5 cronicas, 5 cuentos

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K ARATE PALITO Edwin Flores era un muchacho palomilla, de carácter inquieto y algo travieso siempre estaba buscando a quién agarrar de punto. En una ocasión saliendo del colegio, coincidí en caminar con Edwin, nos encontrábamos en Jr. Ayacucho en dirección a la Av. Abancay cuando en el camino me propuso un reto: romper un palito de fósforos con un golpe de karate. Para un niño de 10 años, un reto es casi una obligación, dejarlo pasar es casi un pecado por lo que accedí. Edwin sacó una caja de fósforos del bolsillo y abriéndola sacó un palito. Tomándose su tiempo lo cogió entre sus dedos índice y pulgar y levantando la mirada, me invitó a cumplir el reto. En menos de un segundo, mi mano derecha, con los dedos juntos y extendidos, rompió el aire e impactó en la minúscula pieza de madera que cayo, cual animal herido, a un lado de la vereda partido por la mitad. Satisfecho de haber cumplido el reto sonríe. Edwin, sin cambiar de expresión, me invitó a repetir la operación con una ligera variante: debía sostener un palito de fósforos en la intersección de mis dedos índice y pulgar de la mano derecha. Mientras acomodaba el palito entre mis dedos podía verse asomar la roja cabeza del fósforo, situación que aprovechó Edwin, para, en menos de un segundo, pasar la caja por el fósforo encendiendo. No tuve tiempo de reaccionar, sólo sentí el agudo dolor y sacudí mi mano tratando de liberarla del objeto incandescente el cual luego de unos instantes cedió finalmente. Recobrado de la primera impresión me percaté que Edwin reía celebrando su broma. No recuerdo que le dije ni como reaccioné solo recuerdo que me ardía la herida.

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K ARATE PALITO

Edwin Flores era un muchacho palomilla, de carácter inquieto y algo travieso siempre estaba buscando a quién agarrar de punto.

En una ocasión saliendo del colegio, coincidí en caminar con Edwin, nos encontrábamos en Jr. Ayacucho en dirección a la Av. Abancay cuando en el camino me propuso un reto: romper un palito de fósforos con un golpe de karate.

Para un niño de 10 años, un reto es casi una obligación, dejarlo pasar es casi un pecado por lo que accedí.

Edwin sacó una caja de fósforos del bolsillo y abriéndola sacó un palito. Tomándose su tiempo lo cogió entre sus dedos índice y pulgar y levantando la mirada, me invitó a cumplir el reto.

En menos de un segundo, mi mano derecha, con los dedos juntos y extendidos, rompió el aire e impactó en la minúscula pieza de madera que cayo, cual animal herido, a un lado de la vereda partido por la mitad.

Satisfecho de haber cumplido el reto sonríe. Edwin, sin cambiar de expresión, me invitó a repetir la operación con una ligera variante: debía sostener un palito de fósforos en la intersección de mis dedos índice y pulgar de la mano derecha.

Mientras acomodaba el palito entre mis dedos podía verse asomar la roja cabeza del fósforo, situación que aprovechó Edwin, para, en menos de un segundo, pasar la caja por el fósforo encendiendo. No tuve tiempo de reaccionar, sólo sentí el agudo dolor y sacudí mi mano tratando de liberarla del objeto incandescente el cual luego de unos instantes cedió finalmente.

Recobrado de la primera impresión me percaté que Edwin reía celebrando su broma. No recuerdo que le dije ni como reaccioné solo recuerdo que me ardía la herida.

Muchos años han pasado. Me quedó una pequeña cicatriz circular en la mano derecha producto este episodio. Le he dado mil vueltas al asunto y aun no entiendo que pensaba este desubicado muchacho que un día confundió broma con agresión…

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GRACIAS PAPÁ

Cuenta mama que cuando me dio a luz en el hospital del empleado le gritabas desde el exterior para que me mostraras a través del vidrio y cuando lo hizo te pusiste a llorar de alegría.  De carácter jovial pero sin expresar mucho tus emociones nos diste el cariño a través de tu trabajo y velar que no nos falte nada a tal punto que me comprabas las colecciones de revistas aun cuando no las leía o bastaba que dijera que quería algo para que hagas lo imposible por dármelo.

