aa.vv- - lucha armada numero_1

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LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

El concepto del enemigo en el PRT-ERP VERA CARNOVALE Lectura en dos tiempos OSCAR TERN El mito del Policlnico Bancario GABRIEL ROT La vida plena SERGIO BUFANO Orgenes de las FAL Entrevista a Juan Carlos Cibelli Memoria, militancia e historia HUGO VEZZETTI FEDERICO LORENZ PILAR CALVEIRO Tupamaros: la construccin de su pasado SILVINA MERENSON Documentos Organizacin Comunista Poder Obrero DARDO CASTRO y JUAN ITURBURU Revolucin en la Revolucin? RGIS DEBRAY

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LUCHA ARMADAEN LA ARGENTINADireccin

Las reglas del juegoTodo hay que decirlo: el silencio, la ocultacin, procedimiento favorito del poder en los dispositivos de control del pasado, no ha sido ni es el monopolio de las clases dirigentes. Tan solo varan o difieren los procedimientos de escamoteo y los objetivos perseguidos por los partidos que apelan a la clase obrera y que, a su vez, se han convertido en organizadores de la memoria social y mantienen un control con frecuencia excesivo de la conciencia del pasado.George Haupt

Sergio Bufano Gabriel RotSecretaria de Redaccin

Licia Lpez de CasenaveColaboraron en este nmero

Dardo Castro Pilar Calveiro Vera Carnovale Juan Carlos Cibelli Ana Guglielmucci. Juan Iturburu. Federico Lorenz Charo Lpez Marsano. Silvina Merenson Ernesto Salas Oscar Tern Hugo VezzettiDiseo

Desde las primeras manifestaciones de violencia contestataria hasta hoy ha transcurrido medio siglo. Los investigadores, los historiadores, los protagonistas y un nmero cada vez mayor de jvenes se preguntan qu sucedi, y cules son las maneras de interpretar un perodo que dej significativas consecuencias. Aun los sobrevivientes de aquellos tumultuosos aos discrepan acerca de la lectura que le cabe a aquel fenmeno. Nos preguntamos si al cabo de tantos aos es posible tomar cierta distancia. Los historiadores desde los saberes de su formacin acadmica. Y los sobrevivientes desde la perspectiva que les brinda el tiempo, que tambin brinda saberes. Porque ya no son los mismos de entonces; pueden mirar hacia atrs con otros ojos, con la mirada crtica que suelen otorgar los aos, la experiencia y la reflexin. El estudio y anlisis de la lucha armada en la Argentina an es un tema pendiente. As como algunas guerrillas ocurridas en otros escenarios americanos (Mxico, Guatemala, Per, El Salvador y Venezuela, por citar algunas) cuentan con una nutrida literatura sobre el tema, entre nosotros todava no se ha realizado un anlisis minucioso del conjunto de organizaciones que escogieron el camino de las armas, as como los mltiples aspectos polticos, sociales y culturales que su praxis implic. Sntoma de una inapelable derrota poltica que dej su impronta en el campo de la historiografa y la reflexin, esta escasez de trabajos se hace an ms manifiesta si se tiene en cuenta el desarrollo alcanzado por las organizaciones armadas y su gravitante presencia en la historia poltica del pas, en muchos casos mayor que las sucedidas en los pases mencionados. Pero si la escasez cuantitativa se destaca, no son menos preocupantes otros aspectos. La dimensin nacional del desarrollo de la lucha armada se encuentra por completo desestimada y subsumida a la actividad guerrillera en unas pocas provincias o ciudades (Buenos Aires, Crdoba, Tucumn, Rosario y La Plata, para el caso) desconocindose casi por completo el desarrollo de la guerrilla en el resto del pas. Esta notable carencia impide incorporar al anlisis no slo el aporte e influencia que pudieron tener las diferentes guerrillas en el desarrollo de las luchas locales y regionales, sino tambin sus caractersticas y especificidades propias, diferentes a la de los grandes centros urbanos. Tampoco existe un detallado mapa del conjunto de las formaciones poltico militares que actuaron entre los aos 60 y 80. De las ms de 15 organizaciones que operaron en aquellos aos, slo se conoce con algn tipo de precisin las dos que alcanzaron mayor protagonismo PRT-ERP y Montoneros quedando el resto condenadas a la

Juan Jos OlivieriImprenta

Xxxxxxxxxxxxxxxxxx XxxxxxxxxxxxxxxxCorreo electrnico

[email protected]****** Todos los derechos reservados. Prohibida su reproduccin parcial o total. Propiedad Intelectual de Publicaciones Periodsticas y registro de Marca: en trmite. ****** Las colaboraciones firmadas expresan la opinin de sus autores y no reflejan necesariamente la opinin de la revista.

LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

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marginalidad en alguna nota a pie de pgina, o en el recuerdo de algn militante memorioso. Sus orgenes, los debates en los que participaron, las caractersticas de su desarrollo, crecimiento y desaparicin, han quedado, hasta el momento, fuera de consideracin histrica y poltica. As, la experiencia de la lucha armada sigue esperando su reevaluacin histrica desde una perspectiva crtica, en la que se aborde sin prejuicios la riqueza poltica de la misma. Se destaca, en cambio, una clara tendencia hacia la historia autolegitimante, encorsetada en moldes esterotipados, donde la riqueza poltica y cultural de la experiencia se ha visto reducida a la dimensin de espritu de poca, juvenilismo, episodios anecdticos y relatos mitificantes, que terminan por sustituir la historia viva y real. La falta de una perspectiva crtica impuso una matriz en donde la justificacin sustituy el anlisis de la circulacin de ideas, desdibuj la vida interna de las organizaciones y los presupuestos tericos, los conflictos y las tensiones surgidas en ellas. Y es sabido que sin interpelacin crtica, sin plantear los contrastes entre lo dicho y lo hecho, la historia se convierte en un instrumento de legitimacin para una memoria acrtica carente de reflexin. Creemos que asumir los actos del pasado desde una conciencia crtica que rescate todo lo bueno y lo malo contribuir a evitar la autocomplacencia o la denigracin, la pica o la demonizacin. Los protagonistas de entonces no deben temer abrir los recuerdos y revisar las estrategias y los dichos del pasado. Recuperar lo recuperable y reconocer los errores. Estas pginas estn abiertas precisamente para eso, para el debate, para la polmica que no teme disputas encendidas. Intentamos la sistematizacin de un debate que contemple los diversos elementos tericos, polticos, sociales e ideolgicos que dieron sustento a la praxis guerrillera, como elementos de construccin de una cultura e identidad propia, que alentaron la incorporacin de miles de jvenes en las organizaciones armadas, jvenes que se entregaron a la militancia a costa de su seguridad y propia vida. No pretendemos una homogenizacin en la interpretacin del pasado. Aspiramos, s, a revisar ese pasado con el propsito de contribuir a una transmisin de experiencias histricas que conmocionaron la vida poltica en Argentina y en Amrica latina. Vamos a intentar sistematizar una reflexin, no concluirla. El nmero que el lector tiene en sus manos intenta dar los primeros pasos en la direccin sealada. Viejos militantes, intelectuales y jvenes investigadores intentan echar luz sobre aspectos desconocidos o polmicos en el desarrollo de la lucha guerrillera local. Lucha Armada en la Argentina aparecer trimestralmente y nada desearamos ms que una participacin activa de todos aquellos que quieran decir algo sobre aquellos aos. S. B. / G. R.LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

Sumario01 Las reglas del juego 04 El concepto del enemigo en el PRT-ERP Vera CarnovaleLectura en 12 .Oscar Terndos tiempos

El 16 delmito Rot Bancario Policlnico Gabriel

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La vida plena 22 Sergio Bufano las FAL 32 Orgenes de Cibelli Entrevista a Juan Carlos Conflictos de memoria 46 histrico de lalamemoria social en la Argentina. Un estudio Hugo Vezzetti

64 La memoria de los historiadores Federico Lorenz Puentes de la 71 Pilar Calveiro memoria, terrorismo de Estado, sociedad y militancia Peludos, caramelos sucedidos 78 trabajadores ruralesycampo . La incorporacin del y los

en la construccin de un pasado para la militancia tupamara montevideana Silvina Merenson

RESEAS BIBLIOGRFICAS

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Perejiles. Los otros Montoneros Charo Lpez Marsano Mujeres Guerrilleras. La militancia de los setenta en el testimonio de sus protagonistas femeninas Ana Guglielmucci Organizaciones Poltico-militares. Testimonio de la lucha armada en la Argentina (1968-1976) Ernesto Salas

DOCUMENTOSOrganizacin Comunista Poder 102 Dardo Castro y Juan Iturburu Obrero 122 Revolucin en la Revolucin? Rgis Debray

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EL CONCEPTO DEL ENEMIGO EN EL PRT-ERP EDiscursos colectivos, experiencias individuales y desplazamientos de sentido.BASNDOSE EN EL ANLISIS DE DOCUMENTOS PARTIDARIOS Y TESTIMONIOS ORALES, LA AUTORA INDAGA LA CONSTRUCCIN DEL CONCEPTO DE ENEMIGO EN LA ORGANIZACIN POLTICOMILITAR DE ORIGEN MARXISTA MS IMPORTANTE DEL PAS, A LA VEZ QUE RASTREA EL ORIGEN DE SUS DIVERSAS ACEPCIONES Y SIGNIFICADOS.

* Historiadora - UBA 1 Miguel, entrevista de la autora, 2/3/2000. 2 Ral, entrevista de la autora, 12/3/2000.

Una de ellas se vincula con definiciones terico-ideolgicas: el enemigo aparece asociado a la estructura de poder econmico de la sociedad argentina. En esta acepcin, el enemigo es la burguesa, la sociedad capitalista, el Estado: El enemigo era todo el sistema capitalista, con toda su superestructura ideolgica, poltica, militaro seala burguesa [] ese era el enemigo1 La otra acepcin de la idea de enemigo se vincula con los efectos de ciertas particularidades de la dinmica poltica de los aos setenta: el enemigo aparece clara y fundamentalmente identificado en los agentes represores del Estado: En concreto, el enemigo nuestro de ese momento era la cana, que era con quien nos enfrentbamos por ah, viste [...] lo concretoyo te digo por mi experiencia, para m el enemigo concreto era la cana2 Para dar cuenta de la dinmica a travs de la cual se construye este concepto de enemigo de doble acepcin es necesario remitirse a la forma en que se articulan y se retroalimentan la dimensin colectiva y la dimensin individual de la experiencia perretista, puesto que si, por un lado, el discurso institucional-partidario contiene y habilita esta doble acepcin, el mundo de la experiencia individual, por otro, es formador de sentido y marco a partir del cual se resignifica el discurso partidario.LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

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VERA CARNOVALE* a idea de indagar sobre el concepto de enemigo en el PRT-ERP surgi en el transcurso de mi investigacin al notar que en el discurso de mis entrevistados convivan dos acepciones de la idea de enemigo.

