eprints.ucm.es · 2016. 10. 21. · Índice ....
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UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID FACULTAD DE FILOLOGÍA
DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA ESPAÑOLA II (LITERATURA ESPAÑOLA)
© Mercedes Ainhoa Hernández Pérez, 2016
TESIS DOCTORAL
Guido Bonato y "El Tratado de Forlivio sobre los más principales juicios de los astros"
MEMORIA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTORA
PRESENTADA POR
Mercedes Ainhoa Hernández Pérez
DIRECTOR
Víctor Infantes de Miguel
Madrid, 2016
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GUIDO BONATO Y EL
TRATADO DE FORLIVIO
SOBRE LOS MÁS PRINCIPALES JUICIOS
DE LOS ASTROS
Mercedes Ainhoa Hernández Pérez
Tesis Doctoral
Director: Víctor Infantes de Miguel
Departamento de Filología Española II Facultad de Filología
Universidad Complutense de Madrid
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«El que viviera correctamente durante el lapso asignado, al retornar a la casa del astro que le fuera atribuído,
tendría la vida feliz que le corresponde» Platón
«Dijo Damón; y de las luces bellas del claro cielo, errantes y fijadas,
resplandeció el Oriente y el Ocaso»
Francisco de la Torre
«Pero eres puro y procedes de una estrella»
Antoine de Saint-Exupéry
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ÍNDICE AGRADECIMIENTOS………………………………………………1 ABSTRACT ………………………………………………………….4 PRESENTACIÓN.................................................................................9 1) LA ASTROLOGÍA A LO LARGO DE LA HISTORIA. ESTADO DE LA CUESTIÓN............................................................10 2) VIDA DE GUIDO BONATO.......................................................174 3) OBRA DE GUIDO BONATO......................................................225 3.1) El Liber astronomicus. 3.2) El incunable de 1491. 3.3) La edición de 1506. 3.4) La edición de 1550. 3.5) Otras ediciones. 3.6) Descripción bibliográfica. 4) ANÁLISIS DE LOS DIEZ TRATADOS ASTROLÓGICOS DE GUIDO BONATO……………………………………….….. 306 5) ANÁLISIS DEL TRATADO DE FORLIVIO SOBRE LOS MÁS PRINCIPALES JUICIOS DE LOS ASTROS.....................................374 6) CRITERIOS DE EDICIÓN…………………………….….……441 7) Tratado de Forlivio sobre los más principales juicios de los astros……………………………………………………..….…...447 8) CONCLUSIÓN……………………………………………….…737 9) FUENTES DOCUMENTALES Y BIBLIOGRAFÍA........................................................................ 746
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AGRADECIMIENTOS.
Decía Confucio que cuando el sabio señala a la Luna, el necio mira al dedo [que
señala]. Es mi deseo y mi intención que el lector atienda -como seguro que hará-, a la
grandeza de la obra del ingenioso filósofo y astrólogo del siglo XIII Guido Bonatti, y no
a las imperfecciones terrenales que pudiera encontrar, las cuales se deberán a mi
humilde mano, a mi puño y letra, y no al pensador y a su genial obra.
Cuento con la gracia de poder editar, o intentarlo al menos, uno de los tratados (un
ejemplar único) de la magna obra bonatiana. Asimismo, tengo el privilegio -en
ocasiones harto complicado en nuestros días-, de comentar la obra de un personaje que
admiro, y que desde el primer momento me cayó en gracia. Su defensa de la ciudad de
Forlí -presuntamente su ciudad natal- en compañía de Guido de Montefeltro, su
predicción acertada acerca de la herida que recibiría por defender a su patria (que
posibilitó su curación), la afilada crítica contra la ignorancia y soberbia de una parte del
clero (los «tunicati» del texto), y su continuada manía de decir siempre la verdad sobre
aquello que pensara, le pesara a quien le pesara, no pueden menos que sobrecogerme, y
despertar mi admiración y simpatía.
Para comprender cualquier obra astrológica uno ha de desprenderse del velo
positivista y empirista del siglo XX (y no digamos del XXI), porque el mayor error que
un investigador puede cometer es confundir ciencia antigua con cierta moderna, e
intentar juzgar la primera con los ojos de la segunda. Creo que el siguiente requisito
necesario para hacer un buen análisis de la materia astrológica consiste en acercarse,
con curiosidad y respeto, a esa ciencia de los cuerpos celestes que ya cultivaban
babilonios, egipcios, griegos y romanos, y querer aprender de una disciplina que ya se
encontraba, más o menos esbozada, en un filósofo de la talla e influencias históricas de
Platón, uno de mis padres intelectuales (junto al gran Séneca), salvando las grandes
distancias con los dos maestros.
Varias son las personas a las cuales quiero y debo agradecer su ayuda a lo largo de
este proceso de investigación; todas ellas son buenas y sabias. En primer lugar, he de
dar las gracias a mi director de tesis, maestro en las artes filológicas, el catedrático de
Filología Española II Víctor Infantes de Miguel, por su apoyo, paciencia, comprensión y
sabiduría. Recordaré siempre con agrado y afecto las clases de los viernes por la tarde
de «Edición de textos», en las cuales unos cuantos filólogos nos agrupábamos en círculo
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(no es casual la figura) en torno a textos y variantes, al abrigo de las palabras de Víctor,
en compañía de mis amigos Angélica y Alberto, y de otros tantos compañeros. En
segundo lugar, he de dar las gracias a Álvaro Alonso, por sus conocimientos, su bondad,
y su pronta disposición a ayudar. En tercer lugar, a mi maestra en las artes astrológicas,
Carmen Puyol, cuyas enseñanzas nunca olvidaré, y cuyos consejos me han servido -
ampliamente- en mi azarosa vida. En cuarto lugar, al catedrático José Manuel Lucía
Megías, por su entusiasmo, simpatía y optimismo, cualidades que distinguen al
verdadero sabio, y por la creación de la Semana Complutense de las Letras, idea genial
donde las haya. En último lugar, a Carlos Sáinz de la Maza, por un consejo preclaro que
un día me dio, y que me ha servido verdaderamente en los momentos más difíciles de la
investigación.
Han sido muchos los bibliotecarios/as que me han atendido y ayudado de una u otra
manera. Mencionaré, en primera instancia, a los bibliotecarios de la Universidad
Complutense de Madrid, muy especialmente a Mª Jesús, Mª Antonia y Rufino Lancho
Pedrazo, por su eficiencia, su buen hacer y su benevolencia. En segundo lugar, quiero y
debo mencionar a Luisa Landaburu Areta, Jefa del Servicio de Préstamo
Interbibliotecario de la Biblioteca Nacional de España, por su trabajo, amabilidad, y su
gran ayuda. A Alexandre Tur y a Maxence Hermant, del Departamento de Manuscritos
medievales de la Biblioteca Nacional de Francia, por su inestimable cooperación. A
Qona Wright y a Claire Wotherspoon, del Departamento «Rare Books and Music
Reference Service» de la British Library, por su extraordinaria eficiencia. A la doctora
Antonella Imolesi, responsable de la «Unità Fondi Antichi, Manoscritti e Raccolte
Piancastelli» de la Biblioteca Aurelio Saffi de Forlí, por conseguirme con tanta
celeridad la obra de Mario Tabanelli, que tanto ha beneficiado mi investigación. Y a
Marina Zetti, de la Biblioteca Nacional Braidense, y a Maria Luisa Migliore, de la
Biblioteca Riccardiana, muchas gracias por resolver mis dudas.
Gracias a todos mis compañeros y amigos de la Revista Inventio Magazine por la
extraordinaria experiencia compartida durante año y medio: José Javier Montero
Montero y Daniel Rodrigo Benito Sanz, entre otros. He de agradecer al «Club Siglo de
Oro» (Dani, Alberto, Estefanía y Matías) los buenos momentos vividos, a pesar de su
extraña y abrupta disolución.
A mi padre, por su comprensión y apoyo en la última etapa de la tesis. A mi madre,
que fue investigadora en ciernes, por su cariño y sus cuidados. A los traviesos Luna y
Júpiter, hermanos inseparables y guardianes de misterios. A mi buen amigo Alberto
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Rodríguez Ramos, por compartir, de algún modo, las delicias y sinsabores inherentes al
proceso de investigación. A mi amiga Ana Gorría, por su profunda y sincera amistad:
has sido un apoyo real para mí. A la memoria de Guido Bonatti, allá donde estés,
maestro, por la extraordinaria obra que nos legaste. A todos aquellos que alguna vez
creyeron en la Astrología, y defendieron sus ideas contra viento y marea. Gracias,
gracias, gracias.
Madrid, a 13 de agosto de 2015
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ABSTRACT.
In this academic research, I‘ve taken a look over the life and thought of Guido
Bonatti, the famous medieval astrologer, author of the best treatise of the thirteenth
century on this field, the Liber astronomicus, which was edited in 1491 under the title of
Registrum Guidonis Bonati de Forliuio De astronomia tractatus decem, and later in the
years 1506 (Decem continens tractatus astronomie) and 1550 ( De astronomia tractatus
decem), as Lynn Thorndike said in his enciclopedic work, A history of magic and
experimental science.
First place, I‘ve written a long summary about the History of Astrology, from
Mesopotamia, Egypt, Greece and Rome up to the authors of the sixteenth century. Long
time ago the babylonian priests spend their lifes decoding prophecies for their kings
according to the eclipses observation. His zigurats were divided in seven parts, as seven
were the traditional celestial planets: Sun, Moon, Mercury, Mars, Venus, Jupiter and
Saturn.
Berosus, priest of Bel‘s temple, it‘s considered the first autor of astrological treatises,
although Luciano of Samosata thought the Ethiopians were really the most ancient
astrologers. Later, the Egyptians developed the old science, and the Greeks took it like it
were the only method of adivination, and perfected it, and Romans borrow the believe
and apply it in every aspect of their social and individual life.
