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UNIVERSIDAD DEL SALVADOR PROGRAMA DE DOCTORADO EN HISTORIA Memoria, ensayo e historia en Lucio Mansilla J. Ramiro Podetti (Ingreso al programa: Marzo 2008 Entrega monografía: 7 de diciembre de 2009) Seminario “Las Letras y las Armas” Curso 2008 Docente: Prof. Dr. Miguel Ángel De Marco

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UNIVERSIDAD DEL SALVADOR

PROGRAMA DE DOCTORADO EN HISTORIA

Memoria, ensayo e historia en Lucio Mansilla

J. Ramiro Podetti

(Ingreso al programa: Marzo 2008

Entrega monografía: 7 de diciembre de 2009)

Seminario “Las Letras y las Armas”

Curso 2008

Docente: Prof. Dr. Miguel Ángel De Marco

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La cuestión de las fronteras es la primera cuestión de todas,

hablamos incesantemente de ella aunque no la nombremos.

Es el principio y el fin, el alfa y el omega.

Nicolás Avellaneda1

1. Introducción

1.1 Definición de propósitos

De acuerdo al objetivo propuesto para el seminario –el estudio del género memorístico

como recurso historiográfico, sus posibilidades y sus riesgos, y aplicado en especial a

hombres de armas- el trabajo se propone analizar un aspecto de la obra memorística del

General Lucio Victorio Mansilla, aquella ligada a la situación de las fronteras interiores

de la República hacia 1870. La precisión es necesaria habida cuenta de la amplitud de la

obra autobiográfica de Mansilla, que abarca también otros momentos y circunstancias,

tales como Retratos y recuerdos (1894), referido a sus años en la ciudad de Paraná; De

Adén a Suez (1855) y Recuerdos de Egipto (1863), que se ocupan de su largo viaje

juvenil, o Mis memorias. Infancia. Adolescencia (1904), que recuperan sus primeros

años.

Más allá de su actividad militar, política, diplomática y periodística, Mansilla fue un

prolífico escritor, con varios opúsculos sobre temas militares, breves ensayos políticos e

incluso dos obras de teatro, pero lo principal de toda su obra, no solo por la calidad

literaria sino por su extensión, es la producción autobiográfica.2 A los efectos del

presente trabajo, pues, el objeto de análisis será Una excursión a los indios ranqueles

(1870). Se tomarán en cuenta en primer lugar los propósitos de la obra, tal como son

explicitados por el propio autor; en segundo lugar su estructura; luego los principales

asuntos tratados, y finalmente se la confrontará con dos obras de asunto similar y

cronológicamente próximas: las memorias de Santiago Avendaño3 y el relato y estudio

1 En carta al Cnl. Álvaro Barros. BARROS (1975), p. 137. 2 Se ha juzgado que Entre-nos “resulta una experiencia única en la literatura argentina de genuino

confesionalismo”. AIRA, C.: Diccionario de Autores Latinoamericanos. Buenos Aires, Emecé, p. 339. 3 Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño, recopilación del P. Meinrado Hux. Buenos Aires, Elefante

Blanco, 2004.

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de los malones que asolaron el sur de Córdoba entre 1864 y 1866, con amplias

referencias documentales, incluido en la investigación del Dr. P. Juan Guillermo

Durán.4

1. 2 Contexto histórico de la obra

El tratado con los ranqueles, como el conjunto de acciones llevadas a cabo por Mansilla

durante el breve período de su subcomandancia, acontece en los prolegómenos de la

etapa final de la ocupación del territorio pampeano y patagónico, hasta entonces en gran

parte bajo jurisdicción nominal argentina pero controlado por tribus indias. Tal etapa

final puede considerarse obra de la presidencia de Nicolás Avellaneda, ejecutada por sus

ministros de Guerra, Adolfo Alsina y Julio A. Roca, cuya expedición (1879-1880),

resultó definitoria para la ocupación efectiva de los territorios pampeanos y patagónicos.

Acerca de las razones que llevaron a acometer esta tarea en un período relativamente

breve, después de décadas, e incluso siglos –y teniendo en cuenta que el objetivo de

extender la frontera hasta el río Negro, por ejemplo, ya había sido la meta de la campaña

de 1833- ha tenido distintas interpretaciones. Roberto Cortés Conde encuentra una

razón económica cuantificable, y es la necesidad de tierras para la expansión ganadera.5

Hay otras opiniones coincidentes,6 atribuyéndole siempre no un carácter excluyente,

sino una importancia mayor que las restantes causas.

4 DURÁN, Juan Guillermo (1998): El Padre José María Salvaire y la familia Lazos de Villa Nueva. Un

episodio de cautivos en Leubucó y Salinas Grandes. En los orígenes de la basílica de Luján (1866-1875).

Buenos Aires, Paulinas-Universidad Católica Argentina. 5 CORTÉS CONDE, R. (1979), p. 57. Después de advertir que la ocupación territorial argentina a partir de

1880 no se debió a presión demográfica o a reclamos de tierras por campesinos, el autor reconoce otras

dos hipótesis (la pretensión chilena sobre la Patagonia y la constante sangría de ganado hacia Chile) pero

le da preferencia a las cifras de crecimiento de los rodeos en las décadas anteriores a 1880. También

acepta que la especulación sobre tierras haya operado, pero relativiza su impacto. No trata de dar una

razón excluyente, sino de ordenar la importancia de todas de distinto modo, pero hay cierta

incompatibilidad entre la exigencia ganadera de tierras y las pérdidas anuales por obra de los malones,

que Álvaro Barros estimó por entonces en 200.000 cabezas. Cabe aclarar que las cifras en que se basa

Cortés Conde son principalmente de ganado ovino. 6 Ver por ejemplo LEWIS, C. (1980), p. 470.

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Ahora bien, las fuentes son coincidentes en señalar que la década entre 1865 y 1875, es

decir, el momento inmediatamente anterior, marcó el cenit de las penetraciones indias

(Lewis, p. 470). Se trata de la culminación del período que un autor ha llamado de los

“grandes cacicazgos” pampeanos (Martínez Sarasola, 1992), desarrollado a partir de la

llegada del cacique araucano chileno Calfucurá a la pampa (1834), coincidente con el

predominio araucano sobre los tehuelches y otras tribus pampeanas (pehuenches,

ranqueles y vorogas, también de origen araucano, pero instaladas en la pampa con

anterioridad a la llegada de Calfucurá). En particular, el período 1850-1870 puede

considerarse el de mayor poderío indígena, con una serie continua de ataques en toda la

línea de la frontera.

La división del Estado de Buenos Aires y los conflictos consecuentes con el gobierno de

Paraná, dificultaron por una década la articulación no solo de un frente único a lo largo

de la frontera, sino sobre todo de una única política, ya que las tribus indias operaban en

conexión con las disidencias civiles. La Guerra del Paraguay y las rebeliones en La

Rioja y Entre Ríos con conexiones en otras provincias, influyeron también en que a

partir de 1865 el gasto militar no pudiera incrementarse en la medida suficiente como

para contrarrestar el desafío indígena. De este modo, frente a las incursiones crecientes

sobre la frontera solo tendió a continuarse con la política de los tratados, aplicada

regularmente desde la campaña de 1833. Las crecientes demandas de un cambio de

política sólo obtuvieron por entonces una respuesta legislativa: en 1867 el Congreso

sancionó la Ley Nº 215 sobre la ocupación de la frontera hasta el río Negro, que

obligaba a la Nación a tales efectos una vez concluida la Guerra del Paraguay.

En este momento, caracterizado como el apogeo de las incursiones indígenas, en 1869,

Lucio Mansilla, por entonces Coronel del Ejército Nacional, fue destinado como

segundo comandante del sector centro oeste de la frontera, con sede en la ciudad de Río

Cuarto.7 Al asumir la cartera de Guerra y Marina del presidente Sarmiento, el coronel

Martín Gainza había fijado nuevos objetivos en las relaciones con los indígenas

pampeanos: en lo que atañe al sector centro oeste, había en primer lugar que trasladar

desde el río Cuarto al río Quinto la línea de la frontera sur y sudoeste de Córdoba.

7 No acorde a sus expectativas de integrar el gabinete de Sarmiento, de quien se consideraba promotor

fundamental de su candidatura desde el Ejército Nacional en operaciones, en el frente del Paraguay.

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Mansilla cumplió esta misión en mayo de 1869, fundando los fuertes Pringles,

Sarmiento, Necochea y otros intermedios. Poco después, junto a fuerzas de la frontera

sur de Santa Fe, extendió la línea, en el límite de Córdoba y Santa Fe, hasta Laguna

Amarga.

Pero simultáneamente con estas acciones, debía continuar las negociaciones tal como se

habían llevado hasta entonces, la ya aludida “política de los tratados”. Estos tratados se

reducían a entregar a los indios mercaderías y ganado a cambio de que se mantuvieran

en sus tierras y no atacaran estancias y poblaciones. Un testimonio del carácter y la

inspiración de estos tratados puede apreciarse en el siguiente texto, recogido por Walter

y extraído del Archivo Mitre:

Usando de la autorización de V.E., he regalado a todos los caciques que han

venido, los que se han retirado muy satisfechos y esperan la aprobación de V.E. al

Tratado de Huincal, para hacer los suyos, bajo las mismas bases. Los principales de

ellos son Quitraillán, Saihueque y Reique. No sé si en los regalos que les he hecho,

que ascienden a sesenta y tres mil pesos, me habré excedido de la idea de V. E. al

darme esa autorización; pero puedo asegurarle a V. E. que la conservación de la

paz con estos caciques, que representan una fuerza de dos mil o más indios, nunca

costará menos anualmente que lo que he gastado hoy.8

Estas negociaciones no implicaban verdaderos ceses de hostilidades, entre otras cosas

por la carencia de un poder central en las tribus que pudiera garantizarlo. Por ejemplo,

mientras Mansilla negociaba con los ranqueles, en 1870, Calfucurá atacó con grandes

malones -más de mil indios- a Tres Arroyos y a Bahía Blanca. Poco después, ya retirado

Mansilla de Río Cuarto, nuevas incursiones ranqueles se sucedieron sobre el sur de

Córdoba y San Luis.

