antologia escritura creativa 2010
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I
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Índice
Prólogo…………………………………………………………….Página 4
Emboscada.………………………………………………………..Página 6
La Historia dentro del tiempo.…………………………………..Página 10
La mujer que sufre……………………………………………….Página 17
Condena o muerte………………………………………………..Página 20
El Puente….……………………………………………………….Página 25
El verano nunca será igual ..……………………………………..Página 28
Así es como vivimos..……………………………………………..Página 31
¡Qué valió la pena!………………………………………………..Página 33
Cuando es como no debería ser ..………………………………..Página 36
El amor de mi vida ..……………………………………………..Página 39
Elizabeth, la historia de una roomate…………………………...Página 42
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Historia de un loco…………………………………………….Página 45
Un día cualquiera en la AFI…………………………………..Página 49
Pequeños Olvidos..……………………………………………..Página 52
Una muerte más………………………………………………..Página 54
Pocoma………………………………………………………….Página 60
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P R Ó L O G O
Aquellos que nacen con espíritu de escritores, buscan de manera desesperada
comerse la vida a puños y sin cubiertos. El escritor se hace, se pule y se renueva a través de
las historias vividas y contadas, todo aquello que son secuencias de vida y muerte que lo
dejan marcado para siempre. La palabra es el vehículo del pensamiento, aquello que es
hablado perece en cuanto la memoria es perforada por fuerza corrosiva del tiempo. Sin
embargo, la palabra escrita, perdura a través del tiempo y el espacio, se reúne en las
memorias de las viejas generaciones, dan vida a las nuevas y engendran en parte a las
futuras.
La labor del escritor es la misma que la del profeta, hablar con la fuerza y autoridad
que le proveen la lucidez con la que escribe, crear escenarios, situaciones, personajes, que
no son más que el producto de su inventiva, del escarmiento de los años y las vivencias. El
escritor escribe porque en parte ha nacido para ello, para ser un filósofo que ilumine a
través de antítesis de su propia existencia o reflejos casi biográficos, todo aquello que le
causa revuelo, que lo atormenta, todo aquello que ama, que odia.
El escritor vive y siente en cada palabra, frase, párrafo, página, historia, es decir,
juega a ser un Dios. Es por ello que no todos pueden serlo, porque tiene el poder de la
destrucción en sus manos, fieles verdugos del soberano pensamiento, que a su vez es regido
por el alma. El escritor es juez y parte, translúcida puede ser su historia como el llanto de
vida de un recién nacido u obscura como la más bizarra de las escenas del apocalipsis. Sea
cual sea el tema, el escritor se define y se distingue de entre el resto de la humanidad,
refleja su propia singularidad a través de composiciones de palabras, combinación de
características físicas y psicológicas.
Generaciones enteras marcadas por un escritor, son clara evidencia del poder que
tiene la literatura sobre la humanidad. No sólo somos animales, sino animales con alma,
seres pasionales. Ya bien lo decía Giacomo Casanova: He sido toda mi vida una víctima de
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mis sentidos. Inferimos que el escritor escupe la verdad a diestra y siniestra, muchas veces
se atreve a decir lo que todos piensan, huele y encuentra los miedos y vergüenzas de una
humanidad latente y al servicio de la presta pluma que le da vida a cada historia.
El laboratorio donde el escritor hace los experimentos, que no son más
extravagantes que una pluma, una libreta y lo más importante, el autoconocimiento y la
esencia del ser humano. Saber cómo provocar miedo, ansiedad, envidia, dolor, amor,
incertidumbre y un cúmulo de posibilidades tan infinitas como lo es la suma de las acciones
y reacciones del ser humano. Los mecanismos de defensa del ser humano, muchas veces
tienen candados complicados, pero el escritor intuye la manera en que puede entrar a la
bóveda de los pensamientos del lector, arrebatar su atención y robar su credibilidad. El
escritor escribe con suma sensualidad y provocación, seduce y se mete en la cama del
lector, lo logra a través de métodos irresistibles y exquisitos, encendiendo los sentidos y
despertando las pasiones.
Esta antología es pues, la habilidad reunida de escritores, de la combinación de
muchas vidas, situaciones verdaderas e imaginarias, que se encuentra en el universo de las
posibilidades, creaciones de mundos paralelos y anormales. Es decir, de todo lo que puede
existir en el universo, porque la posibilidad nace con el pensamiento. Historias
inverosímiles y situaciones tan verdaderas que parecen más que coincidencia se reúnen en
lo que es producto de la creación de escritores artesanos, que utilizan su corazón, técnica y
conocimiento para elaborar cada uno de los productos que aquí aparecen. Historias
encarnizadas, de seres que luchan contra una fuerza que los orilla a la muerte y lidiando
batallas como héroes o villanos, siendo cada uno parte esencial del universo de las ideas de
sus escritores.
Ismael Ruíz Navarrete
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Emboscada
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Empiezo a dudar si moriré a causa de este frío o si algún otro psicópata se atravesará en
mi camino y se llevará lo único que me quedó, la vida.
Hoy es Nochebuena y estoy totalmente solo, helado, a kilómetros de casa y desnudo. No
sé por qué no arrollé a esa mujer de blanco que apareció en la carretera. ¿Por qué no lo
hice? ¿Por qué me desvié? Si hubiera sido un fantasma supongo que habría atravesado mi
automóvil, pero no, mi instinto incapaz de atropellar a alguien giró el volante, ocasionando
un derrape hacia un montón de piedras, troncos y fierros viejos acomodados
minuciosamente y esperando el choque.
Tal vez un ente maligno habría sido más benévolo. Después del choque, yo estando un
poco conmocionado, vi a la mujer acercarse rápidamente, traía una túnica lo bastante
blanca para distinguirse entre la oscuridad, al final de la túnica sobresalían unos tenis
deportivos, los mismos que delataban su condición humana; traía también una máscara
monstruosa, era la sonrisa macabra de una calavera, prácticamente una máscara de
Halloween, lo que no sé es si la cabellera era de la mujer o parte de la máscara. Se acercó,
me apuntó con su pistola a la cara y furiosa me gritó que saliera del auto, su voz era rasposa
y fingida. Supuse que no habría diferencia entre estar vivo o muerto, al fin y al cabo se
llevaría el carro, así que obedecí y salí. – ¡Tira al piso todo lo que traes! - continuó
gritando. Saqué el celular, la cartera y las monedas de atrás de mi pantalón. En ese
momento dio un repentino disparo que fue a parar a un árbol tras de mí y dijo: -Ahora
quiero la ropa, toda la ropa-. Nunca pensé que me pediría algo así, sobretodo porque la que
estaba usando distaba mucho de ser una nueva adquisición. Seguí obedeciendo pensando
que nada podría estar peor y de pronto estuve ahí, totalmente desnudo frente a la asaltante,
ya sólo estaba esperando el tiro de gracia.
De pronto oí que se acercaba un automóvil, me di la vuelta y vi que no traía las luces
encendidas. Al llegar al lugar de la emboscada, rápidamente descendieron dos tipos más,
quienes sin decir nada se dirigieron hacia mi coche, lo encendieron y dieron la vuelta. Una
llanta parecía estar ponchada a causa del choque, sin embargo no fue un impedimento para
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que lograra avanzar. La mujer me seguía apuntando con la pistola y sin dejar de hacerlo
recogió todo lo que yo había puesto en el suelo y corriendo alcanzó a los tipos que robaban
mi coche, seguido por el carro que había llegado al “rescate”. Todo un éxito.
¿Por qué quiso toda mi ropa? ¿Quería entretenerme en lo que llegaban sus compañeros?
Las mentes criminales son tan impredecibles y extrañas. ¡Qué asalto tan raro y en
Nochebuena! ¿Por qué mandar a una mujer a hacer el trabajo sucio y los hombres sólo
llegar a recoger el premio? Nunca me habían asaltado pero jamás pensé que sería así la vez
que pasara. Supongo que debo agradecer estar sin ningún rasguño, sólo un poco trastornado
por el hecho, pero en perfecto estado físico. Sin embargo el frío se vuelve cada vez más
intenso.
Continúo caminando a casa pensando en las cosas que he hecho a lo largo de mi vida
para merecer tal acontecimiento. Siempre he dicho que cualquier cosa que se te da o se te
quita es porque así lo tienes merecido. ¿Qué hice esta vez?
Tengo un trabajo honrado, tengo una familia preciosa a la que a diario trato de hacer
feliz. Amo a mi Sally, mi esposa, en estos ocho años no he estado con ninguna otra mujer
que no sea ella. Adoro a mis dos pequeñas, de seis y cuatro años; les doy todo lo que
necesitan y trato de estar con ellas el suficiente tiempo. No tengo adicciones, hay armonía
en el vecindario, realmente no encuentro una razón por la cual me encuentro aquí ahora.
En este momento ya estaría con mi familia, recibiendo su cariño y disfrutando la magia
de la noche. En cambio, mañana querré borrar este día de mi memoria y disfrutar como
nunca a mis tres mujeres, tratando de no arruinarles el resto de la navidad. Sally ya debe
estar empezando a preocuparse, sabe que a estas horas el camino a casa está más solo que
un desierto, y en Nochebuena aún más, ya que todos están en casa con sus familias. Todos
excepto yo.
Mis piernas han sido demasiado débiles al frío y ha penetrado tanto en ellas que no
consiguen más que dar sólo pasos pequeños. Ahora no son sólo mis orejas, mi nariz, mis
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manos y pies, son los que están pasando frío a causa del fuerte invierno, en esta ocasión es
absolutamente todo mi cuerpo. No sé si estaría más cálida una piscina llena de cubos de
hielo, siento que mi aliento podría congelar una gota de agua. No puedo esperar a que salga
el sol, faltan alrededor de cinco horas y si permanezco estático mi cuerpo en verdad se
congelará. Sería mucho más fácil si pasara un solo automóvil o si hubiera alguna casa a lo
largo de la carretera, pero este es el camino corto qué tomé para llegar con mi familia y está
totalmente deshabitado, ni el ruido de algún animal existe, a menos que mi helado sentido
del oído no logre percibirlo. No hay otra solución, caminaré hasta llegar a mi hogar, no me
importa si sucede algo en el intento, ahí es donde quiero estar.
Siempre había tenido Nochebuenas perfectas, en el calor de mi casa y de mi familia.
Sólo risas y abrazos durante toda la noche, esta no sería la excepción, estaba ya todo listo,
pero he faltado a la cita y sin reportarme. Eran noches tan mágicas que me encerraba en mi
círculo familiar y olvidaba a todas aquellas personas que se encuentran en la misma
situación que yo en este momento, no pueden gozar de la navidad, de un ambiente cálido y
feliz, de aquéllos que la viven en las calles, soportando el frío y la negación de cariño.