This Berosus, priest of the s.III b.C., adorer of the god Marduk, was the autor of
Babyloniakà or Chaldaikà, a book divided in three parts: the first talk about the
Humanity‘s origin, with the chapter of the monster Oannes, Belos and Talat, and the
creation of earth and heaven; the second give us the list of the first tenth kings; the third
tell us the story of the Asyrian domination, the Babylonian Empire and the Persian
domination up to Alexander the Great.
In the Egyptian civilization, arises the astrological inheritance of Hermes
Trismegisto, who probably create the division in twelve houses of the zodiac, show us
the scholar Luis Miguel Vicente García. The Hermetic tradition is based upon a
collection of divine texts who teach us the secrets of the Universal laws, whose autor is
Hermes, Thoth or Tehuti, god of knowledge. Lynn Thorndike talk about Hermetic
references that lead us to s.I a.C., and also about Saint Augustine commentaries. In our
Corpus Hermeticum, a collection of 17, 18 fragments, divided in Poimandres and
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Asclepius, the stars are considered as if were gods. The work mentions the seven
planets, the twelve signs of the zodiac, and follow the Platonic and Gnostic philosophy.
Nechepso, Petosiris and Manetho are fundamental names in relation to Egyptian
astrology. Orfeo is probably the first writer in the field of plants, herbs and magic: his
work Lithica, 770 lines about the magical virtues of stones, is based on a treatise of s. II
b.C. whose autor is Damigeron.
Tales, the founder of the Ionic school of philosophy it‘s the paradigm of the ideal
sage and the clever scientific, and also he‘s the forerunner of the philosophical system
of Anaximandro. He was the first thinker that considered the water element as the basic
substance of our world, and he is famous for his prediction of the eclipse that ocurred
the 28th May of the year 585 b.C.. Water seems to be the arche of our world, the reason
of movement and change. On the other hand, Anaximenes choose the air as the arche,
infinite and unique substance, capable of transforming into fire, water and earth due to
the rarefation and condensation processes.
Anaximandro, nature philosopher younger tan Tales, probably the discoverer of the
Zodiac‘s obliquity, responsable of the prediction of the remarkable earthquake, set out
the ápeiron as the occult reason of our world, the source of all we know. The Cosmic
order emerge due to a separation process of the opposite substances: hot, cold, moist
and dry, that stay in ápeiron in a potential state. Moon it‘s cold and wet, Mars hot and
dry, Saturn cold and dry, and so on.
With Pythagoras, philosophy turn into «the search of a way of life through by it could
be established a right relation between the philosopher and the Universe», in the opinion
of W.C.K.Guthrie. Juan Vernet Ginés, in his work, tells us the story of Filolao,
pythagorean of the south of Italy, that sets out that the Earth turn round the fire in a
oblique circle, and of Heraclides of Ponto and Ecfanto the Pythagorean, who believed
that the Earth move in the traslation way, not the rotation one.
And here we come to the great philosopher, Plato, and his well-known Dialogue
called Timeo, dated in a period that begins in 360 b.C.. In this dialogue, the autor
explains the idea of the Universe like if it were a whole unique and eternal. He also
explains the four element‘s theory, sacred materials that construct the Universe. In the
four elements is based the zodiacal circle. Earth is represented by the signs Taurus,
Virgo and Capricorn; water by Cancer, Scorpio and Pisces; air by the Twins, the
Balance and Aquarius; and, finally, the fire by the Ram, Leo and Sagittarius. The result
is the total of 3 earth signs + 3 water signs + 3 air signs + 3 fire signs = 12. Aristotle, the
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great philosopher of Estagira, in his work De caelo, try to explain the perfection of our
Universe: remenbering the pythagorean lessons, he tells us about the symbolism of
number 3, that defines the whole Universe; it‘s the beginning, the middle and the end.
Ptolemy (s.II a.C.), Greek scientific and philosopher of the Alexandrian school, is the
autor of such wonderful works like the Tetrabiblos, or the Almagest. In Tetrabiblos, he
defines astronomy and astrology, talk about Nature and her elements, and also about the
effects of the Sun and the Moon upon it. I‘ve mentioned also such and important
authors like Galeno, Plotino, Julius Firmico Materno, Hildegarda de Bingen, Daniel de
Morley, Michael Scot, Albertus Magnus, Cecco D‘Ascoli, Johannes of Sacrobosco,
Alfonse X the Wise, Kepler or Copernicus.
In second place, I‘ve taken a look over Bonatti‘s life. Guido Bonato or Bonatti, Guido
Bonatus of Forlivio (Foroliviensis), Guido de Forlì or Guido Bonafors are the names of
ther famous italian astrologer that lead this academic research. His birthdate is
unknown, but some authors (Boncompagni, Thorndike, Tiraboschi) mark the age of
1223 as the age of the meeting between Bonatus and Richard of Ravenna, a strange man
that affirms to be four hundred years old, and that he has lived in Carlomagno‘s period
of time. In 1223, Guido Bonatti face up to Giovanni da Vicenza, a powerful clergy man,
and his principal enemy. Undoubtedly, the most polemic aspect of our astrologer‘s life
is his place of birth. Most authors believed he was native of Forlì (Mazzuchelli, Canestri
Trotti, Luigi Maria Rezzi), and only Filippo Villani assured he was florentine
(Boncompagni support him). Appart from the polemic, the true of this story is that the
astrologer, in his collection of astrological treatises, declares his provenance:
«Registrum Guidonis Bonati de Forliuio».
In Bolonia he knew Pier delle Vigne, a very poor sage. The italian philosopher and
astrologer is supossed to had travelled round the world, first to Arabic lands, second to
Paris, where he taught Astronomy, actually. He died in is return to Italy, in Cesena,
because he was assaulted by a group of thieves. We also know he was a teacher in the
University of Bolonia, and worked as a profesional astrologer under the arrangement of
Frederic II (1233), Ezzelino da Romano (1259), and Guido of Montefeltro (1260),
Count of Urbino, who died in 1298.
The manuscripts of Liber astronomicus of Guido Bonatti are numerous; some of
them contains the whole ten treatises of the autor, and others only fragments, specific
treatises. The oldest ones are located in the Biblioteque Nationale de la France (LATIN
7326 y LATIN 7327), and in the British Library (Arundel 66). The editio princeps of
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1491, the incunabula titled Registrum Guidonis Bonati de Forliuio it‘s probably the
most beautiful, careful and precious of the three main editions of the astrological work
of Bonatus. It was edited by the astrologer Johann Engel (Angelus) and printed by the
courtesy of Erhard Ratdolt in Augustae: both names appeared in the Explicit. The
incunabula it‘s printed in gothic characters and have 422 leafs, with woodcuts and
diagrams. The Prologue was written by Jacobus Canter, and the Index contains
thirteenth pages. The astrological compilation is made of ten treatises, each one of them
touches a single branch of the heavenly bodies doctrine explained, clearly, by magister
Guido Bonatus: nature of signs and planets, conjunctions, questions, elections,
revolutions, nativities, astrological metheorology, etc…
Decem continens tractatus astronomie it‘s the title of the second edition, printed by
Jacobum Pentium (fl. 1495-1527) and edited by Melchionis Sesse in Venice in the year
1506 in gothic characters, doble column, with lombard woodcut capitals. In the title
page, a woodcut where appears Guido Bonatti in a throne, with two astronomical
instruments, and surrounded by two Muses, Astronomia and Urania.
The third edition of 1550, called De astronomia tractatus decem, was printed by
Nicolaus Pruknerus in Basil and it‘s really a little bit austere if we compare it with the
other editions, in formal terms. It‘s an edition in folio, with doble column in each page,
that present differences in it‘s contents: at the end we can read the Liber fructus of
Ptolemy, prepared by the scholar Georgii Trapezuntii. Nicolaus Pruknerus, the printer,
is also the auhor of the Prologue dedicated to «Guglielmo Pageto», where he talk about
the enmity between Pope Martin IV and the faction of Guido Montefeltro and Guido
Bonatti.
In fourth place, I‘ve written a long summary about the ten astrological treatises of the
philosopher and astrologer who came from Forlì, Guido Bonatti, the autor who
compiled the most important sentences of the ancient sages. One of the remarkable
aspects of Guido it‘s the extraordinary level of concretion. Our astrologer instructs the
reader, not only in the infinite casuistry of general characteristics of the zodiacal signs,
but also in the particular examples of every horoscope, interrogation, election and
revolution. And all adorned and improved with the sentences of the most illustrious
astrologers: Messahala, Zahel, Albumasar, Ptolemy, etc… There is no case and detail
thar Bonatti doesn‘t consider. In this sense, the student of astrology realizes his
extraordinary knowledge in this area, because he is capable of adding his own judges,
based upon his real experience as a profesional astrologer. The amount of information
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it‘s really considerable, the compilation of astrological terminology so complete, that
we could affirm that Liber astronomicus it‘s so important in cultural terms as works like
Libro Conplido en los iudizios de las estrellas of Ben Ragel or the Speculum
astronomiae of Albertus Magnus.
We doesn‘t know the exact date of the composition of the ten treatises, as we doesn‘t
know the birthdate and death of Guido Bonatti, although we can assure that it must be
after the year 1277 (the date of Valbona‘s battle) and before 1300 (it was the posible
later date assigned to the astrologer‘s death). Liber astronomicus it‘s a work composed
of ten astrological treatises by the courtesy of Bonatus, who compiled the sentences of
illustrious thinkers:
1) Tractatus primus qui est in confirmatione huius scientie.
2) De divisione orbis signorum.
3) De naturam septem planetarum.
4) De consideratione quarundam coniunctionum.
5) In considerationibus que cadunt super iudiciis seu motus et significata stellatum.
6) Super precipuis iudiciis astrorum.
7) De electionibus seu dicta sapientum.
8) De reuolutionibus annorum mundi.
9) De natiuitatibus.
10) De imbribus et de aeris mutationibus.
Finally, I‘ve written a commentary about the castilian traduction made by Auger
Ferrer of the sixth treatise in Latin, the work on interrogations.
