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ABC, TRIBUNA ABIERTA -VIERNES 13-5-83: L A marcha de don Federico de Castro hacia la eternidad —que espe- raba sereno, lleno de paz, apoyado en su fe, su esperanza y su amor cristianos— ha de- jado aquí un inmenso vacío entre los que nos consideramos sus discípulos. Fue un maestro entrañable, que siempre dio ejemplo de labo- riosidad, rigor intelectual y de justicia. Que en todo momento supo orientar y animar a sus discípulos. Pero que nunca impuso una es- cuela. Difícilmente jamás maestro alguno aceptó mejor la libre iniciativa de sus discípu- los. Lo saben los que con él trabajaron en la Universidad y lo sabemos quienes aprendi- mos con su ejemplo y gozamos de sus orien- taciones y consejos todos los miércoles en el seminario de Anuario de Derecho Civil, donde dicutfamos nuestras opiniones y nunca se formularon conclusiones. Aunque el maestro hada las oportunas observaciones orientado- ras. Uno de tos monumentos jurídicos que don Federico ha legado a España es «Anuario de Derecho civil», que, desde 1948, viene apor- tando sin interrupción a la ciencia jurídica sus cuatro fascículos anuales. A su obra personal —el «Derecho Civil de España», en dos grue- sos y densos volúmenes, «El negocio jurí- dico», sus numerosísimos estudios monográ- ficos de aurífero en contenido—, a su docencia, a su actuación como juez del Tribu- nal Internacional de La Haya, se añade esa obra de aglutinación de esfuerzos que, con su prestigio y su ejemplo, promovió, impulsó y ordenó como sin par director de orquesta. Sus frutos ya recogidos están apilados en los 141 fascículos hasta ahora publicados, y, gra- cias a su siembra, es de esperar que la cose- cha siga incrementándose. En el fascículo IV del volumen XXXII, hace unos cuatro años, publiqué la semblanza de otro queridísimo maestro: Ramón María Roca Sastre. En ella reproduje el último párrafo de una conferencia que con el título «Mositali- cus» y los juristas catalanes, había pronun- ciado Luis Figa Faura en la Academia Matri- FEDERICO DE CASTRO Y BRAVO Juan VALLET DE GOYTISOLO tense del Notariado el 31 de enero de 1974. Dice así: «Hoy el más grande entre los muchos y grandes juristas de habla caste- llana, Fedenco de Castro, al con- tinuar la obra de su vida, escribe un tratado de Derecho civil, edi- fica una catedral. Hoy el más grande de entre los muchos y grandes juristas cat'alanes, Ramón María Roca Sastre, al dar tos últimos toques a la obra más esperada entre nosotros (esperada aún), escribe unos co- mentarios al Derecho civil espe- cial de Cataluña, pinta un reta- blo. Podemos preguntarnos si Roca Sastre, atento a la aplica- ción práctica del derecho hubiera podido ser lo que es sin la siste- matización y conceptualizactón teórica del Derecho civil; pode- mos preguntar si Federico de Castro hubiera podido ni siquiera iniciar su obra, sin tener el pensamiento fijo en las necesidades reales de la sociedad que le rodea La respuesta, en ambos casos, es no.» Precisamente el Miércoles Santo, víspera del día que sufrió la lesión que provocaría su internamiento, estuve con mi mujer visitando al matrimonio Dé Castro. El tenía sobre la mesa un montón de copias de sentencias del Tribunal Supremo. Cumplí el encargo que me había sido encomendado de pedirle un brevísimo artículo^ Me respondió con una sonrisa dulce, indefinible, que se había cortado la coleta con el último estudio que acababa de publicar en «Anuario de De- recho Civil». En adelante, me dijo, señalán- dome las apiladas, sólo leeré sentencias. No sé cuántos años haría —pienso que desde la fundación de «Anuario»— que leía todas las de la Sala Primera del Tribunal Su- premo; las subrayaba, apuntaba en rojo en la primera página los temas importantes de que Valfet de Goytisolo Jurista trataban. Las que se- leccionaba, nos las traía al seminario de «Anuario de Derecho Civil» —el seminario de |os miércoles-de don Federico—, para que las comentáramos y discutiésemos. Sí, don Federico edificó la cátedra de su «Derecho Civil de España», y le adosó el campanil de «El ne- gocio jurídico». Pero la llenó de retablos magistrales, de una ar- tesanía con la que depuró los mejores materiales por él mismo extraídos de la cantera, tan olvi- dada anteó, de nuestros autores clásicos, pero, con el sentido de la realidad actual y observando las nuevas necesidades. Enri- quecía la solución de los nuevos problemas con tesoros antiguos que él redescubría y revalorizaba tos textos de los viejos juristas, reviviéndolos al aplicarlos a la solución de necesidades nuevas. Ahí están sus consideracio- nes, repletas de auténtico sen- tido de la equidad sobre la per- sonalidad jurídica de las sociedades mercantiles, acerca de las condi- ciones generales de los contratos, de las que hizo reviviendo la lex Mercatorís, y sus últi- mas consideraciones en torno de la autono- mía de la voluntad. En la oración fúnebre que le dedicó en