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Conflictos bélicos
C i e n c i a s S o c i a l e s V I I
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SIGLOS XIX Y XX: ASIA
El establecimiento de los colonizadores europeos en las costas de Asia se registró desde los últimos años
del siglo XV y se intensificó a partir de la segunda mitad del XVIII y, sobre todo, durante el XIX, con la
expansión hacia el interior de los territorios.
La acción colonial europea revistió unas especiales características en Asia: los primeros en llegar a las
costas de India y China fueron los portugueses, en los inicios del siglo XVI, a los que siguieron holandeses,
ingleses y franceses. Desde el siglo XVII Inglaterra ocupó la India, así como otros territorios del sur y
sureste asiáticos. Mientras, Francia se extendía por algunas costas del sur y por Indochina, y Holanda lo
hacía por Indonesia.
Las principales potencias coloniales occidentales intentaron extender su presencia sobre Japón, lo que se
frustró en 1868, y desplegaron una acción común para el reparto económico de China, que desde las
guerras del opio (1839-1860) sufrió un continuo saqueo. Los pueblos asiáticos conservaron sus
civilizaciones con los mismos caracteres que en los siglos precedentes a la colonización y se resistieron a
esta acción. Fue durante los siglos XIX y XX cuando Asia inició el proceso que transformó los pueblos
asiáticos, aunque permanecieron asentados en su tradición.
Este cambio se produjo por dos razones: por un lado, el factor externo, relacionado con la fase de máxima
expansión del colonialismo, y por otro, el factor interno, debido a la reacción contra este dominio.
La colonización
En el proceso de la colonización de Asia se pueden distinguir varias fases, con sus especiales
características.
1) La primera fase se extiende entre los primeros años del siglo XVI y finales del XVIII. En ella se
inicia el asentamiento de los europeos en las costas de Asia para abrir este continente al comercio
occidental, realizado mediante la superioridad militar, marítima y económica de los europeos.
El comienzo de esta acción correspondió a Portugal, que consolidó sus asentamientos en las costas de
India e Indonesia (Insulindia) y dominó las rutas comerciales a lo largo del siglo XVI. En el siglo XVII
Holanda llegó a Insulindia y Ceilán, Francia controló algunos de Indochina e Inglaterra se estableció en la
India. De esta forma, en el siglo XVIII cinco países europeos tenían posesiones en Asia, aunque aún no
habían creado grandes imperios territoriales: Portugal, España, Holanda, Inglaterra y Francia.
2) Desde comienzos del siglo XIX hasta 1880-1890 se extiende una segunda fase en la que se registran
importantes cambios en el mundo asiático. Por una parte, se produce una intensificación de la acción
colonial europea hacia el interior de los territorios asiáticos, con intervenciones militares y políticas que
completan los dominios imperiales: Inglaterra se adueña de la India, Holanda actúa en Indonesia, Francia
en Indochina y España y Portugal sobre sus posesiones, mientras que varios de estos países logran abrir
los puertos de China y Japón al comercio occidental con la imposición de «tratados desiguales»; al mismo
tiempo, Rusia se extiende por Asia central hacia el Himalaya y el Pacífico.
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Por otra parte, se produce la reacción de las sociedades tradicionales ante la acción europea: en
general, quedan dominadas y divididas tanto en lo económico como en lo político, como ocurre en India,
Indochina y China, y Japón reacciona con la revolución Meiji, que lo libera del colonialismo; en
consecuencia, los principales territorios asiáticos quedan en situación de dependencia económica y política
respecto a las metrópolis europeas.
3) El período comprendido entre 1880-1890 y la Segunda Guerra Mundial corresponde a la tercera y
última fase de la colonización de Asia, caracterizada por el incremento de la expansión de las potencias
ya establecidas y por la acción de otras nuevas potencias coloniales (Rusia, Estados Unidos y Japón).
Se registran rivalidades internacionales que se resuelven con guerras o acuerdos de reparto, como las
surgidas entre Francia y Gran Bretaña en el sureste asiático e Indochina, entre Gran Bretaña y Rusia en
Asia central por la cuestión afgana, entre Estados Unidos y España por las Filipinas, y entre Japón y China
y Rusia por la expansión continental. Además, las rivalidades económicas sobre China llevaron al reparto
colonial del imperio con una política de concesiones, zonas de influencia y territorios en arriendo.
Por último, el dominio de las metrópolis europeas es total en lo económico, por los intereses financieros,
las inversiones y la explotación de materias primas, y en lo político, al establecer la administración de los
imperios coloniales mediante federaciones (Indochina o Malasia) y el control de la administración estatal,
como en India.
En la colonización inglesa de la India, a partir de los establecimientos de Madrás, Bombay y Calcuta, y
desde la segunda mitad del siglo XVIII, se distinguen dos fases: la primera, entre 1757 y 1857, y la
segunda, desde 1858 hasta 1935.
Durante la primera se producen dos hechos fundamentales: en primer lugar, la decadencia del imperio
mongol (1712-1754) que, al desaparecer, deja a la India dividida, y en segundo lugar, la formación de la
India británica, cuyas causas están en la rivalidad colonial entre Francia e Inglaterra, resuelta a favor de
los ingleses al interrumpir la comunicación marítima entre la India y Francia.
Con las guerras de expansión sobre la India entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, Inglaterra
consolidó su presencia en el subcontinente hindú. La expansión en 1815-1818 dio a Gran Bretaña el dominio
de la India, pero dejó en una situación de semiindependencia a algunos principados indios, no se aplicó en
el Punjab o a las fronteras del noroeste y no definió la frontera oriental.
Estas guerras de expansión son principalmente cuatro: en 1801 quedó controlada toda la India meridional;
entre 1802 y 1818 se produjo la imposición del orden británico en India central con la conquista del país
de los mahratas; en 1849, con la conquista del Punjab, se aseguraron las fronteras del noroeste, y entre
1824 y 1852 se registró la expansión en la frontera del este con la conquista de la baja Birmania. Además,
en 1796 los ingleses habían dominado Ceilán con el desplazamiento de los holandeses.
La expansión supuso la incorporación de nuevos estados a la India británica. En 1801 toda la India al sur
de Goa y del río Krishna pasó a ser gobernada por los ingleses, con excepción de Mysore, Travancore y
Kochi, ligadas a Inglaterra por tratados subsidiarios.
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La colonización del sur permitió estrechar las relaciones con estados indios en el Indostán, el Decán y la
India occidental. En 1801, y antes en 1797, Audh tuvo que firmar tratados que lo reducían a la condición
de estado dependiente. La guerra de los mahratas, de 1802 y 1805, aportó grandes territorios que incluían
a Cuttack, el Doab, Delhi, Agra y otras zonas del Decán y Gujarat.
Entre 1805 y 1812 el proyecto de Wellesley, gobernador de la India entre 1797 y 1805, que aspiraba a
imponer la «Pax Britannica», quedó en suspenso mientras Inglaterra se aseguraba el control del océano
Índico frente a los franceses y los holandeses.
El proyecto fue reconsiderado después de 1812 por el nuevo gobernador general, lord Hastings, que, entre
1816 y 1818 capitaneó las mayores expediciones militares de la historia de la India. En 1818 los mahratas
fueron vencidos y lord Hastings impuso un acuerdo basado en que debían anexionarse todo el territorio
necesario para garantizar su seguridad, pero en las otras zonas debían permanecer en el trono los
soberanos indios, siempre que hubiesen firmado tratados comprometiéndose a aceptar a los británicos y
a la protección de las tropas inglesas.
Los pequeños estados de los rajputas fueron vinculados mediante varios tratados, pero no fueron
obligados a aceptar guarniciones de tropas británicas. La organización territorial de la India quedaba
completada y Gran Bretaña gobernaba o controlaba hasta los confines del Punjab y el Sind.
Hacia 1818 existía una distinción fundamental entre la India británica, que englobaba a las regiones
propiedad de la Compañía de las Indias Orientales, y el resto. La primera era gobernada directamente, a
través de funcionarios de la compañía, y el resto por medio de soberanos indios, controlados por tratados,
tropas y consejeros residentes.
La ocupación de la India tuvo repercusiones de decisiva importancia para el futuro desarrollo de los
imperios coloniales europeos. A Gran Bretaña se le planteó el problema de la seguridad de la India, que
resolvió mediante una expansión por el norte y el noroeste, hacia Afganistán, y por el noreste, hacia
Birmania y el sureste asiático. La India constituyó el núcleo a partir del cual se desarrolló el nuevo Imperio
Británico y fue la primera gran posesión europea que no constituyó una colonia en el verdadero sentido
del término.
A mediados del siglo XIX se reactivó la expansión británica sobre la India con la incorporación de los
estados indios que quedaban, después de que Coorg y Mysore lo hicieran en 1831. El gobernador general,
lord Dalhousie, nombrado en 1848, prefería un gobierno inglés directo más que el de los soberanos locales,
y así se aseguró los estados de Satara, Jaipur, Sambalpur, Baghat, Udaipur, Jhansi y Nagpur. En 1856
fue absorbido el estado musulmán de Audh y Haiderabad se vio obligada a ceder Berar.
Las fronteras del noroeste constituían una de las principales preocupaciones de los británicos por la
necesidad de controlarlas como medida de seguridad: su punto clave era el Punjab, que aseguraba el
acceso a Afganistán. En 1845 los sijs atacaron los territorios situados más allá del río Sutlej, donde
fueron derrotados. Una tentativa de crear un estado sij bajo protección inglesa fracasó, y la revuelta de
1848 también fue aplastada; al año siguiente, el Punjab fue anexionado a la India británica.
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El Sind, que estaba formado por una pequeños estados ligados a Inglaterra, pero independientes, también
fue absorbido, pues era una buena vía de acceso a Kabul. En 1842 los estados de Karachi, Sukkur y Dukkur
quedaron definitivamente anexionados.
Entre 1839 y 1842 los ingleses trataron de asegurarse el control de Afganistán, pero no lo lograron. Otra
segunda tentativa fallida se llevó a cabo entre 1868 y 1880, pero dio como resultado la imposición de un
protectorado sobre Beluchistán y la anexión de Quetta.
En 1815 Birmania estaba gobernada por la dinastía Konbaung, que ambicionaba crear un imperio propio en
el sureste asiático. Años antes, en 1782, Birmania había conquistado Arakán, en el límite con Bengala, que
Birmania decidió conquistar, así como Assam. Éste fue ocupado en 1817 y en 1824 los birmanos atacaron
Cachar con la intención de invadir Bengala a través de Chittagong.
