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OFICIO DE LECTURA LECCIONARIO BIENAL BÍBLICO-PATRÍSTICO DE LA LITURGIA DE LAS HORAS ADVIENTO Y NAVIDAD AÑO IMPAR http://www.mercaba.org/HORAS%20BIENAL/CARTEL_ADVIENTO_NAVIDAD.htm

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OFICIO DE LECTURA

LECCIONARIO BIENAL BÍBLICO-PATRÍSTICO

DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

ADVIENTO Y NAVIDAD

AÑO IMPAR

http://www.mercaba.org/HORAS%20BIENAL/CARTEL_ADVIENTO_NAVIDAD.htm

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INTRODUCCIÓN

Significativamente, la Liturgia de las Horas según el rito romano (LHR) da a las primitivas «Vigilias» y a nuestros actuales «Maitines» —si bien sólo fuera del Oficio coral (SC 89c)— el nombre de «Oficio de lectura» (Officium lectionis), tanto por situarlo al margen de cualquier condicionamiento horario que impusiera a su celebración un momento determinado de la jornada orante para adecuarse a la veritas horarum —acertadamente propugnada por los ordenamientos litúrgicos—, como porque en realidad el elemento preponderante de esta celebración litúrgica es la escucha de la Palabra.

Bien lo ha comprendido la Unión monástica italiana para la liturgia, cuando denomina a esta Hora del Opus Dei «L'Ora dell'Ascolto», la Hora de la Escucha; correctamente lo ha interpretado el autor del himno de maitines, correspondiente al Martes I de la Liturgia de las Horas según el rito monástico (LHM), cuando dice en su primera estrofa —segunda del Martes II—:

Los primeros instantes de este día a escuchar la palabra consagremos, y el Espíritu ponga en nuestros labios la alabanza al Padre de los cielos.

(LHM I, pp. 790.862)

Así pues, los Maitines, es decir, el Oficio de lectura extracoral, son el lugar privilegiado de un acercamiento fecundo a la Palabra.

Ahora bien, ¿qué sentido tiene y cuál es realmente la utilidad de la publicación del presente Leccionario bienal de lecturas?

Al hacer, en 1977, la presentación del Leccionario bíblico-patrístico, de ciclo bienal, preparado por la Unión monástica italiana para la liturgia, Mons. Mariano Magrassi, arzobispo de Bari y presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia italiana, se formulaba casi idéntica pregunta. Se preguntaba concretamente si la edición italiana que él presentaba nacía como contrarréplica a la de la LHR, como una iniciativa privada.

Antes de dar una respuesta al interrogante planteado, Mons. Magrassi –anteriormente abad del monasterio benedictino de Noci–, nos remitía a la legislación del Vaticano II y a las variadas vicisitudes por las que ha debido pasar la reforma litúrgica posconciliar. Nos recordaba cómo el Vaticano II había invitado a una reestructuración del Opus Dei en la que «los tesoros de la Palabra divina fueran accesibles con mayor facilidad y plenitud» (SC 92a), y en donde figurase una más cuidada selección de lecturas tomadas de los Padres, doctores y escritores eclesiásticos (SC 92b).

Como respuesta práctica a estas directrices conciliares, se ha creado un curso bienal de lecturas, independiente –aunque complementario– de los ciclos binarios (ferias) o ternarios (domingos y festivos) de la misa.

El curso bienal de la Liturgia de las Horas ofrece a quienes sienten una sed más viva y experimentan un mayor gusto de la Palabra, una lectura casi integral de los escritos apostólicos, que permite percibir la coherencia interna y el movimiento propio.

Para el AT, la posibilidad de perícopas más largas permite presentar los temas más significativos de todos los libros. Distribuidos según el ritmo de la historia salvífica, nos ofrecen una visión orgánica evidenciando los gesta Dei que forman su trama. Los Profetas se leen en el contexto histórico en que vivieron y enseñaron. Intérpretes autorizados de los acontecimientos salvíficos, nos brindan la clave para comprender su alcance en orden a la salvación (cf. OGLH 152).

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Sin embargo, la edición típica de la Liturgia de las Horas nos ha reservado, por lo que a la distribución de lecturas se refiere –distribución larga y sabiamente estudiada–, una sorpresa: la reducción de las lecturas a solo un ciclo anual, con todos los cortes y omisiones que semejante decisión imponía. Esta decisión se tomó exactamente en abril de 1970 por puras razones tipográficas y económicas. Queriendo incluir las lecturas en los cuatro volúmenes previstos para la edición típica latina, y deseando mantener a la vez esta última dentro de unas razonables dimensiones, se topó con la dificultad de incluir dos lecturas bíblicas y otras dos patrísticas para cada día del año. Por esta razón se procedió a una selección que –concretamente para las lecturas bíblicas– ha debido excluir necesariamente algunos libros de la Escritura: concretamente el libro de los Hechos de los apóstoles y una parte del epistolario paulino.

Estaba prevista, no obstante, la edición íntegra del Leccionario en un volumen aparte (Cf. LC 20; OGLH 145-146: lecturas biblicas, y 161-162: lecturas patrísticas). Hasta el presente este Leccionario facultativo no ha aparecido y todos los síntomas apuntan hacia un abandono definitivo del proyecto.

En este contexto se sitúa la preparación del presente Leccionario, que vuelve sobre el proyecto original de la Comisión litúrgica romana en toda su riqueza. Los monasterios benedictinos de España –al igual que los de otras naciones– han asumido este cometido, llevándolo a feliz término –no sin un gran esfuerzo técnico y un no escaso riesgo económico– en estos dos volúmenes, que abarcan: el primero –volumen III de la LHM– desde Adviento hasta Pentecostés; y el segundo –volumen IV de la LHM– desde Pentecostés hasta el final del Tiempo Ordinario.

No se trata, pues, de un Leccionario «benedictino», sino del Leccionario inicialmente previsto para la Iglesia universal, pero que razones editoriales han impedido realizar en toda la plenitud de su extensión y riqueza.

En el presente Leccionario bienal de lecturas bíblico-patrísticas se da una riqueza doctrinal sin precedentes. Por lo que a la sagrada Escritura se refiere, están representados– a distintos niveles de utilización– todos los Libros sagrados, a excepción, naturalmente, del Libro de los Salmos, que son el elemento oracional más importante y no tienen, en consecuencia, lugar en el Leccionario.

Al ciclo bienal bíblico corresponde un ciclo bienal patrístico, según estaba previsto. Se abre así con una mayor abundancia el tesoro de la tradición de la Iglesia: nada más y nada menos que 2.127 lecturas pertenecientes a unos 217 autores diferentes. Número de autores aproximado, dado que el contingente de «anónimos» no nos permite precisar siempre la cifra de autores personalizados. En la selección de las lecturas patrísticas se han seguido los criterios que presidieron ya la selección de la primera serie de lecturas. Dos principalmente:

a. equilibrio entre la aportación de la tradición occidental y oriental, entre antigüedad y época moderna, para presentar en todas sus dimensiones la más valiosa y solvente tradición católica. Si hacemos abstracción del bloque de «anónimos», tenemos que 156 autores representan la tradición occidental, y 61 la oriental. Esta desproporción real entre oriente y occidente, además de a los destinatarios inmediatos de la LHR: mundo occidental, se debe al contingente de lecturas seleccionadas para el propio de los santos, cuya fiesta se celebra en el calendario romano, en el que existe una normal desproporción entre santos del oriente y del occidente.

b. conexión de estas páginas con las articulaciones litúrgicas del día y del tiempo (Cf. OGLH 165).

Como se ve, en el presente Leccionario bíblico-patrístico para el Oficio de lectura o Maitines según el rito monástico, impresiona «la riqueza espiritual de los textos, a los cuales, además de los monjes, podrán asimismo tener provechoso acceso los sacerdotes, religiosos y laicos tanto para la lectio divina como para la meditación de la palabra de Dios, o bien –y esto se refiere particularmente a los pastores de almas– para un fecundo ministerio basado en la palabra sagrada» (Cf. OGLH 165; Carta del Card. Villot, Secretario de Estado, al P. Paolino Beltrame-Quattrochi, responsable del Leccionario monástico italiano, del 21 jul. 1978).

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ANTOLOGÍA DE TEXTOS SOBRE EL SENTIDO DEL OFICIO, DE LECTURA

Sobre la importancia de la lectura de la Palabra de Dios, de los santos padres y escritores eclesiásticos, y sobre las cautelas con que debe hacerse esta lectura de modo que sirva para la edificación y no para la desedificación del espíritu orante, puesto a la escucha atenta de lo que Dios –a través de sus mediaciones–quiera hablarle al corazón, ofrecemos esta antología o florilegio de textos los más significativos, escogidos de la Regla de los monjes, de la Constitución Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, del Concilio Vaticano II, de la Constitución apostólica Laudis Canticum, con la que Pablo Vl promulgó el Oficio divino reformado según las directrices del Vaticano II (1 noviembre 1970), y, finalmente, de la Ordenación general de la Liturgia de las Horas.

REGLA DE LOS MONJES

En las Vigilias, léase los escritos de inspiración divina, así del antiguo como del nuevo Testamento, como también los comentarios que de ellos han hecho los más renombrados y ortodoxos Padres católicos (9,8).

SACROSANCTUM CONCILIUM

En la celebración litúrgica, la importancia de la sagrada Escritura es sumamente grande (maximum momentum). Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu, y de ella reciben su significado las acciones y los signos (n.° 24).

En cuanto a las lecturas, obsérvese lo siguiente:

a) Ordénense las lecturas de la sagrada Escritura de modo que los tesoros de la palabra divina sean accesibles con mayor facilidad y plenitud.

b) Estén mejor seleccionadas las lecturas tomadas de los Padres, doctores y escritores eclesiásticos.

c) Devuélvase la verdad histórica a las pasiones o vidas de los santos (n.° 92).

LAUDIS CANTICUM

En esta Constitución apostólica, Pablo VI afirma que en el Oficio divino reformado se han tenido presentes las consignas de la Sacrosanctum Concilium. Veamos algunos textos:

1. Sagrada Escritura

El tesoro de la palabra de Dios entra más abundantemente en la nueva ordenación de las lecturas de la sagrada Escritura, ordenación que se ha dispuesto de manera que se corresponda con la de las lecturas de la misa. Las perícopas presentan en su conjunto una cierta unidad temática, y han sido seleccionadas de modo que reproduzcan, a lo largo del año, los momentos culminantes de la historia de la salvación (n.° 5).

Aquel suave y vivo conocimiento de la sagrada Escritura que respira la Liturgia de las Horas... [ha de convertirse] en la fuente principal de toda la oración cristiana. [...] La lectura más abundante de la sagrada Escritura... hará que la historia de la salvación se conmemore sin interrupción y se anuncie eficazmente su continuación en la vida de los hombres (n.° 8).

2. Santos Padres

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La lectura cotidiana de las obras de los santos Padres y de los autores eclesiásticos, dispuesta según los decretos del Concilio ecuménico, presenta los mejores escritos de los autores cristianos, en particular de los Padres de la Iglesia (n.° 6).

De los textos de la Liturgia de las Horas ha sido eliminado todo lo que no responde a la verdad histórica; igualmente, las lecturas, especialmente las hagiográficas, han sido revisadas a fin de exponer y colocar en su justa luz la fisonomía espiritual y el papel ejercido por cada santo en la vida de la Iglesia (n.° 7).

ORDENACIÓN GENERAL DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

1. Oficio divino y santificación humana

La santificación humana y el culto de Dios se dan en la Liturgia de las Horas de forma tal que se establece aquella especie de correspondencia o diálogo entre Dios y los hombres, en que «Dios habla a su pueblo... y el pueblo responde con el canto y la oración».

Los que participan en la Liturgia de las Horas pueden hallar una fuente abundantísima de santificación en la palabra de Dios, que tiene aquí principal importancia... Por tanto, no sólo cuando se leen las cosas que «se escribieron para enseñanza nuestra» (Rm 15,4), sino también cuando la Iglesia ora y canta se alimenta la fe de cuantos participan (n.° 14). Las lecturas y oraciones de la Liturgia de las Horas constituyen un manantial de vida cristiana (n.° 18).

2. El Oficio de lectura

El Oficio de lectura es principalmente una celebración litúrgica de la palabra de Dios (n.° 29) y se orienta a ofrecer al pueblo de Dios –y principalmente a quienes se han entregado al Señor con una consagración especial– una más abundante meditación de la palabra de Dios y de las mejores páginas de los autores espirituales. Pues si bien es verdad que en la misa diaria se lee ahora una serie más rica de lecturas bíblicas, no puede negarse que el tesoro de la revelación y de la tradición contenido en el Oficio de lectura es de gran provecho espiritual. Traten de buscar esta riqueza, ante todo, los sacerdotes, para que puedan transmitir a otros la palabra de Dios que ellos han recibido y convertir su doctrina en «alimento para el pueblo de Dios» (n.° 55.)

3. La lectura de la sagrada Escritura

La lectura de la sagrada Escritura, que conforme a una antigua tradición se hace públicamente en la liturgia, no sólo en la celebración eucarística, sino también en el Oficio divino, ha de ser tenida en máxima estima por todos los cristianos, porque es propuesta por la misma Iglesia, no según los gustos e inclinaciones particulares, sino en orden al misterio que la Esposa de Cristo «desarrolla en el transcurso del año, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectación de la dicha que esperamos: la venida del Señor». Además, en la celebración litúrgica, la lectura de la sagrada Escritura siempre va acompañada de la oración, de modo que la lectura produce frutos más plenos, y a su vez la oración [...] es entendida, por medio de las lecturas, de un modo más profundo y la piedad se vuelve más intensa (n.° 140).

En la distribución de las lecturas de la sagrada Escritura en el Oficio de lectura se tienen en cuenta tanto aquellos tiempos sagrados en los que, siguiendo una tradición venerable, se han de leer ciertos libros, como la distribución de las lecturas de la misa. De esta forma, pues, la Liturgia de las Horas se coordina con la misa de modo que la lectura de la Escritura en el Oficio completa las lecturas hechas en la misa, ofreciendo así un panorama de toda la historia de la salvación (n.° 143).

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4. El curso bienal de las lecturas

Hay un doble curso de lectura bíblica: el primero –que va inserto en el Libro de la Liturgia de las Horas [según el rito romano]– comprende tan sólo un año; el segundo, que se puede utilizar libremente, va incluido en el Suplemento –no aparecido todavía– y es bienal, lo mismo que el curso de lectura del tiempo ordinario en la misa ferial (n.° 145).

El curso bienal de las lecturas está dispuesto de forma que casi todos los libros de la Escritura son leídos cada año; se asignan a la Liturgia de las Horas aquellos textos más largos y más difíciles que apenas pueden tener cabida en la misa. Pero mientras el nuevo Testamento se lee íntegramente todos los años, parte en la misa, parte en la Liturgia de las Horas, se han seleccionado de entre los libros del antiguo Testamento tan sólo aquellas partes que son de mayor importancia para la inteligencia de la historia de la salvación y para el fomento de la piedad.

Sin embargo, la coordinación entre las lecturas de la Liturgia de las Horas y las lecturas de la misa, para que no se propongan los mismos textos en los mismos días o se distribuyan con relativa frecuencia los mismos libros para las mismas épocas del año (lo que dejaría a la Liturgia de la Horas perícopas de menos importancia y perturbaría la lectura seguida de los textos), exige necesariamente que el mismo libro figure en años alternos en la misa y en la Liturgia de las Horas o, al menos, dejar cierto intervalo de tiempo si se ha de leer en el mismo año (n.° 146).

Los libros del antiguo Testamento se distribuyen según la historia de la salvación: Dios se revela a sí mismo en el decurso de la vida del pueblo, que es guiado e iluminado paulatinamente. Por ello los profetas son leídos entre los libros históricos, teniendo en cuenta el tiempo en que vivieron y enseñaron. Así, el primer año, la serie de lecturas del antiguo Testamento presenta juntamente los libros históricos y los oráculos de los profetas, desde el libro de Josué hasta el tiempo del exilio inclusive. El segundo año, después de las lecturas del Génesis que se han de leer antes de Cuaresma, se continúa la narración de la historia de la salvación desde el exilio hasta los tiempos de los Macabeos. En ese mismo año se incluyen, además, los profetas más recientes, los libros sapienciales y las narraciones de los libros de Ester, Tobías y Judit.

Las cartas de los apóstoles que no se lean en períodos especiales van distribuidas teniendo en cuenta ya las lecturas de la misa, ya el orden cronológico en que fueron escritas (n.° 152).

El curso de un año queda abreviado de modo que todos los años se lean algunas partes seleccionadas de la sagrada Escritura, habida cuenta de los dos ciclos de lecturas de la misa a los que sirven de complemento (n. ° 153). A las solemnidades y a las fiestas se les asigna lectura propia; en caso contrario se tomará del Común de los santos (n.° 154).

Cada una de las perícopas guarda, en la medida de lo posible, cierta unidad; por ello, para no sobrepasar los límites adecuados, que, por lo demás, son distintos según los diversos géneros literarios, se omiten a veces algunos versículos, lo cual es señalado en cada caso. Pueden, no obstante, ser leídas con provecho íntegramente en un texto aprobado (n.° 155).

5. La lectura de los Padres y de los escritores eclesiásticos

Según la tradición de la Iglesia romana, en el Oficio de lectura, a continuación de la lectura bíblica, tiene lugar la lectura de los Padres o de los escritores eclesiásticos (n.° 159). En esta lectura se proponen diversos textos tomados de los escritos de los santos Padres, de los doctores y de otros escritores eclesiásticos, pertenecientes ya a la Iglesia oriental ya a la occidental, cuidando, no obstante, de conceder un lugar preferente a los santos Padres, que gozan en la Iglesia de una autoridad especial (n.° 160).

Además de las lecturas asignadas para cada día en el libro de la Liturgia de las Horas, hay un leccionario libre que contiene una mayor abundancia de lecturas, para que sea más accesible a

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los que rezan el Oficio divino el tesoro de la tradición de la Iglesia. Se concede a todos la facultad de tomar la segunda lectura o del libro de la Liturgia de las Horas o del Leccionario libre (n.° 161).

