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ADOLFO SUÁREZ T ERÁN L A P RISIÓN EN MÉXICO Del Cuauhcalli a Lecumberri ( Origen y Evolución de la Prisión en México )

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LA PRISION EN MEXICO

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Adolfo Suárez Terán

La Prisión en México DelCuauhcalliaLecumberri

(Origen y Evolución de la Prisión en México)

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Adolfo Suárez TeránEstudiosPosgrado

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (Morelia, Michoacán) División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Especialidad en Ciencias Penales y Maestría en Derecho

LicenciaturaUniversidad Nacional Autónoma de México, (México D. F) Facultad de Derecho

BachilleratoPreparatoria Federal de Cuautitlán, (Cuautitlán, Estado de México)

Primaría y SecundariaAcademia Militarizada México (México D. F)

Experiencia Laboral Instituto Mexicano del Seguro SocialCoordinador de Eventos Sociales y CulturalesUnidad Morelos de Servicios Sociales, San Juan de Aragón, Distrito FederalCoordinador de Eventos Sociales y CulturalesUnidad Cuauhtémoc de Servicios Sociales, Naucalpan de Juárez, Estado de México

Comisión Federal de ElectricidadAuxiliar del C. Oficial MayorCoordinador de Eventos Sociales y Culturales

Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del EstadoAdministrador de la tienda en la ciudad de Uruapan, Michoacán

Gobierno del Estado de MichoacánProcuraduría General de Justicia del Estado de MichoacánSecretario Particular de dos Procuradores, sucesivamenteSecretario Particular del Secretario General de Gobierno

Supremo Tribunal de Justicia del Estado de MichoacánSecretario Particular de dos presidentes, sucesivamente, del Poder Judicial del Estado de Michoacán

Gobierno del Estado de MichoacánDirector del Centro Penitenciario Mil Cumbres, Lic. David Franco Rodríguez

Otras ActividadesConductor de programas informativos y de análisis de radio y televisión.XECR, Radio Variedades;XEI, Radio Morelia;Canal 13 de Morelia;TV Azteca Michoacán;Central TV Michoacán.

PublicacionesLibro El Estado y El Cuidado de Los MenoresLibro La Prisión en México del Cuauhcalli a Lecumberri (Origen y Evolución de la Prisión en México).Columnista de la Revista Poder, MoreliaDirector de la Revista Claridades de Michoacán

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La Prisión en México DelCuauhcalliaLecumberri

(Origen y Evolución de la Prisión en México)

Adolfo Suárez Terán

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LA PRISIÓN EN MÉXICODel Cuauhcalli a Lecumberri(Origen y Evolución de la Prisión en México)Primera Edición, enero de 2011

Autor: Adolfo Suárez TeránD.R. Derechos reservados conforme a la ley.

Tel. Cel.: 0444 (431) 87 14 18E-mail: [email protected]

Prohibida la reproducción parcial o total sin previa autorización del autor

La edición estuvo a cargo del autorDiseño: J. Ignacio Rojas ChávezCapturista: Gustavo Adolfo Montes Suárez

Impreso en Morelia, Michoacán, México, en Ediciones Michoacanas Imprenta OffsetE-mail: [email protected]

La Portada

El Petámuti o Sacerdote Mayor y el Capitán General, con arco y flecha, presencian las ejecuciones de los malhechores, hechas a golpe de maza por el carcelero, entre los condenados figuran los hechiceros, los perezosos, que después de cuatro reprensiones habían dejado de traer leña al templo y la mala mujer (que acababa de ser descalabrada). Arriba, los señores, y abajo, los caciques, fumando en pipa, contemplan impasibles la ejecución de los condenados a muerte.

LÁMINA IIRELACIÓN DE MICHOACÁN (1541)

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Adolfo Suárez Terán

La Prisión en México DelCuauhcalliaLecumberri

(Origen y Evolución de la Prisión en México)

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Al grato y maravilloso recuerdo de mis padres, Adolfo y Soledad.

A Evita, la dulce compañera de mi vida.

A mis hijas, Eva Iliana y Erika.

A la felicidad y alegría que me han dado Renata, Camila, Daniela, María Fernanda y Gustavo Adolfo, que ha sido excelente colaborador.

A mi hermano Sergio, a mis hermanas Evelia y María Elena.

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Índice

Dedicatoria.....................................................................................9Agradecimientos .......................................................................... 11Presentación ................................................................................13Prólogo ........................................................................................17Introducción .................................................................................19

1ª PArTeLos precursores del penitenciarismo ...........................................23

2ª PArTePrisiones y Cárceles en Roma ....................................................53

cAPÍTulo iÉpoca Prehispánica en México ..................................................57Las cárceles prehispánicas .........................................................63Los Mayas ...................................................................................65Los Tarascos ................................................................................69

cAPÍTulo iiLas cárceles en el México de la Colonia .....................................75Cárceles de la Inquisición ............................................................79La Inquisición en México .............................................................81

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La Cárcel de la Acordada ............................................................85Delitos y penas de la Colonia ......................................................89Real Cárcel de Corte ...................................................................93Cárcel de la Ciudad .....................................................................97Historia de la Cárcel Nacional o Cárcel de Belem .....................101

cAPÍTulo iiiLa Penitenciaría de Lecumberri .................................................105Otras prisiones y presidios ........................................................ 113El presidio de San Juan de Ulúa ............................................... 115

cAPiTulo iVBreve reseña de las prisiones de la Nueva Valladolid y de los inicios de la Penitenciaría en el barrio de San Pedro en Morelia .........121Consideraciones ......................................................................127Resumen ...................................................................................143Fuentes de Información .............................................................147Archivos Consultados ................................................................151Anexo Gráfico ............................................................................153

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dedicAToriA

A los que sufrieron los hierros, marcas, azotes y cadenas; a los que han habitado en mazmorras, oscuros calabozos y tinajas como preludio

de su muerte.

En recuerdo de los que han sido ahorcados, descuartizados, guillo-tinados, lapidados, mutilados, quemados en aceite hirviendo, a los que han sido cocidos en calderas.

A los que sufrieron y padecieron las brutalidades y excesos del Santo Oficio traído a nuestro país por los españoles, quienes utilizaban como medios regulares de tormento, entre otros, la plancha caliente, el potro y otros instrumentos de extrema crueldad

A los que en forma pública como festín para el populacho fueron ahor-cados o decapitados en el cadalso.

A los luchadores sociales que sufrieron encarcelamiento por sus ideas.

A los que dejaron sus lágrimas y tristezas –no por cobardía, sino por impotencia- en encierro injusto decretado por el poderoso pretendiendo aniquilar su alma y espíritu fundado en la razón y la libertad.

Al Estado mexicano para que vuelva su vista a esa “geografía del do-lor”, como la llamó John Howard, para mejorar las condiciones integrales del sistema penitenciario y darle oportunidad a quienes siendo presos, también fueron niños y que algo pasó en su vida que los llevó a tomar senderos equivocados.

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A todos los que aspiramos a reformar o a modificar al delincuente, cuando no somos capaces de contribuir a modificar a la sociedad.

Queremos rehabilitar al delincuente, cuando no rehabilitamos la prisión.

¿Qué acaso el delincuente, por regla general, no es el resultado de una sociedad en descomposición?

El Autor

DeDicatoria10

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AgrAdecimienToS

Los renglones que a veces son más complicados de escribir son los que se refieren a los agradecimientos. Todo lo que uno pueda expre-

sar, no es lo suficiente para dejar testimonio de los sentimientos de gra-titud que uno tiene con quienes han contribuido para concluir un trabajo que en ocasiones parece difícil. Ni duda cabe que es una ventura haber encontrado en mi camino a todos ellos, que sin regateos ni egoísmos me entregaron su erudición, recibiendo, además, una ayuda y orientación invaluable. Los aciertos que pudiera contener este trabajo deben ser atri-buidos a ellos, maestros y directivos universitarios.

Quiero expresar mi especial y significativo agradecimiento al Doctor Francisco Javier Ibarra Serrano, quien aceptó dirigir la presente tesis. Todos sus comentarios, correcciones y observaciones, siempre repre-sentaron para mí un aliciente de gran importancia para seguir profundi-zando en la búsqueda y estudio de todo aquel material que enriqueciera la presente investigación.

El apoyo del Doctor Ibarra Serrano, su confianza y estímulos constan-tes, así como su paciencia, pero también exigencia académica, siempre es-tuvieron presentes; ya que sin ello, esta tesis habría quedado inconclusa.

Mi reconocimiento permanente a la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Michoa-cana de San Nicolás de Hidalgo, por darme la oportunidad de realizar los estudios de especialidad en ciencias penales y maestría en Derecho.

No podría dejar de mencionar a algunos de esos magníficos y es-tupendos maestros, todos ellos Doctores en Derecho del Instituto de In-vestigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México,

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quienes aceptaron venir semana a semana a las aulas de nuestra Facul-tad de Derecho de la UMSNH a entregarnos su caudal de conocimientos y sabiduría a la primera generación de estudiantes de posgrado.

Recuerdo con gran admiración y sincera emoción al Dr. José Luis So-beranes Fernández con su cátedra de Historia del Derecho Mexicano; al Dr. Álvaro Bunster Briseño y sus enseñanzas sobre la Teoría de la Acción Finalista; al Dr. José Antonio Martínez de la Serna; a la Doctora Josefina Cámara Bolio y al Dr.Antonio Luna Arroyo, entre otros que también estu-vieron a la altura y calidad académica de los anteriores.

Sería una ingratitud de mi parte si no reconociera las atenciones que recibí del personal de los archivos y bibliotecas: Archivo General de la Nación, Archivo Histórico de la Ciudad de México, Archivo Histórico de la Ciudad de Veracruz, Archivo del Obispado de Morelia, Archivo del Su-premo Tribunal de Justicia de Michoacán, Archivo Histórico Municipal del Ayuntamiento de Morelia, Archivo Histórico del Poder Ejecutivo del go-bierno de Michoacán; Biblioteca Nacional, Biblioteca Central de la UNAM, Biblioteca del Instituto Nacional de Ciencias Penales, Biblioteca de la Fa-cultad de Derecho de la UNAM, Biblioteca de la UMSNH, Biblioteca del Congreso del Estado de Michoacán.

Reconozco y mucho aprecio el interés de amigos cercanos que también infundieron en mí su estímulo y apoyo para concluir el presente trabajo.

El Autor

agraDecimientos12

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PreSenTAción

Está en tus manos una obra de características especiales que procura hacer un análisis sobre la descomposición penitenciaria que preva-

lece en nuestro país, ubicada en el conocimiento histórico del origen y evolución de las prisiones de México que data desde la época prehispáni-ca hasta el centro penitenciario conocido como Lecumberri; coincidiendo con varios tratadistas del tema que el sistema, fue creado con un sentido humanista para sustituir la pena capital, el destierro, la deportación o pe-nas infamantes, torturas o azotes y mutilaciones, entre otras más.

Y siendo muy escasos los trabajos que abordan el contenido de la obra, constituye una valiosa aportación para conocimiento y mejor com-prensión de la evolución que ha sostenido el sistema penitenciario en nuestro país, abordado con decisión y valentía por su autor, el Lic. Adolfo Suárez Terán, quien aportó no solo la investigación, sino su conocimiento y experiencia laboral adquirida como servidor público en las diferentes áreas de responsabilidad que ha tenido en la administración guberna-mental, todas relacionadas con la materia.

Esta tesis, base de la sustentación del peldaño de Maestría en De-recho alcanzado por el autor, consta de dos partes: la primera nos relata los referentes teóricos analizados y llevados a cabo a lo largo de dos siglos sobre reformas de carácter penal, sustentadas en inquietudes hu-manitarias y reconociendo la importancia de los Derechos Humanos y la dignidad, y también, desde luego, los esfuerzos Internacionales para establecer determinadas normas en el tratamiento de reclusos.

Sin embargo, da cuenta de que, a pesar de los esfuerzos institucio-nales, éstos no han sido suficientes, pues la prisión se ha convertido en una Institución sumamente compleja y contradictoria. En sus inicios, los establecimientos penales se fundaron con la finalidad de ofrecer una nueva forma de sanción. Posteriormente se les impuso como responsa-bilidad el proteger a la sociedad, segregando a quienes son considerados

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por los jueces como nocivos para la comunidad, tratando de modificar su conducta dañina, para favorecer su reintegración a la sociedad.

Se han realizado reformas legislativas y varios intentos acerca de lo que pueden o deben de hacer las cárceles, experimentado una serie de fórmulas como prisión-empresa; modelo médico; modelo educativo for-mación; institución terapéutica, pero son esquemas que no han prospera-do por diversas circunstancias, el encarcelamiento y sobre todo la prisión en sí, han recibido severas críticas por sus resultados nulos, y algunos criminólogos que ponen en evidencia la institución proponen su abolición. Ello producto de la insatisfacción del actual sistema penitenciario

En la segunda parte de la obra, cita los referentes históricos en cuatro capí-tulos abordados en históricos temas relacionados con las formas de castigo y prisión de diversas culturas en nuestro país, antes y después de la conquista.

En el primero: Narra cómo en la época prehispánica no se concebía la cárcel como un espacio para castigar y mucho menos para rehabilitar: los cercados y las jaulas hacían las funciones de prisiones y tenían como finalidad custodiar a quienes posteriormente serían ejecutados; o bien, se utilizaban para retener a los que serían sacrificados como ofrenda a los dioses, de estos quedaron testimonios escritos de Frailes Franciscanos, Dominicos y Agustinos.

En la cultura azteca o mexica se caracterizó como severa, brutal y excesiva, la pena debería de satisfacer un instinto primitivo de justicia en las diferentes clases sociales, vivían en pleno periodo de venganza y las sanciones que se imponían eran más allá de la gravedad del delito, la pena de muerte se aplicaba por ahogamiento, envenenamiento, abrién-doles el pecho, por asfixia, incineración en vida, lapidación entre otras muchas más.

Las cárceles que se usaron en esa época fueron: el Cuauhcalli, usada para delitos graves a quienes se les debería de aplicar la pena de muerte, consistía en una jaula o casa de palo muy estrecha y vigilada, para que sin-tiera el prisionero el rigor de la muerte; el Petlacalli era una casa de esteras larga y ancha, donde, de una parte y de la otra, había una jaula de maderos

Presentación14

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gruesos, con unas planchas gruesas como cobertor, abriéndose por la par-te de arriba una compuerta por la que eran introducidos los presos.

Los mayas imponían pena por adulterio, entregando al adúltero atado a un palo al marido para su venganza; por homicidio, el infractor pagaba con su muerte o por insidias de los parientes; y, por robo, el infractor pa-gaba convirtiéndose en esclavo de la víctima.

A diferencia de los aztecas la pena no era tan brutal.

De los Tarascos solo se conocen por la obra La relación de Michoacán, Tratado de Ritos, Ceremonias, Población y Gobierno de los Indios de la Provincia de Michoacán.

En la fiesta Equatacónscuaro se escuchaban las quejas y se juzgaba a los reos (uázcata), sus cárceles eran grandes, pero no como una espe-cie para castigar y menos para rehabilitar.

Con la conquista se realizó un trasplante de las instituciones jurídicas de derecho españolas al territorio americano y la legislación se aplicó tal cual. El régimen penitenciario tuvo su base en las Partidas, fundamental-mente en la Setena, dedicada a la materia penal.

En el periodo de la Inquisición las cárceles fueron: la Perpetua o de la Misericordia, la Cárcel Secreta y la Cárcel de Ropería, existiendo otras llamadas Cárcel de la Acordada, la Real Cárcel de Corte, la Cárcel de la Ciudad o Cárcel de la Diputación, la Cárcel de Belem.

En el Tercer Capitulo menciona a la Penitenciaria de Lecumberri, que estuvo ubicada en el Distrito Federal, de una influencia arquitectónica Francesa. Su proyecto de diseño fue basado en el sistema panóptico de Jeremías Bentham, funcionó por 76 años, el 26 de Agosto de 1976 salió de ahí el último preso con destino a los nuevos reclusorios que se cons-truyeron durante el gobierno del Presidente Luis Echeverría.

Destaca en esta obra la valentía del autor al afrontar las causas que han llevado a la descomposición penitenciaria que prevalece en nuestro

Presentación 15

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país. Las cárceles son un campo propicio para la violación de los dere-chos fundamentales de las personas, donde se ha formado una subcul-tura de violencia y que forma parte de la corrupción, con una realidad de contradicciones, vicios y toda una gama de violaciones a la dignidad humana de las que ha dado cuenta la Comisión Nacional de Derechos Humanos y otros organismos no oficiales.

Finalmente nos presenta, además, su vanguardista y adecuada pro-puesta en el sentido de que el funcionamiento del sistema penitenciario debe depositarse en manos de personal directivo, administrativo, técnico y de custodia, considerando la vocación, aptitudes, preparación acadé-mica y antecedentes personales de los candidatos a esos puestos y por ningún motivo designar para esos cargos de tanta responsabilidad, a per-sonas por razón de amistad o compromiso político.

Agradezco al Maestro en Derecho, Adolfo Suárez Terán, esta oportu-nidad para reconocer el esfuerzo de un diagnóstico que debe servir para seguir impulsando los cambios que se requieren en materia penitenciaria en nuestro país. Enhorabuena.

Enero de 2011

ProfeSor Wilfrido lázAro medinA

Presentación16

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Prólogo

Fue para mí muy agradable leer con detenimiento la profunda investi-gación que sobre la prisión en México realizó el estudioso Licenciado

ADOLFO SUÁREZ TERÁN.

Recordé la materia penitenciaria que he manejado por muchos años y que por su presencia humana y llena de problemas y contradicciones en nuestro país no es fácil ignorar.

Reconozco que la obra “LA PRISIÓN EN MÉXICO” que comentamos ayuda a cualquier lector o investigador jurídico a conocer a detalle la histo-ria del penitenciarismo nacional y a entender en lo fundamental la esencia, los objetivos, el sistema, las técnicas, y las acciones de trabajo, estudio y disciplina que habrán de tener realidad en las áreas respectivas.

En todas estas preocupaciones el estudio integral de personali-dad de cada interno es esencial para su tratamiento de rehabilitación que lógicamente se pretende con el auxilio de las ciencias hermanas en los aspectos médico, social, psicológico, psiquiátrico, pedagógi-co y jurídico como principales, atendidos por un calificado Consejo Técnico Interdisciplinario.

Las prisiones abiertas con sus variedades y las ideas de cambiar las sanciones privativas de la libertad por otras, son los temas no concluidos y que ocupan el interés de los especialistas en esta rama del Derecho en nuestros días.

Es triste, por otra parte, reconocer la verdad de que este ámbito jurí-dico ha estado en el abandono en los últimos años, sin proyectos nuevos y sin realizaciones técnicas satisfactorias.

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Bueno sería volver a las acciones científicas, dinámicas y valerosas de Don SERGIO GARCÍA RAMÍREZ y de ANTONIO SÁNCHEZ GALIN-DO con sus realidades aterrizadas en la verdad de sus cárceles abiertas y en tantas recomendaciones que por escrito nos regalaron hace algunos años a todos los mexicanos que nos importan estos temas.

Se debe analizar con detenimiento el estudio de Suárez Terán que aquí nos ofrece, para aprovechar y hacer realidad sus observaciones in-teligentes y sobre todo sus experiencias útiles.

Felicitamos a ADOLFO SUÁREZ TERÁN por este esfuerzo tan fe-cundo concretado ahora en este valioso libro, y le rogamos que siga el estudio de esta materia para que nos ofrezca nuevas ideas que benefi-cien a todos los que tienen la desgracia de llegar a una prisión a padecer sus angustias y también para ayudar al Estado y a la Sociedad a resolver mejor esta penosa realidad nacional.

Enero de 2011

licenciAdo Jorge mendozA álVArez

Prólogo18

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inTroducción

Los motivos que me impulsaron a realizar este trabajo, derivan de mi experiencia laboral en los ámbitos de procuración de justicia, admi-

nistración de justicia y posteriormente mi función como director del penal conocido como el Mil Cumbres, antes de que se le impusiera el nombre del ex gobernador de Michoacán David Franco Rodríguez.

Durante el tiempo que trabajé en la Procuraduría de Justicia de Michoacán, con dos procuradores, sucesivamente, desempeñando el cargo de secretario particular del titular de dicha dependencia, los acompañé a las visitas que realizaban a las prisiones de la entidad a escuchar a los internos en sus peticiones que formulaban consistentes en que, en la mayoría de los casos, su encarcelamiento era injusto ya que consideraban que no eran responsables de los delitos por los que se encontraban privados de su libertad y que, argumentaban, habían sido víctimas de torturas y diversas arbitrariedades de la policía judi-cial, ahora llamada ministerial , así como de una actuación injusta del ministerio público, solicitando una revisión a sus expedientes con la esperanza de lograr su libertad.

La misma situación la viví desempeñando el puesto, también, de se-cretario particular de dos titulares del Poder Judicial de Michoacán, en diferentes épocas, a quienes en igual forma que a los procuradores de justicia con los que colaboré, auxiliaba en sus recorridos por las prisiones de la entidad, atendiendo solicitudes de igual índole que las planteadas a los procuradores de justicia y en algunos casos, los menos, solamente pedían al titular del Supremo Tribunal de Justicia que se agilizara la reso-lución del juez o del magistrado, según se tratara.

En cada una de esas visitas, la mayoría de los internos expresaban su inconformidad por los tratos inhumanos y arbitrarios que recibían de custodios y directivos.

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Ese transitar por las prisiones de Michoacán durante poco más de cinco años, me dieron la valiosa oportunidad de tener contacto directo con procesados y procesadas o sentenciados y sentenciadas y sus fami-lias, así como las circunstancias generales en las que transcurre la vida de ellos y ellas y la angustia de sus seres más cercanos: padres, esposa, hijos; siendo más dolorosa la situación de las mujeres.

Es así que obtuve una perspectiva integral y directa del cuadro carce-lario en nuestro estado, que no es diferente a la que prevalece en otros estados de la República mexicana.

También, después de esos cinco años, pude comprender más am-pliamente las causas reales de la descomposición penitenciaria, lo que confirmé cuando fui designado director del ahora llamado C.E.R.E.S.O. “David Franco Rodríguez”.

Sin embargo y después de haber expuesto los conceptos anteriores, mi interés se concentró, fundamentalmente, en investigar cómo eran las cárceles, prisiones o jaulas en la época prehispánica y qué finalidad te-nían en esos tiempos remotos.

Haré una referencia histórica, como ya lo mencioné, de lo que podría

haberse identificado como cárcel en la época precortesiana; luego vino la colonia y posteriormente el México independiente y así sucesivamente llegaremos hasta la Penitenciaría de Lecumberri en el Distrito Federal, sin descuidar la investigación de las jaulas en los tiempos de los tarascos o purhépechas y lo que fueron las prisiones en la etapa de la colonia en la Nueva Valladolid.

Parte de este trabajo está basado en investigaciones y en expe-riencias personales derivadas de mi actividad laboral ya expuesta en renglones iniciales.

En diversas ocasiones acudí a la capital del país para visitar las áreas, superficies o edificaciones en las que estuvieron asentadas las Cárceles de la Inquisición, La Cárcel de la Acordada, La Real Cárcel de Corte, La

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Cárcel de la Ciudad, La Cárcel de Belem, La Cárcel de Santiago Tlatelol-co y no podían faltar algunas visitas al puerto de Veracruz para conocer el Presidio de San Juán de Ulúa y, obviamente, la asistencia varias veces al Archivo General de la Nación, que fue la Penitenciaría de Lecumberri, tanto para documentarme en el ramo de Presidios y Cárceles, para la elaboración del presente trabajo, como para recorrer los espacios que albergaron a una diversa muchedumbre de prisioneros.

Es mi intención que esta aportación sea de utilidad para quienes ten-gan interés en conocer, por lo menos en lo esencial, el origen y evolución de la prisión en México.

Morelia, Michoacán, 2011

Adolfo Suárez Terán

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PrimerA PArTe

loS PrecurSoreS del PeniTenciAriSmo

Todos los tratadistas del tema, son coincidentes en que el sistema pe-nitenciario fue creado para substituir o remplazar, con un criterio hu-

manista, la pena capital, el destierro, la deportación, las penas infaman-tes, la tortura, los azotes, las marcas, las mutilaciones y una variedad de castigos corporales.

Para sustentar el desarrollo de esta investigación abordaré el conte-nido de varias teorías o corrientes, principalmente las de Jeremías Ben-tham, John Howard, César Bonesano, Manuel Montesinos y Molina, Mi-chel Foucault, Massimo Pavarini, Darío Melossi, Sergio García Ramírez.

Han transcurrido poco más de dos siglos, y este sistema ha sido el centro de todas las políticas penales aplicadas en el mundo. En el siglo XIX se llevaron a cabo una serie de reformas de carácter penal, susten-tadas en inquietudes de orden humanitario y reconociendo la importancia de los Derechos Humanos y de la dignidad.

Habrá que admitir que se han realizado una serie de esfuerzos inter-nacionales- en épocas recientes-para establecer determinadas normas para el tratamiento de los reclusos.

La prisión se ha convertido en una institución sumamente compleja y contradictoria. En sus inicios, los establecimientos penales tuvieron la finalidad de ofrecer una nueva forma de sanción. Posteriormente se les ha impuesto la responsabilidad de proteger a la sociedad, segregando a quienes son considerados por los jueces como nocivos para la comuni-dad, reprochándoles una conducta delictiva, tratando de modificar esa conducta dañina y las actitudes del transgresor de la norma penal, para favorecer su reintegración social; lo que en la realidad no se ha logrado.

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aDolfo suárez terán24

Se han experimentado una serie de fórmulas, la mayoría de ellas so-lamente han generado resultados conflictivos, acerca de lo que pueden o deben ser y hacer las cárceles y es así que se conoce la prisión-empresa; modelo médico; modelo educación-formación; institución terapéutica. Se han intentado un sin fin de esquemas que no han prosperado por diversas circunstancias. A pesar de todo ello y de las diferentes reformas legislativas-que ese no es el problema-el encarcelamiento y sobre todo la prisión en sí, han recibido severas críticas por sus resultados nulos. Actualmente la evaluación que han hecho algunos criminólogos sobre la prisión, ponen en evidencia esa institución y algunos de ellos hasta plantean su abolición.

Ello es producto de una honda insatisfacción ante el actual sistema penitenciario y prevalece cierta unanimidad sobre este punto entre los especialistas de todos los países, incluidos los de aquellas naciones que son consideradas las más avanzadas en materia penitenciaria, como: Holanda y los países escandinavos.

John hoWArd o el creAdor del derecho PeniTenciArio

Nació en un barrio de los extremos de la ciudad de Londres, Inglaterra,v en 1726. Quienes lo han estudiado a profundidad, sostienen que su

obra deriva de haber sido prisionero de guerra y ser sometido a tratos severos, así como del conocimiento directo que obtuvo de las múltiples visitas y recorridos que realizó por las cárceles de su país en donde los presos estaban sometidos a las crudezas de sus carceleros, como tam-bién a las condiciones detestables de los inmuebles carcelarios. Lo iden-tificaban como “amigo de los prisioneros”, pues luchó por su libertad y por mejorar sus condiciones en reclusión

Su peregrinar, como “sheriff” o alguacil mayor, nombramiento que le fue otorgado dado su interés por humanizar las prisiones, principalmente de su país, lo llevó a recorrer la mayoría de las cárceles de su condado, las que encontró sucias y atiborradas de prisioneros. En espacios re-ducidos encontraba jóvenes y viejos criminales, mezclados con locos,v deudores, todos ellos sin ninguna clasificación. Esos cuadros indignantes se reproducían en todas y cada una de las prisiones a las que posterior-

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la Prisión en méxico Del cuauhcalli a lecumberri 25

mente acudía. Esa terrible experiencia lo llevó a escribir su célebre libro El estado de las Prisiones1.

En dicho texto, describía que se trataba de salas comunes, mal olientes y casi en tinieblas; si algo abundaba, según su narración, eran la ociosidad absoluta, homosexualismo y explotación de los presos y presas por los carceleros quienes, a pesar de existir la orden de los jurados de liberarlos por su inocencia, los celadores incumplían dicha disposición y retenían a capricho al preso para seguirlo explotando. En virtud de lo anterior, Howard hizo votos de dedicarse el resto de su vida a combatir todas las injusticias que prevalecían en los penales, y a pugnar por una reforma penitenciaria.

En todos los condados de Inglaterra, los que también conoció, las condiciones de las cárceles y la de los presos eran iguales a las que ha-bía frecuentado en el condado de su lugar de origen (Berdfordshire). Tuvo oportunidad de visitar prisiones de España, Portugal, Flandes, Holanda, Alemania, Suiza. Estuvo en París y se le impidió el acceso a La Bastilla que era una cárcel de estado (para disidentes y enemigos de los reyes)

En Francia, tuvo que disfrazarse de hombre elegante de la alta socie-dad, para poder ingresar a algunas cárceles de París, argumentando que su interés consistía en ayudar a los presos pobres.

Durante su estancia en Holanda le sorprendió la baja criminalidad que atribuyó al trabajo industrial y a otros factores de prevención como la escuela, la higiene y los servicios públicos.

La importancia de Howard no se limitaba a denunciar las condiciones deplorables de las prisiones, sino que ayudó en forma efectiva al tomarse en cuenta sus ideas y planteamientos.

La obra primordial de este precursor del penitenciarismo, está plas-mada en el libro El estado de las Prisiones, cuyo primer apéndice es conocido en el año de 1780 en su país, y luego en 1784 el segundo apar-tado. El texto es traducido al francés en 17882.

1 Marco del Pont, Luis. Derecho Penitenciario. Cárdenas Editor. México, D.F., 1984. Pág. 58.2 Ibidem p.62

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Su aportación invaluable al penitenciarismo, consiste:

1) Aislamiento absoluto, ante el extremado hacinamiento que había visto en esas prisiones, para favorecer la reflexión y el arrepentimiento, al mismo tiempo para evitar el contagio de la promiscuidad.

