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Artefactos culturales de la memoria en Colombia:
Las mantas bordadas de Sonsón y Mampujan
Javier Alejandro Lifschitz1
Resumen
El actual proceso de pacificación en Colombia puede ir reconfigurando diversas
acciones de construcción de memorias que encontraron en el silencio de los
objetos una manera de expresar sus memorias. Con base en los casos de las
mantas bordadas de Mampuján y las Tejedoras de la Memoria, de Sansón,
desarrollamos el argumento de como esos artefactos culturales podrían
convertirse en elemento fundamental de los procesos de justicia que se
avecinan. Mampuján es un asentamiento campesino ubicado en el norte de
Colombia, donde sucedieron hechos de cruenta violencia perpetrada por
grupos paramilitares que expulsaron a los pobladores. Las mantas bordadas
por mujeres de esa comunidad narran con minuciosidad lo que sucedió. Lo
mismo en el caso Sonsón, uno de los municipios del oriente antioqueño
duramente castigado por la violencia y en el que mujeres de la Asociación de
Víctimas también produjeron narrativas a través de tejidos y bordados.
Sostenemos que esos artefactos no son solamente una forma cultural de
memoria política. Deberían ser vistos también como un discurso que desafía
una ontología jurídica basada en la declaración oral.
1 Doctor en Sociologia e profesor adjunto del Departamento de Ciencias Sociales y del Programa de
Posgrado en Memoria Social de la Universidad Federal del Estado de Rio de Janeiro
(javierlifschitz@gmail.com)
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Artefactos culturales de la memoria en Colombia:
Las mantas bordadas de Sonsón y Mampujan
Introducción
En este artículo presentamos algunas observaciones sobre una investigación
en curso sobre artefactos culturales construidos por mujeres víctimas de los
conflictos armados en Colombia. Cabe destacar que durante nuestra
investigación exploratoria en el año 2016, realizada en la región antioqueña de
Sonsón, no se había instaurado aún el actual proceso de pacificación. Pero esa
nueva situación no cambia mucho los escenarios aquí presentados, ya que
más que el acompañamiento o evaluación de esa política nuestro objetivo fue
identificar diferentes trayectorias de artefactos culturales marcados por la
experiencia de la violencia de Estado y la militarización social.
En Colombia, a diferencia de los restantes países del Cono Sur, hubo pocos
golpes de Estado y puede hablarse de cierta estabilidad institucional desde el
punto de vista de la vigencia del régimen democrático, pero desde la década de
los cincuenta habia hasta el momento un estado de guerra, regular y irregular,
que afectaba a todo el país y que planteaba la paradoja de Estados con
instituciones estables pero en condiciones de violencia prolongada (González,
2006). En el momento en que estamos escribiendo este texto se gesta un
importante acuerdo entre las principales grupos insurgentes y el Estado para
una pacificación que realmente sea un marco en la historia Colombiana y este
hecho encierra toda una dimensión internacional y geopolítica. Esa no era la
situación cuando visitamos la comunidad de Sansón, en la región de Antioquia,
en 2016, cuando el escenario era aún de confrontación, incertidumbre e
intimidación, y una situación difusa entre conflicto y postconflicto, que afectaba
tanto aéreas urbanas, como regiones periféricas y rurales. Pero nuestra
investigación no era sobre el conflicto en sí, sino sobre la producción de
memorias que ese conflicto de décadas había producido.
Era una coyuntura de protagonismo de la memoria debido a varios factores: la
degradación e intensificación del conflicto armado; la reactivación ante la
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justicia de casos que parecían cerrados, como la Toma del Palacio de la
Justicia; la promulgación de la ley de Justicia y Paz; el reconocimiento, desde
la década del 90, de los desplazados forzados como víctimas de la guerra y la
promulgación de políticas públicas para garantizar la protección de sus
derechos sociales. La creación de la Comisión Nacional de Reparación y
Reconciliación (CNRR) y el Grupo de Memoria Histórica, también estaba
jugado un importante papel en la producción de dispositivos de alcance público
sobre memoria del conflicto (Lucía Giraldo, 2011) y la promulgación de la Ley
de Víctimas, por parte del Congreso de la república en 2010, que implicaba el
reconocimiento, reparación y la restitución de tierras usurpadas por los grupos
paramilitares, que por ser en zonas rurales tuvieron un fuerte incentivo en las
comunidad que visitamos.
