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Enrique García Fernández

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LOS CONQUISTADORES Y LA HISTORIA DE SUS LIBROS

Hernán Cortes llegó a las costas mexicanas en febrero del año 1519, al frente de una tropa

de más de seiscientas personas1. Este desembarco marcaría el comienzo de la violenta

historia de la conquista de México, momento histórico que supuso el choque de dos

civilizaciones ascendentes y que concluyó con el ocaso de una de ellas.

Ese choque cultural tuvo también consecuencias en la lengua de los conquistadores que,

estimulados por la necesidad de nombrar una nueva realidad, empezaron a emplear una

serie de términos sacados de las lenguas autóctonas.

La necesidad por relatar las características de aquel nuevo mundo ya se observaba en

Cristóbal Colón y continúa en el propio Cortés y algunos de sus soldados. En sus textos se les

van colando palabras autóctonas que enriquecen su descripción y que, en algunos casos, han

pasado a formar parte del léxico habitual del castellano.

Pero de aquellos soldados españoles que formaron parte de aquel episodio histórico, sólo

unos pocos decidieron redactar sus experiencias. El propio Hernán Cortés escribió sus Cartas

de relación durante la conquista y en ellas informaba al emperador de sus triunfos y

penurias.

Muchos años después de que terminara la conquista, el anciano Bernal Díaz del Castillo

escribe su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, relación con la que

pretende reivindicar su participación en la empresa y precisar algunas de las informaciones

que aparecían en las crónicas publicadas por escritores que no participaron en la conquista,

como Francisco López de Gómara.

Los relatos de Cortés y Díaz del Castillo son los más conocidos, pero no los únicos. Hay

otros soldados que también escribieron su versión de los hechos, aunque de un modo

mucho más breve. Son apenas unas pocas cuartillas en las que, por diversos motivos,

exponen sus recuerdos. Nuestro trabajo está basado en estos relatos.

Tan sólo hemos conservado las crónicas de cinco de aquellos soldados de Cortés; uno es el

propio marqués del Valle, otro Bernal Díaz, y después Andrés de Tapia, Bernardino Vázquez

de Tapia y Francisco de Aguilar.

1 Dice Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera que, una vez en la isla de Cozumel, Cortes «mandó hacer alarde para saber qué tantos soldados llevaba, y halló por su cuenta que éramos quinientos y ocho, sin maestres y pilotos y marineros, que serían ciento, y diez y seis caballos y yeguas; [...] y eran treinta y dos ballesteros, y trece escopeteros, que ansí se llamaban en aquel tiempo; y tiros de bronce, y cuatro falconetes, y mucha pólvora y pelotas».

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Se tiene constancia de que hubo otros relatos de los soldados de Cortes pero,

lamentablemente, se han perdido. Miguel León Portilla (2000: 6) cita las relaciones de

Alonso de Ojeda, Alonso de Mata y Jerónimo Ruíz de la Mota.

Además de ellos, resulta curioso el caso del llamado conquistador anónimo, cuya

identidad ha sido discutida a lo largo de la historia. A pesar de las dudas que despierta el

anonimato de su obrilla, su texto ofrece una versión diferente de la conquista y, sobre todo,

de los usos y costumbres del pueblo azteca.

Junto a ellos, hemos analizado también el relato del licenciado Zuazo, quien a pesar de no

haber vivido de la conquista, participa inmediatamente después de la toma de Tenochtitlán.

En este trabajo tratamos de analizar los americanismos que emplearon estos cronistas en

sus relatos de una conquista llena de violencia que nunca les deparó la gloria que buscaban.

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ANDRÉS DE TAPIA

En la relación final que Bernal Díaz hace de todos los soldados que pasaron con Cortés de

Cuba a México, afirma que Andrés de Tapia «sería de obra de veinte e cuatro años cuando

acá pasé; era de la color el rostro algo ceniciento y no muy alegre, e de buen cuerpo, y de

poca barba e rala, y fue buen capitán ansí a pie como a caballo».

Parece ser que Andrés de Tapia nació en León y que llegó a Cuba en 1517. Sólo dos años

después, formó parte de la expedición de Hernán Cortés a las costas mexicanas.

A pesar de tener cierto parentesco con el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, siempre

se mostró partidario del capitán extremeño, a quien acompañó en su viaje a España, en

1528. En su relación, se refiere siempre a Cortés como «marqués del Valle», título que le fue

otorgado por el emperador Carlos I ese mismo año.

La relación que nos ocupa, por lo tanto, comenzó a redactarse después de ese

nombramiento.

En aquel viaje a España Tapia recibió el cargo de justicia mayor y, unos años después, en

1533, fue nombrado mayordomo de Hernán Cortés.

Roland Schmidt-Riese (2003) supone que al menos una parte del texto pudo ser escrita en

España, debido al uso de los deícticos acá, cuando habla de España y allá para referirse a

México. También supone que Tapia continuó su relato en México y que lo concluyó después

durante su segundo viaje a España, en 1540.

Schmidt-Riese menciona que el objetivo principal que pudo estimular a Tapia para

redactar sus recuerdos fue defender a Cortés de las imputaciones que se le hicieron por no

respetar el poder que representaba Pánfilo de Narváez cuando éste acudió a México con la

orden de capturar al extremeño.

Entre otras cosas, eso explicaría que la relación de Tapia concluyera con la llegada de

Narváez a las costas mexicanas.

Por otra parte, en su edición del texto, Germán Vázquez Chamorro señala que Tapia pudo

redactar sus recuerdos sobre la conquista de México íntegramente durante el segundo

regreso de Tapia a España, en 1540. Según Vázquez Chamorro, Francisco de Gómara

estimuló al conquistador para que redactara los principales datos de la historia, que después

él plagió en su Conquista de México.

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En el «Prólogo» a la Relación de Tapia que se incluye en la edición supervisada por

Vázquez Chamorro se incluye un ilustrativo gráfico que pone de manifiesto la influencia del

texto de Tapia en la obra de posteriores cronistas.

Como hemos apuntado antes, la relación de Tapia abarca desde la salida de los españoles

de Cuba hasta el enfrentamiento con las tropas de Pánfilo de Narváez. No hay ninguna

referencia, por lo tanto, de la llamada «Noche Triste» ni de la conquista definitiva de México

por los españoles.

Entre los folios que relataban las peripecias de los conquistadores, se encontró intercalado

otro, compuesto con la misma letra que los anteriores, y en el que se describen algunas

curiosidades sobre los alimentos de la tierra, una breve descripción de las lenguas de México

y otra sobre los sacrificios que hacían los sacerdotes mexicas. En la edición que manejamos

(Vázquez Chamorro) este texto se incluye en la parte final de la relación.

El texto de Andrés de Tapia apareció impreso por primera vez dentro del segundo tomo de

la Colección de documentos para una historia de México, publicada por Joaquín García

Icazbalceta en 1858. Después, el relato ha sido incluido en la recopilación titulada Crónicas

de la conquista (México, 1939), en el libro La conquista de Tenochtitlán (Madrid, 2002) y en

el volumen Relatando México. Cinco textos del periodo fundacional de la Colonia en Tierra

Firme (Madrid, 2003).

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EL CONQUISTADOR ANÓNIMO

Joaquín García Icazbalceta incluye este breve relato dentro de su Colección de documentos

para una historia de México, publicada en 1858. Este prestigioso historiador mexicano nos

dice en el prólogo que se trata de la traducción de un texto publicado por primera vez en el

libro recopilatorio Delle navigationi et viaggi del italiano Juan Bautista Ramusio (Venecia,

1555).

