actos humanos

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1 INDICE Contenido INDICE............................................................................................................................................ 1 LOS ACTOS HUMANOS .................................................................................................................. 2 1. DEFINICIÓN DEL ACTO HUMANO ...................................................................................... 2 2. DIVISIÓN DEL ACTO HUMANO .......................................................................................... 2 3. ELEMENTOS DEL ACTO HUMANO ..................................................................................... 3 3.1 LA ADVERTENCIA ....................................................................................................... 3 3.2 EL CONSENTIMIENTO ................................................................................................ 3 4. OBSTÁCULOS AL ACTO HUMANO ..................................................................................... 4 4.1 OBSTÁCULO POR PARTE DEL CONOCIMIENTO: ........................................................ 4 4.2 OBSTÁCULOS POR PARTE DE LA VOLUNTAD............................................................. 6 5. LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO ................................................................................ 9 5.1. EL OBJETO.................................................................................................................. 9 5.2. LAS CIRCUNSTANCIAS.............................................................................................. 10 5.3. LA FINALIDAD .......................................................................................................... 11 6. DETERMINACIÓN DE LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO ........................................... 12 6.1. LA ILICITUD DE OBRAR SOLO POR PLACER .............................................................. 12 6.2. LA RECTA COMPRENSION DE LA LIBERTAD ............................................................. 13

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Los actos humanos son aquellos que proceden de la voluntad deliberada del hombre; es decir, los que realiza con conocimiento y libre voluntad. Cumpliéndose esto, el hombre es dueño de sus actos, y por tanto, plenamente responsable de ellos.

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Page 1: ACTOS HUMANOS

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INDICE

Contenido INDICE ............................................................................................................................................ 1

LOS ACTOS HUMANOS .................................................................................................................. 2

1. DEFINICIÓN DEL ACTO HUMANO ...................................................................................... 2

2. DIVISIÓN DEL ACTO HUMANO .......................................................................................... 2

3. ELEMENTOS DEL ACTO HUMANO ..................................................................................... 3

3.1 LA ADVERTENCIA ....................................................................................................... 3

3.2 EL CONSENTIMIENTO ................................................................................................ 3

4. OBSTÁCULOS AL ACTO HUMANO ..................................................................................... 4

4.1 OBSTÁCULO POR PARTE DEL CONOCIMIENTO: ........................................................ 4

4.2 OBSTÁCULOS POR PARTE DE LA VOLUNTAD............................................................. 6

5. LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO ................................................................................ 9

5.1. EL OBJETO .................................................................................................................. 9

5.2. LAS CIRCUNSTANCIAS .............................................................................................. 10

5.3. LA FINALIDAD .......................................................................................................... 11

6. DETERMINACIÓN DE LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO ........................................... 12

6.1. LA ILICITUD DE OBRAR SOLO POR PLACER .............................................................. 12

6.2. LA RECTA COMPRENSION DE LA LIBERTAD ............................................................. 13

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LOS ACTOS HUMANOS

1. DEFINICIÓN DEL ACTO HUMANO

Los actos humanos son aquellos que

proceden de la voluntad deliberada del

hombre; es decir, los que realiza con

conocimiento y libre voluntad (cfr. S.Th., I-II,

q.1, a.1,c.) En ellos interviene primero el

entendimiento, porque no se puede querer o

desear lo que no se conoce: con el

entendimiento el hombre advierte el objeto y

delibera si puede y debe tender a él, o no. Una

vez conocido el objeto, la voluntad se inclina

hacia ‚l porque lo desea, o se aparta de él,

rechazándolo.

Sólo en este caso cuando intervienen entendimiento y voluntad el hombre es

dueño de sus actos, y por tanto, plenamente responsable de ellos. Y sólo en los

actos humanos puede darse valoración moral.

