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L a evolución de las democracias la- tinoamericanas plantea desafíos para la interpretación política. Las elecciones realizadas durante los dos últimos años, y las que todavía están pendientes hasta fin de 2006 1 , en la mayoría de los casos de renovación presidencial, ilustran la consolidación de los recursos democráticos básicos y de la legitimidad. Los comicios pre- sidenciales, con su componente de dramatización de la competencia, han reavivado la politización y, en consecuencia, canalizado la conflic- tividad, que en varios países había tenido efectos desestabilizantes. Los Isidoro Cheresky: investigador del Conicet y profesor de Teoría Política (Universidad de Buenos Aires). Su último libro se titula Ciudadanía, sociedad civil y participación política (comp., Miño y Dávila, Buenos Aires, 2006). Palabras clave: política, elecciones, espacio público, liderazgos de popularidad, América Latina. 1. El ciclo se inició el 28 de noviembre de 2004 con la elección de Tabaré Vázquez en Uruguay y culminará en diciembre con las elecciones venezolanas. Elecciones en América Latina: poder presidencial y liderazgo político bajo la presión de la movilización de la opinión pública y la ciudadanía Isidoro Cheresky La seguidilla de elecciones realizadas en América Latina dejó como saldo positivo la consolidación del voto popular como el dispositivo básico para dotar de legitimidad a los gobernantes. Sin embargo, es posible observar también profundos cambios en las formas de representación: los nuevos liderazgos de popularidad, sustentados en una relación directa pero virtual con la opinión pública, protagonizaron los procesos electorales y lograron subordinar a los partidos políticos. Una vez en el gobierno, estos liderazgos suelen concentrar el poder en sus manos y prescindir de la deliberación y el debate en el espacio público. Pero su fortaleza es también su debilidad, ya que su legitimidad depende de una ciudadanía cada vez más autónoma y cambiante. > COYUNTURA Este artículo es copia fiel del publicado en la revista NUEVA SOCIEDAD N o 206, noviembre-diciembre de 2006, ISSN: 0251-3552, <www.nuso.org>.

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  • La evolucin de las democracias la-tinoamericanas plantea desafospara la interpretacin poltica. Laselecciones realizadas durante los dosltimos aos, y las que todava estnpendientes hasta fin de 20061, en lamayora de los casos de renovacinpresidencial, ilustran la consolidacin

    de los recursos democrticos bsicosy de la legitimidad. Los comicios pre-sidenciales, con su componente dedramatizacin de la competencia,han reavivado la politizacin y, enconsecuencia, canalizado la conflic-tividad, que en varios pases habatenido efectos desestabilizantes. Los

    Isidoro Cheresky: investigador del Conicet y profesor de Teora Poltica (Universidad de BuenosAires). Su ltimo libro se titula Ciudadana, sociedad civil y participacin poltica (comp., Mio yDvila, Buenos Aires, 2006).Palabras clave: poltica, elecciones, espacio pblico, liderazgos de popularidad, Amrica Latina.1. El ciclo se inici el 28 de noviembre de 2004 con la eleccin de Tabar Vzquez en Uruguay yculminar en diciembre con las elecciones venezolanas.

    Elecciones en Amrica Latina: poder presidencial y liderazgo poltico bajo la presin de la movilizacin de la opinin pblica y la ciudadanaIsidoro Cheresky

    La seguidilla de elecciones realizadas en Amrica Latina dej como saldo positivo la consolidacin del voto popularcomo el dispositivo bsico para dotar de legitimidad a losgobernantes. Sin embargo, es posible observar tambin profundos cambios en las formas de representacin: los nuevosliderazgos de popularidad, sustentados en una relacin directa pero virtual con la opinin pblica, protagonizaronlos procesos electorales y lograron subordinar a los partidospolticos. Una vez en el gobierno, estos liderazgos suelenconcentrar el poder en sus manos y prescindir de la deliberacin y el debate en el espacio pblico. Pero su fortalezaes tambin su debilidad, ya que su legitimidad depende de una ciudadana cada vez ms autnoma y cambiante.

    > COYUNTURAEste artculo es copia fiel del publicado en la revista NUEVA SOCIEDAD No 206,

    noviembre-diciembre de 2006, ISSN: 0251-3552, .