Es muy grato para mi recordar los días en que salíamos y en alguna bodega me invitabas una empanada de carne e Inca cola luego de llevarme al cine o aquellas ocasiones en las que recibías la gratificación y nos llevabas en almuerzo familiar a disfrutar del chifa aquel que quedaba en Alfonso Ugarte y del que salíamos contentos con la barriga llena luego de la sopa wantan y el arroz chaufa.

Recuerdo cuando niño me llevabas a los campeonatos del Banco Wiese en los que tú eras delegado de un equipo o aquellas navidades en que me llevabas a ver juguetes y observabas lo que me gustaba.

Tengo en mi mente cuando te veía venir a lo lejos por el pasaje que daba a la casa y pepo y Billy, la pareja de perros callejeros, iba a tu encuentro conjuntamente con nosotros y que a raíz de eso en lugar de decirte papá te decíamos Pepo mientras tu reías de nuestra ocurrencia.

Tengo presente aquellas veces en que me llevabas en el auto cuando iniciaba tercero de media en el nuevo colegio a esperar la movida escolar por la plaza dos de mayo mientras escuchábamos radio reloj o aquellas veces en que salía franco de la escuela de oficiales y te veía esperándome con una sonrisa a pesar de que estabas allí  desde hace buen rato cuando me traías de regreso todos los domingos por la noche.

Ahora tantos años han pasado y tus facultades no son las mismas por la edad sin embargo tengo presente todo aquello que hiciste por mí.

Me apena que eches mucho de, menos a tu hermano, Antonio, quien se fue temprano en la vida y de quien llevo su nombre y a tu mamá, la muñequita linda, quien los crio a ustedes sola desde pequeños y a quién también extraño.

Son recuerdos de niñez y juventud en los que más te necesite y siempre estuviste allí para apoyarme.

Por eso y muchas cosas más, papá.

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LA CANCHITA DEL SAN   COLUMBANO

Como parte de las actividades de la tropa scout Rimac 75, los sábados desde las 9:00 de la mañana sus integrantes podíamos disponer de la cancha del San Columbano para jugar nuestra pichanguita. Esta estaba ubicada al lado norte de la parroquia de San Martín de Porres,

Por acuerdo no escrito los más pequeños jugaban hasta el mediodía mientras que los más grandes empalmaban hasta cerca de las tres de la tarde.

La cancha era relativamente pequeña, encerrada entre paredes, tenía el tamaño justo para albergar dos equipos de seis jugadores. Los arcos estaban dispuestos en dirección este-oeste. Del centro si mirábamos al este, a la izquierda, había una puerta que accesaba a un pasadizo que cruzaba el local de la cofradía hacia la calle. Si por el contrario mirábamos hacia el oeste, a espaldas arco, teníamos una tribuna de seis grandes gradas para sentarse que en su parte superior accesaba a un cuarto que asumo usaban de depósito.

Adelante de las gradas había una estructura de tubos de metal como marco de una malla (que nunca llegaron a colocar) para supuestamente proteger a la hinchada y cuyo parante superior horizontal nosotros usábamos para balancearnos como monos luego de lanzarnos desde la segunda o y tercera grada de la tribuna. En una ocasión por hacer esa gracia se me resbalaron las manos y por la fuerza del impulso fui con toda mi humanidad de espaldas al piso, por suerte sin consecuencias graves.

A la izquierda teníamos un pasaje que daba acceso al local scout y a los baños (que literalmente se encontraban debajo de las tribunas) que algunos de nosotros. Terminados los partidos, usábamos para bañarnos pese al fuerte olor a amoniaco producto de la orina almacenada en los urinarios.

