apuntes para analizar la din+.mica de las drogas ilegales ......drogas ilegales, cultura y sociedad....
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Drogas ilegales, cultura y sociedad. Apuntes sobre el impacto de las redes del narcotráfico en la vida cotidiana de Baja California1
Lilian Paola Ovalle Introducción La demanda y el uso de sustancias que alteren el sistema nervioso central, es una
constante antropológica. Se ha identificado en todos los tiempos y en todas las
culturas. Sin embargo, la moderna obsesión por la prohibición aparece como un hecho
arbitrario que divide al mundo en amigos y enemigos. Sin prohibición, no habría tráfico
ilícito, ni personas que asumieran el narcotráfico como mundo de vida, no habrían
“ajustes de cuentas” porque las transacciones económicas estarían respaldadas por el
marco del derecho y sobre todo, los territorios no serían disputados como “plazas”
controladas por el más fuerte.
Es en este contexto de prohibición en el que se ha venido tejiendo una amplia,
encriptada y anónima red transnacional de producción, transporte y comercialización de
drogas ilegales. El narcotráfico se entiende aquí como un complejo fenómeno global
que cobra vida social enraizándose en determinadas localidades. Por ello, no se puede
perder de vista que la economía ilícita del tráfico y comercio de drogas responde a un
conjunto de interconexiones tanto globales como locales. Sin embargo, el objetivo de
este capítulo es indagar concretamente el impacto local de las redes del narcotráfico.
Desentrañar la forma en que marca la cotidianidad de quienes habitan el Estado de
Baja California. Para cumplir con este objetivo, la argumentación que a continuación se
presenta, se divide en tres apartados.
1En este capítulo se retoman ideas expresadas en diversos textos del autor publicadas en revistas y libros. Para mayores detalles véase: Memoria y codificación del dolor. Muertes violentas y desapariciones forzosas en Baja California. EN prensa. Narcotráfico y poder. Campo de lucha por la legitimidad. En Revista Athenea Digital. No 17 Marzo del 2010. ISSN 1578-8946. Engordar la vena. Prácticas y discursos de los usuarios de drogas inyectables en Mexicali. Centro de investigaciones culturales-museo. UABC, UPN 2009. Ajustes de cuentas. Muertes violentas y narcotráfico en Baja California. Revista de Ciencias Sociales Arenas. Universidad de Sinaloa. Num. 10. 2007. “Las fronteras de la narcocultura” en La frontera Interpretada. CEC-Museo UABC. 2005
En el primer apartado, titulado Apropiación del territorio de Baja California, se
reconstruye brevemente la presencia de las actividades de tráfico de sustancias
psicoactivas. Desde los años de 1910, cuando no había un marco normativo fuerte que
avalara la prohibición, hasta la época reciente, en la que el territorio bajacaliforniano es
concebido y apropiado por las redes del narcotráfico como “una plaza en disputa”. El
segundo apartado revisa el proceso mediante el cual los miembros de las redes del
narcotráfico pasaron de ser una figura enigmática, para consolidarse como la figura del
“Narco”, un nuevo actor social. Finalmente, en el último apartado, titulado Violencia
asociada al narcotráfico. Memoria de una guerra sin “victimas” se explora quizás uno
de las manifestaciones de estas redes, que genera mayor impacto en la cotidianidad y
en la calidad de vida de los habitantes del territorio bajacaliforniano: la
instrumentalización de la violencia como única vía para resolver sus conflictos y
respaldar sus transacciones económicas. Se explora y se analiza el componente
simbólico de esta violencia y se develan las estrategias del olvido y la memoria,
necesarias para la continuidad de la vida y la búsqueda de sentido en medio del sin
sentido.
Apropiación del territorio de Baja California
Actualmente, las drogas, quienes las consumen y quienes las comercializan, son
percibidos desde el paradigma de la prohibición. Sin embargo la retórica de la “guerra
contra las drogas” es reciente y los sentidos y argumentaciones que la sostienen han
ido variando a lo largo del tiempo. Para 1910, en el territorio mexicano el consumo de
opio, vinos con coca y cigarros de marihuana era legítimo. Usualmente estos productos
se podían encontrar en las farmacias y se les atribuían propiedades curativas (Astorga,
2005). Sin embargo, Estados Unidos inicia en 1914 la era moderna de la prohibición
de ciertos fármacos (Astorga, 2003, p.11) trastocando la dinámica nacional relacionada
con drogas que desde entonces empezaron a ser criminalizadas. Para 1920 se prohibió
el cultivo y la comercialización de la marihuana y en 1926 el cultivo y tráfico de
adormidera fueron igualmente vetados.
Desde entonces se empezó a gestar un futuro, ahora presente, nebuloso y conflictivo
para el Estado fronterizo de Baja California. Enclave estratégicamente ubicado entre
zonas productoras, hacia el sur, y consumidoras, hacia el norte, de sustancias
psicoactivas que gracias al contexto de prohibición se convertirían en unas de las más
valiosas y rentables mercancías. Precisamente, en este apartado se explora la forma
en que diversas redes dedicadas al tráfico y comercialización de estas sustancias
ahora ilegales, se han apropiado instrumental y simbólicamente del territorio
bajacaliforniano.