Con el fin de impedir la realización de los planes birmanos, en 1826 los ingleses desembarcaron en Rangún
y conquistaron Amarapura, y mediante el tratado de Yandabo se aseguraron el control de Arakán,
Tenaserim, Assam y Manipur. Tras la ocupación de Pegu en 1852 toda la baja Birmania quedó bajo control
británico, por lo que la alta Birmania quedó aislada tanto de la India como del mar.
Así, a mediados del siglo XIX toda la India había sido colonizada por Gran Bretaña y era administrada
por la Compañía de las Indias Orientales, cuyo dominio se ejercía de dos maneras: las colonias, bajo
administración directa, y los protectorados, a través de las alianzas. Pero en 1857-1858 se produjo la
rebelión de los cipayos, o soldados indígenas, cuyo sometimiento por los ingleses supuso el comienzo de
una nueva etapa colonial.
La rebelión comenzó con un levantamiento militar en Mercut, en mayo de 1857, y con la toma de Delhi, y
terminó con la caída de Gwalior, en junio de 1858. Las consecuencias del motín fueron importantes para
ambos lados: los ingleses realizaron cambios en la política y en la administración, en el ejército y en las
finanzas, así como en el gobierno de los estados indios, mientras que la sociedad india quedó más integrada
bajo la administración británica.
La segunda fase, de 1858 a 1935, es el período del apogeo imperial británico en la India, que inicia una
nueva administración colonial: Inglaterra dio el Acta del Gobierno de la India (1858) por la que se suprimía
la Compañía de las Indias Orientales y se imponía la administración directa de la Corona, que ejerce el
gobierno a través de un virrey en Calcuta y de la secretaría de la India en Londres, y proclama a la reina
Victoria I emperatriz de la India en 1877.
No obstante, las rivalidades coloniales llevaron a nuevas anexiones. En primer lugar, ante Francia, se
produjo la conquista de la alta Birmania en 1885-1886. Francia se había asegurado el control de Indochina
y la corte birmana esperaba el apoyo francés para liberarse del dominio británico. Y ante Rusia, tras la
acción en Afganistán, en 1880, y en Tíbet, en 1904, se firmó el tratado anglo-ruso de 1907 que establecía
el reparto en zonas de influencia entre ambos países en tres regiones limítrofes de Asia central: Persia,
Afganistán y Tíbet. Por otra parte, en 1887 los británicos establecieron su protectorado sobre las islas
Maldivas.
La India se convirtió en un gran productor de materias primas y en un amplio mercado de consumo. Bajo
el dominio de la Corona británica, especialmente desde 1858, y bajo la protección de la «Pax Britannica»,
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se iniciaron en la India importantes cambios. En 1835 se impuso como base exclusiva de la enseñanza
secundaria y superior la lengua y cultura inglesas, lo que determinaría la reflexión política, la filosofía, al
arte y la literatura.
Dentro del proceso de confrontación entre la India y Occidente, se llegó a una renovación del hinduismo
y a diversos intentos de reconciliar la cultura occidental moderna con las doctrinas hinduistas sometidas
a una nueva interpretación. De un proceso similar nació el nacionalismo indio, que desde la segunda mitad
del siglo XIX puso el acento sobre la originalidad religiosa y cultural de la India, así como sobre la
autonomía económica y política.
El contacto con la cultura occidental condujo a examinar de forma crítica y a tomar conciencia de que el
hinduismo tradicional contenía muchos elementos superados. Ya en 1828 Ram Mohan Roy (1772-1833)
había fundado un movimiento reformista, el Brahma Samaj, y en la segunda mitad del siglo se formaron
asociaciones que lucharon contra las costumbres más retrógradas y se enfrentaron a la ortodoxia.
Para la coordinación de estos movimientos M. G. Ranade (1842-1901) fundó las Indian National Social
Conferences, que se reunieron anualmente desde 1887. Además, se intentó despertar la voluntad de
igualdad religiosa y social y de unidad nacional entre los hindúes de todas las sectas y castas, a fin de
cubrir una de las principales lagunas del hinduismo: la ausencia de un dogma religioso común y de una
instancia superior reconocida por todos.
Un movimiento renovador del hinduismo es la Misión Ramakrishna, fundada en 1897, y que toma su nombre
de un santón bengalí que vivió entre 1834 y 1886. Otro importante movimiento reformista del hinduismo
es el Arya Samaj, fundado en 1875 por el brahmán Dayananda Sarasvati (1824-1883), que propugnaba el
nacionalismo y la agitación antibritánica.
Al mismo tiempo se inició el enfrentamiento político contra la soberanía británica. Los movimientos más
activos surgieron en Bengala y Maharashtra, y un poco más tarde también en Punjab. El más importante
fue el Indian National Congress, fundado en 1885 por miembros de la pequeña clase media urbana que
habían recibido una formación inglesa. Según el programa fundacional, el INC aspiraba a «la consolidación
de la unión entre Inglaterra y la India», pero «cambiando las condiciones que para la India son injustas o
perjudiciales».
La situación de la India británica se mantuvo sin grandes cambios durante los últimos años del siglo XIX
y primeros del XX, hasta que estalló la crisis por la partición de Bengala, decretada en 1905, que inició
una nueva fase en la historia de la colonia británica.
EL SURESTE ASIÁTICO
A finales del siglo XVII y comienzos del XIX Indonesia estaba constituida por una gran diversidad de
pequeños estados. Los principales dominios territoriales holandeses eran Java y Ceilán, que pasó a poder
de los ingleses en 1796. Holanda mantenía el control del resto de las islas y archipiélagos de Indonesia
gracias a los tratados con los estados indígenas, gobernados por la Compañía Holandesa de las Indias
Orientales, y que dependían de la capital, Batavia. La compañía entró en crisis hacia 1795 y los territorios
indonesios pasaron a ser gobernados por la Corona holandesa.
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El final de las guerras napoleónicas y la resolución de los conflictos territoriales con Gran Bretaña, en
1824, dejaron a Indonesia dentro de la influencia de Holanda. Tres factores llevaron a la ocupación
holandesa de Indonesia: la piratería, las rebeliones de los soberanos indonesios y los intereses económicos
de los ciudadanos holandeses.
En 1882 Java se encontraba ya bajo la soberanía de Batavia, mientras que los dos estados supervivientes,
Jogyakarta y Surakarta, habían perdido gran parte de sus territorios y nada contaban políticamente. Bali
fue anexionado en 1850, parte de las Célebes en 1858-1859 y el sultanato de Bandjarmasia, en Borneo,
en 1859-1863. Sumatra cayó bajo el dominio holandés, aunque la guerra duró hasta 1908, con Atjeh, el
último estado superviviente.
A comienzos del siglo XX los holandeses ejercían ya su plena soberanía sobre Java, Borneo -excluidas las
zonas británicas-, Sumatra, Célebes, Molucas, parte de Nueva Guinea, Timor y la mayoría de las islas
menores.
Indochina
Entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX el estado más importante era el reino de Vietnam,
sumido en un conflicto civil. En esta lucha se impuso Nguyen Anh que, en 1788, se apoderó de Saigón y
consolidó su posición con la conquista de Hué, en 1801, y de Hanoi, al año siguiente. En 1802 se proclamó
emperador de Vietnam, y dos años después recibió la investidura del emperador de China.
Bajo Nguyen Anh y durante los primeros años de su sucesor, Minh Mang (1820-1841), Vietnam disfrutó
de paz y prosperidad. La capital estaba en Hué, ciudad fortificada, en cuya construcción y
embellecimiento tuvieron una parte importante ingenieros franceses. Se permitió a los misioneros
católicos trabajar libremente y en 1819 se restablecieron las relaciones comerciales entre Vietnam y
Francia.
Las misiones en Indochina habían sido creadas a finales del siglo XVIII, cuando el misionero francés
Pigneau de Behaine estableció contactos con el rey de Vietnam y obtuvo privilegios para los misioneros
franceses en Cochinchina. Durante la segunda mitad del reinado de Minh Mang empeoraron las relaciones
con los franceses, sobre todo durante la primera guerra anglo-birmana.
Los siguientes emperadores, Thieu Tri (1841-1848) y Tu Duc (1848-1883), orientaron su política hacia la
eliminación del cristianismo en su reino, pero Napoleón III decidió afirmar la influencia francesa en
Vietnam. En 1858-1860 el delta de Saigón fue ocupado por tropas francesas y en 1862 Tu Duc se vio
obligado a firmar un tratado con Francia que no sólo aseguraba la tolerancia religiosa, sino que le concedía
la soberanía de las tres provincias orientales de Cochinchina, incluidas Saigón y la isla de Poulo Condor.
A partir de este núcleo se desarrolló la ocupación francesa del resto de Annam, primero, y de Tonkín,
Camboya y Laos, los otros reinos de Indochina, después. En 1874 se firmó otro tratado por el que Annam
se convirtió en protectorado francés y Cochinchina en colonia.
Tras la guerra franco-china de 1882-1884, y por el tratado de Tientsin (1885), Francia obtuvo la
soberanía de Tonkín. Ya en 1863 Francia había establecido su protectorado sobre Camboya, que fue
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ocupada tras una rebelión en 1884-1886. Desde ese momento, Francia tenía protectorados sobre Annam,
Camboya y Tonkín, mientras que Cochinchina sería una colonia.
Para administrar estos territorios Francia creó, en 1887, la Unión Indochina, integrada por la colonia y
los protectorados, a los que se unió en 1896 el reino de Laos, también como protectorado.
A partir de 1890 Siam fue, entre Asia del sureste y Asia meridional, un estado independiente de
importancia para las potencias europeas rivales. Los ingleses no deseaban anexionárselo, pero los
franceses querían asegurarse el control de Indochina con la ocupación de Laos, que estaba bajo la
soberanía de Siam.
En 1892 Francia propuso a Gran Bretaña una línea de demarcación que habría proporcionado a Francia el
territorio situado al este del río Mekong; es decir, habría incorporado casi todo Laos a Indochina y
hubiera llevado los dominios franceses hasta la frontera de Birmania. Gran Bretaña no podía aceptar esta
expansión de los dominios franceses, y en 1893 Francia envió tropas a Laos y al río Menam con intención
de extenderse a Siam.
Las exigencias francesas consistían en la cesión total del territorio siamés al este del Mekong, incluida la
mayor parte de Laos, así como la devolución de las antiguas provincias camboyanas de Battambang y
Angkor.
En 1896 se firmó un tratado anglo-francés por el que Inglaterra reconocía el control francés sobre Laos
y se garantizaba la independencia de Siam. Este entendimiento anglo-francés fue consolidado por el
tratado entre Francia e Inglaterra de 1904, el tratado franco-siamés de 1907, que resolvió cuestiones
de límites, y el tratado anglo-siamés de 1909, por el que los ingleses se aseguraron el control de los
dominios malayos de Siam.