Para elegir los equipos dos jugadores echaban suerte y por turno elegían entre los asistentes. Siempre primero salía la “carnecita” quedando los huesos para el final. Por suerte para mi, que tapaba más o menos, siempre me elegían para el arco entre los primeros.

Los hermanos Guzmán estaban entre los más pedidos, también los Zorrilla y los Diez entre otros.

Entre los asistentes regulares estaban Washington Rodríguez, Edilberto Palacios, Kike “Cabubi” Briceño, “Chicho” Salcedo, Carlos Sánchez (hermano de robotito), José “Cabezón” López y su papá Alejandro “El hombre lobo”, “piquepancho” Quineche y “el curro” Rodríguez además de los ya mencionados.

Los partidos eran muy dinámicos en los que la pared era el séptimo jugador. Cuando había mucha concurrencia se armaban varios equipos. Se jugaba al gol y quién perdía rotaba.

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Por el contrario cuando no había gente se jugaba el arco arco en el que los jugadores no podían pasar de la media cancha para patear.

Recuerdo mucho un partido en que ya me habían hecho un sombrero, la pelota bajaba en dirección al arco y no sé cómo lanzándome de espaldas al toque con la punta de mis dedos haciendo que desvíe su trayectoria sobre el parante. Los aplausos de los asistentes me hicieron reaccionar y disfrutar mis diez segundos de gloria.

En ocasiones especiales la cancha se alquilaba para eventos deportivos. Era impresionante ver a la gente alentando al equipo de su barrio o cuando saltaban a la cancha por algún conato de bronca. No recuerdo el motivo pero tengo la imagen de chicho Salcedo y cabubi Briceño rodeados de un grupo intentando defenderse mientras entrábamos al rescate.

Los días particulares, por las noches, la canchita se alquilaba. En varias ocasiones jugando para el vencedor (equipo formado en su mayoría, de la buena gente del barrio frente al parque del trabajo), nos enfrentamos con apuesta al barrio de la cuadra siguiente de Justo Pastor Bravo. Esos partidos eran encarnizados donde tenías que cuidarte de codazos y patadas producto de la vehemencia de ganar el pozo acumulado que muchas veces alcanzaba con las justas para comprar una gaseosa.

Para los scouts la cancha servía también para extender y sacudir las carpas con arena luego de un campamento (por supuesto que luego la barríamos) o como espacio para recaudar fondos por la venta de viandas, gaseosas y cerveza durante el bingo scout con lo que colectábamos dinero para ir de campamento sin tener que dar un centavo para pasar dos semana aventura en la playa de Cerro Colorado.

Muchos años han pasado, por comentarios que me han llegado el local scout fue demolido hace años por el párroco de turno, quien por quizás desconocimiento no tomó en cuenta la historia y vivencias que tuvieron lugar allí, pero también sé que hace poco remodelaron la cancha del San Columbano e incluso hubo un partido de reencuentro donde estuvo el curro y piquepancho.

Para terminar con la historia solo me queda decir que la canchita del San Columbano forma parte importante de nuestros recuerdos y buenos momentos vividos como scouts en la tropa rimac 75.

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LA PERRITA

Billy era una perrita chusca y callejera que dormía en el jardín exterior de la casa. Un día apareció en la puerta de nuestro hogar, nos dio pena, le dimos comida y nunca más se volvió a ir. Tenía pelo corto de color bayo, tamaño mediano, de hocico y orejas caídas  más o menos largas. Mi papá le puso una casita de madera en el jardín para que ahí viva cómodamente.

Pepo era un perro chusco y callejero de tamaño y contextura de un labrador grueso. Tenía color plomo oscuro medio atigrado con negro. Lo veíamos deambular por las calles de enfrente hasta que un día vino a cenar con Billy y se quedó en la puerta de la casa. En las mañanas usualmente amanecía durmiendo en el umbral.