García Icazbalceta aclara que «el original castellano ya no existe, o a lo menos no se

conoce hasta ahora; y este precioso documento se habría perdido, como tantos otros, a no

haber sido por la traducción italiana que nos ha conservado Ramusio».

Estamos, por lo tanto, ante la traducción que realizó el propio Icazbalceta quien, además,

tiene el importante detalle de hacer una edición bilingüe, en la que al texto castellano le

acompaña la versión original italiana.

Sobre la identidad de este conquistador anónimo se han lanzado varias hipótesis, aunque

la falta de datos ha impedido llegar a una conclusión convincente.

Ya en 1858 García Icazbalceta advertía categóricamente que «cuantas investigaciones se

emprendan para descubrir el nombre del autor han de ser necesariamente infructuosas,

porque en todo el documento no se encuentra la menor indicación que ponga en vía de

llegar a la verdad».

Sea como fuere, numerosos autores han intentado identificar al autor de esta breve

relación. El propio lingüista mexicano recoge en el prólogo de la Colección algunas de las

hipótesis y así, apunta que «don Carlos María de Bustamante […] con débiles fundamentos

creyó haber descubierto lo que todos ignoraban. Con gran seguridad asentó en varios

lugares de sus voluminosas obras que el autor de esta relación fue Francisco de Terrazas,

mayordomo de Cortés».

En un discurso ofrecido en la Academia Mexicana de la Historia en 1932, el historiador

mexicano Federico Gómez de Orozco apuntaba que la relación pudo deberse a Gonzalo de

Umbría, piloto de una de las embarcaciones con las que Cortés llegó a México2. Más tarde,

se ha mencionado como posible autor a Alonso de Ulloa e incluso, también se ha propuesto

que esta relación fuera una simple invención de Ramusio3.

2 Academia Mexicana de la Historia. Discurso de recepción de Federico Gómez de Orozco.31 de agosto de 1932 3 López de Mariscal, Blanca, “Para una tipología del relato de viaje”

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Sea como fuere, la relación del conquistador anónimo es un documento imprescindible

para conocer las costumbres de los pueblos mexicanos antes de la llegada de los españoles.

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ALONSO ZUAZO

Alonso Zuazo nació en Olmedo (Valladolid), probablemente en el año 1466.

Después de graduarse en la Universidad de Salamanca, fue enviado a Santo Domingo por

el Cardenal Cisneros junto a unos monjes jerónimos para administrar justicia en la isla. Según

leemos en un libro titulado Colección de documentos inéditos para la historia de España

(Madrid, 1843), Zuazo «entró en aquella isla el 3 de abril de 1517».

Bernal Díaz del Castillo nos dice en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva

España que, un año después de su llegada al Caribe, el licenciado Zuazo fue enviado a Cuba

«a tomar residencia a Diego Velázquez por mandado de la Real Audiencia de Santo

Domingo»4. Una vez cumplida su tarea en la isla caribeña, viajó a México para tratar de

solventar las disputas sobre el Pánuco entre Francisco de Garay y Hernán Cortés.

Las aventuras y desventuras de aquel trayecto desde la isla de Cuba a México ocupan el

capítulo CLXIII de la Historia verdadera de Bernal Díaz. En él, nos relata el naufragio que

sufrió el pequeño navío en el que viajaba Zuazo, quien después de sobrevivir al ataque de

unos tiburones, acabó varado junto a unos pocos compañeros en una pequeña isla cercana a

unos bajos llamados gráficamente Las Víboras y Los Alacranes. Allí ―según relata Bernal

Díaz― los náufragos sobrevivieron a base de tortugas y lobos marinos, hasta que pudieron

construir una pequeña barca con algunos maderos que recuperaron del bajel que habían

perdido.

Cuando el licenciado Zuazo consiguió llegar a México, Cortés le ofreció una generosa

bienvenida y, según leemos en la Historia verdadera, «le llevó a sus palacios y se regocijó con

él, y le hizo su alcalde mayor».

El licenciado permaneció en la antigua capital azteca hasta el 23 de mayo de 1525, cuando

fue apresado y tuvo que regresar a Cuba para dar cuenta de las actividades realizadas

durante el tiempo que fue juez de la isla. Finalmente, el licenciado fue declarado inocente y

como desagravio fue nombrado oidor de la audiencia de Santo Domingo, donde murió en

1527.

La carta que nos ocupa está fechada en Santiago de Cuba el 4 de Noviembre de 1521,

apenas cuatro años después de viajar a América y mucho antes de establecerse en

Tenochnitlán como alcalde mayor.

4 El DRAE define residenciar como “Dicho de un juez: Tomar cuenta a otro, o a otra persona que ha ejercido cargo público, de la conducta que en su desempeño ha observado”.

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BERNARDINO VÁZQUEZ DE TAPIA

Nació en Oropesa (Toledo) y marchó a América junto a Pedro Arias de Ávila en 1514. Tres

años después, participa en el primer viaje a las costas de Yucatán junto a Juan de Grijalba.

Hasta ahí, su trayectoria es bastante similar a la de Bernal Díaz del Castillo, que le define en

su Historia verdadera como un « hombre rebusto y de muy buena disposición».

Para comprender el significado de la Relación de Vázquez de Tapia debemos recordar la

reforma que planeó la corona española sobre la propiedad de las tierras americanas en

1542. Mediante estas Nuevas leyes, el Emperador establecía que las tierras americanas

pasarían a ser propiedad del Estado tras la muerte de sus propietarios, lo que produjo la

violenta reacción de los conquistadores contra la medida.

Lo que Vázquez de Tapia escribe es una apelación a estas leyes, en la que expone todos

sus méritos durante la conquista. Nuestro cronista, por lo tanto, no persigue describir la

cultura de los pueblos mexicanos, sino reivindicar su propia historia. Tal y como afirma

Germán Vázquez Chamorro, en esta relación «el ego predomina sobre el acontecimiento, y

la acción no es sino un mero escenario, un telón de fondo que ensalza y agiganta la figura de

un encomendero celoso de sus derechos».

Hay en la relación de Vázquez de Tapia demasiados sucesos interrumpidos, que se zanjan

con frases como «pasaron grandes cosas que, por no alargar, las dejo» o «si particularmente

se hubieran de poner todas las cosas que pasaron, sería nunca acabar». Vázquez de Tapia

apenas se detiene en describir las costumbres de los indios y su historia, como decimos, y

sólo incluye los episodios en los que él tuvo una participación especial.

Desde nuestro punto de vista, precisamente por tratarse de una relación administrativa,

despreocupada de todo aquello que no sirva para engrandecer al autor, es aún mayor la

trascendencia de los pocos americanismos que aparecen. Así, este soldado, desinteresado

por la nueva cultura que le rodea, utiliza exclusivamente los americanismos imprescindibles

para describir aquella realidad. Las palabras que emplea Vázquez de Tapia son precisamente

los americanismos que han tenido más fortuna y que ahora son palabras habituales en el

léxico del español. Por lo tanto, no observaremos en el texto de Vázquez de Tapia palabras

como tianguez, cúes o tectes, empleadas por otros cronistas más preocupados por la cultura

indígena, pero sí que advertiremos la presencia de palabras como maíz o canoa.