  • resabios del autoritarismo militar ydel hegemonismo poltico, as comoel explosivo descontento social deri-vado de las polticas neoliberales, sehan procesado preservando la demo-cracia en su dispositivo bsico: la de-cisin por el voto popular. Respetan-do la expresin ciudadana, tambinse ha registrado un giro poltico sig-nificativo, en algunos casos hacia laizquierda reformista y en otros haciaposiciones ms radicalizadas o de pre-tensin refundacional, como en Vene-zuela y Bolivia. La vocacin democr-tica est, entonces, afincada en el hechode que ni corporaciones poderosas,ni vanguardias polticas, ni lderesemergentes pueden sustraerse al ri-tual democrtico elemental. Al mismotiempo, el tipo de rgimen poltico de-mocrtico que se esboza tiene ciertascaractersticas distintivas y plantea di-lemas muy diferentes de los que sepresuman en los tiempos de la prima-vera democrtica de los aos 80.

    Este artculo analiza los cambios en ladinmica poltica que han sucedido,y en parte son una respuesta, a unaextendida crisis de representacin.En muchos casos, los partidos polti-cos se han desagregado y, en otros,su rol tradicional se ha debilitado.Los lderes de popularidad, sustenta-dos en una relacin directa, pero confrecuencia virtual con la ciudadana,aparecen cada vez ms como organi-zadores de la competencia poltica yponen a los aparatos partidarios a suservicio. A la vez, la representacin

    legal e institucional los parlamen-tos, los gobernantes, los propios par-tidos y hasta la justicia funciona enun contexto de ampliacin del espa-cio pblico. Esto hace que la repro-duccin y el cuestionamiento de lalegitimidad sean continuos. Ante esepanorama, la consagracin electoralpuede tornarse, en algunos casos, insu-ficiente para ejercer el poder. Enefecto, las encuestas que configuranla opinin pblica, as como los esta-llidos populares y ciudadanos que sevalen de la accin y la presin directasobre las autoridades y los represen-tantes, forman parte del escenario po-ltico latinoamericano de nuestrosdas. La arena pblica en la que se de-senvuelven las sociedades de siglo XX,particularmente en Amrica Latina,comprende tambin nuevas formasde agrupamiento y organizacin po-pular y ciudadana que, en lugar deencuadrar a las masas, articulan lapresencia de un nmero de lderescon la representacin virtual de laaudiencia y de la opinin.

    Las elecciones presidenciales

    Las elecciones realizadas y las quevendrn son reveladoras de los cam-bios acaecidos en la vida polticainstitucional e indican, tambin, unatransformacin del clima poltico. Es-tos procesos electorales, que en sumayora comenzaron en los 80, con-firman la mayor implantacin delprincipio democrtico, al menos ensu expresin primera y elemental,

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  • que es el voto como sustento del po-der legtimo. La fuerza del voto pue-de ser considerada como la afirma-cin del principio de la voluntad ciu-dadana en detrimento de los poderescorporativos, tanto sindical como mi-litar o de negocios. Esa ola se ha vis-to favorecida por el debilitamientode los canales tradicionales inclui-dos los partidos polticos y ha tradograndes novedades: en Uruguay, porprimera vez en un siglo y medio, acce-di al poder un lder que no provienede los partidos tradicionales; en Chile,tambin por primera vez, una mujerlleg por voto directo a la Presidencia;en Bolivia triunf Evo Morales, uncandidato de vocacin revolucionaria,de tradicin indgena, que consiguiun apoyo mayoritario y distribuido na-cionalmente que atempera, en lo in-mediato, los conflictos regionales queamenazaban la unidad nacional. EnBrasil, Luiz Incio Lula da Silva obtu-vo la reeleccin, y en Venezuela seaproxima una contienda muy signifi-cativa, con buenas posibilidades parael presidente Hugo Chvez.

    Las elecciones presidenciales ilus-tran, y a la vez absorben parcialmen-te, la crisis de representacin polticaque se ha extendido en las socieda-des latinoamericanas. Constituyen es-cenas polticas en las que la lucha porla diferenciacin obliga a la renova-cin de las identidades y, con fre-cuencia, da lugar a la emergenciade nuevas candidaturas y agrupa-mientos polticos, que profundizan

    el debilitamiento de los partidos po-lticos tradicionales.

    Debe notarse que el perfecciona-miento del presidencialismo a travsde la supresin de los colegios electo-rales ha permitido reforzar la autori-dad poltica presidencial y hacer delas elecciones pugnas atractivas, quereconfortan la autoridad de los gana-dores. Fue lo que sucedi en Argenti-na con la reforma constitucional de1994, recientemente en Bolivia y haceaos en Brasil, donde el reclamo deDireitas ja acompa la transicinpoltica de los 80.

    Las elecciones presidenciales, dondese pone en juego el poder, han reavi-vado la politizacin en sociedades enlas que cundan el escepticismo y ladesesperanza, provocados, en algu-nos casos, por el estancamiento eco-nmico y el incremento de la pobre-za, la exclusin y las desigualdades.Claro que, al mismo tiempo, la drama-tizacin de las elecciones en condicio-nes de libertad poltica ha incrementa-do la incertidumbre, sobre lo cual hayun debate latente, y en parte pendien-te, entre los analistas polticos2.