El Grupo de Memoria Histórica (GMH) de la Comisión Nacional de Reparación
y Reconciliación (CNRR), reportaba, hasta el año de 2009, aproximadamente
198 “iniciativas de la memoria”, en diferentes ámbitos de expresión: local,
nacional, internacional (Grupo de Memoria Histórica, 2009). Algunas se
originan en expresiones comunitarias, otras provienen de movimientos sociales
o de organizaciones de víctimas, o incluso iniciativas personales y el interés en
realizar ese registro de iniciativas, según los investigadores, era “trasladar a la
esfera pública el sufrimiento y el dolor que por muchos años ha sido tramitado
en el ámbito privado” (Grupo de Memoria Histórica, 2009: 16). Estas iniciativas
eran relatos, expresiones performativas, monumentos, marcas, paredes
pintadas, piedras, tejidos, canciones, en una variedad sorprendente de
expresiones de la memoria política que se materializaron en objetos. El Grupo
de Memoria Histórica da el nombre de “iniciativas de memoria” a los distintos
casos que registran en su base de datos, pero esos objetos y acciones son en
realidad muy diferenciadas, tanto del punto de vista de la estructura de la
acción como del objeto producido. En ese estudio exploratorio nos restringimos
a un tipo de objetos que denominamos de artefactos culturales, que podrían ser
caracterizados por el hecho de que son producto de un desplazamiento de
sentido en objetos de uso cotidiano. Artefactos que actúan como marcas
simbólicas y espaciales de la memoria y que fueron producto de trabajo
mecánico, manufacturado o artesanal, sobre diferentes objetos de la cultura
material de esos grupos sociales. O sea que tratamos aquí de artefactos
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culturales en el sentido dado por Gell (1988), objetos resignficados en su uso
cultural y sujetos a trayectorias que los desvían de sus enclaves cotidianos
(Certau, 2014). Por lo tanto, artefactos y sus trayectorias en diferentes campos
sociales. El artefacto que del cual tratamos en este texto son mantas
bordadas por campesinas y habitantes de esas regiones, las mantas bordadas
de Mampujan y las colchas de retazos de las mujeres de Sonson, para recordar
a las víctimas de la violencia,. Mantas bordadas, colchas y otros objetos
producidas por mujeres en áreas rurales con imágenes y símbolos sobre
situaciones de violencia que obligaron a muchos a dejar sus poblados. Por lo
tanto, esos artefactos son también la expresión de memorias subterráneas
(Pollak, 2006), una forma de narrar sin palabras, que se hizo visible en centros
de la memoria, museos, Universidades, pero que también fue más allá de esos
espacios, inicialmente restricto a instituciones relacionadas con la memoria
política.
Las mantas bordadas de Mampuján
Históricamente el tejido estuvo asociado a la expresión cultural de
comunidades tradicionales y en algunos países de América, como en los
países andinos, constituyen una práctica ancestral de comunidades indígenas.
En esas culturas prehispánicas existían prácticas y técnicas para la elaboración
de tejidos que hacían parte de manifestaciones culturales y cosmologías. En el
caso de la región andina, los tejidos siempre estuvieron presentes en diversos
grupos étnicos y en la actualidad en algunos casos se proyectaron a escala
global. Esto sucedió, por ejemplo, con el Kuyanakuy, palabra quechua que
significa “Querámonos” y que es una técnica de tejido en arpillera asociada a
las mujeres de las zonas rurales de Ayacucho, Perú. Durante las sublevaciones
campesinas que se extendieron por tres décadas, muchos grupos familiares y
comunidades migraron para suburbios pobres de la capital del Perú y tuvieron
que afrontar la situación de desplazamiento. En la ciudad se fueron creando
diverso tipo de estrategias de recomposición de esos lazos y diversas
organizaciones y mediadores incentivaron la formación de grupos de mujeres
para la producción de artefactos culturales que tuviesen un valor identitario
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Bacic (2011). Uno de estos artefactos fueron las arpilleras, una actividad
cotidiana para muchas mujeres en esas aéreas rurales.
Llamamos la atención para los mediadores y las instituciones que intervienen
en esas activaciones de la producción de artefactos culturales porque esa
manifestación puede tener significados políticos absolutamente antagónicos.
Los artefactos son antropológicamente significativos, pero no son neutros del
punto de vista político y estos sentidos políticos en parte son pasible de
identificar por los agenciamientos que participan en esas acciones. Lo mismo
vale para el caso de las mantas bordadas, ya que sus narrativas no solo
remiten a las características que tuvieron los conflictos en cada lugar; el tipo de
agentes mediadores define también la trayectoria político y cultural de esos
artefactos. En este caso de estas arpilleras, que relataban en imágenes la
vivencia de mujeres campesinas en la región de Ayacucho, fueron exhibidas
como prueba documental ante la Comisión de la Verdad y Reconciliación del
Perú. Producido por ellas tras nueve meses de trabajo, muestran fuertes
imágenes sobre la guerra y permanecieron expuestas en un acto político de
vigilia que duró 24 horas. Una de las tejedoras es Guadalupe Callocunto Olano,
que tuvo un papel importante en la Comisión de Verdad del Perú, comenta ese
agenciamento político:
Tras ser exhibida en Belfast, Roberta preguntó si podía compartir la arpillera
con más gente, ya que según ella “mi responsabilidad era que trascendiera y
era un poco mezquino que se quedara sólo en una comunidad”. Así, comenzó
su tour de exhibición de la arpillera, viajando con ella dentro de una bolsa
boliviana, a más de 35 lugares del mundo, como Guatemala, Alemania,
España, Reino Unido, República de Irlanda e Irlanda del Norte. Fue mostrada
en comunidades de base, espacios públicos, políticos, académicos, artísticos,
históricos y sociales y también en lugares controvertidos (Bacic, 2011).