Cumpliendo esta segunda parte de sus instrucciones, Mansilla llevó adelante tratativas

con diversos mediadores –en especial el cacique Achauentrú, pero donde jugó un papel

significativo la intérprete ranquel Carmen, luego amiga y comadre de Mansilla-, hasta

alcanzar un tratado con Mariano Rosas, en su carácter de cacique general de los

ranqueles. El tratado fue corregido en persona por el Presidente Sarmiento, según

8 WALTER (1973), p. 318. De la carta del TCnel. J. Murga a Mitre, el 30 de julio de 1863.

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destaca Mansilla en la nota adjunta a su elevación, el 5 de febrero de 1870, y refrendado

por los principales caciques ranqueles. Aparentemente Mansilla no tuvo en cuenta la

necesidad del refrendo legislativo, con las consecuentes demoras, lo que significaba

también retraso en la ejecución del tratado; es decir, de la entrega de yeguas y

mercaderías de acuerdo a lo estipulado, con el riesgo consecuente de que todo se echara

a perder. Mansilla había invitado varias veces a Mariano Rosas a reunirse con él,

convite que fue invariablemente excusado por el cacique, que desde su retorno a la

toldería, tras escapar de su cautiverio en Buenos Aires, nunca más volvió a cruzar la

frontera. En esta situación, Mansilla decidió arriesgar el viaje a la toldería de Mariano

Rosas como una manera de asegurar el tiempo necesario para que el tratado fuera

ratificado por el Congreso y pudiera procederse a entregar lo acordado.

La obra describe entonces el viaje a caballo que realizó, con una comitiva de dieciocho

personas, incluidos dos frailes franciscanos, desde el Fuerte Sarmiento, sobre el río

Quinto, al sur de la actual ciudad de Río Cuarto, hasta la toldería de Mariano Rosas, en

la Laguna de Leubucó, contando alternativas del recorrido y de la estadía. El viaje, de

alrededor de 800 kilómetros entre ida y vuelta, se cumplió entre el 18 de marzo y el 6 de

abril de 1870. A su regreso, y debido al fusilamiento de un desertor, Mansilla fue

relevado de su mando. Alejado de la frontera, las hostilidades con Mariano Rosas

continuaron, llegando a ser desbaratada la toldería de Leubucó en mayo de 1871, por

una expedición de ochocientos soldados al mando del coronel Antonio Baigorria

(sobrino del cacique Baigorria) (Walter, p. 350).

2. Análisis de la obra

2.1 Los propósitos

Mansilla alude a los propósitos de la obra en diversos momentos del relato, ofreciendo

varios motivos, en contextos temáticos distintos y bajo perspectivas diferentes, de modo

que no es sencilla su presentación. Con estas salvedades, podrían resumirse estos

propósitos en estos dos puntos:

1) Tratamiento pormenorizado de la problemática de la frontera interior, que en lo

sustancial se remite a la integración de los indios a la economía, la sociedad y la política

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nacionales; es decir, en definitiva, a la desaparición de esa frontera interior y a la

ocupación y dominio efectivo del conjunto del territorio nacional.

2) Descripción geográfica orientada por el interés económico: productividad de las

tierras, régimen de suelos, aguas y temperaturas; topografía a los efectos de fundación

de ciudades y de creación de caminería y vías ferroviarias.

Tales propósitos de la obra se corresponden en minúscula parte con los cometidos

explícitos de la expedición, que en principio respondía al objetivo de asegurar el éxito

del tratado negociado con los ranqueles. Baste señalar que el parlamento ranquel en

donde se debate el tratado y las conversaciones entre Mansilla y Mariano Rosas sobre el

mismo, ocupan apenas dos capítulos sobre sesenta y ocho –más un epílogo- que tiene la

obra.

En este sentido, los propósitos de la obra se vinculan más bien con las aspiraciones

políticas del autor y con las inquietudes e intereses de un integrante de una antigua

familia de la provincia de Buenos Aires, muy conciente del significado económico,

social y político que tenía superar la frontera interior. También esos propósitos se

revelan muy oportunos, porque es el momento en que el país se plantea, culminadas las

guerras civiles y la Guerra del Paraguay, la definición completa de sus límites y la

colonización íntegra de su territorio. Al explicar a su interlocutor imaginario Santiago

Arcos el establecimiento de la nueva línea de fronteras de Córdoba en el río Quinto,

Mansilla dice clara y simplemente: “Muchos miles de leguas cuadradas se han

conquistado”.9 Y tras elogiar el potencial ganadero de esos campos, añade:

Tengo en borrador el croquis topográfico, levantado por mí, de ese territorio

inmenso, desierto, que convida a la labor, y no tardaré en publicarlo,

ofreciéndoselo con una memoria a la industria rural. [I, 10]

Es decir, el viaje a las tolderías de Mariano Rosas, más allá del juicio acerca de su valor

como estrategia para asegurar el nuevo tratado, se inscribe también en el propósito de

conocer en profundidad el territorio existente más allá de la frontera interior. Así,

9 Todas las citas corresponden a MANSILLA, L. V.: Una excursión a los indios ranqueles. Buenos Aires,

Biblioteca de La Nación, 1907, 2 tomos. En lo sucesivo citado en el texto. En este caso, I, 10.

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afirma: “Más de seis mil leguas he galopado en año y medio para conocerlo y

estudiarlo”.

Ahora bien, este objetivo económico mediato no desconoce ni desmerece un objetivo

militar inmediato, si las circunstancias así lo determinaran –entre otras cosas, por

fracaso de su tratado con los ranqueles, y el eventual fracaso de la “política de los

tratados”:

No hay un arroyo, no hay un manantial, no hay una laguna, no hay un monte, no

hay un médano donde no haya estado personalmente para determinar yo mismo su

posición aproximada y hacerme baqueano, comprendiendo que el primer deber de

un soldado es conocer palmo a palmo el terreno donde algún día ha de tener

necesidad de operar. [I, 10]

La exploración tuvo pues en primer lugar un sentido militar. Así, afirma Mansilla:

“¿Puede haber papel más triste que el de un jefe con responsabilidad, librado a un pobre

paisano, que lo guiará bien, pero que no le sugerirá pensamiento estratégico alguno?”.

Por otra parte, tal exploración resulta necesaria para el establecimiento de la nueva línea

fronteriza y su seguridad:

Siguiendo el juicioso plan de los españoles, yo establecí esta frontera colocando los

fuertes principales en la banda sur del Río Quinto. En una frontera internacional

esto habría sido un error militar, pues los obstáculos deben siempre dejarse a

vanguardia para que el enemigo sea quien los supere primero. Pero en la guerra con

los indios el problema cambia de aspecto, lo que hay que aumentarle a este

enemigo no son los obstáculos para entrar, sino los obstáculos para salir. [I, 11]

Teniendo en cuenta la distinción entre la expedición y su relato, podría concluirse que la

acción del coronel Mansilla al frente de la subcomandancia centro oeste de la frontera

interior, tal como es retratada en Una excursión a los indios ranqueles, supuso 1) una

labor militar, que culminó en la ocupación de varios miles de kilómetros cuadrados y el

establecimiento de una nueva línea fronteriza; 2) una labor diplomática que culminó con

un nuevo tratado con los ranqueles; y 3) una labor preparatoria de la futura colonización

del desierto, a partir de la información pormenorizada del terreno que pudo realizar una

expedición que se internó en el desierto 400 km. Ahora bien, desde el punto de vista del

desarrollo de la obra, como se verá enseguida, la presencia relativa de cada uno de esos

aspectos es por completo disímil.

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2.2 Estructura de la obra

La obra tiene la forma de cartas (una por capítulo) a Santiago Arcos, amigo chileno de

Mansilla, compañero de alguna de sus aventuras viajeras, y residente por entonces en

París.10 El recurso justifica el estilo coloquial, llano y sin pretensiones literarias. Fue

publicado por entregas en La Tribuna; la serie se inició al mes siguiente del regreso de

Mansilla de las tolderías ranquelinas, el 20 de mayo de 1870, y concluyó el 7 de

noviembre. Luego fue editado como libro, mereciendo numerosas ediciones y

traducciones (inglés, francés, alemán e italiano). Una muestra del interés que suscitó

como descripción de territorios no civilizados fue el premio que se le concedió en el II

Congreso que la Unión Internacional de Geografía realizó en París en 1875.11 Tal vez

ello influyó para la temprana traducción de la obra a otros idiomas.

El texto tiene dos tipos de narración: el relato del viaje propiamente dicho y las

reiteradas digresiones del autor sobre muy variados asuntos. El relato, pese a seguir un

ordenamiento temporal determinado por el viaje, incluye tan variados tópicos que

termina primando en la obra el valor descriptivo general (geográfico, incluida la

geografía humana) por sobre el episodio histórico circunstancial que se propone relatar.

Atendiendo a este valor descriptivo, la estructura del libro puede presentarse del

siguiente modo:

I) Relato del viaje o “excursión”

I.1 Alternativas del viaje

a) Etapas cumplidas

b) Desempeño de la expedición (personas y animales)

10 El interlocutor elegido por Mansilla, conocedor de las fronteras interiores en Argentina y Chile, y de

territorios ocupados por tribus indígenas, había publicado en 1860 el opúsculo Cuestión de indios. Las

fronteras y los indios (Buenos Aires, Bernheim), abogando por una ofensiva general contra el poder indio

en la pampa (Nacach y Navarro Floria, 2004), de modo que la obra de Mansilla podría verse no solo

como un diálogo de amigos sino también como un intercambio de enfoques sobre la cuestión. 11 El hecho de que la obra de Mansilla pudiera llamar la atención en este Congreso no es de desdeñar.

