actos humanos
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Los actos humanos son aquellos que proceden de la voluntad deliberada del hombre; es decir, los que realiza con conocimiento y libre voluntad. Cumpliéndose esto, el hombre es dueño de sus actos, y por tanto, plenamente responsable de ellos.TRANSCRIPT
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INDICE
Contenido INDICE ............................................................................................................................................ 1
LOS ACTOS HUMANOS .................................................................................................................. 2
1. DEFINICIÓN DEL ACTO HUMANO ...................................................................................... 2
2. DIVISIÓN DEL ACTO HUMANO .......................................................................................... 2
3. ELEMENTOS DEL ACTO HUMANO ..................................................................................... 3
3.1 LA ADVERTENCIA ....................................................................................................... 3
3.2 EL CONSENTIMIENTO ................................................................................................ 3
4. OBSTÁCULOS AL ACTO HUMANO ..................................................................................... 4
4.1 OBSTÁCULO POR PARTE DEL CONOCIMIENTO: ........................................................ 4
4.2 OBSTÁCULOS POR PARTE DE LA VOLUNTAD............................................................. 6
5. LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO ................................................................................ 9
5.1. EL OBJETO .................................................................................................................. 9
5.2. LAS CIRCUNSTANCIAS .............................................................................................. 10
5.3. LA FINALIDAD .......................................................................................................... 11
6. DETERMINACIÓN DE LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO ........................................... 12
6.1. LA ILICITUD DE OBRAR SOLO POR PLACER .............................................................. 12
6.2. LA RECTA COMPRENSION DE LA LIBERTAD ............................................................. 13
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LOS ACTOS HUMANOS
1. DEFINICIÓN DEL ACTO HUMANO
Los actos humanos son aquellos que
proceden de la voluntad deliberada del
hombre; es decir, los que realiza con
conocimiento y libre voluntad (cfr. S.Th., I-II,
q.1, a.1,c.) En ellos interviene primero el
entendimiento, porque no se puede querer o
desear lo que no se conoce: con el
entendimiento el hombre advierte el objeto y
delibera si puede y debe tender a él, o no. Una
vez conocido el objeto, la voluntad se inclina
hacia ‚l porque lo desea, o se aparta de él,
rechazándolo.
Sólo en este caso cuando intervienen entendimiento y voluntad el hombre es
dueño de sus actos, y por tanto, plenamente responsable de ellos. Y sólo en los
actos humanos puede darse valoración moral.
No todos los actos que realiza el hombre son propiamente humanos, ya que
como hemos señalado antes, pueden ser también:
1) meramente naturales: los que proceden de las potencias vegetativas y
sensitivas, sobre las que el hombre no tiene control voluntario alguno, y son
comunes con los animales: p. ej., la nutrición, circulación de la sangre, respiración,
la percepción visual o auditiva, el sentir dolor o placer, etc.;
2) actos del hombre: los que proceden del hombre, pero faltando ya la advertencia
(locos, niños pequeños, distracción total), ya la voluntariedad (por coacción física,
p. ej.), ya ambas (p. ej., en el que duerme).
2. DIVISIÓN DEL ACTO HUMANO
Por su relación con la moralidad, el acto humano puede ser:
Bueno o lícito, si está conforme con la ley moral (p. ej., el dar limosna)
Malo o ilícito, si le es contrario (p. ej., mentir)
Indiferente, cuando ni le es contrario ni conforme (p.ej., el caminar;
cfr.2.6.1).
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Aunque ésta es la división más importante, interesa señalar también que, en razón
de las facultades que lo perfeccionan, el acto puede ser:
Interno: el realizado a través de las facultades internas del hombre,
entendimiento, memoria, imaginación..., p. ej., el recuerdo de una acción
pasada, o el deseo de algo futuro.
Externo: cuando intervienen también los órganos y sentidos del cuerpo (p.
ej., comer o leer).
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3. ELEMENTOS DEL ACTO HUMANO
Ya hemos dicho que el acto humano exige la intervención de las potencias
racionales, inteligencia y voluntad, que determinan sus elementos constitutivos: la
advertencia en la inteligencia y el consentimiento en la voluntad.
3.1 LA ADVERTENCIA
Por la advertencia el hombre percibe la acción que va
a realizar, o que ya está realizando. Esta advertencia
puede ser plena o semiplena, según se advierta la
acción con toda perfección o sólo imperfectamente (p.
ej., estando semi-dormido).
