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IMPLICACIONES DE LA TEORÍA DE LA RELEVANCIAEN EL ESTUDIO DE LA RETÓRICA
Lic. Carlos Fabián Concha G.
Dos visiones sobre el lenguaje retórico, una disyuntiva
Durante varios siglos la retórica fue concebida como un simple artificio lingüístico
que tenía como finalidad última provocar la adhesión de un auditorio determinado hacia
las ideas pronunciadas por el orador.
De acuerdo con esta visión, la ornamentación del discurso mediante el uso de las
llamadas figuras retóricas, provocaba en los oyentes una reacción emocional de goce
estético que garantizaba la persuasión de la audiencia.
En este sentido, el contenido del discurso era encubierto por la forma del mismo,
de tal suerte que un orador hábil podía convencer a sus oyentes de la verdad de una
proposición enunciada, sin que importara mucho la pertinencia de los fundamentos en
los que ésta se sostuviera.
Las figuras retóricas eran vistas como un ropaje que hacia más vistosos y, por
tanto, más atractivos los enunciados de un sermón cualquiera, pero que no obstante, no
alteraban significativamente su contenido semántico.
Las figuras retóricas eran una cosa más de forma que de fondo y se decía que
suscitaban reacciones sensoriales e irracionales, más que cognoscitivas e inteligibles.
Así, cualquier frase retóricamente elaborada podía ser parafraseada, sin que se
perdiera o sacrificara algún significado importante.
Esta concepción de la retórica se encuentra arraigada en la más pura tradición
del código lingüístico que ve la comunicación como un proceso de intercambio de
signos que deben ser debidamente codificados por el hablante y decodificados por el
oyente.
1
En este tenor, la comunicación exitosa se da cuando el proceso de codificación-
decodificación permite al oyente hacer una reconstrucción literal de lo dicho por el
hablante; para que esto sea posible, tanto el oyente como el hablante, deben conocer y
respetar las normas sintácticas de la lengua, así como sus contenidos semánticos.
Por su misma naturaleza, esta línea de pensamiento otorga una importancia
central a la función referencial de la lengua, en la que los signos lingüísticos son
utilizados para referirse al estado de las cosas en el mundo real, es decir su uso es
meramente representacional.
Las palabras que conforman un sistema lingüístico constituyen así, una especie
de listado nominal cuya relación con los objetos del mundo real se determina a partir de
una convención aceptada por los miembros de una comunidad de hablantes.
Desde esta perspectiva, el sentido compartido implica pues, la aplicación de la
normatividad que rige el código lingüístico convencionalmente establecido, en donde las
palabras deben tener un significado preciso o unívoco y la estructura de las oraciones
debe poseer un número limitado de formas sintácticas.
¿Cómo es entonces que las figuras retóricas, que violan los significados
convencionales (literalidad) pueden ser reconocidas e interpretadas, sin que se les
considere un disparate?
La respuesta que los teóricos del código dan a esta interrogante es demasiado
simplista, pues señalan que la ironía, la metáfora, la hipérbole, la metonimia, etcétera
deben ser consideradas como desviaciones de la norma lingüística y que su
reconocimiento y posterior interpretación obedecen también a reglas (de excepción)
que son igualmente aprendidas y que varían de cultura en cultura.
Si se analiza cuidadosamente esta explicación, resulta muy poco plausible pues,
cuántas reglas y significados diferentes sería necesario aprender para comprender la
infinidad de interpretaciones que puede inspirar una metáfora, por ejemplo.
De igual forma la sutileza de algunas figuras retóricas — como la ironía verbal en
donde la violación de la norma no es tan evidente como en la metáfora— no permitiría
que el conocimiento de una regla específica fuera suficiente para que el oyente
consiguiera elaborar una interpretación satisfactoria (en el caso del enunciado irónico,
2
su reconocimiento depende mucho más de componentes contextuales que del
contenido literal de la frase).
Asimismo, la imposibilidad de comprobar la veracidad de algunas hipérboles
hechas por un hablante cualquiera, evidencian la escasa probabilidad de que sea a
través de un grupo de reglas culturales como los individuos puedan distinguir entre el
uso figurativo del lenguaje y su uso convencional.
Además cabe preguntarse: ¿Por qué la necesidad de emplear expresiones
figurativas en un discurso, si de acuerdo con el principio de economía del lenguaje,
resultaría mucho más ventajoso y directo utilizar los significados convencionales, los
cuales garantizarían una mayor comprensión del mensaje, evitando esfuerzos inútiles al
oyente?
La respuesta reduccionista, de que lo único que se busca al emplear el lenguaje
figurado es el efecto persuasivo que se genera a través de la belleza del lenguaje, no
es una explicación satisfactoria pues: ¿Qué es lo que hace que la retórica resulte
estéticamente atractiva? ¿Será acaso la novedad y sorpresa que provocan la
creatividad de las resignificaciones retóricas?
Razonando en concordancia con la teoría del código, tal sorpresa y tal novedad
serían inexistentes debido a que anteriormente, dichas resignificaciones han sido
aprendidas mediante las normas culturales. Finalmente lo único que acontecería en el
oyente al enfrentar un discurso retórico sería un momento de duda y un posterior
proceso de reinterpretación (doble proceso).