Eran de respeto para los desconocidos pero cariñosos con nosotros, solían tirarse patas arriba para que los acariciemos y cuando eso sucedía era impresionante ver la cantidad de pulgas que habitaban entre su pecho y abdomen. Como niños, a mi hermana y a mí, no nos importaba porque de alguna forma eran nuestras mascotas no oficiales.

Siempre que mamá y papá estaban trabajando aprovechábamos la ocasión para ingresarlos a la casa y en algunos casos subirlos hasta los dormitorios de la segunda planta.

Un día en el cuarto de mis padres nos pusimos a jugar con los perros e incluso en medio del correteo ellos se subieron a la cama mientras nosotros reíamos y los tapábamos con la frazada y el cubrecamas, terminado el juego bajábamos a la primera planta a jugar otra cosa e invitar a los animalitos a salir. Por la noche llegaron mis padres y luego de la cena, todos, procedimos a acostarnos…

Pasaron los años y ya mayores comentando la anécdota con mamá, vimos que se dibujaba una sonrisa en su rostro. ¿El motivo? Finalmente se enteró por qué pasaba algunas noches en vela preguntándose ¿qué me pica?

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MI QUERIDO UNIFORME   SCOUT

Algo que llenaba de satisfacción a los miembros de la “Rimac 75″ era usar el uniforme de nuestra querida tropa scout.

Este estaba compuesto por un pantalón corto hasta la rodilla y camisa manga corta color caqui (color parecido al café con leche).

La pañoleta era un triángulo verde de filete naranja que al enrollarla y colocarla sobre nuestro cuello alternaba estos colores. Se sujetaba con un anillo de cuero o uno trenzado con cordón plástico blanco.

Un cordón blanco con un nudo parecido al de la horca colgaba del cuello y terminaba en el bolsillo izquierdo de la camisa.

Las medias eran plomas hasta debajo de las rodillas con un borla de lana verde a los lados y para terminar zapatos negros.

El uniforme se usaba todos los lunes en reunión general. Cuando estábamos de campamento durante la inspección, en las misas dominicales, en la promesa y la fogata de la última noche.

También en paseos de toda la tropa o en algunas actividades de patrulla o en pruebas específicas, por ejemplo, la última prueba de primera clase incluía, salir a acampar llevando el uniforme.

En la época de mi ingreso a la tropa, el uniforme, era confeccionado por el Sr. César Rodríguez, padre de Washi y Galo, scouts de la tropa. Su hijo mayor, Isaac también había sido de la tropa pero en una época anterior a la mía.

El día que conocí a Don César fui con papá y mamá a su casa frente al parque de trabajo.

Luego de tomarme las medidas mi papá pregunto: “Cuanto es la cuestión?” A lo que el Sr. Rodríguez mirándolo con el ceño fruncido contestó; “La cuestión es… soles”.

Esta respuesta, siempre que converso con mi madre, es recorda con mucha simpatía. Don César por ser bajito, cuando joven, había sido jockey, posteriormente conoció a Doña Georgina, más alta que él, con quién estableció un sólido hogar.

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Y es que cuando uno recién conocía a Don César podía llevarse la impresión que era algo gruñón, sin embargo a medida que la amistad se hacía más sólida nos podíamos dar cuenta de la gran persona que es.

Bueno, volviendo al tema, don César, bastante previsor me hizo un uniforme que me quedó hasta los 18 años. Claro que cuando me lo puse a los 13 me algo suelto.

Un uniforme más informal era el de “faena” en campamento. Consistía en un short de cualquier color y el polo de la tropa, blanco con una flor de lis verde en el centro con un texto, del mismo color, alrededor se podía leer: “Scouts Peruanos – Rimac 75″. Aunque también había una variante con letras amarillas…

49 años han pasado de la fundación de la tropa y con ellos varias generaciones de scouts. Cada uno con sus propias vivencias, ha seguido caminos distintos. Sin embargo, todos ellos, tenemos algo en común y es el haber llevado con orgullo el uniforme de nuestra querida tropa Scout “Rimac 75″…

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LA CASITA DE CHOCOLATE

Dos hermanitos salieron de su casa y fueron al bosque a coger leña. Pero cuando llegó el momento de regresar no encontraron el camino de vuelta. Se asustaron mucho y se pusieron a llorar al verse solos en el bosque.