En uno de los últimos capítulos de la Historia verdadera (Cap. CCV), Bernal Díaz del Castillo

hace un resumen de la suerte que corrieron los que pasaron a México con Hernán Cortes y

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sentencia lo siguiente sobre Vázquez de Tapia: «Pasó un Bernaldino Vázquez de Tapia,

persona muy preminente e rico; murió de su muerte».

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FRANCISCO DE AGUILAR

Junto a Hernán Cortés, Bernal Díaz, y los ya mencionados Andrés de Tapia y Bernardino

Vázquez de Tapia, Aguilar fue de los pocos soldados que participaron en la conquista que

después trasladó al papel sus experiencias.

Nuestro cronista nació en 1479 y llegó a América en 1512. Bernal Díaz se refiere a él como

Alonso de Aguilar y dice que, una vez concluida la conquista, «estaba rico y tenía buen

repartimiento de indios». En efecto, como compensación a sus méritos, obtiene el permiso

para regentar una venta «entre la Veracruz e la Puebla».

Sin embargo, según relata Bernal Díaz «todo lo vendió e lo dio por Dios y se metió a fraile

dominico y fue muy buen religioso; este fraile Aguilar fue muy conoscido y fue muy buen

fraile dominico».

Según su biógrafo Agustín Dávila Padilla, su decisión de hacerse monje fue debida a sus

remordimientos por «algunos agravios que a los indios había hecho y de otros pecados»5.

Francisco de Tapia redactó su historia cuando contaba con más de ochenta años, y, según

aparece en su propia crónica, «a ruego e importunación de ciertos religiosos que se lo

rogaron diciendo que, pues que estaba ya al cabo de la vida, les dejase escrito lo que en la

conquista de esta Nueva España había pasado».

Apunta Germán Vázquez Chaparro (2002: 151) que los últimos años de Francisco de

Aguilar «fueron un verdadero calvario» debido a una enfermedad que lo dejó imposibilitado.

Sobre su agonía, el biógrafo Dávila Padilla llega a decir que «quiso Dios que tuviese en esta

vida purgatorio, para darle en la otra descanso: y de cuarenta y dos años que vivió en la

orden, padeció las treinta y cinco enfermedades de la gota, donde ejercitó su paciencia y

sufrimiento dando gracias a Dios por la ocasión que le daba para padecer algo por su amor».

Murió en 1571, cuando contaba con 92 años.

5 Viajeros extranjeros en el estado de México. Margarita García Luna y José N. Iturriaga. México 1999. pág. 38

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LOS ANIMALES

Afirma Manuel Alvar (1990: 25) que los conquistadores trajeron a América «la lengua

conformada por una tradición, y esa tradición iba a operar sobre un nuevo mundo hasta

configurarlo castellanamente, y castellanamente iban a ver aquellos soldados muchas cosas

que les entraban por la ancha calzada de los ojos».

Nuestros cronistas son conscientes de su limitación léxica para nombrar las cosas que ven.

Así lo reconoce Alonso Zuazo cuando, al describir el mercado de la ciudad de Tenochtitlán,

afirma que allí «véndense asimismo muchas frutas […] cuyos nombres no escribo, pues por

ello V. R. no caerá en la calidad de la fruta», y también que había una «infinita diversidad de

aves a que no puedo poner nombre».

Andrés de Tapia también nos cuenta que hay «muchas cosas de frutas y mantenimientos

que no tienen semejanza a cosa de acá, y así no hay quien las dé a entender».

Esta falta de léxico suelen suplirla con una descripción detallada del animal tratando de

compararlo con lo que conocen. El conquistador anónimo, por ejemplo, destaca de entre

todos los exóticos animales que ve «en especial uno, poco mayor que un gato, que tiene una

bolsa en el vientre, en el cual guarda sus hijuelos cuando quiere huir con ellos, para que no

se los quiten, y allí los lleva sin que se vea ni conozca que lleva cosa alguna; y cuando va de

huida trepa con ellos por los árboles».

Cuando el animal o el objeto al que se refieren pueden identificarse con un referente

conocido, los españoles recurren al término en castellano. Todos, por ejemplo, hablan de

leones y de tigres cuando en realidad se refieren a los pumas y a los jaguares.

Manuel Alvar (1990: 51) apuntaba que la lengua de los conquistadores es permeable a las

voces del mundo nuevo: «Conformada en unas tierras muy diferentes de las americanas,

lucha por adaptarse a la nueva realidad y sigue los caminos del castellano común: emplea los

términos patrimoniales para designar conceptos nuevos (adive ‘coyote’, tigre ‘jaguar’, león

‘puma’, o lagarto ‘caimán’)».

En efecto, en el mercado de la ciudad de México Zuazo dice que vio «muchas rodelas

labradas de oro y de cueros de tigres». Y más adelante, al describir la colección de animales

con la que contaba el emperador Moctezuma, habla de «tigres, osos, leones, puercos

monteses, víboras, culebras, sapos, ranas e otra mucha diversidad de serpientes y de aves,

hasta gusanos».

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LAS AVES

Andrés de Tapia, por su parte, nos cuenta que al poco de llegar a la México «vinieron

ciertos señores y trajeron aves que acá llamamos gallinas de las Indias6». Germán Vázquez

Chamorro identifica esta ave con el guajolote (maleagris gallipavo), denominación que

utiliza Fernández de Oviedo en su Historia general y natural de las Indias.

También el licenciado Zuazo alude a las gallinas de las Indias cuando describe el mercado

de México y dice que allí se venden «gallinas e gallos, que nosotros llamamos pavos; estos

vivos, muertos, asados, cocidos, hechos en cazuela e en otros guisados diversos».

Manuel Alvar recuerda que el pavo americano era denominado por los conquistadores

gallina, gallina de la tierra, gallo o gallo de papada y que estas denominaciones aún se

conservan en diferentes territorios como Yucatán o Nuevo México, donde aún pueden

escucharse voces como pavo del país o gallina de la tierra.

Cuando Francisco de Aguilar describe la estancia de los españoles en la ciudad de Tlaxcala,

dice que «nos aposentaron muy bien en unas muy lindas casas y palacios en donde cada día

daban de comer gallinas, aves y frutas, y pan de la tierra que bastaba para todo el ejército,

con muy gran regocijo y alegría». El editor Germán Vázquez Chamorro hace notar que ese

pan de la tierra del que habla Aguilar es el maíz, como apuntaremos más adelante.

Cuando este cronista relata el cautiverio de Moctezuma dice que, a pesar de encontrarse

recluido en una sala, le seguían trayendo grandes manjares y entre otras viandas destaca

«empanadas muy grandes de aves, gallos y gallinas, y esto en cantidad; codornices, palomas

y otras aves de volatería»-, Como vemos, al recordar aquellos días Aguilar aún emplea

palabras castellanas para referirse a estas aves y no necesita recurrir a ningún americanismo

para nombrarlas.

LAS FIERAS

Como ya queda apuntado, los conquistadores emplearon los términos castellanos tigre y

león para referirse al puma (puma concolor) y al jaguar (panthera onca).

Todos nuestros cronistas se quedan maravillados por la gran cantidad de animales

exóticos con los que cuenta el emperador Moctezuma y dedican una parte de su relación a

hablar de ellos. 6 Germán Vázquez Chamorro identifica este ave con el guajolote (maleagris gallipavo)

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Andrés de Tapia nos informa de que «donde Muteczuma estaba había mucho número de

leones y tigres y otras fieras». Tapia dedica un capítulo a hablar de los aposentos de

Moctezuma, de los que destaca que «tenía en jaulas grandes leones y tigres y onzas, y lobos

y raposos, en cantidad cada uno por sí».

