES TECNOLÓGICOS EN LA FICCIÓN TELEVISIVA_
19
Por Jorge Dueñas Villamiel
Hagan ustedes la prueba
cuando tengan ocasión, to-
men como sujeto experi-
mental a un niño o niña de
entre 2 y 5 años de edad (de
estos a los que llamamos “nativos digitales”) y pónganle en sus manos un
iPad. Se sorprenderán de la rápidez, naturalidad y espontaneidad con la
que sus pequeños dedos se deslizan por la pantalla táctil, como si su ce-
rebro estuviera innatamente preparado para manejar tal dispositivo. Ahora
cojan a este mismo infante y enséñenle un tocadiscos (si es que aún con-
servan alguno o se lo han vuelto a comprar en un arrebato de hipsterismo).
La sorpresa en esta ocasión vendrá por parte del pequeño, que no saldrá de
su asombro al comprobar como un simple disco de plástico con muescas y
una aguja pueden producir la música que escucha.
FETICHE: ÍDOLO U
OBJETO DE CULTO
AL QUE SE ATRIBUYEN
PODERES SOBRENATURALES.
20
Y es que aunque el escritor de ciencia
ficción Arthur C. Clark dijera que:
«CUALQUIER TECNOLOGÍA
SUFICIENTEMENTE AVAN-
ZADA ES INDISTINGUIBLE
DE LA MAGIA»
lo cierto es que nos sigue producien-
do mayor asombro el funcionamiento
de una máquina de escribir que el del
más avanzado de los smartphones. Pue-
de que sea debido a que nos rendimos
previamente ante cualquier pretensión
de comprender cómo funciona el circui-
to integrado que da vida a un teléfono
móvil, mientras que la aparente senci-
llez que muestra la mecánica desnuda
de una máquina de escribir nos reta a
descubrir sus secretos, nos hace querer
desmontarla y desentrañar su funciona-
miento.
Sea como fuere, lo cierto es que la cul-
tura contemporánea, con todo el poder
de las nuevas tecnologías a su alcance,
sigue nostálgicamente enamorada de
aquellos simples objetos industriales
previos a la hegemonía digital. Solo así
se explica el sistemático empeño que
tenemos por meter filtros vintage a
nuestras fotos digitales con mayor niti-
dez que la que capta el ojo humano, o
la demanda de vinilos en la época del
mp3. Como no podía ser de otro modo
las series de televisión (sobre todo las
de ciencia ficción) no escapan a esta
nostalgia cultural por la tecnología ob-
soleta, y la explotan de las formas más
curiosas. Vamos a analizar algunas:
Bien es cierto que el Apple II, alojado
en la estación Cisne de la isla de Lost,
no es precisamente un objeto analógi-
co. Sin embargo no deja de ser un apa-
rato tecnológico obsoleto el elegido por
Lindelof, J.J. Abrams y compañía para
mantener el mundo a salvo a través de
la periódica introducción de la celebérri-
ma secuencia numérica que da nombre
21
a esta revista. Curiosamente, las habilidades de este
abuelo del iMac no acababan aquí, ya que también
permitía chatear con un hijo secuestrado, aun cuan-
do éste no tuviera acceso aparente a ningún ciber-
café.
La obsesión de J.J. Abrams por la tecnología obsole-
ta es más que evidente. No solo dedicó toda una pe-
lícula al cinematógrafo de su infancia en los 80, el
Super 8, sino que en todas sus producciones seria-
les podemos apreciar esta constante. En Revolution,
por ejemplo, serie cuyo argumento es precisamente
una reflexión (mejor o peor traída) sobre el papel de
la tecnología en nuestra sociedad, o en su última
producción, Almost Human, donde el coprotagonis-
ta es un androide obsoleto que le da mil vueltas a
sus sucesores actualizados. Este personaje robótico
llega incluso a afimar explícitamente en el Piloto:
“sometimes newer technology isn t better”.
Aunque la referencia más interesante de la nostal-
gia de Abrams en su fascinación por la obsolescen-
cia tecnológica la tenemos en Fringe. Recordarán
que los llamados “Observers” que aparecen en la
serie vienen del futuro, sin embargo no visten de
forma futurista, ni con acuerdo a la moda actual,
Sunshine
MOTEL
MOTEL
ROOM
10
Sunshine
MOTEL
22
sino que, en su intento de parecer in-
temporales, llevan trajes clásicos de
los 50´s. Así mismo, la tecnología que
utilizan estos personajes, alopécicos y
carentes de empatía, dista mucho de
lo que podríamos imaginar del blanco
y brillante futuro que nos han vendido
en los anuncios de lejía; son “cachiva-
ches”, collages construidos con piezas
sobrantes, de estética retrofuturista, o
cyberpunk, al igual que la “máquina”
que Peter utiliza al final de la terce-
ra temporada, o el resto de artilugios
creados por Walter, más cercanos a la
estética de H. G. Wells que a la tecno-
logía aséptica de Minority Report.
Pero sin duda el objeto más fascinante
de la serie es la máquina de escribir
utilizada para comunicarse entre los
dos universos. Este “telégrafo cuán-
tico”, como lo llama Walter, la inexis-
23
tente Selectric 251, sirve para mandar
mensajes al “other side”. Las respues-
tas del interlocutor, en cambio, apare-
cen a través de un espejo, como si de
un Skype al País de las Maravillas de
Alicia se tratara. En Fringe las máquinas
obsoletas “no sólo siguen funcionando
perfectamente sino que parecen conducir
a lugares por los que la tecnología más
avanzada no ha sabido transitar”.
[Miguel Á. Hernandez1]
Aunque en las series estas cualida-
des casi mágicas no siempre están re-
servadas para aparatos tecnológicos,
por muy obsoletos que sean. A veces
pueden ser simples objetos, aparente-
mente mundanos y corrientes, los que
sufran esa fetichización, como en la
olvidada miniserie Lost room. A medio
camino entre Lost y un capitulo de La
dimensión desconocida, la miniserie fan-
tástica de 2006 nos cuenta la historia
24
de una habitación que ya no existe en
nuestra realidad, la habitación número
10 del abandonado motel Sunshine a
las afueras de Gallup, Nuevo México.
El 4 de mayo de 1961 a las 1:20:29,
tuvo lugar “El Evento” o “El Incidente”,
un hecho indeterminado que borró la
habitación y todos sus contenidos de
la historia.
A pesar de que la habitación ya no
existe, aún quedan de ella evidencias
físicas, sobre todo objetuales, que fun-
cionan a modo de reliquias con fasci-
nantes propiedades paranormales.
Valgan estos ejemplos: un peine ca-
paz de detener el tiempo durante diez
segundos, una radio que te permite
crecer 7 cm. si sintonizas la frecuen-
cia adecuada, un reloj de pulsera que
hierve huevos, un ojo de cristal con el
poder de sanar o destruir el tejido hu-
mano, o una llave que utilizada sobre
la cerradura de cualquier puerta per-
mite al acceso a la inexistente habita-
ción perdida.
25
Como la máquina de escribir de Fringe,
esta llave funciona a modo de “mé-
dium”, creando un micropuente entre
nuestro mundo y algún otro, innacesi-
ble de otro modo. Como es lógico, en
la serie muchos son los personajes que
luchan por hacerse con el control de
estos objetos que modifican la reali-
dad como un fallo en Matrix, en torno
a los cuales se crea incluso un culto
religioso.