Sin duda, este hecho está asociado con su característica fronteriza y con su proximidad
al amplio mercado de drogas ilegales que se ubica en el país vecino. Sin embargo,
además de los aspectos geográficos se deben tener en cuenta los aspectos históricos y
sociales que han incidido en la localización de la red transnacional del narcotráfico, en
su territorio.
Astorga afirma que el flujo transfronterizo de drogas ilegales en Baja California, se
remonta casi a sus orígenes como entidad federativa y expone el caso del gobernador
de Baja California en el año 1916, Esteban Cantú, de quien se sospechaba que a pesar
de prohibir el opio para fumar, promovía que las sustancias decomisadas fueran
puestas nuevamente en circulación después del pago de fuertes multas. Incluso, según
lo encontrado por Astorga en documentos desclasificados por la DEA, el 16 de
septiembre de 1916 un agente especial a cargo del distrito de Los Ángeles informó a
las autoridades aduanales de esa ciudad que David Goldbaum, representante de un
sindicato chino de traficantes de opio con sede en Ensenada, había visitado en Mexicali
al Gobernador Cantú para acordar los términos de la concesión del negocio de opio.
Según lo señalado en dichos documentos, el trato fue cerrado a cambio de 45,000
dólares por la concesión y pagos mensuales de 10 mil dólares (Astorga, 2003, p.17).
Otros factores como su historia de inmigración de chinos que llegaban a este territorio
con un conocimiento y una tradición en la elaboración y el consumo de opio, el papel
que jugó esta zona fronteriza en los tiempos de la ley seca en Estados Unidos como
lugar para hacer lo que al otro lado de la frontera se prohibía, y más recientemente, su
dinamismo económico y poblacional; han igualmente incidido en el establecimiento de
estas redes transnacionales en su territorio.
A principios de los años 30, A. Smale, el cónsul estadounidense en Baja California
reportaba a su departamento de Estado los rumores de una expulsión masiva de
chinos en Baja California. Según lo consignado en los documentos de la DEA
consultados por Astorga (2003, p.22) hacia parte del imaginario la creencia de que el
origen de la agitación antichina en Sinaloa y en Sonora eran los mexicanos a quienes
los chinos habían enseñado el cultivo de la adormidera y el procedimiento para extraer
los derivados del opio, y ahora querían quedarse con el negocio. Smale, en su
declaración daba como ejemplo la llegada a Ensenada de un sujeto de apellido
Segovia, conocido activista antichino, contrabandista que se había beneficiado de la
expulsión de chinos en Sonora.
A pesar de que para 1940 ya estaba asentada la prohibición del comercio y tráfico de
opiáceos y cocaína, el flujo transfronterizo de estas sustancias era intenso. En los
documentos consultados por Astorga se señala la participación de varios personajes,
protagonistas del tráfico de drogas para esta época. Benjamin Ungson, propietario de
un rancho de algodón al sur de Mexicali, es indicado como socio de varios traficantes
de la ciudad de Chihuahua. Se supone que recibía grandes cantidades de opio, las
almacenaba y posteriormente las introducía clandestinamente a Estados Unidos. Otros
sujetos que hacían parte de las listas de la patrulla de aduanas que operaban en
Mexicali eran Luis Wong y su socio Chee Toy. Para esta misma época, en Tijuana,
sobresalía la participación del chino Jose Malof, propietario de una casa de juego,
Cornelio Díaz, dueño de una zapatería, Mariano Mah Fong, propietario del Bar Mona
Lisa, Onésimo Rivera Carrera, quien en 1949 se encontraba en la lista de traficantes a
gran escala según la clasificación estadounidense de la época (Astorga, 2003, 2005).
Estos relatos plasmados en los documentos de la DEA y rescatados por Astorga,
permiten reconstruir las redes de interacciones y los mecanismos mediante los cuales
el trasiego de drogas ilegales se fue asentando en el territorio bajacaliforniano.
En la actualidad, para explicar la apropiación territorial por parte de las redes del
narcotráfico se recurre a la noción de “plaza”. Con esta figura se hace referencia a un
espacio sobre el que un grupo de personas mantiene cierto monopolio de la actividad
de comercio de drogas en estrecha colaboración con las autoridades locales. Sin
embargo la argumentación que explica el fenómeno del narcotráfico a partir de la
existencia de “plazas en disputa” peca por su sencillez. Para entender la forma que
asume el narcotráfico en este Estado fronterizo, es necesario integrar en el análisis la
dimensión simbólica de las expresiones locales y los determinantes estructurales de la
dinámica global y transnacional del tráfico de drogas ilegales.
Dinámicas locales como el flujo de drogas, dinero y armas, la violencia asociada, la
propagación de una cultura del narcotráfico, entre otras, no pueden ser entendidas ni
analizadas sin reconocer que lo que aquí sucede se gesta en una red transnacional
que puede ser rastreada hasta las grandes ciudades del primer mundo, donde se
demanda y se paga cantidades importantes por drogas de procedencia natural como la
cocaína, la heroína y la marihuana. Esta misma red teje eslabones en los territorios
rurales de países que como Colombia, Perú, Bolivia, Myanmar, Laos o Afganistan, son
epicentros del cultivo de coca, adormidera y cannabis.
