a la mamá de maikel, por su ternura y agudeza con los ... · impreso en venezuela por: ... la...

A la mamá de Maikel,

por su ternura y agudeza con los niños.

A Dani y a Dani, es decir, al sobrino y a un amiguito

muy, pero muy simpático.

mamaique y coco:las visitas del hada... 27/04/2010 11:00 a.m. Página 1

Hugo Rafael Chávez FríasComandante Presidentede la República Bolivariana de Venezuela

Ing. Héctor Navarro DíazMinistro del Poder Popular para la Educación

JUNTA ADMINISTRADORA IPASMEProf. Favio Manuel Quijada Saldo / Presidente

Prof. José Alberto Delgado / Vice-presidente

Prof. Pedro Miguel Sampson Williams / Secretario

Fondo Editorial IPASMELic. José Gregorio Linares / Presidente

TITULO: “Mamaíque y Cocó”Autora: Enid VianDepósito Legal: If6512010800900 ISBN: 978-980-401-046-0Impreso en Venezuela por: Gama Color Editores C.A.3.000 ejemplares Caracas, febrero 2010

Diseño Gráfico y montaje: Elia Gallegos S.Ilustraciones: Douglas Muñoz.Corrección: Luis Darío Bernal Pinilla

Coordinación de Producción: Luis Durán

Sede FEI: Final Calle Chile con Av. Presidente Medina,Locales IPASME, Urb. Las Acacias, Municipio Libertador, Distrito Capital,Caracas, VenezuelaTeléfono: 0212.633.53.30E-mail: [email protected]ágina Web: http://fondoeditorialipasme.wordpress.com


Mamaique

y Coco

enid vian

ilustraciones

douglas munoz


Mamaique Aparece

Aquel día el cielo estaba completamente rosado, como las mejillas del bebé

de Maruja, cuando algún majadero se las pellizca; y Dani no hacía otra cosa

que repetir:

- ¡Mamaaaaaaa! ¡Quiero a mi mamá! ¡Mamiiiiii!

- No, no, no, no; mamá, no, Mamaíque. A la señora que te cuidará la llaman

Mamaíque, le explicó el diminuto abuelo Nonó que, según pasaba el tiempo,

se iba encogiendo más y más. Se encogió tanto, que podía sentarse en el si -

llón del orinalito de Dani y le sobraba parte del orinalito.

- ¡Yo quiero a mi mamá! Insistía Dani-, a mi mamá. ¡Guaaaaa!.

Y se echaba a llorar. A veces con guaaaaa de guagua; y a veces con beeeeee

de ternero. Dependía de la cantidad de aire que tuviera en los pulmones.

- ¡Beeee! o ¡Guaaaaaa! – gritaba a toda voz. Chachi, el hermano mayor de

Dani, se puso un sombrero con cascabeles sobre su cabeza rapada y empezó

a moverse como un flan en las manos de la abuela Serenita; mientras Celia,5


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la doctora de la Policlínica, que venía siempre a ver el paisaje de las her-

mosas amígdalas de Dani, tocaba un maletín de madera que repiqueteaba:

- Priquitipá, priquitipá.

Además, Conene, una vecina muy alegre, que provenía de Júcaro, hacía sonar

platillos hechos con el latón con que se arman los depósitos de basura… en

Júcaro.

- Tromp-pracatán, croch, tilín.

- ¡Qué bien suenan las tres cosas! ¡La maleta!!Los cascabeles!!Y los latones

de basura! – exclamó Chachi, y miró de reojo a Dani.

Pero Dani siguió gritando:

- ¡Yo quiero a mi mamaaaaaá! ¡Mamiiiii! - a veces finalizando en a y a veces

en i.

- ¡Ah! ¡Mira esto, Dani!-le propuso la abuela Serenita Pascual- ¿Sabes que

tengo aquí detrás de mi faldón?.


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- No sé…beeee -berreó Dani.

- ¿Cómo? ¡Un nieto de Serenita Pascual nunca se

rinde! A ver , ¿Qué tengo aquí detrás?

- ¡Allí?

- Sí, aquí detrás, a mis espaldas.

- ¡Ya sé!

- ¿Qué?

- El pupu.

- ¿A qué te refieres con el pupu? - preguntó la abuela.

La tía Rita escuchó la duda de la abuela e intervino:

- Mira el pajarito, abuela. ¡Míralo bien! No lo dejes de mirar hasta que yo

te avise. Y tú, Dani, vas a ir a casa de Mamaíque -añadió con mucho

aplomo la tía Rita.


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- Sí, Dani, olvídate del pupu -añadió Serenita-; tu mami no está y tu papi se

fue de viaje. Tu mami…!Ah! ¡Te la recordé!

- ¡Mamaaaaá! ¡Mamiiii!

- Deja de gritar, Dani. A ver, dime por fin que tengo detrás de mí.

- ¡Ya sé!

- ¿Qué es?

- Una mamacita.

- No, no es una mamacita, es un chocolate del tamaño de una…

- ¡Una avioneta! - precisó Dani, pasándose la lengua por los labios.

- ¿Cómo es eso? ¿Y dónde vas a parquear ese chocolate, a ver? Por suerte

este es del tamaño de una …

- ¡Casa! -completó Dani sin titubear.

- ¡Cómo casa! Con portal, jardín y garaje, ¿no? Pues, no sé cómo podrías evi-

tar que se te derrita la casa -dijo Serenita.


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- ¡Guaaaa! -se quejó Dani-. Yo quiero un chocolate del tamaño de un …

de un…

- Bombón. Eso es lo razonable -afirmó Serenita- !Un bombón¡

La abuela le secó la cara a Dani con la punta del delantal rematado en

rojo, por cierto algo grasiento, y añadió:

- Ese insignificante bombón será todo para ti, si vas a vestirte ya, ahora

mismo.

Aquel día de cielo sonrosado, después de saborear el chocolate, Dani se

empezó a vestir solito: la camisa al revés, el short colgando de la cintura,

las medias enrolladas y los cordones de los tenis sueltos.

- ¡Ya! ¡Me vestí rápido! -afirmó Dani al terminar.

Chachi, sólo para oírlo disparatear, le dijo :

- ¿En cuanto tiempo? A ver , cuenta los minutos.

- uno, dos…- empezó Dani.


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- Muy bien -aprobó Chachi.

Y Dani continuó:

- Quince, treintidieciseis, treintidiecisiete, veinte.

- Perfecto, Dani, sigue hasta el novecientos uno o el novecientos dos -concluyó

Chachi.

Sin hacer mucho caso de Chachi, Dani descendió por las escaleras que

daban a la acera. Por cierto, hay que aclarar que las escaleras son de tomate

para que nadie baje y se mate.

- Espera, espera -advirtió tía Rita- yo te voy a ayudar a vestir. Así no puedes

salir a la calle.

Entonces Dani subió de nuevo las escaleras, que, por supuesto, son de marfil

para que Dani pueda subir.

- ¡Arriba! -alertó Rita que vamos a llegar tarde.

- ¿A do,? -preguntó Dani a media lengua.


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Porque, últimamente, cuando Dani se ponía nervioso no hablaba de forma

correcta, como le habían enseñado su mamá, tía Rita, abuelo Nonó, Serenita

y su viajero papá. Así que insistió:

- ¿A do, tía, a do?

- Tu querrás decir a dónde.

- Sí, ¿a do va?

- Pero, ¿quién te enseñó castellano antiguo? -preguntó Rita admirada..

- No sé. ¿Qué es antiguo? ¿Tú eres antigua?

- ¿Yo? ¿Antigua yo? Antiguo es ese arroz que guardó tu abuelo en el refri -

gerador hace tres semanas y dos días.

- ¿Nonó?

Sí, sí. Y, arriba, vamos a casa de Mamaíque, pareces un niñito.

- Yo soy un niñito.


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- Sí, pero pareces un niñito de dos años. Y, ¿sabes una cosa? Ya tienes cuatro

años cumplidos. ¡Ya casi eres antiguo! ¡Empieza a caminar! ¡Vamos con Ma-

maíque!

- ¡ Mamaíque no! -reiteró Dani-, no y no.

- Oye, estarás bien. ¡Ya verás!

- ¿Y mi ma?

- Estarás requetebien, te dije.

- ¡Yo quiero…¡

- La tía Rita miró a su alrededor para pedir algo así como auxilio; pero como

no vio a nadie, se le ocurrió decir, mientras bajaba las escaleras junto a Dani:

- La perrita pequinesa de la vecina te está oyendo.

- ¿La perrita? - preguntó.

- Sí, mira qué graciosa y elegante es.

- ¿Y cómo se llama?


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- Cocó Chanel

- ¿Cocó? ¿Y porqué se llama Cocó Chanel?

- Le pusieron así. Mira qué pelo más largo tiene. Además, sus ojazos son muy,

muy redondos.

- Sí; mira qué graciosa y elegante es.

- ¿Y cómo se llama?

- Cocó Chanel.

-¿Cocó? ¿Y por qué se llama Cocó Chanel?