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El discurso partidario: guerra y desplazamiento de sentidoEn junio de 1970 el PRT realiza su V Congreso que da carta de fundacin al ERP. Momento de redefiniciones ideolgicas por excelencia, el V Congreso es un acontecimiento fundamental en la historia de la organizacin, por las implicancias polticas y simblicas de las nuevas concepciones all delineadas. Es en este evento que el PRT declara que la guerra civil revolucionaria ha comenzado en nuestro pas desarrollada por sectores de la vanguardia; que continuarn librndola la vanguardia obrera y sectores del proletariado y el pueblo y que, por ltimo, ser la lucha de la vanguardia obrera, la clase obrera y el pueblo, contra la burguesa y el imperialismo 3 La acepcin de enemigo contenida en este prrafo es, sin lugar a dudas, aquella que asocia al enemigo con la estructura del poder econmico. Sin embargo, las implicancias polticas y simblicas de la nueva definicin de la etapa como guerra revolucionaria ya iniciada y el tono de urgencia contenido a lo largo de todo el documento no se harn esperar. En las mismas Resoluciones del Congreso podemos encontrar en distintos prrafos ciertos desplazamientos de sentido que introducen en el discurso partidario la otra acepcin de la idea de enemigo, aquella vinculada a los agentes represores del Estado: ...en la guerra revolucionaria lo que se busca no es la destruccin fsica de la masa enemiga: en todo caso podra interesarnos destruir una parte de sus cuadros de direccin pues la fuerza en su totalidad est compuesta por una mayora de reclutas de igual origen de clase que nuestras propias fuerzas.4 Si en esta guerra que ya ha comenzado la masa enemiga est identificada con las FFAA no es de extraar que a los ojos de la direccin partidaria la tarea urgente del momento sea la fundacin de otro ejrcito, revolucionario y popular, construido en oposicin a ese otro identificado como enemigo. En la resolucin de fundacin del ERP leemos: Considerando: Que en el proceso de guerra revolucionaria iniciado en nuestro pas, nuestro Partido ha comenzado a combatir con el objetivo de desorganizar a las FFAA del rgimen para hacer posible la insurreccin victoriosa del proletariado y del pueblo. Que las Fuerzas Armadas del rgimen slo pueden ser derrotadas oponindoseles un ejrcito revolucionario [...] El V Congreso del PRT resuelve: 1 Fundar el Ejrcito Revolucionario del Pueblo y dotarlo de una bandera [...] 3 Construir un Ejrcito Revolucionario del Pueblo incorporando a l a todos aquellos elementos dispuestos a combatir contra la dictadura militar y el imperialismo5 Fundado el nuevo ejrcito, cuyo objetivo principal es la desorganizacin de las FFAA, queda por resolver el tipo de vnculo que ste mantendr con el Partido. La pregunta por el vnculo codificado entre Ejrcito y Partido no es ms que la pregunta por la relacin entre la poltica y las armas o, mejor dicho, la pregunta por la concepcin de la poltica contenida en las formulaciones conceptuales y sus implicancias tanto en las prcticas como en las subjetividades partidarias. El momento fundacional del ERP es, tambin, el momento de la codificacin del vnculo entre Ejrcito y Partido. All, el PRT resuelve, citando y adhiriendo al pensamiento del General vietnamita Giap, que el ejrcito revolucionario debe estar bajo la direccin del Partido. En la argumentacin de esta decisin leemos: Nuestra corta experiencia nos indica [...] que la cuestin no es slo combatir, sino que en la guerra revolucionaria es dominante la poltica, que el Partido manda al fusil6 Sin embargo, a pesar de estos recaudos y de los repetidos y explcitos esfuerzos por establecer la jerarqua en esa relacin, parece ya un lugar comn referirse a la militarizacin o a la desviacin militarista del PRT-ERP. El mismo Luis Mattini, refirindose al primer ao de debut del flamante ejrcito revolucionario (1971) protestaLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

3 PRT, Resoluciones del V Congreso y Resoluciones posteriores, 1971, pg. 66. El subrayado me pertenece, VC. 4 Idem, pg, 77 5 De Santis, Daniel: A vencer o morir. PRT-ERP documenE tos, Tomos I y II, Eudeba, Buenos Aires 1998 y 2000, pg. 167-168. El subrayado me pertenece, VC. 6 De Santis, Daniel: op.cit., pg. 171

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7 Mattini, Luis: Hombres y mujeres del PRT-ERP. De E Tucumn a la Tablada, de la Campana, Buenos Aires, 1996, pg. 113. 8 PRT, Resoluciones del V Congreso y Resoluciones posteriores, op. cit., pg. 72. El subrayado me pertenece, VC 9 Miguel, entrevista de la autora. El subrayado me pertenece, VC. 10 Carlos, entrevista de la autora, 18/3/2000.

que, al caer presos los principales cuadros polticos de la organizacin: ...los Comits Militares Regionales y el Comit Militar Nacional, organismos que tericamente dependan del CC, o sea, del Secretario General del Partido, se independizaron de hecho y pasaron a constituirse en direcciones paralelas. Era la consumacin ms cruda del militarismo. [...] La desviacin crudamente militarista se manifestaba en el despliegue de la actividad armada, independientemente del desarrollo poltico de la organizacin, de la situacin poltica nacional y alejada totalmente de los puntos de vista de clase...7 Cul es la razn de esta independizacin de los comits regionales? Se la puede atribuir a los azarosos avatares cotidianos del conflicto poltico-militar? Y an ms importante, este militarismo es una desviacin? Entiendo que no. Volvamos al momento fundacional del ERP, el V Congreso. Si bien all quedaba bien en claro, siguiendo al General Giap, que la poltica es quien manda al fusil, lo cierto es que la urgencia de los tiempos de guerra impulsa mandatos partidarios, difciles de rechazar teniendo en cuenta el dramatismo con que se enuncian: Un partido de combate se caracteriza por eso mismo, porque combate, y en esta Argentina que est en guerra, la poltica se hace en lo fundamental armada, por lo tanto, en cada lugar donde el Partido est presente en las masas se debe impulsar las tareas militares. Combatir, formar el ejrcito en la prctica de la lucha armada: quien no pelea no existe8. Para Roberto Pittaluga la concepcin de guerra revolucionaria que planteaba el PRTERP posee un conjunto de caractersticas cuyos efectos sobre las formas del pensar y el hacer polticos, sobre las subjetividades militantes y sobre los dispositivos organizacionales, fueron ms que relevantes. Coincido con l en que lo que permite esta nueva argumentacin de la guerra revolucionaria es empalmar conceptualmente la dinmica sociopoltica con la construccin del ejrcito revolucionario, y sta es, para el PRT, la tarea fundamental. De este modo, la militarizacin del PRT no es una desviacin, sino el ncleo de las formulaciones conceptuales y de las imaginaciones de la revolucin como guerra. Si la poltica se hace en lo fundamental armada es porque sta Argentina est en guerra. De ah, que quien quiera hacer poltica, deba empuar un arma, o al menos estar dispuesto a hacerlo si el partido as lo dispone. A partir de entonces, toda persona deseosa de intervenir en el mundo de la poltica con ansias transformadoras deber ingresar primero al Ejrcito, y slo a partir de all, luego de dar cuenta de la solidez de sus convicciones, de la entereza de su moral, de su coraje y de su decisin de combate, podr incorporarse al Partido. Paralelamente todo militante del partido es recategorizado como combatiente del Ejrcito. El lenguaje blico coloniza la poltica y las implicancias subjetivas de esta colonizacin y los mandatos de combate que contienen aparecen sorpresivamente ntidas en los discursos de mis entrevistados, puesto que si la concepcin de guerra habilita e introduce en el discurso partidario la acepcin de enemigo vinculada a las fuerzas represoras del Estado, en el mundo de la experiencia individual parece producirse un nuevo desplazamiento de sentido en la misma direccin: _ E: Dentro de los cnones del Partido cmo era el militante ideal? _ el militante que nosotros vivamos el ms alto militante era el guerrillero, ese que dejaba todo por enfrentarse a los militares. Eso era como nosotros lo sentamos.9 _ E: ese enemigo que estaba de la vereda de enfrente cmo era? _Ah, no! Erasalvo los heladeros, eran todos los que llevaban uniforme. Claro, era muy precario 10

El mundo de la experiencia individual. Apropiacin, resignificacin y nuevos desplazamientos de sentido.La dimensin de la experiencia individual es tanto un marco a partir del cual se apropia el discurso partidario como una instancia formadora de sentido. Es, en definitiva, un espacio de resignificacin. Las personas que componen la militancia perretista, nacidas en su mayora en la dcada del 50, han aprendido a lo largo de su historia personal previa al ingreso partidario, a travs de distintos espacios tanto privados como pblicos, una versin de la poltica fundada en el paradigma amigo-enemigo que exclua la posibilidad de un espacio un negociacin. Sus primeras aproximaciones al mundo de la participaLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

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cin poltica asuman la forma de un enfrentamiento violento. Tanto Carlos como Miguel participaron como estudiantes, antes de ingresar al ERP, de la ola de movilizacin poltico-social de fines de la dcada del 60. Sus recuerdos dan cuenta de las implicancias polticas y subjetivas que esta experiencia tendr para sus vidas. _Cuando ibas a una movilizacin, como estudiante, te encontrabas con los otros, los de a caballo, a sablazo limpio [] te empiezan a manifestar que no ibas a vivir seguro, no vivas en democracia, bueno, tampoco vivas seguro11 _Y bueno, el enemigo, los malos, eran la polica y la represin, viste, y empezar a constatar que era as, que la polica reprima, que la polica no solamente estaba para poner presos a los ladrones _ E: Qu efectos polticos tuvo el Rosariazo para vos? _Yo creo que es la cara de la represin, qu es la polica, qu es la represin, lo que son los muertos, lo que ms me poda convencer, dos aos despus por qu la guerrillala fuerza bruta, digamos, la fuerza bruta [] y por el otro lado la fuerza de la gente [] Ah ya me qued en claro algo: que entrar a la facultad significaba entrar a luchar en contra de la dictadura12 La poltica comenzaba a ser entendida as, no como un encuentro de voluntades con resolucin incierta sino ms bien, como un enfrentamiento dramtico y terminante cuya resolucin slo poda consistir en la destruccin fsica de uno u otro. Este aprendizaje inicial ser, ms tarde, el punto de articulacin y confirmacin de la concepcin de poltica implicada en el discurso institucional perretista: la guerra. El bautismo de fuego de estas primeras experiencias constituye, para gran parte de la militancia perretista, el momento original de una construccin identitaria conformada por un nosotros y un ellos enfrentados bajo la lgica de la violencia material. La identidad que comienza a construirse es, justamente en oposicin a un otro que son, en principio los de a caballo, la polica y los militares. Un enemigo enfticamente vinculado a las fuerzas represivas, que acta a sablazo limpio y al cual slo se lo puede interpelar con las armas: _ E: Y por qu el PRT-ERP? _Bueno, yo ya te cont, la duda era entre el ERP y el peronismo. Estaba de acuerdo con el tema de la lucha armada, o sea que a los militares no se los iba a desalojar con buenos modales, sino que haba que enfrentarlos con un ejrcitoesa era la idea13 En tanto el mundo experiencial es un espacio formador de sentido, las definiciones ideolgicas y polticas del PRT-ERP que contenan una doble acepcin de la idea de enemigo sern resignificadas en el plano subjetivo provocando un nuevo desplazamiento de sentido en favor de un enemigo bsicamente uniformado. Si la concepcin de revolucin entendida como guerra encerraba en el discurso partidario el ncleo del militarismo, esta cadena resignificativa tendr, como principal efecto una nueva des-politizacin del enemigo. ste aparecer, cada vez ms distanciado de la estructura de clases que le da origen. Militarismo y despolitizacin se despliegan a la par a travs de una dinmica de retroalimentacin entre el discurso partidario y la experiencia subjetiva. Ya para 1972 leemos en una publicacin partidaria:

11 Carlos, entrevista de la autora, 7/2/2000. El subrayado me pertenece, VC. 12 Miguel, entrevista de la autora, 12/1/2000. Archivo personal de la autora. El subrayado me pertenece, VC. 13 Miguel, entrevista de la autora, 20/1/2000. 14 Estrella Roja, N 13, junio de 1972.

