acumulacion origin aria de capital
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Acumulación originaria
La acumulación originaria, acumulación previa o acumulación primitiva es un
concepto acuñado por Karl Marx en los capítulos XXIV y XXV del primer volumen
de El Capital. (En alemán:ursprüngliche Akkumulation, también ha sido traducido como
"acumulación previa"). Es un concepto clave en la arquitectura de El Capital, pues es el
que señala el carácter histórico en las categorías de la economía política y del propio
capitalismo. Es una precondición de los procesos de Acumulación del capital.
Marx dice que la acumulación primitiva significa la expropiación de los productores
directos, y más específicamente, "el aniquilamiento de la propiedad privada que se
funda en el trabajo propio, esto es, la expropiación del trabajador", permitiendo un
elemento clave del capitalismo: "la explotación del trabajo formalmente libre de otros,
es decir, el trabajo asalariado". El sentido de la acumulación primitiva es privatizar
los medios de producción, de tal modo que sus propietarios puedan aprovecharse de la
existencia de población sin medios que tiene que trabajar para ellos. Esa privatización
afectó sobre todo a las grandes masas rurales, que eran expulsadas del campo y
respondía a un programa político que se ha llamado individualismo agrario. La
privatización destruía decenas de formas tradicionales de definir los derechos de acceso
de la población a los medios de producción y los recursos naturales: vinculación de
los siervos a la tierra, derechos comunales, derechos decompascuo, derechos de campo
abierto y otros.1
Los ejemplos históricos
En El Capital, Marx utiliza dos ejemplos históricos, el caso británico entre el siglo XV y
el siglo XIX, y las colonias británicas del siglo XIX.
En primer lugar, toma el caso británico como prototipo de la desposesión de derechos
de los campesinos en Europa. Los siervos, al ser liberados de sus obligaciones feudales,
también perdieron sus derechos a ocupar una parcela y cultivarla, pues ésta pasó a ser
propiedad privada del antiguo señor feudal. Además, pocos pero pequeños propietarios
que dejaron de utilizar las tierras comunales de los municipios cuando éstas se
convirtieron en bienes privados, de modo que vieron disminuidos sus medios de vida y
se vieron obligados a endeudarse y, a medio plazo, perder las pocas tierras que
poseyesen.
Marx analiza la legislación que desde el siglo XV, gradualmente, permitió ese proceso
de expropiación (hay que tener en cuenta que el parlamento británico representaba los
intereses de los grandes propietarios agrarios) También da cuenta de las alarmas
sociales generadas por las sucesivas oleadas de población desposeída que, impedida
de ganarse la vida, pasaron a vagar por los caminos. La aparición de tantos hombres y
mujeres sin recursos, pidiendo por los caminos y ciudades generó una red de casas para
pobres (poorhouses) en las que se les recluía y se les obligaba a trabajar para tener
derecho a la caridad pública. Esas instituciones, en las que se podía concentrar el trabajo
forzado de centenares de personas sin cualificaciones artesanales, incluyendo niños, se
transformaron en un modelo para la producción de bienes manufacturados en serie. Con
el desarrollo de del capitalismo industrial, las fábricas de enrolamiento "libre" sustuirían
a las casas para pobres.
Mapa de las colonias británicas a finales del siglo XIX.
En segundo lugar, Marx habla de la colonización. Pero no para dar cuenta de la relación
entre la metrópolis y las colonias, es decir delcolonialismo o el imperialismo. Habla de
lo que se podía ver en las colonias a mediados del siglo XIX como un ejemplo de lo que
ya había pasado en Gran Bretaña, y en la mayor parte de Europa: la expropiación de la
población. Y le da un sentido ontológico-geográfico: los obreros sólo son obreros allí
donde ya han sido expropiados de los medios de producción, cosa que no sucede en las
colonias en la medida en que existan tierras vírgenes y no se ponga en vigor una
legislación represiva que impida a la población apropiarse de ellas y cultivarlas de modo
independiente.
Por eso Marx cuenta la anécdota de Mr. Peel en las colonias del río Swan, que se llevó
allí unos centenares de obreros empaquetados con familia y todo. Esperaba beneficiarse
de tener una fábrica de textiles colocada cerca de donde se producían las materias
primas, pero se encontró que esos obreros, llegados a tierras casi vírgenes, prefirieron
convertirse todos en campesinos independientes: adentrarse en la selva, abrir un claro
del terreno y cultivar por su cuenta. La existencia de tierras vírgenes (medios de
producción a su libre disposición) hacia que dejasen de ser obreros, condición que sólo
portaban en Inglaterra, donde no tenían acceso a ningún medio de producción. Así, lo
que Peel veía claro con las categorías de la economía política: que él poseía el dinero y
las máquinas, que los obreros eran obreros y que estarían encantados de firmar los
contratos de trabajo; lejos de Inglaterra se demostraba falso. Allí donde no existían
las relaciones de producción capitalistas, es decir, allí donde los medios de
producción no estaban monopolizados en las manos de una clase social restringida, los
obreros no acudían voluntariamente a trabajar en su fábrica.
Ante estos casos, Marx muestra la abundante legislación en las colonias destinada a
impedir que los indígenas y los emigrantes blancos se apropiasen libremente de tierras
vírgenes. La economía de plantación esclavista, inexistente en Gran Bretaña, podía
explicarse en Estados Unidos por la dificultad de tener trabajadores asalariados, pues
todo hombre libre siempre podía preferir ir al oeste.
Es significativo comprobar la sensibilidad a los problemas de la acumulación originaria
por parte de intereses manufactureros estadounidenses de la costa este desde finales
del S.XVIII, intereses que quisieron frenar la expansión al oeste. Su expresión clásica,
el Informe sobre las Manufacturas de Alexander Hamilton (que es considerado uno de
los padres del liberalismo clásico) solicitaba alCongreso encarecer el acceso a las tierras
de frontera, establecer contratos de inmigración que obligasen a los europeos recién
llegados a trabajar en las manufacturas (antítesis de la libre elección de profesión) y
enrolar en las fábricas a personas sin derechos políticos: mujeres y niños.4 Sin embargo,
las mayorías republicanas en el Congreso (frente a los federalistas de Hamilton), y
después las demócratas, tuvieron en la conquista del Oeste el mito de la independencia
individual y, a expensas del genocidio indígena, atrasaron la formación de una clase
obrera estadounidense totalmente desposeída hasta finales del siglo XIX. Había
trabajadores asalariados, pero con un alto poder de negociación en la medida en que
siempre podían tener como opción "irse al oeste".
[editar]La crítica de Schumpeter a la teoría de Marx
El economista y sociólogo Joseph Schumpeter planteó las razones de su desacuerdo con
la explicación marxista del origen del capital, partiendo de las mismas premisas y
enfocándose en su carácter autocontradictorio:
El problema de la acumulación originaria se presentó primero a muchos autores,
principalmente, a Marx y los marxistas, que adherían a una teoría de la explotación del
interés y que, por lo tanto, tuvieron que hacer frente a la cuestión de cómo los
explotadores se aseguraron el control de una reserva inicial de 'capital' (como sea que se
defina) con el cual explotar - una cuestión que la teoría es per se incapaz de responder, y
la cual sólo puede responderse, obviamente, de una manera irreconciliable con la idea
de explotación.5
Schumpeter argumentó que el imperialismo no pudo ser un sistema de arranque
necesario para el capitalismo, ya que el capitalista debió entonces disponer de un
capital previo para lograr el poder social que lo transformara en imperialista. Tampoco
el capitalismo podría haber sido necesario para fortalecer el imperialismo, ya que el
imperialismo fue preexistente al capitalismo. Schumpeter considera que, sea cual sea la
evidencia empírica acerca de la existencia del imperialismo, el comercio mundial
capitalista, por principio, sólo se pudo ampliar por razones pacíficas. Si el imperialismo
se produjo, afirma Schumpeter, no tuvo nada que ver con la naturaleza intrínseca del
capitalismo o con la expansión del mercado capitalista. La distinción entre
Schumpeter y Marx aquí es sutil. Marx afirmó que el capitalismo requiere de la
violencia y el imperialismo, en primer lugar para poner en marcha el capitalismo con un
botín inicial y para desposeer a una población que así podría ser inducida a entrar en las
relaciones capitalistas en condición de obreros, y, a continuación, como una forma para
superar los mortales contradicciones generadas dentro de las relaciones capitalistas a lo
largo del tiempo. Schumpeter argumentaba que el imperialismo es un impulso atávico
que persigue un Estado en forma independiente de los intereses económicos de la clase
dominante en la sociedad burguesa:
El imperialismo es una de las herencias de la monarquía absoluta o de Estado. Nunca
podría haber evolucionado de la 'lógica interna' del capitalismo. Sus fuentes provienen
de la política de los príncipes y las costumbres de un ambiente pre-capitalista. Pero
incluso no es imperialismo la exportación de un monopolio, y éste nunca se habría
transformado en imperialista por las solas manos de una burguesía pacifica. Si esto
ocurrió es sólo porque la máquina de guerra, su ambiente social, fue producto de una
clase marcialmente orientada (es decir, la nobleza) que se mantuvo a sí misma en una
posición dominante y con la cual todos los diversos intereses productores de armamento
de la burguesía de la guerra podían aliarse. Esta alianza mantuvo viva los instintos de
lucha y las ideas de dominación. Esto llevó a relaciones sociales que tal vez en última
instancia se pueden explicar en los términos de las relaciones de producción, pero no
como un producto de las relaciones productivas del capitalismo por sí mismo.6
[editar]Debates actuales
Para el marxismo los procesos de expropiación propios de la acumulación originaria han
formado parte de la acumulación y expansión transnacional del capital durante los dos
últimos siglos. Desde este punto de vista puede considerarse que el proceso de
desposesión generalizada de medios de producción está prácticamente consumado. El
desempleo y los grandes flujos migratorios en la actualidad muestran que la condición
de los expropiados de medios de producción sigue marcando a la sociedad capitalista.
Por otra parte, propuestas políticas reformistas como la creación de un salario universal
de ciudadanía, o renta básica que desvincule el derecho a tener acceso a medios de vida
de la obligación de trabajar para otro, interpelan a esa condición de expropiado y
revierten, en una escala de gestión social de la riqueza, la expropiación.
Los críticos pueden argumentar, que ese salario universal sólo es técnicamente posible
en las sociedades ricas y que la riqueza de esas sociedades se basa en la explotación
del tercer mundo. Contra esta última tesis se levanta la réplica de Peter Bauer en
su Crítica de la teoría del desarrollo donde objeta las diferentes teorías acerca del
colonialismo económico y el círculo vicioso de la pobreza, y plantea que tiene más
sentido decir que el capital es creado durante el proceso de desarrollo que afirmar que el
desarrollo es una función del capital.
El economista austríaco Ludwig von Mises en su obra El socialismo: análisis
económico y sociológico ya había planteado que la concentración del capital sucedió no
por una expoliación originaria sino por la falta de competitividad de la mayoría de casi
todos los capitales de las industrias diversificadas o en manos de quienes las trabajan,
llevando así, en una tendencia connatural a la economía de mercado, a la ruptura del
trabajador individual independiente en capitalistas y asalariados; tendencia que, a la
inversa, el mercado revierte en el caso del comercio y ciertas industrias específicas cuya
productividad es mayor en unidades pequeñas (por esto es que uno de los principales
adversarios del autor, Karl Polanyi, haría énfasis en la crítica al liberalismo y a su
imposición coercitiva, previa al capitalismo, del derecho burgués, de la realidad
insegura de la libertad y la propiedad individual). En consecuencia, concluye Mises, la
concentración del capital hubiera ocurrido sin "expropiación originaria", y si esta
concentración no hubiera sido eficiente en el mercado se habría disuelto a pesar de la
"expropiación originaria", por lo cual no tiene caso rastrear los orígenes de la propiedad
sino establecer su capacidad presente en desarrollar la adecuada asignación de la
producción.7 Si para el marxismo la pequeña burguesía con su capital disperso en
mayores manos está destinada a desaparecer por su ineficiencia tecnológica frente a un
gran capital concentrado (que requiere eficiencia independientemente de su origen y
cuya concentración no sólo debe ser física sino económica: en pocas manos desligadas
de cualquier statu quo gremial o cooperativo de los trabajadores existentes en cada
instalación), entonces no debería hacerse diferencia a la hora de explicar la
proletarización del campesinado recurriendo a una expropiación extraeconómica
originaria, cuya existencia empírica ha sido a su vez puesta en duda por diferentes
historiadores y economistas (algunos de ellos sus sucesores) en la obra compilatoria El
capitalismo y los historiadores.
EL PROCESO DE ACUMULACION
DEL CAPITAL
Hemos visto cómo el capital, bajo la forma de la mercancía, produce plusvalor. Es sólo
a través de la venta de la mercancía como se realiza el plusvalor oculto en ella, junto
con el valor de capital adelantado para la producción de la misma. El proceso de
acumulación del capital, por consiguiente, supone su proceso de circulación.
Reservamos, no obstante, para el libro siguiente el análisis de este segundo proceso. Las
condiciones reales de la reproducción, esto es, de la producción continua, en parte sólo
aparecen dentro de la circulación, y en parte no pueden ser examinadas antes de que
pasemos a analizar el proceso de la circulación.
Pero esto no es todo [a] "La primera condición de la acumulación consiste en que el
capitalista haya conseguido vender sus mercancías y reconvertir en capital la mayor
parte del dinero así obtenido. En lo que sigue, damos siempre por supuesto que el
capital recorre de manera normal su proceso de circulación. El análisis más detallado de
este proceso corresponde al libro segundo.". El capitalista que produce el plusvalor, es
decir, el que directamente succiona de los [692] obreros trabajo impago y lo fija en
mercancías, es por cierto el primer apropiador, pero en modo alguno. el propietario
último de ese plusvalor. Posteriormente tiene que compartirlocon capitalistas que
desempeñan otras funciones en el conjunto de la producción social, con los
terratenientes, etc. El plusvalor, pues, se escinde en varias partes. Sus fracciones
corresponden a diversas categorías de personas y revisten formas diferentes e
independientes entre sí, como ganancia, interés, ganancia comercial, renta de la tierra,
etc. No hemos de examinar estas formas transmutadas del plusvalor antes del libro
tercero.
Suponemos aquí, por una parte, que el capitalista que produce la mercancía la vende a
su valor, y no nos detenemos más en el retorno del capitalista al mercado o en las
nuevas formas que se adhieren al capital en la esfera de la circulación, ni tampoco en las
condiciones concretas de reproducción ocultas bajo esas formas. Por otra parte, el
productor capitalista cuenta para nosotros como propietario de todo el plusvalor o, si se
quiere, como representante de todos sus copartícipes en el botín. De ahí que, por de
pronto, consideremos la acumulación en términos abstractos, es decir, como mera fase
del proceso inmediato de la producción.
Por lo demás, en la medida en que se opera la acumulación el capitalista logra vender la
mercancía producida y reconvertir en capital el dinero extraído de la misma. El
fraccionamiento del plusvalor en varias partes, además, no altera en nada su naturaleza,
ni tampoco altera las condiciones necesarias bajo las cuales se convierte en el elemento
de la acumulación. Sea cual fuere la proporción de plusvalor que el productor capitalista
retenga para sí mismo o ceda a otros, es siempre él quien se lo apropia en primer
término. Lo que damos por supuesto en nuestro examen de la acumulación, pues, está
supuesto en su proceso real. Por otra parte, el fraccionamiento del plusvalor [693] y el
movimiento mediador de la circulación velan la forma básica simple del proceso de
acumulación. Su análisis puro, por consiguiente, requiere que prescindamos
transitoriamente de todos los fenómenos que ocultan el juego interno de su mecanismo.
MERCANTILISMO: tendencia de la economía política burguesa y de la política
económica de los estados en la época de la acumulación originaria del capital (siglos
XV-XVIII); reflejaba los intereses del capital comercial cuando éste todavía se hallaba
unido al capital industrial. Los mercantilistas consideraban que la ganancia se crea en la
esfera de la circulación y que la riqueza de los naciones se cifra en el dinero. De ahí que
la política mercantilista tendiera a atraer al país la mayor cantidad posible de oro y plata.
Los primeros mercantilistas (Stafford y otros) insistían en que se prohibiera toda
exportación de dinero del país. Lo que ellos se proponían era acumular dinero en el país
por todos los medios, exportando mercancías al mercado exterior. Con el crecimiento de
las formas capitalistas de economía y la ampliación del comercio exterior, se hizo cada
vez más evidente la inconsistencia de la política que veía su objetivo en retener el
dinero de la circulación. Frente a la política de la balanza monetaria activa, se presentó
la política de la balanza comercial. Sus partidarios eran mercantilistas posteriores (T.
Mun, A. Serra y otros). Según ellos, el Estado ha de poseer un tamo activo en la balanza
comercial, la importación de mercancías no debe superar a la exportación. Para que así
fueses se estimulaba el desarrollo de la industria que producía para exportar. El
mercantilismo consideraba que la fuente de la riqueza radica en el comercio exterior, y
como quiera que eran los artesanos quienes suministraban las mercancías que se
exportaban, se negaba a la conclusión de que era indispensable fomentar la producción
artesanal. La producción capitalista estaba en sus comienzos y las ideas de los
mercantilistas se hallaban condicionadas por el nivel del desarrollo económico de
aquella época. El mercantilismo empieza a descomponerse a mediados del siglo XVII
dado que, a medida que el capitalismo progresa, la forma principal de aumentar las
riquezas va siendo la producción capitalista. El mercantilismo, según caracterización de
Marx, fue la prehistoria de la economía política. La verdadera ciencia económica
moderna empieza tan sólo cuando la investigación teórica pasa del proceso de
circulación al proceso de producción" (C. Marx). En su tiempo, la política del
mercantilismo fue progresiva, contribuyó a desarrollar las primeras grandes empresas
capitalistas: las manufacturas; facilitó el progreso de las fuerzas productivas, la victoria
del capitalismo sobre el feudalismo. Al mercantilismo como corriente del pensamiento
económico de la burguesía, le sucede la teoría de los fisiócratas (ver).
LA TEORIA MODERNA
DE LA COLONIZACION 1
La economía política procura, por principio, mantener en pie la más agradable de las
confusiones entre la propiedad privada que se funda en el trabajo personal y la
propiedad privada capitalista diametralmente contrapuesta , que se funda en el
aniquilamiento de la primera [a]. En el occidente de Europa, patria de la economía
política, el proceso de la acumulación originaria se ha consumado en mayor o menor
medida. En esta región, o el modo capitalista de producción [b] ha sometido
directamente la producción nacional en su totalidad, o, allí donde las condiciones aún no
están desarrolladas, por lo menos controla indirectamente las capas sociales que siguen
vegetando a su lado, capas degenerescentes que corresponden al modo
de [955] producción anticuado. El economista aplica a este mundo acabado del capital
las nociones jurídicas y de propiedad vigentes en el mundo precapitalista, y lo hace con
un celo tanto más ansioso y con tanta mayor unción, cuanto más duro es el choque entre
su ideología y los hechos. No ocurre lo mismo en las colonias. El modo capitalista de
producción y de apropiación [c] tropieza allí, en todas partes, con el obstáculo que
representa la propiedad obtenida a fuerza de trabajo por su propio dueño [d], con el
obstáculo del productor que, en cuanto poseedor de sus propias condiciones de trabajo,
se enriquece a sí mismo en vez de enriquecer al capitalista. La contradicción entre estos
dos modos de producción y de apropiación, diametralmente contrapuestos, existe aquí
de manera práctica e. Allí donde el capitalista tiene guardadas sus espaldas por el poder
de la metrópoli, procura quitar de en medio, por la violencia, el modo de producción y
de apropiación fundado en el trabajo personal. El mismo interés que en la metrópoli
empuja al sicofante del capital, al economista, a explicar teóricamente el modo de
producción capitalista por su contrario, ese mismo interés lo impulsa aquí "to make a
clean breast of it" [a sincerarse], a proclamar sin tapujos la antítesis entre ambos modos
de producción. A tal efecto, pasa a demostrar cómo el desarrollo de la fuerza productiva
social del trabajo, la cooperación, la división del trabajo, la aplicación de la maquinaria
en gran escala, etcétera, son imposibles sin la expropiación de los trabajadores y la
consiguiente transformación de sus medios de producción en capital. En interés de la
llamadariqueza nacional, se lanza a la búsqueda de medios artificiales que establezcan
la pobreza popular. Su coraza apologética se desmigaja aquí como yesca echada a
perder.
El gran mérito de Edward Gibbon Wakefield no es el de haber descubierto algo nuevo
acerca de las colonias [2], [957] sino el de haber descubierto en las colonias la verdad
acerca de las relaciones capitalistas de la metrópoli. Así como el sistema proteccionista,
en sus orígenes [3], pugnaba por la fabricación de capitalistas en la metrópoli, la teoría
de la colonización expuesta por Wakefield y que Inglaterra durante cierto tiempo
procuró aplicar legislativamente aspiraba a la fabricación de asalariados en las colonias.
A esto lo denomina Wakefield "systematic colonization" (colonización sistemática).
En primer término, Wakefield descubrió en las colonias que la propiedad de dinero, de
medios de subsistencia, máquinas y otros medios de producción no confieren a un
hombre la condición de capitalista si le falta el complemento: el asalariado, el otro
hombre forzado a venderse voluntariamente a sí mismo. Descubrió que el capital no es
una cosa, sino una relación social entre personas mediada por cosas [4]. El señor Peel
nos relata Wakefield en tono lastimero llevó consigo de Inglaterra al río Swan, en
Nueva Holanda [5], medios de subsistencia y de producción por un importe de [sterling]
50.000. El señor Peel era tan previsor que trasladó además 3.000
personas [6] pertenecientes a la clase obrera: hombres, mujeres y niños. Una vez que
hubieron arribado al lugar de destino, sin embargo, "el señor Peel se quedó sin un
sirviente que le tendiera la cama o que le trajera agua del río" [7].
[exclamdown]Infortunado señor Peel, que todo lo había previsto, menos la exportación
de las relaciones de producción inglesas al río Swan!
Para que se comprendan los siguientes descubrimientos de Wakefield, formulemos dos
observaciones previas. [958] Como es sabido, los medios de producción y de
subsistencia, en cuanto propiedad del productor directo, no son capital. Sólo se
convierten en capital cuando están sometidos a condiciones bajo las cuales sirven, a la
vez, como medios de explotación y de sojuzgamiento del obrero. Pero en la cabeza del
economista, el alma capitalista de esos medios está tan íntimamente compenetrada con
su sustancia material, que en todos los casos los bautiza con el nombre de capital,
incluso cuando son exactamente lo opuesto. Ocurre así con Wakefield. Y además: a la
fragmentación de los medios de producción, en cuanto propiedad individual de muchos
trabajadores recíprocamente independientes que trabajan por su cuenta, Wakefield la
denomina división igual del capital. Al economista le ocurre lo mismo que al jurista
feudal. Este también adhería sus rótulos jurídicos feudales a relaciones puramente
dinerarias.
"Si el capital", dice Wakefield, "estuviera distribuido en porciones iguales entre todos
los miembros de la sociedad [...], a nadie le interesaría acumular más capital que el que
pudiese emplear con sus propios brazos. Es este el caso, hasta cierto punto, en las
nuevas colonias norteamericanas, donde la pasión por la propiedad de la tierra impide la
existencia de una clase de trabajadores asalariados" [8]. Por tanto, mientras el trabajador
puede acumular para sí mismo y lo puede hacer mientras sigue siendo propietario de sus
medios de producción , la acumulación capitalista y el modo capitalista de
producción son imposibles. No existe la clase de los asalariados, indispensable para
ello. ¿Cómo, entonces, se llevó a cabo en la vieja Europa la expropiación del trabajador,
al que se privó de sus condiciones de trabajo, y por tanto la creación del capital y el
trabajo asalariado? Mediante un contrat social de tipo absolutamente inédito.
"La humanidad... adoptó un sencillo método para promover la acumulación del capital",
misión que, naturalmente, desde los tiempos de Adán espejeaba en la imaginación de
los hombres como fin último y único de su existencia: "se dividió en propietarios de
capital y propietarios de trabajo... Esta división fue el resultado de un concierto y
combinación voluntarios" [9]. En una palabra: [959] la masa de la humanidad se
expropió a sí misma para mayor gloria de la "acumulación del capital". Ahora bien,
habría que creer que el instinto de este fanático renunciamiento de sí mismo debería
manifestarse sin trabas especialmente en las colonias, pues sólo en éstas existen
hombres y circunstancias que podrían transferir un contrat social del reino de los sueños
al de la realidad. ¿Pero para qué, entonces, la "colonización sistemática",
antitéticamente contrapuesta a la espontánea ynatural? Pero, pero, pero: "En los estados
septentrionales de la Unión norteamericana es dudoso que una décima parte de la
población pertenezca a la categoría de los asalariados... En Inglaterra... la gran masa del
pueblo está compuesta de asalariados" [10]. El impulso autoexpropiador de la
humanidad laboriosa, en efecto, para mayor gloria del capital, tiene una existencia tan
tenue que la esclavitud, según el propio Wakefield, es el único fundamento natural de la
riqueza colonial. La colonización sistemática de Wakefield es un mero pis
aller [paliativo], ya que tiene que vérselas con hombres libres, no con esclavos. "Sin
esclavitud, en las colonias españolas el capital [f] 11 habría sucumbido o, por lo menos,
se habría contraído, reduciéndose a las pequeñas cantidades que cualquier individuo
puede emplear con sus propios brazos. Esto ocurrió efectivamente en la última colonia
fundada por los ingleses [12], donde un gran capital en simientes, ganado e
instrumentos pereció por falta de asalariados, y donde ningún colono posee más capital
que el que puede emplear con sus propios brazos" [13].
La expropiación de la masa del pueblo despojada de la tierra, como vemos, constituye el
fundamento del modo capitalista de producción. La esencia de una colonia libre
consiste, a la inversa, en que la mayor parte del suelo es todavía propiedad del pueblo, y
por tanto en que cada colono puede convertir una parte de la misma en su propiedad
privada y en medio individual de producción, sin impedir con ello que los colonos
posteriores efectúen la [960] misma operación [14]. Este es el secreto tanto de la
prosperidad de las colonias como del cáncer que las roe: su resistencia a la radicación
del capital. "Donde la tierra es muy barata y todos los hombres son libres; donde
cualquiera que lo desee puede obtener para sí mismo un pedazo de tierra, no sólo el
trabajo es muy caro en lo que respecta a la parte que de su propio producto toca al
trabajador, sino que lo difícil es obtener trabajo combinado, a cualquier precio que
sea" [15].
Como en las colonias no se da aún la escisión entre el trabajador y sus condiciones de
trabajo, entre aquél y la raíz de éstas, la tierra, o como sólo se da esporádicamente o sólo
dispone de un campo de acción restringido, tampoco existe aún el divorcio entre la
agricultura y la industria ni se ha aniquilado todavía la industria doméstica rural; ¿de
dónde, entonces, habría de surgir el mercado interno para el capital? "Ninguna parte de
la población de Norteamérica es exclusivamente agrícola, a excepción de los esclavos y
sus dueños, que combinan el capital y el trabajo para efectuar grandes obras. Los
norteamericanos libres, que cultivan el suelo por sí mismos, se dedican al mismo tiempo
a otras muchas ocupaciones. Comúnmente ellos mismos producen una parte del
mobiliario y del instrumental que utilizan. Suelen construir sus propias casas y llevan
los productos de su propia industria al mercado, por distante que esté. Son hilanderos y
tejedores, fabrican jabón y velas, hacen los zapatos y vestidos para su uso personal. En
Norteamérica la agricultura constituye, a menudo, la actividad accesoria del herrero, del
molinero o el tendero" [16]. Entre individuos tan estrafalarios, ¿dónde queda campo
para el "renunciamiento" del capitalista?
La gran belleza de la producción capitalista no sólo estriba en
que reproduce constantemente al asalariado como asalariado, sino en
que, proporcionalmente a la acumulación del capital, produce siempre una
sobrepoblación relativa de asalariados. De esta suerte se mantiene en sus debidos
carriles la ley de la oferta y la demanda [961] de trabajo, la oscilación de los salarios
queda confinada dentro de límites adecuados a la explotación capitalista y, finalmente,
se afianza la tan imprescindible dependencia social del trabajador respecto del
capitalista, relación de dependencia absoluta que el economista, en su casa, en la
metrópoli, puede transformar falaz y tartajosamente en relación contractual libre
establecida entre comprador y vendedor, entre dos poseedores de mercancías
igualmente autónomos: el poseedor de la mercancía capital y el de la mercancía trabajo.
Pero en las colonias esa bella fantasmagoría se hace pedazos. La población absoluta
crece aquí mucho más rápidamente que en la metrópoli, puesto que muchos trabajadores
hacen su aparición ya maduros, y sin embargo el mercado de trabajo está
siempre insuficientemente abastecido. La ley de la oferta y la demanda de trabajo se
desmorona. Por un lado, el viejo mundo introduce constantemente capital afanoso de
explotación, ávido de renunciamiento; por otra parte, la reproducción regular de los
asalariados como asalariados tropieza con los obstáculos más desconsiderados y, en
parte, insuperables. [exclamdown]Y no hablemos de laproducción de asalariados
supernumerarios, proporcional a la acumulación del capital! De la noche a la mañana, el
asalariado se convierte en campesino o artesano independiente, que trabaja por su
propia cuenta. Desaparece del mercado de trabajo... pero no para reaparecer en
el workhouse. Esta transformación constante de los asalariados en productores
independientes que en vez de trabajar para el capital lo hacen para sí mismos, y que en
vez de enriquecer al señor capitalista se enriquecen ellos, repercute a su vez de manera
tremendamente perjudicial en la situación del mercado de trabajo. No sólo el grado de
explotación del asalariado se mantiene indecorosamente exiguo, sino que éste, por
añadidura, con la relación de dependencia pierde también el sentimiento de dependencia
respecto al capitalista cultor del renunciamiento. De ahí surgen todos los males que
nuestro Wakefield describe tan gallardamente, con tanta elocuencia y de manera tan
conmovedora.
La oferta de trabajo, deplora Wakefield, no es ni constante, ni regular, ni suficiente. "Es
siempre no sólo reducida, sino además insegura" [17]. "Aunque el producto
a [962] dividir entre el obrero y el capitalista sea grande,el obrero se apropia de una
parte tan considerable que pronto se convierte en capitalista... Pocos, en cambio, aunque
alcancen a una edad inusualmente avanzada, pueden acumular grandes masas de
riqueza" [18]. Los obreros, sencillamente, no toleran que el capitalista renuncie a
pagarles la mayor parte de su trabajo. De nada le sirve a éste ser muy astuto e importar
de Europa, con su propio capital, también sus propios asalariados. "Pronto dejan [...] de
ser asalariados, se [...] transforman en campesinos independientes, e incluso en
competidores de sus ex patrones en el mercado mismo de trabajo asalariado" [19].
[exclamdown]Imagínese usted, qué atrocidad! El honesto capitalista ha importado él
mismo de Europa, con su propio dinero contante y sonante, a sus propios competidores,
[exclamdown]y en persona! [exclamdown]Pero es el acabose!. Nada tiene de extraño
que Wakefield se queje de que entre los asalariados de las colonias falte la relación de
dependencia y el sentido de dependencia. "Debido al alto nivel de los salarios", dice su
discípulo Merivale, "en las colonias existe un deseo apasionado de trabajo más barato y
servicial, de una clase a la que el capitalista pueda dictarle las condiciones, en vez de
tener que aceptar las que ella le dicta... En países civilizados desde antiguo, el obrero,
aunque libre, depende del capitalista por una ley de la naturaleza; en las colonias debe
crearse esa dependencia por medio de recursos artificiales" [20] g 21.
[963] Ahora bien, ¿cuál es el resultado del sistema, imperante en las colonias, conforme
al cual la propiedad privada se funda en el trabajo propio, y no en la explotación de
trabajo ajeno? Un "sistema barbarizante de dispersión de los productores y del
patrimonio nacional" [22]. La dispersión de los medios de producción entre
innumerables productores que se apropian de los mismos y trabajan con ellos
aniquila, con la concentración capitalista, el fundamento capitalista de todo trabajo
combinado. Toda empresa capitalista de gran envergadura que se extienda a lo largo de
varios años y requiera desembolsos de mucho capital fijo, se vuelve
problemática [h]269 Nota idéntica a la 269 de la 2ª edición. 23. En Europa el capital no
vacila ni un instante, pues la clase obrera constituye su accesorio vivo [i], siempre en
abundancia, siempre disponible. [exclamdown]Pero en los países coloniales! Wakefield
relata una anécdota extremadamente desgarradora. Ese autor conversó con algunos
capitalistas de Canadá y del estado de Nueva York, donde, además, las oleadas
inmigratorias a menudo [964] se detienen y depositan un sedimento de obreros
"supernumerarios". "Nuestro capital", gime uno de los personajes del melodrama,
"nuestro capital ya estaba pronto para efectuar muchas operaciones que requieren un
lapso considerable para su consumación; ¿pero podíamos emprender tales operaciones
con obreros que, bien lo sabíamos, pronto nos volverían las espaldas? Si hubiéramos
estado seguros de poder retener el trabajo de esos inmigrantes, los habríamos contratado
de inmediato, gustosamente y a un precio elevado. E incluso los habríamos contratado,
pese a la seguridad de su pérdida, si hubiéramos estado seguros de contar con nuevos
refuerzos a medida que los necesitáramos" [24].
Después de cotejar, ostentosamente, la agricultura capitalista inglesa y su trabajo
"combinado" con la dispersa agricultura campesina norteamericana, Wakefield nos deja
ver también, en un desliz, el reverso de la medalla. Describe el bienestar, la
independencia, el espíritu emprendedor y la relativa cultura de la masa del pueblo
norteamericano, mientras que "el obrero agrícola inglés es un miserable zaparrastroso (a
miserable wretch), un indigente... ¿En qué país, excepto Norteamérica y algunas
colonias nuevas, los jornales del trabajador libre empleado en la agricultura superan de
manera digna de mención lo que se necesita para que el obrero adquiera los medios de
subsistencia más indispensables?... Sin duda alguna, a los caballos de tiro por ser una
propiedad valiosa se los alimenta en Inglaterra mucho mejor que al jornalero
agrícola" [25]. Pero never mind [no importa]: una vez más, la riqueza nacional es
idéntica, por su propia naturaleza, a la miseria popular.