Obviamente, todo acto humano requiere
necesariamente de esa advertencia, de tal modo que un hombre que actúa
a tal punto distraído que no advierte de ninguna manera lo que hace, no
realizaría un acto humano.
No basta, sin embargo, que el acto sea advertido para que pueda ser
imputado moralmente: en este caso es necesaria, además, la advertencia
de la relación que tiene el acto con la moralidad (p. ej., el que advierte que
está comiendo carne, pero no se da cuenta que es vigilia, realiza un acto
humano que, sin embargo, no es imputable moralmente).
La advertencia, pues, ha de ser doble: advertencia del acto en sí y
advertencia de la moralidad del acto.
3.2 EL CONSENTIMIENTO
Lleva al hombre a querer realizar ese acto
previamente conocido, buscando con ello un fin.
Como señala Santo Tomás (S. Th, I-II, q. 6, a. 1),
acto voluntario o consentido es “el que procede de un
principio intrínseco con conocimiento del fin”.
Ese acto voluntario –consentido- puede ser
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perfecto o imperfecto -según se realice con pleno o semipleno
consentimiento- y directo o indirecto. Por la importancia que tiene en la
práctica, estudiaremos con más detenimiento lo que se entiende por acto
voluntario indirecto y directo.
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4. OBSTÁCULOS AL ACTO HUMANO
Se trata ahora de analizar algunos factores que afectan a los actos humanos, ya
impidiendo el debido conocimiento de la acción, ya la libre elección de la voluntad;
es decir, las causas que de alguna manera pueden modificar el acto humano en
cuanto a su voluntariedad o a su advertencia y, por tanto, en relación con su
moralidad.
Algunas de esas causas afectan al elemento cognoscitivo del acto humano (la
advertencia), y otras al elemento volitivo (el consentimiento).
Estos obstáculos pueden incluso llegar a hacer que un “acto humano” pase a ser
tan sólo “acto del hombre”
4.1 OBSTÁCULO POR PARTE DEL CONOCIMIENTO:
LA IGNORANCIA
A. Noción de ignorancia. Por ignorancia se entiende falta de conocimiento
de una obligación.
En Teología Moral suele definirse como la falta de la debida ciencia moral
en un sujeto capaz; es decir, la ausencia de un conocimiento moral que se
podría y debería tener. De este modo podemos distinguirla de:
La nesciencia, o falta de conocimientos no obligatorios (p. Ej., de la
medicina en quienes no son médicos);
la inadvertencia, o falta de atención actual a una cosa que se conoce
habitualmente;
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El olvido, o privación –actual o habitual- de un conocimiento que se tuvo
anteriormente.
El error, o juicio equivocado sobre la verdad de una cosa.
B. División de la ignorancia. La ignorancia puede ser vencible o invencible.
a) Ignorancia vencible: es aquella que se podría y debería superar, si se
pudiera un esfuerzo razonable (p. Ej., consultando, estudiando, pensando,
etc.).
b) Ignorancia invencible; es aquella que no puede ser superada por el
sujeto que la padece, ya sea porque de ninguna manera la advierte (p. Ej.,
el aborigen que no advierte la ilicitud de la venganza), o bien porque ha
intentado en vano de salir de ella (preguntando o estudiando).
En ocasiones puede equipararse a la ignorancia invencible el olvido o la
inadvertencia (p. Ej., el que come carne en el día de vigilia sin saberlo, de
manera que no la comería si supiera).
La ignorancia invencible se da sobre todo en gente ruda e incivil. En una
persona con preparación humana y escolar, la ignorancia en materia de fe y
moral es casi siempre vencible.
C. Principios morales sobre la ignorancia
1º. La ignorancia invencible quita toda responsabilidad ante Dios, ya que es
involuntaria y por tanto inculpable ante quien conoce el fondo de nuestros
corazones (p. Ej., no peca el niño pequeño que sin saber hace una cosa
mala). Es fácil entender este principio moral si se considera el adagio
escolástico nihil volitum nisi praecognitum (“nada es deseado si antes no es
conocido” Ver Dz. 1292).
2o. La ignorancia vencible es siempre culpable, en mayor o menor grado
según la negligencia en averiguar la verdad. Así, es mayor la
responsabilidad de una mala acción realizada con ignorancia crasa, que
con simplemente vencible. Consecuentemente, puede ser pecado mortal si
nace de descuidos graves.
3o. La ignorancia afectada, lejos de disminuir la responsabilidad, la
aumenta, por la mayor malicia que supone.