Por su parte, el conquistador anónimo dedica el segundo capítulo de su relación a hablar

de los animales y dice que «hay muchos animales de diversas especies, como son tigres,

leones y lobos y así mismo adives, que son entre zorro y perro y otros entre león y lobo7».

García Icazbalceta señala en su edición que con el término de origen árabe adives el

conquistador anónimo se refiere a los coyotes. En la definición del DRAE, encontramos que

coyote es una «especie de lobo que se cría en México y otros países de América, de color gris

amarillento y del tamaño de un perro mastín».

OTROS ANIMALES

Más adelante, el conquistador anónimo escribe que en México «los puercos tienen el

ombligo en el espinazo», descripción que parece calcada de Bernal Díaz del Castillo, quien

afirmaba en su Historia verdadera (cap. VIII) que «había en él muy buenos colmenares de

miel y buenas patatas y muchos puercos de la tierra, que tienen sobre el espinazo el

ombligo».

Fernández de Oviedo también habla con similares términos de este animal y escribe que

«saynos llaman a unos como porquezuelos, que tienen aquella extrañeza de tener el

ombligo sobre el espinazo; estos andan por los montes a manadas; son crueles y no temen,

antes acometen y tienen unos colmillos como navajas, con que dan muy buenas heridas y

navajadas si no se ponen a recaudo los que los cazan».

Sobre el ombligo que todos los cronistas dicen que este animal tiene en la espalda,

Manuel Alvar (1990: 30) aclara que «existen dos clases de pécaris, el dicotyles ungulatus o

pécari de collar y el tayassu pecari o pécari de labios blancos (…) una y otra variedad poseen

en mitad del lomo, y bajo la piel, una bolsita llena de una sustancia oleaginosa que tiene un

desagradable olor a moho (…) este es el ombligo del que hablan los cronistas».

Andrés de Tapia también documenta la presencia de estos animales, aunque no menciona

esta curiosa característica y se refiere a ellos como puercos monteses.

7En el texto de Ramusio: “ Vi son molti animali di diverse maniere como sono tigri, leoni & lupi, & símilmente Adives, che son tra volpi & cani, & altri che son fra leoni & lupi”.

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LA RELIGIÓN Y LA ORGANIZACIÓN SOCIAL

Los españoles que desembarcaron en México se encontraron con una sociedad

estructurada jerárquicamente para la que también tuvieron que buscar las palabras

adecuadas. A conceptos como cacique, que habían tomado de la jerarquía de los indios del

Caribe, añadieron otras palabras castellanas y vernáculas. El resultado es una mezcolanza de

palabras de diversos orígenes con el único objetivo de definir lo mejor posible aquella

estructura social desconocida hasta entonces.

MOTOLINEA

Dice Zuazo que a los pobres los llaman motolineas, palabra que deriva del náhuatl

motolinqui (‘pobre, miserable’). Zuazo emplea este término como masculino, como la

palabra castellana pobre. En el texto afirma que «hay entre ellos muchos pobres a que

llaman motolíneas: tienen tal orden que si el tal motolínea es huérfano de padre y madre, y

mozo, pónenlo luego con señor, de cuyo poder no ha de salir, so pena de muerte, hasta que

sea hombre y lo casen».

Bernal Díaz también emplea en su crónica el término motolinea, a veces como sinónimo

de ‘pobre’ y a veces como sinónimo de ‘pobreza’ o ‘necesidad’. Encontramos un ejemplo de

esto en el relato de un encuentro con Moctezuma en el que el emperador le dice: «Bernal

Díaz, hánme dicho que tenéis motolinea de ropa y oro, y os mandaré dar hoy una buena

moza; tratalda muy bien, ques hija de hombre principal; y también os darán oro y mantas»

(Cap. XCVII).

También es conocida la figura del fraile Toribio de Benavente, de quien García Icazbalceta

publica una biografía en su Colección de documentos para la historia de México y que era

llamado Motolinea por los indios. Bernal Díaz lo explica así: «Entonces vino con ellos fray

Toribio Motolinea, y pusiéronle este nombre de Motolinea los caciques y señores de Méjico,

que quiere decir en su lengua el fraile pobre, porque cuanto le daban por Dios lo daba a los

indios y se quedaba algunas veces sin comer» (Cap. CLXXI).

TACOCLE

Sobre la forma de recaudar impuestos en el México precolombino Andrés de Tapia escribe

que, una vez dominado un pueblo, este ofrecía ciertos tributos al vencedor «pero si era poco

mosábales [sic] mal rostro, y si mucho agradecíaselo». Y después, sobre los esclavos, añade

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que «los que tomaban de guerra decía tequitin tlacotle, que quiere decir ‘tributan como

esclavos’». La traducción de Andrés de Tapia se acerca bastante al significado real de esta

construcción, aunque cabría hacer una precisión. Efectivamente, tlacotli significa ‘esclavo’ en

náhuatl, pero la voz nahua tequitini significa ‘trabajador’. Podríamos traducir, entonces, esta

construcción simplemente como ‘esclavo’, que es efectivamente el uso que hacían los

pueblos dominados, según precisa después el propio conquistador:

En estos ponía mayordomos y recogedores y recaudadores; y aunque los señores mandaban su gente, eran debajo de la mano destos de México; y estos mandaban sembrar toda semilla y todo árbol para granjería a los vecinos, y algodón, demás de los tributos; y tenían casas grandes do hacían llegar la gente mujeres de cada pueblo o barrio a hilar, tejer, labrar; y demás de todo, en sabiendo que alguno tenía algo de cudicia tomábanselo. Desto que así se tributaba como esclavos, tenían su parte algunas señorías de cabo México, por razón que enviaron gente a la guerra.

TECTE

Alonso Zuazo se refiere a los grandes señores como tectes, que recuerda a la palabra

náhuatl tecuhtli, que significa ‘señor’. Más adelante, Zuazo también se refiere a los señores

como Tecles, transcrito además con mayúsculas las tres veces aparece esta voz en el texto.

Esta voz también aparece en el relato de Andrés de Tapia, quien nos cuenta cómo, antes

de marchar hacia Tenochtitlán, Cortés «llamó a un indio principal que con él andaba y se

había ido en nuestra compañía desde la costa por capitán de cierta gente y llamábase este

indio Teuche y era hombre cuerdo, y según él decía, criado en las guerras de entre ellos».

TEULE

En la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Bernal Díaz (cap. XLVII ) habla

de que los indígenas llamaban a los españoles teules, que quiere decir dioses. Después de

que Cortés mandara prender a unos recaudadores de Moctezuma, Bernal describe la

reacción de los indios del siguiente modo:

e viendo cosas tan maravillosas e de tanto peso para ellos, dijeron que no osaron hacer aquello hombres humanos, sino teules, que ansí llamaban a sus ídolos en que adoran. E a esta causa, desde allí adelante nos llamaron teules, que es, como he dicho, o dioses o demonios, y cuando dijere en esta relación teules en cosas que han de ser mentadas nuestras personas, sepan que se dice por nosotros.