Ahora bien, se entiende que a pesar de los intensos procesos de globalización, los
territorios siguen siendo actores económicos y políticos importantes y siguen
funcionando como la espacialización de la actividad simbólica. De allí, que el territorio
de Baja California debe ser entendido como un lugar donde las redes del narcotráfico
cobran vida social y luchan simbólicamente por instaurarse como actores sociales y por
perpetuar su proyecto ilegal. El territorio de Baja California aparece como un campo
donde las redes del narcotráfico manifiestan su poder y luchan por apropiarse de su
espacio y reconfigurar sus fronteras. Finalmente, en el territorio de este Estado, el
narcotráfico se manifiesta entretejiendo prácticas y significados con el resto de la
sociedad.
Para analizar las formas en que las redes del narcotráfico luchan por hacer del territorio
de Baja California su territorio, resultan pertinentes las palabras de Giménez (1999,
p.28) cuando plantea que el territorio resulta de una valoración y apropiación que
puede ser de carácter instrumental o simbólico. En el caso de la apropiación
instrumental Giménez (1999) se refiere a la relación utilitaria que un grupo establece
con el espacio. Es quizá este el modo de apropiación más obvio, aquel al que se
refieren los discursos oficiales cuando señalan la forma en que el narcotráfico “ha
echado raíces” en el territorio del Estado . Hace referencia a las formas de explotación
económica que ejercen estas redes sobre el territorio bajacaliforniano, para sacar el
mayor provecho de las ventajas geopolíticas en los mercados transnacionales del
narcotráfico.
Aquí es importante subrayar un elemento ya señalado: la apropiación instrumental del
territorio, es decir las transacciones económicas enmarcadas en el espacio
bajacaliforniano, no serían posibles sin las alianzas gubernamentales. Políticos,
agentes de seguridad y servidores públicos, han colaborado o han sido parte de las
redes del tráfico de drogas ilegales. Al remontarse a los inicios del trasiego ilegal de
drogas, en el texto de Astorga (2003) el caso de Cantú sobresale junto con el del doctor
Bernardo Batiz y el inspector de policía, Manuel Fontes Balbuena.
El caso del Dr. Batiz, le da la razón al sociólogo Maffesoli (202, p.22) cuando afirma
que “no hay nada peor que aquellos que dicen querer hacer el bien, en particular el
bien para los demás”. Este personaje, era el delegado del departamento de salubridad
de Mexicali en 1936. Se presentaba en sociedad como hombre preocupado por el
bienestar y las buenas costumbres en la ciudad. Su nombre entró a hacer parte de los
archivos de la DEA, cuando él mismo se presentó ante el cónsul en Estados Unidos
para ofrecer información sobre el incremento de los flujos de contrabando de drogas
ilegales desde Mexicali hasta Caléxico. Joseph Treglia fue el agente especial de
aduanas en los Ángeles que se puso en contacto con Batiz para aceptar la ayuda
ofrecida. El Dr Batiz ofreció a Treglia información sobre un grupo de chinos y otras
personas responsables del tráfico de sustancias. Sin embargo Treglia permaneció en
Mexicali dos semanas investigando los lugares donde supuestamente se abastecían
los traficantes sin encontrar ninguna evidencia. Batiz tampoco ofreció ninguna
demostración concreta que avalara la veracidad de sus señalamientos. Lo que si
descubrió Treglia en su estancia en Mexicali es que el aparentemente respetable Dr.
Batiz en su calidad de autoridad sanitaria era quien otorgaba el certificado de salud a
las 254 trabajadoras sexuales registradas en Mexicali para ese año, y que estas debían
pagarle siete pesos semanales. Además cobraba cuotas ilegales a los establecimientos
como carnicerías y restaurantes para no ser molestados por agentes de salubridad. Se
descubrió entonces, que su interés en ofrecer información falsa sobre los
establecimientos chinos era en represalia porque estos habían dejado de pagar y
preferían pagar las cuotas, también ilegales, al jefe de policía y al comandante de las
fuerzas militares de Mexicali. Treglia dejo asentado en documentos oficiales que pudo
observar de cerca los métodos de Batiz y el trato brutal a todos quienes tenían contacto
con él. Lo describió como un extorsionador cruel y vicioso (Astorga, 2003, p. 39-40).
Una década después, en 1946, trascendió el caso de Manuel Fontes Balbuena, joven
nombrado inspector de la policía en Baja California. Quedó registrado en los
documentos de la DEA, por los fuertes rumores según los solía entregar sólo una parte
de la heroína y el opio que decomisaba. Además, según el testimonio de un testigo,
Fontes realizaba viajes frecuentes entre Caléxico y Tijuana por el territorio de Estados
Unidos, vestido con su uniforme, por lo cual nunca era revisado y que siempre
transportaba grandes cantidades de latas de opio (Astorga, 2003). Durante la década
de los 1950 el Estado de Sinaloa se consolido como una región productora de
adormidera. Para esta época, México era el único productor en América de adormidera,
y se empezó a gestar una economía pujante en las regiones dedicadas a su cultivo y
procesamiento. Los miembros de estas redes eran conocidos como los “gomeros” y
debido a los enfrentamientos violentos que empezaron a ganar visibilidad, empezaron a
ser construidos en el imaginario nacional como “gangsters con huaraches” (Astorga,
2005, p.84). Originarios de Sinaloa empezaron a ser detenidos con cargamentos de
opio en San Luis Rio Colorado, Mexicali, Tijuana y Estados Unidos. Para estos
pioneros de las redes transnacionales que operan hoy en día, el Estado de Baja
California y su frontera fue identificado como una importante ruta de tráfico hacia el
vecino país.