Además, las Conferencias episcopales pueden proponer otros textos acordes con las tradiciones y la mentalidad de su demarcación, los cuales han de incluirse a modo de suplemento en el Leccionario libre. Dichos textos estarán tomados de las obras de escritores católicos insignes por su doctrina y santidad de vida (n.° 162).

La finalidad de esta lectura es, ante todo, la meditación de la palabra de Dios tal como es entendida por la Iglesia en su tradición. Porque la Iglesia siempre estimó necesario declarar auténticamente a los fieles la palabra de Dios, de modo que «la línea de interpretación profética y apostólica siga la norma del sentido eclesiástico y católico» (n.° 163).

Mediante el trato asiduo con los documentos que presenta la tradición universal de la Iglesia, los lectores son llevados a una meditación más plena de la sagrada Escritura y a un amor suave y vivo de la misma. Porque los escritos de los santos Padres son testigos preclaros de aquella meditación de la palabra de Dios prolongada a lo largo de los siglos, mediante la cual la Esposa del Verbo encarnado, es decir, la Iglesia, «que tiene consigo el pensamiento y el espíritu de su Dios y Esposo», se afana por conseguir una inteligencia cada vez más profunda de las sagradas Escrituras (n.° 164).

La lectura de los Padres conduce asimismo a los cristianos al verdadero sentido de los tiempos y de las festividades litúrgicas. Además, les hace accesibles las inestimables riquezas espirituales que constituyen el egregio patrimonio de la Iglesia y que a la vez son el fundamento de la vida espiritual y el alimento ubérrimo de la piedad. Y por lo que se refiere a los predicadores de la palabra de Dios, tendrán así todos los días a su alcance ejemplos insignes de la sagrada predicación (n.° 165).

6. La lectura hagiográfica

Con el nombre de lectura hagiográfica se designa el texto de algún Padre o escritor eclesiástico que habla directamente del santo cuya festividad se celebra o que puede aplicársele rectamente, o bien un fragmento de los escritos del santo en cuestión, o bien la narración de su vida (n.° 166).

En la elaboración de los propios particulares de los santos se ha de atender a la verdad histórica y al verdadero aprovechamiento espiritual de aquellos que han de leer o escuchar la lectura hagiográfica; se ha de evitar cuidadosamente todo lo que suscite tan sólo la admiración; más bien se ha de poner a la luz la peculiar índole espiritual de los santos, de un modo adecuado a las condiciones actuales, así como su importancia para la vida y la espiritualidad de la Iglesia (n.° 167).

Antes de la lectura misma, y para instrucción tan sólo, no para ser proferida en la celebración, se pone una breve noticia hagiográfica, que contiene datos meramente históricos y describe brevemente la historia del santo (n.° 168).

7. El silencio sagrado, subsuelo de la escucha de la palabra

Como ha de procurarse de un modo general que en las acciones litúrgicas «se guarde, a su debido tiempo, un silencio sagrado», también ha de darse cabida al silencio en la Liturgia de las Horas (n.° 201).

Por lo tanto, según la oportunidad y la prudencia, para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia, es lícito dejar un espacio de silencio después de las lecturas, tanto breves como largas, indiferentemente antes o después del responsorio.

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Ha de evitarse, sin embargo, que el silencio introducido sea tal que deforme la estructura del Oficio o resulte molesto o fastidioso para los participantes (n.° 202: cf. RB, 20).

8. Los responsorios

A la lectura bíblica, en el Oficio de lectura, le sigue su propio responsorio, cuyo texto ha sido seleccionado del tesoro tradicional o compuesto de nuevo, de forma que arroje nueva luz para la inteligencia de la lectura que acaba de hacerse, ya sea insertando dicha lectura en la historia de la salvación, ya conduciéndonos desde el antiguo Testamento al nuevo, ya convirtiendo la lectura en oración o contemplación, ya, finalmente, ofreciendo la fruición variada de sus bellezas poéticas (n.° 169).

Asimismo, la segunda lectura lleva anejo un responsorio idóneo, pero que no va tan estrechamente ligado con el texto de la lectura, favoreciendo así más la libertad de la meditación (n.° 170).

Los responsorios, junto con sus partes que han de ser repetidas, conservan, por tanto, su valor, incluso cuando la recitación ha de ser hecha por uno solo. No obstante, la parte que se suele repetir en el responsorio puede omitirse en la recitación sin canto, a no ser que la repetición venga exigida por el sentido mismo (n.° 171).

El Paular, 15 de octubre de 1983

Fiesta de santa Teresa, doctora de la Iglesia

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1. TIEMPO DE ADVIENTO

DOMINGO I DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 6, 1-13

SEGUNDA LECTURA

San Elredo de Rievaulx, Sermón 1 sobre la venida del Señor (PL 195, 209-210)

Este tiempo nos recuerda las dos venidas del Señor

Debéis saber, carísimos hermanos, que este santo tiempo que llamamos Adviento del Señor, nos recuerda dos cosas: por eso nuestro gozo debe referirse a estos dos acontecimientos, porque doble es también la utilidad que deben reportarnos.

Este tiempo nos recuerda las dos venidas del Señor, a saber: aquella dulcísima venida por la que el más bello de los hombres y el deseado de todas las naciones, es decir, el Hijo de Dios, manifestó a este mundo su presencia visible en la carne, presencia largamente esperada y ardientemente deseada por todos los padres: es la venida por la que vino a salvar a los pecadores. La segunda venida –que hemos de esperar aún con inquebrantable esperanza y recordar frecuentemente con lágrimas— es aquella en la que nuestro Señor, que primero vino oculto en la carne, vendrá manifiesto en su gloria, como de él cantamos en el Salmo: Vendrá Dios abiertamente, esto es, el día del juicio, cuando aparecerá para juzgar.

De su primera venida se percataron sólo unos pocos justos; en la segunda se manifestará abiertamente a justos y réprobos, como claramente lo insinúa el Profeta cuando dice: Y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios. Propiamente hablando, el día que dentro de poco celebraremos en memoria de su nacimiento nos lo presenta nacido, es decir, que nos recuerda más bien el día y la hora en que vino a este mundo; en cambio este tiempo que celebramos como preparación para la Navidad, nos recuerda al Deseado, esto es, el gran deseo de los santos padres que vivieron antes de su venida.

Con muy buen acuerdo ha dispuesto en consecuencia la Iglesia que en este tiempo se lean las palabras y se traigan a colación los deseos de quienes precedieron la primera venida del Señor. Y este su deseo no lo celebramos solamente un día, sino durante un tiempo más bien largo, pues es un hecho de experiencia que si sufre alguna dilación la consecución de lo que ardientemente deseamos, una vez conseguido nos resulta doblemente agradable.

A nosotros nos corresponde, carísimos hermanos, seguir los ejemplos de los santos padres y recordar sus deseos, para así inflamar nuestras almas en el amor y el deseo de Cristo. Pues debéis saber, hermanos, que la celebración de este tiempo fue establecida para hacernos reflexionar sobre el ferviente deseo de nuestros santos padres en relación con la primera venida de nuestro Señor, y para que aprendamos, a ejemplo suyo, a desear ardientemente su segunda venida.

Debemos considerar los innumerables beneficios que nuestro Señor nos hizo con su primera venida, y que está dispuesto a concedérnoslos aún mayores con su segunda venida. Dicha consideración ha de movernos a amar mucho su primera venida y a desear mucho la segunda. Y si no tenemos la conciencia tan tranquila como para atrevernos a desear su venida, debemos al menos temerla, y que este temor nos mueva a corregirnos de nuestros vicios: de modo que si

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aquí no podemos evitar el temor, al menos que, cuando venga, no tengamos miedo y nos encuentre tranquilos.

LUNES I DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 7, 1-17

SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 14, (4-5: CSEL 22, 86-88)

El cimiento de nuestro edificio es Cristo

El primero y más importante escalón que ha de ascender el que tiende a las cosas celestiales es habitar en esta tienda y allí –apartado de las preocupaciones seculares y abandonando los negocios de este mundo– vivir toda la vida, noche y día, a imitación de muchos santos, que jamás se apartaron de la tienda.

Bajo el nombre de «monte» —sobre todo tratándose de cosas celestiales–, hemos de imaginar lo más grande y sublime. ¿Y hay algo más sublime que Cristo? ¿y más excelso que nuestro Dios? «Su monte» es el cuerpo que asumió de nuestra naturaleza y en el que ahora habita, sublime y excelso sobre todo principado y potestad y por encima de todo nombre. Sobre este monte está edificada la ciudad que no puede permanecer oculta, pues como dice el Apóstol: Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. Por consiguiente, como los que son de Cristo han sido elegidos en el cuerpo de Cristo antes de que existiera el mundo, y la Iglesia es el cuerpo de Cristo, y Cristo es el cimiento de nuestro edificio así como la ciudad edificada sobre el monte, luego Cristo es aquel monte en el que se pregunta quién podrá habitar.

En otro salmo leemos de este mismo monte: ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? Y lo corrobora Isaías con estas palabras: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor y dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob». Y de nuevo Pablo: Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo. Ahora bien: si toda nuestra esperanza de descanso radica en el cuerpo de Cristo y si, por otra parte, hemos de descansar en el monte, no podemos entender por monte más que el cuerpo que asumió de nosotros, antes del cual era Dios, en el cual era Dios y mediante el cual transformó nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con tal que clavemos en su cruz los vicios de nuestro cuerpo, para resucitar según el modelo del suyo.

A él, en efecto, se asciende después de haber pertenecido a la Iglesia, en él se descansa desde la sublimidad del Señor, en él seremos asociados a los coros angélicos cuando también nosotros seamos ciudad de Dios. Se descansa, porque ha cesado el dolor producido por la enfermedad, ha cesado el miedo procedente de la necesidad, y gozando todos de plena estabilidad, fruto de la eternidad, descansarán en los bienes fuera de los cuales nada puedan desear.

Por eso a la pregunta: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?, responde el Espíritu Santo por el profeta: El que procede honradamente y practica la justicia. En la respuesta, pues, se nos dice que el que procede honradamente y vive al margen de cualquier mancha de pecado es aquel que, después del baño bautismal, no se ha vuelto a manchar con ningún tipo de inmundicia, sino que permanece inmaculado y resplandeciente. Ya es una gran cosa abstenerse de pecado, pero todavía no es éste el descanso que sigue al camino recorrido: en la pureza de vida se inicia el camino, pero no se consuma. De hecho el texto continúa: Y

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practica la justicia. No basta con proyectar el bien: hay que ejecutarlo; y la buena voluntad no basta con iniciarla: hay que consumarla.

MARTES I DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías ¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 1, or. 2: PG 70, 67-71)

Visión escatológica de la Iglesia

Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles. Esta profecía ha tenido cumplimiento en beneficio de los mortales en esta etapa final, esto es, en las postrimerías de este mundo, en que se manifestó el Verbo unigénito de Dios hecho carne, nacido de mujer; cuando él se representó y presentó a sí mismo la mística Judea o Jerusalén, es decir, la Iglesia, como una virgen casta, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada, como está escrito.

Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos pos sus sendas». No creo que sea necesario acudir a largas explicaciones para demostrar que todos los pueblos fueron constreñidos e integrados en la Iglesia por la fe: pues los mismos acontecimientos están ahí, patentes y verídicos, para atestiguarlo. La multitud de las naciones no recibió el llamamiento a través de la pedagogía de la ley ni por medio de los santos profetas; fue más bien congregada por una gracia divina y misteriosa, que iluminaba las inteligencias y les infundía, por medio de Cristo, el deseo de la salvación.

Primero suben, después cuidan de que se les anuncie la palabra de Dios y prometen marchar por los caminos del Señor, es decir, por las sendas del evangelio, al cual se entra por la purificación que viene de la fe. Pues los que desean ser instruidos en los caminos del Señor, se sobrentiende que han de comenzar abjurando de su inveterado error de profanidad. De lo contrario no tendría sentido la apetencia de cosas mejores, si no ha precedido la abdicación del pasado. ¿Y cuál es su mistagogo? ¿Quién los condujo al conocimiento de la verdad y los llevó a la persuasión de que, calificando de ridículas las anteriores creencias, se lanzaran a abrazar la fe nueva? ¿Es que no fue Dios? El fue quien iluminó sus inteligencias y corazones y los movió a decir y a sentir al unísono: De Sión saldrá la ley; de Jerusalén, la palabra del Señor.

Así, pues, el profeta predijo el tiempo de la vocación y conversión de los gentiles, al decir: Cuando Dios, Rey y Señor del universo, juzgue a las gentes, esto es, cuando ejerza su derecho de juzgar y de hacer justicia sobre todos los pueblos. Prevaleció la injusticia entre los pueblos que mutuamente se destruían y se entregaban a todo género de crueldad y disolución. Pero una vez suprimido este estado de cosas, Dios instauró el reinado de la justicia y la rectitud.

Cuando sobre las naciones reinó Cristo, que es la paz, desaparecieron de en medio las disensiones, las contiendas, las refriegas y toda clase de apetencias; desaparecieron asimismo las consecuencias negativas de la guerra, y el miedo a que las guerras dan origen. Todo esto lo consiguió la voluntad de aquel que nos dijo: La paz os dejo, mi paz os doy.

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MIÉRCOLES I DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 8, 23b-9, 6

SEGUNDA LECTURA

Pedro de Blois, Sermón 3 sobre la venida del Señor (PL 207, 569-572)

Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo

Siguiendo el consejo del Apóstol, llevemos ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios. Hay una religión del hombre para con el Señor, una honradez para con el prójimo y una sobriedad para consigo mismo. La venida del Señor puede sernos perniciosa, si no la esperamos religiosa, sobria y honradamente. Tres son las venidas del Señor: la primera en la carne, la segunda en el alma, la tercera en el juicio. La primera tuvo lugar a medianoche, la segunda por la mañana, la tercera al mediodía. Respecto a la primera venida citemos las palabras de verdad del evangelio: A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo!». Pienso que era medianoche cuando, en medio de un profundo silencio, la noche llegó a la mitad de su carrera. Era noche para los judíos, cuyos ojos había oscurecido la malicia para que no pudieran ver. Y lo mismo el pueblo de los paganos, que caminaba en tinieblas. Llega el esposo y se oye una voz.

Rompióse el silencio en la noche. Llegó el que ilumina lo escondido en las tinieblas; ahuyentó la noche e hizo el día. ¿Y por qué a medianoche se oyó una voz, sino porque cuando un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche en su carrera, la Palabra todopoderosa decidió descender desde el trono real de los cielos, conociendo los profetas la venida de Cristo, prorrumpieron en gritos de triunfo y alegría, rompiendo de la noche el profundo silencio? Grande era ciertamente el griterío, al que singular y colectivamente se sumó el coro de los profetas.

Si queremos que la venida de Cristo nos sea causa de redención, preparémonos para su llegada, como nos amonesta el profeta en la persona de Israel: Prepárate, Israel, y sal al encuentro del Señor que se acerca. También vosotros, hermanos, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

La primera venida pertenece ya al pasado. Cristo apareció en el mundo y vivió entre los hombres. Cristo vino para dar personalmente cumplimiento a la ley por nosotros; y como, según el Apóstol, un testamento sólo adquiere validez a la muerte del testador, Cristo convalidó el testamento de nuestra redención en la cruz de palabra, por el Espíritu y con las obras.

Nos encontramos en el tiempo de la segunda venida, a condición sin embargo de que seamos tales que Cristo se digne venir a nosotros. Pero podemos estar seguros de que, si le amamos, él vendrá a nosotros y hará morada en nosotros. Esta venida a nosotros es incierta.

Por lo que se refiere a la tercera venida, hay una cosa ciertísima: que vendrá; y una cosa inciertísima: cuándo vendrá. ¿Hay algo más cierto que la muerte? Y sin embargo nada más incierto que la hora de la muerte. En esta vida sólo podemos estar seguros de una cosa: de que no estamos seguros. Tan pronto estamos sanos como caemos enfermos; tan pronto nos sonríen todos los éxitos como se dan cita todas las desgracias; hoy existimos, mañana dejamos de existir: la muerte no perdona ni edad ni sexo.

¡Dichoso el que puede decir confiado: Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme! Este tal percibe el fruto de gracia de la primera venida, y recogerá de la segunda venida el fruto de salvación y de gloria. La primera da acceso a la segunda, y ésta prepara para la tercera. La primera venida fue oculta y humilde, la segunda es secreta y admirable; la tercera será manifiesta

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y terrible. En la primera vino a nosotros, para entrar en la segunda dentro de nosotros; en la segunda entró dentro de nosotros, para no tener que venir en la tercera contra nosotros. En la primera venida nos otorgó su misericordia, en la segunda nos confiere su gracia, y en la tercera nos dará la gloria, porque el Señor da la gracia y la gloria.

El Señor dará a los santos la recompensa de sus trabajos. De esta venida él mismo dice: Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario, para pagar a cada uno su propio trabajo. Que Cristo Jesús, a quien hemos recibido como salvador y esperamos como juez, nos salve, no según las malas obras que hayamos hecho nosotros, sino según su gran misericordia.

JUEVES I DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 10, 5-21

SEGUNDA LECTURA

San Odilón de Cluny, Sermón 10 sobre el admirable nacimiento de san Juan Bautista, el Precursor (PL 142, 1019-1020)

Mira, yo envío mi mensajero delante de ti

Para repeler y ahuyentar las densísimas y negras tinieblas de la ignorancia y de la muerte, que el autor de las tinieblas había introducido en el mundo, tuvo que venir la luz que ilumina a todo el mundo. Ahora bien: era natural que a esta inefable y eterna luz le precediera un sinnúmero de antorchas temporales y humanas. Me estoy refiriendo a los patriarcas de la antigua alianza. Iluminados y adoctrinados con su virtud, su ejemplaridad y su enseñanza, los pueblos fieles —disipada la calígine de la inveterada ceguera— fueron capaces de conocer si no en su totalidad, sí al menos en parte, aquella gran luz que se avecinaba.