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Francisco de Aguilar también recoge esta denominación y dice que, una vez que supieron

la llegada de los españoles, algunos pueblos mexicanos de la provincia de Quetlaxtla les

pusieron «por nombre theules, que quiere decir dioses, y nos tenían por hombres

inmortales». Poco después, el fraile dominico repite esta idea y dice que «teníanmos por

hombres inmortales y llamábannos teules, que quiere decir dioses». Efectivamente, el

término teule8 parece derivar del término náhuatl teotl, que quiere decir ‘dios’ y ‘energía

cósmica’.

LOS TEMPLOS

No hay unanimidad en nuestros cronistas sobre cómo llamar a los templos aztecas. Para el

conquistador anónimo y Andrés de Tapia, estas construcciones son mezquitas9, como el

lugar de celebración de los musulmanes10.

Bernardino Vázquez de Tapia destaca las torres que coronan estos templos y habla de

«casa de sus ídolos» para referirse a ellos. Más adelante, hablará también de «torre de

ídolos».

No es habitual que nuestros cronistas denominen los templos aztecas con las mismas

palabras que usan para hablar de los cristianos.

El único que se refiere a estos templos como iglesias es Francisco de Aguilar, quien

curiosamente era ya fraile cuando escribía su relación sobre la conquista de la Nueva

España.

Cerca de Tlaxcala, Francisco de Aguilar describe «un cerro redondo en el cual estaba una

población, y arriba una iglesia a su modo». Más adelante, ya en la ciudad de Cholula dice

que «así entramos la ciudad en unos aposentos grandes que eran de unas iglesias suyas

donde nos aposentaron».

Aunque Francisco de Aguilar acepta llamar a los templos iglesias, siempre incluye una sutil

apreciación (iglesias a su modo, iglesias suyas), que marca la diferencia entre este tipo de

8 Bernal Díaz del Castillo utiliza teule como singular. 9 Meschite en el original italiano. 10 García Icazbalceta lo explica así: “Acostumbrados los conquistadores al trato con los Árabes de su país, dieron algunos el nombre de mezquitas a los templos de los Indos, aunque comúnmente les llamaban cues” (Colección de documentos para la historia de México. México, 1858)

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Enrique García Fernández

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construcciones y los templos cristianos. Así lo hace también cuando describe un pueblo que

llama Cutlavac: «Motecsuma había mandado que en aquel pueblo, en los patios y las torres

donde tenían sus iglesias y casas grandes, tuviesen mucha cantidad de comida».

Ya en la descripción de Tenochtitlán vuelve a utilizar términos similares cuando dice que

«llegando más a vista de la dicha ciudad parecieron en ella grandes torres e iglesias a su

modo, palacios y aposentos muy grandes».

Sólo hay una excepción a esta forma de referirse a los templos aztecas y es en el último

párrafo de la relación, donde Aguilar dice que «a la puerta de las iglesias todos ellos se

sentaban de cuclillas, y con grandísima reverencia estaban sollozando, llorando y pidiendo

perdón de sus pecados». No hay aquí, como vemos, ninguna apreciación añadida al término

iglesia.

Además de emplear esta palabra para referirse a los templos aztecas, Aguilar también

utiliza otras expresiones. Habla de «templos muy grandes, todos cercados con grandes

almenas» y, casi en el último párrafo de su relación, en un fragmento en el que describe a los

sacerdotes encargados del cuidado de los templos, señala que «andaban de noche, como

estantiguas en romerías, en cerros, donde tenían sus cúes e ídolos, y donde había casas de

su oración».

La palabra que emplea aquí Aguilar, cúes11, viene del maya ku, kuyen que significa ‘cosa

sagrada o santa’.

También el licenciado Zuazo escribe que «hay templos destos a quien llaman cues, que

tienen cierta torre toda ciega de tres maneras de confección o mezcla».

Así mismo, Bernal Díaz del Castillo emplea también este término. Así lo encontramos ya

en el capítulo II de su Historia verdadera, cuando relata el descubrimiento de la península de

Yucatán:

Un poco más adelante donde nos dieron aquella refriega estaba una placeta y tres casas de cal y canto que eran cues y adoratorios donde tenían muchos ídolos de barro, unos como caras de demonios, y otros como de mujeres, y otros de otras malas figuras.

Finalmente, Francisco de Aguilar también denomina a los templos indígenas «casa de

oración» y «casa de sacrificios».

11 El singular es cu.

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MOCTEZUMA Y TENOCHTITLÁN

Ninguno de nuestros cronistas coincide en el nombre que le dan a Moctezuma ni a la

capital del territorio azteca.

Zuazo habla de Teneztután y Tenestután; el conquistador anónimo habla de Temistitán

México y Vázquez de Tapia se refiere a Tenuxtitlán.

Respecto al emperador Moctezuma, cada uno de los conquistadores lo registra de una

manera diferente. Bernardino Vázquez de Tapia y el conquistador anónimo hablan de

Montezuma, al igual que Bernal Díaz del Castillo. Sin embargo, Andrés de Tapia se refiere al

emperador como Muteczuma, Francisco de Aguilar como Motecsuma y Zuazo habla de

Monteuzuma.

Como vemos, no hay uniformidad en los nombres propios y cada uno lo transcribe a su

manera, alternando incluso en un mismo autor dos denominaciones para la misma ciudad.

LOS SACERDOTES

Ninguno de nuestros cronistas utiliza un término vernáculo para referirse a los sacerdotes

encargados de la vida religiosa.

A diferencia de ellos, cuando Bernal Díaz del Castillo habla por primera vez de estos

religiosos (en el capítulo III de su Historia verdadera), afirma que «eran sacerdotes de ídolos

que en la Nueva España comúnmente se llamaban papas, y ansí los nombraré de aquí

adelante».

El conquistador anónimo, por su parte, dedica el capítulo XIII de su relación a hablar de la

religión de México. Joaquín García Icazbalceta traduce como sacerdotes el persone religiose

del texto original italiano y más adelante traduce como «obispos, canónigos y demás

dignidades» la frase «Vescovi & Canonici e altre dignitá» del texto de Ramusio.

En las últimas líneas de su relación, Francisco de Aguilar habla de los usos religiosos de los

aztecas y, cuando describe los sacrificios, habla de sacerdotes: «Estos sacerdotes hacían

grandísima penitencia porque se sangraban de la lengua y de sus brazos y piernas».

El licenciado Zuazo, por su parte, se refiere a ellos como “sacerdotes, clérigos y frailes”.

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Enrique García Fernández

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ORGANIZACIÓN MILITAR

Por lo general, los españoles tratan de establecer paralelismos entre la organización social

que ellos conocen de Europa y la que observan en la Nueva España.

Con respecto a la organización militar de los aztecas, el conquistador anónimo afirma que

«guardan cierto orden en sus guerras», ya que tienen «capitanes generales12», y después

añade que «cada compañía tiene su alférez13». Como vemos, el conquistador anónimo se

limita a adaptar en su texto la estructura militar castellana y a clasificar los diferentes cargos

aztecas de acuerdo con lo que él conoce.

Más adelante, dedica el capítulo XII completo a describir la organización del gobierno

azteca. Dice que «tenían estas gentes un gran señor que era como emperador, y además

tienen otros como reyes, duques, y condes, gobernadores, caballeros, escuderos y hombres

de armas. Los señores ponen en sus provincias gobernadores, administradores y otros

oficiales14».

Lo único que hace en el párrafo anterior el conquistador anónimo es buscar entre las

palabras que conoce aquellas que más se pueden adaptar a lo que ve y, como vemos, no

recurre a ningún término vernáculo.