Y es que la fascinación y fetichización
de los objetos es una costumbre cultu-
ral muy arraigada en nuestra condición
humana. Desde los amuletos ancestra-
les a las propias reliquias religiosas,
siempre ha existido la creencia de que
ciertos objetos poseen poderes que
van más allá de nuestra comprensión.
El mundo del Arte, sin ir más lejos, es
uno de los mejores ejemplos de explo-
ración de las cualidades metafísicas de
los objetos (representados y físicos).
Las primeras pinturas medievales, por
ejemplo, funcionaban a modo de reli-
quias con capacidades sobrenaturales.
Como así relata la leyenda del mand-
ylion, aquel mítico retrato del rostro de
Cristo, impreso milagrosamente sobre
el lienzo sin intervención humana, ca-
paz de sanar como si del propio Jesu-
cristo se tratara. Más tarde, los pinto-
res de bodegones otorgaron un valor
simbólico a los objetos representados,
mostrándonos que lo que veíamos
eran mucho más que simples objetos
cotidianos.
Ya en el siglo XX, los ready-mades
duchampianos demostraron que los
objetos obsoletos podían además po-
seer cualidades artísticas. A partir de
Duchamp, los objetos desprovistos de
su función original, resucitaban para
cumplir una segunda vida, estética.
Pero fueron los surrealistas aun más
allá, llevando los objetos encontrados
a otra dimensión, afirmando que estos
26
podían ser literalmente sur-réalistes, esto es, más reales y detallados que la
propia realidad.
Todas estas referencias confluyen, inevitablemente, en la ficción televisiva,
haciendo de los objetos mucho más que simple atrezo, convirtiéndolos casi
en personajes, con valor sustancial sobre la trama y, a veces, atribuyéndoles
capacidades sobrenaturales.
Las series explotan también nuestra relación emocional con la tecnología ob-
soleta, su capacidad para arrastrarnos a una nostalgia confortable, ya que,
aunque su función original haya caducado, ahora la utilizamos para tratar de
comprender y atarnos a nuestro presente. Como el protagonista de Rectify,
nos aferramos nostálgicamente a los recuerdos que nos genera esa consola
de nuestra infancia, o nuestro primer walkman, buscando estabilidad en este
mundo cambiante en continua obsolescencia.
@Sickmonkeys
1. Miguel Á. Hernández-Navarro - Tecnologías de segunda mano I: Fringe y los
límites de la melancolía. www.salonkritik.net
27
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29
LA ELEGANCIA COMO IMPOSTURA
DON DRAPER:
Por Jesús Villaverde Sánchez
@jesusvs_txetxu
30
Explica Tom Ford que cuando siente que todo puede ir mal se viste un traje
a medida. Y ya está, no le hace falta nada más para recuperar su seguridad
que cepillar sus zapatos, anudarse la corbata y meterse dentro de la cha-
queta y los pantalones. (Apunten el secreto, que no les cobro; el elegante
Tom es amigo).
El traje supone en muchas ocasiones una coraza insalvable, un muro de
contención que pone distancia entre el que lo viste y el mundo al que se
enfrenta o ha de enfrentarse. De ahí su efecto balsámico. No importa que
aquel que se esconde dentro de la prenda sea un nido de inseguridades; en
el momento que salga a la calle, a los ojos del resto de mortales, tendrá esa
irresistible apariencia de “hombre bien”.
La serie Mad Men podría ser un buen ejemplo de
esto que os cuento desde el comienzo del primer
episodio. Don Draper está sentado en un club,
portando su inconfundible traje gris con el pa-
ñuelo blanco. Se encuentra bebiendo un cóctel
y fumando pausadamente uno de sus cigarrillos
mientras, en una servilleta, esboza un copy para
la campaña publicitaria de Lucky Strike. ¿Qué
quieren las mujeres? O algo en esa línea.
El inicio de la serie nos pone en situación y nos
muestra varios de los elementos principales,
varios de los pilares en los que se apoyará la
producción en adelante: tabaco, alcohol, trajes
elegantes, advertising, que suena mucho mejor que publicidad… y mujeres.
Porque desde ese momento se patenta el rol que va a tener la mujer en la
serie, que viene dado por la época que representa, aunque junto con el de-
sarrollo la mujer va ganando enteros.
Sin embargo, y como el dicho popular dice –y todo el mundo sabe que ha-
cer caso a los dichos es tan de hombre bien como llevar puesto el traje de
Draper-: las apariencias engañan. Y vaya que sí lo hacen.
“Si no te gusta
el discurso,
cambia la
conversación”
Don Draper
31
Bajo esa apariencia de bogart elegan-
te se esconde mucho más de lo que se
muestra. Todo en Don Draper es una
gran mentira. Tanto su pasado como su
presente lo son. El uno por inexistencia
u omisión, el otro por impostura. Como
buen creativo publicitario –dicen que
el mejor de Mad(ison) Avenue- Don
sabe vender la imagen de sí mismo que
quiere transmitir. Para ello aparca todo
lo demás cuando, cada mañana, aban-
dona su apacible hogar para adentrarse
en la selva de edificios altos de Nueva
York, donde se sitúa su oficina.
En seguida percibimos el juego de do-
ble cara en el que Don se desplaza con
soltura: de puertas para dentro, en el
hogar, la de marido y padre ejemplar,
al que las amigas de su
mujer Betty veneran; y de
puertas para afuera, en
horario de oficina, la de
amante, mujeriego y hom-
bre de pocos escrúpulos.
Pero, eso sí, mantenien-
do la elegancia y la com-
postura por encima de la
impostura. O como una
suerte de solapamiento.
Es uno de los rasgos que
le caracterizan.
No obstante, pronto descubriremos,
mediante unos flashbacks memoriales,
que ese juego de doble cara esconde
un baile de máscaras y dobles identida-
des que Don arrastra consigo desde un
convulso pasado que parece no querer
recordar.
Don Draper no ha sido siempre el hom-
bre que es ahora. Ni siquiera siempre
se llamó Donald Draper. Al final de la
primera temporada podemos ver que
antes respondía al nombre de Dick
Whitman. Incluso le veremos dar la es-
palda a ese pasado de forma evidente
y ciertamente cuestionable cuando se
desentiende de su hermano Adam.
Dick era hijo de una prostituta que fa-
lleció en el parto. Desde entonces se
crio en una granja con su padre, has-
32
ta que éste murió. La mujer del padre,
madrastra de Dick, sólo veía en el chi-
co el resultado de la infidelidad de su
marido y no desaprovechaba ninguna
oportunidad para recordarle que sólo
era el hijo de una puta y nunca lo que-
rría como su hijo. Para lanzarlo fuera
del nido familiar, aunque fuese sólo
mediante la palabra.
Durante la guerra de Corea el hombre
que batallaba con él muere en com-
bate, pero cuando registran la baja él
cambia las placas identificativas. Ha
muerto Dick Whitman y con él se en-
tierra la relación con su familia y lo que
será el pasado oculto del futuro Don.
Sobra explicar que el fallecido real es
Draper, de quien toma el nombre nues-
tro protagonista.
En ese instante comienza la nueva vida
de Don. Una vida que precisa de una
coraza que fortalezca cada una de las
debilidades del antiguo Dick. Vemos
como cada día se viste con la identidad
de otro y se calza los zapatos de otra
persona. Pero, para aclarar posibles du-
das, a pesar de todo, vemos que Don
no es una mala persona. O al menos no
lo es del todo. La ambigüedad inheren-
te a la teleficción contemporánea está
servida.