AS DE IDENTIFICA A LOS ENEMIGOS DEL PUEBLO Generalmente son policas, militares y delatores al servicio de nuestros explotadores Son los que torturan y asesinan a nuestro pueblo Son los que asesinaron a [...] Son los defensores incondicionales de los amos de nuestras fbricas. Son los que cuidan las fbricas con armas, garrotes y gases. Son los que con la prepotencia y las balas nos quieren domesticar Son los gusanos, parsitos de nuestro pueblo que no trabajan y se comen el presupuesto nacional14Slo la ltima de estas siete formas de identificacin publicitadas a viva voz por el rgano oficial del ERP alude a un enemigo vinculado a la estructura de clase. La jerarqua explcita de este orden no resulta ser un detalle menor por cuanto las repercusiones que provoca en la imaginera militante. La insistencia enftica en la identificacin de un eneLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

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15 Miguel, entrevista de la autora, 2/3/2000. El subrayado me pertenece, VC. 16 Ral, entrevista de la autora, 12/3/2000. 17 Ral, entrevista de la autora, 21/1/2000.

migo uniformado obtura, cada vez ms, la posibilidad de internalizacin de la otra acepcin de enemigo. Si al enemigo se lo reconoce por los rasgos que aqu se le atribuyen no sorprende el estupor de Miguel cuando, al evocar su experiencia de custodio en las crceles del pueblo donde se encuentra frente a frente con su prisionero, recuerda: Ehyo lo respetaba viste [] no trataba de asustarlo, nada de eso. [] No me pareca tan malo como decan. Me pareca un tipo bastante parecido a mque estaba ah, viste. No era un militar [] era un empresario. Me daba la impresin que era parecido a m, viste. O sea, la sensacin, ms all de lo terico, era decir bueno, no s por qu este tipo est ac [risas] no es tan malo bah, no lo vea como una persona mala, no lo vea como a un enemigo.15 Mencionaba anteriormente los efectos que tienen sobre estas subjetividades personales aquel aprendizaje poltico primario de jvenes estudiantes bajo la dictadura de Ongana, en el cual el enemigo tena el rostro de la represin policial y militar que caracterizaron las movilizaciones sociales de la poca. Sin embargo, el enfoque, aunque pertinente, resulta parcial o, mejor, insuficiente. Y esto, porque encuentro en otros entrevistados con experiencias iniciales distintas un movimiento paulatino que va desplazando al enemigo de clase por un enemigo uniformado. Pensemos en la historia de Ral. Obrero metalrgico desde los 16 aos, comienza su lucha poltica a travs de la participacin sindical por reivindicaciones salariales y laborales. Sus broncas y sus odios crecieron en la fbrica al abrigo de una experiencia de explotacin extrema. Para l, que tambin haba sido reprimido en el Rosariazo por las huestes policiales, el enemigo estaba constituido, al inicio de su militancia, fundamentalmente, por la patronal. Se incorpora al ERP a mediados del 1973. Exploremos sus recuerdos: _ E: De las acciones armadas en las que participaste cul es la que records como ms importante? _Y de por s, la primera, donde tomamos la fbrica donde yo estoy, que los patrones eran todos unos hijos de puta yverlos en ese momento todos cagados, temblandoera algo que yo me acuerdo siempre como si fuera hoy, dnde estbamos parados cada unotodo [] Te imagins que la gente siempre puteando contra la patronal que estos hijos de puta que nos hacen esto, que hacen tal cosa y cuando vos llegabas y les juntabas los patrones ah adelante de todos y los apretabas y los tipos se cagaban todos y te daban la llave del auto sin problema, no saban en qu bolsillo buscar para drtela ms rpido y esoqu s yo, entonces, era el goce despus de los compaeros16 Aqu, el enemigo es, sin duda alguna, un enemigo de clase y la gratificacin de los compaeros encuentra su significado en el efmero instante de reparacin justiciera a travs del cual se invierte el sentido del miedo y la humillacin. En su experiencia cotidiana de explotacin Ral construy un enemigo cuya acepcin implica, bsicamente, la nocin de clase. Lo que lo equipara en un inicio a otras experiencias militantes es, en todo caso, su nocin polarizada de la poltica, la poltica entendida como espacio de confrontacin con pocas o ninguna posibilidades de negociacin. Cuenta Ral que en las reuniones entre los delegados y la patronal, el dueo de la fbrica, el turco, asista con su inseparable escopeta de cao recortado. En el caso de Ral, esta primera aproximacin al mundo poltico encierra una nocin blica del conflicto de clase. Esta nocin de enfrentamiento a un enemigo-patrn hallar una articulacin feliz, por un lado, con la acepcin perretista del enemigo-burgus y, por el otro, con la nocin partidaria de la revolucin entendida como guerra: _ E: Cmo eran las acciones armadas? _Bueno, en esa fbrica, todo compaero que ingresaba, debutaba tirotendole la casa al Turco, viste. Es ms, l deca que estaba en guerra con el ERP, l personalmente estaba en guerra con el ERP y andaba siempre con tres o cuatro guardaespaldas. Adems era presidente de la Cooperadora Policial de la provincia, la cana siempre a su disposicin 17 Hasta aqu, est bien claro quin es el enemigo de Ral. Sin embargo, me pregunto por los efectos que sobre su memoria tuvieron la otra acepcin de enemigo contendida en el discurso partidario y sus aos siguientes de experiencia militante. Cuando en una entrevista posterior le pregunto quin era el enemigo contesta: Mir, por ah en los planes y en teora, el enemigo sabamos quin era: la burguesa, el imperialismo, el Estado.LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

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Pero en concreto, el enemigo nuestro de ese momento era la cana que era con quien nos enfrentbamos por ah, viste...Yo te digo, por mi experiencia, para m, el enemigo concreto era la cana18 Efectivamente, en su vida cotidiana, y a medida que la represin se encrudece, el militante del PRT-ERP se enfrenta, casi cotidianamente a un enemigo que aparece cada vez ms frecuentemente representable a travs de un uniforme. No huye del empresario, ni del burgus. En su experiencia clandestina, en los frentes de masas, en las crceles y en las calles, el militante se enfrenta casi exclusivamente a los agentes represores del Estado. ste es el enemigo para l, un enemigo casi privado, desvinculado de la estructura del poder de clases y, por tanto, despolitizado. Si la dimensin colectivo-partidaria haba habilitado a travs de la coexistencia de las dos acepciones del trmino enemigo, la dimensin experiencial permite una apropiacin y resignificacin del concepto que empuja, desde diversos ngulos y razones a nuevos desplazamientos semnticos. Leyendo las editoriales de El Combatiente, algunos boletines internos o declaraciones extraordinarias del Partido, uno puede reconocer algunos esfuerzos retricos por invertir el sentido del desplazamiento semntico y restituirle al enemigo su carcter de clase. Sin embargo, lo espordico de dichas intervenciones, la presencia siempre tangible tanto en el discurso partidario como en la dimensin experiencial del enemigo como represor convierten a aquellos esfuerzos en fallidos y pronto olvidables intentos. Los cuadros primarios de direccin permanentemente perseguidos, asesinados o encarcelados son reemplazados por entusiastas y nuevos compaeros que traen consigo la experiencia resignificadora de su prctica militante en tiempos de guerra. En sus manos ir quedando la formacin poltica y militar de los nuevos ingresantes. Luis, que comienza su militancia en el ERP a comienzos del 74, recuerda muy bien haber sido preparado en las escuelas del ERP para enfrentarse al enemigo: en cierta medida habamos recibido cierta instruccin en cuanto a la operatividad del enemigo ramos conscientes de infiltrados, ramos conscientes de los servicios de inteligencia, ramos conscientes de la polica comn, del polica que anda con el Comando Radioelctrico por la calle, del vigilante que dirige el trfico o el vigilante que cuida un banco19 Es cada vez ms en oposicin a este enemigo, que el PRT-ERP ir construyendo, a partir de un movimiento casi especular, su propia identidad. Pinsese, por ejemplo, en el uso casi obligatorio y ceremonial del uniforme verde oliva, que se impondr a los guerrilleros perretistas a partir de 1974. Y esta construccin identitaria, involucra a su vez en una relacin dialctica la construccin del otro. La afirmacin e identificacin de un ellos en la misma dinmica de afirmacin e identificacin de un nosotros. _ E: Antes de la crcel cmo te imaginabas que era ese enemigo? _ Yo me imaginaba noms que me podan matar. No me imaginaba que me podan torturar, perono me imaginaba el retorcimiento, no me imaginaba los desaparecidos, saba que torturaban pero[] Yo pensaba que era un Ejrcito de lnea, con una ideologao sea me lo imaginaba a imagen y semejanza nuestra pero al revs20 Por lo dems, esta especularidad excede con mucho las prcticas rituales y las dimensiones subjetivas para encontrar tambin su espacio en el mundo material de la lnea y la praxis partidarias. En septiembre de 1974, luego del asesinato de algunos guerrilleros en Catamarca, Santucho hace pblica a travs de los rganos oficiales del Partido y del Ejrcito la siguiente decisin: Luego de 16 das de investigaciones, hemos tomado una grave determinacin. Nuestra organizacin ha decidido emplear la represalia: mientras el ejrcito no tome guerrilleros prisioneros, el ERP, tampoco lo har. Responderemos ante cada asesinato con una ejecucin de oficiales indiscriminada. Es la nica forma de obligar a una oficialidad cebada en el asesinato y la tortura a respetar las leyes de la guerra21 En ltima instancia, el PRT-ERP est en guerra. Y en esa guerra el principal sujeto interpelado es ese enemigo-Ejrcito que a los ojos del PRT-ERP ha dejado de respetar el mundo de cdigos compartidos de combate que toda guerra delimita. Abrumado a estas alturas por la acepcin de un enemigo des-politizado, la nica respuesta posible es la militar, invadida a su vez sta, por el mvil casi privado, de la represalia. En esta cadena de resignificacin-despolitizacin el destino personal de cadaLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

18 Ral, entrevista de la autora, 15/3/2000. 19 Luis, entrevista de la autora, 14/5/2000. 20 Miguel, entrevista de la autora, 2/3/2000. El subrayado me pertenece, VC. 21 El Combatiente N 136, 14/91974 y Estrella Roja N 40, 23/9/1974.