Se puede observar así que la explicación que ofrece esta postura teórica resulta
insuficiente y superficial.
A diferencia de los teóricos del código, los románticos (llamados así por Sperber
y Wilson, 1990) rechazan que los tropos o figuras retóricas cumplan un rol meramente
decorativo, ya que consideran que es imposible parafrasear un enunciado retórico sin
afectar significativamente el contenido del mensaje.
Para los románticos “los tropos tienen un genuino contenido cognoscitivo el cual,
particularmente en las metáforas más creativas, no es parafraseable sin que haya
pérdida”1.
1 Sperber D. y D. Wilson (1990). Rhetoric and relevance, en D. Wellbery y J. Bender (eds.). The ends of rhetoric: history, theory, practice. Stanford University Press, Stanford CA. pp. 140-155. Referencia disponible en
3
Cuando un poeta utiliza la metáfora ‘amo sus cabellos de oro’, es muy probable
que un oyente (o lector) pueda inferir que el emisor se está refiriendo al hecho de que la
persona de la que se habla en el poema, posee una cabellera cuya tonalidad se
asemeja al color del oro.
En este caso la metáfora podría ser parafraseada diciendo ‘amo sus cabellos
rubios’; sin embargo, al parafrasear el enunciado, éste pierde una serie de significados
incluidos en la oración original, pues existen muchos significados asociados a la palabra
‘oro’ además de su color; por ejemplo, su brillantez, su belleza, o el hecho de que sea
considerado por gran parte de la humanidad como un mineral precioso, una joya.
Aquí se puede observar cómo al parafrasear la metáfora, la nueva interpretación
es mucho más escueta y limitada que la primera y es muy posible que no refleje todos
los significados que el hablante deseaba transmitir en un principio. Además cuando el
poeta utiliza una metáfora como la anterior, no sólo está expresando un hecho
determinado, sino también una actitud exaltada ante éste.
Si bien los románticos aciertan al reconocer la riqueza de significados que se
logra con el uso de la retórica, renuncian por completo a la tarea de desarrollar un
modelo de análisis científico que arroje información sobre los significados que encierran
los discursos retóricos.
Para los románticos la ambición de encontrar el significado apropiado de una
metáfora es un mito, y afirman que la posibilidad de acercarse a la interpretación literal
de un mensaje retórico es prácticamente nula. De hecho, cuestionan seriamente que
exista algo tal como la literalidad y enfatizan la importancia de la creatividad en el uso
de la lengua.
Si bien la intuición de los románticos pone de manifiesto que el análisis de los
códigos lingüísticos y sus reglas no es suficiente para entender cómo se da el
fenómeno de la comunicación humana, su idea de que el lenguaje es algo
esencialmente vago acarrea serios problemas al estudio de la retórica en particular y de
la interacción verbal en general.
Partiendo de cualquiera de las dos visiones revisadas, el lingüista enfrenta una
gran disyuntiva: por un lado, la teoría del código, aunque limitada, representa para el
http://www.dan.sperber.com. Fecha de consulta 04/01/04.
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investigador un marco epistemológico mucho más articulado que su contraparte la
visión romántica, la cual proporciona un panorama mucho más rico y flexible que, sin
embargo, tiene la enorme desventaja de considerar a la comunicación como un proceso
primordialmente anárquico ¿Qué hacer ante esta situación?
La teoría de la relevancia, una alternativa
Sperber y Wilson (1990) consideran que su teoría de la relevancia puede
constituir un punto de partida para entender cómo trabajan los mecanismos que
subyacen a la interpretación del lenguaje figurado.
Estos autores afirman: “los retóricos clásicos y sus críticos románticos
consideran evidente que, si existe algo tal como el significado literal, entonces los
enunciados vienen con una presunción de literalidad. Nosotros discrepamos. Se puede
mantener una noción de significado literal, y su utilidad analítica, y abandonar la
presunción de literalidad, y su implausibilidad, siempre y cuando se introduzca una
presunción de relevancia"2.
Orígenes de la teoría de la relevancia (Grice)
La noción de relevancia, que es el eje rector de toda la propuesta formulada por
Sperber y Wilson, es un concepto teórico que surge del análisis profundo de las ideas
ofrecidas por Grice.
En su trabajo clásico titulado Logic and Conversation, Grice trasladó el centro de
atención de la investigación lingüística, llevándolo de los contenidos de los enunciados
hacia las condiciones en las que éstos se producen en el seno de una conversación
ordinaria.
Para Grice era evidente que durante una conversación los participantes de ésta,
llevaban a cabo una serie de operaciones inferenciales que les permitía subsanar
ciertas lagunas que se presentaban en el sentido literal de los enunciados.
Grice decía que si los enunciados emitidos por el hablante fueran comprendidos,
sólo mediante un proceso de estricta decodificación, todo lo que el oyente necesitaría
2 Ídem
5
para entender a su interlocutor, sería conocer el mismo código que el emisor está
utilizando y así descifrar su contenido, obteniendo una especie copia o duplicado del
mensaje.
