el ciervo perseguido
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El ciervo perseguido
Apuntes sobre la vida y la obra de Roque Dalton
Luis Alvarenga
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Este libro está dedicado a la Mara Salarrué
In Memoriam: Álvaro Menéndez Leal
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Y si todo aquello en que él creyó ha fracasado, ese fracaso
es el único sol que nos alumbra y nos engendra.
CINTIO VITIER
Roque Dalton tiene 22 años, es delgado, de mediana estatura, ágil, nervioso, de músculos casi elásticos que vibran y se encrespan continuamente bajo las descargas de su corazón de poeta. Alberto Ordóñez Argüello dice que tiene aire de ciervo perseguido. El símil es perfecto desde el punto de vista de la apariencia física; pero conviene agregar que las piernas espirituales que sostienen a Roque Dalton son más ágiles y más resistentes que las que nunca soñara poseer ningún ciervo, de montaña o de estepa.
RAFAEL PAZ PAREDES
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AGRADECIMIENTOS
Escribir este trabajo sobre uno de los poetas salvadoreños más complejos de la historia hubiera sido
quimérico, si me hubiera librado a mis esfuerzos solitarios. En la tarea de reunir documentación o de
buscar fuentes, me acompañaron distintas personas durante los años en que este texto fue concebido. A
Elaine Freedman y a Francisco Andrés Escobar les agradezco por algo medular para meterse a escribir
un libro: palabras de aliento cuando la duda y la desazón asaltan. A Elaine, también, agradezco su
cariño, su paciencia y sus consejos prácticos. Los valiosos testimonios de Álvaro Menéndez Leal y
Ricardo Castrorrivas me dejan corto a la hora de agradecerles. Ana Alicia Hernández, quien dirigió
durante un período significativo la Hemeroteca de la Universidad de El Salvador, me ayudó a ubicar los
textos de Roque publicados en Casa de las Américas y en otras revistas. También hizo otro tanto Luis
Melgar Brizuela, verdadero especialista en Roque, cuya extensa bibliografía puso a mi disposición.
Ernesto Flores, Gloria Anaya, Vladimir Baiza, Álvaro Darío Lara, Silvia Castellanos de López y Carlos
Cotto, me proporcionaron textos preciosos de sus bibliotecas personales. Irene Becker, de Casa de las
Américas, ayudó a facilitarme fotocopias de ¿Revolución en la revolución? y la crítica de la derecha, así como de
otros trabajos daltonianos. Debo a Ricardo Roque Baldovinos, no solamente el acceso a ciertos textos
del poeta, sino también recomendaciones y críticas valiosas para este trabajo. También quiero señalar
que conté con una brújula de primer orden: la nómina bibliográfica que Rafael Lara Martínez incluye a
su antología En la humedad del secreto, pieza esencial en los estudios sobre la obra daltoniana. Fue Carlos
Cañas-Dinarte quien me ayudó a desengavetar este texto.
Hay alguien, en especial, a quien me resulta ya imposible agradecerle personalmente: Álvaro Menéndez
Leal. Su generosidad me ayudó para escribir este trabajo. Su muerte, que nos dolió a quienes fuimos sus
amigos, impide que lo visite a su casa para enseñarle estas páginas y esperar sus juicios, agudos y
certeros.
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PRÓLOGO
Yo entré en contacto con la obra de Roque cuando todavía estudiaba en el Externado San José. Tenía quince años y no
tenía la más mínima idea sobre la literatura salvadoreña. Un amigo mío, que ahora es músico, Carlos Romero Cárcamo,
me empezó a hablar de un poeta, cuyo apellido yo pronunciaba defectuosamente: Daltón. Me decía que era un poeta
revolucionario y me preguntó si lo había leído. «No» —le respondí. En una respuesta que, quizá, inconscientemente,
quiso emular a la respuesta que Diego Rivera le dio a Dalton cuando éste le dijo que no había leído nada sobre
marxismo, Carlos me dijo: «No seas tonto. Tenés que leerlo».
Lo primero que hizo mi amigo fue prestarme un libro de cubierta amarilla, en cuya portada aparecía un cuadro con un
hombre desnudo, cavilando en una mesa que parecía estar suspendida del aire. Al reverso del libro, estaba una fotografía
del autor, narigón, con una barba insuficiente. Vestía una camisa a cuadros y hablaba ante un micrófono. Era Roque
Dalton y el libro tenía un título intrigante: Taberna y otros lugares.
Lezama Lima decía que «sólo lo difícil es estimulante». No había entendido gran cosa del libro, salvo aquellos poemas de
lenguaje y referencias más directas, que están en la primera parte. El poema Taberna, un texto ambicioso y abarcador,
había sobrepasado lo limitado de mi visión de mundo de aquel entonces. Pero, en vez de rehuir el reto que esas palabras
me planteaban, quise saber todo lo de ese autor y leer cuanta cosa suya cayera en mis manos. Así, fui a la biblioteca
colegial y me encontré, para mi asombro, que tenían un ejemplar de una novela suya: Pobrecito poeta que era yo.
Ocupo esa expresión, «para mi asombro», porque Dalton —fue una de las primeras cosas que supe— era un autor
prohibido en El Salvador que estaba viendo mi adolescencia. No figuraba en los ansiados programas de Literatura de
último año de Bachillerato. Mucho menos en los libros de textos. La única excepción notoria fue el texto para Bachillerato
de Luis Melgar Brizuela. Los maestros más atrevidos y más progresistas apenas mencionaban fugazmente a Dalton. Los
parientes y los amigos de mente estrecha me advertían contra los textos de «ese comunista».
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No avancé mayor cosa en la lectura de Pobrecito poeta... El texto que abre el libro, el cual reproduce una conversación
entre amigos y que sirve como «Prólogo y teoría general» me parecía como una criatura barroca que, cada segundo, se
agrandaba barrocándose más, hurtándome el preciso significado de «lo que se quiso decir». Pero así crecía mi fascinación.
Me refrescaba salteándome páginas y leyendo la nómina de apodos incluida en uno de los capítulos posteriores.
Simpatizaba con alguien capaz de llevar a la literatura lo que hacíamos todos los días en el colegio jesuita que él también
frecuentó.
Devolví el libro a la biblioteca, fascinado y confundido tras releer el Prólogo seiscientas veces, y de enterarme de cosas
importantes sobre Roque, gracias a la nota de Julio Cortázar que los editores —es decir, Ítalo López Vallecillos y sus
compañeros de EDUCA— situaron como epílogo de la novela. Con mi amigo Carlos, íbamos a peregrinar a un lugar
que se hizo venerable. Era el pasillo de la segunda planta del desaparecido edificio del colegio, el cual tenía una vista de la
capilla —que debió inspirarse en el palacio de la Ópera de Australia—. En cada pasillo, estaban colgados los cuadros de
las promociones de bachilleres. El sueño íntimo de todos nosotros era que nuestra foto llegara a estar en esos pasillos, sueño
que, para mi amigo y para mí, jamás llegó a cumplirse. Pero eso no es importante. Lo que quiero decir es que en ese
pasillo estaba el cuadro de la promoción de 1951. Ahí estaba Roque, con su saco de bachiller y su bigote ralo.
Seguí leyendo a Roque y creo que esa lectura me fue beneficiosa. En primer lugar, para acercarme a la literatura. En
segundo lugar, porque el poeta me posibilitó acercarme a otras lecturas: Cortázar, Faulkner, Joyce, Eliot, Pound, los
grandes poetas griegos del siglo XX, José Lezama Lima, entre otras. Me di cuenta que Roque era un escritor de vetas
inexploradas y que no había que aspirar a escribir como él, sino aprender su lección esencial: la honestidad como regla de
oro del escritor. Creo que en esto último radica su influencia en la gente de mi generación que compartía inquietudes
políticas similares.
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Este libro comenzó a gestarse hacia 1997, cuando comencé a buscar en distintas revistas algunos de los ensayos que Roque
Dalton publicara en vida. Pensaba vagamente en publicar una selección antológica de los mismos, pero desistí al saber que
los familiares del poeta preparaban una publicación amplia de esos textos. Antes de eso, Luis Melgar Brizuela había
preparado, en vano y a petición mía, un hermoso prólogo para el volumen proyectado.
Los folios con reproducciones de ensayos, reseñas bibliográficas, comentarios, entrevistas a amigos de Dalton, etc., que yo
había reunido, me ayudaron a advertir una cosa: Había, dispersos, abundantes y valiosos datos sobre la vida del autor
salvadoreño. Caí en la cuenta de la enorme dispersión de anécdotas o comentarios acerca de Roque, frente a la virtual
inexistencia de una biografía del quizás más influyente poeta nacional de la segunda mitad del siglo anterior. Podían
hallarse notas biográficas, con datos comunes y con otros discrepantes entre sí (como aquellas en las que su nacimiento se
sitúa en 1933, o una en la que se afirma que estuvo exiliado a principios de los años cincuenta y otra más, en la cual se
asevera que el poeta salvadoreño conoció a Régis Debray en Santiago de Chile en 1973), pero nunca algo que se asomara
a una investigación biográfica.
