2. serie «» «aro«i.oita, d* 1990 +> 9» · no del campamento, mientras el ... los hadjutas...
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EL MUNDO DE LAS AVENTURAS
MEMORIAS DE UN GENDARME
PONSON DU TERRAIL
{Continuación)
Tres veces ae le ascendió, y trea veces hnecesidad de privarle de los galones.
Una noche llegó al extremo de poner lano sobre uno de sus jefes.
El jefe era Nicolás, quien le cogió pobrazo y le dijo:
—Es de noel
fusilado. ' C O n-8 J° 8 g l l e r r a ' ?ues 8 e r
Rossignol se despejó, cogió ambas roanosjoven sargento y le dijo:
— Desde hoy somos amigos en vida y tjrte.
después de tomar el café de la mañana habla-se entregado de nuevo al ajenjo.
El subteniente se contentó con decirle:— ¡Vete a dormir, borracho!
—¡ Ah! ¿No queréis llevarme?—exclamó Ros-signol.
—No; porque estás bebido.
dejaré de ir...o por i
Volvió al campamento, y el destacamentpartió.
Pero apenas el Sr. G. y sus hombrea, des
llegado á un bosquecillo de oliv<jalone ten-
dido.Era Rossignol.—¡Desgraciado!—-exclamó el Sr. de G.—Pero
¿no te das cuenta de tus actos?— ¡Quiero batirme! — repuao el indiscipli-
nado.—Esa desobediencia ti^ne los caracteres de
una deserción,-—dijo el oficial.
el subteniente a .Antea qu,
signol, el sargento Nicolás y
mar á O.—Tomad diez hombrea, — le dijo, — y llevad
)oruue le pasaría alguna desgracia, de seguro*—¡Imbécil!—murmuró el Sr. de G.— Rossignol, —dijo Nicolás al soldado,—
La explicación de las palabras del jefe del ea<cuadrón. estaba en los acontecimientos de lavíspera y de la última noche.
Los hadjutas, la más feroz de las tribus in-
Habí ' ' . . .
- M e es igual.
diencia, ¿me atenderás?Nicolás ejercía mucho dominio aobre ROÍ
signol. Sin embargo, éste respondió:
dos compañías de infantería.Durante el día anterior, los hadjutaí
bíai
che, habían pagado con su cabeza un momen-to de sueño. A laa tres de la mañana, los had-
mas fueron rechazados.
Nicolás igió de hombre.ate
Rossignol vacilaba todavía.El Sr. de G., impacientado, se acercó al re-
alcitrante.—Rossignol, — dijo,—ten cuidado. Te hablo
orno amigo y no como superior. Si me obligas
KH, des ido á laguo rebaño de carneralimentación de las t
El subteniente G. escogió sus diez hombi
r las
El pel aargento Nicolás, y el último, Roasignol.
Tocóse ¿ botasillas, y nueve hombres se lan»zaron aobre sus caballos. E! décimo no acudió.
—¡ Eatará ebrio ! — murmuró el subteniente,
Ea aquel momento se presentó Roasignol.fTabla oído pronunciar su nomore- habfa
pero el Sr. G. no se equivocaba: estaba embrea.
oías de tu castigo.
pero estaba pálido y tenía los ojos lleno*ligrimas.
- íLoqu í r í i ^ -d i Jo .
—Pues ya veréis como os pasa alguna des-gracia,—murmuró el pobre cazador.
no del campamento, mientras el pequeño des-
Nicolás puso su caballo junto al del oficial,
sin hallar huellas del enemigo.
EL MUNDO DE LAS AVENTÜKAS
nuestra expedición va á parecerse á un paseomilitar. Cuando estemos fuera del bosque po-
—Y el pobre Rossignol ee habrá equivoca-do en sus predicciones, •— repuso Nicolás son-riendo.
—Ha hecho bien en irse, — añadió el Sr. G.¡
borracheras y de su insubordinación.La pequeña escolta llegaba A la linde del
bosque.De pronto, Nicolás, que iba algo delante, se
detuvo bruscamente.—¿Que hay?—preguntó el oficial.