Asistimos poco a poco a la forma en
la que se encarga de la vida anterior
del Draper real, llegando incluso a
entablar una sólida relación de
amistad –posiblemente la única
amistad real que llegue a tener
Don- con la mujer del difunto,
a la que mantiene como si fue-
se realmente su marido, del que
sigue portando el nombre, y la
visita regularmente. Pero sólo
ella, nadie más, sabe su secreto.
Él lo ha decidido así y así será.
Anna, la mujer del antiguo Draper, se
convierte en la única persona que co-
noce el secreto de Don. Por eso, en
esos breaks en los que éste se escapa a
California y convive con ella se mues-
tra relajado y mucho más distendido.
A ella le muestra su verdadero rostro;
sabe quién es él y no tiene por qué es-
forzarse en mantenerse oculto a todas
horas. Por eso cuando Anna fallece
Don sufre una importante y aguda cri-
sis de identidad. En el 4x07, The suit-
33
case –tal vez el mejor episodio de la
serie-, le vemos completamente perdi-
do, abatido, tan hundido como nunca
le habíamos conocido antes. Sabe que
debe devolver la llamada a la sobri-
na de Anna, pero no se atreve: conoce
perfectamente cuál es la noticia que
va a recibir y no quiere escucharla.
La muerte de Anna significa el final
de la única persona con la que Don
se muestra tal como es. El final de
aquella vida que un
día tuvo, de la que
los remordimientos
le impiden desen-
tenderse por com-
pleto. “Era la única
que sabía quién soy
yo” le confiesa a Pe-
ggy Olson, su pupila
en Sterling Cooper,
poco antes de una
memorable borrachera en el citado
capítulo.
Don utiliza la elegancia como una
reafirmación de sí mismo, de ese yo
que interiormente sabe que no es.
En definitiva, como una impostura.
Mientras nadie sepa quién es Don,
su antigua identidad, la de Dick
Whitman, permanecerá en un
cajón bajo llave y en forma de
fotografías y algunas cartas. Por
eso cuando el desesperante Pete
Campbell husmea y empieza a atar
cabos, Don comienza a minusvalorarle
–aún más- a la mínima oportunidad,
sin importarle enfangarse hasta el
cuello por salvaguardar su espalda.
Pero un cajón no puede permanecer
cerrado eternamente y, al final,
Betty, su mujer, sospechando una
infidelidad, abrirá la caja de Pandora.
La verdad sobre la identidad de Don
que encuentra en ese cajón bajo llave
supone la gota que colma el vaso a la
hora de romper el matrimonio.
Pero volvamos con Don; tras superar
la muerte de Anna, la crisis de iden-
tidad y los ataques de pánico que le
ocasiona, Draper se casa con su secre-
taria Megan, después de permanecer
una temporada soltero y sin compro-
miso. Por momentos Megan parece
ser la horma de su zapato, su media
naranja; la compenetración que se ve
entre los dos parece dar a entender
que esta mujer es la auténtica miss
Draper. En el principio de la quinta
34
temporada podemos ver cómo Megan ya
conoce el secreto de Don cuando le llama
Dick en una ocasión y este no se inmuta;
es decir, sabe mucho más de lo que nun-
ca supo su antigua mujer Betty en mucho
menos tiempo. Se puede intuir, gracias a
ese movimiento de piezas, que Don ha de-
cidido aparcar su secreto para no cometer
los mismos errores que le castigaron en
su pasado reciente. Entendemos que el
publicista ve en Megan a la sustituta de
Anna, lo que significaría que ella es la úni-
ca persona con la que no quiere guardar
secretos. El hecho de que Draper aparque
sus escarceos e infidelidades durante toda
la quinta temporada parece corroborar esa
complicidad y devoción única a Megan. El
(nuevo) matrimonio es un éxito, o lo pa-
rece (ya sabéis, las apariencias engañan,
y en Mad Men aun más). Así llegamos al
final de la temporada, cuando Don se en-
cuentra en la barra de un bar y una mujer
le aborda: “¿Estás solo?”. La mueca de Don
nos deja la duda de qué contestará. ¿Vol-
verá a las andadas? Cliffhanger, final de
temporada y respuesta que veremos en el
comienzo de la sexta: Don nos ha vuelto
a mentir.
Para concluir este artículo, podría decir
que, pese a no consumarse nunca en una
relación carnal, o quizás precisamente por
ese motivo, Anna es la única mujer a la
que Don Draper ama incondicionalmente
y por encima de todas las cosas. La única
con la que muestra su verdadera cara, la
única con la que sonríe sin preocupacio-
nes, la única a la que le habla de su matri-
monio, sus líos y su familia. La única.
Y así queda escrito, con su verdadero nom-
bre, en esa simbólica pared que pintan
juntos en su casa de California, cuando él
ya sabe que está enferma. Dick + Anna’ 64
para el resto de los días. De igual manera
que lo refleja una conversación con Sally
en la que le explica esa pintada o el poé-
tico final de la sexta temporada en el que,
tras una época de caída libre, con Megan
ya distanciada y como el único persona-
je inmaculado de la serie, Don lleva a sus
tres hijos: Sally, Bobby y Gene, a la puerta
del prostíbulo en el que se crio. “Aquí es
donde crecí” se sincera ante la mirada ató-
nita de Sally, el verdadero catalizador de
la mentira de Draper a lo largo de toda la
serie. ¿Y por qué lo hace? Sobre todo, ¿por
qué lo hace en ese preciso momento? La
respuesta es sencilla: porque Don necesi-
ta a su lado, al menos, una persona que
conozca su verdadera identidad, que sepa
quién es Dick Whitman, que actúe como
vía de escape; un hilo de conexión con ese
pasado que le atormenta, con ese solda-
do, con su hermano Adam o con la propia
Anna. Para no vivir para siempre en la im-
postura que supone ese constante juego
del otro.
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37
EMPATIZAR CON EL OTRO
Por Jorge Dueñas Villamiel
@Sickmonkeys
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Le ocurre a John Snow con Ygritte, a Olivia
Dunham con AlterOlive, o al teniente Brody
con Abu Nazir. No son pocas las tramas serié-
filas en las que los protagonistas (nosotros)
acaban empatizando con los que en un princi-
pio eran enemigos (los otros). Quizás la serie
que más ha indagado en este proceso de em-
patía con la alteridad sea Lost, en la que pre-
cisamente “los otros” no podían llamarse de
otra forma, “los otros”, y aunque en un princi-
pio parecían el reflejo especular de nuestros
protagonistas, un giro de guión en la quinta
temporada nos revela que “estos” y “los otros”
eran los mismos desde un principio. Brillante.
También es interesante el enfoque de este
tema que se hace en Fringe. El descubrimien-
to de que hay otro universo donde existen
copias nuestras debe ser un shock impor-
tante que debe hacer que nos planteemos
muchas preguntas acerca de quiénes somos,
o de quién es el verdadero yo, yo o el otro.
Así ocurre en Another Earth, película indie con
un planteamiento similar. En Fringe, sin em-
bargo, se deja muy claro desde el principio
que “nuestro universo” es el bueno, y Olivia
es “nuestra Olivia” mientras que la otra es la
alternativa. Sin embargo, esta división espe-
cular entre unos y otros se rompe en pedazos
en el momento en el que Peter descubre que
en realidad no pertenece a este universo, sino
que viene de “over there”. ¿Es entonces Peter
uno de los nuestros o de los otros? ¿Uno es de
donde viene, o de donde se cría? Cuestión de
perspectivas.