Sin embargo, allá a lo lejos vieron brillar la luz de una casita y hacia ella se dirigieron. Era una casita extraordinaria. Tenía las paredes de caramelo y chocolate. Y como los dos hermanos tenían hambre se pusieron a chupar en tan sabrosa golosina. Entonces se abrió la puerta y apareció la viejecita que vivía allí, diciendo:

Hermosos niños, ya veo que tenéis mucho apetito. Entrad, entrad y comed cuanto queráis.

Los dos hermanitos obedecieron confiados. Pero en cuanto estuvieron dentro, la anciana cerró la puerta con llave y la guardó en el bolsillo, echándose luego a reír. Era una perversa bruja que se servía de su casita de chocolate para atraer a los niños que andaban solos por el bosque.

Los infelices niños se pusieron a llorar, pero la bruja encerró al niño en una jaula y le dijo:

- No te voy a comer hasta que engordes, porque estas muy delgado- Primero te cebaré bien.

Y todos los días le preparaba platos de sabrosa comida. Mientras tanto a la niña la obligaba a trabajar sin descanso. Y cada mañana iba la bruja a comprobar si engordaba su hermanito, mandándole que le enseñara un dedo. Pero como tenía muy mala vista, el niño, que era muy astuto, le enseñaba un huesecillo de pollo que había guardado de una de las comidas. Y así la bruja quedaba engañada, pues creía que el niño no engordaba.

- Sigues muy delgado decía -. Te daré mejor comida.

Y preparaba nuevos y abundantes platos y era la niña la que se encargaba de llevarlos a la jaula llorando amargamente porque sabía lo que la bruja quería hacer con su hermano.

Escapar de la casa era imposible, porque la vieja nunca sacaba la llave del bolsillo y no se podía abrir la puerta. ¿Cómo harían para escapar?

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Un día llamó la bruja a la niña y le dijo:

- Mira, ya me he cansado de esperar porque tu hermano no engorda a pesar de que come mejor que un rey. Le preparo las mejores cosas y tiene los dedos tan flacos que parecen huesos de pollo. Así que vas a encender el fuego enseguida.

La niña se acercó a su querido hermanito y le contó los propósitos de la malvada bruja. Había llegado el momento tan temido.

La bruja andaba de un lado para otro haciendo sus preparativos. Como veía que pasaba el tiempo y la niña no había cumplido lo que le había mandado, gritó:

¿A qué esperas para encender el fuego?

La hermana tuvo entonces una buena idea:

- Señora bruja - dijo -, yo no sé encenderlo.

- Pareces tonta - contestó la bruja -; tendré que enseñarte. Fíjate, se echa mucha leña, así. Ahora enciendes y soplas para que salgan muchas llamas. ¿Lo ves?

Como estaba la bruja en la boca del horno, la niña le arrancó de un tirón las llaves que llevaba atadas a la cintura y, dando a la bruja un tremendo empujón, la hizo caer dentro del horno.

Libre ya de la bruja, y usando las laves, abrió con gran alegría la puerta de la jaula y salieron los dos corriendo hacia el bosque. Se alejaron a todo correr de la casita de chocolate y cuando encontraron el camino de regreso a su casa lo siguieron y llegaron muy felices.

