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Texto Litúrgico Exégesis Comentario
Teológico
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22noviembre
(Domingo XXXIV Tiempo Ordinario)
Solemnidad de Ntro.Señor Jesucristo,Rey del Universo
(Ciclo B) – 2015
Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa
Domingo XXXIV Tiempo Ordinario (B)
(Domingo 22 de Noviembre de 2015)
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
LECTURAS
Su dominio es un dominio eterno
Lectura de la profecía de Daniel 7, 13-14
Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo
como un Hijo de hombre; Él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta Él.
Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones
y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será
destruido.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 92, 1-2.5
R. ¡Reina el Señor, revestido de majestad!
¡Reina el Señor, revestido de majestad!
El Señor se ha revestido,
se ha ceñido de poder. R.
El mundo está firmemente establecido:
¡no se moverá jamás!
Tu trono está firme desde siempre,
Tú existes desde la eternidad. R.
Tus testimonios, Señor, son dignos de fe,
la santidad embellece tu Casa
a lo largo de los tiempos. R.
El Rey de los reyes de la tierra hizo de nosotros
un Reino sacerdotal para Dios
Lectura del libro del Apocalipsis 1, 5-8
Jesucristo es el «Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de
los reyes de la tierra». Él nos ama y nos liberó de nuestros pecados, por medio de su
sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A Él sea la
gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén.
Él viene sobre las nubes y todos lo verán, aun aquéllos que lo habían traspasado. Por
Él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra. Sí, así será. Amén.
Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el
Todopoderoso.
Palabra de Dios.
ALELUIA Mc 11, 9. 10
Aleluia.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
¡Bendito sea el Reino que ya viene,
el Reino de nuestro padre David!
Aleluia.
Tú lo dices: Yo soy rey
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan 18, 33b-37
Pilato llamó a Jesús y le preguntó: « ¿Eres Tú el rey de los judíos?»
Jesús le respondió: « ¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
Pilato replicó: « ¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te
han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este
mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que Yo no fuera
entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí».
Pilato le dijo: « ¿Entonces Tú eres rey?»
Jesús respondió: «Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz».
Palabra del Señor.
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GUION PARA LA MISA
Solemnidad Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo
22 de Noviembre 2015- Ciclo B
Entrada: Celebramos hoy la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Esta
Solemnidad es como una síntesis de todo el misterio salvífico, pues en ella se
presenta a nuestra consideración a Cristo glorioso, soberano de la creación y de
nuestras almas, Dueño y Señor de todo, ya que nada escapa a su dominio absoluto
de Rey del Universo.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Dn 7,13-14
El Hijo del hombre vendrá sobre las nubes del cielo, y su dominio será eterno.
Salmo Responsorial: 92
Segunda Lectura: Ap 1,5-8
Jesucristo es el Rey de los reyes de la tierra, es el Alfa y la Omega, el que es, el que
era y el que vendrá.
Evangelio: Jn 18,33b-37
Nuestro Señor da testimonio de su realeza y de la verdad.
Preces: Cristo Rey 2015
Unámonos en la oración común a nuestro Padre que ha puesto a su derecha a
Jesucristo, Rey de Reyes.
A cada intención respondemos cantando:
* Por el Vicario de Cristo en la tierra, el papa, para que encuentre siempre luz y fuerza
en el Señor para proclamar la reyesía de Cristo en todas las culturas y
manifestaciones humanas. Oremos.
* Para que sepamos valorar nuestra dignidad de pueblo sacerdotal y real y
busquemos con santo celo comunicar los valores del Reino de Dios ante quienes no
lo conocen. Oremos.
* Por las víctimas de los atentados en París, Francia, por sus almas, para que Dios
los tenga en su gloria; por sus familiares, para que encuentren fortaleza para superar
este momento de tanto dolor. Pidamos también para que cesen los actos de violencia
y reine la paz y la concordia. Oremos.
* Por todos los que no creen en Cristo, rezamos especialmente por la conversión del
pueblo judío y musulmán. Oremos.
* Por los gobernantes del mundo entero, para que reconozcan y acepten a tu Hijo
como el Legislador eterno que al darnos la Ley Nueva nos rige con suavidad y
justicia. Oremos.
Padre del Cielo, que nos libraste del poder de las tinieblas; concédenos lo que
necesitamos para encaminarnos hacia Jesucristo, por quien y para quien es toda la
creación. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Cristo nos ha convertido en un reino, al precio de su Sangre; por eso queremos
unirnos a su Sacrificio y presentamos:
* Incienso y con él nuestra alabanza a Aquel a quien bendicen todos los pueblos.
* Pan y vino, que convertidos en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, nos serán
dados como alimento para que reine en nosotros.
Comunión: Al comulgar tu Cuerpo y tu Sangre, te pedimos Señor, nos conviertas en
fieles vasallos que se entreguen de cuerpo y alma a la extensión de tu reino de paz y
misericordia.
Salida: Que María, la Madre santa de nuestro Rey y trono de la gracia nos ayude a
establecer en nuestro corazón el reinado de su Hijo, pues la vida consiste en habitar
junto con Jesucristo.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
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Inicio Exégesis · Joseph María Lagrange, O.P.
JESÚS, ACUSADO POR LOS JUDÍOS DELANTE DE PILATO
(Lc. 23, 2; Jn 18, 29-32)
Advertido Pilato de aquella demostración, y de seguro avisado por la policía, salió a
algún balcón de la calle o tal vez a una gradería o descanso de escalera.
Después de algunas palabras de saludo, el procurador fue al grano: « ¿Qué alegáis
contra este hombre?» Los del Sanedrín creyeron oportuno preparar el terreno para su
sensacional denuncia. ¡Se trataba de un asunto muy grave! Conocedor de sus
marrullerías, Pilato, sin duda informado de que era asunto de carácter religioso, quiso
desentenderse del problema: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley».
Aquellas palabras de Pilato, ¿eran en verdad una autorización para sentenciarle a
muerte? Tal sentencia no había sido pronunciada. Los judíos aclaran sus intentos. «A
nosotros no nos está permitido matar a nadie». Después, para probar a Pilato que el
asunto era verdaderamente serio y de sola su incumbencia: «Hemos hallado a este
hombre que pervierte la nación y prohíbe dar tributo al César, diciendo que Él es el
Mesías, el rey» (según Lc 23, 2). Supieron muy bien dar a este asunto carácter
político con notas bien perfiladas para excitar la irascibilidad de Pilato.
INTERROGATORIO DE PILATO
(Lc 23, 2; Mc 15, 2-5; Mt 27, 11-14; Jn 18, 33-38)
Volvió al pretorio, llamó a Jesús y se puso a preguntarle: « ¿Eres tú rey de los judíos?
» En los labios de un romano, semejante pregunta era acusar a Jesús de ser
revolucionario. Jesús no podía responder afirmativamente en el sentido que se le
preguntaba. Dice un proverbio árabe «que la pregunta es madre de la respuesta».