nuestra Real Academia de Jusrisprudencia Antonio Hernández Gil, mostraba el giro a la vez en profundidad y altura que don Federico había impuesto a tos estudios de Derecho civil español. Ya no se trataba de aportar leyes viejas, sino de enriquecer él Código Civil, reaiumbrando el caudal de doctrina que los autores habían venido aportando, siglo tras siglo, al derecho hispánico y del cual el Código es desembocadura. Don Federico, siempre tan respetuoso con la ley, nos ha mostrado que los grandes juris- tas, con la pauta de aquélla, elaboran el dere- cho así como los graneles músicos no sólo in- terpretan las partituras, sino que además les dan sentido y vida. F' EDERICO de Castro ha sido —sin que las palabras tengan la menor dosis de exage- ración— la figura más importante de la ciencia jurídica española del siglo XX, y en nada desmerecía la confronta- ción con los grandes maestros de otros países y con los de tiempos pasados en el nuestro. Cada uno elige su tipo de vida, se dirá, y Castro había elegido conscientemente el de la vida retirada, casi oculta, en la que se encontraba más a gusto, pero, la verdad, no por ello hay que dejar de explicar, de pre- gonar, lo que ha ocurrido. . . . En sus largos años de vida universitaria, en la Universidad de Madrid (1934-1969), que sólo dejó para ser juez en el Tribunal Interna- cional de Justicia de La Haya (1969-1978), vivía aureolado por la leyenda. Había suspen- dido al hijo del jalifa de Marruecos y a varios hijos de ministros. Ante el eventual riesgo de que semejante insensatez se repitiera, el de- cano en septiembre había ordenado la forma- ción de un Tribunal especial, que obviamente les aprobó. Era, pues, rigurosa,-indiscutible- mente, justo. Este insólito hecho perturbaba un ambiente académico habituado al compa- drazgo y a la recomendación. La leyenda cre- ciente del hombre, que no se casaba con nadie y suspendía a quien fuera menester, hacía cundir el pánico entre los estudiantes y este pánico distorsionaba algo la normal rela- ción discipular. UN PROFESOR RECTO Y JUSTO Por Luis DIEZ-PICAZO Quedan con estos rasgos dibujadas algu- nas de las más salientes características de persona tan notable: el rigor, el nivel de exi- gencia, para sí mismo y para los demás, y la justicia casi hasta el límite del escrúpulo. Con su machadiano torpe aliño indumentario re- presentaba una figura en algún modo anó- mala y, por decirlo con un adjetivo manido y devaluado, pero exacto, entrañable. Sus orígenes académicos estaban en la Facultad de Letras y en una tesis de Historia sobre «Las naves españolas en la carrera de las Indias». El historicismo, no con el rango absoluto de la Escuela Histórica del Derecho, sino como útilísimo bagaje, no le abandonó nunca y en su obra hay un norte claro: que es enlazar con la «tradición jurídica espa- ñola», expresión tan suya. El Derecho Civil español, que había llegado a la mayoría de edad y crecido con De Diego, con Castán y con De Buen, cambia por completo de piel con Castro, hasta el punto de que ya nunca volverá a ser como antes. ¿Qué aportó Cas- tro? Desde el punto de vista formal un apa- rato de erudición impresionante e inigualable y un rigor absoluto. Aporta una gran riqueza y originalidad de soluciones y, sobre todo, de construcciones generales. Defensor acérrimo de la dignidad de la persona humana y de ios bienes y derechos de la personalidad, tra- taba de poner coto a las fuerzas anónimas que en la vida moderna la asedian, lo mismo si proceden del gran ca- pitalismo que si las origina el Estado totalita- rio. Por eso no Je gustaban los usos normati- vos, con frecuencia inventados por las asesorías jurídicas, ni las condiciones genera- les de la contratación. Su defensa de la per- sona tenía que llevarle a dar valor a la liber- tad contractual, pero sabía que ésta es un arma de dos filos, ya que utilizada por las grandes organizaciones económicas sojuzga en realidad al individuo. Ello obliga a poten- ciar sus limitaciones extrínsecas e intrínsecas y todas las vías por donde el ordenamiento permite la moralización de las relaciones jurí- dicas. Su enseñanza —que no voy a resumir— fue inagotable en el campo del Derecho, pero to fue también en el campo de la vida, ejem- plo vivo, para sus amigos y discíputoSj de ho- nestidad, de austeridad, de sencillez y de es- píritu de sacrificio. Tuvo un auretorftas indiscutible, aunque la ejerció siempre de ma- nera cariñosa. Si es verdad que los maestros sobreviven en el recuerdo y en ¡a huella, la supervivencia entre nosotros de Federico de Castro, que dejó discípulos por doquier, está asegurada y será muy difícilmente perece- dera. ABC (Madrid) - 13/05/1983, Página 40 Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de los contenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposición como resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de los productos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.