No todos los actos que realiza el hombre son propiamente humanos, ya que

como hemos señalado antes, pueden ser también:

1) meramente naturales: los que proceden de las potencias vegetativas y

sensitivas, sobre las que el hombre no tiene control voluntario alguno, y son

comunes con los animales: p. ej., la nutrición, circulación de la sangre, respiración,

la percepción visual o auditiva, el sentir dolor o placer, etc.;

2) actos del hombre: los que proceden del hombre, pero faltando ya la advertencia

(locos, niños pequeños, distracción total), ya la voluntariedad (por coacción física,

p. ej.), ya ambas (p. ej., en el que duerme).

2. DIVISIÓN DEL ACTO HUMANO

Por su relación con la moralidad, el acto humano puede ser:

Bueno o lícito, si está conforme con la ley moral (p. ej., el dar limosna)

Malo o ilícito, si le es contrario (p. ej., mentir)

Indiferente, cuando ni le es contrario ni conforme (p.ej., el caminar;

cfr.2.6.1).

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Aunque ésta es la división más importante, interesa señalar también que, en razón

de las facultades que lo perfeccionan, el acto puede ser:

Interno: el realizado a través de las facultades internas del hombre,

entendimiento, memoria, imaginación..., p. ej., el recuerdo de una acción

pasada, o el deseo de algo futuro.

Externo: cuando intervienen también los órganos y sentidos del cuerpo (p.

ej., comer o leer).

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3. ELEMENTOS DEL ACTO HUMANO

Ya hemos dicho que el acto humano exige la intervención de las potencias

racionales, inteligencia y voluntad, que determinan sus elementos constitutivos: la

advertencia en la inteligencia y el consentimiento en la voluntad.

3.1 LA ADVERTENCIA

Por la advertencia el hombre percibe la acción que va

a realizar, o que ya está realizando. Esta advertencia

puede ser plena o semiplena, según se advierta la

acción con toda perfección o sólo imperfectamente (p.

ej., estando semi-dormido).

Obviamente, todo acto humano requiere

necesariamente de esa advertencia, de tal modo que un hombre que actúa

a tal punto distraído que no advierte de ninguna manera lo que hace, no

realizaría un acto humano.

No basta, sin embargo, que el acto sea advertido para que pueda ser

imputado moralmente: en este caso es necesaria, además, la advertencia

de la relación que tiene el acto con la moralidad (p. ej., el que advierte que

está comiendo carne, pero no se da cuenta que es vigilia, realiza un acto

humano que, sin embargo, no es imputable moralmente).

La advertencia, pues, ha de ser doble: advertencia del acto en sí y

advertencia de la moralidad del acto.

3.2 EL CONSENTIMIENTO

Lleva al hombre a querer realizar ese acto

previamente conocido, buscando con ello un fin.

Como señala Santo Tomás (S. Th, I-II, q. 6, a. 1),

acto voluntario o consentido es “el que procede de un

principio intrínseco con conocimiento del fin”.

Ese acto voluntario –consentido- puede ser

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perfecto o imperfecto -según se realice con pleno o semipleno

consentimiento- y directo o indirecto. Por la importancia que tiene en la

práctica, estudiaremos con más detenimiento lo que se entiende por acto

voluntario indirecto y directo.

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4. OBSTÁCULOS AL ACTO HUMANO

Se trata ahora de analizar algunos factores que afectan a los actos humanos, ya

impidiendo el debido conocimiento de la acción, ya la libre elección de la voluntad;

es decir, las causas que de alguna manera pueden modificar el acto humano en

cuanto a su voluntariedad o a su advertencia y, por tanto, en relación con su

moralidad.

Algunas de esas causas afectan al elemento cognoscitivo del acto humano (la

advertencia), y otras al elemento volitivo (el consentimiento).

Estos obstáculos pueden incluso llegar a hacer que un “acto humano” pase a ser

tan sólo “acto del hombre”

4.1 OBSTÁCULO POR PARTE DEL CONOCIMIENTO:

LA IGNORANCIA

A. Noción de ignorancia. Por ignorancia se entiende falta de conocimiento

de una obligación.