12 Capitani generali en el original italiano 13 Alfiere en el texto de Ramusio. 14 En el original: “Havevano queste genti un gran signore che era come l´Imperatore, & haveano poi, & hanno altri como Re & Duchi & Conti, gobvernatori, cavalieri, scudieri, & huomini di guerra. I Signori mettono i loro governatori, et rettori nelle loro terra, & altri officiali”.

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LOS ALIMENTOS Y LOS OBJETOS

Amal/ papel de la tierra

El último párrafo de la relación de Aguilar es curiosamente uno de los más interesantes,

pues incluye una descripción de las vestimentas y utensilios con los que los mexicanos

acudían a sus templos, y utiliza para ello numerosos términos autóctonos. Dice Aguilar que

«las mujeres traían pan, cajetes de carne de aves; traían también frutas, papel de la tierra, y

allí unas pinturas. Tengo para mí que pintaban allí sus pecados».

El editor Germán Vázquez Chamorro precisa que ese papel de la tierra es alude a el amatl

o papel indiano, que se hacía con fibra de maguey.

Bernal Díaz del Castillo se refiere a este material varias veces en su relación. En el capítulo

XCI, por ejemplo, habla del detallado seguimiento que hacían de los gastos un mayordomo

de Moctezuma y dice «tenía cuenta de todas las rentas que le traían al Montezuma con sus

libros, hechos de su papel, que se dice amal, y tenía destos libros una gran casa dellos.

Más adelante, en el capítulo XCII, cuando Bernal describe las cosas que pueden adquirirse

en la plaza mayor de Tenochtitlán también cita el papel «que en esta tierra llaman amal».

CACLE

En ese mismo párrafo en el que Aguilar describe a la gente que acude a los templos,

leemos que «toda la gente, así principal como plebeya, que entraba a hacer oración a sus

dioses, antes que entrasen, en los patios se descalzaban los cacles».

Esta palabra cacle proviene del náhuatl cactli, ‘zapato’ y según el DRAE alude a una

‘sandalia de cuero, usada en México’.

CAJETE

Más arriba hemos transcrito un párrafo del relato de Francisco de Aguilar en el que decía

que, cuando iban a los templos, «las mujeres traían pan, cajetes de carne de aves […]».

La expresión cajete, es un término que proviene del nahua caxitl. El DRAE reconoce esta

voz y apunta que es una especie de escudilla.

En el corpus de la Academia CORDE aparece un texto de 1641 en el que también se registra

esta expresión. Se trata de un documento titulado Relación de la jornada que hizo don

Francisco de Sandoval Acazitli y en ella se dice que «salimos el domingo, y fuimos a dormir

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en Tequilla, cerca de las casas, y allí pasamos mucha sed, que fue necesario cavar el agua; y

aquí se acabó el maíz que comía el señor, y allí le socorrieron los de San Juan con un cestón

de maíz y un cajete de fríjoles».

CANOA

Uno de las palabras vernáculas más mencionadas por nuestros cronistas es canoa, que ya

recogían Colón en 1492 y Nebrija en 1495. Manuel Alvar (1990: 67) también la incluye entre

los americanismos que emplea Bernal Díaz y dice que es una voz que proviene del arahuaco

de las Bahamas.

Andrés de Tapia ya cita estas embarcaciones en los primeros párrafos de su obra, cuando

alude al encuentro con Jerónimo de Aguilar. Dice que un grupo de españoles «vieron venir

por la mar una canoa, que así se llama, que es en lo que los indios navegan y es hecha de

una pieza de un árbol cavada». Algunas páginas después, ya cuando habla de la laguna de

Tenochtitlán, también utiliza el término canoa para referirse a unas embarcaciones

pequeñas que utilizan los indios.

Bernardino Vázquez de Tapia, a pesar de su estilo acelerado y de la poca atención que

presta a todo lo que no sirva para ensalzar su figura, emplea también este término, aunque

no se detiene a explicarlo. Al hablar de las primeras dificultades en tierra firme, tan sólo dice

que «descubrimos un río grande, que pusimos San Pedro y San Pablo, de donde salieron más

de treinta canoas».

Unas páginas después, cuando relata los sucesos de la «Noche Triste», escribe que

«aunque los indios no reposaban, no estaban tan sin cuidado, que luego no fuesen por

nosotros y , unos en canoas por el agua y otros por tierra, empezaron a dar en nosotros,

que, como era de noche, era cosa de lástima y de grima lo que pasaba».

También Francisco de Aguilar menciona estas embarcaciones en su descripción de la

laguna de Tenochtitlán y dice que tenía «puentes de madera levadizas que se podían quitar y

poner, de manera que la dicha laguna andaba tan llena de canoas cargadas de gente que nos

miraban, que ponía espanto de ver tanta multitud de gentes». Más adelante, vuelve a citar

estas embarcaciones en cinco ocasiones más.

El conquistador anónimo también recoge este término al describir la ciudad de México, de

la que dice que «tenía y tiene muchas calles hermosas y anchas; bien que entre ellas hay dos

o tres principales. Todas las demás eran la mitad de tierra dura como enladrillado y la otra

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mitad de agua, de manera que salen por la parte de tierra y por la parte de agua en sus

barquetas y canoas15, que son de un madero socavado, aunque hay algunas tan grandes que

caben dentro cómodamente hasta cinco personas».

Finalmente, el licenciado Zuazo también utiliza este término para describir la grandeza de

la laguna mexicana y afirma que «están al derredor della todos los días del mundo por la

dicha laguna sesenta y setenta mil canoas de las grandes».

Vemos, por lo tanto, que todos nuestros cronistas, desde los más descriptivos como Zuazo

hasta los más parcos como Bernardino Vázquez de Tapia tienen la necesidad de recurrir al

término vernáculo para hablar de estas embarcaciones.

No es de extrañar, por lo tanto, que este término sea uno de los americanismos más

reconocibles y populares del castellano.

CHOCOLATE

Zuazo destaca que «hay una moneda entre ellos con que venden y compran, que se llama

cacahuate; es fruta de ciertos árboles muy preciados, de que hacen otro brebaje para

grandes señores, que dicen ser cosa suavísima».

El conquistador anónimo relata, por su parte, que «la bebida más principal y excelente que

usan es una que llaman cachanatle16» y un poco más adelante dice también que «estos

árboles son tenidos en grande estima, porque los tales granos son la principal moneda que

corre en la tierra». Más adelante, este mismo autor dedica un capítulo a explicar cómo se

hace el cacao, y apunta que «esta bebida es el más sano y más sustancioso alimento de

cuantos se conocen en el mundo, pues el que bebe una taza de ella, aunque haga una

jornada, puede pasarse todo el día sin tomar otra cosa; y siendo frío por su naturaleza, es

mejor en tiempo caliente que frío».

Cuando Francisco de Aguilar describe algunas tierras que destacan por su riqueza, entre

las ventajas que destaca es que allí se cultiva cacao. Así, cuando habla de algunos territorios

próximos a Vera Cruz, dice que esa tierra «era abundantísima de ropa y cacao y oro, pescado

y otros muchos mantenimientos».

En las diferentes relaciones sobre la conquista de la Nueva España, aparecen

indistintamente los términos cacahuete y cachanatle o cacao para referirse al chocolate. El

15 «Canoe» en el original italiano. 16 Cachanatle, también, en el original italiano

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propio Bernal Díaz (cap. XVII) hablaba de «cacahueteros que vendían cacao» al describir los

mercados de México, aunque siempre utiliza la voz cacao para aludir a la moneda.

