6-sustentabilidad y agricultura
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Texto respecto del estudio de la sustentabilidad en base a los conceptos de agricultura.TRANSCRIPT
Sustentabilidad y agricultura
ARGENTINA Y URUGUAY CON ACTITUDES DISTINTAS
Gerardo Evia
Recientemente se llevaron a cabo en ambas márgenes del Río de la Plata dos eventos muy
significativos para la agropecuaria de esta parte del mundo. Por un lado, en Argentina tuvo lugar
el XII Congreso de la Asociación Argentina de Siembra Directa (AAPRESID), que fuera
inaugurado el 10 de agosto pasado en la ciudad de Rosario. Por otro lado, en Uruguay, tuvo lugar
el Simposio “Sustentabilidad de la Intensificación Agrícola en Uruguay” convocado por el Instituto
Nacionales de Investigaciones Agropecuarias (INIA), desde el 4 de agosto en la ciudad de
Mercedes.
Ambos eventos tuvieron puntos en común y al mismo tiempo marcadas diferencias que reflejan
dos visiones o actitudes distintas respecto a la sustentabilidad de la agricultura. Entre los
aspectos comunes se destaca el auge de la agricultura en los dos países al calor de la mejora en
los precios relativos de los granos, en particular de las oleaginosas. Además, en las dos reuniones
se abordó un concepto relativamente nuevo en este tipo de ámbitos: la “sustentabilidad”. Tanto en
Rosario como en Mercedes, distintos panelistas analizaron y debatieron sobre las implicancias
económicas, sociales, ambientales y productivas de las estrategias actuales y los desafíos futuros
para la agricultura en la región.
Entre las diferencias las más obvias están referidas a las distintas dimensiones del negocio
agrícola en Argentina y Uruguay, así como a las diferentes características y potencial de los
recursos naturales. Basta señalar como ejemplo sobre las distintas escalas que en Argentina se
plantan unas 3 millones de hás. de soja frente a tan solo 260.000 hás. en Uruguay.
Otra diferencia importante es que el proceso de intensificación lleva varios años en Argentina,
mientras que en Uruguay este es un fenómeno que comenzó en la última zafra de verano pero
que se prevé se incremente en el futuro.
Podríamos decir que los argentinos son mucho más entusiastas, enérgicos y decididos a la hora
de tomar decisiones drásticas que los uruguayos. Esta diferente dinámica para enfrentar y adoptar
cambios entre argentinos y uruguayos no es nueva y tiene seguramente profundas raíces
socioculturales. Así, en pocos años la Argentina se transformó en uno de los principales países
productores de transgénicos en el mundo y han intensificado al máximo la agricultura en las
pampas, con la adopción masiva de siembra directa, llevando casi a la erradicación de la
ganadería de esa zona.
En Uruguay hasta hace muy poco se había caracterizado por mantener sistemas de producción
agrícola en rotación con ganadería. Pero en el último año pareció romperse las barreras que
sostenían esa y otras prácticas, y que le servían para mantenerse al margen tanto de los riesgos
derivados de la intensificación como de los posibles beneficios económicos.
Los factores de esa cambio fueron por lo menos dos: el fuerte aumento de los precios
internacionales de la soja, y la incursión de empresarios argentinos que alentados por los bajos
valores relativos de la tierra y escapando a los impuestos a las exportaciones que se aplican en
Argentina (“detracciones”), cruzan a Uruguay para plantar en sus tierras. Por ejemplo, solo tres
empresas argentinas poseen más de 17 mil hectáreas de soja en Uruguay en la zafra 2003/04.
El tema del desarrollo sustentable se invoca en estos países, y aunque la palabra “sustentable” se
hace más y más común, de la misma manera aumenta la vaguedad sobre sus bases
conceptuales. También en este campo es posible identificar dos visiones. Una de ellas parte de la
premisa de que cuentan con un arma tecnológica, la “siembra directa”, que postulan como uno de
los mejores instrumentos para lograr la sustentabilidad. Por ese procedimiento el suelo recibe un
laboreo mínimo y los viejos arados se dejan de lado. Se repite que tiene ventajas ambientales
como reducir la erosión o gastar menos combustibles. Se blande la siembra directa como espada
justiciera arremeten contra cualquiera que se atreva a preguntar si no existen riesgos o nuevas
amenazas a tener en cuenta.
Así, aspectos como la inestabilidad, el riesgo, el potencial de contaminación de suelos y aguas, el
incremento en la dependencia de agroquímicos, el aumento de suceptibilidad a plagas, la mayor
dependencia del uso de fertilizantes son considerados argumentos de aquellos que son “contras”,
las personas que solo se dedican a poner palos en la rueda de los emprendedores exitosos.
Incluso frente a las denuncias de pérdidas de bosques nativos en áreas de noroeste argentino hay
quienes afirman que ese tipo de bosque “no es algo romántico: por el contrario, es algo siniestro”
y “el desmonte y la implantación de los cultivos agrícolas con tecnología son los que permiten
transformar a estos seres (los habitantes de los bosques) que llevan vidas miserables en
trabajadores agrícolas calificados, integrados al resto de la sociedad argentina” (La Nación, B.
Aires, 21 de agosto de 2004).
Es más, en el congreso de AAPRESID se anunció el lanzamiento de un esquema de certificación
de siembra directa como “garantía de sustentabilidad” de la producción agrícola. Los agricultores
argentinos pasan de la estrategia defensiva consistente en justificar las bondades de
conservación de suelos de la siembra directa, a una ofensiva en la que se diseña la imagen de
producto sustentable.
Mientras tanto desde el otro lado del Río Uruguay, las posturas suelen ser más análíticas y por lo
menos cautelosa. Los uruguayos repiten que la estabilidad económica y productiva de los
sistemas de agricultura continua se ve fuertemente afectada tanto por la vulnerabilidad a las
oscilaciones de precios y por la mayor susceptibilidad a las plagas.
También señalan que la siembra directa no está libre de problemas, ya que entre sus efectos se
constata la acumulación de hongos en rastrojos y disminuye la capacidad de acumulación de
agua de los suelos. Además quedó claro que siembra directa no es sinónimo de “no erosión”,
puesto que si los suelos se mantienen sin cobertura la erosión igual ocurre. Finalmente, el decano
de la Facultad de Agronomía del Uruguay alertó sobre el incremento de 417% en la importación
de herbicidas en los últimos siete años, 52% de insecticidas, y la acumulación de 400 toneladas
anuales de envases plásticos de agroquímicos en el campo.
También es cierto que en ambas orillas hay voces disonantes respecto a la tendencia
predominante. Así desde el INTA de Argentina se alerta que “hay sólidos argumentos técnicos
que indican que el monocultivo de soja RR bajo siembra directa, y sin rotaciones, no es
sustentable en la región pampeana” lo que evidencia un encomiable espíritu de rigurosidad crítica.
De la misma manera, en Uruguay también hay reflejos de optimismo dogmático; así en una
entrevista a un técnico uruguayo en la que se le consultaba sobre el problema de aparición de
malezas resistentes al herbicida glifosato, postulaba como solución que se debe tener “esperanza
que algo” sustituya a ese químico.
En todo caso estas expresiones parecen ser las excepciones en la regla de las grandes
tendencias. Los temas de fondo no sólo incluyen a valorar en su justa medida el paquete
tecnológico de la siembre directa, sino además a sus verdaderas vinculaciones con el desarrollo
sustentable. Para avanzar en ese camino es indispensable precisar todavía más qué se entiende
por sustentabilidad.