D. Deber de conocer la Ley Moral
Como ya quedó señalado, la ignorancia puede a veces eximir de culpa y,
en consecuencia, de responsabilidad moral. Sin embargo, es conveniente
añadir que existe el deber de conocer la ley moral, para ir adecuando a ella
nuestras acciones.
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Ese conocimiento no debe limitarse a una determinada‚ poca de la vida la
niñez o la juventud, sino que ha de desarrollarse a lo largo de toda la
existencia humana, haciendo una especial referencia al trabajo que cada
uno desarrolla en la sociedad. De aquí se deriva el concepto de moral
profesional, como una aplicación de los principios morales generales a las
circunstancias concretas de un ambiente determinado. Por lo tanto, el
deber de salir de la ignorancia adquiere especial obligatoriedad en todo lo
que se refiere al campo profesional y a los deberes de estado de cada
persona.
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4.2 OBSTÁCULOS POR PARTE DE LA VOLUNTAD
Los obstáculos que dificultan la libre elección de la voluntad son: el miedo,
las pasiones, la violencia y los hábitos.
A. El miedo. Es una vacilación del ánimo ante un mal presente o futuro que
nos amenaza, y que influye en la voluntad del que actúa.
En general, el miedo -aunque sea grande- no destruye el acto voluntario,
a menos que su intensidad haga perder el uso de razón.
El miedo no es razón suficiente para cometer un acto malo, aunque el
motivo sea considerable: salvar la propia vida, o la fama, etc. Sería ilícito,
por ejemplo, renegar de la fe por miedo al castigo o a la muerte, o emplear
medios anticonceptivos por temor a consecuencias graves en la salud ante
un nuevo embarazo, etc.
Por el contrario, si a pesar del miedo el sujeto realiza la acción buena, es
mayor el valor moral de esa acción.
A lo largo de la historia de la Iglesia se han dado incontables casos de
personas con un natural m s bien tímido y poco audaz que han superado el
miedo para cumplir la voluntad de Dios. Es el caso, por ejemplo, de José de
Arimatea que, siendo discípulo oculto de Cristo “por temor a los judíos” (Jn.
19, 38), sabe vencerse y dar la cara cuando otros huyen: reclama
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“audacter”, audazmente (Mc. 15, 43) de Pilato el cuerpo muerto del Señor.
A veces, sin embargo, el miedo puede excusar del cumplimiento de leyes
positivas (es decir, de leyes puramente eclesiásticas) que mandan practicar
un acto bueno, si causan gran incomodidad, porque en estos casos se
sobreentiende que el legislador no tiene intención de obligar. Sería el caso,
p. ej., de la esposa que para evitar un grave conflicto familiar deja de
ayunar o de ir a Misa. Es una aplicación del principio que dice que las leyes
positivas no obligan con grave incomodidad.
Nótese que se trata sólo de leyes positivas o meramente eclesiásticas. El
cumplimiento de la ley divina -p.ej., amar a Dios sobre todas las cosas-
obliga siempre, aun a costa de la propia vida (p. ej., los santos martirizados
por negarse a incensar a los ídolos).
B. Las pasiones. Designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que
inclinan a obrar o no obrar. Son componentes naturales del psiquismo
humano, constituyen el lugar de paso entre la vida sensible y la vida del
espíritu.
Ejemplos de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el temor, la
alegría, la tristeza y la ira.
Las pasiones son en sí mismas indiferentes, pero se convierten en
buenas o malas según el objeto al que tiendan. Por eso, deben ser dirigidas
por la razón y regidas por la voluntad, para que no conduzcan al mal.
P. ej., la ira es santa si lleva a defender los bienes de Dios (es la ira de
Jesucristo cuando expulsa a los vendedores del templo: cfr. Mc. 11, 15-19);
el odio agrada a Dios si es odio al pecado; el placer es bueno si está regido
por la recta razón. Si los objetos a que tienden las pasiones son malos, nos
apartan del fin último: odio al prójimo, ira por motivos egoístas, placer
desordenado, etc.
Si las pasiones se producen antes de que se realice la acción e influyen
en ella, disminuyen la libertad por el ofuscamiento que suponen para la
razón; incluso en arrebatos muy violentos, pueden llegar a destruir esa
libertad (p. ej., el padre que llevado por la ira golpea mortalmente a su hijo
pequeño).
Si se producen como consecuencia de la acción y son directamente
provocadas, aumentan la voluntariedad (p. ej., el que recuerda las ofensas
recibidas para aumentar la ira y el deseo de venganza).