2) En segundo lugar, le daba importancia determinante al trabajo, como lo sigue teniendo ahora. Señalaba que debía ser constante, obligatorio para condenados y voluntario para procesados.

3) Instrucción moral y religiosa

4) Higiene y alimentación. La primera casi no existía y la segunda era raquítica. Ante esto, planteó la necesidad de construir cárceles cerca de ríos y arroyos para poder limpiar y realizar tareas de higiene.

5) Por último, se ocupó de la clasificación ante el cuadro indiscriminado de presos. Planteó la necesidad de tener en cuenta a los acusados, donde la cárcel era sólo para seguridad y no para castigo, a los pena-dos que debían ser castigados conforme a la sentencia, y a los deudo-res. Propicia la separación de hombres y mujeres.

Las ideas de Howard fueron adoptadas en toda Inglaterra, Estados Unidos, Italia, Países Bajos, Holanda, Rusia, como valioso resultado de su inconformidad y queja emocionante y conmovedora. Fue llamado para que expusiera todas su sugerencias y proyectos ante un Comité de la Cámara de los Comunes de Inglaterra, siendo escuchado con gran aten-ción, derivando de esa reunión una serie de acuerdos y normas para modificar el sistema penitenciario, lo que de inmediato se inició al reali-zarse modificaciones a los inmuebles de las prisiones y a la vez que se construían dos prisiones modelos, y que él con otras dos personas, se encargarían de dirigirlas aplicando todo lo esencial que contenía su obra El estado de las Prisiones.

Muere el 20 de enero de 1790, por haber contraído una enfermedad llamada fiebre carcelaria o tifus exantemático, que seguramente contra-jo por el contacto directo que tenía con los reclusos. Su deceso fue en

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Jerson, Ucrania y antes de morir pidió que sus restos no fueran llevados a Inglaterra, pues fue en Jerson en donde encontró las cárceles más limpias y ordenadas de cuantas había visitado en su peregrinar por esa “geografía del dolor”, término por él utilizado y que tiempo después se han querido adjudicar otros estudiosos del penitenciarismo.

La mayor parte de las ideas y proyectos concebidos por Howard, con-tenidas en su libro El estado de las Prisiones, tienen aplicación en la ac-tualidad; desde luego que con las adecuaciones y reformas modernas.

John Howard es quien más ha influido en el progreso y humanización de las cárceles y en la concepción del sistema penitenciario actual.

JeremÍAS BenThAm

Uno de los más reconocidos penitenciaristas como Mariano Ruiz Fu-nes3, dice que Bentham es el precursor más eminente de los siste-

mas penitenciarios modernos; Jeremías, jurista inglés, nacido en Lon-dres, Inglaterra, el 15 de febrero de 1748, escribió varios tratados sobre derecho civil y derecho penal, como El Tratado de Legislación Civil y Penal en el año de 1802, ocupándose del delito, del delincuente y de la pena. También es considerado el padre de El Utilitarismo.

Sin embargo, la más importante contribución de Jeremías Bentham es El Panóptico4, modelo de cárcel elaborado por encargo del Rey Jorge III, proyecto de carácter arquitectónico para guardar a los presos con más seguridad y economía, y para trabajar al mismo tiempo en su re-forma moral, con medios nuevos de asegurarse de su buena conducta, y de proveer a su subsistencia después de su libertad. El Panóptico es conocido por vez primera en Inglaterra en el año de 1791.

Advierto que El Panóptico no tuvo aplicación práctica en su país,

3 Ruiz Funes, Mariano. La Crisis de la Prisión, Jesús Montero Editor. La Habana, Cuba, 1949, pág. 188.4 Bentham, Jeremías. El Panóptico (traducción de Julia Varela) Editor Fernando Álvarez Uría. Ma-drid, España, 1989, pág. 9.

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pues Bentham enfrentó en forma áspera al Rey Jorge III; pero sus ideas se expandieron por todo el mundo, especialmente en América Latina y, precisamente en México, La Penitenciaría de Lecumberri inaugurada en el año de 1900 está sustentada en la ideología de los panópticos

El concepto de Bentham consistía en introducir una reforma completa en las prisiones; asegurarse de la buena conducta y de la enmienda de los presos; fijar la salubridad, la limpieza, el orden y la industria en esas mansiones “infestadas hasta ahora de corrupción física y moral; aumen-tar la seguridad disminuyendo el gasto en vez de hacerlo mayor, y todo por una idea sencilla de arquitectura” es el objeto de su obra.

Sostenía Bentham en su proyecto El Panóptico y por lo que respecta a la estructura material para una prisión, que la vigilancia es el principio único para establecer el orden y para conservarle; pero una vigilancia de un nuevo género, que obra más sobre “la imaginación que sobre los sentidos”5. Se trataba que el efecto de vigilancia no sólo era real, sino también psicológico, ya que el preso estaba pensando que lo podían es-tar observando, aunque no estuviera el “inspector” controlando. Es decir, este sistema del panoptismo pone a centenares de hombres en la depen-dencia de uno solo, dando a este hombre solo una especie de presencia universal en el recinto de su dominio.

El célebre jurista inglés afirmaba, según su plan, que una casa de penitencia debería ser un edificio circular, ó por mejor decir, dos edificios encajados uno en otro. Los cuartos de los presos formarían el edificio de la circunferencia con seis altos, y podemos figurarnos estos cuartos como unas celdillas abiertas por la parte interior, porque una reja de hie-rro bastante ancha los expone enteramente a la vista. Una galería en cada alto sirve para la comunicación, y cada celdilla tiene una puerta que se abre hacia esa galería.

Una torre ocupa el centro, y ésta es la habitación de los vigilantes; pero la torre no está dividida más que en tres altos, porque están dispues-tos de modo que cada uno domina de lleno sobre dos líneas de celdillas.

5 Bentham, Jeremías. op. cit. pág. 35.

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La torre de vigilancia está también rodeada de una galería cubierta con la celosía transparente que permite al vigilante registrar todas las celdillas sin que le vean, de manera que con una mirada ve la tercera parte de sus presos, y moviéndose en un pequeño espacio puede verlos a todos en un minuto, pero aunque esté ausente, la opinión de su presencia es tan eficaz como su presencia misma.

Unos tubos de hoja de lata corresponden desde la torre de vigilancia central a cada celdilla, de manera que el vigilante sin esforzar la voz y sin incomodarse puede advertir a los presos, dirigir sus trabajos, y hacerles ver y sentir que están vigilados. Entre la torre y las celdillas debe existir un espacio vacío, o un pozo circular, que quita a los presos todo medio de intentar algo contra los vigilantes.

El todo de este edificio es como una colmena, cuyas celdillas todas pueden verse desde un punto central. Invisible el vigilante “reina como un espíritu”; pero en caso de necesidad puede este “espíritu” dar inmediata-mente la prueba de su presencia real.

En síntesis, se trata de que toda la parte interior de la cárcel se pueda vigilar desde un solo punto. Bentham sugería que los materiales para la construcción del panóptico deberían de ofrecer la mayor seguridad contra el fuego, con materiales como hierro, suelo de piedra o ladrillo, cubierto con yeso, pero en ningún caso madera.

Jeremías Bentham no solamente proyectó el sistema panóptico para asegurar el control, orden y vigilancia de los presos; también su aporta-ción al tratamiento integral de los reclusos fue de gran importancia, pues establecía algunos principios básicos para aplicarlos como programas necesarios: separación de sexos; se oponía a que los presos estuvieran aislados en una sola celda, por los efectos dañinos que esto significa para la salud mental del recluso; sostenía que era indispensable construir celdas para albergar a varios presos juntos en un número reducido.

No desatendía en su proyecto, el trabajo que deberían de realizar los presos; bajo ninguna circunstancia aceptaba el trabajo forzado; la higiene en la persona del recluso era parte importante; realizar ejercicios al aire

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libre; plantea la necesidad de una escuela; aconsejando la lectura, escri-tura y aritmética y la intención de cultivarse a través del dibujo y la músi-ca; enseñanza moral y religiosa el día domingo; adecuada alimentación; aplicación de castigos disciplinarios.

Estaba en contra de que a los presos se les diera de comer carne, pues argumentaba que ellos no la comían por ser gente pobre, lo que le fue sumamente criticado.

Bentham muere en Londres, el 6 de junio de 1832. Por voluntad de él, su esqueleto, totalmente vestido y con una cabeza de cera-la auténtica fue momificada-se guarda en una vitrina de cristal en el University Colle-ge de Londres, la que está a la vista de todos los que visitan ese lugar.

céSAr BoneSAno

También conocido como Marqués de Beccaria, nacido en Milán, Italia, en 1735, no es ni penitenciarista ni mucho menos su obra De los De-

litos y de las Penas, puede ser considerada como un texto de derecho penal. Su notable y trascendente trabajo, es una valiente denuncia de las circunstancias de atraso, crueldad y barbarie en que se encontraban en los países europeos, rebasada ya la mitad del siglo XVIII, los procedi-mientos o métodos utilizados para someter a juicio y castigar los delitos. Se trata de una valerosa reflexión sobre la forma despiadada en que se aplicaba la “justicia”.

De los Delitos y de las Penas, se publica por vez primera en el año de 1764 en la ciudad de Milán, cuando Beccaria rayaba en los 26 años de edad, atrayendo la atención de toda la Europa ilustrada que acogió con beneplácito el estupendo libro de Bonesano, quien estuvo en la cárcel cuando cumplía los 22 de existencia, que fue precisamente cuando inicia la redacción del texto que tendría una enorme repercu-sión para la humanidad6.

6 Bonesano, César Beccaria. Tratado de los Delitos y de las Penas. Editorial Porrúa S.A. México, 1990. pág. X.

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La edición de su libro tuvo tanto impacto, que en dos años se tuvieron que imprimir seis ediciones. Su repudio a los tormentos y atrocidades, al igual que a la pena de muerte, fueron motivo de severas críticas por parte de la iglesia católica, quien acusó a Beccaria de enemigo de la religión, así como de blasfemo y socialista. Y esa iglesia también incluyó el libro de Bonesano en la lista de los prohibidos. A contrario de la posi-ción de esa iglesia retrógrada e inhumana, los enciclopedistas franceses lo elogian y es aclamado en París7. Ante diversas presiones de frailes y religiosos fanáticos, Beccaria estuvo en el límite de quemar su libro; sin embargo, quienes conocían el contenido de su trabajo, lo animaron para que no lo destruyera y lo diera a la luz pública.

La primera edición en español del Tratado de los Delitos y de las Penas, se publicó en 1774 y algunas de las ideas manifestadas por Beccaria son:

- Sobre la pena de muerte: Ésta no puede ser impuesta por la sociedad, en atención a que cada individuo no ha querido sacrificar más que la porción más pequeña que le ha sido posible de su libertad, para garantía de los demás, y que en los sacrificios más pequeños de la libertad de cada uno, no puede hallarse el de la vida, que es el mayor de todos los bienes8.

- La pena de muerte nunca ha conseguido hacer mejor a los hombres. ¿Qué derecho pueden atribuirse estos para despedazar a sus seme-

jantes? ¿Quién es aquel que ha querido dejar a los otros hombres el arbitrio de hacerlo morir?

- No es pues la pena de muerte derecho, cuando tengo demostrado que no puede serlo: es solo una guerra de la Nación contra un ciudadano, porque juzga útil o necesaria la destrucción de su ser. Pero si demos-trare que la pena de muerte no es útil ni es necesaria, habré vencido la causa a favor de la humanidad.

- No es el freno más fuerte contra los delitos el espectáculo momen-táneo, aunque terrible, de la muerte de un malhechor, sino el largo y

7 Edsel, Carlos. “Miranda, Precursor de las Ciencias Penitenciarias Modernas”. Cenipec, No. 2. Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela 1977, pág. 89.8 Bonesano, César. op. cit. Pág. 132.

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dilatado ejemplo de un hombre, que, convertido en bestia de servicio y privado de libertad, recompensa con sus fatigas aquella sociedad que ha ofendido.

- No es lo intenso de la pena quien hace el mayor efecto sobre el ánimo de los hombres, sino su extensión; porque a nuestra sensibilidad mue-ven con más facilidad y permanencia las continuas, aunque pequeñas impresiones, que una u otra pasajera.

Las ideas de Beccaria tuvieron gran trascendencia, primero en Euro-pa y después en América. El emperador José II de Austria elimina la pena de muerte del Código Penal de su país, debido a las ideas de Beccaria, quien también dejó una serie de principios y postulados sobre su rechazo a los tormentos y atrocidades para arrancar confesiones a los reos. Deja establecido el principio de legalidad. Asienta que las penas deben ser tan leves y humanas como sea posible mientras sirvan a su propósito, que no es causar daño, sino impedir al delincuente la comisión de nuevos delitos y disuadir a los demás ciudadanos de hacerlo.

Él ya hablaba de que las penas deben ser proporcionales a la gra-vedad de los delitos. Si todas las penas son iguales de rigurosas, el de-lincuente cometerá siempre el delito mayor. Con una visión de justicia y equidad, dejó en su obra un principio fundamental: las penas deben ser iguales para todos los ciudadanos, nobles o plebeyos.

Sostenía que las leyes deben ser escritas para que pudieran ser com-prendidas por todos los individuos y no sólo por máximos juristas.

Su obra es una valiosa aportación a la humanización de la justicia. Muere a los 60 años de edad víctima de apoplejía

La obra maestra de Beccaria produjo efectos de un gran valor en Eu-ropa, pues a ellos se debe la abolición del tormento, la supresión de los suplicios y la mejoría de las normas penales, por lo menos en su época. Beccaria es considerado entre los bienhechores de la humanidad.

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mAnuel monTeSinoS y molinA

Este militar español, nacido en junio de 1796 en San Roque, Cádiz, España, es considerado el creador del sistema progresivo peniten-

ciario; es decir, se le atribuye ser precursor de los modernos sistemas de tratamiento penitenciario. Lamentablemente es escasa la bibliografía que existe sobre este personaje que sienta las bases de un sistema que apuntaló los pilares fundamentales del estudio y tratamiento de los inter-nos, donde destacaban el trabajo, remuneración justa y la última fase de la preliberación fundada en la confianza.

Algunos tratadistas del tema sostienen que él no tuvo bases teóricas para adentrarse en el conocimiento del penitenciarismo, pero aún así, su programa y proyecto dio resultados valiosos; pues quienes salen en su defensa argumentan que Montesinos fue prisionero de guerra en Francia y después sufrió prisión en Tolóm. Pero además, se desempeñó laboral-mente en la Junta Consultiva Naval de España, donde tuvo pleno y per-manente acceso a los presidios navales y fue ahí en donde pudo haber adquirido los conocimientos básicos para su formación.

Sus escasos críticos manifiestan que Manuel Montesinos nunca visitó una cárcel en condición de estudio ni mucho menos tuvo acceso a ningún modelo en España.

La obra de Montesinos trascendió por su trabajo en el Presidio de Valencia, el que dirigió con tino y un gran sentido de humanismo y su profunda fe en la recuperación social del hombre delincuente, así como la aplicación de normas sistematizadas alejadas de la dureza y crueldad que, junto con la falta de higiene y el encadenamiento de los presos, ha-cían de las prisiones de su país un verdadero infierno9.

En 1836, Montesinos solicita que le cedan el convento de San Agus-tín, en Valencia, para transformarlo en presidio y desde el que realiza su

9 Montesinos y Molina, Manuel. Reflexiones sobre la organización del presidio militar de Valencia, reforma de la Dirección General del Ramo y sistema económico del mismo, Valencia, España, 1846. (reproducción de la Revista de Estudios Penitenciarios, No. 159, octubre-diciembre, 1962, pp. 254 y ss. Madrid, España).

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meritoria labor correccionalista y penitenciaria. Para evitar gastos a la Ha-cienda Pública, inmersa en aquellos tiempos en sufragar la guerra contra los carlistas, y por lo tanto reacia a desviar fondos y menos para acondi-cionar un presidio, Montesinos no quiere arriesgarse a que su proyecto sea vetado y asume el compromiso, que cumple, de que el convento sea adecuado para presidio, con el trabajo de los presos.

Su labor fue tan destacada que recibe el nombramiento de Coronel de Caballería y le encomiendan la creación de un presidio en Sevilla. Luego es nombrado visitador General de los Presidios Meridionales del Reino y Plazas de África y se le ordena viajar a Málaga para organizar diversas brigadas de condenados para la construcción de carreteras, y la edificación de un presidio en Darro.

Posteriormente le dan la tarea de crear los presidios de Algeciras, Car-tagena y Valladolid, construye el de Burgos y remodela el penal de Toledo. En todos los citados, le indican que aplique su sistema de tratamiento.

Muere en Valencia en julio de 1862, como consecuencia de un ac-cidente sufrido días atrás al caerse del caballo que montaba. Al fin y al cabo caballista desde los 12 años de edad.

En el Congreso Penitenciario Internacional, celebrado en la ciudad de Londres en 1872, se le atribuye la invención del sistema progresivo.

Lo fundamental en sus ideas, es la concreción de tres etapas10:

1) El Periodo de los Hierros- Se trataba de una crueldad extrema que tenía su origen en los reglamentos de los presidios de esa época en España, contra los que luchó Montesinos y que consistía en que al ingresar un preso, era llevado a la fragua en donde se le aplicaban los hierros, según el delito cometido: grillete con ramal corto a la rodilla de dos eslabones ligeros; de cuatro eslabones a la cintura y así sucesivamente y que de hecho el penado permanecía

10 Montesinos y Molina, Manuel. “Bases en las que se apoya mi sistema penal”. (homenaje al coro-nel Montesinos) Reproducido por la Revista de Estudios Penitenciarios, No. 159, octubre-diciembre, 1962, pp. 254 y ss. Madrid, España.

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encadenado como bestia. Todo esto muestra una etapa de afrenta y deja ver lo difícil que fue impulsar un cambio penitenciario huma-nitario. Después de ello, el preso era puesto en contacto con los demás prisioneros para realizar labores de limpieza, en donde era observado constantemente. Por eso es que en casi todas las legis-laciones modernas, se parte del sistema progresivo, con la etapa de observación.

2) Periodo del Trabajo.-Montesinos le dio una gran importancia al trabajo como una parte esencial en la readaptación del penado, pues consi-deraba que el amor al trabajo, “era la prenda en que más fuertemente se afianzan las virtudes sociales”, y era el “germen de la honradez”. En la prisión de Valencia a cargo de Montesinos, los presos tenían una diversidad de actividades como una terapia ocupacional. Los datos que se tienen es que al interior de ese penal, se contaba con más de cuarenta talleres, con maestros y aprendices. Había talleres industria-les; trabajos agrícolas; trabajos de limpieza; trabajos manuales y de artesanía, entre otros. Ese desempeño laboral de los penados, recibía una retribución justa y generosa, pues Montesinos se oponía a la ex-plotación de los presos.

Era muy clara la posición de Montesinos, pues solamente con el fun-cionamiento de los talleres, se da la posibilidad del tratamiento del pre-so, además del pago de un salario digno para impedir que la prisión se transforme en una institución de explotación.

3) De la Libertad Intermedia-Ni duda cabe que Montesinos sentó otra piedra angular del actual sistema progresivo. En este tercer periodo de prueba, los penados que cumplían con su trabajo y observaban buena conducta, se les concedía la oportunidad de salir de la cárcel con alguna encomienda, o bien, para realizar algunos trabajos fuera de la institución. Estas salidas eran sin custodia; todo se basaba en la confianza y lo más importante de lo anterior, es que se trata del más claro antecedente del régimen abierto. Por todo lo anterior, Manuel Montesinos y Molina, es reconocido como el creador del sistema téc-nico progresivo en el tratamiento de los reclusos.

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michel foucAulT

Filósofo francés, nacido en Bandera de Francia Poitiers el 15 de octu-bre de 1926 y fallece en 1984 en París, a los 57 años de edad, víctima

de sida.

Este pensador escribió varias obras sobre la sexualidad, pero lo que a mí me interesa particularmente es adentrarme en el estudio de su ex-tenso trabajo publicado en español, en el año de 1976 por siglo veintiuno editores, S. A. de C. V., bajo el título de Vigilar y Castigar.

El autor de la obra se refiere, entre otras cosas, al nacimiento de la prisión, sobre todo a los cambios que se han dado con respecto a la for-ma física de los individuos sentenciados en cuanto al castigo que se les impone. Sostiene que la prisión es la forma más inmediata y más civiliza-da de todas las penas.

En las primeras páginas de Vigilar y Castigar, Foucault narra en forma por demás detallada, el caso de un hombre acusado de regicidio, pues mató al rey, y parricidio, pues mató “al padre de la patria”, cuyo castigo fue morir bajo despiadada tortura y en forma pública en el patíbulo a las puertas de la Catedral de París, mediante la utilización de cuatro caballos para que, ata-dos a cada una de las extremidades del condenado, cada uno de los equi-nos tirara por su lado para desmembrar el cuerpo del infeliz supliciado11.

Lo cierto es que Damiens, el infeliz condenado a la más horrible muerte por haber atentado contra la vida de Enrique IV de Francia, a quien apenas logró tocar. Con gran estrépito se acomete la ejecución del fallido regicida.

Lo anterior es descrito por el francés en forma escalofriante, para luego ser contrastada con un reglamento para un reformatorio de París, en el cual las tareas eran estrictamente separadas en tiempo por el ruido de los tam-bores: un suplicio y un empleo del tiempo con una distancia de 75 años.

11 Foucault, Michel. Vigilar y Castigar, nacimiento de la prisión. Siglo Veintiuno editores, S.A. de C.V. México, D.F. 2003, pág. 6.

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Es así que estamos ante la presencia de diversas modificaciones. Una de ellas es la desaparición de los suplicios en el cadalso12. Se hace refe-rencia a los cambios en los castigos a los cuerpos de los condenados. Se habla de una <humanización>: “ha desaparecido el cuerpo como blanco mayor de la represión penal.” Foucault compara el suplicio con un espectá-culo. Explica que a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX desaparece “el espectáculo punitivo. El castigo ha cesado poco a poco de ser teatro,” y “tenderá, pues, a convertirse en la parte más oculta del proceso penal”.

“Es feo ser digno de castigo, pero poco glorioso castigar.” Con estas palabras, Foucault pretende presentar al castigo del delincuente como la marca que le deja frente a los demás su propia condena, que al mismo tiempo a la justicia avergüenza poner.

Explica que el principal objetivo del “castigo” es corregir, reformar <<curar>> y no castigar. Pero que además, “las prácticas punitivas se ha-bían vuelto púdicas”. Se quiere castigar algo que no es el cuerpo mismo, pero utilizándolo como intermediario para privar al individuo de su liber-tad. “El castigo ha pasado de un arte de las sensaciones insoportables a una economía de los derechos suspendidos.” He aquí la “utopía del poder judicial: quitar la existencia evitando sentir el daño, privar de todos los derechos sin hacer sufrir, imponer penas liberadas del dolor.”

Pero hacia finales del siglo XVIII un nuevo castigo habría de surgir: “<< a todo condenado a muerte se le cortará la cabeza>>, siendo este una muerte igual para todos13, una sola muerte por condenado; el castigo para el condenado únicamente.” “Casi sin tocar el cuerpo, la guillotina suprime la vida, del mismo modo que la prisión quita la libertad, o una multa des-cuenta bienes.” Y junto a estos cambios en el castigo al cuerpo de los con-denados, también hay cambios en cuanto la exposición de los mismos: el condenado no tiene ya que ser visto cuando son conducidos al patíbulo.

Como previamente explica el autor, “desaparece, pues, en los co-mienzos del siglo XIX, el gran espectáculo de la pena física; se disimula

12 Foucault, Michel. op. cit. pág. 10.13 Foucault, Michel. op. cit. pág. 15.

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el cuerpo supliciado; se excluye del castigo el aparato teatral del sufri-miento. Se entra en la era de la sobriedad punitiva.” Se considera que entre los años 1830-48 se consiguió dicha desaparición de los suplicios.

Foucault dice que la pena ha dejado definitivamente de estar cen-trada en el suplicio como técnica de sufrimiento, tomando como objetivo principal la pérdida de un bien o un derecho. Por otro lado, asegura que “un castigo como los trabajos forzados o incluso como la prisión –mera privación de la libertad-, no ha funcionado jamás sin cierto suplemento punitivo que concierne realmente al cuerpo mismo: es justo que un con-denado sufra físicamente más que los otros hombres.”

El pensador francés explica que junto con la forma de castigar, también se ha modificado profundamente el objeto a castigar. “…se siguen juzgando efectivamente objetos jurídicos definidos por el Código, pero se juzga a la vez, pasiones, instintos, anomalías, achaques, inadaptaciones, efectos de miedo o de herencia.” Es decir, que a la hora de condenar a un individuo se tienen en cuenta distintos factores influyentes. “Son ellas, esas sombras detrás de los elementos de la causa, las efectivamente juzgadas y castigadas.”

Es así que los jueces se han puesto a juzgar el <<alma>> de los de-lincuentes. Y junto a este juicio, han florecido diversas cuestiones sobre el origen del crimen en el ser del criminal, lo que verdaderamente es este individuo, lo que será y lo que podría llegar a ser, y cómo actuar frente al delito cometido, más allá de determinar qué ley sanciona esta infracción: “todo un conjunto de juicios apreciativos, diagnósticos, pronósticos, nor-mativos, referentes al individuo delincuente.”

Foucault presenta su obra después de una breve reseña sobre el na-cimiento de la prisión, introduciendo su objetivo: “una historia correlativa del alma moderna y de un nuevo poder de juzgar”.

Él, realiza una interpretación y análisis del Panóptico de Jeremías Bentham, y lo hace desde un punto de vista psicológico y filosófico al de-cir que el efecto mayor del Panóptico es inducir en el detenido un estado consciente y permanente de que es vigilado constantemente aunque esto no sea así. Dice que este sistema del panoptismo garantiza el funciona-

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miento automático del poder, pues logra que la vigilancia sea permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en su acción. Lo esencial es que el preso se sienta vigilado, aunque efectivamente no sea así. El detenido tendrá sin cesar ante los ojos la elevada silueta de la torre central de don-de es espiado. El detenido no debe saber jamás si en aquel momento se le observa; pero debe estar seguro de que siempre puede ser mirado14.

Añade que el Panóptico es un lugar privilegiado para hacer posible la experimentación sobre los hombres, y para analizar con toda certidumbre las transformaciones que se pueden obtener en ellos. El Panóptico puede incluso constituir un aparato de control sobre sus propios mecanismos. Desde su torre central, el director puede espiar a todos los empleados que tiene a sus órdenes: enfermeros, médicos, guardianes, para juzgar-los y modificar su conducta.

Foucault agrega que el Panóptico es polivalente en sus aplicaciones, pues no solamente sirve para vigilar y enmendar a los presos, su utilidad es también valiosa para curar y vigilar a los enfermos en un hospital; para instruir a los escolares en una escuela; guardar a los locos, vigilar a los obreros para que rindan más en sus labores cotidianas.

En síntesis, el Panóptico, según el francés, se puede aplicar en donde existe una multiplicidad de individuos a los que haya que imponer una ta-rea o una conducta. En donde haya que mantener bajo vigilancia a cierto número de personas.

Se trata, pues, de un instrumento físico- una arquitectura y una geo-metría- que actúa directamente sobre los individuos, pues éstos son vi-gilados y controlados hasta por una sola persona que se encuentra en la torre de vigilancia sin ser vista por los demás- tratándose de presos- pero éstos, siempre se sentirán vigilados y observados y así estarán someti-dos a ese efecto psicológico.

Sobre el nacimiento de la prisión, Michel Foucault hace referencia a Van Meenen y transcribe lo dicho por este personaje durante un Con-

14 Foucault, Michel. op. cit. pág. 186.

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greso penitenciario efectuado en la ciudad de Bruselas en 1847: “No ha sido la casualidad, no ha sido el capricho del legislador los que han hecho del encarcelamiento la base y el edificio casi entero de nuestra escala penal actual: es el progreso de las ideas y el suavizamiento de las costumbres.”15

Al inicio del capítulo Prisión, de Vigilar y Castigar de Foucault, sus primeros renglones los dedica para decir que la prisión es menos recien-te de lo que se dice cuando se la hace nacer con los nuevos Códigos. Señala que la forma-prisión preexiste a su utilización sistemática en las leyes penales.

Dice que se trata de una forma general de un equipo para volver a los individuos dóciles y útiles, por un trabajo preciso sobre su cuerpo, se ha diseñado la institución-prisión, antes que la ley la definiera como la pena por excelencia. La prisión es una pieza clave en el arsenal punitivo, mar-ca un momento importante en la historia de la justicia penal.

Para él, la prisión establece los procedimientos para repartir a los indi-viduos, fijarlos y distribuirlos espacialmente, clasificarlos, obtener de ellos el máximo de tiempo y el máximo de fuerzas, educar su cuerpo, codificar su comportamiento continuo, formar en torno de ellos todo un aparato de observación, de registro y de anotaciones. Es un poder, derivado de la ley, de castigar como una función general de la sociedad. La prisión es la pena por excelencia, es una legislación que introduce procedimientos de dominación característicos de un tipo particular de poder.

La prisión es una pena de las sociedades civilizadas, según el pensa-miento de P. Rossini.

Foucault, sobre este tema abunda:”Puede comprenderse el carácter de evidencia que la prisión-castigo ha adquirido desde muy pronto. Ya en los primeros años del siglo XIX se tendrá conciencia de su novedad; y sin embargo, ha aparecido tan ligada, y en profundidad, con el funcionamien-to mismo de la sociedad, que ha hecho olvidar todos los demás castigos

15 Foucault, Michel. op. cit. pág. 212.

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que los reformadores del siglo XVIII imaginaron. Pareció sin alternativa, y llevada por el movimiento mismo de la historia”.

