4 películas de pasolini

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La ricotta Un hombre hambriento, en el reino de la Tierra, trabaja como el ladrón bueno, en una de esas películas tan coloridas, pero en realidad tan grises, sobre la Pasión de Cristo. Pasolini, como Fellini o Bergman, necesita con urgencia rostros (también cuerpos), que sean tan memorables como el paisaje propio y único de un lugar en particular. Como una fauna que solo vive ahí. Como el sabor de una fruta que no se encuentra en ninguna otra parte. La musiquita alegre y dos tipos de traseros empinados bailando nos reciben al inicio. Al rato el tema grave y solemne del sacrificio de la supuesta divinidad, en un tableau vivant, es interrumpido por el disco equivocado, ¿uno de moda? provocando el grito de blasfemos de parte de una voz invisible de la producción. Como buen romántico, en el sentido original del término, correspondiente al romanticismo alemán, Pasolini usa la ironía con cruda elegancia y ama, está claro, la fusión, o, mejor dicho, la re-unión (con cortocircuito) de lo sagrado y lo profano. El director, siempre en blanco y negro, es Orson Welles. Un poema de Mamma Roma leído por Welles ante un periodista simplón domesticado, deja bien explicada la hermosa desolación pasoliniana ante la disolución de la amada tradición (representada por la imagen de unas ruinas incomprensibles), tejida por tanto tiempo y tan sutilmente por tantos hombres, y olvidada de un zarpazo en medio de la vorágine general del capitalismo cotidiano, que invade hasta el último resquicio y que no se cansa nunca de ser brutal. Los actores ríen, ponen caras inconvenientes, se meten el dedo en la nariz, sus rostros son más interesantes icónicamente que el devenir de sus mentes. El infatigable Stracci, héroe de cine cómico silente se pasea embutido en una suerte de pañales de época durante media hora tratando de conseguir comida primero y tratando de que lo dejen comérsela en paz después. Morirá en la cruz, por supuesto; más que el ladrón bueno es el hombre a quien roban alimento y vida los poderosos, el oprimido inocente y básico protagonista de la película de media hora que habla sobre la verdadera Pasión, que eleva una oración a quienes en su condición de víctimas pasivas e inconscientes fueron y son y serán arrasados pues su situación es cada vez más una crucifixión sin cielo a la vista. ¿Qué diría Pasolini de la Italia actual? No se sorprendería, pues la previó.

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La ricottaUn hombre hambriento, en el reino de la Tierra, trabaja como el ladrón bueno, en una de esas películas tan coloridas, pero en realidad tan grises, sobre la Pasión de Cristo. Pasolini, como Fellini o Bergman, necesita con urgencia rostros (también cuerpos), que sean tan memorables como el paisaje propio y único de un lugar en particular. Como una fauna que solo vive ahí. Como el sabor de una fruta que no se encuentra en ninguna otra parte. La musiquita alegre y...

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La ricotta

Un hombre hambriento, en el reino de la Tierra, trabaja como el ladrón bueno, en una de esas películas tan coloridas, pero en realidad tan grises, sobre la Pasión de Cristo. Pasolini, como Fellini o Bergman, necesita con urgencia rostros (también cuerpos), que sean tan memorables como el paisaje propio y único de un lugar en particular. Como una fauna que solo vive ahí. Como el sabor de una fruta que no se encuentra en ninguna otra parte. La musiquita alegre y dos tipos de traseros empinados bailando nos reciben al inicio. Al rato el tema grave y solemne del sacrificio de la supuesta divinidad, en un tableau vivant, es interrumpido por el disco equivocado, ¿uno de moda? provocando el grito de blasfemos de parte de una voz invisible de la producción. Como buen romántico, en el sentido original del término, correspondiente al romanticismo alemán, Pasolini usa la ironía con cruda elegancia y ama, está claro, la fusión, o, mejor dicho, la re-unión (con cortocircuito) de lo sagrado y lo profano. El director, siempre en blanco y negro, es Orson Welles. Un poema de Mamma Roma leído por Welles ante un periodista simplón domesticado, deja bien explicada la hermosa desolación pasoliniana ante la disolución de la amada tradición (representada por la imagen de unas ruinas incomprensibles), tejida por tanto tiempo y tan sutilmente por tantos hombres, y olvidada de un zarpazo en medio de la vorágine general del capitalismo cotidiano, que invade hasta el último resquicio y que no se cansa nunca de ser brutal. Los actores ríen, ponen caras inconvenientes, se meten el dedo en la nariz, sus rostros son más interesantes icónicamente que el devenir de sus mentes. El infatigable Stracci, héroe de cine cómico silente se pasea embutido en una suerte de pañales de época durante media hora tratando de conseguir comida primero y tratando de que lo dejen comérsela en paz después. Morirá en la cruz, por supuesto; más que el ladrón bueno es el hombre a quien roban alimento y vida los poderosos, el oprimido inocente y básico protagonista de la película de media hora que habla sobre la verdadera Pasión, que eleva una oración a quienes en su condición de víctimas pasivas e inconscientes fueron y son y serán arrasados pues su situación es cada vez más una crucifixión sin cielo a la vista. ¿Qué diría Pasolini de la Italia actual? No se sorprendería, pues la previó.