Sin embargo su experiencia, le hacía pensar que una frase determinada podía
ser entendida de diversas maneras, dependiendo tanto de sus implicaciones
semánticas como de las circunstancias en la que la oración fuera dicha.
Así cualquier enunciado tenía un contenido explícito-proposicional (básicamente
semántico) y uno implícito-comunicacional (semántico y pragmático) que obligaban al
oyente a desarrollar todo un proceso inferencial a partir tanto de lo dicho, como de lo
implicado.
Un ejemplo de esto sería un padre que orgullosamente dice: ‘mi hijo Ricardo es
un hombre de éxito, desde luego pues, es un López’. El contenido explícito es lo que de
manera estricta significa la frase: ‘Ricardo es exitoso por formar parte de la familia
López’; pero el contenido implícito que también comunica esta oración es: ‘todos los
López son exitosos’ o bien ‘el ser López implica ser exitoso’.
Si bien esta última conclusión no está contenida en la reproducción literal de la
frase original, sí se deriva de ella, de tal forma que un receptor competente sabría que
el hablante quiere comunicar más de lo que está diciendo.
El anterior es un ejemplo de lo que Grice denomina implicatura convencional, el
contenido implícito se extrae de la lógica misma de la proposición literal. Sin embargo,
existe otro tipo de implicaturas que no se pueden derivar sólo del significado literal del
enunciado.
Enunciemos tres ejemplos de este tipo de implicaturas:
Se tiene la oración: ‘Algunos diputados votaron a favor de la propuesta’. En una
conversación ordinaria la palabra ‘algunos’ dispara la conclusión ‘no todos’, no
obstante, desde la lógica del lenguaje ‘algunos’ está incluido en el concepto
‘todos’ por lo cual la implicatura ‘no todos’ no se deriva de manera natural del
contenido proposicional del enunciado.
Otro ejemplo, si le preguntáramos a una persona cuántos hijos tiene, ésta
contesta ‘tengo tres’ y posteriormente nos enteramos que en realidad tiene
cuatro, diríamos que no dijo la verdad. Sin embargo, nuevamente, desde la
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lógica estricta del lenguaje alguien que tiene cuatro hijos evidentemente tiene
tres, no es posible tener cuatro sin tener uno, dos y tres hijos. Aquí la conclusión
es producto de la implicatura conversacional ‘tengo sólo tres hijos’, la cual no
estaba contenida en el mensaje original sino que fue agregada por nosotros.
Finalmente cuando leemos en un restaurante o en una tienda un anuncio que
dice ‘abrimos los domingos’ concluimos que ese comercio abre de lunes a
sábado y ‘también los domingos’ otra implicatura que no se deriva de manera
natural del contenido semántico del mensaje (
¿Qué es entonces lo que permite inferir las implicaturas ‘no todos’, ‘sólo tres
hijos’ y ‘también los domingos’? De acuerdo con Grice son las condiciones pragmáticas
de la conversación, las que llevan al oyente a concluir que ‘no todos los diputados
votaron a favor de la propuesta’. A este tipo de implicatura Grice la llama implicatura
conversacional.
Para explicar cómo se origina el proceso de inferencia en las implicaturas
conversacionales, Grice echó mano de algunos conceptos, no claramente delimitados,
como son el principio de cooperación y las máximas conversacionales.
Para Grice la comunicación era el producto de un esfuerzo conjunto entre el
emisor y el receptor quienes se comprometían en la consecución de un propósito
común: “Nuestros intercambios verbales normalmente no consisten en una sucesión de
observaciones inconexas, sería irracional si así fuera. Característicamente hay, al
menos, un cierto grado de esfuerzos cooperativos; y cada participante reconoce en
ellos, en cierta medida, un propósito o una serie de propósitos comunes o, al menos,
una misma dirección mutuamente aceptada”3.
Este razonamiento llevó a Grice a postular lo que él llamaba el principio de
cooperación, el cual constituía una especie de norma socialmente aceptada, por los
participantes de un acto comunicativo, dicho principio se formulaba en los siguientes
términos: “Haga su contribución a la conversación tal como le sea requerido y en el
momento en el que ésta ocurra, aceptando el propósito o la dirección del intercambio
verbal en el que está usted involucrado”4.
3 Grice, H. P. 1975. Logic and conversation. En P. Cole y J. Morgan (eds.) Syntax and Semantics, vol. 3: Speech Acts. Reimpreso en Grice, P. 1989. Studies in the way of words. Cambridge, Ma. Harvard University Press, pp. 22-40 y en Davis, S. 1991 Pragmatics: A Reader. Oxford: Oxford University Press, pp. 305-315.4 Ídem
7
La contribución hecha por los participantes de una conversación, según Grice, se
dividía en cuatro dimensiones o categorías, cada una de las cuales incluía una o más
máximas conversacionales que debían ser respetadas en todo momento para que la
comunicación exitosa tuviera lugar. No obstante, los participantes de cualquier
interacción comunicativa podían en un momento dado violar de manera accidental o
intencional tanto las máximas conversacionales como el principio de cooperación.