Posteriormente, Foucault acude a un texto de Rapport de Treilhard: “La pena de la detención pronunciada por la ley tiene sobre todo por objeto corregir a los individuos, es decir hacerlos mejores, prepararlos, por medio de pruebas más o menos largas, a recobrar su puesto en la sociedad, de la que ya no volverán a abusar…Los medios más seguros de mejorar a los individuos son el trabajo y la instrucción”. Ésta consiste no sólo en aprender a leer y a calcular, sino también en reconciliar a los condenados “con las ideas de orden, de moral, de respeto de sí mismos y de los demás” (Beugnot, prefecto de Seine-Inférieure).

Al fin investigador, Foucault, consolida su obra sobre el tema de la prisión, cuando destaca un pensamiento de L.Baltard (Architectonogra-phic des Prisons, 1838, H.pp. 123-124): “…unas instituciones completas y austeras. La prisión debe ser un aparato disciplinario exhaustivo. En varios sentidos, debe ocuparse de todos los aspectos del individuo, de su educación física, de su aptitud para el trabajo, de su conducta cotidiana, de su actitud moral, de sus disposiciones; la prisión, mucho más que la escuela, el taller o el ejército, que implican siempre cierta especialización, es “omnidisciplinaria”.16

Michel Foucault, sobre el mismo tema de la prisión, hace alusión a la discusión sobre los dos sistemas norteamericanos de encarcelamiento: el de Auburn y el de Filadelfia que lo reservo para el siguiente ensayista.

mASSimo PAVArini

En el ensayo del profesor italiano de Derecho Penal de la Universidad de Bolonia, Massimo Pavarini, publicado por vez primera en español en

1980; bajo el título La Invención Penitenciaria; La experiencia de los Esta-dos Unidos de América en la primera mitad del siglo XIX, podemos conocer aspectos fundamentales de El Nacimiento de la Penitenciaría en ese país.

16 Foucault, Michel. op. cit. pág. 216.

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Pavarini refiere que el control social de la criminalidad de fines del siglo XVIII no había cambiado mucho y se asemejaba a la que prevalecía en la época colonial, aunque las circunstancias y la nueva realidad socio-económica era otra, que había convertido en obsoleto el antiguo sistema de represión.

El Jail (originalmente un fortín militar que se destinaba exclusivamen-te a la detención preventiva) conservaba su finalidad primitiva, época en la que estaba vigente el Código de la madre patria, es decir, la legislación penal anglo sajón, prevaleciendo las penas corporales y en primer lugar, la muerte.

William Penn, fue el inspirador de la primera legislación de 1682 y su-prime la pena de muerte para casi todos los crímenes con excepción del homicidio premeditado y voluntario y para el delito de alta traición17.

En la voluntad de este gran reformador, el country jail conservaba su papel de cárcel preventiva, en tanto que una nueva institución-la house of correction- organizada según el modelo holandés, se habilitaba para internar a los transgresores de las normas que no comportaban pena corporal o pena de muerte, y que serían obligados al trabajo forzado.

En 1718 se decide la construcción de un nuevo jail para los deudores, los acusados en espera de juicio y de una workhouse para los convictos.

El proyecto de Penn para la House of correction – a veces llamada worhouse- ya se contemplaba el aislamiento de los detenidos, de la divi-sión de los presos, así como el internamiento obligatorio de los ociosos y vagabundos. Es necesario, emplear a los internos en actividades labora-les, como así también la retribución al trabajo forzado.

De hecho, el experimento de Penn fracasó y a su muerte se reintro-dujo la legislación inglesa de penas corporales y en particular la pena de muerte.

17 Pavarini, Massimo. Cárcel y Fábrica, Los Orígenes del Sistema Penitenciario (siglos XVI-XIX). Siglo XXI editores, S.A. de C.V. México, D.F, 1980, pág. 141.

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La situación penal en la Pensilvania colonial, vino a presentarse en los siguientes términos:

El jail mantiene su función original de cárcel preventiva, predominando el sistema de origen anglo sajón, según el cual, el detenido debe proveer con sus propios bienes al mantenimiento, pagando al carcelero, quien explota sin misericordia al internado, pues no es dinero público. Fue en 1736 cuando se introdujo la obligación de mantener con fondos públicos a los detenidos en forma preventiva.

Las condiciones de sobrevivencia en el jail son deprimentes: “Se ve en este lugar, donde, como una sola manada, están tirados por el suelo, día y noche, prisioneros de todas las edades, colores y sexos. No hay distingo entre el criminal detenido in fraganti y los que son meramente sospechosos”.18

En las houses of correction o work house se presentan, originaria-mente, como apéndices arquitectónicos del jail, y en ellos la disciplina no era muy diferente de la que existía en la cárcel preventiva.

En estas instituciones eran internados por pequeñas transgresiones de leyes que no merecían sanciones corporales; los que habían transgre-dido leyes de inmigración, así como ociosos y vagabundos. En algunos casos los que violaban las normas migratorias eran expulsados de la colonia o de la ciudad.

Desde luego que también existieron casas para pobres (poorhouses) donde se internaban huérfanos y viudas indigentes.

Ya expliqué que el jail era cárcel preventiva, así como acentué la pre-sencia dominante de penas corporales. Entre éstas, la horca, fue la pena capital que estuvo más en uso en las colonias norteamericanas19. También fueron penas corporales los azotes y la picota, ambas en forma pública.

18 Vaux, R. Testimonio de él, sobre el régimen interno del Jail, son específicamente del “Old Stone Prision”. Está en la obra de este autor: Notice of the original and succesive efforts, to improve the discipline of the prision of Philadelphia, 1826, pág. 1419 T. R. Nuughton, J. Goebel. Law enforcement in colonial New York, Nueva York, 1944, pág. 702. De 446 casos llevados a la Suprema Corte de Nueva York entre 1693 y 1776, 87 recibieron sentencia de muerte.

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En las comunidades de los primeros colonizadores, se imponía tam-bién la pena de la marca de fuego, señalando a los condenados con la letra inicial del delito cometido.

En 1790 las autoridades determinaron la institución en la que “el aisla-miento en una celda, la oración y la abstinencia total de bebidas alcohóli-cas debían crear los medios para salvar a tantas criaturas infelices.”20

Con una ley, se ordenó así la construcción de un edificio celular en el jardín interior de la cárcel –preventiva- de Walnut Street (Filadelfia), para el Solitary Confinment de los condenados, mientras que la construcción que ya existía debía seguir funcionando como cárcel preventiva.

La misma legislación disponía que las autoridades de la cárcel de Walnut Street, recibieran en la misma construcción a los internados en las Work house de otras ciudades del estado de Pensilvania, hasta en tanto no se construyeran cárceles del mismo tipo en otros lugares.

Lo anterior no sucedió nunca, por lo cual el sistema penitenciario de Filadelfia se impuso desde el principio como “penitenciaría estatal”.

Como ya lo señalé en renglones anteriores, la estructura de esta forma de purgar la pena se fundaba en el aislamiento celular de los in-ternados, en la obligación al silencio, en la meditación y en la oración (criterios eminentemente religiosos sugeridos por los Cuáqueros). Este rígido sistema negaba a priori la posibilidad de introducir una organiza-ción de tipo industrial en las prisiones. Dicho proyecto de aislamiento no era completamente original, pues el Panóptico de Bentham establecía la cárcel de tipo celular.

Aquella armadura carcelaria satisfacía las exigencias de cualquier institución en la que se requiera “tener personas bajo vigilancia” es decir; no solamente cárceles, sino también casas de trabajo, fábricas, hospita-les, lazaretos y escuelas.

20 Pavarini, Massimo. op. cit. pág. 168.

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Los impulsores del sistema de Solitary Confinment, consideraban que dicho sistema resolvía todos los aspectos de los problemas penitencia-rios, pues según ellos, impedía la promiscuidad entre los detenidos, que era considerada como un factor criminógeno de consecuencias desas-trosas; pero además, sostenían que en el silencio y aislamiento se daba el proceso psicológico de introspección que se consideraba que era el vehículo más eficiente para la regeneración.

En el sistema de internamiento celular, el trabajo era visto solamente con un criterio terapéutico, pues era artesanal y no podía producir efectos económicos de ninguna índole.

En 1837 en el estado de Nueva York, las autoridades sostenían que el sistema filadélfico era el más humano y civilizado de todos, ello a pesar de que la realidad mostraba un incremento en la tasa de suicidios y de locura como resultado de este conjunto de normas de reclusión.

La crisis definitiva del sistema de Filadelfia no se operó por razones humanitarias, las que desde luego no faltaron, sino por un importante cambio en el mercado de trabajo.

En los primeros años del siglo XIX, América conoció un incremento importante de demanda de trabajo. La importación de esclavos se hacía cada vez más difícil a causa de la nueva legislación. La rápida industria-lización determinaron un vacío en el mercado de trabajo, que los índices de natalidad y de inmigración no podían llenar. El efecto de ello, fue un muy importante aumento del nivel de salarios.

Prevalecía ya el criterio de que un trabajo bien remunerado reducía los índices de criminalidad, sobre todo en contra de la propiedad; la rein-cidencia misma se disminuía por que la mayoría de los ex convictos en-contraron empleo bien pagado.

Los responsables de la justicia penal iniciaron críticas al sistema fi-ladélfico pues el sistema de Solitary Confinment no sólo privaba al mer-cado de fuerza de trabajo, sino que también deformaba a los internados, reduciendo en ellos la capacidad de trabajo que tenían.

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Por estas razones se empezó a introducir el trabajo productivo en las cárceles. Aunque en un principio se mantuvo el sistema de aislamiento, viciando así toda experiencia.

Obligar a los internos a trabajar en sus celdas era un obstáculo insu-perable para introducir la organización manufacturera, las máquinas y el common work.

Este intento de cambio no hacía más que repetir la contradicción eco-nómica que había sido la causa principal de la desaparición del trabajo en los work houses o houses of correction. La cárcel es vista como una inversión improductiva al no poder competir con la producción externa, al mismo tiempo que no educaba en los presos la habilidad y capacidad profesionales necesarias en los obreros modernos.

El primer intento de organización penal capaz de superar estas con-tradicciones, se experimentó por primera vez en la penitenciaría de Au-burn (Nueva York), de ahí el Sistema de Auburn21.

Este nuevo conjunto de normas penitenciarias se basaba en dos as-pectos o criterios fundamentales: el Solitary Confinment durante la noche y el Common Work durante el día.

La originalidad de este nuevo sistema consistía en la introducción de un modelo de trabajo de estructura dominante en la fábrica.

Lo novedoso del nuevo sistema, permitió a los capitalistas privados tomar en concesión la cárcel misma, con posibilidades de transformarla, a costa suya, en fábrica; después, se siguió un esquema de carácter contractual en el cual la organización institucional estaba en manos de la autoridad administrativa, permaneciendo a su vez bajo dirección del empresario el trabajo y la venta de la producción.

En una fase ulterior la empresa privada se limitó a colocar la produc-ción en el mercado.

21 Pavarini, Massimo. op. cit. pág. 171.

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Esta última etapa, marcó el momento de la total industrialización car-celaria. Había que agregar que la peculiaridad de esta forma de organiza-ción no se limitó al sector económico, sino que abarcó fenómenos como la educación, la disciplina, y las modalidades en el tratamiento mismo; efectos todos de la presencia del trabajo productivo en el cumplimiento de las sentencias.

Llegó el momento en que este sistema empezó a tener oposición de la parte empresarial ajena a la cárcel; de las organizaciones de la clase obrera y otros aspectos que imposibilitaron transformar a la penitenciaría en una empresa productiva.

Agrupaciones empresariales que nada tenían que ver con la cárcel-fábrica y sindicatos, se sintieron afectados en sus intereses por razones más que comprensibles. Además de la explotación de los internados por empresarios.

En 1897 W. Cassidey expresó lo siguiente: “el estado no tiene nin-gún derecho a interferir en el trabajo (del obrero libre) ni de proporcionar a éstos (los presos) toda clase de máquinas perfeccionadas. Dejen que el hombre, afuera, use las máquinas; dejen que el hombre, adentro, use sus manos.”22

dArÍo meloSSiel origen ecleSiáSTico de lA PeniTenciArÍA

La mayoría de los ensayistas del penitenciarismo, coinciden en que el concepto de Penitenciaría tiene un origen eclesiástico que deriva del

sistema canónico penal –época feudal- que tuvo formas muy autónomas y que son consideradas originales que no se encuentran, de ninguna ma-nera, en experiencias de tipo laico.

Por lo anterior, es interesante conocer lo que describe Darío Melossi en su trabajo Cárcel y Fábrica, Los orígenes del Sistema Penitenciario,

22 Cassidey, W. On Prisons and Convicts, Philadelphia, 1897, pág. 30.

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en un libro que comparte con Massimo Pavarini, del que ya ofrecí cuenta anteriormente. Ambos son profesores de derecho penal en la Universi-dad de Bolonia, Italia.

Señalo que para asimilar mejor la teoría de Mellosi, hay que comprender que durante los finales del siglo XIV en Inglaterra, se ubican los que pueden ser considerados como los primeros ejemplos históricos válidos de la pena carcelaria; es decir, la prisión punitiva y no preventiva o de custodia.

Prevalecía en aquellos tiempos del siglo referido, el modelo de justicia divina con el que se medían las sanciones. Es así, que el sufrimiento era aceptado - o más bien impuesto- socialmente como medida eficaz de expiación y de catarsis espiritual. Por ello, la ejecución de la pena se ma-nifestaba en la imposición de sufrimientos que podían “advertir y anticipar el horror de la pena eterna”. Es por ello que la cárcel, en tal perspectiva, no era considerada como un medio idóneo para tal fin.

Poco importaba el daño sufrido por la víctima o la regeneración del delincuente; se trataba, así se consideraba, que la conducta del hechor era una ofensa a Dios; por ello, el castigo espectacular y cruel, para pro-vocar así en los espectadores una inhibición total de imitarlo.

Para mí, lo interesante de la investigación de Mellosi, se detalla cuan-do expresa que las primeras y lo que él llama embrionarias formas de san-ción utilizada por la iglesia se impusieron a los clérigos que habían delin-quido en alguna forma; él mismo manifiesta que es muy aventurado hablar verdaderamente de delitos; más bien se trataría de ciertas “infracciones religiosas” (aunque no dice en qué se hacían consistir esas infracciones) que resultaban preocupantes y desafiantes de la autoridad eclesiástica23.

Así se entiende y explica por qué esas acciones de los infractores provocaron, por parte de la autoridad, una respuesta de tipo religioso-sa-cramental. De ahí se inspira esa respuesta en el rito de la confesión y de la penitencia. Así nació el castigo de cumplir la penitencia en una celda, hasta que el culpable se enmendara.

23 Melossi, Darío. Cárcel y Fábrica. Los Orígenes del Sistema Penitenciario. op. cit. pág. 21.

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Dicha naturaleza terapéutica de la pena eclesiástica fue después en-globada ya como necesariamente de naturaleza pública. Por ello sale del foro de la conciencia y se convierte en institución social; y por ello su ejecución se hace pública con el propósito de intimidar y de prevenir.

Esa penitencia cuando se transformó en sanción penal, mantuvo en parte su finalidad de corrección. Se transformó en reclusión en un mo-nasterio por un tiempo determinado. Se trataba de la separación total del mundo y el contacto más estrecho con el culto y la vida religiosa. Se con-sideraba que daban al condenado la ocasión u oportunidad, por medio de la meditación, de expiar su culpa.

En el régimen canónico penitenciario, la pena debía cumplirse en la reclusión de un monasterio, en una celda o en la cárcel episcopal (como en la Cárcel de Clérigos de Morelia).

A la privación de la libertad se añadieron otros castigos y sufrimientos de índole físico: aislamiento en calabozo; obligación del silencio. Castigos que fueron propios de la ejecución penitenciaria canónica y que, eviden-temente, tienen su origen en la organización de la vida conventual.

El régimen penitenciario canónico jamás tomó en consideración el trabajo carcelario como una posibilidad de ejecución de la pena. Segu-ramente, por que la autoridad eclesiástica solamente buscaban o pre-tendían que en el aislamiento de la vida social, se pudiera alcanzar el objetivo primordial de la pena: el arrepentimiento, cuya finalidad se debe entender como enmienda delante de Dios y no como regeneración ética y social del condenado-pecador.

Se trataba de una finalidad esencialmente ideológica. La existencia penitencial de la cárcel canónica, tuvo un sentido estrictamente religioso en donde prevalecía totalmente la presencia de Dios en forma absoluta en la vida social.

Es así que Darío Mellosi sostiene que el concepto de penitenciaría es de origen religioso.

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Sergio gArcÍA rAmÍrez

Una de las etapas más significativas del sistema penitenciario mexi-cano, sin duda alguna, se debe al Dr. Sergio García Ramírez, no

solamente por su vasta y valiosa obra contenida en sus libros: Asis-tencia a reos liberados (1966), El artículo 18 constitucional (1967), Ma-nual de prisiones (1970), La prisión (1975), Legislación penitenciaria y correccional comentada (1978), El final de Lecumberri (1979), Itinerario de la pena (1997), Los personajes del cautiverio, prisiones, prisioneros y custodios (Primera Edición, Editorial Porrúa 2002) que eso ya sería más que suficiente para reconocerle su aportación a esta ciencia tan importante en nuestro país, a la que las autoridades no le han dado el valor que significa.

García Ramírez nació el día 1 de Febrero de 1938 en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, es abogado por la Universidad Nacional Autónoma de México y obtuvo el grado de Doctor en Derecho por la misma casa de estudios. Es investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Se desempeña como juez de la Corte Interamericana de Dere-chos Humanos de la Organización de Estados Americanos, Presidente de la misma en el período comprendido de 2004 a 2007.

Quiero dar a conocer breves antecedentes de lo que menciono en el primer párrafo respecto al meritorio e importante logro del maestro Sergio García Ramírez. Cuando hizo acto de presencia en nuestro país el posi-tivismo criminológico, llegó con la inquietud cientificista de los postreros años del siglo antepasado, solicitando los penalistas con gran entusias-mo el estudio antropológico, psicológico, social del delincuente. Peticio-nes que culminaron, después de perfeccionar y precisar, en dos artículos muy estudiados y recordados del Código Penal, el 51 y 52, que habrá que admitir que tienen inmediato antecedente en el código de Argentina, y que obligan al juzgador, para el debido ejercicio de su delicada función y la individualización social de carácter penal, al conocimiento de las condiciones y de circunstancias en que cometió el delito, y de la persona y vida, en suma, de su autor24.

24 García Ramírez, Sergio. El Final de Lecumberri. Editorial Porrúa S. A. México, 1979. pág. 56.

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Estoy hablando de los estudios de personalidad (que actualmente muchos jueces y funcionarios de las prisiones mexicanas desestiman) que García Ramírez dispuso se hiciesen por vez primera cuando dirigió el Centro Penitenciario del Estado de México (1966-1970) y que antes en ninguna prisión de nuestro país se practicaban al interno, salvo casos excepcionales y sin el menor principio científico y humanista como el que implantó García Ramírez en ese centro de reclusión.

Otra estupenda aportación del maestro García Ramírez, fue la aplica-ción del sistema progresivo técnico, cuando también estaba al frente de dicho centro, y sobre esas bases, se extendió el Derecho penitenciario nacional de nuestro país.

También logró en ese penal del Estado de México, constituir el Con-sejo Técnico Interdisciplinario.

El Doctor en Derecho Luis Marco del Pont y refiriéndose a García Ramírez, dice: “¿Cuántos penitenciaristas de libros, hubieran querido ma-terializar sus ideas en la práctica?”25. García Ramírez vivió intensamente la problemática carcelaria, logrando lo que durante años muchos mexica-nos reclamaron: una reforma carcelaria técnica y humanista.

El estudio de personalidad del interno es de vital importancia y la ley establece que durante el período de observación y diagnóstico, el perso-nal técnico de la Institución realizará el estudio integral de la personalidad del interno desde los puntos de vista médico, psiquiátrico, psicológico, social, pedagógico y ocupacional, para conocer todas las circunstancias que contribuyan a la individualización del tratamiento. Desde luego que esos estudios se actualizan periódicamente.

Respecto al Consejo Técnico, se trata de un órgano colegiado cuya función consiste en instrumentar las medidas necesarias para el adecua-do gobierno del establecimiento, mediante el control de la vida cotidiana dentro de él, de los programas especiales y de la supervisión de los ser-

25 Marco del Pont, Luis. Derecho Penitenciario. Cárdenas Editor y Distribuidor. México, D.F. 1984. pág. 126.

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vicios penitenciarios. Con este carácter, es la instancia coordinadora del personal profesional de la institución y ejerce asimismo las funciones de asesoría y toma de decisiones, de acuerdo con los límites que le otorgue el Reglamento respectivo de cada centro penitenciario.

El Consejo Técnico se integra por el director del centro y por los res-ponsables de las áreas jurídica, técnica, administrativa y de seguridad y custodia: Evidentemente que en dicho Consejo participan los titulares de los departamentos médico, de psicología y de trabajo social.

Todo lo anterior por lo que corresponde al Consejo Técnico y a los es-tudios de personalidad, lo expuse en forma por demás sucinta, pero tiene un valor extraordinario y por ello el reconocimiento que penitenciaristas mexicanos y latinoamericanos, le guardan al Dr. Sergio García Ramírez

García Ramírez también dirigió durante los últimos cuatro meses (en-tre el 30 de abril de 1976 y el 26 de agosto de ese mismo año) los días finales de la Penitenciaría de Lecumberri.

Un dato importante que agrego y no quiero dejar fuera, es que cuan-do García Ramírez se desempeñaba como Subsecretario de Goberna-ción a cargo del régimen de prevención y readaptación social (1976), dispuso que se llevara a cabo el primer censo de la población peniten-ciaria en el país.

Él instituyó el Régimen Abierto en el penal del Estado de México.

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SegundA PArTe

PriSioneS y cárceleS en romA

En la primera parte ofrecí la teoría respecto a las prisiones, ahora revi-saré la cuestión histórica.

Séneca asegura que el primer edificio en donde los atados estaban custodiados, fue edificado en la época del rey Anco Marcio y que fue la primera Víncula pública o cárcel.

Antes de comentar lo referente a la primer cárcel romana de que se tenga noticia, considero necesario dejar establecido que en sus orígenes, los cautivos de guerra eran vinculados; es decir, estaban atados, de ahí viene el concepto de víncula, que originalmente significaba el estado de ser maniatado, que posteriormente los vinculados, los atados o amarra-dos estaban custodiados, encarcelados26.

Cicerón decía que los vinculados estaban atados, unidos, enlazados, prendidos, trabados, por medio del vimen, que según el propio Cicerón significa el mimbre y toda clase de vara delgada y flexible, propias para atar, y de ahí viene la palabra vinculum, atadura o lazo. También se utili-zaba la cuerda de tripa (que también servía para instrumentos musicales) para hacer lazos, los que se echaban al cuello y a las manos y a los pies de los delincuentes. También se utilizaban las cadenas.

Las cárceles en Roma eran de carácter privado y público.

El ergastulum fue la forma primitiva de carcer privatus, resultado de una organización económica familiar.

Se trataba de un calabozo para custodiar y disciplinar allí a los escla-vos, propiedad de la familia.

26 Enciclopedia Jurídica Omeba. Tomo XXIII. Página 180 y ss. Ancalo S.A. Buenos Aires, Argentina.

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También el ergastulum era utilizado para custodiar al deudor. Ello tra-jo como consecuencia una serie de abusos y de excesos ejercidos por el pater familias, quien aprisionaba también a sus adversarios políticos.

El Emperador Zenón prohíbe finalmente, la existencia de cárceles pri-vadas, y quien no la respetara, sería sometido a la Ley del Talión, además se le consideraba responsable del delito de lesa majestad.

La primer cárcel pública en Roma, fue edificada en el séptimo siglo (a. C.) o más bien en el primer siglo después de la fundación de Roma.

Esta cárcel fue ampliada y fortificada por el Rey Servio Tulio Hostilio, recibiendo entonces el nombre de Tullianum o Tulia; la que fue muy temi-da por las leyendas negras que se contaban.

La Tullianum –conocida también como Mamertina- era una prisión que se localizaba en el foro romano, frente a la Curia.

Los orígenes del nombre de la prisión no son seguros. Se aceptaba que el nombre clásico, Tullianum, derivaba del rey romano Servio Tulio Hostilio. Pero también existe otra teoría que habla del latín arcaico, tullius <un chorro de agua>, en referencia a la cisterna que ahí existe todavía.

El nombre de <Mamertina> puede obedecer a su cercana ubicación al templo de Marte.

Es interesante saber la historia de esta prisión, y aunque en forma muy breve, es adecuado ofrecerla. Fue construida alrededor de la época del primer saqueo de Roma por los galos, hacia 386 a. C. Fue original-mente destinada como una cisterna en el suelo del segundo nivel –había dos-, el inferior de ellos es donde estaban los prisioneros, a los que se bajaba a través del suelo de la primer planta.

En sus principios, solamente los prisioneros importantes eran mante-nidos en ese lugar, normalmente comandantes extranjeros derrotados y que se convertían en la pieza central de un desfile triunfante romano.

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Normalmente permanecían encarcelados hasta que se hacia el des-file y luego se les estrangulaba en público, a menos que murieran de otras causas en la prisión que era repugnante y terrible impregnada de humedad y de pestilentes olores que ocasionaba graves y mortales pa-decimientos a los emprisionados.

No existen datos precisos que den cuenta de la fecha en que se dejó de utilizar definitivamente y actualmente existen dos iglesias superpuestas convertidas en centro de devoción cristiana, pues existe la leyenda que en el piso del Tullianum estuvieron presos San Pedro y San Pablo antes de ser llevados a su ejecución. Se trata de una leyenda que solamente es avalada por la iglesia católica, que anualmente organiza festividades bajo el nombre de la fiesta de las Cadenas de San Pedro.

Es así que no existe evidencia confiable que compruebe la supuesta estancia de San Pedro y San Pablo en el tuliano.

Posteriormente, el emperador Constantino mandó edificar un sistema de cárceles, y Ulpiano señaló en el Digesto que la cárcel era para guarda de los hombres y no para su castigo.

En esas cárceles a los esclavos se les obligaba a trabajo forzado como el “opus publicum”, que consistía en la limpieza de alcantarilla, el arreglo de carreteras, trabajos en baños públicos y en las minas.

Laboraban en canteras de mármol, como las muy célebres de Ca-rrara o en minas de azufre, unos eran atados con cadenas más pesadas que otros. “Si después de 10 años, el esclavo penal estaba con vida, podía ser entregado a sus familiares”.

Pero siempre la parte interior de la Tulia fue recordada como la más severa, pues los encarcelados estaban vinculados con cadenas entre las más miserables condiciones.

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caPítuLo i

éPocA PrehiSPánicA en méxico

Fueron los misioneros franciscanos, dominicos, y agustinos, inicial-mente, quienes dejan testimonio escrito de lo que encontraron como

“cercados y jaulas” que hacían las funciones de prisión, para tener ahí a quienes posteriormente serían ejecutados como castigo o como ofrenda a los dioses.

Es evidente que en esa época, 1525, cuando se inicia lo que Richard Ricard llamó la “conquista espiritual”, esos espacios carcelarios no tenían la finalidad de readaptar al culpable de faltas que eran sancionadas con extrema severidad, con excesivo rigor; pues casi en la totalidad del catá-logo de penas la consecuencia era la muerte.

La pena siempre fue más allá de la gravedad del delito cometido; ha-bía una gran desproporción, así como que la prisión no fue considerada en sí misma como pena, sino como un lugar de custodia hasta que llega-ra el momento de su aplicación.

Desde luego que existen autores que se han referido al derecho penal prehispánico, sosteniendo que la prisión no era una pena, en tanto que otros historiadores y autores sostienen lo contrario.

Entre los primeros: Miguel Macedo, Manuel M. Moreno y entre los segundos: Francisco Javier Clavijero, Fray Bernardino Sahagún, Ricardo Franco Guzmán y Salvador Toscano, entre otros.

Aunque este trabajo está destinado al tema de las cárceles no está por demás abordar, aunque sea en forma breve, los castigos draconia-nos impuestos al transgresor de las normas que imperaban en aquella

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época y cuya finalidad, como bien lo dijo el investigador alemán J. Kohler en su trabajo titulado Derecho de los Aztecas27.

Kohler se dio a la tarea de una exhaustiva investigación histórica, re-montándose a fuentes directas e indirectas que datan del año de 1529 co-mentando que el Derecho Azteca es testimonio de severidad moral, de una concepción dura de la vida y de una notable cohesión política. Agrega el autor, que imperaba en aquella organización social una regulación jurídica penal que mucho se asemejaba al sistema Draconiano y cuyo ejemplo más claro pudiera observarse en la legislación de Texcoco, la cual, gracias a Nezahualcóyotl, auténtico Justiniano de su época, logró integrarse en una estructura legal que fue ejemplo para los pueblos circunvecinos.

Las leyes de Nezahualcóyotl fueron 16 y casi todas imponían la pena de muerte.

Y también para conocer la severidad y el rigor del castigo de esos años del México prehispánico, está el testimonio escrito que dejó Fran-cisco Javier Clavijero28.

Clavijero recuerda entre otros delitos: traición al Rey o al Estado con pena de descuartizamiento, y a sus parientes, en caso de saberlo, pri-vación de libertad; uso de insignias o armas reales, en la guerra o en fiestas, con pena de muerte y confiscación de bienes; maltratamiento a embajador, ministro o correo del Rey, con pena de muerte; el extravío de los embajadores o correos originaba la pérdida del derecho de inmu-nidad; motín, con la pena de muerte; los jueces que daban sentencia injusta o hacían relación infiel al rey , o se corrompían, así como quienes movían los mojones puestos por la autoridad pública en la tierra, eran objeto de pena de muerte; alteración de medidas en el mercado, con pena de muerte; la hostilidad al enemigo en tiempo de guerra, sin orden del jefe, o el abandono de la misma, moría degollado.