Fueron, pues, antorchas: pero antorchas sin luz propia ni recibida de otra fuente, sino derivada de aquella suprema luz que los iluminaba. Es decir, que fueron amantes de los preceptos celestiales: unos antes de la ley, otros bajo la ley y otros finalmente bajo los jueces, los reyes y los profetas; pregoneros de los misterios del nacimiento del Señor, de su pasión, resurrección y ascensión. Tras ellos, apareció fulgurante Juan, el Precursor del Señor, quien con meridiana claridad, expuso públicamente las predicciones de todos los patriarcas y los vaticinios de los profetas.

Este hombre santo no sólo fue justo, sino que nació de padres justos. Justo en la predicación, justo en toda su conducta, justo en el martirio. El arcángel Gabriel anunció su nacimiento, su justicia, su santidad y toda su intachable conducta; y la narración evangélica trazó ampliamente su retrato. No hay palabras de humana sabiduría capaces de expresar los dones de santidad y de gracia celestial de que el Precursor del Señor fue enriquecido; pero no debemos silenciar lo que de él y a él se le dijo.

¿Pero qué puede añadir a un hombre tan grande la palabra de un pobre hombre? ¿Qué podrá decir en su elogio la pequeñez humana, cuando habla de él nada menos que la suma e inefable Trinidad? Habla de él Dios Padre en un salmo, habla también en el evangelio. En el salmo: Enciendo una lámpara para mi ungido. De él escribe el santo evangelista: Él era la lámpara que ardía y brillaba. En el evangelio se le dice: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar.

Algunos testimonios que el Espíritu Santo enuncia a través de Isaías y Jeremías aludiendo primariamente a la persona del Salvador, pueden ser convenientemente atribuidos, según el magisterio celeste y el sentido católico, a la persona de su Precursor. De él dio testimonio mucho

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más claramente el Espíritu Santo del que estuvo repleto desde el vientre materno: a la llegada de la Madre del Señor —como nos cuenta el evangelio—, saltó milagrosamente de alegría, no por instinto natural, sino al impulso de la gracia. El mismo Señor Jesús, de quien Juan dio testimonio diciendo: Este es el cordero de Dios, éste es el que quita el pecado del mundo, durante su vida pública afirmó de él: No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; al decir que es el más grande de los nacidos de mujer, insinuó que estaba exento del vicio de ligereza y de amor a los placeres; afirmó que era un profeta y un super-profeta; y aquel a quien él, con el poder de su divinidad, adornó con tal cúmulo de privilegios en virtud y gracia, que superó los méritos de todos los mortales, es llamado por Dios mensajero y fue enviado delante de él a preparar los caminos de la salvación, tal como el Señor nos lo enseñó aduciendo un oráculo del profeta Malaquías.

VIERNES I DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 11, 1-16

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 5: PG 70, 850-851)

Nos llamamos cristianos y en Cristo está puesta toda nuestra esperanza

El Verbo nacido de la Virgen era y es siempre Rey y Señor del universo. Pero después de la encarnación asumió la condición propia de la naturaleza humana. Así, pues, podemos creer con verdad y sin ningún género de duda que fue hecho a semejanza nuestra. Por lo cual, cuando se afirma que ha recibido el dominio sobre todas las cosas, hay que entenderlo referido a su naturaleza humana, no a la preeminencia divina por la que sabemos que él es ya Señor del universo. Dios le llama Jacob e Israel, en cuanto nacido, según la carne, de la sangre de Jacob, llamado también Israel. Dice en efecto: Jacob es mi siervo, a quien sostengo; Israel, mi elegido, a quien prefiero. Pues el Padre cooperaba con el Hijo y obraba maravillas como si procedieran de su propio poder. Y es realmente el elegido, porque es el más bello de los hombres; el estimado, por ser el amado en quien el Padre Dios descansa. Por lo cual dice: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

Lo que se dice de él que fue ungido según el modo humano y hecho partícipe del Espíritu Santo, cuando es él el que comunica el Espíritu y el que santifica la criatura, lo aclaró al decir: Sobre él he puesto mi Espíritu. Se nos dice en efecto que, una vez bautizado el Señor, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma y se posó sobre él. Ahora bien: si en su condición de hombre recibió el Espíritu Santo en el momento del bautismo, esto pudo ocurrir en muchas otras ocasiones. Porque no fue santificado en cuanto Dios al recibir el Espíritu, ya que es él el que santifica, sino en cuanto hombre en atención a la economía divina.

Así pues, fue ungido para juzgar a las naciones. El juicio a que aluden estas palabras es llamado juicio justo: condenando a Satanás que las tiranizaba, justificó a las naciones. Es lo que él mismo nos enseñó, diciendo: Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Condenó, pues, a muerte al que se había apoderado de toda la tierra, reservando para su juicio santo a los que se habían dejado engañar por él. Pero —dice— no gritará, no clamará, no voceará por las calles. El Salvador y Señor del universo se comportó en el tiempo de su peregrinación, con mucha discreción y humildad, y como sin estrépito, sino silenciosa y calladamente a fin de no quebrar la caña cascada ni apagar el pábilo vacilante.

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Y ¿qué es lo que hará y cómo gobernará a las naciones? Promoverá fielmente el derecho. Aquí «derecho» parece sinónimo de «ley». Pues está escrito de Dios, Señor de Israel y del mundo entero: Tú administras la justicia y el derecho, tú actúas en Jacob. Proclamó en toda su verdad el derecho o la ley medio oculta en las figuras; mostró, con el oráculo evangélico, el estilo de vida acepto a sus ojos, y transformó el culto de la ley basado en la letra, en un culto radicado en la verdad.

El evangelio fue predicado por toda la tierra y sus vaticinios quedaron como esculpidos. Pues está escrito: Tu justicia es justicia eterna, tu voluntad es verdadera. En su nombre —dice— esperarán las naciones. Una vez que le hayan reconocido como verdadero Dios, aunque sea un Dios encarnado, depositarán en él su confianza, como dice el salmista: Tu nombre es su gozo cada día. Nos llamamos cristianos y en Cristo está puesta toda nuestra esperanza.

SÁBADO I DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 13, 1-22ª

SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 88, (1-3: (CCL 23, 359-360)

Todavía hoy la voz de Juan nos interpela

La Escritura divina no cesa de hablar y gritar, como se escribió de Juan: Yo soy la voz que grita en el desierto. Pues Juan no gritó solamente cuando, anunciando a los fariseos al Señor y Salvador, dijo: Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios, sino que hoy mismo sigue su voz resonando en nuestros oídos, y con el trueno de su voz sacude el desierto de nuestros pecados. Y aunque él duerme ya con la muerte santa del martirio, su palabra sigue todavía viva. También a nosotros nos dice hoy: Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios. Así, pues, la Escritura divina no cesa de gritar y hablar.

Todavía hoy Juan grita y dice: Preparad los caminos del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios. Se nos manda preparar el camino del Señor, a saber: no de las desigualdades del camino, sino la pureza de la fe. Porque el Señor no desea abrirse un camino en los senderos de la tierra, sino en lo secreto del corazón.

Pero veamos cómo ese Juan que nos manda preparar el camino del Señor, se lo preparó él mismo al Salvador. Dispuso y orientó todo el curso de su vida a la venida de Cristo. Fue en efecto amante del ayuno, humilde, pobre y virgen. Describiendo todas estas virtudes, dice el evangelista: Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

¿Cabe mayor humildad en un profeta que, despreciando los vestidos muelles, cubrirse con la aspereza de la piel de camello? ¿Cabe fidelidad más ferviente que, la cintura ceñida, estar siempre dispuesto para cualquier servicio? ¿Hay abstinencia más admirable que, renunciando a las delicias de esta vida, alimentarse de zumbones saltamontes y miel silvestre?

Pienso que todas estas cosas de que se servía el profeta eran en sí mismas una profecía. Pues el que el Precursor de Cristo llevara un vestido trenzado con los ásperos pelos del camello, ¿qué otra cosa podía significar sino que al venir Cristo al mundo se iba a revestir de la condición humana, que estaba tejida de la aspereza de los pecados? La correa de cuero que llevaba a la cintura, ¿qué otra cosa demuestra sino esta nuestra frágil naturaleza, que antes de la venida de

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Cristo estaba dominada por los vicios, mientras que después de su venida ha sido encarrilada a la virtud?

DOMINGO II DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 14, 1-21

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 19, 30-32: CSEL 62, 437-439)

Adelantémonos a la salida del sol, salgamos a su encuentro

Invitados por una tan extraordinaria gracia eclesial y por los premios prometidos a la devoción, adelantémonos a la salida del sol, salgamos a su encuentro antes de que nos diga: Aquí estoy. El Sol de justicia anhela ser precedido y espera que se le preceda.

Escucha cómo espera y desea ser precedido. Dice al ángel de la Iglesia de Pérgamo: A ver si te arrepientes, que, si no, iré en seguida. Al ángel de la Iglesia de Laodicea: Sé ferviente y arrepiéntete. Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos. Sí, podrá entrar. Pues resucitado corporalmente, ni las mismas puertas atrancadas fueron capaces de retenerle, sino que inesperadamente se presentó a los apóstoles encerrados en el cenáculo. Pero desea poner a prueba el ardor de tu devoción; la de los apóstoles la tenía bien experimentada. Quizá sea él quien te preceda en la tribulación, pero en las épocas de paz desea ser precedido.

Tú procura preceder a este sol que ves: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Si te adelantas a la salida de este sol, acogerás a Cristo-Luz. Primero él brillará allá en el hondón de tu corazón; y al decirle tú: Mi espíritu en mi interior madruga por ti, hará resplandecer la luz mañanera en las horas nocturnas, si meditas las palabras de Dios. Mientras meditas, tienes luz: y viendo la luz —luz de la gracia, no del tiempo—dirás: La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. Y cuando el día te sorprenda meditando la Palabra de Dios y esta tan grata ocupación de orar y salmodiar sea las delicias de tu alma, nuevamente dirás al Señor Jesús: A las puertas de la aurora y del ocaso las llenas de júbilo.

Siguiendo las enseñanzas de Moisés, el pueblo judío, por medio de sus ancianos elegidos precisamente para este ministerio, repite las sagradas Escrituras noche y día ininterrumpidamente; y si al anciano le preguntamos sobre otra cuestión, no sabría hacer otra cosa que repetir la serie de la sagrada Escritura. Entre ellos no hay tiempo para los temas mundanos: la Escritura es el único tema de sus conversaciones; unos se suceden en la recitación, para que jamás cese el sagrado resonar de los mandatos celestiales. Y tú, cristiano, que tienes a Cristo por maestro, ¿duermes y no te avergüenzas de que pueda decirse de ti: Este pueblo ni con los labios me honra; el pueblo judío me honraba al menos con los labios, en cambio tú ni siquiera con los labios? Si el corazón del que le honra siquiera con los labios está lejos de Dios, ¿cómo puede el tuyo estar cerca de Dios, tú que ni con los labios le honras? ¡Qué esclavizado te tienen el sueño, los intereses del mundo, las preocupaciones de esta vida, las cosas de esta tierra!

Divide al menos tu tiempo entre Dios y el mundo. O bien, cuando no puedas ocuparte en público de los negocios de este mundo porque te lo impide la oscuridad de la noche, date a Dios, dedícate a la oración y, para evitar el sueño, canta salmos, defraudando a tu sueño con un fraude sagaz. Acude temprano a la iglesia llevando las primicias de tus buenos propósitos; y, después, si te reclaman los asuntos cotidianos de la vida, no te faltarán motivos para decir: Mis ojos se adelantan a las vigilias, meditando tu promesa, y marcharás tranquilo a tus ocupaciones.

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¡Qué hermoso es comenzar la jornada con himnos y cánticos, con las bienventuranzas que lees en el evangelio! ¡Qué promesa de prosperidad ser bendecido por la palabra de Cristo y, mientras canturreas interiormente las bendiciones del Señor, te inspire el deseo de alguna virtud, para que puedas reconocer también en ti mismo la eficacia de la divina bendición.

LUNES II DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 34, 1-17

SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre la Trinidad (Lib 11, 36-40: PL 10, 423-425)

El Hijo entregará al reinado de Dios, a los que él llamó al reino

Todo le ha sido sometido a Cristo, a excepción del que le ha sometido todo. Entonces también el Hijo se someterá al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos. Así pues, la primera fase de este misterio es la total sumisión de las cosas a Cristo; y entonces él mismo se someterá al que le ha sometido todo: y así como nosotros somos súbditos de Cristo que reina en su cuerpo glorioso, así y en virtud del mismo misterio, el que reina en la gloria de su cuerpo se someterá al que le ha sometido todo. Nos sometemos a la gloria de su cuerpo, para participar en la claridad con que reina en el cuerpo, pues seremos configurados a su cuerpo.

Y la verdad es que los evangelios se hacen lenguas de la gloria del que ya ahora reina en su cuerpo. Leemos en efecto estas palabras del Señor: Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán antes de haber visto llegar al Hijo del hombre en su reino. Y a los apóstoles efectivamente se les mostró la gloria del que venía a reinar en su cuerpo, pues el Señor se les apareció revestido en su gloriosa transfiguración, revelándoles la claridad de su cuerpo real. Y al prometer a los apóstoles una participación de su gloria se expresó así: Así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos que oiga.

¿Es que no todos tienen bien abiertos los oídos naturales y corporales para escuchar lo que se nos ha dicho, de modo que sea necesaria la exhortación del Señor a escuchar? Mas queriendo el Señor insinuar el conocimiento de un misterio, reclama una escucha atenta de su enseñanza. Al fin del tiempo, en efecto, arrancarán de su reino a los corruptores. Tenemos pues al Señor reinando según la claridad de su cuerpo, mientras son apartados los corruptores. Y estamos nosotros también configurados a la gloria de su cuerpo en el reino del Padre, refulgentes como la luz del sol. Este será el traje de etiqueta en su reino tal como lo demostró a sus apóstoles cuando se transfiguró en el monte.

Y entregará el reino a Dios Padre: no como si lo concediera en virtud de su propio poder, sino que, a nosotros configurados ya a la gloria de su cuerpo, nos entregará como reino a Dios. Nos entregará pues, como un reino, según este pasaje del evangelio: venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El Hijo entregará al reinado de Dios, a los que él llamó a su reino y a quienes prometió la bienaventuranza de este misterio, diciendo: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Cuando llegue a reinar, arrancará a los corruptores, y entonces los justos brillarán como el sol en el reino del Padre. Y entregará a Dios Padre el reino, y entonces los que entregase a Dios como

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reino, verán a Dios. Qué clase de reino sea éste, él mismo lo declaró cuando dijo a los apóstoles: El reino de Dios está dentro de vosotros. El que reina entregará el reino. Y si alguien quiere saber quién es este que entrega el reino, escuche: Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Todo lo que acabamos de decir se refiere al sacramento del cuerpo, pues Cristo es las primicias de los resucitados de entre los muertos. ¿Y por qué secreta razón resucitó Cristo de entre los muertos? Nos lo aclara el Apóstol al decir: Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Así que la muerte y la resurrección en Cristo son correlativas a su condición de hombre. Reina en este su cuerpo ya glorioso hasta que, eliminadas las potencias adversas y vencida la muerte, someta a todos los enemigos.

MARTES II DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 35, 1-10

SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 2 (31.34 35.37: CSEL 22, 60.63.64.65)

Cristo regirá como pastor las naciones que se le han confiado

Pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Recibió en herencia las naciones que pidió. Y las pidió cuando dijo: Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique. En esto consiste su herencia: en dar a toda carne la vida eterna, en que todas las naciones bautizadas y adoctrinadas, sean regeneradas para la vida: no ya sometidas –según el famoso cántico de Moisés– a la dominación de Israel ni divididas según el número de los hijos de Dios, sino integradas en la familia del Señor y consideradas como domésticas de Dios, trasladadas finalmente del injusto, culpable y perverso derecho de los dominadores al eterno reino de Dios. Pues ya no es sólo Israel la porción del Señor, ni Jacob el único lote de su heredad, sino la totalidad de las naciones, divididas antes según el número de los hijos de Dios, pero reducidas ahora a la unidad y constituyendo el único pueblo del único Dios. Y del eterno

Heredero, primogénito de entre los muertos, todos estos resucitados son la eterna herencia.

Los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza. A muchos que, o piensan equivocadamente o ignoran la fuerza o propiedad del lenguaje del Señor, este texto les parece contrario a la bondad de Dios, es decir, que a las naciones que pidió en posesión y se le concedieron en heredad, el Hijo de Dios vaya a gobernarlas con el terror del cetro de hierro y las quiebre como si fuesen objetos de alfarería. Ningún hombre honrado da o recibe algo que tiene la intención de destruir. Y el que no quiere la muerte sino la conversión del pecador, no parece que actuaría según la predisposición de su naturaleza, ni quebrara con cetro de hierro a los que pidió se le dieran como herencia. Los gobernarás, es decir, los regirás como pastor, teniendo buen cuidado de regirlos con afecto de pastor: pues él es el buen pastor y nosotros somos sus ovejas, por las que dio su vida.

Por el antiguo Testamento sabemos que a la predicación de la palabra se la llama «cetro». Leemos en efecto: Cetro de rectitud es tu cetro real. Cetro de rectitud es aquel que con su doctrina nos guía por el camino justo y útil; cetro real es indudablemente la doctrina del reino. Isaías llama «cetro» al Señor en persona en razón de la útil y moderada predicación de su doctrina: Brotará –dice– un cetro del tronco de Jesé. Y para que la palabra «cetro» no sugiriese a alguno la idea de una tiránica severidad, se apresuró el profeta a añadir: Y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor. De esta manera con la suavidad de la flor mitiga

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la severidad del cetro, pues el terror de la doctrina nos hace anhelar a todos el estado de una felicidad perfecta. Con este cetro regirá el Señor los pueblos que le han sido entregados: un cetro incorruptible, no caduco ni frágil, sino de hierro, es decir, inflexible y, debido a la solidez de su naturaleza, firmísimo.

