antigua grecia - el nacimiento de una geografía mítica. exploradores griegos
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El nacimiento de una geografía mítica.
Exploradores griegos
[BRITISH MUSEUM / SCALA, FIRENZE]
Navegantes de Grecia. Pintada en el antiguo estilo geométrico, esta crátera ofrece la primera representación de una nave griega con dos filas de remeros. Hacia 735 a.C. Museo Británico, Londres. Entre los siglos VII y IV a.C., los griegos se aventuraron hasta los extremos del mundo: surcaron las aguas del proceloso
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Atlántico y, de la mano de Alejandro Magno, llegaron a la lejana India
Por Francisco Javier Gómez Espelosín. Catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Alcalá, Historia NG nº 141
Los griegos concibieron el mundo como un
espacio limitado en todas direcciones por las
aguas del océano. Ésa era la imagen que había
transmitido la poesía épica y la que mayor
difusión alcanzó gracias al papel que la Ilíada y
la Odisea, los poemas de Homero,
desempeñaron en la educación de la antigua
Grecia. Pero el océano no era un simple mar,
sino el río poderoso y primordial, origen de
todos los ríos y de carácter casi divino. Las
tierras que lo bordeaban adquirían cualidades
excepcionales: fertilidad, abundancia y riqueza
de toda clase de bienes.
Eran lugares extraordinarios, casi completamente inaccesibles para los seres
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humanos, un espacio reservado a los héroes, que podían llegar hasta allí con la ayuda de los dioses. Fue así como Heracles alcanzó la isla de Eritía (roja con el color del atardecer), situada en los confines occidentales del orbe, donde moraba el temible Gerión, un gigante tricéfalo que custodiaba unas magníficas vacadas. Y así viajó Perseo hasta la morada de las terribles Gorgonas, situada también en el extremo Occidente, para matar a Medusa, la única mortal y la más poderosa de todas ellas. La condición privilegiada de estos territorios limítrofes con el océano aparecía compensada con la condición monstruosa de muchos de sus habitantes. De hecho, los dioses olímpicos habían expulsado hacia esos confines a los seres primordiales a los que habían derrotado tras su disputa por el dominio del universo: titanes, monstruos y gigantes.
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Nuevos mundos
En la época arcaica, entre los siglos VIII y VI
a.C., el limitado horizonte geográfico de los
griegos se amplió gracias a las colonizaciones,
que los llevaron hasta las costas del mar Negro
por Oriente y hasta la península Ibérica por
Occidente.
Algunos escenarios míticos, como el destino de los Argonautas o la morada de Gerión, antes situados de manera difusa en los confines del orbe, fueron localizados en territorios concretos como la costa oriental del mar Negro (la actual Georgia) o las islas cercanas a la ciudad fenicia de Gades (Cádiz). Pero el viaje hacia los confines se continuó percibiendo como un acontecimiento de naturaleza heroica o mágica. Así lo evidencian periplos como el de Coleo de Samos hasta Tartessos a mediados del siglo VII a.C., que fue conducido allí con la complicidad divina mediante los vientos que lo desviaron repetidamente de su ruta hacia Egipto, o el de Aristeas de Proconeso hacia las regiones más
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remotas del norte del mar Negro, a donde llegó «inspirado» por Apolo, que lo convirtió en una especie de chamán o de mago capaz de aparecer muerto en un lugar y reaparecer con vida en otro situado a cientos de kilómetros de distancia. Los confines del orbe iban así adquiriendo entidad geográfica al situarlos en las costas de la remota Iberia o en las interminables estepas rusas. La aparición en escena del Imperio persa significó un importante salto en este terreno. La expedición de Cambises a Egipto, así como las conquistas de Darío I hasta la India y su campaña contra los escitas de las estepas comportaron un avance espectacular en el conocimiento geográfico de los griegos, y éstos identificaron como los extremos del mundo territorios que hasta entonces resultaban prácticamente desconocidos. Sin embargo, el aspecto mítico que rodeaba estos lugares apenas experimentó variaciones. En la Historia de Heródoto, las riquezas
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extraordinarias de los confines comparten espacio con pavorosos peligros que allí acechan a los viajeros. Así, unas terribles hormigas, «de un tamaño menor que el de un perro y mayor que el de una zorra» custodiaban el oro de la India. «Cuando llegan los indios con sus costales al lugar los llenan de la arena [de oro] y a toda prisa se marchan de vuelta porque las hormigas, según dicen los persas, les rastrean por el olor y les persiguen. Dícese que ningún otro animal se les parece en velocidad, hasta el punto de que si los indios no cogieran la delantera mientras las hormigas se reúnen, ninguno de ellos se salvaría» (Historia III, 105).