27 Kohler, J. Derecho de los Aztecas, traducción de Carlos Rovalo y Fernández Edición de la Revista Jurídica de la Escuela Libre de Derecho, México 1924. pág. 57.28 Clavijero, Francisco Javier. Historia Antigua de México, Ed. Porrúa, colección “Sepan Cuantos”, 3ª. Edición México, 1971, págs. 217-222.

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El marido que mataba a la mujer aun en caso de adulterio era reo de pena de muerte, por usurpar la jurisdicción del Magistrado; el adulterio era objeto de muerte por lapidación o quebrantamiento de cabeza entre dos lozas; no era delito, en cambio, o al menos no se castigaba en igual manera, la relación del marido con soltera; en otras partes del imperio mexicano el adulterio se castigaba con el descuartizamiento, con reparti-ción de los pedazos entre los testigos; el incesto se castigaba con muerte por ahorcamiento, cuando fuese entre parientes consanguíneos o afines en primer grado; el sacerdote que tenía relación con mujer era privado del sacerdocio y desterrado; el hombre que se vestía de mujer y la mujer de hombre, eran muertos por ahorcamiento.

El celestinaje tenía por pena la quema del pelo en la plaza pública con teas de pino y embarramiento de resina; el ladrón de cosas leves de-bía satisfacer al agraviado; en caso de no tener medios para hacerlo o si el objeto robado era perdido, la pena era lapidación; el robo de maíz origi-naba la esclavitud a favor del dueño de lo robado, pero quien necesitase de alimento para satisfacer su necesidad personal no era objeto de cas-tigo; el robo entre elementos del ejército era objeto de muerte; los tutores que actuaban mal eran ahorcados, al igual que los hijos que disipaban la hacienda heredada por los padres; el maleficio y el envenenamiento eran objeto de ahorcamiento; la embriaguez originaba pena de muerte, por golpes en el hombre y por lapidación en la mujer, en los mayores la embriaguez aunque no originaba la muerte sí originaba castigo de rigor, pero la misma situación era autorizada en ocasión de boda y dentro de las casas; la mentira originaba que se cortasen los labios y las orejas.

Los aztecas castigaban con extrema severidad las conductas homo-sexuales: en el hombre, empalamiento para el sujeto activo y extracción de las entrañas por el orificio anal, para el pasivo.

El lesbianismo, muerte por garrote (golpes de porra).

También con esa severidad se castigaba el adulterio, el incesto y el aborto.

El catálogo de delitos y sus correspondientes castigos es extenso y no es, precisamente, materia de este trabajo de tesis.

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¿Quién juzgaba y ejecutaba las sentecias?: el emperador Azteca – Colhuatecuhtli ,Tlatoqui o Hueitlatoani- era, con el consejo supremo de gobierno –el Tlatocan formado con cuatro personas que habían de ser sus hermanos, primos o sobrinos, y entre los que habría de ser elegido el sucesor del emperador-, el que juzgaba y ejecutaba las sentencias. Los pleitos duraban ochenta días como máximo y se seguían sin inter-mediarios. Cada ochenta días el Tlatocan celebraba audiencias públicas, sentenciando sin apelación29.

Un misionero dejó escrito un caso muy peculiar de talión, consistente en que si los ejecutores se negaran a dar cumplimiento a la pena dictada en sentencia judicial, sufrirían la misma sanción.

Entre los indios del Anáhuac la pena de muerte se aplicaba por aho-gamiento, por envenenamiento, por garrote, por lapidación y ahorcamien-to, por sacrificio abriéndoles el pecho, por asfixia, por incineración en vida, por decapitación, por machacamiento, empalamiento, por estrangu-lación, etc.

En suma, la ley azteca era brutal y no queda la menor duda que la pena debía afligir, torturar, satisfacer un instinto primitivo de justicia en las diferentes clases sociales. Vivían en pleno período de venganza privada y más allá de la ley del talión.

No existía entre ellos un derecho carcelario. Consideraban el castigo por el castigo en sí, sin comprenderlo como un medio para lograr un fin.

En el Instituto de Investigaciones Históricas de la U.N.A.M.,se guarda un extenso trabajo de Torquemada, escrito en el año de 1569 bajo el título de Memoriales o libro de las cosas de la Nueva España y de los naturales de ella referente a los castigos de esa época: sentenciaban a muerte a los que perpetraban y cometían enormes y graves crímenes, así como a los homicidas. El que mataba a otra, moría por ello. La mujer preñada que tomaba con que lanzar a la criatura de ella y la física que le había

29 Carrancá y Rivas, Raúl. Derecho Penitenciario, Cárcel y Penas en México. Editorial Porrúa, S. A., México, D.F. pág. 19.

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dado con que echase la criatura, ambas morían, a las mujeres siempre las curaban otras mujeres, y a los hombres otros hombres. El que hacía fuerza a virgen, ora fuese en el campo, ahora en la casa del padre, moría por ello. El que daba ponzoña a otro, con que mataba el homicida y el que le dio la ponzoña con que mató ambos morían. Si el marido mataba a la mujer que le hacía maldad, aunque la tomase cometiendo adulterio, moría por ello, porque usurpaba la justicia y no la llevó a los jueces, para que después de convencida, muriera por sentencia.

Los que conspiraban y trataban traición contra algún señor de los que le querían privar del señorío, aunque fuesen deudos muy propicios, eran punidos con sentencia de muerte.

El hombre que andaba vestido con vestiduras y traje de mujer, y la mujer que andaba como hombre, ambos tenían la pena de muerte.

Sería interminable continuar con el extenso cuadro de delitos de la época prehispánica y como ya quedó señalado en párrafos anteriores, esta obra debo constreñirla al tema del origen y evolución de la prisión en nuestro país.

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lAS cárceleS PrehiSPánicAS

Los investigadores e historiadores que han dedicado parte de su tiempo al estudio de las cárceles existentes entre los aztecas, no coinciden

entre ellos, pues unos hacen referencia a algunas y otros incluyen otras; es por ello que mejor opto por mencionar a todas las que citan misioneros e historiadores.

Había dos tipos de cárceles: el cuauhcalli y el petlacalli30.

¿Cómo era una cárcel precortesiana?: Había una cárcel, a la cual llama-ban en dos maneras, o por dos nombres. El uno era cuauhcalli, que quiere decir jaula o casa de palo, y la segunda manera, era petlacalli, que quiere decir casa de esteras. Estaba esta casa donde “agora” está la casa de los convalecientes, en San Hipólito (México, D.F.). Era esta cárcel una galera grande, ancha y larga, donde, de una parte y de otra, había una jaula de maderos gruesos, con unas planchas gruesas por cobertor, y abrían por arriba una compuerta y metían por allí al preso y tornaban a tapar, y ponían-le encima una losa grande; y allí empezaba a padecer mala fortuna, así en la comida como en la bebida, por haber sido esta gente la más cruel de corazón, aún para consigo “mesmos” unos con otros que ha habido en el mundo. Y así los tenían allí encerrados hasta que se veían sus negocios.

Hay quien añade la existencia de otra cárcel, el teilpiloyan, pero no menciona el petlacalli.

El Teilpiloyan era una prisión menos severa o rígida, destinada para deudores y para reos que no estaban condenados a la pena de muerte.

El Cuauhcalli, era un espacio destinado para los delitos más graves; era para cautivos a quienes habría de serles aplicada la pena de muerte.

30 Clavijero, Francisco Javier. Historia Antigua de México. op. cit. pág. 222.

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Era una jaula de madera muy estrecha y muy vigilada, donde había una clara intención de hacer sentir al reo los rigores de la muerte, desde el instante mismo en que era hecho prisionero.

Hay quien hace referencia a la existencia de otra cárcel llamada El Malcalli, especial para los cautivos de guerra, a quienes se tenían en gran cuidado y se obsequiaba comida y bebida abundante para que llegaran al sacrificio con buenas carnes.

El Petlacalli o Petlalco, era una cárcel donde eran encerrados los reos por faltas leves.

Un religioso deja el siguiente testimonio de la severidad de algunas de las cárceles: tenían las cárceles dentro de una casa obscura y de poca claridad y en ella hacían su jaula o jaulas, y la puerta de la casa que era pequeña como puerta de palomar, cerrada por fuera con tablas arrima-das y grandes piedras, y ahí estaban con mucho cuidado de los guardias y como cárceles eran inhumanas, en poco tiempo se paraban los presos flacos y amarillos, por ser también la comida débil y poca, que era lástima verlos, que parecía que desde las cárceles comenzaban a gustar de la angustia de la muerte que después habían de padecer. Estas cárceles estaban junto a donde había judicatura, como nosotros las usamos, y servían para los grandes delincuentes, como los que merecían la pena de muerte, que para los demás no era menester más de que el Ministro de Justicia pusiere al preso en un rincón con unos palos delante. “Y aún pienso que bastaba hacerle una raya y decirle no pases de aquí...”31

31 Mendieta, Gerónimo de. Historia eclesiástica antigua, México edición de 1870, pág. 138, publicada por vez primera por Icazbalceta, en Antigua Librería, México.

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loS mAyAS

Esta civilización ofrece aspectos sumamente interesantes, pues tenían un sentido más refinado de la vida y evidentemente toda una concep-

ción metafísica del mundo; sin embargo no forma parte del tema tratado en esta tesis abarcar más allá de lo que eran las prisiones y, si acaso, algo muy superficial de los castigos que esa sociedad imponía a los delincuentes.

Testimonio de las penas impuestas en el pueblo maya, lo encontra-mos en la Relación de las cosas de Yucatán del clérigo Fray Diego de Landa, que fuera obispo de esa diócesis32.

Precisamente en el capítulo XXX de la obra de Diego de Landa, se registran las penas para los adúlteros, homicidas y ladrones: Que a esta gente les quedó de Mayapán costumbre de castigar a los adúlteros de esta manera: hecha la pesquisa y convencido alguno del adulterio, se juntaban los principales en casa del señor, y traído el adúltero atábanle a un palo y lo entregaban al marido de la mujer delincuente; si él le perdo-naba, era libre; si no, le mataba con una piedra grande que dejábale caer en la cabeza desde una parte alta; a la mujer por satisfacción bastaba la infamia que era grande, y comúnmente por esto las dejaban.

La pena del homicidio aunque fuese casual, era morir por insidias de los parientes, o si no, pagar el muerto. El hurto pagaban y castigaban aunque fuese pequeño, con hacer esclavos y por eso hacían tantos es-clavos, principalmente en tiempo de hambre, “y por eso fue que nosotros los frailes tanto trabajamos en el bautismo: para que les diesen libertad”.

Y si eran señores o gente principal, juntábanse el pueblo y prendido el delincuente le labraban el rostro desde la barba hasta la frente, por los dos lados, en castigo que tenían por grande infamia.

32 de Landa, Fray Diego. Relación de las Cosas de Yucatán, introducción y nota por Héctor Pérez Martínez. Séptima edición, Editorial Pedro Robredo, México, D. F., 1938.

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Como se puede destacar, en comparación con los castigos del pueblo azteca, en la civilización maya, tanto el adulterio, el homicidio y el robo, la sanción no era fatalmente la muerte; es decir, la represión no era tan brutal como en el pueblo texcocano, por poner un ejemplo, y ello obedecía a que el pueblo maya quiché era el de más evolucionada cultura entre todos los que habitaban el continente americano, antes del descubrimiento.

La administración de justicia del pueblo maya la encabezaba el batab y en forma pronta, sumamente sencilla y oral, el batab recibía las que-jas y resolvía acerca de ellas también en forma oral y sin derecho a la apelación. Las penas eran ejecutadas por los tupiles y otros servidores destinados a esa función.

No está por demás comentar que el castigo tenía su origen en la naturaleza, incluso en los aspectos de forma y aplicación: en la Mesopo-tamia, abundantemente irrigada, la muerte por asfixia mediante la inmer-sión en el agua; entre los judíos, cuyo país es abundante en pedregales, la lapidación. Así también en las calcáreas tierras de Yucatán.

Los mayas al igual que los aztecas, no concebían la pena como re-generación o readaptación, solamente que el pueblo maya quiché tenía la supuesta pretensión de readaptar el espíritu, a través de lo que ellos consideraban un proceso de purificación por medio de la sanción.

La sentencia a morir no siempre era cumplida de inmediato y cuando ello acontecía, llevaban al reo, acompañado de peregrinos hacia el cenote sagrado de Chichén Itzá, donde era arrojado desde lo alto a la sima profun-da; o bien, era sacrificado a los dioses representados por sus ídolos, entre los cuatro cerros de Izamal que era el centro religioso venerado por todos.

Los mayas no tenían casas de detención, ni cárceles bien construi-das y arregladas; verdad es que poco o nada las necesitaban, atendida la sumaria averiguación y rápido castigo de los delincuentes. En algunas ocasiones cuando el malhechor era aprehendido por la noche y en espe-ra de ser juzgado, el reo era encerrado en una jaula de palos ex profeso construida, donde a la intemperie, aguardaba su destino33.

33 Ancona, Eligio. Historia de Yucatán, segunda edición. Editorial Manuel Heredia Argüelles, imprenta de Jaime Jesús Roviralta, Barcelona, España, 1889. T. I, pág. 163.

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Los aztecas al igual que los mayas no contaban con casas de deten-ción y cárceles, por lo menos en el sentido moderno de dicha palabra, aunque los aztecas lo que tenían eran verdaderas jaulas.

El pueblo maya no utilizaba a la prisión como un castigo; pero ha-bía cárceles para guardar a los cautivos y a los delincuentes, mientras llegaba el día que fuesen conducidos al sacrificio o de que sufriesen la pena a que habían sido condenados. Las cárceles consistían en unas grandes jaulas de madera, expuestas al aire libre y pintadas muchas veces con sombríos colores, adecuados sin duda al suplicio que aguar-daba al preso.

Tomando como referente el texto de Francisco Javier Ibarra Serrano, dicho autor, además de explicar que el Derecho maya fue consuetudina-rio y que esa sociedad era marcadamente clasista, puntualizando que la economía de esa civilización determinó la organización social y jurídica, destaca el investigador que entre los mayas el Derecho tuvo un desarro-llo muy significativo y que bien podría clasificarse, de acuerdo a criterios modernos, en Derecho agrario, militar, administrativo, internacional, mer-cantil, procesal, civil y penal34.

Por otro lado, el Doctor Ibarra Serrano, da cuenta en su texto, que la administración de justicia estaba a cargo de una burocracia escalonada:

a) El Halach, era el jefe político, religioso y judicial; dictaba normas, casti-gaba a los nobles y funcionarios en infracciones graves; resolvía con-flictos, etc.

b) El batab, era el cacique local en quien delegaba funciones el Halach, para el gobierno local y la administración de justicia.

c) El kalulel, auxiliar del batab, con algunas funciones jurisdiccionales.

d) El tupilab o alguacil, con funciones de policía.

34 Ibarra Serrano, Francisco Javier. Historia del Derecho. Escuela Normal Superior de Michoacán. Morelia, Michoacán, México, 2004, págs. 109-110.

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loS TArAScoS

Escaso material bibliográfico o documental existe para hacer un tra-bajo detallado de investigación en relación al tema de esta tesis. He-

mos buscado en autores como J. Benedict Warren, Nicolás León, entre otros; en instituciones como el Archivo del Poder Judicial de Michoacán, el Archivo Histórico del poder ejecutivo del estado, así como también en el Archivo Histórico municipal de Morelia y otras instituciones, sobre las cárceles prehispánicas en Michoacán. La única fuente confiable y muy documentada que encontramos, es La Relación de Michoacán (1541), atribuible al clérigo franciscano Fray Jerónimo de Alcalá, a quien se la dictaron los nativos de la región , primeramente en tarasco allá por el año de 1538.

Sin embargo, en La Historia General de Michoacán, Volumen 1, edi-tada en el año de 1989 por el Gobierno del Estado de Michoacán, trabajo de investigación bajo la coordinación del Doctor Enrique Florescano, se atribuye a los clérigos Fray Martín de Jesús de la Coruña y a Fray Matu-rino Gilberti, la autoría de esa Relación de Michoacán y en último lugar mencionan a Fray Jerónimo de Alcalá.

La Relación de Michoacán también es conocida como El Código Es-curialense, debido a que cuando el rey de España, Felipe II, fundó el real monasterio de San Lorenzo del Escorial, tenía en mente dotar la bibliote-ca de ese monasterio de las obras más notables que se pudieran obtener y para ello envió a diversos agentes a distintas partes para lograr sus deseos y es así que, Jerónimo de Alcalá junto con Vasco de Quiroga llegaron a Pátzcuaro.

Es una obra sumamente valiosa e interesante, La Relación de Mi-choacán, que trata de las ceremonias y ritos y población y gobierno de los indios de la provincia de Michoacán, pero que por razones del tema que me ocupa, solamente haré referencia al asunto de las cárceles.

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Equatacónsquaro, literalmente esta palabra significa “donde se que-jan en el patio o plaza”. Este patio era el centro ceremonial donde se re-unía la gente; era como el ágora de los griegos, centro de la vida pública y política donde se congregaba el pueblo para discutir. En la fiesta Equa-tacónscuaro se oían las quejas y se juzgaba a los reos llamados uázcata, prisioneros; el que los juzgaba tenía en sus manos una lanza o dardo, símbolo del castigo, y por tal razón, el escritor de esta Relación traduce Equatacónscuaro como “fiesta de las flechas”.

En la SEGUNDA PARTE de La Relación de Michoacán se lee lo si-guiente: SIGUESE LA HISTORIA. COMO FUERON SEÑORES EL CA-ZONCI Y SUS ANTEPASADOS EN ESTA PROVINCIA DE MECHUA-CAN. DE LA JUSTICIA GENERAL QUE SE HACIA35.

En la Lámina II dice lo siguiente: El Petámuti o Sacerdote Mayor y el Capitán General, con arco y flecha, presencian las ejecuciones de los mal-hechores, hechas a golpe de maza por el carcelero, entre los condenados figuran los hechiceros, los perezosos, que después de cuatro reprensiones habían dejado de traer leña al templo y la mala mujer (que acaba de ser descalabrada). Arriba, los señores, y abajo, los caciques, fumando en pipa, contemplan impasibles la ejecución de los condenados a muerte.

Párrafos adelante, La Relación de Michoacán describe: Había una fiesta llamada Equata-cónscuaro que quiere decir de las flechas. Luego el siguiente día después de la fiesta, hacíase justicia de los malhechores que habían sido rebeldes o desobedientes y echábanlos a todos presos en una cárcel grande, y había un carcelero diputado para guardallos, y eran éstos los que cuatro veces habían dejado de traer leña para los fogones. Cuando el cazonci enviaba mandamiento general por toda la provincia que trujesen leña, a quien la dejaba de traer le echaban preso. Y eran éstos las espías de la guerra; los que no habían ido a la guerra o se volvían “della” sin licencia; los malhechores, los médicos que habían muerto alguno; las malas mujeres; los hechiceros; los que se iban de sus pueblos y andaban vagamundos; los que habían dejado perder las sementeras del cazonci

35 Alcalá, Fray Jerónimo de. La Relación de Michoacán (1541), Balsal Editores S.A. Morelia, Mi-choacán 1977. Estudio preliminar del profesor de la UMSNH, José Corona Núñez, págs. 11-14.

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por no “desherballas”, que eran para las guerras; los que quebraban los “maguéis”; y a los pacientes en el vicio contra natura.

A todos estos echaban presos en aquélla cárcel, que fuesen vecinos de la ciudad y de todos los otros pueblos y a otros esclavos desobedien-tes, que no querían servir a sus amos, y a los esclavos que dejaban de sacrificar en sus fiestas.

A todos estos susodichos llamaban uáscata y si cuatro veces habían hecho delitos, los sacrificaban. Y cada día hacían justicia de los malhe-chores, mas una hacían general, “este dicho día, veinte días antes de la fiesta, hoy uno, mañana otro, hasta que se cumplían los veinte días”.

Y el marido que tomaba a su mujer con otro, les hendía las orejas a “entreambos”, a ella y al adúltero, en señal que los había tomado en adul-terio. Y les quitaba las mantas y se venían a quejar, y las mostraba al que tenía cargo de hacer justicia, y era creído, con aquella señal que traía.

Si era hechicero traían la cuenta de los que había hechizado y muer-to, y si alguno había muerto, su pariente del muerto, “cortábale” un dedo de la mano y “traíale” revuelto en algodón y “veníase” a quejar. Si había arrancado el maíz verde uno a otro, traía de aquellas cañas para ser creí-dos y los ladrones que dicen los médicos que había visto los hurtos en una escudilla de agua o en un espejo de todos éstos, se hacía justicia, la cual hacía el sacerdote mayor por mandato del cazonci.

Pues venido el día “desta” justicia general, venía aquel sacerdote ma-yor llamado Petámuti, y “componíase”. “Vestíase” una camiseta llamada ucata-tararénguequanegra, y “poníase” al cuello unas tenazillas de oro y una guirnalda de hilo en la cabeza, y un plumaje en un tranzado que tenía como mujer, y una calabaza a las espaldas, “engastonada” en turquesas, y un bordón o lanza al hombro, “y iba” al patio del cazonci “ansi” compues-to, con mucha gente de la ciudad y de los pueblos de la provincia; “y iba” con él el gobernador del cazonci, y “asentábase” en su silleta, que ellos usan, y venían allí todos los que tenían oficio del cazonci, y todos sus ma-yordomos que tenían puestos sobre las sementeras de maíz y “frisoles” y “axi” y otras semillas, y el capitán general de la guerra, que lo era algunas

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veces aquel su gobernador, llamado Angatácuri, y todos los caciques, y todos los que se habían querellado, y traían al patio todos los delincuen-tes, unos atadas las manos atrás, otros unas cañas al pescuezo.

Y estaba en el patio muy gran número de gente, y traían allí una porra, y estaba allí el carcelero, y como se “asentase” en su silla, aquel sacer-dote mayor llamado Petámuti, oye las causas de aquellos delincuentes, desde por la mañana , hasta medio día, y consideraba si era mentira lo que se decía de aquellos que estaban allí presos, y si dos o tres veces hallaba que habían caído en aquellos pecados susodichos, “perdonába-los”, y “dábalos” a sus parientes; y si eran cuatro veces, “condenábalos” a muerte. Y “desta” manera estaba oyendo causas todos aquellos veinte días, hasta el día que había de hacer justicia él y otro sacerdote que es-taba en otra parte.

Si era alguna cosa grande, “remetíanlo” al cazonci, y “hacíanselo” saber. Y como se llegase el día de la fiesta, y estuviesen todos aque-llos malhechores en el patio con todos los caciques de la provincia, y principales, y mucho gran número de gente, “levantábase” en pie aquel sacerdote mayor, y tomaba su bordón o lanza, y “contábales” allí toda la historia de sus antepasados: cómo vinieron a esta provincia y las guerras que tuvieron, al servicio de sus dioses; y duraba hasta la noche que no comían, ni bebían él, ni ninguno de los que estaban en el patio. “Y porque no engendre hastío la repartiré en sus capítulos, e iré declarando algunas sentencias, lo más al propio de su lengua, y que se pueda entender”.

Esta historia sabía aquel sacerdote mayor y enviaba otros sacerdotes menores por la provincia, para que la dijesen por los pueblos, y “dában-les” mantas los caciques. Después de acabada de “recontar”, se hacía justicia de todos aquellos malhechores.

Los tarascos, al igual que otras civilizaciones que ya hemos menciona-do, tampoco concibieron la cárcel como un espacio para castigar y menos para rehabilitar a los “malhechores”. La permanencia de los uázcata en prisión, (también incluía a los prisioneros de guerra) era transitoria en tan-to eran juzgados, en ocasiones perdonados y en otras, ajusticiados por el carcelero quien con una porra, los golpeaba hasta causarles la muerte.

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Nuevamente, al igual que en el caso de los mayas, acudo al libro de Ibarra Serrano quien formula una amplia y detallada explicación sobre la llegada de los chichimecas haciendo alianzas con pescadores y agri-cultores de la región lacustre de lo que ahora es Michoacán, para luego exponer la forma en que estaba estructurada la sociedad purépecha y quiénes formaban parte del grupo dominante y del grupo dominado36.

Siendo el grupo dominante el que prevalecía sobre todo comporta-miento social y particular, a la vez que regulaba y controlaba la tenencia de la tierra, la distribución y consumo de la producción; es decir, se trata-ba de una participación social del Estado, en donde quedaba incluida la transmisión ideológica-religiosa.

La organización jurídico-social de los purépechas era estamental con un sistema burocrático que dependía del Cazonci, jefe supremo, político, religioso y judicial.

El estado intervenía amplia y totalmente en la vida económica de la sociedad; el acceso a los altos puestos burocráticos y militares estaba vedado a la clase baja, que era hereditaria en línea recta y colateral.

36 Ibarra Serrano, Francisco Javier. Historia del Derecho. op. cit. págs. 110-112.

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caPítuLo ii

lAS cárceleS en el méxico de lA coloniA

Junto con la conquista, también llegó la legislación elaborada en Espa-ña y para España y que sería aplicada tal cual en las colonias de las

indias occidentales, así como las dadas en la Nueva España. Nos refe-rimos a lo que se conocía como el “Derecho Indiano”, llamado Derecho Principal y el identificado como el Derecho Supletorio, integrado principal-mente por el Derecho de Castilla. Al fundarse la Colonia de la Nueva Es-paña, su conformación jurídica significó un trasplante de las instituciones de derecho españolas al territorio americano37.

Razones del tema de esta tesis, me impiden entrar al estudio comple-to y explicación de toda la legislación española (Fuero Real de 1255; las Partidas de 1265; Ordenamiento de Alcalá de 1348; las Ordenanzas Rea-les de Castilla de 1484, las leyes de Toro de 1505 y al lado de ellas vieron su aplicación la Nueva Recopilación de 1567 y la Novísima Recopilación de 1805). De todas estas instituciones jurídicas, fueron de aplicación pre-ponderante las Partidas y las Recopilaciones.

Las Partidas es un conjunto de Leyes que está integrado por un grupo de 7 libros que fueron elaborados bajo la dirección del monarca español, Alfonso X, conocido como “Alfonso el Sabio”. De las leyes, de esencia preponderantemente aun cuando no exclusivamente, románica y canónica, es la Setena la dedicada principalmente a la materia penal. Dicha Partida se integra de XXIV títulos dedicados a las acusaciones por delitos y a los jueces; a las traiciones, retos, lides y acciones deshonro-sas; a las infamias, falsedades y deshonras; a los homicidios, violencias, desafíos, treguas; a los robos, hurtos, daños; a los timos y engaños; a los adulterios, violaciones, estupros, corrupciones y sodomías; a los reos de

37 Carrancá y Rivas, Raúl. Derecho Penitenciario, Cárcel y Penas en México. op. cit. pág. 61.

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truhanerías, herejía, blasfemia o suicidio y a los judíos y moros. El título XXIX sobre la guarda de los presos, establece la prisión preventiva para guardar los presos tan solamente en ella, “fasta” que sean “judgados”.

De lo anterior, se deduce que en España, hasta finales del siglo XVII, la prisión no era considerada como una pena en sí misma. Fue hasta las Leyes de Indias (que se aplicaron en territorios conquistados), Ley XVI, Título VI, Libro VII, que se refiere a la policía, prisiones y derecho penal en forma poco más sistematizada. En ese cuerpo de leyes, la privación de libertad como pena, autoriza la prisión por deudas; es decir, la cárcel dejaba de ser solamente una medida de custodia preventiva y se conver-tía en sanción.

El Título VI de la Ley XVI de La Recopilación de las leyes de los Rei-nos de las Indias, hablaba de “las cárceles y carceleros”, el Título VII de dicha ley, hacía referencia “De las visitas de cárcel.”

Queda cierto que al fundarse la Colonia de la Nueva España, el régi-men penitenciario tuvo su base en las Partidas

Hay que dejar debidamente asentado que al fundarse la Colonia de la Nueva España, fueron Las Partidas las que le dieron base al régimen penitenciario que establecía que el lugar a donde los presos deberían ser conducidos será la cárcel pública, prohibiendo a particulares tener puestos de prisión, detención o arresto que en alguna forma pudiense constituir cárceles privadas.

Las Partidas ya no dejaban duda de que el objetivo primordial de la prisión, en ese régimen, era la seguridad del “emprisionado” para evitar su fuga. Vale la pena transcribir un párrafo de la Partida VII, Título 29, Ley 6:

“...Deben ser acociosos los que deuen guardar los presos, para guardarlos todavía con gran recaudo, e con gran femencia, e ma-yormente de noche, que de día. E de noche les deuen guardar de esta manera echandolos en cadena, o en cepos, e cerrando las puertas de la cárcel muy bien, e el carcelero mayor deue

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cerrar cada noche las cadenas, e los cepos, e las puertas de la cárcel, con su mano mesma, e guardar muy bien las llaves, dexando omnes dentro con los presos, que los velen con candela toda la noche, de manera que no puedan limar las prisiones en que yoguieren, nin puedan soltar en ninguna manera...”

Sin embargo, a pesar de la importancia de Las Partidas, no lo es me-nos en esta materia del régimen penitenciario establecido en La Colonia, La Novísima Recopilación que en Libro VII, Título 38, ya se enunciaban diversos principios que aún en estos días siguen, algunos de ellos, vi-gentes como: separación de internos por sexos (previsto también en Las Partidas); libro de registro; existencia del capellán dentro de las cárceles; prohibición de los juegos de azar en el interior de las prisiones; el soste-nimiento de los presos quedaba a cargo de ellos.