En el año 2006, las arpilleras fueron exhibidas en diversos países de Europa y
desde 2007 se encuentra en Núremberg, Alemania y hacen parte de una
colección particular. Esto indica la trayectoria de algunos de estos artefactos
culturales que comenzaron por ser exhibidos en instituciones vinculadas a la
memoria o a la justicia, para transitar después por museos y circuitos de arte e
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inclusive pasaron a ser parte de colecciones privadas. ¿De qué tipo de
desplazamiento se trata? ; ¿Qué implicaciones tiene el desplazamiento de
artefactos de la memoria política para el campo artístico?; ¿Se mantienen
como artefactos de memoria política o se disuelven en la fruición estética?
Hay sin duda en ese caso un desplazamiento de sentido, del artefacto, como
“documento político”, al artefacto, como bien cultural. El tema debe ser mejor
debatido y tomar en consideración que los agenciamentos artísticos, como las
curadurías, no necesariamente implica la neutralización del artefacto en su
potencia de narrativa política. La exposición “Hilos del destino: Testimonios
textiles de violencia, esperanza y sobrevivencia”, realizada en el año 2009 en la
ciudad de Fürth en Baviera, Alemania, por ejemplo, que contó con la curaduría
fue de Roberta Bacic, Gaby Franger y Annita Reim, fue una exposición
internacional sobre mantas y tejidos que mostraban situaciones de violencia
política en distintos lugares do mundo. Fueron expuestos 48 tapices,
individuales y colectivos, que mostraban escenas de lo ocurrido, “testimonios
vitales realizados por mujeres dando a conocer sus realidades cotidianas,
preocupaciones y sueños, configurándose como aportaciones textiles
femeninas en la construcción de la paz” (Bacic, 2011). Cabe destacar que esa
exposición celebraba los 20 años de la fundación de la asociación “Mujeres en
un Solo Mundo”, un centro de intercambio e investigación intercultural sobre la
vida cotidiana de las mujeres. La asociación mantiene y extiende la larga
tradición de cooperación entre grupos de mujeres artesanas y artistas del arte
textil. En el año 1995 presentaron la exposición “El arte de sobrevivir”, invitando
a grupos de mujeres de todo el mundo para hacer conjuntamente un tapiz
llamado “Women of one World. A quilt for the World”, que fue exhibido en la
Cuarta conferencia mundial sobre la mujer, Beijing, 1995.
Pasemos ahora para el caso de Mampuján, un asentamiento campesino
ubicado en la región de los Montes de María en el norte de Colombia. A finales
de la década de los años 90 esa región fue escenario de la más cruenta
violencia perpetrada por los grupos paramilitares, en especial por el
denominado Bloque de los Montes de María. En esa década los
enfrentamientos entre las guerrillas (ELN y Farc), los paramilitares (AUC) y las
Fuerzas Armadas, se habían hecho más cruentos convirtiendo los Montes de
María en verdaderos campos de guerra (PODEC, 2011). Pero en marzo del
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año 2000, Mampuján fue invadido por paramilitares de ese bloque, que días
antes había llevado a cabo la masacre de El Salado, una de las más cruentas
en la historia de Colombia (Grupo de Memoria Histórica, 2009a). Los
paramilitares ordenaron a toda la comunidad reunirse en la cancha de fútbol y
organizaron la población civil en dos filas, una de hombres y otra de mujeres, y
con lista en mano procedieron a identificar “colaboradores de la guerrilla”.
Después de varias horas de incertidumbre y pánico, ocurrió lo que la
comunidad recuerda como el milagro de Mampuján:
Fueron aproximadamente cuatro horas de martirio, amenazándonos de que
íbamos a morir… El jefe recibió una llamada por radioteléfono, se apartó,
discutió y manotió. Cuando terminó nos dijo que nos habíamos salvado, que
alguien habían intercedido por nosotros y que no nos matarían, pero que
debíamos abandonar el pueblo ahí mismo”, corroboran los testimonios de
hombres como Gabriel Pulido, líder de la comunidad. De tanto rogar, los
pobladores lograron que los asesinos les dieran un par de horas y les
permitieran irse al día siguiente (Hernández, 2010, p. 99)
La comunidad de Mampuján recibió un plazo de horas para abandonar el lugar
y en esa noche los paramilitares saquearon las tiendas y viviendas. Doce
campesinos fueron torturados y asesinados, algunos de ellos fueron degollados
y quemados frente sus esposas y demás familiares. Los sobrevivientes narran
que encontraron sus familiares colgados de un árbol de tamarindo que, según
ellos, es testigo silencioso de tan cruenta masacre. Se desencadenó así un
desplazamiento masivo de las veredas Casingui, Arroyohondo, Aguas Blancas,
Pela El Ojo y Toro Angola, y Mampujan en dirección a otras regiones.