¿Cómo curar, entonces, el cáncer anticapitalista de las colonias? Si se quisiera
transformar de un solo golpe toda la tierra que hoy es propiedad del pueblo en
propiedad privada, se destruiría la raíz del mal, ciertamente, pero también... la colonia.
Las reglas del arte exigen que se maten dos pájaros de un tiro. Asígnese a la tierra
virgen, por decreto gubernamental, un precio independiente de la ley de la oferta y la
demanda, un precio artificial que obligue al inmigrante a trabajar por salario durante
un [965] período más prolongado, antes que pueda ganar el dinero suficiente para
adquirir tierra [26] y transformarse en campesino independiente. El fondoresultante de
la venta de terrenos a un precio relativamente prohibitivo para el asalariado, ese fondo
de dinero esquilmado del salario, pues, mediante la violación de la sagrada ley de la
oferta y la demanda, inviértalo el gobierno, a su vez, a medida que aumente, en importar
pobres diablos de Europa a las colonias y mantener lleno así, para el señor capitalista, su
mercado de trabajo asalariado. Bajo estas circunstancias tout sera pour le mieux dans le
meilleur des mondes possibles 27. Este es el gran secreto de la "colonización
sistemática". "Si se aplica este plan", exclama triunfante Wakefield, "la oferta de trabajo
tendrá que ser constante y regular; primero, porque como ningún obrero puede obtener
tierra antes de haber trabajado por dinero, todos los obreros inmigrantes, al trabajar
combinadamente por un salario, producen capital a su patrón para el empleo de más
trabajo, en segundo lugar, porque todo el que colgara los hábitos de asalariado y se
convirtiera en propietario de tierras, precisamente al comprarlas aseguraría la existencia
de un fondo destinado a transportar nuevos trabajadores a las colonias" [28]. El precio
de la tierra impuesto por el estado, naturalmente, tiene que ser "suficiente" (sufficient
price), esto es, tan alto "que impida a los obreros convertirse en campesinos
independientes hasta que otros estén allí para llenar su lugar en el mercado de trabajo
asalariado" [29] 30. Este "precio suficiente de la tierra" no es otra cosa que un
circunloquio eufemístico con el que se describe el rescate pagado al capitalista por el
obrero para que aquél lo autorice a retirarse del mercado de trabajo asalariado y a
establecerse en el campo. Primero tiene que [966] crear "capital" para el señor
capitalista, de modo que el último pueda explotar más obreros, y luego poner en el
mercado de trabajo un "sustituto" que el gobierno, a expensas del obrero independizado,
habrá de expedir a través de los océanos a su antiguo señor capitalista.
Es extremadamente característico que el gobierno inglés haya aplicado durante años ese
método de "acumulación originaria", recetado expresamente por el señor Wakefield
para su uso en los países coloniales. El fracaso, por supuesto, fue tan ignominioso como
el de la ley bancaria de Peel [31]. La corriente emigratoria, simplemente, se desvió de
las colonias inglesas hacia Estados Unidos. Entretanto, los progresos de la producción
capitalista en Europa, sumados a la creciente presión del gobierno, hicieron superflua la
receta de Wakefield. La caudalosa y continua correntada humana que año tras año fluye
hacia Norteamérica, en parte deposita sedimentos estacionarios en el Este de Estados
Unidos; en parte, la ola emigratoria procedente de Europa arroja hombres allí, en el
mercado de trabajo, más rápidamente de lo que puede barrerlos la ola emigratoria que
los empuja hacia el Far West. La producción capitalista, pues, prospera en los estados
del Este, aunque la baja de salarios [j] y la dependencia del asalariado disten todavía de
haber alcanzado los niveles normales en Europa. El desvergonzado despilfarro de tierras
vírgenes coloniales regaladas por el gobierno inglés a aristócratas y capitalistas y tan
enérgicamente censurado por [967] Wakefield, ha generado, particularmente
enAustralia 32, una "sobrepoblación obrera relativa" de suficiente volumen, resultado al
que han contribuido también la corriente humana atraída por los diggins [k] [yacimientos
auríferos] y la competencia que la importación de mercancías inglesas significa hasta
para el más pequeño de los artesanos; de ahí que casi cada vapor correo traiga la
desalentadora noticia de que el mercado laboral australiano está abarrotado "glut of the
Australian labour-market" , y de ahí, también, que en algunos lugares de Australia la
prostitución florezca con tanta lozanía como en el Haymarket londinense.
Sin embargo, no nos concierne aquí la situación de las colonias. Lo único que nos
interesa es el secreto que la economía política del Viejo Mundo descubre en el Nuevo y
proclama en alta voz: el modo capitalista de producción y de acumulación, y por ende
también la propiedad privada capitalista, presuponen el aniquilamiento de la propiedad
privada que se funda en el trabajo propio, esto es, la expropiación del trabajador. 1 353
Se trata aquí de verdaderas colonias, de tierras vírgenes colonizadas por inmigrantes
libres. Estados Unidos sigue siendo aún, hablando en términos económicos, una colonia
de Europa. Por lo demás, también pertenecen a esta categoría esas antiguas plantaciones
en que la abolición de la esclavitud ha trastocado totalmente la situación.
CAPITULO XXIII
LA LEY GENERAL DE LA
ACUMULACION CAPITALISTA
1. Demanda creciente de fuerza de trabajo, con la
acumulación, manteniéndose igual la composición
del capital a "Los numerosos capitales singulares invertidos en determinado ramo de la
producción, presentan una composición que difiere de unos a otros en mayor o menor
medida. La media de sus composiciones singulares nos da la composición del capital
global en ese ramo de la producción. Finalmente, la media global de las composiciones
medias de todos los ramos de la producción, arroja la composición del capital social de
un país, y en lo sucesivo nos referiremos, en última instancia, únicamente a esta última."
El acrecentamiento del capital implica el incremento de su parte constitutiva variable, o
sea de la que se convierte en fuerza de trabajo. Una parte del plusvalor transformado en
pluscapital tiene que reconvertirse siempre en capital variable o fondo suplementario de
trabajo. Si suponemos que, a condiciones en lo demás iguales, la composición del
capital se mantiene inalterada, esto es, que para poner en movimiento determinada masa
de medios de producción o capital constante se requiere siempre la misma masa de
fuerza de trabajo, es evideate que la demanda de trabajo y el fondo de subsistencia de
los obreros crecerán en proporción al capital, y tanto más rápidamente cuanto más
rápidamente crezca éste. Como el capital [760] produce anualmente un plusvalor, una
parte del cual se suma cada año al capital original; como este incremento mismo se
acrecienta todos los años con el volumen creciente del capital que ya está en funciones,
y finalmente, como bajo un acicate particular del afán de enriquecerse apertura, por
ejemplo, de nuevos mercados, de esferas nuevas para la inversión de capital a causa de
necesidades sociales recién desarrolladas, etc. la escala de la acumulación se puede
ampliar súbitamente sólo con variar la distribución del plusvalor o del plusproducto en
capital y rédito, cabe la posibilidad de que las necesidades de acumulación del capital
sobrepujen el acrecentamiento de la fuerza de trabajo o del número de obreros, y de que
la demanda de obreros supere su oferta, a raíz de lo cual los salarios pueden
aumentar [b]. En Inglaterra resonaron quejas, sobre este particular, durante [c] toda la
primera mitad del siglo XVIII. Las circunstancias más o menos favorables bajo las
cuales se mantienen y multiplican los asalariados, [761] empero, no modifican en nada
el carácter fundamental de la producción capitalista. Así como la reproducción simple
reproduce continuamente la relación capitalista misma capitalistas por un lado,
asalariados por la otra , la reproducción en escala ampliada, o sea la acumulación,
reproduce la relación capitalista en escala ampliada: más capitalistas o capitalistas más
grandes en este polo, más asalariados en aquél. Como vimos con anterioridad, la
reproducción [d] de la fuerza de trabajo que incesantemente ha de incorporarse como
medio de valorización al capital, que no puede desligarse de él y cuyo vasallaje con
respecto al capital sólo es velado por el cambio de los capitalistas individuales a los que
se vende, constituye en realidad un factor de la reproducción del capital
mismo. Acumulación del capital es, por tanto, aumento del proletariado1 e Nota 70 en la
3ª y 4ª ediciones..
La economía clásica comprendía tan cabalmente esta tesis, que Adam Smith, Ricardo,
etc., como lo hemos mencionado anteriormente, llegaban incluso a identificar
equivocadamente la acumulación con el consumo detoda la parte capitalizada del
plusproducto por trabajadores productivos, o con su transformación en asalariados
suplementarios. Ya en 1696 decía John Bellers: "Porque si alguien tuviera cien mil
acres y otras tantas libras en dinero y otras tantas cabezas de ganado, ¿qué sería ese
hombre [762] rico, sin trabajadores, sino él mismo un trabajador? Y así como los
trabajadores hacen ricos a los hombres, cuanto más trabajadores, habrá tanto más ricos...
El trabajo de los pobres es la mina de los ricos" [2] f Nota 71 en la 3ª y 4ª ediciones.. Y
así se expresaba Bernard de Mandeville a comienzos del siglo XVIII: "Donde la
propiedad está suficientemente protegida, sería más fácil vivir sin dinero que sin pobres,
¿porque quién haría el trabajo?... Así como se debe velar para que los pobres no mueran
de hambre, no debieran recibir nada que valga la pena ahorrar. Si de tanto en tanto una
persona de la clase más baja, gracias a una diligencia extraordinaria y apretarse el
cinturón, se eleva sobre la condición en que se crió, nadie debe impedírselo: no puede
negarse que el plan más sabio para todo particular, para cada familia en la sociedad,
consiste en ser frugal; pero a todas las naciones ricas les interesa que la parte mayor de
los pobres nunca esté inactiva y, sin embargo, que gasten continuamente lo que
perciben... Los que se ganan la vida con su trabajo diario [...] no tienen nada que los
acicatee para ser serviciales salvo sus necesidades, que es prudente mitigar, pero que
sería insensato curar. La única cosa que puede hacer diligente al hombre que trabaja es
un salario moderado: si fuera demasiado pequeño lo desanimaría o, según su
temperamento, lo empujaría a la desesperación; si fuera demasiado grande, se volvería
insolente y perezoso... De lo que hasta ahora hemos expuesto, se desprende que en
una nación libre, donde no se permite tener esclavos, la riqueza más segura consiste en
una multitud de pobres laboriosos. Porque además de ser la fuente inagotable de las
armadas y los ejércitos, sin ellos no habría ningún disfrute y ningún producto del país
sería valorizable. Para hacer feliz a la sociedad" (que, naturalmente, se compone de no
trabajadores) "y para contentar al pueblo aun en su mísera situación, es necesario que la
gran mayoría siga siendo tan ignorante como pobre 3. El conocimiento amplía y
multiplica nuestros deseos, y cuanto menos desea [763] un hombre tanto más fácilmente
pueden satisfacerse sus necesidades" [4] g Nota 72 en la 3ª y 4ª ediciones. 5. Lo que
Mandeville, hombre honesto y lúcido, no comprende aún es que el propio mecanismo
del proceso de acumulación, al acrecentar el capital, aumenta la masa de los "pobres
laboriosos", esto es, de los asalariados que transforman su fuerza de trabajo en fuerza
creciente de valorización al servicio del creciente capital, y que por tanto se ven
obligados a perpetuar la relación de dependencia que los liga a su propio producto,
personificado en el capitalista. Refiriéndose a esa relación de dependencia, observa sir
Frederic Morton Eden en su "Situación de los pobres, o historia de la clase trabajadora
de Inglaterra": "Nuestra zona exige trabajo para la satisfacción de las necesidades, y por
ello es necesario que por lo menos una parte de la sociedad trabaje infatigablemente...
Hay quienes no trabajan y que, sin embargo, tienen a su disposición los productos de la
diligencia. Pero eso se lo tienen que agradecer estos propietarios, únicamente, a la
civilización y al orden; son criaturas puras y simples de las instituciones civiles 6 h Nota
73 en la 3ª y 4ª ediciones. 7. Éstas, en efecto, han reconocido que también se puede
adquirir los frutos del trabajo de otra manera que por el trabajo. [...] Las personas de
posición independiente [...] deben su fortuna casi exclusivamente al trabajo de
otros [...], no a su capacidad personal, que en absoluto es mejor que la de los demás; no
es la [764] posesión de tierras y dinero, sino elpoder disponer del trabajo (the command
of labour) lo que distingue a los ricos de los pobres... Lo que conviene a los pobres no
es una situación abyecta o servil, sino una relación de dependencia aliviada y liberal (a
state of easy and liberal dependence) y a los propietarios influencia y autoridad
suficientes sobre los que [...] trabajan para ellos... Tal relación de dependencia, como lo
sabe todo el que conozca la naturaleza humana [...], esnecesaria para la comodidad del
obrero mismo" [8] i Nota 74 en la 3ª y 4ª ediciones.. [9] Eden, anotémoslo de pasada, es
el único discípulo de Adam Smith que durante el siglo XVIII efectuó algunas
contribuciones de importancia [10] m En la 3ª y 4ª ediciones se agrega: "La gran
polvareda levantada por este panfleto obedeció únicamente a intereses de partido. La
Revolución Francesa había encontrado defensores apasionados en el reino británico; el
<<principio de la población>>, gestado lentamente en el siglo XVIII y luego, en medio
de una gran crisis social, anunciado con bombos y platillos como el antídoto infalible
contra las doctrinas de Condorcet y otros, fue saludado jubilosamente por la oligarquía
inglesa como el gran exterminador de todas las veleidades de un mayor progreso
humano. Maravillado por su propio éxito, Malthus se dedicó entonces a embutir en el
viejo esquema materiales compilados despreocupadamente y a añadir algunas cosas
nuevas, pero no descubiertas sino simplemente anexadas por él". 11 12.
[765] Bajo las condiciones de la acumulación supuestas hasta aquí las más favorables a
los obreros , su relación de dependencia con respecto al capital reviste formas tolerables
o, como dice Eden, "aliviadas y liberales". En vez de volverse más intensa a medida que
se acrecienta el capital, [766] esa relación de dependencia sólo aumenta en extensión; es
decir, la esfera de explotación y dominación del capital se limita a expandirse junto a las
dimensiones de éste y el número de sus súbditos. Del propio plusproducto creciente de
éstos, crecientemente transformado en pluscapital, fluye hacia ellos una parte mayor
bajo la forma de medios de [767] pago, de manera que pueden ampliar el círculo de sus
disfrutes, dotar mejor su fondo de consumo de vestimenta, mobiliario, etc., y formar un
pequeño fondo de reserva en dinero. Pero así como la mejora en la vestimenta, en la
alimentación y el trato, o un peculio [13] mayor, no abolían la relación de dependencia
y la explotación del esclavo, tampoco las suprimen en el caso del asalariado. El aumento
en el precio del trabajo, aumento debido a la acumulación del capital, sólo denota, en
realidad, que el volumen y el peso de las cadenas de oro que el asalariado se ha forjado
ya para sí mismo permiten tenerlas menos tirantes. En las controversias acerca de este
punto se ha dejado a un lado, en la mayor parte de los casos, el hecho principal, a saber:
la differentia specifica de la producción capitalista. La fuerza de trabajo no se compra
aquí para satisfacer, mediante sus servicios o su producto, las necesidades personales
del comprador. El objetivo perseguido por éste es la valorización de su capital, la
producción de mercancías que contengan más trabajo que el pagado por él, o sea que
contengan una parte de valor que nada le cuesta al comprador y que sin embargo se
realiza mediante la venta de las mercancías. La producción de plusvalor, el fabricar un
excedente, es la ley absoluta de este modo de producción. Sólo es posible vender la
fuerza de trabajo en tanto la misma conserva como capital los medios de producción,
reproduce como capital su propio valor y proporciona, con el trabajo impago, una fuente
de pluscapital [14]n Nota 76 en la 3ª y 4ª ediciones.bis. Por consiguiente, las
condiciones de su venta, sean más favorables o menos para los obreros, implican la
necesidad de que se la venda siempre de nuevo y la reproduccióncontinuamente
ampliada de la riqueza como capital. Como vemos, el salario, conforme a su naturaleza,
implica siempre el suministro por parte del obrero de determinada cantidad de
trabajo [768] impago. Prescindiendo por entero del alza de salarios acompañada por
una baja en el precio del trabajo, etc., el aumento de los salarios sólo denota, en el mejor
de los casos, la merma cuantitativa del trabajo impago que debe ejecutar el obrero.
Dicha merma nunca puede alcanzar el punto en el que pondría en peligro seriamente el
carácter capitalista del proceso de producción y la reproducción de sus propias
condiciones: por un lado de los medios de producción y de subsistencia como capital,
por el otro de la fuerza de trabajo como mercancía; en un polo, del capitalista, en el otro,
del asalariado [o]. Si dejamos a un lado los conflictos violentos en torno a la tasa del
salario y Adam Smith ya ha demostrado que, en sustancia, luego de tales conflictos el
patrón siempre sigue siendo el patrón , un alza del precio del trabajo derivada de la
acumulación del capital supone la siguiente alternativa. O bien el precio creciente o
acrecentado del trabajo va acompañado de un incremento igualmente grande (o mayor)
de la acumulación. Sabemos ya que incluso bajo circunstancias en lo demás iguales
como el grado de productividad del trabajo, etc. , cuando se acrecienta la masa del
capital adelantado puede mantenerse uniforme su incremento absoluto y hasta acelerarse
aunque decrezca la tasa de la acumulación; así como en el capítulo IX, en la sección
tercera, vimos que la masa del plusvalor puede mantenerse e incluso incrementarse
cuando la tasa decreciente del mismo va acompañada de un aumento en el número de
obreros explotados simultáneamente. En este caso, decir que la reducción en el grado de
explotación de la fuerza de trabajo no perjudica la expansión del dominio ejercido por el
capital, es incurrir en una mera tautología [p]. O bien, [769] y éste es el otro término de
la alternativa, la acumulación se enlentece tras el acrecentamiento del precio del trabajo,
porque se embota el aguijón de la ganancia. La acumulación decrece. Pero al decrecer,
desaparece la causa de su decrecimiento, a saber, la desproporción entre el capital y la
fuerza de trabajo explotable. El precio del trabajo desciende de nuevo a un nivel
compatible con las necesidades de valorización del capital. De esto no se infiere, ni con
mucho, que el salario deba descender a su nivel mínimo, y ni siquiera al nivel en que
estaba con anterioridad al aumento de precio experimentado por el trabajo [q]. Como
vemos, el propio mecanismo del proceso capitalista de producción remueve los
obstáculos que genera transitoriamente [r]. Vemos entonces que en el primer caso no es
la reducción en el crecimiento absoluto o relativo de la fuerza de trabajo, o de la
población obrera, lo que vuelve excesivo al capital, sino que, a la inversa, es el
incremento del capital lo que vuelve insuficiente la fuerza de trabajo explotable. En el
segundo caso no es el aumento en el crecimiento absoluto o proporcional de la fuerza de
trabajo o de la población obrera lo que hace insuficiente al capital, sino que, a la
inversa, es la disminución del capital lo que vuelve excesiva la fuerza de trabajo
explotable, o más bien su precio. Son estos movimientos absolutos en la acumulación
del capital los que se reflejan como movimientos relativos en la masa de la fuerza de
trabajo explotable y parecen obedecer, por ende,al movimiento propio de esta última s.
Así, por ejemplo, en la fase crítica del ciclo industrial la baja general de los precios
mercantiles se expresa como aumento del valor relativo del dinero, y en la fase de
prosperidad el alza general de los precios mercantiles como baja del valor relativo del
dinero. De esto infiere la llamada escuela de la currency que en el primer caso
circula [770] demasiado poco dinero, y en el segundo caso dinero en demasía [t]. Su
ignorancia y su comprensión plenamente errada de los hechos [15] encuentran un digno
paralelo en los economistas que interpretan esos fenómenos de la acumulación diciendo
que en un caso existen menos asalariados que los necesarios y en el otro demasiados
asalariados [u]. La ley de la acumulación capitalista, fraudulentamente transmutada de
esta suerte [v] en ley natural, no expresa en realidad sino que la naturaleza de dicha
acumulación excluye toda mengua en el grado de explotación a que se halla sometido el
trabajo o toda alza en el precio de éste que pueda amenazar seriamente la reproducción
constante de la relación capitalista, su reproducción en una escala constantemente
ampliada. No pueden ocurrir las cosas de otra manera en un modo de producción donde
el trabajador existe para las necesidades de valorización de valores ya existentes,
en [771] vez de existir la riqueza objetiva para las necesidades de desarrollo del
trabajador. Así como en la religión el hombre está dominado por las obras de su propio
cerebro, en la producción capitalista lo está por las obras de su propia mano [16]bis.
2. Disminución relativa de la parte variable del capital
a medida que progresa la acumulacióu y, con ella,
la concentración
Lo expuesto hasta aquí tiene validez siempre que partamos del supuesto de que, a
medida que progresa la acumulación, no varíe la relación entre la masa de los medios de
producción y la masa de la fuerza de trabajo que los mantiene en movimiento, o sea que
la demanda de trabajo aumente proporcionalmente al incremento del capital. En el
análisis efectuado por Adam Smith respecto a la acumulación, ese supuesto figura como
axioma evidente de por sí. Smith pasa por alto que al progresar la acumulación se opera
una gran revolución en la relación que existe entre la masa de los medios de producción
y la masa de la fuerza de trabajo que los mueve. Esta revolución se refleja, a su vez, en
la composición variable del valor del capital constituido por una parte constante y otra
variable , o en la relación variable que existe entre su parte de valor convertida en
medios de producción y la que se convierte en fuerza de trabajo. Denomino a esta
composición la composición orgánica del capital [w] "Una vez dados los fundamentos
generales del sistema capitalista, en el curso de la acumulación se alcanza siempre un
punto donde el desarrollo de la productividad del trabajo social se convierte en la
palanca más poderosa de la acumulación. <<La misma causa que eleva los salarios>>,
dice Adam Smith, <<o sea el incremento del capital, tiende a acrecentar las capacidades
productivas del trabajo y permite que una cantidad menor de trabajo produzca una
cantidad mayor de productos {235}. [17].
[772] Prescindiendo de las condiciones naturales, como fertilidad del suelo, etc., y de la
destreza de productores independientes que trabajan de manera aislada destreza que sin
embargo se evidencia más cualitativa que cuantitativamente, más en la calidad de la
obra que en su masa , el grado social de productividad del trabajo se expresa en el
volumen de la magnitud relativa de los medios de producción que un obrero, durante un
tiempo dado y con la misma tensión de la fuerza de trabajo, transforma en producto. La
masa de los medios de producción con los que opera ese obrero crece con la
productividad de su trabajo. Esos medios de producción desempeñan en este aspecto un
doble papel. El crecimiento de unos es consecuencia; el de otros, condición de la
productividad creciente del trabajo. Con la división manufacturera del trabajo y la
aplicación de maquinaria, por ejemplo, se elabora en el mismo tiempo más materia
prima e ingresa, por tanto, una masa mayor de materias primas y materias auxiliares al
proceso de trabajo. Estamos ante una consecuencia de la productividad creciente del
trabajo. Por otra parte, la masa de la maquinaria aplicada, de los animales de labor,
abonos minerales, tuberías de desagüe, etc., es condición de la productividad laboral
creciente. Otro tanto ocurre con la masa de los medios de producción concentrados en
locales, hornos gigantescos, medios de transporte, etc. Pero ya
sea condición o consecuencia, el volumen creciente de la magnitud de los medios de
producción, comparado con el de la fuerza de trabajo incorporada a ellos, expresa
la [773] productividad creciente del trabajo x "A medida que progresa la acumulación,
pues, no solamente se da un acrecentamiento cuantitativo y simultáneo de los diversos
elementos reales del capital: el desarrollo de las potencias productivas del trabajo social
que aquel progreso trae aparejado, se manifiesta además a través de cambios
cualitativos, de cambios graduales en la composición técnica del capital, cuyo factor
objetivo aumenta progresivamente, en magnitud relativa, frente al factor subjetivo. Vale
decir que la masa del instrumental y de los materiales aumenta cada vez más en
comparación con la suma de fuerza obrera necesaria para movilizarla. Por consiguiente,
a medida que el acrecentamiento del capital hace que el trabajo sea más productivo, se
reduce la demanda de trabajo con relación a la propia magnitud del capital.".
El aumento de ésta se manifiesta, pues, en la reducción de la masa de trabajo con
respecto a la masa de medios de producción movidos por ella, esto es, en la disminución
de magnitud del factor subjetivo del proceso laboral comparado con sus factores
objetivos.
[774] El incremento en la masa de los medios de producción, comparada con la masa de
fuerza de trabajo que la pone en actividad, se refleja en el aumento que experimenta la
parte constitutiva constante del valor de capital a expensas de su parte constitutiva
variable. Si de un capital, por ejemplo, calculando porcentualmente, por cada [sterling]
50 invertidas originariamente en medios de producción se invertían [sterling] 50 en
fuerza de trabajo, más adelante, con el desarrollo del grado de productividad del trabajo,
se invertirán [sterling] 30 en medios de producción por cada [sterling] 20 invertidas en
fuerza de trabajo, etc [y]. Esta reducción [775] de la parte variable del capital con
respecto a la parte constante, o la composición modificada del valor de capital, sólo
indica de manera aproximada el cambio que se ha verificado en la composición de sus
partes constitutivas materiales. Si hoy, por ejemplo, 7/8 del valor de capital invertido en
la hilandería es constante y 1/8 variable, mientras que a comienzos del siglo XVIII 1/2
era constante y 1/2 variable, tenemos en cambio que la masa de materias primas, medios
de trabajo, etc., hoy consumida productivamente por una cantidad determinada de
trabajo de hilar es muchos cientos de veces mayor que a principios del siglo XVIII. El
motivo es simplemente que con la productividad creciente del trabajo no sólo aumenta
el volumen de los medios de producción consumidos por el mismo, sino que el valor de
éstos, en proporción a su volumen, disminuye. Su valor, pues, aumenta en términos
absolutos, pero no en proporción a su volumen. El incremento de la diferencia entre
capital constante y capital variable, pues, es mucho menor que el de la diferencia entre
la masa de los medios de producción en que se convierte el capital constante y la masa
de fuerza de trabajo en que se convierte el capital variable. La primera diferencia se
incrementa con la segunda, pero en menor grado [z].
En la sección cuarta hemos expuesto cómo el desarrollo de la fuerza productiva social
del trabajo presupone la cooperación en gran escala; cómo sólo bajo ese supuesto
es [776] posible organizar la división y combinación del trabajo, economizar medios de
producción gracias a la concentración masiva, forjar medios de trabajo que desde el
punto de vista material ya sólo son utilizables en común por ejemplo el sistema de la
maquinaria, etc. , domeñar y poner al servicio de la producción colosales fuerzas
naturales y llevar a cabo la transformación del proceso de producción en aplicación
tecnológica de la ciencia. Sobre el fundamento de la producción de mercancías en la
cual los medios de producción son propiedad de particulares y el trabajador manual, por
consiguiente, o produce mercancías de manera aislada y autónoma o vende su fuerza de
trabajo como mercancía porque le faltan los medios para instalarse por su cuenta , aquel
supuesto sólo se realiza mediante el incremento de los capitales individuales, o en la
medida en que los medios sociales de producción y de subsistencia se transforman en
propiedad privada de capitalistas. El terreno de la producción de mercancías sólo bajo la
forma capitalista tolera la producción en gran escala. Cierta acumulación de capital en
manos de productores individuales de mercancías constituye, pues, el supuesto del
modo de producción específicamente capitalista. Por eso, al analizar la transición del
artesanado a la industria capitalista, tuvimos que suponer esa acumulación. Podemos
denominarla acumulación originaria, porque en vez de resultado histórico es
fundamento histórico de la producción específicamente capitalista. Aún no es necesario
que investiguemos aquí de qué manera surge. Baste indicar que constituye el punto de
partida. Señalemos, empero, que todos los métodos para acrecentar la fuerza productiva
social del trabajo surgidos sobre ese fundamento, son al mismo tiempo métodos para
acrecentar la producción de plusvalor o plusproducto, que a su vez constituye el
elemento constitutivo de la acumulación. Son al mismo tiempo, como vemos, métodos
para la producción de capital por el capital, o métodos para su acumulación acelerada.
La reconversión continua de plusvalor en capital se presenta como magnitud creciente
del capital que ingresa al proceso de producción. Dicha magnitud, por su parte, deviene
fundamento de una escala ampliada de la producción, de los métodos consiguientes para
acrecentar la fuerza productiva del trabajo y acelerar la producción de plusvalor. Por
tanto, si cierto grado de acumulación del capital [777] se manifiesta como condición del
modo de producción específicamente capitalista, este último ocasiona, como reacción,
una acumulación acelerada del capital. Con la acumulación del capital se desarrolla, por
consiguiente, el modo de producción específicamente capitalista, y con el modo de
producción específicamente capitalista la acumulación del capital aa.
Todo capital individual es una concentración mayor o menor de medios de producción,
con el comando correspondiente sobre un ejército mayor o menor de obreros. Toda
acumulación se convierte en medio al servicio de una nueva acumulación. Amplía, con
la masa acrecentada de la riqueza que funciona como capital, su concentración en las
manos de capitalistas individuales y por tanto el fundamento de la producción en gran
escala y los métodos de producción específicamente capitalistas. El incremento del
capital social se lleva a cabo a través del incremento de muchos capitales individuales.
Presuponiendo que no varíen todas las demás circunstancias, los capitales individuales y
con ellos la concentración de los medios de producción crecen en la proporción en que
constituyen partes alícuotas del capital global social. Al propio tiempo, de los capitales
originarios se desgajan ramificaciones que funcionan como nuevos capitales autónomos.
Un gran papel desempeña en ello, entre otros factores, la división del patrimonio en el
seno de las familias capitalistas. Por tanto, con la acumulación del capital crece en
mayor o menor medida el número de los capitalistas. Dos puntos caracterizan este tipo
de concentración que se funda directamente en la acumulación o, más bien, es idéntica a
ésta.Primero: el grado de incremento de la riqueza social limita, bajo condiciones en lo
demás iguales, la concentración creciente de los medios sociales de producción en las
manos de capitalistas individuales. Segundo: la parte del capital social radicada en cada
esfera particular de la producción está dividida entre numerosos capitalistas que se
contraponen recíprocamente como productores [778] independientes de mercancías y
compiten entre sí. No sólo la acumulación y la consiguiente concentración, pues, están
fraccionadas en muchos puntos, sino que el crecimiento de los capitales en
funcionamiento está compensado por la formación de nuevos y la escisión de antiguos
capitales. De ahí que si por una parte l acumulación se presenta como concentración
creciente de los medios de producción y del comando sobre el trabajo, por otra parte
aparece como repulsión de muchos capitales individuales entre sí.
Contra este fraccionamiento del capital global social en muchos capitales individuales, o
contra la repulsión de sus fracciones entre sí, opera la atracción de las mismas. Ya no se
trata de una concentración simple de los medios de producción y del comando sobre el
trabajo, idéntica a la acumulación. Es una concentración de capitales ya formados, la
abolición de su autonomía individual, la expropiación del capitalista por el capitalista, la
transformación de muchos capitales menores en pocos capitales mayores. Este proceso
se distingue del anterior en que, presuponiendo solamente una distribución modificada
de los capitales ya existentes y en funcionamiento, su campo de acción no está
circunscrito por el crecimiento absoluto de la riqueza social o por los límites absolutos
de la acumulación. Si el capital se dilata aquí, controlado por una mano, hasta
convertirse en una gran masa, es porque allí lo pierden muchas manos. Se trata de
la concentración propiamente dicha, a diferencia de la acumulación bb.
No podemos desarrollar aquí las leyes que presiden esta concentración cc de los capitales
o la atracción del capital por el capital. Bastará con que nos refiramos brevemente a los
hechos. La lucha de la competencia se libra mediante el abaratamiento de las
mercancías. La baratura de éstas depende, cæteris paribus [bajo condiciones en lo demás
iguales], de la productividad del trabajo, pero ésta, a su vez, de la escala de la
producción. De ahí que los capitales mayores se impongan a los menores. Se recordará,
además, que con el desarrollo del modo capitalista de producción aumenta el volumen
mínimo del capital [779] individual que se requiere para explotar un negocio bajo las
condiciones normales imperantes en el ramo. Los capitales menores, pues, se vuelcan a
las esferas de la producción de las que la gran industria únicamente se ha apoderado de
manera esporádica o imperfecta. La compctencia prolifera aquí en razón directa al
número y en razón inversa a la magnitud de los capitales rivales. Finaliza siempre con la
ruina de muchos capitalistas pequeños y con el paso de sus capitales a manos del
vencedor dd. Prescindiendo de esto, con la producción capitalista se forma un poder
totalmente nuevo ee 77bis2 {F. E. Nota a la 4ª edición. Los novísimos "trusts" ingleses y
norteamericanos apuntan ya a eee objetivo, puesto que procuran unificar en una gran
sociedad por acciones, dotada de un monopolio efectivo, por lo menos la totalidad de las
randes empresas activas en un ramo industrial.}, el crédito. Éste no sólo [780] se
convierte en un arma nueva y poderosa en la lucha competitiva. Mediante hilos
invisibles, atrae hacia las manos de capitalistas individuales o asociados los medios
dinerarios que, en masas mayores o menores, están dispersos por la superficie de la
sociedad. Se trata de la máquina específica para la concentración de los capitales.
[781] La concentración de los capitales, o el proceso de su atracción, se vuelve más
intensa en la proporción en que, con la acumulación, se desarrolla el modo
específicamente capitalista de producción. A su vez, la concentración se convierte en
una de las grandes palancas de ese desarrollo. Abrevia y acelera la transformación de
procesos de producción hasta ahora dispersos, en procesos combinados socialmente y
ejecutados en gran escala.
