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Dirección General del Medio Natural Borrador del Plan Andaluz de Control de la Desertificación 2.1.2 FACTORES ANTRÓPICOS En la propia definición de la desertificación está presente el factor humano como un actor más. En las interrelaciones entre los distintos elementos -clima, suelo, vegetación y hombre- que determinan la desertificación, hay que destacar la relevancia de este último en la medida en que condiciona al resto de elementos, siendo simultáneamente actor desencadenante del problema (como explotador del sistema) y víctima del mismo (como parte del sistema). Así, la influencia humana a lo largo de la historia ha modelado el paisaje a base de los impulsos de los cambios históricos; las guerras, las desamortizaciones o, más tarde, el boom de la agricultura han alterado el uso del suelo (suelo y vegetación), generalmente en el sentido de una mayor exigencia y con escasa preocupación por las consecuencias ambientales. Más recientemente, se ha constatado que la actividad humana también puede estar afectando al factor clima, produciéndose un cambio con motivo de la emisión de gases contaminantes “de efecto invernadero” y destructores de la capa de ozono. Con mayor especificidad, la desertificación en la zona andaluza dentro de la cuenca mediterránea se ha visto acelerada por el modelo de implantación de las actividades económicas seguido en las últimas décadas, que han dado como resultado la presencia de procesos contradictorios. Así, en determinadas zonas, especialmente las litorales, se produce una progresiva concentración de la población y de las actividades productivas más innovadoras e intensivas, generando una problemática específica de desertificación por sobreexplotación de los recursos hídricos y alteración del medio físico. Por contra, amplias zonas (generalmente interiores y montañosas) se ven afectadas por el progresivo abandono de la población y de las formas tradicionales de uso y explotación del suelo y los recursos naturales. En este caso, el abandono de tierras y la desaparición de culturas agrarias adaptadas a lo largo del tiempo a las condiciones del medio provoca otro tipo de desertificación. En la actualidad, se pretende frenar la dinámica de estas zonas interiores mediante diversas actuaciones, enmarcadas principalmente dentro de la política de la Unión Europea y relacionadas tanto con la política de desarrollo rural como con la reforma de la Política Agraria Común, y que se llevan a cabo, entre otras formas, mediante la política de rentas o las reformas de las estructuras. En resumen, puede decirse que en la actualidad, al igual que históricamente, la dinámica de la desertificación está ligada a la coyuntura socioeconómica. De esta manera, cualquier actuación sobre el medio que suponga una pérdida de recursos (incendios, sobreexplotaciones,…) o una regeneración de los mismos (extensificación de la agricultura, incremento de la cobertura vegetal,…) tiene su origen en una determinada situación socioeconómica. Por todo ello, entender estas situaciones nos permitirá encauzar las soluciones al problema.

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Dirección General del Medio Natural

Borrador del Plan Andaluz de Control de la Desertificación

2.1.2 FACTORES ANTRÓPICOS

En la propia definición de la desertificación está presente el factor humano como un actor más. En las interrelaciones entre los distintos elementos -clima, suelo, vegetación y hombre- que determinan la desertificación, hay que destacar la relevancia de este último en la medida en que condiciona al resto de elementos, siendo simultáneamente actor desencadenante del problema (como explotador del sistema) y víctima del mismo (como parte del sistema).

Así, la influencia humana a lo largo de la historia ha modelado el paisaje a base de los impulsos de los cambios históricos; las guerras, las desamortizaciones o, más tarde, el boom de la agricultura han alterado el uso del suelo (suelo y vegetación), generalmente en el sentido de una mayor exigencia y con escasa preocupación por las consecuencias ambientales. Más recientemente, se ha constatado que la actividad humana también puede estar afectando al factor clima, produciéndose un cambio con motivo de la emisión de gases contaminantes “de efecto invernadero” y destructores de la capa de ozono.

Con mayor especificidad, la desertificación en la zona andaluza dentro de la cuenca mediterránea se ha visto acelerada por el modelo de implantación de las actividades económicas seguido en las últimas décadas, que han dado como resultado la presencia de procesos contradictorios. Así, en determinadas zonas, especialmente las litorales, se produce una progresiva concentración de la población y de las actividades productivas más innovadoras e intensivas, generando una problemática específica de desertificación por sobreexplotación de los recursos hídricos y alteración del medio físico.

Por contra, amplias zonas (generalmente interiores y montañosas) se ven afectadas por el progresivo abandono de la población y de las formas tradicionales de uso y explotación del suelo y los recursos naturales. En este caso, el abandono de tierras y la desaparición de culturas agrarias adaptadas a lo largo del tiempo a las condiciones del medio provoca otro tipo de desertificación.

En la actualidad, se pretende frenar la dinámica de estas zonas interiores mediante diversas actuaciones, enmarcadas principalmente dentro de la política de la Unión Europea y relacionadas tanto con la política de desarrollo rural como con la reforma de la Política Agraria Común, y que se llevan a cabo, entre otras formas, mediante la política de rentas o las reformas de las estructuras.

En resumen, puede decirse que en la actualidad, al igual que históricamente, la dinámica de la desertificación está ligada a la coyuntura socioeconómica. De esta manera, cualquier actuación sobre el medio que suponga una pérdida de recursos (incendios, sobreexplotaciones,…) o una regeneración de los mismos (extensificación de la agricultura, incremento de la cobertura vegetal,…) tiene su origen en una determinada situación socioeconómica. Por todo ello, entender estas situaciones nos permitirá encauzar las soluciones al problema.

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Borrador del Plan Andaluz de Control de la Desertificación

2.1.2.1 Prácticas agrarias inadecuadas

Las actividades agrarias han ido cambiando a lo largo del tiempo, buscándose siempre el aumento de la producción, tanto agrícola como ganadera. Uno de sus impactos derivados es la artificialización del medio, principalmente de su componente vegetal, lo que provoca modificaciones en los ecosistemas naturales por pérdida de estructura y desestabilización de suelos.

Entre las perturbaciones que se presentan en las actividades agrícolas están el aumento del empleo de insumos (productos químicos, riego, energía,…), el aumento de infraestructuras (de transporte, redes de riego y de drenaje, embalses y depósitos,…) que ocupan el suelo y alteran el medio, y el uso de productos fitosanitarios o de enmiendas que alteran el suelo y las aguas.

Los principales escenarios de la desertificación en las tierras agrícolas mediterráneas son (Francisco Martín de Santa Olalla Mañas, 2000):

* Cultivos herbáceos de secano. Este tipo de cultivos, sobre fuertes pendientes, con largos períodos de barbecho y en los que no se realizan prácticas de conservación del suelo, registra una pérdida de suelo muy elevada. Determinadas prácticas como el laboreo en sentido de máxima pendiente con maquinaria pesada y la quema de rastrojeras contribuyen a acelerar los procesos erosivos.

* Cultivos leñosos de secano. Corresponde a los suelos con cultivos leñosos como el almendro, la vid y el olivo. Debido a su frecuente localización en laderas con empinadas pendientes, al marco de plantación (densidad baja), la presencia de un barbecho permanente y labrado según la máxima pendiente, también registran fuertes pérdidas de suelo. Surcos, regatos y, finalmente, cárcavas son indicadores de la erosión hídrica que presenta este escenario.

* Cultivos marginales abandonados. Ocupan extensas áreas en proceso de expansión. En el ámbito mediterráneo es muy frecuente la presencia de terrazas de cultivo abandonadas debido a los cambios socioeconómicos producidos a partir de los años sesenta. Su dinámica puede ser progresiva (hacia la desertificación) o regresiva (cubriéndose de vegetación), en función de las condiciones edáficas, geomorfológicas y climáticas.