-Le pusieron así. Mira qué pelo más largo tiene. Además, sus ojazos son muy,

muy redondos.

-¿Y por qué tiene pelo largo y ojazos redondos?

-Bueno, supongo que sería peor que tuviera pelo redondo y ojazos largos,

¿no crees?

-Oká -respondió Dani, imitando la forma de hablar de Chachi.


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La tía observó que Dani se quedaba algo pensativo. Entonces le explicó mien-

tras avanzaban por la acera:

- Es la raza. Quiero decir, así son los pequineses.

- ¿Y por qué son pequineses?

- Porque no son berlineses ni franceses.

Después que se libró de contestar la pregunta, la tía Rita respiró aliviada.

Pero, al poco rato, Dani rompió el silencio:

- ¿De que raza es Mamaíque? -preguntó-. ¿Mamaíque es pequinesa?

Había algunas dudas de Dani que ni el abuelo Nonó, ni Chachi, ni Celia, ni

Conene podían responder con exactitud. Por eso preferían -en el mismo mo-

mento en que las hacía- comentar algo así como que el pan tenía harina o

que el trabajo daba trabajo. A veces se referían al tiempo. Era más o menos

así. Serenita preguntaba: “¿Está lloviendo?” Y Nonó respondía Chin-chin, la

lluvia cayó; ella juega conmigo y con ella yo”.


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Lo de hablar sobre el tiempo, casi siempre era un lío. Un día la doctora Celia

comentó:

- Pues sí; hay un ciclón próximo a la península de Guanahacabiles.

- ¿Y por qué? -preguntó enseguida Dani-, ¿por qué Guabibes?

Entonces, Nonó se rascó la cabeza, Chachi salió corriendo, Celia dijo que

tenía que atender a un enfermo, Conene se fue para la bodega a hacer la

fila del café y la abuela Serenita le dijo que se lo explicaría cuando la rana

del charco criara pelos como los de Cocó Chanel.

La tía Rita trataba de aclarar las cosas cuando podía. Así es que cuando

Dani se interesó por saber a qué raza perruna pertenecía Mamaíque, le

explicó:

- Mamaíque pertenece a la raza humana. Es como tú y como yo. Un poco

más como yo que como tú. No, fíjate bien, no es de la raza pequinesa.

- ¿Y por qué?


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- ¡Mira el pajarito¡ -propuso la tía Rita-; pero miralo bien. ¡No te canses de

mirarlo hasta que yo te avise!

En cuanto apareció en el semáforo la luz roja, cruzaron la calle y se enca -

minaron hacia la avenida. Había algo de viento y los árboles del parque

parecían murmurar o, más bien, llamar a las personas muy bajito:

- Pssssss, pssssss.

Había un árbol con las hojas secas; otro, pelado; otro, peludo, uno lleno de

aserrín, aserrán, los maderos de San Juan; y otro a medio serruchar.

- Mira los árboles, Dani. ¿Te gustan?

- Sí; pero…, ¿por qué aquel árbol no es de chocolate? preguntó Dani.

- Bueno, después le preguntas a tu mamá, ¿eh? Tu mami… ¡Ah¡ ¡Vaya¡ ¡Ya te

la recordé¡ -agregó Rita al ver cómo se empezaba a deformar en una mueca

la cara de Dani.

-¡Yo quiero a mi mamá! ¡Mamiiiiiii!


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Mientras seguía andando –cuadras y cuadras- al lado de la tía Rita, Dani

continuó llamando a su mamá; pero en cuanto se acercaron a la calle de

Mamaíque, una especie de profundo sosiego azul se apoderó de los dos. El

cielo se tornó azul pálido; las hojas de los árboles, azul más intenso; el

césped, azul acero; y hasta la luz del semáforo dio un chispazo en azul.

Claro, hasta que Dani descubrió un puesto donde un anciano con un solo

pelo, vendía dulces de leche y coquitos.

Compre el coquito baratooooo.

Llévelo de la mata al platoooooo.

Llévelo, caserita,

Ahora y ahorita.

- Yo quier… -empezó a decir Dani.

- Ya sé. Aquí tienes uno de cada uno.


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Pero a dos pasos había un gordito con camisa a cuadros

que vendía turrones de maní con harina y aire. Pregonaba:

Pruebe un buen turrón aquí,

y le damos un premio

al que pesque el maníiiii.

- Yo quiero.

- Uno solo, ¿eh?

Pero dos pasos más adelante, había una señora llamada Paca P., que vendía

natilla con merengue.

- Yo quier… -empezó a decir Dani. Pero tía Rita afirmó de prisa:

- ¡Ya! ¡Por hoy es suficiente!

Caminaron unos pasos más y, ya más cerca de la casa de Mamaíque, au-

mentó la sensación de paz y tranquilidad. Ambos se sintieron como una nube;

o más bien como si saltaran de una nube a otra.


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- ¡Suaf! ¡Suaf!

Seguramente se sintieron así, porque en el jardín azul de Mamaíque había un

olor como a flan de piña y clavel dormido; y, además, una musiquita suave

como de violín, bandolina, flauta, dulcera tocada con palito, filarmónica y

liga como cuerda de guitarra improvisada y loca. Quizás también un poco

de órgano, corneta y flauta de Hamelín. Era algo así como:

- Suinnn, crispi, crispi, talín, fuín, clan.

Escuchando el concierto, todo se detuvo. Parecía que las personas y el paisaje

se iban a quedar así para siempre: Dani, con la boca cerrada, los árboles

con las hojas mudas, los vendedores sin pregón, la tía Rita sin conversación,

y los perros sin hacer pis en los postes de teléfono. Pero de pronto se escuchó

una voz melodiosa, alta y alegre que pronunció unas palabras parecidas a

una rumba: Quimbombó, quimbombó, misu, misu, quimbombó.

Así dicen que dijo Mamaíque. Y, casi de inmediato, un pequeño gato azul

con lazo a rayas fue corriendo al encuentro de la voz y del quimbombó,

que era su plato preferido. Entonces todo empezó a desperezarse:


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- ¡Miau¡ -maulló el gato.

- ¡Quiquiriquí! -secundó un gallo.

- ¡Beeee! -exclamó Dani.

Y se rompió el encanto de la música de violín, bandolina, flauta, dulcera to-

cada con palito, filarmónica y liga loca.

Ya a la puerta de Mamaíque, la tía saludó amable:

- Buenos días, Mamaíque, ¿cómo está usted?

Mamaíque miró a la tía con ojos negros, negros como sus pesares, negros

como el café negro y el negro, negro carbón; y a Dani le enseñó todos los

dientes, como si le abriera la tapa de un piano.

- ¡Adelante¡ -dijo Mamaíque- ¡Bienvenidos¡

- ¡Guaaaaa¡ ¡Mamaíque no! ¡Quiero a mi mamaaaaá¡

- Es justo -afirmó Mamaíque, arreglándose el moño-. Te comprendo, que -

rercito, una mamá siempre es una mamá. Aunque también casi siempre un

papá es un papá. ¿No crees?


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- Beeeee -apuntó Dani-, como aprobando las palabras de Mamaíque. Porque,

a decir verdad, el beeee de Dani esta vez fue un beeee debilito, como de

ternero a punto de dar su pata a torcer.

- Lo mismo le pasó a Compay Yukaoka cuando lo traje de Japón -puntualizó

Mamaíque.

- ¿Por qué lo trajiste de Japón? -preguntó con mucha curiosidad Dani.

- Porque en ese país fabrican los mejores ¿Robots?

- Sí, robot. Compay Yukaoka es un robot. Es todo de metal y tiene los ojos

enormes y rojos.

- ¡Mamiiii!

- Ya va, ya va. Pronto te diré dónde está tu mami. Te decía, preciosura, que

cuando le cargué las pilas a Compay Yukaoka se fue disparado directo a la

puerta de salida de la casa. ¡Suaf! Parecía una flecha -añadió Mamaíque-. Y

si no lo aguanto se va caminando hasta Japón, estoy segura, lindura. Pero él

se quedó y me ayuda muchísimo en todo. Ahora es un Robot Aplatanado.


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- ¿Por qué? -preguntó Dani.

- Pues, porque come plátanos verdes con aceite de máquina -explicó Ma-

maíque. Y agregó-: ¡Dale, Compay¡

Al escuchar la voz de Mamaíque, Compay Yukaoka se ajustó el sombrero

de yarey que le había comprado Mamaíque en una feria de productos del

agro y se puso a sacudir los muebles de la sala.

- Chiqui, chiqui, chiqui, chiqui –sacudía el polvo, y junto con el polvo echa -

ba a volar periódicos, carnés, cartuchos, cáscaras de cebollas…, todo.

Cuando las mamás vieron trabajar a Compay Yukaoka se quedaron encan-

tadas.

- Mira, te has puesto verde –decía una.

- Oye, tú estás más verde que yo. ¿No será envidia?

Finalmente, todas se agruparon alrededor de Mamaíque.

- Yo quiero un robot azul -dijo María Boquita.


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- Y yo uno rojo y blanco -agregó Josefa Sóo.