G. Evia es analista de información en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología, Equidad América Latina). Publicado por D3E el 26 de agosto 2004. Se
permite la reproducción del artículo siempre que se cite la fuente.
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Vaca Loca en Estados Unidos
LA "FAMILIA MONSTER" EN LA GRANJA Y LOS "LOCOS ADAMS" EN EL GOBIERNO
Eduardo Gudynas
La confirmación de un caso de "vaca loca" en Estados Unidos ha causado conmoción. El animal
con encefalopatía espongiforme bovina (EEB) era una vaca lechera que procedía de un rancho en
el estado de Washington. Había sido sacrificado el 9 de diciembre, y el azar determinó que una
muestra de sus tejidos entrara en el sistema de monitoreo veterinario del Departamento de
Agricultura de ese país.
El caso ha puesto nuevamente en primer término la pesadilla que se vivió en Europa años atrás,
en especial cuando Inglaterra padeció el problema con un costo enorme. Justamente allí se
detectó que los humanos podían contraer una afección similar, al ingerir carne contaminada, lo
que explica la reacción pública frente a esa afección.
Los impactos del nuevo caso son enormes, tanto dentro de Estados Unidos como a escala
internacional. El consumo interno de carne caerá, los flujos exportadores prácticamente se
cerrarán, de donde se estima que la industria de la carne de EE.UU. perderá casi 6 mil millones
de dólares (más de la mitad debido a exportaciones canceladas) y se abren nuevas interrogantes
sobre los controles sanitarios. Treinta países ya han anunciado que suspenden la compra de
carnes desde Estados Unidos, por lo que el 90 % de las ventas externas ya se perdieron.
La erupción de la EEB es parte de la tendencia actual de insistir con animales y plantas cada vez
más artificiales. Los graneros, las granjas y las praderas reciben toda clase de miembros de esta
nueva "familia Monster": desde plantas transgénicas que secretan sus propio insecticida a vacas
que dejaron de ser herbívoras, como sus ancestros más recientes, para convertirlas en carnívoras
(en sentido más estricto, en carroñeras que se alimentan de los desechos de otros animales
muertos). En esa alteración básica tanto de la fisiología animal como en su ecología, se disparó la
EEB: la afección original que era propia del ganado ovino, logró trasladarse a los vacunos, y de
allí, de tanto en tanto, afecta a los humanos.
Buena parte de la controversia actual no enfoca los aspectos positivos o negativos de tener los
campos poblados por la "familia Monster", sino que lamenta los impactos económicos y avanza en
una supuesta salida en generar más y más controles. La visión tradicional no pone en discusión el
tipo de ganado que criamos, ni el tipo de tecnología asociado al ganado estabulado convertido en
carroñero. Ese tipo de producción ganadera se da por bueno, se lo reviste de una imagen de
modernidad y cientificidad, y entonces la discusión se enfoca sobre los controles.
Es que mientras la "familia Monster" está en los graneros y los campos, los "locos Adams" están a
cargo de todo el sector agroindustrial. En los gobiernos, en las empresas y en buena parte de la
comunidad científica y tecnológica se defiende una y otra vez esa opción productiva, usándose los
más alocados argumentos. Las jerarquías de Washington el mismo día que anunciaban el caso
de "vaca loca" indicaban que no representaba una caso de bioterrorismo, abriendo una vez más la
puerta al miedo y la desinformación. Repitieron su fe en los controles, a pesar que esas mismas
autoridades no habían impuesto, por ejemplo, filtros fronterizos con Canadá, ni ampliaron las
muestras bajo escrutinio para identificación de la afección. Además, anunciaron que sospechaban
que la vaca en cuestión provenía de Canadá, buscando reducir las culpas propias y dejando al
vecino bajo las sombras. No olvidemos que la detección del animal afectado ocurrió después que
fue faenado; sus partes se desperdigaron con diferentes fines en por lo menos ocho estados, y
todavía siguen buscando sus rastros.
Los "locos Adams" defienden todo un paquete tecnológico, donde se maximiza la producción de
carne en el menor tiempo posible, y para ello se instalan proveedores de alimentos adicionales.
En muchos casos la agricultura se ha derivado en producir raciones para la cría intensiva del
ganado. Todo el paquete es más y más complejo, y mueve cifras crecientes de dinero. El
productor ganadero vende más animales, y cada uno de ellos es más pesado; pero necesita
comprar cada vez más alimentos, aplicar más y más drogas, tener mayores instalaciones que
consumen más energía y más agua. Los granos deben crecer cada vez más rápido, y por lo tanto
si son transgénicos mejor. Todo el paquete es una delicia del capitalismo biotecnológico, pero un
dolor de cabeza para la ecología.
Intentar manejar esos grandes niveles de complejidad, y el dinero que se mueven a su alrededor,
sólo por medio de controles y fiscalizaciones, es como enfrentar a niños que juegan con
explosivos, y decirles que pueden seguir haciéndolo mientras se instalan más controles y
salvaguardas para evitar una explosión. Si apeláramos al sentido común, ¿no sería más
adecuado simplemente dejar de fabricar esos productos peligrosos? Consecuentemente, ¿por
qué no volver a la producción natural, donde las vacas caminan y comen pasto? Sin embargo, el
sentido común ha desaparecido, y los "locos Adams" insisten con la "familia Monster".
MAS
INFORMACION
El caso de EEB en
Canadá: análisis
de D3E desde
Ottawa - leer...
Los casos de EEB no son hechos aislados, calamidades
ocasionales en un camino sembrado de éxitos científicos, sino que
se suman a muchos otros problemas. En los últimos tiempos se han
repetido calamidades análogas: por ejemplo, infecciones
respiratorias en gigantescos criaderos de aves, obligando a matar a
cientos de miles de pollos; transferencias a humanos de la influenza
de las aves; afecciones asolan a los enormes criaderos de cerdos
en varios países; etc. De esta manera, en todos los casos donde se
ha apelado a una producción artificial y masificada, con enormes
volúmenes, se han desatado impactos ambientales y sanitarios.
El uso y abuso de los controles veterinarios y productivos tiene límites. Cada nuevo control es
más caro, más engorroso, y el control en sí mismo es una nueva fuente de posibles errores y
problemas. Se supone que la artificialización puede ser manejada con competencia, previéndose
los problemas y anticipándose a ellos. Sin embargo, este caso de "vaca loca" contradice esas
aseveraciones. La sumatoria de controles sobre más controles genera incertidumbres, ya que no
opera sobre la esencia del proceso tecnológico. Los nuevos controles se convierten ellos mismos
en fuentes de accidentes, y generan una ilusión que se convierte en el centro de la discusión,
cuando el debate debería centrarse sobre la viabilidad de una producción de alimentos de ese
tipo.
América Latina está atrapada por esa mirada de los "locos Adams" y sus campos poco a poco se
van poblando con variedades de la "familia Monster". Los analistas tradicionales repiten que el
caso de "vaca loca" en EE.UU. ofrece muchas oportunidades para Argentina, Brasil, Uruguay y
otros exportadores cárnicos. Se abre un nicho de unos 3 500 millones de dólares en ventas
cárnicas. Las mayores posibilidades están en aquellas zonas o países donde prevalece la cría del
ganado en forma extensiva o semi extensiva, pastando en praderas (una forma de cría que
podríamos calificar de "natural"). El caso extremo es Uruguay, donde está prohibida la
alimentación del ganado con raciones derivadas de la carne y el hueso. Pero deben admitirse
algunas dudas en ciertas zonas de Brasil y especialmente de Argentina donde se ensayan formas
intensivas a semi intensivas de cría con complementos de raciones ("feed-lots").