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PRESENTACIÓN.
En esta tesis doctoral pretendo aproximarme a la figura del famoso astrólogo Guido Bonato o Bonatus, así como a su obra, el Tratado de Forlivio sobre los más principales
juicios de los astros, traducción castellana llevada a cabo por Auger Ferrer en el siglo
XVII (1638) del voluminoso compendio latino Registrum Guidonis Bonati de Forliuio.
Decem continens tractatus Astronomie (1491).
Así pues, es mi intención, en primera instancia, hacer una extensa introducción a la
Historia de la Astrología desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, contexto este
último en el cual se inscribe el autor de la traducción castellana de la obra del autor
latino Bonatus. Me centraré, con especial atención, en los avatares científico-teológico-
astrológicos del siglo XIII, siglo en el cual el astrólogo ejerce su labor intelectual.
En segundo lugar, pretendo dedicar un espacio a la vida de Guido Bonato, dando una
serie de detalles y apuntes biográficos. Asimismo, he de hablar de su extensa
producción astrológica en la tercera parte: el Liber astronomicus, posteriormente
nombrado como Registrum Guidonis Bonati de Forliuio (1491), Decem continens
tractatus astronomie (1506) y De astronomia tractatus decem (1550). En cuarto lugar,
intentaré introducir al lector al significado de la extensa y compleja obra latina del
astrólogo nativo de Forlí.
Por último, destinaré a la quinta y última parte de este trabajo el análisis
pormenorizado del Tratado de Forlivio sobre los más principales juicios de los astros.
Nuestra obra se adhiere a la corriente de la llamada astrología judiciaria,
concretamente a la llamada astrología de interrogaciones o astrología horaria, que
predomina en las obras de los astrólogos árabes medievales, según afirma Luis Miguel
Vicente García en su obra Estrellas y astrólogos en la literatura medieval española1. De
hecho, la parte original latina se intitula «De interrogationibus», «Tractatus
interrogationibus seu questioniis guidonis bonati» o «Tractatus super precipuis iudiciis
astrorum».
Aparece Forlivio en una miscelánea del siglo XVII, conservada en la Biblioteca
Nacional de Madrid, junto a otros textos castellanos de carácter netamente astrológico:
Juicios astronómicos sobre las natividades de Auger Ferrer, De Hali Abenragel en 1 Luis Miguel Vicente García, Estrellas y astrólogos en la literatura medieval española, Madrid: Ediciones Laberinto, 2006, p. 79.
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materia de tesoros, Tratado de Hali Abenragel de hurtos, señas y fisionomía del ladrón,
Si una mujer está preñada o no, opinión de Alboacén Alí, hijo de Abenrazel y Para [el]
enfermo aliviarse la calentura.
1) LA ASTROLOGÍA A LO LARGO DE LA HISTORIA.
La astrología es una disciplina que tiene como base, según el DRAE2, el «estudio de
la posición y del movimiento de los astros, a través de cuya interpretación y observación
se pretende conocer y predecir el destino de los hombres y pronosticar los sucesos
terrestres». La palabra ‗astrología‘ proviene del étimo latino ‗astrologĭa‘, y éste del
griego ‗ασπρολογία‘, y Corominas3 la documenta en castellano hacia el 1250 en el
Setenario, como derivada del vocablo ‗astro‘.
Por su parte, Martín Alonso la adscribe a los siglos XIV y XV, y define la disciplina
de la siguiente forma: «Ciencia del conocimiento de los astros, que enseñaba a calcular
sus efectos, influencia y pretendía además predecir los acontecimientos por los
movimientos de aquéllos4». Sin embargo, en el Diccionario de Autoridades ya
encontramos una definición mucho más amplia y completa del término, que incluye la
diferenciación entre las ramas de la astrología natural y la judiciaria:
«Tratádo o sermocinación de los Astros: la facultad que discurre y trata de sus influencias y predicción de
lo venidéro. Divídese en dos partes: la que sólo se empléa en el conocimiento de las influéncias celestes
por observaciones de cosas naturáles: como el cortar la madéra en ciertas lunas, para que no se carcoma, y otras cosas semejantes, tiene el nombre de Astrología natural, y es lícito usar della: la que quiere
elevarse à la adivinación de los casos futúros y fortuítos se llama Astrología judiciaria, y esta en todo ò la
mayor parte es incierta, ilícita, vana y supersticiosa. Es voz griega. Lat. Astrologia5»
Pero a este mar de profundo conocimiento que es la astrología, van a desembocar
diversas ciencias y materias, que, a lo largo de la historia, han ido indisolublemente
2 Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, Madrid: RAE, 1992, p. 153. 3 Joan Corominas y José A. Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Madrid:
Gredos, 1984, vol. I, p. 385. 4 Martín Alonso, Diccionario medieval español, Salamanca: Universidad Pontificia de Salamanca, 1986,
tomo I, pp. 423-424. 5 Real Academia Española, Diccionario de Autoridades, Madrid: Gredos, 1976, p. 452.
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unidas a la misma: la astronomía, la física, la matemática, la medicina, la filosofía, la
teología, e incluso la tan condenada magia.
Es mi interés en este trabajo el poner de relieve la complejidad de la materia a la que
me aproximo, y cómo no, el rememorar la polémica que ha suscitado en filósofos,
teólogos, médicos e incluso hombres de estado desde los primeros tiempos.
En el siglo II, Claudio Ptolomeo, filósofo y científico griego de la escuela
alejandrina, en el Prólogo a su insigne obra, el Tetrabiblos, establece una distinción
entre dos ciencias hermanas, la astronomía y la astrología:
«Sirius posee dos principios sobre los cuales se fundan las predicciones astronómicas. Uno (la
Astronomía), por el cual nosotros conocemos en cada momento el movimiento del Sol, de la Luna y de
los otros astros, y los aspectos que tienen entre ellos o los que están al otro lado de la Tierra. El otro (la
Astrología), con el cual, siguiendo las cualidades naturales de estos astros, consideramos los cambios que
se producen según su posición en los cuerpos6»
Por otra parte, la llamada ‗astrología‘ se subdivide a su vez en varias ramas. Juan
Vernet Ginés en su obra Astrología y astronomía en el Renacimiento. La revolución
copernicana nos habla de esas subdivisiones, y enumera en primer lugar, la astrología
«genetlíaca o de investigación del futuro del individuo7», que es aquella que se ocupa
del horóscopo personal levantado a partir del día, la hora, el minuto, y el lugar de
nacimiento del nativo. Dentro de la genetlíaca, Vernet sitúa una rama de la astrología
médica, que consiste en levantar la carta astral del momento de inicio de una
enfermedad, o de los momentos de crisis o mejora de la misma, con el objeto de hacer
un diagnóstico clínico.
Otra rama de la astrología, es el llamado «sistema de elecciones»8, que no es más que
la determinación del mejor momento astrológico para emprender con éxito una acción
x. En relación a este sistema Vernet cita a Roger Bacon y a Cardano (figuras de las que
trataremos más adelante) y afirma que dicho sistema fue utilizado para la fundación de
Bagdad y para la construcción del observatorio de Uraniborg, llevada a cabo esta última
6 Claudio Ptolomeo, Tetrabiblos o los cuatro libros de los juicios de los astros y el Centiloquio o Las cien
sentencias, Madrid: Manakel, 2004, p. 11. 7 Juan Vernet Ginés, Astrología y astronomía en el Renacimiento. La revolución copernicana, Madrid:
Ariel, 1974. 8 Íd., ib., p. 9.
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por Tycho Brahe el 8 de agosto de 1576 al amanecer (cuando el Sol se hallaba fuerte, ya
que estaba en domicilio, en Leo, y en conjunción al gran planeta benéfico, Júpiter, que
dependía por sistema de regencias del primero). Pero del ideario y vocabulario
astrológico nos ocuparemos en el cuarto epígrafe.
En último lugar, el estudioso Juan Vernet nos habla de la «astrología mundial», y su
división en «natural o física» por un lado, y «político-religiosa» por otro. La primera es
la «destinada a predecir catástrofes naturales (terremotos, huracanes, etc...)» y la
segunda se ocupa de predecir (o provocar) acontecimientos sociales globales, dentro del
campo de la política y la religión fundamentalmente. Esta última interesa especialmente
al erudito «desde el momento en que gozó de gran credibilidad –al igual que la
genetlíaca y de elecciones- durante el Renacimiento».
Personalmente, me interesa mucho la clasificación que hace Daniel de Morley en el
siglo XII en ocho tipos de astrología, ya que me parece sumamente curiosa: la astrología
judiciaria, la astrología médica, la nigromancia, la relativa a la agricultura (equivaldría
en parte a la «natural o física» de Vernet), la magia, la alquimia, la ciencia de las
imágenes y la ciencia de los espejos:
«Daniel interprets the scope of astrology very broadly, asserting that it has eight parts: the science of
judgements, or what we should call judicial astrology; medicine; nigromancy according to physics;
agriculture; illusions or magic (de praestigiis); alchemy, ―which is the science of the transmutations of
metals into other species; the science of images, which Thoz Grecus set forth in the great and universal
book of Venus; and the science of mirrors, which is of broader scope and aim than the rest, as Aristotle
shows in the treatise on the burning glass‖9»
La astrología, según apuntan todos los historiadores de la misma, tiene su cuna en las
antiguas civilizaciones de Mesopotamia y del Nilo10. Los sacerdotes de Babilonia se
dedicaban a descifrar profecías para los reyes basándose en la observación de los
eclipses, los cuales eran signos visibles de acontecimientos que estaban por venir11.
Asimismo, hacían «predicciones meteorológicas de acuerdo con el color de los planetas 9 Daniel de Morley, De philosophia danielis, cit. Lynn Thorndike, A history of magic and experimental
science, Nueva York: Columbia University Press, 1923, vol. II, p. 177. 10 Vid. Luis Miguel Vicente García, Estrellas y astrólogos en la literatura medieval española, Madrid:
Ediciones del Laberinto, 2006, p. 27. También se recomienda la obra de Derek & Julia Parker, A history
of Astrology, London: André Deutsch, 1983, pp. 7-19. 11 L.M.Vicente García, Estrellas y astrólogos, cit., p. 27.