Para saber lo que se le reprochaba, pide Jesús a Pilato si habla en nombre propio o
sólo es eco de lo que los judíos han dicho. Aunque en nada se extralimitaba de su
derecho de defensa, se concibe que haya desagradado a Pilato al verse obligado a
confesar que tomaba a su cargo acusar de lo que no comprendía. Pilato replica con
desdén: « ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los Sumos Sacerdotes te han puesto en
mis manos; ¿qué hiciste?» El procedimiento es claramente el de un juez que instruye
un proceso en que los cargos son abrumadores. Para arrancar una confesión franca
supone imperturbable que alguna culpabilidad existe.
Jesús se atiene a la acusación formulada contra Él, Él jamás se las había dado de rey
político; si por tal se tuviera, contaría con sus partidarios y habrían sacado sus
espadas para defenderle. Pilato ve que nada tiene de rey. Su reino no es de este
mundo. Atónito y embarazado con esta distinción, Pilato, poco hecho a nociones
espirituales, se repliega a sus posiciones: «Luego tú eres rey». Jesús está en el
sentido ya indicado: «Tú lo dices: soy rey», y precisando su pensamiento dice que
vino al mundo para dar testimonio de la verdad. Él reina en primer término sobre las
almas y es seguido por aquellos que aman la verdad. Pilato, de inteligencia poco
despierta, no creyéndose obligado, como otros muchos personajes más grandes que
él, a dar su nombre a una secta filosófica, miraba con desprecio, como todos los
hombres prácticos y por otra parte excelentes funcionarios, las altas especulaciones:
«¿Y qué es la verdad?» Hace la pregunta y poco le importa la respuesta; pero su
buen sentido le hizo ver claramente que de parte de Jesús no había ningún peligro
para los intereses de Roma. Si perturbó el orden público, sería por algún debate
religioso, que tanto excitaban las pasiones de los judíos. En efecto, los clamores de
fuera se levantaban más y llegaban hasta el palacio. Jesús, hecha su declaración, se
calló. Hubiera querido Pilato, aunque sólo fuera por curiosidad, saber su respuesta.
Presentía que los judíos le andaban armando algún enredo que les sirviera de
pretexto para acusarlo delante de Roma. ¿Tenían todos el mismo pensamiento?
¿Qué pensaba de esto Herodes Antipas y los demás príncipes judíos, que lo habían
acusado a Roma por motivo de los escudos.
(Lagrange, Joseph. Vida de Jesucristo. Edibesa, Madrid. 2002. Pag.489-491)
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Según Jn 18,33. Que nada ha dicho para hacer verosímil esta cuestión, sino que se
apoya en las acusaciones proferidas en San Lucas.
La confesión que se halla en los tres sinópticos es ésta: « ¿Eres tú el Rey de los
judíos? Tú lo has dicho»
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InicioComentario Teológico· S.S. Pio XI
Pio XI, Encíclica: "Quas Primas"
I. LA REALEZA DE CRISTO
6. Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido
metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra
entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los
hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la
Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la
verdad. Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque
en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad
divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre
voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que
Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente
caridad(1) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de
manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado
como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente que
también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y
la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se dice de El que recibió del Padre
la potestad, el honor y el reino(2); porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es
idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la
divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y
absolutísimo sobre todas las criaturas.
a) En el Antiguo Testamento
7. Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.
Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob(3); el que por el
Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en
herencia y en posesión los confines de la tierra(4). El salmo nupcial, donde bajo la
imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al
que había de ser verdadero Rey de Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh
Dios!, permanece por los siglos de los siglos; el cetro de su reino es cetro de
rectitud(5). Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para
dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y
estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la
justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el
otro extrema del orbe de la tierra(6).
8. A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y
principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado
un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el
Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de
Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de
David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y
la justicia desde ahora y para siempre(7). Lo mismo que Isaías vaticinan los demás
profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago
justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra(8).
Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás
destruido..., permanecerá eternamente(9); y poco después añade: Yo estaba
observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo
un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el Anciano de
muchos días y le presentaron ante El. Y diole éste la potestad, el honor y el reino: Y
todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna,
que no le será quitada, y su reino es indestructible(10). Aquellas palabras de Zacarías
donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de
entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las
turbas(11), ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?
b) En el Nuevo Testamento
9. Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de
los libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo
contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.
En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la
Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y
que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin(12),
es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso
al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos
y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le
preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a
los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda
ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey(13) y públicamente confirmó que es
Rey(14), y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra(15). Con las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su
poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San
Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra(16), y que El mismo, conforme a la
visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor
de los que dominan(17). Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal
de todas las cosas(18), menester es que reine Cristo hasta que, al fin de los siglos,
ponga bajo los pies del trono de Dios a todos sus enemigos(19).
c) En la Liturgia
10. De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la
Iglesia, reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a
todas las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración,
durante el ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y
Rey de los reyes.
Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos
títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo
concepto, así también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto
a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a
Cristo Rey descúbrese fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito
oriental, de modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la
oración constituye la ley de la creencia.
d) Fundada en la unión hipostática
11. Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este
poder de Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee
Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie,
sino en virtud de su misma esencia y naturaleza(20). Es decir, que la soberanía o
principado de Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde
se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por
los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le
deben obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la
unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.
e) Y en la redención
12. Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el
pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza,
sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que
todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro
Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino
con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha(21). No
somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande(22);
hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo(23).
II. CARÁCTER DE LA REALEZA DE CRISTO
a) Triple potestad
13. Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de
Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual
apenas se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las
Sagradas Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más
que suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de fe católica, que
Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como
legislador a quien deben obedecer(24). Los santos Evangelios no sólo narran que
Cristo legisló, sino que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con
diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos
demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad(25). El mismo Jesús, al
responder a los judíos, que le acusaban de haber violado el sábado con la
maravillosa curación del paralítico, afirma que el Padre le había dado la potestad
judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al
Hijo(26). En lo cual se comprende también su derecho de premiar y castigar a los
hombres, aun durante su vida mortal, porque esto no puede separarse de una forma
de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la potestad llamada ejecutiva, puesto
que es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes
inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.
b) Campo de la realeza de Cristo
a) En Lo espiritual
14. Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran
evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este
reino es principalrnente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efeeto, en
varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron
erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino
de Israel, Cristo les quitó y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimisrno,
cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le
rodeaba, El rehusó tal títuto de honor huyendo y escondiéndose en la soledad.
Finalmente, en presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era de
este mundo. Este reino se nos muestra en los evangelios con tales caracteres, que
los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden
entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y
produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás
y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus
almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan
hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz.
Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofreciéndose
a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del mundo,
ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad
real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?
b) En lo temporal
15. Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre
todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confiríó un derecho
absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su
arbitrio. Sin embargo de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de
ejercitar este poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las
cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de
ellas las utilicen.
Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los
celestiales(27). Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro
Redentor, como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria,
León XIII, las cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no
sólo sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo
pertenecen de derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma
los separe de la caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe
cristiana, de suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género
humano(28).
c) En los individuos y en la sociedad
16. El es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de El no hay que
buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre
debajo del cielo por el cual debamos salvarnos(29).
El es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a
las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la
felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde
de ciudadanos(30). No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí
mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio
de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna
de su patria. Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran
menoscabo que padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y
necesario en los presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo —
lamentábamos— de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la
autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos
fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa
principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer.
De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la
humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido»(31).
17. En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad
de Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como
justa libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro
Señor, así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y
gobernantes del Estado, así también ennoblece los deberes y la obediencia de los
súbditos. Por eso el apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos
que reverenciasen a Cristo en la persona de sus maridos y señores, mas también les
advirtió que no obedeciesen a éstos como a simples hombres, sino sólo como a
representantes de Cristo, porque es indigno de hombres redimidos por Cristo servir a
otros hombres: Rescatados habéis sido a gran costa; no queráis haceros siervos de
los hombres(32).
18. Y si los príncípes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que
ellos mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey
divino, a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad
y cuán gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el
bien común y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda,
el florecimiento estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de
sedición; pues aunque el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades
públicas a hombres de naturaleza igual a la suya y aun indignos y vituperables por
cualquier cosa, no por eso rehusará obedecerles cuando en ellos contemple la
imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y hombre verdadero.
19. En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto
es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la
conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así
como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus
amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los
abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey
pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no
vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí
mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el
mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.
¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se
dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente —diremos con las mismas
palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los
obispos del orbe católico—, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho
recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las
espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo,
cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo
está en la gloria de Dios Padre(33).
(S.S. Pio XI, Carta Encíclica Quas Primas, sobre la fiesta de Cristo Rey, 11 de
diciembre de 1925, nº 6 - 19)
(Nota: Puede leerse con fruto la Encíclica Quas Primas completa, ya que es muy
corta)
_____________________________
1. Ef 3,19.
2. Dan 7,13-14.
3. Núm 24,19.
4. Sal 2.
5. Sal 44.
6. Sal 71.
7. Is 9,6-7.
8. Jer 23,5.
9. Dan 2,44.
10. Dan 7 13-14.
11. Zac 9,9.
12. Lc 1,32-33.
13. Mt 25,31-40.
14. Jn 18,37.
15. Mt 28,18.
16. Ap 1,5.
17. Ibíd., 19,16.
18. Heb 1,1.
19. 1 Cor 15,25.
20. In Luc. 10.
21. 1 Pt 1,18-19.
22. 1 Cor 6,20.
23. Ibíd., 6,15.
24. Conc. Trid., ses.6 c.21.
25. Jn 14,15; 15,10.
26. Jn 5,22.
27. Himno Crudelis Herodes, en el of. de Epif.
28. Enc. Annum sacrum, 25 mayo 1899.
29. Hech 4,12.
30. S. Agustín, Ep. ad Macedonium c.3
31. Enc. Ubi arcano.
32. 1 Cor 7,23.
Volver Comentario Teológico
InicioSantos Padres· San Agustín
“¿Eres tú el rey de los judíos?”
1. Vamos a tratar en este sermón de lo que dijo Pilato a Cristo y de lo que Cristo
respondió a Pilato. Después de decir a los judíos: Tomadle vosotros y juzgadle según
vuestra ley, y haber oído su respuesta: A nosotros no nos es lícito matar a nadie, "por
segunda vez entró Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el rey de los
judíos? Y le contestó Jesús: ¿Dices esto por ti mismo o es que otros te lo han dicho
de mí?" Muy bien conocía Jesús tanto su pregunta como la respuesta que le había de
dar Pilato, pero quiso que fuera expresada con palabras, no para que El la conociera,
sino para que quedase escrito lo que quiso que nosotros supiéramos. "Respondió
Pilato: ¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los príncipes te han entregado a mí; ¿qué es
lo que has hecho? Replicó Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de
este mundo, sin duda mis siervos lucharían para que no fuese yo entregado a los
judíos; mas ahora mi reino no es de acá". Esto es lo que el Maestro bueno quiso que
nosotros supiéramos; pero antes era necesario manifestarnos la vana opinión que
acerca de su reino tenían los hombres, tanto gentiles como judíos, de quienes lo
había oído Pilato; como si fuese reo de muerte por haber pretendido un reino que no
le pertenecía, o por la envidia que tienen los que reinan a los que van a reinar, y
había que prevenir que su reino no fuese contrario ni a los romanos ni a los judíos.
Bien pudo el Señor haber referido su respuesta: Mi reino no es de este mundo, a la
primera interrogación del presidente: ¿Eres tú el rey de los judíos? Pero, al preguntar
El, a su vez, si esto lo decía por sí mismo o por haberlo oído a otros, quiso demostrar
con la respuesta de Pilato que éste era el crimen que le imputaban los judíos ante él,
manifestándonos que El conocía la vanidad de los pensamientos de los hombres;
respondiendo con más claridad y oportunidad, después de la contestación de Pilato, a
los judíos y a los gentiles: Mi reino no es de este mundo. Porque, si hubiese
contestado inmediatamente a la pregunta de Pilato, podría parecer que no respondía
también a los judíos, sino solamente a los gentiles, que así opinaban acerca de Él.
Pero al responder Pilato: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los pontífices te han
entregado a mí, alejó toda sospecha de que pudiera creerse que por sí mismo había
dicho que Jesús fuese rey de los judíos, indicando con claridad que lo había oído a
los judíos. Y diciendo después: ¿Qué es lo que has hecho?, dejó al descubierto que
de ese crimen le acusaban; como si dijera: Si dices que no eres rey, ¿qué otro crimen
has cometido para que te entreguen a mí? Como si no fuera para admirar que se lo
entregasen al juez para castigarlo por llamarse rey; y si no se decía rey, debía
preguntársele qué otra cosa había hecho por la que mereciese ser entregado al juez.
2. Escuchad, pues, judíos y gentiles, los de la circuncisión y los del prepucio; oíd
todos los reinos de la tierra: No estorbo vuestro terreno dominio en este mundo, mi
reino no es de este mundo. No os entreguéis a vanos temores, como fueron los de
Herodes el Grande ante la noticia del nacimiento de Cristo, dando muerte a tantos
infantes para exterminarlo, acuciada su crueldad más por el temor que por la ira. Mi
reino, dice, no es de este mundo. ¿Queréis más? Venid al reino que no es de este
mundo: venid llenos de fe y no le persigáis llenos de temor. Así habla de Dios Padre
en la profecía: Yo he sido constituido por El rey sobre Sión, su monte santo. Pero esa
Sión y ese monte santo no son de este mundo. ¿Cuál es su reino sino los que en El
creen, de los que dice: Vosotros no sois del mundo, como yo no soy del mundo?