Los intentos por avanzar en cría ganadera intensiva en varios países y la proliferación de los
transgénicos son síntomas de un paquete tecnológico de alta artificialización; es una apuesta a la
"familia Monster". Frente a este panorama, las naciones del sur deberían dejar de restregarse las
manos imaginando los nuevos mercados que se les abre al desaparecer la competencia de
Estados Unidos, para comenzar a analizar más detenidamente las esencias y fines de su propia
producción agropecuaria. Una vez más, la cría natural del ganado es más barata, más sana, y por
si fuera poco, más segura.
Eduardo Gudynas es analista de información en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología y Equidad América Latina).
Publicado el 30 de diciembre de 2003.
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VALOR AGREGADO AMBIENTAL
Las nuevas relaciones entre ecología y agropecuaria
Gerardo Evia y Eduardo Gudynas
En los últimos tiempos aparecen una y otra vez distintos temas ambientales al discutir sobre el
futuro agropecuario del Uruguay. Sea para criticar barreras comerciales basadas en exigencias
ambientales o para alabar las bondades del "Uruguay Natural", lo cierto es que esta problemática
se hace cada vez más frecuente.
Muchos productores afectados por el clima o el endeudamiento consideran que esos temas están
alejados de sus prioridades, y que poco o nada tienen que ver con esa discusión ambiental. La
opinión extrema sería que las cuestiones ambientales en realidad deberían atenderse en un futuro
lejano, y que hoy tan sólo entorpecerían o encarecerían la producción agropecuaria nacional.
Pero si nos tomamos un momento para analizar la información que hoy está disponible, y analizar
cómo afecta a la producción agropecuaria nacional, se llegará a conclusiones muy distintas.
Todavía más: no es ingenuo plantearse que los aspectos ecológicos en realidad ofrecen ventajas
económicas que beneficiarán al productor, su familia y el país. En este breve artículo deseamos
presentar algunos de esos aspectos.
Otra visión del valor agregado: Cuando se invoca el concepto de valor agregado, mucha gente
tiende a pensar en una cadena industrial. Se lo considera propio de las agroindustrias y las
manufacturas, y los ejemplos clásicos de cómo lograrlo son el yogur o zapatos de cuero. Pero
existen otras formas de valor agregado. En los últimos años hemos comprendido que hay también
valor que se agrega desde el punto de vista del saber, y uno de los ejemplos más citados es la
producción de programas de computadora. Allí los componentes intelectuales son mas
importantes que los aportes de manufactura, y a partir del conocimiento es que se generan los
éxitos económicos y las corrientes exportadoras. Esta distinción es clave ya que no siempre el
valor agregado reside en grandes chimeneas, sino que muchas veces está muy cerca nuestro y
puede pasar desapercibido.
El valor agregado ambiental (VAA) pone en primer plano la inversión en la calidad ambiental,
métodos y técnicas de producción que buscan los menores impactos en el entorno, el uso más
eficiente de los insumos, y la más alta calidad de los productos por medio de condiciones
rigurosas en el uso de agroquímicos y específicos farmaceúticos. En este caso se obtiene un
producto diferenciado por sus atributos "orgánicos" o "naturales" en el sentido de atender
condiciones ambientales. Los costos y las inversiones para alcanzar este valor agregado están en
diversas acciones, algunas muy sencillas y otras más complejas. Por ejemplo, mantener un
campo en condiciones naturales puede ser una inversión para lograr esas metas, y no debe ser
visto como un paso atrás; en otros casos, el empaquetado requerirá de materiales especiales que
demandan tecnologías de punta. En otras situaciones las ventajas se dan en diferenciar el
producto; es el caso de quien logra un tomate orgánico obteniendo una mayor ventaja en
comercializarlo como tal antes que mezclarlo con tomates comunes para su industrialización.
Lo importante es tener presente que existen tanto costos como beneficios económicos asociados
al valor agregado ambiental, aunque éstos se expresan en rubros que pueden ser diferentes a la
contabilidad tradicional del establecimiento. Este valor apunta a un producto diferenciado por sus
condiciones de calidad natural y las decisiones se toman en base a ese objetivo. Tampoco es
menor que la articulación ecología-agropecuaria que promueve permite elevar la calidad
ambiental y de vida en el país a la vez que puede generar beneficios económicos.
En efecto, en muchos casos este valor agregado ambiental se traduce en el "premio" de
sobreprecio en varios productos, que puede variar de unos pocos puntos porcentuales hasta picos
del 80% que llegó a alcanzar la carne de pollo en 1999 cuando la crisis de las dioxinas en
Europa. Esos sobreprecios varían con los productos y con la situación de los mercados. Por ello
no debe creerse que una apuesta al VAA automáticamente generará mayores éxitos económicos.
Pero la información disponible al día de hoy sobre las tendencias futuras de los mercados a los
que exportamos alertan sobre el creciente peso de estos componentes. En efecto, ya se ha
alertado en Uruguay sobre la creciente importancia de los llamados factores no-económicos de
los productos, en especial la seguridad y la salud, la calidad, el bienestar animal y el cuidado del
ambiente (por ejemplo, por Daniel de Mattos del INIA).
Mirando a los vecinos
Una breve recorrida por otros países muestra la importancia de esos cambios. En EE UU el área
orgánica certificada se duplicó entre 1991 y 1994, superando los 400 mil hás. La venta de esos
productos crece todavía más, con un proyectado de U$S 6.200 millones en el 2000. En Europa el
área certificado bajo ese tipo de cultivos es todavía mayor, superando el millón de hectáreas. En
1996 el mercado de esos producto superaba los U$S 1.000 millones de dólares.
Argentina ha tenido un aumento del 400% en el volumen de las exportaciones orgánicas entre
1995 y 1999, alcanzado los US$ 20 millones en el último año, especialmente a mercados
exigentes como Europa (de hecho nuestro vecino es uno de los 4 países con certificación
orgánica acreditada por la Unión Europea). Allí existen unas 380 mil hás destinadas a la
producción orgánica y la gran mayoría está bajo usos ganaderos.
En Uruguay existe un cierto escepticismo con estas opciones, en especial debido a que la
producción agrícola bajo condiciones ecológicas es todavía pequeña, y algunos intentos
ambiciosos de exportación no fructificaron. Sin dejar de admitir esos problemas no puede pasarse
por alto que en ello han incidido muchos factores, y entre ellos las dificultades de comercialización
incluso dentro del país. Pero la situación es diferente para el sector ganadero, y en particular por
dos razones: 1) se avecinan crecientes condicionantes ambientales de parte de los mercados de
alto poder adquisitivo y 2) es el subsector donde poseemos mayores ventajas ambientales
comparativas.
Los analistas parecen coincidir que en un futuro cercano se exigirán a casi todos los productos
agroalimentarios cero residuos de agroquímicos o farmacéuticos, y fuertes condiciones en sus
modos de producción, de manera de asegurar la protección del ambiente y la salud de los
consumidores. Mientras en la actualidad, buena parte de los productos orgánicos obtienen un
sobreprecio, parecería que en los próximos años esos productos serán los estándares en los
mercados mundiales, de donde aquellos productos que no alcancen esa calidad serán
penalizados con precios inferiores. De esta manera es posible que estemos en los primeros pasos
de una situación similar a la enfrentada por Uruguay cuando todavía sufría la presencia de aftosa,
y sus productos obtenían precios menores y los mercados eran más acotados.