Manuel Alvar (1990: 63) advierte que «hay que distinguir cacao de cacahuate. Una y otra

voz proceden de cacahuatl, Pero habiendo usado los españoles cacahuate para designar al

de tierra, se usó la forma regresiva cacao para nombrar al Theobroma cacao».

Además de esta bebida, el conquistador anónimo nos informa de que «hacen otra bebida

del grano que comen, la cual se llama Chicha y es de diversas clases, blanca y encarnada». Es

probable que este término derive del náhuatl chichiatl, que significa ‘bebida fermentada’,

aunque según el DRAE, deriva de la voz aborigen de Panamá chichab, que significa ‘maíz’.

CHILE

El conquistador anónimo dedica el octavo capítulo de su relación a hablar de las comidas

de los indios y apunta que «tienen una como pimienta para condimentar, que llaman chile17,

y no comen ninguna cosa sin ella». El término recogido por el conquistador anónimo, que

hoy en día goza de una difusión mundial, proviene de la voz náhuatl chilli (capsicum

annuum).

Ninguno de los otros cronistas estudiados en este trabajo cita esta palabra y Bernal sólo

utiliza el término chilmole (‘salsa hecha con chile y ajonjolí’), en el capítulo CLII de la Historia

verdadera.

Encontramos ya el término chile en la Crónica de la Nueva España de Francisco Cervantes

de Salazar, publicada en 1560 y también en la Historia general de las cosas de Nueva España,

de Fray Bernardino de Sahagún (1576-1577). Cabe recordar que el libro en el que aparece

por primera vez la historia del conquistador anónimo se publica por primera vez en 1555, por

lo que los autores citados más arriba no pudieron servirle de fuente.

ECHCAUPILES

Cuando describe Francisco de Aguilar el aspecto de los guerreros aztecas, dice lo

siguiente: «Vieron gente de guerra sin cuento con muy buenas armas a su modo, conviene a

saber, con echcaupiles de algodón, macanas y espadas a su modo y mucha arquería». Ese

echcaupiles viene de la voz náhuatl ichcatl¸ que significa ‘algodón’. Según Germán Vázquez

17 Chil, en el original italiano

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Chamorro (2002: 161), el ichcahuipilli era «un grueso coselete de algodón acolchado que se

ataba a la espalda».

Unas páginas después, Aguilar vuelve a referirse a estos objetos aunque ya no utiliza el

término náhuatl y sólo dice que «partimos […] de México armados todos con unas armas de

algodón».

A este respecto, Germán Vázquez Chamorro puntualiza en su edición de la Relación breve de

Aguilar que los españoles «adoptaron con gran rapidez el ichcahuipilli o coraza mexicana al

ser esta prenda defensiva más fresca, ligera y eficaz que el tradicional coselete de cuero o

metal».

JAGÜEY

Antes de que los tlaxcaltecas se convirtieran en aliados de los españoles, ambos ejércitos

se batieron durante varios días en lo alto de un cerro que los españoles utilizaron como

defensa. Francisco de Aguilar relata las dificultades que pasaron los de Cortés aquellos días y

dice que «lo que comíamos era que como toda la tierra era población hallaban los españoles

algún maíz y melones de la tierra y unos jagüeyes de agua llovediza bellaca».

Aguilar emplea en este párrafo el término taíno jagüey, que según el DRAE significa ‘balsa,

pozo o zanja llena de agua, ya artificialmente, ya por filtraciones naturales del terreno’.

Sobre esta voz, Manuel Alvar (1990: 78) precisa que «Oviedo y Las Casas dicen

taxativamente que es de La Española» aunque precisa que «hoy se encuentra difundida por

México, Salvador, Venezuela, Perú, Argentina y Chile, bajo numerosas variaciones

fonéticas».

Alvar también señala que Zuazo utiliza este mismo término en una carta que dirige a

Monsieur de Chevres el 22 de enero de 1518, donde escribe:

[…] Muchos de estos indios estaban acostumbrados á los aires de su tierra, á beber aguas

de jagueyes, que así llaman las balsas de agua llovediza, é otras aguas gruesas,

mudándolos adonde habia aguas delgadas é de fuentes é rios frios ó lugares

destemplados, é como andan desnudos, hanse muerto casi enfinito número de indios,

dejados aparte los que han fallecido del muy inmenso trabajo é fatiga que les han dado

tratándolos mal […].

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Por su parte, Bernal Díaz del Castillo utiliza también esta palabra y en el capítulo III de su

Historia verdadera dice que «seguimos nuestra costa adelante, llegándonos a tierra cuanto

podíamos para tornar a tomar agua, que, como ya he dicho, las pipas que traíamos no

venían estancas, sino muy abiertas, y no había regla en ello; y como íbamos costeando

creíamos que doquiera que saltásemos en tierra la tomaríamos de jagueyes o pozos que

cavaríamos».

JÍCARA

Arriba, en el apartado que dedicábamos a recoger los americanismos relacionados con los

animales, advertíamos que Francisco de Aguilar no empleaba ningún nombre autóctono

para describir los manjares que recibía el emperador Moctezuma. Sí lo hace, sin embargo,

cuando alude a los lujosos utensilios en los que los criados del emperador servían la comida.

Dice Aguilar que «su servicio era en platos y jícaras muy limpias».

La voz jícara proviene según el DRAE del náhuatl xicalli, y según la Academia es una ‘vasija

pequeña, generalmente de loza, que suele emplearse para tomar chocolate’.

Bernal Díaz también emplea esta palabra en el capítulo XCII de su Historia verdadera,

cuando describe la plaza mayor de Tenochtitlán. Entre infinidad de cosas, dice Bernal que allí

«vendían hachas de latón y cobre y estaño, y jícaras, y unos jarros muy pintados de madera

hechos».

MAGUEY

El licenciado Zuazo también se refiere en su relación al maguey, y aclara que «son unas

matas como de lirios». Zuazo emplea aquí una palabra de origen antillano, que pudo

escuchar durante sus años de estancia en las islas caribeñas.

La voz en náhuatl para esta planta, metl, fue cayendo poco a poco en desuso, siendo

sustituida en México por la voz caribeña.

Otro ejemplo de la palabra maguey nos lo ofrece el conquistador anónimo, quien, al

hablar de la fabricación de una especie de vino muy común en México, dice que «recogen

asimismo las hojas de este árbol o cardo, que llaman maguey18

y equivale por allá a nuestras

viñas». Esta información puede resultar algo chocante, ya que, como queda dicho, la voz

maguey no es náhuatl, sino antillana. 18 Magueis en el texto original italiano

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Bernal Díaz (cap. LXII) también recoge esta palabra en su Historia, así como el término

magueyal para hablar de los campos de este cereal: «Había muchas casas y labranzas de

maíz e magueyales, ques donde hacen el vino».

MAÍZ

Andrés de Tapia menciona esta planta y es el único de nuestros cronistas que explica qué

es, si bien lo hace de manera sucinta. Tan sólo dice que es «una semilla de que ellos se

mantenían» y poco después ya habla de “pan de maíz, que es lo que ellos comen”. Los otros

conquistadores no se preocupan por describir qué es el maíz, quizá porque entienden que ya

es una voz conocida por el lector.