Durante 1950 y 1960 la producción nacional y el tráfico de opiáceos en el Estado no
habían disminuido, por el contrario, continuaban en aumento. Sin embargo fue notorio,
especialmente en la década de los 60 el despunte del tráfico transfronterizo de
marihuana por el territorio bajacaliforniano. No fue sino hasta las décadas de 1980 y
1990 en que el negocio del tráfico de drogas adquiere tales proporciones y tal
visibilidad en el Estado, que es prácticamente imposible que el conjunto de la sociedad
le dé la espalda al fenómeno.
El “narco” como un nuevo actor social
Es a inicios de los 80 cuando la imagen del “narcotraficante” aparece como una imagen
cristalizada y reconocida. Quienes anteriormente habían sido denominados como
contrabandistas de enervantes, agricultores de enervantes o gomeros empiezan a ser
designados como “narcos” (Astorga, 2005). Según Villaveces (2000, p.13), el vocablo
"narco" aparece en el léxico popular de varios países latinoamericanos para referirse a
sujetos involucrados en algún segmento del proceso de producción, circulación y/o
distribución de drogas ilícitas. Lo más interesante, es que este vocablo, según el autor,
moviliza un sentido de alteridad marcado por la censura moral a aquellas clases
emergentes. Si bien esta palabra surge como frontera que delimita el “ellos” del
“nosotros”, paradójicamente, también implica el reconocimiento de un “nuevo actor
social”.
Durante estas décadas (80s y 90s), también se hacen innegables las relaciones entre
las corporaciones policiacas y las redes del narcotráfico. Se documentan las múltiples
alianzas entre miembros de las redes y quienes ostentan el poder político y social en
los territorios en los que se asientan. Específicamente, se señala que es por esta época
en que la red liderada por los hermanos Arellano Félix se consolidó en el territorio
bajacaliforniano gracias a que lograron tejer una fuerte y profunda red de protección
social y gubernamental. Un ejemplo de esto es el caso de los narcojuniors. Jóvenes,
provenientes de familias acomodadas que a pesar de contar con privilegios y no tener
necesidades económicas, ingresaron como miembros de las redes del narcotráfico
transnacional.
De esta manera, a pesar de las alianzas entre las redes del narcotráfico e instancias
gubernamentales, el discurso y las políticas oficiales han estado dirigidas a penalizar y
proscribir el transporte y tráfico de drogas ilegales. A pesar de los nulos resultados, la
erradicación de cultivos, el aseguramiento de la mercancía y la detención de los
implicados en las redes, han sido hasta ahora las únicas políticas implementadas.
Grafica 1. Elaboración propia. Fuente INEGI 2009-2000
En la grafica 1 se puede observar las tendencias de los decomisos de drogas y armas
largas según las cifras mas recientes de las que se tienen datos (1999-2007). Está
claro que por su carácter ilegal, los volúmenes manejados y los ingresos generados en
el mercado de drogas, no se pueden calcular con exactitud. Sin embargo, para tener
idea de la dinámica, evolución y las consecuencias económicas de estas actividades
generalmente se recurre a las estimaciones. En este sentido, se estima que los
decomisos reportados equivalen al 10% del total de la droga que circula por estos
territorios.
Al observar estas gráficas se puede identificar el dinamismo intrinseco al tráfico de
drogas ilegales. Los datos resultan confusos, como confuso es el impacto del
narcotrafico en la vida cotidiana de los bajacalifornianos. Aunque para la mirada
desprevenida en estas gráficas se observa cierta tendencia hacia la disminucion, los
picos de bajada y de subida se complementan entre las diferentes drogas. Por ejemplo,
en el 2002, cuando las cantidades aseguradas de heroína decaen visiblemente, las de
cocaína repuntan y las de marihuana permanecen estables. Por el contrario, en el 2004
son las intercepciones de cocaína las que se ven disminuir mientras las de heroína
repuntan y las de marihuana permanecen estables. Para el 2007 se observa una clara
disminución en las intercepciones de drogas, pero dicha tendencia se ve contrastada
con el alarmante repunte de armas largas.
Se pueden plantear varias hipótesis
para explicar estos datos, pero sin el
ánimo de especular, estas
“tendencias” son consistentes con la
percepción de los habitantes de Baja
California. En una encuesta realizada
en el 2008 se preguntó a 600
personas de tres municipios
diferentes si consideraban que el
narcotráfico había disminuido en su
ciudad. El porcentaje que respondió afirmativamente a esta pregunta fue mínimo. Para
el caso de Tijuana, ninguno de los entrevistados consideró que el narcotráfico ha
disminuido en su ciudad, en Mexicali solo el 2% considera que si han mermado las
actividades de tráfico de drogas en su ciudad y en Ensenada solo el 4% respondió
afirmativamente a la pregunta. Para el caso de Tijuana, el 96% de los encuestados
coinciden en que en su ciudad el narcotráfico no ha disminuido. Sin embargo, para los
encuestados habitantes de Ensenada y Mexicali las cosas no están tan claras, ya que
aproximadamente 4 de cada 10, no sabe si han disminuido o no las actividades del
narcotráfico en sus ciudades. Finalmente, estos “no se” son relevantes en el análisis
del impacto social del narcotráfico en la vida cotidiana de Baja California. Revelan lo
borroso y opaco del fenómeno, incluso para quienes conviven con él.