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al levantarse o ponerse»12, según nos informa Luis Miguel Vicente García. Afirma el
estudioso:
«Los Zigurats o templos mesopotámicos, con sus siete divisiones, reproducían los siete planetas del cielo;
en ellos se desarrollaron cálculos matemáticos de cierto avance que contribuyeron al establecimiento de
un calendario en Occidente. Los planetas fueron divinizados por los mesopotámicos, que concibieron,
sobre la base de la regularidad de sus movimientos, una especie de ―determinismo universal‖. Saturno, en
especial, era tenido como el rey del cielo»13
Añaden Derek y Julia Parker que los babilonios comenzaron por delimitar la duración
de los días y las noches, después siguieron por el orto y el ocaso de la Luna y por las
apariciones y ocultamientos de Venus. Los primeros calendarios tomaban como punto
de partida del nuevo mes la primera aparición de la Luna después de su ayuntamiento
con el Sol:
«The Babylonians puzzled for centuries over the patterns in the night sky before producing a calendar
reliable enough to enable them to predict eclipses and to work ‗backwards‘ in order to figure out the
celestial events of the past. They seem to have started by simply working out the duration of day and
night, then of the rising and setting of the Moon and the appearance and disappearance of Venus. The
very earliest calendars date a new month from the first appearance of a new Moon. But the fact that the
interval between new Moon is irregular –on average, 29 days, 12 hours, 44 minutes and 3 seconds- meant
that it was extremely difficult to devise a calendar in which each month began with the new Moon, but
each year began at the spring equinox (to do so, you have to declare an extra month every two or three
years –and even then you will be one and a half days out every eight years»14
Berosus, sacerdote del templo de Bel en Babilonia, está considerado como el primer
autor de tratados astrológicos. De este personaje nos dice Lynn Thorndike, citando la
Naturalis Historia de Plinio, en su obra A history of magic and experimental science,
que tenía una estatua en Atenas en honor a sus juicios astrológicos: «Berosus, of whom
a statue was erected by the Athenians in honor of his skill in astrological
prognostication15». Pero este presupuesto histórico que señala a babilonios como
pioneros en el arte astrológico, es rechazado por Luciano de Samosata, nacido en el
12 Íd., ib., p. 27. 13 Íd., ib., p. 27. 14 D. & J. Parker, A history, cit., pp. 11-12. 15 L. Thorndike, A history of, cit., vol.I, p. 95.
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120-125 d.c., en un ensayo astrológico que le es atribuído, según nos cuenta Thorndike,
y en el cual defiende la antigüedad de los etíopes en el cultivo de la ciencia de los
cuerpos celestes. Posteriormente, los egipcios la desarrollaron y los griegos la tomaron
como «único método de adivinación», siendo únicamente los arcadios los que se
mantuvieron al margen de la disciplina:
«The Ethiopians were the first to cultivate it and handed it on in a still imperfect stage to the Egyptians
who developed it. The Babylonians claim to have studied it before other peoples, but our author think that
they did so long after the Ethiopians and Egyptians. The Greeks were instructed in the art neither by the
Ethiopians nor the Egyptians, but, as we have seen, by Orpheus. Our author not only states that the
ancient Greeks never built towns or walls or got married without first resorting to divination, but even
asserts that astrology was their sole method of divination, that the Pythia at Delphi was the type of
celestial purity and that the snake under the tripod represented the dragon among the constellations.
Lycurgus taught his Lacedemonians to observe the moon, and only the uncultures Arcadians held
themselves aloof from astrology»16
Pero volvamos a Beroso (o Berossós, o Belre‘ usu), ese sacerdote del siglo III a.c.,
adorador del dios Marduk. Santiago Montero en su Diccionario de adivinos, magos y
astrólogos de la Antigüedad17 le presenta como autor de una obra griega sobre la
historia mesopotámica que contiene apuntes astrológicos: la Babyloniakà o Chaldaikà,
dedicada a Antíoco I Sóter, de la cual sólo restan algunos fragmentos difundidos a
través de la figura de Eusebio de Cesarea y Flavio Josefo.
Dicha obra se dividía en tres libros: un primero que daba cuenta de los orígenes de la
civilización con el episodio del monstruo Oannes (figura con cuerpo de pez y cabeza y
piernas humanas), el cual mediante un escrito da a conocer al hombre el principio
acuoso del mundo, de cuyo seno nacen criaturas horripilantes. Pero será Belos quien,
dividiendo el cuerpo de Talat, gobernante de las aguas, crea el cielo y la tierra.
Asimismo, crea a la especie humana y ordena los cuerpos celestes. El segundo libro da
la lista de los diez primeros reyes y de los monstruos ictiformes. Se habla de las
diferentes dinastías hasta el siglo VIII a.c. con Nabonasar. El tercero trata sobre la
dominación asiria, el imperio neo-babilonio y la dominación persa hasta Alejandro
Magno. Los fragmentos astrológicos del dicho tratado se refieren a la naturaleza de los 16 Íd., ib., p. 283. 17 Santiago Montero, Diccionario de adivinos, magos y astrólogos de la Antigüedad, Madrid: Trotta,
1997, pp. 92-93.
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eclipses y de las fases de la luna (fr. 19-20), y a las catástrofes naturales (diluvios,
conflagración), en relación directa con las conjunciones de los astros.
Beroso estuvo asociado con los monarcas greco-macedonios, y fue comparado con
Manetón de Egipto, autor de las Aegiptiakà dedicadas a Ptolomeo II Filadelfo. Fue
nuestro sacerdote mesopotámico el que, según Montero, «inició a los griegos en los
secretos de la ciencia caldea y fue el introductor de la astrología oriental en el mundo
griego18». Pero también se ha hablado de la posible existencia de dos autores: un Beroso
y un Pseudo- Beroso de Cos, autor este último de los fragmentos mencionados, y
fundador de una famosa escuela de astrología en Cos (que habría formado a los
astrólogos Critodemo y Antípatro), la cual impartía clases de «iatromatemática», ciencia
de origen egipcio que relacionaba el cuerpo humano con las constelaciones o planetas.
Por otra parte, a este Pseudo-Beroso de Cos, esposo de Erimanto, se le supone padre de
la sibila Caldea. En último lugar, se ha de destacar el hecho de que fue a finales de la
época helenística, cuando este autor se hizo popular entre romanos y cristianos.
En la civilización egipcia, despunta la herencia astrológica de la figura de Hermes
Trismegisto, muy difundida en Occidente en la Edad Media y el Renacimiento. «A
Hermes se le atribuía la división del zodíaco en doce casas19», asevera Luis Miguel
Vicente García. Los egipcios hallaron en el discurrir de los planetas las causas primeras
de los cambios producidos en la Tierra: fenómenos naturales (lluvias, terremotos),
enfermedades (pestes), o cambios de gobierno (fin de las monarquías). El levantamiento
de cartas astrales u horóscopos individuales también queda atestiguado por el filósofo
griego neoplatónico Proclus, del siglo V.
La tradición hermética queda inscrita dentro de una serie de escritos de origen divino
y antiguo cuya finalidad era la instrucción de una serie de iniciados en los misterios y
leyes del Universo («to disclose the secrets of ancient priesthoods and to publish what
should not be revealed to the vulgar crowd20»)
El autor de los tan nombrados escritos es Hermes el Egipcio o Trismegisto, detrás del
cual se esconde Thoth o Tehuti, divinidad egipcia conocida en Grecia por θωύθ, θώθ y
Τάτ. De hecho, el epíteto «Tres veces grande» aplicado a Hermes procede del adjetivo
egipcio aā aā, el «Gran Grande». El estudioso Lynn Thorndike habla de citas de tratados
18 Íd., ib., p. 93. 19 L.M. Vicente García, Estrellas y astrólogos, cit., p. 28. 20 L.Thorndike, A history of, cit., vol. I, p. 287.
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de Hermes Trismegisto21 que se remontan al siglo I d.c., aparte de los comentarios de
rigor de Atenágoras o San Agustín. En el siglo IV, el historiador Ammianus Marcellinus
le equipara a sabios tales como Pitágoras, Sócrates y Apolonio de Tyana, y otros autores
del Imperio Romano como Clemente de Alejandría (150-220 d.c.) en su obra Stromata
o Jámblico (muerto en el 330 d.c.) en el De mysteriis hacen descripciones del corpus
hermético.
Clemente da la cifra de cuarenta y dos libros de Hermes: diez sobre leyes y dioses,
otros diez referidos a oraciones y sacrificios, diez relativos a los himnos a los dioses,
seis médicos, cuatro que atañen a la astronomía y a la astrología, y los diez últimos
sobre cosmografía, geografía y ritos sagrados. Thorndike imagina estos volúmenes
repletos de alusiones a las propiedades ocultas de hierbas y piedras, de conjuros
mágicos, y de relaciones entre los astros, la naturaleza, y el mundo de los espíritus22.
Jámblico, siguiendo a Seleuco, habla de 200.000 volúmenes cuyo autor sería el
Trismegisto, y recoge también la cifra que da Manetho: 36.525, número conectado con
el período anual. Por otra parte, habla de 100 tratados sobre los dioses etéreos y otros
100 sobre los celestiales. Es especialmente relevante la aclaración que hace sobre las
obras atribuídas a Hermes: él no es el autor material de todas ellas ni mucho menos,
sino que fueron muchos los seguidores de la vía hermética que firmaron sus escritos con
el nombre de Hermes, en alabanza al dios del lenguaje y la teología. Escritos que, en el
tiempo de Jámblico, habían sido traducidos del egipcio al griego.
