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«Dura era la tierra llamada Apachería, hogar de los indios apaches, donde cada insecto tenía

su aguijón, cada arbusto sus espinas y cada serpiente sus colmillos.»

Nacidos y criados como auténticos guerreros, los apaches llevaron durante siglos una vida nómada, batallando

por su supervivencia en un entorno hostil. Su habilidad para el combate podía erigirlos en jefes de su clan

o cubrirlos de desprecio. Vivían divididos en bandas en sus territorios de caza, creían en poderes

sobrenaturales e incluso se decía que sabios comoel célebre líder Gerónimo podían percibir qué estaba

ocurriendo en lugares lejanos.

Pero si por alguna razón este pueblo ha pasado a la posteridad es por su voluntad férrea de preservar

su libertad contra viento y marea. Capaces de combatir hasta la muerte, resistieron los intentos de conquista

desde principios del siglo xvii hasta finales del xix, cuando fueron aniquilados por el ejército de la Unión. Este libro cuenta la historia de una nación india desaparecida. Un pueblo guerrero que, diezmado y enviado a las reservas,

nunca perdió su extraordinaria identidad.

Donald E. Worcester (1915-2003) fue doctor en Historia de América y Latinoa-mérica por la Universidad de Berkeley (California) y profesor de Historia en la Universidad de Florida y en la Universi-dad Cristiana de Texas, donde alcanzó el grado de Profesor Emérito y Distingui-do. Presidió la Asociación de Historia del Oeste y publicó numerosas obras y artículos sobre historia latinoamericana y el sudoeste americano. Especialista en indios apaches, este libro, escrito en 1979 y ampliado por el autor en diversas oca-siones, es un clásico indiscutible de la his-toriografía contemporánea.

«Un excepcional ejemplo de erudición histórica.» American Historical Review

«Documentado a fondo y provisto de una excelente bibliografía, Worces-ter ha escrito un libro de gran utili-dad tanto para los especialistas como para los lectores que sientan interés por los indios del sudoeste.» American Indian Quarterly

«Si un solo volumen es capaz de reemplazar el mito con la realidad, y revestir los estereotipos con humani-dad, sin duda se trata de este libro.» Western American Literature

27mm

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Los apachesDonald E. Worcester

Águilas del sudoeste

Traducción de Javier González Martel

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Título original: The Apaches. Eagles of the Southwest

© 2012, University of Oklahoma Press, Publishing Division of the University

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública

o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)

si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Todos los derechos reservados.

El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado como papel ecológico y procede de bosques gestionados de manera sostenible.

Primera edición: abril de 2013Primera edición en este formato: septiembre de 2019

© de la traducción del inglés: Javier González Martel, 2013

© de esta edición: Edicions 62, S.A., 2019Ediciones Península,

Diagonal 662-66408034 Barcelona

[email protected]

depósito legal: b. 14.414-2019isbn: 978-84-9942-835-2

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ÍNDICE

Prefacio 11

1949

85

112130

179220

263308346382436

I. Los apaches y sus vecinosII. Apaches y españoles

III. Los inicios del conflicto angloamericano-apache en Nuevo México

IV. Los inicios del conflicto angloamericano-apache en Arizona

V. El azote de los mescaleros

VI. El conflicto angloamericano-apache en Arizona 157VII. Los apaches y la política de paz

VIII. Crook y la conquista de los tontoIX. John P. Clum y la lucha entre civiles y militares

por el controlX. Victorio, Nana y los mimbreños

XI. El alzamiento de CibecueXII. Crook y Gerónimo

XIII. Los prisioneros de guerra apachesXIV. Águilas enjauladas 470

Bibliografía 509Notas 527

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LOS APACHES Y SUS VECINOS

Dura era la tierra llamada Apachería, hogar de los indios apa-ches, donde cada insecto tenía su aguijón, cada arbusto sus espinas y cada serpiente sus colmillos. La vida era una batalla diaria por la supervivencia, una cruda lucha contra un entorno hostil lleno de depredadores salvajes, tanto animales como hu-manos. Formada por una escabrosa montaña y un desierto in-terminable, esa era la tierra de los apaches, y estos eran, de verdad, producto de su brutal entorno. Aunque preferían las montañas, se sentían en casa en cualquier parte de aquella tie-rra torturada: padecían hambre y sed, además de calor y frío extremos, sin rechistar. Cualquier extraño se consideraba un enemigo; no confiaban en nadie que no perteneciese a la ban-da y, a veces, surgían hostilidades encarnizadas entre distintas bandas o incluso dentro de la misma.

Gracias a la caza y a la recolección de semillas y raíces, los apaches siempre disponían de algo comestible; en tiempos de escasez eran aceptables hasta los lagartos y las ratas cambala-cheras, pero rechazaban la carne de oso y de pavo, además del pescado. Esta precaria existencia en una tierra tan difícil les obligó a separarse en pequeños grupos muy unidos de pocas familias, siempre en movimiento. La tierra no podía soportar a muchos en un mismo lugar y, por ello, desarrollaron la orga-nización tribal más rudimentaria posible. Había jefes, pero su autoridad dependía en gran medida de la persuasión y del prestigio personal, pues no imponían sanciones sobre los de-más. Los apaches vivían en absoluta independencia y eran ce-losos de su libertad.

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los apaches

Al ser un pueblo guerrero, los apaches nacían y se criabanpara el combate. Desde la más tierna infancia, la formación ylos juegos de un niño estaban diseñados para agudizar sus sen-tidos, adiestrarle en el manejo de armas y desarrollar al máxi-mo su resistencia física y su fortaleza. Cuando se considerabaque un joven apache estaba preparado, se le permitía conti-nuar su aprendizaje en los saqueos. Allí se esperaba que des-empeñara el papel de un guerrero, que se hiciera cargo detodo el trabajo en los campamentos y que aprendiera de losveteranos. Si tenía un comportamiento adecuado, se le acepta-ba como guerrero tras realizar cuatro incursiones. Sin embar-go, muchos jóvenes se negaban a participar en las incursionesy a otros se les consideraba no aptos. A quienes fracasaban ensu calificación de guerreros, se les trataba con desprecio. Elrobusto guerrero que producía este riguroso proceso era unenemigo implacable y despiadado, un maestro del sigilo, lasorpresa y la huida. Su resistencia era increíble; un guerrero apie podía cubrir cerca de ciento trece kilómetros al día. Losapaches no valoraban las heroicidades: si no contaban con unaventaja arrolladora sobre el enemigo, arriesgarse a entrar encombate era una insensatez. Había muy pocos hombres (nin-guna de las divisiones apaches estaba formada por más de unospocos miles, incluidos mujeres y niños) y los guerreros apa-ches no podían permitirse imprudencias con sus vidas. Noobstante, cuando los acorralaban o tenían que proteger a susmujeres y niños, luchaban con un arrojo temerario, y en lafrontera corría el dicho de que un apache se volvía más peli-groso cuando estaba herido. Una vez lejos del alcance de lasarmas enemigas, los apaches solían palmearse el trasero y de-dicaban gestos burlones a sus enemigos.

Tanto los apaches como sus parientes, los navajos, perte-necían a la extendida familia lingüística atapasca, aparente-mente la última ola migratoria asiática antes de que los esqui-males irrumpiesen en el continente americano. A pesar de sutardía aparición en Norteamérica, los atapascos se expandie-

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ron rápidamente desde el noroeste de Canadá hasta el nortede México. No se sabe con certeza en qué momento los gru-pos ancestrales de los apaches llegaron al sudoeste, pero yaestaban bien afianzados en algunos de sus territorios favoritoscuando los españoles llegaron a sus tierras por primera vez enel siglo xvi. Aunque los antropólogos no se ponen de acuerdosobre el momento aproximado de su llegada, muchos tienen laconvicción de que los atapascos llegaron relativamente tarde ala región. Los apaches, sin embargo, se sentían plenamente encasa en el sudoeste, y resulta increíble que se aclimataran alriguroso desierto y al entorno montañoso en tan poco tiempo.Los apaches encontraban agua y alimentos vitales donde otroshabrían perecido, y su íntimo conocimiento de aquel terrenovasto y tan poco atractivo indica que habían vivido en la re-gión el tiempo suficiente para sentirse completamente a gustoen él.