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Este tipo de uso del suelo presenta alto riesgo de desertificación bajo condiciones climáticas áridas y semiáridas.

* Suelos salinizados en zonas de agricultura intensiva. La salinización es una de las causas recientes más importantes de la desertificación, ligada a la sobreexplotación de las aguas subterráneas y a la irrigación con aguas de altos contenidos en sales. En las áreas costeras, la sobreexplotación abusiva origina la intrusión de agua de mar y el consiguiente empeoramiento de la calidad química de los acuíferos.

* Áreas sobrepastoradas. Cuando se sobrepasa la capacidad de carga pastante de un territorio, se produce un rápido deterioro de los pastos y del suelo. Además el pisoteo del ganado ocasiona la compactación del suelo, lo que hace disminuir la infiltración de las aguas pluviales y, en consecuencia, incrementar las escorrentías superficiales y las pérdidas de suelo. La compactación dificulta, también, la germinación de semillas. Este tipo de degradación es particularmente importante en los ecosistemas más secos.

* Áreas con incendios recurrentes. El fuego causa la eliminación súbita de la cubierta vegetal protectora del suelo frente a los procesos de erosión hídrica y eólica. Si los incendios son intensos y frecuentes, la recuperación de la vegetación es muy difícil y, en consecuencia, el suelo queda desnudo y vulnerable a los procesos de erosión.

Además de estos problemas que tienen lugar dentro de unos escenarios específicos, hay que comentar la relevancia de otros cuyo carácter es más general.

El primero de ellos sería el problema de la contaminación de las aguas, con la consiguiente pérdida de calidad de las mismas. La contaminación ganadera es de tipo puntual, orgánica o bacteriológica, derivada de la estabulación del ganado, principalmente debido a la existencia de purines que se dispersan por las aguas. Si bien es un problema muy extendido que impide la utilización de ese agua, su peligrosidad por el momento no es muy alta. Por otro lado, se produce una contaminación agrícola denominada como difusa, es decir, se realiza en una zona más o menos extensa y con similar intensidad. Los agentes contaminantes son de tres tipos principales: plaguicidas, fertilizantes sintéticos y abonos orgánicos. La contaminación derivada del exceso de utilización de fertilizantes radica en la proliferación en el mercado de estos productos, sobre todo de fertilizantes sintéticos de alto rendimiento. Al agricultor le resulta poco costoso aumentar la dosificación para asegurarse de que la planta esté bien alimentada, resultando muy tentador el abuso en cultivos de gran rentabilidad y varias cosechas al año. Un mal manejo de la aplicación de los fertilizantes hace que sobre todo su componente de nitratos, muy

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lábil, pase a las aguas. De todos modos, esta contaminación no está aún suficientemente evaluada, ya que aunque existen zonas donde se han detectado problemas, no está claramente determinado el origen agrario, habiendo una contribución no desdeñable de los residuos urbanos orgánicos sin depuración.

Los productos fitosanitarios no son transmitidos con facilidad a las aguas subterráneas ya que quedan retenidos en el suelo, pero son altamente peligrosos porque pueden descomponerse y originar residuos más tóxicos aún. Al igual que con los fertilizantes, su consumo está en aumento como puede verse en las gráficas que siguen. En el caso de los fertilizantes se aprecia un descenso en los años 1992 al 1994, debido principalmente a las condiciones climáticas y a la retirada obligatoria de superficie cultivada para percibir las ayudas por superficie, sin embargo si la evolución en Andalucía tras el fin de la sequía es la misma que la nacional, el consumo sigue aumentando.

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Gráfico 1 Evolución del consumo de productos fitosanitarios en Andalucía

Las tasas medias de fertilización en España y por similitud en Andalucía se encuentran muy por debajo de la media de la Unión Europea, debido básicamente a que las producciones son menores y por la gran importancia de cultivos pobremente fertilizados como el olivar, el girasol, los frutales, etc.

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Gráfico 2 Evolución de la tasa de fertilización en Andalucía

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Es también digna de consideración la erosión provocada directamente por el laboreo de las tierras agrícolas, como se ha descrito en numerosa bibliografía. En los distintos pases de los aperos, se remueve un importante volumen de suelo, lo que redunda en un desplazamiento neto de suelo pendiente abajo con pérdidas que pueden llegar a igualar las tasas de pérdida por la erosión hídrica.

La eliminación de los plásticos usados en la agricultura es otro de los grandes problemas, presentando dos situaciones muy diferentes. Mientras que se está avanzando bastante en organizar la recogida y reciclado del plástico aéreo, usado en los invernaderos, no sucede lo mismo en el que está en contacto con el suelo de los cultivos acolchados (fundamentalmente algodón, melón y sandía), que ocupan cada vez mayor extensión.

La horticultura intensiva de la costa almeriense y granadina se enfrenta también a problemas de eliminación de residuos y productos vegetales, y al más reciente de la eliminación de los desechos de substratos artificiales (lana de roca), no resuelta por el momento.

En el sector de la fresa, aparte de compartir el problema de la eliminación del plástico, sufre también el de la sustitución del PVC, utilizado como “film” para las bandejas, y del bromuro de metilo usado como desinfectante del suelo, cuya prohibición total ha adelantado la Comisión Europea al año 2005, aunque con posterioridad a esa fecha se siga permitiendo usos críticos de dicho producto donde no se encuentren alternativas adecuadas. En particular, esto último, que afecta también al sector de la flor cortada, aparece hoy como un reto tecnológico no resuelto aún de una manera económicamente sostenible.

Las exigencias cada vez mayores de los mercados consumidores en relación a los Límites Máximos de Residuos está induciendo una importante toma de conciencia entre los agricultores acerca de la importancia de un uso controlado y cualificado de los productos fitosanitarios. El interés por las técnicas de producción integrada está creciendo muy rápidamente en sectores como la fresa, el olivar, el algodón, el arroz o la horticultura almeriense. El incremento de la demanda de garantía en cuanto a la ausencia de residuos hace necesario intensificar los esfuerzos en infraestructura de laboratorio, instrumentación, personas, organización y coordinación de los recursos existentes.

A pesar de que los productos andaluces no suelen presentar problemas de residuos, según demuestran los resultados de los programas sistemáticos de control existentes, los procedentes de los sistemas de invernaderos –flor, fresa, hortícolas- tienen una imagen medioambiental discutida, con críticas debidamente fomentadas y difundidas por algunos competidores europeos. Esa imagen se refuerza a veces por los aspectos de degradación del entorno paisajístico asociado a esos cultivos, que deben ser evitados.

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A la degradación del paisaje contribuyen también, a veces, construcciones e infraestructuras poco respetuosas con el paisaje, problema que requiere no solo aumentar la sensibilidad del agricultor hacia estos aspectos sino el esfuerzo de los técnicos correspondientes parra avanzar en diseños funcionales integrables en el entorno.

La imagen medioambiental de los productos tiene y tendrá en el futuro una influencia cada vez más decisiva para situarse en los mercados, como muy bien han entendido, entre otros, los productores holandeses, que anunciaron, utópicamente, para el año 2000 toda su producción de flor o tomate en cultivo ecológico.

En relación a la agroindustria, la rápida introducción del sistema de dos fases en las almazaras andaluzas ha solventado en parte uno de los principales problemas medioambientales de Andalucía, el de la eliminación de los alpechines. Las industrias de aceituna de mesa y las cárnicas son hoy las que se enfrentan a mayores problemas de vertidos.

Por último, cabe citar también otros aspectos de interés relativos a las relaciones agricultura y medioambiente, como es su papel como sumidero y valorador de residuos, ya sea de aguas residuales que no tienen otra alternativa económica, en la depuración de aguas actuando como “filtro verde”, o en la utilización de compost orgánico procedente de los residuos sólidos urbanos.