Aunque quisiera que ellos estén en el mundo, por lo cual dijo al Padre: No te pido que
los saques del mundo, sino que los preserves del mal. Por eso aquí no dice: Mi reino
no está en este mundo, sino no es de este mundo. Y probándolo con estas palabras:
Si mi reino fuese de este mundo, mis siervos lucharían para no ser entregado a los
judíos, no dice: Mi reino no está aquí, sino no es de acá. Aquí está su reino hasta el
fin del tiempo, entremezclado con la cizaña hasta la época de la siega, que es el fin
del mundo, cuando vendrán los segadores, esto es, los ángeles, y de su reino
recogerán todos los escándalos, cosa que no pudiera ser si su reino no estuviese
aquí. Sin embargo, no es de aquí, porque es peregrino en el mundo, según Él dice a
su reino: No sois del mundo, mas yo os he elegido del mundo. Del mundo eran
cuando no eran su reino, y pertenecían al príncipe del mundo. Del mundo era cuanto,
creado por el Dios verdadero, fue engendrado por la viciada y condenada estirpe de
Adán, y se convirtió en reino no de este mundo cuanto fue regenerado por Cristo. Por
El Dios nos sacó del poder de las tinieblas y nos trasplantó en el reino del Hijo de su
amor; de este reino dice: Mi reino no es de este mundo, o mi reino no es de aquí.
3. Le dijo, pues, Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú lo has dicho que yo
soy rey. No es que temiera declararse rey, sino que puso el contrapeso de esta
palabra: Tú lo dices, de modo que no niega ser rey (porque es rey del reino que no es
de este mundo), ni confiesa que sea tal rey cuyo reino se crea ser de este mundo,
como era la opinión de quien le preguntara: ¿Luego tú eres rey?, y al cual respondió:
Tú dices que yo soy rey. Dijo: Tú dices; como si hubiese dicho: Siendo tú carnal,
hablas según la carne.
SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIV), Tratado 115, 1-3,
BAC Madrid 19652, 565-68
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Aplicación· P. Alfredo Sáenz, S.J.· San Juan Pablo II· S.S. Benedicto XVI· P. Gustavo Pascual, I.V.E.. P. Jorge Loring, S.J.
P. Alfredo Sáenz, SJ..
CRISTO REY
Los textos que acabamos de escuchar nos ayudan a comprender el sentido plenario
del misterio de la Realeza de Cristo.
1. Rey ante toda por su divinidad, ya que el Hijo, eterno y trascendente, es la Imagen
perfecta del Dios invisible, su Palabra eterna, al tiempo que la base de sustentación,
el vínculo de unidad y el principio arquitectónico de la entera creación. Todo fue hecho
para El, por El y en El, y nada de lo que se hizo se hizo sin El, nos dice San Juan.
2. Pero es también Rey por su Encarnación. Así lo proclamó el ángel del Señor
cuando anunció el prodigio: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará
en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".
Precisamente de eso lo acusarían ante Pilatos en el momento culminante de su
misión: "Pretende ser Cristo Rey". El Señor no lo disimuló: "En verdad yo soy Rey,
para esto he nacido, para esto vine al mundo". Reyecía de Cristo escondida al
principio en el seno de su Madre, porque ya desde entonces "plugo al Padre que
habitase en él toda la plenitud de la divinidad". Reyecía de Cristo que se expresa
paradojalmente en los instrumentos de su Pasión; en aquella caña de ignominia que
le entregaron por burla, pero que fue en realidad su cetro real; en la corona de irrisión
que sustentaba aquel irónico letrero: "Jesús Nazareno, rey de los judíos", pero que al
estar escrito en los tres idiomas de la universalidad, latín, griego y arameo, significaba
la victoria de la catolicidad. Realeza de Cristo que se manifiesta en la exaltación de la
Cruz, elevado a la cual atraería hacia sí todas las cosas, Cruz de la entronización real
a la que accede Aquel que al extenderse sobre ella quiso verticalmente reconciliar el
cielo con la tierra, y horizontalmente extender sus brazos para abarcar la historia, con
sus espacios y sus tiempos. Reyecía que resplandece señorialmente el día de su
Resurrección, cuando resurgió cual "primogénito de entre los muertos" y como cabeza
del cuerpo "para que en todo tenga él la primacía”. Reyecía que se explicitará de
manera palmaria en su segunda venida, en su Parusía gloriosa, cuando retorne para
juzgar a vivos y muertos. Cúmplese así aquello que oímos en la segunda lectura de
hoy, en aquel texto del Apocalipsis donde el Señor dice de sí mismo: "Yo soy el Alfa y
la Omega, el que es, el que era y el que vendrá, el Todopoderoso".
Tal es, en síntesis, el misterio de la Realeza de Cristo: Rey natural, porque Dios; Rey
por herencia, porque Hijo de Dios; Rey por dominio, porque creador; Rey por derecho
de conquista, porque vencedor del demonio. Nada, pues, de extraño que al nombre
de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua
confiese que el Ungido del Padre ha sido entronizado en la sede real de la gloria.
Pero, ¿Rey de quién? ¿Rey para qué?
3. El quiere, sin duda, ganar el universo, pero prefiere hacerlo conquistando primero
los individuos. Anhela ser Rey de nuestros corazones. Vino al mundo para dominar la
rebeldía de los pueblos, mas ésta había surgido precisamente en el corazón del
hombre que le negó su obediencia y su afecto. El insensato combate contra Dios se
entabla, pues, en dicho terreno, y Cristo ha querido vencer justamente en ese campo.
"Mi reino está dentro de vosotros", dijo. Es cierto que ya le pertenecemos de hecho,
porque por naturaleza somos de El, pero debemos entregarle también nuestro amor
como nuevo título personal de dominio. Aprovechemos el día de hoy para ofrecerle
aquellas zonas de nuestro interior que todavía no han aceptado del todo su imperio
salvador, dejemos que su luz indeficiente ilumine aquellas franjas de nuestra vida que
en cierta manera yazcan todavía en las tinieblas de la idolatría.
Cristo quiere, pues, poner su trono en nuestros corazones. Pero ello no es todo.
También ha dicho: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra". Es el eco de
lo que profetizara Daniel, según lo escuchamos en la primera lectura de hoy: "Y le fue
dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y
lenguas". Efectivamente, Cristo quiere ser también el Rey de las sociedades. Los
hombres no se independizan de El por el hecho de haberse organizado en sociedad.
