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EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO (Y DE LA REALIDAD)

Friedrich Nietzsche es, sin duda, uno de los filósofos más originales e influyentes de la historia.

Su filosofía es vitalista, pues coloca a la vida en el centro de sus reflexiones ontológicas y

antropológicas. Para el pensador alemán, la vida es el valor supremo, es una fuerza primitiva y

esencial que está presente en todo lo real. Por lo tanto, no se trata de la vida entendida en un sentido

meramente biológico, como proceso vital, sino comprendida en un sentido amplio u ontológico,

como fuerza o energía fundamental y básica presente en la realidad. Como energía, la vida es

siempre dinámica, se halla en constante tensión, cambio o lucha, y además es un elemento

contradictorio: por un lado, Nietzsche la concibe como fuerza creadora y, a la vez, como fuerza

destructora. Como veremos más adelante, esta energía o fuerza que denominamos vida se identifica

con otro concepto básico del pensamiento de Nietzsche: voluntad de poder.

a) La crítica a la metafísica tradicional

La filosofía de Nietzsche debe entenderse fundamentalmente como una crítica a la filosofía

occidental, una confrontación explícita y genérica con la totalidad de esa historia al considerarla la

“historia de un error”. El planteamiento del filósofo alemán se caracteriza, pues, por su radicalidad.

En realidad, Nietzsche no cuestionó solo la filosofía, sino la cultura occidental en su conjunto (arte,

religión, ciencia, moral, política...). El pensador alemán critica sobre todo los valores en los que la

cultura occidental se ha sustentado, pues los considera valores anti-vitales, valores que encierran un

resentimiento radical hacia la vida, por eso califica a dicha cultura como decadente.

La crítica a la filosofía se extiende a todas sus disciplinas: metafísica, teoría del conocimiento,

ética, antropología, estética... En este apartado vamos a centrarnos en la crítica a la metafísica, que

constituye el fundamento del resto de críticas.

Según la interpretación de Nietzsche, la decadencia de la filosofía occidental arrancó con

Sócrates y Platón. Estos filósofos griegos establecieron las tesis ontológicas fundamentales que la

filosofía posterior (la medieval y también la moderna) mantuvieron vigentes sin cambios

significativos. El platonismo o la filosofía dogmática, términos sinónimos para nuestro autor, se

muestran, pues, como el objeto prioritario de la crítica de Nietzsche.

¿Cuáles fueron los errores del platonismo? Básicamente los siguientes:

1º. La metafísica tradicional se asienta en un error fundamental: la creencia en la antítesis de los

valores. Los filósofos dogmáticos han creído siempre que las cosas de valor supremo tenían un

origen distinto, propio, que en absoluto podía localizarse en el mundo empírico, terrenal y efímero,

sino que debían venir directamente de “otro mundo” (mundo divino...). Para poder justificar dicha

tesis, los filósofos tuvieron que escindir la realidad en dos, defendiendo así una interpretación

dualista de la realidad, como se ve claramente en la filosofía platónica con la oposición mundo de

las Ideas-mundo empírico.

2ª Este dualismo ontológico no implicó solo escindir la realidad en dos. Lo más grave, a juicio

de Nietzsche, es la valoración que supuso. El mundo suprasensible se convirtió en el mundo

verdadero, en la auténtica realidad. Por el contrario, el mundo sensible pasa a ser considerado

como un mundo aparente, por lo tanto, una realidad imperfecta. Además, el mundo verdadero se

considera el fundamento explicativo del mundo sensible, que muestra así un evidente carácter

derivado o secundario.

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3ª. La ontología tradicional es estática porque considera al ser como algo fijo, inmutable. Ello

implica despreciar el cambio, el devenir, la transformación…, atributos definitorios del mundo

sensible, del mundo de la vida. Por eso, Nietzsche considera que la filosofía tradicional es una

filosofía resentida con la vida, una filosofía anti-vital, pues considera que la tarea del hombre es

buscar y llegar a la auténtica realidad (Mundo de las Ideas, paraíso cristiano...), una realidad que

está fuera del tiempo y del mundo terrenal. Pero recurrir a un mundo suprasensible supone, como ya

se ha dicho, una reacción anti-vital, una negación de la vida, una venganza contra la naturaleza,

propia de espíritus ruines que odian la vida, un producto del resentimiento, de seres débiles

incapaces de aceptar el constante devenir y transformación de la vida, su carácter contradictorio e

irracional.