Las categorías y sus respectivas máximas son las siguientes:
1. Cantidad: Esta categoría se refiere a la cantidad de información que debe ser
proporcionada durante un acto comunicativo y contiene dos máximas:
a) Haga su contribución tan informativa como sea requerido para los
actuales propósitos del intercambio.
b) No haga su contribución más informativa de lo que es requerido
2. Calidad: Esta categoría se refiere a la calidad de la información que se ofrece e
incluye una súper máxima y dos máximas:
a) Intente que su contribución sea verdadera (súper máxima de veracidad)
b) No diga algo que usted crea que es falso
c) No diga algo de lo cual no tenga evidencia adecuada
3. Relación: Esta categoría se refiere a la pertinencia que debe tener la información
proporcionada de acuerdo con el propósito del intercambio e incluye una sola
máxima:
a) Sea relevante
4. Manera: Esta categoría, a diferencia de las anteriores no está relacionada con lo
que se dice sino con la forma en la que se dice e incluye una súper máxima y
cuatro máximas:
a) Sea claro (súper máxima)
b) Evite la oscuridad en la expresión
c) Evite la ambigüedad
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d) Sea breve (evite prolijidad innecesaria)
e) Sea ordenado
Con base en estas máximas es como Grice pretendía explicar el origen del
proceso inferencial que subyace a la comunicación; según él, las máximas funcionaban
como una clase de acuerdos tácitos entre el oyente y el hablante, que les
proporcionaban un marco referencial dentro del cual los mensajes eran interpretados.
Así, cuando un receptor escucha un enunciado, da por hecho que el emisor
tratará de respetar las máximas conversacionales, lo cual llevará al oyente a considerar,
no sólo el contenido explícito e implícito del mensaje, sino las condiciones pragmáticas
del diálogo; dando lugar a la formulación de una implicatura conversacional.
Por ejemplo: Juan llama por teléfono a María y le pregunta ‘¿te gustaría ir al
cine?’ y María contesta ‘hoy es el cumpleaños de mi padre’. En su interpretación María
toma la pregunta de Juan no como una duda legítima sino como una invitación, esto es
posible gracias a que María no considera únicamente el contenido explícito de la
cuestión, sino el contexto en general, así como las intenciones de Juan.
De la misma forma, si Juan no llevara a cabo el mismo proceso de inferencia que
hizo María, la respuesta de ésta parecería no tener relación alguna con la pregunta
expresada.
En este ejemplo el enunciado de María tiene un contenido explícito: ‘hoy es el
cumpleaños de mi padre’ y uno implícito, que ni forma parte de su significado literal, ni
se deriva de manera lógica de la proposición original y que es una implicatura
conversacional a la que debiera llegar Juan: ‘voy a pasar el resto de día con mi padre y
me es imposible ir al cine contigo’.
Para llegar a esta conclusión Juan debió tomar en cuenta que María conocía la
máxima de relevancia y que la respetó al momento de elaborar su respuesta, así que
inmediatamente Juan busca establecer una relación entre lo dicho por María y la
situación de conversación predominante.
Sin duda, las aportaciones de Grice significaron un paso importante en el
desarrollo de las teorías pragmáticas del lenguaje, no obstante, su explicación deja
muchas interrogantes sin respuesta, por ejemplo ¿de dónde surgen el principio de
9
cooperación y las máximas?, ¿son un aspecto innato de la conducta verbal o se
establecen convencionalmente al igual que los contenidos semánticos de la lengua?
¿Son universales o varían de acuerdo a cada cultura?
Las deficiencias del modelo griceano en la explicación de la retórica
En el caso particular de la retórica, Sperber y Wilson (1981) señalan algunas de
las deficiencias que muestra la teoría griceana al tratar de explicar el mecanismo que
subyace a la interpretación del lenguaje figurado.
Estos autores apuntan: “Grice sostiene que la ironía, la metáfora, la lítote y la
hipérbole se pueden interpretar a partir de implicaturas conversacionales... todas ellas
resultan de la violación de la máxima: «No diga lo que crea que es falso». La
característica más destacada de los enunciados figurativos, como Grice los considera,
es que son patentemente falsos. El oyente concluye que el hablante debe haber tratado
de dar a entender una proposición estrechamente relacionada que no viola la máxima
de veracidad... La originalidad de este planteamiento reside en el intento de incorporar
las ideas de la retórica tradicional en una teoría moderna de pragmática. Sin embargo,
este intento plantea una serie de problemas nuevos”5.
Sperber y Wilson demuestran que existe una contradicción inherente en el
planteamiento hecho por Grice sobre la interpretación de las figuras retóricas: en una
conversación común, el oyente mantiene el supuesto de que el hablante respetará las
máximas conversacionales al momento de emitir su discurso de tal forma que, cuando
el contenido explícito del enunciado resulte insuficiente para interpretar lo que el
hablante dice, el oyente atenderá al contexto de la conversación para formular
diferentes interpretaciones hasta encontrar la que considere más pertinente, dando
lugar a una implicatura conversacional.