El volumen creciente de las masas individuales de capital se convierte en la base
material de un trastocamiento constante del modo de producción mismo. El modo de
producción capitalista conquista sin cesar los ramos laborales que todavía no estaban
sujetos a su control, o que sólo lo estaban esporádicamente, o sólo formalmente.
Además, en su suelo prosperan nuevos ramos de trabajo que le pertenecen desde los
primeros momentos. En los ramos laborales ya explotados de manera capitalista,
finalmente, la fuerza productiva del trabajo madura como en un invernadero. En todos
estos casos, el número de obreros decrece en proporción a la masa de los medios de
producción con los que trabajan. Una parte cada vez mayor del capital se convierte en
medios de producción; una cada vez menor en fuerza de trabajo. Al aumentar el
volumen, concentración y eficacia técnica de los medios de producción, se reduce
progresivamente el grado en que éstos son medios de ocupación para los obreros. Un
arado de vapor es un medio de producción inseparablemente más eficaz que el arado
corriente, pero el valor de capital invertido en él es un medio de ocupación
incomparablemente más modesto que si estuviera realizado en arados corrientes. Al
principio, preciamente el agregado de nuevo capital al antiguo es lo que permite ampliar
las condiciones objetivas del proceso de producción y revolucionarlas técnicamente.
Pero pronto, en medida mayor o menor, la composición modificada y la reorganización
técnica hacen presa en todo capital antiguo que haya alcanzado el término de su
reproducción y que, por tanto, sea sustituido nuevamente. Esta metamorfosis del capital
antiguo es independiente, hasta cierto punto, del crecimiento absoluto experimentado
por el capital social, tal como lo es la concentración. Pero esta última, que no hace más
que distribuir de distinta manera el capital social existente y confundir en uno solo
muchos capitales antiguos, opera a su vez como agente poderoso en esa metamorfosis
del capital antiguo.
Por una parte, como vemos, el capital suplementario formado en el curso de la
acumulación atrae cada vez menos obreros, en proporción a la magnitud que ha
alcanzado. Por otra parte, el capital antiguo, reproducido ffcon una nueva composición,
repele más y más obreros de los que antes ocupaba.
3. Producción progresiva de una sobrepoblación relativa
o ejército industrial de reserva
La acumulación del capital, que originariamente no aparecía más que como su
ampliación cuantitativa, se lleva cabo, como hemos visto, en medio de un
continuo cambio cualitativo de su composición, en medio de un aumento ininterrumpido
de su parte constitutiva constante a expensas de su parte constitutiva variable [18]bis3.
[783] El modo de producción específicamente capitalista, el consiguiente desarrollo de
la fuerza productiva del trabajo, el cambio que ocasiona ese desarrollo en la
composición orgánica del capital, no sólo corren parejas con el progreso de la
acumulación o el incremento de la riqueza social. Avanzan con una rapidez
incomparablemente mayor, puesto que la acumulación simple o la expansión absoluta
del capital global van acompañadas por la concentración gg de sus elementos
individuales, y el trastocamiento tecnológico hh del pluscapital ii por el trastocamiento
tecnológico hh del capital original. Al progresar la acumulación, pues, se altera la
relación que existe entre la parte constante del capital y la parte variable; si al principio
era de 1 : 1, ahora pasa a ser de 2 : 1, 3 : 1, 4 : 1, 5 : 1, 7 : 1, etc., de tal suerte que al
acrecentarse el capital, en vez de convertirse 1/2 de su valor total en fuerza de trabajo,
se convierte progresivamente sólo 1/3, 1/4, 1/5, 1/6, 1/8, etc., convirtiéndose en cambio
2/3, 3/4, 4/5, 5/6, 7/8, etc., en medios de producción. Como la demanda de trabajo no
está determinada por el volumen del capital global, sino por el de su parte constitutiva
variable, ésta decrece progresivamente a medida que se acrecienta el capital global, en
vez de aumentar proporcionalmente al incremento de éste, tal como antes suponíamos.
Esa demanda disminuye con relación a la magnitud del capital global, y en progresión
acelerada con respecto al incremento de dicha magnitud. Al incrementarse el capital
global, en efecto, aumenta también su parte constitutiva variable, o sea la fuerza de
trabajo que se incorpora, pero en proporción constantemente decreciente. Los intervalos
en los que la acumulación opera como meroensanchamiento de la producción sobre una
base técnica dada, se acortan. Para absorber un número adicional de obreros de una
magnitud dada, o incluso a causa de la metamorfosis constante del capital antiguo para
mantener ocupados a los que ya estaban en funciones, no sólo se requiere
una acumulación del capital global acelerada en progresión creciente; esta acumulación
y concentración gg crecientes, a su vez, se [784]convierten en fuente de nuevos cambios
en la composición del capital o promueven la disminución nuevamente acelerada de su
parte constitutiva variable con respecto a la parte constante. Esa disminución relativa de
su parte constitutiva variable, acelerada con el crecimiento del capital global y acelerada
en proporción mayor que el propio crecimiento de éste, aparece por otra parte, a la
inversa, como un incremento absoluto de la población obrera que siempre es más rápido
que el del capital variable o que el de los medios que permiten ocupar a aquélla.
La acumulación capitalista produce de manera constante, antes bien, y precisamente en
proporción a su energía y a su volumen, una población obrera relativamente
excedentaria, esto es, excesiva para las necesidades medias de valorización del capital y
por tanto superflua.
Si nos atenemos al capital global social, ora el movimiento de su acumulación provoca
un cambio periódico, ora sus elementos se distribuyen simultáneamente entre
las diversas esferas de la producción. En algunas de esas esferas, a causa de la mera
concentración jj se opera un cambio en la composición del capital sin que se acreciente
la magnitud absoluta del mismo, en otras, el incremento absoluto del capital está
vinculado al decrecimiento absoluto de su parte constitutiva variable o de la fuerza de
trabajo absorbida por la misma; en otras, ora el capital continúa acrecentándose sobre su
base técnica dada y atrae fuerza de trabajo suplementaria en proporción a su propio
crecimiento, ora se opera un cambio orgánico y se contrae su parte constitutiva variable;
en todas las esferas, el incremento de la parte variable del capital, y por tanto del
número de obreros ocupados, está ligado siempre a violentas fluctuaciones y a la
producción transitoria de una sobrepoblación, ya adopte ésta la forma más notoria de la
repulsión de obreros ocupados anteriormente o la forma no tan evidente, pero no menos
eficaz, de una absorción más dificultosa de la población obrera suplementaria a través
de los canales habituales [19] Total de las personas ocupadas en la agricultura (incluidos
los propietarios, arrendatarios, chacareros, pastores, etc.): 1851, 2.011.447; 1861,
1.924.110; disminución, 87.337. Manufactura de worsted [estambre]: 1851, 102.714
personas; 1861, 79.242; fabricación de seda: 1851, 111.940; 1861, 101.678; estampado
de algodón: 1851, 12.098; 1861, 12.556, exiguo aumento pese a la enorme expansión de
la industria, lo que significa una gran disminución proporcional en el número de los
obreros ocupados.Sombrereros: 1851, 15.957; 1861, 13.814; productores de sombreros
de paja y gorras: 1851, 20.393; 1861, 18.176. Cerveceros: 1851, 10.566; 1861,
10.677. Productores de velas: 1851, 4.949; 1861, 4.686. Esta reducción obedece, entre
otros factores, al incremento experimentado por el alumbrado de gas. Productores de
peines: 1851, 2.038; 1861, 1.478. Aserradores de madera: 1851, 30.552; 1861, 31.647,
pequeño aumento a consecuencia del auge de las sierras mecánicas. Productores de
clavos: 1851, 26.940; 1861, 26.130, mengua debida a la competencia de las
máquinas. Obreros de las minas de zinc y de cobre: 1851, 31.360; 1861, 32.041. En
cambio: hilanderías y tejedurías de algodón: 1851, 371.777; 1861, 456.646; minas de
carbón: 1851, 183.389; 1861, 246.613. "Desde 1851, el aumento en el número de
abreros es más grande, en general, en los ramos donde aún no se ha aplicada con éxito
la maquinaria." ("Census of England and Wales for 1861", vol. III, Londres, 1863, pp.
35-39.). Con la magnitud del [785] capital social ya en funciones y el grado de su
incremento, con la expansión de la escala de producción y de la masa de los obreros
puestos en movimiento, con el desarrollo de la fuerza productiva de su trabajo, con la
fluencia más caudalosa y plena de todos los manantiales de la riqueza, se amplía
también la escala en que una mayor atracción de los obreros por el capital está ligada a
una mayor repulsión de los mismos, aumenta la velocidad de los cambios en la
composición orgánica del capital y en su forma técnica y se dilata el ámbito de las
esferas de producción en las que el capital, ora simultánea, ora alternativamente, hace
presa. La población obrera, pues, con la acumulación del capital producida por ella
misma, produce en volumen creciente los medios que permiten convertirla en
relativamente supernumeraria 20 kk En la 4ª edición se agrega antes de la cita: "Algunos
economistas eminentes de la escuela clásica presintieron, más que comprendieron, la ley
acerca de la reducción progresiva de la magnitud relativa del capital variable y los
efectos de dicha ley sobre la situación de la clase asalariada. El mérito mayor
carresponde aquí a John Barton, aunque confunda, al igual que todos sus colegas, el
capital constante con el fijo, el variable con el circulante. Dice Barton:".... Es esta una
ley de población que [786] es peculiar al modo de producción capitalista, ya que de
hecho todo modo de producción histórico particular tiene sus leyes de población
particulares, históricamente válidas. Una ley abstracta de población sólo rige, mientras
el hombre no interfiere históricamente en esos dominios, en el caso de las plantas y los
animales.
Pero si una sobrepoblación obrera es el producto necesario de la acumulación o del
desarrollo de la riqueza sobre una base capitalista, esta sobrepoblación se convierte, a su
vez, en palanca de la acumulación capitalista, e incluso en condición de existencia del
modo capitalista de producción. Constituye un ejército industrial de reserva a
disposición del capital, que le pertenece a éste tan absolutamente como si lo hubiera
criado a sus expensas. Esa sobrepoblación crea, para las variables necesidades de
valorización del capital, el material humano explotable y siempre disponible,
independientemente de los límites del [787] aumento real experimentado por la
población. Con la acumulación y el consiguiente desarrollo de la fuerza productiva del
trabajo se acrecienta la súbita fuerza expansiva del capital, y no sólo porque aumenta la
elasticidad del capital en funciones y lariqueza absoluta, de la cual el capital no
constituye más que una parte elástica; no sólo porque el crédito, bajo todo tipo de
estímulos particulares y en un abrir y cerrar de ojos, pone a disposición de la producción
una parte extraordinaria de esa riqueza, en calidad de pluscapital, sino porque las
condiciones técnicas del proceso mismo de producción, la maquinaria, los medios de
transporte, etc., posibilitan, en la mayor escala, la más rápida transformación de
plusproducto en medios de producción suplementarios. La masa de la riqueza social,
pletórica y transformable en pluscapital gracias al progreso de la acumulación, se
precipita frenéticamente sobre todos los viejos ramos de la producción cuyo mercado se
amplía de manera súbita, o sobre ramos recién inaugurados como los ferrocarriles, etc.
cuya necesidad dimana del desarrollo de los antiguos. En todos los casos de esta índole
es necesario que se pueda volcar súbitamente grandes masas humanas en los puntos
decisivos, sin que con ello se rebaje la escala alcanzada por la producción en otras
esferas. La sobrepoblación proporciona esas masas. El curso vital característico de la
industria moderna, la forma de un ciclo decenal interrumpido por oscilaciones menores
de períodos de animación media, producción a toda marcha, crisis y estancamiento, se
funda sobre la formación constante, sobre la absorción mayor o menor y la
reconstitución, del ejército industrial de reserva o sobrepoblación. A su vez, las
alternativas del ciclo industrial reclutan la sobrepoblación y se convierten en uno de sus
agentes de reproducción más activos. Este curso vital, peculiar de la industria moderna
y desconocido en todas las épocas anteriores de la humanidad, era imposible también
durante la infancia de la producción capitalista. La composición del capital sólo se
modificaba muy gradualmente. Con l acumulación de éste guardaba correspondencia, en
líneas generales, un crecimiento proporcional de la demanda de trabajo. Por lento que
fuera el progreso de esa acumulación, comparado con el de la época moderna, dicho
avance tropezaba con las barreras naturales de la población obrera explotable, barreras
que sólo era posible remover por los [788] medios violentos que mencionaremos más
adelante. La expansión súbita e intermitente de la escala de producción es el supuesto de
su contracción súbita; esta última, a su vez, provoca la primera, pero la primera es
imposible si no existe el material humano disponible, si en el número de los obreros no
se produce un aumento independiente del crecimiento absoluto de la población. Dicho
aumento se genera mediante el simple proceso que "libera" constantemente una parte de
los obreros, aplicando métodos que reducen, en comparación con la producción
acrecentada, el número de los obreros ocupados. Toda la forma de movimiento de la
industria moderna deriva, pues, de la transformación constante de una parte de la
población obrera en brazos desocupados o semiocupados. La superficialidad de la
economía política se pone de manifiesto, entre otras cosas, en el hecho de que convierte
a la expansión y contracción del crédito, mero síntoma de los períodos alternos del ciclo
industrial, en causa de éstos. Así como los cuerpos celestes, una vez arrojados a un
movimiento determinado, lo repiten siempre, la producción social hace otro tanto no
bien es lanzada a ese movimiento de expansión y contracción alternadas. Los efectos, a
su vez, se convierten en causas, y las alternativas de todo el proceso, que reproduce
siempre sus propias condiciones, adoptan la forma de la periodicidad ll. Una vez
consolidada esta forma, hasta la economía política comprende que producir una
población excedentaria relativa, esto es, excedentaria [789] respecto a la necesidad
media de valorización del capital, es una condición vital de la industria moderna.
"Supongamos", dice Herman Merivale, ex profesor de economía política en Oxford y
funcionario luego del Ministerio de Colonias inglés, "supongamos que en ocasión de
alguna de esas crisis la nación hiciera un gran esfuerzo para desembarazarse, mediante
la emigración, de varios cientos de miles de brazos superfluos; ¿cuál sería la
consecuencia? Que en la primera reanimación de la demanda de trabajo se produciría un
déficit. Por rápida que sea la reproducción de los hombres, en todo caso se requeriría el
intervalo de una generación para remplazar la pérdida de los obreros adultos. Ahora
bien, las ganacias de nuestros fabricantes dependen principalmente de la posibilidad de
aprovechar los momentos favorables, cuando la demanda es intensa y es posible
resarcirse de los períodos de paralización. Esta posibilidad sólo se la asegura la facultad
de disponer de la maquinaria y el trabajo manual. Es necesario que los fabricantes
encuentren brazos disponibles; es necesario que estén en condiciones de redoblar o
reducir la intensidad de las operaciones ejecutadas por los mismos, según lo requiera la
situación dol mercado; en caso contrario, será absolutamente imposible que mantengan
la preponderancia en la encarnizada lucha competitiva sobre la que se funda la riqueza
de este país" [21]. El propio Malthus reconoce como necesidad de la industria
moderna la sobrepoblación, que él, con su espíritu limitado, hace derivar de un
acrecentamiento excesivo absoluto de la población obrera y no de la conversión de la
misma en relativamente supernumeraria. Dice este autor: "Si ciertos hábitos prudentes
en lo que respecta al matrimonio, son cultivados con exceso por la clase obrera de un
país que primordialmente vive de la manufactura y el comercio, ello podría
perjudicarlo... Conforme a la naturaleza de la población, no es posible suministrar al
mercado una nueva generación de obreros a consecuencia de una demanda particular
mientras no transcurran 16 ó 18 años, y la transformación de rédito en capital por el
ahorro puede ocurrir de manera muchísimo más rápida; un país está expuesto siempre a
que su fondo de trabajo se [790] acreciente con mayor rapidez que la población" [22].
Luego de declarar, de esta suerte, que la producción constante de una sobrepoblación
relativa de obreros constituye una necesidad de la acumulación capitalista, la economía
política, adoptando muy adecuadamente la figura de una apergaminada solterona, pone
en boca del "beau idéal" [hermoso ideal] de su capitalista las siguientes palabras
dedicadas a esos "supernumerarios" cuya propia creación de pluscapital ha dejado en la
calle. "Los fabricantes hacemos por vosotros lo que podemos, al aumentar el capital del
que tenéis necesidad para subsistir, y vosotros debéis hacer el resto, ajustando vuestro
número a los medios de subsistencia" [23].
A la producción capitalista no le basta, de ninguna manera, la cantidad de fuerza de
trabajo disponible que le suministra el incremento natural de la población. Para poder
desenvolverse libremente, requiere un ejército industrial de reserva que no dependa de
esa barrera natural.
Hasta aquí habíamos supuesto que el aumento o la mengua del capital variable
correspondía exactamente al aumento o la mengua del número de obreros ocupados.
No obstante, aunque el número de los obreros de que dispone no varíe, e incluso aunque
disminuya, el capital variable se acrecienta cuando el obrero individual suministra más
trabajo y cuando, por tanto, aumenta susalario aunque el precio del trabajo no varíe, o
incluso si este precio disminuye pero más lentamente de lo que aumenta la masa de
trabajo. El incremento del capital variable se convierte entonces en un índice de más
trabajo, pero no de [791] más obreros ocupados. A todo capitalista le interesa, de
manera absoluta, arrancar una cantidad determinada de trabajo de un número menor de
obreros, en vez de extraerla, con la misma baratura e incluso a un precio más
conveniente, de un número mayor. En el último caso la inversión de capital constante
aumenta proporcionalmente a la masa del trabajo puesto en movimiento; en el primer
caso, aumenta con lentitud mucho mayor. Cuanto más amplia sea la escala de la
producción, tanto más determinante será ese motivo. Su peso se acrecienta con la
acumulación del capital.
Hemos visto que el desarrollo del modo capitalista de producción y de la fuerza
productiva del trabajo causa y efecto, a la vez, de la acumulación permite que el
capitalista, con la misma inversión de capital variable, ponga en movimiento más
trabajo gracias a una explotación mayor en extensión o en intensidad de las fuerzas de
trabajo individuales. Hemos visto, además, que con el mismo valor de
capital adquiere más fuerzas de trabajo, puesto que progresivamente sustituye los
obreros más diestros por los menos diestros, los experimentados pr los
inexperimentados, los varones por las mujeres, la fuerza de trabajo adulta por la
adolescente o infantil mm.
De una parte, pues, y a medida que progresa la acumulación, un capital
variable mayor moviliza más trabajo sin necesidad de contratar más obreros; de otra
parte, capital variable de la misma magnitud pone en movimiento más trabajo con la
misma masa de fuerza de trabajo, y por último, pone en acción más fuerzas de trabajo
inferiores mediante el desplazamiento de las superiores.
Por consiguiente, la producción de una sobrepoblación relativa, o sea la liberación de
obreros, avanza con mayor rapidez aun que el trastocamiento tecnológico nn del proceso
de producción trastocamiento acelerado de por sí con el progreso de la acumulación y la
consiguiente reducción proporcional de la parte variable del capital con respecto a la
parte constante. Si bien los medios de producción, a medida que se acrecientan su
volumen y eficacia pierden importancia como medios de ocupación de los obreros, esta
relación misma se modifica a su vez por el hecho de [792] que en la medida en que
crece la fuerza productiva del trabajo, el capital incrementa más rápidamente su oferta
de trabajo que su demanda de obreros. El trabajo excesivo de la parte ocupada de la
clase obrera engruesa las filas de su reserva, y, a la inversa, la presión redoblada que
esta última, con su competencia, ejerce sobre el sector ocupado de la clase obrera,
obliga a éste a trabajar excesivamente y a someterse a los dictados del capital. La
condena de una parte de la clase obrera al ocio forzoso mediante el exceso de trabajo
impuesto a la otra parte, y viceversa, se convierte en medio de enriquecimiento del
capitalista singular [24] y, a la vez, acelera la producción del ejército industrial de
reserva en una escala acorde con el progreso de la acumulación social. La
importancia [793] de este factor en la formación de la sobrepoblación relativa lo
demuestra, por ejemplo, el caso de Inglaterra. Sus medios técnicos para el "ahorro" de
trabajo son colosales. Sin embargo, si mañana se redujera el trabajo, de manera general,
a una medida racional y se lo graduara conforme a las diversas capas de la clase obrera,
según edad y sexo, la población trabajadora existente resultaría absolutamente
insuficiente para llevar adelante la producción nacional en la escala actual. Sería
necesario transformar en "productivos" la gran mayoría de los trabajadores hoy
"improductivos".
En todo y por todo, los movimientos generales del salario están regulados
exclusivamente por la expansión y contracción del ejército industrial de reserva, las
cuales se rigen, a su vez, por la alternación de períodos que se opera en el ciclo
industrial. Esos movimientos no se determinan, pues, por el movimiento del número
absoluto de la población obrera, sino por la proporción variable en que la clase obrera se
divide en ejército activo y ejército de reserva, por el aumento y la mengua del volumen
relativo de la sobrepoblación, por el grado en que ésta es ora absorbida, ora puesta en
libertad. Para la industria moderna, realmente, con su ciclo decenal y sus fases
periódicas que, además, a medida que progresa la acumulación se entrecruzan con
oscilaciones irregulares en sucesión cada vez más rápida [exclamdown]sería una bonita
ley la que no regulara la oferta y la demanda de trabajo por la expansión y contracción
del capital, o sea por sus necesidades ocasionales de valorización, de tal manera que el
mercado de trabajo aparezca relativamente semivacío cuando el capital se expande, y
atestado de nuevo cuando éste se contrae, sino que, a la inversa, hiciera que el
movimiento del capital dependiese del movimiento absoluto de la cantidad de
población! Pero es este, sin embargo, el dogma económico. Según dicho dogma, a causa
de la acumulación del capital aumenta el salario. El salario acrecentado estimula un
aumento más rápido de la población obrera, aumento que prosigue hasta que el mercado
de trabajo se sobresatura, o sea, hasta que el capital se vuelve insuficiente con relación a
la oferta de trabajo. El salario desciende, con lo que se da el reverso de la medalla. La
rebaja salarial diezma poco a poco a la población obrera, de tal manera que respecto a
ésta el capital resulta nuevamente [794] superabundante, o también, como sostienen
otros expositores, el bajo nivel del salario y la consiguiente explotación redoblada del
obrero aceleran a su vez la acumulación, mientras que al mismo timpo la baja del salario
pone coto al crecimiento de la clase obrera. Se reconstituye así la relación en la cual la
oferta de trabajo es inferior a la demanda del mismo, con lo cual aumentan los salarios,
y así sucesivamente. [exclamdown]Bello método de movimiento, este, para la
producción capitalista desarrollada! Antes que el alza salarial pudiera motivar cualquier
aumento positivo de la población realmente apta para el trabajo, se habría vencido un
sinfín de veces el plazo dentro del que debe ejecutarse la campaña industrial y librarse y
decidirse la batalla.
En los distritos agrícolas ingleses tuvo lugar entre 1849 y 1859, a la par de una baja en
el precio de los cereales, un alza salarial que desde el punto de vista práctico no fue más
que nominal. En Wiltshire, por ejemplo, el salario semanal subió de 7 a 8 chelines, en
Dorsetshire de 7 u 8 a 9 chelines, etc. Era esta una consecuencia del drenaje
extraordinario de la sobrepoblación agrícola, ocasionado por la demanda bélica [25] y la
expansión masiva de la red ferroviaria, de las fábricas, de la minería, etcétera. Cuanto
menor sea el salario, tanto mayor será la expresión porcentual de cualquier alza del
mismo, por ínfima que ésta sea. Si el salario semanal es de 20 chelines, por ejemplo, y
aumenta a 22, el alza será del 10 %; si, en cambio, es sólo de 7 chelines y sube a 9,
habrá aumentado en un 28 4/7 %, alza que impresiona como muy cuantiosa. Como
quiera que sea, lo cierto es que los arrendatarios pusieron el grito en el cielo y hasta el
"Economist" de Londres [26] parloteó con toda solemnidad de "a general and
substantial advance" [un aumento general y considerable], refiriéndose a esos salarios
de hambre. ¿Qué hicieron entonces los arrendatarios? ¿Esperaron hasta que los
trabajadores rurales, a causa de esas remuneraciones espléndidas, se multiplicaran tanto
que su salario tuviera que disminuir nuevamente, tal como ocurren las cosas en el
cerebro dogmático del economista? Introdujeron más maquinaria, y en un abrir y cerrar
de ojos los obreros volvieron a ser "supernumerarios", en una proporción suficiente
incluso para los arrendatarios. Ahora había "más capital" invertido [795] en la
agricultura que antes y bajo una forma más productiva. Con lo cual la demanda de
trabajo descendió no sólo relativamente, sino también en términos absolutos.
Esa ficción económica confunde las leyes que regulan el movimiento general del
salario, o sea la relación entre la clase obrera oo y el capital global social, con las leyes
que distribuyen la población obrera entre las esferas particulares de la producción. Por
ejemplo, si a consecuencia de una coyuntura favorable se vuelve particularmente intensa
la acumulación en una esfera determinada de la producción, si las ganancias superan a
la ganancia media y afluye capital suplementario a esa esfera, es natural que aumenten
la demanda de trabajo y el salario. Ese salario más elevado atraerá una parte mayor de la
población obrera a la esfera favorecida hasta que ésta quede saturada de fuerza de
trabajo, con lo cual el salario, a la larga, volverá a caer a su nivel medio anterior, o
descenderá por debajo del mismo en caso que la afluencia haya sido excesiva pp. El
economista cree ver aquí "dónde y cómo" un aumento del salario genera un aumento
absoluto de obreros, y este último aumento una reducción del salario, pero en realidad
no ve más que la oscilación local del mercado de trabajo en una esfera particular de la
producción; ve solamente fenómenos de la distribución de la población obrera entre las
diversas esferas de inversión del capital, con arreglo a las necesidades variables que éste
experimenta.
Durante los períodos de estancamiento y de prosperidad media, el ejército industrial de
reserva o sobrepoblación relativa qq ejerce presión sobre el ejército obrero activo, y pone
coto a sus exigencias durante los períodos de sobreproducción y de paroxismo. La
sobrepoblación relativa, pues, es el trasfondo sobre el que se mueve la ley de la oferta y
la demanda de trabajo. Comprime el campo de acción de esta ley dentro de los límites
que convienen de manera absoluta al ansia de explotación y el afán de poder del capital .
Es esta la ocasión de volver sobre una [796] de las proezas efectuadas por la apologética
económica. El lector recordará que cuando un fragmento de capital variable, gracias a la
introducción de maquinaria nueva o la extensión de la antigua, se transforma en
constante, el apologista económico interpreta esta operación, que "sujeta" capital y
precisamente por ello "libera" obreros, como si, a la inversa, liberara capital para los
obreros. Tan solo ahora se puede valorar cabalmente la desvergüenza del apologista.
Quienes son puestos en libertad no son sólo los obreros desplazados directamente por la
máquina, sino asimismo sus suplentes y el contingente suplementario que, durante la
expansión habitual del negocio sobre su base antigua, era absorbido de manera regular.
No se libera capital viejo para los obreros, sino que se libera a obreros para un posible
capital "suplementario" rr. Es decir que el mecanismo de la producción capitalista vela
para que el incremento absoluto de capital no se vea acompañado de un aumento
consecutivo en la demanda general de trabajo. [exclamdown]Y el apologista llama a
esto compensación por la miseria, los padecimientos y la posible muerte de los obreros
desplazados durante el período de transición que los relega al ejército industrial de
reserva! La demanda de trabajo no es idéntica al crecimiento del capital, la oferta de
trabajo no se identifica con el aumento de la clase obrera, como si se tratara de dos
potencias independientes que se influyen recíprocamente. Les dés sont pipés [los dados
están cargados]. El capital opera en ambos lados a la vez. Si por un lado su acumulación
aumenta la demanda de trabajo, por el otro acrecienta la oferta de obreros mediante su
"puesta en libertad", mientras que a la vez [797] la presión de los desocupados obliga a
los ocupados a poner en movimiento más trabajo, haciendo así, por ende, que hasta
cierto punto la oferta de trabajo sea independiente de la oferta de obreros. El
movimiento de la ley de la oferta y la demanda de trabajo completa, sobre esta base, el
despotismo del capital. No bien los obreros descifran, por tanto, el misterio de cómo en
la misma medida en que trabajan más producen más riqueza ajena, de cómo la fuerza
productiva de su trabajo aumenta mientras que su función como medios de valorización
del capital se vuelve cada vez más precaria para ellos, no bien descubren que el grado
de intensidad alcanzado por la competencia entre ellos mismos depende enteramente de
la presión ejercida por la sobrepoblación relativa, no bien, por tanto, procuran organizar,
mediante trades' unions, etc. una cooperación planificada entre los ocupados y los
desocupados para anular o paliar las consecuencias ruinosas que esa ley natural de la
producción capitalista trae aparejadas para su clase, el capital y su sicofante, el
economista, claman airados contra esa violación de la ley "eterna", y por así decirlo
"sagrada", de la oferta y la demanda. Toda solidaridad entre los ocupados ylos
desocupados perturba, en efecto, el "libre" juego de esa ley. Por otra parte, no bien en
las colonias, por ejemplo, se dan circunstancias adversas que impiden la creación del
ejército industrial de reserva, menoscabando así la dependencia absoluta de la clase
obrera respecto de la clase capitalista, el capital, junto a su Sancho Panza esgrimidor de
lugares comunes, se declara en rebeldía contra la "sagrada" ley de la oferta y la
demanda y procura encauzarla con la ayuda de medios coercitivos.
4. Diversas formas de existencia de la sobrepoblación
relativa. La ley general de la acumulación capitalista
La sobrepoblación relativa existe en todos los matices posibles. Todo obrero la integra
durante el período en que está semiocupado o desocupado por completo. Para no entrar
aquí en detalles, nos limitaremos a unas pocas [798] indicaciones generales ss.
Prescindiendo de las diferencias formales periódicas de la sobrepoblación en el cambio
de fases propio del ciclo industrial, en el cual aquélla se manifiesta tt ora de manera
aguda en las crisis, ora crónicamente en los períodos de negocios flojos, la
sobrepoblación relativa adopta continuamente tres formas: la fluctuante, la latente y
la estancada.
Hemos visto cómo a los obreros fabriles ora se los repele uu, ora se los atrae nuevamente
y en mayor volumen, de tal modo que en líneas generales el número de los obreros
ocupados aumenta, aunque siempre en proporción decreciente con respecto a la escala
de la producción. La sobrepoblación existe aquí bajo la forma fluctuante. Nos limitamos
a llamar la atención con respecto a dos circunstancias. Tanto en las fábricas propiamente
dichas como en todos los grandes talleres en que la maquinaria constituye un factor, o
donde, por lo menos, se aplica la división moderna del trabajo, se requiere una gran
masa de obreros varones que no hayan dejado atrás la edad juvenil, posteriormente, sólo
es posible utilizar en el mismo ramo un número muy exiguo, por lo cual regularmente se
arroja a la calle a una gran cantidad vv. Ese sector constituye un elemento de la
sobrepoblación fluctuante, que se acrecienta a medida que aumenta el volumen de la
industria. Una parte de esos obreros emigra; en realidad, no hace más que seguir los
pasos del capital emigrante. Una de las consecuencias es que la población femenina
crece más rápidamente que la masculina; teste [testigo], Inglaterra. Que el incremento
natural de la población ww obrera no satisfaga las necesidades de acumulación del capital
y que, por otra parte, sea demasiado grande para [799] su absorción xx, es una
contradicción inherente al movimiento mismo del capital. Éste requiere masas mayores
de obreros en edad juvenil, y una masa menor de obreros varones adultos. La
contradicción no es más flagrante que otra: la de que se formulen quejas sobre la falta
de brazos en los mismos momentos en que muchos miles se encuentran en la calle
porque la división del trabajo los encadena a determinado ramo de la industria [27].
Debido al rápido consumo de la fuerza de trabajo por el capital, en la mayor parte de los
casos el obrero de edad mediana es ya un hombre desgastado y caduco yy. Pasa a
Integrar las filas de la sobrepoblación zz, o bien desciende de categoría, mientras el
capital lo remplaza por fuerza de trabajo nueva. El crecimiento absoluto de la clase
obrera requiere, de esta suerte aaa85bis Discurso inaugural de la conferencia sanitaria
celebrada en Birmingham el 14 de enero de 1875, pronunciado por Joseph Chamberlain,
entonces alcalde de la ciudad y actualmente (1883) ministro de comercio., una forma
que incremente su [800] número aunque sus elementos se desgasten rápidamente. Se
hace necesario bbb, en consecuencia, un rápido relevo de las generaciones obreras. (Esta
misma ley no rige en el caso de las demás clases de la población). Ello se logra ccc con la
ayuda de matrimonios tempranos, consecuencia necesaria de las condiciones en que
viven los obreros de la gran industria, y gracias a la prima que la explotación de los
niños obreros significa para la producción de los mismos.
No bien la producción capitalista se apodera de la agricultura, o según el grado en que
se haya adueñado de la misma, la demanda de población obrera rural decrece en
términos absolutos a medida que aumenta la acumulación del capital que está en
funciones en esta esfera, sin que la repulsión de esos obreros como ocurre en el caso de
la industria no agrícola se complemente con una mayor atracción. Una parte de la
población rural, por consiguiente, se encuentra siempre en vías de metamorfosearse en
población urbana o manufacturera ddd. (Manufacturero se usa aquí en el sentido de todo
lo referente a la industria no agrícola.) [28] Esta fuente de la sobrepoblación
relativa fluye, pues, constantemente. Pero su flujo constante eee [801] presupone la
existencia, en el propio campo, de una sobrepoblación constantemente latente, cuyo
volumen sólo se vuelve visible cuando los canales de desagüe quedan, por excepción,
abiertos en toda su amplitud. De ahí que al obrero rural se lo reduzca al salario mínimo
y que esté siempre con un pie hundido en el pantano del pauperismo.