Cuando surge un movimiento pasional que nos inclina al mal, la voluntad
puede actuar de dos formas:
negativamente, no aceptándolo ni rechazándolo;
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positivamente, aceptándolo o rechazándolo con un acto formal.
Para luchar eficazmente contra las pasiones desordenadas no basta una
resistencia negativa, puesto que supone quedar expuesto al peligro de
consentir en ellas. Es necesario rechazarlas formalmente llevando el ánimo
a otra cosa: es el medio más fácil y seguro, sobre todo para combatir los
movimientos de sensualidad y de ira.
El naturalismo es la falsa doctrina que invita a no poner ninguna traba a
las pasiones humanas, bajo pretextos pseudo-psicológicos (dar origen a
traumas, p. ej.). Cae en el error base de olvidar que el hombre tiene, como
consecuencia del pecado original, las pasiones desordenadas y proclives al
pecado. La recta razón, como potencia superior, iluminada y fortalecida por
la gracia, ha de someter y regir esos movimientos en el hombre.
C. La violencia. Es el impulso de un factor exterior que nos lleva a actuar en
contra de nuestra voluntad.
Ese factor exterior puede ser físico (golpes, etc.) o moral (promesas,
halagos, ruegos insistentes e inoportunos, etc.), que da lugar a la violencia
física o moral.
La violencia física absoluta -que se da cuando la persona violentada ha
opuesto toda la resistencia posible, sin poder vencerla- destruye la
voluntariedad, con tal de que se resista interiormente para no consentir el
mal.
La violencia moral nunca destruye la voluntariedad pues bajo ella el
hombre permanece en todo momento dueño de su libertad.
La violencia física relativa disminuye la voluntariedad, en proporción a la
resistencia que se opuso.
D. Los hábitos. Muy relacionados con el consentimiento están los hábitos o
costumbres contraídas por la repetición de actos, y que se definen como
firme y constante tendencia a actuar de una determinada forma. Esos
hábitos pueden ser buenos y en ese caso los llamamos virtudes o malos:
estos últimos constituyen los vicios.
El hábito de pecar -un vicio arraigado- disminuye la responsabilidad si hay
esfuerzo por combatirlo, pero no de otra manera, ya que quien no lucha por
desarraigar un hábito malo contraído voluntariamente se hace responsable
no sólo de los actos que comete con advertencia, sino también de los
inadvertidos: cuando no se combate la causa, al querer la causa se quiere
el efecto.
Por el contrario, quien lucha contra sus vicios es responsable de los
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pecados que comete con advertencia, pero no de los que comete
inadvertidamente, porque ya no hay voluntario en causa.
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5. LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO
El acto humano no es una estructura simple, sino integrada por elementos
diversos. ¿En cuáles de ellos estriba la moralidad de la acción? La pregunta
anterior, clave para el estudio de la ciencia moral, se responde diciendo que, en el
juicio sobre la bondad o maldad de un acto, es preciso considerar:
a) el objeto del acto en sí mismo,
b) las circunstancias que lo rodean, y
c) la finalidad que el sujeto se propone con ese acto.
Para dictaminar la moralidad de cualquier acción, hay que reflexionar antes
sobre estos tres aspectos.
5.1. EL OBJETO
El objeto constituye el dato fundamental: es la acción misma del sujeto, pero
tomada bajo su consideración moral.
Nótese que el objeto no es el acto sin más, sino que es el acto de acuerdo a
su calificativo moral. Un mismo acto físico puede tener objetos muy diversos,
como se aprecia en los ejemplos siguientes:
ACTO OBJETOS DIVERSOS
matar asesinato
defensa propia
aborto
pena de muerte
hablar mentir
rezar
insultar
adular
bendecir
difamar
jurar
blasfemar
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La moralidad de un acto depende principalmente del objeto: si el objeto es
malo, el acto ser necesariamente malo; si el objeto es bueno, el acto ser
bueno si lo son las circunstancias y la finalidad.
Por ejemplo, nunca es lícito blasfemar, perjurar, calumniar, etc., por más que
las circunstancias o la finalidad sean muy buenas.
Si el objeto del acto no tiene en sí mismo moralidad alguna (p. ej., pasear),
la recibe de la finalidad que se intente (p. ej., para descansar y conservar la
salud), o de las circunstancias que lo acompañan (p. ej., con una mala
compañía).