Este estudio se ocupa de los apaches de Nuevo México,Arizona y el noroeste de México. A lo largo y ancho de estevasto desierto y de esta región montañosa, vagaban los jicari-llas, los mescaleros, los mimbreños, los mogollón, los chirica-huas y los apaches occidentales: tonto, coyoteros y pinaleños.Los nombres con que conocemos a estas bandas son los queles aplicaron los españoles a finales del siglo xviii. Aunque losnavajos podrían ser incluidos y considerados apaches junto alos demás atapascos del sur, por regla general se les trata sepa-radamente y, por tanto, aquí los omitiremos. Los apacheskiowa y lipan de las llanuras del sur también quedarán exclui-dos.

Jicarilla significa «cestita» en español, y ese fue el nombrecon el que se bautizó a la banda apache que era muy diestra enla elaboración de vasijas de cestería. Los jicarillas que errabanpor el nordeste de Nuevo México y el sur de Colorado nuncafueron muy numerosos y jamás llegaron al millar. Desde elaño 1600, estuvieron en buenos términos durante la mayorparte del tiempo con los mescaleros, pero no así con los nava-

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los apaches

jos, aunque todos hablaban la misma lengua atapasca. Los ji-carillas tuvieron períodos de hostilidad y de amistad con losespañoles, y a menudo se unieron a ellos en expediciones con-tra otras tribus.1

Los mescaleros (literalmente, «elaboradores de mezcal»)del centro y del sudeste de Nuevo México y del oeste de Texasrecibieron el nombre por su costumbre de consumir mezcal.Aunque este nombre se aplicaba solo a este grupo, la mayoríade las bandas apaches tomaban mezcal. En cierta época, losmescaleros rondaron por ambas orillas del río Grande y porlas llanuras orientales, pero sus territorios de caza reconocidosfueron las montañas de Sierra Blanca, Sacramento y Guadalu-pe, al este del río Grande y, al sur, hasta el interior del BigBend y el norte de Chihuahua.

Desde al menos 1630 en adelante, en las proximidades dela cabecera del río Gila, al sudoeste de Nuevo México, estabanestablecidos los indios llamados apaches gila o gileños. Losmimbreños, chihinne o «gente pintada de rojo», una de lasdivisiones de los apaches gila, vivían en las montañas Mimbres(Sauce) y a lo largo del río homónimo. Estrechamente relacio-nados con ellos estaban los bedonkohes o apaches mogollón,que vivían en las montañas Mogollón, cerca de la frontera ac-tual entre Arizona y Nuevo México. Ambos grupos estabanvinculados íntimamente con los chiricahuas del sur de Arizo-na; de hecho, tan unidos que a menudo se les ha designadocomo chiricahuas orientales. Pero como a estas bandas se lasconocía por las montañas que recorrían, parece más apropiadoy menos confuso referirse a ellos como mimbreños y mogo-llón. Culturalmente, los gileños y los chiricahuas estaban máspróximos a los mescaleros que a cualquier otra banda apache.

Al oeste de los mimbreños estaban los chiricahuas, que va-gaban por las montañas Chiricahua y Dragoon, del sur de Ari-zona. Era la banda de Cochise. Más al sur, estaban los nednhi(o pueblo enemigo), con frecuencia llamados chiricahuas delsur, que frecuentaban Sierra Madre y las montañas Hatchet

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los apaches y sus vecinos

del norte de México. Como todas estas bandas vivían en unterritorio árido y accidentado, no intentaban cultivar nada yobtenían su alimento exclusivamente de la caza y la recolec-ción. Aunque todos los apaches eran nómadas, cada grupo te-nía una base favorita, un refugio donde almacenaban alimen-tos para el invierno y desde el cual iniciaban sus incursiones.

Los apaches más occidentales eran los tonto, los coyoterosy los pinaleños, que vivían en la cuenca del Tonto y los alrede-dores de lo que es hoy Flagstaff y el río Little Colorado, enlas montañas White, en torno al actual Fort Apache, y en lasmontañas Pinal. Debido a su lejanía de los asentamientos es-pañoles, estas tribus y las regiones que ocupaban eran pococonocidas por aquellos antes de que los misioneros jesuitas setrasladaran al norte desde Sonora a finales del siglo xvii. Losapaches occidentales, como se les denomina colectivamente,plantaban maíz y algún que otro cultivo, y doblaban aproxi-madamente en número a los chiricahuas, los mogollón y losmimbreños.

Los españoles ya conocían a las diversas divisiones apaches(no eran tribus en el sentido habitual) con una multitud denombres descriptivos antes de que adoptaran sus denomina-ciones modernas. Debido a ello, y a que muchas bandas apa-ches cambiaban habitualmente de ubicación, no siempre re-sulta claro en los relatos de los españoles qué banda estuvoenvuelta en determinado incidente en particular.

Además de las divisiones y bandas enumeradas más arriba,había otros pueblos belicosos que también podrían haber for-mado parte de la familia lingüística atapasca, casi siempremencionados junto a los apaches, y a quienes de vez en cuandose les denominaba con este nombre. Eran los janos, los joco-mes, los mansos y los sumas. Los janos y los jocomes estabanvinculados a los chiricahuas y, según parece, se fusionaron conellos alrededor de 1700, pues sus nombres apenas aparecen enfechas posteriores.2. Los mansos y los sumas se movían más aleste; también desaparecieron como pueblos independientes.

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los apaches

Los tobosos de Nuevo León eran, según parece, otro grupoatapasco con prácticas de asalto similares a las apaches, y losespañoles del siglo xviii los consideraban como tales.3

Como muchas tribus de indios norteamericanos, las ban-das apaches y sus divisiones se hicieron conocidas por losnombres que les pusieron otros, puesto que el término atapas-co con el que se referían a sí mismos era Diné, que significa«la Gente». Se cree que apache es una corrupción del términozuñi apachú o «enemigo», el nombre que daban a sus vecinosatapascos, los navajos. A causa de su legendaria furia, los apa-ches se hicieron bastante populares tanto en Europa como enAmérica; de hecho, se llegó a bautizar un violento baile fran-cés en su honor. Su reputación de ferocidad, ganada a pulsoen sus encuentros con los españoles, seguía siendo muy mere-cida cuando los angloamericanos se enfrentaron a ellos en elsiglo xix.

Los apaches vivían en go-tahs o campamentos, en gruposde varias familias que constituían sus principales unidades po-líticas. Los hombres jóvenes, al casarse, se iban a vivir con lasfamilias de sus mujeres, a las cuales atendían desde entonces.En los viejos tiempos, los grupos de asalto estaban formados,generalmente, por miembros de un solo campamento, pero enocasiones los hombres de varios go-tahs se podían unir parallevar a cabo una incursión. Dejaban a las mujeres y los niñosen un refugio seguro con una buena reserva de alimento yunos pocos hombres para protegerlos; entonces se ponían enmarcha.

Algunos apaches, probablemente jicarillas y mescaleros,comerciaban todos los años con los indios pueblo del ríoGrande e intercambiaban cueros, pieles, sebo y cautivos porcomestibles, tabaco y ropa de algodón de los pueblo. Existenalgunas pruebas de que los apaches acampaban en las proximi-dades de ciertos asentamientos pueblo durante los inviernos.Las relaciones entre ambos debieron de ser, por lo general,pacíficas, pero de no haber existido interludios de guerra lo

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los apaches y sus vecinos

más probable es que los zuñis les hubiesen puesto a los navajosun nombre más cordial que el de «enemigos».