En la Recopilación de las Leyes de Indias había disposiciones que ordenaban la construcción de cárceles en todas las ciudades de La Colonia, así como otras regulaciones que no se cumplían como el buen trato al preso. Con el tiempo, en La Colonia, existieron los presidios considerados como fortalezas militares para expandir la conquista, y también como establecimientos penales. Se conocieron los presidios de Baja California y Texas, así como las fortalezas prisiones de San Juan de Ulúa y de Perote.

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cárceleS de lA inquiSición

Hay historiadores que mencionan a la Cárcel Perpetúa de la Inquisición y a La Real Cárcel de Corte38; otros dan cuenta de las prisiones del

Santo Oficio destacando, principalmente, a la Secreta, en la que se man-tenía a los presos incomunicados hasta en tanto se dictaba la sentencia definitiva, la Cárcel de Ropería y la Cárcel de la Perpetua o de Misericor-dia; ahí eran recluidos los condenados expresamente a ella, prisión que ganó el sobrenombre de “La Bastilla Mexicana”.

El Tribunal del Santo Oficio se estableció en Castilla, España, en 1478 y en las Indias occidentales en 1569. La Inquisición surge, no podría ser de otra manera, como defensa de la Iglesia católica para combatir las orientaciones que antes del siglo XVI parecían poner en duda los dogmas religiosos del catolicismo.

El origen remoto del Santo Oficio, que encuentra base en el año de 1233 en Roma, mediante una carta dictada por el Papa Gregorio IX para adoptar medidas en contra de los herejes. Dicho documento, dicen al-gunos historiadores, que fue producido como réplica a la posición y ac-tividad desplegada por Federico II Emperador de Alemania, quien había constituido un tribunal de justicia contra los herejes.

De Roma la Inquisición pasó a la mayoría de los países europeos, especialmente al Sacro imperio Germánico y posteriormente llegó a Es-paña, que después de estar dividida por los reinos, adquiere “carta de ingreso” para surgir y desarrollarse con una rigidez singular.

En España, en sus orígenes hubo Inquisición en Aragón, pero no en Castilla. Posteriormente, con Torquemada, fraile dominico, confesor de la

38 México a través de los Siglos, el Virreynato . T. II. Edit. Cumbres. México, D.F. págs. 224-227. (también Piña y Palacios, Javier, La Cárcel Perpetua de la Inquisición y la Real Cárcel de Corte de la Nueva España, Ed. Botas, México, 1971. págs 33-ss).

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reina Isabel, la Inquisición adquirió las características con que habría de operar en España y en la Nueva España. En 1478, los Reyes Católicos, solicitaron autorización al Papa Sixto IV para designar inquisidores y, fi-nalmente, se produce el primer auto de fe en España en 1481 y en Nueva España hasta el 28 de febrero de 1574.

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lA inquiSición en méxico

El Tribunal de la Inquisición se establece en Nueva España el 2 de noviembre de 1571, su primer inquisidor lo fue Juan de Cervantes,

quien falleció y no llegó a ocuparse de sus funciones y en su lugar fue designado Pedro Moya de Contreras39.

El inmueble que ocupó el Santo Oficio desde 1571, aparece en el plano elaborado por un indígena de cuyo nombre no se tienen datos y atribuido al español Alonso de Santa Cruz. La casa fue adquirida para propiedad de la Inquisición, para posteriormente hacerle una serie de modificaciones. En el año de 1569 Alonso Peralta reconstruye el edificio, agregándole una capilla y en esa misma época, el propio Peralta adquiere una casa ubicada junto a la del Santo Oficio, en donde habría de crearse y hacer funcionar la Cárcel Perpetua (actualmente calle de Venezuela en el D.F.)40

Ahí estuvo la Inquisición hasta cuando fue suprimida el día 10 de junio de 1820. El inmueble fue ocupado por algún tiempo por la orden de los dominicos, quienes la habitaron y luego la cedieron al Santo Oficio cuan-do se trasladaron a su convento definitivo. De ahí el nombre del Jardín o Plaza de Santo Domingo.

Hago un espacio para comentar que la función del Tribunal del Santo Oficio, también conocido como el Tribunal de la Inquisición, se caracteri-zaba por el secreto que imbuía todas sus diligencias.

En el Archivo General de la Nación (Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de México) se encuentran datos que dan cuenta de la brutalidad de ese tribunal “del Santo Oficio” y del estado de inde-fensión en que se procesaba a los acusados: el secreto fue el alma de

39 Piña y Palacios, Javier. La Cárcel Perpetua de la Inquisición y la Real Cárcel de Corte de la Nueva España. op. cit. pág. 33.40 Malo Camacho, Gustavo. Historia de las Cárceles en México. Instituto Nacional de Ciencias Pena-les, México, 1979, pág. 58.

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la Inquisición y nada de lo que en su seno ocurría podía ser revelado por persona alguna, fuera ésta el Inquisidor, el ministro, el familiar o el reo. En el transcurso del proceso, el secreto hacía imposible la defensa del acusado, ya que éste no llegaba a conocer el nombre del denunciante, el de los testigos, ni al órgano de la causa o juicio en el Tribunal, quienes aparecían siempre con el rostro cubierto. Nunca llegaba a saber el pro-cesado por qué se le acusaba; la denuncia podía derivar de un anónimo o de cualquier persona, fuera digna de fe o no, y los testigos con gran frecuencia resultaban parciales, ya que tanto la confesión como el testi-monio podían ser obtenidos haciendo uso del tormento “en nombre de Dios”, para conocer la “verdad”. Parte de los datos anteriores, además de registrarse en el Archivo General de la Nación, están en los manuscritos de Alfonso Toro, que también se encuentran en ese acervo.

Para reunir pruebas, era habitual utilizar el tormento, y su aplicación por parte del Tribunal fue regular y constante. Los resultados de tan “efi-caces” medios procesales fueron evidentes y las actuaciones del Tribunal del Santo Oficio, o por mejor decir, algunas de sus actuaciones sólo pu-dieron ser conocidas hasta después de su extinción en 1820. La Inqui-sición utilizó como medios regulares de tormento: los cordeles, el agua, el hambre, la garrocha, el brasero, la plancha caliente, el escarabajo, las tablillas, el potro y otros instrumentos de extrema crueldad.

Continúo con lo referente al lugar en el que se encontraba la Santa Inquisición. A un lado del tribunal del Santo Oficio se ubicaba la Cárcel Perpetua y según relato de un testigo, al ser clausurado el establecimiento, quien dice: “…en la pared de dicho salón que mira al sur se refiere al Salón de Audiencias del Tribunal hay una puertecilla que conduce a las prisiones y otra junto al dosel llena de escopleaduras circulares y oblicuas para que el delator y testigos pudiesen ver desde dentro al reo sin ser vistos por él”41.

En el lado poniente del mismo salón, se observaba una tercera puer-ta, que en la parte superior tenía una leyenda que prohibía su ingreso, aún a los oficiales de la Inquisición. Seguramente ese acceso era a la sala de tormentos del tribunal.

41 Piña y Palacios, Javier. La Cárcel Perpetua de la Inquisición y la Real Cárcel de Corte de la Nueva España. op. cit. pág. 36-38.

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El ingreso a la prisión era por la puerta sur y conducía al patio de las prisiones, descendiendo por una escalera en donde se localizaban dos puertas, una que daba a la prisión conocida con el nombre de “Ropería”, y otra al patio de las prisiones con su fuente al centro y algunos naranjos alrededor. El patio más largo que ancho contaba con veinte arcos y dieci-nueve calabozos, cada uno con un jardincillo atrás.

Bajada la escalera que conduce a las prisiones había un cuarto con torno por donde se daba la comida a los carceleros para distribuirla a los calabozos; la mayor parte de esos calabozos, dice el testigo, tienen de largo 16 pasos y 10 de ancho, aunque haya otros más chicos y otros más grandes; dos puertas gruesísimas los encierran; un agujero o ventana con rejas dobles por donde se les comunicaba la luz escasamente, y tarima de azulejos para poner la cama (detrás de los 19 calabozos hay otros tantos jardincillos que llaman asoliaderos) adonde llevaban algunas veces a los presos para que tomasen el sol. La otra puerta conduce a una prisión que llaman Ropería. Se compone de tres o cuatro cuartos.

La Cárcel de la Perpetua se localizaba en la parte sur del edificio del Tribunal del Santo Oficio, en un inmueble que fue adquirido con el fin de servir de Cárcel Perpetua. Dicha cárcel fue construida a fines del siglo XVI, siendo inquisidor Alonso de Peralta. En esa prisión cumplían sentencia los condenados y siempre a la vista de los inquisidores y bajo la custodia de un alcaide, quien los llevaba a misa los domingos y días festivos y los hacía comulgar en las fechas santas.

De aquella cárcel sólo queda una placa de loza de Talavera en la ca-lle de Venezuela en el D.F., junto a las casas 4 y 8, donde se indica:”Aquí estuvo la Cárcel Perpetua de la Inquisición que dio nombre a la calle, 1577-1820”. Aún se aprecia el patio, la puerta, las arcadas y los calabozos que han sido tapiados, por lo que no es posible su acceso.

En la Cárcel Secreta del Tribunal42, en el patio llamado de los Na-ranjos y debajo de la serie de calabozos que se encontraban en la parte sur, hay una bóveda subterránea que han visto algunas personas, y que

42 González Obregón, Luis. Las Calles de México, Ediciones Botas, México 1972, págs. 17 y 18.

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según dicen se prolongaba hasta el extinguido Colegio de San Pedro y San Pablo…En el patio que fue huerto del Colegio de San Gregorio, posteriormente Escuela Correccional, existe una bóveda…¿Qué objeto tuvieron esos subterráneos? Lo ignoramos, algunos llenos de pavor los hacen teatro de escenas misteriosas, y otros con desenfado afirman que son restos de los primitivos edificios que se hundieron.

Al extinguirse el Santo Oficio, en 1820, la casa que ocupaba la Prisión Perpetua se transformó en “Prisión de Estado”. Ahí estuvieron encarcela-dos personajes tan conocidos como el doctor Servando Teresa de Mier.

Es necesario mencionar que el edificio que ocupó la Inquisición, desde su establecimiento hasta el año de 1820, posteriormente funcionó como Renta de Lotería y las Cárceles como Cuartel. Luego fue utilizado como Sala de la Cámara del Congreso General; Tribunal de Guerra y Marina en 1833; Palacio de Gobierno para el recién erigido Estado de México; fue Seminario Conciliar; y en 1858, el inmueble fue adquirido por José Urba-no Fonseca, inspector general de Instrucción Pública, para la escuela de Medicina, y cuando ésta se cambió a las nuevas instalaciones de Ciudad Universitaria, se destinó también a la Escuela de Enfermería.

La Cárcel de Ropería, según el historiador Antonio García Cubas, era una prisión amplia, con tres o cuatro cuartos, de los cuales el último parecía ser el más utilizado43.

43 García Cubas, Antonio. El libro de mis recuerdos. Ed. Patria, México, D.F. 1969. págs. 130-134.

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lA cárcel de lA AcordAdA

En realidad, en sus orígenes, la cárcel no existió como tal44; sucede que se creó el Tribunal de la Acordada. El establecimiento de la Acorda-

da45 fue el resultado de la necesidad de un remedio pronto y eficaz, para contrarrestar los peligros con que se veía amenazada la Nueva España por la multitud de salteadores que, en los caminos, en los poblados y aún dentro de la Capital, “tenían a los hombres honrados en continua alarma” ; la pésima situación que guardaba el país por el año de 1710, hizo aceptar el medio extraordinario de crear un Alcalde Provisional; pero no alcanzando para el desempeño de su misión las facultades que se le concedieron en la Real Cédula de 1715, se acordaron otras a Miguel Velázquez Lorea, quien al precio de la vida de muchos delincuentes reprimió la audacia de los de-más y consiguió establecer la seguridad en la Nueva España.

Bajo el tema de la Acordada, habrá que comentar que en aquella época la inseguridad de la Nueva España era completa. La escasez de población por una parte; las largas distancias, por otra, fueron motivos más que suficientes para que el gobierno no pudiera vigilar todos los caminos. Presentaban éstos mayor peligro para los viajeros, tanto que muchos, antes de lanzarse a las penalidades de un viaje, se preparaban como si “estuvieran en artículo de muerte, pues a los que bien les iba eran despojados de todo lo que llevaban”46

Las relaciones de asaltos, de asesinatos y de robos eran frecuen-tes. Los malhechores habían llegado a gozar de verdadera impunidad. En muchas ocasiones, las autoridades se consideraban impotentes para reprimir tantos abusos y tropelías, cometidos por los bandidos que mero-deaban por muchas de las principales provincias. Llegaron en su audacia

44 De Arrangoiz, Francisco de Paula. México desde 1808 hasta 1867. Ed. Porrúa, México, D.F. 1968. pág. 24.45 García Cubas, Antonio. Revista Criminalia, año 1959, número 9, pág. 558.46 González Obregón, Luis. La Acordada. Revista Criminalia, año 1959, número 9. págs. 454 y 455.

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los ladrones, hasta asaltar e internarse, en pleno día, en las plazas de las ciudades. “El mal era grande; cundía el pánico; los habitantes de los po-blados vivían en constante alarma. Muchos medios se habían ensayado para perseguir a los ladrones, pero todos inútiles”.

Es así que se tomó una medida enérgica, y ésta la tomó el Virrey Duque de Linares, nombrando Alcalde de la Hermandad de Querétaro a Miguel Velázquez Lorea, a quien otro Virrey, el Marqués de Valero, amplió en 1719 las facultades que ejercía, declarando inapelables sus sentencias y eximiéndole de la obligación de dar cuenta a la Sala del Crimen. Esta disposición, aprobada por el Rey, el 22 de mayo de 1722, fue dictada con Acuerdo de la Audiencia, y de aquí que tomó el nombre de Acordada47.

El Tribunal de la Acordada, conocido también como el Tribunal de la Santa Hermandad, se encontraba a cargo de un individuo denominado Juez o Capitán, a cuyas órdenes se hallaban sus colaboradores.

El problema de la delincuencia de esa época, era tal, que el Tribunal de la Acordada debía tomar resoluciones en el sitio en donde se encon-traba el delincuente, pues dicho Tribunal no se ubicaba establecido en un lugar determinado, sino que constituido por el Juez o Capitán, con sus colaboradores los comisarios, un escribano, un capellán y un verdugo, ocurría al sitio donde se encontraba el malhechor y en el propio lugar de los hechos, formaba una sumaria, frecuentemente no más de un pliego de papel y, ante la identificación de la persona, con la existencia del cuer-po del delito, se procedía a la inmediata ejecución del reo.

El inmueble que tiempo después dio albergue a la Cárcel de la Acor-dada era descrito de la siguiente forma: El edificio de la Cárcel de la Acordada o Cárcel Nacional hasta la fecha de su demolición, en el año de 1906, era una construcción imponente y sombría, de pesada arquitec-tura, que por sí recordaba la presencia del célebre Tribunal y de la propia Cárcel de la Acordada48.

47 Malo Camacho, Gustavo. Historia de las Cárceles en México. op. cit. pág. 73.48 Rivera Cambas, Manuel. México pintoresco, artístico y monumental, ed. 1880. Editora Nacional, última edición 1967, págs. 247-258.

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Esa cárcel estaba situada en el extremo poniente de la ciudad de México, en la manzana contigua al Hospital de los Pobres, y con la fa-chada hacia el norte, al sur de la capilla del Calvario, en cuyo cemente-rio eran sepultados los criminales, más o menos en el lugar que ocupó el ángulo formado por la Avenida Juárez con las calles de Balderas y Humboldt. La fachada, sin arte ni belleza alguna, según nos recuerdan esos autores, sólo observaba una serie de ventanas y balcones largos y angostos, un zaguán ancho y elevado y dos lápidas, una a cada lado del anterior, conteniendo las octavas que escribiera José Rincón, preci-samente para el establecimiento.

Más sobre esa prisión: La construcción, de paredes altas y sólidas y con los calabozos provistos de cerrojos y llaves, afirmaba su seguridad, que era fortalecida con la guardia que se hacía notar en las azoteas, en los garitones y en el exterior del edificio. En el interior, sólo se oía el ru-mor de las cadenas que arrastraban los presos, el canto melancólico de algunos, o el lúgubre quejido de los azotados y de los que eran sometidos a la prueba del tormento. Aquellos infelices tenían casi siempre a su vista el verdugo y el cadalso.

Vale agregar que el Tribunal de la Acordada surgió en el año de 1710, durante la colonia y llegó a tener doce jueces en el transcurso de su cen-tenaria existencia, que finalizó en el año de 1812; después de esta fecha, la cárcel continuó funcionando como prisión ordinaria, y en el curso de su existencia llegó a ocupar diversos locales.

Los Presidios de la Acordada49 estuvieron ubicados, sucesivamente, en unos galerones del Castillo de Chapultepec; de allí se trasladó pro-visionalmente al lugar en el cual fue fundado el Colegio y Convento de San Fernando; pasó después a un obraje, que más adelante había de ser ocupado por el Hospicio de Pobres, y como el edificio era muy chico, pues tenía un cupo de 493 reos, se pensó en construir otro nuevo, y al efecto fue adquirido el terreno adjunto. Pasó así a su edificio definitivo ubicado frente a la Iglesia del Calvario, en el año de 1757; posteriormente, arruinado el edificio por un terremoto ocurrido en 1768, fue reconstruido

49 García Cubas, Antonio. Revista Criminalia. op. cit. pág. 301.

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para entrar en servicio una vez más hasta febrero de 1781, y en el trans-curso de la reedificación, interinamente, los reos fueron trasladados a un local ubicado donde más adelante fue establecido el Cuartel General del Puente de los Gallos.

En 1812, las Cortes de Cádiz, abolieron el Tribunal y la Cárcel de la Acordada, y desde entonces el edificio quedó destinado a prisión ordina-ria, carácter con el que subsistió hasta 1862, bajo el nombre de Cárcel Nacional de la Acordada.

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deliToS y PenAS de lA coloniA

No puedo dejar de mencionar algunos delitos y las respectivas penas correspondientes durante la Colonia50:

Judaizar: muerte por garrote y posterior quemazón del cuerpo en la ho-guera. A los judaizantes muertos tiempo atrás y cuya fe no se había des-cubierto, exhumación de los restos para convertirlos en ceniza

Herejía, rebeldía y afrancesamiento: relajamiento y muerte en la hoguera (proceso y ejecución a cargo del Santo Oficio)

Herejía: a los jóvenes, servicio en los conventos. A los mayores de edad, pena que variaba entre cien azotes y trescientos azotes, y entre cuatro y diez años de galeras.

Sólo hubo un caso, el de Jorge Ribli, en que se aplicó el garrote, con re-lajamiento al brazo seglar y quemazón del cuerpo. Robo y asalto: muerte en la horca, hacer cuartos y poner éstos en las calzadas.

Robo: muerte en la horca, en el sitio de los hechos.

Asalto: garrote en la cárcel, después sacar el cuerpo y ponerlo en la horca.

Robo y complicidad en el robo: azotes y cortadura de las orejas debajo de la horca.

Robo: muerte en la horca y después corte de las manos.

50 Carrancá y Rivas, Raúl. Derecho Penitenciario, Cárcel y Penas en México. op. cit. págs. 183, 184, 185, 186, 187, 188, 189, 190.

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Robo sacrílego: Llevado a efecto en la iglesia de Tlaxcala, en los vasos sagrados y el viril, además de comerse los ladrones las formas consa-gradas. La pena fueron azotes y herramiento, o sea, marcar con hierro encendido al culpable.

Robo: muerte en la horca, posterior descuartizamiento del cuerpo para poner las partes en las calzadas y caminos de la ciudad. Luego, exhibi-ción de la cabeza.

Asalto: garrote en la cárcel, con posterior exhibición del cuerpo en la horca.

Homicidio: muerte en la horca, en el sitio de los hechos.

Homicidio, cometido por medio del degûello: muerte por garrote y lue-go arrastramiento del cuerpo por las calles. Posterior encubamiento del cuerpo al que se trajo por la acequia de Palacio, de donde lo extrajeron terminada la procesión, o sea, que la ejecución fue una fiesta popular con todo y procesión.

Homicidio cometido por medio de veneno: Arrastramiento, garrote, encu-bamiento de los cuerpos, corte de la mano derecha y exposición final del cuerpo en la horca; en el caso específico se descubrió que se trataba, ya ejecutada la sentencia, de un error judicial.

Homicidio: Sacar al reo, de la cárcel donde se encontraba, en una bestia de albarda, con una soga en la garganta y atado de pies y manos. Un pre-gonero debería manifestar su delito. Traído por las calles públicas sería llevado el reo hasta la casa de la víctima, enfrente de la cual se le cortaría la mano derecha y se le pondría en exhibición en un palo. Posteriormente al reo lo llevarían hasta la plaza pública donde sería degollado.

Homicidio y robo: garrote con previo traslado al sitio del suplicio por las calles públicas. La ejecución de la pena duró de las once de la mañana a la una de la tarde. Exhibición de los cadáveres en el patíbulo hasta las cinco de la tarde. Posteriormente “separación” (cortadura) de las manos y fijación de las mismas en escarpias puestas en la puerta de la casa en que se cometió el homicidio.

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Homicidio en grado de tentativa: Corte de la mano y enclavamiento de la misma en la puerta de la casa del pasivo. Sentencia de muerte en la horca. El caso específico culminó con el perdón otorgado por el pasivo.

Magnicidio en grado de tentativa: Perpetrado contra el Virrey Duque de Al-burquerque, en la capilla de las Angustias de la Catedral, el 12 de marzo de 1660. Arrastramiento del culpable por las calles, cortadura de la cabeza y luego exposición de la misma en la horca, cortadura de la mano derecha y exposición de la misma en un morillo alto, Por último, colgadura del cuerpo en la horca, de los pies y durante ocho días.

Suicidio: colocación del cuerpo en una mula de albarda, paseo del mismo por la ciudad y pregón de su delito a gritos. Luego, “ejecución” en la horca con idénticas ceremonias que a los vivos.

Alcahuetería: emplumamiento debajo de la horca.

Costumbres homosexuales: En el caso se trató de un mulato vestido de mujer. Azotes.

Daño en propiedad ajena (en el caso un “lobo” amestizado quemó la hor-ca): muerte en la hoguera debajo de la horca.

Embriaguez: Azotes.

Debo mencionar que en la cárcel de la Acordada, por las noches, el al-caide ordenaba que se soltaran “perros bravos” para intimidar y disuadir a los presos de cualquier intento de fuga.

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reAl cárcel de corTe

Vale la pena hacer un poco de historia sobre lo que fue La Real Cárcel de Corte, pues en sus orígenes, sobre esos terrenos, estuvo el Pala-

cio Principal de Moctezuma, Rey de Tenochtitlán y con motivo de la Con-quista dicho inmueble le fue arrebatado para que la Corona española lo adjudicara al conquistador Hernán Cortés en propiedad mediante Cédula del 6 de julio de 1529, dada en la ciudad de Barcelona, España.

A Cortés le solicitaron que parte del inmueble que era de su propie-dad, fuera destinado a la Primera Audiencia, a los Oidores y a las Salas del Tribunal, además de otras oficinas de las que carecía el gobierno de la monarquía española.

Posteriormente el edificio fue comprado a Martín Cortés, hijo del con-quistador con fecha 22 de enero de 1552, durante el reinado de Felipe II, mediante escritura otorgada en Madrid, España, por el escribano Cristó-bal de Riaño. Es así que ya en forma oficial el edificio fue ocupado por el Virrey y los Oidores en el año de 1562 y en esa fecha la cárcel y una fundición quedaron dentro del inmueble.

La Real Cárcel de Corte estuvo localizada dentro del edificio del que fuera Palacio Real, ahora Palacio Nacional, en la esquina occidente nor-te, con vista a la que en aquella época fuera la Plaza del Volador, por un lado, y a la Plazuela de la Real Universidad, por el otro51.

En el anterior inmueble también se dio alojamiento a las oficinas del gobierno, hacienda, alhóndiga, cárcel, fundición y habitaciones co-rrespondientes, pues era costumbre entre los conquistadores que las primeras construcciones levantadas en los pueblos expoliados en vías

51 Piña y Palacios, Javier. La Cárcel Perpetua de la Inquisición y la Real Cárcel de Corte de la Nueva España. op. cit. 36-38.

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de convertirse en colonias, correspondieran, precisamente, a los edifi-cios del gobierno, hacienda, alhóndiga, cárcel, fundición y habitaciones correspondientes.

Estamos hablando del edificio actual del Palacio Nacional, sede ofi-cial del Presidente de la República, Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y titular del Poder Ejecutivo Federal, que se localiza frente al zócalo central de la ciudad de México, nombre oficial de Plaza de la Constitución.

La Cárcel de Corte funcionó dentro del Palacio hasta el año de 1699 debido a un incendio producido por un motín que trajo la destrucción de varias dependencias y en forma principal resultó totalmente dañada la parte en donde se encontraba la cárcel, por lo que la misma debió de es-tablecerse transitoriamente en la casa del Marqués del Valle, hoy edificio del Monte de Piedad, para nuevamente regresar a su anterior alojamiento en el Palacio.

El motín al que hago referencia no fue producido por los presos; la conflagración obedeció al descontento en contra del Virrey Gaspar de la Serna, por cuanto que los indígenas se exasperaron por la injusta repar-tición de las tortillas de maíz y llegaron hasta el Palacio Real a exigir ese alimento y al mismo tiempo gritaban vivas al rey natural indio y mueras a los gachupines. Para contener el alzamiento, se hizo uso de la fuerza pú-blica utilizando al ejército del virreinato, quienes utilizaron fuego en contra de la multitud, ocasionando con ello, además de la muerte de infinidad de indígenas, que toda la plaza y el edificio fuese objeto de voraz incendio que destruyó la cárcel, las salas de los Tribunales Civiles y Militares y toda la armería, solamente se había salvado parte de la Audiencia.

Poco después se llevó a cabo la reconstrucción completa del palacio y dentro del propio edificio fue construida la cárcel ocupando el lado sur oriente del propio palacio real. Con motivo de la reedificación del palacio, dicho inmueble perdió su aspecto original de fortaleza, para quedar con su actual fisonomía.

En el año de 1768, Juan Manuel de San Vicente comentaba lo siguiente en alusión a la Real Cárcel de Corte: “dos formidables cárce-

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les, una para mujeres y otra para hombres, con sus bartolinas, calabo-zos y separaciones para gentes distinguidas y frívolas y una espaciosa capilla para misa de los reos. Una grande sala para potro de tormento, una amplia vivienda con todas las piezas necesarias para el Alcaide y su familia”52

En 1799 un grupo de Comisionados de la Real Audiencia, después de visitar la cárcel, rindieron un informe que en su parte medular dice: “Entrando a dicha Real Sala del Crimen que se compone de una pieza grande con cuatro balcones que dan a la misma plaza, anexo a la del baluarte, están la Sala de Confesiones, otra de tormentos con su cuartito, en que se separan a los reos que los han de sufrir, y otras tres piezas con las habitaciones del Alcaide, su cocina y un cuartito en ella con comuni-cación a una pieza que sirve para asistencia de subalternos y que por allí entran los reos a vestirse.

“Bajando a la cárcel, en los entresuelos, hay dos piezas con ventanas a la calle del Arzobispado, la capilla a la que sigue una pieza, cárcel de mujeres, enfermería de ésta, y por una escalera que baja a un sótano y a un patiecito en que está la pila, por la misma cárcel de mujeres se toma otra vez para la de los hombres, y en una pieza alta, sobre el portal, hay un tablero que la hace dos, y llaman “enfermería vieja”, y abajo de los calabozos que llamaban “Jamaica”, al chico, y al grande, “Romita”, y en lo más interior tres galeras con nueve bartolinas que caen bajo de un callejón obscuro que están por la contaduría de tributos, sala de caballe-ros, maizeros, cocina, enfermería, al lado del entresuelo, con un cuarto pequeño que sirve de ropero y pasando el patio en que está la pila, al “boquete” con un cuarto obscuro y en el de afuera otro para el portero, quedando en el zaguán de la guardia”

En la Real Cárcel de Corte, la comunicación de la visita con los reos se realizaba por la Sala de Acuerdos de Crimen y la Sala de Tormentos. Las entrevistas de los presos con sus abogados se efectuaban a través de dos ventanas enrejadas que daban a la parte sur.

52 Piña y Palacios, Javier. La Cárcel Perpetua de la Inquisición y la Real Cárcel de Corte de la Nueva España. op. cit. págs. 27 y 28.

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Al Virrey de la Nueva España correspondía como parte de sus fun-ciones efectuar visitas ocasionales a las cárceles. A una de ellas, en el año de 1794, se hace referencia, y se comenta en los archivos de la Real Cárcel de Corte53.

En la Colonia había dos Audiencias: la de México y la de Guadala-jara, capital de la Nueva Galicia54. Hago referencia a lo que dice el autor de Paula sobre la primera: La Audiencia en México se componía de un Regente y diez Oidores que formaban dos Salas para los negocios civiles y otra Sala con cinco Alcaldes de Corte para los asuntos criminales. Los Oidores formaban el Acuerdo Ordinario y sólo en caso de mucha grave-dad eran llamados los Alcaldes de Corte; éstos, a su vez, tenían a su car-go cinco de los ocho cuarteles mayores en que estaba dividida la ciudad y tenían tres fiscales: de lo Civil, de lo Criminal y de Real Audiencia.

El Distrito de la Audiencia de México lo formaban las provincias llama-das propiamente de la Nueva España: las de Yucatán, Tabasco, Nuevo León, Tamaulipas, antes Nueva Santander, las internas de oriente, las del norte y en el sur hasta donde llegaban los términos de la Audiencia de Guatemala, para comenzar los de Nueva Galicia.

53 Archivo General de la Nación, ramo de cárceles y presidios.54 De Arrangoiz, Francisco de Paula. México desde 1808 hasta 1867. op. cit . pág. 23.