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ABC, TRIBUNA ABIERTA -VIERNES 13-5-83:

LA marcha de donFederico deCastro hacia la

eternidad —que espe-raba sereno, lleno depaz, apoyado en su fe,su esperanza y su amor cristianos— ha de-jado aquí un inmenso vacío entre los que nosconsideramos sus discípulos. Fue un maestroentrañable, que siempre dio ejemplo de labo-riosidad, rigor intelectual y de justicia. Que entodo momento supo orientar y animar a susdiscípulos. Pero que nunca impuso una es-cuela. Difícilmente jamás maestro algunoaceptó mejor la libre iniciativa de sus discípu-los.

Lo saben los que con él trabajaron en laUniversidad y lo sabemos quienes aprendi-mos con su ejemplo y gozamos de sus orien-taciones y consejos todos los miércoles en elseminario de Anuario de Derecho Civil, dondedicutfamos nuestras opiniones y nunca seformularon conclusiones. Aunque el maestrohada las oportunas observaciones orientado-ras.

Uno de tos monumentos jurídicos que donFederico ha legado a España es «Anuario deDerecho civil», que, desde 1948, viene apor-tando sin interrupción a la ciencia jurídica suscuatro fascículos anuales. A su obra personal—el «Derecho Civil de España», en dos grue-sos y densos volúmenes, «El negocio jurí-dico», sus numerosísimos estudios monográ-ficos de aurífero en contenido—, a sudocencia, a su actuación como juez del Tribu-nal Internacional de La Haya, se añade esaobra de aglutinación de esfuerzos que, consu prestigio y su ejemplo, promovió, impulsóy ordenó como sin par director de orquesta.Sus frutos ya recogidos están apilados en los141 fascículos hasta ahora publicados, y, gra-cias a su siembra, es de esperar que la cose-cha siga incrementándose.