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22 Miguel, entrevista de la autora, 20/1/2000. El subrayado me pertenece, VC. 23 Resoluciones del Comit Ejecutivo, abril de 1971, en De Santis, Daniel, op. cit., pg. 264. El subrayado me pertenece, VC. 24 Resoluciones del Comit Ejecutivo, enero de 1972, en De Santis, Daniel, op. cit., pp. 193-194. El subrayado me pertenece, VC. 25 Editorial de El Combatiente, 30/7/1972, en De Santis, Daniel, op.cit., pg. 201. El subrayado me pertenece, VC.

militante har lo dems: en los ocho aos preso yo adquir algo que antes no tena: que era el odio, el odio a los represores [...] el odio al enemigo, a los militares, a todo lo que viste uniforme lo adquir en la crcel. [...] yo cuando sal de la crcel los quera matar a todos, les tena un odio terrible [] ya no porque se explota a la clase obrera, no, no, odio contra este hijo de puta que me torturaba, que me humillaba 22

Estado, clase y poltica en los aos 70.La convivencia de dos acepciones del concepto de enemigo convivencia originada y alimentada tanto en la concepcin de la poltica entendida como guerra propia de las formulaciones partidarias como en la dimensin experiencial remite a una pregunta que si bien escapa a las posibilidades de este trabajo no puede dejar de plantearse. Esa pregunta interpela, por un lado, a la forma en que el PRT-ERP piensa la relacin entre Estado y clase en la Argentina; por otro, busca cotejar esa mirada con las particularidades de la realidad poltico-institucional de los tempranos aos 60 y 70. Una de las primeras cuestiones a destacar es el rol, por momentos ambiguo, que el PRT-ERP le atribuye en sus anlisis polticos a las FFAA en relacin con la clase dominante. Pues si bien por un lado podemos ver que stas aparecen tan slo como garantes necesarios de un orden capitalista dependiente, por otro lado, ese rol parece desplazarse hacia una suerte de autonomizacin poltica de las FFAA. Veamos cmo aparecen cada una de estas caracterizaciones en dos resoluciones del Comit Ejecutivo de 1971 y 1972: Haciendo referencia a los intentos de acuerdos polticos entre Lanusse y los partidos polticos para garantizar una salida ordenada de la dictadura militar, se explica quesera el movimiento la Hora del pueblo, donde se concretara la alianza de la burguesa con el visto bueno del imperialismo, permitiendo el retorno de los militares a los cuarteles, asegurada la estabilidad del rgimen...23 Casi un ao ms tarde, leemos: La crisis actual de la Argentina capitalista no tiene ninguna posibilidad de ser superada a corto o mediano plazo, por ningn gobierno burgus. El gobierno que surja del proceso electoral prximo, lo mismo si es o no peronista, estar incapacitado para concretar ni siquiera soluciones mnimas. [] En el caso de un gobierno peronista, este proceso no ser ms lento porque la posibilidad de maniobra, producto de la confianza de las masas, ser contrarrestada porque esta confianza favorecer tambin la movilizacin obrera y popular por reivindicaciones inmediatas. As, un nuevo gobierno parlamentario se encontrar con las masas en la calle, con la ampliacin de la lucha de masas, obligado desde bambalinas por las FFAA a reprimir violentamente.24 En la primera cita las FFAA aparecen tan slo como garantes de un orden en crisis, rol que les permitira volver a los cuarteles una vez que la alianza de la burguesa pudiera asegurar por s misma la estabilidad del rgimen. De lo cual se deduce que la intervencin de las fuerzas represivas del Estado en la conflictividad poltica encuentra su razn de ser en la imposibilidad de la clase dominante de garantizar un rgimen poltico estable que permita llevar adelante su proyecto de dominacin. En la segunda cita, la clase dominante aparece imposibilitada para cumplir con ese objetivo por s misma. Sin embargo, ya no es ella quien apela al aparato militar del Estado para garantizar el disciplinamiento poltico-social necesario, sino que son las propias FFAA las que obligaran al gobierno burgus a reprimir violentamente. El giro discursivo no resulta menor, puesto que de ser el auxiliar armado de un orden las FFAA pasan a ser el ncleo duro del poder, el bastin del sistema, las beneficiarias ltimas de un orden social desmovilizado. Es indudable que la participacin violenta de las FFAA en la vida institucional argentina, al menos desde 1930 en adelante, no slo viene a verificar esta mirada sino que, en efecto, esta reiterada irrupcin las constituye en factor de poder determinante en el mapa poltico de la poca. Sin embargo, es menester detenerse en el tipo de relacin existente entre las FFAA y la clase dominante argentina. Y es aqu donde intuyo que el PRT-ERP sobreestima a las FFAA en cuanto a la posicin que ocupan en el entramado de las relaciones de poder: Hoy en la Argentina, ante el embate de las masas, la persistencia de la guerrilla, la agudizacin de la crisis econmica, le es imperioso a la burguesa y a su dirigente el Partido Militar, recurrir al engao para reorganizarse25 Aqu, para el PRT-ERP, las FFAA son, en definitiva, el grupo hegemnico de las claLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

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ses dominantes. Han dejado de ser custodios de un orden burgus para ocupar el puesto de dirigencia de clase. Que la clase dominante de la Argentina de la poca se encuentre imposibilitada de resolver pacficamente las pujas internas de las distintas fracciones que la componen, es ms que plausible. Pero sospecho, y quiero recalcar el carcter tan slo especulativo de estos prrafos, que atribuirles el rol de dirigencia de clase es atribuirles, de alguna manera, un inters ltimo y autnomo que vendra a oscurecer la naturaleza intrnseca de su rol en el entramado de un Estado. Y esto nos enva a otra cuestin fundamental que es la forma en que el PRT-ERP piensa al Estado. En una declaracin titulada: Por qu el EJRCITO REVOLUCIONARIO DEL PUEBLO no dejar de combatir. Respuesta al Presidente Cmpora, del 13 de abril de 1973 y firmada por el Comit Militar Nacional, leemos: El gobierno que el Dr. Cmpora presidir representa la voluntad popular. Respetuosos de esa voluntad, nuestra organizacin no atacar al nuevo gobierno mientras ste no ataque al pueblo ni a la guerrilla. Nuestra organizacin seguir combatiendo militarmente a las empresas y a las fuerzas armadas contrarrevolucionarias [...] En cuanto a la polica, que supuestamente depende del Poder Ejecutivo, aunque estos ltimos aos ha actuado como activo auxiliar del ejrcito opresor, el ERP suspender los ataques contra ella a partir del 25 de mayo y no la atacar mientras ella permanezca neutral, mientras no colabore con el ejrcito en la persecucin de la guerrilla y en la represin a las manifestaciones populares [...] La experiencia nos indica que no puede haber tregua con los enemigos de la Patria, con los explotadores, con el ejrcito opresor y las empresas capitalistas expoliadoras [...] NO DAR TREGUA AL ENEMIGO [...] Ninguna tregua al ejrcito opresor! Ninguna tregua a las empresas explotadoras!26 Para decirlo sencillamente, el PRT-ERP, est fragmentando al Estado, y autonomizando las partes que lo componen: ejrcito, poder ejecutivo, polica, aparecen en esta declaracin como actores polticos autnomos, independientes unos de otros. Escapa a mis posibilidades y a los objetivos primarios de este trabajo ahondar en la naturaleza y caractersticas del Estado argentino de la poca. Baste tan slo afirmar que cualquier pregunta sobre la militarizacin de la poltica de aquellos aos necesita indagar una dimensin poco sencilla: aquella que remite al complejo entramado de fuerzas articuladas a travs de la coercin y el consenso. Se trata, en definitiva, de desentraar la radiografa y la dinmica del poder. He intentado en este escrito dar cuenta de la compleja dinmica de construccin de uno de los componentes claves del sistema de referencias perretista: el enemigo. Las dimensiones involucradas en el anlisis responden a la certeza de que la conformacin identitaria y las prcticas polticas de una organizacin como el PRT-ERP debe pensarse como un complejo proceso que articula tanto el universo de las formulaciones ideolgicas, como el de la produccin de subjetividades. Y esto porque volver inteligible nuestro pasado reciente exige inmiscuirse, una vez ms, en las profundas razones de quienes acuaron, con la fuerza de un grito de guerra, el mandato ltimo y dramtico de A vencer o morir.BIBLIOGRAFA: - De Santis, Daniel: A vencer o morir. PRT-ERP documentos, Tomos I y II, Eudeba, Buenos Aires 1998 y 2000. - Mattini, Luis: Hombres y mujeres del PRT-ERP. De Tucumn a la Tablada, La Campana, Buenos Aires, 1996. - Ollier, Mara Matilde: La creencia y la pasin. Privado, pblico y poltico en la izquierda revolucionaria, Ariel, Buenos Aires, 1998. - Pittaluga, Roberto: La historiografa sobre el PRT-ERP, El Rodaballo, ao VI, N 10, Buenos Aires, 2000. - Pittaluga, Roberto: Por qu el ERP no dejar de combatir, ponencia presentada en las VIII Jornadas Interescuelas y Departamentales de Historia, Salta, septiembre 2001. - Prieto, Helios: Sobre la historia del PRT-ERP. Memorias volterianas con final maquiavlico, El Rodaballo, ao VI, N 11/12, Buenos Aires, 2000. - Seoane, Mara: Todo o nada. La historia secreta y la historia pblica del jefe guerrillero Mario Roberto Santucho, Planeta, Buenos Aires, 1991. - Tarcus, Horacio: La secta poltica en El Rodaballo, ao V, N 9, Buenos Aires,1998-1999.

26 El subrayado me pertenece, VC.

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LECTURAS EN DOS TIEMPOSDESDE SU PRIMERA LECTURA EN EL BARRIO DE BARRACAS HASTA HOY HAN TRANSCURRIDO CUARENTA AOS DE UNA HISTORIA CONVULSIONADA. EL AUTOR REFLEXIONA SOBRE UN TEXTO EMBLEMTICO PARA AQUELLOS QUE SE INICIABAN EN EL CAMINO DE LA REVOLUCIN. SE HA INCLUIDO EL DOCUMENTO DE DEBRAY AL FINAL DE LA REVISTA.OSCAR TERNUBA - UNQ

e ha dicho que un libro no cambia mientras el mundo cambia. Pero si el texto es no slo su escritura sino asimismo su recepcin, y si esta ltima est fuertemente condicionada por un contexto temporal, fcil es concluir que los corsi e ricorsi de la historia colocan nuestras lecturas bajo el posible efecto de las resignificaciones. Tanto ms inquietantes resultan esas relecturas cuando se refieren a textos que coincidieron con pasiones que gravitaron sobre elecciones y prcticas significativas de nuestras vidas. Pero entonces, qu lee quien lee ya lejos de aquellas pasiones y con los ojos tallados por nuevas experiencias y presuntas enseanzas? Tomo entonces en esta primavera de 2004 Revolucin en la revolucin?, de Rgis Debray, y le formulo una serie de preguntas cannicas que orientan la lectura: quin habla, a quin habla, qu dice, cmo lo dice. En principio, es evidente que la construccin del autor en este opsculo corresponde a la de quien se autorrepresenta como venido a darle forma (a in-formar) una revolucin nacida sin teora, aun cuando en rigor dicha teora estara en la gesta armada en estado prctico. As, Debray no trae su formacin acadmica para agregar nada a lo que la historia de la guerrilla ha construido de hecho, pero s para informar a travs de la letra dicha experiencia. Ya que, sostiene, de la Revolucin cubana seLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