Este libro no es, ni pretende ser, «la» biografía de Roque Dalton. Para ello, tendría que contarse con el acceso a fuentes
vivas y bibliográficas fuera y dentro del país, que están mucho más allá de mis posibilidades actuales. Este trabajo es algo
más modesto: es un intento de sistematizar críticamente la información biográfica dispersa. En ese intento, pretendo
reivindicar algo caro a la visión poética del autor de Los hongos: los vasos comunicantes entre vida y poesía, entre ética y
politica, entre literatura y militancia, entre humanismo y poética, que hacen de Dalton un autor de suma complejidad.
Para ello, me valgo de una aproximación analítica a la obra poética y a la virtualmente desconocida producción ensayística
del escritor salvadoreño.
Este texto ha sufrido muchas modificaciones. La versión original, con la que obtuve un premio literario —uno de los
jurados fue el investigador Carlos Cañas Dinarte—, tenía otro nombre, inclusive. De esa versión queda, quizá, un
esqueleto esencial. Las modificaciones posteriores pretenden darle más precisión a los datos y atemperar el lenguaje. Creo
haberlo logrado y así no defraudar a quienes me tendieron la mano al ofrecerme sus críticas.
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Escribir sobre Roque Dalton fue una experiencia fascinante. Cada nuevo texto, cada nuevo dato me provocaba la alegría
de uno de esos arqueólogos bisoños, que creen, al haberse encontrado con un minúsculo fragmento de obsidiana, haber
hallado también el hilo de Ariadna de una civilización perdida. Creo, sin embargo, aportar datos que, para quienes han
frecuentado la obra de Dalton, pueden resultar novedosos. Pretendo, pues, presentar una visión panorámica, una toma
general, para decirlo en el lenguaje del cine, sobre la vida y obra de este poeta. Una síntesis, pero también una propuesta de
interpretación sobre lo que esta bios y este logos poéticos implican para nuestra cultura.
Estos apuntes pueden servir para que, en el futuro, alguien asuma, con rigor y con pasión, la tarea de escribir la biografía
de Roque Dalton.
L.A.
Enero de 2002
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Los años de Roque Dalton
Los poetas de la Generación Comprometida (Dalton, Armijo, López Vallecillos, Chávez Velasco,
Canales, Cea, etcétera) nacen a lo largo de la tercera década del siglo XX. El gran hecho histórico de los
años treinta es la rebelión indígena-campesina que ahogó en sangre el general Maximiliano Hernández
Martínez. «Un país es otro país después que le matan 30 mil hombres en un par de semanas», dice Roberto Armijo
en un diálogo contenido en la novela Pobrecito poeta que era yo..., de Dalton. Efectivamente, esta es la gran
herida nacional.
La matanza inicia un nuevo ciclo en la vida política de El Salvador: los gobiernos militares. Hasta el
momento, el ejército no había pasado de ser un instrumento de represión al servicio de las clases
dominantes. Ahora, sin perder su esencia represora, el aparato militar daba un salto de calidad: pasaba a
administrar el Estado. Los regímenes militares se mantendrían hasta la década de los ochenta, con la
apertura de la situación de guerra y los cambios hacia gobiernos civiles.
En los años posteriores a 1932, El Salvador vivía el estupor de pasar a una dictadura abierta, que había
proscrito toda oposición. Es una época de forzado silencio. La única voz cantante es la del caudillo. Las
demás voces están acalladas, o deben hablar con demasiada cautela. Quienes se enfrentaron de alguna
manera al status quo están fuera de juego: Alberto Masferrer, escritor y humanista, muere en Guatemala,
tras sentirse inútil para evitar la gran tragedia nacional. Pedro Geoffroy Rivas se exilia en México, no sin
antes haber sido buscado por la policía, debido a su amistad con dirigentes del entonces recién fundado
Partido Comunista. Los que quedan adentro deben mantener una actitud de resistencia «pasiva», como
sostiene Miguel Huezo Mixco. En otras palabras, no enfrentarse abiertamente a la dictadura, pero
tampoco venderse a ella y decir lo que se tiene que decir sin ser demasiado obvio. Sin cultivar un
heroísmo de espectáculo, estéril e imprudente para las condiciones del momento, Salarrué y otros,
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como Alberto Guerra Trigueros, fueron espíritus críticos.
Un nuevo hito se suscitaría en la década siguiente. En 1939, estalla la II Guerra Mundial. Por afinidad
política, Martínez apoya a los países del Eje nazi-fascista. Pero, por inteligencia política, les declara la
guerra cuando advierte que la balanza se inclina a favor de los Aliados, no sin antes haber reconocido la
«legitimidad» del gobierno de Franco.
El hecho de que El Salvador se alineara en la causa de los Aliados abrió espacios para la difusión de
ideas democráticas y antifascistas. De hecho, el antifascismo cobró fuerzas en el país y en América
Latina. Se empezó a conspirar contra el régimen y a organizar grupos antidictatoriales. La más
importante promoción de poetas de los años cuarenta se autodenominó «Grupo de Escritores
Antifascistas». Dicho grupo estaba integrado por la ensayista Matilde Elena López, el poeta Oswaldo
Escobar Velado y otros. Este grupo es importante, por cuanto constituye el precedente histórico
inmediato de la Generación Comprometida. Lo es por haber tenido una preocupación política como
elemento definitorio.
Cuando cae Martínez en 1944, se inicia una nueva transición. Los militares jugarán con la apertura
democrática para salvaguardarse. Los gobiernos de la década siguiente —en la que surge la Generación
Comprometida— juegan precisamente con esto. Por ejemplo, el coronel Óscar Osorio instaura una
política de apertura institucional, pero sin abandonar su carácter opresor. El régimen da una apertura
relativa a la oposición y crea un aparato gubernamental en el que nacen instituciones dedicadas al
fomento y la difusión del arte.
A Osorio le sucede en el cargo José María Lemus, quien entra en el mando con un discurso de apertura
política, que le vale para ganar buena imagen en desmedro de su predecesor. Permite que regresen al
país los exiliados políticos, lo cual da una señal positiva a los sectores democráticos. Muchos
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intelectuales cayeron en la trampa: escritores honestos como Luis Gallegos Valdés y Salarrué se
adhirieron a su candidatura presidencial. Después, cuando el mandatario instaura medidas represivas, se
pone de manifiesto la verdadera índole de su régimen. Fue en ese tiempo cuando Roque estuvo
encarcelado y a un paso de ser ejecutado. El movimiento que derrocó a Lemus le salvó prácticamente la
vida.
En los años sesenta reina la inestabilidad política. Se suceden juntas civiles, juntas cívico-militares y,
nuevamente, otro coronel llega a la presidencia: Julio Adalberto Rivera. El triunfo de la revolución
cubana en 1959 preocupó a la clase dominante. Siguiendo la línea de la política exterior de los Estados
Unidos, los regímenes militares alternarán las reformas y las medidas de la Alianza para el Progreso, con
la represión a los movimientos democráticos.
Proscrita por razones obvias desde el tiempo de Martínez, comienza a resurgir la organización
campesina, junto a los cuerpos paramilitares. La clase dominante vacila entre la necesidad imperiosa de
saltar a la industrialización para modernizarse y su aferramiento al monocultivo del café. No se define
por ninguna opción. Más bien, en el país subsisten elementos modernizadores (niveles de
industrialización considerables, etc.), con prácticas y mentalidades cuasi coloniales.
El quinquenio comprendido entre 1967 y 1972 se caracteriza por el nacimiento y posterior colapso del
proyecto del Marcado Común Centroamericano; por la guerra contra Honduras; el robo de unas
elecciones que pudieron haber democratizado el país y el cierre de la Universidad Nacional. Todo este
período transcurre para Dalton en el exilio.
Los tres últimos años de la vida del poeta coinciden con la época de nacimiento de las primeras
organizaciones armadas. El Partido Comunista, que no acertó a lanzarse a la lucha guerrillera, se
desmembra. Roque Dalton, militante de ese partido, se separa del mismo. De la crisis del PCS y de la
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radicalización política de distintos sectores sociales, surgen organizaciones como las FPL y el ERP, al
que se uniría Dalton hasta su muerte.