Un albornoz blanco-¿Dónde?—Allí, detrás de aquel matorral.
nube do humo sa^ió de detrás del matorral, yuna bala pasó silbando por encima del kepisde Nicolás.
XXII
El Sr. G. reunió á los soldados.
tan emboscados ahí, y &s preciso pasar sobreellos ó morir.
la mano se lanzan al galope hacia el bosque.Veinte disparos los saludan.Sólo un hombre fue herido; pero no cayó ni
se apartó de las filas.
Víóseles salir uno á uno de cada matorral yemprender un fuego graneado.
Los cazadores, al principio, respondieron apistoletazos; luego echaron mano al sable.
El combate fue largo; los cazadores calan
El Sr. G. y Nicolás no se separaban,Llogú un momento en que, de los diez hoi
El subteniente y el sargento eran de este n
El primero era el portador de las órdenes.
desesperado; lanzaron sus caballos sobre ur,grupo de árabes, los arrollaron y lograron salijde aquel circulo de hierro y fuego en que SUÍcompañeros habían hallado la muerte.
dio un galope furioso.Nicolá9 y los dos soldados le sr guian.
Pero los árabes ganaban tenUno de los cazadores fue des
=ayó (bre él.
El otro soldado levantó á su oompañero y letomó á la grupa.
Cien metros más allá, cayó el segundo caba-llo, y los dos cazadores se hallaron á pie.
Entonces el subteniente y Nicolás acudieron
Desl
era demasiado tarde.p l a , s os
infelices soldados sucumbieron, y el Sr. de G.y Nicolás vieron brillar el yatagán destinadoá hacer de las cabezas de aquéllos un sangrien-to trofeo.
sas y los naranjos de Blidah, cuando á su veze G.
- ¡Corre a Büdah! ¡Viva Francia!—excla-
Nicolás, que pronto iba á ser el único sobrevi-viente del destacamento,
—¡Tomad mi caballo!—dijo.—No,—respondió el subteniente,—Es preciso. Vos sois un hijo de familia: yo
soy solo. Vale más que os salvéis vos.
—¡ tornad rot caballo ó nos perdemos los dos!-insistió Nicolás.
Entablóse una lucha de generosidad entreambos.
Los árabes se acercaban y llovían las balasen torno de los dos jóvenes.
Por fin, Nioolás venció.—Vos tenéis madre: yo no la tengo,—dijo.El s ialto
Estos hablan perdido tiempo cortando lascabezas de los soldados y colgándolas de susülLlegando con los yataganes en alto sobre Ni-
'Ojás, este oyó oue su Jete les daba una orden.Los hadjutas formaron círculo en torno del
Y se lanzó sobre el hadjuta que tenia máspróximo, resuelto á hacerse matar.
Pero, sin duda, era formal la orden del jefe,pues ningún yatagán le tocó.
guió derribarle.isi-
blazo; pero otro repitió la maniobra, y el s
Esta vez le echaron sobre la cabeza un al-
ara desarmarle y agarrotarle.
EL MUNDO DE LAS AVENTURAS
pudo ver a clónele se lo conduela.Al cabo de dos horas de furiosa
árabes hicieron alto.
después de la puesta del sol, no se hiz<por segunda vez.
Katonces, los ladridos de muchos por
p p , q g ppor entre las cuales corría un hilo de agua. I Guando se le desembarazo del alborn
" " ' . . . i ^ j tEste se hallaba nLaví
jrto de fatiga.
que parecía versado en la ciencia quirúrgica,las curó, después de haberlas empapado en unaespecie de bálsamo que calmó el dobr casi ins-tan tai
lás se halló en medio de las tiendas de laibn.Las mujeres ae regocijaban y los niños t o ca-n con curiosidad las ensangrentadas cabe-s que colgaban de los arzones; loa perros,
lt t l l b
Bntre los que parecían los jefes, comprendió ' de latigí
vida.¿Porqué?Los rostros sanguinarios de los hadjntas n
presagiaban nada bueno, y si se difería s
da en el centro del campaspecto, comprendió aqi:de la tribu.