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ignora hasta el abec, debido a que, para decirlo en lenguaje de filsofo, una cierta problemtica ha muerto desde la Revolucin cubana. Introduce as una nocin construida por Althusser, para concluir rpidamente que las fracciones marxista-leninistas latinoamericanas se mueven en la misma problemtica que la burguesa, porque no son las respuestas las que hay que cambiar sino las preguntas. Qu preguntas? Las que Debray retrotrae a lo que sera la cuestin esencial de todo emprendimiento revolucionario: cmo tomar el poder? Mas ocurre que esa pregunta ya tiene la respuesta preparada, que se presenta como evidente de por s, ya que el ncleo de la revolucin castrista reside en haber restaurado una verdad vieja como las luchas por la liberacin social: que la revolucin es el resultado de una lucha armada contra el poder armado del Estado burgus. Para esa conclusin fundacional, el saber libresco con sede en la cultura europea hubiera resultado impotente sin la inmersin en dicha experiencia y sin el concurso de los lderes revolucionarios (Fidel Castro, Ernesto Guevara). Para ello, el joven y brillante discpulo de Althusser es presentado por la alta autoridad cultural e institucional de Fernndez Retamar, quien celebra que Debray haya conocido la realidad latinoamericana no a travs de ideas preconcebidas sino de experiencias. Esta apelacin a la experiencia como magistra revolutionis

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recorrer con su estela antiintelectualista y populista todo el texto, colocando el emprendimiento revolucionario en las antpodas de un saber abstracto del que no estaran exentos los partidos comunistas de esta parte del mundo, as como tampoco los troskistas o los editores de la revista Monthly Review. De all que deba celebrarse que Fidel no haya ledo los escritos militares de Mao Tse-Tung, ya que las teoras elaboradas en otras latitudes son ms bien un obstculo cuasi epistemolgico para realidades idiosincrticas como las latinoamericanas. En definitiva, aqu la estrategia rinde tributo a la tctica, en la estricta medida en que esta ltima se fusiona con la experiencia. Empero, no slo por los libros est aqu el intelectual separado de la realidad. Apelando a los ideologemas entonces dominantes del juvenilismo y del corporalismo, puede entonces concluir con el corazn liviano que aunque un hombre viejo posea una militancia a toda prueba una formacin revolucionaria no basta ay! para afrontar la vida guerrillera, sobre todo al comienzo. Con un guio hacia un lector no precisamente iletrado, y al sostener que la aptitud fsica es condicin de ejercicio de todas lasLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

otras aptitudes posibles, intuye que la lucha armada parece tener razones que la teora no conoce. Esta incapacidad se extiende a los citadinos y a los intelectuales, baldados de incapacidad revolucionaria por su debilidad fsica y su inadaptacin a la vida de campaa. Afirmaciones todas stas que se encastran como en un Tetris en el tradicional legado del populismo romntico, que por momentos adquiere la correspondiente tonalidad rouseauniana. La experiencia entonces es el extraordinario crisol donde se funden los saberes, ya que incluso el fracaso se lee es tericamente ms rico que el triunfo, dado que acumula una experiencia y un saber. Naturalmente, lo que legitima las derrotas es la conviccin teleolgica de que aun la experiencias fracasadas son mejores que las teoras presuntamente verdaderas, sobre la base de la metafsica de la historia que garantiza que las derrotas padecidas confluirn finalmente en la victoria de los revolucionarios. Es claro a quines se apela y a quines se expulsa de este curso triunfal, puesto que la revolucin es un tajo que separa los autnticos luchadores de los reformistas y futuros traidores, asimilados con el pacifismo y el espritu de derrota de los socialdemcratas que combati Lenin. Y esto porque los tiempos que corren han iluminado con un relmpago blanco el fin de una poca: la del equilibrio relativo de las clases, y el principio de otra definida por la guerra total de clases, que excluye las soluciones de compromiso y los repartos del poder. Consecuentemente, en el nuevo marco de la lucha a muerte no hay lugar para las soluciones bastardas. Las lneas de fuerza del discurso tendidas en Revolucin en la revolucin? disean entretanto un retrato ideal del revolucionario. ste se halla lejos del supuesto por Gramsci, Mao y tantos otros, puesto que debe alejarse no slo de la burguesa sino adems de su sociedad civil. De all que la justificacin de la clandestinidad ahora no es slo para simularse frente a los enemigos de clase y del sistema de dominacin imperante: la clandestinidad, el uso de seudnimos, segrega e independiza al revolucionario de la sociedad civil, considerada como un potencial aunque ingenuo enemigo. La autodefensa armada en enclaves territoriales tomados al enemigo sirve como ejemplo de los inconvenientes de aquella convivencia. All los revolucionarios cohabitan con sus familias, que se convierten en un verdadero lastre a la hora de las urgencias del enfrentamiento armado. Tambin ese producto y motor conspicuo de la modernidad que es la ciudad configura una amenaza para el temple revolucionario. En la ms que secular querella entre el campo y la ciudad, y a contramano de la doctrina marxista clsica, el fiel de la balanza otra vez con un gesto populista se inclina hacia el elogio de la vida rural. Por el contrario, la prctica

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poltica sindical corrompe, as como la bajada a la ciudad coloca al guerrillero rural en extremo peligro. Se puede all mismo apelar al criterio de autoridad de una frase de Fidel Castro: La ciudad es un cementerio de revolucionarios. El medio urbano determina un destino contrarrevolucionario porque aleja de esas necesidades de la escasez rural, nicas capaces de forjar el acero sin el cual pierde filo incluso la ideologa revolucionaria: Cmo un habitante de esas ciudades, por marxista-leninista que sea, podr adivinar la importancia vital de un metro cuadrado de nylon, de un pote de grasa de fusil, de una libra de sal, de azcar y de un par de botas?. Ya no es la ubicacin en un modo de produccin lo que constituye a los sujetos de clase. Por ello la revolucin no puede surgir de la fbrica, urbana por naturaleza, ya que todo hombre, aunque sea un camarada, que se pasa la vida en la ciudad es un burgus sin saberlo en comparacin con el guerrillero. El equivalente general del dinero, esa abstraccin engaosa pensada por Marx, contribuye a la corrupcin del militante citadino. Obrero o burgus, el hombre de la ciudad vive como consumidor. Basta un billete en el bolsillo, y si stos se acaban, con la afluencia de yanquis y su cortejo de corrupciones se ganarn otros sin demasiadas dificultades. Para decirlo todo, la montaa proletariza a burgueses y campesinos, y la ciudad puede aburguesar hasta a los proletarios. De all, in extremis, que cuando una guerrilla habla con sus responsables urbanos o en el extranjero, trata con su burguesa. Esta fundamentacin de la teora del foco requiere otra pieza funcional a la misma: la construccin de la mitologa de la revolucin cubana matrizada sobre la excepcionalidad de los doce del Granma. Fue as como finalmente 300 guerrilleros derrotaron a 10.000 hombres del ejrcito de Batista. De poco vale que all mismo esta desestimacin de la poderosa red urbana del Movimiento 26 de Julio choque con una carta de Fidel Castro a Frank Pas desde la Sierra Maestra: Ahora s s lo que es el pueblo; lo veo en esa fuerza invencible que nos rodea en todas partes, lo veo en las caravanas de treinta y cuarenta hombres, alumbrados con antorchas, bajando las pendientes enfangadas, a las dos o las tres de la madrugada con sesenta libras de peso al hombro, conduciendo abastecimiento para nosotros. Populismo, antiintelectualismo, juvenilismo, ruralismo, antirreformismo, son algunos de los mojones categoriales que organizan el libro de Debray. Tambin una concepcin militarista que conduce a la negacin de la democracia, no slo de la burguesa, sino tambin de la interna al grupo revolucionario. As, por vas bizarras se reinstala una visin elitista: si en Vietnam la pirmide militar se construy desde la base, en Amrica Latina debe hacerse desde arriLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

Rgis Debray en los 60.

ba. De lo contrario, se recae en ese vicio deliberativo de que habla Fidel, opuesto a los mtodos ejecutivos, centralizados y verticales [] que reclama la conduccin de las operaciones militares. Esta conversin exige, pues, la suspensin provisional de la democracia interna en el Partido y la abolicin temporal de las reglas del centralismo democrtico que aseguran aqulla. [] La disciplina del Partido se convierte en disciplina militar. Y es que si se ha jugado el todo por el todo, tambin se legitima esta frase sincera y estremecedora: Vencer es aceptar, desde un principio, que la vida no es el bien supremo del revolucionario. Tampoco la abnegacin aunque s la eficacia es un argumento poltico, ya que el mrtir no tiene fuerza de prueba. De tal modo, la gesta cubana ha cancelado el divorcio entre teora marxista y prctica revolucionaria, y esa reconciliacin est consumada como un encuentro entre el cielo y la tierra en una heroificante cita de Guevara sobre esa guerrilla duea de su direccin poltica y encarnada en un puado de hombres sin otra alternativa que la muerte o la victoria, en momentos en que la muerte es un concepto mil veces presente y la victoria un mito que slo un revolucionario puede soar... Este mismo texto lo he ledo en una bella tarde de domingo en el barrio de Barracas hace casi cuarenta aos, cuando nos habamos convocado para una lectura colectiva del libro recin aparecido. Gobernaba Ongana an con dura mano, de modo que el libro en cuestin haba sido trado por quien funga como jefe o inspirador del pequesimo grupo protorrevolucionario que queramos integrar. Por la dicha mano frrea, pero tambin porque el jefe o inspirador amaba el conspirativismo tipo resistencia