- ¿Verdad que es fabuloso? -señaló Mamaíque-. Va y se los presto ¿Quién

sabe? Bueno a ver, niños, entren, entren, es hora de jugar.

La tía Rita le cogió la mano derecha a Dani y se quedó completamente pe-

gada a la de él. Trataba de zafarse y no podía.

- Pero, ¿qué es eso Dani?

- Bate que bate -canturreó Dani dando vueltas alrededor de la tía Rita, que

sacudió con fuerzas la mano doble; pero la de Dani seguía pegada a ella,

con dedos y palma.

¡Ya, Dani! ¿Qué tienes en la mano?

- Chocolate, bate que bate…

¡Ay!, ¿pero qué chocolate es ese?-protestaba la tía Rita-. ¿Lo hicieron con

cola loca?

Y giraba junto a Dani, mientras él repetía:


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- Bate que bate el chocolate.

- Si te viera tu mamá -se atrevió a decir la tía. Y enseguida agregó-: ¡Vaya

otra vez te la recordé!

- ¡Beeeee! -lloró Dani.

- ¡Beeeeeeeeeeee! -lo secundó Mamaíque.

- ¡Mamáaaaa! -se puso a gritar Dani a voz en cuello.

- ¡Mamacitaaaaaa! -gritó a su vez Mamaíque con toda su fuerza.

Extrañamente, al escuchar el grito de Mamaíque, Dani se calló de repente y

la miró con ojos asombrados.

- Yo también tengo mamá -le explicó a Dani-. Y a veces me dan ganas de

gritar. A ver Dani, ¿comó es?

- ¡Mamiiiiii! -gritaron a coro Mamaíque y Dani.

Luego, aprovechando que Dani hizo finalmente silencio, Mamaíque tocó

unos botones en la barriga de Compay Yukaoka y le dijo:

- ¡Dale, Compay!


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El robot subió un brazo metálico, bajó el otro; movió una pierna, levantó la

otra y dijo:

-Yo arreglo…, yo resuelvo…, yo compongo…, yo sacudo…, yo lavo…, yo

plancho…, yo hago fila…

Luego, sacó una manguerita de una gavetita cromada que tenía a un

costado y dirigió el chorro de un líquido espumoso primero hacia tía Rita;

después, hacia Dani, y de paso, regó a Mamaíque, a María Boquita, a la

señora Soo y a los niños que jugaban en la sala de Mamaíque.

Por fin, la tía Rita se despegó y decidió de inmediato, y aún chorreando es-

puma, dejar a Dani al cuidado de Mamaíque.

- Quiero jugar la rueda -le dijo Dani.

- ¿No te basta con las vueltas que hemos dado hoy?

- ¡Guaaaá! ¡Mamá! -volvió a la cantaleta.

- Bueno -concedió la tía-, pero solo un ratico. Ya es tarde -cogió a Dani por

las dos manos y se puso a cantar, mientras volvía a girar hasta el mareo-:


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A la rueda, rueda de pan y canela, dame un besito y vete con Mamaíque, si

no quieres ir acuéstate a dormir.

- Vamos, lindura, deja que tía se vaya - dijo Mamaíque.

Pero en cuanto Dani vio que la tía se alejaba con pasitos de caracol saca tus

cuernos al sol, empezó a imitar al ternero con más deseos que nunca.

-¡Beeee! ¡Quiero a mi mamiii! ¿Dónde está mi mamiiii?

- ¿No sabes dónde está tu mami? -le preguntó Mamaíque al tiempo que le

hacía una seña a Rita para que se fuera.

- No -aseguró Dani.

- Pues tu mamá está muy cerquita.

- ¿Dónde?

- Ahí en ese huequito del cuadro que está colgado en la pared.

- ¿Ahí?


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- Ahí mismo.

El cuadro al que se refería Mamaíque representaba una escena con palmas,

una casa con techo de guano y un gato. Bueno, y algunas otras cosas más;

pero precisamente el pintor lo había llamado así:

Paisaje con palmas, casa con techo de guano y gato. Menos el gato, el resto

del paisaje estaba lleno de huequitos por todas partes.

- ¿Por qué hay tantos huequitos?

- preguntó Dani.

- Por las polillas.

De momento –aunque la palabra polillas le revoloteó en la oreja- no quiso

saber más acerca de ellas. En cambio insistió:

- ¿Mi mamá está en ese huequito? - y señaló uno.

- No, en ese no. En este, ¿ves? -le mostró Mamaíque.

- ¿Do di que es? -tartamudeó, Dani.


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- Ya te dije, en el huequito. La vi entrar esta mañana temprano.

- ¿Y por qué?

Mamaique cogió la mano izquierda de Dani y se dirigió al centro de la sala

a paso de caracol, caracol saca tus cuernos al sol.

Se sentó en un gran sillón y le pidió a Dani que se acomodara a sus pies

sobre un almohadón relleno de plumas de avestruz africana. Cerca del al-

mohadón se acomodaron también unos extraños bichitos muy pequeñitos y

centelleantes, que sólo podían ver los niños después de llorar.

- ¡Ya está! -aseguró Mamaíque-. Ahora te cuento todo sobre tu mami -y

agregó, asombrada de que Dani no gritara-: ¡Dije mami! -pero se asombró

apurada, porque, un instante después, Dani gritó a toda voz:Mamiiiiii

<Mamiiiiii>, volvió a gritar, pero sin llorar. O sea, sin decir guaaa ni beeee.

Entonces, Mamaíque le contó:

- Pues sí, amorcito, esta mañana, lo que más quería tu mamá era traerte ella


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misma a esta casa. Por eso vino antes, para saberse el camino y para mirarlo

todo con sus propios ojos negros, negros como sus pesares, negro como el

café negro y el negro, negro carbón.

-¡Qué sala más bonita! -exclamó-. ¡Y qué robot más simpático! ¡Qué cocina

tan llena de hornillas! ¡Hornillas chicas! ¡Y hornillas medianas!

- Pero cuando vio el cuadro de la sala se quedó en silencio, como sorpren-

dida. Enseguida pensó que si se metía en uno de los huequitos, podría vigilarte

todo el tiempo desde allí, y no tendría que separarse de ti para nada.

- Sin pensarlo dos veces, tu mami se introdujo en el huequito del cuadro. Pero,

un instante después, se dio cuenta que en el agujerito todo estaba muy oscuro

y desde allí no podría ver nada.

- Como el agujero no era muy profundo, pudo escalar y empezar a caminar

lentamente, muy lentamente, por el lienzo del cuadro, que en esa parte no era

más que yerbita y rocío. Tu mami estaba encantada.

-¡Qué maravilla! - se decía a sí misma -¿Cómo no se me ocurrió ayer?


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- Pero casi enseguida se acordó de para que estaba allí y empezó a buscar

un buen lugar desde donde poder ver todo lo que tu hacías. Entonces diviso

a lo lejos una casa con techo de guano y dijo:

- Desde aquí se domina toda la sala de Mamaíque.

- Y allá se dirigió. Una piedrecita se le metió en el zapato derecho y, aunque

enseguida se la sacó, le quedo un colorado en el pie. Fue entonces cuando

se puso a cantar: alelé, alelé que me duele un pie, yo no sé, si será de andar,

que bajo estas maticas, que sobre el matorral. No obstante, como la molestia

no era mucha, continuó andando hacia la casa de techo de guano con gato.

Y, por cierto, según se iba acercando, tanto uno como otro se iba agigan-

tando. Sintiéndose ella misma como un grano de arena, se acercó a la gigan-

tesca puerta de la entrada. En ese momento fue cuando escuchó un altísimo

y escalofriante rugido:

-¡Miau!

- Miró en la dirección del sorprendente bramido, pero no descubrió nada. No;

no había un león con dos cabezas como ella imaginó a juzgar por el poder de


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huracán del rugido. De todos modos, siguió avanzando con mucho cuidado.

- ¡Miau! -volvió a escuchar el rugido como de un animal prehistórico.

Entonces corrió y corrió todo lo que pudo, y cuando viró a ver si alguien la

perseguía, descubrió a un gato pelón que, por cierto, ni la había visto, debido

a lo pequeñita que se había puesto para entrar por el agujerito.

- Vaya -dijo tu mamá- yo creo que me ha pasado lo mismo que a Nonó. - Y

salió corriendo lejos del “bramido” del gato.

-Tu mamá siguió corriendo. Esquivaba al gato, pero también a una serie de

agujeros de todos los tamaños -ya sabes, los agujeros que hicieron las polillas

en el cuadro-, pero no pudo evitar el encuentro con una de ellas.

-¡Uy! -dijo tu mami cuando vio a una gigantesca polilla-. Parece un cruce de

serpiente con maquinita de moler -y siguió corriendo temerosa de que la Gran

Polilla le pudiera moler el vestido.

- ¿Polilla? -preguntó Dani.


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- Sí, la polilla es como un gusanito que no para de comer.

- ¿Chachi?

- No, no es Chachi. Aunque según tengo entendido las polillas aprendieron

con Chachi. ¿Y tú sabes lo que es una maquinita de moler eléctrica? ¿No?