En Teología Moral suele definirse como la falta de la debida ciencia moral

en un sujeto capaz; es decir, la ausencia de un conocimiento moral que se

podría y debería tener. De este modo podemos distinguirla de:

La nesciencia, o falta de conocimientos no obligatorios (p. Ej., de la

medicina en quienes no son médicos);

la inadvertencia, o falta de atención actual a una cosa que se conoce

habitualmente;

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El olvido, o privación –actual o habitual- de un conocimiento que se tuvo

anteriormente.

El error, o juicio equivocado sobre la verdad de una cosa.

B. División de la ignorancia. La ignorancia puede ser vencible o invencible.

a) Ignorancia vencible: es aquella que se podría y debería superar, si se

pudiera un esfuerzo razonable (p. Ej., consultando, estudiando, pensando,

etc.).

b) Ignorancia invencible; es aquella que no puede ser superada por el

sujeto que la padece, ya sea porque de ninguna manera la advierte (p. Ej.,

el aborigen que no advierte la ilicitud de la venganza), o bien porque ha

intentado en vano de salir de ella (preguntando o estudiando).

En ocasiones puede equipararse a la ignorancia invencible el olvido o la

inadvertencia (p. Ej., el que come carne en el día de vigilia sin saberlo, de

manera que no la comería si supiera).

La ignorancia invencible se da sobre todo en gente ruda e incivil. En una

persona con preparación humana y escolar, la ignorancia en materia de fe y

moral es casi siempre vencible.

C. Principios morales sobre la ignorancia

1º. La ignorancia invencible quita toda responsabilidad ante Dios, ya que es

involuntaria y por tanto inculpable ante quien conoce el fondo de nuestros

corazones (p. Ej., no peca el niño pequeño que sin saber hace una cosa

mala). Es fácil entender este principio moral si se considera el adagio

escolástico nihil volitum nisi praecognitum (“nada es deseado si antes no es

conocido” Ver Dz. 1292).

2o. La ignorancia vencible es siempre culpable, en mayor o menor grado

según la negligencia en averiguar la verdad. Así, es mayor la

responsabilidad de una mala acción realizada con ignorancia crasa, que

con simplemente vencible. Consecuentemente, puede ser pecado mortal si

nace de descuidos graves.

3o. La ignorancia afectada, lejos de disminuir la responsabilidad, la

aumenta, por la mayor malicia que supone.

D. Deber de conocer la Ley Moral

Como ya quedó señalado, la ignorancia puede a veces eximir de culpa y,

en consecuencia, de responsabilidad moral. Sin embargo, es conveniente

añadir que existe el deber de conocer la ley moral, para ir adecuando a ella

nuestras acciones.

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Ese conocimiento no debe limitarse a una determinada‚ poca de la vida la

niñez o la juventud, sino que ha de desarrollarse a lo largo de toda la

existencia humana, haciendo una especial referencia al trabajo que cada

uno desarrolla en la sociedad. De aquí se deriva el concepto de moral

profesional, como una aplicación de los principios morales generales a las

circunstancias concretas de un ambiente determinado. Por lo tanto, el

deber de salir de la ignorancia adquiere especial obligatoriedad en todo lo

que se refiere al campo profesional y a los deberes de estado de cada

persona.

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4.2 OBSTÁCULOS POR PARTE DE LA VOLUNTAD

Los obstáculos que dificultan la libre elección de la voluntad son: el miedo,

las pasiones, la violencia y los hábitos.

A. El miedo. Es una vacilación del ánimo ante un mal presente o futuro que

nos amenaza, y que influye en la voluntad del que actúa.

En general, el miedo -aunque sea grande- no destruye el acto voluntario,

a menos que su intensidad haga perder el uso de razón.

El miedo no es razón suficiente para cometer un acto malo, aunque el

motivo sea considerable: salvar la propia vida, o la fama, etc. Sería ilícito,

por ejemplo, renegar de la fe por miedo al castigo o a la muerte, o emplear

medios anticonceptivos por temor a consecuencias graves en la salud ante

un nuevo embarazo, etc.

Por el contrario, si a pesar del miedo el sujeto realiza la acción buena, es

mayor el valor moral de esa acción.