La sobrepoblación estancada constituye una parte del ejército obrero activo, pero su
ocupación es absolutamente irregular, de tal modo que el capital tiene aquí a su
disposición una masa extraordinaria de fuerza de trabajo latente fff. Sus condiciones de
vida descienden por debajo del nivel medio normal de la clase obrera y es esto,
precisamente, lo que convierte a esa categoría en base amplia para ciertos ramos de
explotación del capital. El máximo de tiempo de trabajo y el mínimo de salario la
caracterizan. Hemos entrado ya en conocimiento de su figura principal bajo el rubro de
la industria domiciliaria. Recluta incesantemente sus integrantes entre los
supernumerarios de la gran industria y de la agricultura, y en especial también en los
ramos industriales en decadencia, en los cuales el artesanado sucumbe ante la industria
manufacturera y esta última ante la industria maquinizada. Su volumen se amplía a
medida que avanza, con el volumen y la intensidad de la acumulación, la
transformación en "supernumerarios". Pero esta categoría constituye al mismo tiempo
un elemento de la clase obrera que se reproduce y se perpetúa a sí mismo, y al que cabe
una parte proporcionalmente mayor en el crecimiento global de dicha clase que a los
demás elementos. De hecho, no sólo la masa de los nacimientos y defunciones, sino la
magnitud absoluta de las familias está en razón inversa al monto del salario, y por tanto
a la masa de medios de subsistencia de que disponen las diversas categorías de obreros.
Esta ley de la sociedad capitalista parecería absurda entre los salvajes, e incluso entre
los habitantes civilizados de las colonias. Esa ley recuerda la reproducción masiva de
especies [802] animales individualmente débiles y perseguidas con
encarnizamiento [29] 30.
El sedimento más bajo de la sobrepoblación relativa se aloja, finalmente, en la esfera
del pauperismo. Se compone prescindimos aquí de vagabundos, delincuentes,
prostitutas, en suma, del lumpemproletariadopropiamente dicho de tres categorías ggg. La
primera la constituyen personas aptas para el trabajo. Basta con lanzar una mirada
superficial sobre las estadísticas del pauperismo inglés para encontrar que su masa se
engruesa con cada crisis y decrece con cada reanimación de los negocios. La segunda:
huérfanos e hijos de indigentes. Son candidatos al ejército industrial de reserva y en
épocas de gran prosperidad hhh, como por ejemplo en 1860, se los alista rápida y
masivamente en el ejército obrero activo. La tercera: personas degradadas,
encanallecidas, incapacitadas de trabajar. Se trata, en especial, de obreros iii que
sucumben por la falta de movilidad a que los condena la división del trabajo, de
personas que viven más allá de la edad normal de un obrero, y por último de las
víctimas de la industria, cuyo número se acrecienta con la maquinaria peligrosa, la
expansión de la minería, de las fábricas químicas, etc.: mutilados, enfermos crónicos,
viudas, etc. El pauperismo constituye el hospicio de inválidos del ejército obrero activo
y el peso muerto del ejército industrial de reserva. Su producción [803] está
comprendida en la producción de la pluspoblación jjj, su necesidad en la necesidad de
ésta, conformando con la misma una condición de existencia de la producción
capitalista y del desarrollo de la riqueza. Figura entre los faux frais [gastos varios] de la
producción capitalista, gastos que en su mayor parte, no obstante, el capital se las
ingenia para sacárselos de encima y echarlos sobre los hombros de la clase obrera y de
la pequeña clase media.
Cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y vigor de su
crecimiento y por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera kkk y la
fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor será la pluspoblación relativa o ejército
industrial de reserva lll. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas
causas que la fuerza expansiva del capital. La magnitud proporcional del ejército
industrial de reserva, pues, se acrecienta a la par de las potencias de la riqueza. Pero
cuanto mayor sea este ejército de reserva en proporción al ejército obrero activo, tanto
mayor será la masa de la pluspoblación consolidada o las capas obreras mmm cuya
miseria está en razón inversa a la tortura de su trabajo. Cuanto mayores sean,
finalmente, las capas de la clase obrera formadas por menesterosos enfermizos y el
ejército industrial de reserva, tanto mayor será el pauperismo oficial. Esta es la ley
general, absoluta, de la acumulación capitalista. En su aplicación, al igual que todas las
demás leyes, se ve modificada por múltiples circunstancias, cuyo análisis no
corresponde efectuar aquí.
Se comprende así cuán insensata es la sabiduría económica que predica a los obreros la
necesidad de adecuar su número a las necesidades de valorización del capital. El
mecanismo de la producción y acumulación capitalistas adecua constantemente ese
número a estas necesidades de valorización. La primera palabra de tal adaptación es la
creación de una sobrepoblación relativa o ejército industrial [804] de reserva; la última
palabra, la miseria de capas cada vez más amplias del ejército obrero activo y el peso
muerto del pauperismo.
La ley según la cual el desarrollo de la fuerza productiva social del trabajo reduce
progresivamente, en proporción a la eficacia y la masa de sus medios de producción, la
masa de fuerza de trabajo que es necesario gastarnnn, se expresa en el
terreno capitalista donde no es el trabajador el que emplea los medios de trabajo, sino
éstos al trabajador de la siguiente manera: cuanto mayor sea la fuerza productiva del
trabajo, tanto mayor será la presión de los obreros sobre sus medios de ocupación, y
tanto más precaria, por tanto, la condición de existencia del asalariado: venta de su
fuerza de trabajo ooo para aumentar la riqueza ajena o para la autovalorización del
capital. El incremento de los medios de producción y de la prodactividad del trabajo a
mayor velocidad que el de la población productiva se expresa, capitalistamente, en su
contrario: en que la población obrera crece siempre más rápidamente que la necesidad
de valorización del capital.
En la sección cuarta, cuando analizábamos la producción del plusvalor relativo, veíamos
que dentro del sistema capitalista todos los métodos para acrecentar la fuerza productiva
social del trabajo se aplican a expensas del obrero individual; todos los métodos para
desarrollar la producción se trastruecan en medios de dominación y explotación del
productor, mutilan al obrero convirtiéndolo en un hombre fraccionado, lo degradan a la
condición de apéndice de la máquina, mediante la tortura del trabajo ppp aniquilan el
contenido de éste, le enajenan al obrero las potencias espirituales del proceso laboral en
la misma medida en que a dicho proceso se incorpora la ciencia como potencia
autónoma, vuelven constantemente anormales qqq las condiciones bajo las cuales trabaja,
lo someten [805] durante el proceso de trabajo al más mezquino y odioso de los
despotismos, transforman el tiempo de su vida en tiempo de trabajo, arrojan su mujer y
su prole bajo la rueda de Zhaganat [31] del capital. Pero todos los métodos para la
producción del plusvalor son a la vez métodos de la acumulación, y toda expansión de
ésta se convierte, a su vez, en medio para el desarrollo de aquellos métodos. De esto se
sigue que a medida que se acumula el capital, empeora rrr la situación del obrero, sea
cual fueresss su remuneración. La ley, finalmente, que mantiene un equilibrio constante
entre la sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva y el volumen e
intensidad de la acumulación, encadena el obrero al capital con grillos más firmes que
las cuñas con que Hefesto aseguró a Prometeo en la roca. Esta ley produce
una acumulación de miseria proporcionada a la acumulación de capital. La acumulación
de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria, tormentos de
trabajo, esclavitud, ignorancia, embrutecimiento y degradación moral en el polo
opuesto, esto es, donde se halla la clase que produce su propio producto como capital.
Los economistas han expuesto de maneras diversas ese carácter antagónico de la
acumulación capitalista [32], aunque lo confundan con fenómenos en parte análogos,
sin duda, pero esencialmente diferentes, que se dan en modos de
producción precapitalistas.
C. MARX
E L C A P I T A L
CAPITULO XXIV
LA LLAMADA ACUMULACION ORIGINARIA
1. EL SECRETO DE LA ACUMULACION ORIGINARIA
Hemos visto cómo se convierte el dinero en capital, cómo sale de éste la plusvalía y de
la plusvalía más capital. Sin embargo, la acumulación de capital presupone la plusvalía;
la plusvalía, la producción capitalista, y ésta, la existencia en manos de los productores
de mercancías de grandes masas de capital y fuerza de trabajo. Todo este proceso parece
moverse dentro de un círculo vicioso, del que sólo podemos salir dando por supuesto
una acumulación «originaria» anterior a la acumulación capitalista («previous
accumulation», la denomina Adam Smith), una acumulación que no es fruto del
régimen capitalista de producción, sino punto de partida de él.
Esta acumulación originaria viene a desempeñar en la Economía política más o menos
el mismo papel que desempeña en la teología el pecado original. Adán mordió la
manzana y con ello el pecado se extendió a toda la humanidad. Los orígenes de la
primitiva acumulación pretenden explicarse relatándolos como una anécdota del pasado.
En tiempos muy remotos —se nos dice—, había, de una parte, una élite trabajadora,
inteligente y sobre todo ahorrativa, y de la otra, un tropel de descamisados, haraganes,
que derrochaban cuanto tenían y aún más. Es cierto que la leyenda del pecado original
teológico nos dice cómo el hombre fue condenado a ganar el pan con el sudor de su
rostro; pero la historia del pecado original económico nos revela por qué hay gente que
no necesita [102] sudar para comer. No importa. Así se explica que mientras los
primeros acumulaban riqueza, los segundos acabaron por no tener ya nada que vender
más que su pelleja. De este pecado original arranca la pobreza de la gran masa que
todavía hoy, a pesar de lo mucho que trabaja, no tiene nada que vender más que a sí
misma y la riqueza de los pocos, riqueza que no cesa de crecer, aunque ya haga
muchísimo tiempo que sus propietarios han dejado de trabajar. Estas niñerías
insustanciales son las que al señor Thiers, por ejemplo, sirven todavía, con el empaque y
la seriedad de un hombre de Estado a los franceses, en otro tiempo tan ingeniosos, en
defensa de la propriété [propiedad]. Pero tan pronto como se plantea el problema de la
propiedad, se convierte en un deber sacrosanto abrazar el punto de vista de la cartilla
infantil, como el único que cuadra a todas las edades y a todos los grados de desarrollo.
Sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, el
esclavizamiento, el robo y el asesinato, la violencia, en una palabra. Pero en la dulce
Economía política ha reinado siempre el idilio. Las únicas fuentes de riqueza han sido
desde el primer momento el derecho y el «trabajo», exceptuando siempre, naturalmente,
«el año en curso». En la realidad, los métodos de la acumulación originaria fueron
cualquier cosa menos idílicos.
Ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como no lo son tampoco los medios
de producción ni los artículos de consumo. Hay que convertirlos en capital. Y para ello
han de concurrir una serie de circunstancias concretas, que pueden resumirse así: han de
enfrentarse y entrar en contacto dos clases muy diversas de poseedores de mercancías;
de una parte, los propietarios de dinero, medios de producción y artículos de consumo
deseosos de explotar la suma de valor de su propiedad mediante la compra de fuerza
ajena de trabajo; de otra parte, los obreros libres, vendedores de su propia fuerza de
trabajo y, por tanto, de su trabajo. Obreros libres en el doble sentido de que no figuran
directamente entre los medios de producción, como los esclavos, los siervos, etc., ni
cuentan tampoco con medios de producción de su propiedad como el labrador que
trabaja su propia tierra, etc.; libres y desheredados. Con esta polarización del mercado
de mercancías se dan las condiciones fundamentales de la producción capitalista. Las
relaciones capitalistas presuponen el divorcio entre los obreros y la propiedad de las
condiciones de realización del trabajo. Cuando ya se mueve por sus propios pies, la
producción capitalista no sólo mantiene este divorcio, sino que lo reproduce en una
escala cada vez mayor. Por tanto, el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser
uno: el proceso de disociación entre el obrero y la propiedad de las condiciones de su
trabajo, proceso que, de una [103] parte, convierte en capital los medios sociales de vida
y de producción, mientras que, de otra parte, convierte a los productores directos en
obreros asalariados. La llamada acumulación originaria no es, pues, más que el proceso
histórico de disociación entre el productor y los medios de producción. Se la llama
«originaria» porque forma la prehistoria del capital y del modo capitalista de
producción.
La estructura económica de la sociedad capitalista brotó de la estructura económica de
la sociedad feudal. Al disolverse ésta, salieron a la superficie los elementos necesarios
para la formación de aquélla.
El productor directo, el obrero, no pudo disponer de su persona hasta que no dejó de
vivir encadenado a la gleba y de ser siervo dependiente de otra persona. Además, para
poder convertirse en vendedor libre de fuerza de trabajo, que acude con su mercancía
adondequiera que encuentre mercado, hubo de sacudir también el yugo de los gremios,
sustraerse a las ordenanzas sobre aprendices y oficiales y a todos los estatutos que
embarazaban el trabajo. Por eso, en uno de sus aspectos, el movimiento histórico que
convierte a los productores en obreros asalariados representa la liberación de la
servidumbre y la coacción gremial, y este aspecto es el único que existe para nuestros
historiadores burgueses. Pero, si enfocamos el otro aspecto, vemos que estos
trabajadores recién emancipados sólo pueden convertirse en vendedores de sí mismos,
una vez que se vean despojados de todos sus medios de producción y de todas las
garantías de vida que las viejas instituciones feudales les aseguraban. Y esta
expropiación queda inscrita en los anales de la historia con trazos indelebles de sangre y
fuego.
A su vez, los capitalistas industriales, estos potentados de hoy, tuvieron que desalojar,
para llegar a este puesto, no sólo a los maestros de los gremios artesanos, sino también a
los señores feudales, en cuyas manos se concentraban las fuentes de la riqueza. Desde
este punto de vista, su ascensión es el fruto de una lucha victoriosa contra el poder
feudal y sus indignantes privilegios, contra los gremios y las trabas que estos ponían al
libre desarrollo de la producción y a la libre explotación del hombre por el hombre. Pero
los caballeros de la industria sólo consiguieron desplazar por completo a los caballeros
de la espada explotando sucesos en que no tenían la menor parte de culpa. Subieron y
triunfaron por procedimientos no menos viles que los que en su tiempo empleó el
liberto romano para convertirse en señor de su patrono.
El proceso de donde salieron el obrero asalariado y el capitalista, tuvo como punto de
partida la esclavización del obrero. Este [104] desarrollo consistía en el cambio de la
forma de esclavización: la explotación feudal se convirtió en explotación capitalista.
Para comprender la marcha de este proceso, no hace falta remontarse muy atrás.
Aunque los primeros indicios de producción capitalista se presentan ya,
esporádicamente, en algunas cindades del Mediterráneo durante los siglos XIV y XV, la
era capitalista sólo data, en realidad, del siglo XVI. Allí donde surge el capitalismo hace
ya mucho tiempo que se ha abolido la servidumbre y que el punto de esplendor de la
Edad Media, la existencia de ciudades soberanas, ha declinado y palidecido.
En la historia de la acumulación originaria hacen época todas las transformaciones que
sirven de punto de apoyo a la naciente clase capitalista, y sobre todo los momentos en
que grandes masas de hombres son despojadas repentina y violentamente de sus medios
de subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo como proletarios libres y
desheredados. Sirve de base a todo este proceso la expropiación que priva de su tierra al
productor rural, al campesino. Su historia presenta una modalidad diversa en cada país,
y en cada uno de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación y en épocas
históricas diversas. Reviste su forma clásica sólo en Inglaterra, país que aquí tomamos,
por tanto, como modelo [*] [1].
2. COMO FUE EXPROPIADA
DEL SUELO LA POBLACION RURAL
En Inglaterra, la servidumbre había desaparecido ya, de hecho, en los últimos años del
siglo XIV. En esta época, y más todavía en el transcurso del siglo XV, la inmensa
mayoría de la población [*]* [105] se componía de campesinos libres, dueños de la
tierra que trabajaban, cualquiera que fuese la etiqueta feudal bajo la que ocultasen su
propiedad. En las grandes fincas señoriales, el bailiff [gerente de finca], antes siervo,
había sido desplazado por el arrendatario libre. Los jornaleros agrícolas eran, en parte,
campesinos que aprovechaban su tiempo libre para trabajar a sueldo de los grandes
terratenientes y, en parte, una clase especial relativa y absolutamente poco numerosa de
verdaderos asalariados. Mas también éstos eran, de hecho, a la par que jornaleros,
labradores independientes, puesto que, además del salario, se les daba casa y labranza
con una cabida de 4 y más acres. Además, tenían derecho a compartir con los
verdaderos labradores el aprovechamiento de los terrenos comunales en los que
pastaban sus ganados y que, al mismo tiempo, les suministraban la madera, la leña, la
turba, etc [*]. La producción feudal se caracteriza, en todos los países de Europa, por la
división del suelo entre el mayor número posible de tributarios. El poder del señor
feudal, como el de todo soberano, no descansaba solamente en la longitud de su rollo de
rentas, sino en el número de sus súbditos, que, a su vez, dependía de la cifra de
campesinos independientes [*]*. Por eso, aunque después de la conquista
normanda [2]el suelo inglés se dividió en unas pocas baronías gigantescas, entre las que
había algunas que abarcaban por sí solas hasta 900 lorazgos anglosajones antiguos,
estaba salpicado de pequeñas explotaciones campesinas, interrumpidas sólo de vez en
cuando por grandes fincas señoriales. Estas condiciones, combinadas con el esplendor
de las ciudades característico del siglo [106] XV, permitían que se desarrollase aquella
riqueza nacional que el canciller Fortescue describe con tanta elocuencia en su
"Laudibus Legum Angliae" («La superioridad de las leyes inglesas»), pero cerraban el
paso a la riqueza capitalista.
El preludio de la transformación que había de echar los cimientos para el régimen de
producción capitalista, coincide con el último tercio del siglo XV y los primeros
decenios del XVI. El licenciamiento de las huestes feudales —que, como dice
acertadamente Sir James Steuart, «llenaban inútilmente en todas partes casas y
patios» [3]— lanzó al mercado de trabajo a una masa de proletarios libres y
desheredados. El poder real, producto también del desarrollo burgués, en su deseo de
conquistar la soberanía absoluta aceleró violentamente la disolución de estas huestes
feudales, pero no fue ésa, ni mucho menos, la única causa que la produjo. Los grandes
señores feudales, levantándose tenazmente contra la monarquía y el parlamento, crearon
un proletariado incomparablemente mayor, al arrojar violentamente a los campesinos de
las tierras que cultivaban y sobre las que tenían los mismos títulos jurídicos feudales que
ellos, y al usurparles sus bienes comunales. El florecimiento de las manufacturas laneras
de Frandes y la consiguiente alza de los precios de la lana, fue lo que sirvió de acicate
directo para esto en Inglaterra. La antigua aristocracia había sido devorada por las
guerras feudales, la nueva era ya una hija de sus tiempos, de unos tiempos en los que el
dinero es la potencia de las potencias. Por eso enarboló como bandera la transformación
de las tierras de labor en terrenos de pastos para ovejas. En su "Description of England.
Prefixed to Holinshed's Chronicles" («Descripción de Inglaterra. Antepuesta a las
Crónicas Holinshed»), Harrison describe cómo la expropiación de los pequeños
agricultores arruina al país. «What care our great incroachers!» («¡Qué se les da de esto
a nuestros grandes usurpadores!») Las casas de los campesinos y los cottages (chozas)
de los obreros fueron violentamente arrasados o entregados a la ruina.
«Consultando los viejos inventarios de las fincas señoriales» —dice Harrison—,
«vemos que han desaparecido innumerables casas y pequeñas haciendas de campesinos;
que el campo sostiene a mucha menos gente; que muchas ciudades se han arruinado,
aunque hayan florecido algo otras nuevas... También podríamos decir algo de las
ciudades y los pueblos destruidos para convertirlos en pastos para ovejas y en los que
sólo quedan en pie las casas de los señores».
Aunque exageradas siempre, las lamentaciones de estas viejas crónicas describen con
toda exactitud la impresión que producía en los hombres de la época la revolución que
se estaba operando en las condiciones de producción. Comparando las obras de Tomás
Moro con las del canciller Fortescue es como mejor se [107] ve el abismo que separa al
siglo XV del XVI. Como observa acertadamente Thornton, la clase obrera inglesa se
precipitó directamente, sin transición, de la edad de oro a la edad de hierro.
La legislación se echó a temblar ante la transformación que se estaba operando. No
había llegado todavía a ese apogeo de la civilización en que la «Wealth of the Nation»
[«la riqueza nacional»], es decir, la creación de capital y la despiadada explotación y
depauperación de la masa del pueblo, se considera como la última Thule [*] de toda
sabiduría política. En su historia de Enrique VII, dice Bacon:
«Por aquella época» (1489), «fueron haciéndose más frecuentes las quejas contra la
transformación de las tierras de labranza en terrenos de pastos (pastos de ganado lanar,
etc.), fáciles de atender con unos cuantos pastores; los arrendamientos temporales de por
vida y por años» (de los que vivían una gran parte de los yeomen [*]*) «fueron
convertidos en fincas dominicales. Esto trajo la decadencia del pueblo y, con ella, la
decadencia de ciudades, iglesias, diezmos... En aquella época, la sabiduría del rey y del
parlamento para curar el mal fue verdaderamente maravillosa... Dictaron medidas contra
esta usurpación, que estaba despoblando los terrenos comunales (depopulating
inclosures), y contra el régimen despoblador de los pastos (depopulating pasturage),
que seguía las huellas de aquélla».
Un decreto de Enrique VII, dictado en 1489, c. 19, prohibió la destrucción de todas las
casas de labradores que tuviesen asignados más de 20 acres de tierra. Enrique VIII (el
acto del año 25 de su reinado) confirma la misma ley. En este decreto se dice, entre
otras cosas, que
«se acumulan en pocas manos muchas tierras arrendadas y grandes rebaños de ganado,
principalmente de ovejas, lo que hace que las rentas de la tierra suban mucho y la
labranza (tillage) decaiga extraordinariamente, que sean derruidas iglesias y casas,
quedando asombrosas masas de pueblo incapacitadas para ganarse su vida y mantener a
sus familias».
En vista de esto, la ley ordena que se restauren las granjas arruinadas, establece la
proporción que debe guardarse entre las tierras de labranza y los terrenos de pastos, etc.
Una ley de 1533 se queja de que haya propietarios que poseen hasta 24.000 cabezas de
ganado lanar y limita el número de éstas a 2.000 [*]. Ni las quejas del pueblo, ni la
legislación prohibitiva, que comienza con Enrique VII y dura ciento cincuenta años,
consiguieron absolutamente [108] nada contra el movimiento de expropiación de los
pequeños arrendatarios y campesinos. Bacon nos revela, sin saberlo, el secreto de este
fracaso.
«El decreto de Enrique VII» —dice en sus "Essays, civil and moral" («Ensayos de lo
civil y lo moral.), sect. 29— «encerraba un sentido profundo y maravilloso, puesto que
creaba explotaciones agrícolas y casas de labranza de una determinada dimensión
normal, es decir, les garantizaba una proporción de tierra que les permitía traer al
mundo súbditos suficientemente ricos y sin posición servil, poniendo el arado en manos
de propietarios y no de gentes a sueldo» («to keep the plough in the hand of the owners
and not hirelings») [*]*
Precisamente lo contrario de lo que exigía, para instalarse, el sistema capitalista: la
sujeción servil de la masa del pueblo, la transformación de éste en un tropel de gentes a
sueldo y de sus medios de trabajo en capital. Durante este período de transición, la
legislación procuró también mantener el límite de 4 acres de tierra para los cottages del
jornalero del campo, prohibiéndole meter en su casa gentes a sueldo. Todavía en 1627,
reinando Carlos I, fue condenado un Roger Crocker de Fontmill por haber construido en
el manor (finca) de Fontmill un cottage sin asignarle como anejo permanente 4 acres de
tierra; en 1638, reinando aún Carlos I, se nombró una comisión real encargada de
imponer la ejecución de las antiguas leyes, principalmente la que exigía los 4 acres de
tierra como mínimo; todavía Cromwell prohíbe la construcción de casas en 4 millas a la
redonda de Londres sin dotarlas de 4 acres de tierra. Más tarde, en la primera mitad del
siglo [109] XVIII, se formulan todavía quejas cuando el cottage de un jornalero del
campo no tiene asignados, por lo menos, de 1 a 2 acres. Hoy día, el bracero del campo
se da por satisfecho con tal de tener una casa con huerto o de poder arrendar dos varas
de tierra a regular distancia.
«Terratenientes y arrendatarios» —dice el Dr. Hunter— «se dan la mano en este punto.
Pocos acres de tierra bastarían para que el jornalero del campo disfrutase de demasiada
independencia» [*].
La Reforma [4], con su séquito de colosales depredaciones de los bienes de la Iglesia,
vino a dar, en el siglo XVI, un nuevo y espantoso impulso al proceso violento de
expropiación de la masa del pueblo. Al producirse la Reforma, la Iglesia católica era
propietaria feudal de una gran parte del suelo inglés. La persecución contra los
conventos, etc., transformó a sus moradores en proletariado. Muchos de los bienes de la
Iglesia fueron regalados a unos cuantos rapaces protegidos del rey o vendidos por un
precio irrisorio a especuladores rurales y a personas residentes en la ciudad, quienes,
reuniendo sus explotaciones, arrojaron de ellas en masa a los antiguos arrendatarios, que
las venían cultivando de padres a hijos. El derecho de los labradores empobrecidos a
percibir una parte de los diezmos de la Iglesia, derecho garantizado por la ley, había
sido ya tácitamente confiscado [*]*. Pauper ubique jacet [5], exclama la reina Isabel,
después de recorrer Inglaterra. Por fin, en el año 43 de su reinado, el Gobierno no tuvo
más remedio que dar estado oficial al pauperismo, creando el impuesto de pobreza.
«Los autores de esta ley no se atrevieron a proclamar sus razones y, rompiendo con la
tradición de siempre, la promulgaron sin ningún preámbulo» (exposición de
motivos). [*]**
Por la ley promulgada al año 16 del reinado de Carlos I, 4, este impuesto fue declarado
perpetuo, y sólo a partir de 1834 cobró [110] una forma nueva y más rigurosa [*]. Pero
estas consecuencias inmediatas de la Reforma no fueron las más persistentes. El
patrimonio eclesiástico era el baluarte religioso detrás del cual se atrincheraba el
régimen antiguo de propiedad territorial. Al derrumbarse aquél, éste tampoco podía
mantenerse en pie [*]
[111]
Todavía en los últimos decenios del siglo XVII, la yeomanry, clase de campesinos
independientes, era más numerosa que la clase de los arrendatarios. La yeomanry había
sido el puntal más firme de Cromwell, y el propio Macaulay confiesa que estos
labradores ofrecían un contraste muy ventajoso con aquellos hidalgüelos borrachos y
sus lacayos, los curas rurales, cuya misión consistía en casar las «mozas predilectas».
Todavía no se había despojado a los jornaleros del campo de su derecho de copropiedad
sobre los bienes comunales. Alrededor de 1750, desapareció la yeomanry [*]* y en los
últimos decenios del siglo XVIII se borraron hasta los últimos vestigios de propiedad
comunal de los agricultores. Aquí, prescindimos de ]os factores puramente económicos
que intervinieron en la revolución de la agricultura y nos limitamos a indagar los
factores de violencia que la impulsaron.
Bajo la restauración de los Estuardos [6], los terratenientes impusieron legalmente una
usurpación que en todo el continente se había llevado también a cabo sin necesidad de
los trámites de la ley. Esta usurpación consistió en abolir el régimen feudal del suelo, es
decir, en transferir sus deberes tributarios al Estado, «indemnizando» a éste por medio
de impuestos sobre los campesinos y el resto de las masas del pueblo, reivindicando la
moderna propiedad privada sobre fincas en las que sólo asistían a los terratenientes
títulos feudales y, finalmente, dictando aquellas leyes de residencia (laws of settlement)
que, mutatis mutandis, [con cambios correspondientes] ejercieron sobre los labradores
ingleses la misma influencia que el edicto del tártaro Borís Godunov sobre los
campesinos rusos [7].
La «glorious Revolution» (Revolución gloriosa) [8] entregó e] poder, al ocuparlo
Guillermo III de Orang [*]**, a los terratenientes [112] y capitalistas-acaparadores. Estos
elementos consagraron la nueva era, entregándose en una escala gigantesca al saqueo de
los terrenos de dominio público, que hasta entonces sólo se había practicado en
proporciones muy modestas. Estos terrenos fueron regalados, vendidos a precios
irrisorios o simplemente anexionados a otros de propiedad privada, sin encubrir la
usurpación bajo forma alguna [*]. Y todo esto se llevó a cabo sin molestarse en cubrir ni
la más mínima apariencia legal. Estos bienes del dominio público, apropiados de modo
tan fraudulento, en unión de los bienes de que se despojó a la Iglesia —los que no le
habían sido usurpados ya por la revolución republicana—, son la base de esos dominios
principescos que hoy posee la oligarquía inglesa [*]*. Los capitalistas burgueses
favorecieron esta operación, entre otras cosas, para convertir el suelo en un artículo
puramente comercial, extender la zona de las grandes explotaciones agrícolas, hacer que
aumentase la afluencia a la ciudad de proletarios libres y desheredados del campo, etc.
Además, la nueva aristocracia de la tierra era la aliada natural de la nueva bancocracia,
de la alta finanza, que acababa de dejar el cascarón, y de los grandes manufactureros,
atrincherados por aquel entonces detrás del proteccionismo aduanero. La burguesía
inglesa obró en defensa de sus intereses con el mismo acierto con que la de Suecia,
siguiendo el camino contrario y haciéndose fuerte en su baluarte económico, el
campesinado, apoyó a los reyes desde 1604 y más tarde bajo Carlos X y Carlos XI y les
ayudó a rescatar por la fuerza los bienes de la Corona de manos de la oligarquía.
Los bienes comunales —completamente distintos de los bienes de dominio público, a
que acabamos de referirnos— eran una institución de viejo origen germánico, que se
mantenía en vigor [113] bajo el manto del feudalismo. Hemos visto que la usurpación
violenta de estos bienes, acompañada casi siempre por la transformación de las tierras
de labor en pastos, comienza a fines del siglo XV y prosigue a lo largo del siglo XVI.
Sin embargo, en aquellos tiempos este proceso revestía la forma de una serie de actos
individuales de violencia, contra los que la legislación luchó infructuosamente durante
150 años. El progreso aportado por el siglo XVIII consiste en que ahora la propia ley se
convierte en vehículo de esta depredación de los bienes del pueblo, aunque los grandes
arrendatarios sigan empleando también, de paso, sus pequeños métodos personales e
independientes [*]. La forma parlamentaria que reviste este despojo es la de los Bills for
Inclosures of Commons (leyes sobre el cercado de terrenos comunales); dicho en otros
términos, decretos por medio de los cuales los terratenientes se regalan a sí mismos en
propiedad privada las tierras del pueblo, decretos de expropiación del pueblo. Sir F. M.
Eden se contradice a sí mismo en el astuto alegato curialesco en que procura explicar la
propiedad comunal como propiedad privada de los grandes terratenientes que recogen la
herencia de los señores feudales, al reclamar una «ley general del Parlamento sobre el
derecho a cercar los terrenos comunales», reconociendo con ello, que la transformación
de estos bienes en propiedad privada no puede prosperar sin un golpe de Estado
parlamentario, a la par que pide a la legislación una «indemnización, para los pobres
expropiados [*]*.
Al paso que los yeomen independientes eran sustituidos por los tenants-at-will —
pequeños colonos con contrato por un año, es decir, una chusma servil sometida al
capricho de los terratenientes—, el despojo de los bienes del dominio público, y sobre
todo la depredación sistemática de los terrenos comunales, ayudaron a incrementar esas
grandes posesiones que se conocían en el siglo XVIII con los nombres de haciendas
capitales[*]** o haciendas de [114] comerciantes [*]***, y que dejaron a la población
campesina «disponible» como proletariado al servicio de la industria.
Sin embargo, el siglo XVIII todavía no alcanza a comprender, en la medida en que
había de comprenderlo el XIX, la identidad entre la riqueza nacional y la pobreza del
pueblo. Por eso en los libros de Economía de esta época se produce una violentísima
polémica en torno a la «inclosure of commons»). Entresaco unos cuantos pasajes de los
materiales copiosísimos que tengo a la vista, para poner de relieve de un modo más vivo
la situación.
«En muchas parroquias de Hertfordshire» —escribe una pluma indignada— «24
haciendas, cada una de las cuales contaba, por término medio, de 50 a 150 acres de
extensión, se han fundido para formar sólo 3» [*]. «En Northamptonshire y
Lincolnshire se ha impuesto la norma de cercar los terrenos comunales, y la mayoría de
los lorazgos creados de este modo se han convertido en pastizales; a consecuencia de
ello, hay muchos lorazgos que antes labraban 1.500 acres y que hoy no labran ni 50...
Las ruinas de las viejas casas, cuadras y graneros», son los únicos vestigios de los
antiguos moradores. «En algunos sitios, cien casas y familias han quedado reducidas... a
8 ó 10... En la mayoría de las parroquias, donde sólo se han comenzado a cercar los
terrenos comunales desde hace quince o veinte años, los propietarios de tierra son en la
actualidad poquísimos, en comparación con las cifras existentes cuando el suelo se
cultivaba en régimen abierto. Es bastante frecuente encontrarse con lorazgos enteros
recientemente cercados que antes se distribuían entre 20 ó 30 colonos y otros tantos
pequeños labradores y tributarios, que hoy están usurpados por 4 ó 5 ganaderos ricos.
Todos aquellos labradores fueron desalojados de sus tierras, en unión de sus familias y
de muchas otras a las que daban trabajo y sustento» [*]*.
Los terrenos anexionados por el terrateniente colindante, bajo pretexto de cercarlos, no
eran siempre tierras yermas, sino también, con frecuencia, tierras cultivadas mediante
un tributo al municipio, o comunalmente.
