alfredoelgrande. g.k.chesterton

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  • 7/25/2019 AlfredoelGrande. G.K.chesterton

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    ALFREDOELGRANDE

    Las celebraciones relacionadas con el milenario del rey Alfredo suscitaron una nota de

    simpata en medio de mucho que era escasamente simptico, debido a que, no obstante

    algunas opiniones histricas peculiares, todos los hombres sienten el carcter santificante

    de todo aquello que alguna vez fue fuerte y remoto; lo antiguo es siempre lo ms vulgar; lo

    distante, lo ms cercano. l !nico pacificador posible parecera ser un hombre muerto,

    debido al sublime relato religioso en el que slo un hombre muerto podra reconciliar el

    cielo y la tierra. n cierto sentido, siempre sentimos las eras humanas pasadas, y nuestra

    "poca nos parece algo e#tra$a e, incluso, misteriosamente deshumanizada. n nuestro

    propio tiempo los detalles nos superan; las insignias y las medallas parecen crecer cada vezms y ms, como si se tratara de un horrible sue$o. studiar a la humanidad en el presente

    es como estudiar una monta$a con lupa; estudiarla en el pasado sera como si la vi"ramos a

    trav"s de un telescopio.

    %or esta razn, &nglaterra, al igual que cualquier otra gran nacin histrica, ha buscado

    a su h"roe tpico en tiempos remotos tenuemente cincelados. La grandeza moral y personal

    de Alfredo est, as, ms all de dudas. 'o depende ms que de la grandeza de cualquier

    otro h"roe humano por sobre la precisin de cualquiera o de todos los relatos que se

    cuentan acerca de "l. (uizs Alfredo no haya hecho ninguna de las cosas que se dicen de "l,

    pero es inconmensurablemente ms fcil hacer cualesquiera de esas cosas que ser el

    hombre que falsamente se ha referido que las hace. La fbula, hablando en t"rminos

    generales, es mucho ms e#acta que el hecho, pues la fbula describe al hombre tal y como

    fue en su propia "poca, mientras que el hecho lo describe como es para un pu$ado de

    insignificantes anticuarios muchos siglos despu"s. )i Alfredo observ los pasteles desde el

    pulcro reba$o de su esposa, o si enton canciones en el campo dan"s, no es de inter"s para

    nadie e#cepto para aquellos que pretenden demostrar, con desventa*as considerables, que

    son genealgicamente sus descendientes. %ero el hombre est me*or retratado en esas

    historias que en cualquiera de las modernas trivialidades acerca de su desayuno favorito o

    de su compositor musical preferido. La fbula es ms histrica que el hecho, porque el

    hecho nos habla de un hombre y la fbula nos cuenta sobre millones de hombres. )i leemos

    acerca de un hombre que poda volver ro*o el c"sped verde y transformar el sol en luna, tal

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    vez no creeramos estos detalles particulares que se dicen de "l, pero aprenderamos algo

    infinitamente ms importante que dichas trivialidades+ el hecho de que los hombres podran

    escrutar su propio rostro y creerlo posible. La grandeza y la gloria de Alfredo es, por lo

    tanto, como la de los h"roes en la aurora del mundo, que estaban ms all del e#tra$o y

    s!bito destronamiento que puede suscitarse al romper el sello de un manuscrito o al voltear

    una piedra. Los hombres pudieron haber dicho mentiras cuando contaban que haban

    atrapado a los daneses con su cancin y gracias a ello los superaron con sus e*"rcitos, pero

    sabemos muy bien que no es por nosotros que se di*eron esas mentiras. %uede haber mitos

    que se amontonan en cada una de nuestras personalidades; las sagas y los cronistas locales

    de los hombres probablemente han hecho circular la historia de que somos adictos a beber,

    o de que padecemos la feroz debilidad de valernos de nuestras esposas. %ero generalmente

    no mienten cuando dicen que hemos vertido nuestra sangre para salvar a todos los

    habitantes de nuestra calle. na historia crece fcilmente, pero un relato heroico no es algo

    fcil de evocar. -onde quiera que ello ocurra podemos estar perfectamente seguros que nos

    encontramos en presencia de una poderosa, aunque sombra, personalidad histrica.

    stamos frente a mil mentiras que se$alan, todas, con sus fantsticos dedos, hacia una

    verdad no descubierta.

    n este terreno, cada incentivo se debe al culto a Alfredo. ada nacin requiere tener

    tras de s alguna personalidad histrica, la validez de lo que est comprobado, de la misma

    forma en que un arma demuestra su efectividad por lo largo de su alcance. /esulta

    maravilloso y espl"ndido que valoremos no la verdad sino los chismes cuando hablamos de

    un hombre que muri hace mil a$os. -eberamos decirles lo que /ostand di*o del prncipe

    austriaco+ 0Dors, ce n'est pas toujours la Lgende qui ment: Une rve est parfois moins

    trompeur quun document1.2

    3enemos un hombre tan sencillo como honorable que nos representa en la oscuridad de

    la historia prstina, y ata los siglos que median hasta nosotros y pulveriza todas sus

    monstruosidades. 4ace la historia ms confortable e inteligible; vuelve el desolado templo

    de las eras tan humano como el saln de un hostal.