MIÉRCOLES II DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Rut 1, 1-22

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 1: PG 70, 859-861)

Su gloria llenará la tierra

Nuevo es el himno, o el cántico, como corresponde a la novedad de las cosas: El que es de Cristo es una criatura nueva. Pues está escrito: Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Los israelitas fueron rescatados de la tiranía de los egipcios por la mano del sapientísimo Moisés: fueron liberados del trabajo de los ladrillos y de los vanos sudores de las preocupaciones terrenas, de la sevicia de los capataces y de la crueldad del faraón. Atravesaron por medio del mar, comieron el maná en el desierto, bebieron el agua de la roca, atravesaron el Jordán a pie enjuto, entraron en la tierra prometida.

Pues bien: todo esto se renueva en nosotros de un modo incomparablemente mejor que en la antigüedad. En efecto, nos hemos emancipado, no de la esclavitud carnal sino de la espiritual, y en vez de las preocupaciones terrenas, hemos sido liberados de toda mancha de codicia carnal; no nos hemos librado de los capataces egipcios ni de un tirano impío y despiadado, hombre al fin y al cabo como nosotros, sino más bien de los malvados y nefandos demonios que nos inducen al pecado, y del jefe de semejante grey, o sea, de Satanás.

Hemos atravesado, como un mar, el oleaje de la presente vida con su cortejo de innumerables y vanas agitaciones. Hemos comido el maná espiritual e intelectual, y el pan del cielo que da vida al mundo; hemos bebido el agua que brotaba de la roca, es decir, de las aguas cristalinas de Cristo, abundantes, deliciosas. Hemos atravesado el Jordán a través del inapreciable don del bautismo. Hemos entrado en la tierra prometida y digna de los santos, de la que el mismo Salvador hace mención cuando dice: Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Era por tanto conveniente que por estos acontecimientos nuevos el reino de Cristo, esto es, todos los que sumisos le obedecen, cantaran un cántico nuevo. Y este himno o, lo que es lo mismo, esta digna glorificación, debe ser cantado no sólo por los judíos, sino desde el uno al otro confín de la tierra, es decir, por todos cuantos viven en la tierra entera. En otro tiempo Dios se manifestaba en Judá y en solo Israel era grande su fama. Pero una vez que hemos sido llamados por Cristo al conocimiento de la verdad, el cielo y la tierra están llenos de su gloria. Así lo afirma el salmista: Su gloria llenará la tierra.

JUEVES II DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Rut 2, 1-13

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SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t l: PG 70, 563-566)

Por la fe en Cristo hemos sacudido el enojoso y pesado yugo del pecado

Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros. A la enseñanza de los misterios de la fe se une con toda naturalidad y lógica el tema de la resurrección de los muertos. Por eso al sernos conferido el bautismo y hacer la confesión de nuestra fe, afirmamos esperar la futura resurrección y así lo creemos.

Pero la muerte prevaleció contra nuestro primer padre Adán a causa de la transgresión, y como una fiera taimada y cruel le acechó y se apoderó de él. Desde entonces toda la tierra es un coro de lamentos y lloros, lágrimas y cantos fúnebres. Pero cesaron al venir Cristo, el cual, vencida la muerte, resucitó al tercer día convirtiéndose en modelo de la naturaleza humana para vencerla definitivamente.

Él es el primogénito de entre los muertos y primicia de todos los que duermen. A las primicias le seguirá todo el resto, empezando por los últimos, esto es, por nosotros. Así pues, el llanto se trocó en gozo, se rasgó el saco y hemos sido revestidos por Dios con la alegría de Cristo, de modo que, gozosos, podemos exclamar: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? El aguijón —dice—de la muerte es el pecado. Así que ha sido enjugada toda lágrima. Pues abrigando la esperanza de que muy pronto nos reuniremos con los muertos, no nos dejaremos arrastrar por una excesiva tristeza como los hombres sin esperanza. La culpabilidad del pueblo parece dar razón de la presencia de la muerte: por ella fuimos inducidos a la desobediencia y al pecado, éste abrió las puertas a la muerte, y la muerte dominó a todos los habitantes de la tierra.

Pero como a muchos les costaba aceptar el misterio de la resurrección por parecerles increíble dada su misma magnificencia, el santo profeta se vio obligado a añadir: Ha hablado la boca del Señor.

Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios de quien esperamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte».

Conoceréis —dice— al que propina la alegría, además del vino; conoceréis también al que unge con ungüento a los que en Sión tienen menos capacidad para entender: conoceréis que es realmente Dios e Hijo de Dios por naturaleza, aun cuando se haya manifestado en forma de siervo, hecho hombre para salvación y vida de todos, y en todo semejante al hombre terreno menos en el pecado. Aquí está nuestro Dios de quien esperábamos que nos salvara; celebremos su salvación.

Pienso que estas palabras se refieren sobre todo a los israelitas, quienes bien nutridos con las palabras de Moisés y no ignorando las predicciones de los santos profetas, esperaron en su tiempo, la venida de nuestro Señor Jesucristo, salvador y redentor. De hecho, Zacarías el padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó que Dios había suscitado una fuerza de salvación para el pueblo. También Simeón, tomando en brazos al Niño dijo: Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos

Y cuando hayan reconocido a su salvador y redentor, al que es la esperanza de todos los hombres, al anunciarlo por los profetas, entonces dirán: Aquí está nuestro Dios. Y reconocerán al mismo tiempo que la mano del Señor se posará sobre este monte. Supongo que estarás de acuerdo conmigo en que por «monte» debe entenderse la Iglesia, pues en ella se nos da el descanso. Hemos efectivamente oído decir a Cristo: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Y es que por la fe en él hemos sacudido el enojoso y molesto peso del pecado. Este descanso tiene además otra motivación: nos vemos libres del terror al suplicio que hubiéramos debido padecer y de las penas que por nuestros pecados hubiéramos tenido que

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pagar. Y no para ahí la benevolencia de Cristo, nuestro salvador para con nosotros: hay que añadir los bienes que todavía esperamos: la posesión del reino de los cielos, la vida interminable y eterna, y la ausencia de los males que suelen ser el obligado cortejo de la tristeza.

VIERNES II DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Rut 2,14-23

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 1: PG 70, 593-594)

Israel echará brotes y flores

Hagamos las paces con él, hagamos las paces nosotros los que venimos, hijos de Jacob. Israel echará brotes y flores, y sus frutos cubrirán la tierra. Como si los judíos hubieran renunciado al amor y a la fe en Cristo, salvador del universo, como si el Amado los hubiese rechazado y hubiese trasladado su vocación a los paganos, y Cristo quisiera, por medio de los santos apóstoles, cazar en su red a todos los hombres hasta el confín de la tierra, el santo profeta se presenta como consejero de confianza a todas las gentes de todos los lugares, y les dice: «Israel se alejó, el primogénito tiró coces», reniega de su fe, se portó como un impío con su redentor. Nosotros, en cambio, que venimos —es decir, que pronto vendremos: vendremos de cualquier ángulo: de las tinieblas a la luz, de la griega ignorancia al conocimiento del verdadero Dios, del pecado a la justicia— hagamos las paces con él, esto es, depuesta la prístina aversión, estemos en paz con Dios.

Así, pues, eliminando el pecado y renunciando a Satanás, no habiendo nadie que pueda alejarnos y separarnos de Cristo, demos plena fe a sus profecías, hagamos lo que él quiere y dice, dobleguemos nuestra cerviz a la predicación del evangelio. Así es como haremos las paces con él, como dice asimismo el sapientísimo Pablo a los creyentes convertidos del paganismo: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estemos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Después de haber exhortado a los que vienen a la fe, el profeta se dirige a los santos apóstoles en persona. Y habiendo comprendido —o habiéndole revelado el Espíritu Santo— que todo el mundo debe ser conducido a Dios, lleno de entusiasmo, exclama en un arranque de alegría: Los hijos de Jacob brotarán, Israel florecerá, y sus frutos cubrirán la tierra. Los discípulos del Señor han nacido de la estirpe de Jacob, llamado también Israel. Pero después que desde la salida del sol hasta el ocaso, a toda la tierra alcanzó su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje, la muchedumbre de los paganos ha sido llamada al conocimiento de Dios y —según la expresión del profeta— el orbe entero se llenó de sus frutos. ¿Frutos de quién? De Israel naturalmente, esto es, de todos aquellos que proceden de la estirpe de Israel. Pues el fruto de los sudores apostólicos son los creyentes, a quienes Pablo llama «mi gozo y mi corona». Los que por ellos se han salvado, son realmente la gloria y los propagandistas de los santos mistagogos.

SÁBADO II DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro de Rut 3,1-18

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SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 45 (16-17: CSEL 64, 340-342)

Vino el perdón, y saltaron las cadenas del pecado

A la llegada del Salvador, los poderes adversos con sus legiones se estremecieron y fueron intimados a salir de los cuerpos humanos. Ellos rogaron se les permitiese entrar en los puercos. Conturbados los poderes maléficos, necesariamente hubieron de turbarse los adoradores de los ídolos, y el reino del pecado comenzar a declinar. Se trataba de un reino oneroso, que había subyugado con cruel esclavitud los ánimos de todos los pecadores, pues quien comete pecado es esclavo del pecado. El reino del pecado es el reino de la muerte, que dominó largos años en todo el mundo. Por eso dice el Apóstol: La muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con un delito como el de Adán, que era figura del que había de venir.

Vino la realidad, y cesó la figura; vino la vida, y se esfumó el reino de la muerte; vino el perdón, y saltaron las cadenas del pecado. Anteriormente, hasta los delitos más leves caían bajo la ley de la muerte; después de la venida del divino Salvador, incluso las más graves infamias son susceptibles de perdón. Se siente resquebrajarse el reino de las fuerzas espirituales del mal que habitan en el aire, pues con la predicación de la doctrina evangélica ha comenzado a disminuir el culto a los ídolos y el atractivo del pecado. Se cuartea la perfidia a medida que la fe va tomando carta de ciudadanía en el corazón de los pueblos. Pierde pie el reino del pecado cuando se lee: Que el pecado no siga dominando en vuestro cuerpo mortal. Todos los reinos de la perfidia se tambalearon a la voz del Señor que dice: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré.

El Altísimo hizo oír su voz y la siguieron todos los pueblos paganos, huyendo de la dura servidumbre del pecado, de la atrocidad de la muerte eterna y de la intolerable servidumbre de toda clase de infamias, al prometerse a los agobiados el descanso, a los cautivos la liberación, a los esclavos la libertad, y, sacudido el yugo férreo del rey de Babilonia, ser sustituido en la cerviz de los fieles por el suave yugo de Cristo, para evitar que el enemigo volviera a ligar nuevamente el cuello libre de los paganos con las cadenas de su iniquidad. Pues Cristo libera a los que ata y desata a los que encadena.

El Señor hizo oír su voz en la pasión y temblaron todos los elementos; la tierra entera se conmovió para acabar con los ritos paganos y —como está escrito— La tierra y cuanto contiene fuera posesión del Señor; para que cesasen las falsas predicciones de los augures y el conocimiento de la fe y el amor de la piedad abolieran el sacrificio de la impiedad.

El Señor hace cada día oír su voz y esta voz resuena en cada corazón, para que el que crea con rectitud de corazón abandone todo deseo terreno, y todo sentimiento de las almas interiores pase con pía convicción, del error, de la corrupción de la lujuria y de la disolución al conocimiento de los misterios celestes, y de la maldad a la virtud.

DOMINGO III DE ADVIENTO

Si este domingo coincide con el día 17 de diciembre, la primera y la segunda lecturas se toman del día 17; el evangelio y la homilía son los propios del domingo III.

PRIMERA LECTURA

Del libro de Rut 4, 1-22

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SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 4: PG 70, 802-803)

Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera

Cristo es el sol de justicia y la luz verdadera. La sagrada Escritura compara al Bautista con una lámpara. Pues si contemplas la luz divina e inefable, si te fijas en aquel inmenso y misterioso esplendor, con razón la medida de la mente humana puede ser comparada a una lamparita, aunque esté colmada de luz y sabiduría. Qué signifique: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos, lo explica cuando añade: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.

Pues hay vías públicas y senderos casi impracticables, escarpados e inaccesibles, que obligan unas veces a subir montes y colinas y otras a bajar de ellos, ora te ponen al borde de precipicios, ora te hacen escalar altísimas montañas. Pero si estos lugares señeros y abruptos se abajan y se rellenan las cavidades profundas, entonces sí, entonces lo torcido se endereza totalmente, los campos se allanan y los caminos, antes escarpados y tortuosos, se hacen transitables. Esto es, pero a nivel espiritual, lo que hace el poder de nuestro Salvador.

Podríamos decir que en otro tiempo a los hombres les estaba vedado el acceso a una vida eximia, y poco trillado el sendero del comportamiento evangélico, pues su alma era prisionera de las apetencias mundanas y terrenas y estaba sometida a los impulsos —impulsos nefandos— de la carne. Mas una vez que se hizo hombre y carne —como dice la Escritura—, en la carne destruyó el pecado, y abatió a los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo. A nosotros nos igualó el camino, un camino aptísimo para correr por las sendas de la piedad, un camino sin cuestas arriba ni bajadas pronunciadas, sin baches ni altibajos, sino realmente liso y llano.

Se ha enderezado lo torcido. Y no sólo eso, sino que se revelará —dice— la gloria del Señor, y todos verán la salvación de Dios. Ha hablado la boca del Señor. ¿Pero por qué razones o de qué manera dice que va a revelarse la gloria de Dios? Pues Cristo era y es el Verbo unigénito de Dios, en cuanto que existía como Dios y nació de Dios Padre de modo misterioso, y en su divina majestad está por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. El es el Señor de la gloria y hemos contemplado su gloria, gloria que antes no conocíamos, cuando hecho hombre como nosotros según el designio divino, se declaró igual a Dios Padre en el poder, en el obrar y en la gloria: sostiene el universo con su palabra poderosa, obra milagros con facilidad, impera a los elementos, resucita muertos y realiza sin esfuerzo otras maravillas.

Así pues, se ha revelado la gloria del Señor y todos han contemplado la salvación de Dios, a saber, del Padre, que nos envió desde el cielo al Hijo como salvador y redentor. No pudiendo la ley llevar nada a la perfección y como los sacrificios rituales eran incapaces dé purificar los pecados, en Cristo llegamos a la perfección y, libres de toda mancha, se nos hace el honor del espíritu de adopción. Esta gracia que tenemos en Cristo, en cuanto a la finalidad y a la voluntad del depositario, tiene la intención de difundirse a toda carne, es decir, a todos los hombres.

LUNES III DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del primer libro de las Crónicas 17, 1-15

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SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Miqueas, 7 (72: PG 71, 774-775)

Los hombres de fe son los que reciben la bendición con Abrahán el fiel

Realmente el misterio de Cristo nos colma de estupor, y la excelencia de su bondad para con nosotros supera toda capacidad de admiración. Por eso, el profeta Habacuc, estupefacto ante la economía de la encarnación, se expresa con toda claridad: Señor, he oído tu fama, me ha impresionado tu obra. Pues el Unigénito, igual por naturaleza a Dios Padre, de rico que era en cuanto Dios se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza, para salvar lo que estaba perdido, consolidar lo débil, vendar las heridas, dar vida a lo muerto, purificar la impureza y honrar con la adopción filial a los que eran siervos por naturaleza. Que todos lo aclamen: ¿Quién como tú, oh Dios? Sí, es bueno hasta el punto de no recordar las injurias y perdonar los pecados del resto de su heredad, bajo cuyo nombre hay que incluir a los creyentes de Israel, ya que la gran mayoría fue a la ruina más completa por negarse a creer.

Y no contuvo su ira como memorial. Fuimos arrojados en Adán, pero recibidos en Cristo. Si por la transgresión de uno —dice— murieron todos, así por la justicia de uno solo vivirán muchos. Cesó de airarse: Porque Dios es misericordioso. En el momento de la conversión, esto es, de la encarnación o, lo que es lo mismo, de la asunción'de la naturaleza humana, arrojó simbólicamente al mar los pecados de todos. Y como —dice— prometió a los santos padres Abrahán y Jacob multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, les dará —dice— lo que les prometió. Serán llamados padres de muchas naciones, esto es, no sólo de los descendientes de Israel según la carne, sino también de aquellos que son llamados hijos según la promesa.

Estos son los que, procedentes de la incircuncisión o de la circuncisión forman por la fe una sola unidad espiritual. Pues está escrito: No todos los descendientes de Israel son pueblo de Israel; es lo engendrado en virtud de la promesa lo que cuenta como descendencia. Los hombres de fe sonlos que reciben la bendición con Abrahán el fiel. Y por bendición puede entenderse la gracia de Cristo, por el cual y en el cual sea dada gloria a Dios Padre en unión del Espíritu Santo por los siglos. Amén.

MARTES III DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Miqueas 4, 1-7

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Malaquías, 3 (32: PG 72, 330-331)

Vendrá el Señor y su doctrina superará a la ley

Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. Estas palabras proféticas han sido muy oportunamente acomodadas al misterio de Cristo. Dios Padre le hizo para nosotros Emmanuel: justicia, santificación y redención, purificación de toda inmundicia, liberación del pecado, rechazo de la deshonestidad, camino hacia un modo de vivir más santo y digno, puerta de acceso a la vida eterna; por él fueron enderezadas todas las cosas, derrocado el poder del diablo, reencontrada la justicia.

Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. Estas palabras parecen anunciar al Bautista. Pues el mismo Cristo dijo en otro lugar: El es de quien está escrito: «Yo envío mi mensajero delante de mí para que prepare el camino ante ti». Esto mismo lo confirma

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san Juan cuando interpelaba a los que acudían a él para recibir el bautismo de conversión de esta manera: Yo os bautizo con agua, pero detrás de mí viene uno, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias: él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Fíjate cómo Cristo vino de improviso después de su Precursor: se mantuvo oculto a todos los judíos, apareciendo entre ellos de un modo repentino e inesperado. Decimos que al santo Bautista se le llama «ángel»: no por naturaleza, ya que Juan nació de una mujer, hombre como nosotros, sino porque se le confió la misión de predicarnos y anunciarnos a Cristo, misión típicamente angélica. Juan es «ángel» por su oficio, no por su condición de ángel.