Hay quienes querrían ofrecer a Cristo el incienso de Dios, pero no el oro de su
Realeza en el orden temporal. Y sin embargo el Apocalipsis nos describe al Cordero
soberano, revestido con un largo manto en cuya orla está escrito: "Rey de los reyes y
Señor de los señores".
Es el anhelo que se manifiesta en el antiguo himno de Vísperas del Oficio Divino de
hoy: "Que con honores públicos te ensalcen los que tienen poder sobre la tierra; que
el maestro y el juez te rindan culto, y que el arte y la ley no te desmientan". He aquí
todo un programa de acción apostólica. Porque en el mundo de hoy no son pocos los
que se empeñan en querer destronar a Cristo, haciendo suya aquella terrible
imprecación: "No queremos que éste reine sobre nosotros". Sin embargo, la Palabra
de Dios permanece: "Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la
construyen". Y nosotros, súbditos indignos de su Reino, hemos sido llamados para
colaborar con Dios en la edificación de la casa, hemos sido convocados para
"instaurar todas las cosas en Cristo", según la feliz expresión de San Pablo, escogida
como lema pontificio por San Pío X.
A lo largo de estos últimos siglos se ha desencadenado un complejo proceso de
descristianización. Negación de la Iglesia verdadera, ante todo, con la Reforma
protestante. Negación de Cristo, luego, en el deísmo y racionalismo del siglo pasado.
Negación lisa y llana de Dios, en el ateísmo contemporáneo, sea bajo forma militante,
en el marxismo, sea bajo forma de marginación, en el liberalismo. Negación, como
puede verse, progresiva: Iglesia, Cristo, Dios, que concluye en la gran apostasía
contemporánea, con su intento de crear un paraíso en la tierra donde el verdadero rey
sea el hombre autónomo, con la desgraciada colaboración de no pocos católicos
ingenuos o cómplices.
Frente a este proceso y a esta situación, el Papa Pío XI instituyó la fiesta de hoy y al
instituirla afirmó: "Cuanto más se pasa en vergonzoso silencio el nombre de Cristo,
así en las reuniones internacionales como en los Parlamentos, tanto es más
necesario aclamarlo públicamente, anunciando por todas partes los derechos de su
real dignidad". Tal es nuestra tarea, amados hermanos, impregnar todo el orden
temporal —la política, la economía, la cultura, el arte— con el espíritu del Evangelio.
"Una y mil veces dichosas —dijo Pío XII— las naciones donde las leyes se inspiran
en el Evangelio y en las que se reconoce públicamente la majestad de Cristo Rey".
5. No perdamos la confianza al menos en la victoria final. Frente al triste espectáculo
de tantas personas y de tantas sociedades que se resisten pertinazmente a la acción
redentora del Señor, y que parecen ir dominando el mundo, frente a la crisis que hoy
sacude a la Iglesia y provoca en no pocos de sus hijos aquello que un sagaz teólogo
contemporáneo dio en llamar "apostasía inmanente" ("apostasía", porque con el
corazón ya se han separado de la Iglesia; "inmanente", porque aparentemente siguen
permaneciendo en ella), frente a todo esto, decíamos, a pesar de todo esto, nunca
dejemos de esperar y de anhelar aquel Día en que el Reino de Cristo encontrará su
realización plenaria y acabada. El día en que Cristo, sentado, no ya sobre la Cruz de
Ignominia, sino sobre su Trono Judicial, convocará a la humanidad toda ante su
presencia. El día profetizado por Isaías, el verdadero "día del Señor", el día de la
asamblea de los expatriados, de la reunión de los dispersos, el día del retorno al
Paraíso, al Paraíso Reconquistado.
Durante este tiempo —el tiempo de la historia— Cristo sigue llevando adelante su
trabajo de someter a Sí todo lo que consiente ponerse bajo su cetro. Hasta que llegue
aquel Día del fin de la historia, el último Domingo, y todo le quede sometido; entonces
El mismo, como hombre, se someterá al Padre, y Dios será todo en todas las cosas.
Mientras quedamos a la espera de un acontecimiento tan glorioso, se nos concede
hoy, amados hermanos, tomar parte en el Santo Sacrificio de la Misa. Decíamos antes
que la Cruz había sido el trono real del Señor. Pues bien, ahora se renovará sobre el
altar aquel sacrificio. El altar será el nuevo trono del sacrificio de Cristo. Unamos
nuestra oblación a la suya, para poder acercamos luego a la mesa del Señor, y
adelantar así, en cierto modo, el Día final de Salvación. Que Cristo penetre hoy en
nuestros corazones como entró un día en el seno purísimo de su Madre, y encuentre
que con los pañales de nuestra humildad hemos sabido prepararle un pequeño trono
desde donde pueda reinar sin trabas sobre cada uno de nosotros.
En ese momento podremos decirle: "Señor, hoy quiero ofrecerte toda mi vida.
Impregna mi interior con tu sangre redentora para conquistarlo y ponerlo bajo tu cetro
real. No permitas que zona alguna de mi alma se mantenga orgullosa en su vacua
autonomía. Reúne, Señor, todo lo que en mí se haya dispersado para que, unificado
en mi interior, reinando sobre mis pasiones, me convierta en un súbdito leal de tu
Reino, sin connivencia alguna con el enemigo. Reina, Señor, sobre las sociedades,
principalmente sobre nuestra dilacerada Patria, y no permitas que nos sintamos
suficientes sin Ti. Haz que todos los hombres y todas las naciones puedan dar por Ti,
contigo y en Ti al Padre omnipotente, en unión con el Espíritu Santo, todo honor y
toda gloria. Amén".
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 299-
304)
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Juan Pablo II
Este domingo, que concluye el año litúrgico, la Iglesia celebra la solemnidad de
nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo. Hemos escuchado en el evangelio la
pregunta que Poncio Pilato hace a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos? » (Jn 18,
33). Jesús responde, preguntando a su vez: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han
dicho otros de mí?» (Jn 18, 34). Y Pilato replica: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y
los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿qué has hecho? » (Jn 18, 35).
En este momento del diálogo, Cristo afirma: «Mi reino no es de este mundo. Si mi
reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos
de los judíos. Pero mi reino no es de aquí» (Jn 18, 36).
Ahora todo es claro y transparente. Frente a la acusación de los sacerdotes, Jesús
revela que se trata de otro tipo de realeza, una realeza divina y espiritual. Pilato le
pide una confirmación: «Conque, ¿tú eres rey?» (Jn 18, 37). Aquí Jesús, excluyendo
cualquier interpretación errónea de su dignidad real, indica la verdadera: «Soy rey. Yo
para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18, 37).
Él no es rey como lo entendían los representantes del Sanedrín, pues no aspira a
ningún poder político en Israel. Por el contrario, su reino va más allá de los confines
de Palestina. Todos los que son de la verdad escuchan su voz (cf. Jn 18, 37), y lo
reconocen como rey. Este es el ámbito universal del reino de Cristo y su dimensión
espiritual.