La expansión rusa en Asia central
La expansión rusa por Asia se orientó principalmente en tres direcciones: por el sur, hacia el Cáucaso; por
Asia septentrional, hacia el Pacífico, y por Asia central.
La expansión hacia los territorios situados entre los mares Negro y Caspio, por el Cáucaso, le hizo entrar
en conflicto con Turquía y lograr la incorporación de Kuban, Daguestán, Georgia (1878) y norte de
Armenia, región donde se construyó el ferrocarril transcaucásico.
Hacia Asia septentrional, desde el siglo XVI, se estaba produciendo la expansión rusa por Siberia hacia
Extremo Oriente y el Pacífico, con la ocupación de la región de Amur en 1850-1860. Se firmaron tratados
entre Rusia y China en 1858-1860 y se fundó el puerto de Vladivostok y el asentamiento en la isla de
Sajalin en 1860.
Poco después, Rusia realizó la construcción del ferrocarril transiberiano (1892-1904) para colonizar estas
regiones, aunque en 1867 vendió el territorio de Alaska a Estados Unidos. Rusia se convertía así en una
potencia presente en el Pacífico y activa en Extremo Oriente, donde estalló la guerra ruso-japonesa de
1905 que terminó con la derrota rusa y el tratado de Portsmouth.
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Hacia Asia central y el Turkestán, Rusia ocupó regiones que le dieron la soberanía sobre un extenso
territorio. Tras haber iniciado una aproximación desde el siglo XVII, durante el decenio 1820-1830 Rusia
buscó una frontera estable ante los ataques de los kanatos de Turkestán.
En el decenio siguiente se construyó un fuerte en la península de Manguylak, se realizó una expedición
contra Khiva y, entre 1840 y 1850, se construyeron fuertes al sur de Orenburg, mientras que en el este
se fundó Kopal, al pie de los montes Ala-Tau, en 1847, con lo que se aseguró la región septentrional del
río Ili.
En 1853 Rusia dirigió una expedición hacia el norte del Syr-Darya. En el este las tropas rusas ocuparon la
región meridional del río Ili y fundaron la ciudad de Vernyi en 1845. La parte occidental de la estepa
quedó organizada dentro de la provincia de Orenburg, en 1859, y la parte oriental pasó a ser una provincia
administrada desde Omsk, mientras que la provincia de Semipalatinsk fue constituida en 1854.
Las operaciones militares se reanudaron ante la necesidad de abastecimiento de algodón, y en 1864 se
organizaron dos expediciones que salieron de Vernyi y de Perovsk y que conquistaron ciudades y
territorios de Turkestán. Los rusos ocuparon el valle de Chu y cercaron la estepa kazaca con una línea de
fuertes.
Para el gobierno ruso, el principal motivo de las operaciones militares era asegurarse una línea fronteriza
que pudiera ser bien defendida, por lo que tenía que avanzar hasta alcanzar las fronteras de estados
firmemente establecidos. Rusia también pretendía tranquilizar a Gran Bretaña, que consideraba que la
expansión rusa podía constituir una amenaza sobre sus territorios indios, especialmente Afganistán.
Los territorios ocupados fueron organizados en 1865 en la provincia de Turkestán, que dependía del
gobernador general de Orenburg. En 1865 fue ocupada Tashkent y en 1866 fue invadida Bujara y Kokand
fue conquistada. Por un decreto imperial de 1867 se creó el cargo de gobernador general de Turkestán,
con sede en Tashkent, que tendría bajo su autoridad a todas las tierras conquistadas en la región desde
1847. En aquellos momentos se consideraba el río Amu-Darya como la frontera meridional lógica del
estado ruso.
En 1868 el emir de Bujara reunió sus fuerzas en Samarkanda y el gobernador de Turkestán invadió sus
territorios. El emir capituló y en 1868 firmó un tratado con Rusia por el que Bujara cedía diversas
ciudades, que fueron incorporadas a Turkestán y, después, formaron la provincia de Samarkanda. Además,
en 1871 Rusia ocupó los territorios chinos del valle alto del Ili, a los que renunció tras conversaciones con
China en 1883.
Las siguientes acciones expansivas se dirigieron hacia el kanato de Khiva, ocupado en 1873, y Kokand,
anexionado a Rusia en 1886. La ocupación de Marv representó una amenaza para la India y provocó
incidentes diplomáticos con Gran Bretaña, resueltos mediante el convenio fronterizo ruso-afgano de
1887.
Los intentos rusos de conquistar la meseta de Pamir, en 1891, fueron resueltos mediante el convenio
anglo-ruso de 1895. Se concedió a Rusia la parte de la región de Pamir que reclamaba y otra parte se
entregó en soberanía al emir de Bujara. La resolución del problema de Pamir dejó las fronteras claramente
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delimitadas y completó el avance por medio del cual, en menos de medio siglo, Rusia se había apoderado
de una extensa región de Asia central.
Unido al avance de sus ejércitos, los rusos llevaron al corazón de Asia la cultura, la economía y la
administración europeas. Los poblados que construyeron, casi siempre situados al lado de las antiguas
ciudades, fueron modelos de una planificación detallada. La colonización, esencial para consolidar el
dominio ruso, recibió especial atención de los gobernantes.
Se fomentó la emigración de los rusos hacia las regiones del Turkestán, a lo que ayudó la construcción de
los ferrocarriles transiberiano, transaraliano y transcaspiano; éste llegó a Samarkanda en 1888. Ayudados
por el Departamento de Colonización, constituido en 1896, miles de colonos rusos pasaron anualmente los
Urales y se asentaron en la estepa kazaca.
El dominio ruso transformó la economía de la región. Se realizaron innovaciones agrarias que lograron
prosperidad: así, se mejoraron la producción y la calidad del algodón, se hicieron algunas experiencias de
secar frutos y de transportar frutas frescas a Rusia por ferrocarril, la antigua industria de la seda fue
incentivada por la aplicación de métodos modernos y por estaciones experimentales, en la región de
Samarkanda tuvo éxito el cultivo de la vid y la elaboración de vinos, se cultivó la remolacha azucarera en
una región próxima a Tashkent, en la estepa se comenzaron a utilizar segadoras mecánicas y otros tipos
de maquinaria y se realizaron algunas experiencias de transporte de carne.
La dominación rusa permitió también la construcción de las primeras obras de regadío importantes que
se emprendieron en Asia central. Otro objetivo ruso fue la explotación de los recursos mineros de la
región: se extrajo plomo y plata de las minas de Akmolonsk desde 1830-1840 y se iniciaron los trabajos
en las minas de carbón de Karaganda desde 1850-1860.
Unos años después comenzarían los trabajos en las minas de cobre de Spasstii y en las de cobre de
Dzherkazgán, en 1850, uno de los yacimientos más ricos del mundo. Los de carbón, plomo, oro, azufre,
petróleo y sal situados en el Turkestán tuvieron una explotación irregular.
Por último, las rivalidades generadas por las expansiones rusa e inglesa en Asia central, y en concreto en
Afganistán, fueron definitivamente reguladas por el tratado firmado entre Rusia y Gran Bretaña en 1907.
La expansión europea en Asia oriental
Aunque iniciadas en el siglo XVI, las relaciones entre los estados de Asia oriental y Occidente a comienzos
del siglo XIX se hallaban en un nivel mucho más bajo que en los siglos XVII y XVIII, en que factorías
inglesas, holandesas y francesas funcionaban plenamente en las costas de Asia oriental y numerosos
sabios jesuitas eran admitidos en las cortes de las capitales orientales.
Estos estados mantenían con Occidente unas relaciones muy limitadas y episódicas. En el aspecto
comercial, las relaciones con Occidente experimentaron un retroceso, ya que los gobiernos asiáticos
restringieron deliberadamente la actividad de los comerciantes y los misioneros europeos.
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Mientras finalizaba la configuración territorial de los grandes imperios coloniales del período anterior en
Asia, y Francia e Inglaterra se repartían el sureste asiático, China, primero, y Japón, después, fueron
abordados y abiertos a Occidente por la fuerza.
La colonización de los dos grandes países de Asia oriental tiene, por tanto, unas características
determinadas: fue más tardía, ya que se realizó principalmente en la segunda mitad del siglo XIX; tuvo
una clara finalidad económica y un claro objetivo comercial; fue limitada y episódica en el caso de Japón;
y fue planteada conjuntamente por las potencias occidentales, que olvidaron en estas empresas sus
tradicionales rivalidades, en especial Gran Bretaña y Francia, que fueron las más activas.
China
El imperio chino era el más evolucionado, prestigioso y extenso de los estados monárquicos de Asia
oriental, y hacia él se dirigían principalmente las ambiciones occidentales atraídas por el mito de su
inagotable riqueza, aunque se habían mantenido intactos la estructura tradicional y los principios del
estado confuciano.
Desde comienzos del siglo XVI algunos europeos habían iniciado un comercio limitado con China -los
portugueses, en Macao, en 1554- que permaneció sin grandes variaciones a lo largo de los siglos modernos
y al que se sumaron paulatinamente otros comerciantes europeos.
A comienzos del siglo XIX, los comerciantes extranjeros sólo tenían acceso en China a Cantón y estaban
obligados a aceptar las condiciones de la Co-hong, es decir, la corporación de comerciantes chinos que
disfrutaban de un monopolio estatal.
Los esfuerzos británicos para ampliar las relaciones comerciales, como las misiones de Macartney, en
1793, y de Amherst, en 1816, fracasaron, pues el gobierno chino se oponía a abrir su territorio al comercio
extranjero. Pero fueron los ingleses, a lo largo del siglo XIX, los que fomentaron y dominaron el comercio
con China desde la India.
Las necesidades de este comercio, principalmente del opio, llevaron a los ingleses a intervenir en China,
ya que en un principio los intereses ingleses en este territorio eran puramente comerciales.
En la historia del imperio chino a lo largo del siglo XIX y de la acción colonial occidental en China hay que
distinguir dos fases: la primera, entre comienzos del siglo y 1885, y la segunda, entre 1885 y 1911.
La primera fase se caracteriza, por un lado, por los intentos de cierre, resistencia y restauración del
estado y la sociedad chinas ante los occidentales, y por otro, la acción creciente del colonialismo europeo
en China, que acabará por imponerse a finales del siglo.