En pocas palabras, los cuarenta años de vida de Dalton coinciden con un ciclo dentro de la izquierda
salvadoreña, ciclo al que el poeta contribuyó de manera importante. En este período se pasa de la
derrota del movimiento revolucionario en 1932, hasta la articulación de una izquierda de nuevo tipo: las
organizaciones político-militares que, años después, formarían el FMLN. Tan importante fue la
participación del escritor en esta transición histórica, que su propia muerte marca a las organizaciones
armadas. De hecho, el crimen contra Dalton dejó manifiestas ciertas tendencias en la izquierda
salvadoreña: el pragmatismo político en desmedro de una praxis liberadora fundamentada en la
preocupación ética y en el humanismo.
Primera parte: Esbozo biográfico
Orígenes y leyenda de Dalton
Existe en los archivos de la Universidad de Arizona una fotografía de finales del siglo XIX. Los sepias
de la foto le dan un aire mágico a lo que es, a todas luces, un retrato de familia: el padre, barbado, de
elegante porte y entrado en años, se llama Winnall Agustín Dalton. El retrato tiene la fecha 4 de
octubre de 1878. El señor Dalton, puede afirmarse sin temor, era descendiente de los inmigrantes
irlandeses que llegaron a asentarse a los Estados Unidos. Dalton, es, pues, un apellido irlandés. O tal
vez no tanto: D’alton es la corrupción francesa, a su vez, del apellido Von Alton, de origen austríaco.
El Winnal Antonio Dalton que aparece en el retrato de familia quizás es antepasado del padre
de Roque Dalton. Así lo hace suponer la coincidencia de nombres y el hecho de que un personaje de
una pieza de teatro del poeta salvadoreño, llamado Winnal Dalton, se mueva «en el extenso espacio que
media entre Arizona y El Salvador...», según señala Ileana Azor. Arizona, el Sur de los Estados Unidos.
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Es precisamente ese el territorio de los Hermanos Dalton.
The Dalton brothers (I)
«Se ofrecen 55,000 dólares de recompensa a quien capture a los que participaron en el asalto a mano
armada de un tren», decían las octavillas que circulaban por los pueblos del Oeste de Estados Unidos.
Efectivamente, los miles de dólares que estaban dentro del tren que recorría los estados de Texas,
Missouri y Kansas habían desaparecido. Y eso a pesar de que a bordo se encontraba un destacamento
de policías de ferrocarriles. Era de noche. Faltaba mucho para que el tren llegara a su destino. El
maquinista paró, atendiendo a las señas que le daba el operador de una pequeña estación ferroviaria.
Todos estaban extrañados, puesto que no había motivo aparente para estacionarse. Pero, en poco
tiempo, todo tuvo su explicación. Los bandidos que ahora entraban en el tren habían forzado al
operador a parar la máquina. El botín fue tomado de inmediato. Cuando los forajidos se aprestaban a
llevarse los sacos llenos de dinero, se encontraron con los policías de a bordo. Pero el encuentro no
duró mucho. Los policías, comandados por el jefe de detectives J. J. Kinney y el capitán J. H. La Fore,
fueron repelidos a balazos por los pistoleros. Éstos ya se habían escabullido por el pueblo cercano.
Casualmente, en la farmacia que quedaba cerca de la estación, se encontraban los doctores Youngblood
y W. L. Goff, quienes fueron heridos para que no vieran por dónde habían huido los asaltantes. Eso
pasaba en 1892. Luego, los pistoleros se habían vuelto una especie de iconos de la cultura popular:
libros de aventuras, cómics, y hasta una película con Clint Eastwood —más conocido como Harry El
Sucio—. Esos tipos que inspiraban respeto y que hacían que se meara el más macho en sus pantalones,
eran conocidos en el viejo Oeste como Los Hermanos Dalton.
Los tales hermanos Dalton no fueron bandidos desde siempre. Alguna vez, estuvieron del lado de la
«ley». Bob, por ejemplo, fue marshall de la Corte Federal de Kansas. Frank -el hermano mayor- murió a
tiros en una escaramuza con la pandilla Smith-Dixon, mientras servía como comisario para la Corte
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Federal de Fort Smith. Emmett Dalton era un pacífico vaquero. Era, hasta que conoció a un par de
sujetos llamados Bill Doolin y William St. Power, que no andaban en buenos pasos. Sobre todo, porque
se hacían llamar con los nombres de Bill Powers y Tom Evans, que no eran sus nombres de pila
precisamente. Emmett comenzó a trabajar con el dúo en el rancho Bar X Bar. Poco tiempo andaría con
ellos en la pandilla a la que pertenecían.
Ya en su vida de bandido, Emmett conoció a sujetos como Charlie Pierce, Charlie Bryant, George
Newcomb y a un Richard Broadwell, conocido como Texas Jack o como John Moore, según el lugar
donde estuviera-. El señor Broadwell le había pedido -años antes- la mano a una chica de familia tan
rica como la propia. La chica aceptó, pero le propuso que vendiera su rancho y el de ella. El bueno de
Míster Broadwell lo hizo. La chica, presto como un conejo, se esfumó. Y se llevó el dinero consigo, y
obligó a que Míster Broadwell trabajara de peón de rancho.
A Bob Dalton le dio también por servir a la justicia. Era jefe de la policía de Osage. Quizás la plata que
tardaba tanto tiempo en llegar no le alcanzaba, no hay documentos que así lo prueben. Talvez fue por
afición, por el deleite de lo singular, por afinidades electivas, que Bob empezó a vender whisky. A su
hermano Grat lo degradaron de su puesto de oficial de policía por mala conducta.
Los tres hermanos, Bob, Grat y Emmett decidieron hacerle frente a la crisis económica de una manera
más eficiente que la que receta ante tales situaciones el Banco Mundial: tomaban prestados -es un decir-
caballos ajenos en el poblado de Claremore y los llevaban a pasear a Kansas, donde los vendían por
buen precio. Pero los polizontes se dieron cuenta y los persiguieron. Emmett y Bob lo olieron rápido y
pudieron darse el viro para California. Al pobre Bob lo encarcelaron, pero lo tuvieron que soltar pues
no había mayor evidencia. Bob salió a California para unirse a sus hermanos.
Los tres hermanos se encontraron con el hermano Bill. Para celebrar el fraterno reencuentro, los chicos
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asaltaron el tren del Pacífico Sur en el pueblito californiano de Alila. Era el 6 de febrero de 1891. La Ley
arrestó a Grat y Bill, pero no pudo atrapar a Emmett y Bob, quienes se escondieron en los territorios
indígenas. Estos dos hermanitos se encontraron con viejos amigos, con los que asaltaron otro tren. En
el asalto se hicieron de 1,745 dólares (que valían mucho por esa época).
Sería largo contar todas las hazañas de estos hermanos. Saltémonos el tiempo y lleguemos a Coffeyville.
El cinco de octubre de 1892, los Dalton en pleno llegaron también a ese pueblo, con la sana intención
de asaltar el Primer Banco Nacional y el Banco Nacional Condon. Los pueblerinos ya los conocían,
dieron la alarma, se armaron y se batieron a tiros con nuestros héroes. En la refriega murió casi toda la
pandilla, menos Emmett -quien fue encarcelado, condenado a cadena perpetua, indultado y muerto
anciano y olvidado en California-. Tampoco murió Bob, quien no estaba en la escaramuza, pero que
más tarde formaría su propia pandilla, con amigos de sus difuntos hermanos. De ellos decía Roque
Dalton ser descendiente.
2. Donde la tierra es buena con el árbol
El poeta nació el 14 de mayo de 1935, en casa del señor Raúl Méndez, bajo el nombre de Roque
Antonio. Su madre se llamaba María García y se desempeñaba como enfermera. Dalton mantuvo una
relación muy estrecha con doña María, según lo atestigua gente que lo conoció.
Roque pasó sus primeros años en la casa materna, que era también una tienda: La Royal, situada
en la esquina de la 2a. Avenida Norte y la Calle 5 de Noviembre. Muerta doña María, la madre de
Roque, la Royal sufrió varias transformaciones: Fue un comedor, luego una cervecería; otra vez volvió a
ser comedor y, últimamente, se ha transformado en un lugar de compra y venta de objetos metálicos. Se
hablaba de la idea de transformar la antigua casa del poeta en un centro cultural, pero nada ha cambiado
todavía.
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El poeta aparece inscrito como Roque Antonio García, debido a que su padre no quiso
reconocerlo de primera intención. Su primer recuerdo del padre, consignado en el libro Taberna, lo
describe como un extraño señor que irrumpe en la paz de su casa, y que hace sentir azorado
terriblemente al bebé que era Roque, como «un gusano de seda asustado por su primera ojeada al
mundo», de quien se le dice que es su padre y que, tras dejar unos billetes, se esfuma en un automóvil.