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cárcel de lA ciudAd

También se le conoció como Cárcel de la Diputación y se localizaba en lo que actualmente es la sede del Jefe de Gobierno del Distrito

Federal, en el centro de la ciudad de México. Anteriormente dicho edi-ficio fue asiento del Palacio Municipal, luego alojó a las autoridades del Departamento Central. Posteriormente se construyó un edificio gemelo, contiguo a aquél por el lado oriente, pasando a ser anexo de las oficinas del Gobierno del Distrito Federal y convertirse en el inmueble principal del gobierno del D.F.

En la Memoria del Gobierno en el Distrito Federal en los años 1886-1887, presentada por el Gobernador del D.F., general José Ceballos al Secretario de Estado y del despacho de Gobernación, Manuel Romero Rubio y que fueron publicados por Eduardo Dublán Impresores, calle del Espíritu Santo Núm. 8, México, 1888, encontramos que el Palacio Munici-pal o Palacio de la Diputación, originalmente se le conoció como Casa de Cabildo y de Audiencia Ordinaria. Por cierto que las casas consistoriales celebraron el primer Cabildo el lunes 7 de marzo de 1524.

Su primera construcción fue por disposición del Gobernador de la Colonia, Hernán Cortés, en base a un acuerdo de los consejales por él designados, en el año de 1521, en una porción de tierra “dos solares” des-tinados precisamente a ese fin en “la nueva traza de la ciudad”. Dichos solares limitaban por el lado norte con la acequia de agua, por el sur con la calle de la Celada, por el lado oriente con la calle de Juan Xaso, el Vie-jo, después callejuela, y por el poniente con la calle de San Agustín55.

Por Cédula Real de 7 de marzo de 1527 de Carlos V, fueron fijados seis solares, situados según se indicaba en el propio documento, “en una

55 Peña, Francisco Javier. Cárceles de México en 1865. Revista Criminalia, año de 1959, págs. 487 y sigs.

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trasera de la plaza, los tres en la frontera y los otros tres en las espaldas”. Se ordenaba que ahí habrían de edificarse las casas consistoriales, la cárcel y la carnicería. Ya para el año de 1564 se habían realizado modifi-caciones y reparaciones a ese edificio y ahí residían el Ayuntamiento, la Cárcel, la Carnicería Mayor y la Alhóndiga.

Este inmueble tampoco se escapó a los daños sufridos por un mo-tín el día 8 de junio de 1692, que produjo un incendio en la casa de la Municipalidad, del Ayuntamiento o de la Diputación. El edificio resintió graves daños quedando en muy malas condiciones, haciéndole después reparaciones sumamente improvisadas, hasta que en el año de 1714 se determinó la reconstrucción de las casas de Cabildo y Cárcel. La obra estuvo bajo la supervisión y vigilancia del Marqués de Altamira.

Después de la Independencia, el inmueble fue utilizado para alojar oficinas del Gobierno del Distrito Federal y ahí se instalaron los juzgados constitucionales. Posteriormente en ese edificio, se estableció el cuerpo de funcionarios del Gobierno del Distrito Federal, oficinas del Juzgado del Registro Civil, la Inspección General de Policía y en la parte baja del edificio, la Cárcel, y por el lado de la Callejuela los Juzgados de Turno, y el Cuartel Central de la Gendarmería56.

La Cárcel de la Diputación también fue llamada Cárcel de la Ciudad, ya que ahí eran remitidos los presos sujetos a la jurisdicción de los lla-mados alcaldes ordinarios y en tratándose de faltas administrativas. En el año de 1860, esa cárcel no solamente alojaba a reos del orden admi-nistrativo; también ahí eran remitidos los presos por delitos leves y otros, sujetos a prisión preventiva y que posteriormente habían de ser traslada-dos a la Cárcel de Belem, 10 de octubre de 1886, lugar en el que eran recluidos los sentenciados a prisión mayor o menor, según el delito.

La Cárcel de la Ciudad o de la Diputación, tenía capacidad para ciento cincuenta internos, pero en realidad vivían poco más de trescien-tos que se hacinaban en dos dormitorios, compartían un patio principal y al centro estaba una fuente de la que se abastecían los reos. No exis-

56 Rivera Cambas, Manuel. México, pintoresco, artístico y monumental. op. cit. págs. 75-84

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tía enfermería y si algún preso requería de atención, era revisado por un practicante y si la condición del mismo se agravaba, era llevado al Hospital Juárez, que funcionaba como hospital de la ciudad, ubicado en el Jardín de San Pablo.

En recuerdo a la situación antihigiénica que prevalecía en esa inmun-da prisión, un informe de un visitador de la Junta de Vigilancia de Cár-celes57, escribía: “Existía en el ángulo sureste del patio, casi al pie de la ventana del dormitorio más chico, un urinario en forma de alcantarilla, el cual debido a la defectuosa condición del caño producía un hedor inso-portable. En el Departamento de Providencia, lugar donde se alojaba a los agentes de la policía y a los de resguardo, se observaba también en un rincón de la pieza, un barril de orines que producía los mismos efectos anteriores, y como la ventilación de la habitación era muy deficiente, ya que sólo había una pequeña ventana que daba al techo y dos más que generalmente estaban cerradas, era fácil imaginar el efecto, consideran-do que en el interior se alojaban veinticinco personas”.

En el año de 1886 y en virtud de las condiciones tan lamentables en las que se encontraba la Cárcel de la Ciudad o de la Diputación, el gobernador del Departamento del Distrito Federal, general Ceballos, solicitó y obtuvo del Ayuntamiento el correspondiente permiso para trasladar a los reclusos de esta prisión a la de Belem, que ya para esas fechas era la Cárcel Nacional. Precisamente el día 10 de octubre de 1886 y con un presupuesto otorgado de quinientos pesos, se llevó a cabo el traslado de los presos, cantidad de dinero que fue puesta a disposición de la Junta de Vigilancia de Cárceles para dar cumplimiento a la petición del general Ceballos.

La Cárcel de la Ciudad era un lugar inhabitable, sucio, estrecho. Ahí se disputaban el espacio, por separado, 200 hombres y 86 mujeres; acla-rando que el cupo no era ni para la mitad de ambos ocupantes. Los ali-mentos que se daban a los presos y a las presas eran enviados de la Cárcel de Belem.

57 Cosío, Manuel G. Gobernador del Distrito Federal, Informe que rinde sobre el mal estado de la Cárcel de la Ciudad en 1886. Archivo General de la Nación

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Dada la insuficiencia de la prisión municipal, se construyó una con-tigua con entrada por la calle de la Callejuela y que solo servía para en-cerrar a reos de orden político y que durante el imperio de Maximiliano dicha cárcel estaba bajo el control de autoridades francesas y custodiada por tropas de ese país.

En dramática narración que hace Joaquín García Icazbalceta58, Infor-me sobre establecimientos de corrección de esta Ciudad, y en referencia a la Cárcel de la Ciudad, se lee: “…tengo grabado ese friso de sangre de insectos, chinches en su mayoría. Tampoco olvido que uno de aque-llos infelices presos, para librarse hasta cierto punto de las picaduras de las chinches y demás sabandijas, había derramado parte de su escasa ración de atole alrededor del petate en que se acostaba, de manera a formar uno como cordón sanitario para que allí quedasen pegadas las alimañas, y no pudiesen llegar a donde estaba aquel pobre. De aquí pro-viene el gráfico nombre de la Chinche que da el pueblo a la cárcel”.

García Icazbalceta argumentaba en su Informe que esa Cárcel de la Ciudad o de la Diputación no admitía otra mejora, sino que era preciso quitarla de ahí y librar al Palacio Municipal de ese aspecto tan desagrada-ble, pues sus escaleras siempre estaba llenas de gente sucia, harapien-tas, ebrios y hasta de cadáveres y que en todos los países del mundo, las Casas Consistoriales son uno de los edificios más bellos de las ciudades y que por todo ello urgía sacar de ahí la cárcel. Lo que se hizo en la fecha ya señalada.

58 García Icazbalceta, Joaquín. Informe sobre establecimientos de corrección de esta ciudad. Mo-derna Librería Religiosa de Jesús L. Vallejo, calle de San José del Real Núm. 3. México, 1864. págs. 74-75 y 169-170.

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hiSToriA de lA cárcel nAcionAl o cárcel de Belem

Una desaparecida placa de azulejos, desgastada y añeja, daba cuen-ta del origen del edificio de lo que fue esa prisión: “Gobernando en

esta Nueva España el Excmo. Conde de Paredes, Marqués de Laguna, como Virrey y Capitán de ella, se acabó esta casa en el año de 1686”.

Se trataba de siete grandes patios, el principal destacaba por su be-lleza arquitectónica en un estilo “sobrio y severo” en que se encontraba construido el inmueble que durante muchos años albergó al Colegio de Niñas de San Miguel de las Mochas o San Miguel de Bethlem.

El inmueble fue fundado en el año de 1683 por Domingo Pérez Bar-cia, nacido en Villa Marzo, Asturias, España, quien llegó a México por el puerto de Veracruz en el siglo XVII aún muy joven con la intención de llamar a “las arrepentidas del sacerdocio sexual” para atraerlas y per-suadirlas de que abandonaran su vida de prostitución. Aunque existen historiadores como Alfonso Toro que sostiene que ese asturiano vino a México como un aventurero en busca de fortuna y de mujeres para que lo cuidaran y lo “halagaran”. Él había sido soldado en España y cuando llegó a México buscó a un tío que era familiar del obispo de Puebla quien lo acogió para darle techo y alimentos, a la vez que lo inscribía en el Colegio de San Juan en Puebla y luego lo envió a estudiar a México a la Escuela de Jurisprudencia59.

En sus primeros días al frente de la casa de recogidas solamente logró acoger a dos mujeres, pero su obra de “rescate espiritual” fue creciendo y con la ayuda del clérigo Lorenzo Fernández, que después se unió a la “piadosa causa” de Domingo, comenzaron a levantar el edificio definitivo de esa casa de recogidas, llegando a dar protección, comida y techo a

59 Toro, Alfonso. La Cántiga de las Piedras. 2ª. Ed. Editorial Patria, México, D.F., 1961. págs. 293-308.

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poco más de trescientas mujeres, a las que seguramente persuadían, por lo menos a una parte de ellas, a que los “contentara” y cuidara.

La casa de recogidas que fundara Pérez Barcia llegó a su fin por ra-zones de índole económica y no se supo del destino del asturiano.

El edificio de referencia fue construido en lo que fuera el extremo no-roeste de la ciudad de México, donde posteriormente formaban esquina las calles de Arcos de Belem y la Avenida Niños Héroes.

Ese edificio también albergó durante algún tiempo a las religiosas de Santa Brígida, para luego ser utilizado como Colegio de Niñas, que en realidad se trataba de una escuela que sin llegar a ser convento, aparen-temente, los estudios que ahí se impartían eran netamente religiosos.

El edificio fue desocupado como consecuencia de la disolución de las congregaciones y corporaciones religiosas con motivo de las Leyes de Reforma y las ocupantes fueron llevadas al Colegio de las Vizcaí-nas y la casa convento de monjas de Belem fue clausurada. Por esas fechas la Cárcel de la Acordada o Cárcel de la Hermandad era insufi-ciente para dar cupo a los presos, lo que obligó a las autoridades fede-rales a ceder al Ayuntamiento de la Ciudad de México el inmueble de Belem para que mediante adecuaciones y edificaciones muy improvi-sadas que borraron el sello colonial que lo caracterizaba, se destinara a la Cárcel Pública General, la que inició su funcionamiento el día 23 de enero de 1863.

Como ya lo asentamos en párrafos correspondientes a la Cárcel de la Ciudad o de la Diputación y en la fecha que ya señalamos, los presos que vivían amontonados en dicha prisión, fueron trasladados a la de Belem. Hay que agregar que en la parte alta de esta prisión y en el frente de la misma, se levantaron unos cuartuchos para instalar los juzgados.

La cárcel de Belem estaba dividida en 4 departamentos: el principal era el patio de los hombres, les enseñaban escritura, lectura y aritméti-ca. El patio de la Providencia destinado a separos de gente de la policía y gendarmes, con un área para enseñanza primaria. La tercera Sec-

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ción estaba destinada para los menores de 18 años. La cuarta Sección para las mujeres60.

Se establecieron talleres de herrería, trabajos de reparación de ca-rrocería de vehículos, carpintería y telares. Para la realización de las la-bores de los talleres citados, se ocupaban alrededor de 300 presos. Vale comentar que el trabajo no era obligatorio y prevalecía la holganza y la ociosidad. Solamente los sentenciados eran obligados a trabajar y no se sabe si recibían retribución económica alguna.

Belem también fue conocida como Cárcel Nacional o Municipal exis-tiendo tres áreas muy definidas: para detenidos, para encausados y otra para sentenciados.

Se hicieron modificaciones muy improvisadas para instalar fuentes, lavaderos, tanques de agua y ductos de desagüe.

La capacidad del añejo edificio, no era suficiente para el creciente número de reos. Vivían como si fueran “rebaños”, a pesar de que con las modificaciones realizadas se llegó a contar con 116 piezas muy re-ducidas y una modesta capilla para servicios religiosos, que en conjunto daban la impresión de tratarse de una enorme vecindad que albergaba a homicidas, heridores, ladrones, incendiarios, violadores, adúlteros, entre otros y, como siempre, hasta de inocentes víctimas de los atropellos e injusticias que siempre han existido

En el mes de diciembre del año de 1887, había en esa cárcel 1432 seres humanos presos, 1119 varones y 313 mujeres de las cuales varias de ellas ahí tenían a su prole

No había camas ni catres, dormían en el suelo sobre cartones o pe-tates que les procuraban sus familiares; andaban casi en harapos, semi-desnudos, pues la prisión no los dotaba de vestimenta. La alimentación era miserable y si los presos o las presas no tenían trasto para recibir su comida, ésta les era arrojada sobre su sombrero.

60 Rivera Cambas, Manuel. México artístico, pintoresco y monumental. op. cit. pág. 261.

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Posteriormente a los talleres señalados en párrafos anteriores, se agregaron de herrería, zapatería, sastrería, manufactura de cigarrillos, cajetillas de fósforos, artesanías de fibra de palma.

Desde luego que se contaba con pésimas instalaciones que se usa-ban como cocina, alacena y la indispensable atolería.

El espacio carcelario no era ajeno a la introducción de armas de fue-go y las llamadas blancas. Constantemente se suscitaban riñas entre los presos que en varias ocasiones culminaban con la muerte de algunos de los rijosos o al menos quedaban gravemente lesionados. Ni qué decir de la presencia del alcohol al interior de la cárcel y de todo tipo de narcóti-cos, principalmente la mariguana.

En ese año de 1887, más del 50% eran encausados, el resto senten-ciados y de éstos, 38 estaban condenados a la pena de muerte; ejecucio-nes que se llevaban a cabo por fusilamiento en un lugar –al interior de la prisión- de piso de tierra, sin planta alguna y que los presos lo conocían como el “patio del jardín”. En los muros de esa área donde se cumplía la pena capital, se apreciaban las horadaciones que como huella imborra-ble dejaban los proyectiles que salían de las armas que accionaban los integrantes del pelotón de fusilamiento y que traspasaban el cuerpo de los acribillados por mandato judicial. En ese lugar y después de la ejecu-ción, muchos cadáveres ahí mismo eran sepultados cuando se trataba de infelices seres que habían sido abandonados y otros que siendo tanta la miseria de la familia, no contaban para el pago de una inhumación en panteón alguno de la ciudad.

La cárcel de Belem siguió funcionando como tal hasta el año de 1933, fecha en la que fue demolida y en su lugar se levantó un enorme plantel educativo: el Centro Escolar Revolución.

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caPítuLo iii

lA PeniTenciArÍA de lecumBerri

Antecedentes:

Ya en la Constitución del 5 de febrero de 1857, el legislador, entre otras cosas, establecía la adopción del régimen penitenciario así como la

abolición de la pena de muerte.

“Para la abolición de la pena de muerte, queda a cargo del Poder Administrativo el establecer, a la mayor brevedad, el régimen penitencia-rio “. Tales son los términos claros y precisos en que quedó redactado el Artículo 23 de la Constitución federal de los Estados Unidos Mexicanos, sancionada y “jurada” por el Congreso general Constituyente, el día 5 de febrero de 1857.

Sin embargo, se siguió tolerando la pena de muerte pues los avances para establecer el sistema penitenciario eran nulos.

Habrá que precisar que el 7 de octubre de 1848 se promulgó una ley penitenciaria que obligaba al establecimiento del sistema peniten-ciario, pero no pasó de ser solamente una ley a la que no se le daba cumplimiento.

Como ya quedó señalado, la Constitución de 1857 mandaba la cons-trucción de una penitenciaria que no se edificaba por diferentes causas. Se decía que la penitenciaría de la capital del país podía ser alojada en el edificio de lo que fue la Cárcel de la Acordada; otros pretendían que la misma fuera levantada a un costado de la Cárcel de Belem y dejar esta para los procesados; sugerencias que fueron desechadas en parte.

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Los estudios iniciales, proyectos y planos de la obra (la Penitenciaria), fueron encomendados a un grupo de ingenieros y arquitectos: Hidalga, Heredia, Rincón, Agea, Cardona, Rego, Méndez, Torres Torija, Echega-ray, Plowes y Rivas61.

Vale la pena hacer un paréntesis para comentar lo que considero fueron los orígenes de la readaptación del delincuente y de las bases originales de un sistema penitenciario, aunque en esas remotas épocas no existía el vocablo ni el concepto del penitenciarismo.

Debo mencionar que antes de la era cristiana, Pitágoras62, en sus fa-mosos versos dorados, invocaba a Júpiter y le increpaba para que “librase a los hombres de las penas y trabajos a que están sujetos, curando su alma”; un siglo más tarde, Platón en su discurso sobre las leyes, enseñó: “que las penas no tenían por objeto el mal de los penados, si no volver a éstos bue-nos o menos malos”; el jurisconsulto Paulo, señaló como “fin de las penas, la enmienda del delincuente”, y Plutarco, en su tratado sobre los plazos de la Justicia Divina, atribuyendo el “origen de los delitos más bien a la ignorancia de la verdad, que a la voluntad deliberada de hacer el mal”, exclamaba: “pro-porcionad a los criminales tiempo y medios para cambiar de conducta”.

Todas estas valiosas ideas que contienen una aportación invaluable a quienes nos gusta investigar sobre el tema, motivo de este trabajo, se hicieron extensivas hasta la era del cristianismo, recibiendo vigor y fuerza con la organización de sociedades tan benéficas como la de los <Procuradores de los Pobres>, fundada en el año 325 de dicha era; la de la <Compañía de la Misericordia>, cuya fundación se remonta al año de 1488; la de la <Archicofradía de la Caridad>, establecida en la ciudad de Roma hacia el año de 1519, y la de la <Piedad de Carcerati>, fundada en 1572 por el clérigo jesuita Juan Callier.

En este estado, y cuando los esfuerzos de los filósofos y la acción de las asociaciones particulares apenas habían conseguido poner a los

61 de Medina y Ormaechea, Antonio A. y de Medina y Ormaechea Carlos A. Proyecto del Régimen Penitenciario en la República Mexicana. Imprenta del Gobierno, En Palacio México 1881. pág. 14.62 de Medina y Ormaechea, Antonio A. y de Medina y Ormaechea Carlos A. Proyecto del Régimen Penitenciario en la República Mexicana. op. cit. págs. 42 y 43.

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presos al amparo de la caridad, un sabio benedictino, Juan Mabillón, pro-puso como medios para obtener la reforma de los frailes delincuentes: el aislamiento, el trabajo, el silencio y la oración; es decir, la penitencia en sentido gramatical. Esta propuesta que explica con cuatro palabras- valiosos conceptos para esa época-todo un sistema, sirvió de base para la fundación de la primera penitenciaría (lugar en el que se ejecuta la privación de libertad impuesta como pena por el delito cometido. Es ya un lugar de penitencia para los sentenciados. De ahí que se le llame ex-presivamente “penitenciaría”) establecida en Roma hacia el año de 1718, con el nombre de Hospital de San Miguel.

A la fundación de este establecimiento siguió en 1772, la de la magní-fica penitenciaría de Gante; a la de Gante siguió la de Walnut-Street, fun-dada en Filadelfia, a solicitud de los Cuákeros (tembladores o Amigos de la Luz), hacia el año de 1786, y a la Walnut-Street siguió la de “Glocester”, erigida en 1793, debido a las repetidas instancias de John Howard, quien hizo conocer a la Inglaterra la reforma penitenciaria iniciada en Gante.

Después de los anteriores antecedentes, retomo el tema que abordo en este apartado, La Penitenciaría de la capital de la República, para comentar que con influencia de la escuela arquitectónica francesa, en la segunda mitad del siglo XIX se construyen en México, y particularmen-te en la capital del país, bellos y disímbolos edificios. Paralelamente se fueron dando mejorías urbanas: se erigieron monumentos, se embelle-cieron con fuentes las principales arterias de la capital, se construyeron modernos y amplios mercados y se edificaron estaciones de ferrocarril que ostentaban la ligereza de sus estructuras de hierro. De igual manera, la prensa de esas fechas da cuenta de que casi por toda la República se construían cárceles o se modernizaban y se hacían mejoras sanitarias en las ya existentes.

Como ya lo comenté en párrafos anteriores, aún antes de que se promulgara la Constitución de 1857, el gobierno ya había considerado modificar el defectuoso sistema carcelario que existía en el país. El arqui-tecto Lorenzo de la Hidalga había presentado un proyecto para construir una penitenciaría en la ciudad de México, el cual contemplaba un solo conjunto de cuerpos radiales así como la separación de las oficinas ad-

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ministrativas, siendo éstas la fachada principal, que era perpendicular al eje central del conjunto, rodeado todo por un muro.

Pero en 1881 se encargó el desarrollo del proyecto a una comisión compuesta por los señores José M. del Castillo Velasco, José Yves Li-mantour, Miguel S. Macedo, Luis Malanco y Joaquín M. Alcalde; además de los generales José Ceballos y Pedro Rincón Gallardo, Agustín Rovalo y los ingenieros Antonio Torres Torija, Remigio Sáyago y Francisco de P. Vera. A la comisión se le había requerido que adoptara el sistema Au-burn, consistente en la incomunicación de los presos durante la noche y su comunicación en el trabajo durante el día63.

Finalmente, al ingeniero Antonio Torres Torija se le encargó el proyec-to arquitectónico. El diseño encomendado se basó en la ideología de los panópticos, reclusorios pensados por Jeremías Bentham. Ese nombre expresa que su utilidad esencial es la facultad de ver desde un punto central todo cuanto se hace en el interior de una cárcel, y que recípro-camente desde cada celda pueda verse dicho punto central. Con ello se buscaba asegurar, arquitectónicamente, una visibilidad general de todo lo que sucedía en el interior del edificio.

Se analizaron diversas áreas y zonas para la construcción de la pe-nitenciaría: algunos funcionarios opinaban que la misma debía levantarse en Tepozotlán mejorando un edificio que años antes había albergado a un convento. Hubo rechazo a esa propuesta, pues Tepozotlán no se encon-traba en los límites internos de la ciudad de México. También se estudió otra alternativa: los campos de Indianilla64.

Pero finalmente se decidió utilizar un predio conocido como la cuchi-lla de San Lázaro o Potrero de San Lázaro, que fuera propiedad de un español de apellido Lecumberri (vocablo de origen vasco que significa lugar bueno y nuevo y que también así se llama una provincia de Navarra, España) que había adquirido en los primeros años de la Colonia.

63 Lecumberri, Penitenciaría de la Ciudad de México. Archivo General de la Nación, México, D.F, 1982. pág. 76.64 Padilla Arroyo, Antonio. De Belem a Lecumberri. Pensamiento social y penal en el México decimo-nónico. Archivo General de la Nación. México, 2001.pág. 232.

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Ahí, en esa penitenciaria, se aplicarían los principios correccionales progresivos, sostenidos desde 1812 por el Capitán Manuel Montesinos y Molina, en la prisión de Valencia, España, y más tarde adoptados por penitenciaristas ingleses e irlandeses, de quien los tomó México; es de-cir, estamos hablando del sistema penitenciario irlandés conocido como Croffton, diseñado por el señor Walter Croffton.

El 9 de mayo de 1885 se iniciaron los trabajos de cimentación del edificio en la parte destinada para los hombres. En 1887 se concluyó la cimentación bajo la dirección del general Miguel Quintana; en 1892, por el fallecimiento del mencionado militar, se encomendó la dirección al in-geniero y arquitecto Antonio M. Anza, quien prosiguió con la obra hasta la terminación del primer piso.

El edificio emplearía el acero como principal material ya que el sitio de emplazamiento exigía que se diera gran profundidad a los cimientos e incluso que el piso se construyera sobre bóvedas internas.

Con el fin de terminar en el menor tiempo la obra, se contrató a la Pauly Jail Building Manufacturing Company, de Saint Louis Missouri. Esta empresa se comprometió a realizar el segundo piso en la parte de las celdas con material de acero. Siguiendo los planos y especificaciones del Ing. Anza, quien se encargó de la inspección y sobrevigilancia65.

La obra se terminó en la fecha comprometida y fue entregada el 24 de enero de 1896. Poco más tarde, aún durante la primera mitad de ese mismo año, se construyó la torre central.

La planta diseñada por el Ing. Torres Torija para el palacio de Lecum-berri siguió los ejemplos clásicos de las penitenciarías del siglo XIX, como el de la Santé de París y el de Filadelfia en Estados Unidos. Consideraba un pequeño patio dentro del cuerpo principal, en donde se localizaban la dirección y los juzgados antiguos y un gran conjunto con forma de estrella formado por siete crujías de distintas longitudes; la más pequeña de 49 metros de largo y la mayor de 121 metros. El total de las celdas construi-

65 Lecumberri, Penitenciaría de la Ciudad de México. op. cit. pág. 80.

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das fue de 886 y en el centro de la estrella se ubicó una torre de vigilancia que contenía los tanques para almacenar agua.

Si bien es cierto que la totalidad de la construcción de la Penitenciaría se terminó a fines de 1897, su inauguración se aplazó por la imposibilidad de conectar la atarjea del edificio con el Gran Canal del Desagüe.

El costo de la edificación y construcción de Lecumberri fue de $ 2’ 396, 914. 84 pesos de esa época.

Terminado el edificio y dotado de cuanto necesitaba, se realizaron también las reformas legislativas que exigía el funcionamiento del siste-ma adoptado y la expedición del Reglamento General de Establecimien-tos Penales del Distrito Federal.

La inauguración de la penitenciaria se llevó a cabo el 29 de septiem-bre de 1900 a las 9.00 a.m. con la presencia del presidente de la Repú-blica, general Porfirio Díaz y su gabinete66.

Su primer director fue el ilustre penalista de ese tiempo, Miguel Macedo.

Dos días después de inaugurada la penitenciaria se informó que se haría el primer traslado de presos. A las 8.40 de la mañana se llevó a cabo el primer recorrido por las áreas de ronda y los torreones por parte de la guardia y casi dos horas después llegaron los primeros reclusos.

El periódico El Imparcial (2 y 3 de Octubre de 1900) ofreció testimonio de parte de esos ingresos a Lecumberri: “El célebre asesino Rafael Bue-ndía fue destinado a la celda número 1, no podía dar un paso; las piernas encogidas y los pies torcidos”. La multitud de familiares y curiosos que se aglomeraban a la entrada de la penitenciaría exclamaba “Es Buendía, es Buendía”. Segundos después descendían otros dos presos, Antonio An-dino, de origen puertorriqueño y el indígena Cenobio Godoy, para permitir que el último de la remesa apareciera, Pedro Sánchez. Minutos antes de

66 García Ramírez, Sergio. Los Personajes del Cautiverio Prisiones, Prisioneros y Custodios. Editorial Porrúa, México, D.F., 1996. pág. 127.

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las 12 del día, los presos estaban en sus celdas y para ellos comenzaba “el reinado del silencio”67.

De los años 1908 a 1910 se realizaron trabajos de ampliación en el área de celdas de las crujías “B”, “C”, “D”, “E” y en los talleres del lado sur.

La penitenciaría albergó a ambos sexos hasta 1954, año en que se puso en servicio la cárcel de mujeres. Con este hecho la cárcel de Le-cumberri quedó sólo para varones.

Durante 76 años, el palacio de Lecumberri fue escenario de diversos acontecimientos políticos y sociales. Vivió las crisis que se sucedieron en nuestro país a lo largo del siglo XIX: la Revolución Mexicana, la guerra cristera y movimientos sindicales, políticos y sociales. En sus paredes fueron plasmadas algunas obras, de las que sobresale la de David Alfaro Siqueiros, preso en ese lugar.

No es motivo de este trabajo hacer relación de luchadores sociales que estuvieron en prisión por razones de orden político, o de aquellos que cobraron fama por la comisión de diversos delitos; sin embargo, haré mención en forma por demás breve de algunos de ellos:

Miguel Hidalgo y Costilla fue encarcelado en el palacio de Gobierno de Chihuahua; Fray Servando Teresa de Mier, al igual que Benito Juárez, sufrieron encierro en el Fuerte de San Juan de Ulúa, Veracruz; Francisco I. Madero en la cárcel de San Luis Potosí y tiempo después fue asesina-do, junto con José María Pino Suárez en las inmediaciones de la peniten-ciaría de Lecumberri; pocos luchadores tan destacados contra la tiranía de Porfirío Díaz como Ricardo Flores Magón y su hermano Enrique68.