El término proviene del tahíno mahís y ya aparecía mencionado en las crónicas de

Cristóbal Colón, que fue quien lo introdujo en España. El almirante genovés ya apunta en su

carta sobre el tercer viaje que «es una simiente que hace una espiga como una mazorca, de

que llevé yo allá, y hay ya mucho en Castilla».

Francisco de Aguilar da una idea de la importancia que este producto tenía en la vida de

los indios cuando cuenta que Cortés mandó a sus soldados «que ninguna persona tocase a

ningún indio, ni hiriese a nadie, ni les hiciese otro mal ninguno, ni les tomasen maíz ni otra

cosa alguna».

También Aguilar relata que después de la dramática salida de Tenochtitlán, los españoles

tuvieron que refugiarse en Tlaxcala, donde sus aliados les ofrecieron «mucho bastimento,

gallinas, maíz muy en cantidad y abondo».

A pesar de su estilo lacónico, Bernardino Vázquez de Tapia también registra la palabra

maíz, que utiliza sin aclarar su significado. Nos dice que «en unos maizales que nos topamos,

cogimos muchas cargas de mazorcas de maíz, con las cuales socorrimos la hambre».

Vemos también en este fragmento cómo Vázquez de Tapia utiliza la voz maizales para

referirse a los «campos de maíz», término que también utiliza el licenciado Zuazo.

Manuel Alvar (1990: 83) establece que el termino maizal «se ha hecho muy común,

aunque en algunos sitios no ha eliminado la voz tradicional; así la milpa mexicana o la chacra

chilena».

Más adelante, Bernardino Vázquez de Tapia vuelve a utilizar el término maíz y, hablando

de la poca hospitalidad de los de Chulula, dice que «ni nos querían dar de comer, ni maíz

para los caballos».

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Zuazo también recoge en su texto la voz maíz, y cuando habla del mercado principal de

México, dice que «véndese asimismo miel de abejas, miel de cañas de maíz, que es tan

bueno como lo de abejas».

El conquistador anónimo, por su parte, al hablar de cómo fabricar los indios el pan, explica

que «toman una olla grande en la que caben cuatro o cinco cántaros de agua, y le ponen

fuego debajo hasta que el agua hierve. Entonces retiran el fuego, echan dentro el grano que

ellos llaman tayul y encima añaden un poco de cal para que suelte el hollejo que lo cubre19».

En su edición de 1858, García Icazbalceta apunta que ese tayul alude a la voz náhuatl tlaolli o

tlaoyalli, «es decir, el maíz».

MELONES DE LA TIERRA/ AYOTE

En un fragmento anterior, Aguilar cuenta que «lo que comíamos era que como toda la

tierra era de población hallaban los españoles algún maíz y melones de la tierra».

Estos melones de la tierra también aparecen en la Historia verdadera de Bernal (cap.

CLXXVIII), que dice que «hallamos cuatro casas llenas de maíz y muchos fríjoles, y sobre

treinta gallinas y melones de la tierra, que se dicen ayotes, y apañamos cuatro indios y tres

mujeres; y tuvimos buena Pascua».

PAN DE LA TIERRA/ CAZABE

Cuando habla del recibimiento de los españoles en Tlaxcala, Aguilar dice que «nos

aposentaron muy bien en unas muy lindas casas y palacios en donde cada día daban de

comer gallinas, aves y frutas y pan de la tierra», término con el que también se refiere al

maíz, según el editor Germán Vázquez Chamorro.

En un Diccionario general de americanismos publicado en 1943 por Francisco Javier

Santamaría aparece la entrada pan de la tierra y se especifica que así se llama «en Cuba, el

cazabe o pan de yuca. Lo mismo en casi toda la región caribeana».

Aguilar también conocía término cazabe, pues algunas páginas después, al recordar los

medios con los que contaba la expedición de Cortés dice que llevaban «bastimentos, tocinos

19 En el original italiano: “il modo con che fanno il panne e che mettono una pignatta grande sopra il fuoco che tiene quattro o cinque cantara d´acqua, & gli accendano sotto il fuoco fin che bolla l´acqua, & allhora gli lievano il fuoco & dentro vi gettano il grano che da loro si chiama tayul”. Pág. 578.

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y cazabe», voz que según la RAE proviene del arahuaco cazabí, y, efectivamente, significa

‘pan de yuca’.

TIANQUIZ

Zuazo utiliza la palabra tianquiz para referirse a la plaza principal de México.

Dice que todos los días acudían allí «sesenta y setenta mil canoas de las grandes, en que

vienen provisiones a la ciudad, en la cual está un lugar destinado a que llaman tianquiz:

todos los días del mundo se hace un mercado en que entran, desde poco antes que se pone

el sol hasta la media noche, ochenta mil personas que venden y compran todas las cosas

necesarias a la vida humana».

Bernal Díaz del Castillo, por su parte, empleaba en su Historia verdadera la voz tianguez

para referirse a los mercados.

Ambas palabras derivan de la voz náhuatl tianquiztli, que, efectivamente, significa

‘mercado’. De esta voz, por ejemplo, deriva el topónimo Tianquiztenco, municipio al sureste

de México.

TIBURÓN

Andrés de tapia nos informa de la existencia de «un pescado que llaman tiburón, que es a

manera de marrajo», del que describe su ferocidad:

Según pareció había comido todas las raciones que daban de carne a los soldados e personas que iban en el armada, que como era de puerco salada, para la echar en mojo cada cual la ataba al bordo de su navío en el agua […] e tenía en el cuerpo más que treinta tocinos de puerco, e un queso, e dos o tres zapatos, e un plato de estaño, que parecía después haberse caído el plato y el queso de un navío que era del adelantado Alvarado

La palabra tiburón también aparece en la Historia verdadera. En el capítulo CLXIII de su

historia, dice Bernal que «a unos marineros que se echaron al agua a más de la cinta, los

tiburones encarnizados en los tocinos apañaron a un marinero dellos y le despedazaron y

tragaron».

Manuel Alvar (1990: 100) apunta que «tal vez sea voz arahuaca, pues la cita el P. Las Casas

(Apologética, 27a)».

YUCA

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Ya hemos apuntado este término al hablar del cazabe. Bernal Díaz del Castillo nos aclara

en el capítulo VI de su Historia verdadera que la planta conocida en México como cazabe

«llámase en la isla de Cuba yuca». Según el cronista medinense el topónimo Yucatán deriva

precisamente de esta voz: «Decían que las había en su tierra, y decían tlati por la tierra en

que las plantaban; por manera que yuca con tlati quiere decir Yucatán».

La palabra yuca aparece en el relato de Andrés de Tapia, cuando habla de los preparativos

que hacen los soldados de Cortés antes de ir a México. El cronista dice que:

Salió de la dicha isla de Cuba el dicho señor marqués no tan bastecido cuanto él quisiera para seguir su viaje, e fuese por de largo de la dicha isla de Cuba a un puerto que en ella está, que se llama Macaca, donde hizo hacer cierto pan de raíces, que se dice yuca, que nacen sembrándolo en unos montones de tierra, e salen como nabos; las cuales raíces antes de ser desmenuzadas e cocidas en cierta manera, son ponzoña e tósico, e después de ralladas y estrujadas e cocidas es pan y razonable mantenimiento.

Manuel Alvar (1990: 104) afirma que el término yuca «es la voz que los conquistadores

trasplantan al continente: así el guacamote náhuatl no se impone sobre el término

importado y yuca es voz mexicana o colombiana».

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BIBLIOGRAFÍA

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