«Me refiero aquí al cercado de terrenos abiertos y de tierras ya cultivadas. Hasta los
autores que defienden las inclosures reconocen que estos cercados refuerzan el
monopolio de las grandes granjas, hacen subir el precio de las subsistencias y fomentan
la despoblación... También al cercar los terrenos yermos, como ahora se hace, se
despoja a los pobres de una parte de sus medios de sustento, incrementando haciendas
que son ya de suyo harto grandes» [*]**. «Si la tierra» —dice el Dr. Price— «cae en
poder de un puñado [115] de grandes colonos, los pequeños arrendatarios (en otro sitio
los llama «una muchedumbre de pequeños propietarios y colonos que se mantienen a sí
mismos y a sus familias con el producto de la tierra trabajada por ellos, con las ovejas,
las aves, los cerdos, etc., que mandan a pastar a los terrenas comunales, no necesitando
apenas, por tanto, comprar víveres para su consumo») «se verán convertidos en hombres
obligados a trabajar para otros si quieren comer y tendrán que ir al mercado para
proveerse de cuanto necesiten... Tal vez se trabaje más, porque la coacción será también
mayor... Crecerán las ciudades y manufacturas, pues se verá empujada a ellas más gente
en busca de trabajo. He aquí el camino hacia el que lógicamente se orienta la
concentración de la propiedad territorial y por el que, desde hace muchos años, se viene
marchando ya efectivamente en este reino» [*].
Y resume los efectos generales de las inclosures en estos términos:
«En general, la situación de las clases humildes del pueblo ha empeorado en casi todos
los sentidos; los pequeños propietarios de tierras y colonos se han visto reducidos al
nivel de jornaleros y asalariados, a la par que se les hace cada vez más difícil ganarse la
vida en esta situación [*]*». [9]
En efecto, la usurpación de las tierras comunales y la revolución agrícola que la
acompañaba empeoraron hasta tal punto la situación de los obreros agrícolas que, según
el propio Eden, entre 1765 y 1780, su salario comenzó a descender por debajo del nivel
mínimo, haciéndose necesario completarlo con el socorro oficial de pobreza. Su jornal,
dice Eden, «alcanzaba a duras penas a cubrir sus necesidades más perentorias».
Oigamos ahora un instante a un defensor de las inclosures y adversario del Dr. Price.
[116]
«No es lógico inferir que exista despoblación porque ya no se vea a la gente derrochar
su trabajo en campo abierto... Si al convertir a los pequeños labradores en personas
obligadas a trabajar para otros, se moviliza más trabajo, es ésta una ventaja que la
nación» (entre la que no figuran, naturalmente, los que sufren la transformación
apuntada), «tiene que ver con buenos ojos... El producto será mayor si su trabajo
combinado se emplea en una sola hacienda, así se creará un sobrante para las
manufacturas haciendo de este modo que las manufacturas, una de las minas de oro de
nuestra nación aumenten en proporción a la cantidad de trigo producido» [*].
Sir F. M. Eden, matizado además de tory y de «filántropo», nos ofrece, por cierto, un
ejemplo de la impasibilidad estoica con que los economistas contemplan las violaciones
más descaradas del «sacrosanto derecho de propiedad» y la violencia más brutal contra
la persona, cuando esto es necesario para echar los cimientos del régimen capitalista de
producción. Toda la serie de despojos brutales, horrores y vejaciones que lleva
aparejados la expropiación violenta del pueblo desde el último tercio del siglo XV hasta
fines del siglo XVIII, sólo le inspira a nuestro autor esta «confortable» reflexión final:
«Era necesario restablecer la proporción debida (due) entre la tierra de labor y la
destinada al ganado. Todavía durante todo el siglo XIV y la mayor parte del XV, por
cada acre dedicado a ganadería había dos, tres y hasta cuatro dedicados a labranza. A
mediados del siglo XVI, la proporción era ya de dos acres de ganadería por dos de
labranza y más tarde de dos a uno, hasta que por último se consiguió establecer la
proporción debida de tres acres de pastizales por cada acre de labranza».
En el siglo XIX se pierde, como es lógico, hasta el recuerdo de la conexión existente
entre el agricultor y los bienes comunales. Para no hablar de los tiempos posteriores,
bastará decir que la población rural no obtuvo ni un céntimo de indemnizaciones por los
3.511.770 acres de tierras comunales que entre los años de 1801 y 1831 le fueron
arrebatados y ofrecidos como regalo a los terratenientes por el parlamento de
terratenientes.
Finalmente, el último gran proceso de expropiación de los agricultores es el
llamado Clearing of Estates («limpieza de fincas», que en realidad consistía en barrer de
ellas a los hombres). [117] Todos los métodos ingleses que hemos venido estudiando
culminan en esta «limpieza». Como veíamos al describir en la sección anterior la
situación moderna, ahora que ya no había labradores independientes que barrer, las
«limpias» llegan a barrer los mismos cottages, no dejando a los braceros del campo sitio
siquiera para alojarse en las tierras que trabajan. Sin embargo, para saber lo que
significa esto del «clearing of estates» en el sentido estricto de la palabra, tenemos que
trasladarnos a la tierra de promisión de la literatura novelesca moderna: las montañas de
Escocia. Es aquí donde este proceso a que nos referimos se distingue por su carácter
sistemático, por la magnitud de la escala en que se opera de golpe (en Irlanda hubo
terratenientes que consiguieron barrer varias aldeas a la vez; en la alta Escocia se trata
de extensiones de la magnitud de los ducados alemanes), y finalmente, por la forma
especial de la propiedad inmueble usurpada.
Los celtas de alta Escocia estaban divididos en clanes, y cada clan era propietario de los
terrenos por él colonizados. El representante del clan, su jefe o «caudillo», no era más
que un simple propietario titular de estos terrenos, del mismo modo que la reina de
Inglaterra lo era del suelo de toda la nación. Cuando el Gobierno inglés hubo
conseguido sofocar las guerras internas de estos «caudillos» y sus constantes
irrupciones en las llanuras de la baja Escocia, los jefes de los clanes no abandonaron, ni
mucho menos, su antiguo oficio de bandoleros; se limitaron a cambiarlo de forma. Por
sí y ante sí, transformaron su derecho titular de propiedad en un derecho de propiedad
privada, y como las gentes de los clanes opusieran resistencia, decidieron desalojarlas
por la fuerza de sus posesiones.
«Con el mismo derecho» —dice el profesor Newman— «podría un rey de Inglaterra
atreverse a arrojar a sus súbditos al mar» [*].
En las obras de Sir James Steuart [*]* [10] y James Anderson [*]** podemos seguir las
primeras fases de esta revolución que en [118] Escocia comienza después de la última
intentona del pretendiente [11]. En el siglo XVIII, a los gaeles [12] lanzados de sus
tierras se les prohibía al mismo tiempo emigrar del país, para así empujarlos por la
fuerza a Glasgow y a otros centros fabriles de la región [*]***. Como ejemplo del
método de expropiación predominante en el siglo XIX [*]****, bastará citar las «limpias»
llevadas a cabo por la duquesa de Sutherland. Esta señora, muy instruida en las
cuestiones de Economía política decidió, apenas hubo ceñido la corona de duquesa,
aplicar a sus posesiones un tratamiento radical económico, convirtiendo todo su
condado —cuyos habitantes, mermados por una serie de procesos anteriores semejantes
a éste, habían ido quedando ya reducidos a 15.000— en pastos para ovejas. Desde 1814
hasta 1820 se desplegó una campaña sistemática de expulsión y exterminio para quitar
de en medio a estos 15.000 habitantes, que formarían, aproximadamente, unas 3.000
familias. Todas sus aldeas fueron destruidas y arrasadas, sus campos convertidos todos
en terreno de pastos. Las tropas británicas, enviadas por el Gobierno para ejecutar las
órdenes de la duquesa, hicieron fuego contra los habitantes, expulsados de sus tierras.
Una anciana pereció abrasada entre las llamas de su choza, por negarse a abandonarla.
Así consiguió la señora duquesa apropiarse de 794.000 acres de tierra, pertenecientes al
clan desde tiempos inmemoriales. [119] A los naturales del país desahuciados les asignó
en la orilla del mar unos 6.000 acres, a razón de dos por familia. Hasta la fecha, esos
6.000 acres habían permanecido yermos, sin producir ninguna renta a sus propietarios.
Llevada de su altruismo, la duquesa se dignó arrendar estos eriales por una renta media
de 2 chelines y 6 peniques cada acre a aquellos mismos miembros del clan que habían
vertido su sangre por su familia desde hacía siglos. Todos los terrenos robados al clan
fueron divididos en 29 grandes granjas destinadas a la cría de lanares, atendida cada una
de ella por una sola familia; los pastores eran, en su mayoría, braceros de arrendatarios
ingleses. En 1825, los 15.000 gaeles habían sido sustituidos ya por 131.000 ovejas. Los
aborígenes arrojados a la orilla del mar procuraban, entretanto, mantenerse de la pesca;
se convirtieron en anfibios y vivían, según dice un escritor inglés de la época, mitad en
tierra y mitad en el mar, sin vivir entre todo ello más que a medias [*] [13] [14].
Pero los bravos gaeles habían de pagar todavía más cara aquella idolatría romántica de
montañeses por los «caudillos» de los clanes. El olor del pescado les dio en la nariz a
los señores. Estos, barruntando algo de provecho en aquellas playas, las arrendaron a las
grandes pescaderías de Londres, y los gaeles fueron arrojados de sus casas por segunda
vez [*].
Finalmente, una parte de los pastos fue convertida en cotos de caza. Como es sabido, en
Inglaterra no existen verdaderos bosques. La caza que corre por los parques de los
aristócratas es, en realidad, ganado doméstico, gordo como los aldermen [concejales] de
Londres. Por eso, Escocia es, para los ingleses, el último asilo de la «noble pasión» de la
caza.
[120]
«En la montaña» —dice Somers en 1848— «se han extendido considerablemente los
cotos de caza [*]*. A un lado de Gaick tenemos el nuevo coto de caza de Glenfeshie y al
otro lado el nuevo coto de caza de Ardverikie. En la misma dirección, tenemos el Black
Mount, un erial inmenso, recién crecido. De Este a Oeste, desde las inmediaciones de
Aberdeen hasta las rocas de Oban, se extiende ahora una línea ininterrumpida de cotos
de caza, mientras aue en otras regiones de la alta Escocia se alzan los cotos de caza
nuevos de Loch Archaig, Glengarry, Glenmoriston, etc. Al convertirse sus tierras en
terrenos de pastos para ovejas..., los gaeles se vieron empujados a las comarcas estériles.
Ahora la caza comienza a sustituir a las ovejas, empujando a aquéllos a una miseria
todavía más espantosa... Los montes de caza no pueden convivir con la gente. Uno de
los dos tiene que batirse en retirada y abandonar el campo. Si en los próximos
veinticinco años los cotos de caza siguen creciendo en las mismas proporciones que en
el úItimo cuarto de siglo, no quedará ni un solo gael en su tierra natal. Este movimiento
que se ha desarrollado entre los propietarios de las comarcas montuosas se debe, en
parte, a la moda, a la manía aristocrática, a la afición a la caza, etc., pero hay también
muchos que explotan esto con la mira puesta exclusivamente en la ganancia, pues es
indudable que, muchas veces, un pedazo de montaña convertido en coto de caza es
bastante más rentable que empleado como terreno de pastos... El aficionado que busca
un coto de caza no pone a su deseo más límite que la anchura de su bolsa... Sobre la
montaña escocesa han llovido penalidades no menos crueles que las impuestas a
Inglaterra por la política de los reyes normandos. A la caza se la deja correr en libertad,
sin tasarle el terreno: en cambio, a las personas se las acosa y se las mete en fajas de
tierras cada vez más estrechas... Al pueblo le fueron arrebatadas unas libertades tras
otras... Y la opresión crece diariamente. Los propietarios siguen la norma de diezmar y
exterminar a la gente como un principio fijo, como una necesidad agrícola, lo mismo
que se talan los árboles y la maleza en las espesuras de América y Australia, y esta
operación sigue su marcha tranquila y comercial» [*]** [15] [16] [17].
[121]
La depredación de los bienes de la Iglesia, la enajenación fraudulenta de las tierras del
dominio público, el saqueo de los terrenos comunales, la metamorfosis, llevada a cabo
por la usurpación y el terrorismo más inhumano de la propiedad feudal y del patrimonio
del clan en la moderna propiedad privada: [122] he ahí otros tantos métodos idílicos de
acumulación originaria. Con estos métodos se abrió paso a la agricultura capitalista, se
incorporó el capital a la tierra y se crearon los contingentes de proletarios libres y
privados de medios de vida que necesitaba la industria de las ciudades.
3. LEGISLACION SANGRIENTA CONTRA LOS EXPROPIADOS,
A PARTIR DE FINES DEL SIGLO XV,
LEYES REDUCIENDO EL SALARIO
Los contingentes expulsados de sus tierras al disolverse las huestes feudales y ser
expropiados a empellones y por la fuerza formaban un proletariado libre y privado de
medios de existencia, que no podía ser absorbido por las manufacturas con la misma
rapidez con que aparecía en el mundo. Por otra parte, estos seres que de repente se veían
lanzados fuera de su órbita acostumbrada de vida, no podían adaptarse con la misma
celeridad a la disciplina de su nuevo estado. Y así, una masa de ellos fue convirtiéndose
en mendigos, salteadores y vagabundos; algunos por inclinación, pero los más,
obligados por las circunstancias. De aquí que a fines del siglo XV y durante todo el
siglo XVI se dictase en toda Europa Occidental una legislación sangrienta persiguiendo
el vagabundaje. De este modo, los padres de la clase obrera moderna empezaron
viéndose castigados por algo de que ellos mismos eran víctimas, por verse reducidos a
vagabundos y mendigos. La legislación los trataba como a delincuentes «voluntarios»,
como si dependiese de su buena voluntad el continuar trabajando en las viejas
condiciones, ya abolidas.
[123]
En Inglaterra, esta legislación comenzó bajo el reinado de Enrique VII.
Enrique VIII, 1530: Los mendigos viejos e incapacitados para el trabajo deberán
proveerse de licencia para mendigar. Para los vagabundos capaces de trabajar, por el
contrario, azotes y reclusión. Se les atará a la parte trasera de un carro y se les azotará
hasta que la sangre mane de su cuerpo, devolviéndolos luego, bajo juramento, a su
pueblo natal o al sitio en que hayan residido durante los últimos tres años, para que «se
pongan a trabajar» (to put himself to labour). ¡Qué ironía tan cruel! El acto del año 27
del reinado de Enrique VIII reitera el estatuto anterior, pero con nuevas adiciones, que
lo hacen todavía más riguroso. En caso de reincidencia de vagabundaje, deberá azotarse
de nuevo al culpable y cortarle media oreja; a la tercera vez que se le coja, se le
ahorcará como criminal peligroso y enemigo de la sociedad.
Eduardo VI: Un estatuto dictado en el primer año de su reinado, en 1547, ordena que si
alguien se niega a trabajar se le asigne como esclavo a la persona que le denuncie como
holgazán. El dueño deberá alimentar a su esclavo con pan y agua, bodrio y los
desperdicios de carne que crea conveniente. Tiene derecho a obligarle a que realice
cualquier trabajo, por muy repelente que sea, azotándole y encadenándole, si fuera
necesario. Si el esclavo desaparece durante dos semanas, se le condenará a esclavitud de
por vida, marcándole a fuego con una S [S-Slave, esclavo, en inglés] en la frente o en un
carrillo; si huye por tercera vez, se le ahorcará como reo de alta traición. Su dueño
puede venderlo, legarlo a sus herederos o cederlo como esclavo, exactamente igual que
el ganado o cualquier objeto mueble. Los esclavos que se confabulen contra sus dueños
serán también ahorcados. Los jueces de paz seguirán las huellas a los pícaros, tan pronto
se les informe. Si se averigua que un vagabundo lleva tres días seguidos haraganeando,
se le expedirá a su pueblo natal con una V marcada a fuego en el pecho, y le sacarán con
cadenas a la calle a trabajar en la construcción de carreteras o empleándole en otros
servicios. El vagabundo que indique un falso pueblo de nacimiento será castigado a
quedarse en él toda la vida como esclavo, sea de los vecinos o de la corporación, y se le
marcará a fuego con una S. Todo el mundo tiene derecho a quitarle al vagabundo sus
hijos y tenerlos bajo su custodia como aprendices: los hijos hasta los veinticuatro años,
las hijas hasta los veinte. Si se escapan, serán entregados como esclavos, hasta dicha
edad, a sus maestros, quienes podrán azotarlos, cargarlos de cadenas, etc., a su libre
albedrío. El maestro puede poner a su esclavo un anillo de hierro en el cuello, el brazo o
la pierna, para identificarlo mejor y tenerlo [124] más a mano [*]. En la última parte de
este estatuto se establece que ciertos pobres podrán ser obligados a trabajar para el lugar
o el individuo que les dé de comer y-beber y les busque trabajo. Esta clase de esclavos
parroquiales subsiste en Inglaterra hasta bien entrado el siglo XIX, bajo el nombre
de roundsmen(rondadores).
Isabel, 1572: Los mendigos sin licencia y mayores de catorce años serán azotados sin
misericordia y marcados con hierro candente en la oreja izquierda, caso de que nadie
quiera tomarlos durante dos años a su servicio. En caso de reincidencia, siempre que
sean mayores de dieciocho años y nadie quiera tomarlos por dos años a su servicio,
serán ahorcados. Al incidir por tercera vez, se les ahorcará irremisiblemente como reos
de alta traición. Otros estatutos semejantes: el del año 18 del reinado de Isabel, c. 13, y
la ley de 1597 [*].
[125]
Jacobo I: Todo el que no tenga empleo fijo y se dedique a mendigar es declarado
vagabundo. Los jueces de paz de las Petty Sessions [18] quedan autorizados a mandar a
azotarlos en público y a recluirlos en la cárcel, a la primera vez que se les sorprenda, por
seis meses, a la segunda, por dos años. Durante su permanencia en la cárcel, podrán ser
azotados tantas veces y en tanta cantidad como los jueces de paz crean conveniente...
Los vagabundos peligrosos e incorregibles deberán ser marcados a fuego con una R en
el hombro izquierdo y sujetos a trabajos forzados; y si se les sorprende nuevamente
mendigando, serán ahorcados sin misericordia. Estos preceptos, que conservan su fuerza
legal hasta los primeros años del siglo XVIII, sólo fueron derogados por el reglamento
del año 12 del reinado de Ana, c. 23.
Leyes parecidas a éstas se dictaron también en Francia, en cuya capital se había
establecido, a mediados del siglo XVII, un verdadero reino de vagabundos (royaume
des truands). Todavía en los primeros años del reinado de Luis XVI (Ordenanza del 13
de julio de 1777), disponía la ley que se mandase a galeras a todas las personas de
dieciséis a sesenta años que, gozando de salud, careciesen de medios de vida y no
ejerciesen ninguna profesión. Normas semejantes se contenían en el estatuto dado por
Carlos V, en octubre de 1537, para los Países Bajos, en el primer edicto de los Estados y
ciudades de Holanda (l9 de marzo de 1614), en el bando de las Provincias Unidas (25 de
junio de 1649), etc.
Véase, pues, cómo después de ser violentamente expropiados y expulsados de sus
tierras y convertidos en vagabundos, se encajaba a los antiguos campesinos, mediante
leyes grotescamente terroristas a fuerza de palos, de marcas a fuego y de tormentos, en
la disciplina que exigía el sistema del trabajo asalariado.
No basta con que las condiciones de trabajo cristalicen en uno de los polos como capital
y en el polo contrario como hombres que no tienen nada que vender más que su fuerza
de trabajo. Ni basta tampoco con obligar a éstos a venderse voluntariamente. En el
transcurso de la producción capitalista, se va formando una clase obrera que, a fuerza de
educación, de tradición, de costumbre, se somete a las exigencias de este régimen de
producción como a las más lógicas leyes naturales. La organización del proceso
capitalista de producción ya desarrollado vence todas las resistencias; la creación
constante de una superpoblación relativa mantiene la ley de la oferta y la demanda de
trabajo y, por ello, [126] el salario a tono con las necesidades de crecimiento del capital,
y la presión sorda de las condiciones económicas sella el poder de mando del capitalista
sobre el obrero. Todavía se emplea, de vez en cuando, la violencia directa,
extraeconómica; pero sólo en casos excepcionales. Dentro de la marcha natural de las
cosas, ya puede dejarse al obrero a merced de las «leyes naturales de la producción», es
decir, puesto en dependencia del capital, dependencia que las propias condiciones de
producción engendran, garantizan y perpetúan. Durante la génesis histórica de la
producción capitalista, no ocurre aún así. La burguesía, que va ascendiendo, necesita y
emplea todavía el poder del Estado para «regular» los salarios, es decir, para sujetarlos
dentro de los límites que benefician a la extracción de plusvalía, y para alargar la
jornada de trabajo y mantener al mismo obrero en el grado normal de dependencia. Es
éste un factor esencial de la llamada acumulación originaria.
La clase de los obreros asalariados, que surgió en la segunda mitad del siglo XIV, sólo
representaba por aquel entonces y durante el siglo siguiente una parte muy pequeña de
la población y tenía bien cubierta la espalda por la economía de los campesinos
independientes, de una parte, y, de otra, por la organización gremial de las ciudades.
Tanto en la ciudad como en el campo, había una cierta afinidad social entre patronos y
obreros. La supeditación del trabajo al capital era sólo formal; es decir, el modo de
producción no presentaba aún un carácter específicamente capitalista. El elemento
variable del capital predominaba considerablemente sobre el constante. Por eso, la
demanda de trabajo asalariado crecía rápidamente con cada acumulación de capital
mientras la oferta sólo le seguía lentamente. Por aquel entonces, todavía se invertía en el
fondo de consumo del obrero una gran parte del producto nacional, que más tarde había
de convertirse en fondo de acumulación de capital.
En Inglaterra, la legislación sobre el trabajo asalariado, encaminada desde el primer
momento a la explotación del obrero y enemiga de él desde el primer instante hasta el
último [*] [19] [20], comienza con el Statute of Labourers [Estatuto de obreros] de
Eduardo III, en 1349. A él corresponde, en Francia la Ordenanza de 1350, dictada en
nombre del rey Juan. La legislación inglesa y francesa siguen rumbos paralelos y tienen
idéntico contenido. En la parte en que los estatutos obreros procuran imponer la
prolongación [127] de la jornada de trabajo no hemos de volver sobre ellos, pues este
punto ha sido tratado ya (parte 5 del capítulo 8).
El Statute of Labourers se dictó ante las apremiantes quejas de la Cámara de los
Comunes.
«Antes» —dice candorosamente un tory— «los pobres exigían unos jornales tan altos,
que ponían en trance de ruina la industria y la riqueza. Hoy, sus salarios son tan bajos,
que ponen también en trance de ruina la industria y la riqueza, pero de otro modo y tal
vez más amenazadoramente que antes» [*].
En este estatuto se establece una tarifa legal de salarios para el campo y la ciudad, por
piezas y por días. Los obreros del campo deberán contratarse por años, los de la ciudad
«en el mercado libre». Se prohíbe, bajo penas de cárcel, abonar jornales superiores a los
señalados por el estatuto, pero el delito de percibir tales salarios ilegales se castiga con
mayor dureza que el delito de abonarlos. Siguiendo esta norma, en las sec. 18 y 19 del
Estatuto de aprendices dictado por la reina Isabel se castiga con diez días de cárcel al
que abone jornales excesivos; en cambio, al que los cobre se le castiga con veintiuno.
Un estatuto de 1360 aumenta las penas y autoriza incluso al patrono para imponer,
mediante castigos corporales, el trabajo por el salario tarifado. Todas las combinaciones,
contratos, juramentos, etc., con que se obligan entre sí los albañiles y los carpinteros son
declarados nulos. Desde el siglo XIV hasta 1825, el año de la abolición de las leyes
anticoalicionistas [21], las coaliciones obreras son consideradas como un grave crimen.
Cuál era el espíritu que inspiraba el estatuto obrero de 1349 y sus hermanos menores se
ve claramente con sólo advertir que en él se fijaba por imperio del Estado un salario
máximo; lo que no se prescribía ni por asomo era un salario mínimo.
Durante el siglo XVI, empeoró considerablemente, como se sabe, la situación de los
obreros. El salario en dinero subió, pero no proporcionalmente a la depreciación del
dinero y a la correspondiente subida de los precios de las mercancías. En realidad, pues,
los jornales bajaron. A pesar de ello, seguían en vigor las leyes encaminadas a hacerlos
bajar, con la conminación de cortar la oreja y marcar con el hierro candente a aquellos
«que nadie quisiera tomar a su servicio». El Estatuto de aprendices del año 5 del reinado
de Isabel, c. 3, autorizaba a los jueces de paz a fijar determinados salarios y
modificarlos, según las épocas del año y los precios de las mercancías. Jacobo I hizo
extensiva esta norma [128] a los tejedores, los hilanderos y toda suerte de categorías
obreras [*], y Jorge II extendió las leyes contra las coaliciones obreras a todas las
manufacturas.
Dentro del período propiamente manufacturero, el régimen capitalista de producción
santíase ya lo suficientemente fuerte para que la reglamentación legal de los salarios
fuese tan impracticable como superflua, pero se conservaban, por si acaso, las armas del
antiguo arsenal. Todavía el reglamento publicado el año 8 del reinado de Jorge II
prohibe que los oficiales de sastre de Londres y sus alrededores cobren más de 2
chelines y 7 peniques y medio de jornal, salvo en casos de duelo público; el reglamento
del año 13 del reinado de Jorge III, c. 68, encomienda a los jueces de paz la
reglamentación del salario de los tejedores en seda; todavía en 1796, fueron necesarios
dos fallos de los tribunales superiores para decidir si las órdenes de los jueces de paz
sobre salarios regían también para los obreros no agrícolas; en 1799, una ley del
parlamento confirma que el salario de los obreros mineros de Escocia se halla
reglamentado por un estatuto de la reina Isabel y dos leyes escocesas de 1661 y 1671.
Un episodio inaudito, producido en la Cámara de los Comunes de Inglaterra, vino a
demostrar hasta qué punto habían cambiado las cosas. Aquí, donde durante más de 400
años se habían estado fabricando leyes sobre la tasa máxima que en modo alguno podía
rebasar el salario pagado a un obrero, se levantó en 1796 un diputado, [129] Whitbread,
para proponer un salario mínimo para los jornaleros del campo. Pitt se opuso a la
propuesta, aunque reconociendo que «la situación de los pobres era cruel». Por fin, en
1813 fueron derogadas las leyes sobre reglamentación de salarios. Estas leyes eran una
ridícula anomalía, desde el momento en que el capitalista regía la fábrica con sus leyes
privadas, haciéndose necesario completar el salario del bracero del campo con el tributo
de pobreza para llegar al mínimo indispensable. Las normas de los Estatutos obreros
sobre los contratos entre el patrono y sus jornaleros, sobre los plazos de aviso, etc., las
que sólo permiten demandar por lo civil contra el patrono que falta a sus deberes
contractuales, permitiendo, en cambio, procesar por lo criminal al obrero que no cumple
los suyos, siguen en pleno vigor hasta la fecha.
Las crueles leyes contra las coaliciones hubieron de derogarse en 1825, ante la actitud
amenazadora del proletariado. No obstante, sólo fueron derogadas parcialmente. Hasta
1859 no desaparecieron algunos hermosos vestigios de los antiguos estatutos.
Finalmente, la ley votada por el parlamento el 29 de junio de 1871 prometió borrar las
últimas huellas de esta legislación de clase, mediante el reconocimiento legal de las
tradeuniones. Pero otra ley parlamentaria de la misma fecha (An act to amend the
criminal law relating to violence, threats and molestation) («Acto para enmendar la
criminal ley acerca de la violencia, las amenazas y las vejaciones») restablece, en
realidad, el antiguo estado de derecho bajo una forma nueva. Mediante este escamoteo
parlamentario, los recursos de que pueden valerse los obreros en caso de huelga
o lockout (huelga de los fabricantes coaligados, para cerrar sus fábricas), se sustraen al
derecho común y se someten a una legislación penal de excepción, que los propios
fabricantes son los encargados de interpretar, en su función de jueces de paz. Dos años
antes, la misma Cámara de los Comunes y el mismo señor Gladstone, con su proverbial
honradez, habían presentado un proyecto de ley aboliendo todas las leyes penales de
excepción contra la clase obrera. Pero no se le dejó pasar de la segunda lectura, y se fue
dando largas al asunto, hasta que, por fin, el «gran partido liberal», fortalecido por la
alianza con los tories [22], tuvo la valentía necesaria para votar contra el mismo
proletariado que le había encaramado en el poder. No contento con esta traición, el
«gran partido liberal» permitió que los jueces ingleses, que tanto se desviven en el
servicio a las clases gobernantes, desenterrasen las leyes ya prescritas sobre las
«conspiraciones» [23] y las aplicasen a las coaliciones obreras. Como se ve, el
parlamento inglés renunció a las leyes contra las huelgas y las tradeuniones de mala
gana y presionado por las masas, después de haber desempeñado él durante cinco siglos,
con el egoísmo más desvergonzado, el papel [130] de una tradeunión permanente de los
capitalistas contra los obreros.
En los mismos comienzos de la tormenta revolucionaria, la burguesía francesa se
atrevió a arrebatar de nuevo a los obreros el derecho de asociación que acababan de
conquistar. Por decreto del 14 de junio de 1791, declaró todas las coaliciones obreras
como un «atentado contra la libertad y la Declaración de los Derechos del Hombre»,
sancionable con una multa de 500 libras y privación de la ciudadanía activa durante un
año [*]. Esta ley, que, poniendo a contribución el poder policíaco del Estado, procura
encauzar dentro de los límites que al capital le plazcan la lucha de concurrencia
entablada entre el capital y el trabajo, sobrevivió a todas las revoluciones y cambios de
dinastía. Ni el mismo régimen del terror [24] se atrevió a tocarla. No se la borró del
Código penal hasta hace muy poco. Nada más elocuente que el pretexto que se dio, al
votar la ley para justificar este golpe de Estado burgués. «Aunque es de desear —dice el
ponente de la ley, Le Chapelier— que los salarios suban por encima de su nivel actual,
para que quienes los perciben puedan sustraerse a esa dependencia absoluta que supone
la carencia de los medios de vida más elementales, y que es casi la esclavitud», a los
obreros se les niega el derecho a ponerse de acuerdo sobre sus intereses, a actuar
conjuntamente y, por tanto, a vencer esa «dependencia absoluta, que es casi la
esclavitud», porque con ello herirían «la libertad de sus cidevant maîtres [anteriores
dueños] y actuales patronos» (¡la libertad de mantener a los obreros en la esclavitud!), y
porque el coaligarse contra el despotismo de los antiguos maestros de las corporaciones
equivaldría —¡adivínese!— a restaurar las corporaciones abolidas por la Constitución
francesa [*].
4. GENESIS DEL ARRENDATARIO CAPITALISTA
Después de exponer el proceso de violenta creación de los proletarios libres y
desheredados, el régimen sanguinario con [131] que se les convirtió en obreros
asalariados, las sucias altas medidas estatales que, aumentando el grado de explotación
del trabajo elevaban, con medios policíacos, la acumulación del capital, cumple
preguntar: ¿Cómo surgieron los primeros capitalistas? Pues la expropiación de la
población campesina sólo crea directamente grandes propietarios de tierra. En cuanto a
la génesis del arrendatario, puede, digámoslo así, tocarse con la mano, pues constituye
un proceso lento, que se arrastra a lo largo de muchos siglos. Los propios siervos, y con
ellos los pequeños propietarios libres no tenían todos, ni mucho menos, la misma
situación patrimonial, siendo por tanto emancipados en condicionas económicas muy
distintas.
En Inglaterra, la primera forma bajo la que se presenta el arrendatario es la
del bailiff también siervo. Su posición se parece mucho a la del villicus [capataz de
esclavos] de la antigua Roma, aunque con un radio de acción más reducido. Durante la
segunda mitad del siglo XIV es sustituido por un colono o arrendatario, al que el señor
de la tierra provee de simiente, ganado y aperos de labranza. Su situación no difiere
gran cosa de la del simple campesino. La única diferencia es que explota más trabajo
asalariado. Pronto se convierte en métayer [aparcero], en semiarrendatario. Este pone
una parte del capital agrícola y el propietario la otra. Los frutos se reparten según la
proporción fijada en el contrato. En Inglaterra, esta forma no tarda en desaparecer, para
ceder el puesto a la del verdadero arrendatario, que explota su proplo capital empleando
obreros asalariados y abonando al terrateniente como renta, en dinero o en especie, una
parte del plusproducto.
Durante el siglo XV, mientras el campesino independiente y el obrero agrícola, que,
además de trabajar a jornal para otro, cultiva su propia tierra, se enriquecen con su
trabajo, las condiciones de vida del arrendatario y su campo de producción no salen de
la mediocridad. La revolución agrícola del último tercio del siglo XV, que dura casi
todo el siglo XVI (aunque exceptuando los últimos decenios), enriquece al arrendatario
con la misma celeridad con que empobrece a la población rural [*]*. La usurpación de
los pastos comunales, etc., le permite aumentar considerablemente casi sin gastos su
contingente de ganado, al paso que éste le suministra abono más abundante para cultivar
la tierra.
[132]
En el siglo XVI viene a añadirse a éstos un factor decisivo. Los contratos de
arrendamiento eran entonces contratos a largo plazo, abundando los de noventa y nueve
años. La constante depreciación de los metales preciosos, y por tanto del dinero, fue
para los arrendatarios una lluvia de oro. Hizo —aun prescindiendo de todas las
circunstancias ya expuestas— que descendiesen los salarios. Una parte de éstos pasó a
incrementar las ganancias del arrendatario. El alza incesante de los precios del trigo, de
la lana, de la carne, en una palabra, de todos los productos agrícolas, vino a hinchar, sin
intervención suya, el capital en dinero del arrendatario, mientras que la renta de la tierra,
que él tenía que abonar, se contraía en su antiguo valor en dinero [*]. De este modo, se
enriquccía a un tiempo mismo a costa de los jornaleros y del propietario de la tierra.
Nada tiene, pues, de extraño que, a fines del siglo XVI, Inglaterra contase con una clase
de «arrendatarios capitalistas» ricos, para lo que se acostumbraba en aquellos
tiempos [*]*.
[133]
5. LA INFLUENCIA INVERSA DE LA REVOLUCION
AGRICOLA SOBRE LA INDUSTRIA.