Se dice que entrará en el santuario, bien porque la Palabra se hizo carne y en ella habitó como en un santuario, santuario que asumió del castísimo cuerpo de la santísima Virgen; bien en cuanto hombre perfecto, alma y cuerpo, que según la fe fue formado sin intermediario, por la divina providencia; o sencillamente por santuario se entiende Jerusalén, como ciudad santa y consagrada a Dios; o también la Iglesia de la que Jerusalén era tipo. Por lo demás, su venida o presencia Cristo la promulgó mediante muchas y estupendas obras: Proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo, como está escrito. Entrará, pues, el Señor –dice– a quien vosotros buscáis, los que decís en vuestro apocamiento: ¿Dónde está el Dios de la justicia? Vendrá, pues, y su doctrina superará a la ley, a los símbolos y a las figuras. Y será el mensajero de la alianza, otrora anunciado por boca de Dios Padre. En cierto pasaje de los libros santos se le dice al doctor Moisés: Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande.

Que Cristo es el mensajero del nuevo Testamento, lo atestigua Isaías de esta manera hablando de él: Porque la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada en sangre serán combustible, pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: maravilla de Consejero. Consejero indudablemente de Dios Padre.

MIÉRCOLES III DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Miqueas 4,14—5, 7

SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 60 (5-6: CSEL 22, 205-207)

Cuando entregare el reino a Dios Padre, Cristo reinará con los que son reyes

Me darás la heredad de los que veneran tu nombre. Añade días a los días del rey, que sus años alcancen varias generaciones; que reine siempre en presencia de Dios.

La heredad del santo es esta: la vida, la incorrupción, el reino y la coeterna comunión con Dios. Esta heredad no sólo se promete a Israel, sino a los que veneran el nombre de Dios. Son eternos los días del rey: bien porque los santos, al no ser siervos del pecado, poseen la dignidad real según aquello del Apóstol: Ya habéis conseguido el reino sin nosotros. ¿Qué más quisiera yo? Así reinaríamos juntos; bien porque, en el presente texto, el mismo profeta es rey o bien porque el que se sienta a la derecha del Padre en el reino eterno debe reinar hasta hacer de sus enemigos estrado de sus pies. Y no es que hasta entonces él no fuese rey, sino que cuando entregare el reino a Dios Padre, Cristo reinará con los que son reyes.

Todo esto me parece que explique cómo a los días del rey puedan añadirse más días, por varias generaciones, mientras él reina para siempre en presencia de Dios. De hecho, el tiempo que él

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debe reinar hasta hacer de sus enemigos estrado de sus pies, abarca de una a otra generación, porque la generación de entre los muertos sigue a esta generación del nacimiento espiritual; pero el salmo predice además la eternidad del rey, que reina para siempre en presencia de Dios. Pues Cristo es el primogénito de entre los muertos.

De esta nueva generación habla el Señor a los apóstoles con estas palabras: Creedme, cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Así pues, Cristo nos muestra el tiempo de esta generación, y hasta que ésta no llegue, siempre cabe la posibilidad de añadir a los días del rey días y años. El, por lo demás, permanecerá en presencia de Dios como rey eterno, una vez que haya elevado a los redimidos a la categoría de reyes del cielo y coherederos de la eternidad, y los haya entregado como reino a Dios Padre.

En este nuevo estado, hechos copartícipes, concorpóreos y conformes con él, libres ya del dominio de la corrupción y de la muerte, y enriquecidos con la plenitud de Dios, añade el espíritu del profeta: ¿Quién de entre ellos irá en busca de tu gracia y tu lealtad? Estas generaciones no carecerán ya de su gracia y de su lealtad, pues en él han sido regeneradas de entre los muertos para la vida y permanecieron en la esperanza de la gloria de Dios; entonces, entregadas por él como reino a Dios Padre, serán recibidas como reyes, totalmente perfectos en la gracia y la lealtad de Cristo, dichosos por haber sido por él redimidos para la vida y admitidos al encuentro con el Padre. Después de lo cual, no se pedirá más a Dios la gracia y la lealtad, enriquecidos como están de la plenitud de Dios.

JUEVES III DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Miqueas 7, 7-13

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 11, 4-6: CSEL 62, 234-236)

Cristo es el camino para los que buscan a Dios

El que es santo y teme al Señor no acierta a desear sino la salvación de Dios, que es Cristo Jesús. Le ama, le desea, a él tiende con todas sus fuerzas, fomenta su recuerdo, a él se abre, con él se expansiona, y sólo teme una cosa: perderle. Por eso, cuanto mayor es el deseo del alma ganosa de unirse a su Salvador, tanto más le consume la espera. Y esta consunción, es verdad, produce una disminución de fragilidad, pero opera al mismo tiempo una asunción de la virtud. Por lo cual, el justo después de haber dicho: Mi alma está sedienta de ti, añadió: Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene.

Quien tiene sed, desea estar siempre junto a la fuente y parece no tener otro anhelo y otro deseo que el del agua, cuyo simple contacto le sacia. Cuando tu diestra sostiene mi alma y le comunica algo de su fortaleza, la hace ser lo que no era, hasta el punto de poder decir: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Un ejemplo te demostrará que este desfallecimiento es producido por la gran intensidad del deseo: Mi alma –dice– se consume y anhela los atrios del Señor. Cómo se consume el alma ansiando la salvación de Dios, nos lo enseña Jeremías: La palabra del Señor era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía. Inflamado de este mismo deseo, dice David: Me consumo ansiando tu salvación, y espero en tu palabra.

Esperó en la palabra, anunciada como próxima a venir, y que puede identificarse con la Palabra de Dios. O bien esperó en la palabra el que dio fe a la palabra celestial que anunciaba la venida

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de nuestro Señor Jesucristo o proclamaba su gloria. Así que, el profeta reflexionando en lo que había leído y reconociendo que, mientras permanecía en el cuerpo y como ligado a esta vida por los vínculos del deseo, estaba alejado de la salvación de Dios, anhelaba, deseaba, se consumía y se deshacía en afectos por ver si lograba ser posesión de Aquel por quien suspiraba, como él mismo dice: Desahogo ante él mis afanes. Se consume su espíritu, mejor, se consume el espíritu de todo aquel que se niega a sí mismo para unirse a Cristo.

En efecto, Cristo es el camino para los que buscan al Señor. Deseemos también nosotros con ardor aquella eterna salvación de Dios; no amemos el dinero que es el amor de los avaros. Elévese, pues, nuestra alma desconfiando de sus propias fuerzas y adhiriéndose a la salvación de Dios, que es Cristo, el Señor Jesús. Él es la salvación, la verdad, la fortaleza y la sabiduría. Quien desconfía de sí mismo para adherirse a la Fuerza, pierde lo que le es propio para recibir lo que es eterno.

VIERNES III DE ADVIENTO

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Miqueas 7, 14-20

SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Sermón sobre la encarnación del Verbo (8-9: PG 25, 110-111)

El Verbo de Dios vino por su benignidad hacia nosotros

Como Cristo es el Verbo del Padre y es infinitamente superior a todos, sólo él podía renovar todas las cosas; sólo él fue capaz de expiar por todos y por todos interceder ante el Padre.

Con esta misión vino al mundo el Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del universo se hallaba vacía de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que estaba junto a su Padre.

Pero él vino por su benignidad hacia nosotros, y en cuanto se nos hizo visible. Viendo efectivamente que el género humano caminaba a la ruina, dominado por la muerte a causa de la corrupción; considerando que las amenazas de Dios y el castigo infligido por la culpa no conseguían sino corroborar nuestra corrupción y que era absurdo abrogar la ley antes de que se cumpliera; considerando además que no parecía conveniente destruir su propia creación; viendo finalmente que todos los hombres eran reos de muerte, tuvo piedad de nuestra raza y de nuestra debilidad y, compadecido de nuestra corrupción, no soportó que la muerte nos dominase, para que no pereciese lo que había sido creado, con lo que hubiese resultado inútil la obra de su Padre al crear al hombre, y por esto tomó para sí un cuerpo como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese pretendido hacerse visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más excelente; pero él tomó nuestro mismo cuerpo, y no de cualquier manera, sino que asumió un cuerpo puro, no mancillado por concurso de varón, formado en las entrañas de una Virgen inviolada, intacta y desconocedora de varón.

Poderoso como es y creador de todas las cosas, se construyó en el seno de la Virgen un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a conocer y habitar; de este modo, habiendo tomado un cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción y a la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres,

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semejantes a él; con ello, también hizo de nuevo incorruptibles a los hombres que habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por el fuego.

Y sabiendo el Verbo que la corrupción de los hombres no podía ser sanada sino con su muerte, y no pudiendo morir como Verbo por ser inmortal e Hijo del Padre, por esta razón asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la corrupción.

De ahí que el cuerpo que él había tomado, al entregarlo a la muerte como una hostia y víctima limpia de toda mancha, alejó al momento la muerte de todos los hombres, a los que él se había asemejado, ya que se ofreció en lugar de ellos. De este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe, ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma incorrupción a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos.

SÁBADO III DE ADVIENTO

El sábado de la semana III de Adviento, por caer siempre después del 16 de diciembre, todo el Oficio se toma del día correspondiente del mes.

FERIAS PRIVILEGIADAS DE ADVIENTO

17 de diciembre

PRIMERA LECTURA

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 2: PG 70, 955-958)

Dios Padre lo ha hecho para nosotros misericordia y justicia

Ya antes hablamos largamente de Ciro, rey de medos y persas, que devastó la región de Babilonia y la arrasó por la fuerza, mitigó la esclavitud que en ella sufría Israel y aflojó las cadenas de su cautividad, reconstruyó el templo de Jerusalén, y fue incitado contra los caldeos por el mismo Dios, que le abrió las puertas de bronce y quebró los cerrojos de hierro.

Pero en dicha narración se trataba de un hecho particular, ya que únicamente los israelitas debían ser colocados en condiciones de tranquilidad y liberados de la angustia de la cautividad. Inmediatamente después, todo el interés de la narración se centra en el Emmanuel, enviado por Dios Padre para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para liberar del mal a los que se hallaban inevitablemente encadenados por sus pecados; para atraer nuevamente a sí a todos los moradores de la tierra, rescatados ya de la tiranía del diablo, y conducirlos de esta forma, por su mediación, a Dios Padre.

De este modo, se convirtió en el mediador entre Dios y los hombres, y por él somos reconciliados con el Padre en un solo espíritu, porque —como dice la Escritura— él es

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nuestra paz. Él restauró el lugar sagrado, esto es, su templo, que es la Iglesia. Pues él se la colocó ante sí como una virgen pura, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Por lo cual, nos es dado ver en Ciro y en sus gestas una maravillosa figura de los divinos y admirables beneficios concedidos por Dios a todos los habitantes de la tierra. Y este es el fin por el que estas gestas fueron recordadas.

Alégrese, pues, el cielo superior, esto es, los que viven en la ciudad del más-allá, afincados en una morada ilustre y admirable: los ángeles y los arcángeles. Decimos que fue motivo de alegría para los espíritus celestiales la conversión a Dios, por medio de Cristo, Salvador de todos nosotros, de los extraviados habitantes de la tierra, la recuperación de la vista por los ciegos, en una palabra, la salvación de lo que estaba perdido. Si se alegran ya por un solo pecador que hace penitencia, ¿cómo dudar de que exulten de gozo al contemplar salvado a todo el mundo? Por eso dice: Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria.

Entendemos por misericordia la caridad —que es el cumplimiento de la ley—, acompañada de la justicia evangélica, cuyo dispensador y doctor es, para nosotros, Cristo. Puede afirmarse también que la misericordia y la justicia, que nace y brota de la tierra, son nuestro Señor Jesucristo en persona, pues Dios Padre lo ha hecho para nosotros misericordia y justicia, si es que realmente hemos obtenido en él misericordia y, justificados con el perdón de las culpas pasadas, hemos recibido de él la justicia, que puede hacernos herederos de todos los bienes, y es el camino de nuestra salvación.

Y si a la tierra se le manda germinar la justicia, que nadie se ofenda, teniendo en cuenta que el salmista dice también de Dios Padre y del mismo Emmanuel: Obró la justicia en medio de la tierra. Cristo, en efecto, no se trajo nuestra carne de lo alto de los cielos, sino que, según la carne, nació de una mujer, una de las que están en la tierra. Así pues, cuando se dice que Cristo es fruto y germen de la tierra, debes entender —como acabo de decir— que nació según la carne de una mujer especialmente elegida para este ministerio, aun cuando era una más de las criaturas de la tierra.

18 de diciembre

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 40, 12-18.21-31

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 4: PG 70, 806-807)

Mirad: viene con su salario, y su recompensa lo precede

Mirad, el Señor Dios llega con poder y su brazo manda. Con estas palabras muestra a quienes se les ha confiado el ministerio de la divina y salutífera predicación, es decir, a los santos apóstoles y evangelistas e incluso —para decirlo de una vez por todas— a quienes en el correr de los tiempos iban a ser puestos al frente de la grey racional y se confiaría la celebración de los divinos misterios, cómo podrían llegar los amigos de Dios a adquirir celebridad y a cubrirse de gloria. No conviene —viene a decir el texto- que los predicadores del evangelio, al anunciar a todos y en todas partes la gloria y la salvación de Dios, lo hagan tímidamente y como en voz baja, como si buscaran pasar desapercibidos, sino como situados en un lugar eminente, y más visibles que los demás, convencidos de su sin igual libertad y libres de todo miedo. Alza, pues, la voz, no temas, dice el profeta. Di a las ciudades de Judá: Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Al decir mira, no permite que la esperanza de su venida se proyecte sobre un futuro lejano; demuestra más bien que el Redentor vendrá pronto, en breve: mejor, que está ya ahí, a las puertas. Pues parece como invitarles a extender el brazo y señalar con el dedo al que

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anuncian. Y que no ha de venir como uno de los santos profetas ni como un orante cualquiera sino con la autoridad del Señor y con el poder y dominio propios de un Dios, lo indica claramente al decir: Llega con poder, y su brazo manda.

Y que este misterio de la divina economía no iba a ser infructuoso para el que por nosotros se hizo nuestro, soportó la cruz y murió en ella, lo demuestra diciendo: Mirad, viene con su salario, y su recompensa lo precede. Y señala cuál va a ser el premio, fruto de su muerte según la carne. Dice en efecto: Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. Así que no carece de premio ni es infructuosa esta economía.

Además, sus rebaños le siguieron y se apacentaron ante sus ojos; y ante sus ojos y con el poder de su brazo, reunió a los corderos. Los creyentes en él, cual ovejas acabadas de engendrar y recientemente nacidas, han sido introducidos en la nueva vida, es decir, han conseguido de lo alto la regeneración por mediación del Espíritu. Por consiguiente, lo primero que apetecen es la leche auténtica y son alimentados como los niños; pero después van creciendo hasta conseguir la medida de Cristo en su plenitud. Los corderos son alimentados y algunas madres o preñadas reciben los cuidados oportunos. Bajo la imagen de los corderos recién nacidos podemos ver, y con razón, representados a los paganos convertidos.

19 de diciembre

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 41, 8-20

SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 61a, (1-3: CCL 23, 249.250-251)

La Navidad del Señor está cerca

Hermanos, aunque yo callara, el tiempo nos advierte que la Navidad de Cristo, el Señor, está cerca, pues la misma brevedad de los días se adelanta a mi predicación. El mundo con sus mismas angustias nos está indicando la inminencia de algo que lo mejorará, y desea, con impaciente espera, que el resplandor de un sol más espléndido ilumine sus tinieblas.

Pues mientras este sol, y teniendo en cuenta la brevedad de las horas, teme que su curso se esté acabando, indica que abriga cierta esperanza de que su ciclo anual sufra una transformación. Esta expectación de la criatura nos persuade también a nosotros a esperar que el nacimiento de Cristo, nuevo sol, ilumine las tinieblas de nuestros pecados; a desear que el sol de justicia disipe, con la fuerza de su nacimiento, la densa niebla de nuestras culpas; a pedir que no consienta que el curso de nuestra vida se cierre con una trágica brevedad, sino más bien se prolongue gracias a su poder.

Así pues, ya que hemos llegado a conocer la Navidad del Señor incluso por las indicaciones que el mundo nos ofrece, hagamos también nosotros lo que acostumbra a hacer el mundo: como en ese día el mundo empieza a incrementar la duración de su luz, también nosotros ensanchemos las lindes de nuestra justicia; y al igual que la claridad de ese día es común a ricos y pobres, sea también una nuestra liberalidad para con los indigentes y peregrinos; y del mismo modo que el mundo comienza en esa fecha a disminuir la oscuridad de sus noches, amputemos nosotros las tinieblas de nuestra avaricia.

Estando, hermanos, a punto de celebrar la Navidad del Señor, vistámonos con puras y nítidas vestiduras. Hablo de las vestiduras del alma, no del cuerpo. Adornémonos no con vestidos de seda, sino con obras preciosas. Los vestidos suntuosos pueden cubrir los miembros, pero son

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incapaces de adornar la conciencia, si bien es cierto que ir impecablemente vestido mientras se procede con sentimientos corrompidos es vergüenza mucho más odiosa. Por tanto, adornemos antes el afecto del hombre interior, para que el vestido del hombre exterior esté igualmente adornado; limpiemos las manchas espirituales, para que nuestros vestidos sean resplandecientes. De nada sirve ir espléndidamente vestidos si la infamia mancilla el alma. Cuando la conciencia está en tinieblas, el cuerpo entero estará a oscuras. Tenemos un poderoso detergente para limpiar las manchas de la conciencia. Está escrito en efecto: Dad limosna y lo tendréis todo limpio. Buen mandato éste de la limosna: trabajan las manos y queda limpio el corazón.