Otros países están tomando sus recaudos en ese sentido. En un estudio prospectivo sobre los
mercados de la carne en Europa realizado desde Nueva Zelandia se indicaba que en el futuro
próximo toda la carne deberá ser “orgánica” o “natural”, no habrán otros estándares aceptados, y
además habrá que demostrarlo. Por lo tanto, el valor agregado ambiental será determinante en
la competitividad del país en los mercados internacionales.
No habría que caer en la ingenuidad de pensar que estas tendencias son propias de los países
ricos, ya que se están repitiendo en la región. Por ejemplo, en este pasado verano, una de las
más importantes cadenas de supermercados de Argentina comenzó a etiquetar por su cuenta
"carne de origen pastoril" como una diferenciación del producto frente a la carne originada en feed
lot, y que apunta a sus compradores. La revista de los CREA argentinos anunciaba la medida
como el "adiós al commodity carne".
Los ejemplos posibles
Un sistema de producción que integre los aspectos ambientales se maneja desde otra
perspectiva, y deben abandonarse varias ideas preconcebidas. No siempre los nuevos sistemas
bajo condiciones ecológicas son más baratos, así como no siempre sus rendimientos son
inferiores a las prácticas tradicionales. En realidad existe un amplio abanico de resultados que
dependen del tipo de producción considerado, las aptitudes ecológicas y productivas del área bajo
explotación, las tecnologías empleadas, y el desarrollo del mercado de consumo de esos
productos.
Para ilustrar estas cuestiones pueden mencionarse algunos ejemplos destacados. En el caso de
Nueva Zelandia, cuando se comparó el cultivo de maíz dulce por medios convencionales y por
métodos orgánicos se detectó que el sistema orgánico presenta rendimientos apenas inferiores al
tradicional (15 ton /ha contra 17 ton /há). Si bien los costos directos son más altos en el sistema
orgánico, igualmente el precio de venta es mucho mayor, de donde el margen económico bruto
por hectárea es de casi $ 1.700 en el sistema orgánico contra $ 926 en el convencional.
Los sistemas orgánicos tienen otras ventajas adicionales que hacen al sector agropecuario en el
largo plazo. Sus impactos ambientales son menores preservando la calidad del suelo y del agua.
Otro estudio neozelandés compara las características físicas, químicas y biológicas de los suelos
y el resultado económico de establecimientos comerciales que siguen un tipo particular de
prácticas ambientales (conocidas como "biodinámicas") contra predios bajo usos convencionales.
El estudio, que consideró los rubros más representativos de exportación, permitió determinar que
después de ocho años los suelos en las granjas "biodinámicas" tenían mejores condiciones
físicas, mayor contenido de materia orgánica y actividad microbiana, mejor penetrabilidad,
estructura y menor densidad. Pero además, en el plano económico, las granjas biodinámicas
fueron tan viables como sus pares convencionales.
Hemos escogido estos ejemplos de Nueva Zelandia para poner en el tapete otra cuestión. Ese
país es presentado una y otra vez como ejemplo a seguir por Uruguay, aludiendo a la
liberalización del sector y retracción de la cobertura estatal. Pero esa es sólo una parte de la
historia, y se olvida mencionar que ese país mantiene estas prácticas alternativas, las cuáles
evalúa y mejora para utilizarlas para competir en el mercado internacional.
También es necesario advertir que la propia definición de "orgánico" o "natural" se vuelve un
motivo de discusión, de enorme importancia por sus repercusiones ambientales y bajo discusión
entre los países. En este artículo hemos usado los dos términos ya que nos interesa subrayar una
perspectiva común que apunta a mejoras ambientales en el proceso y método de producción,
elevando los requerimientos ecológicos y sanitarios del producto.
El uso de las tecnologías
No debe creerse que el Valor Agregado Ambiental encierra una oposición a la tecnología. Por el
contrario, para lograrlo es necesario un aporte científico y técnico, pero mediado en referencia a si
promueve el mejor balance ecología-agropecuaria.
Recientemente Alejandro Ravaglia, un consultor argentino especialista en gestión de recursos
humanos y gerenciamiento para el sector rural, destacaba la importancia que tenía para las
empresas agropecuarias el definir metas claras y precisas, y a partir de ellas elegir las tecnologías
más apropiadas para alcanzarlas. Las evaluaciones corrientes entonces consideran si una
tecnología en particular baja los costos de producción por unidad del producto o por hectárea. A
ese tipo de análisis debe agregarse otro que toma en cuenta al Valor Agregado Ambiental como
otras de las metas a perseguir. Por ello es necesario evaluar también si la tecnología en uso
aumenta la calidad del producto desde el punto de vista ambiental.
Nuevamente Nueva Zelandia ofrece un ejemplo en este sentido. Allí se realizan ensayos de
producción ovina bajo un estricto sistema orgánico que incluye la prohibición del uso de tomas,
vacunas, antibióticos, baños y cualquier otro uso de remedios (los animales enfermos son
tratados pero son removidos del circuito orgánico). Los datos que resultan de sistemas
experimentales han permitido determinar que es posible obtener producciones aceptables en
términos de producción física de carne y lana por hectárea y por unidad de stock, con costos
levemente inferiores. La comparación del resultado económico medida en margen bruto por
unidad de stock, y por hectárea, fue levemente ventajosa para el sistema convencional (7% y 16%
respectivamente) a partir de los precios de venta en el mercado corriente. A partir de esos datos
se pueden calcular los sobreprecios necesarios para compensar las diferencias. El dato clave
aquí es que si las proyecciones futuras de requerimientos de carne natural se cumplen, Nueva
Zelandia ya se está preparando para mantener buenos niveles de producción con los estándares
más exigentes. Ese país está analizando las prácticas y tecnología necesarias pero además
evalúa la relación costo beneficio de esos nuevos métodos.
Estrategias
Uruguay posee ventajas en aprovechar el Valor Agregado Ambiental y presentarse ante el mundo
como uno de los pocos países que puede en realidad hacer gala de una producción bajo
condiciones naturales. Sería penoso que se perdiera esa oportunidad ante los países europeos,
donde sus condiciones ambientales se encuentran bajo un deterioro mucho más grave que el
observado en nuestros campos.
Hasta el momento las ventajas del valor agregado ambiental no han sido aprovechadas
intensivamente. Parecería que cómo han estado allí por mucho tiempo pasan desapercibidas. En
ese sentido recordamos como un técnico agropecuario participante en un taller sobre estos temas
nos relataba que un productor ovino sobre basalto superficial se preguntaba "¿qué tengo yo que
ver con los temas ambientales si nosotros casi ni tocamos el ambiente?". Precisamente esos
productores deben ser los más interesados porque ellos ya poseen una enorme ventaja que
podrían pasar a aprovechar comercialmente.
El sector ganadero en su enorme mayoría está muy cerca de esas condiciones. De los casi 16
millones de hectáreas agropecuarias censadas en 1990, alrededor del 80 % eran campos
naturales, lo que de por si ya es un ventajoso punto de partida.
Pero el poseer estas condiciones no es suficiente sino ello no se hace valer en los productos que
se comercializan, y se dan a conocer y publicitan en los mercados a los que exportamos. Por lo
tanto son indispensables adecuados sistemas de certificación y trazabilidad, los que en lugar de
estar en contra de nuestra producción, están a favor. La situación se hace más urgente cuando se
observa que hay países que están intentando imponer a nivel internacional sus propias normas de
calidad ambiental montando ambiciosos esquemas de marketing y publicidad para difundirlas por
todo el mundo.