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    2. No vamos a abundar en el tema, pero anotoque la experiencia en curso ofrece la posibili-dad de reevaluar las virtudes y los lmites delpresidencialismo. Lo que se encuentra ms encuestin en relacin con las recetas institucio-nales en boga en los 80 es, desde mi punto de vis-ta, el ideal administrativista y antipoltico de lademocracia que se esconda detrs de la recomen-dacin formulada en aquellos aos acerca de lasventajas del parlamentarismo.

  • Las elecciones han sido un recursopacificador frente a las crisis polticasy han permitido superar, al menostransitoriamente, fracturas que la au-toridad poltica y el orden pblico nolograban resolver. El referndum re-vocatorio realizado en Venezuela el15 de agosto de 2004 permiti recom-poner la autoridad de Hugo Chvez3.En el mismo sentido, las eleccionespresidenciales de diciembre de 2005en Bolivia alejaron al pas de los en-frentamientos entre grupos sociales yregionales. En Argentina, el gobiernotransitorio que asumi luego de lacrisis de fines de 2001 pudo consoli-darse cuando, ante la protesta social,adelant la fecha de los comiciospresidenciales y la entrega del man-do a un sucesor con mayor legitimi-dad popular.

    En general, estos procesos electoralesrevelan una evolucin de las demo-cracias latinoamericanas muy diferen-te de la institucionalidad que se presu-ma y se propona en los aos 80,cuando la mayora de los pases emer-gan de dictaduras militares prolonga-das y destructivas.

    Los antecedentes

    El renacimiento democrtico en Amri-ca Latina es de reciente data. En lamayora de los casos, hace pocoms de veinte aos que la corpora-cin militar comenz a ser desalojadadel poder, y hay pases como Chile yMxico en los que todava ciertos

    requisitos institucionales para la ple-na democracia estn en proceso deadquisicin.

    La transicin se emprendi con el ho-rizonte del modelo clsico de las de-mocracias maduras. En algunos pasesde la regin en particular, Argentinay Brasil, la herencia populista y ladebilidad institucional ponan de re-lieve que la consolidacin democrti-ca requera de instituciones republi-canas slidas. Pero el ingreso plenoen la institucionalidad democrticase produca justamente en un mo-mento en que el modelo de gobiernorepresentativo, que haba caracteriza-do a la democracia en el siglo XX, co-menzaba a mutar4.

    Durante un tiempo, sin embargo, seprodujeron progresos significativosdentro del camino ms clsico. En to-dos los pases, incluidos aquellos enlos que antes de los golpes de Estadono exista un sistema de partidos es-table, la expectativa fue la constitu-cin o reconstitucin de un siste-ma poltico con los recursos usualesde la actividad poltica. En Argentina,los aos posteriores a la dictadura

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    3. Por cierto, las elecciones legislativas de di-ciembre de 2005, en las que se postularon sola-mente candidatos oficialistas y que dejaron a laoposicin sin presencia parlamentaria en uncontexto de alta abstencin, acentuaron losinterrogantes sobre la evolucin de la democra-cia venezolana y las expectativas para las pr-ximas elecciones presidenciales. 4. V. al respecto Bernard Manin: Principes dugouvernement reprsentatif, Calmann-Lvy, Pa-rs, 1995.

  • estuvieron signados por la reactiva-cin de los partidos polticos tradicio-nales, e incluso por una cierta renova-cin de sus liderazgos, que se hicieronms afines a la convivencia entre riva-les polticos. En Brasil, el dispositivobipartidista heredado de la dictadurafue, poco a poco, desbaratado. Estofue consecuencia en buena medidade la emergencia de un partido elPartido de los Trabajadores (PT)conformado en un principio segn elmodelo clsico, y tambin fue resul-tado de la desagregacin de las es-tructuras polticas heredadas de laetapa militar. En Uruguay, el sistemapoltico se ampli al formarse unanueva coalicin de centroizquierda.En varios pases latinoamericanos, elestado de derecho y la institucionali-dad poltica fueron parte de un pro-ceso de aprendizaje que durante mu-chos aos domin la escena pblica.