20 de diciembre

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 41, 21-29

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 4: PG 70,1035-1038)

El profeta inspirado vaticinó al Dios-con-nosotros

Está escrito: Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. El ángel Gabriel, al revelar a la santa Virgen Madre de Dios el misterio, le dice: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él salvará a su pueblo de los pecados. ¿Se contradijeron aquí, acaso, el santo ángel y el profeta? En absoluto. Pues el profeta de Dios, hablando en espíritu del misterio, vaticinó al Dios-con-nosotros, dándole un nombre en sintonía con la naturaleza y la economía de la encarnación, mientras que el santo ángel le impuso un nombre de acuerdo con la misión y su eficacia propia: salvará a su pueblo. Por eso le llamó salvador.

Efectivamente: cuando por nosotros se sometió a esta generación según la carne, una multitud de ángeles anunció este fausto y feliz parto a los pastores, diciendo: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor. Es llamado Emmanuel porque se hizo por naturaleza Dios-con-nosotros, es decir, hombre; y Jesús, porque debía salvar al mundo, él, Dios mismo hecho hombre. Así que cuando salió del vientre de su madre —pues de ella nació según la carne—, entonces se pronunció su nombre. Sería inexacto llamar a Cristo el Dios Verbo antes de su nacimiento que tuvo lugar —repito— según la carne. ¿Cómo llamarle Cristo si todavía no había sido ungido?

Cuando nació hombre del vientre de su madre, entonces recibió una denominación adecuada a su nacimiento en la carne. Dice que Dios hizo de su boca una espada afilada. También esto es verdad. Pues de él está escrito, o mejor, dice el mismo profeta Isaías: La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Herirá al violento con la vara de su boca. La predicación divina y celestial, es decir, evangélica, anunciada por Cristo, era una espada aguda y sobremanera penetrante, blandida contra la tiranía del diablo, que eliminaba a los poderes que dominan este mundo de tinieblas y a las fuerzasdel mal. De hecho, disipó las tinieblas del error, irradió sobre los corazones de todos el verdadero conocimiento de Dios, indujo al orbe entero a una santa transformación de vida, convirtió a todos los hombres en entusiastas de las instituciones santas, destruyó y erradicó del mundo el pecado: justificando al impío por la fe, colmando del Espíritu Santo a quienes se acercan a él y haciéndoles hijos de Dios, comunicándoles un ánimo esforzado y valiente para la lucha, poniendo en sus manos la espada del espíritu, es decir, la palabra de Dios, para que, resistiendo a los que antes eran superiores a ellos, corran sin tropiezo a la consecución del premio al que Dios llama desde arriba.

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Que esta disciplina e iniciación a los divinos misterios aportada por Cristo haya derrocado en los habitantes de la tierra el poder tiránico del demonio, lo afirma claramente el profeta Isaías cuando dice: Aquel día, castigará el Señor con su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón.

21 de diciembre

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 42, 10-25

SEGUNDA LECTURA

San Odilón de Cluny, Sermón 1 en la Navidad del Señor (PL 142, 993-994)

Mirad, llegan días en que suscitaré a David un vástago legítimo

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Si el Señor prometió a sus fieles estar con ellos todos los días, ¡cuánto más se nos ha de hacer presente el día de su nacimiento, si acentuamos el fervor de nuestro servicio! El que dice por Salomón: Yo —la sabiduría— salí de la boca del Altísimo, la primogénita de la creación; y de nuevo: El Señor me estableció al principio de sus tareas al comienzo de sus obras antiquísimas En un tiempo remoto fui formada; y por Jeremías dice: Yo lleno el cielo y la tierra, es el mismo que, nacido por un admirable designio de la economía divina, es colocado en un pesebre. Aquel a quien Salomón nos muestra existiendo eternamente antes de los siglos, Jeremías afirma no estar ausente de ningún lugar.

No puede faltarnos el que existe desde siempre, y en todas partes está presente. La veracidad y autenticidad de los testimonios de los antiguos vates sobre la eternidad de Cristo y sobre la inmensidad de su divina presencia, la pregona aquella sonora trompeta del mensajero celestial: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. Y el mismo Salvador a los judíos en el evangelio: Antes que naciera Abrahán existo yo. Pero comoquiera que poseía el ser antes de que existiera Abrahán o, mejor, antes de la creación, desde siempre y en unión con Dios Padre, quiso sin embargo nacer en el tiempo de la descendencia de Abrahán. De hecho, Dios Padre le dijo a Abrahán: Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia.

También el santo patriarca David mereció el insigne privilegio de una promesa semejante, cuando Dios Padre, instruyéndole en el secreto de su sabiduría, dijo: A uno de tu linaje pondré sobre tu trono. Y el profeta Isaías al considerar, bajo la acción del Espíritu Santo, la magnificencia de este nobilísimo vástago y la sublimidad y excelencia de su dulcísimo fruto, vaticinó así: Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país.

Estos dos padres que, con preferencia a otros, recibieron de modo muy explícito la promesa de la venida del Salvador, en la genealogía del Señor según san Mateó, merecieron justamente un primero y destacado lugar. El exordio del evangelio según san Mateo suena así: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán. Con estas palabras del evangelio están de acuerdo tanto los oráculos de los profetas como la predicación apostólica. Que el Mediador entre Dios y los hombres debía nacer, según la carne, del linaje de Abrahán, el profeta Isaías se preocupó por inculcarlo de manera tajante, cuando dijo en la persona de Dios Padre: Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi elegido; estirpe de Abrahán, mi amigo. Tú, a quien cogí.

Aquel que, liberado de las tinieblas de la ignorancia e iluminado con la luz de la fe, llamó, en el evangelio, Hijo de Dios al Hijo de David, mereció recibir no sólo la luz del espíritu, sino también la corporal. Cristo, el Señor, quiere ser llamado con este nombre, porque sabe que no se nos ha dado otro nombre que pueda salvar al mundo. Por lo cual, amadísimos hermanos, para merecer

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ser salvados por él que es el Salvador, digamos todos individualmente: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros! Amén.

22 de diciembre

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 43, 1-13

SEGUNDA LECTURA

De unos sermones antiguos traducidos del griego al latín (Sermón 12: PLS 4, 770-771)m

Nos fue enviado el Señor como redentor, vida y salvación

Puesto que ha llegado el tiempo de hablar a vuestra venerable caridad de la venida y encarnación del Señor, no son días éstos en que se pueda callar. Regocíjate, Sión; mira que viene tu rey. Regocíjate, pues, Sión, es decir, nuestra alma, pensando en los bienes futuros, rechazando de sí los males. Mira, viene a habitar en medio de ti. ¿Quién es este morador sino el que quiso hacernos suyos, congregarnos y confirmarnos como pueblo predilecto? Este morador es aquel de quien en otro lugar cantó el profeta, diciendo: Habitaré y caminaré con ellos; seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.

Cuando este morador se posesione de nuestro mundo interior, hará de modo que en nosotros todo sea santo, perfecto, irreprensible. Que él posea a quienes redimió, perfeccione lo que comenzó, conduzca a la meta a quienes sacó de Babilonia. Este nuestro morador descansa en nosotros, es glorificado en nosotros, cuando los hombres vean nuestras buenas obras y den gloria a nuestro Padre que está en el cielo. De este Padre somos hijos no a causa de nuestra obsequiosidad o de nuestros méritos ni tampoco de nuestro buen comportamiento, sino que por su misericordia hemos recibido la libertad y hemos sido escogidos para la adopción de hijos.

Así pues, Dios es glorificado en nosotros de este modo: cuando progresamos en sentimientos de caridad, hacemos lo que él mandó y nos mantenemos firmes en lo que él ordenó. Entonces es Dios glorificado en nosotros. Ahora sabemos que nos fue enviado el Señor como redentor, vida y salvación, piedad y gracia gratuita. Y cuando vemos que de la arcilla del suelo él nos eleva a los premios celestiales, alégrese y regocíjese el corazón de los creyentes: busque nuestra alma al Señor, no como muerta sino como exuberante de vida.

¿Cómo pagaremos al Señor por estos bienes? Dobleguemos la cerviz, agachemos la cabeza y golpeémonos el pecho, repitiendo lo que dijo el publicano: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Y como en su piedad perfecciona lo imperfecto, prosigue diciendo: Se escribían todas en tu libro. Alegraos por tantos beneficios, regocijaos de tantas bondades: no os apropiéis lo que de él habéis recibido, no sea que perdáis lo que tenéis. Debéis saber que nada poseéis que no hayáis recibido: Y, si lo habéis recibido, no os gloriéis como si no lo hubierais recibido, para que lo que habéis recibido se os mantenga y el bien de que carezcáis, se os dé en plenitud. Amén.

23 de diciembre

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 43, 18-28

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SEGUNDA LECTURA

San Jerónimo, Tratado sobre el salmo 84 (CCL 78,107-108)

El que nació una vez de María, nace a diario en nosotros

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan. ¡Qué amistad más excelente! La misericordia y la fidelidad se encuentran. ¿Eres pecador? Escucha lo que dice: «Misericordia». ¿Eres santo? Escucha lo que dice: «Fidelidad». Ni desesperes si eres pecador, ni te ensoberbezcas si eres santo. Ensayemos otra interpretación.

Dos son los pueblos creyentes: uno integrado por los paganos y otro formado por los judíos. A los judíos se les prometió un salvador; a nosotros que vivíamos al margen de la ley, no se nos prometió. Por tanto, la misericordia se ejercita con el pueblo de los paganos, la fidelidad, en el de los judíos, ya que se cumplió lo que se les había prometido, es decir, lo prometido a los padres tuvo su cumplimiento en los hijos.

La justicia y la paz se besan. Mirad lo que dice: la justicia y la paz se besan. Es lo mismo que dijo anteriormente: misericordia y fidelidad. Pues misericordia equivale a paz, y fidelidad es sinónimo de justicia. Si alguna cosa dice relación con la paz, dice relación con misericordia; y si algo tiene que ver con la fidelidad, tiene que ver con justicia. Mirad en efecto lo que dice: La justicia y la paz se besan. Esto es, la misericordia y la fidelidad se hicieron amigas, es decir, judíos y paganos están bajo el cayado de un solo pastor: Cristo.

La fidelidad brota de la tierra. Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. El que dijo: Yo soy la verdad, brotó de la tierra. Y ¿cuál es esta verdad que ha brotado de la tierra? Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Y en otro lugar: Tú, oh Dios, ganaste la victoria en medio de la tierra. Mirad, la verdad, el Salvador, brotó de la tierra, es decir, de María.

Y la justicia mira desde el cielo. Era justo que el Salvador tuviera compasión de su pueblo. Mirad lo que dice: ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! La verdad brota de la tierra, esto es, el Salvador. Y de nuevo: Y la justicia mira desde el cielo. La justicia, esto es, el Salvador. ¿Cómo brotó de la tierra? ¿Cómo miró desde el cielo?

Brotó de la tierra, naciendo como hombre; miró desde el cielo, porque Dios está siempre en los cielos. Esto es, brotó, es verdad, de la tierra, pero el que nació de la tierra está siempre en el cielo. Esto es, apareció en la tierra sin abandonar el cielo, pues está en todas partes. Miró, porque mientras pecábamos, apartaba de nosotros su vista. Lo que dice es esto: Es justo que el alfarero tenga compasión de la obra de sus manos, que el pastor se compadezca de su rebaño. Nosotros somos su pueblo, somos sus criaturas. Para esto, pues, brotó de la tierra y miró desde el cielo: para cumplir toda justicia y tener compasión de su obra.

Finalmente, para que sepáis que la palabra «justicia» no connota crueldad, sino misericordia, mirad lo que dice: El Señor nos dará la lluvia. Para esto miró desde el cielo: para compadecerse de sus obras. Y nuestra tierra dará su fruto. La fidelidad brotó de la tierra, así, en pretérito. Ahora se expresa en futuro: Y nuestra tierra dará su fruto.

No debéis desesperar por haber nacido una sola vez de María: a diario nace en nosotros. Y la, tierra dará su fruto: También nosotros, si queremos, podemos engendrar a Cristo. Y la tierra dará su fruto: del que se confeccione el pan celestial. De él dice: Yo soy el pan bajado del cielo.

Todo lo dicho se refiere a la misericordia de Dios, que vino precisamente para salvar al género humano.

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24 de diciembre

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 44, 1-8.21-23

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 4: PG 70, 802-803)

Todos verán la salvación de Dios

Habiendo cantado el profeta la liberación de Israel y el perdón de los pecados de Jerusalén; habiendo solicitado para ella el consuelo —un consuelo ya próximo y como quien dice, pisando los talones a lo ya dicho—, añadió: viene nuestro salvador. Le precede como precursor enviado por Dios el Bautista, que en el desierto de Judá grita y dice: Preparad el camino del Señor, allanad los senderos de nuestro Dios.

Habiéndoselo revelado el Espíritu, también el bienaventurado Zacarías, el padre de Juan, profetizó diciendo: Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos. De él dijo el mismo Salvador a los judíos: Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pues el sol de justicia y la luz verdadera es Cristo.

La sagrada Escritura compara al Bautista con una lámpara. Pues si contemplas la luz divina e inefable, si te fijas en aquel inmenso y misterioso esplendor, con razón la medida de la mente humana puede ser comparada a una lamparita, aunque esté colmada de luz y sabiduría. Qué signifique: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, lo explica cuando dice: Elévense los valles, desciendan los montes y colinas: que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.

Pues hay vías públicas y senderos casi impracticables, escarpados e inaccesibles, que obligan unas veces a subir montes y colinas y otras a bajar de ellos, ora te ponen al borde de precipicios, ora te hacen escalar altísimas montañas. Pero si estos lugares señeros y abruptos se abajan y se rellenan las cavidades profundas, entonces sí, entonces lo torcido se endereza totalmente, los campos se allanan y los caminos, antes escarpados y tortuosos, se hacen transitables. Esto es, pero a nivel espiritual, lo que hace el poder de nuestro salvador. Mas una vez que se hizo hombre y carne —como dice la Escritura—, en la carne destruyó el pecado, y abatió a los soberanos, autoridades y poderes que dominan este mundo. A nosotros nos igualó el camino, un camino aptísimo para correr por las sendas de la piedad, un camino sin cuestas arriba ni bajadas, sin baches ni altibajos, sino realmente liso y llano.

Se ha enderezado todo lo torcido. Y no sólo eso, sino que se revelará la gloria del Señor, y todos verán la salvación de Dios. Ha hablado la boca del Señor. Pues Cristo era y es el Verbo unigénito de Dios, en cuanto que existía como Dios y nació de Dios Padre de modo misterioso, y en su divina majestad está por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. El es el Señor de la gloria y hemos contemplado su gloria que antes no conocíamos, cuando hecho hombre como nosotros según el designio divino, se declaró igual a Dios Padre en el poder, en el obrar y en la gloria: sostiene el universo con su palabra poderosa, obra milagros con facilidad, impera a los elementos, resucita muertos y realiza sin esfuerzo otras maravillas.

Así pues, se ha revelado la gloria del Señor y todos han contemplado la salvación de Dios, a saber, del Padre, que nos envió desde el cielo al Hijo como salvador.

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2. TIEMPO DE NAVIDAD 25 de diciembre

NATIVIDAD DEL SEÑOR Solemnidad

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 9, 1-6

SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 149 (PL 52, 598-599)

Paz es el nombre personal de Cristo

Al llegar el Señor y Salvador nuestro, y al hacer su aparición corporal, los ángeles, dirigiendo los coros celestiales, evangelizaban a los pastores diciendo: Os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo. Utilizando las mismas palabras de los santos ángeles, también nosotros os anunciamos una gran alegría. Hoy, en efecto, la Iglesia está en paz; hoy la nave de la Iglesia ha llegado a puerto; hoy, carísimos, es ensalzado el pueblo de Dios y humillados los enemigos de la verdad; hoy Cristo se alegra y el diablo gime; hoy los ángeles viven en la exultación y los demonios están en la confusión. ¿Qué más diré? Hoy Cristo, que es el rey de la paz, enarbolando su paz puso en fuga las divisiones, llenó de confusión a la discordia y, como al cielo con el esplendor del sol, así ilumina a la Iglesia con el fulgor de la paz. Porque hoy os ha nacido un salvador.

¡Qué deseable es la paz! ¡Qué fundamento más estable es la paz para la religión cristiana y qué ornato celeste para el altar del Señor! ¿Qué podríamos decir en elogio de la paz? La paz es el nombre personal de Cristo, como dice el Apóstol: Cristo es nuestra paz, él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa. Ahora bien: así como ante la visita de un rey se limpian las plazas y toda la ciudad es un festín de luces y flores, de modo que no haya nada que ofenda la vista del ilustre visitante, lo mismo ahora: ante la venida de Cristo, rey de la paz, hay que quitar de en medio toda tristeza y, ante el resplandor de la verdad, debe ponerse en fuga la mentira, desaparecer la discordia, resplandecer la concordia.

Por eso, aun cuando en la tierra los santos hacen el panegírico de la paz, donde sus elogios logran la cota máxima es en el cielo: la alaban los santos ángeles y dicen: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.

Ya veis, hermanos, cómo todas las criaturas del cielo y de la tierra se intercambian el don de la paz: los ángeles del cielo anuncian la paz a la tierra, y los santos de la tierra alaban al unísono a Cristo, que es nuestra paz, ascendido ya a los cielos; y los místicos coros cantan a una sola voz: ¡Hosanna en el cielo!

Digamos, pues, también nosotros con los ángeles: Gloria a Dios en el cielo, que humilló al diablo y exaltó a Cristo; gloria a Dios en el cielo, que puso en fuga a la discordia y consolidó la paz.

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DOMINGO DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

LA SAGRADA FAMILIA: JESÚS, MARÍA Y JOSÉ

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 21-6, 4

SEGUNDA LECTURA

Pablo VI, Alocución en Nazaret (5 enero 1964)

El ejemplo de Nazaret

Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.

Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida.

Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.

Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.

¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!

Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.

Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.

Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.

Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente, recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y

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que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.

Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor.

29 de diciembre

DÍA V DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

PRIMERA LECTURA

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón en la Epifanía del Señor (1-2: PL 183, 141-143)

En la plenitud de los tiempos vino la plenitud de la divinidad

Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella. Efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por los profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, ya que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada pueda dejar de verlo, puso su tienda al sol.

Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno. Ya que un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.

¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por noso

tros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí

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los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres hombre, por lo que has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bondad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más pequeño se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido —dice el Apóstol— la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gran

des y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre de Dios.

30 de diciembre

DÍA VI DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 1, 15—2, 3

SEGUNDA LECTURA

San Hipólito de Roma, Refutación de todas las herejías (Cap 10, 33-34: PG 16, 3452-3453)

La Palabra hecha carne nos diviniza

No prestamos nuestra adhesión a discursos vacíos ni nos dejamos seducir por pasajeros impulsos del corazón, como tampoco por el encanto de discursos elocuentes, sino que nuestra fe se apoya en las palabras pronunciadas por el poder divino. Dios se las ha ordenado a su Palabra, y la Palabra las ha pronunciado, tratando con ellas de apartar al hombre de la desobediencia, no dominándolo como a un esclavo por la violencia que coacciona, sino apelando a su libertad y plena decisión.

Fue el Padre quien envió la Palabra, al fin de los tiempos. Quiso que no siguiera hablando por medio de un profeta, ni que se hiciera adivinar mediante anuncios velados; sino que le dijo que se manifestara a rostro descubierto, a fin de que el mundo, al verla, pudiera salvarse.

Sabemos que esta Palabra tomó un cuerpo de la Virgen, y que asumió al hombre viejo, transformándolo. Sabemos que se hizo hombre de nuestra misma condición, porque, si no hubiera sido así, sería inútil que luego nos prescribiera imitarle como maestro. Porque, si este hombre hubiera sido de otra naturaleza, ¿cómo habría de ordenarme las mismas cosas que él hace, a mí, débil por nacimiento, y cómo sería entonces bueno y justo?

Para que nadie pensara que era distinto de nosotros, se sometió a la fatiga, quiso tener hambre y no se negó a pasar sed, tuvo necesidad de descanso y no rechazó el sufrimiento, obedeció hasta la muerte y manifestó su resurrección, ofreciendo en todo esto su humanidad como primicia, para que tú no te descorazones en medio de tus sufrimientos, sino que, aun reconociéndote hombre, aguardes a tu vez lo mismo que Dios dispuso para él.

Cuando contemples ya al verdadero Dios, poseerás un cuerpo inmortal e incorruptible, junto con el alma, y obtendrás el reino de los cielos, porque, sobre la tierra, habrás reconocido al Rey celestial; serás íntimo de Dios, coheredero de Cristo, y ya no serás más esclavo de los deseos, de los sufrimientos y de las enfermedades, porque habrás llegado a ser dios.

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Porque todos los sufrimientos que has soportado, por ser hombre, te los ha dado Dios precisamente porque lo eras; pero Dios ha prometido también otorgarte todos sus atributos, una vez que hayas sido divinizado y te hayas vuelto inmortal. Es decir, conócete a ti mismo mediante el conocimiento de Dios, que te ha creado, porque conocerlo y ser conocido por él es la suerte de su elegido.

No seáis vuestros propios enemigos, ni os volváis hacia atrás, porque Cristo es el Dios que está por encima de todo: él ha ordenado purificar a los hombres del pecado, y él es quien renueva al hombre viejo, al que ha llamado desde el comienzo imagen suya, mostrando, por su impronta en ti, el amor que te tiene. Y, si tú obedeces sus órdenes y te haces buen imitador de este buen maestro, llegarás a ser semejante a él y recompensado por él; porque Dios no es pobre, y te divinizará para su gloria.

31 de diciembre

DÍA VII DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 2, 4-15

SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 6 en la Natividad del Señor (2-3: PL 54, 213-216)

El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz

Aunque aquella infancia, que la majestad del Hijo de Dios se dignó hacer suya, tuvo como continuación la plenitud de una edad adulta, y, después del triunfo de su pasión y resurrección, todas las acciones de su estado de humildad, que el Señor asumió por nosotros, pertenecen ya al pasado, la festividad de hoy renueva ante nosotros los sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen María; de modo que, mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando nuestro propio comienzo.

Efectivamente, la generación de Cristo es el comienzo del pueblo cristiano, y el nacimiento de la cabeza lo es al mismo tiempo del cuerpo,

Aunque cada uno de los que llama el Señor a formar parte de su pueblo sea llamado en un tiempo determinado y aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno en días distintos, con todo, la totalidad de los fieles, nacida en la fuente bautismal, ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificada con Cristo en su pasión, ha sido resucitada en su resurrección y ha sido colocada a la derecha del Padre en su ascensión.

Cualquier hombre que cree –en cualquier parte del mundo–, y se regenera en Cristo, una vez interrumpido el camino de su vieja condición original, pasa a ser un nuevo hombre al renacer; y ya no pertenece a la ascendencia de su padre carnal, sino a la simiente del Salvador, que se hizo precisamente Hijo del hombre, para que nosotros pudiésemos llegar a ser hijos de Dios.

Pues si él no hubiera descendido hasta nosotros revestido de esta humilde condición, nadie hubiera logrado llegar hasta él por sus propios méritos.

Por eso, la misma magnitud del beneficio otorgado exige de nosotros una veneración proporcionada a la excelsitud de esta dádiva. Y, como el bienaventurado Apóstol nos enseña, no

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hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, a fin de que conozcamos lo que Dios nos ha otorgado; y el mismo Dios sólo acepta como culto piadoso el ofrecimiento de lo que él nos ha concedido.

¿Y qué podremos encontrar en el tesoro de la divina largueza tan adecuado al honor de la presente festividad como la paz, lo primero que los ángeles pregonaron en el nacimiento del Señor?

La paz es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad, es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad. El fin propio de la paz y su fruto específico consiste en que se unan a Dios los que el mismo Señor separa del mundo.

Que los que no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios, ofrezcan, por tanto, al Padre la concordia que es propia de hijos pacíficos, y que todos los miembros de la adopción converjan hacia el Primogénito de la nueva creación, que vino a cumplir la voluntad del que le enviaba y no la suya: puesto que la gracia del Padre no adoptó como herederos a quienes se hallaban en discordia e incompatibilidad, sino a quienes amaban y sentían lo mismo. Los que han sido reformados de acuerdo con una sola imagen deben ser concordes en el espíritu.

El nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz: y así dice el Apóstol: El es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, ya que, tanto los judíos como los gentiles, por su medio podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.

1 de enero

Octava de Navidad

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 2, 9-17

SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Carta a Epicteto (5-9: PG 26 1058. 1062-1066)

La Palabra tomó de María nuestra condición

La Palabra tendió una mano a los hijos de Abrahán, como afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La Escritura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; y se proclaman dichosos los pechos que amamantaron al Señor, y, por el nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el sacrificio prescrito. El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en ti» —para que no se creyese que se trataba de un cuerpo introducido desde el exterior—, sino de para que creyéramos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.

Las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su

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condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.

Estas cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.

Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igualal nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de Adán.

Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir de la idéntica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.

Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones; siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.

DOMINGO II DESPUÉS DE NAVIDAD

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el 6 de enero. Las lecturas primera y segunda, del día correspondiente del mes.

2 de enero

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 2, 16-3, 4

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Sobre el Espíritu Santo (Cap 26, 61.64: PG 32, 179-182.186)

El Señor vivifica su cuerpo en el Espíritu

De quien ya no vive de acuerdo con la carne, sino que actúa en virtud del Espíritu de Dios, se llama hijo de Dios y se ha vuelto conforme a la imagen del Hijo de Dios, se dice que es hombre espiritual. Y así como la capacidad de ver es propia de un ojo sano, así también la actuación del Espíritu es propia del alma purificada.

Asimismo, como reside la palabra en el alma, unas veces como algo pensado en el corazón, otras veces como algo que se profiere con la lengua, así también acontece con el Espíritu Santo, cuando atestigua a nuestro espíritu y exclama en nuestros corazones: Abba (Padre), o habla en nuestro lugar, según lo que se dijo: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.

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Ahora bien, así como entendemos el todo distribuido en sus partes, así también comprendemos el Espíritu según la distribución de sus dones. Ya que todos somos efectivamente miembros unos de otros, pero con dones que son diversos, de acuerdo con la gracia de Dios que nos ha sido concedida.

Por ello precisamente, el ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Sino que todos los miembros completan a la vez el cuerpo de Cristo, en la unidad del Espíritu; y de acuerdo con las capacidades recibidas se distribuyen unos a otros los servicios que necesitan.

Dios fue quien puso en el cuerpo los miembros, cada uno de ellos como quiso. Y los miembros sienten la misma solicitud unos por otros, en virtud de la comunicación espiritual del mutuo afecto que les es propia. Esa es la razón de que cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan.

Del mismo modo, cada uno de nosotros estamos en el Espíritu, como las partes en el todo, ya que hemos sido bautizados en un solo cuerpo, en nombre y virtud de un mismo Espíritu.

Y como al Padre se le contempla en el Hijo, al Hijo se le contempla en el Espíritu. La adoración, si se lleva a cabo en el Espíritu, presenta la actuación de nuestra alma como realizada en plena luz, cosa que puede deducirse de las palabras que fueron dichas a la samaritana. Pues como ella, llevada a error por la costumbre de su región, pensase que la adoración había de hacerse en un lugar, el Señor la hizo cambiar de manera de pensar, al decirle que había que adorar en Espíritu y verdad; al mismo tiempo, se designaba a sí mismo como la verdad.

De la misma manera que decimos que la adoración tiene que hacerse en el Hijo, ya que es la imagen de Dios Padre, decimos que tiene que hacerse también en el Espíritu, puesto que el Espíritu expresa en sí mismo la divinidad del Señor.

Así pues, de modo propio y congruente contemplamos el esplendor de la gloria de Dios mediante la iluminación del Espíritu; y su huella nos conduce hacia aquel de quien es huella y sello, sin dejar de compartir el mismo ser.

3 de enero

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 3, 5-16

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 17 sobre el evangelio de san Juan (7-9: CCL 36, 174-175)

El doble precepto de la caridad

Vino el Señor mismo, como doctor en caridad, rebosante de ella, compendiando, como de él se predijo, la palabra sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad.

Recordad conmigo, hermanos, aquellos dos preceptos. Pues, en efecto, tienen que seros en extremo familiares, y no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los recordamos, sino que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí mismo.

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He aquí lo que hay que pensar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo que hay que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero ee amor del prójimo es el primero en el rango de la acción. Pues el que te impuso este amor en dos preceptos no había de proponerte primero al prójimo y luego a Dios, sino al revés, a Dios primero y al prójimo después.

Pero tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

Que no es más que una manera de decirte: Ama a Dios. Y si me dices: «Señálame a quién he de amar», ¿qué otra cosa he de responderte sino lo que dice el mismo Juan: A Dios nadie lo ha visto jamás? Y para que no se te ocurra creerte totalmente ajeno a la visión de Dios: Dios —dice— es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios.

Comienza, pues, por amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.

¿Qué será lo que consigas si haces esto? Entonces romperá tu luz como la aurora. ni luz, que es tu Dios, tu aurora, que vendrá hacia ti tras la noche de este mundo; pues Dios ni surge ni se pone, sino que siempre permanece.

Al amar a tu prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios, el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser? Es verdad que no hemosllegado todavía hasta nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte para siempre.

4 de enero

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 3, 17—4, 1

SEGUNDA LECTURA

San Máximo Confesor, Capítulos de las cinco centurias (Centuria 1, 8-13: PG 90,1182-86)

Misterio siempre nuevo

La Palabra de Dios, nacida una vez en la carne (lo que nos indica la querencia de su benignidad y humanidad), vuelve a nacer siempre gustosamente en el espíritu para quienes lo desean; vuelve a hacerse niño, y se vuelve a formar en aquellas virtudes; y la amplitud de su grandeza no disminuye por malevolencia o envidia, sino que se manifiesta a sí mismo en la medida en que sabe que lo puede asimilar el que lo recibe, y así, al mismo tiempo que explora discretamente la capacidad de quienes desean verlo, sigue manteniéndose siempre fuera del alcance de su percepción, a causa de la excelencia del misterio.

Por lo cual, el santo Apóstol, considerando sabiamente la fuerza del misterio, exclama: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre; ya que entendía el misterio como algo siempre nuevo, al que nunca la comprensión de la mente puede hacer envejecer.

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Nace Cristo Dios, hecho hombre mediante la incorporación de una carne dotada de alma inteligente; el mismo que había otorgado a las cosas proceder de la nada. Mientras tanto, brilla en lo alto la estrella del Oriente y conduce a los Magos al lugar en que yace la Palabra encarnada; con lo que muestra que hay en la ley y los profetas una palabra místicamente superior, que dirige a las gentes a la suprema luz del conocimiento.

Así pues, la palabra de la ley y de los profetas, entendida alegóricamente, conduce, como una estrella, al pleno conocimiento de Dios a aquellos que fueron llamados por la fuerza de la gracia, de acuerdo con el designio divina

Dios se hace efectivamente hombre perfecto, sin alterar nada de lo que es propio de la naturaleza, a excepción del pecado (pues ni el mismo pecado era propio de la naturaleza).

Se hace efectivamente hombre perfecto a fin de provocar, con la vista del manjar de su, carne, la voracidad insaciable y ávida del dragón infernal; y abatirlo por completo cuando ingiriera una carne que habría de convertírsele en veneno, porque en ella se hallaba oculto el poder de la divinidad. Esta carne sería al mismo tiempo remedio de la naturaleza humana, ya que el mismo poder divino presente en aquélla habría de restituir la naturaleza humana a la gracia primera.

Y así como el dragón, deslizando su veneno en el árbol de la ciencia, había corrompido con su sabor la naturaleza, de la misma manera, al tratar de devorar la carne del Señor, se vio corrompido y destruido por la virtud de la divinidad que en ella residía.

Inmenso misterio de la divina encarnación, que sigue siendo siempre misterio; pues, ¿de qué modo puede la Palabra hecha carne seguir siendo su propia persona esencialmente, siendo así que la misma persona existe al mismo tiempo con todo su ser en Dios Padre? ¿Cómo la Palabra, que es toda ella Dios por naturaleza, se hizo toda ella por naturaleza hombre, sin detrimento de ninguna de las dos naturalezas: ni de la divina, en cuya virtud es Dios, ni de la nuestra, en virtud de la cual se hizo hombre?

Sólo la fe capta estos misterios, ella precisamente que es la sustancia y la base de todas aquellas realidades que exceden la percepción y razón de la mente humana en todo su alcance.

5 de enero

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Colosenses 4, 2-18

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 194 (3-4: PL 38,1016-1017)

Seremos saciados con la visión de la Palabra

¿Qué ser humano podría conocer todos los tesoros de sabiduría y de ciencia ocultos en Cristo y escondidos en la pobreza de su carne? Porque, siendo rico, se hizo pobrepor vosotros, para enriqueceros con su pobreza. Pues cuando asumió la condición mortal y experimentó la muerte, se mostró pobre: pero prometió riquezas para más adelante, y no perdió las que le habían quitado.

¡Qué inmensidad la de su dulzura, que escondió para los que lo temen, y llevó a cabo para los que esperan en él!

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Nuestros conocimientos son ahora parciales, hasta que se cumpla lo que es perfecto. Y para que nos hagamos capaces de alcanzarlo, él, que era igual al Padre en la forma de Dios, se hizo semejante a nosotros en la forma de siervo, para reformamos a semejanza de Dios: y, convertido en hijo del hombre –él, que era único Hijo de Dios—, convirtió a muchos hijos de los hombres en hijos de Dios; y, habiendo alimentado a aquellos siervos con su forma visible de siervo, los hizo libres para que contemplasen la forma de Dios.

Pues ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Pues ¿para qué son aquellos tesoros de sabiduría y de ciencia, para qué sirven aquellas riquezas divinas sino para colmamos? ¿Y para qué la inmensidad de aquella dulzura sino para saciarnos? Muéstranos al Padre 'y nos basta.

Y en algún salmo, uno de nosotros, o en nosotros, o por nosotros, le dice: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria. Pues él y el Padre son una misma cosa: y quien lo ve a él ve también al Padre. De modo que el Señor, Dios de los ejércitos, él es el Rey de la gloria. Volviendo a nosotros, nos mostrará su rostro; y nos salvaremos y quedaremos saciados, y eso nos bastará.

Pero mientras eso no suceda, mientras no nos muestre lo que habrá de bastarnos, mientras no le bebamos como fuente de vida y nos saciemos, mientras tengamos que andar en la fe y peregrinemos lejos de él, mientras tenemos hambre y sed de justicia y anhelamos con inefable ardor la belleza de la forma de Dios, celebremos con devota obsequiosidad el nacimiento de la forma de siervo.

Si no podemos contemplar todavía al que fue engendrado por el Padre antes que el lucero de la mañana, tratemos de acercarnos al que nació de la Virgen en medio de la noche. No comprendemos aún que su nombre dura como el sol; reconozcamos que su tienda ha sido puesta en el sol.

Todavía no podemos contemplar al Único que permanece en su Padre; recordemos al Esposo que sale de su alcoba. Todavía no estamos preparados para el banquete de nuestro Padre; reconozcamos al menos el pesebre de nuestro Señor Jesucristo.

6 de enero

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el domingo que cae en los días 7 u 8.

PRIMERA LECTURA

Como en el año par..

SEGUNDA LECTURA

Como en la fiesta del bautismo del Señor.

7 de enero

Cuando la solemnidad de la Epifanía se celebra el domingo que cae el día 8.

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 61, 1-11

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SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 13 del Tiempo (PL 39, 1097-1098)

Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios

Nuestro Señor Jesucristo, queridos hermanos, que ha creado todas las cosas desde la eternidad, se ha convertido hoy en nuestro salvador, al nacer de una madre. Quiso nacer hoy en el tiempo para conducirnos hasta la eternidad del Padre. Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios; hoy se hace hombre el Señor de los ángeles para que el hombre pueda comer el pan de los ángeles.