El slogan de "Uruguay Natural" podría ser un componente importante para las fases de
comercialización y mercadeo, pero debe ser dotado de contenidos. Ello requiere definir
estrategias de acción que permitan capitalizar las ventajas ambientales comparativas, elaborando
nuestros propios estándares, esquemas de certificación y vías para la trazabilidad. Es una tarea
compleja y trabajosa, pero indispensable. Y para llegar a buen puerto se necesita la asistencia de
muchos sectores, algunos tradicionales, como el Estado o las gremiales rurales, y otros
novedosos, como las organizaciones de consumidores.
Revista del Plan Agropecuario No. 92, pp 52-56, julio-agosto 2000, Montevideo.
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Ecología y producción en los campos uruguayos
AGROPECUARIA DOS VECES VERDE
Eduardo Gudynas y Gerardo Evia
Si bien la producción agropecuaria es fundamental para la economía nacional, muchas veces se
olvida que ella depende un marco ecológico. Nuestros cultivos y ganados se sustentan en un
entramado de relaciones ecológicas, que deben ser cuidadas y mantenidas para asegurar la
sustentabilidad del agro.
Los cultivos uruguayos de arroz o los robustos Heredford que pastan en nuestras praderas son
fieles testigos de la enorme riqueza agropecuaria del país. Muchas veces se piensa que en los
cultivos o ganados comienzan esas cadenas productivas, así como hay más de un niño que
defiende el origen de la leche está en las bolsas plásticas de las estanterías de los
supermercados. La realidad nos muestra que muchos adultos creen que el sector agropecuario se
encuentra aislado de su entorno. Nada más lejos de la realidad. La propia Naturaleza se encarga
de recordarnos, de tanto en tanto, que esos cultivos y ganados descansan sobre su ancha
espalda. Las sequías de los últimos meses o las inundaciones inesperadas, nos alertan sobre las
intrincadas relaciones entre la producción y los procesos naturales. Es que la agropecuaria no
sólo es verde por la proliferación de cultivos y pasturas, sino por el contexto ecológico donde ella
descansa.
La perspectiva ecológica
La visión ambiental de la agropecuaria reconoce la necesidad de asegurar un ingreso que permita
a la familia rural vivir con decoro, pero también se compromete con preservar y mantener los
elementos del ambiente, como la fauna y flora de un lugar, la regeneración del suelo y el ciclo del
agua. Los recursos que ofrece el ambiente pueden ser utilizados por el ser humano, pero -
siempre hay un pero- esa utilización debe hacerse atendiendo al menos dos criterios: el primero,
manteniendo la integridad de esos recursos naturales, sea por que se los aprovecha dentro de los
mismos ritmos con los cuales la Naturaleza los renueva, o porque se los repone o protege. El
segundo, asegurando que nuestras generaciones futuras puedan tener las mismas o mejores
posibilidades que nosotros de usar esos recursos en su provecho.
Un minuto de reflexión permite explicar esas condiciones. Resulta obvio que no tiene sentido, por
ejemplo, lograr un éxito comercial con un cultivo a costa de erosionar el suelo, sabiendo que la
recuperación de esa capa fértil puede insumir siglos. El beneficio que ahora se obtiene nos lleva a
futuras décadas de pobreza y problemas que tendrá que soportar toda la sociedad; y de hecho,
procesos erosivos como los que se aprecian en algunas zonas de Canelones son una alarma en
ese sentido. N. Guillot hace más de un siglo (1896) advertía a la Asociación Rural que la “fertilidad
de nuestras tierras, acumulada por siglos, es un tesoro que no hay que apresurarse a malgastar”,
dejando que claro que los desvíos que hoy cometemos se traducen en limitaciones que se
imponen a nuestros hijos, nietos y bisnietos.
Un futuro posible: uno de los
humedales naturales más
importantes del Uruguay, los
Bañados de Farrapos (Dpto.
Río Negro), con sus montes
nativos, bordeados por tierra
arada bajo uso agropecuario.
Balances de materia y energía
La visión ecológica de la producción agropecuaria también ha deparado grandes sorpresas,
demostrando que no todo lo que brilla es ganancia. En efecto, esta perspectiva no se contenta
con los incrementos en la producción por hectárea, sino que los analiza en relación con los
insumos en materia y energía que se vuelcan en la producción. Recordemos que, en un
ecosistema natural, la generación de materia orgánica depende del aprovechamiento de la luz del
sol que realizan las plantas durante la fotosíntesis. Los actuales incrementos de rendimiento se
logran tanto simplificando los ecosistemas, como por enormes aportes de energía adicional de
origen humano.
Esto ha sido advertido décadas atrás al analizarse la energía total aportada sobre cada hectárea;
al aporte del sol se suman la provisión de fertilizantes, pesticidas, la irrigación, el uso de
maquinaria, etc. Los mayores rendimientos se lograban a costa de un aumento desproporcionado
de esa energía “extra”, gran parte de la cual paradójicamente, se perdía en todo el proceso y sólo
una pequeña fracción llegaba al final. Resultó entonces que las nuevas tecnologías lograban
aumentos, sí, pero con un gran “desperdicio” energético, en gran medida condicionado por el
funcionamiento del ambiente. En efecto, el análisis ecológico en los cultivos de granos de los EE
UU demostró que la eficiencia, evaluada por la relación entre las cosechas obtenidas contra la
energía total invertida en cada hectárea, bajó de 3,70 en 1945 a 2,82 en 1970. Si a todo ello se le
suman los impactos contaminantes, los beneficios aparentes se reducen todavía más.
Pérdida de recursos: cárcavas por erosión de
suelos en colinas y lomadas del Este (Dpto.
Rocha).
Sustentabilidad agropecuaria
La visión ecológica de la producción rural actualmente se orienta hacia el llamado desarrollo
sustentable. Esa estrategia asegura mantener la integridad de los recursos biológicos a la vez que
son aprovechados en beneficio del ser humano. Para lograr ese delicado balance, el uso de los
recursos deben ser mucho más eficiente, tanto por una disminución de lo que se desaprovecha,
como por una mayor intensidad en los productos finales que se obtienen por cada unidad extraída
de la Naturaleza. Debe evitar los impactos ambientales adversos, como la contaminación por
agroquímicos, así como asegurar el funcionamiento de los ciclos complejos de los nutrientes y el
agua.
Este tipo de preocupaciones ambientales está generando acalorados debates sobre las
estrategias productivas. Quienes son muchas veces presentados como los más adelantados en la
producción agropecuaria a nivel mundial, comienzan a cuestionarse sobre el saldo ambiental y
económico de sus prácticas productivas. Por ejemplo, meses atrás Lloyd Fear, un típico “farmer”
canadiense de Manitoba, declaraba “Cuando comencé a producir hace 23 años no usábamos los
más poderosos químicos hoy disponibles, no inundábamos los campos con fertilizantes, y sin
embargo teníamos un buen pasar. Sentía que controlaba mi explotación. La relación entre los
ingresos contra los insumos era de tres a uno. Hoy estamos al filo de la navaja, usando
transgénicos, cambiando variedades casi anualmente, usando agroquímicos ... y nuestra relación
entre ingresos e insumos ha caído a 1,2 contra uno, en un buen año. Apenas suficiente para
pagar la cuenta del almacén”.