Durante el primer tercio de la centuria se produjeron tres hechos fundamentales: la decadencia del
estado y la sociedad chinas, tanto en el aspecto político como en el socioeconómico, con crisis monetarias
y alteraciones campesinas; el rigor de la política de cierre ante los occidentales con medidas restrictivas
sobre los comerciantes y los misioneros, presentes desde los siglos modernos, y la intensificación de la
presencia occidental para abrir China a la penetración comercial y colonial europeas.
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Durante la primera mitad del siglo XIX gobernaron en China los emperadores Renzong (1796-1820) y
Xuanzong (1821-1850), y si el imperio se derrumbó no se debió a sus errores y debilidades. Entre 1802 y
1834 la población china aumentó en cien millones de habitantes y superó la cifra de cuatrocientos millones,
pero la productividad de la economía, que seguía siendo predominantemente agraria, no aumentó en la
misma proporción.
El colonialismo chino hubo de enfrentarse a levantamientos entre los pueblos que se resistían a su
incorporación a la administración china: en 1795-1796, el de los territorios fronterizos de Kueicheu y
Hunan, y en 1826-1828 la rebelión musulmana en Kansu y, especialmente, en Turkestán. Además, se
produjeron revueltas en el interior del país protagonizadas por sectas religiosas que llevaron a un
conflicto civil resuelto en 1803.
En la degradación del estado y la sociedad chinas concurrieron dos factores: por un lado, la política del
gobierno Qing, que pretendía mantener lo más reducida posible la elite burocrática debido a la relación
numérica desfavorable entre la clase dominante manchú y el pueblo chino, y por otro, sus esfuerzos para
equilibrar las distintas clases dirigentes, lo que se tradujo en una separación cada vez mayor entre la
burocracia central y local.
Tampoco mejoró la situación del comercio exterior, ya que el gobierno Qing se mantuvo fiel a la tradición,
que en materia de política económica se basaba en el principio de la autarquía china. La carta dirigida al
rey Jorge III de Inglaterra en 1793 expresaba que el imperio chino producía de todo y en abundancia y
que no necesitaba las mercancías de los «bárbaros» para la satisfacción de sus necesidades. Esta idea se
expresaba en esta frase: «China produce el mejor alimento del mundo, el arroz; la mejor bebida del
mundo, el té, y el mejor textil del mundo, la seda; no necesita nada del resto del mundo».
En esa época los ingleses habían alcanzado ya una posición dominante entre las potencias occidentales que
practicaban el comercio con China, pero fracasaron todos sus intentos de ampliar el mercado chino para
sus productos industriales, así como de lograr reducciones de tasas aduaneras reguladas por un pacto.
Fracasó igualmente la misión enviada en 1816, presidida por el conde de Amherst, con la misma finalidad.
La Compañía de las Indias Orientales, que poseía el monopolio del comercio inglés con China, tenía
establecida su organización en Cantón desde 1786. Exportaba a China estaño, plomo, telas de lana y de
algodón, e importaba de allí té.
En estas condiciones, la balanza comercial china mantenía un saldo activo y la plata afluía al país en
cantidades importantes. Esta situación se modificó cuando la Compañía de las Indias Orientales comenzó
a ampliar sus exportaciones de opio a China. El comercio con China era importante para la India británica,
porque la Compañía de las Indias Orientales usaba los créditos obtenidos en la India para vender
productos indios en Cantón, y compraba allí té que luego vendía a Inglaterra. El producto más solicitado
en China era el opio, cuya introducción aumentó entre 1780 y 1810.
El gobierno chino se oponía severamente a la importación del opio, cuyo tráfico fue prohibido por decretos
en 1796, 1800, 1814 y 1815. Los comerciantes ingleses recurrieron entonces al contrabando, que aumentó
a partir de la década de 1820. La Compañía de las Indias Orientales liberó, a partir de 1816, el tráfico
del opio, que adquirió nuevo impulso.
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El mecanismo seguía siendo el mismo: se compraba té chino y se recibía a cambio opio cultivado en Bengala
por la compañía. El punto crítico se sitúa alrededor de 1825: la balanza comercial china se tornó negativa,
y en lo sucesivo esta situación se acentuó progresivamente.
Las consecuencias que tuvo el comercio del opio fueron de distinto carácter, pero todas negativas: afectó
a la salud del pueblo y extendió la corrupción entre la burocracia. La monarquía imperial dudaba sobre la
política que debía seguir: en un informe de 1838 se proponía el establecimiento de un comercio basado en
el intercambio, que no fue aceptado. Por el contrario, la corte aprobó la propuesta de Lin, que era
partidario de la prohibición estricta y general, y el propio Lin fue enviado a Cantón como comisario imperial
con poderes especiales, donde se estableció en 1838.
El nuevo comisario imperial ordenó cerrar las factorías extranjeras y confiscó todo el cargamento de
opio existente en los almacenes, que fue destruido; además, todos los británicos tuvieron que abandonar
Cantón en 1839, y también fueron expulsados de Macao. Estas medidas fueron el pretexto que esgrimió
Inglaterra para atacar militarmente a China, y entre 1839 y 1842 estalló la primera guerra del opio en el
sur y este del país.
Las operaciones bélicas se iniciaron en la desembocadura del río de la Perla, en 1839, y en 1840 los ingleses
las desplazaron hacia las costas de Chekiang, donde ocuparon Tinghai, y realizaron una demostración naval
en el puerto de Tientsin. En 1841 los ingleses atacaron varios fuertes situados sobre la desembocadura
del río de la Perla y tomaron Amoy, Ningpo y nuevamente Tinghai, que habían evacuado.
Desde allí amenazaban Hangkeu y remontaron el río Yangtsé con sus naves. Cuando, en 1842, pasaron ante
Nankín, el emperador chino hizo la propuesta de celebrar conversaciones de paz, lo que equivalía a una
capitulación.
Las consecuencias de la derrota fueron muy graves para China, que al firmar el tratado de Nankín, en
1842, que puso término a la guerra, tuvo que aceptar las siguientes concesiones: cesión de Hong Kong a
Inglaterra, pago de una alta indemnización, apertura de los puertos de Fucheu, Amoy, Shanghai y Ningpo
al comercio exterior, garantía de la aplicación de tasas de aduanas fijas y abolición del monopolio de los
Co-hong.
El tratado suplementario de Humen, en 1843, aseguró a los ingleses la cláusula de nación más favorecida,
junto con la jurisdicción consular y algunos otros derechos de extraterritorialidad. Las misiones
cristianas fueron admitidas en algunas regiones.
Este tratado señaló el inicio de la apertura obligada de China a Occidente y que tendría como resultado
la imposición de su dependencia colonial. Fue, en este sentido, el primero de los tratados «desiguales»
por haber sido impuestos por la fuerza. A éste siguieron otros tratados del mismo tipo en 1844, por los
que se concedieron derechos análogos a Estados Unidos, Francia y Rusia.
Una de las consecuencias que la guerra del opio tuvo en la situación interior de China fue el estallido de
la revolución de los taiping. En 1850 estalló en Kuangsi un levantamiento que se extendió con gran rapidez,
y al año siguiente los revolucionarios constituyeron un estado propio: el «reino celeste de la paz universal»,
con el nombramiento de un «rey celeste» que recayó en su dirigente, Hung.
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En 1852-1853 los taiping marcharon por Hunan, y desde allí avanzaron hacia el este a lo largo del Yangtsé,
tomaron Nankín en 1853 y convirtieron esta ciudad en capital de su estado. Con la toma de Nankín concluyó
la fase ofensiva del levantamiento. El territorio controlado entonces por los taiping incluía la mayor parte
de China meridional y suroriental, y aunque entre 1853 y 1856 obtuvieron más victorias, el movimiento
comenzó a estancarse.
En 1864 se inició el asedio de Nankín, que cayó poco después. El suicidio de Hung supuso el fin del
levantamiento de los taiping, aunque la represión de los últimos grupos dispersos se prolongó hasta 1866.
Pero se registraron otros levantamientos: de la Liga Nien, entre 1864 y 1868; de los miao, hasta 1872, y
de los mahometanos en Yunnan, Kansu y Turkestán, que se prolongaron hasta 1878.
A comienzos de la segunda mitad del siglo XIX se inició en China el período de «restauración», ocurrido
durante el reinado de Muzong (1862-1874), que había sucedido a Wenzong (1851-1861).
En las relaciones con los occidentales, tras la primera guerra del opio se produjeron numerosos incidentes
a causa de una profunda y recíproca incomprensión. La fuerza impulsora de las acciones emprendidas por
las potencias occidentales era de naturaleza económica y se veía reforzada por intereses políticos.
Los incidentes sirvieron de pretexto a Inglaterra y Francia para desencadenar la segunda guerra del opio,
entre 1856 y 1858, con el ataque combinado de fuerzas de ambos países europeos tanto en el sur como
en el norte de China.
Tras un incidente naval en 1856, un contingente anglo-francés tomó Cantón en 1857 y desplegó otras
operaciones militares en el Yangtsé y el Peho, ante lo que el gobierno Qing se mostró dispuesto a firmar
la paz.
Por el tratado de Tientsin (1858) China tuvo que permitir que se acreditasen enviados diplomáticos en
Pekín, abrir al comercio diez nuevos puertos, autorizar que las misiones protestantes y católicas
desarrollasen sus actividades sin obstáculos, otorgar a los comerciantes occidentales la libertad de
establecimiento, firmar de nuevo la cláusula de nación más favorecida y pagar indemnizaciones de guerra.
Poco después, Estados Unidos y Rusia obtuvieron concesiones similares a las logradas por Inglaterra y
Francia.
A pesar de ello, las disputas diplomáticas no fueron totalmente superadas y surgieron nuevos incidentes.
Los aliados occidentales reanudaron la lucha y enviaron a Pekín, en 1860, un cuerpo expedicionario, lo que
llevó a la firma de un nuevo tratado, el de Pekín, por el que China cedía a Inglaterra la península de
Kowloon, situada frente a Hong Kong. Tientsin se transformó en nuevo puerto libre y se pagaron nuevas
indemnizaciones. Desde ese momento, el tráfico de opio quedó legalizado y se revisaron las tasas
aduaneras.
Después de la segunda guerra del opio, y con el movimiento de «autoafirmación», las relaciones entre los
chinos y los occidentales se desarrollaron favorablemente. En 1870 las relaciones con las potencias
europeas se deterioraron: en Tientsin fueron asesinados unos misioneros y el cónsul francés; la situación
se complicó al intentar los ingleses, en 1874-1875, abrir una vía comercial hacia Birmania a través de
Yunnan.