Hoy se cumple aquella profecía que dice: Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote el Salvador. El Creador ha sido creado para que fuera encontrado el que se había perdido. Esto es lo que el hombre reconoce en los salmos: Antes de ser humillado, pequé. El hombre pecó y se convirtió en reo; Dios nació como hombre para que fuera liberado el reo. El hombre cayó, pero Dios descendió. Cayó el hombre miserablemente, bajó Dios misericordiosamente; cayó el hombre por la soberbia, bajó Dios con su gracia.

Hermanos míos, ¡qué milagros y prodigios! Las leyes naturales se cambian en el hombre: Dios nace, una virgen concibe sin la intervención del hombre; la sola palabra de Dios fecunda a aquella que no conoce varón. Es al mismo tiempo virgen y madre. Es madre, pero intacta; la virgen tiene un hijo sin intervención del hombre; es siempre inmaculada, pero no infecunda. Sólo nació sin pecado aquel que fue concebido por la obediencia del espíritu, y no por el amor humano o por la concupiscencia de la carne.

TIEMPO DE EPIFANÍA

6 de enero

o bien domingo que ocurre entre los días 2 y 8 de enero

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR Solemnidad

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 60, 1-22

SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 3 en la Epifanía del Señor (1-3.5: PL 54, 240-244)

Dios ha manifestado su salvación en todo el mundo

La misericordiosa providencia de Dios, que ya había decidido venir en los últimos tiempos en ayuda del mundo que perecía, determinó de antemano la salvación de todos los pueblos en Cristo.

De estos pueblos se trataba en la descendencia innumerable que fue en otro tiempo prometida al santo patriarca Abrahán, descendencia que no sería engendrada por una semilla de carne, sino por fecundidad de la fe, descendencia comparada a la multitud de las estrellas, para que de este modo el padre de todas las naciones esperara una posteridad no terrestre, sino celeste.

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Así pues, que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la descendencia de Abrahán, a la cual renuncian los hijos según la carne. Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido, no ya sólo en Judea, sino también en el mundo entero, para que por doquier sea grande su nombre en Israel.

Instruidos en estos misterios de la gracia divina, queridos míos, celebremos con gozo espiritual el día que es el de nuestras primicias y aquél en que comenzó la salvación de los paganos. Demos gracias al Dios misericordioso, quien, según palabras del Apóstol, nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz; él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido. Porque, como profetizó Isaías, el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierra de sombras, y una luz les brilló. También a propósito de ellos dice el propio Isaías al Señor: Naciones que no te conocían te invocarán, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti.

Abrahán vio este día, y se llenó de alegría, cuando supo que sus hijos según la fe serían benditos en su descendencia, a saber, en Cristo, y él se vio a sí mismo, por su fe, como futuro padre de todos los pueblos, dando gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete.

También David anunciaba este día en los salmos cuando decía: Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre; y también: El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia.

Esto se ha realizado, lo sabemos, en el hecho de que tres magos, llamados de su lejano país, fueron conducidos por una estrella para conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra. La docilidad de los magos a esta estrella nos indica el modo de nuestra obediencia, para que, en la medida de nuestras posibilidades, seamos servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a Cristo.

Animados por este celo, debéis aplicaros, queridos míos, a seros útiles los unos a los otros, a fin de que brilléis como hijos de la luz en el reino de Dios, al cual se llega gracias a la fe recta y a las buenas obras; por nuestro Señor Jesucristo que, con Dios Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

7 de enero

O bien LUNES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 61, 1-11

SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 160 (PL 52, 620-622)

El que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros

Aunque en el mismo misterio del nacimiento del Señor se dieron insignes testimonios de su divinidad, sin embargo, la solemnidad que celebramos manifiesta y revela de

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diversas formas que Dios ha asumido un cuerpo humano, para que nuestra inteligencia, ofuscada por tantas obscuridades, no pierda por su ignorancia lo que por gracia ha merecido recibir y poseer.

Pues el que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros; y por esto se manifestó de tal forma que el gran misterio de su bondad no fuera ocasión de un gran error.

Hoy el mago encuentra llorando en la cuna a aquel que, resplandeciente, buscaba en las estrellas. Hoy el mago contempla claramente entre pañales a aquel que, encubierto, buscaba pacientemente en los astros.

Hoy el mago discierne con profundo asombro lo que allí contempla: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo; el hombre en Dios, y Dios en el hombre; y a aquel que no puede ser encerrado en todo el universo incluido en un cuerpo de niño. Y, viendo, cree y no duda; y lo proclama con sus dones místicos: el incienso para Dios, el oro para el Rey, y la mirra para el que morirá.

Hoy el gentil, que era el último, ha pasado a ser el primero, pues entonces la fe de los magos consagró la creencia de las naciones.

Hoy Cristo ha entrado en el cauce del Jordán para lavar el pecado del mundo. El mismo Juan atestigua que Cristo ha venido para esto: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hoy el siervo recibe al Señor, el hombre a Dios, Juan a Cristo; el que no puede dar el perdón recibe a quien se lo concederá.

Hoy, como afirma el profeta, la voz del Señor sobre las aguas. ¿Qué voz? Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.

Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las aguas en forma de paloma, para que, así como la paloma de Noé anunció el fin del diluvio, de la misma forma ésta fuera signo de que ha terminado el perpetuo naufragio del mundo. Pero a diferencia de aquélla, que sólo llevaba un ramo de olivo caduco, ésta derramará la enjundia completa del nuevo crisma en la cabeza del Autor de la nuevaprogenie, para que se cumpliera aquello que predijo el profeta: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

Hoy Cristo, al convertir el agua en vino, comienza los signos celestes. Pero el agua había de convertirse en el misterio de la sangre, para que Cristo ofreciese a los que tienen sed la pura bebida del vaso de su cuerpo, y se cumpliese lo que dice el profeta: Y mi copa rebosa.

8 de enero

o bien MARTES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 62, 1-1

SEGUNDA LECTURA

San Hipólito de Roma, Sermón (atribuido) en la santa Teofanía (2.6-8.10: PG 10.854.858-859.862)

El agua y el Espíritu

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Jesús fue a donde Juan y recibió de él el bautismo. Cosa realmente admirable. La corriente inextinguible que alegra la ciudad de Dios es lavada con un poco de agua. La fuente inalcanzable, que hace germinar la vida para todos los hombres y que nunca se agota, se sumerge en unas aguas pequeñas y temporales.

El que se halla presente en todas partes y jamás se ausenta, el que es incomprensible para los ángeles y está lejos de las miradas de los hombres, se acercó al bautismo cuando él quiso. Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto».

El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una luz inaccesible: «Este es el que se llamó hijo de José, es mi Unigénito según la esencia divina».

Éste es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar su cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán.

Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal.

El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el Espíritu: y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible.

Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la regeneración del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo.

Por lo cual, grito con voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. Esta es el agua unida con el Espíritu, con la que se riega el paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma.

Y el que desciende con fe a este baño de regeneración renuncia al diablo y se entrega a Cristo, reniega del enemigo y confiesa que Cristo es Dios, se libra de la esclavitud y se reviste de la adopción, y vuelve del bautismo tan espléndido como el sol, fulgurante de rayos de justicia; y, lo que es el máximo don, se convierte en hijo de Dios y coheredero de Cristo.

A él la gloria y el poder, junto con el Espíritu Santo, bueno y vivificante, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

9 de enero

o bien MIÉRCOLES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA

PRIMERA LECTURA

De libro del profeta Isaías 63, 7-19

SEGUNDA LECTURA

San Proclo de Constantinopla, Sermón 7 en la santa Epifanía (1-2: PG 65, 758-759)

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La santificación de las aguas

Cristo apareció en el mundo, y, al embellecerlo y acabar con su desorden, lo transformó en brillante y jubiloso. Hizo suyo el pecado del mundo y acabó con el enemigo del mundo. Santificó las fuentes de las aguas e iluminó las almas de los hombres. Acumuló milagros sobre milagros cada vez mayores.

Y así, hoy, tierra y mar se han repartido entre sí la gracia del Salvador, y el universo entero se halla bañado en alegría; hoy es precisamente el día que añade prodigios mayores y más crecidos a los de la precedente solemnidad.

Pues en la solemnidad anterior, que era la del nacimiento del Salvador, se alegraba la tierra, porque sostenía al Señor en el pesebre; en la presente festividad, en cambio, que es la de las Teofanías, el mar es quien salta y se estremece de júbilo; y lo hace porque en medio del Jordán encontró la bendición santificadora.

En la solemnidad anterior se nos mostraba un niño débil, que atestiguaba nuestra propia imperfección; en cambio, en la festividad de hoy se nos presenta ya como un hombre perfecto, mostrando que procede, como perfecto que es, de quien también lo es. En aquel caso, el Rey vestía la púrpura de su cuerpo; en éste, la fuente rodea y como recubre al río.

Atended, pues, a estos nuevos y estupendos prodigios. El Sol de justicia que se purifica en el Jordán, el fuego sumergido en el agua, Dios santificado por ministerio de un hombre.

Hoy la creación entera resuena de himnos: Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el que viene en todo momento: pues no es ahora la primera vez.

Y ¿de quién se trata? Dilo con más claridad, por favor, santo David: El Señor es Dios: él nos ilumina. Y no es sólo David quien lo dice, sino que el apóstol Pablo se asocia también a su testimonio y dice: Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos. No «para unos cuantos», sino para todos: porque la salvación a través del bautismo se otorga a todos, judíos y griegos; el bautismo ofrece a todos un mismo y común beneficio.

Fijaos, mirad este diluvio sorprendente y nuevo, mayor y más prodigioso que el que hubo en tiempos de Noé. Entonces, el agua del diluvio acabó con el género humano; en cambio, ahora, el agua del bautismo, con la virtud de quien fue bautizado por Juan, retorna los muertos a la vida. Entonces, la paloma con la rama de olivo figuró la fragancia del olor de Cristo, nuestro Señor; ahora, el Espíritu Santo, al sobrevenir en forma de paloma, manifiesta la misericordia del Señor.

10 de enero

o bien JUEVES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 63, 19b-64, 11

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 2, cap 2: PG 73, 751-754)

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Efusión del Espíritu Santo sobre toda carne

Cuando el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas en Cristo, dentro del más maravilloso orden, y devolver a su anterior estado la naturaleza del hombre, prometió que, al mismo tiempo que los restantes bienes, le otorgaría también ampliamente el Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes.

Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días —se refiere a los del Salvador— derramaré mi Espíritu sobre toda carne.

Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer —de acuerdo con la divina Escritura—, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió. Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre él.

Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, en cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia, incluso antes de la encarnación —más aún, antes de todos los siglos—, no se da por ofendido de que el Padre le diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.

Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza: y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él. Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos.

De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo —pues es suyo, habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes—, sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad. Puede, por tanto, entenderse —si es que queremos usarnuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura— que Cristo no recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen todos los bienes.

11 de enero

o bien VIERNES DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 65, 13-25

SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 100, en la Epifanía (1-3: CCL 23, 398-400)

Los misterios del bautismo del Señor

Nos refiere el texto evangélico que el Señor acudió al Jordán para bautizarse y que allí mismo quiso verse consagrado con los misterios celestiales

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Era, por tanto, lógico que después del día del nacimiento del Señor –por el mismo tiempo, aunque la cosa sucediera años después– viniera esta festividad, que pienso que debe llamarse también fiesta del nacimiento.

Pues, entonces, el Señor nació en medio de los hombres; hoy, ha renacido en virtud de los sacramentos; entonces, le dio a luz la Virgen; hoy, ha vuelto a ser engendrado por el misterio. Entonces, cuando nació como hombre, María, su madre, lo acogió en su regazo; ahora, que el misterio lo engendra, Dios Padre lo abraza con su voz y dice: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto; escuchadlo. La madre acaricia al recién nacido en su blando seno; el Padre acude en ayuda de su Hijo con su piadoso testimonio; la madre se lo presenta a los Magos para que lo adoren, el Padre se lo manifiesta a las gentes para que lo veneren.

De manera que tal día como hoy el Señor Jesús vino a bautizarse y quiso que el agua bañase su santo cuerpo.

No faltará quien diga: «¿por qué quiso bautizarse, si es santo?» Escucha. Cristo se hace bautizar, no para santificarse con el agua, sino para santificar el agua y para purificar aquella corriente con su propia purificación y mediante el contacto de su cuerpo. Pues la consagración de Cristo es la consagración completa del agua.

Y así, cuando se lava el Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro bautismo, y queda limpia la fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían de venir a la gracia de aquel baño. Cristo, pues, se adelanta mediante su bautismo, a fin de que los pueblos cristianos vengan luego tras él con confianza.

Así es como entiendo yo el misterio: Cristo precede, de la misma manera que la columna de fuego iba delante a través del mar Rojo, para que los hijos de Israel siguieran intrépidamente su camino; y fue la primera en atravesar las aguas, para preparar la senda a los que seguían tras ella. Hecho que, como dice el Apóstol, fue un símbolo del bautismo. Y en un cierto modo aquello fue verdaderamente un bautismo, cuando la nube cubría a los israelitas y las olas les dejaban paso.

Pero todo esto lo llevó a cabo el mismo Cristo Señor que ahora actúa, quien, como entonces precedió a través del mar a los hijos de Israel en figura de columna de fuego, así ahora, mediante el bautismo, va delante de los pueblos cristianos con la columna de su cuerpo. Efectivamente, la misma columna, que entonces ofreció su resplandor a los ojos de los que la seguían, es ahora la que enciende su luz en los corazones de los creyentes: entonces, hizo posible una senda para ellos en medio de las olas del mar; ahora, corrobora sus pasos en el baño de la fe.

12 de enero

o bien SÁBADO DESPUÉS DEL DOMINGO DE EPIFANÍA

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 66, 10-14.18-23

SEGUNDA LECTURA

San Fausto de Riez, Sermón 5, en la Epifanía (2: PLS 3, 560-562)

Las nupcias de Cristo y de la Iglesia

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A los tres días hubo unas bodas. ¿Qué otras bodas pueden ser éstas, sino las promesas y gozos de la salvación humana? Las mismas que se celebran evidentemente o bien a causa de la confesión de la Trinidad, o bien por la fe en la resurrección, como se indica en el misterio del número tres.

Así como también, en otra de las lecturas evangélicas, se acoge con cantos y música, y con atuendos nupciales, la vuelta del hijo más joven, o sea, la conversión del pueblo gentil.

Por eso, como el esposo que sale de su alcoba, descendió el Señor hasta la tierra para unirse, mediante la encarnación, con la Iglesia, que había de congregarse de entre los gentiles, a la cual dio sus arras y su dote: las arras, cuando Dios se unió con el hombre; la dote, cuando se inmoló por su salvación. Por arras entendemos la redención actual, y por dote, la vida eterna. Todas estas cosas eran, para quienes las veían, otros tantos milagros; para quienes las entendían, otros tantos misterios. Porque, si nos fijamos bien, de alguna manera en la misma agua se da una cierta analogía del bautismo y de la regeneración. Pues, mientras una cosa se transforma en otra, mientras la creatura inferior se transforma en algo superior mediante una secreta conversión, se lleva a cabo el misterio del segundo nacimiento. Se cambian súbitamente las aguas que luego van a cambiar a los hombres.

Así pues, por el poder de Cristo, en Galilea el agua se convierte en vino –esto es, concluye la ley y le sucede la gracia; se aparta lo que no eratmás que sombra y se hace presente la verdad; lo carnal se sitúa junto a lo espiritual; la antigua observancia se trasmuta en Nuevo Testamento; como dice el Apóstol: Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado–; y como el agua aquella que se contenía en las tinajas, sin dejar de ser en absoluto lo que era, comenzó a ser lo que no era, de la misma manera la ley, manifestada por el advenimiento de Cristo, no perece, sino que se mejora.

Si falta el vino, se saca otro: el vino del Antiguo Testamento es bueno, pero el del Nuevo es mejor; el Antiguo Testamento, que observan los judíos, se diluye en la letra, mientras que el Nuevo, que es el que nos atañe, convierte en gracia el sabor de la vida.

Se trata de «buen vino» siempre que oigas hablar de un buen precepto de la ley: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero es mejor y más fuerte el vino del Evangelio, como cuando oyes decir: Yo, en cambio, os digo. Amad a'Vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen.

Domingo después del 6 de enero

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

Fiesta

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 42, 1-9; 49,1-9

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 39, en las sagradas Luminarias (14-16.20: PG 36, 350-351.354.358-359)

El bautismo de Cristo

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Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él.

Juan está bautizando, y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y sin duda para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa; y así, el Señor, que era espíritu y carne, nos consagra mediante el Espíritu y el agua.

Juan se niega, Jesús insiste. Entonces: Soy yo el que necesito que tú me bautices,,le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el mayor entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda la creación, el que había saltado de júbilo en el seno materno al que había sido ya adorado cuando estaba en él, el que era y habría de ser precursor al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo el que necesito que tú me bautices; y podría haber añadido: «Por tu causa». Pues sabía muy bien que habría de ser bautizado con el martirio; o que, como a Pedro, no sólo le lavarían los pies.

Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para sí y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego.

También el Espíritu da testimonio de la divinidad, acudiendo en favor de quien es su semejante; y la voz desciende del cielo, pues del cielo procede precisamente Aquel de quien se daba testimonio; del mismo modo que la paloma, aparecida en forma visible, honra el cuerpo de Cristo, que por deificación era también Dios. Así también, muchos siglos antes, la paloma había anunciado el fin del diluvio.

Honremos hoy nosotros, por nuestra parte, el bautismo de Cristo, y celebremos con toda honestidad su fiesta.

Ojalá que estéis ya purificados, y os purifiquéis de nuevo. Nada hay que agrade tanto a Dios como el arrepentimiento y la salvación del hombre, en cuyo beneficio se han pronunciado todas las palabras y revelado todos los misterios; para que, como astros en el firmamento, os convirtáis en una fuerza vivificadora para el resto de los hombres; y los esplendores de aquella luz que brilla en el cielo os hagan resplandecer, como lumbreras perfectas, junto a su inmensa luz, iluminados con más pureza y claridad por la Trinidad, cuyo único rayo, brotado de la única Deidad, habéis recibido inicialmente en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien le sean dados la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.