Pues el sonido que hacen cuando comen las polillas es parecido.

Si fueras muy, muy pequeñito como tu mami oirías a las polillas más o

menos así -y agregó-: ¡Dale, Compay!

YuKaoka conectó una maquinita de moler eléctrica y, de paso, preparó la

comida.

- Bueno, ya que Yukaoka preparó la comida, vamos directo al comedor.

- ¿Y mi mamá?

- No te preocupes, recuerda que ella está cerquita.

Cuando terminaron todos de almorzar, y mientras la asistente acostaba en

las literas a los demás niños, Mamaíque continuó:


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- Frente a los ojos de tu mami, a la Gran Polilla Maquimoledora le salieron

alas y salió volando hacia una lucecita lejana que asomaba por la ventana

de la casa con techo de guano.

- ¿Mami?

- No, la Gran Polilla Maquimoledora.

- ¡Ah!, se me olvidaba. Antes de que a la polilla le salieran alas, el vestido

de tu mamá corrió un gran peligro. Ocurrió que, en cuanto tu mami vio a

la Gran Maquimoledora, se subió a una penca de guano y se dejó arrastrar

por el viento. Pero el viento, a su vez, arrastró a las pencas hasta un

remolino de agua que la llevó cerca de… como quien dice, Japón.

Las aguas de aquel acéano se arremolinaron, se alzaban metros y metros;

y tu mami se vio obligada a nadar contra la corriente, aferrándose a

cualquier cosa que le pasara por delante, lo mismo a un madero que a

una hoja de plátano.

- Claro, en los grandes océanos, no tiene por qué haber hojas de plátano.

Pero es que no se trataba de un océano real, cosa linda, sólo era un pequeño


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arroyuelo cercano a la casa de techo de guano. Por supuesto, a tu mami, con

lo pequeñita que estaba, le parecía el océano Atlántico.

- ¿Océano? ¿Atlántico? ¿Y por qué Atlántico?

- ¿Tú no eres Dani? Él es Atlántico.

- Y, como te decía, cuando tu mami pudo llegar a la orilla del arroyuelo

nadando sobre una hoja, se apresuró a secarse al sol. Vio una carreta con

frutas guiada por dos bueyes y allá se dirigió. Al llegar trepó por una de las

ruedas, se agarró a un madero, giró demasiado y fue a parar justo sobre la

enorme cola de uno de los bueyes. Éste empezó a moverla igualito que si

fuera el aspa de un ventilador, y tu mami salió volando por los aires para

caer sobre una gran tajada de frutabomba que había en la carreta.

- ¡Plof! -cayó entre las semillas.

- Y menos mal que fue entre las semillas porque si llega a caer directamente

en la pulpa, se ensucia todo el vestido. De todos modos, quedó con un olor

bastante fuerte a la fruta.

- ¿A bomba? –preguntó Dani-. ¿Olor a bomba?


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- No, Dani, por suerte, nada más que a frutabomba, que ese cuadro es muy

antiguo, más que el arroz de Nonó –y por suerte, el paisaje no tiene bombas.

-Pues bien, como te contaba, todo no quedó allí, no. Ocurrió que la carreta

aquella tenía más agujeros que un queso gruyére y, con sólo el leve peso de

tu mami se hizo palillos. Tu mami, a punto de salir volando de nuevo, se

enredó entre los palillos de la carreta, que a ella le parecieron postes de telé-

fono.

- Por suerte, no se le rompió ni una costura al vestido. Como el daño no fue

mucho, reinició la marcha. Y, en ese instante, empezó a caer una llovizna

fina. Claro, a ella se le antojó un chorro de agua producido por la manguera

de un bombero y fue corriendo corriendo a guarecerse debajo de un árbol,

pero las hojas tenían agujeritos. Entonces, corrió a la casa de techo de guano,

pero el techo tenía agujeritos. Se atrevió a ponerse debajo de la panza de

uno de los bueyes, pero el buey tenía agujeritos. Y, ¿sabes lo que pasó? Que,

como ella tenía olor a frutabomba, un abejorro -del tamaño de la avioneta

del doctor que maneja el cuatrimotor- se le acercó peligrosamente.

- Zum, zum, zum, zum, zum baba-eh -zumbaba el abejorro-. ¿Tú sabes cómo


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zumban los abejorros,Dani?

- No.

- Pues zumban igualito que un ventilador ruso -afirmó Mamaíque, y después

dijo las palabras mágicas: ¡Dale, Compay!

- El Compay Yukaoka conectó un ventilador que estaba sobre una mesita y lo

dejó encendido para que refrescara la habitación.

- Como te decía, tu mami siguió corriendo, porque no quería que el abejorro

le fuera a manchar el vestido. Entonces se cayó en un pequeño agujero que

había cerca de la firma del autor del cuadro Paisaje con palma, casa con

techo de guano y gato.

- Pero antes de caer en el hueco, a tu mami se le había ocurrido mirar dentro

de la casa. Para su sorpresa, justo al lado de un jarrón de cerámica, que, por

el tamaño, parecía un tanque de agua, había un teléfono antiguo con un

enorme disco para marcar los números. Sólo que era tan grande, que ella

tuvo que marcarlos con todo el cuerpo.

-¡Uyyyyyy! -gritaba, mientras se desplazaba en el disco como en un aparato


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de un parque de diversiones.

- Antes, tu mami había hecho un gran esfuerzo y, saltando a todo dar, había

tumbado el auricular al suelo.

-Cataplum -sonó cuando cayó, y los pajaros se espantaron en la ventana.

- Yo escuché el timbre de mi teléfono, fui a atenderlo y oí una vocecita lejana

pero clara. Entonces me enteré de todo lo que le había pasado a tu mami por

querer estar siempre cerca de ti.

- Me contó que tuvo la suerte de que Compay Yukaoka -que en ese momento

sacudía el cuadro- la viera caer en aquel agujero. Él emitió un sonidito pe-

culiar y comenzó a desenrollar un carretel de hílo grueso de coser. Lanzó un

extremo del hilo por el huequito y eso permitió que tu mami subiera hasta el

mismo borde del huequito; pero justo cuando salía, el hilo se rompió.

- ¿Por qué? -preguntó Dani.

- Era lógico, no aguantó el peso de tu mamá.

- ¿Por qué?


39

- Porque ya al borde del agujero, tu mamá recuperó su tamaño.

Luego, recordando que Dani debía estar muerto de hambre, le dijo:

- Ven, ven, es hora de merendar.

Mamaíque le puso a Dani una mesita con una jarra de jugo de naranja y

zanahoria. La zanahoria estaba fresquecita, porque acababa de comprársela

a un anciano de barba blanca que las vendía. Puso, además, en la mesa dul-

ces caseros, frutas, chocolate y otras maravillas.

-¡A merendar! -llamó. Y un tropel de muchachos acabó en un santiamén hasta

con la última migaja.

Pero aquel día de cielo rosado como las mejillas del bebé de Maruja, ocurrió

el milagro de que Dani no probara ni un pastelito. Ni siquiera un pedacito de

chocolate bate que bate.

¿Sabes qué? -dijo Mamaíque-, vamos a terminar la historia y después meren-

damos.

Dani iba a decir beeeeee; pero Mamaíque lo supo a tiempo y enseguida


40

continuó contándole lo que le ocurrió a su mamá.

- Pues bien, -dijo- resulta que me encontré al Compay Yukaoka dando vueltas

en la cocina. Yo le decía "dale, Compay", y seguía dando vueltas, como si tu-

viera algún mecanismo trabado. De pronto, salió disparado para la sala y se

paró frente al cuadro.

- ¿Cuándo? -preguntó Dani.

- Hace un ratico.

- Compay cogió con su mano metálica el hilo roto, y yo, que había visto entrar

a tu mami por el agujero, no dudé por un instante que la rara llamada tele-

fónica de hacía unos minutos, fuera de ella.

Enseguida imaginé lo que podía necesitar para salir del agujero.

- ¿Qué?

- ¡Una buena soga! -respondio Mamaíque, y agregó-: Por supuesto, en-

seguida fui a buscarla.


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- ¿Cuándo? -insistió Dani, muy interesado.

- Cuando fui a preparar la merienda.

- Compay Yukaoka desenrolló la soga que le di y la lanzó por el agujero, que

se ensanchó un poco para recibirla; y luego, un poco más para que tu mamá

saliera sana y salva del cuadro.

Yukaoka iba a servir por fin la merienda para los dos, cuando Mamaíque le

llamó la atención a Dani.

- Adivina, Dani, adivina qué tienes a tus espaldas.

- ¿El pupu?

- No, no es el pupu, es tu mamacita.

Dani se quedó algo asombrado mirando a su mami, la observaba de arriba

abajo y de abajo arriba con incredulidad.

- Gertrudis Tris, la mamá de Dani, traía una jaba de nailon con varias cosas

útiles para el hogar: una esponja, jabones, un gran colador y otras menudencias.


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- ¡Cómo he corrido! -exclamó en el colmo del cansancio.