«Para ser testigo de la verdad» (Jn 18, 37). En la lectura tomada del libro del
Apocalipsis se dice que Jesucristo es «testigo fiel» (Ap 1, 5). Es testigo fiel, porque
revela el misterio de Dios y anuncia el reino ya presente. Es el primer servidor de este
reino. «Obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 8), testimoniará el
poder del Padre sobre la creación y sobre el mundo. Y el lugar del ejercicio de su
realeza es la cruz que abrazó en el Gólgota. Pero su muerte ignominiosa representa
una confirmación del anuncio evangélico del reino de Dios. En efecto, a los ojos de
sus enemigos esa muerte debía ser la prueba de que todo lo que había dicho y hecho
era falso.
«Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él» (Mt 27, 42). No
bajó de la cruz, pero, como el buen pastor, dio la vida por sus ovejas (cf. Jn 10, 11).
Sin embargo, la confirmación de su poder real se produjo poco después, cuando, al
tercer día, resucitó de entre los muertos, revelándose como «el primogénito de entre
los muertos» (Ap 1, 5).
Él, siervo obediente, es rey, porque tiene «las llaves de la muerte y del infierno » (Ap
1, 18). Y, en cuanto vencedor de la muerte, del infierno y de satanás, es «el príncipe
de los reyes de la tierra» (Ap 1, 5). En efecto, todas las cosas terrenas están
inevitablemente sujetas a la muerte. En cambio, aquel que tiene las llaves de la
muerte abre a toda la humanidad las perspectivas de la vida inmortal. Él es el alfa y la
omega, el principio y el culmen de toda la creación (cf. Ap 1, 8), de modo que cada
generación puede repetir: bendito su reino que llega (cf. Mc 11, 10).
Amadísimos hermanos y hermanas, la liturgia de hoy nos recuerda que la verdad
sobre Cristo Rey constituye el cumplimiento de las profecías de la antigua alianza. El
profeta Daniel anuncia la venida del Hijo del hombre, a quien dieron «poder real,
gloria y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es
eterno y no pasa, su reino no tendrá fin» (Dn 7, 14). Sabemos bien que todo esto
encontró su perfecto cumplimiento en Cristo, en su Pascua de muerte y de
resurrección.
La solemnidad de Cristo, Rey del universo, nos invita a repetir con fe la invocación del
Padre nuestro, que Jesús mismo nos enseñó: «Venga tu reino».
¡Venga tu reino, Señor! «Reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia,
reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio). Amén.
(Visita a la Parroquia romana de la Santísima Trinidad,
Solemnidad de Cristo, Rey del universo. Domingo 23 de noviembre de 1997)
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Benedicto XVI Queridos hermanos y hermanas:
En este último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey
del universo, una fiesta de institución relativamente reciente, pero que tiene profundas
raíces bíblicas y teológicas. El título de "rey", referido a Jesús, es muy importante en
los Evangelios y permite dar una lectura completa de su figura y de su misión de
salvación. Se puede observar una progresión al respecto: se parte de la expresión
"rey de Israel" y se llega a la de rey universal, Señor del cosmos y de la historia; por
lo tanto, mucho más allá de las expectativas del pueblo judío. En el centro de este
itinerario de revelación de la realeza de Jesucristo está, una vez más, el misterio de
su muerte y resurrección. Cuando crucificaron a Jesús, los sacerdotes, los escribas y
los ancianos se burlaban de él diciendo: "Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz
y creeremos en él" (Mt 27, 42). En realidad, precisamente porque era el Hijo de Dios,
Jesús se entregó libremente a su pasión, y la cruz es el signo paradójico de su
realeza, que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la
desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de
expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo al
aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: "Me ha sido dado todo poder
en el cielo y en la tierra." (Mt28, 18).
Pero, ¿en qué consiste el "poder" de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y
de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del
mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien
del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento,
encender la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se
impone y siempre respeta nuestra libertad. Cristo vino "para dar testimonio de la
verdad" (Jn 18, 37) —como declaró ante Pilato—: quien acoge su testimonio se pone
bajo su "bandera", según la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola. Por lo
tanto, es necesario —esto sí— que cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A
Dios o al maligno? ¿La verdad o la mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito
según los criterios del mundo, pero asegura la paz y la alegría que sólo él puede dar.
Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia de muchos hombres y mujeres
que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de la justicia, han sabido
oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas máscaras, hasta
sellar su fidelidad con el martirio.
Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le
predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1, 32-
33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se preguntó qué
nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y
sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en la cruz y de su
resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús,
nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de él con toda nuestra existencia.
(Ángelus, Plaza San Pedro, Domingo 22 de noviembre de 2009)lus, lunes 2 de noviembre de 2009
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P. Gustavo Pascual, I.V.E.
Cristo Rey
“Entonces Pilato le dijo: “¿Luego tú eres rey?” Respondió Jesús: “Sí, como
dices, soy rey”.
He aquí solemnemente afirmada por Cristo su reyesía, al fin de su carrera, delante de
un tribunal, a riesgo y costa de su vida; y a esto le llama El dar testimonio de la
Verdad, y afirma que su Vida no tiene otro objeto que éste. Y le costó la vida, salieron
con la suya los que dijeron: No queremos a éste por Rey, no tenemos más Rey que el
César; pero en lo alto de la Cruz donde murió este Rey rechazado, había un letrero
en tres lenguas, hebrea, griega y latina, que decía: Jesús Nazareno Rey de los
Judíos; y hoy día, en todas las iglesias del mundo y en todas las lenguas conocidas, a
2.000 años de distancia de aquella afirmación formidable: Yo soy Rey, miles y miles
de seres humanos proclaman junto con nosotros su fe en el Reino de Cristo y la
obediencia de sus corazones a su Corazón Divino.
Jesús da solemne testimonio ante Pilato que Él es rey. ¿Es rey de los judíos? Sí, es
el rey Mesías. El rey esperado de la casa de David que poseerá el reino eternamente.
La gente sencilla lo proclamó rey el domingo antes de su Pasión, el domingo
de Ramos, como lo recordamos cada año, porque habían visto sus signos.
Los judíos lo quisieron proclamar una vez rey del pan pero Jesús rehuyó esta
corona. A los jefes judíos los desilusionó porque no derribó a los romanos y a
Herodes, y no lo reconocieron porque no era el Mesías que tenían en su mente.
Rechazaron a Jesús y prefirieron al César.
Jesús se proclama rey pero su reinado trasciende el reinado humano aunque
lo incluye. El reinado de Jesús es de otra índole. Es rey universal porque ha creado
todo y se ha encarnado para dar testimonio de la verdad de su divinidad, de la verdad
de Dios, de la verdad de su Reino.