Después de que los españoles llegaran en la última décadadel siglo xvi y se establecieran de modo permanente en Nue-vo México, los apaches incrementaron sustancialmente susreservas de alimentos asaltando los rebaños de ganado de losasentamientos españoles y pueblo. Como lo ignoraban todosobre la cría de ganado o de caballos y consumían con rapidezlo que robaban, llegaron a depender cada vez más de los asal-tos para su alimentación. Y debido a que rara vez podían re-unir un elevado número de guerreros, las partidas de asaltoeran pequeñas, formadas, por lo general, de cuatro a docehombres. Los asaltantes viajaban a pie y se ocultaban durantedías si era necesario, observando a sus codiciadas víctimas has-ta que surgía el momento propicio. Entonces ahuyentabanfurtivamente a los animales para que su desaparición no sedescubriera en horas o días. Evitaban el enfrentamiento en lamedida de lo posible, pues podría poner en peligro el objetivodel asalto. Si les pillaban desprevenidos, mataban a algunosanimales con la idea de regresar para comérselos después y sedispersaban en todas direcciones. En caso de que se desatarauna persecución rápida y resuelta, se podían recuperar algu-nos animales, pero los asaltantes, por lo general, lograbanhuir. Cuando ya habían consumido los animales robados, losapaches salían de nuevo a saquear. Los grupos de asalto po-dían viajar a cientos de kilómetros de los campamentos parahacer incursiones en ranchos o asentamientos de NuevoMéxico, Chihuahua o Sonora, lo que convertía en extremada-mente complicada la organización de una defensa efectivacontra ellos.

Los apaches distinguían entre incursiones (por el botín) yguerra (principalmente por venganza). Las primeras se orga-nizaban cuando las reservas de carne estaban a punto de ago-tarse. Por lo general, una anciana del grupo llamaba la aten-ción sobre el asunto y sugería un plan para apoderarse del

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ganado enemigo. Un asaltante experimentado no tardaba enanunciar una incursión y solicitar voluntarios: cualquier hom-bre que hubiese completado su aprendizaje en anteriores par-tidas de asalto podía formar parte de esta.

Una vez seleccionado el rebaño enemigo del que se iban aapoderar, unos cuantos asaltantes se aproximaban a él a prime-ra hora de la mañana y conducía el ganado silenciosamentehacia el resto de los apaches, que aguardaban en la retaguar-dia. Estos hombres rodeaban el rebaño y se lo llevaba veloz-mente hacia su territorio. Durante el viaje de vuelta, hombresy animales viajaban sin descanso, a menudo sin dormir, duran-te cinco días. Los asaltantes tenían el derecho de obsequiar losanimales que habían robado a parientes maternos, pero tam-bién a mujeres que no perteneciesen a su familia. Según lacostumbre, el ganado robado se distribuía de un modo equita-tivo entre los miembros del campamento sin que ninguna fa-milia quedara excluida.

Aunque las partidas de asalto solían estar formadas com-pletamente por miembros de un mismo grupo local, las deguerra recurrían a miembros del clan de una zona más amplia.Si habían matado a un guerrero, vengar su muerte dependíade sus parientes maternos. El jefe del grupo local de guerrerosal que pertenecía el caído enviaba mensajes a los jefes de clande otros grupos en los que anunciaba un consejo. Todos losque querían participar se reunían en una ceremonia de «mar-cha bélica» con danzas y discursos destinados a ponerles endisposición y ánimo de combate. Las partidas de guerra, quepodían incluir hasta doscientos hombres, siempre contaban almenos con un hombre medicina cuya responsabilidad eraalentar la conducta adecuada y predecir el resultado. Los ni-ños capturados solían adoptarse, pero si se capturaba a enemi-gos adultos con vida, se entregaban a los parientes femeninosdel guerrero muerto para que los torturasen y los matasen.4

Según parece, los apaches se toparon por primera vez conlos españoles en 1599, cuando ayudaron a defender Acoma

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Pueblo de Juan de Oñate, el primer gobernador español deNuevo México, quien, el año anterior, había traído una colo-nia de pobladores al valle del río Grande. Resulta imposibledeterminar si aquellos defensores eran chiricahuas, apachesoccidentales o «apaches de navajo». De cualquier manera, elprimer asentamiento de Oñate no tardó en convertirse en ob-jeto de las incursiones apaches y navajos, aunque su fin eramás el ganado de los españoles que la destrucción. Caballos,mulas y ganado enriquecieron en buena medida la dieta espar-tana de los apaches, y estos no tardaron en preferir las carnesde caballo y mula, que preferían a las de ternera o cordero. Lasincursiones apaches se hicieron tan costosas que, en poco me-nos de una década, los colonos de Nuevo México solicitaron alvirrey que les permitiese abandonar la colonia. Sin embargo,uno de los sacerdotes españoles abogó por que no se abando-nara Nuevo México, pues, afirmaba, los indios pueblo conver-sos habían perdido la amistad de los apaches. En 1609, el vi-rrey ordenó a los colonos que se quedaran.5

Tras la llegada de los españoles, los apaches continuaroncomerciando con los indios pueblo, tal y como solían. Pero losgobernadores españoles, empezando por Oñate, conocedoresde la constante demanda de mano de obra que había en loscampos mineros del sur, empezaron a secuestrar apaches paravenderlos como esclavos. En ocasiones llegaron a vender apa-ches pacíficos que habían aceptado la conversión, así comootros que se habían acercado amistosamente a comerciar. Noes sorprendente que, mientras continuase la venta de cautivos,los apaches desarrollaran un odio imperecedero hacia los es-pañoles. Las familias apaches estaban muy unidas, ligadas porpoderosos vínculos de afecto, y la pérdida de cualquier parien-te cercano era causa de un auténtico dolor. La captura de es-clavos y la posterior práctica de mandar los prisioneros a Ciu-dad de México para que allí se dispusiera de ellos intensificaronde tal manera el odio de los apaches hacia los españoles y losmexicanos, que este no remitió nunca jamás.

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los apaches

Para la década de 1620, los españoles conocían bastantebien a los apaches de Nuevo México. En 1630, fray Alonso deBenavides quedó tan impresionado por ellos que llegó a esti-mar disparatadamente en su crónica que su número superabaal de todas las tribus juntas de Nueva España (México). Noobstante, apuntó muchas observaciones que se verificaríanuna y otra vez durante los siglos ulteriores. Los apaches eran,escribió, «un pueblo muy fiero y belicoso, y muy diestro en laguerra». Valoraban la castidad y castigaban a la mujer adúlteracortándole la parte carnosa de la nariz. «Se enorgullecen mu-cho de decir la verdad», añadió.6

En cuanto los apaches aprendieron a emplear los caballospara otra cosa que no fuera «leña para la tripa», tanto su mo-vilidad como su poderío militar aumentaron de un modo con-siderable. No hay testimonios personales que nos informen decómo o cuándo aprendieron los apaches a montar a caballo,pero hay unos cuantos documentos que nos proporcionan al-gunos indicios. Por lo común, las autoridades españolas pro-hibían a los indios la posesión o la monta de caballos, pero en1621 se les concedió un permiso especial a los rancheros y alos misioneros de Nuevo México para emplear a indios puebloconversos como pastores.7 Durante la década de 1630, hubofrecuentes quejas porque aquellos conversos, presumiblemen-te desencantados con el trato que les dispensaban sus amosespañoles, huyeron para buscar asilo entre los apaches y losnavajos. Parece claro que fueron estos indios pueblo conver-sos quienes enseñaron a montar a caballo a los apaches en lasdécadas de 1630 y 1640. Desde 1640, aproximadamente, exis-te un montón de informes sobre conspiraciones entre los in-dios pueblo y los apaches o los navajos contra los españoles.En 1650, por ejemplo, algunos pastores pueblo entregaron re-baños de caballos españoles a sus aliados apaches.8

Cuando empezaron a emplear los caballos, los apaches si-guieron el modelo de los españoles en su equipamiento demontura. Trenzaban cuerdas de crines y cuero crudo, y hacían

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sillas de montar (con armazones de madera), estribos y hebi-llas para la cincha. Sus primeras mantas de montar estabanhechas de piel de carnero, búfalo o ciervo. Más adelante, ad-quirieron mantas tejidas en sus tratos con los indios pueblo oa través de saqueos. Y para proteger los cascos de sus caballosen los viajes largos, los revestían con botas de cuero.9

Antes de 1680, las conspiraciones entre apaches y puebloshabían sido aisladas, poco coordinadas e inefectivas, pero yaalrededor de 1650 las incursiones apaches contra los rebañosespañoles se habían convertido en un problema grave. A lolargo del siglo xvii, los gobernadores continuaron capturandoapaches para venderlos como esclavos. En sus expedicionesesclavistas, los españoles emplearon un buen número de in-dios pueblo, lo que incrementó la enemistad de algunas ban-das apaches con ciertas tribus pueblo, aunque eso no obstacu-lizó la cooperación entre otras.