Las Fuerzas Militares del Estado colombiano tuvieron mucho que ver con la
masacre y pocos días después de este hecho, los medios de comunicación
informaron que las Fuerzas Armadas habían dado de baja a 12 combatientes
de la guerrilla en un enfrentamiento en la vereda Las Brisas, aunque
Investigaciones posteriores demostraron que las personas asesinadas eran
campesinos de la zona y no tenían ningún vínculo con las guerrillas que
operaban en la región (Taborda & Schneider, 2010). De Mampuján se
desplazaron colectivamente 180 familias hacia el municipio de María la Baja
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donde recibieron ayuda de emergencia por parte de la Pastoral Social y la Cruz
Roja. Las personas desplazadas pensaron que podían regresar en pocos días
a Mampuján, pero pasado el tiempo evidenciaron que eso no era posible. Los
pobladores se trasladaron al pueblo de María la Baja y en una tierra donada
por la Iglesia local, fundaron un nuevo pueblo y lo llamaron Nuevo Mampujan.
Casi un año después del desplazamiento, un sacerdote gestionó recursos
desde Italia para el asentamiento de esas familias en el nuevo territorio y se
construyeron casas provisionales para esas familias desplazadas. Participaron
también otras ONGs que proporcionaron ayuda psicológica y otras actividades,
como los talleres textiles, de los surgieron las mantas de Mamapujam.
En esos talleres desarrollaron las técnicas do quilt, el arte del retazo, propuesta
como una forma terapéutica para superar el trauma. Solo se reunían mujeres y
tejían flores o paisajes, luego esa actividad se convirtió en un espacio para
hablar de lo sucedido y se fue progresivamente transformando en un repertorio
de acción colectiva.
El primer tapiz que tejieron se llamó “Desplazamiento”. Lo que muestra el tapiz
es duro y revelador. Se ven figuras de ancianos cargados en hamacas,
hombres y mujeres con bultos y niños en brazos, sujetos uniformados y
armados que les apuntan. “Primero lo hicimos en cartulina y luego lo cosimos”,
explica Juana Alicia, quien se convirtió en la líder del grupo tejedoras de
Mampuján.. Muestran hombres que llegan camuflados de militares, algunos
con el rostro cubierto, armados con fusiles y machetes. Hay figuras de mujeres
y niños llorando y personas en el suelo con rastros de sangre. Puede verse
también a la comunidad saliendo de su pueblo con lágrimas en los ojos y
llevando pocas cosas consigo; incluso tuvieron el cuidado de bordar a cada uno
de los pobladores con la ropa que llevaban ese día. Salen cargando sus
enfermos en improvisadas camillas y con sus mulas cargadas con utensilios de
la casa. Las mantas bordadas muestran también el caos de los primeros días
como desplazados, la tristeza expresada en las personas solitarias, aisladas,
sentadas junto a los árboles llorando y situaciones de hacinamiento.
A otro de los tapices le dieron el nombre de “Masacre”, y mostraba cómo esos
mismos hombres que los intimidaron fueron después a la vereda Las Brisas y
mataron a 11 campesinos en un macabro recorrido que llamaron la ruta de la
muerte. Esos dos tapices, Desplazamiento y Masacre, siguieron una trayectoria
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publica y hacen parte de la sala “Nación y Memoria”, del Museo Nacional. Las
mujeres y sus telas han estado en más de 23 escenarios exponiendo. Han
estado en bibliotecas, galerías y universidades de Bogotá, Cartagena, Medellín,
Bordeus (Francia) y Ginebra (Suiza). En esa misma trayectoria podemos
destacar el premio Premio Nacional de Paz recibido en el año 2015 a las
Tejedoras de Mampuján.
La producción de este artefacto cultural también se extendió a otros grupos de
mujeres y en el año de 2012, la ONU financió lo que ellas llamaron la ruta por
la vida y que consistió en recorrer los mismos lugares que habían recorrido los
paramilitares. Recorrieron varias veredas de los Montes de María, llegaron a
Córdoba, Sucre, Antioquia, Chocó, Bogotá, Armenia, Duitama y Paipa e
invitaban a las mujeres a un ritual de tres días en el río, que incluía oficinas de
costura para que en cada grupo tejieran tres tapices, uno que mostrara su vida
antes del conflicto, otro para relatar los hechos violentos, y uno más para
visualizar el futuro. Pero también hubo recorridos de las mantas junto con
artistas plásticos, un modo de intervención que se podría asociar al concepto
de artista-etnógrafo, como lo denomina Foster (2014). Una vanguardia artística
que tiene interés por la etnografía, por las culturas locales y que se vale de un
otro étnico y cultural para contestar las formas académicas de arte y en este
caso para visibilizar una producción estética fuertemente inscripta en la política
y en territorio. La idea de lo comunal como creador, que estuvo presente en
exhibiciones y que habla de una trayectoria en que la manta como forma de
memoria política se inscribe también como forma artística. Esto nos dice algo
sobre la particularidad de este artefacto, situado así “entre” campos: el de la
memoria y el del arte, por lo tanto un objeto de frontera, hibrido; En otros
términos, un artefacto que se instala en esas dos trayectorias y que demanda
una conceptualización sobre esa singularidad de sus entrecruzamientos.