- ¡Claro, claro que ha corrido! ¡Lo sabemos! -afirmó Mamaíque-. Ves, Dani,

-le dijo al oído-, ha corrido. Además, mira el colador. Está lleno de agujeros.

Todos parejitos.

- Claro, -dijo Dani algo nervioso-, yo se de do viene.

- ¡Qué raro! ¿Quién te enseñó castellano antiguo? -preguntó Gertrudis Tris.

Y añadió-: ¿Todo bien, Mamaíque?

- Todo bien, claro. Pero tengo que pedirle un favorcito.

- Como no, ¿qué quiere?

- Bueno, no es nada fácil.

- A ver, muéstremelo.

- Se lo enseño ahora mismo -dijo Mamaíque-. ¡Dale, Compay!

Compay Yukaoka le mostró a Gertrudis su barriga de metal, al tiempo que

Mamaíque advertía.


43

- Asegúrese mañana de caber en la hendidura de ese tornillo en la panza

del robot.

María Boquita, que había venido a recoger

a su hijo y escuchó lo que decía Mamaíque,

se echó a reír. La señora Sóo, que había lle-

gado por el suyo, también rió. Mamaíque hizo

otro tanto. Y no lo van a creer, pero todavía

Gertrudis Tris se está riendo.


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Mamaique la super

Cuando Mamaíque vio que las personas caminaban por el medio de la calle

-en grupos o solitarios-, y los autos se subían a las aceras -uno detrás del

otro-, presintió que el día no lo tendría muy bueno. "Ah, se dijo, hoy va a

llover hacia arriba".

Venía del agromercado con dos bolsas llenas de vegetales para los niños de

la guardería; pero casi al llegar a la casa, se le rompió el tacón de su zapato

nuevo, acabado de salir de la caja -¡plat!-, saltó el tacón de goma a la cuneta

como si hubiera sido un sapo con corona de clavos. Cuando algo así sucedía,

Mamaíque se sentaba en cualquier rinconcito silencioso y se daba a sí misma

dos minutos para soñar bonito o se contaba un cuento que la hiciera reír a

carcajadas. Si ninguna de esas cosas le daba resultado, cantaba una canción

como "Ese lunar que tienes cielito lindo ... ", por ejemplo, y todo volvía a la

normalidad. Así es que se contó uno o dos cuentos y cantó Cielito lindo varias

veces, recogió las jabas que había colocado en el piso del portal e hizo girar

la llave de la cerradura.

- Ah, no, no, esto no puede ser. ¡Esto es más que muchísimo!


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Y es que, al hacer girar el picaporte, se quedó con él en la mano y no pudo

terminar de abrir la puerta. Miró su reloj, se sentó en un rinconcito y cantó

Quiéreme mucho a toda velocidad, porque no era cosa de perder el tiempo,

con todo lo que tenía que hacer ese día. Luego, se dirigió con las dos jabas

colgadas de los hombros a la casa de Marrero, el cerrajero.

El cerrajero terminó de tomar lentamente, sorbito a sorbito, su café mañanero,

y se dirigió también lentamente, muy lentamente, hacia la casa de Mamaíque.

Caminaba midiendo sus pasos detrás de ella, porque Mamaíque estaba apu-

rada y al cerrajero nada, absolutamente nada, lo podía hacer cambiar su

ritmo retardado. Cuando al fin llegó frente a la puerta de Mamaíque, y colocó

lentamente cierto instrumento para abrirla, el instrumento, lentamente, quebró

la varilla del picaporte, así es que el cerrajero no pudo resolver el problema,

y se fue lentamente, muy lentamente, para su casa.

Mamaíque se sentó en un rinconcito, se contó El cuento de la buena pipa e

inventó una canción que se cantaba de atrás hacia adelante. Después, con

nuevos ánimos, decidió saltar la valla del patio -después de mirar a todos


47

lados para asegurarse de que no la confundieran con una ladrona-, y entrar

a la casa por la ventana de la cocina.

Puso las jabas sobre la meseta y, como vio que había una cierta oscuridad,

accionó el interruptor que estaba cerca del fregadero.

- Ah, no, no esto no puede ser -dijo-. ¡Esto es más que muchísimo!

Porque resultó que el bombillo de la cocina estaba roto; y como no le daba

mucho el sol a esa habitación, en ella jugaba a sus anchas la penumbra.

En el piso encontró astillas del bombillo y una enorme pelota con punticos.

Mamaíque se sentó en un rinconcito de la cocina y se susurró su cuento más

simpático. Al rato comenzó a reír como si le hubieran hecho cosquillas con

una pluma de ganso en las plantas de los pies.

Entonces, llena de energía, se levantó y fue a buscar un bombillo al aparador

para cambiar el que estaba roto. Como no encontró bombillo de repuesto en

la casa, se asomó a la ventana para llamar a la vecina, a ver si le podía

prestar uno hasta que pudiera ir a la tienda por departamentos o a la ferre -

tería.


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- ¡Scrach! -sintió Mamaíque.

- ¡Scrach! ¡Scrach! -volvió a sentir.

- ¡Scrach! ¡Scrach! ¡Scrach! -siguio sintiendo.

Se tocó la cabeza, y entonces fue cuando se dio cuenta que el alero se estaba

desmoronando y le estaban cayendo pedazos de cemento y cal en la coronilla.

Iba a cantar una canción de cuna que le gustaba mucho, pero cambió de

idea. Esta vez prefirió hacer un cocimiento de tilo para calmarse un poco,

sólo que, en el momento en que intentó encender la hornilla, se fue el gas con

una ligera explosión -iPlaf!-, y se quedó sin tilo.

Mamaíque examinó la gran pelota y se dijo para sus adentros que los de-

portes habían cambiado muchísimo.

Luego, el vecino de enfrente empezó emitir unos sonidos estruendosos, como

quien rompe la vajilla entera, desde los vasos hasta las fuentes; la perrita del

vecino de al lado, Cocó Chanel, comenzó a ladrar, y el jovencito carpintero,

Horacio, inició el décimo reguetón del día.


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Yo soy el rey del reguetón,

el campeón,

el juguetón,

el supersabio y el superclíper

yo soy el hiper.

María Boquita se asomó por la ventana del portal y, después de avisar a

Mamaíque que había papas "adelantadas" en la bodega, se puso a llorar a

gritos, porque extrañaba mucho a Papá Boquita, que había salido de viaje

por dos días. Cocó Chanel se coló por un hueco en el patio y llegó hasta la

sala ladrando suave; una moto se parqueó a la puerta de la casa, y un señor

vestido con una rara vestimenta, parecida a una escafandra, se asomó por la

ventana para preguntarle una dirección a Mamaíque, en un idioma con

muchísimas, larguísimas y extrañas palabras.

El bodeguero de enfrente empezó a martillar sobre una caja, el taxista subió

el volumen del radio y un vendedor colchones se puso a ofrecer sus


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productos a gritos pelados, porque saltaba casi todas las s, y dejaba las

palabras peladas.

Mamaíque se apartó a un rinconcito y se cantó En el tronco de un árbol.

Después, contempló el cielo cuadrado en la ventana. Entonces, vio que em-

pezaban a asomar en la esquina un grupito de niños que venían a su

guardería.

Sin perder un instante, pegó el tacón de su zapato con un poco de chicle;

saltó por la ventana, llegó al portal, se quitó un gancho de la cabeza, y con

él abrió la puerta que estaba trabada. Acto seguido cambió el bombillo roto

de la cocina por uno nuevo que tenía en el techo del cuarto de desahogo; se

hizo un tilo en el reverbero; le habló despacio al vecino de enfrente, para que

practicara el trombón al aire libre y en otra parte; le explicó al extranjero en

escafandra la dirección que necesitaba en alemán y, finalmente, abrió los

brazos, abrazó a María Boquita, y le cantó bajito, muy bajito Cielito lindo y

Noche azul.

Tranquilas y relajadas sobre el sofá, ya empezaban a cerrar los ojos, cuando

se escuchó la voz quejosa de un niño, que llamaba a Mamaíque a todo grito,


51

mientras un olor a perfume invadía la sala. Era un perfume agradable y suave,

que recordaba la frescura de la mañana. Había invadido toda la casa, pero

se concentraba en la cocina, donde Cocó Chanel simplemente ladraba un

ratico sí y otro también.

Fue entonces que se dieron cuenta que -en su apuro-, Mamaíque había pe-

gado el zapato en la puerta del horno; había puesto uno de los niños en el

cesto de la ropa sucia; y había sentado a la ropa sucia en una silla; que el

cemento y la cal habían caído en la tina de jugo de mango filipino; que

había puesto a hervir la pelota de trapo, y que el pomo de perfume francés,

que había dejado a la orilla de la mesa, se había derramado sobre el lomo

de Cocó Chanel.

Serenita, la abuela de Dani, entró corriendo a la cocina y empezó a buscar

algo que, según ella, era tan grande que no se podía perder.

-¡Qué barbaridad! Estoy segura que el abuelo lo lanzó por esta ventana. Y

entonces, ¿quién si no yo lo encontró en la acera? Es mío. Me servirá para

mis próximos quince desayunos.