En el fascículo IV del volumen XXXII, haceunos cuatro años, publiqué la semblanza deotro queridísimo maestro: Ramón María RocaSastre. En ella reproduje el último párrafo deuna conferencia que con el título «Mositali-cus» y los juristas catalanes, había pronun-ciado Luis Figa Faura en la Academia Matri-

FEDERICO DE CASTRO Y BRAVOJuan VALLET DE GOYTISOLO

tense del Notariado el 31 de enero de 1974.Dice así: «Hoy el más grande entre losmuchos y grandes juristas de habla caste-llana, Fedenco de Castro, al con-tinuar la obra de su vida, escribeun tratado de Derecho civil, edi-fica una catedral. Hoy el másgrande de entre los muchos ygrandes juristas cat'alanes,Ramón María Roca Sastre, aldar tos últimos toques a la obramás esperada entre nosotros(esperada aún), escribe unos co-mentarios al Derecho civil espe-cial de Cataluña, pinta un reta-blo. Podemos preguntarnos siRoca Sastre, atento a la aplica-ción práctica del derecho hubierapodido ser lo que es sin la siste-matización y conceptualizactónteórica del Derecho civil; pode-mos preguntar si Federico deCastro hubiera podido ni siquierainiciar su obra, sin tener el pensamiento fijoen las necesidades reales de la sociedad quele rodea La respuesta, en ambos casos, esno.»

Precisamente el MiércolesSanto, víspera del día que sufrió la lesión queprovocaría su internamiento, estuve con mimujer visitando al matrimonio Dé Castro. Eltenía sobre la mesa un montón de copias desentencias del Tribunal Supremo. Cumplí elencargo que me había sido encomendado depedirle un brevísimo artículo^ Me respondiócon una sonrisa dulce, indefinible, que sehabía cortado la coleta con el último estudioque acababa de publicar en «Anuario de De-recho Civil». En adelante, me dijo, señalán-dome las apiladas, sólo leeré sentencias.

No sé cuántos años haría —pienso quedesde la fundación de «Anuario»— que leíatodas las de la Sala Primera del Tribunal Su-premo; las subrayaba, apuntaba en rojo en laprimera página los temas importantes de que

Valfet de GoytisoloJurista

trataban. Las que se-leccionaba, nos lastraía al seminario de«Anuario de DerechoCivil» —el seminariode |os miércoles-de

don Federico—, para que las comentáramosy discutiésemos. Sí, don Federico edificó lacátedra de su «Derecho Civil de España», y

le adosó el campanil de «El ne-gocio jurídico». Pero la llenó deretablos magistrales, de una ar-tesanía con la que depuró losmejores materiales por él mismoextraídos de la cantera, tan olvi-dada anteó, de nuestros autoresclásicos, pero, con el sentido dela realidad actual y observandolas nuevas necesidades. Enri-quecía la solución de los nuevosproblemas con tesoros antiguosque él redescubría y revalorizabatos textos de los viejos juristas,reviviéndolos al aplicarlos a lasolución de necesidades nuevas.

Ahí están sus consideracio-nes, repletas de auténtico sen-tido de la equidad sobre la per-sonalidad jurídica de las

sociedades mercantiles, acerca de las condi-ciones generales de los contratos, de las quehizo reviviendo la lex Mercatorís, y sus últi-mas consideraciones en torno de la autono-mía de la voluntad.

En la oración fúnebre que le dedicó ennuestra Real Academia de JusrisprudenciaAntonio Hernández Gil, mostraba el giro a lavez en profundidad y altura que don Federicohabía impuesto a tos estudios de Derechocivil español. Ya no se trataba de aportarleyes viejas, sino de enriquecer él CódigoCivil, reaiumbrando el caudal de doctrina quelos autores habían venido aportando, siglotras siglo, al derecho hispánico y del cual elCódigo es desembocadura.

Don Federico, siempre tan respetuoso conla ley, nos ha mostrado que los grandes juris-tas, con la pauta de aquélla, elaboran el dere-cho así como los graneles músicos no sólo in-terpretan las partituras, sino que además lesdan sentido y vida.

F'EDERICO deCastro ha sido—sin que las

palabras tengan lamenor dosis de exage-ración— la figura másimportante de la ciencia jurídica española delsiglo XX, y en nada desmerecía la confronta-ción con los grandes maestros de otrospaíses y con los de tiempos pasados en elnuestro. Cada uno elige su tipo de vida, sedirá, y Castro había elegido conscientementeel de la vida retirada, casi oculta, en la quese encontraba más a gusto, pero, la verdad,no por ello hay que dejar de explicar, de pre-gonar, lo que ha ocurrido. . . .