Estos datos dan luz sobre otra forma de apropiación del espacio por parte de las redes
del narcotráfico. Una forma de apropiación que no se limita a la explotación económica
a partir del almacenamiento y tráfico de drogas por el territorio bajacaliforniano. Se trata
de la apropiación simbólica, en la que lo que se destaca es el papel del territorio como
el depositario de inversiones estéticas y afectivas y como el soporte de las identidades
(Giménez, 1999, p.28).
Al reconstruir el proceso de apropiación simbólica del territorio de Baja california por
parte de las redes del narcotráfico, se accede a las formas en que este fenómeno ilegal
se expresa y penetra el conjunto de la sociedad. Se puede entender por ejemplo el
abierto apoyo, la indiferente complicidad o el amedrentado silencio de diferentes grupos
sociales frente a la territorialización del narcotráfico en la región.
Pero muchas preguntas están en el aire. En Baja California es un secreto a voces, casi
inexplorado académicamente, la interrelación a diversos niveles entre los
narcotraficantes y los más diversos sectores sociales como los comerciantes,
empresarios, pescadores, ejidatarios, grupos indígenas locales, entre otros. ¿Están
estas relaciones mediadas únicamente por el miedo y el ejercicio o amenaza de
violencia? ¿Las prácticas de confianza e intercambio de favores, tan comunes al
interior de las redes del narcotráfico, también se ponen en juego con otros sectores
sociales? ¿Hasta qué punto? ¿De qué forma?
Atendiendo las formas de apropiación simbólica del espacio se abre una vía de
interpretación de las estéticas que son vehiculizadas por la red de narcotraficantes y
que se consolidan en espacios rurales y urbanos. ¿Mediante que procesos cierto
vestuario, ciertos accesorios, ciertas arquitecturas, ciertas marcas y modelos de
vehículos llegan a configurarse en el imaginario social como característicos “narcos”?
¿Cómo explicar que en las principales cabeceras municipales del estado de Baja
California (Mexicali, Tijuana y Ensenada) se puedan identificar ciertas colonias que
fueron valoradas y poco a poco apropiadas por integrantes de las redes del
narcotráfico, terminando por desalojar o reubicar a sus antiguos habitantes? ¿Cómo
influyeron estos procesos en las representaciones sociales del narcotráfico?
Se entiende entonces, que el narcotráfico, establece pautas definidas de interacción
social entre los diferentes actores. Alrededor de la actividad trasnacional de transportar
y comercializar drogas ilegales empiezan a aparecer y a generarse diversos sentidos
prácticos de la vida o diversas “reglas del juego” y normas de comportamiento. La
teatralización del éxito, la opulencia, el anonimato, el riesgo, el culto por el dinero
rápido, la instrumentalización de la violencia, son prácticas sociales que distinguen y
unifican a estas redes. Pero estas prácticas no se constriñen a su grupo específico. La
teatralización del éxito, la opulencia, el anonimato, el riesgo, el culto por el dinero
rápido, la instrumentalización de la violencia y otras prácticas sociales que cohesionan
y caracterizan las redes del narcotráfico, se performan en los espacios públicos de la
ciudad, y empiezan a hacer parte del repertorio de experiencias de sus habitantes.
El resultado de la pregunta, Para ti el
narcotráfico es una realidad cercana?
resulta interesante en este punto.
Como se observa en la gráfica, por lo
menos 5 de cada 10 si lo considera.
Para el caso de los encuestados en
Tijuana, 7 de cada 10 reconoce al
SI NO NO SE
54%
14%
32%
77%
7%16%
56%
17%27%
Para ti el narcotrafico es una realidad cercana?
Mexicali Tijuana Ensenada
narcotráfico como una realidad cercana.
Violencia asociada al narcotráfico. Memoria de una guerra sin victimas
“El negro la hizo una vez y vio que no pasó nada. Entonces se le hizo fácil. Pensó que
podía seguir moviéndola sin pagar, debiendo aquí y debiendo allá, y que no le iba a
pasar nada, pero le llegó la hora.” Así me explicaba lo sucedido Gustavo, uno de mis
informantes, mientras nos acercábamos al funeral del negro, cuyo cuerpo había sido
encontrado en un paraje abandonado el día anterior. “Estaba comiendo con un compa
cuando llegaron buscándolo. Le dijo a su compa que ya regresaba y se subió en la
camioneta azul con placas de California. Pero no regresó y su familia no supo más de
él. Hasta el otro día cuando apareció su cuerpo. No era mi amigo, porque amigos hay
pocos. Pero si era camarada y me da agüite que ya no esté, pero se andaba portando
mal.”