Jesús Arriaga “Chucho el Roto” ; Jesús Negrete “El Tigre de Santa Julia”; Lupe Martínez Bejarano “La Bejarano”, homicida de varias mujeres; Rafael Buendía, despiadado homicida de mujeres; Francisco del Moral,

67 Padilla Arroyo, Antonio. De Belem a Lecumberri Pensamiento social y penal en el México decimo-nónico. op. cit. 270.68 García Ramírez, Sergio. Los Personajes del Cautiverio Prisiones, Prisioneros y Custodios. op. cit. págs. 127 y 179.

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asesino de un francés de apellido Eymin, cuyo cadáver escondió dentro de un cofre; Antonio Rosales, matador de un hombre apellidado Bolado; Jesús Bruno Martínez, quien quitó la vida a un conocido y anciano relo-jero de nombre Tomás Hernández Aguirre; Florencio Morales y Bernar-do Mora, asesinos del general guatemalteco Lisandro Barillas. Todos los mencionados estuvieron recluídos en la cárcel de Belem y la mayoría de ellos fueron sentenciados a muerte y ejecutados por fusilamiento en el famoso “patio del jardín” de dicha prisión.

Gregorio Cárdenas “Goyito”, asesino de mujeres; Higinio Sobera de la Flor “El Pelón Sobera”, victimario de mujeres; “Las Poquianchis”, me-retrices; Pancho Valentino, matador del sacerdote Juan Fulana Taberner; el Padre Agustín Pro, la “Madre Conchita”(también presa en Islas Marías) y León Toral, implicados en la muerte de Alvaro Obregón; María Elena Rivera y Carlos Martínez Maldonado, secuestradores del niño Bohígas Lomelí; Ramón Mercader del Río, asesino de León Trotsky; Enrico Sam-pietro, falsificador de origen italiano; todos los citados, en la penitenciaría de Lecumberri, al igual que el revolucionario Francisco Villa. Ahí también padecieron encierro Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Othón Salazar; Martín Luis Guzmán. No puedo dejar de mencionar el nombre de José Revueltas, autor de la obra “Muros de Agua”, preso en Islas Marías.

Como dato interesante expreso que el caudillo Morelos estuvo preso en el Palacio de Cortés en Cuernavaca; ello fue en el año de 1815.

Desde luego que faltan más personajes así como cada una de esas historias, pero como ya dejé asentado renglones arriba, no es interés de esta tesis abordar ampliamente dicho tema.

El 26 de agosto de 1976 al filo del medio día, salió el último interno que era trasladado hacia los nuevos reclusorios del Distrito Federal y Lecumberri dejó de ser prisión para posteriormente sus instalaciones serían destinadas a lo que actualmente ocupa El Archivo General de la Nación69.

69 García Ramírez, Sergio. El Final de Lecumberri. op. cit. pág. 202.

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oTrAS PriSioneS y PreSidioS

Desde luego que existieron otras cárceles en el territorio nacional, pero he tratado de señalar las que cobraron una mayor notoriedad y so-

meramente daré cuenta de la prisión de Santiago Tlatelolco; del Presidio de San Juan de Ulúa y de Islas Marías.

En el año de 1535 misioneros franciscanos fundaron el convento de Santiago Tlatelolco. El nombre deriva por que dicho convento fue levan-tado en una zona que anteriormente, durante el reino de Anáhuac, había correspondido a una isla llamada Xatilolco70.

La original iglesia que tuvo el convento, fue demolida en 1543, siendo sustituida por otra mejor, la que a su vez fue derribada en 1609 para le-vantarse otra que superaría en tamaño y forma a las dos anteriores.

A partir del año de 1883, el templo se convirtió en bodega de la Adua-na y el convento en Cuartel y Prisión Militar de Santiago Tlatelolco.

70 Rossel, Lauro E. Iglesias y conventos coloniales de México. Edit. Patria, México, 1961. pág. 179.

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el PreSidio de SAn JuAn de ulúA

No existe mucha información sobre las fechas exactas de la historia de esta fortaleza; algunos historiadores asi como en el archivo municipal

del puerto de Veracruz, se encuentran datos coincidentes que refieren que a mediados de 1518 arribaron a la isla –pues eso era, una isla- hombres al mando de Juan de Grijalva que habían partido de Cuba, tocando las costas de Yucatán, antes de llegar a aquél lugar. Decidieron desembarcar precisamente el día del santo de Grijalva, el día de San Juan Bautista, por ello la isla recibió el nombre de San Juan71. Al desembarcar encontraron algunos cadáveres de personas que habían sido asesinadas. Interrogados por los conquistadores, obviamente que ni unos ni otros se entendían y los recién llegados por el mar solamente percibían la palabra “culhuas” y que posteriormente comprendieron que los habitantes de esa región querían decir que quienes habían ejecutado los homicidios de sus coterráneos eran hombres pertenecientes a los “culúa”, quienes también eran identificados como “culhuas” y de ahí el nombre de San Juan de Ulúa.

Hacia 1535 se inició la construcción de la fortificación con la finalidad de proteger el fondeo de las embarcaciones del mal tiempo, así como también la defensa del puerto de Veracruz de los ataques de piratas y filibusteros. La edificación de la fotaleza tardó cerca de 172 años y ya para el año de 1584, el espacio se había convertido en una muralla con dos torres, una gran sala de armas, un aljibe y dos mazmorras, un islote protegido con gruesas piezas de artillería, todo lo que lo convertía en un verdadero baluarte.

Durante la época colonial las mazmorras de San Juan de Ulúa fueron utilizadas para someter con crueldad a los indios a la religión católica. Las mazmorras tenían una forma abovedada, que todavía conservan. El agua del

71 Robelo Arenas, Ricardo. San Juan de Ulúa Historia General. Talleres Gráficos, 1953. Av. M. Hidalgo No. 838, Centro. Veracruz, Ver.

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mar se filtraba por todos lados y tenían nombre casi cada una de ellas: El In-fierno, El Purgatorio, La Gloria, El Limbo, El Potro, La Leona, La Cadena,etc.

Los inodoros se conocían como “cubas”; eran unos barriles coloca-dos en cada galera. Las entradas de estas galeras eran unos pequeños boquetes por los que se tenían que pasar, en la mayoría de ellos, agacha-dos, pues no tenían más de un metro de alto por menos de uno de ancho. Eran de hecho unos sepulcros en total obscuridad y los que ahí permane-cían encerrados perdían la noción del tiempo, ni siquiera podían observar sus propias manos y cuando después de mucho tiempo los sacaban a la luz del día, varios de los presos quedaban ciegos72.

Los reos recibían el nombre de “rayados”. Algunos de ellos durante el día salían a desarrollar trabajos forzados, consistentes en cargar carbón de piedra de los barcos; todo eso lo hacían sobre su espalda y sin cami-seta, por lo que el peso que soportaban les pelaba la piel. Los reos que mostraban agotamiento recibían azotes del capataz y otros, perdiendo el conocimiento, caían a la mar para morir.

La oscuridad del presidio constantemente ocasionaba que los reos resbalaran en el lodo del piso producido por la humedad y cayéndose sobre las “cubas” vaciando en el piso el contenido (orines) produciéndose un olor insoportable, además del daño que esto causaba a los reos que vivían hacinados y que tenían que dormir en el suelo.

Los que morían por diversas causas en el presidio o en sus alrededo-res, eran sepultados casi a flor de tierra en un improvisado panteón que se conocía como “La Puntilla”, ubicado en un brazo de tierrra, distante a un kilómetro de las galeras. Al quedar casi insepultos los cadáveres, eran devorados por zopilotes y cangrejos73.v

Los reos de orden político eran confinados a las mazmorras más os-curas e insalubres, con la finalidad de que adquirieran algún padecimien-to incurable que les causara la muerte.v

72 Archivo General de la Nación, ramo Presidios y Cárceles, T. III, págs. 422-447.73 Archivo General de la Nación, ramo Presidios y Cárceles, T. V. págs. 187 y sigs.

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El hacinamiento era tal, al igual que los tormentos y malos tratos en lo general para todos los presos, que el cautivo moría lentamente por los golpes y azotes recibidos y por la insalubridad que imperaba en las inmundas mazmorras.

En ese presidio de San Juan de Ulúa, sufrieron encierro luchadores sociales como: Melchor de Talamantes (que ahí murió), el padre Michele-na (que también ahí dejó de existir víctima de la fiebre amarilla), el padre Urquijo, Benito Juárez García, Juan Sarabía (editor del periódico “El Hijo del Ahuizote”), el capitán Medina, Esteban Baca Calderón, Manuel Dié-guez, Servando Teresa de Mier74. Algunos historiadores relatan que en esa fortaleza también sufrieron prisión Melchor Ocampo, Valentín Gómez Farías, Felipe Carrillo Puerto, entre otros.

Hubo famosos delincuentes del orden común que fueron huéspedes de esa horrenda prisión, como: Jesús Arriaga “Chucho el Roto” (que ahí pasó los últimos días de su vida) ; Francisco Guerrero “El chalequero” multihomicida, y otros más.

San Juan de Ulúa dejó de ser presidio en 1914. El 2 de julio de 1915, Venustiano Carranza, en el Edificio de Faros del puerto de Veracruz, emi-tió el Decreto por el cual quedaban definitivamente abolidas las tinajas como castigo.

Hoy la fortaleza es Museo y otra parte de ella la ocupan talleres de la Armada de México.

Islas Marías.- Se trata de un archipiélago integrado por cuatro islas que se localizan en el Pacífico, a una distancia de 112 Kilómetros de las costas de Nayarit.

La mayor de las islas lleva el nombre de María Madre y ocupa una superficie de 126.4 kilómetros cuadrados, donde está establecida la co-lonia penal a partir del año de 1905 en virtud de un decreto emitido por el gobierno de Porfirio Díaz.

74 García Ramírez, Sergio. Los Personajes del Cautiverio Prisiones, Prisioneros y Custodios. op. cit. pág. 121.

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Las otras tres islas son: María Magdalena con 86.6 Kilómetros cua-drados; María Cleofas con 27.3 kilómetros cuadrados, y San Juanito con 12.3 kilómetros cuadrados. Considerando lo anterior, la superficie total de las islas es de 252.6 kilómetros cuadrados.

En 1532 Hernán Cortés envió una expedición al mando de su primo Diego Hurtado de Mendoza quien comandaba el barco San Marcos, en tanto que el capitán Juan de Mazuela estaba al frente del navío San Mi-guel; partiendo ambas embarcaciones de las costas de lo que ahora es el estado de Oaxaca. Tocaron las costas de Colima y siguieron costeando lo que hoy son los estados de Jalisco y Nayarit, que en aquellas fechas (1532) formaban parte de la audiencia de la Nueva Galicia, hasta des-cubrir el archipiélago al que bautizaron como Magdalenas. Después de explorar las cuatro islas, tierrra adentro, no encontraron vestigios de que ahí hubieran habitado seres humanos.

Ya en la época colonial (1531) el conquistador Nuño Beltrán de Guz-mán gobernaba el recién fundado reino de la Nueva Galicia y se enteró de la existencia de las islas, las que en días despejados se podían apreciar desde las montañas cercanas a la costa central de Nayarit y las rebautizó como Islas de la Concepción. Al año siguiente (1532) ordenó la cons-trucción de un bergantín al que envió comandado por Pedro de Guzmán para que tomara posesión de las islas en nombre de la corona española dándoles el nombre de Isla de Ramos e Isla de Nuestra Señora75.

Las crónicas establecen que tanto la expedición de Cortés como la de Nuño de Guzmán llegaron a las islas el mismo año; pero la Real Audiencia de la Nueva España otorgó a Diego Hurtado de Mendoza su descubrimiento.

Durante la colonia el archipiélago no recibió la menor atención de los conquistadores.

En el año de 1836, ya durante el México Independiente, la corona es-pañola reconoció el dominio mexicano sobre esas islas, dominio que de hecho ya venía ejerciendo la naciente república mexicana.

75 García Ramírez, Sergio. Manual de Prisiones. Editorial Porrúa, S. A. México, 1994. pág. 452.

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En el mes de diciembre de 1857, Vicente Álvarez de la Rosa celebró un contrato de arrendamiento con el gobierno de la República mexicana, con la finalidad de explotar las riquezas naturales del archipiélago de las islas, mismo que fue rescindido por el gobierno de Benito Juárez para beneficiar al general José López Uranga. El contrato que favorecía a Ló-pez Uranga estipulaba, entre otras de sus cláusulas, el que bajo ninguna circunstancia podía vender o rentar las islas. Al paso del tiempo, el gene-ral López Uranga fue considerado traidor a la patria y le fue revocado el convenio, pasando el archipiélago a ser patrimonio de la nación.

Al llegar el año de 1887, el ex general López Uranga recuperó las islas en virtud de la Ley de Amnistía decretada por el presidente de México, Porfirio Díaz. Las islas fueron vendidas posteriormente por la cantidad de 150 mil pesos a Manuel Carpena quien junto con su familia explotaron la abundante riqueza de las islas, fundamentalmente las salinas. Al morir éste, su viuda Gila Azcona Izquierdo de Carpena las vendió en enero de 1905 al gobierno federal76.

El 12 de mayo de 1905 y mediante decreto emitido por Porfirio Díaz, presidente de México, la Isla Madre del archipiélago Islas Marías fue desti-nada como colonia penal y ello fue a sugerencia de Ignacio Vallarta. En los inicios de dicha colonia, ahí eran enviados los “peores criminales”. También esa colonia se utilizó para confinar a los “enemigos del gobierno”. Llegó el tiempo en que las autoridaes federales que tienen el control sobre Islas Marías, modificaran su critero y a mediados del siglo pasado acogieran en calidad de reos a sentenciados del orden común y del federal, quienes podían llevar a su familia a vivir con ellos en la colonia penal.

Actualmente la Colonia Penal Federal de Islas Marías, es una prisión de bajo perfil, quedando en el olvido aquella denominación de el “infierno del Pacífico” y las temidas “cuerdas” que no eran otra cosa que el envío de prisioneros a esa colonia penal.

Al momento de redactar el presente trabajo, los colonos que compur-gan sentencia laboran en las áreas agrícolas o zonas ganaderas. Es un

76 Piña y Palacios, Javier. La colonia penal de las Islas Marías, su historia, organización y régimen. Ed. Botas, México, 1970.

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Régimen Abierto. Existen todos los servicios: escuelas para los hijos de internos, cine, biblioteca, centro de salud, recinto para servicios religio-sos. En una cancha deportiva se proyectan películas y en ocasiones se organizan bailes.

Puerto Balleto es el centro en la vida de la colonia penal de la isla María Madre. Ahí se localizan las instalaciones del cuartel de los inte-grantes de la Armada Nacional que tienen bajo su resguardo tanto el territorio como a sus habitantes. Los funcionarios de la colonia habitan en una zona llamada Nayarit, destacando la casa del Director que es de dos pisos, siendo edificada en el año de 1952, llamándose entonces Quinta China, para luego ser identificada como Quinta Guayacán.

También en Balleto están las oficinas generales. Las añejas e inhu-manas barracas donde en algún tiempo vivían hacinados los colonos, fueron sustituídas por decorosos dormitorios y buenas casas en las que habitan sentenciados con sus familias.

Se han escrito novelas interesantes sobre esa colonia penal: “Muros de agua”, de José Revueltas77; “La Isla (y tres cuentos)”, de Judith Mar-tínez Ortega78, quien fuera secretaria del general Francisco J. Mújica, Director de la colonia penal; así como la historia cinematográfica escrita por Martín Luis Guzmán, “Islas Marías”. Adalberto Meléndez, quien fue administrador de la colonia, también escribió un libro, así como también Concepción Acevedo de la Llata, la “madre Conchita”.

Actualmente, Islas Marías, ha pasado a depender de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, y bajo el nombre de Complejo Penitenciario, seguramente se transformará en una estructura penitenciaria, con crite-rios de rigidez y severidad extrema, lo que representa un gran retroceso en la historia del penitencialismo mexicano.

77 Revueltas, José. Los muros de agua. Ed. Novaro, México, 1970.78 Martínez Ortega, Judith. La Isla y tres cuentos. Imprenta Universitaria, México, 1959.

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caPítuLo iV

BreVe reSeñA de lAS PriSioneS de lA nueVA VAllAdolid y de loS inicioS de lA PeniTenciArÍA

en el BArrio de SAn Pedro en moreliA

He dejado en forma de apartado, el espacio adecuado para hacer una breve relación con algunos datos significativos de las cárceles que

existieron en los inicios de la colonia, hasta llegar al centro de reclusión que se edificó en el famoso barrio de San Pedro.

El lugar que ahora ocupa el Archivo del Poder Judicial y que también alberga al Consejo del Poder Judicial de Michoacán (Portal Allende 267 y que en sus orígenes llevó el nombre de Portal de Consistoriales) y que todavía hace unos años fuera la sede de la Presidencia y de las Salas civiles y penales del Supremo Tribunal de Justicia, se remonta hasta la fundación de Valladolid (1541). Para el asentamiento de la nueva pobla-ción, las autoridades dispusieron que los indios iniciaran el desmonte de esos terrenos, además de limpiar las áreas que se destinarían a la Plaza de Armas, las Casas del Cabildo (Palacio de Justicia), las cárceles reales, templos, comercio. Durante la colonia, funcionaron siempre en dicho sitio las Casas Consistoriales o residencia del Cabildo Civil79.

Cuando nuestro país inicia el periodo independiente (1824), sirvió, dicho inmueble, como Palacio de Gobierno y Palacio Municipal. Du-rante el segundo imperio (1864-1867) lo ocupó el colegio de San Ra-fael, hasta el 10 de junio de 1867, más tarde se trasladó el Colegio de San Nicolás; estando ahí hasta 1869, año en que se trasladó al colegio

79 Vargas Chávez, Jaime Alberto. La Transformación Urbana de Morelia en la segunda mitad del siglo XIX. Guillermo Wodon de Sorinne y el Paseo de San Pedro. Editado por el Gobierno del Estado de Michocán. Morelia, Michoacán, 2002. pág. 140.

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de la Compañía de Jesús, para iniciar los trabajos de reparación del colegio de San Nicolás.

Durante el año de 1974 se efectuó la restauración del edificio anexo que ocupaba la antigua cárcel de hombres, para ubicar allí las oficinas de los juzgados civiles.

Anexo del PAlAcio de JuSTiciA

Hacia el año de 1750 ahí (Abasolo 75) se construyó la cárcel de hombres. La antigua prisión se encontraba en un estado deplora-

ble. Con el propósito de mejorar esas condiciones, la ley No. 37 del 30 de julio de 1874 dispuso que se le anexara el edificio de la Alhóndiga y que se estableciera en ella, aunque en forma nada adecuada, el régi-men penitenciario.

Se le hicieron diversas adecuaciones al inmueble buscando que fuese más funcional. Se construyó un locutorio general con doble reja de hierro; sala de sesiones de la junta de vigilancia de cárceles; depar-tamentos reservados para detenidos, menores de edad, ebrios y res-ponsables de faltas de policía; capilla para reos; cocina y comedor para 200 presos; habitaciones para alcaide; guadarropa y varios calabozos; tres salones para los llamados distinguidos; doce lavaderos y un estan-que para el aseo de los presos80.

cárcel de clérigoS(calle Ignacio Zaragoza 226, antes calle del Depósito)

En el mes de marzo de 1755, el obispo Martín Elizacoechea, adquirió del rector y mayordomo de la Cofradía del Señor de San José, un

terreno que destinaría para edificar las cárceles eclesiásticas, convinién-dose la compraventa por un precio de 2,600 pesos81.

80 Vargas Chávez, Jaime Alberto. La Transformación Urbana de Morelia en la segunda mitad del siglo XIX. op. cit. pág. 142.81 Murillo Delgado, Rubén. El Centro Histórico de Morelia Edición Bilingüe. Ediciones Fimex 1987. Morelia, Michoacán. Pág. 80.

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La construcción se llevó a cabo a espaldas del Palacio Episcopal, y dicha cárcel fue proyectada para trasladar ahí, en calidad de corrección, a los sacerdotes que transgredían las normas eclesiásticas.

En la guerra de Independencia, fueron privados de su libertad en esa prisión los curas insurgentes Mariano Matamoros y José Guadalupe Sal-to. El primero fue llevado al cadalso en 1814, desde ese lugar. Posterior-mente la dirigencia eclesiástica estableció en dicho inmueble un hospital para mujeres pobres, al que le llamaron “Del Sagrado Corazón de Je-sús”, encargándose de ese servicio hospitalario las religiosas josefinas. La asistencia médica se otorgaba con la participación de un médico y un capellán y se daba atención hasta a 20 enfermas.

Actualmente el edificio sigue destinado a hospital y lleva el nombre de “Dr. Miguel Arriaga”.

Sobre la fachada lateral en la calle de Santiago Tapia existe una ins-cripción que a la letra dice: “En 1814 estuvo preso en este edificio, de donde partió al cadalso, el egregio caudillo de la Independencia mexica-na C. Gral. Mariano Matamoros. Homenaje de Gratitud. Junta Patriótica del Cuartel Cuarto, 1910”.

“Al Benemérito Insurgente Mariano Matamoros en el sesquicentena-rio de su sacrificio. 1964”.

TeATro “ruBén romero”(calle Santiago Tapia, esquina a Nigromante, antes calle del Silencio)

En la parte norte del Colegio de San Francisco Xavier, se levantaba la casa de ejercicios y la capilla doméstica de los sacerdotes jesuitas.

Cuando fueron expulsados en el año de 1767, esta parte pasó a manos del clero secular y en 1824 allí se establecieron las carmelitas descalzas identificadas también con el nombre de Teresas82.

Esa orden religiosa fue fundada por la condesa Pinillos. Ya para el año de 1849 las monjas comenzaron a construir lo que sería su nuevo

82 Archivo Municipal de Morelia, sección de planos.

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convento, precisamente junto al templo de San José; pero habrá que re-ferir que antes de que concluyeran con dicha obra fueron exclaustradas debido a las Leyes de Reforma de 1857 y el edificio que nos ocupa (Tea-tro “Rubén Romero”) fue destinado para cárcel de mujeres en 1869 y después fue varias veces sede de cuartel.

lA PeniTenciArÍA de SAn Pedro

Como ya lo mencioné párrafos arriba, la Cárcel Real de la ciudad, con-tigua a la sede de las antiguas Casas Consistoriales en pleno centro

de la población de Morelia – antes Valladolid- “constituía por su ubicación un permanente peligro para sus habitantes”, lo cual demandó del gobier-no del estado la propuesta para un nuevo edificio, que materializara los elementos fundamentales de la ideología liberal, y expresara la tecnolo-gía del poder que sustentó el surgimiento del estilo moderno.

El proyecto para la penitenciaría se basó en el concepto que ya se aplicaba en otros países, el de Jeremías Bentham escrito en 1787.

Para la construcción de la penitenciaría de Morelia se aprobó el dise-ño del arquitecto de origen italiano José Bessozi. Este profesionista de la construcción hablaba de la situación infrahumana en la que vivían los presos al interior de las cárceles del siglo XVIII. Si bien Lorenzo de la Hi-dalga ingeniero-arquitecto de origen español ya se ocupaba en 1850 de los problemas de las prisiones de la ciudad de México, las autoridades de Morelia se anticipaban a las de la capital de la República. Es así que se le encomendó el proyecto de la penitenciaría al italiano José Bessozi83.

Fue durante la corta administración gubernamental del licenciado Juan Bautista Ceballos, cuando se proyectó la construcción de una “Pe-nitenciaría Modelo”, al oriente del Bosque de San Pedro que empezó a levantarse y que hubo de interrumpirse su edificación por las zozobras políticas que vivía el país y que demandaban de los recursos económicos que se habían programado invertir para ese inmueble penitenciario.

83 Vargas Chávez, Jaime Alberto. La Transformación Urbana de Morelia en la segunda mitad del siglo XIX. op. cit. pág. 254.

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El proyecto de la nueva cárcel –agosto de 1849- se ubicó al oriente de la ciudad, límites del pueblo de San Pedro, en terrenos que pertene-cían a la hacienda del Rincón, y al límite sur de la atarjea (acueducto) que conducía el agua a la ciudad.

La primera piedra la puso el gobernador Gregorio Ceballos en enero de 1851. En el mes de abril de 1854 se detuvo la obra con motivo de la revolución que por última vez elevó al poder a Santa Anna.

Cito que el predio adquirido para la construcción de la penitenciaría fue de 250 pesos.

Posteriormente se continuaron los trabajos de edificación del penal y que dio alojo a los presos. Al transcurso del tiempo y con el crecimien-to de la mancha urbana, el inmueble fue demolido para destinarse, una parte, a la construcción de viviendas y otra, años después, a levantar oficinas públicas.

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conSiderAcioneS

Una tesis como la presente no estaría completa si no se incluyeran, en forma de apartado, una serie de consideraciones , desde la ge-

neralidad hasta un resumen de lo específico, que ameritan ser comenta-das y analizadas sobre la situación actual que guardan las prisiones en nuestro país y que, aunque existen valiosas aportaciones contenidas en infinidad de libros de texto con propuestas muy claras, así como ensayos, recomendaciones, proyectos de reglamentos, iniciativas de ley, discursos emotivos , convenios internacionales, congresos nacionales, valiosas su-gerencias de penitenciaristas, críticas y sugerencias de organismos no gubernamentales de nuestro país, al igual que de instituciones latinoame-ricanas e internacionales; como también una diversidad de programas fe-derales como el Nacional Penitenciario, el de Dignificación y Solidaridad Penitenciaria, es poco lo que se ha logrado para mejorar las condiciones integrales del sistema penitenciario mexicano, que más bien se encuen-tra desde hace tiempo en una franca y total descomposición.

Dicho sistema, se identifica con lo que se llama la subcultura de la violencia y que forma parte de la corrupción. Pareciera que el encierro no tiene alternativa alguna, hay inseguridad jurídica, hacinamiento, con-diciones de vida infrahumanas, abusos cometidos por las autoridades o por autogobiernos tolerados o en complicidad, golpes, maltratos, cobros indebidos, humillaciones y trato denigrante hacia el interno y a sus fa-miliares y amigos que los visitan, imposición de castigos a capricho de funcionarios carcelarios, tráfico y venta a muy alto precio de beneficios de libertad. De todo ello dan cuenta las recomendaciones emitidas por la CNDH y por otros organismos no oficiales.

Los presos a menudo ven cerradas todas las posibilidades de so-lución pacífica a sus problemas y conflictos y recurren, también a la violencia –asunto que glosaré más adelante en forma más explícita y que es una cuestión de vital importancia al interior de las prisiones- ;

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es decir, nos encontramos ante una espiral que pareciera interminable: violencia ilegítima ejercida por las autoridades y por los llamados au-togobiernos, reacción violenta de los reclusos, represión violenta por parte de las fuerzas del orden –sobre todo las externas- que en muchas ocasiones, por no decir en la mayoría de ellas, causan la muerte de los penados y así sucesivamente.

El sistema penitenciario mexicano muestra una realidad de contra-dicciones, vicios, abusos y toda una gama de violaciones a la dignidad humana. En nuestro país, a pesar del espíritu humanista que impulsó la reforma penitenciaria de los años setenta, la vida diaria de las prisiones ha mostrado un panorama sumamente desalentador.

En materia penitenciaria en México, la experiencia acumulada per-mite afirmar que la cárcel es un campo propicio para la violación de los derechos fundamentales de las personas. Por otra parte, la propia exis-tencia de la prisión ha sido cuestionada, tanto desde los ángulos teóricos como prácticos.

Hay quienes se preguntan: Cárceles, ¿para qué? En el mes de mayo de 2009, teníamos los siguientes datos: un gasto anual de 11 mil millones de pesos para tener encerradas a 213 mil personas en las cár-celes de este país. ¿Y qué se ha obtenido? Motines, disturbios, fugas masivas, mercados cautivos para la venta de drogas y centros de ope-ración para extorsionadores, secuestradores y capos del narcotráfico, así como el enriquecimiento de funcionarios de todos los niveles de las estructuras penitenciarias.

Es la propia Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la que mediante un Proyecto Modelo de Reglamento para Establecimientos Pe-nitenciarios, establece principios tan importantes como el que por ningún motivo debe designarse o contratar a miembros de las fuerzas armadas o de cuerpos policiales como autoridades de esos centros.

Pero sucede que militares, ex militares, policías o ex policías, tienen bajo su control la mayoría de las prisiones del país, como si fueran cam-pos de concentración y cuando no se dan esos casos, se designa a per-

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sonas sin ninguna formación profesional penitenciaria y solamente se da el cargo por razones de amistad o de compromisos políticos.

Cuando para el adecuado funcionamiento del sistema penitenciario, en la designación del personal directivo, administrativo, técnico y de cus-todia de las instituciones de internamiento, se debería tomar en cuenta la vocación, aptitudes, preparación académica y antecedentes personales de los candidatos.

Por otro lado, existen prisiones en las que ni siquiera se integra el Consejo Técnico y en otras ni sesiona, con las graves consecuencias que ello implica para el funcionamiento del penal y el tratamiento de los internos, que están a merced del capricho y arbitrariedades del director, personal y custodios.

El orden y la seguridad en las cárceles no deriva de medidas represivas, sería el resultado del respeto a la legalidad en su conjunto y de una con-ducta honesta y respetuosa de los Derechos Humanos de parte de todo el personal del centro hacia el interno, sin caer en las complacencias.

Otro asunto que es sumamente importante, es el de las revisiones a los internos y sus pertenencias, así como a sus visitantes, pues esto en muchas ocasiones es motivo de abusos y excesos por el personal de las áreas destinadas a ello. Se deben utilizar aparatos detectores de ob-jetos o substancias prohibidas y hasta el uso de animales, como perros adiestrados para detectar drogas, pero no deben pertenecer a la fauna agresiva para intimidar y amedrentar.

Bajo ninguna circunstancia se deberá obligar a las personas a des-nudarse ni mucho menos se deberá invadir la intimidad de su cuerpo, situación que en muchos centros penales no ha sido superada, bajo el pretexto de llevar a cabo una minuciosa revisión, lo que produce malestar e irritación.