Hemos de hablar ahora, en primer lugar, evidentemente, del Corpus hermeticum, una
colección de 17 ó 18 fragmentos. La primera parte se intitula Poimandres (nombre que,
en ocasiones, se aplica al Corpus completo), y la segunda Asclepius, es un diálogo entre
este personaje y Mercurio Trismegisto. Los manuscritos griegos del Corpus nos remiten
al siglo XIV, y probablemente provienen de la versión de Miguel Psellus del XI. Pero se
ha de decir que la plegaria final del Poimandres se conserva en un papiro del siglo III, y
que en el siglo IV, Zósimo parece conocer a la perfección el Corpus. Nuestro tratado
está asociado con la religión, la física, la cosmología y se posiciona positivamente con
respecto a la astrología y la magia, aunque esta última no es tratada con profundidad.
Las estrellas en nuestro texto, son consideradas dioses, de entre las cuales el Sol es el
más grande. El Corpus, que nos habla de los siete planetas, de los siete tipos humanos
21 Íd., ib., p. 288. 22 Íd., ib., p. 289.
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correspondientes, y cómo no, de los doce signos del zodíaco que influyen en nuestro
cuerpo, está imbuído de las doctrinas de Platón y los Gnósticos. Sólo aquellos
iluminados que poseen la ‗gnosis‘, capaces de recibir la ‗nous‘, pueden evitar los
designios celestes y en última instancia alcanzar el mundo espiritual, la octava esfera
celeste, evitando los coros de demonios localizados en las diferentes esferas
planetarias23.
En segundo lugar, sabemos de la existencia de tratados astrológicos, aparte del
mencionado Corpus, que aparecen bajo el nombre de Hermes Trismegisto: uno sobre
los nombres y poderes de los doce signos, otro de astrología médica dirigido a Ammon
el Egipcio, otro sobre el trueno y el rayo, y en último lugar, algunos hexámetros que
hablan de la relación entre los terremotos y los signos del zodíaco, atribuídos también a
Orfeo. Esta serie de trabajos contienen alusiones a la correspondencia entre diferentes
hierbas y planetas, signos del zodíaco, o los 36 decanos, así como enseñanzas sobre el
uso de amuletos protectores confeccionados con gemas que contienen figuras
astrológicas (de los dichos decanos) en su superficie24.
Por otra parte, alquimistas griegos del Imperio Romano tales como Zósimo,
Stephanus y Olympiodorus citan tratados adscritos al Trismegisto, pero el hecho
objetivo es que los tratados herméticos de alquimia que han llegado hasta nosotros son
de fecha tardía. Algunos de ellos se conservan en árabe, y otros son invenciones latinas
medievales. Thorndike25 añade que el himno místico de Hermes de los alquimistas
griegos proviene del Poimandres.
Nechepso, Petosiris y Manetho son otros nombres de importancia en relación a la
astrología egipcia. Nechepso fue rey en Egipto, y Petosiris un sacerdote; ambos vivieron
en el siglo VII a.c., y recibieron las revelaciones del dios «Tres veces Grande». Se les
relaciona con un voluminoso tratado de astrología de época helenística escrito en
Alejandría, citado por Plinio a través de Galeno. Manetho es el supuesto compilador de
un ensayo astrológico en verso sobre judiciaria o prognosis, obra de varios autores, de
los cuales el último se puede situar en el siglo III, en el reinado de Alejandro Severo.
Orfeo es otro autor asociado a las artes ocultas, quizás más a la magia que a la
astrología, aunque se aprecia cómo en sus escritos queda mencionado el culto a los
23 Íd., ib., p. 296. 24 Íd., ib., p. 291. 25 Íd., ib., p. 292.
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astros, en concreto el culto solar. Plinio considera a Orfeo el primer escritor sobre
plantas y hierbas y le relaciona con la magia, mientras otros afirman que sus prosélitos
fueron los primeros en el arte de encantamientos y purificaciones contra los malos
espíritus26. Lo cierto es que este personaje, autor de la obra Lithica, 770 líneas sobre las
propiedades mágicas de las gemas, basada en un tratado en prosa de Damigeron (s. II
a.c.), nos habla del culto dedicado al dios Sol.
En De Lithica aparece Hermes como dador de las virtudes ocultas de todo tipo de
gemas a la Humanidad: piedras que atraen la fortuna amorosa, la victoria en la guerra o
la salud física; piedras que permiten a su portador leer el pensamiento de los demás, o
comprender el lenguaje de los pájaros. De todos estos poderes nos habla el personaje de
Theodamas, un hombre sabio al que el autor conoce en el camino que le lleva al «altar
del Sol», lugar en el que hará su sacrificio anual, y más tarde el vidente Helenus en su
discurso a Philoctetes, que Theodamas se encarga de citar. Destaca, entre las diferentes
gemas nombradas, la Liparaios, conocida por los magos de Asiria, que permite atraer a
las serpientes al fuego, si se prende en un altar exängue entonando himnos al Sol y a la
Tierra. Sin embargo, nuestro poema no habla de las relaciones obvias de las gemas con
los planetas y los signos del zodíaco: «The poem fails, however, to touch upon their
uses in alchemy or relation to the stars, nor does it contain much of anything than can be
called necromancy27». Orfeo, en este tratado, da prioridad a las propiedades de las
piedras y no a las de las hierbas, las cuales con el paso del tiempo pierden sus virtudes28.
San Cipriano, obispo de Antioquía del siglo III, por otra parte, nos dejó un texto
sobre el poder de los demonios y las propiedades de las hierbas, en relación a los
«misterios paganos del Monte Olimpo» o «ritos órficos» en los que él fue iniciado
cuando tenía 15 años. Siete hierofantes le instruyeron en las virtudes de las hierbas
mágicas y en las operaciones con demonios durante 40 días. Lynn Thorndike postula la
inclusión de la astrología entre los saberes del rito órfico.
Como mitos de la ciencia persa hemos de citar a Zoroastro, a Hosthanes y a
Hystaspes, traducidos y estudiados por los griegos. Zoroastro es considerado por Plinio
el pionero en las artes mágicas, y es citado en la obra bizantina Geoponica, que parece
26 Íd., ib., p. 293. 27 Íd., ib., p. 295. 28Sobre este tema Thorndike reproduce una sentencia del autor, muy común a lo largo de la Edad Media:
«There is great force in herbs, he says, but far greater in stones» (Íd., ib., p. 296)
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tomar como fuente un libro suyo concerniente al tema de la simpatía y antipatía entre
las sustancias naturales (principio en el cual se basa la astrología). Un buen número de
tratados supuestamente atribuídos a Zoroastro circularon, algunos de los cuales fueron
suprimidos por Porfirio el Neoplatónico, el cual comenta en su Vida de Plotino que
algunos cristianos presumían de ser poseedores de las revelaciones del tal Zoroastro.
En relación con este tema, he de comentar la existencia de unos escritos
neoplatónicos, conocidos como los pasajes de la Logia de Zoroastro o de los Oráculos
Caldeos. Dichos fragmentos tienen una base doctrinal de fondo muy diverso: en ellos
podemos hallar principios platónicos, pitagóricos, estoicos, gnósticos y persas, y autores
como Porfirio, Jámblico o Proclus hicieron comentarios a este enigmático texto. Se ha
pensado también, que toda esta serie de comentarios en realidad apuntan a un único
trabajo compilado en la época de los Antoninos por Julián el Caldeo.
Tales, fundador de la escuela jonia de filosofía, ha sido considerado desde la
Antigüedad como el sabio y el científico ideal, y también como el precursor del sistema
filosófico de Anaximandro, según la opinión de Diógenes Laercio. Se distingue por
haber sido el primero en considerar al elemento agua como la sustancia esencial gracias
a la cual se forman las cosas, así como por haber sido capaz de predecir el eclipse del 28
de mayo del año 585 a.c.
El primer autor en mencionar a Tales es Heródoto, al hablar de la guerra entre Lidia y
Media. Guthrie29 reproduce un pasaje en el que se afirma que durante el combate, «el
día se hizo noche». «Se trata de la pérdida de luz que Tales de Mileto predijo a los
jonios, fijando como su límite el año en que realmente ocurrió», predicción que causaría
el asombro y la admiración de Heródoto y Jenófanes. Modernamente, Guthrie pone en
duda el necesario conocimiento astronómico de Tales, ya que él poco sabía de la
esfericidad de la tierra y de la reducción necesaria para calcular el paralaje. «Si hubiera
sido de otro modo, su predicción no habría sido algo aislado30». Se sabe que Tales
calculó el año del eclipse sirviéndose de un período de cálculo conocido como el Saros,
de la letra sumeria šar, un ciclo de 223 meses lunares. Después de estos 18 años, 10 días
y 8 horas, un eclipse, ya sea solar o lunar, puede volver a repetirse con una muy ligera
variación. Por otra parte, según Heath, la mencionada letra poseía el valor numérico de
29 W. K. C. Guthrie, Historia de la filosofía griega I. Los primeros presocráticos y los pitagóricos,
Madrid: Gredos, 1991, p. 55. 30 Íd., ib., p. 56.
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3600. Asimismo, Guthrie nos recuerda que Aecio concede a Tales el descubrimiento de
que los eclipses solares eran debidos a la intervención de la luna, y que la luna toma su
luz del sol.
La fecha de nacimiento de Tales, como casi todas las de los filósofos de la tradición
presocrática, es un tema controvertido. Recurriendo al método cronológico del floruit,
Apolodoro fija la fecha de nacimiento del filósofo de Mileto en la Ol. 39.1 (624). Según
Diógenes, murió a la edad de 78 años en la Ol. 58 (548-5). «Testimonios más tardíos
hablan de que vivió hasta los noventa o los cien años31», afirma Guthrie.
En cualquier caso, sabemos que su padre fue Examio, nombre de origen cario, y su
madre Cleobulina, étimo de origen griego. Heródoto afirma que sus antepasados
remotos fueron fenicios; sin embargo, Diógenes le considera un milesio de alta alcurnia.