El 17 de febrero del 2009. En la nota del periódico la crónica de Mexicali, se leía “La
aparición de otro cadáver encobijado y enteipado cerca de la misma zona donde han
sido localizados otros dos cuerpos más, puso en alerta a las autoridades locales que se
presentaron al lugar”. “El desconocido traía ropas de buena calidad, se trata de una
persona como de entre 30 y 45 años, de tez blanca y 1.70 metros de estatura.”
Este tipo de noticias se repite al menos una vez a la semana en los municipios del
Estado de Baja California. Las ejecuciones, los ajustes de cuentas y el uso del cuerpo
como escenario para enviar mensajes de terror a los adversario se transmiten
diariamente por los diversos medios de comunicación, caracterizando la vida diaria por
la cotidianidad de la violencia. Al respecto resulta esclarecedor el planteamiento de
Appadurai cuando nos invita a pensar en la retórica de la guerra como un agente
ordenador de la vida cotidiana. Aunque generalmente la guerra ha sido concebida en
términos de caos, brutalidad o irracionalidad Appadurai señala: “terror es el nombre
legítimo de todo intento de reemplazar la paz por la violencia como pilar de la vida
cotidiana” 2006, p.48.
Este señalamiento es poderoso en cuanto a sus implicaciones para la vida cotidiana de
quienes habitamos territorios como el de Baja California, en los cuales se han asentado
redes que comercializan con drogas ilegales. Implica el reconocimiento de la existencia
de organizaciones con el suficiente poder social como para defender la existencia de su
rentable proyecto ilegal por medio de la instrumentalización de la violencia. “Ya no
podemos pensar en una simple oposición entre paz y guerra”. El recrudecimiento y la
visibilidad de la violencia física, según Appadurai, “nos invita a imaginar un paisaje más
terrible en el que el orden, la rutina y la cotidianidad misma se encuentran organizadas
en torno al hecho o la posibilidad de la violencia” (Appadurai, 2006, p.48).
El miedo es una emoción que los seres humanos compartimos con los animales. Pero,
en palabras de Bauman (2007 p.11) los seres humanos conocen además una especie
de temor de segundo grado. Ese miedo de segundo orden hace referencia al
sentimiento de inseguridad, socialmente construido y culturalmente compartido, incluso
en ocasiones donde no se puede tener certeza de que exista una amenaza directa para
la integridad o la vida de las personas. En este “miedo de segundo orden” se construye
y se comparte la difusa pero firme idea de la existencia de un enemigo. La
representación del mal que encarna la figura del enemigo es ubicada fuera de la noción
de nosotros. Una gran falacia de la guerra contra las drogas, contra el narcotráfico o
contra el crimen organizado. En esta fallida guerra el enemigo está dentro y al
cuestionar el mundo de vida de las redes del narcotráfico, las preguntas se revierten
hacia nuestra propia cotidianidad.
Al respecto, Blanca, una de mis informantes cuyo hijo fue víctima de un “ajuste de
cuentas”, inició su testimonio afirmando: “Somos gente con familias como las que
ustedes tienen. Bien integradas socialmente”. De todas las ideas, experiencias y
vivencias con las que Blanca pudo iniciar su testimonio, eligió empezar señalando un
aspecto que aunque quizás sea obvio, se desvanece en la retórica oficial de la “guerra”
contra las drogas. En estas narrativas de lucha o de guerra contra el narcotráfico,
quienes se dedican a esta actividad ilegal son construidos discursivamente como los
“enemigos”. Pero quiénes son? Como lo enfatiza Blanca, lo primero que no se debe
perder de vista en una “sociología sobre el crimen organizado” es que son parte y
producto de la sociedad, no seres extraños a ella.
El miedo genera su propia dinámica. Por un lado los miedos nos impulsan a emprender
medidas defensivas. Al mismo tiempo, las medidas defensivas hacen tangibles y
creíbles las amenazas de las que los miedos emanan (Bauman, 2007). Así, cuando
una población lleva años contando los muertos. Cuando los “levantones”2 y los
“encobijados” se han convertido en un evento recurrente y reconocido, se genera un
contexto de indiferencia como respuesta defensiva y adaptativa al miedo y al
sentimiento de inseguridad. Este es un proceso habitual que se ha constatado en
diversos escenarios de violencia social. En estos contextos cada persona, familia o
grupo, despliega un esfuerzo por recuperar la “normalidad” y mantener la continuidad
de la vida. El miedo y la indiferencia son dos caras de la misma moneda. Estas dos
emociones delinean fronteras que aíslan el nosotros de los otros.
Los cuerpos tirados y cercados por charcos de sangre. Las escenas de las balaceras,
con sus autos abandonados y los montones de balas en el piso. Los cuerpos cubiertos
por cobijas teñidas de sangre. Los cuerpos en las cajuelas de autos abandonados. La
resignificación de los canales de riego y lotes baldíos como depósitos de cuerpos. Los
rostros cubiertos con cinta adhesiva plateada. Los cuerpos expuestos impúdicamente
colgando de puentes. Las cabezas de decapitados acompañadas de mensajes mal
escritos. Las escenas televisadas de largos enfrentamientos entre el ejército y los
“criminales”. A partir de todas estas imágenes mediatizadas y cotidianas, se van
construyendo narrativas para explicar la dolorosa experiencia que se acumula en el
territorio bajacaliforniano.