Hoy más que nunca sé lo que sienten, y entre más lo entiendo más me arrepiento de la
acción descorazonada que realicé por la mañana. Yo trabajo en un banco y hoy fue a verme
una mujer de cabello largo pidiéndome que retrasara las mensualidades de su hipoteca.
Después de analizar varias veces su caso, no pude evitar negárselo, ya que era su última
oportunidad. Me partió el alma que en vísperas de navidad se fuera a quedar sin casa
debido al embargo, pero no estaba en mis manos, si le concedía el retraso, perdería mi
trabajo. La mujer me suplicó pero mi decisión estaba tomada, no podía hacerlo. Me costará
trabajo olvidar el desconsuelo en su expresión mirando hacia abajo, estaba desecha, yo
sabía que le estaba quitando todo y pude adivinar que no sabía dónde pasaría la noche. De
pronto levantó la mirada y la fijó en mí, su rostro había cambiado por completo, vi todo su
odio saliendo de sus ojos, con tanto rencor, con tanta sed de venganza… Enseguida se
levantó y se fue.
Por: José Manuel Reséndiz Olvera
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La historia dentro del tiempo
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Todo empezó debajo un árbol muy frondoso del cual colgaban una gran cantidad de
manzanas, el pasaje era muy bello. A lo lejos se veía una gran cascada de agua y venados
que bebían agua de donde desembocaba la cascada. Tenía hambre y pensé en cazar uno de
esos venados para zacear aquel sonido que producía mi estómago y me hacía retorcerme.
De repente note una silueta esbelta y frágil delante de aquellos venados se veía que
no sentían temor ante aquella presencia, ya que no corrían y seguían bebiendo agua
tranquilamente. Era una mujer de cabello negro como la noche y largo, se podría parecer a
la cascada que caía, piel morena; se encontraba recogiendo agua dentro de un pequeño
cántaro.
El tan sólo contemplarla unos minutos me hizo olvidar el hambre. ¿Cómo sentir
hambre ante la paz que desplegaba aquella mujer? Una vez que notó mi presencia salió
corriendo sonrojada como los venados, no pude detenerla, pero si seguirla.
Aunque perdí el contacto visual me deje guiar por sus huellas y su aroma, hasta que vi a
lo lejos humo, por lo que inferí que era la aldea donde vivía aquella joven, corrí
desesperadamente, como un burro tras una zanahoria siguiendo aquellas señales, lo cual fue
una mala idea porque caí en un barranco por no observar por donde corría. Perdí la noción
del tiempo, puede que hayan pasado, días, meses, o tal vez minutos, no lo sé lo que sí sé es
que mi idiotez y mi hambre de caricias, me llevo a caer en aquel lugar tenebroso, mis gritos
desesperados no eran escuchados por lo que decidí seguir aquella zanja a ver si me guiaba a
algún lugar mejor de donde estaba. Al guiarme por las paredes sentí ciertas raíces de las
cuales podía colgarme para salir, fui escalando poco a poco hasta que pude salir.
Para mi fortuna salí del otro lado de la zanja, me pude dar cuenta porque salí en un
lugar muy cercano a la aldea. Empecé a escuchar ciertos cánticos, de los cuales no entendía
su significado, pero no importaba era una señal de civilización cerca y más aún me
motivaba el saber que aquella joven estaba en la aldea.
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Me acerqué y lo único con lo que me topé fueron los perros que empezaban ladrar
como alarmas. Los hombres de la aldea salieron corriendo con sus lanzas en cuanto
escucharon a los animales ladrar. No tuve más opción que correr para salvar mi vida. Me
metí nuevamente en el bosque oscuro esperando que saliera el sol para encontrar la manera
de entrar en la aldea. Tenía que encontrar un lugar donde dormir y la aldea no era una
buena opción, por lo que me subí en un árbol al más puro estilo de los leopardos y traté de
dormir pensando que las alturas me salvarían de cualquier peligro.
Me desperté al escuchar la hojas secas romperse por las pisadas de algún ser que iba
pasando por ahí decidí buscar el mejor ángulo para ver desde arriba del árbol, con un gran
miedo pero a la vez con una gran curiosidad. Sus pasos parecían dirigirse nuevamente hacia
aquél río donde la vi por primera vez. No lo pensé dos veces así que me decidí a seguirla,
aunque estaba muy cansado y mal nutrido no importaba tenía que mínimo saber su nombre.
Una vez que llegamos al río se percató de mi presencia intentó correr nuevamente, pero al
verme totalmente indefenso se detuvo y volteó a verme en ese momento caí desmayado.
Al recuperar el conocimiento estaba dentro de una cápsula llena de agua. La
tecnología existente era demasiado avanzada para mi entendimiento. Lo más extraño es que
podía respirar dentro de la cápsula y el agua no me lastimaba los ojos al tenerlos abiertos, al
contrario sentía un gran alivio.
En cuanto los doctores notaron que desperté bajaron los niveles de agua y abrieron
la cápsula. Pregunté -¿Dónde estoy?- ellos me contestaron –Lo encontramos cerca de un río
de desechos tóxicos, el ácido estaba empezando a quemarle la piel, pero nuestras personas
que se encargan de recoger lo que se puede reciclar lo encontraron, la verdad es que tiene
mucha suerte de seguir vivo-.
Me trasladaron a un lugar con una camilla y una mesa para recibir los alimentos. La
cama en un principio me daba un poco de temor porque no era una cama convencional, era
una cama hecha con rayos muy extraños que parecían láseres. Primero la toqué con un dedo
y sentí una sensación muy extraña, era como si mi dedo se sintiera de repente más fuerte.
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Recosté todo mi cuerpo y empecé a sentir calambres que relajaban cada uno de mis
músculos, fue tanto el relajamiento que comenzaba a quedarme dormido.
Escuché como la puerta se abrió y entró una enfermera, su al ver su cara se me hizo
familiar, aunque no la reconocía, mi subconsciente me decía en algún lugar la había visto
pero no sabía dónde, la desesperación de recordarla me robo el sueño, ni aquella cama tan
cómoda me podía hacer dormir. Esperé la hora de la cena tenía que preguntarle su nombre,
sin embargo en la noche fue otra persona la que me fue a servir los alimentos. Cuando
amaneció volvió a llegar la persona que me sirvió la cena, empecé a temer el no poder
volver a ver esa mujer que se adueñó de mis pensamientos.
Una vez que había perdido toda ilusión reapareció cuando era la hora de la comida,
al verla me quedé sin habla mis pensamientos no coordinaban con mi lengua y seguía la
duda de donde la había visto. Estaba a punto de salir de la recamara cuando le grité
desesperadamente -¡Espera!- . Ella volteó sonrojada. Le pregunté su nombre y no me lo
quiso decir, pero si me dijo algo que llamó mi atención y me sorprendió, nunca olvidaré sus
palabras – Mi nombre no lo sabrás, pero debo decirte que si nos conocimos en algún
momento, sólo busca dentro de ti y encontrarás respuestas inimaginables- En ese momento
se abrió la puerta y salió del lugar.
Esas palabras en vez de ayudarme a mejorar la situación la empeoraron, ya que no
entendí nada de lo que me quiso decir y a su vez provocó una mayor confusión en mí. Me
puse a meditar letra por letra cada palabra pero seguía sin encontrarle sentido alguno. Fue
otra noche de total insomnio.
Empecé a dejar de centrar mi atención en su nombre y en donde la había visto y me
empecé a concentrar en los hechos, fue ahí donde me di cuenta que tampoco conocía nada
de mi pasado, por más que trataba de recordar era inútil. Fue tanto lo que llamó mi atención
esa mujer que me olvidé totalmente de mí. Me percaté de que si lograba acordarme de mis
orígenes podría recordarla a ella en algún momento dado.
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Llego el momento en que pasó el doctor a revisarme, una vez que acabó con su
revisión me dijo –Usted está totalmente curado de sus lesiones físicas, por lo que en este
mismo momento daré la orden para que le den su alta médica y pueda usted pasar a
retirarse- A lo cual contesté con la siguiente pregunta: – ¿Me sería posible ver a la
enfermera que me sirvió los alimentos durante mi estancia en este lugar?- El doctor frunció
el ceño me vio fijamente y con una voz seria me contestó – Imposible, nuestros pacientes
tienen prohibido saber cualquier tipo de información de nuestro personal, mucho menos
entablar una conversación- . Esa respuesta no me pareció del todo, pero no tenía caso
discutir acerca de alguien que no acababa de recordar.
Pedí amablemente mis pertenencias, lo cual cambió inmediatamente el humor del
médico, ya que soltó una carcajada y me dijo- ¿Pertenencias?, Cuales pertenencias si lo
encontramos sin nada más que con unas ropas harapientas y desechas por los ácidos del río.
–Ni siquiera portaba alguna credencial con la que lo pudiéramos identificar, tratamos de
pasar su huella digital a través del lector láser y fue inútil porque la computadora nunca lo
reconoció y cabe de mencionar que tenemos a todas las personas vivas registradas en
nuestro sistema, ya que desde que nacen un satélite los registra automáticamente. Aunque
no entendía acerca de la tecnología que me estaba hablando, no me importó, así que
cortésmente respondí –Bueno, mínimo podría darme las indicaciones de cómo puedo
regresar al lugar donde me encontraron. – En eso si lo puedo ayudar, aunque le advierto que
es algo peligroso regresar ahí porque le recuerdo que es un río de desechos tóxicos.-
Salí del hospital y decidí no seguir las instrucciones del doctor, ya que yo pensaba
que si regresaba al lugar donde me encontraron podría recordar algo y esa era mi prioridad,
aunque me jugara la vida, que más daba sin saber quién era ella ni quien era yo no valía la
pena vivir.
Una vez que llegué a aquel río, los ácidos empezaron a provocarme sensaciones
extrañas, sentía que no podía respirar y me estaba asfixiando en menos de un segundo caí
desplomado ante aquél fuerte olor. Mi último pensamiento era voy a morir aquí, pero eso
no me importaba, lo que me ocasionaba tristeza era el no haber sabido el nombre de aquella
enfermera. En ese momento perdí el conocimiento.
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Sentí como cayó agua sobre mi rostro abrí los ojos y estaba en los brazos de aquella
mujer de cabello negro, me dijo: - te desmayaste, por unos momentos pensé que habías
muerto- lo primero que hice fue incorporarme, lo más extraño era que recordaba ese mismo
paisaje, pero con el río de ácidos tóxicos. En cuanto vi la cara de la chica me di cuenta de
que era la enfermera recordaba todo a la perfección como caí desmayado en el río y la
travesía que había pasado en ese mundo futurista.
