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Día22

Misadelviernesdela6ªsemanadePascua

Homilía CALIDAD DE VIDA

Queridos hermanos:

Una de las preocupaciones que hoy sentimos es alcanzar la calidad de vida. No deseamos solo vivir, sino vivir del modo más digno posible. Eso es magnífico.

Dicen los psicólogos que muchísimas mujeres se sienten deprimidas al hojear una revista femenina, en la que se presenta cómo ha de ser la mujer ideal: guapa, esbelta, seductora, vestida a la última moda. Si una mujer pone todo su afán en su apariencia corporal, se sentirá deprimida, porque es imposible ser una mujer ideal, tal como lo presentan las revistas de moda.

Una chica modelo comentaba: “La mayoría de mis amigas modelo son depresivas, inseguras o adictas a alguna sustancia. Las fotografías de las modelo que aparecen en las revistas están muy retocadas. Esa imagen perfecta no la tienen, en realidad, ni las modelo de las fotografías”.

Eso no es calidad de vida. Eso es solo la tiranía de la moda, que hace infelices a millones de personas.

Por tanto, la calidad de vida no es buscar una perfección imposible, sino aceptar serenamente la propia realidad, el propio cuerpo, las propias limitaciones. Más aún, dar importancia a los valores del espíritu: el amor, la paz, la honradez, la serenidad, la alegría, la fe y la confianza en Dios. Eso sí que es calidad de vida.

Todos tenemos limitaciones y enfermedades. Pero hay una enfermedad que no tiene remedio, la muerte. ¿Dónde se queda la calidad de vida, cuando llega la muerte? Tanta preocupación por el propio cuerpo, tanto tiempo dedicado a él, tanto dinero gastado para tener una bonita figura… ¿Para qué sirve todo eso cuando llega la muerte?

Pero alegrémonos. Hay una medicina misteriosa que ofrece la mejor calidad de vida. La ha preparado el mejor médico, Jesús de Nazaret. La medicina se llama Eucaristía.

El médico Jesús afirmó con toda seguridad: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene Vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día” (Juan 6,54).

¿Queremos tener calidad de vida? Más aún, ¿queremos tener vida eterna y resucitar venciendo a la muerte? Pues, entonces, comulguemos, recibamos el Pan de Vida y el Cáliz de Salvación.

Ha habido una persona que ha experimentado ya los efectos maravillosos de esa medicina de la Eucaristía. Es la Virgen María. Su Hijo, Jesús, la resucitó y la llevó al Cielo, llena de gloria y felicidad.

Los Apóstoles y los primeros cristianos comenzaron a celebrar la Eucaristía. Y la Virgen María, Mujer eucarística, comulgaba como todos los demás, y recibía el Pan de la Vida y el Cáliz de la Salvación.

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Pero con una característica singular. Jesús nos ha prometido a todos: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene Vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día” (Juan 6,54).

Podemos imaginar que Jesús cambió un poco esas palabras y le dijo a su Madre: “Si el que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre tiene Vida eterna, mucho más tú, que me has dado mi Cuerpo y mi Sangre. Yo resucitaré a todos el último día, pero a ti te voy a resucitar enseguida, y te voy a llevar al Cielo en cuerpo y alma en una gloriosa Asunción”.

Es una obligación del hijo honrar el cuerpo de su propia Madre. Jesús resucitó y subió al Cielo a María, pero también, de modo semejante, nos resucitará

y subirá al Cielo a nosotros. Jesús ha querido tener un cuerpo como el nuestro, se ha hecho Hermano nuestro. Por tanto, si Él ha resucitado, también nos resucitará a nosotros, sus hermanos, como lo hizo con su Madre.

Eso sí que será la mejor calidad de vida.

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En el evangelio de ayer, comentábamos las palabras de Jesús en la última Cena del Jueves Santo, al despedirse de sus Apóstoles. Les decía que estarían tristes al día siguiente, el Viernes Santo, cuando Él moriría en la Cruz. Pero que se alegrarían el domingo de Pascua al verlo resucitado (cfr. Juan 16,16-20).

Y destacábamos cómo Jesús cambió a su Madre Dolorosa del Viernes Santo, en Virgen de la Alegría, del domingo de Pascua.

Hoy vamos a dar un paso más. Cuando Jesús resucitado subió al Cielo en su gloriosa Ascensión, la Virgen se quedó en este mundo, haciendo de Madre a los primeros cristianos. Entonces comenzó a ser Madre de la Iglesia, Madre de aquella Iglesia naciente.