2 Practica social asociada al crimen organizado que consiste en la privación forzosa de la libertad. Generalmente las personas que son “levantadas” son asesinadas y sus cuerpos son desaparecidos.
La reconstrucción de estos hechos violentos y dolorosos, se debate entre la presencia
y la ausencia, entre la memoria y el olvido. Como se argumenta a continuación, la
contundencia de estos hechos violentos y la forma en que se disponen en el espacio
los hace imposibles de ignorar. Están presentes en la cotidianidad y en los mensajes
mediatizados. Sin embargo, su reconocimiento se convierte en un lastre para la
continuidad de la vida. “El cadáver me indica aquello que yo desecho para vivir”, afirma
Kristeva (2006, p.8).
La realidad social entra por los ojos. Por ello, aunque las ciencias sociales se han
abocado tradicionalmente al estudio de la palabra y de los textos, los datos visuales se
reconocen hoy como fundamentales para conocer, analizar y explicar la realidad social.
En este sentido, se puede identificar un modo de ordenar y conectar las imágenes y las
palabras asociadas a las muertes violentas y desapariciones forzosas en Baja
California. Estas narrativas e imágenes se secuencian y se interconectan de
determinada forma. Cabe preguntarse ¿Cuál es el sentido que se construye alrededor
de esta violencia? ¿Cómo se ordenan y se representan estas muertes y desapariciones
forzosas? Y especialmente, ¿Cómo son presentadas las víctimas de estos hechos
violentos?
“Lo abyecto, objeto caído, es radicalmente un excluido y me atrae hacia allí donde el
sentido se desploma” (Kristeva, 2006, p.8). Los discursos de los que se dispone para
hallar el sentido de estas muertes violentas y desapariciones parecen insuficientes.
¿Cuáles son los sentidos y significados que sobre la muerte misma circulan por las
redes del narcotráfico?. Es necesario entonces detenerse y mirar precisamente hacia
donde no se quiere ver. Detener la mirada en esas escenas de terror, que necesitamos
desechar para continuar con la normalidad de la vida. “En la técnica del asesinato se
expresa una cosmovisión” afirma Restrepo (2005, p.16).
Para descifrar el sistema de significados que delinean la violencia exacerbada asociada
al crimen organizado, resulta pertinente el aporte de Imbert (1992, p. 12) cuando
distingue dos formas de violencia: Una violencia “real” y una violencia “representada”.
La violencia real hace referencia al acto mismo de la ejecución. La violencia
representada es un hecho discursivo, y como tal, tiene sus propias leyes, crea su
propia realidad. Es la violencia real, traducida en discurso o en imagen. Es la violencia
modalizada y manejada por el periodismo que tiende a hacerla visible públicamente, es
el relato que construyen los actores sociales para explicar la realidad en la que están
inmersos o es la violencia que se convierte en discurso académico, en explicación
abstracta o estadística.
La distinción entre la violencia real y la representada, nos lleva a reconocer que los
dispositivos de violencia de las redes de comercialización de drogas ilegales, no se
destinan exclusivamente al acto de acabar con la vida de quien incumplió un contrato y
no se agotan en el hecho de la ejecución. En otras palabras, la violencia representada
hace referencia a la forma en que estas muertes y desapariciones son interpretadas, a
la forma en que son divulgadas y a la forma en que son naturalizadas y ritualizadas.
Los mensajes y los códigos depositados en el territorio donde suceden las muertes
violentas asociadas al narcotráfico, continúan sobre los cuerpos que se vuelven un
“lugar”, un “escenario” de ejecución del ritual violento (Blair, 2005). En este sentido,
desde una perspectiva sociocultural se constata un consenso en el señalamiento de
que el cuerpo es un objeto social, es el portador de la memoria social. “El muerto no
dice nada, es puesto a hablar a través de su descuartizamiento” afirma Castillejo (2000,
p. 24).
Los cuerpos muertos del narcotráfico son entendidos en este texto como mensajeros
del terror cubiertos de significaciones. Las redes de comercialización de drogas ilegales
instrumentalizan la violencia en aras de la preservación de sus actividades económicas
y ante el agotamiento de escenarios de expresión, utilizan a los cuerpos para transmitir
mensajes que impacten que dejen huella, que instauren en los imaginarios sociales el
poder que detentan y en últimas que sirvan de elemento persuasor para quienes
consideren incumplir sus “reglas del juego”.
Sobre la base de las imágenes se naturalizan y ritualizan los sentidos de la violencia
escenificada en el territorio bajacaliforniano. Al ver dichas imágenes abyectas o los
videos que narran el horror de estas muertes, se confirma su existencia. Pero como
afirma Kristeva (2006) “frontera sin duda, la abyección es ante todo ambigüedad”. Y el
principal elemento ambiguo que aparece en estas imágenes es la víctima. ¿Quién es?
¿de dónde viene? ¿algo tuvo que ver para que eso le sucediera? ¿es una guerra entre
“ellos”? En los relatos de violencia no hay victima si no hay victimario. Pero en las
narrativas que se construyen alrededor de la violencia asociada al narcotráfico resulta
difícil precisar quien es quien. Incluso, cuando el que muere es un policía o un
integrante del gobierno, un manto de sospecha cubre su muerte.