En ese mismo libro, lo recuerda a la par de un vaso de leche francamente estremecedor. Winnall, dice
Roque, es un tanto su héroe, porque «le habría ganado a Humphrey Bogart cuanta pelea se le hubiera
ocurrido, aun con una mano atada, ojos vendados, piernas en un costal. Aquel fue el mejor vaso de
leche que tomé en mi vida. Y creo que también por eso os amo, pueblo mío, historia, peligros, etc.»
Un primo de doña María, Santiago Díaz Medrano, le enseñó a leer. Este sería un gran
descubrimiento para Roque: La pasión por la palabra escrita. Desde ese momento, se quedaría
maravillado por la palabra, las palabras escritas en la calle, en los libros, en las casas y en los cuerpos. El
mundo convertido en una amplísima Cueva de Altamira, cuyos dibujos guardan palabras inquietantes,
palabras que harán que el que las lea no vuelva a ser el mismo de antes.
El señor Winnall inscribió a su hijo en el kindergarten de las Hermanas Gonzalbo —Mariíta y
Merceditas—, Santa Teresita del Niño Jesús. El ensayista Ricardo Roque Baldovinos describe el
ambiente del lugar: «(Las hermanas Gonzalbo) eran nacidas en España, pero habían venido de niñas al
país, tenían una identidad española muy fuerte aunque hablaban con acento salvadoreño. Ya eran
bastante mayores cuando yo estuve allí. Mis recuerdos del lugar son mixtos. Era un colegio muy
pequeño instalado en una hermosa casa antigua del centro de San Salvador. El ambiente era muy
acogedor y familiar. Estas dos señoras eran muy cariñosas y se sabían el nombre de todos los niños.
Pero, por otro lado, había una atmósfera de extremismo católico asfixiante, donde el miedo y, sobre
todo, la idea de culpa, de pecado original, eran reforzados a cada instante».
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Roque recibió ahí la primera comunión. Eran los inicios de quien se autodescribiría como un «católico
feroz» en esos años. El kindergarten era para los hijos de ricos. Así comenzó a sentir en carne viva las
diferencias de clase. Él lo recuerda en Los hongos: « “Gente de pueblo” —me dijo Roberto en el
primer día de clases en la sección/ Infantilito, y me empujó duro, de manera que le caí encima a Berta
Rivas, la cual a su vez me empujó/ contra Roberto, de tal manera que no tuve más remedio que
comenzar a llorar,/ dando patadas a todo el que se me acercara,/ incluidas la niña Mariíta y la niña
Merceditas Gonzalbo, propietarias/ y directoras de aquella inolvidable institución».
Después, estudió en el colegio Bautista. En 1946, Roque comenzó a estudiar en el Externado
San José, de la Compañía de Jesús. La formación jesuita es un elemento clave en la vida de Dalton. Es
una presencia insoslayable en sus poemas, ya sea como un sustrato cultural, como una referencia
autobiográfica, o como un elemento satírico. Quizás por eso se entendió muy bien con los libros de
otro ex alumno jesuita, un irlandés llamado James Joyce.
El Externado aún era un coto cerrado para quien no perteneciera a las clases dominantes del
país. «Había vivido» —escribió Eraclio Zepeda— «la diferencia evidente entre sus compañeros de
estudios, que pagaba Mr. Dalton, y sus compañeros del barrio donde habitaba la Niña María, su madre,
enfermera de oficio para sostenerse». Roque lo dice a su modo, en un poema que es una larga carta a su
confesor durante los años del Externado: «En el barrio de los golfos fui/ el hijo del millonario
norteamericano y en el Colegio/ para los hijos de los millonarios (el Externado de San José en la
época/ cuando apenas comenzaban a ingresar por excepción/ los superdotados de la clase media) fui/
el rapaz escapado por no sé qué puerta falsa del barrio de los golfos». Ya desde los años del
kindergarten de las Hermanas Gonzalbo, Roque comenzó a cultivar la amistad de un condiscípulo del
colegio jesuita: Antonio Alas, a quien le dedica hermosas páginas en sus Textos y poemas muy
personales. Con Alas -conocido como AA- Roque compartió, no sólo la primera comunión y la
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circunstancia de ser «hijo natural», sino también los primeros atisbos de la irreverencia: «A.A. y yo
hicimos una versión patana del Himno del Externado de San José (...) y un proyecto de hoja suelta, que
no llegó a imprimirse, en el cual felicitábamos gozosamente al pueblo salvadoreño en ocasión de
haberse incendiado la Catedral Metropolitana, con todo y que -desgraciadamente, decíamos- se salvó el
señor arzobispo». Ignoramos más cosas sobre Antonio Alas. No sabemos quién fue, qué ocurrió
después para que no volviera a verse con Roque después de la época del Externado.
Roque, desde sus primeros años, ya había empezado a encontrarse con la poesía. María Leticia
Solano, autora de una preciosa entrevista con la madre de Dalton, asegura que desde muy joven, él
escribía cosas como esta:
Aquí la tierra es buena como el árbol y presta sus arterias para que corra el agua Aquí el sol es ardiente y enfermante y ha sido adorado. Aquí el hombre se ve tallado a golpes dolorosos, desde niño..
Hay que decir que esto no pasó desapercibido para los jesuitas. Uno de los sacerdotes, el padre
Alfonso María Landarech —autor de textos sobre literatura— comenzó, de alguna manera, a insuflarle
ánimos al muchacho flaco y narizón que era Roque. Landarech —apodado por su estatura como
«Tapón» por sus alumnos— «insistía en convencer a todo el mundo, de que su querida oveja negra era
el poeta lírico más importante de la historia de la literatura nacional» -escribe Dalton. «Esto le ganó el
odio de Hugo Lindo y de otros poetas católicos de El Salvador, le ganó mi convencimiento en el
sentido de que críticamente no pasaba de ser un sentimental y él ganó las simpatías de algunas de mis
borracheras mejores», añade. Roque estimó a Landarech al punto de no olvidarse de enviarle cartas aun
durante su exilio cubano, según afirma Álvaro Menéndez Leal.
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En las aulas jesuitas, Roque conocería a un sacerdote que sería conocido años después, tras
haber abandonado su orden y convertirse en un ideólogo de derechas: Francisco Peccorini. En Los
hongos, el poeta asegura haberse confesado con él tras haberse dado un tiro en una pierna, a la edad de
quince años, como producto de una decepción amorosa. Años locos. Años de trifulcas en los
encuentros de baloncesto intercolegial (sobre todo con la barra del Liceo Salvadoreño, con el que el
Externado tuvo una rivalidad deportiva de décadas). En esas trifulcas, Roque fue herido de guerra: un
ladrillazo en plena boca durante un partido de baloncesto contra el Liceo, cuando era el jefe de barra
del Externado; otro ladrillazo, en la nariz, por discutir un penalty con un jugador costarricense; una
pedrada en el ojo derecho durante la representación de la toma de Okinawa, propinada por su
inquietante condiscípulo Quique Soler: vida plena y maltratada del poeta.
Ese tipo de episodios pasa, muchas veces, por simples aventuras graciosas del poeta, como otra
forma suya de practicar el humor y la irreverencia. De ahí que se haya presentado hasta la saciedad la
imagen de Dalton humorista. Creo que hay algo más allá. Existe en su poesía una constante —ya no
digamos en su novela—: integrar al poema vivencias, sucedidos propios, de todo tipo: humorísticos,
amorosos, políticos, etcétera. Es la constatación de que para Dalton no hay deslinde entre la vida y el
poema. Es más: El autor de Los testimonios hace de su vida un poema y de la poesía una forma de vivir.
Así pasó el tiempo, hasta que Roque se graduó de Bachiller, en 1952. No sabría cuánto habría
de cambiar su vida a partir de este momento. Para la mala memoria, una anécdota rescatada por
Claribel Alegría: Roque fue comisionado, en virtud de su sobresaliente rendimiento académico, para dar
el discurso de su promoción de bachilleres. El poeta aprovechó la ocasión para atacar la doble moral de
los curas de su colegio: su servilismo ante los hijos de ricos y su actitud discriminatoria contra los
muchachos pobres o «hijos naturales» —es decir, fuera de matrimonio—.
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Vengo desde la URSS amaneciendo
Cuando era niño, Roque pensaba en ser médico. En la adolescencia cambió de opinión, y
decidió estudiar Leyes. Winnall Dalton lo envió hacia Santiago de Chile. Ahí estudiaría en la
Universidad Católica, continuando su formación académica en manos de los religiosos, y en cosa de
cinco o seis años, sería un flamante abogado, un profesional de éxito. Esa era la idea. La realidad sería
otra.