Durante sus sesiones, Ferdinand de Lesseps y Armand Reclus presentaron el primer proyecto del Canal

de Panamá, logrando apoyo para la expedición al istmo del año siguiente, promovida por la Sociedad

Civil del Canal Interoceánico y la Sociedad Geográfica Francesa.

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c) Encuentros sucesivos con gauchos, indios y cautivos.

I.2 Relevamiento geográfico

a) Descripciones topográficas (tipo de suelos, alturas, bajos, lagunas, etc.)

b) Descripciones de la flora y fauna

c) Descripciones del clima

I.3 Relevamiento etnográfico

a) La toldería: elementos que la componen, organización, diferencias entre

ellas.

b) Sus personajes: caciques principales, caciques secundarios, capitanejos,

indios del común, indias, chinas, cautivos y cautivas y sus funciones;

“agregados” en general: gauchos, negros, indios gauchos12; y visitantes:

indios de otros toldos, sacerdotes, civiles.

c) Costumbres: la vida dentro del toldo, su disposición física, muebles y

enseres, vestimenta, culinaria, rutinas diarias, faenas del campo y trabajos

dentro de la toldería.

d) Otros aspectos: organización familiar, relaciones de autoridad, propiedad y

comercio, aspectos morales (honor, confianza, traición, vicios, costumbres

amorosas, etc.).

I.4 Conversaciones en torno al Tratado de Paz. El objeto propiamente dicho del

viaje de Mansilla ocupa solo dos capítulos (XVI y XVII de la segunda parte).

II. Digresiones

a) Retratos de personajes populares.

b) Reflexiones políticas y sociales sobre diversos asuntos: el problema del

indio, situación política del país, contraste entre civilización y barbarie, etc.

c) Reflexiones mundanas. Referencias a sus viajes, comparaciones con lugares,

países, costumbres.

El esquema propuesto no se corresponde con secciones o partes del libro, pero se

justifica en función del análisis del texto. Es decir, la obra no se presenta como una

12 En la galería de personajes de la frontera entre el área civilizada y Tierra Adentro, Mansilla incluye al

“indio gaucho”, aludiendo al indio que reniega de la vida en la toldería –por la razón que fuere- y vive

vagabundo en el desierto.

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memoria descriptiva de la frontera o de Tierra Adentro, sino como un relato

autobiográfico, y que en algunos momentos adquiere un fuerte tono confesional.

También por ello el tono general de la obra es digresivo, más allá que se indiquen

especialmente algunas partes como digresiones. Mansilla es conciente de este carácter

del texto: “Si estoy de humor mañana y no te vas fastidiando de las digresiones y no te

urge llegar a Leubucó, te la contaré”.

El tono confesional y digresivo no se ajusta muy bien con el propósito descriptivo, y el

resultado es una cierta tensión permanente entre ambos modos del texto. Pero al autor

protesta en varias ocasiones la veracidad de todo lo que escribe: “Creerán algunos que a

medida que corre la pluma voy fraguando cosas imaginarias, por llenar papel y

aumentar el efecto artificial de estas mal zurcidas cartas. Y sin embargo todo es cierto”

[I, 52]. Pese a esta afirmación, el autor hace de inmediato una defensa de la veracidad

de la imaginación que hace dudar de lo anterior:

Los abismos entre el mundo real y el mundo imaginario no son tan profundos. La

visión puede convertirse en una amable o en una espantosa realidad. Las ideas son

precursoras de hechos. Hay más posibilidad de que lo que yo pienso sea, que

seguridad de que un acontecimiento cualquiera se repita. Las viejas escuelas

filosóficas discurrían al revés. El pasado no prueba nada. Puede servir de ejemplo,

de enseñanza no. [I, 52/53]

Por otra parte, el autor usa a veces técnicas y recursos narrativos más propios de la

ficción que del ensayo. Un ejemplo es cuando juega cruzando los tiempos del relato con

los de lo relatado: “Y como sigue lloviendo y estoy mojado hasta la camisa, me despido

hasta mañana” [I, 81]. Los cuentos, historias y anécdotas intercalados son el eje de la

narración, más que el propio itinerario de la expedición. Por eso uno de los escenarios

frecuentes del relato es el fogón. El fogón es el marco apropiado para el ejercicio de la

memoria y la construcción de relatos populares, y también es apreciado porque

posibilita relaciones humanas espontáneas, liberadas circunstancialmente de las

jerarquías:

Ya lo he dicho: el fogón es la tribuna democrática de nuestro ejército. El fogón

argentino no es como el fogón de otras naciones. Es un fogón especial. [I, 109]

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2.3 Principales asuntos tratados

Si debiera resumirse el variado conjunto de temas y personajes que llenan sus páginas

en solo tópico, el más apropiado sería la frontera. De allí la conveniencia de presidir un

trabajo sobre esta obra con la frase citada de Nicolás Avellaneda. Y el autor justifica la

variedad de asuntos y el desorden del relato en función del objetivo de conocer la

realidad argentina:

Sí, el mundo no se aprende en los libros, se aprende observando, estudiando los

hombres y las costumbres sociales. Yo he aprendido más de mi tierra yendo a los

indios ranqueles, que en diez años de despestañarme, leyendo opúsculos, folletos,

gacetillas, revistas y libros especiales. Oyendo a los paisanos referir sus aventuras,

he sabido cómo se administra justicia, cómo se gobierna, qué piensan nuestros

criollos de nuestros mandatarios y de nuestras leyes. Por eso me detengo más de lo

necesario quizá en relatar ciertas anécdotas, que parecerán cuentos forjados para

alargar estas páginas y entretener al lector. [I, 292]

A los efectos de ofrecer un cuadro sintético del abigarrado conjunto de temas, se

seleccionaron aquellos que por su reiteración y extensión resultan predominantes, y que

permitirán luego extraer algunas conclusiones sobre el valor historiográfico del texto.

Retrato de personajes

El primer asunto que debe señalarse es el retrato de personajes, que cumple un papel

muy significativo en la obra, convirtiéndola en una verdadera “galería de la frontera y

del desierto”. Es uno de los atractivos de la narración, por la vivacidad de los retratos y

los detalles, a veces minuciosos, que se ofrecen. Mansilla atribuye a los retratos

personales un gran valor. Frente a una historia que va a escuchar, reflexiona así:

Tomó la palabra Crisóstomo,13 y dijo: -Mi Coronel, el hombre ha nacido para

trabajar como el buey y padecer toda la vida.

Este introito en labios de un hombre inculto llamó la atención de los interlocutores.

Me acomodé lo mejor que pude en el suelo para escucharle con atención,

convencido de que los dramas reales tienen más mérito que las novelas de la

imaginación. […] La historia de cualquier hombre de esos que nos estorban el

paso, es más complicada e interesante que muchos romances ideales que todos los

13 Criollo que vive en la toldería de Mariano Rosas.

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días leemos con avidez; así como hay más chiste y más gracia circulando en este

momento en el más humilde café, que en esos libros forrados en marroquín dorado,

con que especula el ingenio humano.” [I, 171]

La idea de que la historia de cualquier hombre es más interesante que muchas novelas

podría considerarse como un precepto de la prosa de Mansilla en Una excursión a los

indios ranqueles. La galería incluye a los propios integrantes de la expedición, donde

hay personajes tan singulares como el ranquel Angelito, destacado por Achauentrú junto

a Mansilla, o Francisco Mora, su lenguaraz chileno, mestizo araucano. Dos personajes

relevantes de la expedición son los padres franciscanos Marcos Donati y Moisés

Álvarez, cuya presencia tenía que ver con un aspecto del tratado, el referido a la

educación religiosa de los ranqueles. El espacio que les concedía Mansilla puede

apreciarse en el primer encuentro con Mariano Rosas:

Después que fui saludado, cumplimentado y felicitado, me pidieron permiso para

hacerlo con los franciscanos, que por el hecho de andar a mi lado, de ver mis

atenciones con ellos y, sobre todo, porque llevaban corona, eran reputados mis

segundos en jerarquía”. [I, 229].

Por supuesto está la larga galería de personajes ranqueles, muchos de ellos retratados

con lujo de detalles, físicos y de carácter, desde el propio Mariano Rosas al agresivo

Epumer, o Caniupán, cuyo toldo reluce por el orden y limpieza, o a mujeres como la

china Carmen o la mujer del indio Villarreal y su cuñada, que Mansilla se detiene en

describir:

Una china magnífica, que también ha estado en Buenos Aires; me habló de

Manuelita Rosas; tendrá treinta años. Su hermana tendrá dieciocho, y era soltera.

Ambas vestían con lujo, llevando brazaletes de oro y plata, el colorado pilquén (la

manta), prendida con un hermoso alfiler de plata como de una cuarta de diámetro,

aros en forma de triángulo, muy grandes, y las piernas ceñidas a la altura del tobillo

con anchas ligas de cuentas. La cuñada de Villarreal es muy bonita y vestida con

miriñaque y otras yerbas, sería una morocha como para dar dolor de cabeza a más

de cuatro. [I, 177]

Llama la atención la cantidad de personajes mestizos que pululan en las tolderías, desde

caciques principales a capitanejos o indios del común, como el cacique Ramón, mestizo

que tiene un taller de platería en medio del desierto, o el citado Villarreal, que viste

como “un paisano rico” y al que Mansilla llama “caballero”, o Bustos, cuñado del

cacique Ramón, o Baigorrita, hijo de una cautiva puntana y ahijado del coronel Manuel

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Baigorria, largos años asimilado a los ranqueles, y que tiene un medio hermano,

Caiomuta, que a pesar de ser indio puro no heredó el cacicazgo.