En la década de 1660, la hostilidad apache se generalizótanto y se volvió tan destructiva que ningún camino resultabaseguro; los guerreros apaches estaban permanentemente aler-ta, listos para tender emboscadas a los viajeros incautos. Du-rante la década siguiente, las incursiones se hicieron aún másdevastadoras y, a raíz de esto, en 1672 se abandonó el pueblode Háwikuh. Los asaltos de los jicarillas y de los mescalerosprovocaron el abandono de los pueblos Tompiro, al este de lasmontañas Manzano, a principios de la década de 1670. A ex-cepción de unos pocos rebaños de ovejas que habían sido cus-todiados cuidadosamente, el ganado español en el valle del ríoGrande había desaparecido por completo. Mientras, al rey lehabía llegado noticia de la continua venta de apaches y, en1673, a través de uno de los muchos edictos reales, ordenó laliberación de los indios esclavizados en Nuevo México y de-más provincias del norte. Pero los funcionarios españoles te-nían ya mucha práctica a la hora de burlar edictos reales in-oportunos o inconvenientes sin caer en abierta deslealtad:aceptaron aquellos decretos diciendo «Obedezco, pero no

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acato». No se liberó a los esclavos, y la captura y venta de apa-ches continuó activa.

Las incursiones apaches dejaron prácticamente sin caba-llos a la unidad de caballería del presidio10 de Santa Fe, impo-tente para enfrentarse a los asaltantes enemigos. A finales de ladécada de 1670, además, una grave y prolongada sequía en elcurso de la cual murieron cientos de indios pueblo, debilitóseriamente las defensas provinciales. En 1677, el padre Fran-cisco de Ayeta, el enérgico franciscano superior de las misio-nes de Nuevo México, condujo una caravana de provisiones yun millar de caballos para las tropas. Convencido de que laprovincia corría aún grave peligro, regresó a Ciudad de Méxi-co para solicitar provisiones, tropas y caballos. Camino delnorte, a la altura del río Grande, con los carromatos, la mana-da de caballos y cincuenta soldados reclutados en las cárcelesde Ciudad de México, se topó con unos españoles que huíanhacia el sur desde Nuevo México.

La sublevación de los indios pueblo de 1680 fue cuidado-samente planeada y coordinada por un indio pueblo llamadoPopé; había dado instrucciones a los líderes de los diversospueblos para que contaran los días a través de nudos en cuer-das de tal forma que todos pudiesen emprender el ataque elmismo día. Los líderes de la rebelión también convencieron alos apaches (según parece jicarillas y mescaleros) y a algunosnavajos para que se unieran al alzamiento. Esta coalición fuedecisiva: los españoles decidieron abandonar Nuevo Méxicosolo tras convencerse de que los apaches y los navajos estabanayudando a los rebeldes. Y después, al considerar la reconquis-ta de la zona (que les costó completar dieciséis años), su prin-cipal preocupación fueron los apaches y los navajos. Los espa-ñoles albergaban la esperanza de que las tribus pueblo lesrogasen protección.

Durante la reconquista de Nuevo México, la presión de loscomanches empujó a los mescaleros en dirección oeste haciael río Grande. Los comanches también obligaron a marcharse

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de su antiguo territorio a una banda de jicarillas siguiendo ellecho del río Arkansas hasta Sierra Blanca. La ofensiva haciael sur de los comanches, sobre todo para adquirir caballos,aisló a los mescaleros y a los jicarillas de sus antiguos territo-rios para la caza del búfalo en las llanuras sureñas. En 1733, unsacerdote español estableció una misión entre los jicarillas enlas proximidades del pueblo de Taos, pero esta duró solo unosaños. Al parecer, los jicarillas aceptaron la presencia de un mi-sionero con la esperanza de asegurarse la ayuda de los españo-les contra el imperio comanche.

La revuelta de los indios pueblo se desató en una época decambio y prolongación de incursiones apaches. Los mescale-ros trasladaron sus asaltos al norte, hacia el valle del río Gran-de. Los apaches gila empezaron a atacar los asentamientosespañoles situados al sur, en Chihuahua, y se aliaron con lossumas, los janos y los jocones del oeste de Chihuahua y el estede Sonora. En la década de 1690, el padre Eusebio FranciscoKino declaró que aquellas tribus y los apaches llevaban asolan-do Sonora desde hacía «muchos años».11

No se sabe con exactitud cuándo penetraron por primeravez los apaches en el sur de Arizona, pero los primeros misio-neros jesuitas de la región no hicieron mención de encuentroscon estos hasta 1698, cuando el padre Kino se topó con ungrupo en el valle de San Pedro, cerca de la actual Fairbanks.La presión española debió empujar a los apaches hasta allí, oquizá llegaron atraídos por la perspectiva de todos aquellospueblos sedentarios listos para ser saqueados.

Entre 1680 y los primeros años de 1700, los apaches occi-dentales parecían centrados en las proximidades de la cabeceradel Gila. A lo largo del río Verde de Arizona (en lo que mástarde sería el territorio de los apaches tonto) estaban los yava-pais, que hablaban la lengua yuma. No hay constancia de apa-ches en la región del río San Francisco hasta 1747, ni en lasmontañas White hasta 1808, pero aunque nunca se denunciósu presencia, debieron de estar allí desde antes. Las campañas

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españolas desde Zuñi en 1747 y 1754, como otras que se efec-tuaron desde Chihuahua, debieron de forzar a algunos apa-ches del oeste de Nuevo México y del sudeste de Arizona atrasladarse más al oeste, incrementando de este modo la pre-sión apache sobre los sobaípuris. Las expediciones españolasdesde Janos y Fronteras también debieron de obligar a lasbandas apaches del sur a buscar refugio en las montañas Chi-ricahua y en la región de San Francisco.

La Arizona española era una extensión de Sonora más quede Nuevo México, y permanecería como parte de ella hasta1854. Los españoles jamás ocuparon zonas de Arizona por de-bajo del valle de Santa Cruz y la ranchería pima de Tucson.Los jesuitas habían establecido misiones entre los indios mayoy yaqui de Sonora a principios del siglo xvii y, poco después,entraron en territorio ópata. Pimería Alta, como se llamó alnorte de Sonora por el predominio de las tribus pimas, era elhogar de los altos pimas, los pápagos, los sobas y los sobaípu-ris. Eran pueblos sedentarios y agricultores, aunque los pápa-gos del desierto del sur de Arizona subsistían principalmentegracias a la caza y la recolección. Pimería Alta limitaba al nor-te con las tierras de los apaches gileños, al este con el río SanPedro y al oeste con el Colorado y el golfo de California.

Los misioneros jesuitas, encabezados por el padre Kino,penetraron en la Pimería Alta en la década de 1680.12 Los pue-blos pima y ópata les dieron la bienvenida y aceptaron ense-guida el cristianismo. Los sobaípuris de los valles de SantaCruz y San Pedro solicitaron más misioneros, pero no hubodisponibles hasta el siglo xviii. Los jesuitas, nada más llegar,recibieron la advertencia de la creciente amenaza apache y lle-garon a contar con los guerreros ópatas y pimas para la pro-tección de sus misiones y rebaños.