La principal función de esta implicatura es mantener en el oyente, el supuesto de
que el hablante conoce y respeta las máximas conversacionales, sin embargo, en lo
que se refiere a algunas figuras retóricas como la metáfora, los enunciados son
evidentemente falsos ¿Por qué entonces el oyente debe suponer que el hablante está
5 Sperber, D. y D. Wilson (1981). On Grice´s theory of conversation, en Werth, P.N. (ed), Conversation and discourse, Croom Helm, Londres, 1981, pp. 155-178.
10
respetando las máximas conversacionales y no mejor sospechar que las está violando
de manera deliberada o incidental?
Otro problema que Sperber y Wilson encuentran en la explicación de Grice sobre
la retórica es que en la mayor parte de las implicaturas conversacionales, el contenido
explícito funciona como una clave inicial para el posterior desarrollo de la interpretación.
En el lenguaje convencional, las implicaturas y el significado literal forman un
complemento indisoluble de lo que se comunica, mientras que en el lenguaje figurado,
la proposición literal debe ser sustituida por completo por la implicatura, es decir lo que
se implica viene a anular lo que se dice.
Esto último coloca a Grice más cerca de los semánticos que de los pragmáticos,
pues finalmente su tesis, al igual que la de los retóricos clásicos, se encuentra anclada
en la sustitución del significado literal por un significado figurativo.
Además la única diferencia que existe entre la definición de retórica tradicional y
la que Grice propone, es que la primera afirma que las figuras retóricas constituyen una
desviación de las normas semánticas, en tanto que la de Grice las concibe como una
desviación (o violación) de las normas pragmáticas, en particular de la máxima de
veracidad: ‘intente que su contribución sea verdadera’.
Conceptos elementales de la teoría de la relevancia
Tal como se señaló anteriormente, la teoría de la relevancia se inserta
inicialmente en el enfoque inferencial propuesto por Grice, pero surge como un
planteamiento alternativo que intenta de llenar los vacíos teóricos heredados por éste.
Sperber y Wilson coinciden con Grice en señalar que el proceso de la
comunicación humana se da a través de una operación inferencial, en la que la
interpretación del mensaje recibido genera mayores significados de los que encierra el
contenido manifiesto del mismo, pero además, le dan un giro cognoscitivo a su
definición: “Nosotros definimos comunicación, no como un proceso de duplicación del
significado que va del comunicador hacia el destinatario, sino como una modificación,
más o menos controlada del paisaje mental —el «ambiente cognoscitivo» como
nosotros lo llamamos— del oyente por el comunicador, logrado de una forma
intencional y abierta”6.
6 Sperber D. y D. Wilson (1990). Rhetoric and relevance, en D. Wellbery y J. Bender (eds.). The ends of rhetoric: history, theory, practice. Stanford University Press, Stanford CA. pp. 140-155. Referencia disponible en
11
De acuerdo con esta definición, lo que sucede durante la comunicación es que el
hablante, de manera abierta, pretende provocar en el oyente un efecto cognoscitivo que
le haga cambiar su esquema mental a través de la información que le proporciona.
Es necesario acotar que Sperber y Wilson convergen con Grice en que, durante
el proceso, el oyente desempeña un papel activo, pues es indispensable que éste
realice un conjunto de esfuerzos cognoscitivos que lo conduzcan a elaborar la
interpretación más afortunada. No obstante estos autores consideran que dichos
esfuerzos no son el producto de un convenio tácito de cooperación, sino que más bien
se trata de una disposición innata.
En este punto se produce la gran ruptura con la teoría griceana, pues estos
autores consideran que las máximas de Grice son innecesarias para explicar la
formación de implicaturas, ya que todo lo que se requiere es un solo presupuesto: la
búsqueda de relevancia.
La búsqueda de relevancia no se deriva de un convenio, ni de una regla
socialmente establecida, es más bien un principio cognoscitivo e universal, común a
toda la especie humana sin importar las diferencias culturales.
A diferencia de las máximas de Grice, la noción de relevancia de Sperber y
Wilson se refiere a una predisposición psicológica que se da de manera natural en el
individuo y de la que no se puede sustraer voluntariamente.
Según los teóricos de la relevancia, los seres humanos presentamos una
tendencia innata a orientar nuestra atención hacia aquella información de nuestro medio
que nos resulta relevante; esta tendencia constituye un principio cognoscitivo que
asegura la supervivencia del organismo.
La gran cantidad de información a la que al ser humano está expuesto, hace
imposible que éste pueda atender a todos los estímulos que le rodean, incluso
fisiológicamente se encuentra limitado en su capacidad sensoperceptual.
Esta situación hace que el hombre se vea obligado a utilizar todos los recursos
cognoscitivos con los que cuenta en el procesamiento de datos que sean significativos
para salvaguardar su integridad física, psicológica y emocional.
http://www.dan.sperber.com. Fecha de consulta 04/01/04.
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La propensión a buscar la información relevante guía la conducta de todos los
miembros de nuestra especie y, desde luego, esto tiene implicaciones medulares en el
desarrollo de la comunicación.
Cuando dos o más interlocutores se ven involucrados en un intercambio verbal,
transmiten diversas informaciones que tienen la pretensión de suscitar en el otro algún
tipo de efecto.