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LA MASITA GRANDE

Había una vez una abuelita llamada Juanita, a ella le gustaba mucho hacer pastelitos, los hacía de todos los tipos y sabores, un día le sobro un poco de masa y decidió hacer unos pancitos, la primera masa era grande, la segunda también, cuando iba a hacer la tercera se dio cuenta que le quedaba poca masa, entonces hizo una bien chiquita, de pronto las masas grandes se empezaron a reír de la más chica, y le decían que era la masa más chica que nunca habían visto jajaja, nunca crecerás, la masa chiquita empezó a llorar, porque ella quería ser un pancito grande y rico, y les pidio que no se burlarand de ella, al rato llego la abuelita Juanita a poner las masas al horno, calentó el horno y listo!! Las masas se estaban cocinando, cuando de pronto las grandes masas no crecían si no que se pusieron todas quemaditas y feítas, mientras que la masa chiquita empezó a crecer y crecer y crecer!! era hermosa...La abuelita saco los panes del horno y vio que dos estaban feítas y quemadas pero la más rica y grande de todas era la que un día fue una masa chiquita, entonces la masita que ahora era un pan tan rico y grande dijo.. Soy un pancito feliz ahora soy grande y nadie se burla de mí. Mientras que las otras masas grandes y feas lloraban.

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LA ALEGRÍA DE COMPARTIR

Había una vez, una joven adinerada pero, con una familia disfuncional. La joven llamada Madeline siempre vivía triste, aunque siempre trataba de ocultarlo. Su madre ocupada en tanto trabajo, nunca tenía tiempo para ella, su padre casi siempre estaba de viaje debido a su trabajo, así que casi nunca le veía y su hermano mayor siempre paseaba con sus amigos de la universidad. 

Madeline estaba harta de que nadie en su familia le prestara atención, así que empezó a hacer cosas malas para llamar la atención. Primero, ya no se interesó en las cosas del colegio y sus notas empezaron a bajar, al punto de que casi pierde el grado. Luego, comenzó a asistir a fiestas sin la autorización de su madre. Todas las noches llegaba tarde y borracha. Después, inicio a volverse altanera y a querer golpear a todo el mundo

Su madre preocupada, no sabía que hacer, hasta que encontró una solución. La solución era que pasara un mes fuera de la casa y fuera a una casa pobre, para que valorara lo que tenía. Aunque, esta solución llenaba de tristeza a su madre, no tenía otra alternativa, pues estaba incontrolable. Al día siguiente la madre de Madeline hablo con ella y le dijo :-Hija, estas incontrolable, por eso, he decido que estarás fuera de la casa por un mes e iras a una casa pobre, para que valores lo que tienes.

Madeline sorprendida respondió:-¡Estás loca! ¿Porque me haces esto?-Por tu bien y el bien de todos.-Respondió su madre

Horas más tarde Madeline ya estaba en la otra casa. En cuanto entro a la casa se asombró de que no había televisores, computadoras ni nada relacionada con la tecnología. Pero a pesar de toda la familia se veía muy feliz. La familia tenía varias normas que todos miembros tenían que atacar. Al principio, Madeline se opuso a las reglas, pues todos los días tenían que trabajar, sin excluir a nadie. Pero al final termino aceptando las reglas y se acostumbró a ellas.

Al tiempo Madeline fue tomando confianaza, con la familia y se hizo amiga muy cercana de Juan, el hijo de ellos. Un día la joven le pregunto:-¿En tu familia todos, siempre han sido tan unidos?

-Sí, siempre ¿En tu familia no es así?

-No, la verdad es que todos en tan ocupados y casi nunca pasamos tiempos juntos.-Pienso que deberían pasar más tiempo junto, después ya será demasiado tarde.-Tienes razón, cuando regrese le diré a mi familia que me gustaría pasar más tiempo con ellos.

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Así fue como Madeline descubrió que el secreto de su felicidad se basaba en que siempre estaban unidos en las buenas y en las malas.

Luego, cuando termino su tiempo en la casa su familia vino a recogerla. Muy feliz de ver a su familia de nuevo Madeline expreso su petición a su familia además de pedirles perdón por su actitud. La familia de Madeline estuvo de acuerdo con la petición y desde entonces Madeline y su familia tratan de siempre pasar tiempo juntos y Madeline ya no se siente tan sola como antes.