A lo largo de la historia de la Iglesia se han dado incontables casos de

personas con un natural m s bien tímido y poco audaz que han superado el

miedo para cumplir la voluntad de Dios. Es el caso, por ejemplo, de José de

Arimatea que, siendo discípulo oculto de Cristo “por temor a los judíos” (Jn.

19, 38), sabe vencerse y dar la cara cuando otros huyen: reclama

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“audacter”, audazmente (Mc. 15, 43) de Pilato el cuerpo muerto del Señor.

A veces, sin embargo, el miedo puede excusar del cumplimiento de leyes

positivas (es decir, de leyes puramente eclesiásticas) que mandan practicar

un acto bueno, si causan gran incomodidad, porque en estos casos se

sobreentiende que el legislador no tiene intención de obligar. Sería el caso,

p. ej., de la esposa que para evitar un grave conflicto familiar deja de

ayunar o de ir a Misa. Es una aplicación del principio que dice que las leyes

positivas no obligan con grave incomodidad.

Nótese que se trata sólo de leyes positivas o meramente eclesiásticas. El

cumplimiento de la ley divina -p.ej., amar a Dios sobre todas las cosas-

obliga siempre, aun a costa de la propia vida (p. ej., los santos martirizados

por negarse a incensar a los ídolos).

B. Las pasiones. Designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que

inclinan a obrar o no obrar. Son componentes naturales del psiquismo

humano, constituyen el lugar de paso entre la vida sensible y la vida del

espíritu.

Ejemplos de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el temor, la

alegría, la tristeza y la ira.

Las pasiones son en sí mismas indiferentes, pero se convierten en

buenas o malas según el objeto al que tiendan. Por eso, deben ser dirigidas

por la razón y regidas por la voluntad, para que no conduzcan al mal.

P. ej., la ira es santa si lleva a defender los bienes de Dios (es la ira de

Jesucristo cuando expulsa a los vendedores del templo: cfr. Mc. 11, 15-19);

el odio agrada a Dios si es odio al pecado; el placer es bueno si está regido

por la recta razón. Si los objetos a que tienden las pasiones son malos, nos

apartan del fin último: odio al prójimo, ira por motivos egoístas, placer

desordenado, etc.

Si las pasiones se producen antes de que se realice la acción e influyen

en ella, disminuyen la libertad por el ofuscamiento que suponen para la

razón; incluso en arrebatos muy violentos, pueden llegar a destruir esa

libertad (p. ej., el padre que llevado por la ira golpea mortalmente a su hijo

pequeño).

Si se producen como consecuencia de la acción y son directamente

provocadas, aumentan la voluntariedad (p. ej., el que recuerda las ofensas

recibidas para aumentar la ira y el deseo de venganza).

Cuando surge un movimiento pasional que nos inclina al mal, la voluntad

puede actuar de dos formas:

negativamente, no aceptándolo ni rechazándolo;

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positivamente, aceptándolo o rechazándolo con un acto formal.

Para luchar eficazmente contra las pasiones desordenadas no basta una

resistencia negativa, puesto que supone quedar expuesto al peligro de

consentir en ellas. Es necesario rechazarlas formalmente llevando el ánimo

a otra cosa: es el medio más fácil y seguro, sobre todo para combatir los

movimientos de sensualidad y de ira.

El naturalismo es la falsa doctrina que invita a no poner ninguna traba a

las pasiones humanas, bajo pretextos pseudo-psicológicos (dar origen a

traumas, p. ej.). Cae en el error base de olvidar que el hombre tiene, como

consecuencia del pecado original, las pasiones desordenadas y proclives al

pecado. La recta razón, como potencia superior, iluminada y fortalecida por

la gracia, ha de someter y regir esos movimientos en el hombre.

C. La violencia. Es el impulso de un factor exterior que nos lleva a actuar en

contra de nuestra voluntad.

Ese factor exterior puede ser físico (golpes, etc.) o moral (promesas,

halagos, ruegos insistentes e inoportunos, etc.), que da lugar a la violencia

física o moral.