María era realmente la Virgen de la Alegría, la Virgen de la Pascua, pero le faltaba algo fundamental: la presencia de Jesús. Hacía de Madre de los primeros cristianos, sin embargo, era la Madre del primer cristiano, Jesús. Y quería vivir con Él.

Un comparación: María era como una flecha lanzada a una diana, que no para, que no descansa hasta clavarse en la diana.

La Virgen recibía a Jesús en la Comunión. La palabra Comunión es la contracción de dos palabras: comunión–unión. Y María quería la común–unión definitiva con su Hijo, cara a cara, corazón a corazón.

Después de pasar unos años con los primeros cristianos, haciendo de Madre de la Iglesia, Jesús se la llevó al Cielo en una gloriosa Asunción. En el Cielo se encontró definitivamente y para siempre con su Hijo, el Dios Hombre, que la colmó de una felicidad eterna.

En el Cielo encontró María la verdadera calidad de vida, que no se encuentra en este mundo, sino solo en la Casa de Dios, nuestro Padre.

Así la Comunión, la común–unión con Jesús, que encontramos en la Eucaristía, tendrá su plenitud absoluta en el Cielo. La Comunión nos dará en este mundo la mejor calidad de vida y nos preparará para resucitar gloriosamente. Jesús nos ha prometido: “El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene Vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día” (Juan 6,54). Eso será la calidad de vida definitiva.

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Moniciones para la celebración SALUDO. Cristo resucitado, presente en la Eucaristía, esté con vosotros. AMBIENTACIÓN. La Medicina avanza de modo sorprendente y todos nos beneficiamos

de ello. Pero hay siempre un límite que ningún médico ni ninguna medicina pueden superar: la muerte. Pero lo que nosotros no somos capaces de lograr nos lo ofrece Jesús mismo en la Eucaristía: "El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene Vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día" (Juan 6,54). Eso es calidad de vida. El mejor remedio para resucitar es comulgar el Cuerpo de Jesús en la Eucaristía. La Virgen, que está resucitada y gloriosa en el Cielo, nos anima a poner toda nuestra confianza en Jesús resucitado.

ACTO PENITENCIAL. Nos fiamos poco de la promesa de Jesús de darnos la Vida

verdadera, por eso, pedimos perdón:

– Jesús resucitado, Tú eres la Resurrección y la Vida. Señor, ten piedad. – Jesús resucitado, Tú has resucitado y has llevado al Cielo a tu Madre Santísima.

Cristo, ten piedad. – Jesús resucitado, Tú nos prometes a nosotros la Resurrección y la Vida. Señor, ten

piedad. Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos

lleve a la vida eterna. 1ª LECTURA. San Pablo predicó el Evangelio durante año y medio en Corinto a pesar de

sufrir persecuciones y rechazos. ORAD, HERMANOS. En el momento de ofrecer el sacrificio de toda la Iglesia, oremos a

Dios, Padre todopoderoso. PREFACIO PASCUAL, III. PLEGARIA EUCARÍSTICA, D 1. PADRENUESTRO. Nuestra mejor, nuestra única dignidad es ser hijos de Dios Padre. Todo

lo demás es secundario, humano. Oremos a nuestro Padre: "Padre nuestro". COMUNIÓN. Jesús nos asegura: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre tiene Vida eterna

y Yo lo resucitaré en el último día" (Juan 6,54). La verdadera calidad de vida nos la ofrece Jesús en la Comunión de su Cuerpo resucitado.

”Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los llamados a esta mesa”.

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Oración de los fieles Dios Padre nos regala al Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida, para que tengamos verdadera calidad de vida. Pidámosle con toda confianza: – Para que todos los miembros de la Iglesia caminemos por la vida con la fuerza de la Muerte y Resurrección de Jesús. Roguemos al Señor: – Para que los gobernantes trabajen por el progreso y la paz de todos los pueblos del mundo. Roguemos al Señor: – Para que los pueblos en vías de desarrollo vean reconocida su dignidad y reciban el apoyo que necesitan. Roguemos al Señor: – Para que sintamos cada día el Auxilio de la Virgen María, que vivió siempre unida a Jesús. Roguemos al Señor: Dios y Padre nuestro, acoge con bondad estas súplicas y danos la alegría de Jesús resucitado, que nada ni nadie nos puede quitar. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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