2º domingo de pascua - a
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Pascua 20142º Domingo de Pascua – ciclo A
2º Domingo de Pascua - A
Evangelio: Jn 20, 19-31
El evangelio de hoy tiene dos partes. En la primera se nos relata la primera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, en el cenáculo, estando Tomás ausente.
En la segunda se narra otra aparición a los discípulos, con Tomás.
La oscuridad de la fe
Después de la muerte de Jesús, los discípulos quedan desolados, tienen miedo y se esconden.
Encerrados en sí mismos, faltos de toda esperanza, han perdido el faro que los iluminaba. También han perdido la paz y la ilusión en los proyectos de su Maestro.
La oscuridad y el desasosiego invade sus corazones.
Paz a vosotros
De pronto, Jesús se aparece en medio de ellos. «Paz a vosotros»; es el shalom hebreo, el saludo que quiere transmitirles paz. Pero el deseo de paz no es suficiente. Jesús tiene que demostrar a los suyos que no es un fantasma ni un espejismo.
Y les enseña los agujeros de las manos y el costado. Son las pruebas de que es él, Jesús, él mismo, en cuerpo y alma.
Las marcas del dolor
Allí, vivo en medio de ellos, les muestra las marcas del dolor, del desgarro, del sufrimiento. Son las pruebas fehacientes de que todo es verdad. Pero Jesús no sólo está vivo: está resucitado. Al ver las marcas de su agonía y su muerte, los discípulos empiezan a despertar del letargo, sacudiéndose el miedo. Y se llenan de alegría: es su Maestro, vivo, de nuevo con ellos.
Brota la semilla
La oscura y penetrante noche da paso a
la alborada de la fe. Del miedo y la
desconfianza pasan a la esperanza y a la
alegría. ¡Han visto al Señor!
La experiencia del encuentro con el
resucitado los marcará a todos para
siempre. En esos momentos comienzan
a nacer a una vida nueva. Brota el
germen de lo que será la futura Iglesia,
fundamentada sobre el pilar de la
resurrección de Jesús.
El ímpetu de la fe
No habría vocación, ni misión, ni
Iglesia sin una adhesión total a Jesús
resucitado. Los discípulos sienten esa
certeza en el corazón, con todas sus
fuerzas. La intrepidez de los primeros
apóstoles sacude la historia como un
maremoto en el mar. El empuje que
reciben a partir de esta experiencia
llega hasta nosotros, con todo su
ímpetu.
Llamados a una misión
Una vez serenos, llenos de alegría e
invadidos con la paz del resucitado,
Jesús exhala su aliento sobre los
discípulos y les regala su Espíritu
Santo. Y los llama a una gran misión:
convertirse en ministros del perdón y
de la misericordia. Les da la
autoridad de conducir las almas
perdidas, para que nadie quede
fuera del rebaño de Cristo.
Una nueva creación
Jesús no solo da a sus apóstoles la
paz y la alegría, también les otorga la
fuerza de su aliento, el fuego de su
amor. Con la resurrección de Jesús,
se recrea el universo. También el
universo de nuestras vidas se
transformará para engendrar un
nuevo Cristo en cada uno de
nosotros. Somos los bautizados de la
nueva creación, que es la Iglesia.
Tomás, el desesperado
Los discípulos explican a Tomás que
han visto al Señor. Hablan, llenos de
alegría, ante un Tomás
desconcertado e incrédulo. Aún
sigue en la noche oscura de su fe.
Solo y apesadumbrado, sin norte,
camina hacia ninguna parte porque
no ha experimentado el primer
encuentro de Jesús con sus
discípulos.
Toca y cree
A pesar de todo Tomás está allí, en el cenáculo. Siete días después, Jesús se les aparece de nuevo. Les vuelve a dar la paz, y dice a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos, trae tu mano, aquí tienes mi costado.» Tocar las llagas de Jesús es la evidencia de su resurrección. Jesús hace que Tomás palpe el dolor más hondo, latiendo con nueva vida. Es la señal más clara de su amor, que rebasa el sufrimiento.
¡Señor mío y Dios mío!
La incredulidad de Tomás se
convierte en fe: «¡Señor mío y Dios
mío!». En sus palabras hay pena y de
disculpa pero, a la vez, una enorme
claridad. Tomás hace una declaración
de fe. Cuando la luz del resucitado
penetra en su ser las dudas quedan
totalmente disipadas. Tomás se
convertirá en otro apóstol de la
buena noticia de la resurrección.
Comunicar vida
Los discípulos han recuperado la esperanza, la fe y la alegría de su Maestro, resucitado. Con esta fuerza interior, convencidos y a una, anunciarán su resurrección y la extenderán por todos los lugares de la tierra. Esa noticia barrerá el mundo, como un huracán, y llegará hasta un día como hoy, en que los cristianos revivimos en comunidad la gran experiencia de la resurrección.
Resucitar cada día
En cada eucaristía que celebramos, estamos asistiendo a la resurrección de Cristo y recibiendo el mismo Espíritu que sopló sobre sus discípulos.
Y, como ellos, tenemos una misión: comunicar con vigor misionero a todos cuantos tenemos alrededor que también nosotros somos partícipes de este gran acontecimiento.
PASCUA 2014Textos: Joaquín Iglesias Aranda
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