Se han dado casos, documentados por la CNDH, que por sí mis-mos son vejatorios y humillantes, como las prácticas de tactos vagina-les o rectales.

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En otro tema, es común que los internos de un reclusorio incurran en diversas infracciones y faltas a la disciplina o al reglamento, si es que existe y se aplica; o bien, cometen algún hecho delictivo; tratándose de esto último, no hay la menor duda que las autoridades del penal deben presentar la denuncia o querella correspondiente al ministerio público fe-deral o estatal, según se trate.

Cuando sean infracciones que no ameriten la intervención de la auto-ridad ministerial, será asunto competencia del Consejo Técnico y el pre-sunto infractor deberá tener derecho de ser escuchado para que exprese lo que a sus intereses convenga, además de otra serie de formalidades que difícilmente se respetan, pues las autoridades del penal imponen castigos a diestra y siniestra dejando al interno en una situación de inde-fensión, al igual que a sus familiares, pues uno de los castigos más co-munes es impedir la visita familiar o íntima, como también el aislamiento del interno, en muchas ocasiones en forma por demás arbitraria, cuando lo recomendable es que ambas visitas no sean suspendidas ya que por sí solas son parte fundamental en el proceso -difícil de alcanzar- de rein-corporación a la comunidad del procesado (a) o sentenciado (a).

En un proyecto de reglamento de la CNDH del año de 1996, con toda precisión dicho organismo establece que las áreas destinadas para aisla-miento temporal (sanciones) no deben confundirse con aquéllas designa-das para la población en riesgo, que es la que requiere ser protegida cuan-do su vida o integridad corporal están en peligro debido a conflictos con otros internos, surgidos dentro del reclusorio o fuera de él. La realidad es que en la mayoría de las prisiones, a esos espacios marcados por la CNDH –por lo menos en un proyecto de Reglamento-se usan indistintamente.

Existen cárceles federales o estatales en donde determinados re-clusos sufren una serie de degradaciones, depresiones, humillaciones o profanaciones a su persona misma; son golpeados, atados, rapados o desnudados. Se les imponen castigos medievales como esposarlos vin-culados a los barrotes de una celda.

Existen personas en internación que por diversas circunstancias per-sonales requieren de cuidados especiales por razón de su edad o de

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su salud física o mental y que por sus condiciones demandan de una atención diferenciada de la del resto de la población. Cito como ejemplo dos casos: personas que presentan serias deficiencias físicas como los discapacitados, o bien, los que presentan una patología psiquiátrica.

Sobre la “clasificación” de la población en la prisión, que mejor se-ría usar el término ubicación o agrupación, pues se trata de personas y no de objetos o de archivos, dicha ubicación, la CNDH recomienda solo debería ser facultad expresa del Consejo Técnico de la institución y a falta de éste, por el personal técnico o el Director. Ni el personal administrativo ni el personal de seguridad y custodia deberían, bajo ninguna circunstancia, llevar a cabo la agrupación de la población pe-nitenciaria. Pero sucede que lamentablemente y en contravención de dicha recomendación, son los jefes de seguridad y custodia quienes determinan, en la mayoría de las veces, la “clasificación” de los pre-sos y en abuso de ello, hasta ofrecen y venden privilegios a quienes pueden pagar por ello, para garantizarles comodidad en tanto que a otros los envían a dormitorios en donde tienen adversarios para que los agredan y los lesionen.

Prevengo que parte de algunas de las consideraciones que aquí enuncio, derivan de estudios y observaciones y de recomendaciones de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, y la otra, de mi experiencia directa y constante de mi desempeño en el Centro Peni-tenciario “Mil Cumbres”, ubicado en el municipio de Charo, colindante con el de Morelia.

Asunto complejo y que ha suscitado opiniones encontradas, es sobre la conveniencia para un menor si debe convivir con su progenitora cuando se encuentra en prisión. Hay quienes sugieren que no es saludable que el niño o niña vivan sus primeros años de su infancia entre rejas, por los daños emocionales que podrían afectarlos el resto de su vida. La CNDH emite al respecto un criterio que parece más que razonable y atinado.

Recomienda que las internas que sean madres tienen derecho a que sus hijos permanezcan con ellas durante su reclusión, siempre que éstos últimos no tengan más de seis años.

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En el caso de que el niño alcance esa edad y no haya quien se res-ponsabilice de él, se evaluará la posibilidad de que permanezca por más tiempo con su madre, o bien llevarlo a un hogar sustituto. Esta es una situación más que complicada pues la mayoría de las veces, la interna proviene de familia de muy ínfima condición económica y hasta desinte-grada y que por regla general han dejado en el abandono a la prisionera sin que les importe la situación de su prole.

En otros casos, la verdad es que la madre de la interna, la abuela, alguna tía o amiga piadosa, se hacen cargo del menor, pero eso no es la generalidad.

De todos modos y en todos los casos, debe prevalecer como criterio rector el interés superior del niño, no sólo por razones humanitarias, sino también porque ello está consagrado en la Convención sobre los Dere-chos del Niño.

Lo más recomendable es que en las cárceles deberían existir – en algunas los hay- programas y espacios adecuados como estancias infan-tiles y con el personal requerido para que la permanencia del menor entre muros no sea tan impactante.

Otra materia que no es atendida con puntualidad, es la que se refiere al cuerpo técnico o personal profesional que está destinado a cumplir un papel determinante en la vida cotidiana de la prisión. En términos gene-rales, la única posibilidad de ejercer un control técnico de las condiciones de reclusión, es a través de una práctica cotidiana diseñada sobre la base del contacto directo entre el personal técnico y los reclusos, de modo que la gobernabilidad de la institución se articule alrededor del propio trabajo técnico ( parece redundante el uso de este término, pero hay que insistir en él) y no, como ocurre en la mayor parte de los casos, desde el auto-ritarismo, provenga este de los directores, del personal de seguridad y custodia, o de los propios internos.

La estrategia a seguir –propuesta por la CNDH- considera la aten-ción a dos niveles: el nivel de atención básica o multidisciplinaria, que comprende las funciones destinadas a cubrir los servicios que otorga la

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institución a los reclusos, es decir, las destinadas a garantizarles el res-peto a los derechos que la sentencia judicial no les ha conculcado; por otra parte, el nivel de atención integral o <<transdisciplinario>>, destinado a una labor conjunta que se orienta al conocimiento profundo del espacio carcelario y de los problemas que surgen del contexto del encierro tanto para los reclusos como para la adecuada administración de la prisión, con la finalidad de proponer la respuesta pertinente.

La tesis que subyace a esta propuesta de la CNDH es la de un cam-bio de enfoque en el sujeto de atención tradicional del personal técnico, de manera que, en lugar de observar e incidir en la persona del interno, se trata de observar y repercutir en el contexto en el que éste vive. De este modo, la energía y conocimiento de los miembros del cuerpo técnico no se diluyan en labores estériles, que se practican en condiciones muy poco favorables tanto al personal como a los propios internos – tales como los denominados estudios de personalidad-, sino que se dirigen al reconocimiento y solución de situaciones concretas en ambos niveles.

La atención básica está fundamentalmente determinada por los servicios técnicos que la institución está en obligación de otorgar a la población interna: atención a la salud física y mental, atención jurídica, trabajo remunerado, acceso a la educación que imparte el Estado, acti-vidades artísticas a las que llaman culturales, deportivas y recreativas, programas de vinculación social y familiar. Para ello, como se ha dicho, se requiere de un cuerpo de profesionales que esté en capacidad de proporcionar tales servicios, pero también de los medios indispensables para brindarlos decorosamente.

En este esquema, la función del técnico no se restringe, desde lue-go, al sólo otorgamiento del servicio, sino a la previsión de aquéllas cir-cunstancias en las que éste se torna más efectivo, y a la formulación y desarrollo de programas y estrategias que le den continuidad y fluidez al trabajo profesional, al tiempo que permitan responder más claramente a las necesidades de la población carcelaria.

Aún cuando las situaciones que se presentan en cada centro plantean problemas particulares, para garantizar el acceso a los derechos básicos

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de los reclusos, toda institución de reclusión debería contar y aplicar con toda regularidad los siguientes servicios que son determinantes:

Servicios Jurídicos.-Controlar la situación jurídica de los internos, con la finalidad de que todas sus garantías constitucionales les sean respetadas y para proponer lo conducente en los casos en los que se generen cambios en dicha situación que afecten aspectos de la reclusión, tales como la ubicación en áreas específicas del centro, el cómputo de requisitos para la solicitud de libertades anticipadas y los traslados interinstitucionales.

Es de suma importancia que este servicio sea otorgado por personas con conocimientos amplios en derecho penal, derecho procesal penal y derecho de ejecución de sanciones, desde luego que sería saludable que fueran abogados.

Estrategias y Programas Especiales- La experiencia muestra que en-tre las necesidades más apremiantes de la población en reclusión, está la de contar con certeza respecto a tópicos jurídicos específicos; por tal ra-zón, es muy útil contar con programas de asesoría jurídica en materia de beneficios de libertad anticipada y de traslados intra e interinstitucionales, dirigidos a los internos y a sus familiares y representantes legales.

Servicios Médicos- Los servicios médicos están dirigidos a brindar atención a los internos que presenten problemas de salud y a resolver las emergencias que en este ámbito se presenten dentro de la institución. En atención a las necesidades expresas de los internos, los servicios médicos pueden hacer valoraciones diagnósticas, recomendar los tra-tamientos que se consideren adecuados y las estrategias para que los pacientes sean atendidos dentro o fuera del penal. Sus funciones están limitadas por los derechos de los internos en su calidad de pacientes, por lo que en todo momento el personal médico debe respetar la voluntad de este último, no forzándole a someterse a exámenes diagnósticos o a tratamientos no expresamente aceptados.

Los servicios anteriores deben comprender por lo menos la atención médica de primero y segundo nivel, así como la atención odontológica.

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Para todo lo anterior se requiere de personal especializado a nivel profesional (médicos y odontólogos) y técnico (enfermeras, paramédicos y auxiliares) ; deben contar además con el equipo necesario para atender cualquier contingencia que pueda ocurrir, así como con el cuadro básico de medicamentos autorizado por la instancia estatal que corresponda.

Estrategias y Programas Específicos- La condición de encierro es propicia para que florezcan o se agraven ciertos problemas de carácter médico que, no obstante, pueden ser previstos. Entre los programas de utilidad que los servicios médicos pueden desarrollar, están los dirigidos a la prevención y atención generalizada en los casos de alcoholismo, fár-macodependencia, tabaquismo y transmisión de enfermedades especí-ficas (VIH, tuberculosis, enfermedades gastrointestinales, enfermedades de transmisión sexual, micosis, entre otras). Es necesario, además, que se diseñen estrategias generales de atención a problemas que no pueden solucionarse dentro del mismo centro, mediante convenios de atención médica con hospitales cercanos o no, visitas de médicos especialistas de otras instituciones, así como establecer mecanismos de traslado de pacientes de manera oportuna y segura. Al igual que con las escuelas de enfermería y de medicina que pueden ser valiosos auxiliares en estas estrategias y programas específicos.

Servicios de salud mental.- Atender los problemas relacionados con las alteraciones del estado mental de los internos, ocasionadas por el contexto de la prisionalización o por causas externas a la institución. Los límites de actuación de los servicios de psicología y psiquiatría deben regirse fundamentalmente por los principios de presunción de normalidad del interno. La atención de la salud mental requiere tanto de servicios de psicología clínica, como de psiquiatría. Eso sería lo recomendable, cuando existen cárceles que ni siquiera cuentan con un servicio médico permanente de medicina general.

Estrategias y Programas Específicos.- Es de particular importancia que en el área de psicología clínica, si es que esta existe, se desarrollen programas para la reducción de los primeros efectos de la prisionaliza-ción, lo que se conoce como “el carcelazo”, para el tratamiento de la depresión y otras aflicciones que pueden agravarse con el encierro. De

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igual forma son necesarios programas institucionales sobre adicciones y de atención psicológica a enfermos terminales, que por sus propias condiciones la autoridad correspondiente (ejecutivo o judicial) deberían, según el caso en lo particular, permitir que pasaran los últimos días de su vida en su domicilio, si es que lo tienen, o en una unidad hospitalaria, previa certificación médica.

Es bastante bien conocido el estado de desatención o abandono en el que se encuentran los enfermos mentales crónicos y el problema que comúnmente representan para la administración de la prisión, particu-larmente si se trata de personas sujetas a medidas de seguridad; por ello, es importante idear estrategias para la atención de estas personas, considerando la posibilidad de recurrir a instituciones especializadas, gu-bernamentales y no gubernamentales, o de generar respuestas de co-rresponsabilidad con los familiares –si los hay- o en la comunidad a la que pertenecen.

Servicios sociales y su función.- Uno de los papeles centrales dentro de un esquema de servicio institucional a las personas privadas de la libertad lo juegan, sin duda, los servicios sociales. De éstos depende el garantizar la vinculación social del interno, fomentar el contacto frecuente con la pareja y los hijos, así como con el resto de los familiares y las per-sonas a él cercanas.

De igual forma, a los profesionales encargados de los servicios socia-les corresponde la tarea de funcionar como interlocutores entre el interno y las autoridades, de modo que se constituyan en el vehículo idóneo para garantizar la difusión de la normativa institucional –la que la mayoría de los internos desconocen o la propia autoridad del penal no se las da a conocer- así como las quejas y solicitudes de audiencia con la Dirección o el Consejo Técnico del centro; cuando lo pertinente y deber inexcusable sería que el propio Director o los integrantes del Consejo Técnico, ofrecie-ran siempre su voluntad permanente de atender al recluso.

Es indispensable y dada la importancia de lo comentado en el párrafo anterior, que esa labor sea desarrollada por trabajadores sociales profe-sionales, especializados en el área penitenciaria, con amplia capacidad

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para dialogar con los internos y aún para resolver situaciones de conflicto interpersonal entre reclusos o entre éstos y autoridades del centro.

Estrategias y Programas Específicos.- Las necesidades que en ma-teria de vinculación social tienen las personas privadas de la libertad son múltiples, por lo tanto, los programas del área deben estar particularmen-te enfocados a detectarlas y a resolverlas. La coordinación de la visita íntima y de la visita familiar forma parte insoslayable de éstos; el control de las revisiones a familiares, la búsqueda de necesidades en la comuni-dad que puedan ser cubiertas desde dentro de la institución (industriales, artesanales, productivas), el establecimiento de contactos con organis-mos educativos y de capacitación o con empresas de producción o de servicios del exterior, o bien con grupos e instituciones de servicio social, que puedan garantizar la continuidad de los programas intra y extracarce-larios, son todos ellos temas que requieren de atención especializada.

Servicios de Seguridad.- Los servicios de seguridad desempeñan un papel muy importante, pero también muy específico dentro de un esque-ma de servicio técnico-profesional que debería ser sumamente respetuo-so de los Derechos Humanos de los internos. En esos servicios recae la responsabilidad de salvaguardar la integridad física y moral de todos quienes se encuentran en la institución: internos, técnicos, directivos, per-sonal administrativo y visitantes.

Los límites de actuación de quienes los prestan, están perfecta-mente establecidos en los reglamentos –cuando se aplican o cuando existen- y su contravención puede significar incluso la comisión de un delito. La garantía de integridad física implica la protección de las per-sonas en sus cuerpos, de cualquier situación que pudiera injustifica-damente afectarles; la garantía de integridad moral tiene, por su parte, una significación mayor porque está vinculada con la necesidad de demostrar el respeto a los internos en tanto que personas. En cualquier caso, en los principios de actuación del personal de seguridad radica la necesidad de mostrar claramente la frontera entre la violencia ilegal e ilegítima y el recurso necesario a la fuerza que se ejerce de manera responsable; aunque hemos conocido de casos en los que fuerzas po-licíacas o militares, bajo el pretexto de controlar cualquier disturbio, no

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han dudado en reprimir y someter a los internos con extrema violencia y hasta en forma cruel y sanguinaria.

Finalmente y sobre el asunto que nos ocupa, los servicios de seguri-dad deben distinguir plenamente entre la seguridad exterior, la seguridad perimetral y la seguridad interior de la prisión.

Es de fundamental importancia que los servicios anteriores estén a cargo de personal altamente capacitado, tanto para las tareas cotidianas de protección, como para la actuación de emergencia en casos especia-les, tales como disturbios, intentos de fuga o siniestros naturales o provo-cados. De igual forma se requiere que sean hábiles y responsables en el manejo de armas, particularmente en el uso de armamento no letal, y de técnicas de defensa personal y de neutralización. Siempre será exigible que los guardias de seguridad reciban capacitación constante en materia de Derechos Humanos.

Por otro lado, la seguridad y el mantenimiento de la disciplina son premisas básicas para una estancia digna y segura en una institución carcelaria; de hecho, establecer programas en este sentido puede signi-ficar incluso el evitar la pérdida de vidas humanas. Los programas de se-guridad deben contemplar la necesidad de intervenir en conflictos entre internos, para garantizar la ausencia de armas o sustancias prohibidas en el interior del centro, y para que el flujo de personas en la institución esté controlado. De igual forma, es menester la propuesta de estrategias y planes de contingencia que no pongan en riesgo innecesariamente la vida o la integridad de las personas en casos de disturbios, fugas o cual-quier otra eventualidad.

Atención Integral.-La atención integral comprende una labor que compromete al cuerpo técnico en su conjunto; puede considerarse transdisciplinaria porque da la posibilidad a los distintos profesiona-les de operar o moverse entre las diversas disciplinas para construir objetos de estudio específicos, inabordables desde la perspectiva de una sola disciplina. A partir de la reforma penitenciaria de los años se-tentas, la vida cotidiana de las prisiones ha mostrado fenómenos no considerados por la concepción teórica que animó dicha reforma. Tales

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fenómenos requieren de una atención especializada y de acuerdo a las circunstancias que hoy en día se manifiestan, demandando un enfoque muy diferente al de los años de esa reforma.

Condiciones dignas de vida en reclusión.- La situación de encierro es adversa a toda posibilidad de una vida normal adulta. Ello provoca situacio-nes que deben ser analizadas y previstas desde la perspectiva de los ser-vicios que deben otorgarse para no agravarlas. En este sentido, el cuerpo técnico tiene la posibilidad de observar el funcionamiento de la institución y de identificar los problemas que afectan la cotidianidad de la misma. Es así, el más capacitado, o por lo menos debería serlo, para identificar las fuen-tes de afectación de Derechos Humanos de los internos y para proponer su solución a la instancia que corresponda. Su función, así vista, es la de un supervisor constante de las condiciones de vida digna en la prisión. La determinación de una adecuada ubicación de la población en los espacios disponibles del centro penitenciario, el diseño de horarios para la ocupación de los espacios comunes, la propuesta de estrategias para una adecuada distribución de los alimentos, el establecimiento de reglas claras para llevar a cabo revisiones y cateos, son entre otros, problemas cuya atención tiene efecto directo en las condiciones de vida de los internos.

Gobernabilidad.- La gobernabilidad de un centro puede entenderse como la interacción entre las medidas legales de gobierno que parten de las autoridades de la institución, es decir, del reglamento y las disposicio-nes normativas y los fenómenos de autoridad que surgen en los diversos grupos que habitan la institución, sean éstos directivos, autoridades o in-ternos (algunos teóricos le llaman gobernancia). El desequilibrio en estos fenómenos es indicador de un contexto ilegal de autoridad, es decir, de ausencia de gobernabilidad; se trata de un indicador de que el orden que comanda en la institución está basado en el autoritarismo. Esta situación provoca circunstancias de difícil manejo que se manifiestan en la forma de autogobierno de internos, de gobierno de custodios o de virtuales es-tados de terror a manos de directivos, provocando la total ausencia de control en situaciones torales para la protección de los Derechos Huma-nos de las personas involucradas: imposición de sanciones injustificadas, inhumanas, infamantes y degradantes, imposición de cobros indebidos, tortura psicológica, corrupción y tráfico de armas y sustancias ilegales.

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La atención que el cuerpo técnico debe otorgar a los fenómenos de gobernabilidad, es por su importancia, sumamente significativa, porque de ello depende el control del centro. La identificación de las situaciones que provocan el desequilibrio entre la gubernamentalidad y la gobernancia ten-dría que ser, por ello, un tema constante del trabajo transdisciplinario.

Trabajo y educación para internos.- Entre los temas que deben ocu-par la atención del cuerpo técnico está, sin duda, el referido a la obliga-ción de la institución penitenciara de proveer oportunidades laborales y educativas entre los internos. No se trata solamente de buscar activida-des para entretener a la población apelando al contenido terapéutico de tales actividades, sino más allá, de planear estrategias integrales para garantizar trabajo digno y justamente remunerado así como oportunida-des educativas reales.

La educación que se imparta a los internos no solamente debería te-ner un carácter académico sino también cívico, social, higiénico, artístico, físico y ético.

Control de adicciones.- Uno de los problemas más importantes en los centro de reclusión lo representa, quién lo duda, el tráfico de sustancias prohibidas en el interior del centro. De hecho, su control ha significado carta abierta para cateos y revisiones abusivas; cuando no, se ha cons-tituido en motivo de riñas y motines. No obstante, poco se ha hecho para abordar la problemática desde la perspectiva del control de la adicción; ello implicaría diseñar estrategias de identificación de no adictos para trabajar con éstos como población de control, establecer zonas francas ausentes de drogas, aduanas interiores, y medidas para involucrar a más personas en programas de prevención y desintoxicación de la adicción. Aunque se dan situaciones en las que personal del centro está implicado en la tolerancia del ingreso de sustancias tóxicas.

Violencia y disturbios- Entre las situaciones que mayormente afectan a las instituciones carcelarias están aquéllas que se derivan de la violen-cia generada por los propios internos, sea esta provocada por problemas imputables a ellos mismos o a deficiencias en el trato que la institución les da. En ambos casos, el cuerpo técnico tiene la obligación de identifi-

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car las causas previsibles de violencia y la forma de evitarlas, o bien, las medidas que haya que tomar para afrontar sus consecuencias. El diseño de un plan general de contingencia para la prevención y atención de dis-turbios es de vital importancia, porque permite anticipar situaciones que de otra manera, como ha sucedido en múltiples ocasiones, generan un agravamiento de la situación con el riesgo que ello implica para la vida e integridad de las personas.

Finalmente y por la experiencia personal adquirida, enumero algunas causas generadoras de disturbios y violencia:

-No otorgamiento de beneficios de ley;-Presencia de gobiernos ilegales dentro de la prisión;-Revisiones abusivas a familiares;-Intentos de fuga colectiva;-Segregación injustificada de internos;-Tráfico de drogas;-No adecuación de las penas;-Lentitud de los procesos judiciales;-Sobrepoblación;-Maltratos y extorsiones por personal del centro;-Escasa y pésima alimentación;-Otorgamiento de privilegios a otros internos;-Prohibición arbitraria de visita familiar y visita íntima;-Cateos a título de venganza e intimidación;-Negativa de audiencias;-Amenazas de traslados masivos.

En muchos reclusorios del país se da actualmente un vacío de po-der y de autoridad, por lo que, en la mayoría de ellos, internos y custo-dios gozan de importantes cuotas de poder y ejercen el control real de los centros. Con frecuencia, esta situación se pretende justificar con el

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pretexto de que se debe mantener un “delicado equilibrio” en la vida de las cárceles, o bien, que ello corresponde a la idiosincrasia de la pobla-ción reclusa. Hay quienes en forma por demás absurda, irresponsable y aberrante, sostienen que la existencia de sustancias tóxicas en el penal, son necesarias para mantener a la población penitenciaria tranquila y en calma, cuando en la realidad son las drogas las que son generadoras de graves disturbios.

Para eliminar todas esas formas de gobierno ilegal dentro de las cárceles, como factores de violación de Derechos Humanos y, subse-cuentemente, como causantes de disturbios y violencia, es necesario que las autoridades de los reclusorios asuman –plenamente sin delegar en los custodios o comandantes- las funciones de mantener el orden y la seguridad en el penal, apliquen las sanciones en forma legal, ubiquen en forma adecuada a los presos en los dormitorios o demás áreas, distribu-yan equitativamente los alimentos; controlen las visitas familiar e íntima, supervisen a los custodios y, en suma, organicen la vida dentro del cen-tro. Mientras ello no suceda, la generación de espacios propicios para la emergencia de gobiernos a cargo de internos o custodios será la regla. La falta de apoyo a los cuerpos directivos y técnicos ha sido una de las causas de estos hechos.

Es así que no debe existir ni el autoritarismo ni la anarquía, sino la conducción disciplinada de los reclusorios por parte de una autoridad que tenga presencia, que goce de prestigio y que mantenga el orden mediante el respeto a los Derechos Humanos de los internos, de los visitantes y del personal. Pareciera que esto es una fantasía, pero así debería de ser.

Seguramente existen otros fenómenos que pude haber abordado en este capítulo de Consideraciones, pero lo que aquí he expresado es lo que tuve más cerca del conocimiento adquirido por las circunstancias o situaciones que viví.

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reSumen

- El sistema penitenciario mexicano en las circunstancias en las que se encuentra, bajo ningún concepto cumple con la esencia de lo que dis-puso el legislador en el Artículo 18 de la Constitución Política de los Estado Unidos Mexicanos, cuya naturaleza primordial consiste en la readaptación del delincuente en prisión.

- Las unidades penitenciarias en México, son espacio para motines, mer-cados cautivos para la venta de drogas y centros de operación para ex-torsionadores, secuestradores y capos del narcotráfico, así como para el enriquecimiento de funcionarios de todos los niveles de las estructu-ras penitenciarias. Habrá sus excepciones.

- Nuestras prisiones no regeneran; pervierten, deforman, corrompen, de-gradan y son universidades del crimen y contribuyen a la reincidencia. Prevalece el desprecio a los Derechos Humanos de los presos.

- Ello obedece, fundamentalmente, al binomio de la corrupción y de la improvisación.

- Si el Estado mexicano continúa sin atender esta problemática de conti-nuo deterioro en el sistema penitenciario, las consecuencias sociales y criminológicas serán elevadas.

- Para el adecuado funcionamiento del sistema penitenciario, éste debe-ría depositarse en manos de personal directivo, administrativo, técnico y de custodia, considerando la vocación, aptitudes, preparación académi-ca y antecedentes personales de los candidatos a esos puestos, y bajo ningún motivo designar para esos cargos de tanta responsabilidad, a personas por razones de amistad o de compromisos políticos.

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- La pena privativa de libertad, ha constituido un fracaso y se hace indis-pensable la búsqueda de sustitutivos penales.

- Nuestro sistema penitenciario ha mostrado ineficiencia y se aleja de la disciplina legal y del respeto a los Derechos Humanos.

- La pena privativa de libertad debe ser impuesta exclusivamente con relación a crímenes graves y a delincuentes de intensa y acreditada peligrosidad.

- Debe ser sustituida por penas alternativas como multa, prestación de servicios a la comunidad, reparación del daño, etc.

- Ha quedado demostrado que la pena privativa de libertad no reduce la criminalidad, pues ésta no ha disminuido.

- Es innegable que la gravedad de la pena no inhibe el crimen, sino la certeza de la punición.

- Nuestro sistema penitenciario es la verdadera escuela de la criminali-dad que sostenemos con el dinero público.

- Se requiere de un sistema penal y penitenciario más justo y humano.

- Las verdaderas causas que generan el aumento de la criminalidad, las encontramos en la miseria, el hambre, el desempleo, en la injusticia social en su generalidad.

- Desde luego que hay causas individuales como los deficientes mentales, los que padecen disturbios psíquicos, los alcohólicos, los drogadictos.

- De las fallas e imperfecciones del llamado universo penitenciario, ni duda cabe que las más graves es la que se refiere a las personas que laboran en él, desde el Director, técnicos y custodios y personal de seguridad.

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- En la mayoría de los casos, parte de ese personal propicia o participa en el tráfico de armas y drogas en las prisiones; ingreso de prostitutas y facilitación de fugas.

- Mucho de ese personal se convierte en sádicos, crueles e insensibles y trastocan la función que se les ha encomendado.

- Insisto en que la selección o designación de Directores de penales, debería de ser sin influencias político-partidistas. Deberían acreditar es-tudios de nivel superior, experiencia administrativa en el área, idoneidad ética y moral y aptitud para el desempeño de la función.

- Los técnicos, cualquiera que sea su especialidad, deben poseer eficien-cia y vocación y lo adecuado para mejor garantía, es que deberían de ser designados mediante concurso.

- Los custodios y guardias deben ser sometidos a rigurosa selección por concurso y ofrecerles salarios dignos.

- Lo satisfactorio sería crear centros de entrenamiento y constante capacitación.

- La piedra angular de un penal, no es el edificio ni el equipo, ni el re-glamento, sino la calidad del personal que lo administra. De los cuatro elementos de un programa de renovación carcelaria, o sea: filosofía, disposiciones legales, el establecimiento adecuado y personal, es este último que va a decidir el éxito de las nuevas medidas que deberían ser implantadas por el Estado mexicano.

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Anexo gráfico

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Entre todas las formas de provocar la muerte, el descuartizamiento fue una de las más terribles.Grabado anónimo.

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La crueldad, sin límites.Grabado anónimo.

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Grabado, Foto Archivo Casasola.

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El “cebrado” o rayado, que semeja barrotes sobre el prisionero, se utilizó en México hata 1953.Penitenciaría de Lecumberri.

Foto A.G.N.

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La Prisión en México Del Cuauhcalli a Lecumberri (Origen y Evolución de la Prisión en México)

Se terminó de imprimir en enero de 2011, en los talleres deEdiciones Michoacanas, Arenisca 166, Col. Lindavista, 58140

Morelia, Michoacán, impreso en México.Tel./Fax (443) 3 20 15 11.

El tiraje fue de 500 ejemplares,más sobrantes para reposición.