Algo similar ocurre en Superman Red Son, la
novela gráfica de Mark Millar que parte de un
planteamiento aparentemente sencillo, pero
altamente interesante. La nave espacial que
trae al bebé superman a la tierra llega con re-
traso, por lo que en vez de aterrizar en Kansas
39
(EEUU) lo hace en plena URSS. ¿Consecuen-
cia? El icono americano por definición acaba
siendo un ferviente camarada servidor del ré-
gimen estalinista y el mundo acaba por unirse
en un único estado comunista, con la excep-
ción de EEUU. “Nosotros” o “los otros”, es tan
sólo una cuestión de perspectiva y azar.
Retomando el tema de la guerra fría no po-
demos dejar pasar por alto The Americans. La
serie de FX nos presenta a unos espías de la
KGB en los ochenta, que llevan veinte años
infiltrados como modélicos ciudadanos ame-
ricanos. Volvemos a la misma cuestión, des-
pués de tanto tiempo en territorio enemigo,
es inevitable acabar sintiendo cierta empatía
por aquellos a los que se supone que debes
odiar. En este caso será Philip, el hombre de la
pareja, aquel al que más dudas de identidad
se le planteen. Philip, como el teniente Brody
en Homeland, se cae del caballo y se da cuen-
ta de la manipulación que ha sufrido, de los
excesos de su gobierno y de que “los otros” no
son tan malos como se los pintaban.
Por último hablemos de The Bridge, remake
americano de la sueca Bron/Broen, y que ac-
tualmente cuenta con otro remake anglo-fran-
cés. La serie plantea el caso de un cadáver
encontrado justo en el límite fronterizo en-
tre dos países. Lo que al principio se plantea
como un problema de jurisdicción policial, se
acaba convirtiendo en un enfrentamiento en-
tre dos culturas distintas, dos formas de en-
tender el mundo opuestas, divididas tan sólo
por una imaginaria línea arbitraria, y ahora
obligadas a entenderse y cooperar para en-
contrar al asesino.
Sin duda el caso de Estados Unidos / Méxi-
co es el más interesante, pues es donde las
evidencias culturales y sociales están más
acentuadas. El amistoso, anárquico y poco
ortodoxo Marco Ruiz se ve obligado a traba-
jar junto a la obsesiva, meticulosa y autista
Sonya Cross. La serie se desvela así como un
ejercicio de dialéctica, entendida (según Wi-
kipedia) como teoría de los contrapuestos en
las cosas o en los conceptos, así como la de-
tección y superación de estos contrapuestos.
The Bridge nos muestra que a pesar de vivir
en un mundo que pensamos globalizado, un
simple puente puede significar un abismo
entre dos culturas completamente distintas,
incluso opuestas. Nacer a un lado o a otro del
puente es una cuestión meramente azarosa
que determina todo lo que te define. Pero al
mismo tiempo la serie también nos enseña
que a pesar de las diferencias iniciales, basta
con rascar un poco para encontrar afinidades,
y descubrir que, en el fondo, “los otros” somos
nosotros mismos.
“Je est un autre” (Yo soy otro)
Arthur Rimbaud
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LA V I D A E N T R E
LO S A P O S E N TO S
D E TÁ N ATO S
Por José Miguel Pardo Sánchez
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Decir A dos metros bajo tierra es mencionar una de las mejores series de televisión, la
cual ayudó a configurar las nuevas pautas en la ficción catódica, así como una de las
predecesoras de la llamada Edad Dorada de este formato. Forma parte de la Santísima
Trinidad de la HBO, junto con The Wire y Los Soprano. Se puede comparar a un producto
de alta literatura, un libro que explora los recovecos de la existencia humana a partir
de personajes aparentemente normales. Por ello, A dos metros bajo tierra es la serie
de personajes por excelencia. Precisamente en dichos personajes voy a focalizar mi
desglose de la serie. Más allá de los Fisher hay un genial elenco de secundarios. Sin
restarles importancia, no serán descritos en este artículo. A continuación, la disección
de la intrincada familia Fisher, ésa que para los que los hemos conocido queremos
como la nuestra.
Si hay un personaje que se puede considerar más protagonista, ese es Nate (interpre-
tado magistralmente por Peter Krause), el hijo mayor. De 35 años de edad al inicio de
la serie, es extrovertido y simpático, y sus principales aficiones son la música rock y
el deporte. Tiene actitud de donjuán involuntario y una mentalidad abierta. Además,
refleja una empatía natural hacia sus congéneres. Sin embargo, detrás de una máscara
de aparente naturalidad se esconde un ser atormentado. Al contrario que David, su
hermano, Nate decidió volar de casa al alcanzar la edad universitaria, desentendién-
dose sin remordimientos de la funeraria, el negocio familiar que debía heredar. Se fue
a Seattle, volviendo a casa sólo en ocasiones especiales. Prueba de este desentendi-
miento y esa evasión de su vida pasada es el hecho de que casi no conozca a su her-
mana pequeña, Claire, la cual era una recién nacida cuando dejó el hogar familiar. La
vida en Seattle, no obstante, no era del todo satisfactoria para Nate: no tenía el trabajo
que deseaba y su vida sentimental no dejaba de dar bandazos. Con 35 años no había
estabilizado su vida. Ese sentimiento de ser un descarriado es lo que moldea a Nate
a lo largo de la serie. A pesar de haber esquivado la realidad durante tanto tiempo, la
vuelta al hogar familiar y el hacerse con el control de la funeraria tras la muerte de su
N AT E
42
padre despiertan todas estas inseguridades en Nate. Se da cuenta de que vive
sumergido en la infelicidad. Siente que no ha encontrado su hueco en el mun-
do. La figurada valentía del personaje da paso a una sensación de cobardía
ante decisiones capitales. Cuando debe enfrentarse al sufrimiento diario de
otras personas es cuando se da cuenta de su propia insatisfacción. La Muerte,
eso que marcó su infancia y le hizo querer dejar su hogar, ahora le plantea una
traba existencial y le obliga a reformular su propia vida, a orientarla a ser feliz.
Y a intentar hacer felices a los suyos. Y es que otra de las quimeras de Nate
es su pasotismo, su descuido de las relaciones personales, su insensibilidad.
Buscar TU propia felicidad no supone hacerlo de una forma egoísta. Nuestro
estado de ánimo depende del de nuestros seres queridos. Tarde o temprano,
al igual que Nate, te invade la sensación de estar descontento con el mundo a
pesar de poder tenerlo todo.
“Sólo te digo que no hay más que una vida. No hay Dios, ni reglas, ni juicios
más que los que tú aceptes o crees para ti misma. Y, cuando se acaba, se acaba.
Duermes por toda la eternidad. Sé feliz mientras estés aquí. De verdad, ¿por
qué no?”
El mediano de los tres hermanos, David (al que da vida Michael C. Hall, nues-
tro querido Dexter), es un homosexual reprimido y conservador. Al contrario
que Nate, no fue capaz de desvincularse del negocio familiar. Por ello, tras la
muerte del patriarca en el piloto, David es el que asume una mayor responsa-
bilidad en la funeraria. Esta implicación, en contra de su voluntad (él quería
estudiar Derecho), hace que se desate su ira cuando la herencia de propiedad
del negocio recaiga a partes iguales sobre Nate y él. Así pues, la relación en-
tre ambos hermanos es inicialmente fría. David, al contrario que Nate, se nos
muestra al comienzo como un personaje muy raro, y posteriormente adquiere
una estabilidad que lo revela como alguien más común de lo que puede pa-
recer. La represión que le ha supuesto esconder su homosexualidad ocasiona
que, una vez liberado de esa carga emocional, sufra un abuso de bravura. El
D AV I D
43
44
destape del tabú le lleva a cometer imprudencias que ponen en peligro su propia
vida. Esto está acentuado, no sólo por el silenciamiento de su condición sexual,
sino también por el nombrado conservadurismo. Se trata de un feligrés asiduo de
su parroquia, y creyente, y como tal queda decepcionado ante la respuesta de la
Iglesia ante su homosexualidad. El punto definitivo de inflexión para este perso-
naje llega cuando ve la muerte muy de cerca. Esta vivencia le deja un trauma que
lo acompañará durante mucho tiempo. Es, sin duda, el personaje que atraviesa
más momentos de oscuridad. Cuando algo parece bonito, la realidad le abofetea.