La violencia física absoluta -que se da cuando la persona violentada ha

opuesto toda la resistencia posible, sin poder vencerla- destruye la

voluntariedad, con tal de que se resista interiormente para no consentir el

mal.

La violencia moral nunca destruye la voluntariedad pues bajo ella el

hombre permanece en todo momento dueño de su libertad.

La violencia física relativa disminuye la voluntariedad, en proporción a la

resistencia que se opuso.

D. Los hábitos. Muy relacionados con el consentimiento están los hábitos o

costumbres contraídas por la repetición de actos, y que se definen como

firme y constante tendencia a actuar de una determinada forma. Esos

hábitos pueden ser buenos y en ese caso los llamamos virtudes o malos:

estos últimos constituyen los vicios.

El hábito de pecar -un vicio arraigado- disminuye la responsabilidad si hay

esfuerzo por combatirlo, pero no de otra manera, ya que quien no lucha por

desarraigar un hábito malo contraído voluntariamente se hace responsable

no sólo de los actos que comete con advertencia, sino también de los

inadvertidos: cuando no se combate la causa, al querer la causa se quiere

el efecto.

Por el contrario, quien lucha contra sus vicios es responsable de los

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pecados que comete con advertencia, pero no de los que comete

inadvertidamente, porque ya no hay voluntario en causa.

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5. LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO

El acto humano no es una estructura simple, sino integrada por elementos

diversos. ¿En cuáles de ellos estriba la moralidad de la acción? La pregunta

anterior, clave para el estudio de la ciencia moral, se responde diciendo que, en el

juicio sobre la bondad o maldad de un acto, es preciso considerar:

a) el objeto del acto en sí mismo,

b) las circunstancias que lo rodean, y

c) la finalidad que el sujeto se propone con ese acto.

Para dictaminar la moralidad de cualquier acción, hay que reflexionar antes

sobre estos tres aspectos.

5.1. EL OBJETO

El objeto constituye el dato fundamental: es la acción misma del sujeto, pero

tomada bajo su consideración moral.

Nótese que el objeto no es el acto sin más, sino que es el acto de acuerdo a

su calificativo moral. Un mismo acto físico puede tener objetos muy diversos,

como se aprecia en los ejemplos siguientes:

ACTO OBJETOS DIVERSOS

matar asesinato

defensa propia

aborto

pena de muerte

hablar mentir

rezar

insultar

adular

bendecir

difamar

jurar

blasfemar

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La moralidad de un acto depende principalmente del objeto: si el objeto es

malo, el acto ser necesariamente malo; si el objeto es bueno, el acto ser

bueno si lo son las circunstancias y la finalidad.

Por ejemplo, nunca es lícito blasfemar, perjurar, calumniar, etc., por más que

las circunstancias o la finalidad sean muy buenas.

Si el objeto del acto no tiene en sí mismo moralidad alguna (p. ej., pasear),

la recibe de la finalidad que se intente (p. ej., para descansar y conservar la

salud), o de las circunstancias que lo acompañan (p. ej., con una mala

compañía).

La Teología Moral enseña que, aun cuando pueden darse objetos morales

indiferentes en sí mismos ni buenos ni malos, sin embargo, en la práctica no

existen acciones indiferentes (su calificativo moral procede en este caso del fin

o de las circunstancias). De ahí que en concreto toda acción o es buena o es

mala.

5.2. LAS CIRCUNSTANCIAS

A. Noción

Las circunstancias (circum-stare = hallarse alrededor) son diversos factores

o modificaciones que afectan al acto humano. Se pueden considerar en

concreto las siguientes (cfr. S. Th. I-II, q. 7, a. 3):

1) Quién realiza la acción (p. ej., peca más gravemente quien teniendo

autoridad da mal ejemplo);

2) Las consecuencias o efectos que se siguen de la acción (un leve descuido

del médico puede ocasionar la muerte del paciente);

3) Qué cosa: designa la cualidad de un objeto (p. ej., el robo de una cosa

sagrada) o su cantidad (p. ej., el monto de lo robado);

4) Dónde: el lugar donde se realiza la acción (p. ej., un pecado cometido en

público es más grave, por el escándalo que supone);

5) Con qué medios se realizó la acción (p. ej., si hubo fraude o engaño, o si se

utilizó la violencia);

6) El modo como se realizó el acto (p. ej., rezar con atención o distraídamente,

castigar a los hijos con exceso de crueldad);

7) Cuándo se realizó la acción, ya que en ocasiones el tiempo influye en la

moralidad (p. ej., comer carne en día de vigilia).