Sperber y Wilson señalan que los principales efectos que se generan durante la
comunicación son de índole cognoscitiva y para lograrlos es necesario que la
información que se transmita sea relevante tanto para quien la dice, como para quien la
escucha.
De aquí surge uno de los conceptos básicos de esta teoría que es conocido
como el principio de relevancia el cual indica que: “cualquier enunciado dirigido a
alguien, automáticamente comunica la presunción de su propia relevancia”7.
Así cuando alguien recibe un mensaje, de manera automática busca que sea
relevante de acuerdo con sus propias concepciones y con el contexto que prevalece en
ese momento.
La búsqueda de relevancia requiere un esfuerzo mental y culmina cuando el
oyente considera que ha conseguido desarrollar el mayor número de efectos
cognoscitivos o, en otras palabras, cuando cree que ha elaborado una interpretación lo
suficientemente plausible como para detenerse y pasar a otra cosa.
Para que la información se considere relevante, la naturaleza de ésta no debe
ser ni tan obvia que pase inadvertida para el receptor, ni tan compleja que lo desaliente
a continuar con el esfuerzo de interpretación.
El nivel de relevancia que posee una información se mide con base en el número
de efectos cognoscitivos que provoca y el grado de esfuerzo necesario para conseguir
dichos efectos.
En palabras de los propios autores: “El proceso humano de información requiere
cierto esfuerzo mental y tiene ciertos efectos cognoscitivos. El esfuerzo es de atención,
de memoria y de razonamiento. El efecto consiste en alterar el ambiente cognoscitivo
del individuo generando nuevas creencias, cancelando otras previas, o simplemente
7 Sperber, D. y D. Wilson (1986). Loose Talk. Proceedings of the Aristotelian society 86, 153-171.
13
afectando la importancia o la fuerza de las creencias existentes. Nosotros podríamos
caracterizar una noción comparativa de relevancia en términos de efectos y esfuerzo de
la siguiente manera: (a) En igualdad de condiciones, entre mayor sea el efecto
cognoscitivo logrado mediante la transmisión de una información, mayor será la
relevancia para el individuo que la procesa. (b) En igualdad de condiciones, entre mayor
sea el esfuerzo involucrado en el proceso de una información dada, menor será su
relevancia para el individuo que la procesa”8.
Con estas nociones fundamentales, Sperber y Wilson ofrecen una explicación
sencilla y plausible sobre el modo en que trabaja la mente humana en el procesamiento
del lenguaje figurado. Sus aportaciones simplifican en buena medida las explicaciones
teóricas ofrecidas tanto por la retórica tradicional, como por el modelo de Grice.
Las soluciones que la teoría de la relevancia aporta en la explicación del lenguaje
retórico
Tal como se indicó en el inicio de este escrito, las diferentes visiones que
románticos y teóricos del código sostenían sobre la interpretación del lenguaje figurado,
acarreaba problemas importantes para el análisis lingüístico.
Por un lado cada vez era más notorio que la teoría del código resultaba
insuficiente en la explicación del proceso comunicativo; la evidencia apuntaba hacia una
concepción mucho más amplía y flexible del lenguaje.
Por otra parte, si bien la interacción comunicativa no se reducía a una operación
de codificación-decodificación, no parecía pertinente abandonar la noción de que
durante la conversación se transmitía un fragmento del significado literal que contenía
el mensaje.
Sperber y Wilson consideran que la aparente incompatibilidad de estas visiones
se deriva del presupuesto equivocado de creer que, si existe la literalidad en el lenguaje
los interlocutores automáticamente buscarán transmitir e interpretar el significado literal
del mensaje.
8 Sperber D. y D. Wilson (1990). Rhetoric and relevance, en D. Wellbery y J. Bender (eds.). The ends of rhetoric: history, theory, practice. Stanford University Press, Stanford CA. pp. 140-155. Referencia disponible en http://www.dan.sperber.com. Fecha de consulta 04/01/04.
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Este presupuesto tiene implicaciones decisivas para la retórica, pues si es la
literalidad lo que se persigue en la comunicación, ¿cuál es el mecanismo que permite la
interpretación del lenguaje figurado?
Para contestar esta interrogante se recurre a la hipótesis de las convenciones
lingüísticas, la cual ha sido seriamente cuestionada por razones de las que ya se habló
en la primera parte del presente trabajo.
La alternativa que proponen Sperber y Wilson abre la posibilidad de que se
mantenga la noción de significado literal y, al mismo tiempo, se renuncie a la
presunción de que lo único, o lo que más fuertemente se comunica en un mensaje es
su literalidad; reconciliando así el análisis teórico de la retórica tradicional con las
intuiciones pragmáticas de los románticos.
Esta reconciliación se logra introduciendo la noción de relevancia. La búsqueda
de relevancia obliga al oyente a realizar un proceso de razonamiento en el que debe
tomar en cuenta todos los aspectos lingüísticos y contextuales del mensaje para poder
construir una interpretación pertinente (no necesariamente literal).
Cuando el oyente se enfrenta a un mensaje cualquiera, el significado literal es
únicamente una parte de ese mensaje, que tiene que ser relacionada con otro tipo de
información paralingüística y contextual.