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El centro de las disputas lo ocupaban entonces Francia y Rusia, que en 1860 había aprovechado la
oportunidad para fundar Vladivostok, y tras las diferencias surgidas se llegó a un compromiso con el
tratado de San Petersburgo (1882), por el que el territorio de Ili fue restituido a China a cambio de una
indemnización. Entre 1882 y 1885 estalló la guerra franco-china, que terminó con el tratado de Tientsin
(1885), que dio a Francia el control de Indochina.
La política de anexión occidental en esta región condujo a la conquista de Birmania por Inglaterra, en
1886. El tratado de Tientsin fue la señal para la conquista y el reparto de los territorios chinos por las
potencias colonialistas: fue el llamado «despojo de China», que se produjo a finales del siglo XIX.
La segunda fase, señalada anteriormente, se extiende entre 1885 y 1911, y en ella se completó el reparto
de China por las potencias occidentales y fracasaron los intentos de modernización del estado chino. Por
China se interesaron directamente Gran Bretaña, Francia, Rusia y Alemania, además de Estados Unidos y
Japón.
La aparente modernidad china se derrumbó íntegramente cuando se produjo la confrontación con Japón,
que ya había logrado un acuerdo comercial, en 1871, y anexionado las islas Ryu Kyu, en 1879, y terminó
por dirimirse por las armas. El pretexto para que se desencadenase la guerra fue Corea, donde desde
1876 China y Japón se disputaban la supremacía.
Rusia, Estados Unidos e Inglaterra comenzaron a intervenir en Corea, y mientras que China sostenía
militarmente al rey Kodjong (1864-1907), Japón ayudaba con sus tropas al regente Taewongun. La guerra
entre chinos y japoneses estalló en el verano de 1894, y en ella fueron vencidas las tropas chinas en una
batalla naval ante la desembocadura del Yalu, así como en todos los principales enfrentamientos
terrestres. Los japoneses ocuparon Port Arthur, Dairen y Weihai.
Por la paz de Shimonoseki (1895), China reconoció la independencia de Corea, cedió a Japón la península
de Laotong, así como Formosa y las islas Pescadores, abrió cuatro nuevos puertos libres en los que tuvo
que autorizar a Japón a erigir industrias propias y pagó una alta indemnización de guerra. La protesta
conjunta de Francia, Alemania y Rusia impuso a Japón la restitución de Laotong, arrendada luego a Rusia
en 1898.
La derrota fue especialmente humillante para China y supuso que desde 1895 se desencadenara la política
de «despojo de China», en cuyo proceso se distinguen varios procesos diferentes.
En primer lugar, el reparto y reconocimiento de amplias zonas de influencia extranjera en las regiones
territoriales chinas, por el que los portugueses consiguieron Macao en 1887; los rusos ocuparon Corea del
Norte, recibieron en arriendo Port Arthur en 1898, así como Manchuria, donde obtuvieron derechos para
la construcción de ferrocarriles y se aseguraron el predominio sobre el norte y la región de Pekín.
Los alemanes obtuvieron una base naval en Kiautchau en 1898 y ocuparon Tsingtao en 1897; los ingleses
recibieron en arriendo el puerto de Weihai, frente a Port Arthur, en 1898, y una esfera de influencia en
la cuenca del Yangtsé que incluía Shanghai y Cantón. Los franceses lograron rectificaciones en la frontera
con Tonkín y el predominio en el Yunnan, con el arriendo de Kuangcheu, en 1898; y los japoneses
consiguieron el protectorado sobre Corea del Sur y una pequeña esfera de influencia al sur de Shanghai.
También Italia obtuvo una concesión en Tientsin.
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En segundo lugar, la intensificación de la injerencia económica extranjera, que comprende derecho a
comerciar y realizar inversiones en los puertos del tratado, las minas y los ferrocarriles, a residir en
zonas internacionalizadas fuera de la jurisdicción de los tribunales chinos, a pagar bajas tarifas
aduaneras, al arriendo de bases y al control de las aduanas.
Y, en tercer lugar, los últimos intentos de reconstrucción interna, con las postreras reacciones nacionales.
El catastrófico resultado de la guerra contra Japón equivalía a la derrota del movimiento de
autodeterminación. La inseguridad general se reflejó incluso en la corte imperial, donde los antagonismos
tenían determinantes políticos.
El emperador Dezong reinó de 1875-1908, aunque la emperatriz viuda de Muzong mantuvo su influencia
sobre la corte imperial, en la que se configuraron varios grupos partidarios de seguir diversas tendencias
para reformar y reconstruir China: los que defendían un acercamiento a Inglaterra y a las corrientes
occidentales, los que se inclinaban por la alianza con Rusia y los que propugnaban la imitación del modelo
japonés, entre los que se registran rivalidades y enfrentamientos.
En 1898 el emperador dio un decreto para aplicar el programa de las reformas, con lo que emprendió la
«reforma de los cien días», que duró de junio a septiembre de 1898.
Pero los conservadores y la nobleza manchú, que temía por sus privilegios, no permanecieron inactivos, y
en septiembre de 1898 dieron un golpe de estado. Las reformas fueron deshechas y se reimplantó el
orden antiguo.
En amplios sectores de la sociedad se extendió el odio contra los extranjeros, sentimiento que se estaba
incubando desde hacía tiempo, y que generó una popular acción antioccidental. La iniciativa de la acción
recayó nuevamente en las organizaciones secretas, entre las que adquirió protagonismo la liga del «puño
por la justicia y la unión», conocida como «bóxer», que era una rama de la antigua secta Loto Blanco.
Su programa de acción estaba constituido por el fanatismo religioso orientado contra el cristianismo y el
ataque a las máquinas. En 1899, al encontrar aceptación entre las autoridades, incorporó la consigna
«Sostened a los Qing, aniquilad a los extranjeros» y asumió el nombre de Liga por la Justicia y la Unión.
Los bóxers entraron en Tientsin y Pekín y extendieron los saqueos, devastaciones y agresiones. En junio
de 1900 fue asesinado en la capital el ministro alemán y China declaró la guerra a las potencias
occidentales. Inglaterra, Francia, Rusia, Estados Unidos, Italia, Alemania y Japón movilizaron un cuerpo
expedicionario que tomó Pekín en agosto.
En 1901 se firmó un protocolo internacional por el que China tuvo que aceptar unas duras condiciones: el
pago de una alta indemnización, la prohibición de importar armas, el envío de delegaciones de
reconciliación y la publicación de un decreto que prohibía los actos xenófobos.
Después del levantamiento de los bóxers, China no volvió a conocer la paz durante varios años. Las
potencias occidentales ampliaron el ámbito de sus derechos, lo que impulsó también a Japón a actuar, y
Manchuria quedó dividida en una zona de influencia japonesa y otra rusa tras la guerra ruso-japonesa de
1905.
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Bajo la presión de los acontecimientos, el gobierno chino intentó aplicar algunas reformas. El antiguo
sistema de exámenes fue abolido en 1905, se quiso reorganizar el ejército y se intentó la reforma del
gobierno, que sólo fue nominal. En 1908 llegó al trono imperial Xuantong (Pu Yi), cuya regencia se encargó
de realizar serias tentativas por recobrar el control del ejército.
Aunque China fue el país donde el imperialismo económico actuó en toda su plenitud, sin que llegara nunca
a ser totalmente una colonia política, las circunstancias de crisis llevaron a la gestación de la revolución
de 1911, la proclamación de la república y el final de la monarquía imperial, en un intento supremo de
liberar a China de la dependencia colonial y de reconstruir el país de manera definitiva.
Japón
A lo largo de los años centrales del siglo XIX se desarrollaron en Japón los dos procesos que
desembocaron en la revolución Meiji de 1868, que señala el comienzo de la época moderna en la historia
de ese país, y que llevó a la occidentalización y modernización del mismo, con la economía capitalista e
industrial y el liberalismo político.
Esto supuso la transformación total de la evolución histórica japonesa: por un lado, el progreso y el
desarrollo internos a pesar del aislamiento exterior, y por otro, la ruptura de este aislamiento al abrirse
por la fuerza al comercio con Occidente, que impuso su colonialismo económico.
1) El final de la época Tokugawa. La época Tokugawa se extiende desde 1603 hasta 1868, y en ella están
presentes las cuatro influencias del pasado histórico japonés: la situación insular, una economía agraria
intensiva, una monarquía imperial centralizada y un feudalismo descentralizado con elites guerreras.
La estructura política japonesa ofrece la particularidad de haber tenido una única dinastía imperial desde
los remotos orígenes históricos, lo que es un sólido factor de unidad y continuidad. El emperador residía
en Kyoto, pero el poder efectivo, tras las guerras civiles del siglo XVI, era ejercido por el victorioso clan
de los Tokugawa, que había establecido el sogunato en 1603, con carácter hereditario, y gobernaba en
nombre del emperador, con sede en Edo.
La estructura social era de tipo feudal, con división entre los clanes y los guerreros, constituida
fundamentalmente por los daimíos, señores de los feudos y nobleza militar, y los samurais, con fuertes
relaciones de vasallaje. La estructura económica se basaba en la propiedad de la tierra y la producción
agraria, en especial el arroz, pero también se desarrolló un mercado nacional y el enriquecimiento de los
comerciantes al mismo tiempo que el endeudamiento de los feudos.
Todo este sistema se encuentra bajo el poder efectivo del clan Tokugawa, que eran los mayores daimíos
del imperio en esta época y ejercían el gobierno del sogún, en nombre del emperador, pero con el
debilitamiento del poder imperial.
El rígido gobierno de los Tokugawa se basaba en una administración centralizada, en medidas económicas
y militares, en la vigilancia de los daimíos, y en la política de cierre y aislamiento del país respecto al
exterior, desde 1636, con medidas restrictivas sobre los misioneros y los comerciantes occidentales.
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Sólo Nagasaki quedaba como único lugar abierto para el comercio exterior y limitado a holandeses y
chinos. Pero, a mediados del siglo XIX, se produjeron dos procesos que cambiaron profundamente la
situación histórica japonesa.
Por un lado, la presencia occidental, que se inició entre 1853 y 1858. Desde comienzos de siglo, los
comerciantes occidentales estaban intentando abrir los puertos japoneses al comercio y establecer
relaciones económicas con el imperio, pero la hostilidad japonesa prohibía la presencia de buques
extranjeros en sus puertos y costas.
En 1853-1854, ante la acción de fuerza y la presión militar occidental, representada por la intervención
de un buque estadounidense que amenazaba con bombardear Edo, Japón firmó el tratado de Kanagawa
con Estados Unidos (1854), al que siguieron otros análogos con Gran Bretaña y Rusia, lo que inició la
apertura de puertos y el establecimiento del comercio.