También están los personajes indefinibles, como el singular indio Blanco –del tipo de

los “indios gauchos”-, o Peñaloza –personaje que vive solo en el desierto y de quien no

se sabe si es indio, criollo o mestizo-, o Uchaimañé, un criollo que ha olvidado hasta su

nombre cristiano, o José, el lenguaraz mendocino de Mariano Rosas, de quien afirma

Mansilla: “casado entre los indios, cuyos hábitos y costumbres ha adoptado hasta el

extremo de hacer dudar sea cristiano” [II, 13].

Finalmente los criollos o cristianos que viven en las tolderías, como Crisóstomo, un

simple gaucho, o el Mayor Hilarión Nicolai y el teniente Camargo, oficiales puntanos

refugiados en Tierra Adentro, en su momento integrantes de las fuerzas de Juan Sáa; o

Jorge Macías, antiguo condiscípulo que Mansilla encuentra como cautivo y que

finalmente logra rescatar. Tampoco faltan los visitantes, como el padre Moisés Vicente

Burela, sacerdote dominico que Mansilla encuentra en la toldería.14

Topografía y toponimia

La obra hace una prolija descripción del territorio que atraviesa la expedición, desde el

Fuerte Sarmiento hasta la laguna de Leubucó. Ello incluye los accidentes topográficos -

lagunas, médanos, bajos, montes, etc.- y también las “rutas” del desierto, principales

como el “camino del Cuero” o secundarias, como las sendas que unen distintas

tolderías, pero todas trazadas y afirmadas por el mero tránsito de los caballos, y que

reciben en Tierra Adentro el nombre de “rastrilladas”.

Hay descripciones de detalle, lugar por lugar, y caracterizaciones amplias, que permiten

distinguir grandes espacios, y los sitios que los dividen, como Coli-Mula, desde donde

ya se divisan “los primeros montes de Tierra Adentro” [I, 87]; o Ralicó, donde “los

14 El padre Burela, superior del convento dominico de Mendoza entre 1860 y 1872, suscribió en 1869 un

acuerdo con el gobierno para tratar con los ranqueles y recuperar cautivos, viajando a Leubucó, donde se

encontró con Mansilla. “Dicho encuentro motivó”, sostiene Durán, “meses después, una fuerte polémica

periodística entre ambos, mediante cartas y artículos en La Nación y en La Tribuna, a raíz de la

publicación de Una excursión a los indios ranqueles”. [Durán, 460]. La polémica estaría relacionada con

la afirmación de que el cargamento que llevaba el P. Burela para el canje de cautivos era de aguardiente.

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campos comienzan a cambiar de fisonomía y la vista no se cansa tanto espaciándose por

la sabana inmensa del desierto solitario, triste, imponente, pero monótona como el mar

en calma” [I, 87]; o la Laguna del Cuero,

situada en un gran bajo. A pocas cuadras de allí el terreno se dobla ex abrupto, y

sobre médanos elevados comienzan los grandes bosques del desierto, o lo que

propiamente hablando se llama Tierra Adentro. […] Estos montes del Cuero se

extienden por muchísimas leguas de norte a sur y de naciente a poniente; llegan al

río Chalileo, lo cruzan, y con estas interrupciones van a dar hasta el pie de la

cordillera de los Andes. [I, 97] […]

Hermosos, seculares algarrobos, caldenes, chañares, espinillos, bajo cuya sombra

inaccesible a los rayos del sol crece frondosa y fresca la verdosa gramilla,

constituyen estos montes, que no tienen la belleza de los de Corrientes, del Chaco o

Paraguay. [I, 105]

En general se explica el origen de la toponimia, y también otros nombres de uso entre

los baqueanos –que Mansilla llama la “jerga de la tierra”- como la sustitución habitual

de los nombres “oeste” por “arriba” y “este” por abajo (de modo que la orientación del

camino del Cuero, por ejemplo, es “sudabajo”). A veces se consignan los distintos

nombres, ranqueles y criollos, que recibe un paraje, como los desagües del río Quinto,

en la frontera sur entre Córdoba y Santa Fe, que son llamados Trapalcó o La Amarga, y

que Mansilla por su parte bautiza como Ramada Nueva; o Fuerte Sarmiento, que será el

nuevo nombre del paraje antes denominado Paso de las Arganas.

Flora y fauna

No tienen tanta importancia como las topográficas, pero ocupan también a Mansilla.

Muchas veces quedan integradas a referencias sobre el paisaje, con connotaciones

bucólicas, que en general reiteran un tópico que sobrevuela toda la obra: el daño que las

personas urbanas sufren por la pérdida de contacto con la naturaleza.

Las descripciones de la flora incluyen el tipo de pastos y el tipo de árboles

fundamentalmente. Hay por ejemplo muy poco de herboristería, a pesar de su

significación en la vida rural. La selección corrobora la mirada colonizadora que

predomina en Mansilla.

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La descripción de la fauna se limita a consignar los animales de caza (ñandú, guanaco,

venado, y los menores, como la mulita), y al puma como principal predador. No hay

escenas de significación literaria y emotiva como en algunos paisajes, con una sola

excepción, la descripción de una gigantesca escena de boleo de guanacos por los indios,

y que vista a la distancia, desafía a los miembros de la expedición por largo rato a

entender el extraño comportamiento de la nube de polvo que tal boleo levanta. [I, 208-

209].

La toldería

La toldería es descripta con detalle en numerosos pasajes del texto: en sus

características físicas, en sus variantes, y también en los hábitos de vida de sus

moradores. La más importante en el relato es naturalmente la de Mariano Rosas, que

además de los diversos toldos, correspondientes a los núcleos familiares con sus

agregados, cautivos o forasteros, y de los corrales para encierro del ganado, cuenta con

ranchos, construidos por los criollos refugiados, y una pulpería, para atención de los

forasteros que regularmente pasan por allí. La toldería del cacique Ramón incluye un

gran galpón en donde tiene instalado su taller de platería. La vivienda ranquel es

definida de este modo:

Todo toldo está dividido en dos secciones de nichos a derecha e izquierda, como

los camarotes de un buque. En cada nicho hay un catre de madera, con colchones y

almohadas de pieles de carnero; y unos sacos de cuero de potro colgados en los

pilares de la cama. En ellos guardan los indios sus cosas. En cada nicho pernocta

una persona. De las teorías de Balzac sobre los lechos matrimoniales, los indios

creen que la mejor para la conservación de la paz doméstica es la que aconseja

cama separada. [I, 347]

Mansilla alaba este diseño frente al del rancho del gaucho, donde toda la familia vive en

un solo ambiente, y contrasta las costumbres que derivan:

En el toldo de un indio hay divisiones para evitar la promiscuidad de los sexos:

camas cómodas, asientos, ollas, platos, cubiertos, una porción de utensilios que

revelan costumbres, necesidades. En el rancho de un gaucho falta todo. El marido,

la mujer, los hijos, los hermanos, los parientes, los allegados, viven todos juntos y

duermen revueltos. ¡Qué escena aquélla para la moral! En el rancho del gaucho, no

hay generalmente puerta. Se sientan en el suelo, en duros pedazos de palo, o en

cabezas de vaca disecadas. No usan tenedores, ni cucharas, ni platos. Rara vez

hacen puchero, porque no tienen olla. Cuando lo hacen, beben el caldo en ella,

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pasándosela unos a otros. No tienen jarro, un cuerno de buey lo suple. A veces ni

esto hay. Una caldera no falta jamás, porque hay que calentar agua para tomar

mate. Nunca tiene tapa. Es un trabajo taparla y destaparla. La pereza se la arranca y

la bota. El asado se asa en un asador de hierro, o de palo, y se come con el mismo

cuchillo con que se mata al prójimo, quemándose los dedos. [I, 348]

Al frente del toldo hay siempre una gran enramada, a modo de galería, donde transcurre

gran parte de la sociabilidad ranquel. Hay abundantes referencias a la hospitalidad que

ofrece el indio, dentro de su rusticidad y sencillez. Se pone en boca de Mariano Rosas,

por ejemplo:

-Hermano -me dijo, más o menos-, aquí en mi toldo puede entrar a la hora que

guste, con confianza, de día o de noche es lo mismo. Está en su casa. Los indios

somos gente franca y sencilla, no hacemos ceremonia con los amigos, damos lo

que tenemos, y cuando no tenemos pedimos. No sabemos trabajar, porque no nos

han enseñado. Si fuéramos como los cristianos, seríamos ricos, pero no somos

como ellos y somos pobres. Ya ve cómo vivimos. Yo no he querido aceptar su

ofrecimiento de hacerme una casa de ladrillo, no porque desconozca que es mejor

vivir bajo un buen techo que como vivo, sino porque, ¿qué dirían los que no

tuviesen las mismas comodidades que yo? Que ya no vivía como vivió mi padre,

que me había hecho hombre delicado, que soy un flojo. [I, 355-56]

El hombre ranquel

Las descripciones del hombre ranquel son numerosas, cubren los distintos tipos y las

variadas situaciones. Hay abundantes referencias, por ejemplo, a la vestimenta, que

sorprende por su variedad: desde los que se ajustan al estereotipo del hombre

semidesnudo con que la iconografía los ha retratado generalmente, hasta los que se

arreglan cuidadosamente:

Rápidos como una exhalación, varios pelotones de indios estuvieron encima de mí.