4º Además de estática, la ontología clásica es racionalista. El mundo verdadero, la auténtica

realidad al ser suprasensible no puede conocerse mediante los sentidos. Eso explica, en opinión de

Nietzsche, que la filosofía occidental haya considerado habitualmente al conocimiento empírico

como un conocimiento poco fiable, como fuente de errores y engaños. Un conocimiento, en suma,

que nos pone en contacto con una realidad aparente y falsa, impidiéndonos conocer el mundo

verdadero. Esta actitud racionalista se ve, por ejemplo, en el platonismo con su condena del

conocimiento sensible vinculado al mundo de las sombras, a la caverna y al nivel inferior de

conocimiento (la opinión o doxa). Igualmente, Descartes, al fundar la filosofía moderna, consideró

el conocimiento racional como el único capaz de establecer conocimientos evidentes y de permitir

al hombre conocer el auténtico ser de lo real. La duda metódica cuestionó, en primer lugar, el

conocimiento sensible como fuente de error y engaño....

En definitiva, este racionalismo ontológico, que tendrá consecuencias decisivas en la teoría del

conocimiento, en la ética y en la antropología de la filosofía occidental, privilegia a la racionalidad

como facultad de conocimiento, al considerarla el instrumento adecuado, en verdad único, que

permite conocer la auténtica realidad (fija, inmutable, eterna…) y, de este modo, escapar del mundo

empírico (mundo aparente, falso).

Para el autor de Así habló Zaratustra, esta interpretación de la realidad no existió desde siempre.

Los griegos antiguos (los filósofos presocráticos) comprendieron bien la constitución contradictoria

de la realidad y la expresaron en la tragedia como género literario y teatral (oposición entre lo

apolíneo y lo dionisíaco…). Sin embargo, fue a partir de Sócrates cuando esa percepción trágica de

la vida quedó paulatinamente olvidada y sepultada bajo el triunfo de la interpretación racionalista de

la realidad (el triunfo de Apolo). El maestro de Platón habría sido el inventor del hombre racional,

invención heredada después por la filosofía platónica y el cristianismo, que consolidó la traición a

la vida terrenal.

La razón busca el control y la fijación de lo vital, comete el atentado de aprisionar y detener el

torrente, el flujo constante de la vida. El intento de apresar lo que es la vida en los conceptos es

inútil, pues la vida no cabe en ellos, la vida es puro devenir y desborda todo intento de la razón por

comprenderla y explicarla. La vida es pasión, es instinto, es fuerza impulsiva, es, en definitiva,

voluntad de poder. La razón no puede detener ese flujo constante. Cuando intenta explicar mediante

conceptos qué es la vida está ya falsificando ese carácter dinámico y, en última instancia, irracional

de la vida misma, que escapa a todo intento de comprensión teórico-conceptual.

El vitalismo de Nietzsche le llevó, pues, a negar radicalmente el dualismo ontológico de la

filosofía occidental. Para él, la realidad es exclusivamente el mundo terrenal. El mundo

suprasensible no es más que una ilusión, una ficción, una fantasía construida como negación del

mundo sensible. De este modo, el filósofo alemán invierte el planeamiento clásico: ahora el mundo

terrenal, empírico pasa a ser la verdadera y auténtica realidad. Por el contrario, el mundo

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suprasensible de la filosofía tradicional queda desenmascarado como una ilusión, como una

fantasía, como un mundo aparente fruto del resentimiento hacia la vida.

b) La voluntad de poder y el eterno retorno de lo mismo

A pesar de la fama que otorgó a Nietzsche su ácida y radical crítica de la metafísica tradicional,

sin embargo, su obra no se limitó ni mucho menos a esa fase destructiva, que él denominó filosofía

del martillazo. Una vez superada su etapa nihilista, el pensador alemán entró en su fase

constructiva, recogida en su obra más importante Así habló Zaratustra. En ella encontramos

desarrolladas sus propuestas ontológicas y antropológicas, alternativas a las de la filosofía

tradicional. Dos ideas son básicas en la ontología vitalista de Nietzsche: la voluntad de poder y el

eterno retorno de lo mismo.