En 1858 se firmaron los tratados de las Cinco Naciones entre Japón, Estados Unidos, Holanda, Rusia,
Gran Bretaña y Francia, que concedían ventajas comerciales, el asentamiento mercantil en Yokohama y la
apertura de varios puertos y daban inicio a la penetración y el establecimiento occidental en Japón.
Por otro lado, por las reacciones antioccidentales y por las rivalidades internas, se produjeron entre 1860
y 1868 los enfrentamientos entre los clanes feudales y la lucha contra el sogunato Tokugawa; la iniciativa
contra el sogún la llevaron los feudos que actuaban en defensa del restablecimiento del poder imperial.
Tras una serie de conflictos civiles se produjo la caída del clan Tokugawa y el final de sogunato, en enero
de 1868, que dio paso a la proclamación de la restauración imperial y al triunfo de la revolución Meiji.
2) La revolución Meiji. Desde 1868 hasta 1912 se extiende el Japón de la era Meiji. En esta época la nueva
dirección política se orientó hacia la creación de un estado nacional unificado y la puesta en práctica de
reformas fundamentales y modernizadoras.
En este proceso se distinguen dos momentos: el primero, de 1868 a 1881, es el triunfo de la revolución
Meiji, y el segundo, desde 1881 a 1912, es la consolidación de la misma, que en una continua evolución
engrandece a Japón hasta convertirlo en una nueva potencia mundial en vísperas de la Primera Guerra
Mundial.
El 23 de octubre de 1868 la corte imperial proclamó el nuevo nombre de los años siguientes, Meiji, y
decidió que todos los años del reinado del emperador Mutsu-Hito (que acababa de ser solemnemente
entronizado en 1867) debían llevar el mismo nombre, y en consecuencia hubo cuarenta y cuatro años Meiji
(hasta 1912), que fueron un reinado de modernización y de engrandecimiento que llevaron a la expansión
exterior.
El año de 1868, con la entronización oficial del emperador Meiji, indica la separación entre el antiguo
régimen, el del sogún y los Tokugawa, y el nuevo régimen Meiji de las reformas y la occidentalización.
Los acontecimientos de enero de 1868 provocaron la desaparición del sogunato Tokugawa y crearon, en
su lugar, un nuevo centro de autoridad estatal bajo la figura del emperador que fue restaurado en el
centro de su gobierno. Poco antes, en noviembre de 1867, el sogún, acosado por los problemas financieros,
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las dificultades exteriores con los occidentales y las confrontaciones y rebeliones internas, entregó su
renuncia al joven emperador Meiji, que había llegado al trono en febrero de 1867, tras la muerte del
emperador Komei (1847-1867).
La revolución Meiji, ya triunfante, recorrió una primera etapa, entre 1868 y 1881, que constituye la fase
de las reformas y de los comienzos y cimentación del nuevo régimen. Estas reformas pretendían
transformar interiormente y renovar tanto el estado como la sociedad japonesa, aunque manteniendo su
base tradicional mediante un equilibrio entre los valores tradicionales y los modernos. Las reformas, por
tanto, son de variado carácter y abarcan todos los aspectos y actividades de la vida japonesa.
Las reformas político-institucionales buscaban formar un estado centralizado y crear y poner en
funcionamiento nuevas instituciones, así como renovar totalmente algunas de las ya existentes.
Comenzaron por el pleno restablecimiento de la autoridad imperial en la persona del entonces emperador
reinante, Mutsu-Hito, que en abril de 1868 dio el Juramento de los Cinco Artículos que, entre otras
promesas, contenía dos aspectos significativos: en primer lugar, indicaba claramente que el nuevo
gobierno pensaba emprender un programa de occidentalización y que, en consecuencia, no se toleraría la
xenofobia, y en segundo lugar, contenía la promesa de convocar una asamblea deliberante.
Las más importantes reformas de este tipo fueron la centralización política con organización de un
gobierno de carácter moderno que incluía nuevos ministerios y que fue la base de un estado fuertemente
centralizado; la creación de departamentos-provincias y una nueva distribución administrativa; la
formación y organización de un funcionariado integrado por técnicos y expertos; la división de poderes
en la administración estatal: legislativo (cámaras), ejecutivo (gobierno) y judicial (consejo jurídico); la
supresión de las instituciones y de los privilegios feudales; el traslado de la capital imperial a Tokio (antes,
capital sogunal de Edo), y la creación de un ejército imperial de alcance nacional, moderno y poderoso a
partir de una triple base: la unificación de los ejércitos feudales, la generalización del servicio militar y
la diversificación de las armas.
Las reformas económicas pretendían el desarrollo económico en el marco de una economía capitalista de
estilo occidental, que fue una de las principales preocupaciones del nuevo gobierno, en especial en los
sectores de la industria pesada y en la inversión de capitales: en 1870 se creó el Ministerio de Industria
y en 1878 se fundó la Bolsa de Tokio.
El gobierno dirigió los principales esfuerzos económicos en cinco direcciones: el desarrollo industrial con
el fomento de la industria pesada, minas y construcciones; el crecimiento de las industrias estratégicas
con incremento del armamento y los arsenales; los transportes y las comunicaciones, en especial por las
características geográficas del país, los buques, los ferrocarriles y el telégrafo; la industria textil,
centrada en el algodón y la lana, y otras industrias de consumo, y la colonización agraria de Hokkaido, la
isla del norte del archipiélago. También se creó un nuevo sistema fiscal y un nuevo sistema monetario con
el yen.
Las reformas sociales y jurídicas pretendían crear una sociedad liberal y abierta y ensamblarla con un
estado centralizado y fuerte, una economía en desarrollo y crecimiento y un ejército poderoso. Se
promulgaron numerosas reformas sociales que produjeron una auténtica reorganización social a todos los
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niveles, con la desaparición de los privilegios personales. Se establecieron leyes que modernizaban y
occidentalizaban la vida japonesa: elaboración de nuevos códigos Penal y Civil, de inspiración francesa, y
establecimiento de la igualdad jurídica.
Se adoptó una actitud, no sólo de aceptación de los extranjeros, sino de continuo intercambio y relación
con el exterior, y así, mientras jóvenes japoneses viajaban a Europa para conocer y estudiar las
sociedades y los países desarrollados, los técnicos y expertos europeos se trasladaban a Japón para
enseñar y trabajar en las nuevas actividades que se pusieron en funcionamiento.
En 1872 se adoptaron las costumbres occidentales y en 1873 se aplicó el calendario gregoriano. Se
reformaron también los sistemas de instrucción, formación y enseñanza y surgieron sociedades
intelectuales y periódicos al estilo europeo. En 1871 se creó el Ministerio de Instrucción Pública, que
regulaba las academias, liceos y escuelas, y en 1877 se fundó la Universidad Imperial de Tokio.
3) Consolidación y plenitud de la era Meiji. A partir de 1881 se extiende una nueva fase en el proceso
revolucionario japonés que corresponde a la consolidación y apogeo de la era Meiji sobre el fundamento
de las reformas y medidas de la etapa anterior, y que llega hasta 1912. Destacan en la afirmación y auge
del nuevo régimen tres aspectos relevantes: la nueva organización política, el crecimiento económico y la
expansión exterior.
La regulación de la actividad política se produjo con la promulgación de la Constitución en 1889, que
supuso la institucionalización del nuevo régimen imperial. La fecha de 1881 representa en este proceso el
momento del paso de un Japón en el que gobernaba exclusivamente la nueva oligarquía Meiji, a una
situación en la que el sistema se define como constitucional y liberal, se crea un Parlamento y se organizan
los partidos políticos, cuya actividad continuará controlada por la misma oligarquía Meiji que ya dominaba
el poder.
En octubre de 1881, tras una serie de incidentes y controversias en el seno de la oligarquía dominante,
el emperador promulgó un edicto con el que prometía a la nación la convocatoria de un Parlamento, que
fue seguido de la organización de los primeros partidos políticos, tanto el oficial del propio gobierno
oligárquico como los liberales de la oposición.
La elaboración de la Constitución llevó varios años: en 1881 el conde Ito recibió el encargo imperial de
preparar un texto constitucional. Con esta finalidad viajó por Europa hasta 1883, acompañado de un
selecto grupo de técnicos y juristas, para conocer y estudiar las constituciones europeas.
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Después de regresar a Japón se dedicó a una doble e intensa tarea: por un lado, a redactar el texto
que iba a proponerse como Constitución imperial japonesa, y por otro, a reorganizar la estructura
gubernamental y la administración central, instituyendo un nuevo gobierno, con el propio Ito de primer
ministro, según el modelo alemán, que fue el adoptado.
En 1888 ya se disponía de un borrador de la Constitución, que fue revisada por un Consejo privado y
promulgada por el emperador el 11 de febrero de 1889. Sin embargo, la situación política quedó bajo el
control del poder oligárquico.
Pueden señalarse dos puntos de referencia en el apogeo de Japón hasta la Primera Guerra Mundial: la
oligarquía forma un grupo cerrado propietario del poder y los partidos políticos obtienen un lugar en el
poder establecido, de acuerdo con la Constitución.
En los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial los cambios y la situación de Japón
parecían indicar un nuevo giro en su evolución, con el final de una fase y el comienzo de otra, en todo caso,
continuadora de la anterior.
En 1912 falleció el emperador Meiji y le sucedió Toshi-Hito, que inicia la era Taisho, así llamada hasta
1926. Hacia 1913 hubo una paralización política del sistema, tras el turno de partidos y la proliferación
de otros grupos políticos.
Al mismo tiempo, surgieron movimientos extraparlamentarios de oposición, expresión de las nuevas
realidades sociales, de clases medias y populares, y de sectores obreros. Los comienzos de la época Taisho
están señalados por las expectativas de cambios políticos, unidas al crecimiento económico, especialmente
en el sector industrial, junto con la expansión exterior y las conquistas imperialistas, que dieron un
progresivo protagonismo y relieve al ejército.
4) Imperialismo y expansión exterior. Unida a la consolidación política y al crecimiento económico, se
registró la formulación de un imperialismo que rivalizó con los occidentales en Extremo Oriente: la
realización de una expansión exterior que se concretó en las conquistas y anexiones de islas y territorios
de Asia oriental.
Durante este proceso se formuló el imperialismo japonés, en rivalidad con los occidentales, en cuya
configuración, desarrollo y eclosión hay que señalar tres factores decisivos: la realidad de la ascensión
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diplomática e internacional de Japón en sus aspiraciones económico-políticas de llegar a ser una potencia
mundial; la formulación de los fundamentos ideológicos y sociales del ultranacionalismo e imperialismo
japoneses en el seno de su propia identidad histórica, y la expansión territorial exterior impulsada por
las necesidades de ese mismo crecimiento económico y político, y basada en el ideario imperialista, que
llevó al país a construir un imperio colonial propio en Asia oriental.
