30-novaro, m., 'conformismo y corrupcción

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Conformismo y corrupción La divulgación de los mails de Ricardo Jaime está revelando no sólo la dimensión y brutalidad que han alcanzado las prácticas de corrupción en los años del kirchnerismo, sino otros problemas bastante graves que padece nuestra vida pública: de un lado, la capacidad del gobierno para ignorar completamente hechos incómodos que difunden los medios que podemos llamar “independientes” u “opositores” gracias a un control muy férreo y disciplinado de la comunicación oficial, que se logra a su vez a través de una impresionante red de medios estatales y paraestatales y de un plantel de funcionarios bien entrenados en ignorar cualquier crítica; del otro, una opinión pública que no se preocupa mayormente por la deshonestidad de sus gobernantes, o en todo caso la considera un problema relativo, a tomar en cuenta sólo en función de cuestiones más de fondo, como ser los “resultados” de la gestión. Las machaconas portadas de Clarín y La Nación de los últimos días batallan tal vez inútilmente contra esta doble indiferencia, la de la “agenda oficial” que ni siquiera le reconoce status de noticia a los mails en cuestión, y la de una opinión mayoritaria que al menos por el momento parece más dispuesta a otorgarle una segunda oportunidad al gobierno de Cristina Kirchner y tratar de sacar algún provecho del auge del consumo. El paralelo entre la situación resultante y la que se vivió con Menem en las postrimerías de su primer mandato salta entonces a la luz. Y también lo hace la similitud entre el rol que se atribuyen los dos grandes diarios nacionales y el que en aquel entonces cumplía o quería cumplir Página 12 como fiscal del poder. ¿Se repetirá entonces en 2011 la historia vivida en 1995? No hay que descartarlo. Al menos uno de los componentes decisivos de aquella experiencia está hoy disponible para facilitarlo: el conformismo. El razonamiento de muchos de quienes avalan o se resignan sin entusiasmo a la continuidad del actual gobierno podría resumirse así: Argentina no es ni puede ser un “país serio”, así que lo más conveniente es seguir confiando en quien administra “lo mejor posible” el país real, el que conocemos. Es, paradójicamente, el reverso exacto de la promesa con la que la actual administración fue electa. Pero eso no parece afectarla: el mejor argumento de los opositores (mejor dicho, el que los opositores insinúan cuando insinúan algo), que se desaprovechan oportunidades y que se “podría estar mucho mejor” con una gestión más honesta, eficiente, etc. no moviliza, y no sólo por problemas de credibilidad de quienes se proponen para protagonizar esa alternativa, sino porque no hay en la audiencia una sensación de urgencia, una demanda de cambio. En ausencia de datos de la realidad que aprieten el zapato, ¿por qué habría que cambiar un “modelo” que funciona? Pero además hay otra cuestión: el discurso oficial no atiende sólo al conformismo, sino a otro componente fundamental del estado de opinión, el resentimiento. Un país que no llega ya a satisfacer siquiera los estándares de sus vecinos, pero que se niega a considerar la posibilidad de que ello se deba a falencias propias, a la falta de esfuerzo por introducir cambios en su forma de hacer las cosas, es naturalmente propenso a creerse víctima de sombrías conjuras, a buscar culpables antes que soluciones. Y lo cierto es que esta demanda de culpables viene siendo muy eficazmente atendida desde las usinas oficiales. Las denuncias de corrupción por tanto tienen que competir contra (e incluso pueden terminar siendo absorbidas por) un relato oficial simplista pero no por ello menos eficaz para atribuirle el origen de nuestros males a los ricos, los extranjeros, y demás enemigos del pueblo. En suma, a la hora de competir con él, hay que empezar por reconocer que la fórmula a la vez conservadora y radicalizada que da sustento al ethos kirchnerista es bastante adecuada a las circunstancias que vivimos, y atiende a una demanda social compleja, de una sociedad que, por más que ha pasado ya por situaciones parecidas, sigue prefiriendo ignorar el prontuario de sus gobernantes e incluso de sus héroes.