Horacio vio la puerta abierta y entró para enseñarle la letra de su último

reguetón a Mamaíque; pero cuando vio todo lo que había hecho Mamaíque


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solita, y todo lo que era capaz de aguantar, compuso otro en ese mismo

momento, mientras un timbalero, acompañante de Horacio, empezó a tocar

sobre un cajón.

Usted es la reina del reguetón,

la maga de la circunscripción,

la mundial,

la colosal,

el as del naipe,

supermamaíque.

Cocó Chanel, al oír el alboroto de reguetón, ladró sin respirar; y María

Boquita se echó a llorar de nuevo, porque no sabía qué buscaba Serenita.

Y, además, a ella nadie le hacía reguetones.

Al fin Serenita encontró la gran pelota.


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- Con pan tostado. Me lo comeré con pan tostado.

- De ninguna manera -dijo Mamaíque-. -No permitiré que desayune pelotas.

- Pero, ¿quién dijo que era una pelota?

En ese momento, el administrador de parque zoológico entró apresurado.

Y ¿qué es esto? Este es el huevo de avestruz desaparecido del zoológico -

afirmó.

Y dando media vuelta, desapareció junto con el susodicho huevo.

-Ah, no, no -dijo Mamaíque. ¡Esto es más que muchísimo!

Y dejando a los niños de la guardería al cuidado de María Boquita, se fue a

comprar una colonia barata a la tienda de la esquina.

Cuando iba a mitad del camino, sintió una musiquita y un golpe de tambor

que seguía detrás.


Usted es la reina del reguetón

la maga de la circunscripción,

la mundial,

la colosal,

el as del naipe,

supermamaíque.

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55

Coco Chanel

Menos mal que todo salió a "pedir de gata". ¿Y sabes qué?, yo, Cocó Chanel,

tuve mi parte en eso. Ahora Gala, la felina que vive en el techo del carro de

Celia, duerme a sus anchas sobre el metal. Seguro que sueña que come torni -

llos como espinas de pescado, se baña en enormes tinas de yogurt con

gasolina y juega con parabrisas y antenas de auto.

Gala tuvo tres gaticos; y yo vi cuando asomaron sus cabezas -como tres "ra-

toncitos pelados- entre los retazos que les puso la doctora Celia sobre el capó

del carro: trapos colorados, amarillos, a cuadros. Claro, ahora, cada vez que

ella va a la policlínica tiene que manejar con los gatos caminando de un lado

al otro del capó, y con los retazos colgados de parabrisas como banderitas

de embajada.

-Ahí va la embajadora plenipotenciaria de Trapolandia -dice la vecina

María Boquita.

Pero, ¡qué cabeza la mía! ¿Será mía la cabeza? No me he presentado. Yo

me llamo Chanel. Soy una perrita muy, pero muy pequinesa, y todo el mundo


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dice que huelo bien. Debe ser verdad ... Por algo me pusieron el nombre de

un perfume famoso.

“¡Uhmmmmm, qué maravilla, Chanel!", exclaman todos cuando yo estoy

cerca. A veces me dicen Coco Chanel; a veces, Cocó Chanel; otras, simple-

mente, Chanel. No me puedo quejar, más que una vida de perros, llevo una

vida de pomito de concentrado de flores cubanas. Me gusta comerme las gar-

denias del patio de la mamá de Celia.

Sí; tengo que tener un hambre canina para comerme un hueso. Si lo como,

debe ser hueso de pollito tierno; el pollo debe haber comido, a su vez, pienso

escogido; al pienso tienen que haberlo purificado dos veces, para después

envasarlo en sacos de algodón sin mezclas. Al algodón tienen que haberlo

recogido de madrugada; y la madrugada debe haber sido seca.

Cuando ladro jamás digo "jau", sino "jaus". A mí me encanta ladrar. Pero no

crean que mi ladrido es un simple ladrido y nada más. No. Tengo distintos

tipos y tonos de ladridos; y todos son bien afinados. Yo ladro cuando viene el

repartidor del periódico, "jaus"; cuando llegan visitas, "jaus, jaus"; cuando se

van las visitas, "jaus, jaus, jaus"; cuando viene el cobrador de la electricidad,

"jaus, jaus, jaus, jaus"; y así sucesivamente.


58

Pero tampoco vayan a creer que ladro sólo de día. No, no, no. Yo ladro a todas

horas y con cualquier pretexto. Cuando pasa zumbando un mosquito; cuando

quiero comer; cuando suena el teléfono; cuando hace rato que no suena; cuando

se cae un objeto; cuando llueve, cuando escampa, en fin, todo el tiempo.

María Boquita, la vecina, que cree que soy de porcelana china, siempre me dice:

-¡Uy! ¡Qué adorno más ruidoso!

Entonces yo descruzo mis patas delanteras, entro despacio a la casa de mis

dueños y sigo ladrando con s el resto del día, jaus, jaus, jaus.

En la cuadra todos saben lo que hace cada cual. Por ejemplo, saben que

hasta tarde en la noche el abuelo de Dani arregla y arregla su carro; la

abuela de Dani limpia y limpia el portal; la mamá de Celia riega y riega las

plantas; Celia estudia y estudia; Gala cuida y cuida sus gaticos; los gaticos

hacen pis y pis sobre el capó; y yo, ladro y ladro todo el tiempo.

Cuando no escucharon mis ladridos importados de Pekín, los vecinos se

dieron cuenta de que algo andaba mal. La primera en notarlo fue Celia, ya

saben, la embajadora plenipotenciaria de Trapolandia.


59

- No sé, hay algo raro -le dijo a su mamá-, hace más de un minuto que Chanel

no ladra.

- Es natural -comentó la mamá-, tiene que respirar en algún momento. ¿O no?

Y siguieron cada una en sus ocupaciones.

Pero al rato el abuelo de Dani le dijo a la abuela:

- ¡Qué extraño!, hace dos minutos y tres segundos que no oigo ladrar a Cocó

Chane!.

- Sí es muy extraño -dijo la abuela.

Y cada uno siguió en lo suyo. Pero al cabo de otro minuto, mi dueña le dijo

a su esposo:

-Ha ocurrido una catástrofe. Cocó ha callado.

-¡Ay, qué desastre! -secundó el esposo-. ¡Una verdadera hecatombe!

- ¿Ocurre algo, vecino? -preguntó el abuelo de Dani, asomándose al portal

con una llave de clan en una mano y un pote de grasa en la otra.


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- ¿Hay novedades? -se interesó otro vecino al tiempo que le daba comida al

cerdito rosado que tenía en el patio.

- ¿Pasó alguna cosa? -terció un vecino que era dueño de un canario des-

plumado.

- Pasó, pasó -respondió mi dueña-,Chanel hace rato que no ladra. iEs espan-

toso! ¡Es horrible! .

- Bueno -dijo la abuela de Dani, con toda lógica-, ya era hora de que se

tomara unas vacaciones.

- Al revés -dijo la dueña un poco absurdamente, como hablan los adultos.

- No, no, todo lo contrario -afirmó el abuelo, siguiendo el estilo de la vecina ...

- Si yo lo creo, usted no lo cree, claro -agregó la dueña.

- Basta que yo crea, para que no puedas creer lo que tú crees que yo creo -

concluyó el abuelo con la lengua trabada.

Discutían en el portal, cuando otro vecino les llamó la atención alarmado:


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- ¡Eh, cojan al ladrón!

Y todos corrieron en diferentes direcciones, hasta que alguien lo

vio. El ladrón estaba en medio del garaje de Celia con los gaticos

de Gala entre las manos. No lograba zafarme de su tobillo, mien-

tras Gala maullaba y trataba de arañar al intruso sin resultados.

- Suéltame o te atomizo -dijo el ladrón ...

Pero yo mordía cada vez con más fuerza. Al fin, al ver que todos se

avalanzaban sobre él, el hombre dejó los pequeños gatos a un lado, me

arrancó del tobillo con mucho esfuerzo y salió corriendo, o más bien cojean-

do, a refugiarse detrás de la estatua del parque.

El abuelo de Dani, mi dueña y el resto de los vecinos corrieron detrás del

ladrón: pero en el parque le perdieron la pista. Como había poca luz, un ve-

cino abrazó un farol del parque y le dijo:

-¡Ni te muevas! ¡Te tengo, ladrón!

Y otro cogió por un brazo a la estatua del cantante de los Beatles, John

Lennon, y exclamó:


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-iAquí está! ¡Aquí está! No, no este no puede ser el ladrón, está helado como

una estatua.

Cuando se convencieron de que el ladrón había escapado, volvieron a mi

casa, a acariciarme el lomo por turno. Había una larga fila de vecinos es-

perando para hacerme arrumacos. Se demoraban más, porque mi dueña les

había aclarado que para acariciarme el lomo debían lavarse las manos con

jabón perfumado, que el jabón debía ser de la mejor calidad y venir envuelto

en papel plastificado; y el papel plastificado debía estar completamente libre

de polvo y tener especificado en lugar visible el fabricante; y el fabricante

debía ser reconocido en Cuba y en Groenlandia, en Bembeta y en Pekín.