Sale en marzo de 1953 hacia el país sudamericano. Su madre lo acompaña hasta Panamá, en esa
su primera salida al exterior —la primera de muchas salidas—. Se quedaron cuatro días. Roque estaba
nervioso al llegar a la aduana panameña: Creyó haber perdido su certificado de vacunación, del que
nunca se había desprendido, y por poco vuelve a ser vacunado por los controladores sanitarios de la
aduana. Madre e hijo se hospedan en el hotel Colombia. Salen a conocer la ciudad, total, hay tiempo
mientras sale el vuelo para Santiago. Panamá es calurosa: «La sed es aquí una institución para todas las
nacionalidades», dice el poeta. «Mi madre desea tomar un refresco y yo le indico el primer restaurant.
Entramos sin notar su nombre: Happyland. Y no era solamente un restaurant, era un cabaret. En el
momento que mi madre (católica, severa, hija de mi abuelita) y yo (reciente bachiller del Externado, de
comunión semanal) comenzábamos a sorber nuestras rotundas coca-colas, apareció cerca de nosotros
en un pequeño escenario, una bailarina que al compás de un vals vienés procedió -¡horror!- a
desnudarse. Ni más ni menos: el tal Happyland era un cabaret donde se hacía incluso el “strip-tease”. Ya
en la calle yo le decía a mi mamá que no era cuestión de ponerse a dudar de la honorabilidad de la gente
y que quizá se trataba de una costumbre local debida al calor. Nada. Después sería mejor preguntar
antes de entrar a lugar alguno». Creo que no hay que dejarse engañar por el retrato de joven timorato
que Dalton nos ofrece de sí mismo («reciente bachiller del Externado, de comunión semanal»). El
episodio de Happyland parece ser una de sus bromas perpetrada en contra de su madre. Además, hay en
todo el texto una burla implícita hacia sí mismo: acentúa sus rasgos provincianos, conservadores, frente
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a la formidable experiencia que el viaje le ofrece. Solamente los lúcidos y los verdaderos antisolemnes
pueden reírse de sí mismos.
En esas líneas, escritas por Roque para la revista que dirigía Oswaldo Escobar Velado, Gallo
Gris, un año después, diría de esas tierras: «Panamá es un pedazo de América, con los mismos
problemas, los mismos dolores de cabeza y las mismas esperanzas de todos los países. Engaña un poco
con sus luces, su inglés deformado, su fama de puerto de los siete pecados y su canal ajeno, pero con
amor, con ojos limpios de prejuicios y de sombras, se descubre en ella el mismo corazón altivo que se
dejó uno en El Salvador y que puede redescubrir en Buenos Aires, La Paz o Caracas». Escribiría
también un poema («El dolor de Panamá/ de entre sus muslos se escapa....»). Recordaría también los
lugares sórdidos en su Poema de amor («El Calzoncito, La Gruta Azul, Happyland») y el sufrimiento de los
salvadoreños que trabajaban en la construcción del Canal (según Matilde Elena López, había una
manera de clasificar a los trabajadores con fines de acceder a las mercancías del Comisariato, único
mercado habilitado en la zona: los estadounidenses —«gold roll»- y el resto -«silver roll»—.)
Por fin, se despide de su madre. Según lo apunta en su crónica de viaje, casi llora al saber que le
cobrarían por exceso de equipaje, pero una pareja de misioneros norteamericanos le ayuda a salir del
problema. La pareja se quedó en Lima. A Roque le faltaban aún horas de vuelo hacia Santiago. La vida
es un misterio: «Y cuando el generoso matrimonio se quedó en el aeropuerto de Lima, ¡quién me iba a
decir que un día vería la foto de aquel muchacho rubio y dulce, en la revista Life junto a la noticia de su
muerte, crudelísima, a manos de los indios aucas!», recuerda.
Roque llegó directamente a la Universidad Católica de Chile, «precisamente recomendado a los
curas jesuitas, con una recomendación de que me siguiera guiando por el camino que considerara
correcto», tal como lo afirma en declaraciones vertidas en Radio Habana Cuba. Se entrevista con el
decano de la facultad de Teología. Este le recomienda que, en vez de ingresar a la Universidad Católica,
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lo haga en la Universidad de Chile, es decir, la universidad estatal. El cura se lo recomienda, en tanto
cree que «salirse de la sotana» puede caerle bien al muchacho salvadoreño, porque tendrá la
oportunidad de conocer distintas corrientes de pensamiento y de ampliar más su mundo.
Dicho y hecho, Roque se mete al universo de la Universidad de Chile. Entra en contacto con
gente de diversa ideología: comunistas, socialistas, socialcristianos... Dalton, quien todavía era católico,
se identifica con estos últimos. Empieza a colaborar en una revista universitaria. Una de sus primeras
tareas es entrevistar a un enorme muralista mexicano, voluminoso él como individuo, pero también
como creador: Diego Rivera, quien está de visita en Chile, para participar en un Congreso de Cultura.
«Entonces yo llegué, simplemente para cumplir con mi deber de hacerle una entrevista, pero ahí hallé al
hombre en uno de sus malos momentos; empezó a responderme cortésmente las preguntas hasta no sé
por qué se le ocurrió preguntarme mi filiación política, entonces le dije que era social-cristiano.
Entonces él me preguntó, con aquella cosa exuberante que tenía, que cuántos años tenía yo. Yo le dije
que dieciocho años, entonces me preguntó si yo había leído marxismo, entonces yo le dije que no,
entonces me dijo que tenía yo dieciocho años de ser un imbécil, y entonces me echó». El susto y la
indignación se transformarían en curiosidad. Curiosidad por conocer el movimiento muralista
mexicano, al cual Rivera pertenecía, y curiosidad por conocer el marxismo.
Regresa a El Salvador tras once meses de vivir en Chile. Las lecturas de marxismo, le permiten
darse cuenta que en su país había una realidad de opresión. Dalton lo confiesa: «No sabía que en El
Salvador hubiera problemas así. Cuando llegué con esos elementales instrumentos y pude captar de
repente aquella situación me sentí tan aterrado y tan responsable de un montón de cosas, tan lleno de
ganas de decirle a la gente que yo había sido ciego durante mucho tiempo (...) De repente me di cuenta
de que yo tenía necesidad, real urgencia de decir un montón de cosas acerca de mi país, de los hombres,
de lo que yo pensaba. Y el instrumento que hallé a mano, es posible que haya otros más importantes
para cumplir esta función, pero el que a mí me pareció justo y correcto fue la palabra escrita bellamente,
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que entiendo es la poesía, y desde entonces yo soy lo que espero seguir siendo hasta morir: un poeta
revolucionario que tiene verdadera conciencia de los problemas de su tiempo». Más adelante, Roque
afirmaría que si bien no era capaz de vivir sin hacer literatura, mucho menos era capaz de escribir
estando al margen de la actividad revolucionaria. Para Roque, entonces, la literatura toma un carácter
central. Siguiendo, quizá sin proponérselo, los consejos de Rilke, Dalton cae en la cuenta de lo
fundamental que es para su vida la poesía. Pero este caer en la cuenta pasa por algo mayor: la poesía
debe estar enraizada en un sentido ético. No es concebible la poesía si se es farsante. Para Roque
tampoco es concebible hacer literatura si su vida, como individuo, no está comprometida vitalmente
con los anhelos de libertad de las mayorías. Eso no indica, necesariamente, que sus textos tengan que
referenciar directamente este compromiso político. Es un compromiso político porque pasa por la
acción transformadora, revolucionaria, del individuo-poeta dentro de la polis, dentro de la ciudad, en el
sentido lato. El compromiso político, como lo dijera en una entrevista hecha por Mario Benedetti en
1969, no se resuelve en el ámbito del tratamiento formal que un autor tenga hacia su trabajo, sino a
través de sus acciones políticas concretas. En el momento al que estamos haciendo referencia, quizás,
Roque apenas lo intuye. Es un planteamiento que habría de ir madurando con el tiempo.
En 1954 gobernaba el país el coronel Óscar Osorio. Su período se caracterizó por una apertura
democrática relativa, pero siempre conservando su esencia dictatorial. El gobierno fundó nuevas
instituciones culturales y se dio paso a publicaciones de arte y literatura como Ars, Cultura, etc.