FORMACION DEL MERCADO INTERIOR PARA
EL CAPITAL INDUSTRIAL
La expropiación y el desahúcio de la población campesina, realizados por ráfagas y
constantemente renovados, hacía afluir a la industria de las ciudades, como hemos visto,
masas cada vez más numerosas de proletarios desligados en absoluto del régimen
gremial, sabia circunstancia que hace creer al viejo A. Anderson [25] (autor que no debe
confundirse con James Anderson), en su "Historia del Comercio", en una intervención
directa de la providencia. Hemos de detenernos unos instantes a analizar este elemento
de la acumulación originaria. Al enrarecimiento de la población rural independiente que
trabaja sus propias tierras no sólo corresponde una condensación del proletariado
industrial, como al enrarecimiento de la materia del universo en unos sitios,
correspende, según Geoffroy Saint-Hilaire [*], su condensación en otros. [134] A pesar
de haber disminuido el número de brazos que la cultivaban, la tierra seguía dando el
mismo producto o aún más, pues la revolución operada en el régimen de la propiedad
inmueble lleva aparejados métodos perfeccionados de cultivo, mayor cooperación,
concentración de los medios de producción, etc., y los jornaleros del campo no sólo son
explotados más intensamente [*] [26], sino que, además, va reduciéndose en
proporciones cada vez mayores el campo de producción en que trabajan para ellos
mismos. Con la parte de la población rural que queda disponible quedan también
disponibles, por tanto, sus antiguos medios de subsistencia, que ahora se convierten en
elemento material del capital variable. Ahora, el campesino lanzado al arroyo, si quiere
vivir, tiene que comprar el valor de sus medios de vida a su nuevo señor, el capitalista
industrial, en forma de salario. Y lo que ocurre con los medios de vida, ocurre también
con las primeras materias agrícolas, de producción local, suministradas a la industria.
Estas se convierten en elemento del capital constante.
Supongamos, por ejemplo, que una parte de los campesinos de Westfalia, que en
tiempos de Federico II hilaban todos lino, fue expropiada violentamente y arrojada de
sus tierras, mientras los restantes se convertían en jornaleros de los grandes
arrendatarios. Simultáneamente, surgen grandes fábricas de hilados de lino y de tejidos,
en las que entran a trabajar por un jornal los brazas que han quedado «disponibles». El
lino sigue siendo el mismo de antes. No ha cambiado en él ni una sola fibra, y sin
embargo, en su cuerpo se alberga ahora una alma social nueva, pues este lino forma
ahora parte del capital constante del dueño de la manufactura. Antes, se distribuía entre
un sinnúmero de pequeños productores, que lo cultivaban por sí mismos y lo hilaban en
pequeñas cantidades, con sus familias; ahora, se concentra en manos de un solo
capitalista, que hace que otros hilen y tejan para él. Antes, el trabajo suplementario que
se rendía en el taller de hilado se traducía en un ingreso suplementario para
innumerables familias campesinas, o también, bajo Federico II, en impuestos pour le roi
de Prusse [*]*. Ahora, se traduce en ganancia para un puñado de capitalistas. Los husos
y los telares, que antes se distribuían por toda la comarca, se aglomeran ahora, con los
obreros y la materia prima, en unos cuantos cuarteles del trabajo. Y de medios de vida
independiente para hilanderos y tejedores, los husos, los telares y la materia prima se
convierten en medios [135] para someterlos al mando de otro [*]** y para arrancarles
trabajo no retribuido. Ni en las grandes manufacturas ni en las grandes granjas hay
algún signo exterior que indique que en ellas se reúnen muchos pequeños hogares de
producción y que deben su origen a la expropiación de muchos pequeños productores
independientes. Sin embargo, el ojo imparcial no se deja engañar tan fácilmente. En
tiempo de Mirabeau, el terrible revolucionario, las grandes manufacturas se llamaban
todavíamanufactures réunies, talleres reunidos, como decimos de las tierras cuando se
juntan.
«Sólo se ven» —dice Mirabeau— «esas grandes manufacturas, en las que trabajan
cientos de hombres bajo las órdenes de un director y que se denominan generalmente
manufacturas reunidas (manufactures réunies). En cambio, aquellas en las que trabajan
diseminados, cada cual por su cuenta, gran número de obreros, pasan casi inadvertidas.
Se las relega a último término. Y esto es un error muy grande, pues son éstas las que
forman la parte realmente más importante de la riqueza nacional... La fábrica reunida
(fabrique réunie) enriquecerá fabulosamente a uno o dos empresarios pero los obreros
que en ella trabajan no son más que jornaleros mejor o peor pagados, que en nada
participan del bienestar del fabricante. En cambio, en las fábricas separadas ( fabriques
séparées) nadie se enriquece, pero gozan de bienestar multitud de obreros... El número
de los obreros activos y económicos crecerá, porque éstos ven en la vida ordenada y en
el trabajo un medio de mejorar notablemente su situación, en vez de obtener una
pequeña mejora de jornal, que jamás decidirá del porvenir y que, a lo sumo, permite al
obrero vivir un poco mejor, pero siempre al día. Las manufacturas separadas e
individuales, combinadas casi siempre con un poco de labranza, son las únicas
libres» [*].
La expropiación y el desahúcio de una parte de la población rural, no sólo deja a los
obreros, sus medios de vida y sus materiales de trabajo disponibles para que el capital
industrial los utilice, sino que además crea el mercado interior.
En efecto, el movimiento que convierte a los pequeños labradores en obreros
asalariados y a sus medios de vida y de trabajo en elementos materiales del capital, crea
para éste, paralelamente, su mercado interior. Antes, la familia campesina producía y
elaboraba los medios de vida y las materias primas, que luego eran consumidas, en su
mayor parte, por ella misma. Pues bien, [136] estas materias primas y estos medios de
vida se convierten ahora en mercancías, vendidas por los grandes arrendatarios, que
encuentran su mercado en las manufacturas. El hilo, el lienzo, los artículos bastos de
lana, objetos todos de cuya materia prima disponía cualquier familia campesina y que
ella hilaba y tejía para su uso, se convierten ahora en artículos manufacturados, que
tienen su mercado precisamente en los distritos rurales. La numerosa clientela
diseminada y controlada hasta aquí por una muchedumbre de pequeños productores que
trabajaban por cuenta propia se concentra ahora en un gran mercado atendido por el
capital industrial [*]*. De este modo, a la par con la expropiación de los antiguos
labradores independientes y su divorcio de los medios de producción, avanza la
destrucción de las industrias rurales secundarias, el proceso de diferenciación de la
industria y la agricultura. Sólo la destrucción de la industria doméstica rural puede dar
al mercado interior de un país las proporciones y la firmeza que necesita el régimen
capitalista de producción.
Sin embargo, el período propiamente manufacturero no aporta, en realidad,
transformación radical alguna. Recuérdese que la manufactura sólo invade la
producción nacional de un modo fragmentario y siempre sobre el vasto panorama del
artesanado urbano y de la industria secundaria doméstico-rural. Aunque elimine a ésta
bajo ciertas formas, en determinadas ramas industriales y en algunos puntos, vuelve a
ponerla en pie en otros en que ya estaba destruida, pues necesita de ella para transformar
la materia prima hasta cierto grado de elaboración. La manufactura hace brotar, por
tanto, una nueva clase de pequeños campesinos, que sólo se dedican a la agricultura
como empleo secundario, explotando como oficio preferente un trabajo industrial para
vender su producto a la manufactura, ya sea directamente o por mediación de un
comerciante. He aquí una de las causas, aunque no la fundamental, de un fenómeno que
al principio desorienta a quien estudia la historia de Inglaterra. Desde el último tercio
del siglo XV, se escuchan en ella quejas constantes, interrumpidas sólo a intervalos,
sobre los progresos del capitalismo en la agricultura y la destrucción progresiva de la
clase campesina. Por otra parte, [137] esta clase campesina reaparece constantemente,
aunque en número más reducido y en situación cada vez peor [*]. La razón principal de
esto está en que en Inglaterra tan pronto predomina la producción de trigo como la
ganadoría, según los períodos, y con el tipo de producción oscila el volumen de la
producción campesina. Sólo la gran industria aporta, con la maquinaria, la base
constante de la agricultura capitalista, expropia radicalmente a la inmensa mayoría de la
población del campo y remata el divorcio entre la agricultura y la industria doméstico-
rural, cuyas raíces —la industria de hilados y tejidos— arranca [*]*. Sólo ella conquista,
por tanto, para el capital industrial el mercado interior íntegro [*]**.
6. GENESIS DEL CAPITALISTA INDUSTRIAL
La génesis del capitalista industrial [*] no se desarrolla de un modo tan lento y paulatino
como la del arrendatario. Es indudable que ciertos pequeños maestros artesanos, y
todavía más ciertos [138] pequeños artesanos independientes, e incluso obreros
asalariados, se convirtieron en pequeños capitalistas, y luego, mediante la explotación
del trabajo asalariado en una escala cada vez mayor y la acumulación consiguiente, en
capitalistassans phrase [sin reservas]. En el período de infancia de producción
capitalista, ocurría no pocas veces lo que en los años de infancia de las ciudades
medievales, en que el problema de saber cuál de los siervos huidos llegaría a ser el amo
y cuál el criado se dirimía las más de las veces por el orden de fechas en que se
escapaban. Sin embargo, la lentitud de este método no respondía en modo alguno a las
exigencias comerciales del nuevo mercado mundial, creado por los grandes
descubrimientos de fines del siglo XV. La Edad Media había legado dos formas
distintas de capital, que alcanzaron su sazón en las más diversas formaciones
socioeconómicas y que antes de llegar la era del modo de producción capitalista eran
consideradas capital quand même [por antonomasia]: capital usurario y capital
comercial.
«En la actualidad, toda la riqueza de la sociedad se concentra primeramente en manos
del capitalista... Este paga la renta al terrateniente, el salario al obrero, los impuestos y
el diezmo al recaudador de contribuciones, quedándose para sí con una parte grande,
que en realidad es la parte mayor y que además tiende a crecer diariamente, del
producto anual del trabajo. Ahora el capitalista puede ser considerado como el que se
apropia de primera mano toda la riqueza social, aunque ninguna ley le ha transferido
este derecho de apropiación... Este cambio de propiedad debe su origen al cobro de
intereses por el capital... y es harto curioso que los legisladores de toda Europa hayan
querido evitar esto con leyes contra la usura... El poder del capitalista sobre la riqueza
toda del país es una completa revolución en el derecho de propiedad y ¿qué ley o qué
serie de leyes la originó?» [*]*
El autor debería saber que las revoluciones no se hacen con leyes.
El régimen feudal, en el campo, y, en la ciudad, el régimen gremial impedían al capital-
dinero, formado en la usura y en el comercio, convertirse en capital industrial [*]**.
Estas barreras desaparecieron con el licenciamiento de las huestes feudales y con la
expropiación y desahúcio parciales de la población campesina. Las nuevas
manufacturas habían sido construidas en los puertos marítimos de exportación o en
lugares del campo alejados del control de las ciudades antiguas y de su régimen gremial.
De aquí la lucha rabiosa entablada en Inglaterra entre los corporate towns [ciudades
[139] con régimen corporativo gremial] y los nuevos viveros industriales.
El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, el exterminio, la
esclavización y el sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de
la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano
en cazadero de esclavos negros: tales son los hechos que señalan los albores de la era de
producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores
fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria. Tras ellos, pisando sus
huellas, viene la guerra comercial de las naciones europeas, con el planeta entero por
escenario. Rompe el fuego con el alzamiento de los Países Bajos, que se sacuden el
yugo de la dominación española [27], cobra proporciones gigantescas en Inglaterra con
la guerra antijacobina [28], sigue ventilándose en China en las guerras del opio [29], etc.
Las diversas etapas de la acumulación originaria tienen su centro, en un orden
cronológico más o menos preciso, en España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra.
Es aquí, en Inglaterra, donde a fines del siglo XVII se resumen y sintetizan
sistemáticamente en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno
sistema tributario y el sistema proteccionista. En parte, estos métodos se basan, como
ocurre con el sistema colonial, en la más burda de las violencias. Pero todos ellos se
valen del poder del Estado, de la fuerza concentrada y organizada de la sociedad, para
acelerar a pasos agigantados el proceso de transformación del modo feudal de
producción en el modo capitalista y acortar las transiciones. La violencia es la
comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es ella misma
una potencia económica.
Del sistema colonial cristiano dice un hombre, que hace del cristianismo su profesión,
W. Howitt:
«Los actos de barbarie y de desalmada crueldad cometidos por las razas que se llaman
cristianas en todas las partes del mundo y contra todos los pueblos del orbe que
pudieron subyugar, no encuentran precedente en ninguna época de la historia universal
ni en ninguna raza, por salvaje e inculta, por despiadada y cínica que ella sea» [*].
[140]
La historia del régimen colonial holandés —y téngase en cuenta que Holanda era la
nación capitalista modelo del siglo XVII— «hace desfilar ante nosotros un cuadro
insuperable de traiciones, cohechos, asesinatos e infamias» [*]*. Nada más elocuente
que el sistema de robo de hombres aplicado en la isla de Célebes, para obtener esclavos
con destino a Java. Los ladrones de hombres eran amaestrados convenientemente. Los
agentes principales de este trato eran el ladrón, el intérprete y el vendedor; los príncipes
nativos, los vendedores principales. Los muchachos robados eran escondidos en las
prisiones secretas de Célebes, hasta que estuviesen ya maduros para ser embarcados con
un cargamento de esclavos. En un informe oficial leemos:
«Esta ciudad de Makassar, por ejemplo, está llena de prisiones secretas, a cual más
espantosa, abarrotadas de infelices, víctimas de la codicia y la tiranía, cargados de
cadenas, arrancados violentamente a sus familias».
Para apoderarse de Malaca, los holandeses sobornaron al gobernador portugués. Este les
abrió las puertas de la ciudad en 1641. Los invasores corrieron en seguida a su palacio y
le asesinaron, para de este modo poder «renunciar» al pago de la suma convenida por el
servicio, que eran 21.875 libras esterlinas. A todas partes les seguía la devastación y la
despoblación. Banjuwangi, provincia de Java, que en 1750 contaba con más de 80.000
habitantes, quedó reducida en 1811 a 8.000. He aquí cómo se las gasta el doux
commerce [comercio inocente].
Como es sabido, la Compañía inglesa de las Indias Orientales [30] obtuvo, además del
poder político en estas Indias, el monopolio del comercio de té y del comercio chino en
general, así como el del transporte de mercancías de Europa a China y viceversa. Pero
del monopolio de la navegación costera de la India y entre las islas, y del comercio
interior de la India, se apropiaron los altos funcionarios de la Compañía. Los
monopolios de la sal, del opio, del bétel y otras mercancías eran filones inagotables de
riqueza. Los mismos funcionarios fijaban los precios a su antojo y esquilmaban como
les daba la gana al infeliz indio. El gobernador general de las Indias llevaba
participación en este comercio privado. Sus favoritos obtenían contratos en condiciones
que les permitían, mejor que los alquimistas, hacer oro de la nada. En un solo día
brotaban como los hongos grandes fortunas, y la acumulación originaria avanzaba
viento en popa sin desembolsar ni un chelín. En las actas judiciales del Warren Hastings
abundan ejemplos de esto. He aquí uno. Un tal Sullivan obtiene un contrato de opio
[141] cuando se dispone a trasladarse —en función de servicio— a una región de la
India muy alejada de los distritos opieros. Sullivan vende su contrato por 40.000 libras
esterlinas a un tal Binn que lo revende el mismo día por 60.000, y el último comprador
y ejecutor del contrato declara que obtuvo todavía una ganancia fabulosa. Según una
lista sometida al parlamento, la Compañía y sus funcionarios se hicieron regalar por los
indios, desde 1757 hasta 1766, ¡6 millones de libras esterlinas! Entre 1769 y 1770, los
ingleses fabricaron allí una epidemia de hambre, acaparando todo el arroz y negándose a
venderlo si no les pagaban precios fabulosos [*].
En las plantaciones destinadas exclusivamente al comercio de exportación, como en las
Indias Occidentales, y en los países ricos y densamente poblados, entregados al pillaje y
a la matanza, como México y las Indias Orientales, era, naturalmente, donde el trato
dado a los indígenas revestía las formas más crueles. Pero tampoco en las verdaderas
colonias se desmentía el carácter cristiano de la acumulación originaria. Aquellos
hombres, virtuosos intachables del protestantismo, los puritanos de la Nueva Inglaterra,
otorgaron en 1703, por acuerdo de su Assembly [Asamblea Legislativa], un premio de
40 libras esterlinas por cada escalpo de indio y por cada piel roja apresado; en 1720, el
premio era de 100 libras por escalpo; en 1744, después de declarar en rebeldía a una
tribu de Massachusetts-Bay, los premios eran los siguientes: por los escalpos de varón,
desde doce años para arriba, 100 libras esterlinas de nuevo cuño; por cada hombre
apresado, 105 libras; por cada mujer y cada niño, 55 libras; ¡por cada escalpo de mujer o
niño, 50 libras! Algunos decenios más tarde, el sistema colonial inglés había de
vengarse en los descendientes rebeldes de los devotos piligrim fathers [padres
peregrinos], que cayeron tomahawkeados bajo la dirección y a sueldo de Inglaterra. El
parlamento británico declaró que la caza de hombres y el escalpar eran «recursos que
Dios y la naturaleza habían puesto en sus manos».
Bajo el sistema colonial, prosperaban como planta de estufa el comercio y la
navegación. Las «Sociedades Monopolias» (Lutero) eran poderosas palancas de
concentración de capitales. Las colonias brindaban a las nuevas manufacturas, que
brotaban por todas partes, mercado para sus productos y una acumulación de capital
intensificada gracias al régimen de monopolio. El botín conquistado fuera de Europa
mediante el saqueo descarado, la esclavización y la matanza refluían a la metrópoli para
convertirse aquí en capital. Holanda, primer país en que se desarrolló plenamente [142]
el sistema colonial, había llegado ya en 1648 al apogeo de su grandeza mercantil. Se
hallaba
«en posesión casi exclusiva del comercio de las Indias Orientales y del tráfico entre el
Suroeste y el Nordeste de Europa. Sus pesquerías, su marina y sus manufacturas
sobrepujaban a las de todos los demás países. Los capitales de esta república superaban
tal vez a los del resto de Europa junto» [31].
Gülich, autor de estas líneas, se olvida de añadir que la masa del pueblo holandés se
hallaba ya en 1648 más agotada por el trabajo, más empobrecida y más brutalmente
oprimida que la del resto de Europa junto.
Hoy, la supremacía industrial lleva consigo la supremacía comercial. En el verdadero
período manufacturero sucedía lo contrario: era la supremacía comercial la que daba el
predominio en el campo de la industria. De aquí el papel predominante que en aquellos
tiempos desempeñaba el sistema colonial. Era el «dios extranjero» que venía a
entronizarse en el altar junto a los viejos ídolos de Europa y que un buen día los echaría
a todos a rodar de un empellón. Este dios proclamaba la acumulación de plusvalía como
el fin último y único de la humanidad.
El sistema del crédito público, es decir, de la deuda del Estado, cuyos orígenes
descubríamos ya en Génova y en Venecia en la Edad Media, se adueñó de toda Europa
durante el período manufacturero. El sistema colonial, con su comercio marítimo y sus
guerras comerciales, le sirvió de acicate. Por eso fue Holanda el primer país en que
arraigó. La deuda pública, o sea, la enajenación del Estado —absoluto, constitucional o
republicano—, imprime su sello a la era capitalista. La única parte de la llamada riqueza
nacional que entra real y verdaderamente en posesión colectiva de los pueblos modernos
es... la deuda pública [*]. Por eso es perfectamente consecuente esa teoría moderna,
según la cual un pueblo es tanto más rico cuanto más se carga de deudas. El crédito
público se convierte en credo del capitalista. Y al surgir las deudas del Estado, el pecado
contra el Espíritu Santo, para el que no hay remisión, cede el puesto al perjurio contra la
deuda pública.
La deuda pública se convierte en una de las palancas más potentes de la acumulación
originaria. Es como una varita mágica que infunde virtud procreadora al dinero
improductivo y lo convierte en capital sin exponerlo a los riesgos ni al esfuerzo que
siempre lleva consigo la inversión industrial e incluso la usuraria. En realidad, los
acreedores del Estado no entregan nada, pues la [143] suma prestada se convierte en
títulos de la deuda pública, fácilmente negociables, que siguen desempeñando en sus
manos el mismísimo papel del dinero. Pero aún prescindiendo de la clase de rentistas
ociosos que así se crea y de la riqueza improvisada que va a parar al regazo de los
financieros que actúan de mediadores entre el Gobierno y el país —así como de la
riqueza regalada a los arrendadores de impuestos, comerciantes y fabricantes
particulares, a cuyos bolsillos afluye una buena parte de los empréstitos del Estado,
como un capital llovido del cielo—, la deuda pública ha venido a dar impulso a las
sociedades anónimas, al tráfico de efectos negociables de todo género, al agio; en una
palabra, a la lotería de la bolsa y a la moderna bancocracia.
Desde el momento mismo de nacer, los grandes bancos, adornados con títulos
nacionales, no fueron nunca más que sociedades de especuladores privados que
cooperaban con los gobiernos y que, gracias a los privilegios que éstos les otorgaban,
estaban en condiciones de adelantarles dinero. Por eso, la acumulación de la deuda
pública no tiene barómetro más infalible que el alza progresiva de las acciones de estos
bancos, cuyo pleno desarrollo data de la fundación del Banco de Inglaterra (en 1694).
Este último comenzó prestando su dinero al Gobierno a un 8 por 100 de interés; al
mismpo tiempo, quedaba autorizado por el parlamento para acuñar dinero del mismo
capital, volviendo a prestarlo al público en forma de billetes de banco. Con estos billetes
podía descontar letras, abrir créditos sobre mercancías y comprar metales preciosos. No
transcurrió mucho tiempo antes de que este mismo dinero fiduciario fabricado por él le
sirviese de moneda para saldar los empréstitos hechos al Estado y para pagar los
intereses de la deuda pública por cuenta de éste. No contento con dar con una mano para
recibir con la otra más de lo que daba, seguía siendo, a pesar de lo que se embolsaba,
acreedor perpetuo de la nación hasta el último céntimo entregado. Poco a poco, fue
convirtiéndose en depositario insustituible de los tesoros metálicos del país y en centro
de gravitación de todo el crédito comercial. Por los años en que Inglaterra dejaba de
quemar brujas, comenzaba a colgar falsificadores de billetes de banco. Las obras de
aquellos años, por ejemplo, las de Bolingbroke [*] muestran qué impresión producía a
las gentes de la época la súbita aparición de este monstruo de bancócratas, financieros,
rentistas, corredores, agentes y lobos de bolsa.
Con la deuda pública surgió un sistema internacional de crédito, detrás del que se
esconde con frecuencia, en tal o cual pueblo, [144] una de las fuentes de la acumulación
originaria. Así, por ejemplo, las infamias del sistema de rapiña seguido en Venecia
constituyen una de esas bases ocultas de la riqueza capitalista de Holanda, a quien la
Venecia decadente prestaba grandes sumas de dinero. Otro tanto acontece entre Holanda
e Inglaterra. Ya a comienzos del siglo XVIII, las manufacturas holandesas se habían
quedado muy atrás y Holanda había perdido la supremacía comercial e industrial. Por
eso, desde 1701 hasta 1776, uno de sus negocios principales consiste en prestar
capitales gigantescos, sobre todo a su poderoso competidor: a Inglaterra. Es lo mismo
que hoy ocurre entre Inglaterra y los Estados Unidos. Muchos de los capitales que hoy
comparecen en Norteamérica sin cédula de origen son sangre infantil recién capitalizada
en Inglaterra.
Como la deuda pública tiene que ser respaldada por los ingresos del Estado, que han de
cubrir los intereses y demás pagos anuales, el sistema de los empréstitos públicos tenía
que ser forzosamente el complemento del moderno sistema tributario. Los empréstitos
permiten a los gobiernos hacer frente a gastos extraordinarios sin que el contribuyente
se dé cuenta de momento, pero provocan, a la larga, un recargo en los tributos. A su vez,
el recargo de impuestos que trae consigo la acumulación de las deudas contraídas
sucesivamente obliga al Gobierno a emitir nuevos empréstitos, en cuanto se presentan
nuevos gastos extraordinarios. El sistema fiscal moderno, que gira todo él en torno a los
impuestos sobre los artículos de primera necesidad (y por tanto a su encarecimiento)
lleva en sí mismo, como se ve, el resorte propulsor de su progresión automática. El
excesivo gravamen impositivo no es un episedio pasajero, sino más bien un principio.
Por eso en Holanda, primer país en que se puso en práctica este sistema, el gran patriota
De Witt lo ensalza en sus "Máximas" [32] como el mejor sistema imaginable para hacer
al obrero sumiso, frugal, aplicado y... agobiado de trabajo. Pero, aquí no nos interesan
tanto los efectos aniquiladores de este sistema en cuanto a la situación de los obreros
asalariados como la expropiación violenta que supone para el campesino, el artesano, en
una palabra, para todos los sectores de la pequeña clase media. Acerca de esto no hay
discrepancia, ni siquiera entre los economistas burgueses. Y a reforzar la eficacia
expropiadora de este mecanismo, por si aún fuese poca, contribuye el sistema
proteccionista, que es una de las piezas que lo integran.
La parte tan considerable que toca a la deuda pública y al sistema fiscal correspondiente
en la capitalización de la riqueza y en la expropiación de las masas, ha hecho que
multitud de autores, como Cobbett, Doubleday y otros, busquen aquí, sin razón, la causa
principal de la miseria de los pueblos modernos.
[145]
El sistema proteccionista fue un medio artificial para fabricar fabricantes, expropiar a
los obreros independientes, capitalizar los medios de producción y de vida de la nación
y abreviar violentamente el tránsito del modo antiguo al modo moderno de producción.
Los Estados europeos se disputaron la patente de este invento y, una vez puestos al
servicio de los acumuladores de plusvalía, abrumaron a su propio pueblo y a los
extraños, para conseguir aquella finalidad, con la carga indirecta de los aranceles
protectores, con el fardo directo de las primas de exportación, etc. En los países
secundarios dependientes vecinos se exterminó violentamente toda la industria, como
hizo por ejemplo Inglaterra con las manufacturas laneras en Irlanda. En el continente
europeo, vino a simplificar notablemente este proceso el precedente de Colbert. Aquí,
una parte del capital originario de los industriales sale directamente del erario público.
«¿Para qué» —exclama Mirabeau— «ir a buscar tan lejos la causa del esplendor
manufacturero de Sajonia antes de la guerra de los Siete años? [33] ¡180 millones de
deuda pública!» [*].
El sistema colonial, la deuda pública, la montaña de impuestos, el proteccionismo, las
guerras comerciales, etc., todos estos vástagos del verdadero período manufacturero se
desarrollaron en proporciones gigantescas durante los años de infancia de la gran
industria... El nacimiento de esta industria es festejado con la gran cruzada heródica del
rapto de niños. Las fábricas reclutan su personal, como la Marina real, por medio de la
prensa. Sir F. M. Eden, al que tanto enorgullecen las atrocidades de la campaña librada
desde el último tercio del siglo XV hasta su época, fines del siglo XVIII, para expropiar
de sus tierras a la población del campo, que tanto se complace en ensalzar este proceso
histórico como un proceso «necesario» para abrir paso a la agricultura capitalista e
«instaurar la proporción justa entre la tierra de labor y la destinada al ganado», no
acredita la misma perspicacia económica cuando se trata de reconocer la necesidad del
robo de niños y de la esclavitud infantil para abrir paso a la transformación de la
manufactura en industria fabril e instaurar la proporción justa entre el capital y la fuerza
de trabajo.
«Merece tal vez la pena» —dice este autor— «que el público se pare a pensar si una
manufactura cualquiera que, para poder trabajar prósperamente, necesita
saquear cotteges y asilos buscando los niños pobres para luego, haciendo desfilar a un
tropel tras otro, martirizarlos y robarles el descanso durante la mayor parte de la noche;
una manufactura que, además, mezcla y revuelve a montones de personas de ambos
sexos, de diversas edades e inclinaciones, [146] en tal mezcolanza que el contagio del
ejemplo tiene forzosamente que conducir a la depravación y al libertinaje; si esta
manufactura, decimos, puede enriquecer en algo la suma del bienestar nacional e
individual» [*] «En Derbyshire, Nottinghamshire y sobre todo en Lancashire» —dice
Fielden— «la maquinaria recién inventada fue empleada en grandes fábricas,
construidas junto a ríos capaces de mover la rueda hidráulica. En estos centros, lejos de
las ciudades, se necesitaron de pronto miles de brazos. Lancashire, sobre todo, que hasta
entonces había sido relativamente poco poblado e improductivo, atrajo hacia sí una
enorme población. Se requisaban principalmente las manos de dedos finos y ligeros.
Inmediatamente se impuso la costumbre de traer aprendices (!) de los diferentes asilos
parroquiales de Londres, Birmingham y otros sitios. Así fueron expedidos al Norte
miles y miles de criaturitas impotentes, desde los siete hasta los trece o los catorce años.
Los patronos» (es decir, los ladrones de niños) «solían vestir y dar de comer a sus
víctimas, alojándolos en las «casas de aprendices» cerca de la fábrica. Se nombraban
vigilantes encargados de fiscalizar el trabajo de los muchachos. Estos capataces de
esclavos estaban interesados en que los aprendices se matasen trabajando, pues su
sueldo era proporcional a la cantidad de producto que a los niños se les arrancaba. El
efecto lógico de esto era una crueldad espantosa... En muchos distritos fabriles, sobre
todo en Lancashire, estas criaturas inocentes y desgraciadas, consignadas al fabricante,
eran sometidas a las más horribles torturas. Se las mataba trabajando.... se las azotaba,
se las cargaba de cadenas y se las atormentaba con los más escogidos refinamientos de
crueldad; en muchas fábricas, andaban muertos de hambre y se les hacía trabajar a
latigazos... En algunos casos, se les impulsaba hasta al suicidio... Aquellos hermosos y
románticos valles de Derbyshire, Nottinghamshire y Lancashire, ocultos a las miradas
de la publicidad, se convirtieron en páramos infernales de tortura, y no pocas veces de
matanza... Las ganancias de los fabricantes eran enormes. Pero, ello no hacía más que
afilar sus dientes de ogro. Se implantó la práctica del trabajo nocturno, es decir, que
después de tullir trabajando durante todo el día a un grupo de obreros, se aprovechaba la
noche para baldar a otro; el grupo de día caía rendido sobre las camas calientes todavía
de los cuerpos del grupo de noche, y viceversa. En Lancashire, hay un dicho popular,
según el cual las camas no se enfrían nunca» [*]*.
[147]
Con los progresos de la producción capitalista durante el período manufacturero, la
opinión pública de Europa perdió los últimos vestigios de pudor y de conciencia que
aún le quedaban. Los diversos países se jactaban cínicamente de todas las infamias que
podían servir de medios de acumulación de capital. Basta leer, por ejemplo, los
ingenuos Anales del Comercio, del filisteo A. Anderson [34]. En ellos se proclama a los
cuatro vientos, como un triunfo de la sabiduría política de Inglaterra, que, en la paz de
Utrecht, este país arrancó a los españoles, por el tratado de asiento [35], el privilegio de
poder explotar también entre Africa y la América española la trata de negros, que hasta
entonces sólo podía explotar entre Africa y las Indias Occidentales inglesas. Inglaterra
obtuvo el privilegio de suministrar a la América española, hasta 1743, 4.800 negros al
año. Este comercio servía, a la vez, de pabellón oficial para cubrir el contrabando
británico. Liverpool se engrandeció gracias al comercio de esclavos. Este comercio era
su método de acumulación originaria. Y hasta hoy, la «respetable sociedad» de
Liverpool sigue siendo el Píndaro de la trata de esclavos que —véase la citada obra del
Dr. Aikin, publicada en 1795—, «exalta hasta la pasión el espíritu comercial y
emprendedor, produce famosos navegantes y arroja enormes beneficios». En 1730,
Liverpool dedicaba 15 barcos al comercio de esclavos; en 1751 eran ya 53; en 1760, 74;
en 1770, 96, y en 1792, 132.
A la par que implantaba en Inglaterra la esclavitud infantil, la industria algodonera
servía de acicate para convertir la economía esclavista más o menos patriarcal de los
Estados Unidos en un sistema comercial de explotación. En general, la esclavitud
encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la
esclavitud sans phrase [sin reservas] en el Nuevo Mundo [*].
Tantae molis erat [36] el dar suelta a las «leyes naturales y eternas» del modo de
producción capitalista, el consumar el proceso de divorcio entre los obreros y las
condiciones de trabajo, el transformar, en uno de los polos, los medios sociales de
producción y de vida en capital, y en el polo contrario la masa del pueblo en obreros
[148] asalariados, en «pobres trabajadores» libres, este producto artificial de la historia
moderna [*]. Si el dinero, según Augier [*]*, «nace con manchas naturales de sangre en
un carrillo», el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros,
desde los pies hasta la cabeza [*]**.
7. TENDENCIA HISTORICA
DE LA ACUMULACION CAPITALISTA
¿A qué se reduce la acumulación originaria del capital, es decir, su génesis histórica? En
tanto que no es la transformación directa del esclavo y del siervo de la gleba en obrero
asalariado, [149] o sea, un simple cambio de forma, la acumulación originaria significa
solamente la expropiación del productor directo, o lo que es lo mismo, la destrucción de
la propiedad privada basada en el trabajo propio.
La propiedad privada, por oposición a la social, colectiva, sólo existe allí, donde los
medios de trabajo y las condiciones externas de éste pertenecen a particulares. Pero el
carácter de la propiedad privada es muy distinto, según que estos particulares sean los
trabajadores o los que no trabajan. Las infinitas modalidades que a primera vista
presenta la propiedad privada no hacen más que reflejar los estados intermedios situados
entre esos dos extremos.
La propiedad privada del trabajador sobre sus medios de producción es la base de la
pequeña producción y ésta es una condición necesaria para el desarrollo de la
producción social y de la libre individualidad del propio trabajador. Cierto es que este
modo de producción existe también bajo la esclavitud, bajo la servidumbre de la gleba y
en otras relaciones de dependencia. Pero sólo florece, sólo despliegla todas sus energías,
sólo conquista la forma clásica adecuada allí donde el trabajador es propietario privado
y libre de las condiciones de trabajo manejadas por él mismo, el campesino dueño de la
tierra que trabaja, el artesano dueño del instrumento que maneja como virtuoso.