De todas las tribus que se encontraron los españoles enNorteamérica, ninguna adoptó el modo de vida español conmás disponibilidad y éxito que los ópatas. Junto a los pimas, notardaron mucho en desempeñar funciones importantes en los

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asentamientos de Sonora. Como a los ópatas no les había que-dado más remedio que penetrar en territorio pima al trasla-darse por el río Yaqui, en el pasado habían existido hostilida-des entre ambas tribus. Pero a medida que se intensificaronlos ataques apaches, estos conflictos menores se subordinaronal problema común de la supervivencia. Los ópatas, por suespecial relación con los españoles, recibieron el nombre de«los niños mimados de la corona española» y «la más valiente,noble y leal de todas las tribus amistosas; los tlascaltecas detierra adentro».13 Se casaron con españoles y luego con mexi-canos hasta el punto de desaparecer como tribu diferenciada,y su lengua fue al final reemplazada por el español.

El dominio ópata se extendía desde las montañas Huachu-ca del sur de Arizona hasta la zona central de Sonora, pero lacreciente hostilidad apache obligó a la tribu a dirigirse gra-dualmente hacia el sur, dejando despoblada la parte norte delterritorio. Los poblados ópatas eran pequeños e independien-tes, pues no estaban organizados políticamente a nivel tribal.Fronteras, Bavispe, Baserac y Arizpe estaban en territorioópata; en 1778, Arizpe se convirtió en la capital provincial deSonora. Las relaciones armoniosas entre ópatas y españolessolo se vieron afectadas por un complot aborigen en 1696 yunos pocos incidentes en el siglo xviii.

Los funcionarios españoles tenían a los pimas por gente depoca confianza a pesar de sus notables servicios en la luchacontra los apaches, y una sucesión de varios alzamientos deestos últimos no hizo sino ratificar las dudas de los españoles.El apoyo pima a los españoles intensificó la hostilidad entreapaches y pimas, aun cuando algunos apaches seguían acu-diendo a los poblados pimas para comerciar. De todas las tri-bus pimas, los sobaípuris eran los guerreros más destacados,pues sus tierras colindaban con las de los apaches arivaipas ychiricahuas, y de vez en cuando perseguían a los asaltanteshasta adentrarse en las montañas Chiricahua. Si la tribu hu-biera sido débil, no hubiera tardado en ser ahuyentada o ani-

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quilada. Sin embargo, a pesar de su valentía y destreza en lalucha, los sobaípuris no pudieron resistir la presión apache in-definidamente.

Los problemas apaches en Sonora tienen su paralelo en losde Nuevo México a lo largo del siglo xvii, pues las incursionesse incrementaron con bastante dureza a medida que el siglofue avanzando, y fueron especialmente penosas en la décadade 1680. Para la década siguiente, los estragos apaches casihabían dejado la provincia deshabitada. Los chiricahuas hosti-gaban no solo a las misiones y a los ranchos lejanos, sino quepenetraban con audacia en las partes más populosas de Sono-ra. Los españoles pedían cada vez más ayuda a sus aliados ópa-tas y pimas para defender sus pueblos y para participar en ex-pediciones punitivas.

A principios de la década de 1690, después de que los chi-ricahuas y los gileños expulsaran a los ópatas del norte de So-nora, los españoles fundaron el presidio de Fronteras, que seconvirtió en un emplazamiento clave para la defensa de la re-gión contra los apaches. En 1693, se estableció también unacompañía volante14 para la defensa de Sonora. Se estimaba queuna sola banda apache había robado cien mil caballos, y secreó esta unidad móvil para hacer frente a semejantes roboscon la activación de una persecución inmediata y veloz. Perocomo las incursiones apaches eran repentinas y podían suce-der en cualquier parte, la compañía volante no pudo llevar acabo lo que se esperaba de ella.

Aunque una fuerza combinada ópata-pima había defendi-do con éxito la misión y el pueblo ópata de Cuchuta, los ópatasseguían considerando a los pimas culturalmente inferiores,una actitud que, como es natural, resultaba ofensiva a los pi-mas. En las misiones pimas, los jesuitas contrataban a ópatascristianizados como asistentes y les conferían autoridad sobrelos neófitos tensando así aún más las relaciones. En 1695, losresentidos pimas se volvieron a alzar contra los españoles ymataron a algunos jesuitas junto a sus ayudantes ópatas. Des-

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pués, los rebeldes destruyeron Altar y atacaron Caborca, dosasentamientos misioneros. El padre Kino organizó un en-cuentro de paz y el jefe pima El Tupo acordó la identificaciónde los que habían acabado con la vida de los jesuitas. Pero encuanto los pimas señalaron a un culpable, un oficial español lodecapitó sin contemplaciones. Los pimas, asustados, se dierona la fuga, pero los soldados y sus aliados seri los persiguieronsin darles tregua y mataron a El Tupo y a cincuenta pimas más.Todos los asesinados eran inocentes y, además, se les habíaprometido protección. A raíz de esta traición, los pimas vaga-ron por el territorio destruyendo pueblos y ranchos españoleshasta que, al final, muchos años después, el padre Kino consi-guió que se les otorgara un perdón generalizado para todosellos.

La primera vez que Kino visitó los valles de Santa Cruz yde San Pedro en el sur de Arizona encontró ambas zonas den-samente pobladas, con diez o doce asentamientos sobaípurisen cada valle y una población total de quizá cuatro mil qui-nientos habitantes. Kino llevó rebaños de vacas y caballos paraestablecer ranchos en Quíburi (cerca de la actual Fairbanks) yen Bac (cerca de la ranchería de Tucson). Quíburi era el pue-blo del jefe sobaípuri Coro, que había adquirido fama en lasguerras contra los apaches liderando varias exitosas expedicio-nes de castigo a sus baluartes.

Como los asaltos se habían convertido prácticamente en suúnico sustento, los apaches dependían ahora casi por enterode los rebaños robados para su alimentación, los cuales posibi-litaban la congregación de más apaches. Como consecuencia,las partidas de asalto se hicieron más numerosas que antes y enocasiones llegaron a contar con varios cientos de guerreros yalgunas mujeres, y no era raro que incluyesen jocomes y janos,aparte de apaches. Como dependían más de la fuerza que delsigilo, las partidas de asalto atacaban audazmente pueblos es-pañoles e indios, e incluso presidios. Fue este cambio de tácti-ca lo que convirtió las incursiones en tan destructivas. Los

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apaches ya no se contentaban solo con robar el ganado; suodio hacia los españoles les impulsaba a destruir todo lo que seles ponía por delante. En 1693, por ejemplo, los apaches des-truyeron tan a conciencia la misión de Cocóspera que, actoseguido, tuvo que ser abandonada.

Poco después, tuvo lugar un encuentro en el que varioscentenares de apaches, janos y jocomes atacaron la misión so-baípuri de Santa Cruz de Quíburi. Tras aterrorizar a los habi-tantes, los atacantes ignoraron su presencia y se dispusieron adarse un banquete de carne de caballo a la parrilla. Los sobaí-puris mandaron un mensajero a Coro en busca de socorro.

El jefe y cerca de quinientos guerreros, que se habían re-unido para organizar una campaña contra los apaches, se pre-cipitaron al rescate desde su poblado de Quíburi, situado aunos ocho kilómetros. El Capótcari, el jefe apache, viendo queestaba en clara desventaja numérica, propuso que tanto élcomo Coro seleccionasen a diez hombres para que se enfren-tasen y decidieran el resultado de la contienda. Coro aceptó eldesafío y seleccionó a sus diez guerreros más hábiles. El Ca-pótcari eligió a sus campeones entre apaches, janos y jocomes.Pero los pimas eran muy habilidosos a la hora de esquivar fle-chas y ganaron la contienda; el último en caer fue el propio ElCapótcari. Los apaches huyeron en el acto, perseguidos porlos sobaípuris, y antes de que la persecución llegase a su con-clusión más de cincuenta apaches yacían muertos por el cami-no. Los supervivientes se separaron y aparecieron en distintosgrupos en Janos, El Paso y Santa Fe pidiendo la paz. Aunquela victoria fue muy aclamada, los oficiales españoles siguierondesconfiando de los altos pimas. El padre Kino y otros jesuitasque vivían con ellos se mostraban más optimistas, pero aun asísufrieron multitud de decepciones cada vez que a los pimas lesdaba por abandonar de repente sus misiones.