1º. La voluntad de poder: se ha considerado habitualmente que la comprensión voluntarista de

la realidad la tomó Nietzsche de su principal fuente filosófica: Arthur Schopenhauer, que

inspirándose en el pensamiento oriental de los brahmanes sostuvo que el universo era gobernado

por una vasta voluntad ciega, una fuerza primitiva imposible de ser dominada por la razón o

expresada conceptualmente. Esa incapacidad de la razón, llevó a Schopenhauer a elaborar una

filosofía pesimista. Sin embargo, Nietzsche modificará sustancialmente esa interpretación

ontológica. Ciertamente, acepta que el fondo del mundo es la voluntad, pero la voluntad entendida

no como simple deseo, sino como afirmación. La voluntad es voluntad de poder, búsqueda

incesante de poder. El deseo no tiene y busca, mientras que el poder pone lo que tiene, es decir, se

pone a sí mismo. La voluntad de poder es un querer que sigue una lógica propia, expansiva y sin fin

de acuerdo con la siguiente secuencia: quiero, quiero-querer, quiero-querer-más… Se trata de una

voluntad afirmativa, que se extiende de modo universal y es siempre creciente. Una voluntad que

quiere más y, en última instancia, lo quiere todo.

En definitiva, la voluntad de poder alude al conjunto de fuerzas y energías que constituyen

primariamente la realidad y la vida. La constante lucha y oposición de dichas fuerzas imprime a la

realidad su carácter dinámico, como ya estableciese Heráclito, y es, en último término, la

responsable de todos sus fenómenos. Todos los fenómenos vitales, por ejemplo, el arte, son

expresión de la voluntad de poder.

Para dejar establecido el carácter ontológico del término es necesario evitar algunas

interpretaciones erróneas:

1º. No designa una cualidad humana, no debe entenderse en sentido antropológico. En todo

hombre hay voluntad de poder, pero ésta no le pertenece a él. La voluntad de poder no es ninguna

facultad de la persona o del yo. No es el yo el que pone el querer, sino al revés, el querer es el que

pone al yo. Los hombres pueden elegir qué desean y qué quieren, pero no pueden elegir desear y

querer ser más en cada momento. La voluntad de poder domina y dirige sus vidas.

2º. Como fuerza o impulso irracional y ciego, la voluntad de poder no puede interpretarse en

clave teleológica. No persigue ningún fin expreso o consciente que una vez alcanzado significase su

fin o agotamiento. La voluntad de poder se quiere a sí misma, busca su continua afirmación y

crecimiento en un proceso continuo e infinito.

2º. El eterno retorno de lo mismo: el pensamiento del eterno retorno fue considerado por el

propio Nietzsche como su pensamiento más profundo. No es fácil expresarlo y ha sido interpretado

de diferentes maneras.

Para Nietzsche, el eterno retorno de lo mismo significa que todo vuelve a ocurrir como ya

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ocurrió, una y otra vez. Dado que la fuerza del mundo es finita y el tiempo infinito, todo se vuelve a

combinar de la misma manera que ya se combinó en innumerables ocasiones. Con esta idea del

eterno retorno, el pensador alemán estaba reivindicando la interpretación cíclica del tiempo y de la

historia propia del antiguo mundo griego, que habría sido sepultada por la comprensión lineal

defendida por el cristianismo.

Nietzsche concedió muchísima importancia a esta idea del eterno retorno y mostró su desprecio

por quienes intentasen demostrar con argumentos racionales o científicos su falsedad. En el fondo,

no le importaba tanto que el eterno retorno ocurriera realmente, lo decisivo para él era querer que

ocurra y ser capaces de vivir asumiendo ese querer.