[…] Vestían trajes los más caprichosos, los unos tenían sombrero, los otros la

cabeza atada con un pañuelo limpio o sucio. Estos, vinchas de tejido pampa,

aquéllos, ponchos, algunos, apenas se cubrían como nuestro primer padre Adán,

con una jerga; muchos estaban ebrios; la mayor parte tenían la cara pintada de

colorado, los pómulos y el labio inferior… [I, 141]

Otra imagen corresponde cuando no se trata de un grupo encontrado al azar por el

campo sino una delegación que viene a saludarlo:

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Presentóse por fin Caniupán con unos cuarenta individuos vestidos de parada, es

decir, montando briosos corceles enjaezados con todo el lujo pampeano, con

grandes testeras, coleras, pretales, estribos y cabezadas de plata, todo ello de gusto

chileno. Los jinetes se habían puesto sus mejores ponchos y sombreros, llevando

algunos bota fuerte, otros de potro y muchos la espuela sobre el pie pelado. [I, 186]

Finalmente, otra cosa es cuando se trata de un cacique, de quienes dice Mansilla que

Ni la pirámide de la plaza de la Victoria, cuando se viste de gala, gastando más en

traje de lienzo y cartón que en un forro de mármol eterno, emplea tanto tiempo en

adornarse como todo un cacique de las tribus ranquelinas. [I, 224]

Y ofrece la siguiente descripción de Mariano Rosas cuando lo recibe en su toldo:

Mariano Rosas se viste como un gaucho paquete pero sin lujo. A mí me recibió con

camiseta de Crimea morderé, adornada con trencilla negra, pañuelo de seda al

cuello, chiripá de poncho inglés, calzoncillo con fleco, bota de becerro, tirador con

cuatro botones de plata y sombrero de castor fino, con ancha cinta colorada. [I,

327]

Largo espacio y numerosas reflexiones, algunas de carácter puramente militar, dedica el

texto a las relaciones entre el hombre ranquel y el caballo. Tal es la importancia que el

asunto juega en la vida cotidiana, que Mansilla descubre sin asombro que los ranqueles

no conservaban memoria de que sus ancestros andaban a pie, y que el caballo es una

introducción europea.

En otros pasajes Mansilla expone los hábitos sociales, el trato con la mujer, el valor del

compadrazgo, los usos en la sucesión de los cacicazgos, las costumbres de higiene. Su

retrato no es siempre benigno, como cuando se refiere a la actitud pedigüeña:

Mi comitiva, asediada por los indios, que pedían cuanto sus ojos veían, repartía

cigarros, yerba, fósforos, pañuelos, camisas, calzoncillos, corbatas, todo lo que

cada uno llevaba encima y le era menos indispensable. [I, 148]

Tal conducta de “limosneo” permanente se hacía con toda naturalidad, primero con

buenos modales y finalmente con agresividad y amenazas de todo tipo. Frente al relato,

por el cabo Mendoza -uno de los integrantes de la expedición- de cómo el indio

Wenceslao le había quitado algo de su carga, Mansilla dramatiza su reacción para

impresionar a los indios presentes. El mestizo Villarreal emprende entonces una defensa

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de los indios, sosteniendo la necesidad de distinguir al indio trabajador y al indio ladrón:

“Siguió rogándome que me calmara y yo contestando, y, después de escucharle una

larga explicación sobre cómo eran los indios, la diferencia que había entre uno

trabajador y uno ladrón, nos quedamos muy amigos.” [I, 185] Con respecto no ya al

limosneo, sino al robo liso y llano como hábito, dice en un momento, aludiendo a uno

de los hijos pequeños de Mariano Rosas:

Mariano, queriendo ponderarme a uno de sus hijos, me dijo:

-Éste es muy gaucho.

Después me explicaron la frase. El indiecito ya robaba maneas y bozales. Más

tarde completaría su educación robando ovejas, después vacas. Es la escala.

En seguida me presentó otro. [I, 351]

La mujer ranquel

De modo similar al de los hombres, hay varias y detalladas descripciones, entre los

fragmentos dedicados a la mujer ranquel, de sus vestidos, adornos y cosmética.

También se presentan las costumbres amorosas, las formas y condiciones del

matrimonio, haciendo un significativo contraste entre la situación de la mujer soltera y

la mujer casada:

Siguió hablando y me explicó, que entre los indios no existe la prostitución de la

mujer soltera. Esta se entrega al hombre de su predilección. El que quiere penetrar

en un toldo de noche, se acerca a la cama de la china que le gusta y le habla.

Ni el padre, ni la madre, ni los hermanos le dicen una palabra. No es asunto de

ellos, sino de la china. Ella es dueña de su voluntad y de su cuerpo, puede hacer de

él lo que quiera. Si cede, no se deshonra, no es criticada, ni mal mirada. […] Al

lado de la mujer soltera, la mujer casada es una esclava, entre los indios.

La mujer soltera tiene una gran libertad de acción; sale cuando quiere, va donde

quiere, habla con quien quiere, hace lo que quiere. La mujer casada depende de su

marido para todo. Nada puede hacer sin permiso de éste. Por una simple sospecha,

por haberla visto hablando con otro hombre, puede matarla. [I, 356]

Hay también varias referencias al rol de las brujas, en general ancianas a las que se

atribuyen poderes y que son consultadas acerca del futuro, o sobre diverso tipo de

problemas y enfermedades. Las tareas habituales de la mujer en la toldería ocupan su

espacio, sus hábitos en el esparcimiento, y su situación frente al varón, que más allá de

las diferencias indicadas, a veces sorprende a Mansilla. Tal el caso suscitado a corta

distancia de las tolderías de Mariano Rosas y del cacique Ramón, en las proximidades

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de la laguna Aillancó, donde la expedición hizo un alto. Mientras Mansilla conversaba

con el mestizo Bustos, unas indias, curiosamente montadas de a tres, se acercaron; al

rato llegó un grupo de indios que sin bajar de sus caballos amenazaron a Mansilla con

sus lanzas, con gran griterío. Entonces sucede la siguiente escena:

Los bárbaros estaban ya encima. Habloles Bustos y mi lenguaraz en su lengua, y

echándose sobre ellos las chinas, sin temor de ser pisoteadas por los caballos,

asiéndose vigorosamente de sus lanzas se las arrancaron de las manos. Los indios

bramaban de coraje. Felizmente, el incidente no pasó de ahí. [144]

Resulta muy llamativo que tres mujeres desarmen a indios de pelea delante de un

blanco, pero no es el único relato que muestra a mujeres enfrentando a los hombres en

diversas situaciones.

La culinaria

Mansilla alaba mucho la comida en el desierto, y es un tema que aparece desde la

primera página del libro. Destaca también la manera en que sus invitados ranqueles se

manejaban en la mesa, en Río Cuarto. Sin embargo, es una culinaria que no tiene gran

variación: puchero y asado son sus platos principales, algarroba pisada y maíz tostado

los postres. Y por supuesto, se pone de manifiesto la preferencia del indio por la carne

de yegua, aun cruda. Así la escena en que el capitanejo Caniupán le pide con insistencia

una yegua a Mansilla:

Le entregaron la yegua, la carnearon en un santiamén y se la comieron cruda,

chupando hasta la sangre caliente del suelo. En el sitio del banquete no quedaron

más residuos que las panzas, en las que se cebaron después algunos caranchos

famélicos. [I, 156-157]

Otro detalle insistente de la narración es la costumbre de beber hasta emborracharse que

reina en la toldería, principalmente entre los hombres pero también entre mujeres.

Las creencias

No es un tema sobre el que se extienda mucho, pero hay una descripción de las

creencias religiosas ranqueles, que el autor pone en boca de su comadre Carmen:

No se congregan jamás para adorar a Dios; le adoran a solas, ocultándose en los

bosques. No es ni el sol, ni la luna, ni las estrellas, ni la universalidad de los seres

vivientes. Por manera que no son idólatras, ni panteístas. Son uniteístas y

antropomorfistas. Dios -Cuchauentrú, el Hombre grande, o Chachao, el Padre de

todos- tiene la forma humana y está en todas partes; es invisible e indivisible; es

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inmensamente bueno y hay que quererle. A quien hay que temerle es al diablo,

Gualicho… es indivisible e invisible, y está en todas partes, lo mismo que

Cuchauentrú… es muy enemigo de las viejas, sobre todo de las viejas feas: se les

introduce quién sabe por dónde y en dónde y las maleficia. ¡Ay de aquella que está

engualichada! La matan. Es la manera de conjurar el espíritu maligno. Las pobres

viejas sufren extraordinariamente por esta causa. Cuando no están sentenciadas,

andan por sentenciarlas. Basta que en el toldo donde vive una suceda algo, que se

enferme un indio, o se muera un caballo; la vieja tiene la culpa; le ha hecho daño;

Gualicho no se irá de la casa hasta que la infeliz no muera. Estos sacrificios no se

hacen públicamente, ni con ceremonias. El indio que tiene dominio sobre la vieja la

inmola a la sordina. En cuanto a los muertos, tienen por ellos el más profundo

respeto. Una sepultura es lo más sagrado. No hay herejía comparable al hecho de

desenterrar un cadáver.

Como los hindúes, los egipcios y los pitagóricos, creen en la metempsicosis, que el

alma abandona la carne después de la muerte, transmigrando en un tiempo más o

menos largo a otros países y dándole vida a otros cuerpos racionales o irracionales.