La depresión post-traumática que sufre David es origen de una de las escenas más
bellas, en la cual se encuentra conversando con su fallecido padre:
“-Ni siquiera estás agradecido.
-¿Agradecido? ¿Por la peor experiencia de mi vida?
-Te agarras a tu sufrimiento como si significase algo. Como si mereciese la pena. Y
no merece la pena, olvídalo. Las posibilidades son infinitas y tú sólo te lamentas.
-¿Y qué es lo que tengo que hacer?
-¿Tú qué crees? Puedes hacer lo que quieras, idiota. ¡Estás vivo! ¿Qué es un poco
de sufrimiento comparado con eso?
-No puede ser tan simple.
-¿Y si lo es…?”
Claire, la menor de los Fisher (encarnada por Lauren Ambrose), se encuentra entre
las creaciones más hipsters de la televisión. La diferencia de edad con sus her-
manos la sitúan en un plano muy diferente, y de ella se nos muestran sus últimos
años en el instituto y el salto a la Universidad. La atmósfera fúnebre también ha
marcado su infancia. Posee un humor muy oscuro y no quiere hacerse cargo de
ningún aspecto del negocio. Al fin y al cabo, se trata de una adolescente todavía.
No obstante, el ambiente familiar tan disfuncional y oscuro también aceleran su
transición a la juventud, y en su entorno académico muestra más sentido común
que el resto de sus compañeros. Su comportamiento irresponsable es más bien
fruto del descontento con el mundo que le rodea. Claire rehúye todo lo mains-
tream. Al igual que sus hermanos sólo trata de ser feliz. No es fruto de la casua-
lidad. Todos ellos han sido criados bajo el mismo techo y su lidia diaria con la
C LA I R E
45
muerte y el sufrimiento de otras personas ahonda profundamente este sentir en
todos ellos. Resulta interesante que, cuando se da cuenta de las desdichas de sus
hermanos mayores, intenta evitar a toda costa llegar a la misma situación que
ellos. No tiene reparos en expresar sus sentimientos (contrariamente a David) y
no está dispuesta a vivir una vida que no es la que realmente quiera (contraria-
mente a Nate). El desarrollo de este personaje es bastante tortuoso, con altibajos
emocionales y caminos emprendidos pero súbitamente interrumpidos. Tras mu-
chas tentativas se nos muestra a la Claire más madura. Y no sólo se percibe en
las propias acciones del personaje, sino que sus hermanos sienten que pueden
tratarla de tú a tú. De hecho, algunos de los momentos más emotivos de la serie
son los encuentros de los tres hermanos para darse apoyo mutuo. En Claire tam-
bién se ejemplifica la importancia de la toma de decisiones trascendentales. La
percepción del paso del tiempo es algo que también está presente a lo largo de
toda la serie. Y en Claire, personaje que sufre una notable evolución temporada
tras temporada, esto se hace más fuerte.
“-Os quiero hacer una foto a todos.
-No puedes fotografiar algo que ya ha acabado.”
Ruth, la madre de los Fisher (representada por Frances Conroy), sufre las mismas
desdichas que sus hijos, comparte sufrimientos y, además, desde la perspectiva de
una mujer más experimentada y curtida en todo tipo de vicisitudes. Pese a ello,
quedar viuda de forma prematura es un golpe difícil de encajar, y la consecuencia
para Ruth es entrar en un estado de inopia. En tal circunstancia conviven la depre-
sión y la locura. Este trastorno hace que Ruth sea protagonista del mayor número
de alucinaciones y escenas surrealistas, marca de la casa de esta serie. Ruth se
encuentra totalmente anclada al hogar familiar tras la muerte de Nathaniel, su
marido. La resignación inicial viene seguida por cambios drásticos en la existencia
de Ruth. Esa presión por el cambio se hace más fuerte en ella, ya que se trata de
un ama de casa tradicional, que abraza cálidamente la estabilidad y se muestra
reticente ante cualquier suceso que desvíe su rutina. Los actos de Ruth se tor-
R U T H
46
nan por momentos inexplicables. En fin, el comportamiento de una persona
hundida y que se sabe a sí misma débil. No obstante, aunque no logra una
estabilidad emocional permanente, sabe convivir con lo que le rodea, sabo-
reando los buenos momentos. La forma de ser de sus hijos se presenta como
una extensión de la educación recibida en el hogar de los Fisher. La vida no
te lo va a poner fácil y hay que afrontar cualquier trance por espinoso que
éste sea. Esa forma de plantar batalla a los problemas de forma realista es
un factor común en toda la familia, y es resultado de una convivencia con el
padecimiento diario del prójimo.
“-Siempre hemos estado aferrados desesperadamente al pasado, ¿y por qué?
-Porque entonces teníamos esperanzas.”
Como conclusión, esta serie trata sobre la vida y la muerte. La funeraria es
un simple catalizador de las emociones de los personajes. Aunque deseen
evadirse de los sentimientos directos, su obligación es condescender con los
clientes, los verdaderos afectados. Esto supone vivir un reto continuo: estar
preparado para un momento doloroso. Sin embargo, se nutren de ese desfile
diario de funestas emociones para saber darle importancia a la vida. Cuando
muere un ser querido, hay un punto de inflexión en tu vida. Por tanto, no se
me ocurre una serie que narre con tanto realismo la importancia de este ca-
mino. Al fin y al cabo, como dijo el gran Alberto Rey: “A dos metros bajo tierra
es, ni más ni menos, un conjunto de personas buscando la felicidad”.
Viva Alan Ball y lo que parió.
@JM_biotech
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48
CÓMO LOS CUENTOS SE CONVIRTIERON
EN MITOS DE LA VIDA MODERNA
Por Leticia Martín-Fuertes Moreno
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Los cuentos de Grimm y Andersen son los
verdaderos protagonistas de Once Upon a
Time: podría parecer sorprendente que toda-
vía gusten unas historias como estas, que no
son para nada nuevas, y lo podemos achacar
como siempre a la poca originalidad de las
productoras y su saber hacer en materia de
reciclaje. Sin embargo, es curioso cómo los
guionistas han dado a los cuentos tratamien-
to de mitos.
Mitos y cuentos son tipos de narraciones que
los expertos han estado siempre intentando
distinguir, y aún no existe consenso al respec-
to. Es difícil trazar la línea divisoria, pero en
general puede decirse que los elementos que
mitos y cuentos de todas las culturas tienen
en común son la popularidad, es decir, todos
los miembros de la sociedad los conocen, y el
lado mágico, fantástico, irreal que caracteriza
a ambos tipos de narraciones. Las diferencias
que suelen esgrimirse, a grandes rasgos, son
algo más sutiles: la naturaleza de los prota-
gonistas (los de los mitos son dioses o héroes,
mientras que los de los cuentos son morta-
les), la función del relato (la de los mitos es
ejemplificante y etiológica, la de los cuentos
es principalmente recreativa) y su carácter
(sagrado en el caso de los mitos, pagano en el
de los cuentos).