Pregunté -¿Qué me pasó? – Ella respondió –Te caíste desmayado y te rocié con
agua del río místico, aunque me dio un poco de temor porque es un alucinógeno muy
fuerte, en mi tribu decimos si no te salva te mata- ¿El río místico?- pregunté, -Si, vamos a
hablar con mi padre él sabrá que hacer- Decidí seguirla, con cada paso que daba sentía que
recobraba mi fuerza no sabía si era a causa del agua que me roció del río.
Durante el camino me comentó – Perdón por huir de esa manera, pero la verdad creí
que buscabas hacerme daño, porque desde hace tiempo me he percatado de que has estado
siguiendo. Al ser la hija del jefe de la aldea debo de tener las máximas precauciones, ya que
al ser la única descendencia real si muero mi aldea puede desaparecer al no tener una
persona que los guíe.
Cuando llegamos a la aldea sentí un gran miedo porque imagine todavía tenían
ganas de matarme, sin embargo cuando me vieron entrar con la princesa todos se
asombraron y me veían con gran respeto. Al llegar con el patriarca, su hija le expuso la
situación de lo que había pasado en el río, lo cual al patriarca le sorprendió mucho.
Llegó el momento en que el patriarca pidió hablar a solas conmigo, me llevó a una
de las chozas y me dijo lo siguiente –¿Es verídico que sobreviviste?- a lo cual respondí –Sí,
es correcto- me siguió haciendo varias preguntas. Después de terminar de cuestionarme me
comentó que lo que había visto en el sueño era una posible reencarnación en un mundo
futuro y de alguna manera podría hacerse la realidad. Según sus teorías yo era el elegido
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para guiar su tribu una vez que muriera él, porque pude sobrevivir al agua del río y las
personas del futuro lo lograron salvar.
Cuando acabó de hablar conmigo pidió inmediatamente hablar con su hija una vez
que terminaron su conversación, se acercaron a mí y me preguntaron si estaba dispuesto a
casarme con la chica, yo sinceramente estaba enamorado de ella, pero no sabía si ese
sentimiento era recíproco o simplemente lo hacía porque yo era el elegido. En dado caso de
ser la segunda opción no estaría dispuesto a casarme, pero si ella sentía algo por mí sería el
hombre más feliz del mundo. Ella me comentó en el tiempo que me estuvo cuidado en el
río le despertó muchos sentimientos hacía mí y no sabía porque. Fue cuando comprendí
todo de alguna manera u otra ella también vivió en esa historia futurista como la enfermera
y poco a poco se enamoró. No tuvimos mucho que pensar al poco tiempo nos casamos y
decidimos guiar la aldea en cuanto sus padre lo decidiera.
Por: Axel Josué García Zepeda
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La mujer que sufre
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Son las doce de la madrugada, y muy asustada, observo como los doctores en
guardia miran entrar a una mujer de aspecto denigrante. Del tiempo que he trabajado en
este hospital he visto cosas muy graves y crueles, pero nunca el caso de Jennifer. Es una
mujer de treinta años de edad, viste de negro desde el día en que su marido murió, y aquí
en el hospital, no deja que se le vista con otra ropa, mucho menos si es blanca. Cuando
llega el momento de su terapia con el doctor William, ella llega al vestíbulo andando
despacio apoyada en la enfermera, y se sienta en una silla como si estuviera exhausta.
Jennifer da la impresión de que está enferma, pero no lo está. He sido enfermera por mucho
tiempo y sus signos vitales demuestran lo saludable que es su cuerpo. Es delgada, tiene la
piel pálida, sus facciones están marcadas por el dolor y tiene la mirada triste. Se ha hecho la
manicura en los dedos de las manos y juega con un pañuelo.
En una ocasión, quise acercarme a ella y ofrecerle mi amistad, pero cuando me
empezó a confundir con su marido, me obligaron a alejarme de ella. Debo confesar que mi
inquietud por ayudarla crecía cada día que la veía en el hospital, por lo que solo me fue
permitido observar su progreso desde lejos. Jennifer solo contesta la preguntas que se le
hacen en un tono bajo, sin mirar al especialista, y se muestra desorientada en el tiempo y en
el espacio. Después de pocos minutos sus ojos se cierran con fuerza, mueve la cabeza hacia
adelante y da la sensación de que ha entrado en un sueño profundo. Ha dejado de hablar, y
cuando intentamos abrirle los ojos, sus pupilas se mueven hacia arriba.
En un principio ésta respuesta corporal nos asustó, pues al intentar despertarla de
una y mil maneras, hasta llegar al extremo de pincharla con una aguja sin tener éxito,
creíamos haberla perdido. Pero no fue posible hasta que casualmente entró el personal de
limpieza y accidentalmente derramo el agua que utilizaría, lo que permitió que al instante
Jennifer despertara aterrada. Ella ha explicado al especialista que ha sufrido uno de sus
ataques de sueño, que ha venido padeciendo estos últimos siete años, explica que se
producen de manera regular, a veces varios en un mismo día, y pueden durar desde unos
pocos minutos hasta una hora.
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Al investigar profundamente sobre la vida pasada de Jennifer, he descubierto que
fue educada en una escuela de monjas y realizó los estudios y exámenes para ser maestra.
De niña, había inhalado una gran cantidad de cloroformo, una sustancia que podía
conseguir en secreto y que usaba para aliviar el dolor de muelas. Sufrió también bastantes
cefaleas hasta que se le operó. Empezó, como consecuencia de esto, a delirar cada vez que
tenía fiebre. Sobre la base de las afirmaciones de sus familiares y de los médicos, da la
sensación de que la Jennifer ha sufrido las enfermedades más variadas y ha recibido todo
tipo de ayuda y tratamientos.
Preocupada por encontrarle solución a los problemas de Jenny, decidí visitarla a su
cuarto, aunque realmente estaba muy preocupada porque me fuera a confundir nuevamente
con su marido. Antes de entrar alcancé escuchar a Jenny decir que no faltaba mucho para
que volviera a tener su próxima aventura. Intrigada, me armé de valor y enfrenté su
mentira.
Tiene ya tres meses que no veo a Jenny pues desde aquel incidente en su cuarto
estoy hospitalizada con una fractura en la espalda. No sé cuándo logre salir de este hospital
y volver a trabajar pero antes de que eso suceda, encontrare a Jenny para prevenir a quienes
la rodean, de que ella no sufre ninguna enfermedad, sino que a ella le gusta sentirse
enferma para obtener lo que se propone.
Por: Alma Rosa Angeles Lira
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Condena o muerte
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Luis era un abogado que pasaba por momentos de crisis financiera, lo habían
despedido de su trabajo por haber extraído información confidencial de la empresa donde
trabajaba para dárselas a Leonardo y Arturo, dos ex trabajadores que al igual fueron
despedidos pero por el delito de fraude, lo cual era una mentira. Los tres hombres querían
destruir la empresa de Miguel, su jefe anterior.
Leonardo y Arturo pasaron cuatro años en la cárcel para pagar por el delito del cual
habían sido culpados. Cuando salieron de aquel lugar estaban dispuestos a hacer todo lo
posible y al alcance de sus manos para llegar al fondo de las actividades ilícitas de la
empresa y darlo a conocer ante las autoridades y que finalmente Miguel recibiera su
castigo. Luis día a día tenía problemas con Miguel, su trabajo ya no era eficiente como en
un principio y desgraciadamente su relación con los demás compañeros de trabajo era cada
vez más abrumadora, por lo que decidió aliarse con Leonardo y Arturo dándoles
documentos confidenciales que de igual manera comprometían a la empresa, ya que se
trataba de la compra de material de baja calidad.
Cuando Miguel se dio cuenta de que ahora tenía como enemigos a tres ex
trabajadores que podrían proporcionar mucha información de la empresa a los policías,
comenzó a tomar medidas y perdió la confianza en todos sus trabajadores, por lo que tuvo
la necesidad de liquidar a ciertas personas para evitarse más problemas. Pero no liquidó a
Cristian, quien era un buen trabajador, lo que no sabía era que Cristian era gran amigo de
Luis y que le podría seguir proporcionando información.
Al darse cuenta Luis y los otros dos hombres de la situación de la empresa, se
comunicaron inmediatamente con Cristian para contarle el plan que tenían en mente y para
solicitar su ayuda. Cristian no aceptó por primera vez, pero recordó el día cuando Miguel lo
culpó por no haber entregado unos documentos de importancia al banco y a dos clientes y
le negó el sueldo de tres meses, al mismo tiempo que lo suspendió durante el mismo
periodo.
Después de esto, Cristian aceptó la propuesta de Luis y continuó trabajando en la
empresa, logrando cada día que Miguel se ganara más su confianza y le otorgara un puesto
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más importante en el cual podría sacar información más comprometedora. La empresa
siguió cometiendo más delitos y Miguel se empezó a vincular con un grupo de
narcotraficantes que lo apoyaron financieramente y tapando delito tras delito cometido con
el fin de no ser descubierto y seguir produciendo dinero por el mal camino.
Miguel decidió ascender a Cristian debido a la buena labor que desarrolló durante
los últimos días. El nuevo puesto de Cristian se trataba de la sub presidencia, ahí obtendría
datos confidenciales que poco a poco proporcionaría a su amigo.
Cada día Miguel solicitaba la compra de material ilícito, él pidió a Cristian que
firmara los recibos y autorizaciones, pero Cristian no quería tener problemas ni
comprometerse, por lo que se negaba y decía que Miguel como dueño de la empresa era el
responsable de ese trabajo o que así se evitarían problemas de entrega tardía. En fin,
Cristian tenía que inventar cualquier cosa para no realizar trabajos sucios que mancharan su
reputación.
Varios trabajadores comenzaron a notar la relación que ahora su jefe tenía con el
grupo de narcotraficantes, por lo que poco a poco fueron renunciando para evitarse
problemas con la ley. A Miguel no le importaba quedarse con pocos trabajadores o con
ninguno, finalmente tenía a sus nuevos aliados con los que obtendría mayor poder. Lo
único que hacía al momento de la renuncia de cada trabajador era amenazarlos para que no
fueran con las autoridades y los delataran. Obviamente, los trabajadores no se negaban y se
iban con el miedo de que esas amenazas se cumplieran.
Luis, Arturo y Leonardo al enterarse de la renuncia de más del setenta por ciento de
los trabajadores, tomaron sus medidas y localizaron a cada uno para contarles su plan y ver
si ellos aceptaban unirse y dar fin con los crímenes realizados por Miguel y los
narcotraficantes. Fue cada vez más grande el grupo que quería demostrar las actividades
ilícitas de Miguel por lo que ahora Luis declararía los delitos cometidos por la empresa de
Miguel ante las autoridades y comentó que un amigo todavía se encontraba trabajando
dentro de la empresa y era él quien les proporcionaba datos comprometedores.