Pese a las victorias ocasionales sobre los apaches, el balan-ce resultaba desfavorable para los sobaípuris, y Coro, pocodespués de su triunfo, se llevó a los suyos del valle de San Pe-

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dro a Los Reyes, cerca del pueblo actual de Patagonia. Perma-necieron en Los Reyes hasta 1705, momento en que regresa-ron a Quíburi. Tras la muerte en 1711 del padre Kino y deCoro, los españoles apenas se molestaron en alentar o ayudara los sobaípuris durante los siguientes veinte años. El padreLuis Velarde, en un escrito fechado en 1716 en Pimería Alta,halagaba a la tribu: «Los pimas son valientes y audaces, tal ycomo prueban las guerras que los sobaípuris y el resto de lastribus del norte han mantenido contra los apaches».15

Aunque los españoles habían explorado Arizona por elnorte hasta Casa Grande, en el siglo xvii no hubo ningún in-tento serio de colonizar la región. Sin embargo, el descubri-miento de las famosas Bolas de plata en Arizonac, a poca distan-cia al sur de la actual frontera entre Arizona y Sonora, atrajo aun torrente de mineros y buscadores de plata en la década de1730. Las enormes vetas de plata no tardaron en extinguirse yno se encontraron otras nuevas. Aunque los buscadores per-dieron interés y se marcharon, algunos colonizadores se insta-laron allí.

Durante esta misma década, los sacerdotes jesuitas empe-zaron a trabajar entre los sobaípuris en Guevavi y en Bac. Pocodespués, los sobaípuris de la parte inferior del valle de SanPedro abandonaron el área para fusionarse con otros grupos alo largo del Gila. En 1741, el virrey de Nueva España ordenóla construcción de un nuevo presidio entre Guevavi y Soamcapara que lo guarnecieran los pimas, los sobaípuris, los pápagosy los cocomaricopas. «Sobre todo —indicó con optimismo—,será posible defender la provincia de los frecuentes ataques delos apaches, de sus extorsiones y de sus hostilidades.» El pre-sidio de Terrenate, que sería conocido con numerosos nom-bres, se erigió al año siguiente.16 Estaba al final del valle deSan Pedro, cerca de la actual frontera mexicana, una posiciónestratégica para controlar las incursiones apaches. Pero aun-que las tropas estuvieron activas, fueron incapaces de cumplirlas expectativas del virrey.

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En 1750, los apaches destruyeron las misiones de Bac y deGuevavi. Al año siguiente, hubo un alzamiento general de lospimas liderado por Luis Oacpicagigua de Saric, que había sidonombrado capitán general de estos por su ayuda en el someti-miento de los seris. Dijo que los pimas se habían rebelado de-bido al trato opresivo de los jesuitas, pero estos negaron talcargo y lo acusaron de buscar poder personal. Más de un cen-tenar de españoles murieron en la lucha y pasarían muchosaños antes de que los pimas volvieran a vivir en paz.17

Una de las consecuencias de la rebelión pima fue el esta-blecimiento del presidio de Tubac. En 1763, no obstante,Tucson y San Javier del Bac quedaron abandonados hasta nue-vo aviso a causa de los devastadores ataques apaches; y cuatroaños más tarde los jesuitas fueron expulsados de todas las po-sesiones españolas y los franciscanos los reemplazaron en lasmisiones de Pimería Alta.

Los apaches desarrollaron un esfuerzo especial para des-truir la ranchería de Tucson, pues estaba situada en el caminode sus incursiones al sur. Sin embargo, gracias a los desvelosdel padre franciscano Francisco Garcés, se construyó allí mis-mo un pueblo amurallado. En el momento en que la guarni-ción del presidio de Tubac se trasladó a Tucson a mediados dela década de 1770, el asentamiento era razonablemente segu-ro, aunque en absoluto estaba libre de ataques apaches.

La población sobaípuri del valle de Santa Cruz comenzó adescender alrededor de 1750 y el declive continuó hasta que lazona quedó totalmente despoblada. Las incursiones apachesfueron la causa principal del descenso de la población, pero losestragos de las enfermedades fueron también en parte respon-sables. Recelosos de la guerra crónica con los apaches, los so-baípuris restantes abandonaron sus pueblos en 1762 y se refu-giaron en las misiones de Soamca, de San Javier del Bac y deTucson. En 1775, después de que todos los sobaípuris se hu-biesen marchado de la zona inferior del valle de San Pedro,solo había un presidio en Santa Cruz de Quíburi, creado por

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el traslado de tropas desde Terrenate. No obstante, tras cincoaños de guerra constante con los apaches, las tropas tuvieronque regresar a Terrenate. En 1800, la ranchería de Tucson y lamisión de San Javier eran los únicos puestos avanzados espa-ñoles en la zona inferior del valle de Santa Cruz.

En el resto de Sonora, los problemas con los apaches fue-ron constantes durante la primera mitad del siglo xviii, y lagravedad de la devastación se vio incrementada a causa delaumento del número de apaches que componían las partidasde asalto. Muchas campañas españolas en la región del ríoGila y en las montañas Chiricahua se originaron en los presi-dios de Fronteras, Terrenate y Tubac. La más ambiciosa tuvolugar en 1747, un movimiento coordinado contra los gileñoscon tropas que convergieron desde distintas direcciones. Pero,debido a la dificultad del terreno y al carácter esquivo de losapaches, la campaña se saldó con un éxito moderado. Sin em-bargo, estableció un nuevo modelo de campañas que sería másefectivo en el futuro.

Los gileños continuaron llevando a cabo incursiones tantoen Nuevo México como en Sonora y Chihuahua. En NuevoMéxico se establecieron patrullas militares, pero los gileñoslas evitaban con facilidad y solían penetrar hasta sitios comoAlbuquerque y Laguna. Las expediciones punitivas que se or-ganizaban esporádicamente desde todos los presidios cercanossupusieron un obstáculo muy leve para los asaltantes.

En la década de 1750, la hostilidad apache fue tan perjudi-cial que muchos ranchos y emplazamientos españoles de So-nora fueron abandonados (algunos de manera permanente),incluso sitios situados tan al sur como Altar. En 1756 se orga-nizó una fuerza de ciento cuarenta ópatas para perseguir aunos asaltantes apaches hasta el territorio del Gila, y se reclu-taron tres compañías adicionales de esta tribu para reforzar lospresidios. Como después de 1762 los sobaípuris del valle deSan Pedro ya no constituían el objetivo principal de los ata-ques apaches, las incursiones se volvieron intolerables. A lo

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largo de la década de 1760, los rancheros de Chihuahua per-dieron miles de caballos, mulas y cabezas de ganado en manosde los apaches.18

Entre cada una de las incursiones, los apaches acudían confrecuencia a los presidios para negociar el intercambio de pri-sioneros. Los apaches seleccionaban los lugares de encuentroconfiando en que los españoles no les atacarían mientras tuvie-sen prisioneros españoles en su poder. Una vez realizados losintercambios, los apaches se dividían en pequeñas bandas pararobar ganado y caballos durante el camino de vuelta a casa.También se aprovechaban de la ausencia de tropas cuando sa-lían de campaña y atacaban los asentamientos vulnerables. En1766, por ejemplo, mientras el capitán Juan Bautista de Anzase hallaba fuera de Tubac al frente de un escuadrón para darcaza a los apaches, estos se apoderaron de un rebaño de gana-do en San Javier del Bac. A partir de 1765, los presidios deFronteras, Terrenate y Tubac emprendieron campañas men-suales, pero estas no consiguieron ningún alivio inmediato.