Esta misma reflexión se debe iniciar en Uruguay, donde el aumento de la productividad
exclusivamente con base en insumos externos, como las raciones, fertilizantes, pesticidas u otros
paquetes tecnológicos puede, además de resultar costoso, generar enormes impactos
ambientales. La experiencia europea muestra que la contaminación de las napas freáticas con
residuos de nitratos de los fertilizantes puede llegar a ser una pesadilla tanto ambiental como
sanitaria y económica. Asimismo, también se pueden perder mercados crecientemente
importantes de consumidores interesados productos naturales.
Se debe analizar si Uruguay ensayará senderos alternativos, como puede ser una estrategia que
incentive la producción ambientalmente amigable, tanto a nivel doméstico como en las
exportaciones. En ese sentido, CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social) está
desarrollando, con apoyo de la Embajada del Reino Unido, un programa para acercar esta
problemática a los productores rurales, sus familias y técnicos y docentes del interior del país. El
objetivo es humilde pero a la vez clave: señalar que la agropecuaria tiene esta cara ecológica, y lo
que allí se sucede tendrá consecuencias ambientales y económicas. Recordemos que del 75% al
85% de las exportaciones del país se basan en recursos naturales, y por lo tanto la integridad
ecológica es indispensable para asegurar esos flujos exportadores.
Por cierto que en Uruguay existen distintos esfuerzos que apuntan a proteger algunos recursos
(como por ejemplo, la ley de conservación de suelos y aguas), pero todavía carecemos de una
visión abarcadora. Los recursos se manejan en forma separada, por un lado el agua, por el otro el
suelo, y más allá las técnicas de riego, y así sucesivamente. Los elementos que constituyen
nuestros sistemas ecológicos quedan desmembrados entre distintas reparticiones y diferentes
ópticas. De la misma manera, las tecnologías agropecuarias deben ser evaluadas por sus
incidencias en la balanza economía - ecología. Finalmente, también se deben valorar ejemplos
nacionales de sistemas productivos agrícola-ganaderos, que insinúan algunos de los
componentes de la sustentabilidad agropecuaria. Estas y otras tareas requieren esfuerzos
conjuntos desde el gobierno, los centros académicos y las gremiales rurales. Pero, más que todo
eso, necesitan de una nueva mentalidad: dos veces verde.
Eduardo Gudynas y Gerardo Evia son investigadores en el Centro Latino Americano de Ecología Social
(CLAES). Revista Posdata, viernes 17 de marzo de 2000.
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LA OPCION ECOLOGICA EN LA AGROPECUARIA
Eduardo Gudynas
El 5 de Junio, Día Mundial del Medio Ambiente, deja en evidencia uno de los mayores desafíos
ambientales en el país: equilibrar la producción agropecuaria y la protección ambiental. Esa tarea
no sólo arrojará beneficios ecológicos, sino que puede promover éxitos económicos
especialmente en el comercio internacional, atendiendo a los consumidores cada vez más
interesados en la calidad de los alimentos. La calidad natural en lugar de ser una barrera es en
realidad una oportunidad, tanto ecológica como económica.
El sector agropecuario continúa siendo el principal motor exportador del país. Más del 85% de las
exportaciones tienen ese origen, y las carnes y lanas siguen a la cabeza alcanzado el orden de
los $ 600 millones dólares. Si bien todos aceptan esta importancia económica, todavía son pocos
los que se percatan que este sector está inserto en un marco ecológico. Tampoco es raro pensar
que los principales problemas ambientales del país residen en las basuras y contaminación de las
ciudades.
Pero lo cierto es que el medio rural es un capítulo fundamental en la agenda ambiental del país.
Nuestras exportaciones agropecuarias se sustentan en la Naturaleza: los ganados necesitan de
buenas pasturas, y éstos a su vez requieren de buenos suelos y agua disponible; los cultivos
exigen suelos fértiles y también suficiente agua. Este marco determina limitaciones a la
producción, pero también ofrece ventajas, y entre ellas muchas de tipo comercial.
Sorpresivamente estamos enfrentando una coyuntura donde no son pocas las ventajas
exportadores que dependen de la calidad ecológica de los productos agropecuarios. De la misma
manera, la calidad del ambiente en el medio rural en gran medida determina la situación
ambiental de todo el país.
El nuevo contexto ambiental
La agropecuaria uruguaya se encuentra en una estrecha interdependencia con la Naturaleza. Los
vaivenes climáticos, como las sequías o inundaciones, nos recuerdan ese hecho. La
disponibilidad de agua, así como la calidad de los suelos, afectan directamente a la productividad
de nuestros campos. A ello se suma que los consumidores de los alimentos también le prestan
atención a la protección ambiental, en tanto buscan productos sin contaminantes químicos o
farmaceúticos, y se preocupan por los métodos bajos los cuales se crían ganados y aves. En
estos casos se mezcla tanto una preocupación por el medio ambiente como un entendible interés
en evitar alimentos que pueden dañar la propia salud. Al amparo de esta nueva tendencia han
florecido en varios países industrializados los mercados de consumo de productos "orgánicos", lo
que logran precios de venta mayores. No debe creerse que esa tendencia es exclusiva de los
países ricos. Está avanzando en Uruguay y en los demás países del MERCOSUR, especialmente
Argentina y Brasil.
De esta manera, una agropecuaria volcada a la protección del medio ambiente logra además una
ventaja económica. Puede aprovechar esos nuevos mercados, colocar allí sus productos, e
incluso lograr precios de venta a veces mayores. Esta situación pone en el tapete la necesidad de
prestar mucha atención a los problemas ambientales que vive el agro, ya que sus repercusiones
además de ecológicas serán económicas.
Protección ambiental
Posiblemente una de las más tempranas advertencias de los impactos negativos de la
agropecuaria moderna, y también uno de los más conmovedores, lo realizó Rachel Carson en su
libro "Primavera Silenciosa" (1964). Allí se advertía que el sobreuso de los químicos,
especialmente los insecticidas, estaban envenenando el ambiente. Dice la autora: "Por primera
vez en la historia del mundo, todo ser humano está ahora sujeto al contacto con peligrosos
productos químicos, desde su nacimiento hasta su muerte. En menos de dos décadas de uso, los
plaguicidas sintéticos han sido ampliamente distribuidos a través del mundo animado e inanimado
..." Esos productos contaminan el aire, el agua y el suelo, afectando especies pequeñas como los
insectos, hasta otras más grandes, como peces, trasladándose de un eslabón a otro en la cadena
de la vida. Precisamente el título de esa obra alude a la desaparición de las aves debida a esa
contaminación: "... llega ahora la primavera sin ser anunciada por el regreso de los pájaros, y los
tempranos amaneceres están extrañamente silenciosos" advierte Carson.
Los impactos negativos de los pesticidas, herbicidas y otros químicos que se usan en el campo no
sólo generan contaminación, sino que también degradan los suelos. Nuestro vecino, Argentina, ha
avanzado bastante en identificar varios problemas ambientales desencadenados por esos
paquetes tecnológicos. Por ejemplo, R. Bocchetto (1994), investigador del INTA, indica que desde
mediados de la década de 1970 el incremento de la mecanización, las semillas híbridas, los
agroquímicos y las rotaciones si bien aumentó la productividad "produjo una fuerte degradación
de los suelos", la que a su vez volvió a estancar la producción, donde "el productor pampeano se
convirtió en un instrumento de degradación de los recursos naturales". En nuestro país existen
datos que apuntan en el mismo sentido, aunque todavía dispersos y difíciles de acceder, pero que
indican pérdida y degradación del suelo, problemas con el agua (tanto por contaminación orgánica
y por nitratos, como por disponibilidad), y sobreuso de agroquímicos.