Los ricos resucitan generalmente al sur del Río Negro, y de allí han de volver,

aunque no hay memoria de que hasta ahora haya vuelto ninguno. Por esta razón los

entierran junto con el mejor caballo y las prendas de plata más valiosas que

tuvieron; y alrededor de la sepultura les sacrifican caballos, vacas, yeguas, cabras y

ovejas, según la riqueza que dejan, o la que poseen sus deudos o amigos. El caballo

y las prendas enterradas son para que tengan en qué andar en la tierra ésa, donde

deben resucitar; los demás animales son para que tengan qué comer durante el viaje

de ida y vuelta. Las mujeres también resucitan, no se crea que no. [II, 31-34]

Los parlamentos

Las costumbres de cortesía y de intercambio en el desierto ocupan bastante a Mansilla;

define por ejemplo sus formas de conversación del siguiente modo:

Los indios ranqueles tienen tres modos y formas de conversar: La conversación

familiar, la conversación en parlamento, la conversación en junta. La conversación

familiar es como la nuestra, llana, fácil, sin ceremonias, sin figuras, con

interrupciones del o de los interlocutores, animada, vehemente, según el tópico o

las pasiones excitadas. La conversación en parlamento está sujeta a ciertas reglas;

es metódica, los interlocutores no pueden, ni deben interrumpirse: es en forma de

preguntas y respuestas. Tiene un todo, un compás determinado, su estribillo y

actitudes académicas, por decirlo así. [I, 197]

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Hay varias descripciones de los parlamentos ranqueles, desde una general al principio

de la obra [I, 16 y ss.] o el parlamento con el cacique Ramón, hasta los cuatro

parlamentos que tienen lugar durante la estadía en Leubucó, incluidas las deliberaciones

finales sobre el tratado, a las que concurren delegados de todas las tribus ranqueles, unas

doscientas personas, y que dura nueve horas consecutivas [II, 179]. La retórica

parlamentaria es totalmente ceremonial, es decir, debe cumplir un rígido protocolo que

por momentos parece más importante que lo que contiene propiamente de deliberación.

Vaya como ejemplo el diálogo que Mansilla sostiene con un anciano ranquel, luego de

una de las juntas: “Así estuvimos larguísimo rato. Nueve veces dijo él lo mismo, nueve

veces le contesté yo lo mismo también. Cedió el viejo” [II, 180]. Se presentan también

las costumbres de saludo, incluido el abrazo pampa, o el hábito del manoseo cuando el

alcohol anima las demostraciones de simpatía o afecto.

Ideas étnicas

En algunos pasajes, Mansilla ofrece reflexiones de carácter étnico, en particular sobre el

tipo criollo. En general son elogiosas, aunque contrasten con otras observaciones que a

veces intercala sobre hábitos del gaucho. Por momentos irrumpe un afán reivindicativo,

como en el siguiente pasaje, escrito dos años antes de la aparición del Martín Fierro:

El aire libre, el ejercicio varonil del caballo, los campos abiertos como el mar, las

montañas empinadas hasta las nubes, la lucha, el combate diario, la ignorancia, la

pobreza, la privación de la dulce libertad, el respeto por la fuerza; la aspiración

inconsciente de una suerte mejor -la contemplación del panorama físico y social de

esta patria-, produce un tipo generoso, que nuestros políticos han perseguido y

estigmatizado, que nuestros bardos no han tenido el valor de cantar, sino para

hacer su caricatura. [I, 282, las cursivas no pertenecen al original]

O en otro pasaje: “Somos una raza privilegiada, sana y sólida, susceptible de todas las

enseñanzas útiles y de todos los progresos adaptables a nuestro genio y a nuestra

índole”. [I, 24]. Aunque por otra parte, Mansilla se sienta lejos de los juicios raciales, y

confiese haber mudado de opinión sobre ellos:

Sobre este tópico, Santiago amigo, mis opiniones han cambiado mucho desde la

época en que con tanto furor discutíamos, a tres mil leguas, la unidad de la especie

humana y la fatalidad histórica de las razas. […] Hoy pienso de distinta manera.

Creo en la unidad de la especie humana y en la influencia de los malos gobiernos.

La política cría y modifica insensiblemente las costumbres, es un resorte poderoso

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de las acciones de los hombres, prepara y consuma las grandes revoluciones que

levantan el edificio con cimientos perdurables o lo minan por su base. Las fuerzas

morales dominan constantemente las físicas y dan la explicación y la clave de los

fenómenos sociales. [I, 24]

Civilización y barbarie

En estrecha conexión con las ideas precedentes, Mansilla intercala a lo largo de la obra

muchas reflexiones sobre la “civilización” y la “barbarie”. La referencia al tópico es

comprensible desde el momento en que su incursión a “Tierra Adentro” representaba el

ingreso al lugar por antonomasia de la “barbarie”. Por otra parte, el tipo mismo de

Mansilla, con su perfil de caballero elegante y personaje de mundo, sentado en un toldo

ranquel, representa la personificación misma del contraste entre civilización y barbarie,

tópico generalizado en el ensayo argentino desde el Facundo de Sarmiento. Pero a

diferencia del enfoque sarmientino, las referencias de Mansilla a la civilización están en

general cargadas de ironía:

Es indudable que la civilización tiene sus ventajas sobre la barbarie; pero no tantas

como aseguran los que se dicen civilizados. La civilización consiste, si yo me hago

una idea exacta de ella, en varias cosas. […] En que haya muchos médicos y

muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas

guerras, muchos ricos y muchos pobres. En que se impriman muchos periódicos y

circulen muchas mentiras. […] En que funcione un gobierno compuesto de muchas

personas como presidente, ministros, congresales, y en que se gobierne lo menos

posible. [I, 84-85]

Ironías que llegan a veces a desdibujar sus diferencias con la barbarie: “alguien ha dicho

que nuestra pretendida civilización no es muchas veces más que un estado de barbarie

refinada” [I, 323] o “la civilización y la barbarie se dan la mano; la humanidad se

salvará porque los extremos se tocan” [I, 201].

Política indígena

Como no podía ser de otro modo, las cuestiones ligadas a la política a seguir con los

indios aparecen a lo largo de toda la obra, a veces como meras acotaciones a algún

hecho relatado, otras como disquisiciones que tienen la manifiesta intención de

explicitar las ideas que al respecto profesa Mansilla. Por la obra sobrevuela la idea, a

veces como esperanza, a veces como mera fantasía, de una integración pacífica de los

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ranqueles dentro de los planes de colonización de la pampa. Así por ejemplo esta idea

puede adquirir la forma de un sueño:

Saboreaba el suave beleño; soñaba que yo era el conquistador del desierto; que los

aguerridos ranqueles, magnetizados por los ecos de la civilización, habían depuesto

sus armas; que se habían reconcentrado formando aldeas; que la iglesia y la escuela

habían arraigado sus cimientos en aquellas comarcas desheredadas; que la voz del

Evangelio ahogaba las preocupaciones de la idolatría; que el arado, arrancándole

sus frutos óptimos a la tierra, regada con fecundo sudor, producía abundantes

cosechas; que el estrépito de los malones invasores había cesado, pensando sólo,

aquellos bárbaros infelices, en multiplicarse y crecer, en aprovechar las estaciones

propicias, en acumular y guardar, para tener una vejez tranquila y legarles a sus

hijos un patrimonio pingüe; que yo era el patriarca respetado y venerado, el

benefactor de todos… [I, 310-311]

Otras veces asume un tono polémico, y discute con adversarios que no nombra, con

respecto a lo que debe hacerse:

¿No hay quien sostiene que es mejor exterminarlos, en vez de cristianizarlos y

utilizar sus brazos para la industria, el trabajo y la defensa común, ya que tanto se

grita que estamos amenazados por el exceso de inmigración espontánea? [I, 89]

Y frente a las voces que recogen las quejas de los pobladores acosados por los malones,

asume lisa y llanamente el rol de abogado del indígena:

¿Qué más podían hacer aquellos bárbaros, sino lo que hacían? ¿Les hemos

enseñado algo nosotros, que revele la disposición generosa, humanitaria, cristiana

de los gobiernos que rigen los destinos sociales? Nos roban, nos cautivan, nos

incendian las poblaciones, es cierto. ¿Pero qué han de hacer, si no tienen hábito de

trabajo? ¿Los primeros albores de la humanidad presentan acaso otro cuadro? ¿Qué

era Roma un día? Una gavilla de bandoleros, rapaces, sanguinarios, crueles,

traidores. ¿Y entonces, qué tiene que decir nuestra decantada civilización?

Quejarnos de que los indios nos asuelen, es lo mismo que quejarnos de que los

gauchos sean ignorantes, viciosos, atrasados. ¿A quién la culpa, sino a nosotros

mismos? [I, 244]

Este tipo de consideraciones se mantienen siempre en un plano de definiciones

genéricas, sin entrar en los temas concretos que debían abordarse para el caso de una

política de integración efectiva, tales como la incorporación al trabajo rural. No hay

tampoco referencias a las situaciones que de hecho ayudaban a mantener el statu quo

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pampeano, como el contrabando de ganado a Chile, que por otra parte es materia de un

informe que el mismo Mansilla envía desde Río Cuarto a su superior:

Para conseguir estos fines [civilizar a los indios] es necesario cortar el comercio

con los indios chilenos, y con los chilenos mismos, que se hace anualmente en

caravanas que no bajan de cincuenta individuos, y cuyo comercio es fomentado por

los estancieros del sur de Chile. Este comercio es el que por muchísimos años ha

influido en la repetición de los malones. Juzgue V. S. los beneficios que él

representa para los que lo hacen por el solo siguiente dato: los chilenos venden una

cuarta por cinco vacas, y un par de espuelas de plata de veinte onzas por veinte

vacas. Los indios tienen dos grandes pasiones: la embriaguez y la chafalonía.15

En un mismo tenor, la obra abunda en observaciones sobre la riqueza de algunos suelos

para la agricultura, de las pasturas de otros para la cría de ganado, de la existencia de

aguas subterráneas, de la ubicación e importancia de los bosques para proveer los

durmientes del ferrocarril al Pacífico, etc. Es decir, la colonización del desierto, triunfo

final de la civilización, es otro de los temas que sobrevuela la obra y ocupa la

imaginación del autor.