Las Tejedoras por la Memoria de Sonsón
Sonsón es un municipio ubicado en el nororiente de Antioquia, el cual conforma
junto con los municipios de Argelia, Nariño y Abejorral la subregión Paramo.
Sonsón es el más grande de los tres municipios y tiene una relevancia
estratégica en el plano político y económico (Gonzáles, 2012). Dicho territorio
10
al igual que gran parte de los municipios de esta región sufrieron las
consecuencias del accionar de grupos armados, especialmente desde los años
1980, cuando estos grupos incursionaron en el municipio con el fin de obtener
el control territorial lo que incluía la población civil de Sonsón. En este
municipio el conflicto armado se agudizó entre los años 1998 y 2005. Las
razones de la intensificación de la guerra son aun confusas, por causa de los
diferentes grupos insurgentes que participaron y la incursión de grupos
paramilitares apoyados por la fuerza pública. Según Observatorio
Departamental del Desplazamiento Forzado (2010) en el municipio de Sonsón
el total de población en situación de desplazamiento registrada es 6513 de
personas que representa 17,5% del total de población.
En ese ambiente de confrontación y uso indiscriminado de la fuerza los grupos
insurgentes, a través de los frentes de las FARC, implementaron diversas
estrategias de guerra, no sólo para contener la avanzada de los grupos
paramilitares, sino evitar el cerco de la fuerza pública y la pérdida del dominio
del territorio. Las acciones violentas afectaron duramente a la población civil
que, en medio del conflicto, fueron víctimas de amenazas, asesinatos
selectivos, secuestros, desapariciones forzadas, campos minados y crímenes.
Alrededor de 1500 víctimas fueron identificadas, de las cuales 250 hacían parte
de la Asociación de Víctimas por la Paz y la Esperanza de Sonsón (Gonzáles,
2012).
Desde el año 2007 se ha evidenciado desde diversos sectores una compleja
búsqueda de estrategias de transición para paz, que no sólo provengan “desde
arriba”, sino que incluyan la mirada y la experiencia “desde abajo”, partiendo de
las particularidades regionales y de las propuestas que nacen desde las
víctimas y las organizaciones comunitarias. Un buen ejemplo son las
numerosas iniciativas de esa región del Oriente antioqueño, donde se fue
implementando diferentes y variadas formas de construir, empoderarse y llevar
adelante acciones específicas con miras a la paz y la reconciliación. Es así
como en el año 2007 surgen distintas organizaciones de víctimas que
emprenden procesos de formación política, recuperación emocional y trabajos
de memoria, para transcender los procesos de reparación integral y avanzar en
escenarios de paz y reconciliación. En este sentido, Mika (2009), habla de una
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justicia transicional “desde abajo”, aunque eso no siempre se ha respetado en
el actual proceso de pacificación.
En este contexto se creó la Asociación de Víctimas por la Paz y la Esperanza
de Sonsón, formado por veinte mujeres que son madres, abuelas, esposas,
viudas y parientes, que antes de ser desplazadas y de sufrir las consecuencias
del conflicto armado se dedicaban a labores propias del campo, como la cría de
animales, sembrar la huerta y demás prácticas campesinas. Esa Asociación fue
el punto de partida para un proyecto, vinculado a la Universidad de Antioquia y
financiado por el Banco Universitario de Programas y Proyectos de Extensión
BUPPE, que se propuso apoyar ese tipo de acciones de fortalecimiento
comunitario
El proyecto fue coordinado por una antropóloga, asociada al grupo “Cultura,
violencia y territorio”2, que es también tejadora y su trabajo hizo énfasis en la
recuperación y reconstrucción de memoria histórica a partir de técnicas de
tejido. Desde su fundación, el grupo de mujeres tiene encuentros quincenales
para bordar escenas que fueron movilizados por preguntas que apuntaban a
las dimensiones subjetivas de los acontecimientos: ¿Cómo se vivió lo
ocurrido?, ¿Cómo impactó?, ¿Qué huella dejó?”. En el año 2009 crean el
Costurero Tejedoras por la Memoria de Sonsón, con un grupo de veinte
mujeres del lugar que fueron produciendo algunos de esos artefactos
culturales, principalmente “colchas de retazos”. Un producto tradicional de esa
región, pero que fue desplazado para otro campo de sentido y constituido como
“dispositivo para narrar”. Con los retazos, cortando y pegando, fueron
construyendo imágenes de esos acontecimientos cargadas de emotividad, con
un lenguaje propio de cada una de las tejedoras acerca de la situación que
presenciaron con nombres o indicativo que operan como verdaderos
“testimonios políticos” que aportan a la memoria histórica.