    En ese contexto, fuerzas que en el pa-sado haban sido extrainstitucionaleso movimientistas se organizaron po-lticamente y aceptaron las nuevas re-glas de juego. Lo esencial de la vidapoltica comenz a transcurrir por loscanales de la decisin popular, a tra-vs del voto. A diferencia de lo quesuceda con frecuencia en el pasado,la participacin era cada vez ms li-bre y los competidores se disponan areconocer los resultados de las elec-ciones. Un proceso que, por supuesto,se llev a cabo con ciertas dificulta-des: la corporacin militar, los gruposeconmicos de trato preferencial con

    el Estado e incluso el sindicalismoprocuraron condicionar, y en algunoscasos desestabilizar, a los poderes de-mocrticamente instituidos.

    Pronto, sin embargo, la institucionali-dad democrtica tradicional parecipoco apta para contener la competen-cia poltica. Los lazos de liderazgo per-sonalista pusieron en cuestin la di-nmica inicial. A inicios de los 90,Guillermo ODonnell aluda a un for-mato emergente de democracia de-legativa5 sobre la base de las expe-riencias de presidentes personalistas,proclives a decidir sin consultar a losparlamentos y sin una slida estructu-ra partidaria de referencia que acotarasus acciones. El nfasis del conceptoestaba puesto en la delegatividad,en la disposicin mayoritaria de losciudadanos a consentir un ejerciciodel poder de esas caractersticas.

    En los 80, se haba perfilado un im-pulso en los medios acadmicos, conamplio eco en los mbitos polticosde algunos pases, que procuraba lasustitucin del formato de gobiernopresidencialista por el parlamenta-rista. Las crticas apuntaban a losamplios poderes presidenciales y laidea era avanzar en la consolidacinde un sistema de partidos capaz decontener la vida poltica. Las refor-mas constitucionales emprendidasno lograron el cambio de rgimen de

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    5. Ver G. ODonnell: Democracia delegati-va? en Cuadernos de CLAEH No 61, Montevi-deo, 1992.

  • gobierno, pero s introdujeron refor-mas destinadas a atenuar el presi-dencialismo. Sus resultados fue-ron dudosos.

    El ideal que impulsaba estas crticas yreformas era el de la poltica organi-zada y previsible. Para ello se recu-rri a la introduccin de mediacio-nes que favorecieran la negociaciny la regulacin, de modo de aventaruna presencia popular sospechadade favorecer el caudillismo y el des-gobierno. En la preocupacin institu-cionalista de los 80 convergan dossensibilidades de naturaleza distinta.Por una parte, la conciencia de que enlas sociedades latinoamericanas pe-saban tradiciones que haban ignoradolos derechos y las libertades pblicas yque, tras la exaltacin de las masas odel pueblo en acto, haban favorecidoel caudillismo y otras formas de autori-tarismo6. Por otra parte, en ese enton-ces se difundi una doctrina de razconservadora que, al reclamar go-bernabilidad, lo que pretenda eraevitar la politizacin de las socieda-des, alertando sobre el peligro de quela competencia democrtica alentarauna espiral de promesas electoralesque favoreciera la multiplicacin dedemandas incumplibles y desestabi-lizara a los gobiernos legtimos, en elcontexto de Estados que tenan am-plia participacin e injerencia en lavida social y econmica. Esta doctri-na promova una ciudadana de bajaintensidad y el desarrollo de las ins-tituciones polticas separadas de la

    agitacin popular. En sntesis, estavisin conceba las instituciones co-mo un freno a la voluntad poltica.

    De esa manera, el reclamo institucio-nal se revesta de una dramtica am-bigedad. Por un lado, participabade un diagnstico referido a los gra-ves problemas heredados debili-dad en las formas e inconsistenciaen las costumbres democrticas, pa-ra lo cual se requeran reformas lega-les y construccin institucional. Pero,por otro lado, sola concebir las insti-tuciones de modo tal que procurabaconvertir a las sociedades en verda-deras organizaciones regidas poruna lgica instrumental, introdu-ciendo restricciones a la libertadpoltica por va de la configuracinde una ciudadana de baja intensi-dad, con poca participacin y pocadeliberacin.

    De ese modo, con frecuencia se invo-c a las instituciones contra la volun-tad poltica. Ello ocurri en el contextode sociedades en las que se agrava-ban la pobreza y la exclusin y enlas que, por lo tanto, se requera un

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    6. El imperio de la ley y el estado de derechohaban sido debilitados por los autoritarismosde derecha, que vieron en las Fuerzas Armadasel gran elector que deba sustituir a la volun-tad popular para salvar a la nacin. Pero tam-bin por los autoritarismos de izquierda, que,dando por fraudulentos los dispositivos demo-crticos por cierto, en muchos casos, sobre labase de una experiencia que les daba razn, pe-ro de la que se valan para ignorar la pertinen-cia de los principios democrticos en s mis-mos, postulaban a las vanguardias polticascomo sustitutos de la voluntad popular.

  • aprendizaje de la institucionalidadque fuera de la mano con los recla-mos de justicia social.