Las malas prácticas en las actividades agrarias, por tanto, producen una serie de impactos sobre el medio que se deben tener muy en cuenta, si queremos adaptarnos al desarrollo sostenible.

Teniendo presente todo lo anterior se puede hacer una descripción de la situación de cada uno de los grandes sistemas agrarios andaluces en la problemática de la desertificación:

Valle del Guadalquivir. Esta unidad territorial se caracteriza por ser una de las zonas agrícolas más ricas y productivas de España, donde las condiciones climáticas y la presencia de riego permiten una elevada participación de cultivos en regadío extensivo o semi-intensivo (maíz, girasol, algodón, remolacha, hortalizas, forrajes, etc.) y la fruticultura (cítricos y frutales de hueso). Además hay que agregar el arroz, cultivado en el último tramo del Valle del Guadalquivir sobre las antiguas marismas, que constituye él solo un sistema productivo específico y muy especializado. Algunos de los problemas medioambientales que presentan son la eliminación de los plásticos utilizados para el cultivo del algodón, el deterioro de la calidad del agua, así como el elevado consumo, de agua en los regadíos del valle, y de productos fitosanitarios y abonos.

Campiñas. La agricultura es el principal recurso económico para la mayoría de los municipios de esta zona, caracterizada por las producciones de secano, principalmente girasol-cereal y olivo, incluso vid (campiña de Huelva). En los últimos años, y debido posiblemente a una mayor disponibilidad hídrica para el riego, la marcada tendencia hacia el monocultivo de secano ha ido perdiendo fuerza, produciéndose un aumento importante de la superficie regada. Al igual que en caso anterior, el paisaje agrario se caracteriza por su relativa monotonía por la presencia de grandes extensiones sin vegetación forestal, así como por la frecuente aparición de fenómenos erosivos derivados de la puesta en cultivo de zonas con pendientes inadecuadas y largas mesanas, y la excesiva utilización de productos químicos.

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Olivar. Este sistema productivo se encuentra principalmente en la subbética, en las hoyas y vegas del surco intrabético y en las sierras de Segura, Cazorla y Las Villas, zonas con una altitud media, topografía ondulada y con fuertes pendientes que complican en ocasiones la práctica de la agricultura. En estas zonas, se presentan problemas de erosión y pérdida de suelo, que deben ser necesariamente corregidos mediante la aplicación de técnicas de cultivo de bajo impacto (mantenimiento de cubiertas vegetales, no laboreo, etc.), fomentadas desde 1998 por un programa agroambiental específico.

La evolución de este sistema agronómico se ha caracterizado en los últimos años por estar sujeta a los continuos cambios en los mercados y sobre todo, en las políticas agrarias.Esta circunstancia provoca una permanente amenaza a su sostenibilidad económica, favorece su expansión o contracción episódicas y la adopción de tecnologías sofisticadas para incrementar el rendimiento a corto plazo. Sin embargo no estimula la inversión para controlar la erosión del suelo, principal factor que afecta a su sostenibilidad a medio y largo plazo. La superficie de olivar ha aumentado en toda Andalucía en casi 136.000 ha., durante el periodo 1994 – 1999. En el análisis regional de la tasa de erosión media para este cultivo, se han obtenido un valor en torno a las 62 Tm/ha/año lo que unido a la gran superficie que supone (alrededor de 1.400.000 ha) habla bien a las claras de la problemática situación que origina este cultivo suponiendo los sedimentos generados en tan sólo 50 años un volumen equivalente a la capacidad de embalse de la provincia de Jaén.

Merece especial dedicación este sistema productivo debido tanto a su enorme representación en número de hectáreas cultivadas, como a los problemas de erosión que presenta. Haciendo un análisis para ver como se distribuye la tasa de erosión en función de la pendiente, se observa que los olivares en pendientes altas (medias iguales o superiores al 15%), muestran una tasa de erosión media de 93 Tm/ha/año, mientras que los olivares pendientes más suaves (medias inferiores al 15%), muestran una tasa de erosión media de 36 Tm/ha/año. En la figura de distribución del olivar se aprecia lo que supone cada una de estas clases en el territorio andaluz y si lo comparamos con el mapa de distribución de la tasa de erosión incluido en el apartado 3.2.1.1. Erosión, vemos su coincidencia con las tasas más altas.

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Figura 1 Distribución del Olivar en función de su pendiente.

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El Litoral. Este sistema productivo se caracteriza por un tipo de agricultura altamente productiva y competitiva, gracias a la utilización de técnicas del cultivo forzado y a las buenas condiciones climáticas. Tiene su origen en el Campo de Dalías, extendiéndose a lo largo de la costa hacia el oeste, en las provincias de Granada y Málaga, y hacia el este, dentro de la provincia de Almería (Campo de Níjar...). Podrían añadirse también la costa noroeste de Cádiz, y el litoral onubense. Los principales problemas ambientales que se presentan son por una parte los impactos negativos sobre el paisaje, la generación de residuos (plásticos o vegetales) y la vulnerabilidad de los acuíferos a la sobreexplotación o a la contaminación nítrica. En 1999 existen en toda Andalucía alrededor de 41.000 ha. de cultivos bajo plástico, con un incremento de más del 17% desde 1995.

La Penibética. Bajo esta denominación geográfica se encuadran cuatro sistemas agrarios con características muy diferentes: las Altiplanicies, las Sierras Béticas, las Vegas interiores y el Sureste árido. Las Altiplanicies y Sierras Béticas presentan una proporción alta de eriales, algo de matorrales y una mínima presencia de frondosas residuales. El clima subdesértico continental, con pocas y fuertes precipitaciones provoca un elevado grado de erosión y un creciente proceso de desertificación. Esta situación, poco favorable, se agudiza en lo que se ha denominado Sureste árido, donde se ubica el único desierto de la península. La producción agrícola se caracteriza por su baja productividad. Se fundamenta en los cereales, con escasos rendimientos por la baja pluviometría, y la ganadería ovina, localizada fundamentalmente en las explotaciones de mayor dimensión , en las que se incluyen las tierras para pastos y las no utilizadas en la agricultura. Se trata en general de una agricultura con escasas posibilidades de diversificación. Es frecuente encontrar zonas con fuertes procesos erosivos motivados, en parte por las prácticas agrícolas y por las condiciones climáticas, así como por la presencia de cultivos poco protectores del suelo como el viñedo y el almendro en zonas de pendiente. La mayor parte del terreno forestal que suele acompañar a este sistema agrario, proporciona unos niveles bajos de protección del suelo, debido a su estructura y vegetación dominante, además de presentar en numerosas ocasiones el suelo prácticamente desnudo. En los enclaves de “Las Vegas Interiores” la proporción de tierras cultivadas es muy alta, con una dedicación prioritariamente hortícola, así como olivarera (Vega de Antequera).

La Dehesa. Dentro de este sistema agrario, que se caracteriza fundamentalmente por ser un sistema mixto silvopastoral y, en ocasiones, agrosilvopastoral, se pueden englobar tres grandes subsistemas: Sierra Morena, en sentido amplio, el Valle de Los Pedroches y las dehesas del Campo de Gibraltar.