Aprovechando la apertura, el poeta guatemalteco Otto-René Castillo se refugió en el país. Huía de los
sucesos que culminaron en el derrocamiento del presidente Juan Jacobo Árbenz y en la destrucción de
la revolución democrática guatemalteca. Castillo pertenecía al Partido Guatemalteco del Trabajo
(comunista). Su idea era esperar las condiciones propicias para volver a su país. Desempeñó
innumerables oficios para sobrevivir en San Salvador. También publicó poesía y se vinculó al grupo de
jóvenes escritores que estudiaban en la Universidad Nacional. Entre ellos estaba Dalton, Manlio
Argueta, José Roberto Cea, Roberto Armijo, Tirso Canales, entre otros. Todos ellos integraron, en
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1956, el Círculo Literario Universitario, que, junto a otros escritores de la época, constituyó el núcleo de
la Generación Comprometida. Estos escritores eran un poco mayores que los del Círculo. Me refiero,
por citar algunos, a Waldo Chávez, Irma Lanzas, Álvaro Menéndez Leal e Ítalo López Vallecillos,
padre, por cierto de la denominación de «Comprometida» que identifica a ese grupo de escritores.
Su entrada en la Asociación de Estudiantes Universitarios, AEU –en mayo del 54- le permitió conocer a
Jorge Arias Gómez, quien después se convertiría en un prestigiado historiador. Arias Gómez refiere que
conoció a Roque en una reunión celebrada en la Facultad de Derecho, que perseguía “la recuperación
del campo perdido por la izquierda en el movimiento estudiantil universitario. Para lograrla, era
necesario crear un órgano aglutinante en la UES, integrado por la izquierda dispersa en las facultades
existentes”. En la reunión, pidió la palabra Roque , quien a Arias Gómez le evocó a Marcel Marceau, y
era “un muchacho delgado, de estatura salvadoreña promedio (1.67 mts.), con saco de fina pana color
camello, pantalón café y corbata y camisa que hacían juego armonioso en el conjunto”. Dalton se
convirtió en un fervoroso activista estudiantil. Recuerda que “Roque fue rápidamente conocido por la
defensa, muy vivaz y convincente, de la declaración de principios y programa de AEU. Su primera
oportunidad para darse a conocer como articulista, fue cuando AEU logró llevarlo a la plana de
redacción de Opinión Estudiantil no a dedo, sino en comicios estudiantiles realmente democráticos”.
Roque ya había comenzado a tomar una actitud de compromiso intelectual. En 1955 colabora
con el periódico El independiente, dirigido por Jorge Pinto hijo. Ante el idílico panorama que quería
vender la propaganda de Osorio a la opinión pública, El independiente se constituyó en un periódico
sumamente crítico. «Está la patria necesitada de una voz robusta y valiente que esparza por los ámbitos
del territorio nacional el tesoro de la verdad, desprovista de la ruda broza de los convencionalismos, y
que libre la batalla por el triunfo de los ideales democráticos, por desgracia olvidados tanto por las
esferas superiores como en algunos estratos del pueblo salvadoreño», escribía Pinto en el primer
editorial del periódico. A este ideario se sumó Dalton. Aún no era militante de izquierda. Poco a poco
25
iría derivando hacia esa opción.
En 1955 escribió con Otto René Castillo el poemario Dos puños por la tierra, del cual existe una versión
mecanografiada. El libro es un canto a dos dirigentes indígenas: El salvadoreño Aquino —protagonista
de una revuelta en 1833, que hizo temblar al gobierno salvadoreño— y el guatemalteco Atanasio Tzul.
La parte que Roque escribió se incorporaría al libro La ventana en el rostro.
Desgastado el gobierno de Osorio, le sucedería el teniente coronel José María Lemus. El
militar, muy astuto, intentó provocar falsas expectativas entre la oposición. Permitió respetar el derecho
de organización, llamó a los exiliados a retornar al país y prometió mayor apertura política. Muchos de
estos exiliados, según Dalton, habían sido cooptados por el gobierno de turno: «Los exiliados
salvadoreños "comunistas" que regresaron por el permiso del Gobierno de Lemus bien pronto
mostraron su verdadera cara: desde los que rápidamente se deterioraron en el contacto con la realidad
nacional hasta los que simplemente se evidenciaron como definitivamente separados de las filas de la
revolución. Los libros que gentes de esa generación en fuga publicaron para explicar "la iconoclastia de
los jóvenes" (como el deplorable, eclesiásticamente primitivo "Patria y Juventud" del Dr. Julio Fausto
Fernández, ex Secretario General del Partido Comunista que "escogió la libertad") cayeron en el frío
ridículo de la indiferencia. Había que comenzar, con humildad pero con rabia, de cero1».
Fue en ese marco que surgió el ya mencionado Círculo Literario Universitario, que, en palabras de
Roque «hizo las veces de un organismo universitario de difusión cultural, pero que tuvo la función
primordial de nuclear, de organizar, a los creadores jóvenes universitarios2». Los miembros del Círculo
organizaban lecturas de poesía, publicaban en los periódicos, ganaban certámenes literarios... en fin,
comenzaron a abrirse espacio en el panorama literario de la época. Uno de sus principales canales de
expresión era la página mensual que tenían en Sábados de Diario Latino, cedida generosamente por el
1 Cfr. Otto René Castillo. Informe de una injusticia, p. 18
26
escritor nicaragüense Juan Felipe Toruño, encargado de la sección literaria del periódico. La página fue
solicitada a Toruño por Roberto Armijo y sirvió para que los miembros del Círculo publicaran poesía,
ensayos y crítica literaria.
Dalton se da a conocer por sus triunfos en certámenes de poesía en el ámbito universitario. Con Mía
junto a los pájaros gana el Primer Premio Centroamericano de Poesía convocado por la Universidad.
José María Lemus había dado a conocer, en muy poco tiempo, la esencia dictatorial de su
régimen. Se convirtió en el blanco de las críticas de la oposición. Irreverentes, los poetas empiezan a
cuestionarlo todo: al gobierno, las interpretaciones de la historia, la cultura nacional.
Roque, Cea y otros miembros del Círculo crearon un periódico satírico: La jodarria, órgano viril al
servicio del mal humor. En sus páginas fustigaban la corrupción del gobierno de quien habían apodado
«Chema Coyoles (Me agarras)» Lemus. También se ríen de la esposa del Coronel, Coralia Párraga, de los
militares y del clero conservador de la época.
Los escritores echan un ojo crítico a las interpretaciones de la historia patria, construida a base
de dogmas, de figuras intocables y de demonios igualmente intocables. Los dogmas: La independencia
nacional, la democracia de la república salvadoreña, los símbolos patrios. Las figuras intocables: los
próceres de 1821. Los demonios: Anastasio Aquino, Farabundo Martí... Dalton escribe: «A la figura
indígena de Aquino se ha pretendido alejarla de su exacta ubicación histórica con la ayuda de la
falsedad... Se teme, en suma, a la verdad y así, se ha formado el mítico encubridor y excluyente de un
Aquino descentrado social y criminal, mal en sí y por sí de tal manera, que con su desaparecimiento
físico se esfumó el problema que representaba». En esas mismas líneas se pronuncia por la necesidad de
una revolución democrática burguesa en el país, basada en la reforma agraria para superar el retraso
2 Ibid, p. 16
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histórico nacional. Es interesante notar que Dalton comienza a escribir sobre temas políticos, aún sin
militar en el PCS.
La participación política de los intelectuales en este contexto de dictadura militar sirve para
comprender mucho del ethos de la Generación Comprometida (o de algunos de sus destacados
miembros) y, en particular, para ver cómo se va configurando en Dalton la preocupación ética. En una
conferencia sobre Oswaldo Escobar Velado, Manlio Argueta contrastaba aquélla época con la realidad
salvadoreña de ahora. Ahora, la política partidaria (y la delincuencia) acapara la atención de la prensa. La
vida pública, afirmó, se ha partidizado extraordinariamente. El arte no tiene sino un espacio marginal en
los medios de comunicación. Pero, asegura Manlio, en los cincuenta los poetas eran noticia. No existían
partidos políticos: el partido único era el de los militares. Por lo tanto, los poetas desempeñaron una
labor de crítica social. En un país donde no había espacio para la divergencia política, esto ocupaba la
atención de los diarios, pero también de la policía.
Los ídolos de la cultura oficial se tambalean en sus pedestales. Álvaro Menéndez Leal escribe
en El Diario de Hoy en contra de Alberto Masferrer. A cambio, recibe insultos y amenazas de la
reacción. Roque cuestiona seriamente la actitud de Antonio Gamero, poeta de la Generación del 44. Le
increpa el hecho de que, pese a haber hecho «versos de absoluta intención social» y de haber «tomado
como elementos principales para su obra, el dolor del pueblo, la ignominia de las clases altas y el
empuje esperanzado de las clases populares», Gamero «no hace coincidir lo que escribe en sus versos
con su manera de vivir en lo político y en lo social».