    %ero sea a trav"s de hechos confiables o mediante falsedades a!n ms confiables, la

    personalidad de Alfredo posee su propio color y su estatura inconfundible. Lord /osebery

    manifest una profunda verdad cuando di*o que dicha personalidad era peculiarmente

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    inglesa. La gran magnificencia del carcter ingl"s se e#presa en la palabra 0servicio1. 'o

    hay, quizs, ninguna nacin tan vitalmente teocrtica como la inglesa; ninguna nacin en la

    que los hombres fuertes hayan preferido consistentemente lo instrumental a la actitud

    desptica, los placeres de la lealtad a la posicin real. 4emos tenido tiranos como duardo

    &. y la reina &sabel, pero incluso nuestros tiranos han tenido la apariencia preocupada y

    responsable de mayordomos de una gran propiedad. 'uestro h"roe tpico es un hombre

    como el -uque de 5ellington, con cierta arrogancia tradicional y e#terna; atrs apareca

    fsicamente toda esa e#tra$a humildad sin el menor destello de humor o con la incomodidad

    para llegar de rodillas hasta una calavera pre6postrera como la de 7orge &8. A trav"s de

    p"rdidas infinitas de tiempo y en medio de la bruma de la leyenda a!n sentimos la

    presencia, en Alfredo, de este e#tra$o e inconsciente ale*amiento. -espu"s de la ms

    completa estima por nuestras fechoras, a!n podemos decir que nuestros propios d"spotas

    han sido menos agresivos que muchos patriotas populares. uando consideramos estas

    cosas somos ms y ms impacientes que cualquiera de las tendencias modernas hacia la

    entronizacin del ideal ms tmido y teatral. Lord /osebery llama nuestra imaginacin ante

    el cuadro de lo que Alfredo habra pensado acerca de los vastos desarrollos modernos de su

    nacin, de su inmensa flota, de su e#tenso &mperio, de su enorme contribucin a la

    civilizacin mecnica del mundo. )lo puede resultar provechoso concebir a Alfredo lleno

    de asombro y admiracin por estas cosas; solamente puede ser bueno que nos demos cuenta

    que, para la mirada infantil de un gran hombre de anta$o, nuestras invenciones y nuestros

    aparatos carecen de la vulgaridad y de la fealdad que vemos en ellos. %ara Alfredo, un

    buque de vapor sera un nuevo y sensacional dragn marino, y una estampilla de un

    penique el milagro logrado por obra del despotismo de un semi6dios.

    %ero cuando nos percatamos de todo esto hay algo ms qu" decir en relacin a la visin

    de Lord /osebery. 9(u" habra dicho el rey Alfredo si se le pidiera que, en lugar de gastar

    el dinero que haba destinado para la salud y la educacin de su pueblo, me*or se usara en

    una batalla contra alguna raza de visigodos o partos que viven en una peque$a seccin de

    un continente distante: 9(u" habra dicho si hubiera sabido que la ciencia epistolar que "l

    ense$ a &nglaterra hubiera sido utilizada eventualmente no para propagar la verdad sino

    para narcotizar al pueblo con certidumbres tan imb"ciles en s mismas como la seguridad de

    que el fuego no quema o de que el agua no ahoga: 9(u" habra dicho si el mismo pueblo

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    que, obedeciendo al ideal de servicio y sanidad del que "l era e*emplo, hubiera padecido

    todas las privaciones para derrotar a 'apolen, y que al final no se pudiera encontrar me*or

    cumplido a uno de sus h"roes que llamarlo el 'apolen de )udfrica: 9(u" habra dicho si

    la nacin en la que haba inaugurado una larga lnea de incomparables hombres de

    principios hubiese olvidado todas sus tradiciones y coqueteara con el inmoral misticismo

    del hombre del destino:

    %ermtasenos seguir estas cosas por todos los medios si las encontramos buenas y si no

    podemos encontrar nada me*or. %ero pretender que Alfredo las habra admirado es tanto

    como pretender que santo -omingo hubiera visto frente a frente al se$or radlaugh, o que

    fray Ang"lico se hubiera revelado en los carteles del se$or Aubrey eardsley. -"*enos

    seguirlas si queremos, pero permtasenos asumir honestamente todas las desventa*as de

    nuestro cambio; en el momento ms salva*e del triunfo, s"anos permitido sentir la sombra

    sobre las glorias de la verg