En sus largos años de vida universitaria,en la Universidad de Madrid (1934-1969), quesólo dejó para ser juez en el Tribunal Interna-cional de Justicia de La Haya (1969-1978),vivía aureolado por la leyenda. Había suspen-dido al hijo del jalifa de Marruecos y a varioshijos de ministros. Ante el eventual riesgo deque semejante insensatez se repitiera, el de-cano en septiembre había ordenado la forma-ción de un Tribunal especial, que obviamenteles aprobó. Era, pues, rigurosa,-indiscutible-mente, justo. Este insólito hecho perturbabaun ambiente académico habituado al compa-drazgo y a la recomendación. La leyenda cre-ciente del hombre, que no se casaba connadie y suspendía a quien fuera menester,hacía cundir el pánico entre los estudiantes yeste pánico distorsionaba algo la normal rela-ción discipular.

UN PROFESOR RECTO Y JUSTOPor Luis DIEZ-PICAZO

Quedan con estos rasgos dibujadas algu-nas de las más salientes características depersona tan notable: el rigor, el nivel de exi-gencia, para sí mismo y para los demás, y lajusticia casi hasta el límite del escrúpulo. Consu machadiano torpe aliño indumentario re-presentaba una figura en algún modo anó-mala y, por decirlo con un adjetivo manido ydevaluado, pero exacto, entrañable.

Sus orígenes académicos estaban en laFacultad de Letras y en una tesis de Historiasobre «Las naves españolas en la carrera delas Indias». El historicismo, no con el rangoabsoluto de la Escuela Histórica del Derecho,sino como útilísimo bagaje, no le abandonónunca y en su obra hay un norte claro: quees enlazar con la «tradición jurídica espa-ñola», expresión tan suya. El Derecho Civilespañol, que había llegado a la mayoría deedad y crecido con De Diego, con Castán ycon De Buen, cambia por completo de pielcon Castro, hasta el punto de que ya nuncavolverá a ser como antes. ¿Qué aportó Cas-tro? Desde el punto de vista formal un apa-rato de erudición impresionante e inigualabley un rigor absoluto. Aporta una gran riqueza yoriginalidad de soluciones y, sobre todo, deconstrucciones generales.

Defensor acérrimode la dignidad de lapersona humana y deios bienes y derechosde la personalidad, tra-taba de poner coto a

las fuerzas anónimas que en la vida modernala asedian, lo mismo si proceden del gran ca-pitalismo que si las origina el Estado totalita-rio. Por eso no Je gustaban los usos normati-vos, con frecuencia inventados por lasasesorías jurídicas, ni las condiciones genera-les de la contratación. Su defensa de la per-sona tenía que llevarle a dar valor a la liber-tad contractual, pero sabía que ésta es unarma de dos filos, ya que utilizada por lasgrandes organizaciones económicas sojuzgaen realidad al individuo. Ello obliga a poten-ciar sus limitaciones extrínsecas e intrínsecasy todas las vías por donde el ordenamientopermite la moralización de las relaciones jurí-dicas.

Su enseñanza —que no voy a resumir—fue inagotable en el campo del Derecho, peroto fue también en el campo de la vida, ejem-plo vivo, para sus amigos y discíputoSj de ho-nestidad, de austeridad, de sencillez y de es-píritu de sacrificio. Tuvo un auretorftasindiscutible, aunque la ejerció siempre de ma-nera cariñosa. Si es verdad que los maestrossobreviven en el recuerdo y en ¡a huella, lasupervivencia entre nosotros de Federico deCastro, que dejó discípulos por doquier, estáasegurada y será muy difícilmente perece-dera.

ABC (Madrid) - 13/05/1983, Página 40Copyright (c) DIARIO ABC S.L, Madrid, 2009. Queda prohibida la reproducción, distribución, puesta a disposición, comunicación pública y utilización, total o parcial, de loscontenidos de esta web, en cualquier forma o modalidad, sin previa, expresa y escrita autorización, incluyendo, en particular, su mera reproducción y/o puesta a disposicióncomo resúmenes, reseñas o revistas de prensa con fines comerciales o directa o indirectamente lucrativos, a la que se manifiesta oposición expresa, a salvo del uso de losproductos que se contrate de acuerdo con las condiciones existentes.