Eate esperaba al prisú
> á Una tienda situa-imento y qae, por su51 que era la del jefe
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Nicolás se bailó 611 presencia cíe un ancianade barba gris, vestido con un rico alborno,bordado de oro y con el cinturón lleno de pistolas y yataganes.
presencia. De ti depende el rescatar tu vida.Nicolás permaneció impasible.—Oye bien, — continuó el jefe. — Si quíereí
y ,te perdonaré: si no,
E t diirás.
El jefe de la tribu se acercó, y el verdugo lemostró el misterioso talismán.
—¿Qué es eso?—pregunta á Nicolás.—Es un regalo que me han hecho,—repuso
el cazador.
Nicolás hizo memoria.—Si,—dijo.-Se llama Alf-Bahuí
p , g—Estoy dispuesto á morir,—repuso Nicolás. | Luego dio
rectas, bras ininteligibles, pero que evidentementeatestiguaban mal huí
order—Pero no sabes qué clase de muerte te espe-
ra,~dijoeljefe.-Me es igual.—No morirás de un balazo ni te cortarán la
cabeza con un yatagán, no, — replicó el ancia-
Nicolás no pestañeó.—La noche es buena consejera, — contin-
el badjuta.
Y éste, arrojando su terrible bastón, devol-r¡ó á Nicolás sus vestidos.
El talismán acababa de demostrar su virtud,pues se renunciaba, al menos provisionalULSD*te, á castigar á Nicolás.
aspal-
lañtu
—O, de lo co:por los porros de la tribu,—añadió el jefe. se entre los hadjutas;
da, y, con gran desencanto de la tribu,desató en imprecaciones, se le volvió á la tien.da del jefe.
Este le dijo:—Puedes felicitarte de que me haya casado
e Alf-. El talismán que éste te ha dado haceconceda la vida, pero permanecerás pri-
halla-jcaba.
- E splieó c jalma Nicolás. i Tratóse al prisionero con más miramientos;
- ^^....«íanto,—dijo el jefe,—van á aplicarte ' se le dio de cenar, y, terminada la cena, se loel oastigo del bastón. entregó una piel de carnero para que se abri-
Dio sus órdenes y se presentó el tchus, d ver- | gase durante la noche.dugo de la tribu. A 1 amanecer del dfa siguiente, Nicolás dor-
mía aún cuando le despertaron el ladrido deXXIII los perros, el relinchar de los caballos y los
gritos de las mujeres y los niños.Site?
n guato su ministerio.
esparció por la tribu.
laballo. Los hadjuta
medio do las tiendas y que debí a servir de teítro del castigo.
Los hombres i'itiles de la tribu fumabar
mbarazó á Nicolás del albornoz y pudo ver lo
Tres dromedarios se hallaban en el oentro de
gner ;ostumbran á encen Eran los que conducían á las mujeres é hijos¡el jefe de la tiibu.
Aja „„„„„ „„„,„ , r— - - - -tambre oriental,ba en todo su esplendor. ¡ iban cubiertas con sus velos. Sin embargo, Ni-
del circulo.La tribu le llenaba de injuriEl estaba tranquilo y sonreía con desdén.El telina le despojó de sus vestiduras, desau
ina de ellas.Dos grandes ojos negros se fijaN i l á t i ó ó
n en él.g j g jNicolás se estremeció y pensó que la que 1»
i laPero, de pronto, hizo un gesto de sorpresa y j marcha,
se detuvo. Nicolás se sentía mejor y ya no sufría de sus—¿Qué es eso?—preguntó el jefe. heridas.El tchus acababa de ver el medio zequf que Aquella mirada profunda que se había déte-
el anciano moro había dado á, Nicolás y que ' nido sobre él parecía haberle curado,éste llevaba al cuello. ! Hasta entonces, el pobre joven, cuya infan-
EL MUNDO DE LAS AVENTURAS
e á la sazón seguía con t mcedido, á condición de que Alí- Babuipena que antes á aquella tribu medio salvoie,
duda, le estaba reservada.J Acaso tío era uoa amiga la mujer misterio*
sa que le había mirado?Caminóse todo el día, y á la noche se acam-
pó en pleno desierto.No había ni palmeras ni fuentes.Bebióse el agua contenida en varios odrea y
la leche de le ' "bac
ñas prestado. Porque ni mi muier ni yo sabe-mos por qué te puso al cuello el medio zequí.