En lo que se refiere a las dos primeras, la explotación ganadera de dehesa representa el agrosistema más tradicional de la zona, que incluye también zonas de repoblación forestal de pinos, una menor, aunque destacada, presencia de olivares y menos de un 20% de superficie de cultivos herbáceos. Estos últimos presentan una

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tendencia regresiva, debido a los bajos rendimientos que se dan como consecuencia de la mala calidad agrícola de los suelos y de la orografía montañosa. Aunque la dehesa constituye un modelo de gestión de los recursos en perfecta armonía con el medio natural, en algunas zonas se registra un alarmante proceso de deterioro y degradación motivado por la pérdida de rentabilidad de la dehesa tradicional y por el despoblamiento. En general, puede decirse que los problemas de erosión normalmente son poco acentuados, dándose valores medios dentro del margen de tolerancia admisible. No obstante, el subsistema de Sierra Morena, localizado en la franja más montañosa, se diferencia por una mayor presencia de zonas forestadas y de matorrales, mientras que en el Valle de los Pedroches, de orografía más suave, hay mayor proporción de tierras cultivadas, dedicadas principalmente a cultivos herbáceos de secano. En total, pueden calificarse alrededor de 584.000 ha pertenecientes a este subsistema agrario.

Ganadería intensiva. Constituye un subsistema productivo desvinculado del territorio, ya que se basa principalmente en el aporte de insumos externos a la explotación. Su localización está determinada por razones distintas de las puramente agrícolas, como la existencia de la industria transformadora o la proximidad a centros de consumo, la historia o las circunstancias empresariales de la zona, etc., conformándose algo similar a “distritos industriales” ganaderos. Los problemas medioambientales ligados a este sistema son la generación de residuos en forma sólida o líquida, siendo estos últimos los que pueden generar más problemas por la contaminación de las aguas.

En resumen, los principales problemas medioambientales relacionados con la actividad agraria detectados en los diagnósticos sectoriales están ligados fundamentalmente a la conservación del suelo, el uso del plástico en cultivos e invernaderos, así como a algunos vertidos agroindustriales.

2.1.2.2 Incendios forestales

Los incendios forestales pueden tener consecuencias importantes en el avance de la erosión en zonas sensibles, debido tanto a la degradación de la textura, estructura, composición química y acidez de los suelos, como a su desprotección temporal por la pérdida de la vegetación. La degradación de los suelos por altas temperaturas implica pérdidas de plasticidad, porosidad y elasticidad, lo que puede provocar una mayor erodibilidad de los mismos y problemas puntuales derivados de los cambios químicos, entre los que son de destacar la elevación del pH y la mineralización con pérdida de nitrógeno y disociación de carbonatos.

La eliminación temporal de la cobertura vegetal puede producir un incremento de la escorrentía superficial, cuya importancia será directamente proporcional a la afectación de la vegetación, a la pendiente del terreno, al tipo de suelo y a la intensidad de la precipitación. Si tenemos en cuenta que los terrenos forestales actuales se suelen ubicar en zonas más o menos montañosas, en las que no son raros los fuertes aguaceros, de moderada a elevada pendiente y con suelos poco fértiles, es fácil deducir el importante papel que juega la vegetación forestal en la contención de la erosión y en el avance de la desertificación.

Sin embargo una de las características de los incendios forestales es su aleatoriedad, lo que es lógico si tenemos en cuenta la imposibilidad de predecir en donde y cuando se van a producir. Esta aleatoriedad hace que no puedan tenerse en

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cuenta a la hora de evaluar la erosión de una determinada zona, ni siquiera en función de los incendios forestales acaecidos en el pasado, ya que acudir a series estadísticas puede no ser correcto si tenemos en cuenta que la recurrencia de incendios puede deberse a causas específicas, conocidas, intuidas o desconocidas, que al desaparecer evitan un nuevo incendio, así como a la combustibilidad e inflamabilidad de la masa forestal que varía con el tiempo

Es decir, dado el carácter aleatorio de los incendios forestales y las variables consecuencias que sobre la erosión van a tener, no se considera el incendio como factor a evaluar en la erosión, sino el papel que sobre la protección de los suelos tiene la vegetación y el riesgo de incremento de la erosión a que podría llevar su desaparición, lo que nos señalaría las zonas prioritarias para la lucha contra los incendios forestales desde el punto de vista de la erosión.

2.1.2.3 Cambios de uso inadecuados

La distribución del uso de las tierras en Andalucía es el resultado de toda una historia de colonización milenaria. La actual situación es el resultado de un largo proceso de prueba y error por el que el hombre ha querido domesticar nuevos espacios, siendo escasas las zonas totalmente naturales que no hayan sido modificadas en ningún momento. Así las proporciones de zonas naturales, modificadas, cultivadas y construidas permanece bastante estable, sólo sometidas a condicionantes coyunturales.

En el documento de la Consejería de Medio Ambiente: ‘Evolución de usos del suelo y ecosistemas en el periodo 1976-1995’ se hace un análisis de los cambios producidos en cada una de las zonas antes mencionadas a nivel regional y provincial, y posteriormente se presentan varias conclusiones que sirven como punto de partida para realizar un examen actualizado.

Andalucía presenta una tasa media de cambio de usos de casi un 11%, destacando los últimos años el dinamismo de la provincia de Huelva, que alcanza casi un 20% del total de su territorio, según la serie histórica de datos correspondientes al periodo anteriormente señalado.

Dichos cambios (cambios de uso del suelo, reforestación, urbanización, obras públicas, etc.) suelen implicar una creciente fragmentación del paisaje. Este fenómeno, junto con el deterioro general de los fragmentos de bosques y paisajes por la agresión de agentes externos dificulta el intercambio genético de las poblaciones de flora y fauna que los ocupan.

Hoy en día más del 35% de los usos agrarios se realizan sobre suelos que no son apropiados para su uso actual. Esta situación tuvo su máxima evolución en los años 70 y 80, estabilizándose a partir de los años 90.

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Los desajustes entre la capacidad de uso de la tierra y el uso implantado han sido más fuertes en la zona oriental de la región y en el litoral mediterráneo, lo que ha llevado a una desestructuración de los usos tradicionales y de la cubierta vegetal original muy acentuada.

Este fenómeno, tradicionalmente vinculado de forma directa a la expansión de los usos agrarios y más tarde al abandono de tierras marginales en las montañas mediterráneas, actualmente está más vinculado al crecimiento desmedido de los espacios construidos y las zonas de nueva agricultura con sus respectivas áreas de influencia.

Al analizar las principales dinámicas de los cambios de uso en el territorio andaluz en los últimos años pueden extraerse tendencias de interés para el examen del proceso de desertificación. Esto se aborda mediante el estudio comparativo de la distribución de los usos y coberturas vegetales correspondientes a los años 1995 y 1999, cuya información más significativa se resume en la siguiente tabla:

Tabla 1 Usos y Coberturas Vegetales del Suelo de Andalucía. Evolución 1995-1999

Usos y Coberturas Vegetales del Suelo de Andalucía. Evolución 1995 - 1999

DESCRIPCIÓN Sup. 95

(ha)

(%) Sup. 99

(ha)

(%) DIF (ha)

99-95

Variación

95-99

SUPERFICIES CONSTRUIDAS Y ALTERADAS

162.096,74 1,85 166.383,48 1,90 4.286,74 2,64 %

SUPERFICIES FORESTALES, NATURALES, AGUAS Y ZONAS HÚMEDAS

4.486.255,6 51,21 4.452.349,4 50,82 -33.906,2 -0,76%

SUPERFICES AGRÍCOLAS

4.112.042,02 46,94 4.141.479,41 47,27 29.437,39 0,72 %

Nota: El % de la Superficie de cada grupo tanto del 99 como del 95 están referidas al total de la superficie de Andalucía, cifrada en 8.760.444 ha, mientras que la Variación se calcula con respecto a la superficie inicial, o sea, la del 95.

Varios aspectos se pueden comentar de esta tabla, respecto a las superficies construidas y alteradas se observa un incremento de más de 4.000 ha con respecto a la situación del 95, lo que puede considerarse como un notable aumento, que se produce a partir de terreno tanto agrícola como forestal, y que se justifica por el incremento del número de nuevas urbanizaciones y edificaciones, con mayor incidencia en las zonas turísticas costeras. Pues dentro de una distancia de 25 km de la costa se observa la edificación de más de 3.000 ha.