Estas iniciativas, apunta la antropóloga, gravitaban en torno a la subjetividad de
quienes hacen parte de la comunidad, tratan de fortalecer a los sujetos y sus
identidades y crear espacios de expresión para poder cconstruir una memoria
histórica que no existía y que pasó a tener fuertes marcas locales. Tal como
expresa Luz Dary Osorio, “ en el proceso iba bordando lo que yo iba diciendo,
2 Aadscrito al Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia
12
entonces como que yo me iba descargando, entonces mucha cosa que yo
cargaba las manos me las iban dando, mis manos eran mi voz.” (Ver entrevista
a Osorio, 2016)
Asociación de Víctimas por la Paz y la Esperanza de Sonson
Otro de los artefactos son los muñecos quitapesares, que aluden a una
tradición indígena de Guatemala, donde los “quitapesares son una familia de
cinco muñecos, uno para cada pesar y que son usados para espantar los
miedos y alejar las tristezas. Según la tradición se les debe contar dichos
miedos y tristezas, y antes de dormir se les pone debajo de la almohada. “Los
quitapesares se llevaran consigo todo lo negativo muy lejos” (mujer del
Costurero de tejedoras por la memoria de Sonsón)
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Quitapesares, Costurero Tejedoras por la Memoria de Sonsón
Estos artefactos fueron creados en el contexto de un proyecto universitario de
extensión y ese agenciamiento generó trayectorias que en gran parte
estuvieron vinculadas a la práctica de investigación y a la exhibición espacios
universitarios. Con relación a la investigación, el grupo Cultura, Violencia y
Territorio se propusieron, desde la fundación de la Asociacion de Tejedoras,
realizar cursos-talleres para la producción de etnografías de la violencia en
Colombia. Una de esas actividades fue el Laboratorio de etnografías sobre la
violencia, que se realizó en el año 2012, en el que se partió de las experiencias
investigativas con las Tejedoras para realizar cursos y actividades con
estudiantes y profesionales de las ciencias sociales interesados en conocer el
potencial de la etnografía para investigar contextos de violencia. La premisa de
esta actividad académica era que la violencia en Colombia había tendido a
naturalizarse y que primaban los estudios macro, en contraposición a esos
enfoques que permitían indagar mejor la pluralidad de las visiones. Como dice
Elsa Blair Trujillo, fundadora de ese grupo de investigación:
El problema de la legitimidad, al hablar de las memorias, está ligado no sólo al
tiempo en ese juego entre presentes, pasados y futuros que supone su
reconstrucción, sino también y, de una manera muy importante, a los lugares,
fundamentalmente a uno que podríamos agrupar bajo la denominación de la
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escena o la esfera de lo público20. Pero es ahí justamente, donde se impone el
Estado con su “institucionalización” como agente (y lugar por excelencia) de la
memoria “oficial” y donde puede hablarse entonces de una estatización de la
memoria (Da Silva Catela, 2010, p. 8), para designar con ella el papel central
que ocupa el Estado como agente de memoria y su pretensión de generar una
política centralizada negando, implícitamente, la pluralidad de memorias que
circulan y son defendidas por diversos grupos e instituciones (Blair, 2001).
Según Blair, esa trayectoria etnográfica era vista como una manera de
(des)estatalizar la memoria, para que los “marcadores de legitimidad” no se
agotasen en el Estado o en las instituciones jurídicas. En ese sentido, la
iniciativa fue de aproximar los estudiantes a la Asociación de Tejedoras para
que las mantas pudiesen ser soporte de “etnografías colaborativas”, que
después dieron lugar a seminarios cursos académicos y la producción de
nuevos textos escrituras sobre esos acontecimientos (Rappaport, 2007)..
Pero estos artefactos también tuvieron otras trayectorias en el espacio público
(Arcila e Isaza, 2015), a partir de exposiciones y encuentros que tuvieron como
foco la memoria. A continuación listamos algunos lugares de esa trayectoria,
con base en informaciones dadas por Isabel Gonzales Arango, actual
coordinadora del grupo de investigación:
IV Semana de la Memoria: “Tejiendo memorias para no repetir”. Participación
en el encuentro de experiencias “Tejedoras de memorias” Costurero colectivo
que reunió grupos de tejedoras nacionales y locales, como las tejedoras de
Mampuján (corregimiento de María la Baja departamento de Bolívar), las
tejedoras del barrio Moravia: Morar Moravia, y el colectivo Bosque de los
Sueños Justos SUJU, de Medellín. Alcaldía de Medellín, 18 al 26 de noviembre
de 2011
Difusión en el canal local de televisión Sonsón Tv de la serie documental
Jóvenes relatos grandes memorias producto del proyecto BUPPE
2009: “Memorias, luchas políticas y ciudadanías de la Asociación de Víctimas
por la Paz y la Esperanza de Sonsón”.