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francesa, el libro haba sido trado desde La Habana (previo y obligado paso por Praga) bajo la forma de microfilm. El compaero Javier haba conseguido un proyector, y poco despus del almuerzo nos encontramos en su cuarto: una suerte de buhardilla de estudiante pobre en la casa de su madre viuda. Nos habamos conocido con Javier en la Facultad de Filosofa y Letras de la calle Viamonte. ramos marxistas, valorbamos la justicia social, nos ofenda y rebelaba el mundo en el que vivamos. Tambin ramos jvenes, creo que inteligentes y seguramente lectores, dotados por fin de una serie de certezas intensas propias de las pasiones ideolgicas. Con esta breve historia y con este trasfondo poltico e intelectual nos encontramos esa tarde en el cuarto de Javier, cuyas bibliotecas estaban armadas con los inevitables ladrillos de cemento pintados de blanco. De blanco, al igual que las paredes de ese cuarto, lo que iba a permitir, suponamos, la lectura del microfilm. Es cierto, empero, que las paredes no son lisas como una pantalla, de manera que las letras vacilaban y adoptaban la textura granulada de la pared. Cierto es que la calidad de la pelcula tampoco era de lo mejor, lo que dificultaba an ms la dicha lectura. Pero sobre todo era cierto que nada de esto poda importar, porque estbamos plenamente dispuestos a dar por bueno todo lo que contena la nueva biblia llegada desde lo que llambamos La Isla. Incluso dispuestos a aceptar aquella descripcin en la que se fundamentaba la superioridad de la guerrilla rural por sobre la urbana apoyndose en el carcter aburguesador de la ciudad, argumento cruzado con un dejo de desprecio antimoderno y romntico que no result siquiera disonante con la sensibilidad de estudiantes especialmente urbanos. En suma, deca lo que deca, y talvez podra haber dicho otra cosa, pero el aura de ese texto, ledo en esas condiciones, tornaba irrefutables todas sus ms arbitrarias argumentaciones. El criterio de autoridad que lo respaldaba era naturalmente no la palabra de un joven intelectual francs, sino el extraordinario prestigio de la revolucin cubana, cuyo faro irradiaba como modelo de revolucin y de construccin del socialismo, en un clima epocal donde un ejrcito desarrapado de vietnamitas derrotaba al del pas ms poderoso de la tierra. De manera que luego de varias horas de lectura forzada (como quien dice de marcha forzada), henchidos de un novedoso y para esos das prcticamente exclusivo saber, Javier me acompa hasta la puerta de su casa. Quiero repetir que era un bello domingo de verano, porque entonces se entender mejor que era natural que por la calle pasaran numerosas parejas de jvenes rumbo al parque cercano. La tarde se acercaba a su ocaso. Entonces Javier me mir seria y fijamente y me dijo: Pensar que noLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

saben el mundo que estamos armando para ellos. No se me ocurri responder nada quizs porque estaba de acuerdo con esa aseveracin, y sin embargo esa frase qued para siempre clavada en un rincn de mi cerebro...Pasaron aos, que se tornaron entonces s de fuego y de plomo. La vida y la poltica nos separaron. Un da le un comunicado de un grupo guerrillero que acababa de realizar un audaz y exitoso operativo. En la proclama que emitieron se utilizaba la palabra escamotear. Supuse inmediatamente que haba sido escrita por Javier. Otra tarde portea compr La Razn 6, y me enter que Javier haba sido abatido en un operativo frustrado. Luego, la derrota, el terror estatal, los encarcelados, los torturados, los muertos, los desaparecidos, los exiliados de adentro y de afuera (de estos ltimos un da me encontr formando parte). Desde entonces, una y otra vez he vuelto a aquella tarde de domingo en el barrio de Barracas, y a aquella buhardilla de estudiante pobre, y a aquella frase estremecedora. Y me he preguntado con temor y temblor cul es el sentido de aquellos aos de feroces pasiones ideolgicas, hasta dnde fuimos simplemente arrastrados por ese huracn que barra la historia y hasta dnde llegaron nuestras responsabilidades. Para encuadrar la entonacin de una pregunta final, creo que lo que ocurre en la historia es ms o menos lo que tiene que ocurrir, pero que sobre ese ms o menos estn los seres humanos (Koselleck). Del mismo modo, es pensable que quien emprende una accin poltica tiene que hacerse cargo en cierto sentido de los efectos no queridos que esa accin genera. Si as fueren las cosas, los jvenes ilusionados que ramos aquella tarde creyendo en un texto cuya autoridad era irrebatible y cuya endeblez argumentativa hoy resulta clamorosa, los jvenes que queramos construir un mundo mejor para quienes talvez ni lo pedan ni lo queran, tenamos que saber que el monstruo ya estaba en las entraas del Poder argentino y que podamos contribuir a parirlo? En ese aspecto, entre el mundo que queramos preparar y el que llen de sonido y de furia la dcada del setenta media la distancia breve y al mismo tiempo infinita que quedaba entre quienes terminamos ese domingo con los ojos rojos y las parejas que pasaban hacia el parque. Por eso es preciso concluir que un libro cambia mientras el mundo cambia. Han sido los cambios de ese mundo los que determinaron que hoy el texto de Debray luzca ya no como la sistematizacin de una va exitosa hacia la justicia social, sino segn se quiera como una fuente historiogrfica o como el fragmento de un naufragio de trgicas dimensiones.

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EL MITO DEL POLICLNICO BANCARIOPOPULARIZADA COMO LA PRIMERA ACCIN DE LA GUERRILLA URBANA EN LA ARGENTINA, EL ASALTO AL POLICLNICO BANCARIO OCUPA UN SITIAL EN LA GENEALOGA DE LA LUCHA ARMADA QUE EL AUTOR CUESTIONA EN ESTA NOTA.GABRIEL ROT1 Para el caso, ver el trabajo de Pittaluga, Roberto, La historiografa sobre el PRTERP, El Rodaballo N 10, Buenos Aires, verano 2000. 2 Poder Ejecutivo Nacional, Buenos Aires, 1979. 3 Daz Bessone, Ramn Genaro, Fraterna, Buenos Aires, 1986. 4 Alonso Pieiro, Armando, Depalma, Buenos Aires, 1980. 5 Para el caso ver, entre otros: Garca, Karina, Policlnico Bancario. El primer golpe armado de Tacuara, Todo es Historia, N 373, Buenos Aires, agosto de 1978; Gonzlez Jansen, Ignacio, La Triple A, Contrapunto, Buenos Aires, 1996; Bardini, Roberto, Tacuara. La plvora y la sangre, Ocano, Mxico, 2002; Gutman, Daniel, Tacuara, historia de la primera guerrilla urbana argentina,

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niciada hace ms de cuatro dcadas, la experiencia de la lucha armada en nuestro pas entendida en los trminos inscriptos tras la revolucin cubana sigue exhibiendo en el plano de los estudios histricos una orfandad proporcional a su fracaso poltico, como si la derrota poltica que sufrieran las organizaciones que la implementaron en la prctica se continuara en la dimensin de los estudios histricos1. En efecto, desprovista hasta ahora de una prolija y completa reconstruccin organizacional que retrate los numerosos grupos que le dieron vida en casi todo el pas; ausente el anlisis de las diversas tendencias polticas e ideolgicas que la anim a travs de la exhumacin de documentos y publicaciones; carente de un nutrido corpus testimonial de sus integrantes, tanto de direccin como de base, acerca de los mltiples aspectos que hicieron a su militancia y a su imaginario poltico y, finalmente, sin una profunda reflexin crtica que contraste sus discursos y planteos conceptuales con la praxis que implic, la experiencia de la lucha armada en nuestro pas ha quedado reducida a unos pocos fragmentos a los que recurren, para uso y abuso, los ms variados observadores. Unos, identificados en mayor o menor medida con su accionar, como fuente ejemplar de entrega sacrificial y heroica; otros, enmarcados sobre todo en la izquierda no armada, para sealar el ejercicio de una poltica dramticamente equivocada, sin dejar de resaltar, con la insistencia de un ritual, los aciertos propios. Los ms, sin contar con una evaluacin crtica profunda, reelaborando la experiencia sobre la base de versiones muchas veces antojadizas y malversadas, que se proyectan con singular xito en el campo de la memoria colectiva. Uno de los ms flagrantes ejemplos de este estado de la cuestin tiene que ver con la consagracin del asalto al Policlnico Bancario como primera accin de la guerrilla urbana en nuestro pas.

Un comienzo que no fue talSon numerosos los autores que sealan como primera accin de la guerrilla urbana argentina el asalto al Policlnico Bancario, perpetrado en la maana del 29 de agosto de 1963. La accin, que fue precisamente eso, un asalto, dej un saldo de dos ordenanzas muertos, varios empleados y un polica heridos y el robo de uno 14 millones de pesos, algo as como cien mil dlares, destinados al pago de los haberes del personal. Los autores del hecho realizado bajo el nombre de Operativo Rosaura fueron ex integrantes del MovimientoLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

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Nacionalista Tacuara (MNT), quienes, tras escindirse de su organizacin con posturas de izquierda, formaron el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT). Es interesante (e inquietante, tambin) subrayar que esta consagracin pionera no est dada por las Fuerzas Armadas y de seguridad, ya sea a travs de publicaciones oficiales o de autores que representan sus puntos de miras. Quien busque tal referencia, por ejemplo, en obras como El terrorismo en la Argentina2; Guerra Revolucionaria en la Argentina (1959-1978)3, o Crnica de la subversin en la Argentina4, se llevar tamaa sorpresa. En efecto, no slo no la sealan como la accin original de sus ms acervos enemigos, sino que la ignoran olmpicamente. Por el contrario, ser un nutrido grupo de periodistas e investigadores5 quienes, recalando en los aos sesenta, hallaron semejante antecedente primal de la sangrienta dcada siguiente o, por decirlo sin eufemismos, un primer peldao de la consagrada Teora de los dos demonios. As, para Karina Garca, Puede afirmarse que la espiral de violencia tuvo su primer y trgico acto en este atraco con contenido ideolgico, realizado con la feroz determinacin de lograr su objetivo an al costo de vidas humanas inocentes, y concluye: Y todava hoy, a ms de treinta aos de este hecho, la memoria colectiva lo registra como la primera y sangrienta aparicin en escena de un grupo subversivo dirigido a usar la violencia como instrumento de su poltica6. En la misma perspectiva, Daniel Gutman seala: De hecho, en febrero de 1964, el Movimiento Nacionalista Tacuara original dara un buen anticipo de los mtodos que utilizaran los grupos parapoliciales de la derecha. Antes de eso, en agosto de 1963, [es decir, con el asalto al Policlnico Bancario, GR] el nuevo Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara avisara sobre la forma igualmente sangrienta en que estaran dispuestos a actuar los jvenes decididos a hacer la revolucin7. Ahora bien, estas afirmaciones nos plantean dos interrogantes bsicos. En primer trmino: Fue el asalto al Policlnico Bancario, efectivamente, el hecho inicial, el operativo fundante en el que la guerrilla urbana hace su aparicin en la Argentina? La pregunta, es fcil advertirlo, conlleva un segundo planteo, aunque ya no de orden estadstico, sino poltico: Puede afirmarse que los autores del hecho constituan una organizacin guerrillera urbana? Vayamos por partes. Entre 1958 y 1964 se dieron a conocer las primeras experiencias de lucha armada en nuestro pas, las que en sus diversas manifestaciones expresaron un perodo de experimentacin tanto de opciones foquistas puras (EGP), movimientistas e insurreccionalesLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

Vergara, Buenos Aires, 2003. A ellos se le suman dos obras cuyos autores hacen confesin de fe anticomunista: el casi disparatado tomo de Acua, Carlos Manuel, Por amor al odio, la tragedia de la subversin en la Argentina, Del Prtico, Buenos Aires, 2000; y el muy documentado libro de Rojas, Guillermo, Aos de terror y plvora. El proyecto cubano en la Argentina (1959-1970), Santiago 1 Apstol, Buenos Aires, 2001. 6 Op. cit., pg. 18. 7 Op. cit., pg. 165.