Si los ataques de los «Comprometidos» fueron duros, también fueron duras las respuestas. Luis
Gallegos Valdés escribió en La Prensa Gráfica: «Al leer los escritos de nuestros jóvenes, advertimos con
frecuencia, en casi todos ellos, una velada amargura, un inconfesado fracaso prematuro que no pueden
ocultar». Y, haciendo alusión al poemario de Ítalo López Vallecillos, Biografía de un hombre triste,
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añade: «Son casi todos «hombres tristes», hombres ateridos, pero sin biografía, como pretende uno de
ellos... Se dirá que los jóvenes que ahora tratan de abrirse paso, que ya se lo están abriendo, vienen de
un dolor: del dolor del pueblo, dolor que ellos no hacen sino manifestar. Yo no creo que sean ellos fiel
expresión del alma popular y que estén identificados con los problemas de nuestro pueblo».
La obra de Dalton comienza a conocerse en el país. Es en mayo de 1956 cuando Dalton ha
publicado su cuento: La espera, en la revista Letras en Cuzcatlán, órgano de la estatal Dirección de Bellas
Artes, dirigida por Luis Gallegos Valdés. El citado cuento es un monólogo que esboza —muy
rudimentariamente— el diario incluido en Pobrecito poeta, en tanto su personaje es un poeta que ha
vivido en el exterior y se siente frustrado al volver al país. Una frase curiosa: «Hasta siento enormes
ganas de inventar palabras: gallino, galla, bueya, vaco, americanato, roquedaltonizar», que semeja los
ejercicios formales de Mario Arenales en la novela. El primero de diciembre de ese mismo año, Jorge
Arias Gómez, presenta a Roque, Castillo, Ricardo Bogrand y Liliam Jiménez durante un acto de la
Asociación Fraternidad de Mujeres Salvadoreñas. En esa ocasión, Arias Gómez califica a Roque como
un autor que «sintoniza los problemas sociales con rapidez inusitada. Día a día le he visto renovarse, no
para quedar vacío día a día, sino para cimentar mejor sus experiencias, erigiendo su personalidad sobre
bases firmes. Abiertos sus sentidos al ambiente que le rodea y al mundo, Roque Dalton García ha
llegado a la comprobación de que Dios no puede ni debe pelearse con los ideales populares y que, por
lo tanto, el ser religioso no le impide creer en un mundo diferente, medido con las dimensiones de su
sueño». Llama la atención esa última relación.
El poeta es descrito así por Rafael Paz Paredes: «Roque Dalton tiene 22 años, es delgado, de
mediana estatura, ágil, nervioso, de músculos casi elásticos que vibran y se encrespan continuamente
bajo las descargas de su corazón de poeta. Alberto Ordóñez Argüello dice que tiene aire de ciervo
perseguido. El símil es perfecto desde el punto de vista de la apariencia física; pero conviene agregar
que las piernas espirituales que sostienen a Roque Dalton son más ágiles y más resistentes que las que
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nunca soñara poseer ningún ciervo, de montaña o de estepa. Roque escribe poesía, cuentos y crítica
literaria. Distribuye el tiempo entre sus estudios universitarios y su indeclinable vocación de escritor que
lo lleva de un lado a otro de la ciudad, con juvenil y generoso entusiasmo, siempre en busca de alguna
alta tarea que cumplir». Paz Paredes habla de un poemario desconocido en la bibliografía daltoniana:
Geografía de mi voz, del que cita algunos versos de Voy a tus luchas. («Estoy sintiendo más la
imprescindible/ obligación de amarte,/ con cada calle oscura,/ con el cansancio alegre/ de subir tus
montañas,/ con cada mitín público,/ con cada niño pobre,/ con cada lágrima olvidada y sola»).
En 1957 Roque tiene la oportunidad de conocer de primera mano la experiencia de una
revolución triunfante: Viaja a la Unión Soviética, junto a un grupo de estudiantes salvadoreños, para
asistir al Sexto Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes por la Paz y la Amistad. Sus
compañeros en el viaje fueron Roberto Castellanos Calvo, José Domingo Mira, Enrique Ramírez y
Tomás Guerra Rivas. Según asegura Roque, tuvieron conocimiento del festival por medio de los
boletines de la Federación Mundial de la Juventud Democrática (FMJD) y de la Unión Internacional de
Estudiantes (UIE). Estos encuentros, tal cual afirma el poeta salvadoreño, se empezaron a celebrar
desde 1947, en países socialistas, debido a que «éstos han sido los únicos que han garantizado esa falta
de discriminación indispensable para la concurrencia. Un país que, por motivos particulares, no deje
penetrar en su territorio a socialistas, comunistas, sacerdotes católicos o personas de color, no podrá ser
en ningún momento, sede de un Festival de este tipo». El último evento internacional de la FMJD,
hasta donde yo tengo entendido, fue un festival de juventudes celebrado en Pyongyang, Corea del
Norte, en 1989. A él asistió una delegación de jóvenes militantes del FMLN. Después del colapso del
campo socialista europeo, ha sido Cuba la que ha retomado la celebración de estos encuentros.
Los muchachos salvadoreños cumplieron toda suerte de proezas para poder viajar hacia Moscú. En una
crónica escrita para Gallo Gris, dice Roque: «Nos entusiasmamos con la idea de concurrir al Festival de
Moscú y averiguamos precios de pasajes, estancia, documento, etc., logrado lo cual consideramos tener
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las posibilidades de conseguir el dinero necesario. José Domingo Mira vendió su hermosa biblioteca de
casi mil volúmenes. Enrique Ramírez vendió un solar en el que cultivaba plátanos. Roberto Castellanos
echó mano a sus ahorros y yo hice un préstamo complementario que aún no he logrado cubrir del todo.
Tomás Guerra Rivas consiguió el dinero con su familia en cantidad estrictamente limitada para el
pasaje: se embarcó en Panamá con tres dólares en el bolsillo». Todo ello, como afirma el poeta, con la
intención de conocer la realidad de los países socialistas, a sabiendas de que «estábamos exponiéndonos
a sufrir calumnias y malas interpretaciones y sabíamos claramente también que, a pesar de estar
actuando de una manera absolutamente honesta, normal y acorde con la ley, cabía esperar a nuestro
regreso de la URSS, inclusive muchas contrariedades graves en nuestros trabajos, en nuestros estudios,
en nuestras relaciones, en nuestra vida corriente, en fin. Incluso algunos de nosotros hacíamos el viaje
por sobre la oposición de nuestras familias».
El viaje fue largo y accidentado. El seis de junio de 1957, parte del grupo salió hacia Costa Rica,
mientras que el resto de la delegación se dirigió a Panamá, ciudad donde tomaron el barco italiano
Américo Vespucci, que los dejó en Génova, tras sucesivas escalas en ciudades del Caribe, las Islas
Canarias, España y Francia. El cuatro de julio, los salvadoreños salieron de Génova hacia Viena,
pasando por algunas ciudades italianas. En la capital austríaca, pudieron contactarse con un Comité
Preparatorio del Festival, gracias al cual se les facilitó la entrada a los países socialistas. La primera
escala fue en Checoslovaquia, donde fueron recibidos por una delegación de la Juventud Comunista.
Tuvieron que cambiar de trenes en varias ciudades. En uno de esos cambios, tuvieron un percance:
«nos equivocamos, como inditos dundos, de máquina, y en vez de tomar el tren especial para delegados
al Festival, nos vamos en uno del servicio regular que aunque lleva idéntica ruta va atestado de
pasajeros que, demás está decirlo, no hablan nuestro idioma y no tienen ninguna obligación de
atendernos». No obstante, los pasajeros los acogen cálidamente, tras saber que se dirigían al Festival. En
la última estación en territorio checoslovaco, se unen al viaje las delegaciones de Hungría, Vietnam y la
UNESCO, así como el elenco del Ballet de Bellas Artes de México.
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El día 21 de julio arriban a la URSS, en la estación de Chop. Una bienvenida apoteósica. Los periodistas
interrogan a los salvadoreños. Más tarde, atraviesan territorio ucranio. El 23 de julio llegan a Moscú.
Roque dirige unas palabras de agradecimiento a la juventud soviética por el trato recibido. Su discurso
fue transmitido en onda corta hacia América Latina por Radio Moscú. Los delegados de El Salvador
participan en las actividades del festival, que incluyen una impresionante agenda de actos culturales,
concentraciones políticos, seminarios científicos, encuentros de jóvenes cristianos, reuniones de grupos
antibelicistas, etcétera. Roque y sus amigos participaron en seminarios de economía, derecho y
literatura, y concedieron entrevistas a la radio y prensa soviética. Conocieron distintas facetas de la vida
soviética.