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Las autoridades finalmente accedieron a seguir con el plan que Luis y los demás
tenían para ver a Miguel y a los narcotraficantes tras las rejas. Por lo que pidieron a Cristian
seguir soportando la presión que Miguel ejercía sobre él y hacer que esa confianza entre
ellos creciera cada vez para lograr su objetivo. Miguel continuaba con ese tipo de compra y
ahora se empezaba a relacionar con el lavado de dinero. De este último delito se enteró
Cristian y dio aviso inmediato a las autoridades, quienes solicitaron mantenerse al margen y
estar al pendiente de cada movimiento que se realizaba dentro de la empresa.
Miguel se sorprendía que Cristian siguiera trabajando con él a pesar de saber los
vínculos que la empresa tenía. Un día Miguel y Cristian tuvieron una charla en la que
Miguel le pregunta el por qué seguía ahí, a lo que Cristian respondió que le interesaban los
trabajos que hacían, del dinero fácil que adquirían y quería estar en cada movimiento
realizado para obtener más conocimiento. A Miguel le gustó la ideología de Cristian que
sin dudarlo lo introdujo al lavado de dinero y a los demás delitos que estaban cometiendo.
Estando ahí, Cristian sacó más información y cuando obtuvo la necesaria, fue
inmediatamente con Luis y con las autoridades para dárselas a conocer y ahora si tomar
medidas más fuertes y darles su castigo a esos criminales.
Al día siguiente de lo sucedido las autoridades llegaron a la empresa con una orden
de aprehensión hacia Miguel. Él se negaba a irse con ellos y por dentro sentía un temor a
ser encarcelado por varios años. Sabía que si él iba a prisión, declararía todo y delataría al
grupo de narcotraficantes que trabajaron con él durante un tiempo. No iba a ser justo que
Miguel pagara por todo lo malo que hicieron, además los narcotraficantes tenían más
delitos cometidos que el propio Miguel.
Estando en el ministerio público, encerraron a Miguel y horas más tarde hizo su
declaración, en la que confiesa los delitos cometidos, desde el lavado de dinero hasta la
compra de material de segunda mano. Mencionó también los nombres de los
narcotraficantes y el lugar donde tenían sus encuentros. El juez ordenó inmediatamente ir
24
en busca de esos criminales y dictó sentencia a Miguel, otorgándole cincuenta años de
prisión.
Los narcotraficantes no esperaban que la policía los fuera a buscar tan pronto, no
tenían en mente que uno de los trabajadores y persona en las que confiaban y le habían
enseñado todo tipo de “mañas” para salirse con las suyas fuera a defraudarlos de tal
manera. Cristian siempre se había comportado como ellos, nunca hizo algo que hiciera que
el grupo notara la trampa que les estaba poniendo para que finalmente merecieran su
castigo. Una ocasión cuando uno de los narcotraficantes trató de comunicarse con Miguel y
no pudo, se dirigió a la empresa para hablar con él y explicarle que era hora de marcharse
porque dentro de poco tiempo la policía podría irlos a buscar. En el instante en que el
narcotraficante se encontraba dentro de la empresa, la policía llegó al lugar y lo detuvo, lo
llevaron al ministerio público, mientras otras patrullas se dirigieron al punto de reunión de
Miguel y los narcotraficantes para arrestar a los demás y llevarlos al ministerio.
Pasó el juicio y debido a todos los delitos cometidos, entre los más graves eran
homicidios, secuestros y uno que otro atentado, por lo que a todo el grupo de
narcotraficantes se les condenó a cadena perpetua. Fueron trasladados a diferentes penales
para que comenzara su tortura del encierro.
Cuarenta y cinco años después, el juez dictaminó que a todos se les aplicaría la
inyección letal debido a los problemas que durante ese tiempo ocasionaron dentro de
prisión. Miguel no volvió a saber nada de los narcotraficantes, mucho menos de su muerte.
Un año antes de que fuera su salida de prisión, tuvo un percance con un recluso, quien lo
acuchillo y desafortunadamente murió instantáneamente.
Por: Karla Verónica Servín Cruz
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El Puente
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—Hoy tuve un sueño muy raro — Dijó la señora Katy.
— ¿Cuál fue tu sueño? —Preguntó su hija.
— Aparecía el cuerpo de un muchacho, que estaba aprisionado en una tubería, en algún
lugar muy cercano a las orillas de la ciudad —Comentó Katy.
— Descuida madre, es sólo un sueño —Respondió Luisa.
El día viernes la señora Katy seguía muy preocupada por lo que había soñado, por lo
que notificó a la policía de la región, fue grande la sorpresa, cuando se enteró que se estaba
trabajando en la investigación de la desaparición de un menor de edad.
— ¡Señor, señor, hemos encontrado al niño ahogado en el río! —Dijo el policía Robert.
— ¿Cuándo lo encontraron? —Preguntó el jefe de policías.
—Lo encontramos ayer, por la tarde, pero de acuerdo a los estudios de jurisprudencia
médica señala que murió en la madrugada del miércoles —Respondió Robert.
—Es precisamente la hora en la que soñé lo que le acabo de decir—Dijo la señora Katy.
Fue un momento de grandes impresiones, la señora Katy confesó que estaba dotada,
pero la policía no le creyó, dado que la noticia estaba circulando por el periódico local. Sin
embargo, al ser interrogada, la señora Katy reveló lugares, situaciones, detalles como la
indumentaria que el niño tenía en el momento, cosa que el periódico no ofrecía.
— ¿Cómo es que sabe todo? —Preguntó el jefe.
—Ya le dije que tengo una habilidad —Replicó la señora Katy.
—Manden a llamar al doctor Ricardo Medina —Pidió Arturo.
El psiquiatra Medina, puso a la señora Katy en un estado hipnótico, en el cual visualizó
el número nueve, una casa con bardas alrededor, una tienda, y una gasolinera y más al
fondo había un puente.
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Un par de horas después los agentes, fueron al lugar de los hechos y descubrieron que
la casa en la que vivía el niño, correspondía al número nueve y efectivamente había un
puente en el que recientemente había instalado tubos de agua. Por lo que la policía supuso
que posiblemente el niño se había atorado entre los tubos.
Por: Martín Santiago Francisco
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El verano nunca será igual
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Siempre las reuniones en el jardín ameritan una carne asada, más en los días de
verano, los días más calurosos. Juan creía que la mejor forma de pasar el verano era en el
patio trasero de su casa asando gran variedad de carnes, pero hasta el momento no tenía
ningún asador, es por eso que un día ya contagiado del calor del verano decide ir a la tienda
a comprar uno. Ya en la tienda miraba asombrado. Había gran variedad de asadores desde
los más clásicos y conservadores hasta los más modernos y futuristas, esos que sólo con
presionar un botón asaba tu carne a la perfección. Pero Juan no buscada algo tan moderno y
lleno de miles de botones sino que siempre le atrajo la idea de armar su propio asador, uno
como el que tenía su padre, algo simple pero funcional. Recordaba las tardes de verano que
pasa con su papá comiendo la carne que él preparaba. En ese momento su mirada se dirigió
al estante en donde estaba una gran variedad de asadores con la frase “ármelo usted
mismo”. En ese instante se dirigió al estante y empezó a buscar un asador como el que tenía
su papá; al parecer no había un asador que se le pareciera, pero de pronto su mirada bajada
por la decepción encontró el asador. El mismo que tenía su papá.
Al momento de ir a la caja no podía contener la alegría que le producía tener en sus
manos el asador que le traía varios recuerdos tan placenteros. Ya en el patio trasero de su
casa abre la caja del asador, Juan vio como miles de piezas caen de la caja y un papel se
deslizada al final del montículo de piezas. Juan mira el montículo y piensa que no iba a
poder armarlo.
Agarra el papel lo habré al parecer es el instructivo, el cual lee meticulosamente. Al
parecer el instructivo está en otro idioma, no le toma importancia ya que el instructivo trae
imágenes de cada paso. Se dispone a empezar a armar el asador, comienza buscando las
piezas que vienen en la imagen. Parece que encuentra la pieza que busca y la une con la
siguiente pieza. El asador va tomando forma pero se ve extraño aún no se parece al de la
fotografía. Ahora ha pensado que tal vez ha cometido un error y ha puesto piezas en donde
no deberían ir. En su desesperación por tener su asador armado decide continuar. Mientras
más arma el asador más va cayendo en cuenta de que no se parece al de la fotografía. Ya
enojado decide embonar piezas en donde no van. Tal es su desesperación que no nota eso;
continua armando el asador; no se da cuenta que ya es tarde.
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Al día siguiente decide probar su nuevo asador, con entusiasmo prepara la carne que
asará. Toma todas sus cosas y se dirige a su patio trasero, coloca la carne en su asador,
entusiasmado se dispone a encenderlo. Comienza a cocinar, el olor de la carne llega hasta
su nariz. Con tanta alegría no se da cuenta que la parrilla esta floja.
En un instante sólo siente mucho calor. Ya ni el verano es tan caluroso como el
calor que ahora siente. Las cosas parecen desvanecerse como si ya no hubiera nada, como
si todo desapareciera. El verano nunca será igual ni tan caluroso como hoy.
Por: Juan Octavio Hernández Sánchez
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Así es como vivimos
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Después de un año de soledad, me dispuse a salir de la oscuridad, de la miseria, y de
la tristeza que estaba viviendo. Había estado encerrado en el dolor y a pesar de que sólo
había pasado un año, yo sentía que había sido ayer; me acordaba del día de tu partida y
lloraba como esperando que cada una de mis lágrimas me hiciera regresar el tiempo.
Nunca volviste, nunca hablaste, nunca volví a saber de ti. Y ahora me he levantado
de la cama, esperando volver a ver el amanecer, esperando volver a escuchar el canto de los
pájaros y el ladrido de los perros, esperando poder vivir.
Pero al recorrer la casa, recuerdo todos y cada uno de los días que tuve que cuidarte,
que tuve que despertar, que darte de comer, que escucharte… recuerdo tus gritos al
amanecer, la manera en cómo ibas perdiendo peso, tu cara pálida, tus manos frías y débiles.
Todo eso se me viene a la mente cuando camino por la casa que por diez años
compartimos.
Diez años que me hiciste la vida imposible desde tu aparición, esos años en los que
ni siquiera enferma y desahuciada dejabas de gritarme que era un bueno para nada, no
dejabas de mandarme, de insultarme, de tratarme como un sirviente y nada más. Jamás me
diste cariño, nunca tuve una palabra de aliento de tu parte, me envolviste en un mar de
sufrimiento del que hasta hoy, después de un año de tu muerte he podido volver a salir.