    Los cambios en el formato democrticoen los albores del siglo XXI

    Como ya se ha indicado, la evolucinde las democracias en la regin no haseguido el paradigma instituciona-lista de los 80. Pese a ello, el rgi-men democrtico, en lo que hace asus dispositivos esenciales, no pare-ce estar en peligro en la mayora delos pases. De todos modos, el diag-nstico es incierto puesto que, juntocon una mayor informacin, parti-cipacin y compromiso ciudadano,persiste y se renueva la fragilidadinstitucional.

    La desinstitucionalizacin del siste-ma poltico, aunque vara de acuer-do con cada contexto nacional, pare-ce ser una tendencia general. Enparticular, los partidos polticos, sisubsisten, estn cada vez ms a lamerced de liderazgos personales, ysu suerte electoral parece dependerms de la popularidad de los candi-datos que de la tradicional laborpartidaria en el mbito microsocial.Incluso es frecuente que se constitu-yan fuerzas polticas ad hoc, que re-curren en grados variables a recur-sos organizacionales preexistentes.La lista es larga: ha sido el caso delpropio Chvez y su Polo Patritico,construido sobre el derrumbe de lospartidos tradicionales. Otro ejemplo

    es el de Alberto Fujimori en Per, oel de la etiqueta que prest el nom-bre para la candidatura de OllantaHumala.

    Otro fenmeno que se ha verificadoes la estabilizacin, siguiendo un ca-mino ms tradicional, de partidosnuevos a partir de bases sociales.Este es el caso del PT en Brasil, elcual, por otra parte, experimentuna larga evolucin, de partidocontestatario a partido de gobierno.En Bolivia, el Movimiento al Socia-lismo (MAS) tambin se construydurante diez aos como una fuerzade gobierno a partir de la experien-cia de gestiones locales.

    En cualquier caso, ya sea con el sus-tento de una tradicin u organizacinsocial especfica o sin ella, lo ciertoes que la construccin de las identi-dades polticas se produce bsica-mente en el espacio pblico, y cadavez ms como identidad ciudadana.En ese contexto, los partidos de ori-gen popular o clasista, en la medidaen que se afirman polticamente ygobiernan, se valen de una identi-dad de pretensin universalista, quedeja en un segundo plano o vela supasado.

    Este registro de constitucin pblicade identidades se constata aun enaquellos pases en los que persisteun sistema de partidos estructura-do. En las ltimas elecciones presi-denciales chilenas, cuando cay la

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  • popularidad del candidato de dere-cha, Joaqun Lavn, surgi un com-petidor, Sebastin Pieira, quien,pese a contar con recursos organiza-cionales mucho ms dbiles, rompila tradicional unidad de la derechachilena, logr superar a su rival ydisput el ballotage con la candidataoficialista, Michelle Bachelet. La pro-pia Bachelet emergi como una candi-data de la ciudadana: su popularidadle permiti imponerse como precan-didata de la izquierda y, despus,provocar el retiro de su competido-ra de la Democracia Cristiana, Sole-dad Alvear. Por cierto, el alejamien-to de los partidos que la sostenanapareci en su momento como unadebilidad de Bachelet, quien debiacudir a ellos para asegurarse el vo-to demcrata cristiano en la segundavuelta. En el mismo sentido, fue tam-bin la popularidad en tanto recursode estabilizacin poltica lo que per-miti a Evo Morales obtener un apo-yo electoral amplio7. Nstor Kirchner,en Argentina, obtuvo una legitima-cin electoral precaria y un susten-to parlamentario e institucional du-doso, que compens con altos ndicesde popularidad. Esto dio lugar, almenos durante los primeros aosde su mandato, a un formato degobierno sustentado en la opininpblica8. Adems de los casos deChvez, Fujimori y Humala, cabraagregar el de Lucio Gutirrez enEcuador, quien tambin irrumpien la escena poltica por su actua-cin pblica.

    En todos estos ejemplos, los lderesmencionados obtuvieron un lugar deenunciacin a travs de los mediosde comunicacin, logrando as conci-tar una audiencia. Aunque en algu-nos casos esta adhesin cristaliz enun soporte ms organizado y en otrosno, todos ellos pudieron convertir esaaudiencia en apoyo electoral.

    Liderazgos de popularidad y partidospolticos

    Es necesario enfatizar que, teniendoen cuenta la magnitud de la transfor-macin en las relaciones polticas, sepodra confirmar ya no el conceptode una crisis de representacin cir-cunstancial, sino de una verdaderamutacin en la representacin.