Sólo los que aceptan su verdad son de la verdad y escuchan su voz. Jesús es
la Verdad y toda su vida es un testimonio de la verdad. Jesús es también la verdad
del hombre porque es verdadero hombre en todo el sentido de la palabra hombre.
Hombre perfecto.
Los judíos no reconocieron a Jesús como rey y quisieron sacar de la cruz esta
proclamación, pero Pilatos, aunque escéptico, confirmó la verdad de su reyesía: “lo
escrito, escrito está”.
El Reino de Jesús no es de violencia, pues, podría haber destruido a todos,
judíos, romanos, herodianos. Jesús es “príncipe de paz” y viene a hacer la paz entre
todos los pueblos. Entre judíos y gentiles ha hecho la paz por su muerte en la cruz.
Extraña manera de vencer. Jesús rey vence a los enemigos, muriendo. Como un
cordero vence a los enemigos. Su reinado es un reinado de servicio y no de
despotismo, es un reinado de misericordia y no de venganza, es un reinado de amor,
no de odio.
Jesús viene a traer la paz en los corazones y allí quiere reinar. Sobre cada
uno de los corazones de los hombres. Jesús reina en los corazones que aceptan su
verdad.
Jesús tiene que reinar en todo: en el hombre porque cada hombre es fruto de
su creación y redención y sobre cada una de las manifestaciones del hombre que es
la cultura, sobre los gobiernos que son de hombres. Sobre todo. Es Rey universal.
Todo lo ha creado y todo lo ha redimido. Lo ha creado al principio y lo ha redimido en
la plenitud de los tiempos. Ha conquistado todo por el amor, porque ambas obras,
creación y redención, son causadas por el amor de Jesús.
Los judíos rechazaron a Cristo Rey y se quedaron en el reino de la mentira, en
el reino del diablo. Pilatos rechazó el reinado de Cristo porque fue escéptico a la
verdad “Y, ¿qué es la verdad?” La verdad era el hombre que estaba frente a él. No
era judío pero sabía que los judíos lo habían entregado por envidia. No era judío pero
sabía que no había hecho nada malo. Resistió a la verdad y entregó a la Verdad en
manos de la mentira porque también su vida estaba al margen de la verdad.
Jesús es rey. Así lo confiesa delante de Pilatos y en el Evangelio así ha
quedado escrito para todos nosotros: “Respondió Jesús: Sí, como dices, soy Rey”.
____________________________________________
Castellani, ¿Cristo vuelve o no vuelve?, Paucis Pango Buenos Aires 1951, 167 ss.
Cf. Lc 19, 35-38
Cf. Jn 6, 15
Cf. Jn 19, 12-16
Jn 14, 6
Is 9, 5
Cf. Ef 2, 14
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P. Jorge Loring, S.J.
Trigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario.
Festividad de Cristo Rey Año B
1.- Cristo afirmó ante Pilatos que es REY.
2.- Por eso Pilatos mandó poner sobre la cruz el letrero de INRI.
3.- INRI significa: JESÚS NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS.
4.- En latín I = J.
5.- El letrero sobre la cruz indicaba la causa de la condena.
6.-El Prefacio de esta misa expone bellamente la realeza de Cristo.
7.- Es reino de VERDAD, JUSTICIA, PAZ, AMOR, SANTIDAD Y GRACIA.
8.- Cristo es también CAMINO, VERDAD Y VIDA.
9.- Camino porque por Él vamos al Padre.
10.- Verdad porque su doctrina nos enseña el camino.
11.- Vida porque su gracia nos ayuda a recorrer el camino.
12.- Esta ayuda se nos da en la Eucaristía que es el alimento del alma.
13.- Quien no alimenta su cuerpo está débil y propenso a enfermedades.
14.- Quien no alimenta su alma es difícil que pueda recorrer el camino de la gloria
eterna.
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Ejemplos Predicables
La trompeta del juicio
La trompeta del juicio ha sonado muy fuerte en los oídos de los hombres
abandonados que han vuelto a Dios por temor a su justicia soberana.
Así se convirtió Bogoris, rey de los búlgaros, por los años 865. Llamó a su corte al
monje San Metodio, hábil pintor, y le ordenó que pintara en su palacio algún suceso
milagroso, cuya vista sirviera para adornar la regia mansión y para llenar de espanto a
los que lo miaran. Se resolvió el Santo a sacar provecho de las disposiciones del
príncipe.
Nada conocía de más terrible que la escena del juicio final, según lo describe el
Evangelio. Su pincel, guiado por al religión, pintó el apocalíptico espectáculo en un
cuadro lleno de vida y de movimiento, cuya vista bastó para llenar de terror el corazón
de aquel bárbaro rey.
Se veía en la parte superior a Jesucristo, rodeado de un inmenso cortejo de espíritus
celestiales, sentado sobre un trono resplandeciente de gloria, con el aspecto
formidable de un Juez irritado. A su diestra en innumerable tropel los elegidos
humanos llenos de resplandor y de gloria. A su izquierda los réprobos, deformes,
desesperados, horrorosos, y confundidos bajo el peso de la venganza celeste. Abajo
un abismo profundo, cargado de llamas de fuego, en el cual innumerables demonios
se maltrataban sin piedad. Todas las partes del cuadro tenían tal fuerza, energía y
viveza de expresión que hacía aún más terrible lo que era ya espantoso por sí mismo.
Bogoris, impresionado por esta espantosa escena, que no comprendía, quiso conocer
el significado de ella y Metodio le respondió:
- Es el Juicio Universal en que todos los hombres, buenos y malos, recibirán el
premio de sus obras.
- ¿Es por ventura una ficción inventada por tu ingenio?
- No, Majestad, es un hecho cierto y real que se verificará al fin del mundo.
- ¿Quién es aquel Juez que está sentado en majestuoso trono?
- Es Jesucristo, el verdadero Hijo de Dios que se hizo hombre por salvarnos.
- ¿Y aquella innumerable multitud colocada delante de Él?
- Es todo el género humano.
- Y ¿Quiénes son aquellos que están colocados a su derecha llenos de gloria y
felicidad?
- Son los justos, los que guardaron la Ley de Dios.
- ¿Y aquel abismo horrible lleno de llamas?
- Es le infierno, el lugar de los eternos suplicios.
- ¿Y dices que todos los hombres han de acudir a este Juicio? ¿Luego también
tú y yo hemos de acudir a este Tribunal?
- Sí, con certeza, inevitablemente.
- ¿Y dónde estaré colocado yo? ¿estaré a la derecha o estaré a la izquierda?
- Majestad, vuestra suerte depende de Vos. Si un día queréis estar a la derecha,
no tenéis más que cumplir la Ley del que ha de juzgaros.