Y también hoy, al recorrer la casa, reviví y disfruté el día en que te despertaste peor
que siempre, me gritaste y como siempre me insultaste. Pero ese día, ya no aguante más tu
presencia y me dirigí hacía el comedor, abrí lentamente una de las cajoneras mientras tú me
gritabas que el desayuno era una porquería. Seguí abriendo la cajonera y lentamente me
dispuse a buscar entre las servilletas de tela que tanto adorabas, por fin; ahí estaba lo que
tanto esperaba encontrar, la pistola que hace años compramos para nuestra seguridad, le
coloqué algunas balas lentamente y me fui caminando hacía nuestra recámara, donde sólo
había recuerdos de peleas, gritos, e insultos. Te vi fijamente, y no recuerdo qué gritabas
porque por un momento sólo escuché a mi mente, levanté las manos y te apunté fijamente
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hasta que sin pensarlo te disparé, directo a la cabeza. La sangre brotó por todas partes y tu
boca por fin se calló.
Por eso hoy, al levantarme, caminé y recordé lo que pasó; me siento feliz y libre.
Por: Anayatzin Román
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¡Que valió la pena!
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-Ya voy a gritar.
-¡No!
-Entonces, ¿quién nos va a sacar, Julia?
-No sé, pero ¿qué tal que siguen ahí los colorados? Si se dan cuenta de que nos escondimos
y nos sacan nos va ‘pior’.
-Y por este méndigo hoyito casi ni respiro. Ya estuvimos aquí toda la noche, ya se han de
haber ido. Yo mero oí a uno decir que namás se quedaban pa´ dar de comer a los animales y
se seguían pa´ Morelos.
-Aguántate otro rato, no seas desesperada.
-Es que ya no aguanto más la oscuridad y el puro olor a maíz, además ya tengo sed. Bueno,
¿y estos colorados quiénes son? ¿de dónde sacan pistolas? y ¿por qué andan robando
namás?
-Son los de la bola, la revolución. Andan todos peleando pa´sacar al presidente Díaz porque
ya había estado mucho tiempo.
-¡Pero y nosotros qué culpa tenemos! Aparte, no seas sonsa, Julia. Yo oí decir que al
mentado presidente Porfirio lo quitaron desde hace 3 años. ¿Pos qué no para eso era la
revolución?
-¿Y entonces ahora por qué se pelean?
-Pus yo que voy a saber, hasta acá no llegan las noticias de eso. Yo creo que no se ponen de
acuerdo.
-Pos ojalá se apuren, porque ya llevan muchos años, y así como son los hombres se van a ir
a tardar otros 7. Pero vas a ver, después hasta van a andar diciendo que valió la pena.
-¡Qué valió la pena! Ni porque al tal Zapata le dieran sus tierra valdría la pena que yo me
pudra entre puro maíz. ¡Amá! ¡Apá!
-¡Cállate mensa! ¡Qué que tal que siguen aquí!
- ¡Amá! ¡Apá!
-¡Shh! ¡Que te calles!
-Déjame, ¿que no ves que si siguieran aquí de todos modos ya me hubieran oído?
-Eso sí. ¡Amá! ¡Amá! ¡Amá!... Por: Alberto Joaquín Castañón Méndez
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Cuando no es como debería ser
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El cuarto se encontraba vacío, lo único que podía escuchar era mi respiración.
Sentía los latidos de mi corazón y cómo este intentaba salir de mi pecho con tal fuerza que
me evitaba sentir cualquier otro músculo de mi cuerpo. La oscuridad de la noche acaparó el
ambiente, y lo único que me quedaba eran mis pensamientos.
De pronto pude escuchar a lo lejos cómo alguien intentaba forzar la cerradura de la
puerta del cuarto. Intenté levantarme para averiguar qué era lo que estaba pasando, pero de
nuevo mi cuerpo no me apoyó. La puerta se abrió de golpe e iluminó toda la habitación; al
fondo se podía observar el cuerpo de una hermosa mujer que se acercaba a mí, era Roberta,
mi mujer. Ella era una mujer exquisitamente bella pero su cara mostraba tristeza y lloraba
desconsolada; trataba de abrazarla pero me era imposible. Yo buscaba llamar su atención,
le gritaba despavorido pero al parecer no me escuchaba. Ella se acercó a mí, me tomó de
las manos, me miró y sonrió.
De pronto sentí que la oscuridad se apoderaba de nuevo de la situación, la silueta de
un hombre estaba bloqueando la puerta y se acercaba lentamente hacia nosotros. Mi hijo,
Sebastián, se postró ante mí, tenía los ojos llenos de lágrimas y desesperado se acercó a su
madre. Sabiendo que este era mi fin, decidí observar a mi familia y recordar los buenos
momentos que vivimos juntos. Busqué decirles que no se preocuparan, que todo iba a estar
bien, pero los latidos de mi corazón eran cada vez más fuertes y me lo impedían. Mejor
traté de recordar el último momento que pasamos juntos. La noche anterior Sebastián había
invitado a su madre y a mí a una cena especial, sin motivo alguno, él sólo quería festejar
nuestra unión familiar.
En este momento entré en un estado de énfasis y me pregunté:
- ¿Por qué nadie me ayuda? ¿Por qué nadie hace nada por mí?
Sebastián sólo abrazaba a su madre buscando consolarla y ella seguía sonriendo. Su sonrisa
delató la verdad, esto no era coincidencia. La cena sí tenía un motivo muy específico, ellos
habían planeado mi muerte. Yo no era un hombre de mucho dinero, ni tenía muchos bienes
y los amaba con todo mi corazón, no veía el punto de eliminarme de sus vidas.
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El pecho me comenzó a doler aún más, y me costaba mucho trabajo respirar; sabía
que por fin había llegado mi hora y nunca sabría la verdadera razón que tuvieron para
matarme. Pude sentir cómo mi corazón dejó de latir, pero yo seguía ahí, en la misma
habitación que mis asesinos. Ellos se dieron cuenta de mi fallecimiento, taparon mi cuerpo
con una sábana y llamaron a un doctor. De pronto Roberta besó a Sebastián con tanto
cariño que me resultó sospechoso. Los dos se tomaron de la mano y salieron de la
habitación. Estaban enamorados.
Por: Salvador Barbosa Ortega
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El amor de mi vida
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Desde niño siempre supe que yo era diferente, pero como mi papá es pastor de la
iglesia metodista aquí en Texas, siempre quise creer que sólo estaba confundido, pero que
con el tiempo aprendería a ser “normal.”
Al ser hijo de quien yo era, a nadie le extrañaba que a mis 25 años no tuviera novia,
y pasara la mayoría de tiempo con mujeres en la iglesia. Ese mismo año fue que conocí a
Valeria Kurphido, una joven hija de un magnate ruso. Ella había venido de intercambio a
mi universidad, y desde el primer día que la vi supe que si alguien podía ayudarme a ser
normal, ese alguien era Valeria. Ella es alta, delgada, pelo rubio, ojos azules, sus pechos
son como dos duraznos maduros, sólo que mucho, mucho más grandes, y si alguien me
pidiera que diera una definición de belleza femenina diría su nombre.
Como era de esperarse, todavía no pasaba una semana de clases cuando Valeria ya
tenía varios pretendientes, entre ellos yo. Yo no soy guapo, y tampoco soy hijo de un
magnate como lo es ella, pero Dios estaba de mi lado y quería hacerme normal. Después de
un mes de haberme gastado toda la fortuna que no tenía, en viajes de fin de semana a
Nueva York y Las Vegas, logré conquistar a Valeria.
Duramos un año como novios, y creo que inclusive yo logré convencerme de que
estaba enamorado de ella. Finalmente tomamos la decisión de que era hora de dar el gran
paso. En el verano viajamos a Rusia para conocer a sus padres y a su único hermano para
darles la gran noticia.
Afuera del aeropuerto de Moscú, la limosina estaba esperando por nosotros. En la
mansión una gran fiesta de bienvenida estaba preparada; Valeria me presentó a toda su
familia. Su mamá es tan hermosa, de hecho toda su familia es hermosa, excepto su
hermano Alex. Llamar a su hermano hermoso, sería un insulto, pues no creo que exista una
palabra que pueda describir esa cara de ángel y pecho de gladiador.
Toda la tarde estuve en una guerra interna intentando dejar de verlo, pero él es tan
amigable, inteligente y curioso que se la pasó haciéndome preguntas sobre la comida
Americana, música, forma de ser, literatura, ideales políticos en fin creo que le conté toda
mi vida, la de mi familia, y la de mi país en una sola tarde.
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Al día siguiente Valeria, Alex, y yo salimos a recorrer la ciudad. Al atardecer los
tres estábamos más que ebrios y Valeria sugirió que volviéramos a casa. Alex llamó al
chofer, y entre los tres logramos subir a Valeria al vehículo, pero cuando yo me iba a subir
Alex me detuvo y le dijo al chofer que se marchara. Yo le dije que yo debía acompañar a
mi futura esposa, pero sin darle tiempo para responder desde el vehículo Valeria gritó “no
te preocupes mi amor, yo estoy bien. Nos vemos en casa.”
Una vez solos, Alex insistió en llevarme a un antro “especial.” Al llegar ahí me di cuenta de
que era un antro gay, pero no quise parecer cerrado y prejuicioso, así que no dije nada.
Seguimos tomando toda la noche, y poco a poco Alex se acercaba más. Después de varios
tragos descubrí que al igual que él, sus suaves manos también eran curiosas. Al principio
traté de resistirme, pero el calor que sentía en mi estómago se hacía cada vez más fuerte. Mi
corazón comenzó a palpitar tan fuerte que aunque yo sabía que estaba mal, decidí vivir el
momento.
Esa noche no llegamos a casa, y aunque en momentos sentía remordimientos, decidí
que mañana sería otro día. No me importó tirar mis valores a la basura, no me importó mi
religión, mi familia, Valeria, ni nadie más, sólo Alex y yo. Jamás hubiese imaginado que
pudiera haber tanto placer en esta vida, como el placer que experimenté esa noche al sentir
como nuestros cuerpos se unían y nuestras almas se hacían una sola. El simple hecho de ver
su espalda blanca y su pelo castaño causaba en mí un sentimiento que jamás había
experimentado.
Por: Eduardo Mora Yáñez
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Elizabeth, la historia de una roomate
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Elizabeth es una niña extrovertida, muy amiguera, que ama a todos menos a su
compañera de cuarto, o como ella le decía “rumy”. No puedo creer que Elizabeth haya
llegado tan lejos con tal de combatir las adversidades.