El padre Ignaz Pfefferkorn, que sirvió en Sonora desde1756 hasta la expulsión de los jesuitas en 1767, comentó quelos asaltantes apaches se llevaban el ganado robado con tantarapidez que, por lo general, ya se encontraban a treinta otreinta y cinco kilómetros de distancia antes incluso de que seadvirtiera la pérdida. Y como los apaches mataban y se comíantodos los caballos y mulas, a excepción de algunos de los me-jores, que se guardaban para los saqueos, la mayor parte de lasveces resultaba imposible recuperar los rebaños perdidos.Anotó que cuando los asaltantes atacaban en bandas numero-sas no se precipitaban, pues mantenían una retaguardia listapara tender una emboscada a los perseguidores incautos. Elatrevimiento de los apaches era tal que incluso atacaban a lossoldados que estaban a cargo de las manadas de caballos de lospresidios.

Pfefferkorn culpaba de la mayor parte de los problemas ala falta de efectividad de las tropas destacadas en los presidios.

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No estaban adiestradas en el uso de armas de fuego y, pese aser excelentes jinetes y hábiles en el uso de la lanza, tales habi-lidades apenas les resultaban de utilidad en las batallas contralos apaches. El mando de un presidio era, además, un puestomuy lucrativo. Pfefferkorn describió las diversas maneras me-diante las cuales los capitanes de los presidios podían sacarprovecho a través de la venta de provisiones, uniformes y ca-ballos a las tropas: «Esto es de sobra conocido en Ciudad deMéxico —señaló con ironía—, y la posición del capitán no seconfiere a nadie que no pueda probar su valía militar con unpago en efectivo de doce o catorce mil pesos. Puede o no tenerconocimientos bélicos... Esta es una de las razones por las quelos salvajes detentan el dominio de Sonora». Añadía que lastropas perseguían de vez en cuando a los apaches, pero nor-malmente regresaban con las manos vacías, «porque los indiosson demasiado rápidos para ellos».19 La situación estaba em-peorando y, para algunos españoles, Sonora parecía condena-da a la despoblación total. Solo durante la década de 1760 seabandonaron cuarenta y ocho asentamientos y ciento vein-tiséis ranchos al norte del río Yaqui. A pesar de la considera-ción desfavorable que Pfefferkorn tenía de ellos, muchos ca-pitanes de presidios, como Juan Bautista de Anza, fueronexcelentes hombres de la frontera y magníficos luchadorescontra los indios.

En 1768, unos trescientos cincuenta soldados, entre losque había dragones veteranos, todos ellos bajo el mando delcoronel Domingo Elizondo, llegaron a Guaymas a prestar suservicio en Sonora. Sirviéndose de los presidios y milicias deSonora, Elizondo incrementó sus fuerzas hasta alcanzar la ci-fra nada desdeñable de mil cien hombres. Tuvieron cierto éxi-to en sus campañas contra los seris, pero sus ofensivas contralos apaches no se vieron recompensadas. Cada vez se hacíamás patente que no servía de nada perseguir a los apaches enun solo punto del mapa, pues actuaban a lo largo de toda lafrontera. Enviaron al marqués de Rubí a estudiar las defensas

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del norte de la frontera a fin de realizar recomendaciones parasu mejora.

Tras una intensa inspección a lo largo de tres años, en elcurso de la cual vio numerosos ranchos incendiados, Rubí re-comendó la reorganización de los presidios del norte en unasola línea, de tal manera que cada uno controlase una vía deincursión apache. Insistió con todas sus fuerzas en que se esta-bleciesen alianzas con las demás tribus y se efectuase una gue-rra de exterminio contra los apaches. Rubí culpaba del fracasode las tropas a la hora de actuar con efectividad contra los apa-ches a la ineptitud de los comandantes y a la asombrosa capa-cidad de vigilancia, velocidad y resistencia de los indios. «Utili-zan estratagemas que siempre engañan a nuestros hombres.»20

Aunque a partir de entonces los presidios se trasladaron ennumerosas ocasiones, ningún movimiento podía compensar lafalta de tropas y armas adecuadas.

Las reformas militares de 1772 mejoraron de un modo gra-dual la disciplina y la instrucción de las tropas de los presidios,y sus expediciones punitivas se volvieron más efectivas.21 Noobstante, en diciembre de 1773, mientras Anza se disponía amarchar por tierra para establecer un asentamiento en la bahíade San Francisco, los apaches se dieron a la fuga con la mayorparte de los caballos y las mulas que había reunido en Tubac.

Tanto la hostilidad apache como las enfermedades habíanreducido enormemente la población india no apache del sur deArizona. En la misión de San José de Tumacácori solo queda-ban treinta y tres familias, además de dieciocho en Calabazas ynueve en Guevavi, que había sido la misión principal. En So-noita había veintitrés familias, pero dos años antes los apacheshabían matado a la mayoría de las mujeres. Un problema inso-luble para la mayor parte de los poblados misioneros era quesus campos estaban situados a orillas de diversos riachuelos, amenudo a varios kilómetros de distancia de la misión, y eranmuy difíciles de proteger; quienes trabajaban los campos, portanto, estaban constantemente expuestos al peligro.

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El padre Bartolomé Ximeno, un misionero franciscano deTumacárori, impulsó la consolidación de estos grupos reduci-dos. «De lo contrario —predijo—, en muy pocos años los apa-ches acabarán con todos los pueblos pequeños.»22 Solo mediosiglo antes, estos pueblos contaban con una elevada densidadde población, y la misión de Tumacárori poseía veinticinco otreinta rebaños de caballos, aparte de numeroso ganado. En1773, solo quedaban diez caballos (dos de ellos yeguas) y cin-cuenta y seis cabezas de ganado.

En 1775, el veterano cazador de indios Hugo Oconor re-unió a unos mil quinientos soldados procedentes de presidiosy de la provincia y organizó una campaña coordinada contralos apaches gileños; los condujo a una trampa fatal cerca delnacimiento del río Gila, donde cayeron ciento treinta y ochoguerreros. Se capturaron más de cien mujeres y niños, y recu-peraron cerca de dos mil cabezas de ganado. Un año más tar-de, Oconor llevó a cabo otra campaña exitosa, aunque infor-mó de que los apaches habían destruido casi todas las haciendasimportantes que quedaban en el norte. Cuando Anza regresóa Sonora en 1777, volvió a encontrarse a los apaches mero-deando libremente por todas las regiones de la provincia.23

Anza organizó campañas mensuales para acabar con ellos,pero sin ningún éxito notable.

Siguiendo las recomendaciones de Rubí, los presidioscomo Fronteras, Terrenate y Tubac se trasladaron a lugares enteoría más estratégicos. La guarnición de Tubac se mudó aTucson y dejó indefensos a los colonos de la región anterior.Sus peticiones de tropas tuvieron respuesta con la organiza-ción de una compañía de pimas bajo el mando de oficiales es-pañoles. Tanto los pimas como los ópatas conformaban unainfantería efectiva, y estos últimos se integraron muy satisfac-toriamente con los soldados españoles.

Se reclutó una nueva compañía ópata para ayudar a lospresidios de Sonora. Fue el resultado de una sugerencia deljefe Juan Manuel Varela, quien pidió que sus guerreros se or-

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ganizasen en una compañía regular de presidio en Baserac oBavispe. Los ópatas de esta región habían sufrido graves dañosy muchas bajas; fundar un presidio allí era una manera de apo-yar a los aliados fieles. También se estableció un nuevo presi-dio en Buenavista, guarnecido por ópatas y pimas.