La Teología Moral enseña que, aun cuando pueden darse objetos morales
indiferentes en sí mismos ni buenos ni malos, sin embargo, en la práctica no
existen acciones indiferentes (su calificativo moral procede en este caso del fin
o de las circunstancias). De ahí que en concreto toda acción o es buena o es
mala.
5.2. LAS CIRCUNSTANCIAS
A. Noción
Las circunstancias (circum-stare = hallarse alrededor) son diversos factores
o modificaciones que afectan al acto humano. Se pueden considerar en
concreto las siguientes (cfr. S. Th. I-II, q. 7, a. 3):
1) Quién realiza la acción (p. ej., peca más gravemente quien teniendo
autoridad da mal ejemplo);
2) Las consecuencias o efectos que se siguen de la acción (un leve descuido
del médico puede ocasionar la muerte del paciente);
3) Qué cosa: designa la cualidad de un objeto (p. ej., el robo de una cosa
sagrada) o su cantidad (p. ej., el monto de lo robado);
4) Dónde: el lugar donde se realiza la acción (p. ej., un pecado cometido en
público es más grave, por el escándalo que supone);
5) Con qué medios se realizó la acción (p. ej., si hubo fraude o engaño, o si se
utilizó la violencia);
6) El modo como se realizó el acto (p. ej., rezar con atención o distraídamente,
castigar a los hijos con exceso de crueldad);
7) Cuándo se realizó la acción, ya que en ocasiones el tiempo influye en la
moralidad (p. ej., comer carne en día de vigilia).
B. Influjo de las circunstancias en la moralidad
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Hay circunstancias que atenúan la moralidad del acto, circunstancias que la
agravan y, finalmente, circunstancias que añaden otras connotaciones
morales a ese acto. Por ejemplo, actuar a impulso de una pasión puede -
según los casos- atenuar o agravar la culpabilidad. Insultar es siempre malo:
pero insultar a un semejante es mucho menos grave que insultar a una
persona enferma.
Es claro que en el examen de los actos morales sólo deben tenerse en
cuenta aquellas circunstancias que posean un influjo moral. Así, p. ej., en el
caso del robo, da lo mismo que haya sido en martes o en jueves, etc.
1) Circunstancias que añaden connotación moral al pecado, haciendo que en
un solo acto se cometan dos o m s pecados específicamente distintos (p. ej.,
el que roba un cáliz bendecido comete dos pecados: hurto y sacrilegio). La
circunstancia que añade nueva connotación moral es la circunstancia “qué
cosa”, en este caso la cualidad del cáliz, que estaba consagrado (de robo se
muda en robo y en sacrilegio).
2) Circunstancias que cambian la especie teológica del pecado haciendo que
un pecado pase de mortal a venial o al contrario (p. ej., el monto de lo robado
indica si un pecado es venial o mortal).
3) Circunstancias que agravan o disminuyen el pecado sin cambiar su especie
(p. ej., es más grave dar mal ejemplo a los niños que a los adultos; es menos
grave la ofensa que procede de un brote repentino de ira al hacer deporte,
etc.).
5.3. LA FINALIDAD
La finalidad es la intención que tiene el hombre al realizar un acto, y puede
coincidir o no con el objeto de la acción.
No coincide, p. ej., cuando camino por el campo (objeto) para recuperar la
salud (fin). Si coincide, en cambio, en aquel que se emborracha (objeto) con el
deseo de emborracharse (fin).
En relación a la moralidad, el fin del que actúa puede influir de modos
diversos:
a) si el fin es bueno, agrega al acto bueno una nueva bondad (p. ej., oír Misa -
objeto bueno- en reparación por los pecados -fin bueno-);
b) si el fin es malo, vicia por completo la bondad de un acto (p. ej., ir a Misa -
objeto bueno- sólo para criticar a los asistentes -fin malo-);
c) cuando el acto es de suyo indiferente el fin lo convierte en bueno o en malo
(p. ej., pasear frente al banco -objeto indiferente- para preparar el próximo
robo -fin malo-);
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d) si el fin es malo, agrega una nueva malicia a un acto de suyo malo (p. ej.,
robar -objeto malo- para después embriagarse -fin malo-);
e) el fin bueno del que actúa nunca puede convertir en buena una acción de
suyo mala. Dice San Pablo: no deben hacerse cosas malas para que resulten
bienes (cfr. Rom. 8,3); (p. ej., no se puede jurar en falso -objeto malo- para
salvar a un inocente -fin bueno-, o dar muerte a alguien para liberarlo de sus
dolores, o robar al rico para dar a los pobres, etc.)