Lo que sabemos a ciencia cierta es que vivió en Mileto en la época de los reyes Aliates
y Creso de Lidia, Ciaxares y Astiages de Media, y Ciro de Persia, y que fue
contemporáneo de Solón de Atenas.
Como es bien sabido, Tales figura en la lista tradicional de los Siete Sabios (la cual se
remonta a Platón y a su Protágoras), siendo considerado a menudo como el más sabio.
Y no en vano: Heródoto afirma que tuvo la feliz idea de constituir una federación de
ciudades jonias con sede de gobierno en Teos frente a la amenaza persa, en tanto que
Diógenes cuenta cómo disuadió a Mileto de aliarse con Creso. Gracias a Calímaco
sabemos de su interés por la navegación: anteponía la Osa Menor (preferida por los
fenicios) a la Osa Mayor (preferida por los griegos) como criterio para encontrar el
Polo. Asimismo, Jerónimo de Rodas cuenta cómo llegó a medir las pirámides basándose
en sus conocimientos de geometría, y Eudemo narra cómo era capaz de calcular las
distancias de los barcos en el mar. Por si esto no fuera suficiente, Heródoto relata la
fantasiosa historia en la que Tales aparece como héroe capaz de desviar el curso del río
Halis por Creso y su armada, evidenciando sus magníficas dotes en asuntos de
ingeniería. Asevera Guthrie:
«Todo esto crea la impresionante imagen de un genio práctico y un hombre de negocios, en la cual hay,
sin duda, algo de verdad. El título de Sophós se concedía en su tiempo, como en el caso de Solón, por
motivos de sabiduría práctica; y de Anaximandro, discípulo de Tales, poseemos una imagen similar. Sin
embargo, una vez que hubo alcanzado en la opinión popular la reputación de hombre ideal de ciencia, no
31 Íd., ib., p. 59.
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hay duda de que las historias sobre su persona se inventaban o seleccionaban, de acuerdo con la imagen
del temperamento filosófico que cada escritor concreto deseaba dar a conocer32».
En relación con esto, no podemos dejar de mencionar las historias de las prensas de
aceituna y de la caída en un pozo. Aristóteles nos narra la primera en su Política con la
intención de poner de relieve los conocimientos en meteorología que Tales poseía. El
filósofo, cuenta Aristóteles, fue capaz de predecir en pleno invierno que la estación
próxima daría una buena cosecha de aceitunas. Por este motivo, se apresuró a alquilar
todas las prensas de aceituna de Mileto y Quíos, de tal modo que cuando éstas
maduraron, pudo pedir su precio real, ya que la gente las necesitaba perentoriamente.
Según el estagirita, la historia fue una respuesta de Tales a aquellos que le recriminaban
su pobreza, queriéndoles demostrar cómo es muy sencillo para el filósofo hacer dinero
si le place, pero que no es ésta la meta que ha de perseguir en la vida. La segunda
historia es comentada por Platón en su diálogo Teeteto para ilustrar el hecho de que la
filosofía se halla muy por encima de las consideraciones prácticas y del utilitarismo. Por
ello, Platón relata cómo Tales se cayó en un pozo cuando se hallaba contemplando una
estrella, y cómo una criada cruel se burló de él por no tener los pies en la tierra e
intentar averiguar lo que sucede en los cielos.
A Tales se le atribuye la introducción de la geometría en Grecia, disciplina ésta que
se supone que cursó en su viaje a Egipto. Concretamente, se le reconocen los siguientes
teoremas:
1) Un círculo es dividido en dos partes iguales por su diámetro.
2) Los ángulos que componen un triángulo isósceles son iguales.
3) Si dos líneas rectas se intersectan, los ángulos opuestos son iguales.
4) El ángulo inscrito en un semicírculo es un ángulo recto.
5) Un triángulo se determina, dando su base y los ángulos relativos a la base.
Proclo, tomando a Eudemo como autoridad, adscribe a Tales los teoremas 1, 2, 3 y 5.
Diógenes es aquél que cita el teorema 4 apoyándose en Pánfila, compiladora del siglo I
d.c., como fuente.
32 Íd., ib., p. 60.
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Nuestro pensador de Mileto, fundador de la filosofía, destaca por haber sostenido la
afirmación de que el agua es el primer principio de todas las cosas, la sustancia
primigenia, el elemento base del Cosmos. Esta información nos llega a través de
Aristóteles. De sus escritos se deduce que no existían obras de Tales en circulación en
su época, ni probablemente mucho antes de él. Sin embargo, a través de las
informaciones de ciertos autores, podemos saber qué es lo que pudo escribir. Simplicio
le adscribe una Astronomía Náutica, en tanto que Plutarco asevera que el de Mileto
escribió sus obras en verso, y Galeno cita un pasaje del libro segundo de Sobre los
primeros principios. Hemos de reproducir, ya que es altamente relevante, el pasaje en el
cual Aristóteles en su Metafísica expone el sistema de pensamiento del primer filósofo
de la naturaleza:
«La mayoría de los filósofos más primitivos pensaron que los principios que existían en la naturaleza de
la materia eran los únicos principios de todas las cosas: aquello de lo que constan todas las cosas que
existen y de lo que se originan por primera vez y en lo que se convierten en su estado final
(permaneciendo la sustancia pero cambiando sus atributos), esto, decían ellos, es el elemento y principio
de todas las cosas y, por ello, piensan que nada se origina o se destruye [...]
Sobre el número y la naturaleza de tales principios ellos no se muestran enteramente de acuerdo. Tales,
que fue el primero en cultivar esta clase de filosofía, dice que el principio es el agua y, por esta razón,
afirmaba que la tierra descansa sobre el agua. Su conjetura puede haber nacido de la observación del
hecho de que el alimento de todos los seres es húmedo, y de que el calor mismo nace de la humedad y
vive por ella, y esto de lo que todas las cosas se originan es su primer principio. Además de ésta, otra
razón que explicaría su conjetura sería que la semilla de todas las cosas tiene una naturaleza húmeda, y el
agua es para las cosas húmedas el origen de la naturaleza.
Algunos piensan que otros autores antiquísimos y muy anteriores a la generación presente, que
escribieron por primera vez sobre los dioses, tenían también esta concepción de la naturaleza, porque
ellos llamaron a Océano y Tetis los padres de la generación e hicieron a los dioses prestar juramento por
el agua, junto a la laguna Estigia: lo que es más antiguo es lo más reverenciado y uno jura por lo que más
reverencia33».
Aristóteles utiliza el término arché, vocablo de uso común en la época, para referirse
a la sustancia originaria de los milesios. Dicha palabra posee dos acepciones: principio o
punto de partida, por un lado, y causa originaria, por otro, y ya había sido empleado,
con toda probabilidad, por Anaximandro, al referirse éste al primer principio del
Universo. Por lo tanto, los filósofos milesios nos hablan de un estado primigenio a partir
33 Íd., ib., p. 63.
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del cual deviene el mundo múltiple, pero también nos hablan de la base permanente de
su ser o substrato. «Todas las cosas fueron una vez agua (si ésta es la arché) y para el
filósofo todas las cosas continúan siendo agua, porque, a pesar de los cambios que haya
sufrido, permanece la misma sustancia (arché o phýsis, principio o constitución
permanente) a través de todos ellos, dado que realmente no existe otra cosa34», afirma
Guthrie. Debemos también señalar que, a pesar de que Aristóteles divide a los filósofos
de la naturaleza en dos grupos: aquellos que postulaban una arché única y aquellos que
defendían la existencia de más de una, esta distinción ya existía antes de su época.
En su obra De caelo, el estagirita nos expone otro aspecto de la doctrina de Tales de
Mileto; concretamente, se refiere a la idea de que la tierra flota sobre el agua:
«Otros dicen que [la tierra] reposa sobre el agua. Ésta es la explicación más antigua que ha llegado hasta
nosotros y es atribuida a Tales de Mileto, a saber, que la tierra está en reposo porque puede flotar como la
madera o sustancias similares, cuya naturaleza consiste en reposar sobre el agua, aunque ninguna de ellas
pueda reposar en el aire35».
Los estudiosos han señalado varias razones para intentar explicar la elección de Tales
del agua como arché: en tanto que unas recurren al mito, otras hallan su soporte en la
racionalidad. Los primeros señalan la influencia de las ideas babilónicas y egipcias en la
mentalidad de Tales de Mileto. De hecho, sabemos por Plutarco que los sacerdotes
egipcios afirmaban que tanto Tales como Homero habían tomado de Egipto la idea del
agua como principio del Universo. Según la religión egipcia, de Nũn, las aguas
primordiales, había surgido la tierra. Por otra parte, en la cosmogonía babilónica,
aparecen Apsu (las aguas dulces, principio masculino) y Tiamat (el mar, principio
femenino). Asimismo, en la cosmología hebrea el espíritu de Dios aparece en
movimiento sobre la superficie de las aguas. En todas estas civilizaciones, siempre
existe un dios asociado a las aguas primordiales. La mitología griega no se queda atrás:
Océano y Tetis, padres de los dioses, encarnan los principios masculino y femenino del
agua.
Aquellos eruditos modernos que recurren a las explicaciones racionales para aclarar
la filosofía del de Mileto aducen que el agua es el único elemento que se transforma, de
forma visible y según su temperatura, en algo sólido, líquido o gaseoso. Pero ésta no es
34 Íd., ib., p. 66. 35 Íd., ib., p. 67.
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la verdadera razón: Aristóteles se acerca más al pensamiento de Tales cuando asocia el
agua con la idea de vida. Es evidente el hecho de que la vida va asociada al calor
húmedo, o que el alimento y el semen contiene humedad. En palabras de Guthrie: «La
conexión entre calor y vida animal, obvia para la experiencia, era considerada como
más esencial y causativa por el mundo antiguo de lo que lo es hoy36». El propio
Aristóteles habla en Generatione animalium y en De vita et morte del «calor vital», el
calor húmedo característico de la sangre. Y de la vida: ya que cuando el ser humano
muere, el cuerpo físico se enfría y se seca.