Otros estudios más recientes también han obligado a tomar con mayor modestia los pretendidos
aumentos de productividad de los modernos paquetes tecnológicos. Ello se debe a que esos
incrementos se logran a partir de enormes aportes adicionales de energía y materia. De esta
manera cada kilogramo extra que se obtiene desde la tierra requiere proporcionalmente más y
más aportes, de donde la eficiencia de todo el proceso en vez de crecer, se reduce. Este hecho lo
viven los productores de un modo indirecto: si bien los rendimientos por hectárea aumentan, ello
requiere insumos cada vez más caros, intensivos y sofisticados. En los predios se manejan
modernas maquinarias, se gasta más en combustible y se aportan diversos productos a la tierra, y
por lo tanto los gastos son enormes. De esta manera cuando se realiza un análisis abarcando
todo el sector muchas supuestas ventajas quedan en entredicho, ya que se hace evidente el
endeudamiento de los productores para mantener esos insumos, se toma conciencia de los
impactos ambientales y de los cambios sociales. En el caso del MERCOSUR se está haciendo
evidente que la búsqueda de intensificaciones todavía mayores en la esperanza de lograr
beneficios económicos, podrá lograr aumentos en la producción, posiblemente desencadenará
una reducción de los pequeños y medianos productores, una mayor degradación de los suelos,
contaminación química y pérdida de biodiversidad, como lo ha advertido E. Viglizzo (1997),
también del INTA.
Buena parte de estos impactos ambientales pasan desapercibidos por su carácter difuso, tal como
sucede con la erosión o la alteración de los ciclos hidrológicos. Eso hace que sean difíciles de
ponerlos en evidencia. Ello se agrava al no estar valorados económicamente. En los predios no se
restan las pérdidas económicas debidas a la erosión, ni los ministerios restan de la contabilidad
nacional las pérdidas de agua potable subterránea por contaminación con nitratos. Sin embargo,
un correcto balance de la productividad agropecuaria debería incluir esos costos ambientales, de
donde posiblemente muchas actividades que hoy se definen como rentables en realidad están
generando déficits económicos que son trasladados al Estado o el resto de la sociedad.
Problemas ambientales como la contaminación de suelos y aguas finalmente deberán ser
cubiertos por municipios o ministerios, o lo que es lo mismo por todos nosotros. De la misma
manera actividades que hoy tienen estrechos márgenes económicos en realidad podrían tener
beneficios ampliados en tanto ofrecen servicios ecológicos que deben ser valorados
económicamente, como por ejemplo la ganadería extensiva.
Producción ecológica
Como contracara de estos impactos ambientales se observa que el cuidado del entorno ofrece
ventajas comerciales. Por ejemplo, la venta de alimentos orgánicos en los EE UU alcanzó un
estimado de casi 2 mil millones de dólares en 1996, mientras que en Europa ese mismo mercado
superaba los mil millones de dólares. Nueva Zelandia que una y otra vez es presentada como un
ejemplo de desregulación extrema, en realidad apoya la producción y las exportaciones
orgánicas, especialmente a países europeos y Japón. Ese apoyo incluye la investigación y
análisis de alternativas tecnológicas, y está muy lejos de dejarlos librados al vaivén del mercado.
Si algunos piensan que estas novedades son propias de países ricos, dejando asomar el clásico
pesimismo uruguayo, debería entonces observarse la situación en Argentina. Si bien nuestro
vecino vive problemas en el sector agropecuario en varios aspectos similares a los uruguayos, el
sector orgánico no ha dejado de crecer. Ha pasado de exportar 2 millones de dólares ( 5 mil ton)
en 1995 a 20 millones de dólares en 1999 (25 mil ton).
Estos hechos demuestran que la perspectiva ambiental de la agropecuaria bajo ningún punto de
vista apunta a anular esos rubros, sino a buscar los buscar los justos equilibrios entre el desarrollo
y la conservación, tal como lo plantea el desarrollo sostenible. Ese equilibrio reside en asegurar
una producción agropecuaria que no destruya la base ecológica sobre la que descansa, sin dejar
de aprovechar las ventajas comerciales que ofrecen esas condiciones.
Es bueno recordar que la FAO define el desarrollo sostenible agropecuarios como "el manejo y
conservación de los recursos naturales y la orientación de cambios tecnológicos e institucionales
de manera de asegurar la satisfacción de las necesidades humanas de forma continuada para la
presente y futuras generaciones. Tal desarrollo sustentable conserva el suelo, el agua y los
recursos genéticos animales y vegetales, no degrada el medio ambiente, es técnicamente
apropiado, económicamente viable y socialmente aceptable".
Uruguay posee un modesto punto de partida en esta perspectiva de la sustentabilidad. Existe un
incipiente mercado orgánico, tal como lo muestra un reciente estudio de encargado por el
PREDEG del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, estimando que el mercado nacional en
esos productos es de US$ 1 140 000, abarcando por lo menos 120 productores.
Pero más importante todavía son las implicancias exportadoras. Información hoy disponible
apunta a que el comercio internacional agroalimentario del futuro deberá cumplir con normas de
calidad ambiental y sanitaria cada vez mas exigentes, donde el estándar serán productos libres de
residuos químicos o farmaceúticos y obtenidos de manera natural.
Felizmente estos hechos comienzan a ser advertidos por analistas nacionales, indicándose la
creciente importancia de los factores no-económicos en el comercio internacional de algunos
productos agropecuarios. Por ejemplo, en el marco de las actividades que promociona el Instituto
del Plan Agropecuario, Daniel De Mattos lista entre esos factores la seguridad y la salud del
consumidor, la calidad del producto, el bienestar animal y el cuidado del medio ambiente. No debe
olvidarse que buena parte del sector ganadero fácilmente podría alcanzar esos nuevos
estándares ambientales, lo que abriría las puertas a nuevas exportaciones.
Resistencias uruguayas
Por lo tanto en Uruguay se vive una tensión: la calidad ambiental ofrece ventajas comerciales,
pero muchas de las propuestas de desarrollo agropecuario no sólo no sacan provecho de ese
componente, sino que podrían anularlo. En efecto, muchos analistas consideran que la salida de
la crisis debe hacerse esencialmente por intensificar todavía más la producción. En esas
respuestas se albergan por lo menos dos líneas de argumentos. Una está volcada sobre los
aspectos económicos y comerciales, defendiéndose una fuerte re-estructura de las empresas
agropecuarias y aumentos de los excedentes que pueden ser vendidos. La otra está recostada en
algunas escuelas científico-técnicas que apuestan al optimismo tecnocrático para intervenir y
manipular el ambiente, y lograr todavía mayores rendimientos. Estas dos corrientes se dan la
mano y alientan la intensificación, más allá de los problemas sociales y ambientales que pueda
ocasionar, e incluso ven la eclosión de esos problemas como un mal necesario para el
"saneamiento" económico del sector.
Estas posturas minimizan los problemas ambientales en el medio rural y pasan por alto las
ventajas exportadoras. Incluso se llegan a cuestionar técnicamente algunas opciones
ambientalistas. Un ejemplo se observa en uno de los boletines técnicos de INIA La Estanzuela,
donde se denuncia que la agricultura orgánica, donde se produce sin fertilizantes sintéticos ni
agroquímicos, y evitando el maltrato de animales, no está basada en el conocimiento científico
"sino en creencias populares alimentadas por grupos socio-políticos, y su sustento radica en la
existencia de consumidores que están dispuestos a pagar un sobreprecio por estos productos"
(Boletín Nº 50 Serie técnica, 1994).