La historia diplomática de la ascensión de Japón como potencia mundial moderna se desarrolló a través
de diversas fases, hasta el momento en que el país, tras surgir victorioso sobre Rusia en 1905, entró en
una nueva etapa de su evolución histórica contemporánea con la muerte del emperador Meiji, en 1912, que
puso fin al intenso período iniciado en 1868.
Este largo proceso comenzó en la década de 1860-1869, cuando los nuevos dirigentes japoneses se
vieron precisados a negociar tiempo y concesiones mientras adquirían el dominio de la moderna diplomacia
y las nuevas exigencias de la negociación internacional y de la defensa nacional.
Entre 1870 y 1894 los dirigentes japoneses se concentraron en lograr dos objetivos principales:
primero, definir y asegurar la posición internacional de Japón en términos de lenguaje diplomático, y
segundo, alcanzar la revisión de los «tratados desiguales».
El primer objetivo fue llevado a cabo con facilidad por el nuevo Ministerio de Negocios Extranjeros:
en 1871 Japón concluyó un tratado comercial con China; en 1874 los japoneses se aseguraron el control
administrativo de las islas Ryu Kyu; en 1875 colocaron las islas Bonín bajo el control de la marina japonesa,
arrebataron a Rusia las islas Kuriles mediante un tratado y fijaron la frontera entre Japón y Rusia en el
área de Siberia; y en 1879 se aseguraron el reconocimiento de la soberanía japonesa sobre las Ryu Kyu.
La primera crisis en la política internacional japonesa, así como una importante escisión en el seno del
gobierno, sobrevino a causa de Corea. En 1876 los japoneses se abrieron paso en la península coreana,
utilizando el mismo sistema cañonero que los occidentales habían aplicado contra Japón en 1853.
El tratado de Kanghwa resultante de esta operación no sólo abrió Corea al comercio japonés, sino que
incluyó una cláusula acerca de la independencia coreana, que constituía la cuña inicial para la ulterior
separación de Corea de la soberanía china y su paso a la japonesa. Tras haber emplazado un potente
ejército en Seúl, los japoneses comenzaron a rivalizar con China y Rusia por la influencia en el continente
asiático.
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En cuanto al segundo objetivo citado, los años 1870-1880 resultaron decepcionantes en cuanto al deseo
japonés de alcanzar una revisión de los «tratados desiguales». Los tratados continuaron siendo un
problema político de primera magnitud y fue imposible negociar su revisión con las potencias occidentales.
Pero esta corriente comenzó a cambiar, y al tener conciencia las potencias extranjeras del surgimiento
del moderno Japón, la resistencia a sus demandas en el sentido de abolir la extraterritorialidad comenzó
a debilitarse. Acabó en 1894, cuando se llegó a un acuerdo con Gran Bretaña por el que la
extraterritorialidad desaparecería en 1899.
A partir de 1894 Japón entró en una nueva fase de sus relaciones internacionales, que se inició con la
guerra contra China en ese mismo año, y que acabaría en 1905, con su victoria militar sobre Rusia. La
guerra de 1894-1895 contra China señaló la mayoridad internacional de Japón y puso de manifiesto que
era ya una potencia con la que había que contar en los asuntos del área de Extremo Oriente.
La amenaza que Japón representaba para las potencias occidentales en la zona alcanzó un pronto
reconocimiento en la triple intervención de 1895. Alarmados ante la perspectiva de una ulterior expansión
japonesa en el continente, Rusia, Alemania y Francia intervinieron para bloquear la conquista japonesa de
la península de Laotong como consecuencia de la guerra contra China y de la paz de Shimonoseki firmada
en 1895, por la que China cedió a Japón Formosa, Port Arthur (en poder de Rusia desde 1898) y las islas
Pescadores. También reconoció la independencia de Corea, que pasó al área de influencia japonesa.
Tras unirse a la expedición de socorro de los aliados occidentales a Pekín, en 1900, con motivo de la
lucha contra el movimiento nacionalista chino de los bóxers, Japón entró en 1902 en la historia diplomática
universal al firmar un tratado de alianza con Gran Bretaña, por el que alcanzaba su más tangible
reconocimiento de igualdad internacional; fue el primero de este carácter firmado entre una potencia
occidental y una nación asiática.
Dos años después, en 1904, Japón atacó a los rusos en Port Arthur e inició la guerra ruso-japonesa, en
la que infligió la primera gran derrota por parte de una potencia asiática a una tradicional potencia
europea. Por la paz de Portsmouth, en 1905, que puso fin al conflicto, Japón obtuvo la parte meridional
de las islas Sajalin, Port Arthur y el protectorado sobre Corea, así como Manchuria meridional.
Al final de la guerra ruso-japonesa, Japón se había convertido en una nueva gran potencia mundial.
Ahora era llamado Japón Imperial (Dai Nippon), con la posesión de un imperio propio y con plena
participación en las rivalidades imperialistas occidentales en Asia oriental.
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En cuanto a la expansión exterior, desde los comienzos de la era Meiji los gobernantes japoneses
prestaron una especial atención a las relaciones internacionales y a las cuestiones de la defensa. Uno de
los primeros problemas de la política exterior del gobierno Meiji fue el establecimiento de las fronteras
japonesas. En el norte la frontera se fijó, en 1875, mediante un tratado que concedía Sajalin a Rusia y las
Kuriles a Japón. Hacia el sur, Japón estableció su gobierno directo sobre las islas Ryu Kyu entre 1874 y
1879, y en 1875 las potencias reconocieron la soberanía japonesa sobre las islas Bonín hacia el sureste.
En el proceso de afirmación de Japón hay que señalar tres hechos fundamentales: el acercamiento y la
alianza con Inglaterra, la guerra con China y la guerra con Rusia.
El acercamiento diplomático entre Japón e Inglaterra se constató como una evidente realidad hacia
1894-1895. Los británicos tenían dos tipos de intereses para su aproximación a Japón: veían en la nación
asiática un elemento de contrapeso al poderío ruso en Asia y habían ayudado económicamente a la
revolución Meiji con equipamiento y material.
En julio de 1894 se firmó un acuerdo anglo-japonés sobre cuestiones de extraterritorialidad y
derechos comerciales. Este pacto presentó, debido al poderío económico y político de Inglaterra, un
modelo de la anulación de los viejos «tratados desiguales» entre Japón y las potencias extranjeras, lo
que se hizo entre 1894 y 1896.
Esta aproximación anglo-japonesa influyó en el origen del conflicto chino-japonés de 1894, ya que es
probable que Japón no se hubiera enfrentado en solitario a una China que contara con el apoyo de
Inglaterra.
Este primer acercamiento anglo-japonés se amplió en los primeros años del siglo XX con unos nuevos
factores: el incremento de la expansión rusa con su acción sobre Corea y Manchuria y los progresos en la
construcción del transiberiano y el transmanchuriano; la creciente preocupación británica por esta
expansión rusa, que replanteaba las latentes rivalidades entre ambos imperialismos; el nuevo imperialismo
japonés, también receloso de los rusos, que tras derrotar a China en 1895 aspiraba a extenderse y
dominar sobre el continente, y el panorama de una China derrotada y ocupada sobre la que las potencias
imperialistas se apresuraban a completar su despojo y reparto. Esta situación llevó a la firma del tratado
de enero de 1902 entre Japón e Inglaterra, que estableció una alianza firme entre ambos países.
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La guerra chino-japonesa, en 1894-1895, constituyó la primera muestra de los propósitos expansivos
de Japón en la región oriental-asiática, producida por el deseo de extender su influencia sobre Corea. El
reino coreano era desde tiempo anterior una nación tributaria de China y ese país era considerado por la
monarquía china como una especie de protectorado.
Para Japón, en cambio, Corea podía representar en manos de otra potencia un grave peligro militar y
le importaba especialmente que China no considerase a Corea como un estado tributario y sometido a su
protección y dependencia, además de estimar que el territorio coreano era un campo natural de la
expansión de los futuros intereses japoneses.
En febrero de 1876 Japón impuso a Corea un tratado sobre cuestiones mercantiles y a comienzos de
la década de 1880-1889 hubo una legación de Japón en Corea, donde los comerciantes japoneses se
mostraban partidarios de introducir en Corea reformas de tipo occidental. Esta situación provocó la
división de los coreanos, que se escindieron en dos partidos: uno, conservador y tradicionalista y favorable
a China, y otro, reformador y modernista y partidario de Japón.
Entre 1882 y 1884 estallaron los conflictos entre ambos grupos, que contaron respectivamente con la
ayuda e intervención de las tropas chinas y japonesas, lo que provocó las conversaciones de 1885 entre el
japonés Ito y el chino Li Hung-Chang, que establecieron un acuerdo entre ambos países.
Al poco tiempo, el ministro residente chino en Corea, Yuan Shin-Kai, logró imponer su predominio sobre
el gobierno coreano, lo que inquietó a los japoneses, y en 1894 estallaron nuevos combates entre los pro
chinos y los pro japoneses, con nuevas intervenciones militares de ambas potencias.
En julio de 1894 se inició con un combate naval la guerra directa entre China y Japón, y el 1 de agosto
los dos gobiernos se dirigieron mutuas declaraciones de guerra. En unos meses, los japoneses derrotaron
a la marina china del norte, expulsaron a los chinos de Corea, entraron en Manchuria, se apoderaron de
Port Arthur y ocuparon toda la península coreana y también la de Laotong. En febrero de 1895 tomaron
Weihai y en marzo del mismo año desembarcaron en Formosa y penetraron en el continente. La derrota
china ante Japón fue total y rápida.
En marzo de 1895 Li Hung-Chang se trasladó a Tokio como emisario de paz y el 17 de abril de 1895 se
firmó entre ambos países el tratado de paz de Shimonoseki, que estipulaba las siguientes condiciones:
China reconocía la independencia de Corea, cedía a Japón la isla de Formosa, la de los Pescadores y la
península de Laotong, y pagaba una fuerte indemnización; Japón conservaba Weihai hasta el pago total
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de la deuda contraída, y ambos países firmaban el tratado comercial chino-japonés de 1896, que otorgaba
a Japón los mismos privilegios en China de las naciones occidentales y el derecho a mantener fábricas en
los puertos del tratado.