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8 Para analizar estas experiencias, se puede acudir a la siguiente bibliografa bsica: Salas, Ernesto, Uturuncos. El origen de la guerrilla peronista, Biblos, Buenos Aires, 2003; Nicanoff, Sergio y Castellano, Axel, Las primeras experiencias guerrilleras en Argentina. La historia del Vasco Bengochea y las Fuerzas Armadas de la Revolucin Nacional, Centro Cultural de la Cooperacin, Cuaderno de Trabajo N 29, Buenos Aires, 2004; Gonzlez, Ernesto (coord.), El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina, tomo 3, Palabra Obrera, el PRT y la Revolucin Cubana, volumen 2 (1963-1969), 1 Antdoto, Buenos Aires, 1999; Rot, Gabriel, Los orgenes perdidos de la guerrilla en la Argentina. La historia de Jorge Ricardo Masetti y el Ejrcito Guerrillero del Pueblo, El cielo por asalto, Buenos Aires, 2000; Rot, Gabriel, Notas para una historia de la lucha armada en la Argentina. Las FAL, Polticas de la Memoria, N 4, Buenos Aires, 2003. 9 Ver en este mismo nmero, la entrevista con Juan Carlos Cibelli.

(Uturuncos, las primeras FAL) y de formas combinadas (FARN, del grupo Bengochea)8. Me apresuro a sealar que salvo el EGP, el resto de los grupos sealados tambin entendieron a la ciudad como uno de los escenarios fundamentales donde desarrollar la lucha armada y, consecuentemente con ello, llevaron adelante numerosas operaciones urbanas. Incluso, en alguno de ellos, descalificando la teora del foco y de la guerrilla rural, como es el caso del ncleo originario de las primeras FAL9. Ahora bien, paralelamente a estas experiencias, o ms bien a partir de sus frustraciones, surgirn pequeos grupos que no tardarn en reflejar los profundos cambios devenidos de dos procesos que influenciarn decisivamente en el desarrollo de la lucha armada. En primer trmino, la sucesin de derrotas de las guerrillas en casi todo el continente, hasta entonces hegemnicamente rurales. Si bien esta sucesin de derrotas se sellarn casi definitivamente con la muerte de Camilo Torres en Colombia, en 1966, y la del Che, un ao ms tarde, ya en los primeros tramos de la dcada del sesenta haban acontecido numerosos fracasos guerrilleros, muchos de ellos de inspiracin guevariana. El mismo Rgis Debray, el mximo terico y defensor del foco rural, no pudo dejar de reconocer esta larga marcha cubierta de frustraciones10. Por otro lado, resultarn de capital importancia las profundas transformaciones en la direccin de la revolucin cubana, cuya influencia sobre el desarrollo de la lucha armada se manifestaba, hasta entonces, de manera inocultable. En efecto, la hegemona de las posiciones soviticas en su seno, impondr una lnea donde la exportacin guerrillera se mantendr sobre todo en virtud de la persistente actividad del propio Guevara (Congo, Bolivia), aunque a partir del fracaso de su ltima campaa ya no volver a tener cabida ms que en el plano discursivo-propagandstico y, en algunos casos, en cierta dimensin logstica, pero muy lejos de la original poltica del Che de continentalizar la revolucin. El efecto inmediato de esta situacin ser el desencadenamiento vertiginoso de un complejo proceso que comprender la nacionalizacin de las formas y contenidos de las nuevas guerrillas americanas, que se desarrollarn desde entonces con una mayor incidencia en las ciudades. En otras palabras, este proceso se traducir en un paulatino abandono de las viejas tcticas de intervencin guerrillera y en una nueva lectura de las realidades nacionales, con sus sujetos polticos especficos. Este cambio se devela tempranamente en el Uruguay11 y en nuestro pas, donde hacen su aparicin pequeos grupos que adquirirn una identidad de guerrilla urbana, aunque an de una manera muy precaria. Para el caso resulta sumamente aleccionador la aparicin de un grupo que, tomando como herencia poltica al EGP de Masetti, realizar acciones de propaganda armada en la ciudad con el tentativo nombre de Grupo de Resistencia Urbana (GUR), denominacin que no llegar a estrenar pblicamente12. Es interesante analizar la aparicin de estos comandos urbanos pioneros, como as los que aparecieron en la segunda mitad de la dcada, ya que lo hicieron al margen y hasta en oposicin a las tesis de Debray, quien no slo segua diseminando la frmula del Che (el terreno de la lucha armada en la Amrica sub-desarrollada, debe ser fundamentalmente el campo) sino que explcitamente subrayaba que, entendida como forma regular de lucha revolucionaria, no hay guerrilla urbana13. No deja de sorprender que mientras el francs suscriba semejante afirmacin, la guerrilla urbana ya haba comenzado a desandar su propio camino. La emergente guerrilla urbana, pues, no es el resultado de un devaneo terico ni de una decisin logstica, un mero cambio de escenarios a partir del sorpresivo descubrimiento de un sujeto histrico revolucionario que prevalece en las ciudades y no en el campo, sino el producto de una profunda crisis poltica y organizativa que contina su particular desarrollo a lo largo de los aos sesenta y se prolonga hasta los albores de la dcada siguiente. Sus acciones, por lo tanto, no pueden datarse sino en el contexto de tal desarrollo y como expresin del mismo. Para el caso que nos ocupa, cobran particular importancia los pequeos grupos innominados que en la primera mitad de la dcada del sesenta animaron un proyecto poltico vertebrado por la accin armada urbana, realizando acciones con el denominador comn de sumar tres objetivos esenciales: a) acumulacin de armas para la realizacin de prcticas militares y como expresin de fuerza; b); acumulacin de experiencia en la planificacin y la realizacin de operaciones de tipo militar; y c) acumulacin financiera para el sostenimiento de la infraestructura guerrillera, subordinada a la estrategia de guerra revolu-

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Joe Baxter y Jos Luis Nell.

10 Debray, Rgis, El castrismo: la larga marcha de Amrica Latina, Pasado y Presente, N 7-8, Crdoba, octubre 1964/marzo 1965, pg. 127-128. 11 En enero de 1963, el

El Policnico Bancario, 1963.

cionaria prolongada. Es en este marco que hay que entender la sucesin de robos a grandes empresas, entidades bancarias, armeras, farmacias y establecimientos asistenciales, muchos de los cuales, al no ser esclarecidos por las fuerzas de seguridad, pasaron a engrosar la lista de delitos comunes irresueltos. A estos operativos hay que sumarles los innumerables levantamientos de autos y desarmes a policas, acciones todas que revestan la categora de autnticos ejercicios de aprendizaje. Entre todas estas acciones se destac, tanto por su dimensin logstica como por el blanco elegido, la realizada en el Instituto Geogrfico Militar, el primer operativo de gran envergadura contra una representacin directa de las Fuerzas Armadas. En este operativo, realizado en la Capital Federal el 16 de junio de 1962, es decir, catorce meses antes del asalto al Policlnico Bancario, un comando compuesto por casi una treintena de militantes, muchos de los cuales conformarn poco despus las primeras FAL, vaci la sala de armas del IGM, en una accin que asombr por su preparacin minuciosa y su perfeccin operativa. Queda claro, entonces, que la primera operacin llevada a cabo por una organizacin armada urbana no slo no fue el asalto al Policlnico Bancario, sino tambin que a sta ltima le precede, hasta donde conocemos, por lo menos una que, tanto en lo simblico como en lo operacional, constituye un antecedente de mayor relevancia poltica. Ahora bien, puede aducirse que hasta entonces no se conocieron organizaciones que se adjudicaran la autora de un hecho de esas caractersticas lo que es enteramente cierto pero eso no quita que dichas acciones no se hubieran realizado y es, justamente, tarea de los investigadores presentarlas en sociedad. De todos modos, argumentar la falta de firma en tales acciones es un recurso pobre. Apresurmonos a aclarar que el MNRT tampoco se adjudic el hecho, sino que su paternidad fue descubierta por las fuerzas de seguridad, y hasta es lcito conjeturar que si esto no hubiera sucedido, el asalto al Policlnico Bancario jams hubiese sido considerado como una accin guerrillera. La apresurada consagracin pionera del Operativo Rosaura no puede, pues, sino despertar sospechas acerca de la seriedad de la investigacin de algunos autores o de las posturas ideolgicas y polticas que los animan. Volveremos sobre esto. La segunda cuestin que nos planteamos tiene que ver con la paternidad de la accin contra el Policlnico Bancario. En otras palabras, hasta dnde es posible afirmar que, efectivamente, el MNRT era una organizacin guerrillera urbana? El primer problema con el que nos encontramos es la definicin misma de guerrilla, trmino que en general es casi exclusivamente asociado a una determinada tctica operativa, donde prevalece la lucha armada irregular. Desde este punto de miras, que podramos denominar logstico, la guerrilla es la prctica llevada adelante por un grupo que establece el desarrollo de la lucha armada como mtodo necesario (y en algunos casos imprescindible) para lograr un objetivo militar o poltico determinado; sobre esta base es que la organizacin guerrillera desarrolla diversas estrategias de formacin de unidades de combate, las cuales pueden ser integrantes de un ejrcito popular en construccin, o apndices o soportes de ejrcitos nacionales fragmentados o en disolucin. La historia abunda en ejemplos desde la Guerra de las Galias hasta la resistencia francesa contra los nazis, pasando por las tribulaciones napolenicas en Rusia y las guerrillas de la independencia americana14. Tomadas exclusivamente desde este ngulo, las guerrillas pueden estar animadas por diversas tendencias polticas y sus objetivos variar, por ejemplo, entre reivindicaciones nacionales, religiosas, polticas y sociales, y ser reformistas, de derechas o revolucionarias. Pero ninguna prctica guerrillera (ninguna prctica social, en verdad) se presenta sin una identidad poltica que la atraviese, y es esta identidad poltica la que en definitiva establece las diferencias entre los distintos tipos de guerrilla. As, la guerrilla en tanto ncleo de vanguardia que pretende acaudillar al conjuntoLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

grupo originario de los Tupamaros realiz el asalto al Club Tiro Suizo, a partir del cual se proponan ser en la ciudad la caja de resonancia de la lucha de los trabajadores caeros en el norte del pas. Para el caso, ver en este mismo nmero el trabajo de Silvina Merenson sobre la experiencia tupamara. 12 El GUR se gesta en 1964; ms tarde, algunos de sus integrantes constituyeron la Brigada Masetti y, finalmente, se incorporaron a las FAL. Por la misma poca se conform otro comando urbano, el Grupo Armado Revolucionario de Liberacin (GARDEL), que actu en la ciudad de La Plata y Capital Federal. 13 Debray, Rgis, op. cit., pg. 146. 14 Una sucinta resea de estas experiencias puede buscarse en Pereyra, Daniel, Del Moncada a Chiapas. Historia de la lucha armada en Amrica Latina, Los libros de la catarata, Madrid, 1994 y en Lora, Guillermo, Revolucin y foquismo, balance de la discusin sobre la desviacin guerrillerista, El yunque, Buenos Aires, 1975.