En fin, cuando ya ocupaban su lugar con las manos limpias, había una fila de

animales domésticos en orden para que los acariciaran también.

-Jaus,jaus -ladraba yo meneando la cola.

-Miau, miau -maullaba Gala.

-Oing, oing -rosnaba el cerdo rosado del corral del vecino.

-Fufuiii, fufuiii -cantaba el canario en su jaula.


63

Y hasta quiquiriyú, quiquiryú, terminó cantando un gallo que no se sabía de

dónde había salido ni en qué idioma cantaba.

Finalmente, la gata Gala se enrolló entre los retazos de tela

que estaban en el capó de la doctora Celia para echar

un buen sueño; pero antes de irse a dormir, me dijo en se-

creto que -en mi honor- les pondría a sus hijos nombres de

perfumes: Ensueño Chanel, Hola Chanel y simplemente Chanel.

-Jaus -ladré.

Y me fui a descansar cerca de Gala en el capó. Al rato, los gaticos se arre -

llanaron en mi barriga felices.

- Miauss, miauss -maullaba Ensueño Chane!.

- Jausmiaus -chillaba Hola Chane!.

Mientras Chanel, dormía plácidamente soñando con los mares de leche de

Trapolandia.


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Mamaique y la gran olla de quimbombo

Gertrudis Tris, la mamá de Dani, se había reído de las ocurrencias de

Mamaíque dos semanas seguidas sin parar. A veces le entraba hipo, pero

tomaba un poquito de agua y seguía riéndose. Además, no quería que la in-

terrumpieran cuando estaba así de contenta. En el trabajo se escondía debajo

del buró para reírse; en la guagua se reía sin importarle ni mucho ni poco

cómo la miraban los pasajeros; y en la casa pasaba horas encerrada en el

baño riendo debajo del chorro de la ducha.

A la mamá de Dani le gustaban lo pantalones vaqueros gastados, y, entre

más agujeritos tenía, más le agradaban, por eso los guardaba para las sali-

das importantes. Cuando alguien le decía que sus vaqueros estaban agujerea-

dos, le entraban ataques de risa más fuertes de los que siempre solía tener.

Todos pensaban que a Gertrudis Tris la había picado la "mosca de la risa",

porque ella no dejó de reír ni el día en que el pescado frito se evaporó. Bueno,

eso, lo primero que desapareció fue el pescado frito. La abuela de Dani lo

había dejado encima de la mesa del comedor, y, cuando fue a ponerle la

salsa de tomate con cebollas, vio que en la mesa solo quedaba la fuente con


66

el arroz sueltecito que ella siempre cocinaba. Fue enseguida a contárselo a

Mamaíque; y esta le preguntó si el pescado tenía piernas.

-No, no, de ninguna manera -dijo la abuela de Dani.

-Entonces tiene que estar donde lo dejaste o lo pusiste en otra parte -aseguró

Mamaíque-. Los pescados no corren los cien metros planos.

La abuela de Dani consideró que lo que decía Mamaíque era muy lógico, así

es que fue para su casa decidida a encontrar el pescado estuviera donde es-

tuviera. Abrió el refrigerador y en vez de tener la agradable sorpresa de en-

contrarlo, descubrió que la leche de su dieta también había desaparecido.

Cuando llegó la mamá de Dani del trabajo y la abuela le contó lo que había

sucedido con el pescado y la leche, a Gertrudis Tris le dio un ataque de risa.

Pero justo en medio de la risa se le ocurrió preguntar a la abuela por Dani.

La abuela lo llamó por su nombre; Gertrudis lo llamó también, pero Dani no

apareció. Gertrudis pasó en un instante de la risa al llanto y, en ese momento

entró María Boquita por la puerta. Cuando vio a Gertrudis Tris llorando, em-

pezó a llorar más, mucho más que ella. Entonces la mamá de Dani se secó


67

los ojos con un pañuelo agujereado y se puso a buscar al niño por todas

partes. Buscó en el jardín de al lado, en el baño, en la cocina, debajo de la

cama, dentro del armario y en la azotea. Después se fue corriendo al parque

de John Lennon y le echó una ojeada al garaje de la doctora Celia.

Como no lo encontró -y a decir verdad estaba un poco nerviosa-, empezó a

buscar debajo del colchón, en las cajas de zapatos, detrás de la antena del

televisor y dentro de las macetas del patio.

Cuando llegó el papá de Dani de la oficina, dejó el pan y los dulces con

crema que traía sobre una mesa y escuchó la noticia de la desaparición de

Dani. El papá de Dani no se explicaba cómo Gertrudis lo había perdido de

vista; y Gertrudis Tris no se explicaba cómo él no tenía vista de rayos X.

-Tú debiste fijarte mejor -decía el papá de Dani.

-No, debiste fijarte mejor tú -decía la mamá de Dani.

-¡No discutan! iTengo la solución! -dijo un vecino que se había colado en la

casa sin ser llamado-. Pongamos cartelitos en los postes del alumbrado.


68

Se busca un niño perdido

y se cambia por otro

O también:

Niño, si quieres ser encontrado, llégate.

- iQué va! -dijo el abuelo de Dani-, si hacemos eso va a haber pronto una cola

de adultos con niños perdidos y otra de niños que quieren ser encontrados.

Entonces fue cuando otro vecino, que también había entrado por su cuenta

en la casa, dijo que se dejaran de boberías, que buscaran a Dani entre las

coles del huerto o dentro de los sacos de aserrín del carpintero Horacio, y

que el cartel debía decir.

Se busca un niño perdido

entre coles,

el que lo encuentre

que devuelva las coles.


69

- ¡Por cuánto!, no, no -afirmó Papá Boquita-, que se había unido al grupo

cuando escuchó la algarabía en casa de Gertrudis Tris-, es mejor mirar si se

ha ido por el huequito de la bañadera, y poner en el cartel:

Se alquila plomero

Para encontrar un niño perdido.

- Ese niño malcriado -agregó María Boquita- le está dando muchos dolores

de cabeza a Gertrudis Tris. Debe estar escondido en alguna parte. Seguro

que quiere llamar su atención, mi atención, la atención de Papá Boquita, la

de Mamaíque, la de Horacio, la del abuelo y quién sabe cuántas más.

-¡Qué horror! -exclamó el abuelo de Dani, estirándose el bigote-, ¿qué estaba

yo diciendo?

En realidad nadie sabía a ciencia cierta qué hacer; pero por suerte uno de

los niños mayorcitos de la guardería de Mamaíque -que ya usaba espejue-

los- se le ocurrió llamar a la policía. Y, al cabo, apareció un uniformado en

casa de Gertrudis Tris.


70

El policía le preguntó a la abuela de Dani cosas tales como que si Dani tenía

últimamente buen apetito; si ella era la que le daba comida a los peces; cuán-

tas piedrecitas había encontrado en el arroz; cuántos dientes tenía Gertrudis

Tris, y así sucesivamente.

Después hizo una visita de reconocimiento en las casas y edificios cercanos,

donde también desarrolló su interrogatorio.

Cuando llegó a casa de Mamaíque, ella estaba haciendo una gran olla de

quimbombó con maíz tierno; y el robot que la ayudaba en la casa, el Compay

Yukaoka, regaba las plantas y le cantaba a las hojitas en japonés.

Enseguida, el policía inició su interrogatorio; pero esta vez todo giró alrede-

dor del quimbombó; que si era verde, que si había que echarle limón; que si

se secaba al sol, etc.

Mamaíque al final le contó al policía que ella le echaba vinagre o naranja

agria, que le encantaba y que le había puesto Quimbombó a su gato y que

...

- ¿Y dónde está mi gato? -gritó de repente.


71

A los gritos de Mamaique, Papá Boquita, el papá de Dani, Gertrudis Tris, la

abuela de Dani y todo el que quiso fue a parar a la guardería de Mamaíque.

-Aquí hay un pedazo de esparadrapo, seguido de otro pedazo, y otro,y otro

-dijo el policía-, y por este lado hay una mota de algodón, y otra.

-¿Algodón? ¿Y qué tiene que ver eso con Dani?

El policía se adelantó unos pasos y, siguiendo la ruta del algodón y el es-

paradrapo fue a parar a una caseta medio destruida que tenía Mamaíque en

el patio. Levantó el saco que cubría la puerta y allí estaban los dos: Quim-

bombó y Dani.

El gato de Mamaíque tenía un gran arañazo en una pata y le sangraba; y

Dani le curaba como podía la herida a Quimbombó, que se relamía con un

último trozo de pescado mojado en leche.

Gertrudis Tris se abalanzó sobre Dani, lo cargó, le acarició la cabeza, le dio

besos gigantes, lo arropó, se aseguró de que estaba enterito, y, finalmente,

se echó a reír a carcajadas. Pasaron las horas, Mamaíque repartió la olla de

quimbombó entre los vecinos y cada cual se fue a sus tareas, pero Gertrudis


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Tris seguía riendo.