¿Por qué es tan importante esta idea? Sencillamente porque con ella Nietzsche recupera la visión

trágica de la realidad del mundo presocrático y, sobre todo, porque consigue compatibilizar de un

modo absolutamente novedoso las nociones de finitud y eternidad que la filosofía cristiana

consideró opuestas. Asumir el eterno retorno y vivir con ello implica asumir que cada instante de la

existencia es eterno, pues se repetirá una y mil veces. Pero asumir esa idea es también, como nos

advierte Nietzsche, algo terrible y dramático, que no todo hombre puede soportar porque implica,

por ejemplo, aceptar que todo lo trágico y doloroso de la vida se va a repetir una y otra vez,

igualmente implica dotar al instante de un valor supremo, dada su eternidad y su repetición, lo que

coloca al hombre en el compromiso de valorarlo y aprovecharlo al máximo. Cada instante de la vida

se vuelve, pues, precioso No hay un mundo sobrenatural, un cielo donde la dimensión trágica de la

vida quede anulada o superada. Por eso, solamente el superhombre será capaz de asumir el eterno

retorno y hacerlo con alegría, siendo capaz de aceptar el dolor y el sufrimiento pero, a la vez, de

exaltar la vida y de querer cada vez más vida.

EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

a) La crítica a la teoría del conocimiento tradicional

La concepción estática de la realidad, propia de la metafísica tradicional, conlleva un modo muy

determinado de entender el conocimiento y el lenguaje humano, que serán objeto de la crítica de

Nietzsche. El desprecio de la filosofía dogmática hacia la vida se ha manifestado también en su

teoría del conocimiento. Los filósofos han aceptado como algo evidente e incuestionable la

posibilidad de alcanzar un conocimiento verdadero de la auténtica realidad, considerando la

racionalidad como el instrumento adecuado para lograr tal conocimiento. Solo la razón es capaz de

proporcionar un conocimiento universal, necesario y objetivo, un conocimiento que nos permite

acceder a la verdadera esencia de las cosas (por ejemplo, saber qué son y cómo son las Ideas

platónicas…). Ahora bien, este planteamiento implica un absoluto desconocimiento de la naturaleza

dinámica de la realidad, dominada por la voluntad de poder. Dado que no hay mundo verdadero, si

queremos hablar de conocimiento tendremos que asumir su inevitable carácter relativo, subjetivo y

cambiante ya que “todo el conocimiento humano es una mera interpretación del mundo, que

depende de la perspectiva vital en la que se encuentra el individuo que la crea”. Por lo tanto, lo

único que en verdad hay son perspectivas, interpretaciones, es decir, puntos de vista distintos

acerca de la realidad dinámica (esta idea influirá decisivamente en Ortega y Gasset…).

La crítica de Nietzsche a la teoría del conocimiento tradicional desemboca en una crítica al

lenguaje. La filosofía, en cuanto conocimiento intersubjetivo, se expresa a través de conceptos y

categorías lingüísticas. El lenguaje tradicional no es un lenguaje inocente o neutral. Es un lenguaje

que está estrechamente vinculado a la ontología tradicional (dualista, estática…), por lo tanto, un

lenguaje a través del cual se articula y expresa el resentimiento hacia la vida propio de la cultura

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occidental. ¿Qué características definen al lenguaje tradicional? Según Nietzsche,

fundamentalmente una: ser un lenguaje conceptual. El concepto es la categoría lingüística

fundamental que nos trasmite la imagen verdadera de la realidad. Pero, ¿qué es un concepto? Una

palabra que puede aplicarse a una multiplicidad de entes concretos y singulares. Todo concepto, por

definición, es universal (así, los conceptos hombre, mesa, animal, rojo…). El concepto, como ya

explicasen Aristóteles y Tomás de Aquino, se forma prescindiendo de las diferencias individuales

de las cosas concretas. Y esto es justamente lo que a Nietzsche le resulta inaceptable. En Sobre

verdad y mentira en sentido extramoral, rechaza la validez del lenguaje conceptual, pues anula las

diferencias reales de las cosas existentes, iguala lo que no es igual (no hay dos seres humanos

iguales, dos árboles iguales…) y de este modo falsifica el carácter de la realidad al dar de ella una

visión homogénea, fija, atemporal, estable…. El lenguaje conceptual es, por consiguiente, un

lenguaje arbitrario, un lenguaje que atenta contra el devenir, el cambio, la multiplicidad, la

individualidad…, una herramienta que disfraza la realidad para vencer la angustia y el miedo que

los hombres débiles experimentan ante la idea de que dicha realidad pueda ser desordenada, caótica,

irracional, contradictoria.