B. Influjo de las circunstancias en la moralidad

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Hay circunstancias que atenúan la moralidad del acto, circunstancias que la

agravan y, finalmente, circunstancias que añaden otras connotaciones

morales a ese acto. Por ejemplo, actuar a impulso de una pasión puede -

según los casos- atenuar o agravar la culpabilidad. Insultar es siempre malo:

pero insultar a un semejante es mucho menos grave que insultar a una

persona enferma.

Es claro que en el examen de los actos morales sólo deben tenerse en

cuenta aquellas circunstancias que posean un influjo moral. Así, p. ej., en el

caso del robo, da lo mismo que haya sido en martes o en jueves, etc.

1) Circunstancias que añaden connotación moral al pecado, haciendo que en

un solo acto se cometan dos o m s pecados específicamente distintos (p. ej.,

el que roba un cáliz bendecido comete dos pecados: hurto y sacrilegio). La

circunstancia que añade nueva connotación moral es la circunstancia “qué

cosa”, en este caso la cualidad del cáliz, que estaba consagrado (de robo se

muda en robo y en sacrilegio).

2) Circunstancias que cambian la especie teológica del pecado haciendo que

un pecado pase de mortal a venial o al contrario (p. ej., el monto de lo robado

indica si un pecado es venial o mortal).

3) Circunstancias que agravan o disminuyen el pecado sin cambiar su especie

(p. ej., es más grave dar mal ejemplo a los niños que a los adultos; es menos

grave la ofensa que procede de un brote repentino de ira al hacer deporte,

etc.).

5.3. LA FINALIDAD

La finalidad es la intención que tiene el hombre al realizar un acto, y puede

coincidir o no con el objeto de la acción.

No coincide, p. ej., cuando camino por el campo (objeto) para recuperar la

salud (fin). Si coincide, en cambio, en aquel que se emborracha (objeto) con el

deseo de emborracharse (fin).

En relación a la moralidad, el fin del que actúa puede influir de modos

diversos:

a) si el fin es bueno, agrega al acto bueno una nueva bondad (p. ej., oír Misa -

objeto bueno- en reparación por los pecados -fin bueno-);

b) si el fin es malo, vicia por completo la bondad de un acto (p. ej., ir a Misa -

objeto bueno- sólo para criticar a los asistentes -fin malo-);

c) cuando el acto es de suyo indiferente el fin lo convierte en bueno o en malo

(p. ej., pasear frente al banco -objeto indiferente- para preparar el próximo

robo -fin malo-);

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d) si el fin es malo, agrega una nueva malicia a un acto de suyo malo (p. ej.,

robar -objeto malo- para después embriagarse -fin malo-);

e) el fin bueno del que actúa nunca puede convertir en buena una acción de

suyo mala. Dice San Pablo: no deben hacerse cosas malas para que resulten

bienes (cfr. Rom. 8,3); (p. ej., no se puede jurar en falso -objeto malo- para

salvar a un inocente -fin bueno-, o dar muerte a alguien para liberarlo de sus

dolores, o robar al rico para dar a los pobres, etc.)

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6. DETERMINACIÓN DE LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO

El principio básico para juzgar la moralidad es el siguiente:

Para que una acción sea buena, es necesario que lo sean sus tres elementos:

objeto bueno, fin bueno y circunstancias buenas; para que el acto sea malo, basta

que lo sea cualquiera de sus elementos (“bonum ex integra causa, malum ex

quocumque defectu”: el bien nace de la rectitud total; el mal nace de un sólo

defecto; S. Th., I-II, q. 18, a. 4, ad. 3).