El aumento de superficie agrícola, 0,72% (29.437,39 ha) respecto al año 1995, se debe a la transformación de terrenos forestales a terrenos agrícolas. En todo caso la variación habida es prácticamente insignificante, lo que demuestra la rigidez del sistema de usos actuales.

Además del balance de la variación de superficie de cada grupo, puede ser más significativo si se detallan los cambios y su distribución espacial en la región, viendo como cada territorio puede verse afectado de cara a nuestro objetivo.

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Analizando cada uno de los principales cambios en cuanto a superficie afectada, puede comentarse lo siguiente:

1º.- Cambio de usos dentro del grupo de Superficies Agrícolas. La mayoría de ellos se deben a la mayor disponibilidad de agua para el riego, como es el caso de la zona regable de la campiña de Sevilla, así como una importante cantidad de nuevas plantaciones de olivar (45.594 ha) procedentes de terrenos destinados a cultivos herbáceos en secano, principalmente localizados en la Provincia de Jaén. Del análisis anteriormente mencionado se deduce que un total de 406.118 ha podrían encuadrarse dentro de este grupo.

2º.- Cambio de Superficies Forestales y Naturales hacia Superficies Agrícolas (33.906,2 ha). Son varias las zonas donde es más apreciable este tipo de cambio, correspondiéndose en su mayor parte con la transformación de pastizales hacia cultivos herbáceos de secano (21.455 ha), así como hacia cultivos bajo plástico en el sureste almeriense. También es de destacar la transformación de superficies de matorrales y pastizales en cultivos de olivar en secano en la provincia de Jaén y la transformación de terrenos roturados en cultivos de cítricos en el sur de la provincia de Huelva. En la provincia de Málaga se aprecia un aumento de zonas construidas y alteradas, así como la transformación en cítricos de regadío procedentes de terrenos forestales, básicamente de pastizales y matorrales.

Figura 2 Cambio de Superficies Forestales y Naturales a Superficies Agrícolas

Prov. de Huelva Norte Prov. de Córdoba

Prov. de Cádiz Sureste Almeriense

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Figura 3 Distribución y Dinámica de Cambios de Usos del Suelo 1995-1999

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3º.- Cambio de Superficies Agrícolas a Superficies Forestales. Según la información procesada, un total de 10.730 ha. han sido transformadas a terreno forestal procedentes de terrenos agrícolas, en su mayor parte pastizales continuos. Se trata de terrenos distribuidos prácticamente por toda la región, destacando la superficie del corredor verde del Guadiamar.

Figura 4 Cambio de Superficies Agrícolas a Superficies Forestales

4º.- Nuevas Superficies Construidas y Alteradas. Destaca este apartado por su significativa representación en las zonas costeras. En la provincia de Málaga ha crecido de forma considerable el número de parcelas con este nuevo uso procedentes en buena parte de terreno forestal. Del análisis efectuado se deriva un total de 5.679 nuevas hectáreas de este grupo.

Figura 5 Nuevas Superficies Construidas y Alteradas

Costa de Málaga

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Gráfico 3 Dinámica de Cambios de Usos del Suelo. Periodo 95-99

2.1.2.4 Sobreexplotación ganadera

La sobreexplotación ganadera aparece muchas veces asociada a la desertificación, en especial cuando coincide con otros factores determinantes. Así, por ejemplo, en zonas áridas el terreno objeto de desertificación está muy relacionado con el recorrido que pueda realizar el ganado entre dos puntos de agua.

Si analizamos el caso particular de la dehesa, teóricamente ejemplo de un uso productivo sostenible, en el que el ganado es un elemento esencial de mantenimiento, ya observamos la existencia de problemas. Debido al delicado equilibrio existente entre las diferentes variables que participan en el sistema (suelo, pasto, ganado, arbolado) y a las complejas interacciones que lo sustentan, es necesario que cada uno de los elementos cumpla de forma eficiente su función en el ecosistema. Por lo tanto la variación de alguno de los factores puede originar un desequilibrio que derive en un daño al sistema dehesa o incluso provoque su desaparición.

El exceso de carga ganadera y por tanto la sobreexplotación de la dehesa conduce a la desaparición del sistema por falta de sostenibilidad. Esto afecta tanto a la regeneración del arbolado como a la cubierta vegetal de tipo arbustivo y herbáceo.

Una presión ganadera excesiva implica que se elimina el regenerado procedente de semilla del arbolado, con lo que se provoca un envejecimiento del estrato que trae consigo una disminución del número de pies (ya que no se sustituyen los que mueren por plagas, enfermedades o por envejecimiento) y una disminución por tanto de la fracción de cabida cubierta. Como consecuencia el arbolado no realiza su función en cuanto a producción de alimento (bellota, ramón, hojarasca), ni en sus efectos sobre el pasto (retraso del agostamiento, diversidad específica bajo copas), ni

Dinámica de Cambios de Usos del Suelo. Periodo 95-99

52,0% Camb. Dentro de Sup. Agrícolas

1,4% Cambio de Sup. Agric. a Forestal

6,0% Cambio de Sup. Forest. a Agrícola

3,0% Camb de Sup. Forest a Sup. De Agua

35,4% Camb. dentro de Sup. Forestales

2,1% Otros Cambios

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en lo concerniente a la protección de suelo (por captación de gotas de lluvia y sujeción del suelo por el sistema radical).

Además, el excesivo pastoreo acarrea la destrucción de la cubierta vegetal herbácea y arbustiva. Las mejores especies forrajeras desaparecen y las plantas que quedan son viejas matas recomidas cuyo crecimiento es negativo al consumirse más biomasa de la que son capaces de producir. Se produce asimismo una selección negativa en los pastos, favoreciéndose la multiplicación de plantas tóxicas o poco apetecibles, ya que las más palatables se ven excesivamente consumidas

Algunos de estos problemas son extensibles a otras zonas pastoreadas fuera de la dehesa, agravando su incidencia en zonas de sierra donde la vegetación es escasa o pobre, de matorral o pastizal, y donde supone la única protección para hacer frente al elevado riesgo de erosión motivado por las altas pendientes.

Los suelos quedan desprotegidos y se acentúan los procesos de erosión, perdiéndose los horizontes superiores, más fértiles, y aumentando la pedregosidad superficial. Por otra parte, el ganado se ve obligado a moverse más para cubrir sus necesidades de alimentación, produciendo la compactación del suelo.

En definitiva se produce una reducción de la capacidad alimenticia de los pastos, haciendo menos rentable su explotación ya que soportan cargas menores y obligan a que la suplementación al ganado se realice de forma habitual.

Con carácter general el sobrepastoreo es en la actualidad sólo un problema puntual, ya que las nuevas directrices europeas limitan las ayudas a la tenencia de zonas pastables. Es de destacar los problemas puntuales en algunas fincas cinegéticas de Sierra Morena.

EFECTOS DE LA SOBRECARGA GANADERA

Compactación del suelo.

Pérdida de las especies más palatables.

Aumento de especies no comestibles.

Disminución de los pastizales más productivos.

Desaparición de pastizales.

Eliminación de leñosas.

Eliminación de la regeneración del arbolado.

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A escala provincial las zonas que presentan síntomas de sobrepastoreo son las siguientes:

En Almería, algunas zonas de Sierra María, la Sierra de Gádor y en ésta fundamentalmente los municipios de Béjar y Dalías, enlazando con áreas puntuales en el sureste de Granada. En ésta provincia, la zona más extensa con problemas de sobrepastoreo se localiza en la zona norte de Sierra Nevada, en la parte del Marquesado y municipios como Trevélez, Bérchules, Lugros y Güéjar-Sierra. Algunas zonas de la parte noreste de la provincia y la sierra de Castril son otras de las áreas con este tipo de problemática.