Este modo de producción supone el fraccionamiento de la tierra y de los demás medios
de producción. Excluye la concentración de éstos y excluye también la cooperación, la
división del trabajo dentro de los mismos procesos de producción, el dominio y la
regulación social de la naturaleza, el libre desarrollo de las fuerzas productivas de la
sociedad. Sólo es compatible con unos límites estrechos y primitivos de la producción y
de la sociedad. Querer eternizarlo, equivaldría, como acertadamente dice Pecqueur, a
«decretar la mediocridad general» [37]. Pero, al llegar a un cierto grado de progreso, él
mismo crea los medios materiales para su destrucción. A partir de este momento, en el
seno de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se sienten aherrojadas por él.
Hácese necesario destruirlo, y es destruido. Su destrucción, la transformación de los
medios de producción individuales y desperdigados en medios socialmente
concentrados de producción, y por tanto de la propiedad minúscula de muchos en
propiedad gigantesca de unos pocos; la expropiación de la gran masa del pueblo,
privándola de la tierra y de los medios de vida e instrumentos de trabajo, esta horrible y
penosa expropiación de la masa del pueblo forma la prehistoria del capital. Abarca toda
una serie de métodos violentos, entre los cuales sólo hemos pasado revista aquí a los
que han hecho época como métodos de acumulación originaria [150] del capital. La
expropiación de los productores directos se lleva a cabo con el más despiadado
vandalismo y bajo el acicate de las pasiones más infames, ruines, mezquinas y odiosas.
La propiedad privada fruto del propio esfuerzo y basada, por decirlo así, en la
compenetración del obrero individual e independiente con sus condiciones de trabajo, es
desplazada por la propiedad privada capitalista, que se basa en la explotación de la
fuerza de trabajo ajena, aunque formalmente libre [*].
Una vez que este proceso de transformación ha corroído suficientemente, en
profundidad y extensión, la sociedad antigua, una vez que los productores se han
convertido en proletarios y sus condiciones de trabajo en capital, una vez que el modo
capitalista de producción se mueve ya por sus propios medios, el rumbo ulterior de la
socialización del trabajo y de la transformación de la tierra y demás medios de
producción en medios de producción explotados socialmente, es decir, sociales, y por
tanto, la marcha ulterior de la expropiación de los propietarios privados, cobra una
forma nueva. Ahora ya no es el trabajador que gobierna su economía el que debe ser
expropiado, sino el capitalista que explota a numerosos obreros.
Esta expropiación se lleva a cabo por el juego de leyes inmanentes de la propia
producción capitalista, por la centralización de los capitales. Un capitalista devora a
muchos otros. Paralelamente a esta centralización o expropiación de una multitud de
capitalistas por unos pocos, se desarrolla cada vez en mayor escala la forma cooperativa
del proceso del trabajo, se desarrolla la aplicación tecnológica consciente de la ciencia,
la metódica explotación de la tierra, la transformación de los medios de trabajo en
medios de trabajo que sólo pueden ser utilizados en común, y la economía de todos los
medios de producción, por ser utilizados como medios de producción del trabajo
combinado, del trabajo social, el enlazamiento de todos los pueblos por la red del
mercado mundial y, como consecuencia de esto, el carácter internacional del régimen
capitalista. A la par con la disminución constante del número de magnates del capital,
que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de transformación,
aumenta la masa de la miseria, de la opresión, de la esclavitud, de la degradación y de la
explotación; pero aumenta también la indignación de la clase obrera, que
constantemente crece en número, se instruye, unifica y organiza por el propio
mecanismo del proceso capitalista de producción. El monopolio del capital se convierte
en traba del [151] modo de producción que ha florecido junto con él y bajo su amparo.
La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a tal
punto que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista. Esta se rompe. Le llega
la hora a la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.
El modo capitalista de apropiación que brota del modo capitalista de producción, y, por
tanto, la propiedad privada capitalista, es la primera negación de la propiedad privada
individual basada en el trabajo propio. Pero la producción capitalista engendra, con la
fuerza inexorable de un proceso de la naturaleza, su propia negación. Es la negación de
la negación. Esta no restaura la propiedad privada, sino la propiedad individual, basada
en los progresos de la era capitalista: en la cooperación y en la posesión colectiva de la
tierra y de los medios de producción creados por el propio trabajo.
La transformación de la propiedad privada dispersa, basada en el trabajo personal del
individuo, en propiedad privada capitalista es, naturalmente, un proceso machísimo más
lento, más difícil y más penoso de lo que será la transformación de la propiedad privada
capitalista, que de hecho se basa ya en un proceso social de producción, en propiedad
social. Allí, se trataba de la expropiación de la masa del pueblo por unos cuantos
usurpadores; aquí, de la expropiación de unos cuantos usurpadores por la masa del
pueblo [*].
Publicado por vez primera en el Se publica de acuerdo con el texto
libro: K. Marx. "Das Kapital. de la 4ª edición alemana de 1890.
Kritik der politischen Oekonomie".
Erster Band, Hamburg, 1867. Traducido del alemán.
NOTAS
[*]
En Italia, donde primero so desarrolla la producción capitalista, es también donde antes
se descomponen las relaciones de servidumbre. El siervo italiano se emancipa antes de
haber podido adquirir por prescripción ningún derecho sobre el suelo. Por eso, su
emancipación le convierte directamente en proletario libre y desheredado, que además
se encuentra ya con el nuevo señor hecho y derecho en la mayoría de las ciudades,
procedentes del tiempo de los romanos. Al producirse, desde fines del siglo XV (nota
61), la revolución del mercado mundial que arranca la supremacía comercial al Norte de
Italia, se produjo un movimiento en sentido inverso. Los obreros de las ciudades se
vieron empujados en masa hacia el campo, donde imprimieron a la pequeña agricultura
allí dominante, explotada según los métodos de la horticultura, un impulso jamás
conocido.
[1] 61. Aquí se entiende por revolución en el mercado mundial la brusca decadencia
desde fines del siglo XV del papel comercial de Génova, Venecia y otras ciudades del
Norte de Italia debida a los grandes descubrimientos geográficos de la época: el
descubrimiento de Cuba, Haití, las islas Bahamas, el continente norteamericano, la vía
marítima de la India pasando por el extremo meridional de Africa y, finalmente, el
continente sudamericano.- 104
[**] «Los pequeños propietarios que trabajaban la tierra de su propiedad con su propio
esfuerzo y que gozaban de un humilde bienestar... formaban por aquel entonces una
parte mucho más importante de la nación que hoy... Nada menos que 160.000
propietarios, cifra que, con sus familias, debía constituir más de 1/7 de la población
total, vivían del cultivo de sus pequeñas parcelas freehold» (freehold quiere decir
propiedad plenamente libre). «La renta media de estos pequeños propietarios... se
calcula en unas 60 ó 70 libras esterlinas. Se calculaba que el número de personas que
trabajaban tierras de su propiedad era mayor que el de los que llevaban en arriendo
tierras de otros». [Macaulay. "History of England" («Historia de Inglaterra»), 10th ed.
London, 1854, v. I, pp. 333, 334]. Todavía en el último tercio del siglo XVII vivían de
la agricultura los 4/5 de la masa del pueblo inglés (ob. cit., p. 413). Cito a Macaulay
porque, como falsificador sistemático de la historia que es, procura «castrar» en lo
posible esta clase de hechos.
[*] No debe olvidarse jamás que el mismo siervo no sólo era propietario, aunque sujeto
a tributo, de la parcela de tierra asignada a su casa, sino además copropietario de los
terrenos comunales. «Allí» (en Silesia), «el campesino vive sujeto a servidumbre». No
obstante, estos siervos poseen tierras comunes. «Hasta hoy, no ha sido posible
convencer a los silesianos de la conveniencia de dividir los terrenos comunales; en
cambio, en las Nuevas Marcas no hay apenas un solo pueblo en que no se haya
efectuado con el mayor de los éxitos esta división» [Mirabeau. "De la Monarchie
Prussienne" («De la monarquía prusiana»), Londres, 1788, t. II, pp. 125 y 126].
[**] El Japón, con su organización puramente feudal de la propiedad inmueble y su
régimen desarrollado de pequeña agricultura, nos brinda una imagen mucho más fiel de
la Edad Media europea que todos nuestros libros de historia, dictados en su mayoría por
prejuicios burgueses. Es demasiado cómodo ser «liberal» a costa de la Edad Media.
[2] 62. Trátase de la conquista de Inglaterra por el duque de Normandia, Guillermo el
Conquistador, en 1066, lo cual contribuyó a la afirmación del feudalismo en Inglaterra.-
105
[3] 63. J. Steuart. "An Inquiry into the Principles of Political Oeconomy"
(«Investigación de los principios de la Economía política»), Vol. I, Dublin, 1770, p. 52.-
106
[*] Literalmente significa: la Tule extrema; frase, empleada en el sentido de «último
extremo». (Tule es un país insular situado, según opinión de los antiguos, en el extremo
septentrional de Europa.) (N. de la Edit.)
[**] Pequeños campesinos libres en la Inglaterra feudal. (N. de la Edit.)
[*] Tomás Moro habla en su "Utopía", de un país singular en que «las ovejas devoran a
los hombres». "Utopía", trad. de Robinson ed. Arber, London, 1869, p. 41
[**] Bacon explica la relación que existe entre una clase campesina libre y acomodada y
una buena infantería. «Para mantener el poder y las costumbres del Reino era de una
importancia asombrosa que los arriendos guardasen las proporciones debidas para poner
a los hombres sanos y capaces a salvo de la miseria y fijar una gran parte de las tierras
del Reino en posesión de la yeomanry, es decir, de gentes de posición intermedia entre
la de los nobles y los caseros (cottagers) y mozos de labranza... Pues los más
competentes en materia guerrera opinan unánimemente... que la fuerza primordial de un
ejército reside en la infantería o pueblo de a pie. Y para disponer de una buena
infantería, hay que contar con gente que no se haya criado en la servidumbre ni en la
miseria, sino en la libertad y con cierta holgura. Por eso, cuando en un Estado tienen
importancia primordial la aristocracia y los señores distinguidos, siendo los campesinos
y labradores simples gentes de trabajo o mozos de labranza, incluso caseros, es decir,
mendigos alojados, ese Estado podrá tener una buena caballería, pero jamás tendrá una
infantería resistente... Así lo vemos en Francia y en Italia y en algunas otras comarcas
extranjeras, donde en realidad no hay más que nobles y campesinos míseros... hasta tal
punto, que se ven obligados a emplear como batallones de infantería bandas de suizos a
sueldo y otros elementos por el estilo, y así se explica que estas naciones tengan mucho
pueblo y pocos soldados». ["The Reign of Henry VII, etc. Verbatim Reprint from
Kennet's England" («El reinado de Enrique VII, etc. Reproducido literalmente de
Inglaterra de Kennet»), ed. 1719, London, 1870, p. 308].
[*] Dr. Hunter, "Public Health, Seventh Report", 1864, («La salud pública. Informe 7,
1864»). London, p. 134. «La cantidad de tierra que se asignaba» (en las antiguas leyes)
«se consideraría hoy excesiva para los obreros y más bien apropiada para convertirlos
en pequeños colonos (farmers)» [George Roberts. "The Social History of the People of
the Southern Counties of England in Past Centuries" («Historia social de la población de
los condados meridionales de Inglaterra en los siglos pasados»), London, 1856, pp. 184,
185].
[4] 64. La Reforma, amplio movimiento social contra la Iglesia católica, se extendió en
el siglo XVI a Alemania, Suiza, Inglaterra, Francia, etc. La consecuencia religiosa de la
Reforma en los países en que ésta triunfó consistió en la formación de varias iglesias
llamadas protestantes (en Inglaterra, Escocia, los Países Bajos, una parte de Alemania y
los países escandinavos).- 109
[**] «El derecho de los pobres a participar de los diezmos eclesiásticos se halla
reconocido en la letra de todas las leyes» [Tuckett. "A History of the Past and Present
State of Labouring Population" («Historia de la situación de la población trabajadora en
el pasado y en el presente»), v. II, pp. 804, 805].
[5] 65. «Pauper ubique jacet» (los pobres son desheredados en todas partes), palabras
de "Los Fastos" de Ovidio, libro primero, verso 218.- 109
[***] William Cobbett. "A History of the Protestant Reformation" («Historia de la
Reforma protestante»), §. 471.
[*] El «espíritu» protestante se revela, entre otras cosas, en lo siguiente. En el Sur de
Inglaterra se juntaron a cuchichear diversos terratenientes y colonos ricos y decidieron
presentar a la reina diez preguntas acerca de la exacta interpretación de la ley de los
pobres, preguntas que hicieron dictaminar por un jurista famoso de la época, Sergeant
Snigge (nombrado más tarde juez, bajo Jacobo I). «Pregunta novena: Algunos colonos
ricos de la parroquia han cavilado un ingenioso plan cuya ejecución podría evitar todas
las complicaciones a que pueda dar lugar la aplicación de la ley. Se trata de construir en
la parroquia una cárcel, negando el derecho al socorro a todos los pobres que no
accedan a recluirse en ella. Al mismo tiempo, se notificará a los vecinos que si quieren
alquilar pobres de esta parroquia envíen en un determinado día su oferta, bajo sobre
cerrado, indicando el precio último a que los tomarían. Los autores de este plan dan por
supuesto que en los condados vecinos hay personas que no quieren trabajar y que no
disponen de fortuna ni de crédito para arrendar una finca o comprar un barco, para
poder, por tanto, vivir sin trabajar («so as to live without labour»). Estas personas
podrían sentirse tentadas a hacer a la parroquia ofertas ventajosísimas. Si alguno que
otro pobre se enfermase o muriese bajo la tutela de quien le contratase, la culpa sería de
éste, pues la parroquia habría cumplido ya con su deber para con el pobre en cuestión.
Tememos, sin embargo, que la vigente ley no permita ninguna medida de precaución
(prudential measure) de esta clase; pero hacemos constar que los
demás freeholders (campesinos libres) de este condado y de los inmediatos se unirán a
nosotros para impulsar a sus diputados en la Cámara de los Comunes a que propongan
una ley que autorice la reclusión y los trabajos forzados de los pobres, de modo que
nadie que se niegue a ser recluido tenga derecho a solicitar socorro. Confiamos en que
esto hará que las personas que se encuentren en mala situación se abstenga de reclamar
ayuda» («will prevent persons in distress from wanting relief») [R. Blakey. "The
History of Political Literature from the Earliest Times" («Historia de la literatura
política desde los tiempos más antiguos»), London, 1855, v. II, pp. 84 and 85]. En
Escocia, la servidumbre fue abolida varios siglos más tarde que en Inglaterra. Todavía
en 1698, declaraba en el parlamento escocés Fletcher, de Saltoun: «Se calcula que el
número de mendigos que circulan por Escocia no baja de 200.000. El único remedio que
yo, republicano por principio, puedo proponer es restaurar el antiguo régimen de la
servidumbre de la gleba y convertir en esclavos a cuantos sean incapaces de ganarse el
pan». Así lo refiere también Eden, en "The State of the Poor" («La situación de los
pobres»), v. I, ch. I, pp. 60, 61. «La libertad de los campesinos engendra el pauperismo.
Las manufacturas y el comercio son los verdaderos progenitores de los pobres de
nuestra nación». Eden, como aquel escocés «republicano por principio», sólo se olvida
de una cosa: de que no es precisamente la abolición de la servidumbre de la gleba, sino
la abolición de la propiedad del campesino sobre la tierra que trabaja la que le convierte
en proletario o depauperado. A las leyes de los pobres de Inglaterra corresponde en
Francia, donde la expropiación se llevó a cabo de otro modo, la Ordenanza de Moulins
(1566) y el Edicto de 1656.
[*] El señor Rogers, aunque profesor, por aquel entonces, de Economía política en la
Universidad de Oxford, la cuna de la ortodoxia protestante, subraya en su prólogo a la
"History of Agriculture" («Historia de la agricultura») la pauperización de la masa del
pueblo originada por la Reforma.
[**] "A letter to Sir T. C. Bunbury, Brt.: On the High Price of Provisions". By a Suffolk
Gentleman («Una carta a Sir T. C. Bunbury. Acerca de los altos precios de los
víveres»), Ipswich, 1795, p. 4. Hasta el más fanático defensor del régimen de
arrendamientos, el autor de la "Inquiry into the Connection between the Present Price of
Provisions and the Size of Farms etc." («Investigación de la conexión entre el presente
precio de los víveres y las dimensiones de las granjas»), London, 1773, p. 139. dice:
«Lo que más vivamente lamento es la desaparición de nuestra yeomanry, aquella
pléyade de hombres que eran los que en realidad mantenían en alto la independencia de
esta nación, y deploro que sus tierras están ahora en manos de lores monopolizadores,
arrendadas a pequeños colonos, en condiciones tales que viven poco mejor que vasallos,
teniendo que someterse a una intimación en todas las coyunturas críticas».
[6] 66. La restauración de los Estuardos es el período del segundo reinado de la dinastía
de los Estuardos en Inglaterra (1660-1689), derrocados por la revolución burguesa
inglesa del siglo XVII.- 111
[7] 67. Por lo visto, se trata del decreto sobre los campesinos fugitivos promulgado en
1597, durante el reinado de Fiódor Ivánovich, cuando el auténtico gobernante de Rusia
era Borís Godunov. De acuerdo con ese decreto, los campesinos que habían huido del
yugo insoportable de los terratenientes se perseguían durante cinco años para ser
devueltos por la fuerza a sus amos.- 111
[8] 68. Se dio el nombre de «Revolución gloriosa» en la historiografía burguesa inglesa
al golpe de Estado de 1688, con el que se derrocó la dinastía de los Estuardos y se
instauró (1689) la monarquía constitucional de Guillermo de Orange, régimen de
compromiso entre la aristocracia propietaria de tierras y la gran burguesía.- 111
[***] De la moral privada de este héroe burgués da fe, entre otras cosas, lo siguiente:
«Las grandes asignaciones de tierras hechas en Irlanda a favor de Lady Orkney en 1695
son una prueba pública de la afección del rey y de la influencia de la lady... Los
preciosos servicios de Lady Orkney han consistido, al parecer, en... foeda labiorum
ministeria [sucios servicios del amor]». [Tomado de la "Sloane Manuscript Collection",
que se conserva en el Museo Británico, núm. 4.224. El manuscrito lleva por título: "The
Character and Behaviour of King William, Sunderland etc. as represented in Original
Letters to the Duke of Shrewsbury from Somers, Halifax, Oxford, Secretary Vernon
etc". («El carácter y la conducta del rey Guillermo, Sunderland, etc. representado en las
cartas originales enviadas al duque de Shrewsbury por Somers, Halifax, Oxford,
secretario Vernon, etc.»). Es un manuscrito en el que abundan datos curiosos.]
[*] «La enajenación ilegal de los bienes de la corona, vendiéndolos o regalándolos,
forma un capítulo escandaloso en la historia de Inglaterra... una estafa gigantesca contra
la nación (gigantic fraud on the nation)» (F. W. Newman. "Lectures on Political
Economy". London, 1851, pp. 129, 130). [El que quiera saber cómo hicieron su fortuna
los terratenientes ingleses de hoy día, podrá informarse detalladamente consultando
Evans. N. H. "Our old Nobility. By Noblesse Oblige" («Nuestra vieja nobleza, pero la
nobleza obliga»), London, 1879.- F. E.]
[**] Léase, por ejemplo, el panfleto de E. Burke, sobre la casa ducal de Bedford, cuvo
vástago es Lord John Russel, «the tomtit of liberalism» («el chochín del liberalismo»).
[*] «Los arrendatarios prohíben a los cottagers (caseros) mantener a ninguna otra
criatura viviente, so pretexto de que, si criasen ganado o aves, robarían alimento del
granero para cebarlas. Además, dicen: mantened a los cottagers en la pobreza, y serán
más trabajadores. Pero la verdadera realidad es que de este modo los
arrendatarios usurpan el derecho íntegro sobre los terrenos comunales» ["A Political
Inquiry into to the Consequences of Enclosing Waste Lands" («Investigación política
sobre las consecuencias del cercado de los baldíos»), London, 1785, p. 75].
[**] Eden. "The State of the Poor, Preface" («La situación de los pobres») (p. XVII,
XIX).
[***] Capital-farms ["«Two Letters on the Flour Trade and the Dearness of Corn». By a
Person in Business". («Dos cartas sobre el comercio en harina y los altos precios de los
cereales». Por un hombre de negocios), London, 1767, pp. 19, 20].
[****] Merchant-farms ["An Enquiry into the Causes of the Present High Price of
Provisions" («Investigación sobre las causas de los presentes altos precios de los
víveres»), London, 1767, p. 111, note]. Esta obra excelente, publicada como anónima,
tenía por autor al Rev. Nathaniel Forster.
[*] Thomas Wright. "A short address to the Public on the Monopoly of large farms".
(«Breve alocución al público sobre el monopolio de las grandes granjas»), 1779, pp. 2,
3.
[**] Rev. Addington. "Inquiry into the Reasons for and against Inclosing Open Fields
(«Investigación de las razones en pro y en contra del cercado de terrenos»), London,
1779 pp. 37-43 pass.
[***] Dr. R. Price. "Observations on Reversionary Payments" («Observaciones sobre
los pagos reversibles»), 6 ed. By W. Morgan, London, 1803, v. II, p. 155. Léase a
Forster, Addington, Kent, Price y James Anderson y compárese luego con la pobre
charlatanería de sicofante de Mac Culloch, en su catálogo titulado "The Literature of
Political Economy" («La literatura sobre Economía política»), London, 1845.
[*] Dr. R. Price. "Observations," etc., v. II, p. 147.
[**] Dr. R. Price. "Observations", etc., p. 159. Esto hace recordar lo ocurrido en la
antigua Roma: «Los ricos se habían adueñado de la mayor parte de los terrenos
comunes. Confiándose a las circunstancias, en la seguridad de que estas tierras no
habían ya de arrebatarles, compraron a los pobres las parcelas situadas en las
inmediaciones de sus propiedades, unas veces contando con su voluntad y otras veces
arrebatándoselas por la fuerza, de modo que pasaron a cultivar extensísimas fincas y no
campos divididos. Para labrarlos y desarrollar en ellos la ganadería, tenían que acudir a
los servicios de los esclavos, pues los hombres libres eran arrebatados del trabajo para
dedicarlos a la guerra. Además, la posesión de esclavos les producía grandes ganancias,
pues éstos, libres del servicio militar, podían procrear y multiplicarse a sus anchas. De
este modo, los poderosos fueron apoderándose de toda la riqueza y todo el país era un
hervidero de esclavos. En cambio los itálicos diezmados por la pobreza, los tributos y el
servicio militar eran cada vez menos. Además, en las épocas de paz, se veían
condenados a una total pasividad, pues, las tierras estaban en manos de los ricos y éstos
empleaban en la agricultura a esclavos y no a hombres libres» (Apiano. "Las guerras
civiles en Roma", 1, 7). Este pasaje se refiere a la época anterior a la Ley Licinia (nota
69). El servicio militar que tanto aceleró la ruina de la plebe romana, fue también el
medio principal de que se valió Carlomagno para fomentar, como plantas en estufa, la
transformación de los campesinos alemanes libres en siervos y vasallos.
[9] 69. Alusión a la ley agraria de los tribunos de la plebe de Roma Licinio y Sextio
adoptada en el año 367 a. de n. e., que prohibía a los ciudadanos romanos poseer más de
500 yugadas (alrededor de 125 hectáreas) de tierra pertenecientes al Estado.- 115
[*] [J. Arbuthnot.] "An Inquiry into the Connection between the Present Price of
Provisions etc." («Investigación de la conexión entre el presente precio de los víveres y
las dimensiones de las granjas»), pp. 124, 129. En términos parecidos, aunque con
tendencia opuesta dice otro autor: «Los obreros son arrojados de sus cottages y se ven
obligados a buscar trabajo en la ciudad, pero, gracias a esto, se obtiene un remanente
mayor y se incrementa el capital» [(R. B. Seeley.) "The Perils of the Nation" («Los
peligros de la nación»), 2 ed. London. 1843, p. XIV].
[*] «A king of England might as well claim to drive all his subjects into the sea». [F. W.
Newman. "Lectures on Political Economy" («Conferencias sobre Economía política»),
London, 1851, p. 132].
[**] Steuart dice: «La renta de estas comarcas» (aplica equivocadamente la categoría
económica de «renta» al tributo abonado por los taksmen (nota 70) al jefe del clan) «es
insignificante, comparada con su extensión, pero, respecto al número de personas que
sostiene una hacienda, puede tal vez asegurarse que un pedazo de tierra en la montaña
de Escocia mantiene a diez veces más personas que un terreno del mismo valor en las
provincias más ricas». (James Steuart. "An Inquiry into the Principles of Political
Oeconomy" («Investigación de los principios de Economía política»), London, 1767, v.
I, ch. XVI, p. 104].
[10] 71. Bajo el régimen de los clanes de Escocia se denominaban taskmen los decanos
subordinados directamente al jefe del clan, al laird («gran hombre»). El laird dejaba al
cuidado de los taskmen el tak («la tierra»), que era propiedad de todo el clan, y como
reconocimiento del poder del laird se le pagaba a éste cierto tributo. Los taksmen, a su
vez, distribuían las tierras entre sus vasallos. Con la desintegración del sistema de los
clanes, el laird se convierte en landlord (terrateniente), y lostaksmen se transforman, en
realidad, en farmers capitalistas. Al mismo tiempo, el anterior tributo cede lugar a la
renta del suelo.- 117
[***] James Anderson. "Observations on the means of exciting a spirit of National
Industry etc." («Observaciones acerca de los medios de fomentar el espíritu de industria
nacional»), Edinburgh, 1777.
[11] 70. Trátase de la insurrección de los partidarios de los Estuardos en 1745-1746, que
exigían el trono británico para Carlos Eduardo, el llamado «joven pretendiente». La
insurrección reflejaba, a la vez, la protesta de las masas populares de Escocia y de
Inglaterra contra la explotación terrateniente y la expulsión masiva de los campesinos de
sus tierras. Después del aplastamiento de la insurrección por las tropas regulares de
Inglaterra, comenzó a desintegrarse intensamente el sistema de clanes en la parte
montañosa de Escocia, y la expulsión de los campesinos de sus tierras adquirió un
carácter todavía más enérgico.- 118
[12] 72. Los gaeles constituyen la población aborigen de las comarcas montañosas del
Norte y del Oeste de Escocia, son descendientes de los antiguos celtas.- 118
[****] En 1860, se exportó al Canadá, con falsas promesas, a los campesinos
violentamente expropiados de sus tierras. Algunos huyeron a la montaña y a las islas
más próximas. Perseguidos por la policía, le hicieron frente y lograron escapar.
[*****] «En la montaña» —dice en 1814 Buchanan, el comentador de A. Smith—, «se
echa por tierra diariamente el antiguo régimen de propiedad... El terrateniente, sin
preocuparse para nada de los que llevan la tierra en arriendo hereditaria» (otro categoría
mal aplicada), «la ofrece al mejor postor y si éste quiere mejorarla ( improve), introduce
inmediatamente un nuevo sistema de cultivo. La tierra, antes sembrada de pequeños
labradores, estaba poblada en proporción a lo que producía; bajo el nuevo sistema de
cultivos mejorados y mayores rentas, se procura obtener la mayor cantidad posible de
fruto con el menor coste, para lo cual se eliminan los brazos inútiles... Los expulsados
del campo natal buscan su sustento en las ciudades fabriles etc.» (David Buchanan.
"Observations on etc. A. Smith's Wealth of Nations" («Observaciones sobre Riqueza de
las Naciones de A. Smith»), Edinburgh, 1814, v. IV, p. 144]. «Los aristócratas
escoceses han expropiado a multitud de familias, como se arrancan las malas hierbas,
han tratado a aldeas enteras y a su población como los indios tratan, en su venganza, a
las guaridas de las bestias salvajes. Se vende a un hombre por una piel de oveja, por una
pierna de cordero o por menos aún... Cuando la invasión de las provincias del Norte de
China, se propuso en el Consejo de los Mongoles exterminar a los habitantes y convertir
sus tierras en pastos. Estas orientaciones son las que hoy siguen en su propio país y
contra sus propios paisanos, muchos terratenientes de alta Escocia» (George Ensor. "An
Inquiry conserning the Population of Nations" («Investigación acerca de la población de
las naciones»), London, 1818, pp. 215, 216].
[*] Cuando la actual duquesa de Sutherland recibió en Londres, con gran pompa, a Mrs.
Beecher-Stowe, la autora de "Uncle Tom's Cabin" («La cabaña del tío Tom»), para
hacer gala de sus simpatías hacia los esclavos negros de la República Norteamericana,
cosa que, al igual que sus hermanas de aristocracia, se abstuvo prudentemente de hacer
durante la guerra civil (nota 4) en que todos los corazones ingleses «nobles» latían por
los esclavistas, expuse yo en la "New-York Tribune" la situación de los esclavos de
Sutherland (nota 73) (algunos pasajes de este artículo fueron recogidos por Carey, en su
obra "The Slave Trade" («El comercio de esclavos»), Philadelphia, 1853, pp. 202, 203).
Mi artículo fue reproducido por un periódico escocés, y provocó una enérgica polémica
entre este periódico y los sicofantes de los Sutherland.
[13] 4. La guerra civil de Norteamérica (1861-1865) se libró entre los Estados
industriales del Norte y los sublevados Estados esclavistas del Sur. La clase obrera se
Inglaterra se opuso a la política de la burguesía nacional, que apoyaba a los plantadores
esclavistas, e impidió con su acción la intervención de Inglaterra en esa contienda.- 6,
19, 38, 89, 119, 164
[14] 73. Marx se refiere al artículo: "Las elecciones. Complicaciones financieras. La
duquesa de Sutherland y la esclavitud", publicado en el periódico "New York Daily
Tribune" del 9 de febrero de 1853.
El "New York Daily Tribune" («Tribuna Diaria de Nueva York») era un periódico
burgués norteamericano progresista que se publicó de 1841 a 1924. De agosto de 1851 a
marzo de 1862 colaboraron en el diario Marx y Engels.- 119[*]
Datos interesantes sobre este asunto del pescado se encuentran en David Urquhart.
Véase "Portfolio, New Series" («Carpeta, nueva serie»). Nassau W. Senior, en su obra
póstuma citada más arriba, llama al «procedimiento seguido en Sutherlandshire una de
las «limpias» (clearings) más beneficiosas de que guarda recuerdo el hombre»
["Journals, Conversations and Essays relating to Ireland" («Revistas, conversaciones y
ensayos acerca de Irlanda»), London, 1868].
[**] Los deer forests [cotos de caza, literalmente, «bosques de ciervos»] de Escocia no
tienen ni un solo árbol. Se retiran las ovejas, se da suelta a los ciervos por las montañas
peladas, y a este coto se le da el nombre de deer forest. De modo que aquí ¡ni siquiera
se plantan árboles!
[***] Robert Somers. "Letters from the Highlands; or, the Famine of 1817" («Cartas de
alta Escocia; o el hambre de 1847»), London, 1848, pp. 12-28 passim. Estas cartas se
publicaron primeramente en el "Times". Los economistas ingleses, naturalmente,
explican la epidemia de hambre desatada entre los gaeles en 1847 por su...
superpoblación. Desde luego, no puede negarse que los hombres «pesaban» sobre sus
víveres. El Clearing of Estates o «asentamientos de campesinos», como lo llaman en
Alemania, se hizo sentir de un modo especial, en este país, después de la guerra de los
Treinta años (nota 74), y todavía en 1790 provocó en el electorado de Sajonia
insurrecciones campesinas. Este método imperaba principalmente en el Este de
Alemania. En la mayoría de las provincias de Prusia, fue Federico II el primero que
garantizó a los campesinos el derecho de propiedad. Después de la conquista de Silesia,
obligó a los terratenientes a restaurar las chozas, los graneros, etc., y a dotar a las
posesiones campesinas de ganado y aperos de labranza. Neresitaba soldados para su
ejército y contribuyentes para su erario. Por lo demás, si queremos saber cuán agradable
era la vida que llevaba el campesino bajo el caos financiero de Federico II y su
mezcolanza gubernativa de despotismo, burocracia y feudalismo, no tenemos más que
fijarnos en el pasaje siguiente de su admirador Mirabeau: «El lino representa, pues, una
de las mayores riquezas del campesino del Norte de Alemania. Sin embargo, para
desdicha del género humano, en vez de ser un camino de bienestar, no es más que un
alivio contra la miseria. Los impuestos directos, las prestaciones personales y toda clase
de contribuciones arruinan al campesino alemán, que, por si esto fuera poco, tiene que
pagar además impuestos indirectos por todo lo que compra... Y, para que su ruina sea
completa, no puede vender sus productos donde y como quiera, ni es libre tampoco para
comprar donde le vendan más barato. Todas estas causas contribuyen a arruinarle
insensiblemente, y a no ser por los hilados no podría pagar los impuestos directos a su
vencimiento; los hilados le brindan una fuente auxiliar de ingresos, permitiéndole
emplear útilmente a su mujer y a sus hijos, a sus criadas y criados y a él mismo. Pero, a
pesar de esta fuente auxiliar de ingresos, ¡qué penosa vida la suya! Durante el verano
trabaja como un forzado, labrando la tierra y recogiendo la cosecha; se acuesta a las
nueve y se levanta a las dos, para poder dar cima a su trabajo; en invierno parece que
debiera reponer sus fuerzas con un descanso mayor, pero si vende la cosecha para pagar
los impuestos, le faltará el pan y la simiente. Para tapar este agujero no tiene más que un
camino: hilar... e hilar sin sosiego ni descanso. He aquí, cómo en invierno el campesino
tiene que acostarse a las doce o la una y levantarse a las cinco o las seis, o acostarse a
las nueve para levantarse a las dos, y así toda su vida, fuera de los domingos... Este
exceso de vela y trabajo agota al campesino, y así se explica que en el campo hombres y
mujeres envejezcan mucho antes que en la ciudad» [Mirabeau. "De la Monarchie
Prusienne" («De la monarquía prusiana»), t. III, p. 212 ss.]