Nicolás respondió:—Le he salvado la vida.—¿Dónde?—En la toma de Constantina.Y reBnó cómo había librado al moro <3e la
brutalidad de los zuavos.
El jefen u m
mte.—Hablas bien,—dijo luego;—pero las gentes
le tu raza tienen la palabra dorada y nadaprueba que has dicho la verdad.
Ha£ta loa mismos* perros callaban.La tienda del jefe se hallaba dividida en do¡
Y luego que habló a.f.1, el jefe dio la orden de-
La lumNicolás
balloB y sus dromedarios.
XXIV
Perol
Biabas v
de él.
Dees fem
, le hizo
é imperi
ninas.
QStt.
erleves
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• » » -
se trataba
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nirada
nado por la inmensid
uñ°e.ta»7rld°.".....a libre, int
lejanos,
ad del de-
semejan-
rrogaba el infinito
Esta era dulce y suplicante. A veces le parecía que se levaNicolás hubiera dado la mitad de su sangre | jos una nube de polvo y que de
por poderse enterar de lo que se trataba. i brotaban relámpagos.Brsación fue larga y animada. Entoni ' "
i lo le-íella nube
El jefe manifestaba, sin duda, una resoluciónque la mujer combatía.
Alga interior decía á Nicolás que aquella
bte Q lanzado en persecución de los hadjutas,
llar fueaen los reflejos del sol sobre laa charre-
ela la hija del moro y que su vid» era , teras de los jefes y loa sables de los soldados,
.nto de la conversación que sostenía con | Pero el viento calmaba, el horizonte reco-1 terrible esposo. brabasupureza, y, engañado por los espejismosPor fin, la voz del jefe se suavizó poco á po sin número del desierto, el prisionero salla de
> y la de la mujer fue más acariciadora.
departa me nNicolás c
dades del d
den ó que sePero ante
;ió la palal
pero Aicha
to.rró loa
a ilumi
ensillas de quraáNi
1» gací
Ojos y fing
laban las n
e su cabalae plegar
oláa,
la de los oj
6 dormir.
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o favoritoa la tienda
oa dulces,
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oto, pasabaAlí-Babnmhe, al nov
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Luegoculo y
quedaré desligado de li
El jefe SB fnÓ ae l p
tostar y ordenó antes qU'
o los caballos sueltos han franqueadompalizadas y corren tras de la yegna,Tterna en el desierto.
dos árabes y lea ordenó que velasen durante la
jstos preparativos con
en África, y parti-¡ llevaba de estar
el prisionero!Nicolás acogió todos
la mayor tranquilidad.
badoárabe."
Los dos hadjutas encargados de vigilarledurante la noche se pusieron á hablar entre 8**
Nicolás fingía dormir y escuchó.TJno de aquéllos decía:—El mensajero no volverá.—¿Por qué?—¿No sabes quién es el hombre al queha en-
viado el jefe?—No.—Es Alí.- ¿ Y qué?—Que Alí es ladrón de caballos. Le importa
poco la vida del rumf y menos aún la escala
nado su encargo. En vez de ir á la tribu en quese halla A,( Babum, ¿sabes adonde ha ido?
—No.
caballos.Los dos árabes hablaron todavía algunos
momentos, luego encendieron sus largas pipasy se pusieron afumar silenciosamente.
Nicolás abrió un ojo.
Nicolás era fumador: el olor del tabaco loera familiar, y parecióle que de las pipas de losdos árabes salla un humo careado de eTnana-
Los árabes fumaban tranquilamente opio»ibedeciendo á la pasión que domina entre los
ro, el jefe les había ordenado que
demás, esta-ba, perfectamente atado,
De vez en cuando, Nicolás abría los ojos, yadvertía que sus guardianes iban cayendo
Entonces el sargento pensó en su libertad.Pero estaba tan sólidamente agarrotado que
monta está en celo, yfrancés. Laeso es bastacaballos,
—No lo creo: estoy seguro de ello.—¿Cómo asi?—Porque me lo confesó antes de partir,Nicolás conservaba una in movilidad co
Nicolás pensaba:i, proi
to estarla libre.Las armas del jefe se hallaban dispuestas en
la tienda.El prisionero trataba de librar sus manos de
Uno de ellos añadió:—AH e
fusil y no yatagán, y tratarla de «mprendei
toda la tribu. El fue quien robó los dos del je-fe francés haciéndolos bajar al torrente.