Vinculada a la crítica a la teoría del conocimiento y al lenguaje se encuentra el rechazo de

Nietzsche a la idea tradicional de verdad, entendida como correspondencia o adecuación entre

lenguaje y realidad. Para la filosofía dogmática, la verdad se da en el lenguaje (en los enunciados o

juicios) cuando lo que éste afirma concuerda con el modo de ser, la esencia de las cosas. Entonces,

el lenguaje es entendido como una especie de espejo que refleja cómo son verdaderamente las

cosas. Por eso al lenguaje tradicional conceptual, Nietzsche lo denomina también lenguaje

representativo y esencialista, porque se parte de la base de que los conceptos “representan” la

realidad, nos desvelan o manifiestan su verdadera esencia. Esta crítica sirve también para cuestionar

la validez de la verdad científica, que pretende ser objetiva, única, legitimada por los hechos…

Nietzsche ataca el cientifismo de su época pues considera que la ciencia deja fuera los aspectos más

fundamentales de la vida por no ser expresables matemáticamente, por no poder cuantificarse, por

ejemplo, las pasiones, el amor, la creatividad. Las ciencias matan, según el pensador alemán, la

potencia creadora y la intuición humanas. Las verdades entendidas en su sentido tradicional no son

otra cosa que un conjunto de generalizaciones o ilusiones afianzadas por la tradición y el tiempo.

Así, por ejemplo, se considera verdad que el hombre es “un animal racional” (definición

conceptual), pero Nietzsche se pregunta: ¿vale también esa definición para el perturbado, para el

hombre enamorado o para el artista pasional...?, ¿acaso no son éstos también hombres?

En definitiva, lo que pretende demostrar Nietzsche es la íntima dependencia del lenguaje

conceptual y de la noción clásica de verdad con la ontología tradicional. Ahora bien, dado que esta

interpretación de la realidad es errónea, entonces aquel lenguaje y aquella verdad se revelan

igualmente como errores, como formas del resentimiento ante la vida.

b) Lenguaje y verdad

Nietzsche no se limitó a criticar la teoría del conocimiento de la filosofía occidental. En sus

obras encontramos una interpretación del lenguaje y de la verdad original y coherente con su

pensamiento vitalista y su interpretación dinámica de la realidad.

Dado el dinamismo de la realidad, hay que aceptar que no existen esencias inmutables,

universales y eternas. Por eso, el lenguaje conceptual no es válido para apresar ese dinamismo

ontológico. No es posible que la misma palabra sirva para designar adecuadamente dos objetos o

realidades distintas porque si define adecuadamente una, entonces no puede hacer lo mismo con la

otra. La alternativa deberá ser un lenguaje metafórico, simbólico, aforístico. La metáfora y el arte

son más adecuados para captar y expresar la realidad que el concepto que paraliza y mata la vida.

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La lógica y la razón no son objetivas, son invenciones humanas que intentan dar una visión regular,

ordenada y racional de la realidad, pero ésta es, por definición, irracional, contradictoria dado que

está dominada por la voluntad de poder. Por todo ello, no es de extrañar que Nietzsche considerase

el uso del lenguaje como un comportamiento estético. Cada individuo debe interpretar la realidad

desde su perspectiva y usar un lenguaje que la exprese, que necesariamente habrá de ser subjetivo-

relativo y temporal (pues la realidad cambia constantemente y con ella nuestra perspectiva...). Todo

ello es, lógicamente, aplicable a la noción de verdad. No existen verdades absolutas, universales y

eternas. La verdad es, por definición, efímera y cambiante, relativa y plural. Habrá tantas verdades

como perspectivas. Como dijo Nietzsche, “no hay hechos, solo interpretaciones”. No tiene sentido

disputar acerca de qué interpretación es más verdadera y real. Todas los son, excepto aquella que

pretenda ser única e imponerse a las demás...