La conjunción de todos los elementos que rodean el acto comunicativo da origen
a una interpretación mucho más semejante a las intenciones del emisor, que si sólo se
tomara en cuenta algún aspecto específico del mensaje.
Si bien esta interpretación no es una copia fidedigna del significado que el
hablante desea transmitir, provoca los suficientes efectos cognoscitivos para que sea
considerada por los interlocutores como relevante.
En lo que respecta a la retórica, la sustitución de la idea de literalidad por el
principio de relevancia (anteriormente definido), libera a los teóricos tradicionales, de la
necesidad de establecer todo ese entramado de reglas culturales que, según ellos,
hacen posible la interpretación del lenguaje figurado.
Asimismo, se elimina de tajo la hipótesis poco plausible, de que el ser humano
utiliza dos mecanismos diferentes (pero paralelos) de interpretación; uno de ellos para
inferir los significados figurativos y el otro para inferir los significados literales.
15
La búsqueda de relevancia es lo que guía el proceso de interpretación de
cualquier mensaje, retórico o no.
Cuando la interpretación literal de un mensaje parece carecer de sentido —como
en el caso de una metáfora— el oyente utilizará todos los medios disponibles para
encontrar la relevancia del mensaje, atendiendo a las condiciones contextuales, a los
significados asociados de los conceptos, a la información no-verbal que emita el
hablante (gestos, tono de voz, movimientos), a sus conocimientos previos, etc., dando
así lugar, a una interpretación no literal, pero plausible, de lo que el hablante quiere
comunicar.
En esta explicación, a diferencia de lo afirmado por los retóricos tradicionales, los
sentidos asociados de un concepto determinado, no sustituyen al sentido original, tan
sólo lo amplían, permitiendo al oyente generar un mayor número de implicaturas.
Dichos sentidos asociados no se adquieren únicamente de manera convencional,
es decir mediante reglas culturalmente fincadas; es también la búsqueda de relevancia
la que determina, en gran medida, las asociaciones creadas por los individuos de
cualquier comunidad, aquí se rescata un poco la idea de los románticos sobre el papel
que juega la creatividad en la formación del lenguaje.
A pesar de que pareciera que en el lenguaje retórico, el significado literal del
enunciado desempeña exclusivamente un rol de disparador de interpretaciones
diversas, Sperber y Wilson reconocen en la figura retórica la importante función de
enriquecer el número de implicaturas que comunica una oración.
Si bien es cierto que para que una información sea más relevante debe provocar
el mayor número de efectos cognoscitivos mediante el menor esfuerzo mental, y dado
que la interpretación de una figura retórica implica un esfuerzo significativamente mayor
que una interpretación literal, esto podría hacer parecer que el empleo del lenguaje
figurado es un artificio tendiente a disminuir la relevancia de un mensaje determinado.
Esto no es así, resulta importante recordar que Sperber y Wilson coinciden con
los románticos en afirmar que el contenido de una figura no es parafraseable sin que se
produzca una pérdida de sentido.
En el momento en que un hablante decide utilizar una figura retórica para
expresar una idea, lo hace con la intención de provocar implicaturas múltiples y, por
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ende, interpretaciones variadas, elaborando así un enunciado mucho más fértil en
sentido (como en la expresión metafórica ‘amo sus cabellos de oro’).
Las expresiones retóricas permiten también decir lo indecible, dan la oportunidad
de desarrollar significaciones fuera de las normas del significado literal para crear
enunciados que se ajusten de mejor manera a los pensamientos del hablante.
Incluso, existen algunas expresiones de uso corriente que en la actualidad se
interpretan de manera literal pero cuyo origen es absolutamente retórico.
En ciencia, por ejemplo, expresiones como: ‘los hechos hablan por sí mismos’ o
‘los datos nos dicen que...’, fueron construcciones inicialmente metafóricas que tenían
un propósito de significación muy particular.
Es evidente que los hombres de ciencia tenían la posibilidad de recurrir a
expresiones con un sentido menos figurativo como: ‘la interpretación de los hechos
apunta hacia...’ o ‘la interpretación que yo hago de los datos indica que...’.
Sin embargo, la metáfora arriba mencionada—consistente en hacer hablar a los
datos o eventos— comunica al oyente un sentido de “objetividad científica” que las
otras alternativas no consiguen transmitir; al emplearla no se busca disminuir la
relevancia del mensaje, sino sugerir implicaturas que de otra manera sería más
complejo insinuar.
Expresiones como la discutida en los párrafos anteriores, son conocidas como
metáforas muertas, las cuales se definen como: “Una metáfora que ha sido
frecuentemente usada en el habla común, cuya fuerza como figura retórica no se siente
más y por lo tanto es usada como una expresión literal”9.
No obstante esta definición, Sperber y Wilson acotan que las metáforas muertas
nunca pierden su calidad de figura retórica: “En términos más cognoscitivos, las
metáforas muertas han llegado a ser asociadas con rutinas interpretativas automáticas,
las cuales producen interpretaciones estandarizadas y empobrecidas. Cuando son
rutinariamente interpretadas, pierden su potencial metafórico. No obstante, mientras su
motivación original permanece transparente, su potencial metafórico puede ser revivido
colocándolas en un contexto apropiado o sujetándolas a un análisis concienzudo”10.