La ritualización de las formas de la violencia asociada al narcotráfico en el territorio de
Baja California, nos relata la manera en que el poder de estas redes permanece en el
tiempo por el uso de la violencia simbólica y directa. Como lo plantea Ansart (1990,
p187), el poder se crea y se conserva a través de la producción y la transposición de
imágenes, y por medio de la manipulación de símbolos que son organizados dentro de
un marco ceremonial.
El miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro. Cuando la amenaza
es entrevista en todas partes (Bauman, 2007 p.11). En este contexto no parecen
identificarse “víctimas inocentes”. Estás imágenes de cuerpos sin rostros, los textos
que acompañan las imágenes, enfatizan la idea acerca de la sospecha.
Constantemente, los discursos oficiales señalan que la mayoría de “las bajas” hacen
parte de grupos “criminales”. Esta forma de presentar a la víctima permite la lectura
culpabilizadora de la persona retratada y son estos relatos los que sustentan la
impunidad en la que quedan la mayoría de estos asesinatos y desapariciones. Estos
discursos oficiales intervienen en las narrativas que se construyen y determinan en
buena medida que es lo que hay que olvidar y que es lo que debe mantenerse en la
memoria (Mendoza, 2005). En esta línea argumentativa, como la mayoría de los
cadáveres pertenecen a “criminales”, como la guerra “es entre ellos”, no es necesario
que se integre a la memoria colectiva de la sociedad bajacaliforniana.
Aunque en esta construcción del olvido social juega un papel fundamental los discursos
oficiales y los grupos de poder, es necesario, que como sociedad nos examinemos y
nos preguntemos de qué forma contribuimos a la indiferencia y al olvido en la que
quedan estas muertes y desapariciones. Al respecto Soyinka (2007) afirma: “No
examinarnos a nosotros mismos limita la eficacia a largo plazo de la respuesta y nos
cataloga como poseedores de la mentalidad del fanático que nunca trata de recuperar
un momento de duda. La dudosa doctrina de que no hay inocentes se cimenta en
materia duradera”.
Como se ha venido señalando en este apartado, la reconstrucción de las muertes
violentas y las desapariciones asociadas al narcotráfico, se debate entre la presencia y
la ausencia. Este bumerang entre la memoria y el olvido, es el resultado de la
dinámica misma del miedo. Sin duda al reconstruir o no los sentidos de estos hechos
violentos, la sociedad se encuentra ante una paradoja. El dolor y la tragedia humana
que implican estas muertes son en sí memoria. Aunque se quiera, no se pueden
olvidar. Aunque acallado, se trata de un dolor vivo que reclama restauración, justicia.
Que reclama ser nombrado y ser incorporado en la memoria colectiva. Sin embargo el
dolor espera ser olvidado y allí radica la paradoja.
“Los hechos suscitan el imperativo de olvidar a cualquier costo la ininteligibilidad del
dolor. El olvido es la expresión misma de lo abyecto” afirma Mier (2008, p.30). En este
mismo sentido, Mendoza (2005) afirma que la memoria guarda una ambigua relación
con el miedo. Ya que el miedo dispara los mecanismos de la huida, de la negación, del
olvido. Pero al mismo tiempo la evocación es consuelo y confirmación de las
identidades.
Pero por otra parte, es necesario resaltar que los grupos de poder, tanto de poder
político como del poder social de la jerarquía de las redes del narcotráfico, determinan
en gran medida los discursos y los sentidos que se le atribuyen a estas muertes y
desapariciones. “El poder muestra, esconde y se revela a si mismo tanto en lo que
exhibe como en lo que oculta” afirma Calveiro (2002, p.53).
Conclusiones
En definitiva, las redes y actividades del narcotráfico se han territorializado en el
estado de Baja California, desde sus orígenes como entidad federativa. Pero a la vez,
se entiende que el tráfico de drogas no podría existir sin una relación simbiótica con
sectores sociales y económicos que se muevan dentro de los márgenes de la legalidad.
En este sentido, en Baja California, como en muchos otros enclaves del narcotráfico,
los límites sociales de las redes del narcotráfico, no son claros con respecto del resto
de la sociedad. Los límites entre “ellos y nosotros” no son más que ficciones
frágilmente sostenidas
A pesar de ello, importantes sectores de la sociedad replican sin más los discursos
oficiales. “Los muertos los ponen ‘ellos’”. En estos discursos se reduce la realidad y el
intercambio de visiones. Las múltiples versiones sobre los acontecimientos se reducen
ante la imposición de una visión única: “Esta guerra es necesaria”. La mentalidad del
fanático se difumina. Las voces que reclaman la limpieza social, la pena de muerte, la
eliminación de derechos fundamentales para los criminales, son el mejor ejemplo de la
dinámica del miedo que se viene delineando. De allí la importancia de la memoria
social, la que apela a la multiplicidad de experiencias y contrarresta las visiones
totalitarias de la realidad. Solo con un ejercicio de codificación del dolor que deja estas
muertes y de articulación de la memoria social, se podrá ampliar los sentidos que no
se han construido y el potencial de los caminos que no se han elegido.
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