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Encuentro Regional de Iniciativas de Memoria Histórica del Conflicto Armado
"Memorias plurales, sentidos diversos”. Centro Nacional de Memoria Histórica,
La Ceja, Antioquia. Mayo 30 y 31 de 2013
Primer encuentro de Tejedoras y Tejedores de la Memoria en la zona Páramo:
“Hilos y Agujas en el Páramo”. Argelia, Antioquia, Octubre 27 de 2013
VI Semana de la Memoria “Lecciones de vida para nunca olvidar”. Valorar las
expresiones y las historias de las víctimas del conflicto armado del país, para
transformarlas en aprendizajes de vida que guíen hacia un camino para la
convivencia, el respeto y la paz. Medellín, 18 al 23 de noviembre de 2013
Ganadoras categoría colectiva de Antioqueñas de Oro 2014: Mujeres Sin
Miedo, Constructoras de Paz y Reconciliación. Secretaria de Equidad de
Género para las Mujeres. Gobernación de Antioquia.
Primer Encuentro Regional de Tejedoras y Tejedores de la Memoria. Museo
Casa de Memoria, Alcaldía de Medellín, mayo 14 y 15 de 2014.
Reconocimiento como iniciativa de memoria en la zona Páramo del oriente
antioqueño por el Centro Nacional de la Memoria Histórica, VerdadAbierta.com
y la Fundación Ideas para la Paz. Portal web Oropéndola que documenta,
reúne y recupera iniciativas artísticas de víctimas del conflicto armado y
trabajos de artistas colombianos que desde 1990 hasta la actualidad han
reflexionado sobre la violencia en el país.
Integración y trabajo en red en la zona Páramo entre las asociaciones de
víctimas de los municipios de Sonsón y Argelia que agencia conceptos como
memoria, reparación, reconciliación, no repetición desde otros lenguajes y
narrativas como es el tejido
La exposición “Nunca más: Voces y materialidades de la Memoria” fue exhibida
por primera vez el 4 de septiembre de 2010 en la casa campesina, del
municipio de Sonsón, en el marco de la socialización de los resultados del
proyecto de Extensión financiado por el Banco de Proyectos y Programas de
Extensión BUPPE 2009: “Memorias, luchas políticas y ciudadanías de la
Asociación de Víctimas por la Paz y la Esperanza de Sonsón”. Esta exposición
16
fue elegida como iniciativa de memoria por Oropendola: Arte y conflicto;
plataforma virtual del Museo Nacional de la Memoria. Actualmente se
encuentra en actualización el micrositio de esta exposición. Posteriormente ha
sido expuesta en:
Exposición “Nunca más: voces y materialidades de la memoria. 2009-2010”
Sede Sonsón de la Universidad de Antioquia. 30 de septiembre al 15 de
octubre de 2010.
Exposición “Nunca más: voces y materialidades de la memoria 2009-2010”
Sede de Investigaciones Universitarias SIU, Medellín. 16 al 30 de noviembre de
2010
Exposición “Nunca más: voces y materialidades de la memoria 2009-2010”
Seccional Oriente de la Universidad de Antioquia. 14 de marzo al 15 de abril de
2011. Acompaño a la exposición un conversatorio sobre el proceso y su s
aporte en la construcción de memoria en el municipio de Sonsón
Exhibición en la exposición colectiva “Urdimbre, Corazón y Memoria”
organizada por Alcaldía de Medellín, secretaria de Gobierno. Programa de
Atención a víctimas. IV Semana de la Memoria: “Tejiendo memorias para no
repetir” La exposición se acompañó de un conversatorio en el Centro de
Desarrollo Cultural de Moravia, Medellín. 18 al 26 de noviembre de 2011.
Exhibición en la exposición “Memorias Cotidianas de Tejidos y Pixeles” en el
marco de la socialización de los resultados del proyecto BUPPE 2010 Desde
Lo Local: Memorias Y Luchas Por El Fortalecimiento Organizativo De La
Asociación De Víctimas Por La Paz Y La Esperanza De Sonsón. 4 de
diciembre de 2011 al 15 de enero de 2012
Exposición “Nunca más: Voces y Materialidades de la Memoria, Sonsón 2009-
2011”. Biblioteca pública de Apartadó entre el 7 al 31 de mayo de 2012. La
exposición se acompañó de un conversatorio – taller con organizaciones
sociales de la región el día 8 de mayo 2012.
La exposición “Tejer con el Hilo de la Memoria” fue exhibida por primera vez el
4 de Noviembre de 2014 en la Centro Cultural Benemérito de las Américas, en
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Coyoacán México. Posteriormente fue expuesta en el Museo Nabolom en San
Cristóbal de las Casas estado de Chipas del 27 de diciembre de 2014 al 3 de
enero de 2015, en la Cooperativa de Tejedoras la Flor de Xochistlahuca del
municipio de Xochistlahuca, estado de Guerrero entre 7 al 13 de enero de 2015
y finalmente en la Escuela de artes Emiliano Zapata de Barrio Santo Domingo,
Coyoacán México, entre el 14 al 19 de enero de 2015. Posteriormente esta
exposición se convirtió en la museografía del Salón De La Memoria De Sonsón
entre abril de 2015 y septiembre de 2016
Esta exposición es un proyecto del Costurero Tejedoras por la Memoria de
Sonsón y se realizó en asocio con el Museo Casa de la Memoria de Medellín y
al contar con algunas de las piezas elaborados en el Marco de los proyectos
BUPPE en los créditos aparecen como se unen a la iniciativa la Vicerrectoría
de Extensión, el INER y la Corporación Pasolini en Medellín.