Apuntes para una Orestíada africana

Momento a momento, en esta película no-película, Pasolini solo puede cautivarme; tan agudo, heterogéneo y ágil; claro en la exposición y el planteamiento; complejo, personal, y sobre todo, tan moderno -bajo la precisa y humilde descripción de ‘apuntes’- hace que yo sienta en él a un autor total. No es que no lo haya sentido antes en otros momentos de su cinematografía, pero con esta manera o estructura (o no-estructura) más libre y deliciosamente flexible de hacer cine: tanto ‘cine del cuerpo’ como ‘cine de la mente’, esta obra, que se declara a sí misma solo apuntes para una película, logra ser varias películas a la vez; en su campo gravitacional convergen muchas energías, antes dispersas. Esa humildad aparente, propia del apunte le permite, cual ‘cine-ensayo-metaficción-novela’, incorporar al instante cuanto se presenta a su paso… ¡Qué extraordinario que nos haga creer que no son más que apuntes! ¡Cómo quisiéramos más películas que solo fuesen apuntes, si son apuntes como los que Pasolini es capaz de hacer! Serie de evidencias, misterios, teoría, puesta en

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práctica y ensueño, mitología, acto estético y político, reflexión histórica; todo eso y más... Pasolini viviendo, Pasolini pensando, Pasolini interrogando, Pasolini internándose en una obra de Esquilo que por una suerte de portal temporal a través del conjuro de las palabras lo hace terminar en Tanzania, Kenia y Uganda… para buscar fisonomías / encarnaciones de los personajes griegos, de las locaciones equivalentes… Los africanos pueden ser tan distintos de los griegos pero en el fondo son tan parecidos… El pueblo intriga y fascina… Pienso que pensar una película, contando ese pensamiento, el que es el germen, haciendo de ese pensamiento el centro irradiante, y buscando la imagen -o las imágenes- para ese pensamiento, es en cierto modo más que ‘hacer una película’. O es otro modo de hacerla: cine del más moderno. La película, en efecto, puesta en escena de un pensamiento más que de una historia. Película que, directamente, sin reparar en la división ficción / documento, es pensamiento, atraviesa múltiples instancias y niveles. Pasolini; una voz demasiado inteligente a la vez que unas imágenes en extremo sugestivas. Pasolini nos da la película de su mente, lo que es invalorable, exaltante, emocionante… La actualidad de Pasolini reta y golpea a cualquier espectador mínimamente sensible a los encantos de la inteligencia y a la necesidad de enfrentarnos a los mitos más oscuros. El futuro no es sino es una relación más consciente con el pasado.