Los campos entre el Río Quinto y el Cuero son diferentes. Ricos pastos,

abundantes y variados; gramilla, porotillo, trébol, cuanto se quiera. Agua

inagotable, leña, montes inmensos. Un estanciero entendido y laborioso allí haría

fortuna en pocos años. [I, 90]

Y como siempre que bajo ciertas impresiones levantamos nuestro espíritu, la visión

de la Patria se presenta, pensé un instante en el porvenir de la República Argentina

el día en que la civilización, que vendrá con la libertad, con la paz, con la riqueza,

invada aquellas comarcas desiertas, destituidas de belleza, sin interés artístico, pero

adecuadas a la cría de ganados y a la agricultura. Allí hay pastos abundantes, leña

para toda la vida, y agua la que se quiera sin gran trabajo, como que inagotables

corrientes artesianas surcan las Pampas convidando a la labor. [I, 106]

Conversaciones en torno al Tratado

La situación en que se encuentra la gestión del Tratado es ambigua. Los caciques ya lo

habían firmado hacía varios meses, y sabían que el Presidente Sarmiento también lo

había rubricado, pero pasaba el tiempo y no se cumplían las entregas pactadas. El

15 CAILLET-BOIS, Julio: “La relación militar de Una excursión a los indios ranqueles”. Logos, V, 8 (1946). La cita de Mansilla proviene de un parte al General Arredondo del 18 de abril de 1870 (doce días después de su regreso de las tolderías de Mariano Rosas).

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problema de Mansilla era explicar que no se trataba de falta de buena fe por parte del

gobierno, ni siquiera de una dilación arbitraria, sino “que el tratado de paz debiendo ser

sometido a la aprobación del Congreso, no podía ser puesto en ejercicio

inmediatamente” [II, 8]. Para sortear el problema, ensayó una larga argumentación

frente a Mariano Rosas, mediante la cual intentó explicar el significado del Congreso y

la necesidad de que el Tratado fuera aprobado por las cámaras para que entrara en vigor.

Luego de su larga exposición, llena de circunloquios y repeticiones al modo indígena,

Mansilla interrogó al cacique, obteniendo la siguiente respuesta:

-¿Y qué le parece, hermano, lo que le he dicho?

-¡Qué me ha de parecer! que estando firmado el tratado por el Presidente que es el

que manda, nos costará mucho hacerles entender a los otros indios eso que usted

me ha estado explicando. Haremos una junta grande, y en ella entre usted y yo,

diremos lo que hay. [II, 9]

Pero a lo dicho se agregó otra dificultad. Mariano Rosas aprovecha la circunstancia para

intentar introducir enmiendas sobre las cantidades ya fijadas, y de hecho el parlamento

con los representantes de todas las tribus termina siendo escenario de nuevas demandas

por parte de los caciques. Finalmente Mansilla consigue superar la situación, que de

todos modos le ha resultado útil a Mariano Rosas para asegurar y reconfirmar, en

presencia del representante gubernamental, las cuotas que a cada parcialidad van a

corresponder de los ganados y mercaderías que entregará el gobierno, reduciendo las

desconfianzas de sus pares.

2.3 Las Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño

Como otro elemento de análisis de la obra de Mansilla, se efectuó un cotejo con el

relato del ex cautivo Santiago Avendaño, y con documentación y referencias sobre la

frontera, los indígenas y los cautivos, para la misma zona y época –sur de Córdoba

hacia 1866- de la biografía del P. José María Salvaire escrita por José Guillermo Durán.

Las memorias de Santiago Avendaño, escritas alrededor de quince años antes que Una

excursión a los indios ranqueles, relatan el cautiverio de su autor en los toldos de Caniú,

un cacique ranquel, entre 1842 y 1849. Más allá que dos fragmentos de esta obra fueron

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publicados en la época –en la Revista de Buenos Aires, 1867 y 1868,16 dos años antes de

la publicación en La Tribuna de la obra de Mansilla- la misma fue solo conocida

entonces por Estanislao Zeballos –que la utilizó ampliamente para su saga literaria sobre

araucanos y ranqueles- hasta su redescubrimiento reciente por el P. Meinrado Hux,

miembro de la comunidad benedictina fundadora del monasterio de Los Toldos (Hux,

2004). La obra sobre el padre Salvaire es bastante más extensa que el asunto que

particularmente se tuvo en cuenta, ya que abarca la vida completa de este sacerdote,

muy ligado a la historia del santuario de la Virgen de Luján, y donde la parte más

amplia, en lo que tiene que ver con los indios, está relacionada con la excursión del P.

Salvaire a las tolderías de Calfucurá en Salinas Grandes; lo que se tomó en cuenta, por

sus amplias transcripciones documentales, es el relato y estudio de los malones que

asolaron el sur de Córdoba entre 1864 y 1866 (Durán, 1998).

El relato de Santiago Avendaño tiene el valor del amplio conocimiento sobre la vida en

las tolderías que pudo tener quien permaneció cautivo en ellas por casi ocho años. Por

otra parte, su menor exposición pública –no fue una figura de relieve y proyección

nacional, ni con aspiraciones políticas del nivel de la de Mansilla- expone menos su

relato a los ajustes y retoques que las necesidades o intereses imponen a una figura

pública de gran relieve.

Fue hecho cautivo en 1842 por un malón ranquel, presumiblemente dirigido por el

coronel Manuel Baigorria, por entonces asimilado a las tolderías, y quien va a tener

mucho que ver con su huida, casi ocho años después. Fue destinado al toldo del cacique

Caniú, sobrino del cacique principal Pichún, que según Avendaño lo acogió como hijo,

y él le corresponde en el relato aludiéndolo como “mi padre”. Posteriormente se dedicó

a tareas rurales, pero fue en numerosas oportunidades un mediador importante en las

negociaciones con las tribus pampeanas. Ostentó sucesivamente el rol de “intérprete de

la Provincia”, “intérprete de lenguas indígenas y jefe de baqueanos de la I División del

Ejército de Operaciones del Sur”, “intendente de los indios amigos de Catriel” y

finalmente consejero y secretario del cacique Catriel, junto con quien murió lanceado

debido a las alternativas de la revolución de 1874, en la que participó del lado de Mitre.

16 Revista de Buenos Aires. Historia Americana, Literatura y Derecho (1863-1871), dirigida por Miguel Navarro Viola y Vicente G. Quesada. “Fuga de un cautivo de los indios, narrado por él mismo” (1867) y “La muerte del cacique Painé por un testigo ocular” (1868). Hux (2004), p. 10.

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La obra exhibe una apreciable erudición histórica, porque ubica el contexto de los

indígenas de la época a partir del papel central que en la región pampeana jugó Juan

Calfú-Curá –que él escribe inicialmente de este modo-, relatando su vida y sus

incursiones desde Chile hasta el ataque al cacique Rondeau y su instalación como

cacique principal en la región de Salinas Grandes. Avendaño le atribuye a Calfucurá el

carácter de fundador de un nuevo pueblo, Llailma-Mapú:

Rosas reconoció a Calfucurá como jefe de una nueva nación. Nueva, porque

habiéndose dispersado la antigua borohue-che, por la emigración de unos y el

exterminio de los otros, Calfucurá formó un nuevo pueblo con los sometidos y con

aquellos que habían venido con él, ayudándole en su empresa. Y desde entonces le

dio un nombre nuevo a su patria: Llailma-mapú.17

La obra de Avendaño ofrece naturalmente mucha más información sobre los ranqueles

que Una excursión…de modo que es una fuente útil para el contraste con las

descripciones de Mansilla. En los aspectos en que se puede efectivamente hacer la

confrontación, no aparecen discrepancias que lo desmientan o corrijan.

Un caso particularmente importante como los parlamentos ranqueles, por la importancia

del tema para la misión principal de Mansilla, confirma lo dicho. La descripción de los

hábitos y formas de la negociación, los usos retóricos del diálogo en contexto

deliberativo, etc., son coincidentes. Avendaño dedica varias páginas por ejemplo al

relato de las negociaciones entre Calfucurá y los caciques representantes de distintas

parcialidades, que fueron convocados de inmediato tras la derrota de los vorogas [52-

54], pero en varias oportunidades alude a la forma de negociación de los indios en el

ámbito deliberativo que denominan thraun (congreso) [64, 66, 79, 122 y ss., 179].

También hay descripciones de negociaciones individuales, por ejemplo la que realizan

los caciques Pichuiñ y Painé –por intermedio de representantes- a raíz de una decisión

del coronel Baigorria [139-140], que muestran actitudes y retóricas muy similares a las

descriptas en diversas ocasiones por Mansilla.

Lo mismo puede decirse en lo que hace a matrimonio, repudio o dote [77 y 93]; al papel

y trato que reciben las brujas [94]; al tema del nombre, en indios, cautivos y mestizos

(su duplicación, su ambigüedad, etc.) [91, 139]; a las variedades tipológicas, fruto de los 17 Hux (2004), p. 49. En lo sucesivo, citado en el texto con número de página.

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cruzamientos humanos y culturales propios de la frontera y que también se expresan en

las tolderías, muy similares a las ofrecidas por Mansilla, como “indios alzados” [169], o

cautivos “más indios que cristianos” [186]; o la poligamia entre criollos avencidados en

las tolderías [179], que hace recordar a lo que Mansilla afirma de Baigorria.

Tampoco son divergentes las numerosas y variadas referencias a toldos [116, 121, 123,

157, 186]; las alusiones a la forma de la toldería [133, 137 y ss.], que admiten variantes

como la “aldea” de Baigorria [135, 137]; o el tema del valor y variedades del caballo

pampeano, como los caballos de marcha y los caballos de pelea [201].

Un punto especial merecen las numerosas consideraciones que hace Avendaño

referidas, directa o indirectamente, a la contraposición entre civilización y barbarie.