Los buenos días y las buenas noches era el comienzo y el fin de una gran batalla,
todo por causa de la incomprensión de la rumy. Esta vez el tema de discusión era el
ventilador, no puedo comprender aún cómo un artefacto de cinco hélices colgado al
tumbado de un cuarto podía hacer tanto daño. Pero en este caso lo hacía y mucho.
La época de verano había terminado, el calor había cesado. El invierno empezó más
fuerte que nunca, con un frío arrollador. Pero lo que era inexplicable para Elizabeth era por
qué el ventilador continuaba encendido. Ella se acordaba con absoluta claridad que lo
dejaba apagado por las noches; sin embargo las mañanas resultaban fatales, pues amanecía
con resfrío, dolores de espalda, inmovilidad o escalofríos. Una mirada sigilosa hacia el
costado derecho delataba el por qué de estos incómodos hechos. La rumy dormía
complacidamente con siete cobijas encima y una gran sonrisa en su rostro.
La historia de todos los días era así. Todas las noches Elizabeth apagaba el
ventilador antes de dormir, pues era obvio hacerlo ya que el frío que hacía era increíble,
pero de repente en la madrugada, el ambiente se volvía inestable y en la cabeza de
Elizabeth sólo relucía un nombre, ¡Rumy!, los sentimientos de ira y de coraje desbordaban
de su ser.
La paciencia de Elizabeth estaba agotándose, tenía que solucionar este problema lo
más rápido posible, porque su comportamiento bipolar podía salir a la luz en el momento
menos inesperado. Poder entablar una conversación con una persona de mente cerrada,
arrogante y poco comprensiva era el primer obstáculo. Tenía que poner un alto a todo eso.
Por lo tanto una noche antes de dormir, Elizabeth decidió hablarle a la rumy; para esto ya
daba el reloj las doce de la noche.
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Primer paso, ¿cómo empezar hablar con este tipo de personas? Afinas la voz, das un
profundo respiro y pones tu cara en neutro. Elizabeth trató de llevar pasivamente la
conversación con su rumy pero fue inútil. Ella salió con varios pretextos: que necesitaba
dormir con ventilación porque sufría de asma, que el aire de la ventana le hacía daño, que
prendía el ventilador porque era zombie, que esto y lo otro y por último la rumy se hizo la
dormida para no seguir hablando. ¿Es esto respeto y comprensión? Pensó Elizabeth por un
momento.
Pues bien, no se llegó a nada. Elizabeth estaba hastiada. Llegó la mañana siguiente y
Elizabeth puso su mente a volar, recordó con detalle las palabras de la noche anterior de la
rumy. Pasó todo el día como de costumbre, sonriendo, hablando y compartiendo con todas
las personas que se acercaban a ella, hasta que llegaba la noche y comenzaba su tormento.
Aunque la noche de aquel día, estuvo muy tranquila; nunca sus uñas pero esa noche lo hizo,
utilizó lima, tijeras, cortaúñas para un acabado perfecto. Se puso la pijama, se acostó en
su cama y terminó diciendo ¡Buenas Noches rumy! .Se apagaron las luces. La alarma del
celular vibró a las tres de la mañana, estiró su mano hacia un costado y lanzó las tijeras y
regresó a su sueño normal, imaginando alguna situación chistosa porque tenía una sonrisa
perenne muy bien dibujada en su rostro. A partir de ese momento, no se volvió hablar más
del ventilador.
Por: Solange Chiquito Barzola
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Historia de un loco
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Mi nombre es León y esta es mi historia.
Recuerdo que eran las cuatro de la tarde, pero ellos dicen que eran las cuatro de la
mañana. Me alistaba para salir de casa y tomar un paseo por las calurosas calles de un día
nevado. Desde el momento en que me había despertado noté algo extraño con el clima de la
casa, ya que por la noche había sentido un frío tremendo y por la mañana amanecí casi
desnudo de las volteretas por el calor tan intenso que me ahogaba. La alarma no había
sonado, pero ellos dicen que no me había dado cuenta de que mi reloj estaba sin baterías
desde las dos de la tarde -ya que esa hora marcaba desde que se quedó sin funcionar- pero
yo estaba seguro de haber puesto la alarma y haberme percatado de que sonara
perfectamente. No sé si me explique en este momento, pero más adelante se darán cuenta
de lo que exactamente ocurrió en esos días.
Como no me había podido levantar temprano, supuestamente no pude lavar la ropa,
pero para mi sorpresa cuando fui a ver el cesto de la ropa sucia, toda la ropa se encontraba
en perfectas condiciones, incluso recuerdo haberla visto planchada. Bueno, para esas horas
del "día", apenas comenzaba esta interesante anécdota. Después de arreglar la cama y unos
cojines que dejé tirados la noche anterior, sentí un hambre voraz al estar escuchando las
recetas de la abuela María por la televisión. Rápidamente corrí a prepararme ese delicioso
cereal que había escuchado. Cuando me quise lavar las manos en la tarja y abrí la llave,
escuche que instantáneamente salió agua de la llave de la regadera de la recamara principal,
rápidamente subí corriendo a cerrarla mientras maldecía al plomero por el trabajo tan
incompetente que había hecho y lo caro que me había salido. Cuando regresé a la cocina a
lavarme las manos, recordé que no funcionaba la llave y volví a subir para lavarme las
manos en el lavadero. Cuando abrí la llave, simultáneamente la lavadora comenzó su ciclo
y toda mi ropa limpia se mojó. Cerré la llave y la lavadora se apagó. Ya para esos
momentos habían transcurrido dos horas. Cuando finalmente me decidí a preparar la
comida, enciendo la estufa y escucho un ruido ensordecedor con el ritmo de chekete
chekete cheke, y empecé a notar que algo andaba mal, esa casa era todo un lío. Me dirigí al
teléfono para llamarles a todas las personas que se dedicaran a un oficio, llamé plomeros,
fontaneros, electricistas y de paso contraté internet, que para variar el joven me instaló
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televisión por cable. Pero por alguna extraña razón todas las personas venían con platillos
de comida y muy cordialmente los dejaban en la mesa. A decir verdad, cada vez que intento
recordar encuentro más detalles tan grandes que me hubieran ayudado a entender lo que
estaba sucediendo, pero mi mente estaba tan ocupada en lograr obtener todo lo que había
planeado desde la noche anterior.
Estaba frustrado, confundido y lo peor de todo, hambriento. Dije a mí mismo, ahora
nada me puede salir mal. Me alisté para salir a dar ese paseo tan anhelado y al estar
abriendo la puerta se apagó la luz de toda la casa, abría la puerta y todo se encendía
nuevamente. No comprendía nada y pensé que el electricista había dejado un falso contacto
de la magnitud de toda la casa. No me importó, cuando regresara arreglaría ese pequeño
detalle. Cuando salí de la casa, llegando casi al primer piso del edificio recordé que había
olvidado algo, regresé a subir las escaleras corriendo, abrí la puerta; nuevamente se
encendió la luz, la apagué; se prendió la televisión, la desconecté; empezó el ciclo de la
lavadora, escurrí la ropa y la dejé en una cubeta. Me salí de la casa, y llegando nuevamente
a la planta baja del edificio olvidé que había olvidado recoger aquello por lo que había
regresado. Enojado subí las escaleras a la casa, abrí la puerta de un golpe, subí a mi
habitación, abrí la gaveta del armario y cuando estaba dispuesto a agarrar lo que había
olvidado, encontré una tarjeta de un viejo amigo doctor que no llamaba en años. Me
remordió tanto la conciencia que en lugar de telefonearlo decidí ir a visitarlo, salí de la
casa, llegué a la planta baja del edificio y sí, así es, nuevamente había olvidado recoger
aquello que mil veces había olvidado.
Triste y decepcionado, comprendí la situación, recordé y comprendí por qué todo
funcionaba al revés. Subí las escaleras cuidadosamente, me sujeté del barandal fuertemente
con los ánimos por el suelo, saqué la llave de la casa y revisé que no fuera la llave del carro
para abrir la puerta -ya que cualquier evento era posible en ese momento-. El piso estaba
mojado, la ropa estaba en la tarja, el televisor y el estéreo a todo volumen y la regadera
abierta. No hice absolutamente nada, cuidadosamente metí la mano en mi bolsillo, saqué la
tarjeta de mi viejo amigo y marqué los números lentamente. Cuando escuché esa voz que
temía escuchar, todo volvió a su lugar, la voz me hizo recapacitar en menos de un segundo;
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esas palabras eran insoportables, pero eran mi única respuesta, mi verdad y mi ayuda. La
voz dijo: Departamento de Psiquiatría, buenas tardes Sr. León.
Por: Francisco Israel Esquivel Sosa
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Un día cualquiera en la AFI
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El martes 13 de enero a las 7:15 de la noche entró a la AFI una llamada notificando
un tiroteo en la esquina de las calles Puebla y Orizaba de la col. Roma en el Distrito Federal
yo me encontraba a un lado de mi comandante que de inmediato me hizo ir hacia la zona de
conflicto junto con mi escuadrón. Llegamos al lugar en menos de diez minutos,
apresuradamente me bajé de las camioneta y de inmediato me percaté de dos camionetas
negras blindadas marca Suburban sin placas estacionadas afuera del recinto, di la orden de
que un agente se quedará vigilándola por si intentaban escapar los presuntos delincuentes.
Entré al edificio seguida de diez de mis mejores hombres y el resto se repartieron en cada
una de las salidas de emergencia de la construcción. Se alcanzaban a escuchar algunos
ruidos provenientes del segundo piso, con precaución subimos hacia el área dónde
suponíamos estaba el conflicto y antes de subir el último bloque de escalones fuimos
recibidos con múltiples balazos provenientes de un ametralladora. De igual manera
contestamos y un presunto delincuente fue herido de muerte por lo que la puerta del
departamento 203 se encontraba abierta.
Sergio Vidal, un excelente agente que ha sido mi compañero desde mi ingreso a la
AFI rodó hacia el otro extremo de la puerta del departamento esquivando algunas balas, yo
al otro extremo junto con nueve agentes más aprovechamos este tiempo de distracción de
los criminales para ponernos unos segundo de frente a la puerta y disparar, aunque sin
mucho éxito ya que ninguna de nuestras balas los impactó pero pude aprovechar para
contar a nuestros agresores y analizar la situación en la que nos encontrábamos. Eran cinco
hombres de gran corpulencia con una ametralladora cada uno, en el interior del
departamento pude notar algunos empaques de cocaína por lo que asumí que era una
bodega de narcóticos.