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Conformismo y corrupcinLa divulgacin de los mails de Ricardo Jaime est revelando no slo la dimensin y brutalidad que han alcanzado las prcticas de corrupcin en los aos del kirchnerismo, sino otros problemas bastante graves que padece nuestra vida pblica: de un lado, la capacidad del gobierno para ignorar completamente hechos incmodos que difunden los medios que podemos llamar independientes u opositores gracias a un control muy frreo y disciplinado de la comunicacin oficial, que se logra a su vez a travs de una impresionante red de medios estatales y paraestatales y de un plantel de funcionarios bien entrenados en ignorar cualquier crtica; del otro, una opinin pblica que no se preocupa mayormente por la deshonestidad de sus gobernantes, o en todo caso la considera un problema relativo, a tomar en cuenta slo en funcin de cuestiones ms de fondo, como ser los resultados de la gestin.Las machaconas portadas deClarnyLaNacinde los ltimos das batallan tal vez intilmente contra esta doble indiferencia, la de la agenda oficial que ni siquiera le reconoce status de noticia a los mails en cuestin, y la de una opinin mayoritaria que al menos por el momento parece ms dispuesta a otorgarle una segunda oportunidad al gobierno de Cristina Kirchner y tratar de sacar algn provecho del auge del consumo. El paralelo entre la situacin resultante y la que se vivi con Menem en las postrimeras de su primer mandato salta entonces a la luz. Y tambin lo hace la similitud entre el rol que se atribuyen los dos grandes diarios nacionales y el que en aquel entonces cumpla o quera cumplirPgina12como fiscal del poder.Se repetir entonces en 2011 la historia vivida en 1995? No hay que descartarlo. Al menos uno de los componentes decisivos de aquella experiencia est hoy disponible para facilitarlo: el conformismo. El razonamiento de muchos de quienes avalan o se resignan sin entusiasmo a la continuidad del actual gobierno podra resumirse as: Argentina no es ni puede ser un pas serio, as que lo ms conveniente es seguir confiando en quien administra lo mejor posible el pas real, el que conocemos. Es, paradjicamente, el reverso exacto de la promesa con la que la actual administracin fue electa. Pero eso no parece afectarla: el mejor argumento de los opositores (mejor dicho, el que los opositores insinan cuando insinan algo), que se desaprovechan oportunidades y que se podra estar mucho mejor con una gestin ms honesta, eficiente, etc. no moviliza, y no slo por problemas de credibilidad de quienes se proponen para protagonizar esa alternativa, sino porque no hay en la audiencia una sensacin de urgencia, una demanda de cambio. En ausencia de datos de la realidad que aprieten el zapato, por qu habra que cambiar un modelo que funciona?

Pero adems hay otra cuestin: el discurso oficial no atiende slo al conformismo, sino a otro componente fundamental del estado de opinin, el resentimiento. Un pas que no llega ya a satisfacer siquiera los estndares de sus vecinos, pero que se niega a considerar la posibilidad de que ello se deba a falencias propias, a la falta de esfuerzo por introducir cambios en su forma de hacer las cosas, es naturalmente propenso a creerse vctima de sombras conjuras, a buscar culpables antes que soluciones. Y lo cierto es que esta demanda de culpables viene siendo muy eficazmente atendida desde las usinas oficiales. Las denuncias de corrupcin por tanto tienen que competir contra (e incluso pueden terminar siendo absorbidas por) un relato oficial simplista pero no por ello menos eficaz para atribuirle el origen de nuestros males a los ricos, los extranjeros, y dems enemigos del pueblo.En suma, a la hora de competir con l, hay que empezar por reconocer que la frmula a la vez conservadora y radicalizada que da sustento al ethos kirchnerista es bastante adecuada a las circunstancias que vivimos, y atiende a una demanda social compleja, de una sociedad que, por ms que ha pasado ya por situaciones parecidas, sigue prefiriendo ignorar el prontuario de sus gobernantes e incluso de sus hroes.