—¿Cómo lo hace?—Se desliza arrastrándose hasta las prime-
[uíente.Cuando hacia vi
iaba inútilmente 1Í
halla en
y si el sde sus rlantand
por los perros al dfa si-
s manos, oyó cerca de él
me un reptil se deslizaba
lego le tocaron dos pe-
trahados los caballos, elige los que le convíe- La hoguera se extinguía poco á poco, perolun lanzaba en torno suyo alguna claridad.
EL MUNDO DE LAS AVENTURAS
Las manos que tocaban las de Nicolás desataron éstas con una presteza maravillosa.
Al misoio tiempo una voz armoniosa y dulcdijo á su oído:
Cuando tuvo desatadas las manos, el sargento se volvió.
Entonces vio a su libertador» o, mas bien.su libertadora, pues era ana mujer,
t t i t i h b í did l id d l i
—Vengo a libertarte,—dijo.Entonces Nicolás experiment
to de ter él i ella.p pSi el jefe, que dormía á dos pasos, tendido
dría esto a la sentencia de muerte de la joven?Nicolás sabía que la vida de una mujer no
significa nada para un árabe.La joven adivinó su pensamiento y le dijo
en voz baja:—No temas.
XXV
a la ley árabe, lame
p gbrazos desnudo»letes decían a I
veces, en dos minutos, habíase estremecido esoldado al aspirar su perfumado aliento.
—No tencas,—repitió ellaj—QI los nombreque te custodian, ni el jefe, despertaran. Ysoy quien prepara las pipas todas las nochesy acostumbro mezclar al tabaco un grano d
triplicado la dosis, y un (¡anonazo no le desper-taria. Salvaste á mi padre, á mts hermanas yi mi, y quiero que, á tu vez, me debas la vida.
El prisionero se embriagaba al sonido de
el rostro de'au libertadora, á través del velo.
la libertad? Es el desierto sin agua y sin oasisQuiero libertarte y darte un caballo y arma*13a.ra que puedas ir á reunirte á los tuyos.
Al hablar asi, había roto las últimas ligada
Entonces volvió la mora.—Toma ese fusil y ese yatagán,—dijo seña-
Nicolás obedeció.—Y ahora ven,—añadió ella.—No temas
íada,HízoSe salir de la tienda.
hubiera salido solo, s callai9 de las
tallaban trabados los caballos.Las sillas de la tribu estaban amontonadas
mas sobre otras, pero la del jefe se hallaba,tola, separada de las demás, lo mismo que su¡aballo favorito.
Era éste o alazán que en la tribu
Algunos árabes que dormían en el dintel iiu tienda habían abierto UD ojo y levantac
Nicolás; pero ninguno había sospechado queaquel jaique blanco y aquel albornoz que le
nano por la lustrosa grupa del animal.Este la olfateó, enderezó las orejas y perma-
Cuando hubo terminado* la jo1
—¡Toma! A todos los que en
e quitó
.res les
Luego ató por sí misma un saqnillo de dátí-
-Ve con Dios y que El te guíe.
le atrevió á besarle la mano.—¡Oh gacela del desierto! - exclamó sir-
riéndose del lenguaje lleno de imágenes quelabía oído hablar durante su cautiverio.—¿No
el i
Jas lanzó un fiírito de adm
estaba á sus
iaró y Nico-
de todosEotoni ella le ntregó un paquete, di-
ciend,
y ponte éste, pues de otro modo no podríilir del campamento.
Desapareció un instante, pasailamento de las mujeres.
En pocos segundos, Nicolás verificó elbío y quedó disfrazado de árabe.
hubiera podido soñar.Sólo un segundo lo vio, per
,1 depat
—Parte,--dijo ella con voz temblorosa.—Acabo de jugar mi vida por ti, pues si un solohombre de mi tribu hubiera sido testigo de mi
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