En los confines del mundo También en Arabia, la última de las tierras
pobladas hacia el sur, abundan los aromas y las
especias, pero los árabes las recogen con
dificultad.«Recogen el incienso con sahumerio
[del árbol] de estoraque, que los fenicios traen
a Grecia; con este sahumerio lo cogen, porque
custodian los árboles del incienso unas
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serpientes aladas de pequeño tamaño y de
color vario, un gran enjambre alrededor de
cada árbol. No hay medio alguno de apartarlas
de los árboles, como no sea con el humo del
estoraque» (III, 107).
En los confines del orbe habitaban también
pueblos y gentes de fisonomía y condiciones
extraordinarias. Así, en el norte «se cuenta que
a los grifos les roban el oro los arimaspos, los
hombres que tienen un solo ojo» (III, 116), y
que «al pie de unos altos montes, viven unos
hombres de quienes se cuenta que son todos
calvos de nacimiento, lo mismo los hombres
que las mujeres, de narices chatas, mentón
grande y de lenguaje particular […] cada cual
vive bajo un árbol […] Estos calvos dicen,
aunque para mí no son creíbles, que en
aquellos montes viven los hombres con pies de
cabra, y pasando estos hay otros hombres que
duermen seis meses al año» (IV, 23-25).
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Hacia el extremo sur habitan los etíopes,
longevos y afortunados, que tienen a su
disposición los manjares sin fin que les
proporciona de forma espontánea una pradera
especial denominada la Mesa del Sol, o una
fuente extraordinaria: «Quienes se bañaban en
ella salían más relucientes, como si fuese de
aceite, y que exhalaba aroma como de violetas
[…] el agua era tan sutil que nada podía
sobrenadar en ella» (III, 23).
[Las naves de Alejandro.Reconstrucción de un
barco mercante de la época de Alejandro
Magno, según los restos del naufragio del siglo
IV a.C. excavado en la costa de Kyrenia, en
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Chipre. Las naves utilizadas por Nearco serían
semejantes a las que vemos aquí]
Las conquistas de Alejandro Magno
significaron otro momento decisivo en la
ampliación de los horizontes geográficos.
Además, los griegos que viajaron hasta
aquellos lejanos territorios formando parte de
su expedición de conquista fueron numerosos
y tuvieron la oportunidad de comprobar en
persona la realidad de aquellas tierras, y de
desmentir las fabulaciones que habían
circulado hasta entonces.
La permanencia del mito
A pesar de todo, las historias fabulosas que se
habían contado sobre aquellas tierras
perduraron. Los relatos que de las conquistas
de Alejandro hicieron quienes habían
participado en ellas repitieron casi los mismos
tópicos y fantasías que sus antecesores, que no
habían viajado hasta allí. Autores como
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Onesícrito y Nearco mencionaron de nuevo a
las hormigas guardianas del oro, las enormes
serpientes de la India, los monstruos que
moraban en las aguas del océano, los salvajes
que se alimentaban sólo de pescado y
construían las casas con sus espinas y raspas, o
la existencia de individuos dotados de gran
sabiduría: los gimnosofistas o sabios desnudos,
que pasaban el día sentados bajo el tórrido sol
sin que les afectasen el cansancio o las
necesidades materiales.
De todos modos, introdujeron algunas
precisiones y matizaciones dentro de este
esquema mítico para racionalizarlo en la
medida de lo posible. Por ejemplo, no vieron
directamente a las famosas hormigas, sino tan
sólo sus esqueletos colgados en un
campamento indio, o asignaron medidas
concretas a la longitud de algunas serpientes.
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Pero la imagen de una tierra extraordinaria
dotada de una flora y fauna excepcionales y
habitada por gentes salvajes y sabias con
costumbres exóticas y variopintas perduró
durante toda la Antigüedad, avalada ahora por
el testimonio de los expedicionarios que
afirmaban haber contemplado con sus propios
ojos tales maravillas.
De esta forma, ni el avance de los
conocimientos geográficos ni el carácter
racionalista y escéptico de algunos autores que
deseaban establecer una línea de separación
clara entre la verdad y la ficción pudieron
eliminar del todo esta imagen mítica y fabulosa
de los confines. Éstos conservaron a lo largo de
toda la Antigüedad y también durante la Edad
Media el aspecto extraordinario con que los
exploradores y viajeros griegos percibieron en
su día los lugares más remotos del mundo.
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Para saber más
El descubrimiento del mundo. Geografía y viajeros
en la Grecia antigua. F. J. Gómez Espelosín.
Akal, Madrid, 2000.
Héroes viajeros. Los griegos y sus mitos. R. Lane
Fox. Crítica, Barcelona, 1999.
«Estrabón, el griego que descubrió
Iberia». Historia National Geographic, núm. 125.
http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/historia/grandes_reportajes/10675/ex
ploradores_griegos.html?_page=2
[14/10/2015]
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