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LA NIÑA QUE BRILLABA COMO EL SOL

Erase que era una pequeña niña de ojos claros y cabello como el sol. Erase que era tan hermosa que hasta el mismo sol sonreía cada vez que la veía.La niña tenía todo lo que una niña podía anhelar. Solo le faltaba una cosa que le hacía ponerse muy triste: la niña no podía hacer nada.Si, como lo leéis, no os extrañéis, es verdad. Y no podía hacer nada porque pensaba que no servía para nada, que no sabía hacer nada. La niña vivía desde dentro y para dentro y los demás sencillamente la ignoraban, era invisible a sus ojos. Cuando quería decir algo, se le ponía como un nudo en la garganta y la voz no le salía por más que ella lo intentara. Hasta se ponía roja del esfuerzo, y como finalmente no podía, una rabia cada vez mayor se iba apoderando de ella, aunque muchas veces no se daba cuenta de ello.Y claro los demás, incluidas hasta su propia madre, no se daban cuenta de nada y solo pensaban: esta niña es muy calladita. Y no digamos ya cantar, eso era imposible, inimaginable, pero como le encantaba la música y ya hemos dicho que la niña vivía desde dentro y para dentro se pasaba el día imaginando y cantando para sí misma canciones.Y tampoco pintaba, ni escribía, ni jugaba con otros niños, no podía hacerlo, porque había una vez en su cabecita que le decía: “me sale todo mal”.Y de esta forma iban pasando los días, uno a uno. Sobreviviendo a través de su imaginación. No era extraño verla hablar sola o a sus muñecas, y cantarles cuando nadie le escuchaba, todas las canciones que se había inventado.Como la niña, que ni nombre tenía, no podía ni sabía expresar hacia fuera, aprendió a ser sabia, a conocerse a si misma y a conocer a los demás, y cuando por fin, un hada buena y generosa, le concedió el deseo de poder hablar, cantar y expresarse, ayudó a conocerse a si mismas a todas las personas que en su ignorancia, ni siquiera sabían que esta niña existía y que su existencia, ya desde muy niña brillaba como el sol.Moralejas: Las personas a las que ignoramos o pasan indiferentes para nosotros, pueden ser nuestras maestras algún día. No debemos juzgar a nadie por las apariencias.

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LA RANIPOSA Y LA MARIPOSA

Un día muy llovioso, una rana quiso comerse un gusano y el gusano lucho y lucho, para que no se lo comieran y para evitar que la rana se lo tragara, se agarró fuertemente de la lengua de la rana y allí se quedó para siempre. Pero sucedió que un día el gusano creció y se convirtió en una hermosa mariposa, la rana nunca dejo salir a la mariposa y la mariposa nunca se pudo soltar de la lengua de la rana, estaban unidas para siempre, es decir eran una “raniposa”. Esto hizo que la vida de ambas cambiara ya que la rana saltaba y volaba, y por eso algunas veces se veía la rana pegada a una flor tomando de ella el néctar y otras veces se le veía cazando moscas e insectos en la charca, por la noche se escuchaba en la charca un extraño sonido mezclado de silbido y croar. Sucedió que un día la rana conoció a un hermoso sapo y se enamoró perdidamente de él, el sapito se enamoró como loco de la rana y se hicieron formalmente novios, pero la relación era bastante difícil debido a que la mariposa siempre estaba metida entre ellos, el sapito ya no soportaba más esa situación y le dijo a la rana que para poder casarse con él, ella tenía que separarse de la mariposa, la ranita ante esta propuesta matrimonial muy feliz y muy triste le respondió al sapito, -pero si es mi más grande deseo, separarme para siempre de esta mariposa, pero entre más hago para despegarla ella más se agarra de mi lengua. Cuando la rana decía estas palabras, la mariposa vio pasar un hermoso grillo de patas muy largas y ojos saltones y quedo perdida de amor por él y cuando quiso darse cuenta ya estaba unida en matrimonio con él, esto fue amor a primera vista. De la unión de la rana y el sapo nació una hermosa ranita a la que llamaron Raniposa y sus padrinos fueron la mariposa y el grillito. Y de la unión de la mariposa y el grillo nación una hermosa mariposa a la que bautizaron con el nombre de Mariporana y sus padrinos fueron la ranita y el sapo.