La provincia de Jaén se encuentra afectada en su parte suroriental en zonas pertenecientes a los términos municipales de Santiago Pontones, Jódar, Quesada, Cabra de Sto. Cristo, Pozoalcón, Huesa, Hinojares y Cazorla. Asimismo en la zona norte dentro de los municipios de Andújar, Baños de la Encina, Villanueva de la Reina, La Carolina, Carboneros, Guarromán, Linares, Vilches, Arquillos y Santisteban del Puerto se ven también áreas afectados por sobrepastoreo.

En la provincia de Córdoba las zonas afectadas por sobrepastoreo se concentran en las dehesas de Sierra Morena, en los términos municipales de Fuenteovejuna, Bélmez, Villanueva de Córdoba, Pozoblanco, Hornachuelos y Cardeña, y en municipios de la subbética cordobesa, como Priego, Cabra y Luque.

En la provincia de Málaga, las zonas con síntomas de sobrepastoreo se encuentran fundamentalmente en las sierras calizas del interior y parte occidental de la provincia, sobre todo en los términos municipales de Tolox, Igualeja, Parauta, Montejaque, Benaojas, Vª de Algaidas y parte del municipio de Ronda.

Las zonas que presentan sobrepastoreo en la provincia de Cádiz se concentran en los términos municipales de Tarifa y Algeciras, en las sierras de la Plata y de la Higuera, así como las sierras de Saladaviejo, Sierra de Ojén, Sierra del Cabrito y Sierra del Bujeo.

En la provincia de Sevilla las dehesas de la Sierra Norte soportan esta probemática en su mayor parte, aunque los municipios de El Pedroso, Cazalla de la Sierra y Constantina son los que presentan unos problemas más acusados. En la Sierra Sur también existen algunas áreas que evidencian los efectos del sobrepastoreo.

En la provincia de Huelva las zonas más afectadas pertenecen a la Sierra de Aracena y a algunas zonas de presierra de la comarca del Andévalo. Doñana también se ve afectada por este problema tanto en el área de Parque Nacional como en la de Parque Natural, debiéndose tanto al ganado doméstico como al cinegético.

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Figura 6 Zonas vulnerables por sobrepastoreo o exceso de carga cinegética

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2.1.2.5 Actividades extractivas a cielo abierto

En general puede hablarse de dos grandes aspectos ambientales ligados al desarrollo de cualquier actividad minera y con influencia en los procesos de desertificación: el impacto derivado de la alteración del suelo por los movimientos de tierra masivos y por otro lado la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas.

El primero de los impactos tiene su origen en el conjunto de alteraciones sobre el suelo y el subsuelo (debido a su ocupación, a cambios en la estructura, textura y disposición de los materiales, a la disminución de la estabilidad y de la capacidad portante y al incremento de los procesos erosivos) que realiza la propia actividad junto con la generación de residuos y la necesidad de tratarlos y almacenarlos (escombreras y balsas).

La generalización que han supuesto los sistemas de explotación a cielo abierto y la presencia de plantas de tratamiento ‘in situ’ con las correspondientes balsas de residuos finos, para el aprovechamiento de minas, son factores que hacen cada vez más vigoroso el impacto sobre el suelo, sin obviar sus repercusiones sobre otros elementos ambientales que se traducen en cambios en las aguas superficiales con alteración permanente de los drenajes superficiales y contaminación de las mismas (turbidez por partículas sólidas, compuestas y elementos tóxicos disueltos, etc.), así como la afección a las aguas subterráneas, con alteración posible del régimen de caudales subterráneos y de los procesos de recarga y descarga, y la contaminación de acuíferos por sustancias como aceites e hidrocarburos.

Cada tipo de minería incide sobre las aguas continentales con mecanismos y sustancias contaminantes específicas, por lo que es posible caracterizar ambientalmente la actividad y describir los impactos:

1. Rocas industriales, minerales no metálicos y productos de cantera.

Tienen por lo general una sola consecuencia sobre la calidad de las aguas, la aportación más o menos masiva de sólidos en suspensión originados por movimientos de tierras a gran escala y depósitos de escombreras que provocan una máxima inestabilidad de los suelos y en consecuencia, el desarrollo acelerado de procesos erosivos muy intensos. Este fenómeno es particularmente grave cuando se localizan en cabecera de cuencas de embalses o en zonas endorreicas, provocando procesos acelerados de aterramiento. Esto se puede detectar en determinadas

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cuencas de Sierra Morena, sobre todo, aquellas cuyas cabeceras se encuentran en los sistemas béticos.

2. Minería metálica.

El impacto de este tipo de extracciones es comparativamente mucho mayor, puesto que introduce mecanismos de contaminación química generalmente ausentes en otros subsectores. Ello es debido principalmente a la presencia de plantas de tratamiento anexas a las explotaciones. La producción de aguas ácidas con alto contenido de sulfatos e iones de hierro y cobre es uno de los aspectos más significativos de la contaminación originada por la minería metálica.

Un factor adicional de riesgo de contaminación viene dado por la utilización de agentes químicos orgánicos e inorgánicos en plantas de tratamiento de flotación y lixiviación de los minerales metálicos.

3. Minería del carbón.

Básicamente el problema lo generan las aguas de drenaje que aportan una alta proporción de sólidos en suspensión, así como metales pesados en disolución cuando tienen carácter ácido.

Muchas minas a cielo abierto generan un elevado volumen de aguas ácidas, constituyendo en muchos casos la principal causa de contaminación de los recursos hídricos superficiales y subterráneos en el lugar donde se ubican.

La situación de Andalucía respecto a extracciones a cielo abierto se resumen en las tablas que se incluyen a continuación, extraídas de la información recogida en la Base de datos de explotaciones e Inventario de Canteras, graveras y minas de la Consejería de Medio Ambiente.

Más de 22.000 ha corresponden a terrenos adscritos a explotaciones mineras a cielo abierto en Andalucía, estando muy repartidas por toda la comunidad pero con una gran presencia en comarcas como el Andévalo Oriental o la Sierra Norte de Sevilla.

Las extracciones de rocas industriales, minerales no metálicos y productos de cantera se encuentran en todas las provincias andaluzas, con una distribución que presenta el máximo número de instalaciones en Almería, Sevilla y Granada.

Las explotaciones de minería metálica sólo están presentes en las provincias de Huelva, Sevilla y Granada.

Las explotaciones para obtención de carbón se encuentran en zonas de Sevilla y Córdoba, no existiendo ninguna explotación de este tipo en el resto de las provincias andaluzas.

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Tabla 2 Explotaciones mineras en Andalucía

Tipo de sustancia extraída Cádiz Málaga Huelva Sevilla Córdoba Granada Jaén Almería

Rocas industriales, minerales no metálicos y productos de cantera

88 155 149 230 118 211 169 243

Minerales metálicos - - 6 2 - 1 - -

Carbón - - - 1 5 - - -

Total extracciones a cielo abierto 188 155 155 233 123 212 169 243

A nivel provincial, Almería presenta el mayor número de explotaciones que permanecen activas, seguida por Sevilla y Granada. Cádiz y Sevilla presentan el mayor número de explotaciones inactivas de la comunidad.

Tabla 3 Actividad de las explotaciones mineras en Andalucía

Cádiz Málaga Huelva Sevilla Córdoba Granada Jaén Almería

Activas 71 68 81 131 82 132 101 183

Inactivas 117 87 74 102 41 80 68 60

En la mayoría de las provincias las explotaciones restauradas o con previsión de serlo superan ampliamente el 50% del total, destacando Jaén y Málaga como las provincias con mayor porcentaje. Almería y Huelva son las que presentan un menor porcentaje de restauraciones en las explotaciones.