Este tipo de posturas anula las posibilidades de desarrollas opciones uruguayas basadas en la
calidad ambiental, y dejan como única salida los paquetes tecnológicos convencionales, los que
en buena medida son responsables de muchos de los problemas ambientales que hoy
padecemos.
La política de la sustentabilidad agropecuaria
Estos y otros ejemplos indican que se enfrenta un problema en diseñar las políticas de desarrollo
agropecuario. Nos enfrentamos a dos grandes tendencias: una apuesta a la intensificación en
agroquímicos, biotecnología y mecanización, y la mercantilización, y la otra a la calidad de los
productos, la conservación ambiental y la solidaridad social. Es sorprendente que incluso los
defensores de la primera opción reconocen sus impactos negativos. Por ejemplo el ex director de
la oficina estatal de planificación de políticas agropecuarias, J. Preve, propone una "segunda o
tercera generación de reformas" con el objetivo de impulsar el "crecimiento continuo de la
productividad". Pero él mismo admite que las nuevas estrategias de desarrollo agropecuario se
asocian "al uso cada vez más intensivo de maquinaria potente, de agroquímicos, de genética de
alto valor, de calificación en la gestión empresarial, etc.", con lo que se desencadenarían impactos
en el sector, caída de la rentabilidad, salida de productores, búsqueda de ingresos por fuera de
los predios, y se deberían enfrentar problemas en alcanzar niveles de calidad muy elevados.
Sorprendentemente se defiende una línea de acción que ya se reconoce que agravará los
problemas actuales del agro.
En estas posturas quedan muchas dudas sobre cómo se preservarán los recursos naturales que
son esenciales para la producción agropecuaria. Precisamente este punto es ahora reconocido
por casi todos, y como ejemplo basta la nueva propuesta de la "Estrategia para el desarrollo
agroalimentario en América Latina y el Caribe" del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que
por cierto está muy lejos de ser una institución ambientalista. El BID insiste en que una de las
áreas prioritarias de inversión es el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales,
reconociendo que se han utilizado tácticas depredadoras por su impacto ambiental, junto a
políticas inadecuadas en el uso y acceso a los recursos naturales. El BID indica que uno de los
problemas centrales "es la inhabilidad de los mercados para valorar los beneficios y costos
externos" asociados con el uso de los recursos naturales.
Si bien ya no se niega explícitamente la importancia de la temática ambiental, en los hechos
queda en un segundo plano, tanto a nivel de las principales metas estratégicas de desarrollo,
como en los recursos humanos y financieros asignados. En este artículo ya se han presentado
ejemplos desde el gobierno, los centros académicos, pero lo mismo sucede con algunos sectores
gremiales. Este caso lo ilustra el informe del reciente congreso del Consejo de Entidades
Agropecuarias para el Desarrollo (CEAD), ya que en las conclusiones de los talleres temáticos no
se destacaban los temas ambientales, ni siquiera en aquel dedicado a las estrategias comerciales
(El Observador Agropecuario, 19 de Mayo).
Por lo tanto es necesario pasar a acciones concretas en la incorporación de estos aspectos
ambientales. Las condiciones ambientales no sólo son necesarias para la protección de nuestro
patrimonio biológico, sino que hoy ofrecen ventajas comerciales. Ese hecho clave ya ha sido
advertido en el ámbito agropecuario; por ejemplo, Hugo Durán del Instituto del Plan Agropecuario
sostiene que las "nuevas barreras emergentes no arancelarias al comercio debemos verlas como
oportunidades para nuestros productos". Esas nuevas condicionalidades son el bienestar animal,
la conservación ambiental, la extensibilidad y la certificación de los productos. El Ing Durán
acertadamente indica que una de las recomendaciones que se realiza en Europa para remontar
su deterioro ambiental es pasar a sistemas de producción más extensivos, y lograr así
reducciones en los impactos ambientales, y agrega que "este es el sistema típico de producción
que la zona agrícola ganadera y lechera del Uruguay viene llevando adelante desde hace más de
30 años". Justamente allí están las grandes ventajas del país. En la misma línea CLAES viene
trabajando, con el apoyo de la Embajada Británica, en una serie de talleres regionales con
productores rurales donde es evidente la sensibilidad de muchos de ellos de buscar nuevas
perspectivas productivas para sus predios.
En estos casos queda en claro que las condiciones de calidad ambiental juegan a favor de
Uruguay, y en especial del sector ganadero. Estas ventajas deben ser puestas sobre la mesa, y
apoyadas con adecuados sistemas que las certifiquen y las difundan por medios de marketing y
publicidad hasta alcanzar a los consumidores de otros países. La calidad ambiental, como centro
de esta estrategia, también nos permitiría remontar el proteccionismo comercial europeo, ya que
la discusión debe ser llevada a su terreno, analizando si esos países cumplen o no con las metas
ambientales que pregonan. Atacar el concepto de calidad ambiental en los foros internacionales
terminaría por ser un boomerang que se volvería contra Uruguay, limitando la posibilidad de
desarrollar su propios rubros de exportación.
Si bien Uruguay tiene muchas ventajas para llegar a una calidad natural en sus productos
agroalimentarios, no debe creerse que es un paraíso verde. Ya existen signos de deterioro, y por
ello estamos en el momento de tomar decisiones. Si no toma medidas, se continuará en una
camino de intensificación y creciente impacto ambiental, que pondrá en entredicho las
condiciones de "producto natural". La situación ambiental uruguaya no es alarmante como la
Europea, pero es necesario reaccionar ante los problemas que hoy se enfrentan. Si se decide
actuar, con muy pocas acciones, y en particular con nuevos sistemas de certificación y
trazabilidad, se podrá lograr esa condición de "producto natural" elevándola a una posición que
muy pocos países en el mundo podrán alcanzar. Ello requerirá un fuerte apoyo a la investigación
básica y tecnológica, cambios institucionales importantes, y sobre todo una nueva actitud que se
apoye en la innovación y originalidad.
Bibliografía
BID. 2000. Estrategia para el desarrollo agroalimentario en América Latina y el Caribe. Dpt.
Desarrollo Sostenible, BID, Washington.
Bocchetto, R.M. 1994. Aspectos multidimensionales de la sustentabilidad agrícola y el enfoque
interdisciplinario, pp 33-51, En "Diálogo XLII, Recursos naturales y sostenibilidad agrícola",
PROCISUR, IICA, Montevideo.
Carson, R.L. 1960. Primavera silenciosa, Grijalbo, Barcelona (1980).
Durán Martínez, H. 2000. Resumen de la gira y perspectivas para el Uruguay, En "Situación y
perspectivas de la cadena cárnica internacional". Instituto Plan Agropecuario e IICA,
Montevideo.
Preve, J. 1999. Algunos temas de política agrícola para el futuro. Anuario OPYPA 2000,
Montevideo.
Viglizzo, E.F. 1997. Uso sustentable de tierras y aguas en el Cono Zur, pp 53-73, En "Libro
Verde, Elementos para una política agroambiental en el Cono Sur". PROCISUR, IICA,
Montevideo.
* Investigador en el CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social).
Publicado en LECTURAS de los DOMINGOS, La República, 4 de Junio 2000, pp 10-11.