Por otra parte, el estagirita comenta en su Metafísica el curioso hecho de que ninguno
de los filósofos monistas escogió la tierra como sustancia primigenia. Y esto es
completamente lógico: tanto el agua como el aire o el fuego, poseen una movilidad
intrínseca: el agua es fuente de vida, el aire se expande en forma de viento, el fuego se
mueve y salta. ¿Qué sucede con la tierra? «La tierra no podía servir de arché para su
propósito, porque necesitaban algo que no sólo fuera el elemento material del cambio,
sino también su autor potencial. Los otros elementos lo podían ser, porque, para estos
pensadores primitivos, estaban dotados de vida37», asevera Guthrie. En opinión del
estudioso, en la época de los filósofos monistas aún no se había forjado la distinción
canónica entre espíritu y materia, animado e inanimado.
En su obra De anima, Aristóteles afirma que Tales identificó la psyché, el alma o
vida, con la causa primera del movimiento. Y continúa: «También parece que Tales,
según la información que poseemos sobre él, ha considerado al alma como una fuerza
motriz, si, en efecto, dijo que el imán tiene alma porque hace moverse al hierro38». Esta
afirmación es una prueba de la no-distinción entre animado e inanimado en la filosofía
del de Mileto; de hecho, Diógenes, basándose en Hipias y Aristóteles, afirma que Tales
otorgaba a lo inanimado una participación en la vida, y que dicha creencia provenía de
las propiedades, no sólo del imán, sino también del ámbar, los cuales poseen la
capacidad psíquica de iniciar el movimiento.
El filósofo de Estagira también adscribe a Tales la creencia de que todas las cosas
están llenas de dioses, frase que recuerda a la sentencia de Heráclito («todas las cosas
están llenas de almas o espíritus»), o al pensamiento de Platón en las Leyes («que todo
36 Íd., ib., p. 69. 37 Íd., ib., p. 72. 38 Íd., ib., p. 73.
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está lleno de dioses»). Según Guthrie, esto puede considerarse como «una reliquia del
animismo no erradicado, o animatismo, de los griegos39».
Sabemos por Aecio que Teofrasto, a propósito de la asociación calor-vida, cita tres
argumentos: que el esperma de los animales es húmedo, que las plantas viven de la
humedad, y que el fuego del sol, las estrellas y el Cosmos se nutren de exhalaciones de
agua. El fenómeno del sol que se nutre del agua (ya mencionado por Heródoto), que
ayuda a entender la teoría del microcosmos y del macrocosmos, dejó una huella
indeleble en el pensamiento de los filósofos griegos de la época arcaica.
Tales llegó a la conclusión de que el mundo estaba hecho de una única sustancia,
arché del mundo, causa del movimiento y el cambio, dotada de vida o psyché: el agua.
O más correctamente hablaríamos del elemento húmedo (por ejemplo, la sangre y la
savia de las plantas), sustancia «viva e imperecedera». Y como tal, relacionada con la
divinidad, ya que «la vida eterna es la característica de lo divino40». El estudioso
Guthrie pone de relieve cómo el de Mileto se ha ganado históricamente su derecho a la
inmortalidad por el hecho de formular la hipótesis, no por escoger el elemento agua en
concreto.
¿Y quiénes son los precursores míticos de Tales? Pues toda una serie de creencias
cosmogónicas primitivas griegas y del Oriente Próximo. Según estas doctrinas, en el
principio de los tiempos todo se hallaba unido en una masa homogénea. Luego tuvo
lugar la separación o escisión. Diodoro nos expone, basándose en un texto original de
principios del siglo V, como en un primer momento el cielo y la tierra se hallaban
unidos, y cómo después experimentaron la separación, formándose nuestro mundo. Esta
serie de ideas aparecen en La prudente Melanipa, de Eurípides, y en la Teogonía de
Hesíodo, donde Urano y Gea se muestran enlazados en un abrazo hasta que Cronos los
separa. En la teogonía de la tradición órfica, el huevo del cual surge el mundo se rompe,
y Eros surge. De la mitad superior se forma el cielo, y de la mitad inferior, la tierra. Las
diferentes versiones de esta tradición apuntan a Museo, discípulo de Orfeo, que
proponía que «todas las cosas se originan de una y se consumen de nuevo en la misma».
Por otra parte, hemos de decir que Tales de Mileto ha sido interpretado por los
eruditos en dos sentidos: como un verdadero precursor del pensamiento científico
moderno, por una parte, y como un exiguo racionalizador del mito, por otra. Lo que sí
39 Íd., ib., p. 73. 40 Íd., ib., p. 75.
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que queda bien patente es que su filosofía tiende puentes entre el universo del mito y el
de la razón, y que él, como todos los milesios (es decir, Anaximandro y Anaxímenes), a
pesar de hallarse influídos por el sustrato mitológico, explican «la variedad de la
naturaleza recurriendo exclusivamente a algo que está en la naturaleza misma, a una
sustancia natural41».
Anaximandro, filósofo de la escuela milesia junto con Tales y Anaxímenes, fue
amigo y conciudadano del de Mileto, y algo más joven que él, nos informa Guthrie.
Tenía sesenta y cuatro años en el año 547/6 según Apolodoro, y Temistio asevera que
fue «el primer griego que conocemos que se atrevió a publicar un tratado sobre la
naturaleza42». Parece ser que dicho libro estuvo en manos del cronólogo Apolodoro y se
contaba entre los ejemplares de la biblioteca del Liceo, bajo Aristóteles y Teofrasto.
Sin embargo, hemos de decir que ni Anaxímenes ni Anaximandro son mencionados
por ningún filósofo antes de Aristóteles: de hecho, Platón tan sólo cita una anécdota de
Tales y su sentencia de que «todas las cosas están llenas de dioses», hecho que hizo que
Gigon dedujera que el de Estagira hubo de buscar y descubrir ejemplares de las obras
perdidas de los dos milesios.
El léxico de Suda nos proporciona la lista de títulos de las obras de Anaximandro:
Sobre la naturaleza, Descripción de la tierra, Las estrellas fijas, La esfera, y unas
pocas más. Es presumible que esta lista de obras provenga del catálogo de la biblioteca
de Alejandría, y es más que probable que se trate de divisiones de la misma obra.
A Anaximandro se le atribuye el haber dibujado un mapa del mundo conocido (es
Eratóstenes, el bibliotecario alejandrino, el que informa del acontecimiento), el haber
construído una esfera, un modelo de los cielos, o incluso el descubrimiento de la
oblicuidad del zodíaco, según Plinio (a pesar de que Eudemo adscribe el hallazgo a
Enópides, en el siglo V). Al igual que a Tales de Mileto, a Anaximandro se le
consideraba el responsable de la introducción del cuadrante con varilla perpendicular
(gnōmōn), gracias al cual habría calculado con exactitud «los solsticios, las horas, las
estaciones y los equinoccios43» (Eusebio). Pero sobre la autoría de esste descubrimiento
existen dudas razonables, ya que, según Heródoto, todo apunta a que el origen se halle
en Babilonia. Favorino cuenta cómo dicho cuadrante llegó a Esparta y posibilitó la
41 Íd., ib., p. 77. 42 Íd., ib., p. 79. 43 Íd., ib., p. 81.
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salvación de muchos espartanos al advertirles de un posible terremoto e instarles a pasar
la noche al aire libre. Por otra parte, Eliano, en el 200 d.c., asegura que condujo la
partida de fundación de Apolonia, una de las colonias de Mileto, situada en la costa del
Mar Negro. Es asimismo reseñable el hecho de que, según Guthrie, colaborara muy
activamente en la vida pública de su ciudad, al igual que en su momento hiciera Tales
de Mileto.
Siguiendo las conclusiones de Heidel, se colige que el libro de Anaximandro era una
breve historia y geografía universal que expone la historia de la vida del Universo desde
los orígenes hasta la época del autor. W.K.C. Guthrie cita a Cherniss en este sentido:
«El objetivo de Anaximandro era ofrecer una descripción geográfica, etnológica y
cultural de la tierra habitada y del modo en que llegó a ser lo que era44». Todo esto
implicaría que la cosmogonía de Anaximandro, el único fragmento sólido de la obra
filosófica de nuestro pensador, podría ser tan sólo secundaria en relación con el objetivo
principal de su creación intelectual. Sin embargo, lo que sí sabemos seguro, al contrario
que con el de Mileto, es que Anaximandro escribió libros que Teofrasto, Apolodoro y
Aristóteles tuvieron entre sus manos.
Nuestro filósofo cree firmemente en una arché, sustancia primigenia del Cosmos, que
él identifica con «lo ilimitado», y que él nombra con el término ápeiron. Simplicio, a
través de Teofrasto define la arché de Anaximandro del siguiente modo:
«Anaximandro llamó a la arché y elemento de las cosas existentes "lo ilimitado", siendo el primero en
atribuir este nombre a la arché. Dice que no es ni agua ni ningún otro de los así llamados elementos, sino
una sustancia diferente que es ilimitada, de la cual nacen todos los cielos y los mundos que hay en ellos.
Las cosas perecen en aquellas de las que han recibido su ser, como es debido; pues mutuamente se dan
justa retribución por su injusticia según el decreto del tiempo -así se expresa él en términos un tanto
poéticos. [....] Es claro que cuando él observó cómo los cuatro elementos se cambian los unos en los
otros, no creyó que fuese razonable pensar que uno de ellos subyacía a los restantes, sino que postuló algo
aparte. Además, él no explica la génesis mediante una alteración cualitativa del elemento, sino mediante
una separación de los contrarios, originada por el movimiento eterno45».
Es, por tanto, Anaximandro, asevera Guthrie, el primer autor que da el nombre de
ápeiron (infinito, ilimitado) a la arché, y también el primero que emplea arché para
aludir a aquella sustancia que a partir de Aristóteles se dio en llamar substrato. 44 Íd., ib., p. 82. 45 Íd., ib., p. 83.