Pese a que tanto los ópatas como los pimas cargaban conbuena parte de la defensa provincial, los españoles continua-ron reservándose sus elogios para los primeros, pues los con-sideraban «los vasallos más leales de nuestra Majestad, el Rey[...], los más inclinados a trabajar, a labrar la tierra y a criarganado; en la guerra son los más genuinos y valientes».24 Ya enla década de 1780, los ópatas y los pimas conformaban las tro-pas de seis compañías de presidio en Sonora, y los primerosmantenían al mismo tiempo un pelotón de dragones. Y lo queresultaba aún más excepcional: se les permitía contar con al-gún suboficial en sus compañías.

A pesar de las diversas mejoras en asuntos militares, aún nose había debilitado seriamente a los apaches y estos continua-ban asaltando Nuevo México, Chihuahua y Sonora, atacandopueblos, reatas de mulas e incluso presidios. En 1781 creció eltamaño de las guarniciones de Sonora y se distribuyeron nue-vas armas de fuego entre las tropas, lo cual ayudó a mejorarostensiblemente tanto la moral como la eficacia.

Las bandas apaches desperdigadas por las montañas y de-siertos de la frontera del norte nunca fueron numerosas, perobloquearon de modo efectivo las avanzadillas españolas haciael norte en la frontera entre México y Estados Unidos. Lapresencia de los pueblos del río Grande permitió a los españo-les progresar y hacerse con el dominio de aquella región, salvoen los años inmediatamente posteriores a la revuelta de losindios pueblo de 1680. Sin embargo, el control español nuncafue firme y los apaches jicarillas, mescaleros y gileños conti-nuaron apoderándose de rebaños en Albuquerque, Laguna yBernalillo. La presencia de los pimas altos, y sobre todo de losrobustos sobaípuris, permitió de igual modo a los españoles

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aferrarse a sus endebles asideros en los valles de Santa Cruz yde San Pedro, al sur de Arizona, pero los sobaípuris fuerondiezmados en el proceso. Ambos valles estuvieron siempre ex-puestos a las incursiones apaches, con el resultado de que elavance español en el interior de Arizona progresó muy pocoentre 1700 y 1800.

A finales del siglo xviii, la antigua prosperidad de Sonorase había desvanecido bajo la incesante presión apache. Seabandonaron minas, ciudades y ranchos, al tiempo que la po-blación declinó a un ritmo endiablado. El ganado y los caba-llos, en su día abundantes, eran escasos. El problema apachellegó a ser tan grave y a generalizarse de tal manera que, en1776, los funcionarios españoles crearon una institución úni-ca y especialmente diseñada para tratar el asunto: la Coman-dancia General de las Provincias del Interior. Se trataba deuna administración puramente militar en la cual el coman-dante general tenía autoridad militar sobre la vasta extensióncomprendida entre los golfos de California y México. No seencargaba de asuntos civiles; su única función era protegerciudades fronterizas, campamentos mineros, misiones y ran-chos.

El primer comandante general, Teodoro de Croix, reco-mendó una acción inmediata contra los apaches occidentales.En aquella época, varias bandas de gileños se habían visto de-bilitadas por las sucesivas campañas españolas y se habíanasentado pacíficamente cerca del presidio de Janos, donde sededicaban al cultivo. Esta fue la primera señal de que la guerrade exterminio emprendida por los españoles estaba empezan-do a dar sus frutos, pero la mayoría de los gileños se fugaría enmenos de un año. Parecer ser que a los funcionarios españolesla posibilidad de firmar la paz con los apaches devolviendo aaquellos que tenían esclavizados no se les pasó por la cabeza enningún momento; la guerra con los apaches y la esclavizaciónde los cautivos eran hechos cotidianos, aceptados e incuestio-nados, en la frontera del Norte.

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Cuando el veterano Jacobo de Ugarte llegó a Arizpe paraocupar el cargo de gobernador de Sonora, se enteró de quesus principales problemas eran los seris rebeldes del sur y losinconquistables apaches del norte. Aunque los seris y los gile-ños quizá no se confabularon jamás contra los españoles, enalgunas ocasiones dieron la impresión de haberse unido paraatacarlos. Ugarte concluyó que la solución al problema seriera embarcarles con destino a La Habana o a cualquier otrolugar situado al otro lado del océano. Para ocuparse de losapaches trasladó unos cuantos presidios y estableció otrosnuevos.25 En respuesta a estas acciones, los apaches se limita-ron a elegir nuevas rutas de invasión. Algunos presidios em-pezaron a enviar numerosos destacamentos en meses alterna-tivos para atacar las rancherías apaches. Esta táctica ya sehabía utilizado antes sin éxito, pero los procedimientos se re-petían periódicamente porque no se concebía ninguna solu-ción mejor.

No obstante, la mejora de la disciplina militar, la mayorefectividad, el incremento en el número de tropas y el sumi-nistro de armas nuevas, junto al incesante exterminio o cap-tura de pequeños grupos apaches, fueron debilitando poco apoco a los gileños y a los chiricahuas. A finales del siglo xviii,ambas bandas, pese a ser temibles combatientes, solo conta-ban a lo sumo con unos pocos guerreros. En la década de1780, los gileños se vieron beneficiados por una alianza conlos bastante más numerosos navajos, que se unieron a ellospara acometer invasiones en Chihuahua. Pero el gobernadorde Nuevo México, Juan Bautista de Anza, explotó la pre-sión de los comanches sobre los navajos al mismo tiempo queel deseo de comerciar de estos últimos con los asentamientosde Nuevo México, para inducir a buena parte de ellos a inte-grarse en las campañas contra sus antiguos aliados. El jefenavajo Antonio el Pinto, no obstante, no se dejó persuadir ysus seguidores también se abstuvieron de enfrentarse a losapaches.

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Con el transcurrir de los años, los españoles confiaron enel exterminio, una política que no ofrecía ninguna esperanzade paz eventual entre españoles y apaches. En 1772, la situa-ción se complicó aún más, pues debido a una regulación deaquel mismo año se recomendó el envío de los indios rebeldesde las Provincias Internas a Ciudad de México, donde podríandistribuirse entre las familias respetables como esclavos do-mésticos. Debido a que algunos apaches se escaparon del áreade Ciudad de México y regresaron con su gente, con lo que elodio hacia los españoles se intensificó, Ugarte y otros oficialesde las Provincias Internas prefirieron enviar a los cautivosallende los mares.

En 1783, Teodoro de Croix envió noventa y cinco apachesa Ciudad de México con la orden de que les condujesen sindemora a algún lugar del que les resultara imposible regresar.El comandante general Pedro de Nava recomendó más tardeque todos los prisioneros de guerra indios fuesen deportados,sin tener en cuenta el sexo ni la edad, y esta política se fueadoptando gradualmente.26

Unos años más tarde, el virrey Bernardo de Gálvez, quehabía servido en la frontera del norte, hizo llegar una seriede detalladas instrucciones al comandante general Jacobo deUgarte para introducir un nuevo marco, más positivo, en lasrelaciones con los apaches. Se les permitiría firmar la pazsiempre que lo requiriesen y se les castigaría implacablementecuando se alzasen en pie de guerra. Si los apaches se mostra-ban pacíficos, se les suministrarían víveres y se les animaría avivir cerca de los presidios, donde sus movimientos pudieranser observados. Al hacerles probar alimentos españoles y licor(aguardiente), y proporcionarles armas españolas, Gálvez cre-yó que los apaches pasarían a depender de estas comunidades.Quería conseguir que abandonaran el arco y las flechas en fa-vor del mosquete español, pues las armas de fuego requeríanreparaciones, pólvora y plomo. Supuso que cuando rompiesenla paz no tendría más que interrumpir su suministro para di-

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suadirles de iniciar las hostilidades. Para mantenerlos bajo elyugo y la necesidad de la amistad española, Gálvez animó aotras tribus a combatir contra ellos.27 Por primera vez en laslargas y costosas guerras contra los apaches, la política españo-la barajaba la posibilidad de una solución pacífica.

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