Tabla 4 Porcentaje de explotaciones mineras restauradas o con previsión de serlo

Cádiz Málaga Huelva Sevilla Córdoba Granada Jaén Almería

Restauradas o con previsión de restauración (%de total )

75% 79% 50% 71% 57% 75% 87% 42%

2.1.2.6 Uso no sostenible de los recursos hídricos

En Andalucía, el ciclo natural del agua se caracteriza por acusar un fuerte estiaje durante tres o más meses, en los cuales los ríos llegan incluso a secarse a consecuencia de la falta de lluvias y de la gran evapotranspiración derivada de las elevadas temperaturas, y se reduce el agua disponible como recurso.

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Andalucía, como parte de la España seca que es, dispone de unos recursos hídricos limitados, que obligan a una planificación y gestión rigurosas. La cuantía de las precipitaciones en un año medio es de unos 54.000 hm3, pero la alta irregularidad y las pérdidas producidas por la evaporación reducen significativamente la escorrentía superficial, hasta unos 13.000 hm3, cifra que supone un 24% de la precipitación.

Los problemas del agua en los usos agrarios

A partir de la década de los sesenta, surge el desarrollo de una nueva agricultura implantada en el litoral y en el Bajo Guadalquivir, dedicada a la horticultura, mediante técnicas de cultivo forzados con cubierta de plástico (invernaderos, microtúneles, acolchados,…) y a la fruticultura intensiva (cítricos, melocotonero, chirimoyo, aguacate, mango,..). La necesidad de rentabilizar unas condiciones climáticas óptimas para este tipo de agricultura, junto con la baja capacidad de regulación hídrica superficial de nuestro litoral, ha producido un aumento espectacular, y a veces problemático, de las captaciones de agua subterránea para su uso agrícola.

El rápido, y con frecuencia desordenado, aumento de la utilización de las aguas subterráneas en nuestra agricultura, ha inducido como contrapartida a sus beneficiosos efectos socioeconómicos, un uso inadecuado de los recursos de los acuíferos, generando sobreexplotación e intrusión salina en acuíferos del litoral (campo de Dalías, Almuñecar, Costa noroeste de Cádiz, Costa de Huelva,…), problemas de contaminación por el exceso de abonado (nitratos) y de pesticidas, así como puntualmente, una contaminación de origen ganadero (estiércol y purines).

Situación de las aguas subterráneas y su explotación

La compleja geología de Andalucía da lugar a la existencia de una notable variabilidad en la tipología de las aguas subterráneas, a la que hay que sumar las alteraciones introducidas por el hombre en diversos aspectos, que van desde la contaminación extensiva de acuíferos por las importantes actividades agrícolas hasta la intrusión marina en los acuíferos costeros debida a la sobreexplotación de los mismos.

En condiciones naturales, las aguas subterráneas tienen una circulación comparativamente reducida frente a las aguas superficiales, no obstante los volúmenes almacenados son considerables.

Andalucía no es de las regiones más favorecidas en terrenos acuíferos. Pese a ello, la extensión superficial ocupada por las principales formaciones con agua subterráneas es considerable: 21000 km2, lo que supone un 24% de la superficie total Andaluza.

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El mayor volumen de agua subterránea se consume actualmente en la agricultura, como ocurre igualmente con el agua superficial, especialmente en zonas áridas o semiáridas, donde el agua superficial no existe en cantidad suficiente. Pero debido a su amplia distribución geográfica, el agua subterránea se usa abundantemente como suministro rural y urbano a poblaciones pequeñas y medianas, o como suplemento de abastecimientos basados mayoritariamente en aguas de superficie

En Andalucía, de los 5000 hm3/año de agua total utilizada, cerca del 28% corresponden a las áreas subterráneas, con más de 1100 hm3/año para agricultura y algo menos de 300 hm3/año para abastecimientos e industrias.

El conocimiento de los acuíferos es además esencial para controlar vertidos y eliminación de residuos, y para el control de la calidad de las aguas y medio ambiente.

En cuanto al uso actual y futuro de los recursos subterráneos para el consumo humano de Andalucía, hay que considerar que el 25% del territorio corresponde a afloramientos permeables, que perciben una infiltración media anual de 3800 hm3 y están explotados en algo más de 1000 hm3/año.

La utilización y conservación de este recurso se viene orientando, cada vez más, tanto a la satisfacción de numerosas demandas puntuales, como a la potenciación e incremento en la garantía del suministro de los sistemas de abastecimiento de gran envergadura.

La calidad de las aguas

La composición química natural del agua subterránea es producto de la interacción entre el agua que se infiltra y los materiales por los que circula, a partir de los cuales adquiere diversas sustancias que pasan, generalmente en forma iónica, a la disolución.

Cuanto más solubles son los minerales de la litología encajante y mayor es el tiempo de contacto, más mineralizada será el agua que los traviesa.

La composición natural del agua puede ser alterada por las actividades humanas -urbanas, agrícolas e industriales- que afectan, generalmente de forma negativa y determinante, a la calidad, provocando en ocasiones su inhabilidad para el uso al que se destinen.

La incidencia de las prácticas agrícolas se traduce habitualmente en un incremento del contenido en sustancias nitrogenadas, especialmente de nitratos procedentes de los fertilizantes aplicados. Es también factible encontrar productos fitosanitarios, aunque debido a sus particulares propiedades (poder de retención y adsorción en el suelo y en la materia orgánica, autodegradación,…), su presencia en el agua subterránea se mantiene en bajos niveles de concentración, e incluso puede ser enmascarada por otras sustancias orgánicas naturales del suelo y los cultivos.

Los vertidos urbanos deficientemente tratados pueden dar lugar a situaciones de contaminación variadas según la composición de las aguas residuales. Además de la posible contaminación bacteriológica, las sustancias mayoritarias detectables son las nitrogenadas (amoniacos, nitritos, nitratos), además de cloruros, sodio, detergentes y materia orgánica. A estos pueden sumarse otras sustancias tóxicas,

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provenientes de instalaciones industriales que viertan sus residuos a través de las redes de alcantarillado.

Por último, los vertidos industriales presentan una composición química muy variada, desde sales minerales, a toda una amplia gama de compuestos orgánicos, dependiendo del tipo de industria. No obstante, la aparición de metales pesados y sustancias orgánicas deben tomarse como indicio de una potencial contaminación de origen industrial.

2.1.2.7 Despoblamiento en el medio rural

El despoblamiento rural a favor de las ciudades es sin duda el fenómeno geográfico más importante de cuantos han acontecido en el siglo XX en España, teniendo una especial relevancia en Andalucía.

En la segunda mitad del siglo XX, sobre todo a partir de 1960 coincidiendo con un pujante crecimiento económico y la apertura de España al exterior, se produce una fuerte migración desde las zonas rurales más atrasadas con tres destinos principales: en primer lugar países como Suiza, Alemania o Francia, en segundo hacia las regiones más industrializadas de España (Cataluña, Madrid, Valencia o el País Vasco), y por último una emigración interior hacia las zonas urbanas. Las provincias donde la incidencia fue más negativa fueron Jaén, Granada y Córdoba.