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    7. La sorpresa que depar Evo Morales, al ga-nar por un amplio e imprevisto margen, fue re-sultado de un apoyo que se extendi a lo largodel territorio nacional, no en forma homog-nea, pero con ndices lo suficientemente signifi-cativos como para que no fuese consideradosimplemente un lder cocalero, o incluso soloun referente de su partido, el MAS. 8. En la primera vuelta de las elecciones presi-denciales de abril de 2003, Kirchner obtuvo elsegundo lugar, con 22,4% de los votos. Su rival,el ex-presidente Carlos Menem, pese a haberlosuperado por tres puntos, desisti de presen-tarse al ballotage ante una derrota segura. Deese modo, Kirchner fue consagrado presidentecon un porcentaje reducido de votos. Sin em-bargo, muy pronto su accin de gobierno en re-lacin con las corporaciones y en el mbito delos derechos humanos, junto con la continui-dad del crecimiento econmico y la reestructu-racin muy ventajosa de la deuda externa, leotorgaron un sostenido ndice de popularidadque le permiti gobernar con gran libertad, pe-se a que, en sentido estricto, sus recursos parla-mentarios propios eran escasos.

  • Como se ha mencionado, la desagre-gacin de los partidos polticos pare-ce alcanzar, en alguna medida, a to-dos los pases de la regin. Aunqueello no implica la desaparicin de lasidentidades y los aparatos polticos,stos ya no tienen la centralidad, lapermanencia ni la continuidad delpasado. La capacidad instituyente delos liderazgos sustentados en la ima-gen pblica es una ilustracin de esedesplazamiento, ya que implica crite-rios de seleccin opuestos a los queregan la vida poltica en la poca enque, para acceder a la funcin pbli-ca, haba que hacer carrera dentrolos partidos. Los lderes de populari-dad pueden, en el contacto directocon la ciudadana, constituir un lazorepresentativo que subordina a la es-tructura partidaria. La fisonoma desta, por otra parte, ha cambiado: hoyest compuesta por tcnicos y funcio-narios rentados, en detrimento delmilitante, quien, cada vez ms, apa-rece como una figura del pasado.

    Por supuesto, la popularidad necesi-ta de recursos organizacionales mni-mos para controlar los procesos elec-torales. Y, evidentemente, tambin esnecesaria una fuerza poltica con cier-tas lealtades para poder gobernar. Seha sealado ya que Bachelet debivolverse ms partidaria para triun-far en la segunda vuelta. En Per,Alan Garca ha hecho renacer elAPRA antes de su triunfo en los comi-cios presidenciales. Kirchner, en Ar-gentina, ha creado una sigla propia

    Frente para la Victoria con la queha emprendido variadas operacionesde recomposicin poltica: seleccinde candidatos afines en las listas paradiputados nacionales, captura de losperonistas que compitieron contra ly hasta coaliciones con otros partidosen algunas provincias (en particular,con el radicalismo). Sin embargo, hadesistido de darle un carcter orgni-co a su nueva fuerza poltica y, sobretodo, se ha negado a reorganizar ypresidir el peronismo, que se encuen-tra en la paradjica situacin de serun partido oficialista acfalo desdehace aos.

    Lo que posibilita, aunque tambin li-mita, la accin de los nuevos lderespolticos es la expansin de un espa-cio pblico en el que se hace sentiruna ciudadana crecientemente aut-noma. Es decir, carente de identifica-ciones partidarias permanentes, e in-cluso de pertenencias sociales tanconstantes como en el pasado. El com-portamiento electoral es un buen ejem-plo de esta ciudadana, que no tienedefinido su voto sino que lo decide du-rante las campaas electorales. Esto semanifiesta en la fluctuacin y la vola-tilidad del voto9, fenmeno que haquedado demostrado, en alguna me-dida, en las elecciones recientes. La

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    9. Con el trmino fluctuacin me refiero alcarcter cambiante del voto entre elecciones(diacrnica) y entre candidatos de diferentespertenencias segn los cargos que estn en dis-puta (sincrnica). La volatilidad indica la inde-cisin en el voto de un cierto nmero de electo-res hasta ltimo momento.

  • popularidad de Evo Morales, porejemplo, no se traslad a sus candi-datos a prefectos, puesto que su par-tido solo gan en dos departamentos,mientras que los otros siete quedaronen manos de la oposicin10. Las elec-ciones chilenas confirman esta ten-dencia, pero en sentido contrario: laConcertacin gan las elecciones dediputados con 51,7%, en tanto que lacandidata presidencial obtuvo solo45,95% y debi disputar el ballotage.En esas condiciones, la incertidum-bre domina las veladas electorales,los electorados cautivos disminuyeny la libertad poltica se acrecienta. Elcaso de Mxico, con las eleccionesms competitivas de su historia, esotro buen ejemplo.