Profundamente impresionado el rey se hizo cristiano; recibió el bautismo de manos
del mismo Metodio y así se convirtió todo el pueblo de los búlgaros.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 429)s, Sal Terrae Santander 1959, pág. 459-60)
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Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
CEC 440, 446-451, 668-672, 783, 786, 908, 2105, 2628: Cristo, Señor y Rey
CEC 678-679, 1001, 1038-1041: Cristo, el juez
CEC 2816-2821: “Venga tu Reino”
440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías
anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el
auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del
Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13) a la vez que en su
misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53,
10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más
que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de
su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo
de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido
Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36).
IV SEÑOR
446 En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable
con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por "Kyrios"
["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para
designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este
sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la
novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1 Co 2,8).
447 El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los
fariseos sobre el sentido del Salmo 109 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36;
Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus apóstoles (cf. Jn 13, 13).
A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las
enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su
soberanía divina.
448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús
llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se
acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.).
Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de
Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en
adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de
amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn
21, 7).
449 Atribuyendo a Jesús el título divino de Señor, las primeras confesiones de fe de
la Iglesia afirman desde el principio (cf. Hch 2, 34-36) que el poder, el honor y la gloria
debidos a Dios Padre convienen también a Jesús (cf. Rm 9, 5; Tt 2, 13; Ap 5, 13)
porque el es de "condición divina" (Flp 2, 6) y el Padre manifestó esta soberanía de
Jesús resucitándolo de entre los muertos y exaltándolo a su gloria (cf. Rm 10, 9;1 Co
12, 3; Flp 2,11).
450 Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío de Jesús
sobre el mundo y sobre la historia (cf. Ap 11, 15) significa también reconocer que el
hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder
terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo: César no es el "Señor" (cf. Mc
12, 17; Hch 5, 29). " La Iglesia cree.. que la clave, el centro y el fin de toda historia
humana se encuentra en su Señor y Maestro" (GS 10, 2; cf. 45, 2).
451 La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la invitación
a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión "por Jesucristo nuestro
Señor" o incluso en la exclamación llena de confianza y de esperanza: "Maran atha"
("¡el Señor viene!") o "Maran atha" ("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor
Jesús!" (Ap 22, 20).
I VOLVERA EN GLORIA
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos"
(Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su
humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: Posee
todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo Principado,
Potestad, Virtud, Dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió todas las
cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y
de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran
su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef
1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en
la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud
del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de
Cristo presente ya en misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino en
la tierra" (LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación.
Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la historia ha
llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera
irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo. La
Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aunque
todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los
signos milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf.
Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía
acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del
Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2
Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua
de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no
haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina
lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de
este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48). Por
esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se
apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: "Ven, Señor Jesús"
(cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del
establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que,
según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo
de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo
del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía
por la "tristeza" (1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la
Iglesia(cf. 1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1
Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
Un pueblo sacerdotal, profético y real
783 Jesucristo es aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha
constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres
funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se
derivan de ellas (cf.RH 18-21).
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo". Cristo
ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección
(cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no
habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt
20, 28). Para el cristiano, "servir es reinar" (LG 36), particularmente "en los pobres y
en los que sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG
8). El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de
servir con Cristo.
De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el signo de la cruz hace
reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como sacerdotes, a fin de que,
puesto aparte el servicio particular de nuestro ministerio, todos los cristianos
espirituales y que usan de su razón se reconozcan miembros de esta raza de reyes y
participantes de la función sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto, más regio para un alma
que gobernar su cuerpo en la sumisión a Dios? Y ¿qué hay más sacerdotal que
consagrar a Dios una conciencia pura y ofrecer en el altar de su corazón las víctimas
sin mancha de la piedad? (San León Magno, serm. 4, 1).
Su participación en la misión real de Cristo
908 Por su obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado a sus
discípulos el don de la libertad regia, "para que vencieran en sí mismos, con la
apropia renuncia y una vida santa, al reino del pecado" (LG 36).
El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las
pasiones es dueño de sí mismo: Se puede llamar rey porque es capaz de gobernar su
propia persona; Es libre e independiente y no se deja cautivar por una esclavitud
culpable (San Ambrosio, Psal. 118, 14, 30: PL 15, 1403A).
2105. El deber de dar a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y
socialmente. Esa es "la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los
hombres y de las sociedades respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia de
Cristo" (DH 1). Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que
puedan "informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y
las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive" (AA 13). Deber social de los
cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les
exige dar a conocer el culto de la única verdadera religión, que subsiste en la Iglesia
católica y apostólica (cf DH 1). Los cristianos son llamados a ser la luz del mundo (cf
AA 13). La Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la creación y, en
particular, sobre las sociedades humanas (cf León XIII, enc. "Inmortale Dei"; Pío XI
"Quas primas").
2628 La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su
Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la
omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humill ar el espíritu
ante el "Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios
"siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y
soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
II PARA JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS
678 Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf.
Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se
pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los
corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será
condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios
(cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o
el rechazo de la gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último
día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis" (Mt 25, 40).
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente
las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del
mundo. "Adquirió" este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado "todo
juicio al Hijo" (Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues
bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida
que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que
cada uno se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras
(cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de
amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
1001 ¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del
mundo" (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada
a la Parusía de Cristo:
El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de
Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar (1 Ts
4, 16).
V EL JUICIO FINAL
1038 La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch
24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los que estén en los
sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los
que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá
"en su gloria acompañado de todos sus ángeles,... Serán congregadas delante de él
todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las
ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda... E
irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la
verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará
hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado
de hacer durante su vida terrena:
Todo el mal que hacen los malos se registra - y ellos no lo saben. El día en que
"Dios no se callará" (Sal 50, 3) ... Se volverá hacia los malos: "Yo había colocado
sobre la tierra, dirá El, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en
el cielo a la derecha de mi Padre -pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si
hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando
coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar
vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos,
no poseéis nada en Mí" (San Agustín, serm. 18, 4, 4).
1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el
día y la hora en que tendrá lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces, El
pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la
historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de
toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los
que Su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final
revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus
criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los
hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el
santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la
"bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser
glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10).
II VENGA A NOSOTROS TU REINO
2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza
(nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción).
El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia
a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino
de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de
Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:
Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual
llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su
advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos
en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos (San Cipriano,
Dom. orat. 13).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa: "Ven,
Señor Jesús":
Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del
Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la
meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al
Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer
justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los
mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la
venida de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).
2818 En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de
Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la
Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde
Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor "a fin de santificar
todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo" (MR, plegaria eucarística
IV).
2819 "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17). Los
últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde
entonces está entablado un combate decisivo entre "la carne" y el Espíritu (cf Ga 5,
16-25):
Solo un corazón puro puede decir con seguridad: '¡Venga a nosotros tu Reino!'.
Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: 'Que el pecado no reine
ya en nuestro cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones,
sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: '¡Venga tu Reino!' (San Cirilo
de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el
crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la
sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La
vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner
en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo
a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).
2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-
20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las
Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
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