“El mito es un relato, una narra-
ción, que puede contener ele-
mentos simbólicos, pero que,
frente a los símbolos o a las imá-
genes de carácter puntual, se
caracteriza por presentar una
«historia». Este relato viene de
tiempos atrás y es conocido de
muchos, y aceptado y transmiti-
do de generación en generación.
Es lo contrario de los relatos in-
ventados o de las ficciones mo-
mentáneas. Los mitos son «his-
torias de la tribu» y viven «en
el país de la memoria» comuni-
taria. La tradición mítica es un
fenómeno social que puede pre-
sentar variaciones culturales no-
tables, pero que existe siempre.”
Carlos García Gual,
Introducción a la mitología griega
Sin embargo, hay que tener en cuenta que
por mucho que los mitos tengan un carácter
ONCE UPON A TIME..
50
sagrado, en la religión griega antigua los sa-
cerdotes no tenían la tarea de transmitir estos
mitos ni mucho menos de conservarlos. No
existía para ellos un libro sagrado incorrupti-
ble, como sí ocurre en las religiones semitas
con la Biblia o el Corán. Los encargados de
transmitir los mitos griegos eran los poetas,
que se inspiraban en la tradición pero podían
cambiar sustancialmente el relato original.
Por ejemplo, pensemos en el mito de Fedra e
Hipólito. En el Hipólito de Eurípides, Fedra se
enamora de su hijastro Hipólito, y cuando se
entera de que su nodriza se lo ha contado a
este, se suicida. Pero deja una nota a su mari-
do, Teseo, en la que se inventa que Hipólito la
ha intentado violar. Entonces Teseo destierra
a su hijo y pide a su padre, Posidón, que le
castigue, y la obra se cierra con un mensa-
jero contando cómo Hipólito muere por un
toro que surge de las olas del mar y arremete
contra su carro. A Eurípides, a quien se consi-
dera el más moderno de los trágicos griegos
por su profundización en la psicología de los
personajes, le interesa que tanto Fedra como
Hipólito sufran una muerte violenta, pues es
su forma de hacer reflexionar al espectador
sobre los extremos que hay que evitar en la
vida: tanto la pasión amorosa desmesurada de
Fedra como la total apatía sexual de Hipólito.
En las Metamorfosis de Ovidio, encontramos al
propio Hipólito relatando su desgraciada vida:
aunque no especifica cómo lo había acusado
Fedra, duda de si lo hizo por miedo a que la
delatara o por venganza por haberla rechaza-
do. Esto inclina a pensar que en la versión de
Ovidio, la madrastra no se habría suicidado (o
no lo hace inmediatamente después de acu-
sarle). Además, el autor latino introduce una
variedad: la diosa Dia-
na concede a Hipólito
la vuelta de los In-
fiernos, cambiándole
el nombre. Ovidio ya
no está escribiendo
una obra teatral sino
un poema con conti-
nuidad, en el que el
tema recurrente es la
transformación: todos
los personajes expe-
rimentan un cambio
de estado. Por eso
no importa cómo lo
acusa Fedra; lo que le
interesa es la meta-
morfosis de Hipólito.
Séneca retoma de
nuevo este mito en
su tragedia Fedra. En
esta ocasión, Fedra es
un personaje mucho
más inteligente que la Fedra de Eurípides. Es
ella misma quien le confiesa su amor a Hipó-
lito, y también la que le acusa ante Teseo de
haberla forzado. Es después de que Hipólito
51
muera, por sentimiento de culpa y no por pu-
dor, por lo que se suicida. Séneca tuvo que
adaptar el mito a su tiempo, ya que los roma-
nos de su época no se habrían identificado
con la pasiva Fedra de Eurípides.
Ya hemos visto que una
de las cosas que dife-
rencia a los mitos de
los cuentos es que son
reescritos, reinterpre-
tados constantemente
según las necesidades
del creador, y todas las
versiones son válidas.
Así, Once Upon a Time
también toma historias
que ya todos conoce-
mos, solo que, en este
caso, los cuentos po-
pulares, y les da una
vuelta de tuerca. Así es
como se puede permitir
cambiar tan drástica-
mente los elementos
de esas historias, por-
que las tenemos tan
arraigadas en nuestras
mentes que no dejamos
de reconocerlas, no po-
demos no hacerlo. Aunque nos presenten una
Blancanieves ágil y luchadora, la reconoce-
mos como la que introdujo Disney en nuestra
niñez, porque la característica que la distin-
gue es su honradez. Aunque a Rumpelstilts-
kin ya le tengamos localizado en el universo
de personajes de los hermanos Grimm, pue-
de ser también la Bestia si solo Bella ve algo
bueno en él, y si persigue incansablemente al
capitán Garfio y es la causa de que este solo
tenga una mano, no puede ser otro que el co-
codrilo, sin que haga falta que nos lo digan.
También hay mucho de adaptación a los tiem-
pos modernos en Once Upon a Time. En gene-
ral, hay un gran cambio en la actitud de los
personajes ante lo que les ocurre: subyace
siempre la idea de que cada uno se forja su
propio destino. ¿Quién cree actualmente en
un destino concreto y cerrado? Se nota espe-
cialmente en los personajes femeninos, que
originalmente eran mucho más pasivos y de-
bían ser adaptados a un mundo en que em-
pieza a imperar el feminismo.
Como de costumbre, nada nuevo bajo el sol:
pero al menos resulta irónico que los cuentos,
que siempre se han intentado separar tanto
de los mitos, hayan demostrado que sirven
como unos mitos modernos en los que to-
davía podemos reflejarnos, y que los mismos
mecanismos que hace cientos de años utiliza-
ban los mitógrafos grecolatinos siguen fun-
cionando con la misma eficacia.
@nimbusaeta
52
Hay miles de motivos por los cuales una se-
rie en concreto nos “engancha”. Tantos que no
sabría por dónde empezar a enumerarlos. Sin
embargo, siempre habrá muchas maneras de
ver las cosas pero solo hay una que es me-
jor que las demás. Cuando una película se
te hace corta o una serie demasiado larga es
el resultado de variables mal aplicadas cuya
constante será la profundidad de los persona-
jes principales. De este modo, por lo pronto,
me voy a quedar con la proyección que hace-
mos de nosotros mismos en estos personajes
de nuestras series favoritas, porque, sí, les ob-
servamos prácticamente tomando nota como
si fuera una especie de futuro no muy lejano
para el cual debiéramos estar preparados. O
más bien al revés porque ¡allá vamos noso-
tros!
En ocasiones -confesad bribones- sentimos
tanta empatía mientras observamos lo que
ocurre que parece que nos están acarician-
do a nosotros, o que su éxito es a la vez el
nuestro. Sólo entonces bajas la pantalla del
portátil para hacer algo con tu vida, la real de
la que has estado consumiendo 20 o 40 mi-
nutos (como mínimo) sintiéndote otro. Y para
colmo tardas unos segundos en reaccionar
hasta volver a ser consciente de quien eres.
Pas mal. Siempre es bueno viajar y que de vez
en cuando te recuerden a dónde te gustaría
llegar, ese algo que dejaste a medias o te des-
pierten un deseo escondido.