Tema insoslayable, del mismo modo que en Mansilla, por tratarse de relatos que

involucran a ambos lados de la frontera. Así, afirma Avendaño en un tono que recuerda

algunas reflexiones de Mansilla:

¡Desgraciadas e inocentes víctimas de la barbarie! ¿Cuándo llegará hasta ustedes la

luz de la civilización? ¿Cuándo consagrarán los gobiernos un poco de atención y

piedad humana, procurando que ustedes y sus hijos puedan participar de los bienes

que derrama a torrentes la cultura sobre todo el universo? Pero no; los gobiernos no

quieren comprender que es necesario redimir a una parte de la humanidad, de

nuestra carne y de nuestra sangre. No les duele que nuestros hermanos sufran tanto

infortunio. […] Según ellos, no tienen más deberes para con los indios que

mantenerlos en estado de embrutecimiento hasta poder exterminarlos. [95]

Por otra parte, al relatar las masacres recíprocas que se infligieron los caciques

Guzmané y Purrán, reflexiona Avendaño: “Todo se hizo, cuanto se puede esperar de

escandalosos bárbaros y rencorosos” [117].

La “barbarie” también puede extenderse a ciertos criollos, fruto de su aislamiento rural,

lo cual representa un detalle valioso a la hora de justipreciar las relaciones entre

ranqueles y criollos dentro de la toldería:

Había un crecido número de cautivos de todas las edades; regularmente eran

arrastrados de las fronteras gente con muy escaso contacto con los centros de

población, de manera que eran tan ignorantes, tan estúpidos casi como los mismos

indios [162]

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Hay interesantes reflexiones en torno al papel de la lengua, de los lenguaraces y otros

aspectos vinculados, como el peso que tiene en caciques e indios principales el no

comprender la escritura, que se corresponden con observaciones similares de Mansilla,

o como la ventaja decisiva que representa en los toldos –y para la frontera en general- el

ser alfabetizado y hablar la lengua pampa [158], el valor del “indio castellano” [110], o

la sorpresa de los indios ante el acto de lectura, que llaman quim-chillacatulú (hablar

con el papel) [162].

Otra coincidencia significativa entre Mansilla y Avendaño, y que recoge sin duda el

sentir de la época, es que la distinción entre “Tierra Adentro” y el resto del país, cuando

se refiere a las personas, se hace con frecuencia con la contraposición “indio”-

“cristiano”, colocando a la fe como el calificativo principal para definir las diferencias

[214, 224, 229, 233, 241]; Avendaño usa incluso el término “cristiandad” para definir el

lugar de su retorno: “… es el camino para volver a la cristiandad y al seno de mi

familia” [208].

Otra coincidencia, tal vez de menor valor desde el punto de vista temático, pero útil en

cuanto correspondencia entre las miradas de Avendaño y de Mansilla, es la valoración

de la naturaleza en el desierto; en ambos se expresa con elocuencia, en diversos pasajes,

la sorpresa producida por ciertos paisajes que contradicen estereotipos urbanos sobre la

realidad de “Tierra Adentro”. La descripción que sigue pertenece al tramo inicial de la

huida de Avendaño, mientras fue acompañado por el coronel Baigorria, hasta que éste

retorna hacia su toldería:

Nada más precioso, más poético, ni más sublime, que la perspectiva de aquellos

lugares desérticos pero bendecidos por la naturaleza. Allí vagan grandes grupos de

guanacos en forma de manadas de baguales, seguidos de sus crías, tan hermosas

como los padres. Vimos cuatro cuadrillas de avestruces, alimentándose con flores

de diferentes colores y tamaños. El campo todo se veía alfombrado de varios

matices, ya verdes, ya amarillos o rosados. Se divisaban tunales que producen

higos de varios colores, cuya planta espinosa no permite caminar por encima. Era

eso, sin exageración, la hermosura completa, que vimos en aquellos campos

vírgenes. [186]

La descripción sigue con las lagunas, los flamencos, los patos, chañarales, algarrobales,

molles, piquillines, todos florecidos.

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Los documentos tomados en cuenta de la obra de Durán son de distinto tipo, ya que

incluyen partes militares, datos de prensa de la época y correspondencia privada. En

todos los casos, provienen de testigos directos de los hechos relatados (hacendados y

sus familiares, oficiales destacados en la frontera, correspondencia de familiares

afectados por los malones) o indirectas pero cuya información es recabada

inmediatamente después de los hechos (un corresponsal de un diario de Córdoba que

viajó especialmente para cubrir la noticia de un gran malón). La información utilizable

en este caso, habida cuenta del distinto carácter de las situaciones relatadas, que refiere

concretamente la acción de malones en el sur de la provincia de Córdoba, es bastante

menor. Abarca descripciones del comportamiento de los indios, de su vestimenta, sus

caballadas, sus armas, su lengua, y otros detalles menores. En todos los casos en que fue

posible establecer un contraste resulta también coincidente con las descripciones de

Mansilla.

3. Conclusión

Si se toman en cuenta los propósitos de la obra, tal como los define el propio Mansilla –

dejando a salvo la dificultad de definirlos con claridad, tal como fue indicado- resulta

claro que el componente de Historia que posee Una excursión a los indios ranqueles no

es principal dentro de la obra. En efecto, la presentación de los múltiples asuntos que

involucra la frontera interior se ajusta a una perspectiva ensayística, donde el autor

vuelca sus opiniones libremente sobre sus aspectos sociales, económicos, políticos y

culturales: es más ensayo que Historia.

Las descripciones geográficas, en el más amplio sentido del término, son también de

tipo ensayístico. Muchas de ellas podrían integrar una “memoria descriptiva” si no

estuvieran incluidas en un relato de carácter literario autobiográfico, y de hecho no

puede soslayarse el hecho de que la obra fuera premiada en un congreso internacional

de Geografía.

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Por otra parte, existe sin duda un valor historiográfico en la obra, más allá de los

propósitos explícitos del autor, en la medida en que el relato es una fuente importante

para el estudio de las tribus ranqueles, para un cierto momento de la historia de las

fronteras interiores y otros aspectos conexos.

Finalmente, no solo el marco general del relato sino numerosos fragmentos del mismo

corresponden estrictamente al género autobiográfico. De allí la idea de definir a este

análisis conjugando la triple dimensión de “memoria, ensayo e historia” que contiene la

obra.

Con respecto a su valor historiográfico, cabe agregar que la importancia relativa que

tienen los distintos temas abordados, le confiere mayor interés como historia social y tal

vez como etnohistoria que como capítulo –aunque brevísimo- de la historia de la

frontera interior alrededor de 1870. En efecto, el lector no termina de conocer las

alternativas del propio tratado que firmó Mansilla, ni sus antecedentes, ni su resultado

final. Desde ese punto de vista, la obra deja más interrogantes que lo que efectivamente

cuenta. En rigor, tal circunstancia debe considerarse una consecuencia natural del poco

valor que desde el punto de vista de la historia de la frontera, o de la historia de las

relaciones con los ranqueles, tuvo la propia expedición de Mansilla. Él mismo lo señala

al pasar, al formularle una pregunta retórica a su interlocutor literario:

En efecto, querido Santiago, mirando con sangre fría mi viaje a los toldos, ¿no te

parece que ha sido perder tiempo? … ¡Cuánto mejor hubiera sido que mi jefe

inmediato me negara la licencia” [I, 222]

La obra tampoco alude a la historia de los ranqueles, ni siquiera a la más reciente, ni a

las alternativas que contemporáneamente sufre el resto de la frontera. Aparecen

referencias al contexto histórico argentino –como la Guerra del Paraguay o la rebelión

de López Jordán- pero a propósito de distintos personajes que irrumpen con sus

historias en el relato; es decir, de modo anecdótico y no como contexto de los conflictos

y negociaciones en la frontera.

El cotejo de varios aspectos de la narración, como las costumbres de la toldería, los

tipos humanos, las formas y condiciones de vida, etc., con la información proporcionada

por el ex cautivo Santiago Avendaño ofrecen un elemento de juicio favorable a la

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fidelidad de las descripciones de Mansilla. Desde este punto de vista, puede

considerarse que gran parte del relato es una fuente útil para la historia.

En síntesis, puede afirmarse que Una excursión a los indios ranqueles, pese a sus

limitaciones en cuanto a lo que efectivamente implicaría una historia del tratado de paz

con los ranqueles que su autor firmó, pese a su forma notoriamente digresiva y a la

fuerte impronta personal que impregna el relato, mantiene su valor como fuente para los

estudios históricos de la frontera interior, aunque su valor principal debe considerarse

desde la perspectiva de la historia del género ensayístico.

____________

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La bibliografía que sigue excede con mucho los alcances de la monografía; su elaboración e inclusión es

más bien parte del trabajo realizado, con vistas a su ampliación futura.

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biológicos y culturales, de los cuales también se ocupa Mansilla. ¿Es posible pensar que estos personajes,

tan afines al gaucho, representan la vía principal de incorporación a las sociedades criollas del cono sur de

aspectos morales, sociales y culturales de los pueblos aborígenes? JRP].

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en la misma línea de la obra de H. Clementi: el contraste de las actitudes ante la frontera, tal como se

reflejan en la literatura, entre Argentina y EU. N. Ras]

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cautivo francés que llegó a ser secretario de Calfucurá. N. Ras. F. Operé (2001) le dedica un capítulo].

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Cuarto la correspondencia de fray Moisés Álvarez, capellán del Fuerte Sarmiento y a cargo de la

reducción que con familias ranqueles se constituyó en aledaños del fuerte luego de la expedición de

Mansilla. R. Lojo]

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agrónomo. La obra se define de este modo: “Tratar los fenómenos fronterizos en la América Ibérica

obliga a replantear este gran tema, dominado hasta ahora por el enfoque turneriano. Pensar la frontera no

como límite de ocupación de las tierras vírgenes por hombres dominadores, sino como territorio de

integración activa entre culturas, resulta más fecundo y adecuado para comprender la realidad indoibérica.

Sin embargo, el entrelazamiento de sangres y de culturas ha sido considerado tabú entre nosotros, no solo

por la dificultades de su tratamiento objetivo, sino por las connotaciones personales que arrastra hasta el

presente en los descendientes”, p. 11]

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