Participación en la Exposición La Vida Que Se Teje. Tejidos por la Memoria y la
Vida. Museo de Antioquia, Museo Casa de la Memoria. Abril – julio de 2016. El
cuadro Nunca Mas de la tejedora Laura Gloria Marín fue elegido como la
imagen gráfica de la exposición.
Como podemos observar, en el caso de Sansón, las mantas no se exhibieron
en muchos circuitos de arte, a no ser el evento promovido por la Fundación
Ideas para la Paz, que reunió “iniciativas artísticas” de artistas colombianos y
de víctimas del conflicto armado. Pero se abrió otra trayectoria, que aún no
hemos profundizado en nuestra investigación. Se trata del Costurero Tejedoras
por la memoria de Sonsón como un emprendimiento productivo, lo que implica
en una nueva red de interacciones con designer, publicidad, vendas, etc. Las
tejedoras fueron adquiriendo conocimientos sobre administración de recursos,
diseño de productos y piezas publicitarias para generar una identidad para la
comercialización de productos. ¿Qué implicaciones tiene esa nueva
trayectoria?; ¿Como el mercado y la memoria pueden entrelazarse sin anular
ese sentido testimonial?; Como el comprador de esos artefactos se puede
constituir en un vector de transmisión de esas memorias? Estas son algunas de
las interrogaciones que esa trayectoria nos suscita en el estadio actual de
nuestra investigación.
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Conclusiones
Las mujeres de Mampujan y Sonson comenzaron a bordar mantas como forma
de expresar un mundo que tal como lo conocían había sido destruido. Muchas
de ellas no conseguían hablar de los hechos, no encontraba un espacio para
hacerlo y al bordar y charlar en pequeños grupos lograron plasmar sus
memorias. El artefacto fue así una forma de hablar, con los gestos del trabajo
manual, sobre ese silencio que aún no tenía eco en la sociedad. De hecho,
entre todas las “iniciativas de la memoria” catalogadas por el Grupo de
Memoria Histórica, de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, tal
vez las mantas sean las que mejor expresan lo que los testigos aún no pueden
o no quieren declarar. Si bien el Grupo de Memoria denomina a estas acciones
de “iniciativas por la memoria”, optamos por denominarlos de artefactos
culturales, para aludir al hecho de que las mantas fueron construidas a partir de
elementos materiales del cotidiano de esas comunidades e resignificados como
objetos de memoria política. De allí que estos artefactos sean objetos
etnográficos, tanto por la particular combinación que cada comunidad hace de
esos elementos del cotidiano, como por la propia singularidad de esos soportes
materiales.
En el caso de las mantas, se trata de un artefacto inédito porque a partir de
imágenes y símbolos se construyó una narrativa de fuerte impacto político y la
pregunta que nos hacemos en esta investigación es sobre el destino que
tuvieron estos objetos. De hecho, este artefacto generó su propio espacio de
exhibición en centros de memoria, como las Asociaciones de Tejedoras de
Sonson, pero desde se exhibieron en otros espacios, como en galerías de arte,
colecciones privadas e inclusive mercados de objetos de cultura popular. Esos
desplazamientos sugieren algunas reflexiones sobre sus efectos, tanto en
términos del grupo de mujeres, como sobre los nuevos sentidos que adquiere
el artefacto. En principio, podemos decir que las mantas bordadas se sitúan en
un “entre”, la memoria política y arte, y esa categoría intermediaria, fronteriza,
hibrida, demanda una nueva conceptualización. Y en ella, deberíamos incluir
otras trayectorias posibles do artefacto, que hoy se hacen más preminentes en
el proceso de pacificación: las mantas como testimonio jurídico. Sobre ese
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punto, debemos considerar que para la orden jurídica el testimonio se
fundamenta en la oralidad. Es a través de la palabra que se legitiman los
proceso jurídicos. En este sentido, nos preguntamos: Que legitimidad tienen
esas mantas para ser reconocida con el mismo status que la palabra?;
¿Cuándo existen peligros evidentes de testimoniar ante una instancia jurídica,
los artefactos pueden ser legitimados como una forma de discurso posible
acerca de lo que se vivió?
Ese es otra de las trayectorias posibles de esos artefactos culturales, las
mantas como un discurso político y testimonial que tiene sus propias claves
interpretativas, pero que está colocado “afuera” de los espacios institucionales
donde se convoca a la verdad y a la justicia. Reconocido por su valor estético,
como inscripción plástica, en museos, centros de cultura o lugares de
rememoración, pero no como instancia narrativa válida para los procedimientos
jurídicos que solo legitiman la oralidad. Por lo tanto, se trata de una estrategia
de desplazamiento, de busca por el reconocimiento de estos artefactos que,
con las debidas mediaciones etnográficas, constituyen sistemas de significados
en un permanente desplazamiento.
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