Por este motivo, más allá del guión, el tras-
fondo del personaje tiene la gran misión de
conectar con nosotros, que nos preocupemos
por él, que nos veamos reflejados en el espejo
de su dormitorio, entendiendo como lidia con
su presente para enfrentarse al futuro. Y es
que yo siempre creí que las grandes ideas por
más irreales que sean, nacen de nosotros por-
que alguien ya lo tuvo que vivir antes. Estos
alabados productores de episodios, creadores
de nuevas vidas, que nos exponen indirecta-
mente nuestras posibilidades a detalle.
DE MAYOR QUIERO SER VOYEUR
MARÍA OLIVA TOREZANO
@mi_mot
ESTILO
RECONOCIMIENTO
FAMILIADESEO
AMORAMISTAD
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54
LA FÁBRICA EPISODIO II (PRIMERA PARTE)Por Nacho Bibián
Hola, chicos, soy Katy.
Que me ha pedido mi hijo que
os envíe la cinta del contes-
tador y que vosotros ya sabríais
qué hacer, que tenéis que tradu-
cirla o algo así para la revista. Que
me dice que está muy ocupado vien- do series y
no tiene tiempo para escribir el artículo que le habéis encar-
gado. Mira, de verdad, la madre que lo parió, que soy yo, qué disgusto
tengo, que para estar todo el día haciendo el vago ya podría volverse a casa, a su
país, que a ver cómo pretende que yo esté tranquila, que a saber si come bien o no, seguro que
todo de comida rápida y de precocinado y de frito y luego verás como se ponga malo, quién le
va a cuidar, claro, porque a ver, si no se separa del ordenador, que no hace otra cosa en todo
el día, no sé quién le va a cuidar. Que me dice él siempre que bueno, que si está todo el rato
en el ordenador es porque hace muchas cosas, que si lee, que si ve la televisión, que si trabaja,
que si escribe, que si se relaciona. Pero que eso dice él, porque yo lo único que sé es que está
frente a la pantallita y tecleando a ratos, vamos, que no sé yo cuántas cosas distintas podrá
hacer para que siempre parezca que hace lo mismo. Y no me hace ni caso. El pobre me dice que
desde que volvió del sitio ese al que le invitaron no para de ver series, que está muy ocupado,
que no puede evitarlo. ¡Y encima no tiene su almohada! Ay, qué susto me dio con la llamada,
qué cosa más rara y yo sin entender nada, claro, qué susto, imaginaos. Porque ya es raro que
me llamé desde allí con lo caro que sale y además al teléfono de casa. Dice que vaya suerte ha
tenido por haber instalado el contestador cuando vino de visita, que con el tiempo que se va
a ahorrar de escribir el artículo ya puede ponerse al día con Homeland. Bueno, esa a nosotros
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nos encantó, la vimos rapidísimo. Y el tío instalando esta chorrada, ¿os creéis?, un contestador
antiguo de cintas de casete de las pequeñas. Mi hijo está hecho un friki, pero bueno, que eso ya
lo sabéis. Muchas gracias por dejarle participar en vuestra revista porque al menos hace algo de
provecho, aunque no sé si os estará dejando mal con esto de la cinta. A mí me ha dicho que a
vosotros os valía con esto, que estaríais contentísimos. Oye, si necesitáis ayuda me avisáis que
algo de Homeland entre todos os podemos escribir en casa. Me estoy liando y creo que aún no
os he explicado lo que hay en la cinta. Bueno, yo no lo sé, esto me lo ha dicho él, porque yo con
tanto ruido y además en inglés, he entendido lo justo. Solo sé que me dio un susto que para qué,
llamando al teléfono de casa y con lo raro que es eso desde allí, que es muy raro que llame al
teléfono de casa porque sale muy caro y le oigo a hablar a él a ratos y voces muy raras de otra
gente a los que se entiende aún peor. Resulta que tenía el teléfono en el bolsillo y marcó sin
querer. Menudo desastre mi hijo, menos mal que le dejáis que os ayude para que haga algo de
provecho. Pues llenó la cinta el muy tonto, de todo el rato que duró la llamada, y hasta me ha
dicho que se quedó sin batería, aunque bueno, con la cantidad de cosas que llevan los móviles
ahora la batería no dura nada. Yo si no fuera por la letra tan pequeña, porque me hacen falta
las gafas y me da mucha rabia llevarlas y siempre se me pierden, pero bueno, que al final me
adapto a todo, pero qué letra más pequeña y luego acertar a los botones que cada vez se hacen
más pequeños también. Ponen pantallas cada vez más grandes pero los botones y las letras
cada vez más enanos, verás tú qué tontería más enorme.
Bueno, chicos, que no os molesto más, que si no os vale la cinta me lo digáis y os escribimos
algo de Homeland o si no alguien aquí os hace algo de Suits o yo qué sé qué otras series verán,
que se pasan todos el día pegados a la pantalla del ordenador y si no a la del móvil, con sus
letritas diminutas.
Un beso muy fuerte, chicos.
Katy
En el sobrecito está la cinta y en el paquete os envío unas rosquillas de Alcalá que compramos el otro
día, que están muy ricas.
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<Queridos lectores de OchoQuince Magazine, mi nombre es Julián Gallardo y soy especialista titula-
do en Interpretación de Cintas de Grabaciones Telefónicas, Psicofonías y Cacofonías (ICGTPC). Se me
ha encomendado la traducción y explicación de este buzón de voz y el resultado es el que sigue>.
[Dos individuos van caminando por un pasillo largo, con bastante eco. Uno de ellos porta un
bastón y cojea. El otro trastabilla notable y frecuentemente].
-Ya te dije que en el MacLaren’s se aburren mucho esta temporada y te iban a invitar a todas
las copas que quisieras. [Este individuo alterna cada tres o cuatro palabras un acento del sur
de Inglaterra y el acento propio de la costa noreste de Estados Unidos].
-No, si no me quejo, eh, me parece fenomenal. Es solo que ahora necesito sentarme un rato.
[Este otro arrastra las palabras y marca notablemente las eses. Su forma de hablar parece
influida por una variedad de jergas y argots de diferentes épocas, clases sociales y países].
-Sí mira, tú quédate en este despacho un rato, descansa, y ahora si quieres pasamos a ver
Homeland, que está justo al lado. Yo me voy a hacer unos recados.
-¡A sus órdenes mi doctor! [Al parecer es conducido a un despacho, con una moqueta muy
fina y desgastada. El otro individuo cierra la puerta por fuera y se va cantando alegremente.
El que queda arrastra los pies alrededor de la estancia y da golpecitos en estanterías de roble
con objetos variados, probablemente cachivaches y fotografías. Una tos espontánea y persis-
tente sugiere bastante polvo. Alguno de estos objetos cae al suelo con un sonido cerámico.
Pese a que el golpe es ensordecido por la moqueta, se hace añicos]. Oh, vaya mierda… [En
unos instantes mueve un sillón giratorio sin aparente intento previo de recoger el objeto roto
y se deja caer con un ligero estertor y tose nuevamente. La fricción deja claro que el sillón
es de cuero, pero no es nuevo].
[A continuación contamos cerca de minuto y medio de sonido de papeles en movimiento y
posteriormente el sonido que hace la silla al recostarse el individuo, seguido de más de siete
minutos de respiración profunda y vaivén del sillón, tanto en sentido giratorio como de adelante
hacia atrás. Entonces se oye un solo nudillo en la puerta, que se abre].
[El sonido cadencioso de un par de tacones altos parece ralentizar la cinta. El efecto es difícil
de atribuir con exactitud a la grabación o a un defecto en la propia llamada. Alguien con más
ambición poética sugeriría que la mujer que los viste habría ralentizado el tiempo con su entra-
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da, pero un experto en ICGTPC debe caracterizarse por el pragmatismo y la univocidad de sus
afirmaciones].