Encuesta sobre el amor

El tono ligero y casual y hasta alegre de esta meticulosa incursión, geográfica y psíquica, de Pasolini, por la Italia del milagro económico, pero no espiritual, ni moral, ni mental, es en realidad un trabajo desolador pero totalmente instructivo y desgraciadamente muy actual. La vida sexual de los encuestados es el tema. Los resultados son previsibles. La idiotez y represión de la gente es un dato con el que nuestro director se encuentra y choca una y otra vez. El prejuicio, el miedo, la ignorancia, reinan impunes. La gente en un sentido luce simpática y espontánea pero en otro se trata de robots o de seres domesticados que no se apartan casi nunca de las ideas recibidas. Contrasta la vitalidad de los encuestados con la inconciencia de la trampa mortal en la que están metidos. En vez de rebelarse, la abrazan. El director por su parte tiene que modular sus preguntas para alcanzar un grado mínimo de comunicación con la gente. Es sin duda muy agradable el movimiento, ese ir y venir infatigable de un lado para otro, pero esa amenidad de ver a gente de muchas partes de Italia al final no es compensada por lo general por aquello que dicen ante Pasolini. Hecha de una manera bastante típica y clásica (el proyecto original rechazado por los productores era algo muy diferente). En especial recuerdo a una chica muy joven que opina que hombres y mujeres deben tener los mismos derechos. Es felicitada por el director, pues respuestas como la suya permiten respirar. La valentía no corrompida es quizá la única esperanza. Las palabras de esta niña se unen a las de Ungaretti: “Todo ser humano está hecho de una forma distinta. Me refiero a su estructura física. Y también su forma espiritual es distinta. Por tanto, todos los hombres, a su manera, son anormales (…) Yo personalmente soy un hombre, un poeta, por lo tanto ya empiezo a transgredir todas las leyes haciendo poesía.” Moravia no se queda atrás: “Una creencia que ha sido conquistada con el uso de la razón y un examen de la realidad, es bastante elástica como para que uno no se escandalice. En cambio, una creencia recibida por tradición, por pereza, por educación pasiva, es un conformismo.” En una sociedad esencialmente idiota y corrupta,

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Pasolini nos enseña el camino. Un moralista, en el sentido más puro del término: un buscador irrenunciable de las verdades de la existencia humana.

La rabia

Transmutación de rabia en piedad. Qué dicha, si tal cosa es posible. Voces que son y no son las de Pasolini (es su texto, o sea, rigurosamente, su voz, pero las voces que se escuchan no son su voz), para una película documental intensamente política y nocturna, donde la Historia es una especie de luto casi constante, un catálogo feroz ampliamente ilustrado de brutalidades, de errores trágicos, de injusticias antiguas, perversas, de las que parece casi un milagro sobrehumano poder escapar. El tono es curiosamente el de un sermón sabiamente melancólico… Pasolini oficia de sacerdote de la Historia (o algo muy próximo a eso); usando para su montaje materiales de archivo, nos transporta a Hungría, Francia, Argelia, Cuba, Rusia, China, y por supuesto Italia… Comentar la Historia es un asunto exaltante y tenebroso. La de Pasolini es una clase maestra que oscila entre densidades y lirismos… La voz que escuchamos dice por ejemplo que los errores de Stalin son los nuestros. Nadie puede esconderse, nadie puede escapar de su responsabilidad, parece querer decirnos. La conciencia crítica, que importa a tan pocos, es una cuestión de vida o muerte. Esta idea, traducida a otros términos, nos lleva directamente a esa realidad enmascarada por los más poderosos: la lucha de clases. Extraña (al menos para mí) la irrupción de Marilyn, a continuación de tantas graves seriedades, tentativas utópicas y diagnósticos filudos con decidido aire de irrefutabilidad. Tal vez sea a causa de que su tragedia es ligera, si la comparamos con las otras. En todo caso me resulta un oasis de belleza poco convincente. Para resumir, la recia voluntad de no dejarse engatusar es lo que nos une a Pasolini. De la otra mitad de la película, empotrada un poco a la mala, para compensar temerosamente la intrépida densidad intelectual de Pasolini, y dirigida por el humorista de derechas Giovanni Guareschi, tengo poco que decir. Se parece a cualquier cosa que se pinta a sí misma como crítica y que podemos ver cualquier día en la televisión. La derecha, en lugar de mirar el cuadro aullante de la injusticia, prefiere (quien escribe esta reseñada fue criado en parte por curitas italianos) encomendarse a Dios. Transmutación de rabia en piedad. Qué dicha, si tal cosa es posible.