9 Preminger et. al. (1975), citado por Sperber D. y D. Wilson (1998). Irony and relevance: A reply to Drs Seto, Hamamoto and Yamanashi.10 Sperber D. y D. Wilson (1998). Irony and relevance: A reply to Drs Seto, Hamamoto and Yamanashi, en Cartson, R. y S. Uchida (eds.). Relevance theory: Applications and implications. John Benjamins, Amsterdam: 283-293.
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Aunque el sentido figurado causa interpretaciones múltiples y mayores
implicaturas que el sentido literal, no se debe pensar que en la retórica priva un caos
semántico y pragmático. Es verdad que la retórica presenta una mayor flexibilidad
significativa, pero esto no quiere decir que su naturaleza sea tan laxa que cualquier
interpretación, por disparatada que esta sea, tenga cabida o resulte relevante.
Debido a que en la interpretación de las figuras retóricas subyace el mismo
mecanismo que funciona para la interpretación del lenguaje literal, el contenido explícito
de los mensajes ocasiona la articulación de diversas implicaturas, pero algunas de ellas
son más fuertes que otras.
Así, los mensajes retóricos podrán generar muchas implicaturas, pero
previsiblemente un conjunto de éstas será más fuerte que el resto y servirá de marco
para diseñar una interpretación plausible que muestre una mayor semejanza con las
intenciones comunicativas del emisor.
El contexto social y cognoscitivo compartido por los interlocutores mantiene las
interpretaciones del lenguaje figurado dentro de un marco finito, pero ilimitado (como el
concepto del universo curvo de Einstein).
Una de las grandes críticas que se han formulado en contra de la teoría de la
relevancia es que su aproximación al fenómeno de la comunicación humana es más de
carácter psicológico que sociológico. Los mismos autores aceptan esta observación
pero apuntan que su teoría no por basarse en un principio cognoscitivo, no puede ser
aplicada en la investigación de fenómenos sociales.
Ahora que los sociólogos vuelcan su atención hacia el examen de la retórica y el
uso relajado de la lengua para comprender cómo se da la formación del sentido social;
la teoría de la relevancia sería un modelo de estudio mucho más apropiado que el
análisis intralingüístico que tradicionalmente han venido manejando.
El análisis intralingüístico enfatiza la importancia del código en la formación del
sentido social y prácticamente olvida a los miembros de la sociedad, limitándose a
estudiar una serie de significados y significantes al más viejo estilo del estructuralismo
clásico.
Referencia disponible en http://www.dan.sperber.com. Fecha de consulta 04/01/04.
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Es posible que la razón por la que algunos investigadores sociales ven con
recelo esta teoría, se deba a que parte de un principio psicológico y creen, que al igual
que otros modelos cognoscitivos, la propuesta de Sperber y Wilson tiene como
propósito reducir los fenómenos sociales a la simple suma de las mentes individuales,
diluyendo así su objeto de estudio. Nada más alejado de la verdad.
Si bien la búsqueda de la relevancia se considera un principio universal e innato,
todas las condiciones que rodean a los participantes de un acto comunicativo son
consideradas para llegar a una interpretación determinada; de tal forma que las
prácticas y los convenios sociales se incluyen en el contexto que proporciona a los
individuos el marco indispensable para decidir si una información es o no relevante.
La teoría de la relevancia se enclava de manera directa en la interacción social,
pues da cuenta de la comunicación ostensiva, es decir el intercambio verbal abierto y
directo mediante el cual los seres humanos tratamos de influir los unos en los otros, con
fines de entendimiento, manipulación, cooperación, etc.
Como se puede observar, la teoría de la relevancia constituye un cuadro
epistemológico que presenta diferentes ventajas para el análisis del lenguaje retórico. Al
tiempo que ofrece al investigador una herramienta teórica lo suficientemente dúctil para
ajustarse a las necesidades de su complejo objeto de estudio, le ayuda a mantener el
rigor y la abstracción necesarios para desarrollar un trabajo sistemático que resulte en
la producción de conocimiento científico.
REFERENCIAS
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GRICE, H. P. 1975. Logic and conversation. En P. Cole y J. Morgan (eds.) Syntax and
Semantics, vol. 3: Speech Acts. Reimpreso en Grice, P. 1989. Studies in the way
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1991 Pragmatics: A Reader. Oxford: Oxford University Press, pp. 305-315.
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(ed), Conversation and discourse, Croom Helm, Londres, 1981, pp. 155-178.
SPERBER, D. y D. WILSON (1986). Loose Talk. Proceedings of the Aristotelian society
86, 153-171.
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http://www.dan.sperber.com. Fecha de consulta 04/01/04.
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Hamamoto and Yamanashi, en Cartson, R. y S. Uchida (eds.). Relevance theory:
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Applications and implications. John Benjamins, Amsterdam: 283-293. Referencia
disponible en http://www.dan.sperber.com. Fecha de consulta 04/01/04.
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