[El individuo se levanta bruscamente del sillón giratorio de cuero y golpea, probablemente con
la rodilla, en el tablero de una mesa de madera noble. Gruñe].
-¿Mr. Wong? ¡Necesito su ayuda! Mi amigo ha desaparecido. [La voz de la mujer es firme, aun-
que pretende aparentar desamparo, como para apelar a la soberbia masculina ante la mujer
en apuros. Se diría que trata de ocultar algo. Su acento, cercano al británico con algún matiz
exótico, suena algo pasado de moda, puede que hasta medieval. No carece de sensualidad,
sin embargo].
-Se equivoca señorita, no soy el señor Wong. ¡Qué demonios le pasa a todo el mundo! [Se
escucha claramente cómo se frota la pierna con una mano, tratando de paliar el dolor del
golpe previo].
-Pero Mr. Wong, su nombre está en la puerta y aquí sobre su escritorio.
-¿Cómo?
-Mr. Wong, tiene que ayudarme a encontrar a mi amigo Nicholas Brody, nadie sabe dónde
está y ya llevamos cuatro días sin noticias de él. Es sargento marine de los Estados Unidos.
-Bueno, cuatro días no es para tanto si es un marine…
-Ya, pero eso pensamos la última vez y estuvo desparecido ocho años.
-¿Y este quién es?
-Es un caballero de Oriente Medio que está colaborando [Al parecer hay alguien más en la
habitación en ese mismo instante, pero es absolutamente silencioso en cuanto a pisadas
(quizá ayudado por la moqueta) y respiración se refiere (y a pesar del polvo). En posteriores
Mr. Wong
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escuchas se puede intuir una especie de susurro debido al tejido de su ropa, pero bien podría
tratarse de anomalías magnéticas propias de la cinta].
-Que es de Oriente me lo he imaginado por la barba y eso que lleva en la cabeza. ¿Cómo se
llama usted?
-No se moleste, no le contestará. No sé si habla nuestro idioma.
-Entonces, ¿cómo puede estar colaborando exactamente?
-¿Es eso útil para encontrar a Brody?
-Bueno, bueno, calma. A ver… Veamos, eh… ¿por dónde empezamos?
-Eso lo tendrá que decir usted, Mr. Wong.
-Ay, Mr. Wong… ¡Para una vez que me habla una tía buena y me llama con el nombre del tipo ese!
[La frase en cursiva la dice en español].
-No se preocupe por el dinero… ¡Se lo pago mañana!
-¿Dinero? Mañana, claro. Para entonces todo habrá terminado [adopta un tono chulesco pero
se le aflauta la voz un poco. Se aclara la garganta (con escaso éxito, como denota un sonoro
gallo) antes de la siguiente frase]: Si me disculpa, señorita [sonoro gallo], no me ha dicho su
nombre…
-Mi nombre, Mr. Wong, es Daenerys Targaryen, Señora de los Siete Reinos, Khaleesi de los
Dothraki y Madre de los Dragones, pero usted puede llamarme Dany.
<Queridos lectores de OchoQuince Magazine, la cinta está un poco dañada a partir de este punto por
lo que la he enviado a nuestros laboratorios en Berna (la neutralidad y exactitud suiza es fundamen-
tal para determinados procedimientos) y retomaré el procedimiento cuando regrese a mis manos. Por
ahora esto es todo. Muchas gracias. Continuará.>
@Nacho_Leteo
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60
JOSE MANUEL PORTAS
Ambientólogo de profesión, seriéfilo de afición y escritor de vocación.
Es el director de Lineker Magazine (http://www.linekermagazine.es/)
y divaga frecuentemente en la red sobre fútbol (http://cronicasdegra-
da.blogspot.com.es/) y sobre la vida (http://joseportas.tumblr.com/).
Twitter: @joseportas
JORGE DUEÑAS VILLAMIEL
Diseñador digital e historiador del arte.
Pensando en imágenes desde 1984.
Portfolio: www.sickmonkeys.net
Blog: www.realidadesinexistentes.com
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JESÚS VILLAVERDE SÁNCHEZ
Periodista cultural, escritor, lector.
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Blog: www.culturalblues.blogspot.com
Twitter: @jesusvs_txetxu
REDACTORESPOR ORDEN DE APARICIÓN:
61
JOSÉ MIGUEL PARDO SÁNCHEZ
Licenciado en Biotecnología, actualmente en plena tesis doctoral.
Villenero residente en Valencia. Rockero. Generación del 89. Guio-
nista Underwater. Deportista, de vez en cuando. Un poco “snob”.
Twitter: @JM_biotech
LETICIA MARTÍN-FUERTES
Licenciada en Filología Clásica; friki de la lingüística. Trabaja como
editora y en sus ratos libres como traductora freelance. No sabe
cómo pero también saca tiempo para devorar series y hacer dulces.
www.leticiamfm.com
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Twitter: @nimbusaeta
MARÍA OLIVA TOREZANO
Madrileña del 88, escritora. Tiene un título que dice “Licenciada
en ADE y Publicidad RRPP” y un corazón especializándose en cine.
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Facebook: Mi Mot - Twitter: @mi_mot
NACHO BIBIÁN
Licenciado en periodismo por la Complutense y actualmente es-
tudiando Grado en Lengua y Literatura Españolas por la UNED.
Reside actualmente en Sheffield (Reino Unido), donde se dedica a
supervivir.
www.comosisifo.blogspot.com
Twitter: @Nacho_Leteo
62
TODA ESTA LOCURA ES RESPONSABILIDAD DE:
JORGE DUEÑAS VILLAMIEL
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JESÚS VILLAVERDE S Á N C H E Z
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(2013)
CRÉDITOS
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Usamos el término “cliffhanger” cuando terminamos de ver un episodio, generalmente una sea-
son finale, y nos dejan a medias con la historia, esperando a la próxima emisión para solucionar
la duda. En su acepción literal, el término significa “colgar de un precipicio” o “estar al borde del
abismo”.
En teoría la reacción del público ante un cliffhanger nunca debería ser satisfactoria: al fin y al
cabo, nos están dejando en mitad de algo y, por lo general, suele ser en un momento cumbre.
Sin embargo, cuando una serie nos regala un buen cliffhanger nos volvemos locos y la ensal-
zamos.
Cada serie utiliza los cliffhangers a su manera. Algunas son muy propicias para el cliffhanger,
llegando a dejarnos colgados en cada final de capítulo, como en el caso de Lost; en otras pro-
ducciones sólo se ven muy puntualmente y en momentos muy señalados, como en Breaking
Bad. También hay series en las que cada final de temporada supone un gran cliffhanger, véase
Fringe, y otras en las que estos no tienen lugar siempre en un final de capítulo o de temporada,
por ejemplo The Wire, serie en la que lo que para cualquier otra sería un cliffhanger brutal, se
resolvía en los siguientes minutos sin que apenas importase para la trama.
Se acaba nuestra temporada, nuestro año de lanzamiento. En estos cuatro números han desfila-
do multitud de personajes por nuestras páginas y, lo que es más importante, numerosas plumas
que han dado vida a sus textos y a nuestra revista. El seriéfilo os lo agradece infinitamente. Se
escapa ya el 2013 cuando nuestros showrunners aún no saben si la cadena nos renueva para
una segunda temporada.
¿Volveremos? Esperamos que sí. Y esperamos que sigáis ahí para leernos y seguir haciéndonos
crecer.
Ha sido un placer.
CLIFFHANGER
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