- Preocúpense -dijo el papá de Dani-,ahora sí va a ser difícil que en algún

momento deje de reír Gertrudis Tris


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Compay Yukaoka

No. No me crecen las uñas ... No. No me crecen las uñas ... No. No me crecen

... Parece que me trabé otra vez. Una vez me quedé trabado, como un disco

rayado, y no hacía más que repetir: Soy Yukaoka ... no como chocolate ni

trago sopa ... Soy Yukaoka ... Por suerte, Mamaíque me dio a un botón y pude

hablar sin trabarme durante un buen rato. Ahora que preguntan les contesto

que no, no me tengo que bañar con jabón, ni me tengo que cambiar el uni-

forme. Tampoco voy a la escuela. Escuela ... escuela ... Ah, creo que

Mamaíque va a tener que intervenir otra vez ... otra vez, otra vez.

La última vez que me encasquillé, Mamaíque consultó el Manual del Robot

y ajustó mi mecanismo de lo más bien ... Ajustó mi mecanismo de lo más bien

... Ajustó ...

Como decía, tampoco voy a la escuela, ni me tengo que levantar temprano.

No. No me tapo con frazada. Eso tengo que repetírselo a los niños del barrio

un millón de veces. ¿Haces pis? ¿Cuántos dientes tienes? ¿Tienes estómago?

¿Eres de metal todito? Claro que soy de metal. ¿No me ven? ¿Y eso qué

tiene?, les digo a los niños impertinentes, pero eso no les da derecho a


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decirme Charro Chatarra. Me llamo Compay, Compay Yukaoka. Tengo un

sonido extraño, sí, pero es un rumrum melódico, como de pequeña maquinaria

que trabaja.

Sí, sé muchas cosas. Me las programaron, o ¿qué creen? ¿que si soy frío?

Bueno, comparado a un helado de chocolate doble ... ¿Que si estoy solo?

¿Que si no pertenezco a ningún lugar? Nada de eso ... Nada de eso ... Nada

de eso ... Es difícil que alguien pueda tener más nacionalidades que yo. Soy

japonés por parte de maquinaria, italiano por parte de cables, chino por alea-

ciones y cubano por parte del sombrerito de yarey.

El sombrero de yarey un día Mamaíque me lo amarró con una soga a la bar-

billa, quiero decir a la lata, y desde ese día lo llevo puesto.

Creo que en Japón me programaron o.ooooo5 megabaits de lágrimas,

porque ese día los ojifocos se me empañaron. Yo creo que no era aceite, era

algo así como agua salada.

Pero bueno, como les decía. Soy un robot de aquí y de allá. Además, soy muy

útil. Puedo limpiar, coger recados, resolver pequeños problemas, recibir invi-

tados, entre otras muchas cosas.


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¿Trepar? No. ¿Empinar papalotes? No.

Pero cuando riego las plantas les canto bajito en japonés.

Regando un día unas violetas fue que choqué con un objeto metálico y caí al

suelo como una lata gigante de aceite. Se me rompió una pieza importante y

perdí varios tornillos de los zapatos.

Al principio Mamaíque no le dio importancia a mis mataduras. Recogió el

sombrero de yarey, lo sacudió y me lo colocó de nuevo en la cabeza. Luego,

me levantó y me llevó hasta la sala y me colocó apoyado en la mesa mientras

ella examinaba de nuevo el manual que guardaba en una gaveta.

Después de observarme de arriba abajo y de abajo arriba, trató de volver a

ponerme los tornillos de los zapatos, pero no pudo. Yo di unos pasos, y mis

pies empezaron a bailar solos y, cuando empecé a hablar can-ca-neaba.

Esto no había pasado nunca, sobre todo porque a Mamaíque no se le había

ocurrido nunca programarme para bailar. Yo estaba hecho para responder a

su voz suave y melodiosa y cada vez que me daba una orden la cumplía,

como si ella fuera coronela y yo un soldado inoxidable. Pero esta vez, cuando


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me dijo "Quieto, Compay", seguí bailando como si nada y, además, canca-

nié más de lo debido.

Yo digo que las caídas son muy malas, sobre todo entre violetas, porque nadie

cumplía las indicaciones de Mamaíque como yo.

-Compay, la loz a, dale, Compay.

-Compay, sacude, dale, Compay.

-Compay, recibe a María Boquita, dale Compay.

Y allá iba yo sin perder un minuto ni escacharme. Lo hacía casi siempre

chirriando, cosa que Mamaíque agradecía con una buena aceitada. A veces,

me quitaba el sombrero de yarey y me daba besos en la calva metálica.

-Mua -sonaba Mamaíque-. Mua, Mua.

Y esa fue una de las palabras que yo nunca llegué a entender. Conocía la

palabra calva, aunque nunca la utilizara; pero la palabra mua no. Así es que

cuando Mamaíque dijo mua, busqué y busqué entre lo que habían progra-

mado y no pude encontrar nada. ¿Qué cómo resolví ese pequeño problema?


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Muy fácil, le safé el moño a Mamaíque, y le puse un mua enorme en el centro

de la cabeza, cerca de donde tiene la peineta.

Mamaíque se asustó un poco, pero luego me abrazó tanto, que por poco

pierdo las tuercas.

Pero, como les decía, después de la caída seguí cumpliendo las órdenes de

Mamaíque, solo que las cumplía bailando, y todo, todo lo hacía al revés.

Los platos los colocaba en la lata de basura y los restregaba con papeles

usados y restos de cajas de jugos y salsa de tomate. Traía el polvo acumulado

en los bancos y los carteles y lo echaba todito sobre el sofá y el resto de los

muebles de la sala.

Le cerré la puerta en la nariz al mensajero, al cartero, a Horacio el carpintero,

a Gertrudis Tris y a María Boquita. Y todo eso lo hacía bailando, con los torni -

llos de los zapatos girando y girando solos.

Cuando Dani se perdió, yo bailé; cuando María Boquita lloró, también bailé;

cuando se acababan los muñequitos en la tele, yo bailaba; y si no me en-

grasaban en muchos días, también.


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La cosa se puso fea el día en que hubo un pequeño incendio en el bosquecito

que rodea el parque. Mamaíque fue a ver qué ocurría y yo fui detrás. Cuando

el fuego empezó a coger fuerza, Mamaíque me dijo:

-Apágalo, Compay.

Yo recogí hojas secas y haces de leña y, siempre bailando, las agregué a la

fogata. El fuego se hizo más fuerte y se extendió a todo el parque.

Por suerte, los bomberos lograron controlarlo; pero Mamaíque estaba de lo

más preocupada. Se rompía la cabeza pensando quién había dejado la pieza

de metal que había provocado mi caída.

Un día vio pasar una sombra lentamente hacia una pequeña habitación que

ella tenía en el patio. Como era de noche, cogió una linterna y fue a descubrir

quién era la sombra. Yo, está de más decirlo, la seguí un poco temeroso, pero

siempre bailando y can-ca-neando.

En cuanto Mamaíque abrió la puerta, la sombra, que era nada menos que

Marrero, el cerrajero lento, salió de la habitación con los brazos en alto.


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Como era tan, tan lento, el cerrajero al hablar, can-ca-neaba más que yo. -

Es-es-ta-ba-su-su-cio –decía, lentamente-, su-cio.

Mamaíque, ni corta ni perezosa me ordenó que lo limpiara sin demora.

Yo cogí un poco de salsa de tomate y se la restregué por la espalda, luego lo

pulí con polvo, cáscaras de plátano y cajitas de cartón.

El cerrajero corrió despavorido. Y sólo mucho después supimos que había

venido a recoger una herramienta que dejó en el patio, la misma con la que

yo choqué accidentalmente.

-El martillo estaba sucio -aclaró Mamaíque-. Si lo hubiera dicho antes…

Ya en casa, Mamaíque le mandó un correo al vendedor japonés para que le

indicara como arreglar mis zapatos bailarines, mi trastoque y mi can-ca-neo

repetitivo y cansón. Así es que prácticamente estaré perfecto, prácticamente

estaré perfecto, prácticamente estaré ... .


iNDICE

capitulo PaGINA

Mamaíque aparece............................................................5

Mamaíque la super.........................................................45

Cocó Chanel.....................................................................55

Mamaíque y la gran olla de quimbombó......................65

Compay Yukaoka............................................................73


FONDO EDITORIAL IPASME

Presidente: José Gregorio Linares.

Asesores: Alí Ramón Rojas Olaya y Ángel González

Coordinadora de Investigación: Nelly Montero

Promoción de Lectura: Luis Darío Bernal Pinilla, Verónica Pinto, Tania Cañas y Mervin Duarte

Publicaciones: Luis Durán, María Carolina Varela, Saudith Felibertt, Janeth Suarez y Odalys Marcano

IPASME Va a la Escuela: Alexis Cárcamo

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Informática: Yuley Castillo y Enderber Hernández

Asistencia a la Presidencia: Enricelis Guerra

Relaciones Comunitarias: Tania Cañas

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a la mamá de maikel, por su ternura y agudeza con los ... · impreso en venezuela por: ... la...

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