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15 Bardini, Roberto, op. cit., pg. 93-94. 16 Hasta ese momento, las milicias encabezadas por Baxter y Nell que an no haban roto con la Tacuara fundadora venan efectuando por su cuenta algunos pequeos golpes comando para apoderarse de armas de guerra. Al mismo tiempo, recaudaban fondos a travs de asaltos a farmacias y estaciones de servicio, Bardini, Roberto, op. cit., pg. 91. Posteriormente esta tendencia se multiplic. Entre enero y noviembre de 1963, las fuerzas de seguridad contabilizaron 43 actos terroristas perpetrados por Tacuara, entre los que se contabilizaban ataques a centinelas, robos de armas, acciones contra compaas extranjeras, etc., Bardini, Roberto, op. cit., pg. 29.

de los explotados reivindicando la destruccin del Estado burgus, y el socialismo, se diferencia de otras formaciones que, si bien llevan adelante acciones guerrilleras, subordinan sus estrategias, por ejemplo, a polticas reformistas o nacionalistas burguesas. Finalmente, un tercer elemento contribuye a definir a las guerrillas: el vnculo que establecen los ncleos operativos con los sujetos sociales que constituyen su base de apoyo. Las guerrillas revolucionarias, por ejemplo, subordinan su estrategia a la relacin con las masas explotadas (su mayor paradigma es la teora maosta del pez en el agua), a diferencia de la mayora de las guerrillas de derechas que suelen ser brazos armados de estructuras partidarias o filo partidarias ligadas al (o a un) Estado. La combinacin del carcter logstico de la lucha armada, la poltica revolucionaria que la sustenta y su vnculo con el sujeto histrico revolucionario (rural o urbano), certifican, pues, la identidad de las guerrillas revolucionarias modernas. Es decir, no toda organizacin cualquiera sea la dimensin de su estructura debe ser asimilada como tal, aunque algunas de sus formas operativas sean, en un determinado momento, similares. Vale aclarar el punto toda vez que el accionar del MNRT intenta ser, en la pluma de algunos autores, relacionado a las organizaciones poltico-militares que operaron en nuestro pas en los aos sesenta y setenta, y cuya identidad poltica pasaba por diversas variantes del marxismo y el peronismo de izquierda. Ahora bien, cules eran las caractersticas del MNRT?, qu tena en comn el MNRT con aquellas guerrillas argentinas? En sus investigaciones sobre el Movimiento Nacionalista Tacuara, organizacin de reconocido origen liberal y derechista, tanto Bardini como Gutman aciertan en presentar las graves crisis internas que la llevaron a numerosas rupturas y reagrupamientos polticos e ideolgicos: en 1960, con la formacin de la Guardia Restauradora Nacionalista, alentada por J. Meinvielle; al ao siguiente, con la aparicin del Movimiento Nueva Argentina, de E. Calabr y D. Cabo; y en 1963, con el desarrollo de la llamada Tacuara Rebelde, en la que confluyeron distintos sectores internos, entre los que se destacaron militantes como J. L. Nell, J. Baxter, J. Cafatti y A. Ossorio, entre otros. Este ltimo reagrupamiento dar vida, ese mismo ao, al Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara su primer comunicado es del mes de octubre que a su vez se dividir, conservando la misma denominacin, en el sector Ossorio y el sector Baxter. Por ltimo, convalidando el perodo de permanente transformacin y crisis de estos grupos, convivirn en el MNRT de Baxter dos tendencias, las que paulatinamente irn acrecentando sus diferencias; una, capitaneada por R. Viera y M. Duaihy, se inclinaba hacia una accin de tipo foquista rural; otra, representada por el propio J. Baxter y J. L. Nell, pretenda combinar la agitacin poltica estrechamente ligada al peronismo con acciones armadas en la ciudad. Es decir que, a lo largo de 1963 el MNRT se hallaba en plena estructuracin, inmerso en una vertiginosa crisis cruzada por tendencias, debates internos y reagrupamientos polticos. En su libro, Bardini cita al tacuarista Fredy Zarattini, quien da cuenta del estado deliberativo en que se hallaba la organizacin: Desde mucho antes del asalto al Policlnico exista una discusin poltica muy intensa acerca de si Tacuara se una o no a la JP. Despus del operativo, hubo una reunin entre Bonfanti, por un lado, y Baxter, Nell, Ossorio, yo (Fredy Zarattini) y algunos otros, donde planteamos, en sntesis, que o nos integrbamos todos al peronismo o nos separamos. Para producir la ruptura esperamos tener el poder que representaba el xito del operativo... Entonces decidimos denominarnos MNRT y efectuar un cambio ideolgico, no exactamente hacia la izquierda, pero s hacia los sectores revolucionarios del peronismo... Nos separamos amistosamente y tomamos rumbos diferentes....15 Este proceso estuvo acompaado por numerosas acciones de acopio de armas y dinero, que cada sector realiz. 16 Es en este marco que el sector de Baxter y Nell realizar el Operativo Rosaura, como parte de una estrategia de acumulacin financiera que les permitiera realizar diversas actividades relacionadas con la lucha por el regreso del general Pern, a quien entendan como el indiscutido jefe del proceso de liberacin nacional. Es el propio Bardini quien seala inequvocamente que el MNRT subordinaba su militancia a las instrucciones tcticas de Pern: Treinta das despus de la detencin de los participantes en el asalto al Policlnico Bancario, el MNRT difundi un comunicado en el que se defina como peronista y revolucionario. Y cita en extenso una declaracin de la organizacin: El MNRT tiene el orgulloLUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

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de decir que es una de las organizaciones peronistas que viene cumpliendo con mayor disciplina las instrucciones tcticas y estratgicas del Jefe del Movimiento, y por eso hoy es atacada de nazi o izquierdista, segn convenga a la prensa del rgimen para desorientar a la opinin pblica y sembrar la confusin en las filas del pueblo... El MNR Tacuara no es ni de derecha ni de izquierda, porque tanto una como otra son, consciente o inconscientemente que para el caso es lo mismo sostenedoras del rgimen de explotacin... El MNRT es peronista y revolucionario. 17. Desde esta perspectiva, el MNRT se present ms como una evolucin izquierdista de la Tacuara original, fuertemente influenciada por la tradicin de la Resistencia Peronista, la Revolucin Cubana y los movimientos nacionalistas del Tercer Mundo (especialmente de Argelia y Egipto) que como un representante de la estrategia guerrillera revolucionaria, ms all de las declamaciones que por entonces destacaron a algunos de sus integrantes o el posterior involucramiento de algunos de ellos en organizaciones como el PRT o los Montoneros. En este sentido, la supervivencia de la denominacin de la organizacin madre en su sector ms radicalizado es un indicativo de la orientacin poltica que lo sostena, y que no estaban dispuestos a ceder. Las acciones de tipo militar que llevaron a cabo no pueden ser analizadas sin tener esta orientacin como base. En otras palabras, organizados polticamente para contribuir al objetivo poltico del regreso del general Pern, las acciones militares del MNRT fueron parte de una acumulacin militar-financiera que sostuviera tal estrategia. Su relacin con las organizaciones poltico-militares de los 60 y 70 no tiene punto de asimilacin. Qu entraa, pues, adjudicarle al MNRT la accin pionera de la guerrilla urbana en la Argentina? Por qu insistir en instalar el asalto al Policlnico Bancario como primera accin de la misma? En primer lugar, no cabe la menor duda que un origen delictivo es un inmejorable escenario para despolitizar y desacreditar cualquier praxis revolucionaria, a la vez que sienta las bases de su necesaria represin. Si la accin se desarrolla bajo un gobierno constitucional, mueren inocentes y se roba el salario de cientos de empleados, an mucho mejor. No es casual el comentario de Guillermo Rojas, quien escribe al respecto: Se produce una gran confusin y al amparo de la misma los asaltantes toman el dinero, suben a la ambulancia y se dan a la fuga, dejando atrs una estela de pnico y muerte. Los disparos de la metralleta haban segado la vida de dos humildes trabajadores: Cogo y Morel, mientras las esquirlas de los proyectiles haban herido de gravedad a Cullazo, Bobolo y al polica Martnez. La operacin Rosaura culminaba como una delirante mascarada criminal18. Tambin Gutman se hace eco del carcter criminal del operativo, en el que sorprende la accin de ladrones que disparasen a matar con tanta naturalidad19. De esta manera, la accin de la guerrilla urbana o rural, poco importa para el caso queda atrapada en lo delincuencial y sanguinario (Qu notoria diferencia con el operativo contra el Instituto Geogrfico Militar!). El asalto al Policlnico Bancario, pues, permite tejer un entramado donde la accin de la guerrilla se presenta despiadada, sin conocer otra lgica que el ejercicio de la fuerza y el inters propio. Tan irresponsable como cruel, atenta por igual contra la vida y los bienes de los trabajadores, a los que por otro lado seala como los sujetos de sus devaneos polticos. Su accin, entonces, implicar y justificar una reaccin. Sus excesos, el de sus enemigos. La Teora de los dos demonios, consagrada en los 80, halla en los 60 a su primer antecedente. Pero as como las caractersticas de la Operacin Rosaura se instrumentarn funcionalmente para la criminalizacin de la guerrilla, la apuesta poltica e ideolgica de sus autores contribuye a otorgarle una identidad brumosa, tan cercana del fascismo italiano, el falangismo espaol y el antisemitismo, como de los movimientos tercermundistas y de liberacin nacional. De esta manera, el mtodo de lucha implementada por numerosas organizaciones revolucionarias y populares queda emparentada tanto con la desmesura como con la confusin. Una de las tantas malversaciones que, en el campo de las ideas y de la historiografa, la Teora de los dos demonios intenta consolidar. En definitiva, no se trata, claro est, de ocultar los claroscuros de la lucha armada, ni de recrear, desde otra orilla, una fantasa que redima a sus cultores y los convierta en pieza de culto. Todo lo contrario. Slo la evaluacin profunda de tales experiencias puede evitar las deformaciones interesadas que impiden, al conjunto de la sociedad, la apropiacin crtica de las mismas.LUCHA ARMADA EN LA ARGENTINA

17 Op. cit., pg. 97-98. Poco despus de las detenciones de algunos de los que perpetraron el asalto al Policlnico Bancario, Joe Baxter sealaba: ... el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara reafirma nuevamente con claridad su total identificacin con el Movimiento Peronista y su Jefe indiscutido, el General Pern, Gutman, Daniel, op. cit., pg. 246. 18 Op. cit., pg. 441. 19 Op. cit., pg. 181.

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LA VIDA PLENAEN CUALQUIER LUGAR QUE NOS SORPRENDA LA MUERTE, BIENVENIDA SEA,DECA EL LEGENDARIO CHE GUEVARA. EL AUTOR ANALIZA CMO EL VRTIGO DE LA VIOLENCIA Y LA CERCANA PRESENCIA DE LA MUERTE CONTRIBUYEN A CONFIGURAR UNA SUBJETIVIDAD MILITANTE QUE SE REPITE A LO LARGO DE LA HISTORIA.

SERGIO BUFANO

Cortejar a la muerte para afirmar los sentimientos y la felicidadBruno Bettelheim

1 Peredo, Inti, Mi campaa con el Che, Edibol, 1971, pg. 46. 2 Citado por Noel OSullivan, Terrorismo, ideologa y democracia, Alianza, 1987, pg. 29.

La convivencia diaria, las batallas que se dan juntos, el permanente jugarse la vida, va desarrollando una hermandad de sangre, mejora a los hombres, los convierte en seres ms honestos, ms puros, afirma el Che Guevara segn el relato de Inti Peredo.1 Hay algo de cierto en esto: los combatientes se sienten mejores, ms plenos. Pocas veces los hombres tienen vivencias tan intensas, desarrollan a tal extremo la sensualidad como cuando la sombra de la muerte est presente a la vuelta de cada esquina. La vida