Adición a la 2ª ed. En Abril de 1866, a los dieciocho años de publicarse la obra antes
citada de Robert Somers, el profesor Leone Levi dio en la Society of Arts (nota 30) una
conferencia sobre la transformación de los terrenos de pastos en cotos de caza, en la que
describe los progresos de la devastación en las montañas de Escocia. En esta
conferencia se dice, entre otras cosas: «La despoblación y la transformación de las
tierras de labor en simples terrenos de pastos brindaban el más cómodo de los medios
para percibir ingresos sin hacer desembolsos... Convertir los terrenos de pastos en deer
forests, se hizo práctica habitual en la montaña. Las ovejas tienen que ceder el puesto a
los animales de caza, como antes los hombres habían tenido que dejar el sitio a las
ovejas... Se puede ir andando desde las posesiones del conde Dalhousie, en Forfarshire,
hasta John o'Groats sin dejar de pisar en monte. En muchos» (de estos montes) «se han
aclimatado el zorro, el gato salvaje, la marta, la garduña, la comadreja y la liebre de los
Alpes, en cambio, el conejo, la ardilla y la rata han penetrado en ellos hace muy poco.
Extensiones inmensas de tierra, que en la estadística de Escocia figuran como pastos de
excepcional fertilidad y amplitud, vegetan hoy privados de todo cultivo y de toda
mejora, dedicados pura y exclusivamente a satisfacer el capricho de la caza de unas
cuantas personas durante unos pocos días en todo el año».
El "Economist" (nota 75) londinense del 2 de junio de 1866 dice: «Un periódico escocés
publicaba la semana pasada, entre otras novedades, la siguiente: «Uno de los mejores
pastos de Sutherlandshire, por el que hace poco, al caducar el contrato de arriendo
vigente, se ofrecieron 1.200 libras esterlinas de renta anual, ¡va a transformarse en deer
forest!» Vuelven a manifestarse los institutos feudales... como en aquellos tiempos en
que los conquistadores normandos... arrasaron 36 aldeas para levantar sobre sus ruinas
el New Forest [«Nuevo bosque»]... Dos millones de acres, entre los cuales se contaban
algunas de las comarcas más feraces de Escocia, han sido íntegramente devastadas. La
hierba natural de Glen Tilt tenía fama de ser una de las más nutritivas del condado de
Perth; el deer forest de Ben Aulder había sido el mejor terreno de pastos del vasto
distrito de Badenoch; una parte del Black Mount forest (Bosque de la Montaña Negra]
era el pasto más excelente de Escocia para ovejas de hocico negro. Nos formaremos una
idea de las proporciones que han tomado los terrenos devastados para entregarlos al
capricho de la caza, señalando que estos terrenos ocupan una extensión mayor que todo
el condado de Perth. Para calcular la pérdida de fuentes de producción que esta
devastación brutal supone para el país, diremos que el suelo ocupado hoy por el forest
de Ben Aulder podría alimentar a 15.000 ovejas, y que este terreno sólo representa 1/30
de toda la extensión cubierta en Escocia por los cotos de caza. Todos estos vedados de
caza son absolutamente improductivos... lo mismo hubiera dado hundirlos en las
profundidades del Mar del Norte. La fuerte mano de la ley debiera dar al traste con estos
páramos o desiertos improvisados».[15]
74. La "guerra de los Treinta años" (1618-1648) fue una contienda europea provocada
por la lucha entre protestantes y católicos. Alemania fue el teatro principal de las
operaciones. Saqueada y devastada, fue también objeto de pretensiones anexionistas de
los participantes de la guerra.- 120, 319
[16] 30. La "Sociedad de las Artes" («Society of Arts»), sociedad filantrópica
ilustrativa burguesa, fue fundada en 1754, en Londres. El mencionado informe fue leído
por John Chalmers Morton, hijo de John Morton.- 37, 121
[17] 75. "The Economist" («El Economista»), revista semanal inglesa sobre problemas
de economía y política, órgano de la gran burguesía industrial, se publica en Londres
desde 1843.- 121
[*] El autor del "Essay on Trade etc." («Ensayo sobre el comercio, etc.»), (1770),
escribe: «Bajo el reinado de Eduardo VI, los ingleses parecen haberse preocupado
seriamente de fomentar las manufacturas y dar trabajo a los pobres. Así lo indica un
notable estatuto, en el que se ordena que todos los vagabundos sean marcados con
hierro candente», etc. (o.c., p. 5).
[*] Dice Tomás Moro, en su "Utopía": «Y así ocurre que un glotón, ansioso e
insaciable, verdadera peste de la comarca, puede juntar miles de acres de tierra y
cercarlos con una empalizada o un vallado, o mortificar de tal modo, a fuerza de
violencias e injusticias, a sus poseedores, que éstos se vean obligados a vendérselo todo.
De un modo o de otro, doble o quiebre, no tienen más remedio que abandonar el campo,
¡pobres almas cándidas y míseras! Hombres, mujeres, maridos, esposas, huérfanos,
viudas, madres llorosas con sus niños de pecho en brazos, pues la agricultura reclama
muchas manos de obra. Allá van, digo, arrastrándose lejos de los lugares familiares y
acostumbrados, sin encontrar reposo en parte alguna; la venta de todo su ajuar, aunque
su valor no sea grande, algo habría dado en otras circunstancias; pero, lanzados de
pronto al arroyo, ¿qué han de hacer sino malbaratarlo todo? Y después que han vagado
hasta comer el último céntimo, ¿qué remedio sino robar para luego ser colgados, ¡vive
Dios!, con todas las de la ley, o echarse a pedir limosna? Mas también en este caso van
a dar con sus huesos a la cárcel, como vagabundos, por andar por esos mundos de Dios
rondando sin trabajar, ellos, a quienes nadie da trabajo, por mucho que se esfuercen en
buscarlo». «Bajo el reinado de Enrique VIII fueron ahorcados 72.000 Iadrones grandes
y pequeños» [Holinshed. "Description of England" («Descripción de Inglaterra»), v. 1,
p. 1861, pobres fugitivos de éstos, de quienes Tomás Moro dice que se veían obligados
a robar para comer. En tiempos de Isabel, «los vagabundos eran ahorcados en fila;
apenas pasaba un año sin que muriesen en la horca en uno u otro lugar 300 ó 400»
[Strype. "Annals of the Reformation and Establishment of Religion, and other Various
Occurences in the Church of England during Queen Elisabeth's Happy Reign" («Anales
de la Reforma y de la instauración de la religión, así como de otros acontecimientos en
la Iglesia de Inglaterra durante el feliz reinado de Isabel»), 2 ed., 1725, v. II]. Según el
mismo Strype, en Somersetshire fueron ejecutadas, en un solo año, 40 personas, 35
marcadas con hierro candente, 37 apaleadas y 183 «facinerosos incorregibles» puestos
en libertad. Sin embargo, añade el autor, «con ser grande, esta cifra de personas
acusadas no incluye 1/5 de los delitos castigables, gracias a la negligencia de los jueces
de paz y a la necia misericordia del pueblo». Y agrega: «Los demás condados de
Inglaterra no salían mejor parados que Somersetshire; muchos, todavía peor».
[18] 76. Petty Sessions (pequeñas sesiones), reuniones de los tribunales de paz de
Inglaterra, encargados de examinar los asuntos de pequeña importancia, observándose
un proceso simplificado.- 125
[*] «Siempre que la ley intenta zanjar las diferencias existentes entre los patronos
(masters) y sus obreros, lo hace siguiendo los consejos de los patronos», dice A. Smith
(nota 77). «El espíritu de lar Ieyes es la propiedad», escribe Linguet (nota 78).
[19] 77. A. Smith. "An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations"
(«Investigación acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones»). Vol.
I, Edinburgh, 1814, p. 237.- 126
[20] 78. [Linguet, N.] "Théorie des loix civiles, ou Principes fondamentaux de la
société" («Teoría de las leyes civiles, o Principios fundamentales de la sociedad»). T. I.
Londres, 1767, p. 236.- 126
[*] J. B. Byles. "Sophisms of Free Trade". By a Barrister («Sofismas sobre el
librecambismo». Por un abogado), London, 1850, p. 206. Y añade, maliciosamente:
«Nosotros hemos estado siempre dispuestos, cuanto de ayudar al patrono se trataba. ¿No
se podrá ahora hacer algo por el obrero?»
[21] 79. Las leyes anticoalicionistas, que prohibían la creación y la actividad de
cualquier organización obrera, fueron promulgadas por el parlamento inglés en los años
1799 y 1800. En 1824, el parlamento las derogó, confirmando la derogación una vez
más en 1825. Sin embargo, incluso después de eso se limitó mucho la actividad de las
uniones obreras. Hasta la simple propaganda en favor de la adhesión de los obreros a las
uniones y de la participación en las huelgas se consideraba «coerción» y «violencia» y
se punía como delito de derecho común.- 127
[*] De una cláusula del estatuto del segundo año del reinado de Jacobo I, c. 6, se infiere
que ciertos fabricantes de paños se arrogaban el derecho a imponer oficialmente la tarifa
de jornales en sus propios talleres, como jueces de paz. En Alemania, abundaban los
estatutos encaminados a mantener bajos los jornales, sobre todo después de la guerra de
los Treinta años. «En las comarcas deshabitadas, los terratenientes padecían mucho de
la penuria de criados y obreros. A todos los vecinos del pueblo les estaba prohibido
alquilar habitaciones a hombros y mujeres solteros, y todos estos huéspedes debían ser
nuestos en conocimiento de la autoridad y encarcelados, caso de que no accedieran a
entrar a servir de criados, aun cuando viviesen de otra ocupación, trabajando para los
campesinos por un jornal o tratando incluso con dinero y en granos» ["Kaiserliche
Privilegien und Sanctionen für Schlesien" («Privilegios y sanciones imperiales para
Silesia», I, 125]. «Durante todo un siglo escuchamos en los decretos de los regentes
amargas quejas acerca de esa chusma maligna y altanera que no quiere someterse a las
duras condiciones del trabajo ni conformarse con el salario legal; a los terratenientes se
les prohíbe abonar más de lo que la autoridad del país señala en una tasa. Y, sin
embargo, las condiciones del servicio son, después de la guerra, mejores todavía de lo
que habían de ser cien años más tarde; en 1652, los criados, en Silesia, comían aún
carne dos veces por semana, mientras que ya dentro de nuestro siglo había distritos
silesianos en que sólo se comía carne tres veces al año. Los jornales después de la
guerra eran también más elevados que habían de serlo en los siglos siguientes» [G.
Freytag. "Neue Bilder aus dem Leben des deutschen Volkes" («Nuevos cuadros de la
vida del pueblo alemán»), Leipzig, 1862, S. 35, 36].
[22] 80. El partido de los tories, partido político inglés fundado a fines del año 70 y
comienzos de los 80 del siglo XVII, expresaba los intereses de la aristocracia
terrateniente y el alto clero. A mediados del siglo XIX, sobre la base del partido de los
tories, fue fundado el Partido Conservador, que, a veces, también se llama «tory».- 129
[23] 81. Las leyes contra las «conspiraciones» rigieron en Inglaterra ya en la Edad
Media. En virtud de las mismas se perseguían las organizaciones y la lucha de clase de
los obreros, tanto antes de su adopción (véase la nota 79), como después de su
abolición.- 129
[*] El artículo I de esta ley dice así: «Como una de las bases de la Constitución francesa
es la abolición de toda clase de asociaciones de ciudadanos del mismo estado y
profesión, se prohíbe restaurarlas con cualquier pretexto o bajo cualquier forma». El
artículo IV declara que si «ciudadanos de la misma profesión, industria u oficio se
confabulan y se ponen de acuerdo para rehusar conjuntamente el ejercicio de su
industria o trabajo o no prestarse a ejercerlo más que por un determinado precio, estos
acuerdos y confabulaciones... serán considerados como contrarios a la Constitución y
como atentatorios a la libertad y a los Derechos del Hombre, etc.»; es decir, como
delitos contra el Estado, lo mismo que en los antiguos Estatutos obreros ["Révolutions
de Paris" («Revoluciones de París»), Paris, 1791, t. III, p. 523].
[24] 82. Trátase del Gobierno de la dictadura jacobina de Francia entre junio de 1793 y
junio de 1794.- 130
[*] Buchez et Roux. "Histoire Parlementaire" («Historia parlamentaria») t. X, pp. 193-
195, passim.
[**] «Arrendatarios» —dice Harrison, en su "Description of England" («Descripción de
Inglaterra»)—, «a quienes antes resultaba gravoso pagar 4 libras esterlinas de renta,
pagan hoy 40, 50 y hasta 100 libras, y aún creen que han hecho un mal negocio si al
expirar su contrato de arriendo no han puesto aparte seis o siete años de renta».
[*] Sobre los efectos que tuvo la depreciación del dinero en el siglo XVI para las
diversas clases de la sociedad versa "A Compendious or Briefe Examination of
Certayne Ordinary Complaints, of Divers of our Countrymen in these our Dayes". By
W. S., Gentleman («Compendio o breve examen de ciertas quejas corrientes de diversos
compatriotas nuestros en los días de hoy»), London, 1581. La forma dialogada de esta
obra hizo que durante mucho tiempo se le atribuyese a Shakespeare, bajo cuyo nombre
se reeditó todavía en 1751. Su autor es William Stafford. En uno de los pasajes de la
obra, el caballero (knight) razona así:
Caballero: «Vos, mi vecino, el labriego, y vos, señor tendero, y vos, maestro calderero,
y como vos los demás artesanos, todos os defendéis a maravilla. Porque a medida que
todas las cosas encarecen, subís los precios de vuestras mercancías y actividades,
cuando las revendáis. Pero nosotros no tenemos nada que vender para poder subir su
precio y compensar así la carestía de las cosas que nos vemos obligados a comprar». En
otro pasaje, el Caballero pregunta al Doctor: «Os ruego me digáis qué grupos de gente
son esos a que os referís. Y, ante todo, ¿cuáles, en vuestra opinión, no experimentarán
con esto ninguna pérdida?» —Doctor: «Me refiero a todos los que viven de comprar y
vender, pues si compran caro, venden caro también». —Caballero: «¿Cuál es el
segundo grupo que, según vos, sale ganancioso?» —Doctor: «Muy sencillo, el de todos
aquellos que llevan en arriendo tierras o granjas para su cultivo pagando la renta
antigua, pues si pagan según la norma antigua, venden según la nueva; es decir, que
pagan por su tierra muy poco y venden caro lo que sacan de ella...» —Caballero: «¿Y
cuál es, a vuestro juicio, el grupo que sale perdiendo más de lo que éstos ganan?» —
Doctor: «El de todos los nobles, caballeros (noblemen, gentlemen) y demás personas
que viven de una renta fija o de un estipendio, que no trabajan (cultivan) ellos mismos
sus tierras o no se dedican a comprar y vender».[**]
En Francia, el régisseur, el encargado de administrar y cobrar los tributos adeudados al
señor feudal durante la temprana Edad Media, se convierte pronto en un homme
d'affaires (hombre de negocios) que, a fuerza de chantajes, estafas y otros recursos por
el estilo, va trepando hasta escalar el rango de capitalista. A veces, estos régisseurs eran
también aristócratas. Un ejemplo: «Entrega esta cuenta el señor Jacques de Thoraisse,
noble preboste de Besançon, al señor que en Dijon lleva las cuentas del señor Duque y
Conde de Borgoña sobre las rentas adeudadas a dicho señorío desde el 25 día de
diciembre de 1359 hasta el 28 de diciembre de 1360» [Alexis Monteil. "Traité des
Matériaux Manuscrits etc". («Tratado de materiales manuscritos»), v. I, pp. 234, 235].
Aquí vemos ya como en todas las esferas de la vida social es el intermediario quien se
embolsa la mayor parte del botín. En la esfera económica, por ejemplo, son los
financieros, los bolsistas, los comerciantes, los tenderos, los que se quedan con la mejor
parte; en el derecho civil se queda con la cosecha de ambas partes el abogado; en la
política, el diputado es más que sus electores, el ministro más que el soberano, en el
mundo de la religión, Dios es relegado a segundo plano por los «intermediarios» y
éstos, a su vez, por los curas, mediadores imprescindibles entre el «buen pastor» y sus
ovejas. En Francia, lo mismo que en Inglaterra, los grandes dominios feudales estaban
divididos en un sinnúmero de pequeñas explotaciones, pero en condiciones
incomparablemente más perjudiciales para la población campesina. En el transcurso del
siglo XIV surgieron las granjas, fermes o terriers. Su número iba incesantemente en
aumento, y llegó a rebasar el de 100.000. Abonaban al señor una renta, en dinero o en
especie, que oscilaba entre la 12 o la 5 parte de los frutos. Los terriers eran feudos,
subfeudos (fiefs, arrière-fiefs), etc., según el valor y extensión de los dominios algunos
de los cuales sólo medían unas cuantas arpents. Todos los propietarios de
estos terriers poseían, en mayor o menor grado, jurisdicción propia sobre sus
moradores; había cuatro grados de jurisdicción. Fácil es imaginarse cuánta sería la
opresión del pueblo campesino bajo este sinnúmero de pequeños tiranos. Monteil dice
que por aquel entonces funcionaban en Francia 160.000 tribunales de justicia, donde
hoy bastan 4.000 (incluyendo los jueces de paz).
[25] 83. A. Anderson. "An Historical and Chronological Deduction of the Origin of
Commerce, from the Earliest Accounts to the present Time" («Ensayo histórico y
cronológico del comercio desde los primeros datos hasta el presente»). La primera
edición salió en Londres en 1764.- 133, 147
[*] En sus "Notions de Philosophie Naturelle" («Nociones de filosofía natural»), Paris,
1838.
[*] Punto este en el que insiste Sir James Steuart (nota 84).
[26] 84. J. Steuart. "An Inquiry into the Principles of Political Oeconomy"
(«Investigación de los principios de la Economía política»). Vol. I, Dublin, 1770, First
book, Ch. XVI.- 134
[**] Literalmente, «para el rey de Prusia», en el sentido figurado, «cobrados por nada».
(N. de la Edit.)
[***] «Os concederé» —dice el capitalista— «el honor de servirme, a condición de que
me indemnicéis, entregándome lo poco que os queda, el sacrificio que hago al mandar
sobre vosotros» [J. J. Rousseau. "Discours sur l'Économie Politique" («Discursos sobre
la Economía política»)].
[*] Mirabeau. "De la Monarchie Prusienne" («De la monarquía prusiana») v. III, pp. 20-
109, pássim. El que Mirabeau considere también a los talleres diseminados como más
rentables y productivos que los «reunidos», no viendo en estos más que plantas de
estufa sostenidas artificialmente con la ayuda del Estado, se debe a la situación en que
entonces se encontraba una gran parte de las manufacturas del continente.
[**] «Veinte libras de lana convertidas insensiblemente en vestidos para el uso de un
año de una familia obrera, elaboradas por ella misma en el tiempo que otros trabajos le
dejan libre, no son para causar asombro. Pero llevad la lana al mercado, enviadla a la
fábrica, luego al corredor, en seguida al comerciante, y tendréis grandes operaciones
comerciales y un capital nominal invertido en una cuantía que representa veinte veces
su valor... Así se explota a la clase trabajadora, para mantener en pie una población
fabril depauperada, una clase parasitaria de tenderos y un sistema ficticio de comercio,
de dinero y de finanzas» (David Urquhart. "Familiar Words" («Palabras amistosas»), p.
120].
[*] Con la única excepción de la época de Cromwell. Mientras duró la república, la
masa del pueblo inglés salió, en todas sus capas, de la degradación en que se había
hundido bajo los Tudor.
[**] Tuckett sabe que la gran industria lanera brota de la verdadera manufactura y de la
destrucción de la manufactura rural o casera, con la introducción de la maquinaria
[Tuckett. "A. History etc". («Historia, etc.»), v. I., p. 144]. «El arado y el yugo fueron
invención de los dioses y ocupación de héroes: ¿acaso la lanzadera, el huso y el telar
tienen un origen menos noble? Si separáis la rueca y el arado, el huso y el yugo,
obtenéis fábricas y asilos, créditos y pánicos, dos naciones enemigas, la agrícola y la
comercial» (David Urquhart. "Familiar Words" («Palabras amistosas»), p. 122]. Pero he
aquí que viene Carey y acusa a Inglaterra, seguramente con razón, de querer convertir a
todos los demás países en simples pueblos de agricultores, reservándose ella el papel de
fabricante. Y afirma que de este modo se arruinó Turquía, pues «a los poseedores y
cultivadores de la tierra no les consentía jamás» (Inglaterra) «fortalecerse mediante la
alianza natural entre el arado y el telar, entre el martillo y la grada» ["The Slave Trade"
(«El comercio de esclavos»), p. 125]. Según él, el propio Urquhart fue uno de los
principales responsables de la ruina de Turquía, donde, en interés de Inglaterra, propagó
el librecambio. Lo mejor del caso es que Carey —que, dicho sea de paso, es un gran
lacayo de los rusos—, pretende impedir por medio del proteccionismo ese proceso de
diferenciación que el proteccionismo no hace más que acelerar.
[***] Los economistas filantrópicos ingleses, como Mill, Rogers, Goldwin, Smith,
Fawcett, etc., y los fabricantes liberales, como John Bright y çompañía, preguntan a los
aristócratas rurales ingleses, como Dios preguntaba a Caín por su hermano Abel: ¿Qué
se ha hecho de nuestros miles de propietarios libres (freeholders)? Pero, ¿de dónde
habéis salido vosotros? De la aniquilación de esos freeholders. ¿Por qué no preguntáis
qué se ha hecho de los tejedores, los hilanderos y los artesanos independientes?
[*] La palabra «industrial» se emplea aquí por oposición a «agrícola». En el sentido de
una categoría económica, el arrendatario es tan capitalista industrial como el fabricante.
[**] "The Natural and Artificial Right of Property Contrasted" («El derecho natural y el
artificial de propiedad contrastados»), London, 1832, pp. 98, 99. El autor de esta obra
anónima es Th. Hodgskin.
[***] Todavía en 1794, los pequeños fabricantes de paños de Leeds enviaron una
diputación al parlamento solicitando una ley que prohibiese a todos los comerciantes
convertirse en fabricantes (Dr. Aikin. "Description", etc.).
[27] 85. Los Países Bajos (el territorio de las actuales Bélgica y Holanda) se separaron
de España después de la revolución burguesa de 1566-1609; en la revolución se
conjugaban la lucha de la burguesía y las masas populares contra el feudalismo con la
guerra de liberación nacional contra la dominación española. En 1609, tras varias
derrotas, España se vio forzada a reconocer la independencia de la república burguesa
de Holanda. El territorio de la actual Bélgica permaneció en manos de España hasta
1714.- 139
[28] 33. Trátase de las guerras de Inglaterra contra Francia en el período de la
revolución burguesa francesa de fines del siglo XVIII. Durante estas contiendas, el
Gobierno inglés estableció en su país un brutal régimen de terror contra las masas
trabajadoras. En particular, en dicho período fueron aplastadas varias sublevaciones
populares y se adoptaron leyes que prohibían las uniones obreras.- 68, 139
[29] 86. Las guerras del opio eran guerras de conquista contra China que sostuvo
Inglaterra sola en los años de 1839 a 1842 y en compañía de Francia en los años de
1856-1858 y 1860. Sirvieron de pretexto para la primera guerra las medidas de las
autoridades chinas para combatir el comercio de contrabando de opio organizado por los
ingleses.- 139
[*] William Howitt. "Colonization and Christianity. A Popular History of the Treatment
of the Natiles by the Europeans in all their Colonies" («Colonización y cristiandad.
Historia popular de cómo los europeos tratan a los nativos en todas sus colonias»),
London, 1838, p. 9. Acerca del trato dado a los esclavos, puede verse una buena
compilación en Charles Comte. "Traité de Legislation" («Tratado de legislación»), 3
éd., Bruxelles, 1837. Conviene estudiar en detalle estos asuntos, para ver en qué es
capaz de convertirse el burgués y en qué convierte a sus obreros allí donde le dejan
moldear el mundo libremente a su imagen y semejanza.
[**] Thomas Stamford Raffles, late Lieut. Governor of Java. "The History of Java"
(«Historia de Java»), London, 1817 [v. II, pp. CXC-CXCI, apéndice].
[30] 87. La Compañía de las Indias Orientales era una compañía inglesa de comercio
(1600-1858), instrumento de la política saqueadora colonial de Gran Bretaña en la India,
China y otros países de Asia. Durante mucho tiempo poseía el monopolio del comercio
con la India, le pertenecían igualmente las principales funciones de gobierno en ese
último país. La insurrección de liberación nacional de 1857-1859 en la India obligó a
Gran Bretaña a cambiar las formas de dominación colonial y a liquidar la Compañía de
las Indias Orientales.- 140
[*] En el año 1866 murieron de hambre en una sola provincia, en Orissa, más de un
millón de indios. Y todavía se procuraba enriquecer al erario con los precios a que se les
vendían víveres a los hambrientos.
[31] 88. Marx cita el trabajo de Gülich "Geschichtliche Dartsellung des Handels, der
Gewerbe und des Ackerbaus der bedeutendsten handeltreibenden Staaten unsrer Zeit"
(«Descripción histórica del comercio, la industria y la agricultura de los principales
Estados comerciales de nuestra época»). Bd. I, Jena, 1830, S. 371.- 142
[*] William Cobbett observa que en Inglaterra todos los establecimientos públicos se
denominan «reales». En justa compensación, tenemos la deuda «nacional» (national
debt).
[*] «Si los tártaros invadiesen hoy Europa, resultaría difícil hacerles comprender lo que
es entre nosotros un financiero» [Montesquieu. "Esprit des loix" («Espíritu de las
leyes»), t. IV, p. 33, éd. Londres. 1769].
[32] 89. Por lo visto, Marx se refiere aquí a la edición inglesa del libro "Aanwysing der
heilsame politike Gronden en Maximen van de Republike van Holland en West-
Friesland" («Indicación de los más importantes principios y máximas de la República de
Holanda y de Frisia Occidental»), atribuido a Jan de Witt y publicado por vez primera
en Leyden en 1622. Como se ha establecido, a excepción de dos capítulos escritos por
Jan de Witt, el autor del libro era Pieter von der Hore (Pieter de la Court), economista y
empresario holandés.- 144
[33] 90. La guerra de los Siete años (1756-1763) estalló en Europa debido a las
veleidades expansionistas de las potencias absolutistas feudales y la rivalidad colonial
de Francia e Inglaterra. Como resultado de la conflagración, Francia tuvo que ceder a
Inglaterra sus mayores colonias (el Canadá, las posesiones en las Indias Orientales,
etc.); Prusia, Austria y Sajonia conservaron sus fronteras anteriores a la guerra.- 145
[*] Mirabeau. "De la Monarchie Prusienne" («De la monarquía prusiana»), t. VI, p. 101.
[*] Eden. "The State of the Poor" («La situación de los pobres»), t. II, cap. I p. 421.
[**] John Fielden. "The Curse of the Factory System" («La maldición del sistema
fabril»), pp. 5, 6. Sobre las infamias cometidas en sus orígenes por el sistema fabril, v.
Doctor Aikin. "Description of the Country from 30 to 40 miles round Manchester"
(«Descripción del campo a 30-40 millas en torno de Manchester»), p. 219, y Gisborne.
"Inquiry into the Duties of Men" («Investigación de los deberes de los hombres»), 1795,
v. II. Como la máquina de vapor retiró a las fábricas de la orilla de los ríos, trayéndolas
del campo al centro de la ciudad, el elaborador de plusvalía, siempre dispuesto a
«sacrificarse», no necesitaba ya que le expidiesen los esclavos a la fuerza de las casas de
labor, pues tenía el material infantil más a mano. Cuando Sir. R. Peel (padre del
«ministro de la plausibilidad») presentó en 1815 su ley de protección de la infancia, F.
Horner (lumen [prohombre] del Bullion-Comité e íntimo amigo de Ricardo) declaró, en
la Cámara de los Comunes: «Es público y notorio que, al subastarse los efectos de un
industrial quebrado, se sacó a pública subasta y se adjudicó una banda, si se le permite
esta expresión, de niños fabriles, como parte integrante de su propiedad. Hace dos años
(en 1813) se planteó ante el King's Bench («Tribunal Superior de Justicia») un caso
repugnante de éstos. Se trataba de un cierto número de muchachos que una parroquia de
Londres había cedido a un fabricante, el cual, a su vez, los traspasó a otro. Por fin,
algunas personas caritativas los encontraron, en completa inanición (absolute famine)».
Pero, a conocimiento suyo, como vocal de la Comisión parlamentaria de investigación,
había llegado otro caso más repugnante todavía. «Hace no muchos años, una parroquia
de Londres y un fabricante de Lancashire habían hecho un contrato, en que se estipulaba
que el segundo aceptaría, por cada veinte niños sanos, uno idiota».
[34] 83. A. Anderson. "An Historical and Chronological Deduction of the Origin of
Commerce, from the Earliest Accounts to the present Time" («Ensayo histórico y
cronológico del comercio desde los primeros datos hasta el presente»). La primera
edición salió en Londres en 1764.- 133, 147
[35] 91. Alusión al Tratado de Utrecht, concluido por Francia y España, de una parte y,
de otra, por los miembros de la coalición antifrancesa (Inglaterra, Holanda, Portugal,
Prusia y los Habsburgos de Austria) en 1713, con el que se puso fin a la guerra de
sucesión de España (comenzada en 1701). Según el tratado, pasaron a pertenecer a
Inglaterra varias colonias francesas y españolas en las Indias Occidentales y
Norteamérica, así como Gibraltar.- 147
[*] En 1790, en las Indias Occidentales inglesas había 10 esclavos por cada hombre
libre; en las Indias francesas, 14; en las holandesas, 23 [Henry Brougham. "An Inquiry
into the Colonial Policy of the European Powers" («Investigación de la política colonial
de las potencias europeas»), Edinburgh, 1803, v. II., p. 74].
[36] 92. «Tantae molis erat» (costó tantos trabajos), expresión del poema de Virgilio,
"Eneida", libro primero, verso 33.- 147
[*] La expresión «labouring poor» [pobre que trabaja] aparece en las leyes inglesas
desde el mismo instante en que adquiere notoriedad la clase de los obreros asalariados.
Los «labouring poor» se distinguen, de una parte de los «idle poor» [pobre ocioso], de
los mendigos, etc., y, de otra parte de los obreros que todavía no han sido
completamente desplumados, ya que se hallan en propiedad de sus medios de trabajo.
De la ley, la expresión de «labouring poor» pasó a la Economía política, desde
Culpeper, J. Child, etc., hasta A. Smith y Eden. Júzguese, pues, de la bonne foi [buena
fe] del «execrable political cantmonger» [execrable fariseo político] Edmund Burke,
cuando dice que el término de «labouring poor» no es más que «execrable political
cant» [execrable hipocresía política]. Este sicofante, que, a sueldo de la oligarquía
inglesa, se hizo pasar por romántico frente a la revolución francesa exactamente lo
mismo que antes, al estallar los disturbios de Norteamérica, se había hecho pasar a
sueldo de las colonias norteamericanas por liberal frente a la oligarquía inglesa, no era
más que un burgués ordinario. «Las leyes del comercio son leyes de la naturaleza y por
consiguiente leyes de Dios» [E. Burke. "Thoughts and Details on Scarcity"
(«Reflexiones y detalles de la escasez»), ed. London, 1800, pp. 31, 32]. ¡Nada tiene,
pues, de extraño que él, fiel a las leyes de Dios y de la naturaleza, se vendiese siempre
al mejor postor! En las obras del rev. Tucker —Tucker era cura y tory, pero fuera de
esto, una persona decente y un buen economista— encontramos una magnífica
caracterización de este Edmundo Burke, durante su época liberal. Dada la infame
versatilidad que hoy impera y que profesa el más devoto de los cultos a «las leyes del
comercio», no hay más remedio que sacar a la vergüenza pública a todos los Burkes, los
cuales sólo se distinguen de sus imitadores por una cosa: el talento.
[**] Marie Augier. "Du Crédit Public" («Del crédito público»).
[***] «El capital» (dice el "Quarterly Reviewer") «huye de los tumultos y las riñas y es
tímido por naturaleza. Esto es verdad, pero no toda la verdad. El capital tiene horror a la
ausencia de ganancias o a la ganancia demasiado pequeña, como la naturaleza al vacío.
Conforme aumenta la ganancia, el capital se envalentona. Asegúresele un 10 por 100 y
acudirá a donde sea; un 20 por 100, y se sentirá ya animado; con un 50 por 100,
positivamente temerario; al 100 por 100, es capaz de saltar por encima de todas las leyes
humanas; el 300 por 100, y no hay crimen a que no se arriesgue, aunque arrostre el
patíbulo. Si el tumulto y las riñas suponen ganancia, allí estará el capital
encizañándolas. Prueba: el contrabando y el comercio de esclavos». (T. J. Dunning.
"Trade-Unions", etc., pp. 35, 36).
[37] 93. C. Pecqueur. "Théorie nouvelle d'économie sociale et politiques, ou Études sur
l'organisation des sociétés" («Nueva teoría de la economía social y política, o Estudios
sobre la organización de las sociedades»), Paris, 1842, p. 435.- 149
[*] «Hemos entrado en un régimen social totalmente nuevo... tendemos a separar todo
tipo de propiedad de todo tipo de trabajo» [Sismondi. "Nouveaux Principes de
l'Économie Politique" («Nuevos principios de la Economía política,), t. II, Paris, 1827,
p. 434].
[*] «El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente
involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por
su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria
socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre que ésta produce y se apropia lo
producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y
la victoria del proletariado son igualmente inevitables... De todas las clases que hoy se
enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente
revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la
gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. Los estamentos
medios —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—,
todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales
estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía,
son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia» (C. Marx y F.
Engels. "Manifiesto del Partido Comunista". Londres, 1848, págs. 9, 11) [véase la
presente edición, t. 1, págs. 122, 120].
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