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Simplicio, en su Fisica, afirma que los contrarios se hallan en el sustrato, que es un
cuerpo infinito, y que antes se encontraban separados. Por otro lado, hay que poner de
relieve que Teofrasto recurre al vocablo aristotélico στοιτειον (elemento) para arrojar
luz sobre el término arcaico arché.
Pues bien, en Anaximandro la filosofía avanza en una buena dirección, hacia la
noción de lo no-perceptible. Guthrie cita a Von Weizsächer para recordar cómo los
físicos (o «la visión física del mundo», como la denomina el estudioso) intentan
alcanzar una visión unificada ddel Universo y comprender lo perceptible a raíz de los
no-perceptible. Añade Guthrie: «Anaximandro, pues, rechazó la idea de que el agua, o
cualquier otra de las popularmente (y luego filosóficamente) estimadas como masas
visibles elementales en el mundo de su época, pudiese haber servido como base de todas
las restantes46».
Nuestro pensador propone el ápeiron (á privativa, y péras = límite o confín) como
sustancia originaria responsable directa de la creación del Cosmos, dejando de lado al
elemento agua de Tales, el aire del joven Anaxímenes, el fuego divino de Heráclito, y,
por supuesto, la tierra, la sustancia menos creativa y más inerte. «La matriz original del
universo tiene que ser algo más primitivo y último que cualquiera de ellos, del que
todos sean por igual manifestaciones o modificaciones secundarias, surgidas mediante
un proceso de separación», expone nuestro erudito Guthrie. Y en este punto del camino
llegamos a la noción de los contrarios primarios, rudimentos esenciales que reposan en
la base del pensamiento filosófico griego.
Al cerciorarse de la indistinción entre sustancia y atributo, Anaximandro define los
contrarios empleando un artículo más un adjetivo: lo frío, lo caliente, lo seco y lo
húmedo. El filósofo los consideraba cosas y no cualidades47, ya que, por ejemplo, «lo
caliente» según su perspectiva, no era el calor, sino la sustancia caliente. La
consecuencia natural de esta postura intelectual es que posibilita el contemplar lo frío y
su contrario como cosas contrarias que poseen la propiedad de fundirse en un estado
indiferenciado. «El conflicto de los contrarios es un hecho innegable de la naturaleza48»:
por ejemplo, agua y fuego son enemigos naturales. Pero también es cierto que el agua
(lo frío y húmedo) puede ser el origen de su contrario, el fuego (lo caliente y seco). En
46 Íd., ib., p. 85. 47 Ésta es la opinión de Cornford, transmitida por W.K.C. Guthrie, cit., p. 86. 48 Íd., ib., p. 86.
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este sentido, hemos de sacar a colación una creencia griega, ya presente en Anaxímenes,
según la cual el calor de la circunferencia del universo (el Sol) sería el responsable de la
evaporación de la humedad de la tierra y el mar, y de su transformación en niebla o aire,
y después en fuego.
Por lo tanto, los contrarios siempre se hallan en una lucha perpetua: cada uno de ellos
intenta desbancar a su rival. El exceso de uno de los elementos, la «injusticia» de uno de
ellos, siempre desemboca en una retribución favorable a los elementos que habían
perdido fuerza: en ciertas ocasiones domina el fuego, en tanto que en otras lo hace el
elemento agua. «Este avance y retroceso alternativos de lo caliente y lo seco, lo frío y
lo húmedo, hallan su expresión evidente en la variación anual de las estaciones49»,
sostiene Guthrie.
Anaximandro reconoce la existencia del conflicto entre los contrarios, así como la
tendencia de cada uno de los elementos a destruir a su contrario. A pesar de que en
ciertos momentos uno prevalece sobre otro, y, o bien el agua apaga al fuego, o el fuego
seca el agua, ninguna de las fuerzas litigantes puede jactarse de obtener una victoria
absoluta. El Cosmos busca el equilibrio, y es por este motivo que, cuando uno de los
elementos domina, el contrario se retira, recupera fuerzas, y, poco después, parece abatir
a su rival.
Si lo que postula Anaximandro es cierto, y el Cosmos ha surgido de una sustancia
única, el Universo debe poseer, necesariamente, una cantidad ingente de la sustancia
primera, así como un depósito de la misma. Pero, ¿es el ápeiron una sustancia infinita
en extensión? La verdad es que el significado exacto de este vocablo ha suscitado
numerosas polémicas. Guthrie resalta el hecho de que Aristóteles, al comentar y
exponer la filosofía de los milesios, cree tratar con principios de tipo material; es decir,
para el estagirita, fuego, aire, agua y tierra no resultan ser lo mismo que para los
filósofos de la naturaleza. El historiador de la filosofía deja bien claro que los milesios
aluden más bien a la 'naturaleza' (phýsis), que a la materia propiamente dicha. Y aclara
Guthrie: «Phýsis posía equivaler tanto a proceso y constitución cuanto a forma
desarrollada, y los milesios se sintieron interesados por ambos aspectos, aunque los
testimonios, tal y como los poseemos, parecen indicar que el segundo sentido que
aparecía en la Odisea) es el que probablemente predominó en el siglo VI50».
49 Íd., ib., p. 87. 50 Íd., ib., p. 89.
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De todo ello se deduce que, el cambio que acontece en este momento de la historia,
consiste en un abandono de las causas mitológicas por las causas naturales. Esto es, se
sustituyen los agentes externos por motivos internos. El concepto de phýsis, por tanto,
encaja a la perfección dentro de la nueva corriente de pensamiento, ya que hace
referencia al «principio del crecimiento», el cual se corresponde con su parte
constitutiva material o estado primigenio.
Anaximandro otorga el nombre de ápeiron o «lo ilimitado» al estado primigenio o
estado inicial simple (arché), a partir del cual se origina el Cosmos por un proceso de
separación. En su Física, Aristóteles menciona este ápeiron y sus cinco posibles
acepciones. La primera acepción hace referencia a la noción temporal, ya que el ápeiron
de Anaximandro es infinito. El estagirita sostiene que él denominó a «lo ilimitado», a su
arché, «inmortal e imperecedera», en tanto que Hipólito la califica de «eterna y sin
edad». Estos significados ponen de relieve la dualidad presente en el vocablo arché, que
hace referencia tanto al estado original y eterno de las cosas, cuanto a la base
permanente de su ser.
Otra de las acepciones de ápeiron tiene que ver con la noción de infinitud espacial.
Ápeiron tiene dos significados esenciales, en función de que los límites (pérata) de los
cuales carece se tomen como internos o externos. Según el estagirita, si un cuerpo
dispone de un límite externo es porque se encuentra o se topa con otro cuerpo. De lo
cual se deduce que un cuerpo ilimitado debe extenderse de forma indefinida en el
espacio. Pero Aristóteles dice en su Física: «Tampoco es necesario que un cuerpo
sensible infinito existe en acto a fin de garantizar el devenir; porque la destrucción de
una cosa puede ser el origen de otra, mientras que la suma total sigue siendo finita51».
El estagirita está hablando de la circularidad del proceso de ser y perecer, circularidad
que se relaciona con la alternancia de injusticia y reparación de la visión filosófica de
Anaximandro. Muy certeramente, Guthrie puntualiza la imposibilidad de que
Anaximandro poseyera la noción de infinitud espacial o cuantitativa, ya presente en
Aristóteles, y que nace con el desarrollo ulterior de la ciencia matemática. Dice Guthrie:
«Aristóteles dice que hay que pensar que el número, la magnitud matemática y el
espacio más allá del cielo son infinitos, "porque no se agotan en nuestro
pensamiento"52».
51 Íd., ib., p. 91. 52 Íd., ib., p. 91.
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Anaximandro, como sabemos, cree en una sustancia primigenia a la que denomina
ápeiron, lo ilimitado, la arché del Cosmos. Pero, ¿cómo es exactamente el ápeiron?
Nuestro pensador estimaba que el ápeiron debía de ser una gran masa que había de
circundar la totalidad del Cosmos, y pudo tener en su mente la imagen de una magna
esfera, como sugería Cornford53. Y este icono no es descabellado, porque el término
ápeiron se empleaba para aludir a esferas o anillos, ya que dichos objetos no tienen ni
principio ni fin, a excepción de que lleven engastada una piedra, como muy bien precisa
el filósofo estagirita en su Física.
Otro de los significados de ápeiron se refiere específicamente a la noción de
indeterminación: el término se empleaba para mostrar el hecho de que ninguna línea
podía dibujarse de parte a parte dentro de un todo. Por lo tanto, el vocablo remitía
directamente a los pérata internos. En este sentido, un cuerpo ilimitado puede contener
diferentes tipos de materia siempre que estén unidas en una masa homogénea. Para
ejemplificar lo que sería el ápeiron, Guthrie se refiere a la posibilidad de que la tierra, el
mar y el cielo se fundiesen en una masa pesada en la cual los límites entre las diferentes
sustancias no existiesen. El historiador de la filosofía piensa que Anaximandro, al
emplear el término ápeiron, se refiere a la acepción de indeterminación interna y no a la
de infinitud espacial. Reproduzco a continuación la magnífica descripción que hace W.
K. C. Guthrie del ápeiron:
«Una materia primitiva tiene que ser, por decirlo así, neutral en estas hostilidades y, debido a ello, no
puede tener características definidas propias. Tiene que contener, inactivas, en primer lugar, y
suspendidas, como si estuviesen en solución, las características de todos los contrarios futuros que, a su
debido tiempo, con la significativa palabra que probablemente era suya, iban a "separarse de" la misma.
He aquí la razón fundamental, con toda probabilidad, de que llamase a su arché, sencillamente, "lo
ápeiron". No había en él pérata entre lo caliente, lo frío, lo húmedo y lo seco. Antes de la formación de
un Cosmos, podía decirse que los contrarios, como tales, existían, como si aún no existieran: porque se
enc
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