Me encontraba con un estrés enorme, la adrenalina al máximo y sin un mínimo
margen de error ya que algún movimiento en falso podría acabar con mi vida. Pasaron unos
cuantos segundos y me decidí a asomar mi arma y disparar al hombre más expuesto de
ellos, de inmediato Vidal corrió hacia el pasillo de entrada y disparó a quien pudo, no pasó
ni un segundo cuando uno de mis agentes se lanzó hacia la puerta para cubrir a Sergio y
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logró impactar a un delincuente. Ya sólo quedaban dos y de inmediato entré al
departamento cubierta por uno de mis agentes. Todo ocurría rápido, Sergio logró darle a
uno más de los enemigos el cual me disparaba hiriéndolo de muerte. El otro presunto
narcotraficante corrió a refugiarse en algún lugar del departamento.
Ya con sólo un criminal dentro, los 7 agentes restantes entraron al recinto para
buscarlo. Un grupo de 3 registraron la sala dónde ese encontraban dos mujeres altamente
intoxicadas por drogas y alcohol escondidas atrás de los sillones, yo junto con Sergio
registramos un cuarto el cual se encontraba vació y otros cinco agentes se encargaron del
cuarto principal en dónde segundos después se escuchó un solo tiro. Los cinco agentes
entraron rápidamente, el delincuente al verse sin salida alguna, se suicidó de un tiro en la
cabeza.
De inmediato notifiqué al comandante que la zona se encontraba segura y permití el
acceso de las ambulancias a la calle dónde se suscitó el tiroteo. En unos minutos
paramédicos subieron para atender a los delincuentes gravemente heridos y a las mujeres
que se encontraban ahí, las cuales al parecer eran sexoservidoras. La PGR se encargó de los
cuerpos de los siete narcotraficantes para que fueran identificados. Dentro del departamento
encontramos alrededor de 20 kg de cocaína, armas de uso exclusivo del ejército y una
suma fuerte de dinero. Al ver que todo estaba en orden salí del edificio junto con mi
escuadrón el cual resultó ileso y concluimos con éxito nuestro trabajo.
Por: Andrea Carrillo
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Pequeños olvidos
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En la mayoría de las conversaciones la gente habla de sus cosas, o de las cosas de
los demás, en el peor de los casos opinan sobre política o comida, en realidad opinan de todo, de lo que pudo ser, de lo que será, sin embargo, poco a poco se van difuminando algunas cosas en la memoria a de la gente, con el paso del tiempo se crea hollín en la cabeza de las personas.
Justin, pensaba en lo poco que se acordaba de su madre, de lo que platicaban, o de lo que hacían, la última vez que la vio fue en la frontera, cerca de Parras, lo invitó a comer codornices, a él no le gustan las codornices.
A decir verdad Justin no sabía qué había sido de ella, Amalia, su madre, conoció a su padre en uno de esos viajes a Laredo, cuando el niño creció decidió quedarse en Galveston, era mejor ser americano, el desapego hacia Amalia se dio poco a poco, aun cuando murió su padre. Justin era una mezcla de indecisión con olvido, jamás supo qué hacer en el momento debido, poco a poco se fue alejando de la frontera, eso de alguna forma le hacía olvidar que Amalia era de Monclova. A veces la gente busca que no hablen de sus cosas.
Una vez en Montana, Justin conoció a Evelyn y pasó la noche con Mary y se casó con Elois, parecía que tenía estabilidad, de cierto modo lo que menos le preocupaba era estabilidad, decidió ir a California, donde estaba la familia de Elois. La cercanía con la frontera le hacía pensar en Monclova, pero no en su madre, le atrajo la belleza de Los Cabos y las aventuras en Tijuana, ahí las noches son más largas; Elois era feliz con ese espíritu extraño, le parecía fascinante el sentido de aventura de Justin, la picardía con la que trataba a la gente se le hacía por demás intrigante. Los olores, sabores y colores de la frontera le resultaban excitantes.
Las aventuras de Justin por California se hacían visibles, hasta que la familia política le preguntó por sus padres; sin más explicaciones Justin dijo que su padre había muerto, que era de Galveston y que su madre siempre estaba en lugares distintos, que él no sabía dónde estaba.
Llegó entonces la mujer del padre de Elois, una señora exuberante a pesar de su edad,
de esas mujeres que suelen intrigar cuando se conocen, que nunca, en realidad, llegan a conocerse. De manera formal apretó la mano de Justin, diciéndole en un tono norteño:
- Soy Amalia, de Monclova Coahuila, es un gusto conocerlo joven. Elois y su padre se quedaron sorprendidos con la expresión de Justin, Amalia salía de compras, regresaría por la tarde.
Por: María Dolores Leidy Bravo Guzmán
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Una muerte más
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La mañana fría del 23 de Mayo de 1946, familiares y amigos se reunieron para
despedirlo. Entre llantos y tristeza, el féretro recorrió las calles en algún punto de Nápoles,
ciudad que lo había visto nacer, crecer y morir. Llegó pronto el momento del entierro y
junto con éste el intento de resignación. Un día antes había sido asesinado por un integrante
de la mafia, de ésos que no respetan nada. Su cadáver, con un solo balazo que entró por la
espalda y salió por el pecho, había sido encontrado por un anciano en la azotea de un
edificio de departamentos de muy bajo costo.
Francesco Cicarelli estaba dispuesto a vengar la muerte de su padre Alfredo, quien
era un eficiente funcionario de gobierno a pesar de su bajo sueldo. A sus 23 años tenía claro
que era obligatorio dar con el culpable para enseguida acabar con su vida de la manera más
despiadada. Sabía de memoria el nombre del mayor de los sospechosos: Salvatore Zizo,
quien era líder de un grupo criminal que pretendía ser fuerte competidor de la organización
que controlaba el contrabando en el sur de Italia en ese entonces. Meses antes de la triste
desaparición y muerte de Alfredo Cicarelli, éste había tenido una fuerte discusión en su
propia casa con Salvatore; el funcionario se negaba a autorizar el paso ilegal de alcohol,
tabaco y algunas telas provenientes de diversos puntos de Europa y Asia. Después de
algunos insultos y amenazas, Zizo, quien solía tener gran poder de convencimiento, le dio a
Alfredo un ultimátum: si no quería morir, tenía que autorizar y facilitar el paso de
mercancía para ser distribuida a ciudades clave del país antes de que el negocio fuese
cerrado por otro grupo mafioso, a cambio, Cicarelli viviría como siempre había anhelado.
El rumbo había tomado una dirección distinta a lo habitual, el poder de convencimiento de
Salvatore no había funcionado para lograr cerrar el negocio de alcohol y tabaco; Alfredo
había pagado por sus principios con su propia vida.
Francesco siempre había estado orgulloso de su padre, era su ejemplo, un hombre
respetado por su comunidad, amable y trabajador. El joven sólo había visto una sola vez a
Salvatore pero recordaba perfectamente su aspecto: un hombre blanco de unos sesenta
años, baja estatura, delgado y con bigote prominente. En ese tiempo, la mafia italiana
estaba presente en una cantidad de organizaciones que se peleaban el control y distribución
de mercancía ilegal por todo el país y algunas ciudades de Europa, Asia e incluso África.
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La organización de Zizo era conocida en el bajo mundo con una de las organizaciones “más
prometedoras” de la mafia italiana. Con pocos recursos crecía poco a poco, sus miembros
solían chantajear y sobornar a toda persona que se interponía con sus intereses. Mataban a
las personas cruelmente y solían desaparecer los cadáveres de las víctimas.
Francesco trató inútilmente de obtener alguna pista que le ayudara a encontrar al
responsable. Cuando creía tener algún rastro, éste no daba ninguna respuesta y todo parecía
ser inútil. Francesco nunca se dio por vencido y pasaba día y noche imaginando mil formas
de matar a su enemigo, lo haría con una pistola o tal vez con un puñal en algún bar o
cualquier lugar donde se lo encontrase.
Tres años después del incidente, Francesco cenaba un poco de pasta mientras leía la
sección de sociales del periódico local cuando se percató que cinco hombres entraban al
restaurante. Sin buscarlo, el joven se había encontrado, aunque de pura casualidad, con
Salvatore en un lugar poco popular de la zona. Estaba seguro que era él pues recordó que
no tenía 2 dedos de la mano izquierda, que seguramente habría perdido en alguna riña. Lo
pudo ver de frente aunque sólo por un instante, cenaba en una mesa con sus cuatro
inseparables capos a quienes no pudo verles la cara., todos vestían con traje y sombrero.
Escondido detrás de su periódico y siempre con una pistola guardada en el bolsillo de su
pantalón, Francesco esperó la salida de los mafiosos del lugar para seguirlos y acabar con
todos ellos, o por lo menos con el líder.
Dejó que se alejaran un poco. Francesco, todavía en su mesa, cargó
disimuladamente su pistola con unas cuantas balas. Salió del restaurante escondiéndose
entre la gente para que su presencia no fuera motivo de sospecha; los capos de Salvatore
volteaban hacia todos lados para evitar cualquier atentado en su contra. Los mafiosos
subieron pronto a un auto negro y se fueron. Francesco corrió entonces hacia el suyo
esperando no haberles perdido la pista. El trayecto no fue tan largo, pues después de veinte
minutos llegaron a una casa muy grande resguardada por dos perros hambrientos que
caminaban entre los amplios jardines. Sabía que no podía hacer nada contra ellos, ahí
dentro estaban bien protegidos y cualquier ataque sería inútil así que esperaría hasta la
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próxima salida. No descansaría hasta cumplir la promesa que le había hecho a su padre
aunque tuviera que permanecer todo un año en ese lugar.
Estuvo dos días vigilando a lo lejos aunque ningún movimiento fue detectado. Salía
a caminar de repente para estudiar las posibles entradas y salidas de la casa además de
analizar algunos movimientos que se percibían desde las ventanas del hogar. Ese tiempo en
soledad también le había permitido reflexionar sobre su persona y lo que haría después de
haber cumplido el único objetivo que había estado presente en su vida. Quería comenzar de
nueva cuenta, olvidar su terrible sufrimiento y continuar con sus estudios para ser un
abogado de renombre. Esperaba que todo le resultara como hasta ese momento había
imaginado.
La madrugada del tercer día que permanecía en su auto, el sueño se apoderó de
Francesco quien cerró los ojos y durmió aunque no por mucho tiempo pues sólo unas horas
después el ruido de algunos camiones y camionetas lo puso en alerta. Personas
transportaban mesas, sillas, manteles, arreglos florales y otros adornos hacia la casa por lo
que todo parecía indicar que una fiesta se llevaría acabo. Breve tiempo pasó hasta que toda
la calle se llenó de autos y una gran cantidad de personas, todas ellas muy bien arregladas,
se dirigían hacia ese hogar con grandes regalos en mano. Era simplemente el momento
ideal para llevar a cabo su venganza, se confundiría entre tanta gente para acercarse a
Salvatore Zizo.