    La legitimidad de las democracias la-tinoamericanas se sustenta en losprocesos electorales. A diferencia delpasado, esta legitimidad est perma-nentemente en juego, y los represen-tantes se hallan sometidos al escrutiniopblico y, eventualmente, a la desauto-rizacin. Los estallidos que llevaron aldesplazamiento de Fujimori, Fernandode la Ra, Gonzalo Snchez de Loza-da, Carlos Mesa y Gutirrez, entreotros, fueron resultado de expresio-nes del descontento ciudadano masi-vo que generaron esos gobernantes,una suerte de veto que oblig a rei-niciar el juego convocando a nuevoscomicios. Pero no se trat, en la ma-yora de los casos, de proyectos al-ternativos al rgimen democrtico.Por el contrario, tras cada uno de los

    estallidos se ha producido un enca-rrilamiento institucional cuyo canalprincipal han sido las elecciones.

    La autonoma ciudadana y su presen-cia directa, desde el corte de rutasal asamblesmo, constituyen un datopermanente del formato poltico, ha-cia el que parecen evolucionar nues-tras sociedades. No se trata tan solode la opinin pblica omnipresentey de los estallidos espordicos. Juntocon la reproduccin permanente dela legitimidad poltica, que conllevael riesgo del descrdito de los repre-sentantes ms all de los plazos lega-les de sus mandatos, han emergidoformas de presencia ciudadana direc-ta. stas esgrimen una suerte de au-torrepresentacin que, sin descono-cer la representacin institucional,se manifiesta con independencia deella. En ese sentido, puede conside-rarse que el campo de la representa-cin se ha ampliado.

    La actual evolucin poltica de lospases de la regin incluye la persis-tencia de un dficit republicano, deelaboracin de un marco legal y decostumbres en el que se desarrolle lademocracia. Sin embargo, el proble-ma de la renovacin institucional nose limita a Amrica Latina. Deberaincluir entre sus tpicos reformasque generen un marco institucional

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    10. En los departamentos de La Paz y Cocha-bamba, donde Morales obtuvo su mayor respal-do, fueron elegidos prefectos de la oposicin.

  • acorde con esta presencia ciudada-na indita, incluyendo la flexibili-dad en la duracin de los mandatos(caracterstica de las formas semi-presidencialistas), as como meca-nismos de consulta ciudadana y re-ferndum.

    Los liderazgos de popularidad y el futuro de la democracia

    Es necesario, antes que nada, aclarara qu aludimos con la expresin l-deres de popularidad. Se trata dealgo diferente de los liderazgos po-pulistas del pasado, no solo porqueemergen del voto ciudadano y sesometen regularmente a la renova-cin de mandato, sino porque ejer-cen el poder en sociedades donderigen las libertades pblicas. El vncu-lo poltico del que deriva su poderes tambin sustancialmente distin-to: no se conforma una masa deseguidores y, en general, no dispo-nen de soportes corporativos leales,como ocurra antes11. En lugar de lamasa homogeneizada, los nuevos l-deres de popularidad se apoyan enuna ciudadana de expresin mlti-ple. El elemento comn entre el pue-blo populista y la ciudadana contem-pornea, al menos en su estadio deopinin pblica, es la existencia de unvnculo directo con el lder. Pero aqutambin hay una diferencia: en el pa-sado este vnculo tena la intensidadpoltica provista por la experienciade la reunin pblica, algo que aho-ra es infrecuente o inexistente.

    Los actuales liderazgos de populari-dad no cuentan con seguidores imbui-dos de la entrega hacia el lder caris-mtico. A veces, el lder expresa unreclamo postergado; con ms frecuen-cia, un rechazo; y, ms vagamente, unmalestar social. En todos los casos, es-t llamado a suplir una vacancia en larepresentacin. Algunos emergieroncomo expresin de la marginacin y laexclusin social y, luego de alcanzar elpoder, enfrentan el desafo de empren-der una reorganizacin social: es el ca-so de Evo Morales y de Hugo Chvez.Otros, como Kirchner y probablementeAlan Garca, son resultado del temor oel descrdito de sus adversarios: fue-ron beneficiarios del voto rechazo ysobre esa base pueden construir unapopularidad, a travs de la accin degobierno; su sustento, sin embargo,tambin es heterogneo.