Pero Rusia, preocupada por las ambiciones japonesas, Francia y Alemania, que se unió a la iniciativa de
los aliados europeos, presentaron en abril de 1895 al gobierno japonés idénticas notas «aconsejándole
amistosamente» que renunciara a la península de Laotong y la devolviera a China, lo que Japón tuvo que
hacer al encontrarse sólo frente a las tres potencias europeas.
Sin embargo, Japón obtuvo buenos resultados de esta guerra, pues nunca antes el imperio japonés
había conocido una expansión semejante, y Formosa se convertía en una útil posesión. Además, el frente
de los occidentales mostraba alguna desunión, ya que Inglaterra se mantuvo al margen de la intervención
en 1895 y de sus resultados, lo que confirmaba su buena disposición hacia Japón, ya manifestada en 1894,
y que sería reiterada por el nuevo tratado de 1902.
La guerra ruso-japonesa (1904-1905) demostró la elevación de Japón a gran potencia en Extremo
Oriente. Desde el anterior conflicto chino-japonés, el gobierno de Tokio había ejercido la máxima
influencia sobre Corea y se había preocupado de aumentar el presupuesto militar, lo que parecía
demostrar que no excluía la previsión de un nuevo conflicto en el continente, donde se intensificaba la
rivalidad con Rusia a pesar de la firma del tratado de Yamagata-Lobanov (1896) y del acuerdo Nishi-Rosen
(1898) entre ambas potencias.
La presión rusa se incrementaba tanto en Corea como sobre Manchuria, tras lograr un arriendo en
Laotong, con la construcción del transiberiano y el transmanchuriano hacia Vladivostok, terminado en
1903. Japón, por su parte, estableció una esfera de influencia en Fukien, frente a Formosa.
Fue en ese momento, ante la preocupación por la expansión rusa que los une en la defensa de sus mutuos
intereses, cuando se concretó la alianza anglo-japonesa de 1902 que puso de manifiesto el juego de las
alianzas y las rivalidades internacionales en Extremo Oriente: Rusia actuó frente a la alianza anglo-
japonesa, que tenía a su favor el acuerdo militar firmado con Francia, aunque sin aplicación en Extremo
Oriente.
Las diferencias se centraron en torno a Manchuria y Mongolia, sobre las que los rusos proyectaban
establecer una especie de protectorado, y por parte de Japón respecto a Corea, que deseaba dominar
totalmente. Ambas pretensiones provocaron en las dos potencias recelos y confrontaciones que, al no ser
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superadas por medio de negociaciones en 1903, llevaron a los japoneses a la guerra como única solución
para contener a los rusos.
En los primeros días de febrero de 1904 se produjo la ruptura de las relaciones diplomáticas entre
Japón y Rusia, e inmediatamente la armada japonesa atacó y bloqueó Port Arthur. La victoria de Japón
sobre Rusia fue total, tanto por mar como por tierra, durante todo el tiempo que duró el conflicto. Los
japoneses desembarcaron en Seúl, y avanzando por territorio coreano hacia Pyongyang expulsaron a los
rusos al otro lado del río Yalu.
A mediados de 1904, la guerra se extendió por Manchuria. Los ejércitos japoneses pasaron el Yalu,
mientras que otras tropas desembarcaron en Laotong, donde se disponían a sitiar Port Arthur, que
capituló el 1 de enero de 1905; a ésta siguieron nuevas derrotas rusas por tierra, entre Liaoyang y Mukden,
y por mar, en el estrecho de Tsushima.
En esos momentos fue aceptada por ambos países la mediación ofrecida por el presidente
estadounidense Theodore Roosevelt. La conferencia de la paz que concluyó con la firma del tratado de
Portsmouth, el 5 de septiembre de 1905, estableció los siguientes acuerdos: Japón obtenía un
protectorado sobre Corea, Rusia le cedía sus derechos en Laotong -incluidos Port Arthur y Dairen- y el
ferrocarril del sur de Manchuria, así como la parte situada al sur del paralelo 50 en la isla de Sajalin.
Como ampliación de los logros obtenidos por Japón en esta guerra, a finales de 1905 estableció un
protectorado oficial sobre Corea, y en agosto de 1910 Japón se anexionó todo el país coreano. Respecto
a Manchuria, Japón llegó a una serie de acuerdos con Rusia, entre 1907 y 1912, por los que se repartían
zonas de influencia: el norte y el oeste, con Mongolia interior, quedó para Rusia, mientras que el resto fue
para Japón.
La expansión exterior japonesa quedó señalada por los territorios que fueron incorporados y que
constituyeron el naciente imperio japonés: en 1874 las islas Ryu Kyu, en 1875 las Kuriles, en 1895 Formosa,
en 1905 Sajalin y el sur de Manchuria y en 1910 Corea, principalmente.
En todos estos territorios Japón practicaba una política de explotación colonial, tanto económica como
jurídica. A ellos hay que añadir las posiciones conquistadas por Japón en China a lo largo de los primeros
años del siglo XX: minas, fábricas y ferrocarriles, concesiones y derecho de estacionamiento de tropas.
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Además, Japón fijó sus relaciones diplomáticas con los países occidentales mediante una serie de
acuerdos: con Francia, en 1907, para el mantenimiento del equilibrio en Asia; con Gran Bretaña, en 1907
y 1910, y con Rusia, también en 1907 y 1912, para el reconocimiento de su zona de influencia en el sur de
Manchuria, a cambio de lo cual el gobierno ruso obtenía una situación idéntica en el norte y en Mongolia
occidental.
En 1912, en plena expansión y crecimiento japonés, y cuando se produjo la muerte del emperador Meiji,
se puso fin a la primera gran fase de la evolución de Japón como nación moderna, con los fundamentos
básicos del nuevo Japón imperial ya establecidos y consolidados. Japón se había configurado ya como una
gran potencia que ejercía su predominio sobre la zona oriental del continente asiático y en el Pacífico
occidental y, en definitiva, sobre toda una amplia región de Extremo Oriente.
Los objetivos de la modernización de Japón parecían ya alcanzados en el primer decenio del siglo XX y
con anterioridad, por tanto, a la Primera Guerra Mundial, es decir, la soberanía por la abolición de los
«tratados desiguales», la seguridad por el control de las islas y territorios continentales próximos y la
igualdad con las potencias tras el tratado de alianza con Gran Bretaña en 1902.
Pero el nuevo imperialismo permanecía todavía integrado en el de los occidentales tras su primer éxito
en la guerra chino-japonesa de 1894-1895, seguido de la victoria en el conflicto ruso-japonés de 1905 y
la anexión de Corea en 1910.
Corea
Si bien Corea fue anexionada por Japón en 1910, hasta ese momento había desarrollado una vida
independiente a lo largo del siglo XIX como continuación de su historia desde siglos anteriores.
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En los inicios del siglo XIX se organizó una asociación clandestina que aglutinaba el descontento hacia
la dinastía de los Ri, reinante desde finales del siglo XIV, especialmente entre los campesinos y los
comerciantes. En diciembre de 1811 se formó un ejército rebelde y se anunció el comienzo de la lucha
contra los Ri para salvar a la población de la miseria.
Este ejército se dividió en dos columnas, que avanzaron hacia el sur y hacia el norte ocupando
territorios y sembrando el temor entre el gobierno de los Ri, pero el ejército gubernamental derrotó a
los rebeldes en abril de 1812. Esta intensa lucha de clases apresuró el hundimiento de la dinastía de los
Ri y señaló la última página de la historia medieval de Corea.
La historia moderna de Corea se extiende desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando el régimen
feudal comenzó a hundirse, hasta el levantamiento popular de marzo de 1919, que marcó el fin del
movimiento nacionalista burgués.
La época moderna representa en la historia de Corea un período de crisis nacional, caracterizado por
la colonización de la Corea feudal por el colonialismo europeo y el sometimiento de la soberanía coreana,
y una época agitada de lucha antiimperialista y antifeudal salvadora de la independencia y la soberanía
nacionales.
A mediados del siglo XIX las rebeliones campesinas extendidas por todo el país, las invasiones
extranjeras y la acción de los misioneros católicos agravaron la crisis de la dinastía de los Ri. En 1864,
tras la muerte del rey Coldjong, llegó al trono el rey Kodjong, que efectuó una serie de reformas para
resolver la crisis que afectaba al estado feudal en los aspectos político, social y educativo, así como en el
económico y en el ejército.
En cuanto a las relaciones exteriores, aplicó estrictamente la política de «puerta cerrada» y rechazó
las proposiciones de Japón para establecer relaciones diplomáticas y los intentos de las potencias
colonialistas para acordar relaciones comerciales con Corea.
Esta política provocó reacciones en el seno mismo de la corte y, en 1873, la reina Min, esposa del rey,
tomó el poder. A partir de entonces se produjo un enfrentamiento civil que condujo al estado coreano a
su ruina y a la intervención extranjera.
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El gobierno de Min practicó una política de «puerta abierta» y, en 1875, los japoneses iniciaron su
penetración en Corea e impusieron un tratado de amistad coreano-japonés. A comienzos de la década de
1880 se concluyeron también «tratados desiguales» con Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania
y Rusia.
En los años finales del siglo XIX se produjeron varios levantamientos internos. En 1882 los militares
de Seúl se rebelaron contra la presencia extranjera y la opresión feudal, pero la falta de toma de
conciencia y de organización llevaron al fracaso la insurrección de las tropas, aunque el levantamiento
llegó a tener una gran importancia, ya que fue la primera gran lucha dirigida a la vez contra Japón y el
sistema feudal.
En 1884 estalló una revolución de carácter burgués para modernizar el país integrada por jóvenes
intelectuales y funcionarios progresistas que habían formado un partido, pero los sectores reaccionarios
y conservadores acabaron por imponerse a este primer intento de revolución burguesa en Corea.
En 1894 la rebelión de los campesinos de Kobou dio lugar a una gran guerra campesina que se extendió
por todas las regiones meridionales. Intervinieron entonces los japoneses con el pretexto de salvaguardar
sus intereses en Corea, cuyas tropas expulsaron a los chinos, provocaron la guerra chino-japonesa y
reprimieron la rebelión campesina. Comenzó así la transformación de Corea en una colonia japonesa.
Desde octubre de 1895, tras la muerte de la reina Min, Japón intensificó su injerencia sobre el
gobierno feudal coreano y obtuvo concesiones económicas, y tras la guerra ruso-japonesa, en 1905, impuso
al gobierno coreano un tratado de protectorado.
En 1907 los japoneses recurrieron a un nuevo tratado de siete puntos sobre el gobierno coreano, al que
privaron de sus derechos administrativo, legislativo, financiero y político y de su ejército. Finalmente, en
agosto de 1910, los japoneses ocuparon Corea, que transformaron en colonia.
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