Esperó unas horas más y bajó del auto pensando en la manera de entrar a la casa. A
lo lejos pudo ver que se acercaba un hombre bien vestido y con una caja de regalo en las
manos, llegaba solo y lo hacía a pie. Sin pensarlo, lo interceptó y con un fuerte golpe en la
cabeza logró que perdiera el conocimiento. Aunque le dolió lo que acababa de hacer a ese
pobre individuo, sabía que no había otra manera de entrar sin que fuera cuestionado o
incluso descubierto. Se puso entonces el elegante traje color café una talla menor a la que
solía usar y un sombrero que sí le quedó a la medida; tomó la caja de regalo blanca, le
deshizo el moño grande color azul marino e introdujo la pistola. Se unió entre la gente y
familias enteras que todavía seguían llegando, confundiéndose entre ellas para entrar a la
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casa, los perros estaban encerrados. Llegó al amplio jardín trasero en donde se celebraba la
fiesta, al parecer de cumpleaños de Salvatore. Mucha gente, que parecía por su aspecto rica
y poderosa, se encontraba en el lugar; un grupo musical de Jazz de siete integrantes
amenizaba el lugar con una música bastante agradable y un enorme pastel de chocolate se
veía a lo lejos. Francesco caminó algunos minutos tratando de aparentar ser cualquier otro
invitado. Veía mujeres presumiendo sus atuendos, niños corriendo sin parar, ancianos
compartiendo experiencias con sus antiguos amigos de la juventud, parejas bailando al
ritmo de la música. Finalmente encontró a Zizo platicando con un grupo de hombres muy
bien vestidos, seguramente estarían concretando algún negocio sucio o estarían afinando los
detalles para deshacerse de algún cliente “incómodo”. Lo mantuvo ubicado durante dos
horas mientras pensaba de qué manera escaparía después de haberlo matado.
De pronto Salvatore entró a la casa después de que uno de sus capos, vestido de
traje y sombrero blanco como sus demás compañeros, le hiciera una señal de que había
recibido una llamada telefónica. Francesco lo siguió disimuladamente, no había otra opción
que matarlo en ese momento aunque su propia vida terminara en ese lugar, era todo o nada.
Salvatore colgó el teléfono y le sonrió levemente a Francesco quien poco a poco se acercó a
él con gesto amable, pretendiendo entregarle el regalo que tenía en sus manos.
Rápidamente sacó la pistola de la caja, apuntó y disparó sin pensarlo. La bala viajaba
mientras Francesco descargaba a su vez la furia y deseo de venganza por la muerte de su
padre, la persona que más quería. Un disparo en la garganta fue suficiente, quedaba sólo
huir.
Un hombre obeso que se encontraba en la entrada de la casa le apuntó pero fue más
rápida la reacción de Francesco que le disparó en dos ocasiones, una en el hombro derecho
y otra en la cabeza. Corrió lo más rápido que pudo de la casa hasta donde se encontraba su
auto, entre tantos balazos sólo recibió un rozón en la pierna. Arrancó, pero pronto dos autos
ya lo seguían y se iban acercando cada vez más. Entró a la ciudad pero la multitud y los
autos impedían que pudiera avanzar con mayor velocidad para escapar completamente de
su muerte. Bajó del vehículo y corrió por esa misma calle, la dirección era desconocida. Por
un momento sintió que había escapado, tomando un poco de aire y cargando nuevamente su
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pistola, caminó entre la multitud mirando hacia todos lados. De pronto dos hombres
vestidos de blanco comenzaron a empujar a las personas quienes no comprendían qué
estaba pasando, Francesco estaba ubicado. Éste corrió y no le quedó más opción que
meterse a una tienda de antigüedades egipcias que se encontraba en esa calle. Subió las
escaleras que se encontraban dentro de la tienda hacia el segundo piso mientras que el
dueño de la tienda le reclamaba sin parar el deterioro de algunas valiosas piezas. Salió hacia
el pasillo principal del edificio y subió seis pisos., sabía que los capos lo estaban siguiendo
pues escuchaba sus gritos, pisadas y uno que otro balazo. Estaba atrapado, tenía que ir a la
azotea y buscar la manera de huir corriendo hacia los edificios contiguos. Finalmente y
después de unos diez minutos llegó a la última puerta, apenas la abrió una bala le atravesó
el cuerpo. Agonizante, Francesco pudo ver la cara de su asesino, el cuarto de los capos
quien también vestía de blanco: nada más y nada menos que Alfredo Cicarelli quien no
pudo resistirse al ofrecimiento que tres años antes Salvatore Zizo le había hecho. Francesco
murió el 22 de Mayo de 1946.
Por: Mariana Nieto de León
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Pocoma
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Se había vuelto algo habitual enterrar a nuestros compañeros. Hoy no fue la
excepción y una vez más nos reunimos en aquel maldito cementerio. Murió un gran
guerrero y amigo, su nombre era Yakstem, y significaba rugido de león. Un nombre
bastante apropiado para alguien que nunca tuvo miedo. Yo tuve el placer de haber nacido
junto a él, mucho antes de que se hubiera formado Pocoma, la gran aldea. Eran tiempos
difíciles, y hacer un hogar no era fácil, así que todos compartíamos el techo. Entonces
Yakstem y yo fuimos como hermanos, desde pequeños elegimos el sendero de guerreros,
un camino que nadie quería elegir.
Aún recuerdo nuestra iniciación, éramos los más jóvenes en convertirse en
guerreros. Ese día partimos muy temprano, nos acababan de entregar a “enfao”, la primera
y única arma que tendríamos. Era brillante y filosa, lo suficientemente larga como para
atravesar el corazón de un león, y protestaba por ser ensangrentada. No habíamos de
regresar sin la cabeza de una bestia, un ritual que no pasaba la mayoría de los guerreros. A
los 12 días regresamos con la cabeza de un cocodrilo y una hiena, hubo un enorme festejo y
al fin pudimos portar el collar con los dientes de nuestras bestias; Yakstem los de la hiena y
yo los del cocodrilo.
Poco a poco nos fuimos ganando un lugar entre los guerreros más feroces. No sólo
cazábamos, también era nuestro deber defender el pueblo con nuestras vidas. Para un
guerrero no hay un mayor orgullo que morir peleando. Pero cada vez se volvían más
comunes las riñas entre aldeas y eso preocupaba mucho al pueblo. Fue por eso que
decidieron enviarnos a vigilar las afueras de nuestra aldea, para alertar futuros ataques.
Funcionó durante mucho tiempo y nos atribuían la paz.
Un día fuimos capturados los dos mientras dormíamos en nuestro pequeño
campamento; nos amarraron y nos llevaron, sin que nadie se enterara. No había nada que
hacer y sabíamos que todo estaba perdido. Necesitaron seis guerreros para cargarnos hasta
su aldea. Nos dejaron toda la noche al lado de la fogata mientras todos dormían tranquilos,
como si no fuéramos a escaparnos. Al día siguiente nosotros habíamos dormido tan bien
como ellos, éramos guerreros y no teníamos miedo a nada, ni a la muerte. Apenas salía el
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sol y empezaron a acercarse guerreros a nosotros, lo sabíamos porque tenían collares como
los nuestros. Enseguida se acercó a nosotros el jefe de la aldea, tomó su enfao y cortó
hábilmente las cuerdas que nos sujetaban. Había un silencio mortal; si hubiéramos querido
en ese entonces lo habríamos matado fácilmente. Después se paró y caminó hacia otros
guerreros, les pidió algo y regresó a nosotros con nuestros enfaos. Los habían limpiado y
afilado tanto que parecían nuevos. Se sentó a nuestro lado y nos dijo que sabía quiénes
éramos, nos llamaba “sempúa pretobas”, guerreros elegidos.
Todos escuchaban atentamente lo que decía el anciano, era una persona muy sabia y
nos pidió peleáramos con sus guerreros más fuertes; si les ganábamos habría paz entre las
aldeas, si perdíamos irían a pelea a muerte con nuestra aldea. Nunca entendimos las razones
de aquel viejo, pero ahí estaba la oportunidad de nuestras vidas y decidimos tomar nuestras
enfaos. Los dos sabíamos que teníamos una buena oportunidad de ganar, después de todo
era lo que mejor hacíamos. Yakstem fue el primero en pelear, su oponente era por mucho
más grande que él. Fue una danza bastante larga y apenas Yakstem salió victorioso. Lo
derrotó mas no lo mató. El siguiente en pelear fui yo, mi contrincante no era ni más grande
ni más fuerte, pero se veía en sus ojos el deseo de sangre y muerte, sabía entonces que el
mío era aún más difícil. Atacó una y otra vez sin cesar. Yo tranquilo, espero un momento
para atacar. Lo esquivo varias veces hasta descubrir su punto débil. Cuando pateaba al aire
cerraba los ojos, ya sabía cómo derrotarlo. La siguiente patada que soltó la recibí y clavé
sin piedad mi enfao en su corazón. Enseguida rompí su cuello para mostrarle mi respeto
como gran guerrero. Así fue como logramos formar Pocoma. Las aldeas intentaron
llamarnos jefes, pero nos negamos. Nosotros habíamos nacido guerreros.
La paz trajo prosperidad a nuestra gran aldea, ya no había muertes por guerras. Sólo
nos dedicábamos a cazar y traer fuerza a nuestra Pocoma. Cada vez había menos guerreros,
tal vez era que no había agallas para serlo, o que ya no éramos tan necesarios. Pero no nos
importó, formamos la primera escuela de guerra y éramos pocos, pero sin duda de lo
mejor. La suerte terminó cuando llegó el león con melena negra. Mataba por las noches sin
piedad a guerreros, niños o madres. Yo fui el primero de los dos en encontrarlo, pero no
pude derrotarlo. Jamás vi una bestia tan fiera y temible. El siguiente en encontrarlo fue
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Yakstem, y ahora estamos en este cementerio, escuchando la oración del jefe por Yakstem
el gran guerrero. Veo que logró matar al gran león, el que yo no pude matar. Como me
prometió Yakstem, nos entierran a los dos junto a la gran cabeza del león de melena negra.
Al fin, encuentro la paz.
Por: Anand Nathan Kanthimathinathan Serrano
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Compilado por:
Vanessa Durán Santos A01201730
Mauricio Ruelas Valencia A00887508
Luis Chaiel Álvarez Moreno A01201723
Rodrigo De Luna Lara A00908068
Ismael Ruíz Navarrete A00888419
Karina Lizbeth Real Rodríguez A01201110
Portada elaborada por:
Claudia Florina Landaverde
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