    Lderes de popularidad son, enton-ces, aquellos que estn sostenidos enla opinin pblica por una relacindirecta con ella, que han ganadoelecciones o son competitivos enellas. En algunos casos, han tenidoun sustento social u organizacionaldefinido: Lula en los sindicatos delABC paulista, Morales en las organi-zaciones cocaleras y Chvez en los

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    11. Por cierto, como se ha indicado, algunosnuevos lderes, como Chvez o Morales, tieneno procuran dotarse de redes organizaciona-les. Sin embargo, incluso en estos casos parecepersistir la fragmentacin de sus sostenes insti-tucionales. Su popularidad, adems, excedeampliamente esos apoyos.

  • sectores pobres de Venezuela. Con eltiempo, sin embargo, se vieron obli-gados a constituir una fuerza nacio-nal y asegurarse capacidades de go-bierno. Esto ha hecho que el peso delas bases sociales y organizacionalesen el mantenimiento de su populari-dad haya ido declinando12. En esesentido, el camino para sostener unliderazgo de popularidad nacionalsupone, en alguna medida, el aban-dono de la marca particularista deorigen en provecho de convocatoriasms universalistas, capaces de crearuna identificacin diferencial quepermita constituir mayoras electora-les. Por cierto, en algunos casos lascoaliciones polticas formales elFrente Amplio en Uruguay, la Con-certacin en Chile o la coalicin go-bernante en Brasil generan unarestriccin al poder presidencial yconstituyen un lmite al liderazgopersonalista.

    Los liderazgos nacionales se desen-vuelven en un escenario privilegia-do: la competencia en la carrera pre-sidencial. Es a partir de ellos que seconfiguran la escena poltica y el sis-tema de partidos, que suelen variarde una eleccin a otra. El debilita-miento de las identidades polticastradicionales se ha mostrado propiciopara que se produzcan realineamien-tos en torno de los candidatos princi-pales. Las recientes elecciones mexi-canas, por ejemplo, mostraron ciertadesagregacin del Partido Revolucio-nario Institucional (PRI) en favor de

    los partidos ms competitivos. stees tambin el caso del peronismo y elradicalismo en Argentina en vistas alas elecciones de 2007.

    El presidencialismo, en consecuencia,ha sido un formato activador y reno-vador de la competencia poltica. Sinembargo, la expansin de los lideraz-gos de personalidad plantea proble-mas ciertos en cuanto a la evolucinfutura de los regmenes democrticoslatinoamericanos. La desinstituciona-lizacin alcanza no solo a los partidospolticos, que se desagregan, y a lasinstancias representativas, que sedebilitan. Con frecuencia impactatambin en la justicia y en las esferasadministrativas del Estado. En esecontexto, la creciente concentracinde poder en el lder abre la posibili-dad para decisiones arbitrarias, yaque a la debilidad o ausencia de unpartido al que dar cuenta se suma laprecariedad de las instituciones decontralor administrativo o de las ins-tancias judiciales.

    Pero no se trata solo de la omnipo-tencia de la funcin presidencial. Laconcentracin de poder generalmen-te est acompaada de un empobre-cimiento del debate pblico. El go-bierno se ve poco incitado a exponersus argumentos y a tomar en cuentalas crticas y las reacciones ciudadanas,y sus decisiones no suelen madurarse

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    12. Quizs la excepcin sea Venezuela, dondela polarizacin social parece persistente.

  • en un proceso de deliberacin. Con elpoder concentrado en sus manos, lospresidentes suelen decidir por sor-presa y buscar la adhesin ciudadanaa sus actos de gobierno solo despusde haberlos anunciado.

    Pero, al mismo tiempo, los presiden-tes adolecen de una gran debilidad,pues sus condiciones de emergenciason las de la democracia inmedia-ta13. La ciudadana, cada vez ms au-tnoma, tiene tambin identificacio-nes ms cambiantes, tanto en relacincon sus pertenencias corporativas co-mo en su adhesin a un lder. Como seha sealado, uno de los rasgos domi-nantes de la evolucin poltica con-tempornea es la expansin del espa-cio pblico y la multiplicacin de lasvoces virtuales y reales que se cruzan

    en l, de las cuales los gobernantes nopueden sustraerse. Estos lderes emer-gentes, estos presidentes de poderconcentrado, no pueden constituir es-tructuras hegemnicas porque tam-bin se hallan sometidos al veredictode la opinin, anticipo de los resulta-dos electorales. En ocasiones, estnexpuestos adems a estallidos de des-contento que pueden forzarlos a ale-jarse del poder prematuramente.

    El desafo para las nuevas democra-cias, y probablemente tambin paralas antiguas, es cmo consolidar unmarco institucional que evite unaexcesiva concentracin de poder, ycmo adaptar las instituciones repre-sentativas a la irreversible mutacinque se ha producido en la vida polti-ca de nuestras sociedades.

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    13. Dominique Schnapper: La democracia providencial, Homo Sapiens, Rosario, 2004.