El intenso éxodo rural que tuvo lugar tiene tras de sí el deseo social del desarrollo, forzando la crisis de la agricultura tradicional y siendo el punto de partida de la agricultura moderna. Esta población encontró empleo en las ciudades mientras que lo vio recortado en el campo como consecuencia del nuevo dimensionamiento que las explotaciones agrícolas requerían para la rentabilización de la inversión en maquinaria. Por un lado el abandono de cultivo agrícolas marginales y su colonización, natural o inducida, por la vegetación forestal, supuso una mejora en la contención de tierras por erosión. Pero por otro, la mayoría de las nuevas prácticas agrarias supusieron un incremento importante en los niveles de erosión, se efectuaron laboreos mucho más profundos y cada vez más intensos, a menudo en zonas agrícolas marginales; se eliminó buena parte de la cubierta vegetal y se intensificaron las podas con la aparición de la motosierra; se eliminaron zonas de arboleda en beneficio de los cultivos cerealistas con mayor uso de la quema de rastrojos para eliminar los residuos agrícolas y por tanto un mayor aumento de fertilizantes para compensar la pérdida de nutrientes extraídos del suelo.

Por otro lado, y como consecuencia del despoblamiento rural, todos los terrenos no aptos para la mecanización fueron abandonados en poco tiempo, coincidiendo normalmente con las zonas de sierra, el consecuente deterioro de las estructuras tradicionales de conservación del suelo concluyó en un aumento de los problemas erosivos.

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En otros casos fueron colonizados por especies invasoras, como por ejemplo los jarales en buena parte de Sierra Morena, con el consiguiente peligro de reiteración de los incendios forestales.

El abandono de la ocupación en el sector agrario andaluz afecta a todos los grupos de edad, pero especialmente a los jóvenes menores de 25 años. Estos jóvenes, a diferencia del pasado en el que el camino de la emigración ofreció una alternativa, permanecen hoy por regla general, en sus localidades de origen. Así ocurre, sobre todo en las campiñas de las provincias de Cádiz y Sevilla, las dos provincias donde precisamente la disminución de la población agraria ha sido más alta en los últimos años. Sólo en las áreas de montaña, especialmente en los pequeños municipios rurales, que constituyen los núcleos menos dinámicos y pertenecen a los espacios rurales menos evolucionados, el éxodo de los jóvenes de la ocupación agraria da lugar a un traslado hacia las capitales provinciales, grandes ciudades o, incluso, cabeceras comarcales.

En definitiva, la pauta general de la dinámica poblacional en Andalucía es la creciente concentración de la población en las aglomeraciones urbanas y en el eje del litoral, que suponen hoy en torno al 65% del total de población, frente al paulatino despoblamiento del interior. Algunos datos de interés que pueden destacarse es que el 36% de la población se encuentra concentrado en diez grandes núcleos (las ocho capitales de provincia, Jerez de la Frontera y Algeciras), un 52% en poblaciones de entre 100.000 y 20.000 habitantes, que en muchos casos están imbricadas en el tejido rural y son clave para su sostenibilidad, y el 12% restante que se ubica en asentamientos rurales con menos de 20.000 habitantes.

Pese a esta distribución poblacional puede decirse que Andalucía por su extensión es una comunidad eminentemente rural, habiendo diferencias entre provincias siendo las de mayor porcentaje de municipios rurales Almería y Granada (más del 60%) y las de menor Cádiz (17%) y Sevilla (18%).Aún entre los municipios rurales, la difusión del sector servicios y el desarrollo económico en algunas zonas, ha originado diferencias entre los activos y aquellos que están deprimidos resultando también en un diferente peso de la juventud o la vejez en su población. Así pueden diferenciarse zonas dentro del territorio andaluz:

* Areas jóvenes:

Triángulo Huelva – Sevilla – Algeciras

Puntos del litoral mediterráneo (Marbella, Torremolinos, Almería)

Vega Guadalquivir

Áreas periurbanas de Granada y Málaga

* Áreas envejecidas:

Sector oriental de las béticas:

Málaga, Granada, Almería

Surco Intrabético: de Guadix a los Vélez

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Sierra Morena de Córdoba a Huelva

Zonas montañosas de Jaén: Condado, Cazorla, Segura, Mágina, Sierra Sur

Alto Nacimiento, Almanzora

Cuenca minera de Huelva, Andévalo

* Zonas intermedias:

Campiña alta de Córdoba

Sierra de Sevilla

Antequera – Loja – Vega de Granada

Linares, Andújar

El éxodo de la población del medio rural ha sido un punto clave del proceso de desertificación desarrollado en Andalucía y si bien no es posible considerar una inversión en la dinámica, de modo que la población rural vuelva a ocuparse ‘de forma artesanal’ de sus campos, la fijación de la población rural es básica para frenar el fenómeno de la litoralización de las actividades que acrecienta el proceso y para el desarrollo de actividades innovadoras que propicien un desarrollo sostenible como se describe a continuación.

2.1.2.8 Desarrollo sostenible. Ecoturismo

El turismo tradicionalmente se ha considerado como una causa de degradación y deterioro del medio ambiente. Sin embargo, en la actualidad se ha empezado a mostrar un gran interés por su vertiente cultural y natural, basada en los principios del desarrollo sostenible: preservación, respeto y valorización del patrimonio cultural y natural, de las singularidades y particularidades del territorio, y en la cualificación y diversificación del producto turístico. Esto ha propiciado el desarrollo de zonas de gran belleza natural y ecológica que hasta ahora estaban fuera de los círculos turísticos.

El crecimiento de la actividad turística parece no tocar techo (crecimiento anual del 7% en los últimos 10-15 años) y en mayor medida el turismo rural con un incremento anual del 10-20%. El turismo de montaña y en áreas rurales ha supuesto en los últimos años un mayor número de visitas a los espacios naturales, despertando una actitud social conservacionista.

La sensibilización y el interés de la opinión pública marca una oportunidad abierta para un aprovechamiento que enriquezca las áreas de buena calidad ambiental. Todo esto requiere establecer medidas de gestión adecuadas al uso público, conjugando la demanda, los recursos y la gestión con la finalidad de proporcionar al visitante un buen conocimiento y disfrute en un entorno conservado.

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Este fenómeno ha dado en llamarse ecoturismo, que se apoya en los principios de una actividad sostenible, basado en la conservación del medio ambiente y traducido en un desarrollo económico y social.

DIFERENCIAS DEL ECOTURISMO CON OTRAS MODALIDADES DE TURISMO

Promueve una ética ambiental positiva.

No denigra los recursos naturales o culturales.

Se concentra en los valores intrínsecos de dichos recursos.

Acepta a la Naturaleza en sus propios términos.

Beneficia al recurso (socialmente, económicamente, políticamente).

Ofrece una experiencia tangible.

Las expectativas de gratificación son medibles en la apreciación, no tanto en actividades físicas con riesgo.

Implica una dimensión experimental de alto nivel cognoscitivo.

Fuente: Ecoturismo, Criterios de Desarrollo y casos de manejo, Castroviejo 1992.

El paisaje es uno de los principales recursos de atracción en el desarrollo turístico ya que sintetiza las relaciones entre la actividad turística y el medio ambiente. En Andalucía contamos con gran diversidad de éstos, ya que encontramos una amplia gama que va desde los paisajes típicamente áridos (Desierto de Tabernas) hasta los de alta montaña (Sierra Nevada).

El Instituto de Estadística de Andalucía publicó en el 2000 un estudio titulado: ‘Nuevos yacimientos de empleo en Andalucía’, en el que se ocupa entre otros epígrafes de las nuevas formas de turismo y con una cierta relación con lo anterior, de las actividades de protección y mantenimiento de las zonas naturales. El análisis estima que los servicios de ocio y formación en turismo, protección y mantenimiento de las zonas naturales, pueden estar empleando a más de 13.000 personas en Andalucía, con una actividad muy concentrada en verano y a partir de iniciativas principalmente de carácter local.

También se augura un desarrollo cada vez más importante de estas actividades existiendo muy buena aceptación por parte de los usuarios y previendo que su demanda va a ser mucho mayor en el futuro.

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