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LA CAPERUCITA ROJA

Había una vez una adorable niña que era querida por todo aquél que la conociera, pero sobre todo por su abuelita, y no quedaba nada que no le hubiera dado a la niña. Una vez le regaló una pequeña caperuza o gorrito de un color rojo, que le quedaba tan bien que ella nunca quería usar otra cosa, así que la empezaron a llamar Caperucita Roja. Un día su madre le dijo:

“Ven, Caperucita Roja, aquí tengo un pastel y una botella de vino, llévaselas en esta canasta a tu abuelita que esta enfermita y débil y esto le ayudará. Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle, “Buenos días”, ah, y no andes curioseando por todo el aposento.”

“No te preocupes, haré bien todo”, dijo Caperucita Roja, y tomó las cosas y se despidió cariñosamente.

La abuelita vivía en el bosque, como a un kilómetro de su casa. Y no más había entrado Caperucita Roja en el bosque, siempre dentro del sendero, cuando se encontró con un lobo. Caperucita Roja no sabía que esa criatura pudiera hacer algún daño, y no tuvo ningún temor hacia él.

“Buenos días, Caperucita Roja,” dijo el lobo. “Buenos días, amable lobo.”

- “¿Adónde vas tan temprano, Caperucita Roja?”

- “A casa de mi abuelita.”

- “¿Y qué llevas en esa canasta?”

- “Pastel y vino. Ayer fue día de hornear, así que mi pobre abuelita enferma va a tener algo bueno para fortalecerse.”

- “¿Y adonde vive tu abuelita, Caperucita Roja?”

- “Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto,” contestó inocentemente Caperucita Roja. El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito - y será más sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.” Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo: “Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges

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algunas? Y yo creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas.”

Caperucita Roja levantó sus ojos, y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los árboles, y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: “Supongo que podría llevarle unas de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán.

Además, aún es muy temprano y no habrá problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la casa de la abuelita y tocó a la puerta.

“¿Quién es?” preguntó la abuelita.

“Caperucita Roja,” contestó el lobo.

“Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor.”

- “Mueve la cerradura y abre tú,” gritó la abuelita, “estoy muy débil y no me puedo levantar.”

El lobo movió la cerradura, abrió la puerta, y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se metió en la cama y cerró las cortinas.

Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado colectando flores, y cuando vio que tenía tantas que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó, se sorprendió al encontrar la puerta abierta, y al entrar a la casa, sintió tan extraño presentimiento que se dijo para sí misma:

“¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado tanto estar con abuelita.” Entonces gritó: “¡Buenos días!”, pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara, y con una apariencia muy extraña.

“¡Oh, abuelita!” dijo, “qué orejas tan grandes que tienes.”

- “Es para oírte mejor, mi niña,” fue la respuesta. “Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes.”

- “Son para verte mejor, querida.”

- “Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes.”

- “Para abrazarte mejor.” - “Y qué boca tan grande que tienes.”

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- “Para comerte mejor.” Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también a Caperucita Roja.

Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama, y una vez dormido empezó a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los fuertes ronquidos y pensó, ¡Cómo ronca esa viejita!

Voy a ver si necesita alguna ayuda. Entonces ingresó al dormitorio, y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí.

“¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador!” dijo él. “Hacía tiempo que te buscaba!”

Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente.

 

En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando: “¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo!”, y enseguida salió también la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quizo correr e irse lejos, pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.

Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita Roja solamente pensó:

“Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque, cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”

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