La razón es clara: estos tres elementos forman una unidad indisoluble en el acto

humano, y aunque uno solo de ellos sea contrario a la ley divina, si la voluntad

obra a pesar de esta oposición, el acto es moralmente malo.

6.1. LA ILICITUD DE OBRAR SOLO POR PLACER

La ilicitud de obrar sólo por placer es un principio moral que tiene en la vida

práctica muchas consecuencias. Las premisas son las siguientes:

a) Dios ha querido que algunas acciones vayan acompañadas por el placer,

dada la importancia para la conservación del individuo o de la especie.

b) Por eso mismo, el placer no tiene en sí razón de fin, sino que es sólo un

medio que facilita la práctica de esos actos: “Delectatio est propter

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operationem et non et converso” (La delectación es para la operación y no al

contrario: C.G., 3, c. 26).

c) Poner el deleite como fin de un acto implica trastocar el orden de las cosas

señalado por Dios, y esa acción queda corrompida más o menos gravemente.

Por ello, nunca es lícito obrar solamente por placer (p. ej., comer y beber por

el solo placer es pecado; igualmente realizar el acto conyugal exclusivamente

por el deleite que lo acompaña; cfr. Dz. 1158 y 1159).

d) Se puede actuar con placer, pero no siendo el deleite la realidad pretendida

en sí misma (p. ej., es lícito el placer conyugal en orden a los fines del

matrimonio, pero no cuando se busca como única finalidad. Lo mismo puede

decirse de aquel que busca divertirse por divertirse).

e) Para que los actos tengan rectitud es siempre bueno referirlos a Dios, fin

último del hombre, al menos de manera implícita: “Ya comáis ya bebáis,

hacedlo por la gloria de Dios” (I Cor. 10, 31). Si se excluye en algún acto la

intención de agradar a Dios, sería pecaminoso, aunque esta exclusión de la

voluntad de agradar a Dios hace el acto pecaminoso si se efectúa de modo

directo, no si se omite por inadvertencia.

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6.2. LA RECTA COMPRENSIÓN DE LA LIBERTAD

Una de las notas propias de la persona -

entre todos los seres visibles que habitan

la tierra sólo el hombre es persona- es la

libertad. Con ella, el hombre escapa del

reino de la necesidad y es capaz de amar

y lograr méritos. La libertad caracteriza los

actos propiamente humanos: sólo en la

libertad el hombre es “padre” de sus

actos.

En ocasiones puede considerarse la

libertad como la capacidad de hacer lo

que se quiera sin norma ni freno. Eso sería una especie de corrupción de la

libertad, como el tumor cancerígeno lo es en un cuerpo. La libertad verdadera

tiene un sentido y una orientación:

La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de

no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar por sí mismo acciones

deliberadas (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1731).

La libertad es posterior a la inteligencia y a la voluntad, radica en ellas, es

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decir, en el ser espiritual del hombre. Por tanto, la libertad ha de obedecer al

modo de ser propio del hombre, siendo en el una fuerza de crecimiento y

maduración en la verdad y la bondad. En otras palabras, alcanza su

perfección cuando se ordena a Dios.

A la libertad que engrandece se llama libertad de calidad. Esa libertad

engrandece al hombre, por ser sequi naturam, es decir, en conformidad con la

naturaleza, que no debemos entender como una inclinación de orden

biológico, pues concierne principalmente a la naturaleza racional,

caracterizada por la apertura a la Verdad y al Bien y a la comunicación con los

demás hombres. En otras palabras, la libertad de calidad es posterior a la

razón, se apoya en ella y de ella extrae sus principios. Exactamente al revés

del concepto erróneo de libertad como libertad de indiferencia, en que la

libertad está antes de la razón, y puede ir impunemente contra ella. Es la

libertad que no está sujeta a norma ni a freno, aquella que postula la

autonomía de la indeterminación. Un libertinaje ilusorio e inabarcable, pero

destructivo del hombre y su felicidad.

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