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6. DETERMINACIÓN DE LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO
El principio básico para juzgar la moralidad es el siguiente:
Para que una acción sea buena, es necesario que lo sean sus tres elementos:
objeto bueno, fin bueno y circunstancias buenas; para que el acto sea malo, basta
que lo sea cualquiera de sus elementos (“bonum ex integra causa, malum ex
quocumque defectu”: el bien nace de la rectitud total; el mal nace de un sólo
defecto; S. Th., I-II, q. 18, a. 4, ad. 3).
La razón es clara: estos tres elementos forman una unidad indisoluble en el acto
humano, y aunque uno solo de ellos sea contrario a la ley divina, si la voluntad
obra a pesar de esta oposición, el acto es moralmente malo.
6.1. LA ILICITUD DE OBRAR SOLO POR PLACER
La ilicitud de obrar sólo por placer es un principio moral que tiene en la vida
práctica muchas consecuencias. Las premisas son las siguientes:
a) Dios ha querido que algunas acciones vayan acompañadas por el placer,
dada la importancia para la conservación del individuo o de la especie.
b) Por eso mismo, el placer no tiene en sí razón de fin, sino que es sólo un
medio que facilita la práctica de esos actos: “Delectatio est propter
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operationem et non et converso” (La delectación es para la operación y no al
contrario: C.G., 3, c. 26).
c) Poner el deleite como fin de un acto implica trastocar el orden de las cosas
señalado por Dios, y esa acción queda corrompida más o menos gravemente.
Por ello, nunca es lícito obrar solamente por placer (p. ej., comer y beber por
el solo placer es pecado; igualmente realizar el acto conyugal exclusivamente
por el deleite que lo acompaña; cfr. Dz. 1158 y 1159).
d) Se puede actuar con placer, pero no siendo el deleite la realidad pretendida
en sí misma (p. ej., es lícito el placer conyugal en orden a los fines del
matrimonio, pero no cuando se busca como única finalidad. Lo mismo puede
decirse de aquel que busca divertirse por divertirse).
e) Para que los actos tengan rectitud es siempre bueno referirlos a Dios, fin
último del hombre, al menos de manera implícita: “Ya comáis ya bebáis,
hacedlo por la gloria de Dios” (I Cor. 10, 31). Si se excluye en algún acto la
intención de agradar a Dios, sería pecaminoso, aunque esta exclusión de la
voluntad de agradar a Dios hace el acto pecaminoso si se efectúa de modo
directo, no si se omite por inadvertencia.
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6.2. LA RECTA COMPRENSIÓN DE LA LIBERTAD
Una de las notas propias de la persona -
entre todos los seres visibles que habitan
la tierra sólo el hombre es persona- es la
libertad. Con ella, el hombre escapa del
reino de la necesidad y es capaz de amar
y lograr méritos. La libertad caracteriza los
actos propiamente humanos: sólo en la
libertad el hombre es “padre” de sus
actos.
En ocasiones puede considerarse la
libertad como la capacidad de hacer lo
que se quiera sin norma ni freno. Eso sería una especie de corrupción de la
libertad, como el tumor cancerígeno lo es en un cuerpo. La libertad verdadera
tiene un sentido y una orientación:
La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de
no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar por sí mismo acciones
deliberadas (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1731).
La libertad es posterior a la inteligencia y a la voluntad, radica en ellas, es
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decir, en el ser espiritual del hombre. Por tanto, la libertad ha de obedecer al
modo de ser propio del hombre, siendo en el una fuerza de crecimiento y
maduración en la verdad y la bondad. En otras palabras, alcanza su
perfección cuando se ordena a Dios.
A la libertad que engrandece se llama libertad de calidad. Esa libertad
engrandece al hombre, por ser sequi naturam, es decir, en conformidad con la
naturaleza, que no debemos entender como una inclinación de orden
biológico, pues concierne principalmente a la naturaleza racional,
caracterizada por la apertura a la Verdad y al Bien y a la comunicación con los
demás hombres. En otras palabras, la libertad de calidad es posterior a la
razón, se apoya en ella y de ella extrae sus principios. Exactamente al revés
del concepto erróneo de libertad como libertad de indiferencia, en que la
libertad está antes de la razón, y puede ir impunemente contra ella. Es la
libertad que no está sujeta a norma ni a freno, aquella que postula la
autonomía de la indeterminación. Un libertinaje ilusorio e inabarcable, pero
destructivo del hombre y su felicidad.
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