Concluido el Festival, los acompañantes de Dalton partieron a Praga por invitación de la Juventud
Comunista de Checoslovaquia. Mientras, Roque fue invitado por la Unión de Escritores de la URSS a
recorrer el país junto a jóvenes escritores latinoamericanos y a autores reconocidos como Miguel Ángel
Asturias y Graham Greene, «el mejor novelista católico de la actualidad».
La significación de ese viaje es para Roque trascendental en su vida de militante: «En ese año,
por primera vez desde 1932, han viajado jóvenes salvadoreños a la URSS, que a su regreso han
planteado en voz alta sus experiencias. ¿Se insistía aún en que el poeta es una conducta3? Sí, y se pasó a
delitmitar la forma organizativa de esa conducta. Cuando Otto René Castillo regresa a Guatemala, los
principales poetas y escritores jóvenes de El Salvador aceptaban que la máxima encarnación de la
conducta moral revolucionaria del poeta y la más alta forma de cumplir el compromiso con su pueblo
consistía en ingresar y militar en el Partido Comunista. Otto René Castillo había invertido un gran
3 Esto tiene que ver con la frase que acuñó Miguel Ángel Asturias: «el poeta es una conducta moral». Asturias era, en un primer momento para Roque, un ejemplo a seguir, dada la condición de militante revolucionario del escritor guatemalteco. Sin embargo, a ojos del poeta salvadoreño —como ocurriera años después con Geoffroy Rivas— el hombre-ejemplo caería después de su pedestal, al aceptar cargos diplomáticos con una de las dictaduras de Guatemala.
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esfuerzo en colaborar para lograr esa aceptación4».
Roque conoció a un anciano turco y a dos jóvenes latinoamericanos: Un argentino y un nicaragüense.
El anciano turco era el poeta Nazim Hikmet, desterrado en Peredélkino. Los latinoamericanos
impactaron también a Dalton. Del primero, llamado Juan Gelman, escuchó un soneto «dedicado a la
lucha por la paz», recitado en el parque Ermitage. Ese poema fue para Dalton un chispazo revelador del
poder de la nueva poesía latinoamericana56, que estaba representada en ese entonces con autores como
el propio Gelman, Ernesto Cardenal o Roberto Fernández Retamar.
El nicaragüense al que nuestro poeta conoció se hacía llamar Pablo Cáceres, por razones de
clandestinaje. Estudiaba Derecho en ese entonces y militaba en el PC de su país. Más tarde, fundaría el
Frente Sandinista de Liberación Nacional y pasaría a la historia con su nombre de nacimiento: Carlos
Fonseca. «Desde el principio hicimos muy buena amistad ya que a ambos nos atraían las discusiones
políticas de tono y duración ilimitados, compartíamos el odio a la solemnidad y a la adustez, y creíamos
en una Centroamérica unida al nivel popular». Todavía Dalton era, según sus palabras «un estudiante
católico "en busca de la verdad"».
La verdad, o mejor, su verdad vital, vendría después de ese viaje esclarecedor. Trasciende su condición
de «marxista independiente» y pasa a la militancia política de lleno. El Partido Comunista de El Salvador
necesitaba de nuevos bríos en ese momento. Para Schafik Handal, quien fuera máximo dirigente del
PCS, muchos militantes comunistas renegaban del 32: «La mayoría de los nuevos comunistas sostenían
que la insurrección (de 1932) había sido un tremendo error, que jamás debió tomarse las armas.
4 Op. cit., p. 19. 5 Cfr. la reseña sobre el poemario Gotán, de Juan Gelman, publicada en Casa de las Américas, año IV, número 25, junio-agosto de 1964, p. 102. Describe esa revelación en los siguientes términos: «El soneto, que sirvió de ejemplo a Miguel Ángel Asturias para convencernos de que los grandes problemas de la humanidad son perfectamente traducibles al idioma de los hombres sencillos, era en efecto una demostración per se de que la excesiva solemnidad, los aspavientos, las actitudes declamatorias y las leves truculencias, que durante tanto tiempo agobiaron a la poesía latinoamericana, comenzaban a ser eliminadas por una acción sistemática de la “nueva generación”». 6 Cfr. Solidaridad con Carlos Fonseca Amador, en Casa, noviembre-diciembre de 1979, año XX, número 117.
33
Alegaban que eso fue el resultado de la ignorancia de aquellos comunistas primeros, que no conocían la
teoría marxista, que no podían hacer análisis científicos y agregaban otros argumentos parecidos».
Tanto fue el impacto de este tipo de pensamiento, que había una tendencia a negar al PC. Continúa
Handal: «Durante muchos años fue prohibido aceptar que el Partido existía, según el criterio de que si
el Partido luchaba sería destruido. Que primero debía fortalecerse y después luchar. Claro, aquello era
una falacia, ¿cómo se iba a fortalecer sin luchar? Los comunistas luchaban individualmente, sin aceptar
su pertenencia al Partido. Muchos de ellos tenían renombre, pero negaban que eran comunistas».
Roque sería integraría una nueva generación de militantes revolucionarios, que rompen con lo que
Handal denunciaba: el negar al PC y deslegitimar la insurrección de 1932. De hecho, Roque hizo mucho
para sacar a la luz pública la tragedia de 1932.
De su memorable viaje por la URSS, también permanecería la poesía. De esos días viene este poema,
que forma parte del libro Vengo desde la URSS amaneciendo:
EN KIEV (UCRANIA.)7 Desde aquí, (Dniéper, sol, flores, Clavdia.) recuerdo los dolores de mi patria y mi pueblo. Lejana flor, aparcelada, ajena, El Salvador atado por las sombras, el aire que te besa 7 Fragmentos del poema del mismo título, que formaría parte del volumen citado. En Kiev es el único texto que, hasta donde he podido constatar, se conservaría de Vengo de la URSS amaneciendo, gracias a que Álvaro Menéndez Leal lo conservó. El resto del libro sigue obrando su misterioso poder: el del poema que nunca se leyó.
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sólo lágrimas de tus surcos recoge, sólo llanto de tu estirpe pipil va desprendiendo. Todo te lo negaron, patria pobre; te lo negaron todo, pobre pueblo; ¿dónde tu canto exacto, tu danza distribuida entre las flores? ¿dónde tu espada libre, libertaria, tu fusil popular, tu limpio escudo?
Clavdia vuelve a aparecer en Un libro rojo para Lenin. Una impresión muy reveladora fue la que le
produjo la vista del Mausoleo de Lenin. En el libro citado, afirma que uno de sus pensamientos fue:
«¡Hay que dinamitar el mausoleo, para que Lenin salga de entre las gruesas paredes de mármol, a
recorrer de nuevo el mundo, cogido de la mano con el fantasma del comunismo!». Y eso que Dalton
aún no era militante del PCS. Desde aquí viene una actitud antisolemne hacia las visiones almidonadas
de la revolución. En reiteradas ocasiones, se nota un descontento hacia el socialismo soviético. Dice
Álvaro Menéndez Leal que Roque le dijo: «Vos sabés lo que yo amo a la revolución soviética. Pues
bien: por la revolución soviética yo no daría mi vida, pero por la cubana, sí». En Pobrecito poeta que era
yo..., uno de los personajes fustiga a los teóricos soviéticos pues «me dejan con toda la sed, con la idea
de que una dureza tal de pensamiento y de lenguaje no va conmigo». Es en Cuba donde encontraría un
socialismo vivo, innovador, fresco. De eso hablaremos más adelante.
Su regreso al país sería muy accidentado. Fue detenido o interrogado en Lisboa, Barcelona,
Caracas, Panamá y otras ciudades, antes de ingresar a El Salvador. En ese mismo año, es cuando el
poeta se vincula al Partido Comunista de El Salvador. El PC había resistido estoicamente los años del
martinato. En 1944, fue una de las fuerzas que provocó la caída del dictador teósofo, del hombre que
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creía en el poder curativo de las «aguas azules» —en realidad, eran botellas azules de agua— y que era
más grave matar a una hormiga que a un hombre, porque, total, este todavía tiene la oportunidad de
reencarnar. Tal como lo escribe en Pobrecito poeta que era yo..., Dalton ingresa al PCS, gracias a su amistad
con Otto René Castillo. El poeta guatemalteco sería para Roque un ejemplo de militante revolucionario:
«En 1957 (Castillo) estuvo de acuerdo con que no bastaba ser un marxista individual para ser
revolucionario: había que comprometerse organizadamente, ingresar al Partido8». Otto René sería, más
tarde, uno de los intelectuales que propugnara activamente por la necesidad de la lucha armada.
Vivía aún en la casa materna: «La noche de primera reunión de célula llovía/ mi manera de chorrear fue
muy aplaudida por cuatro/ o cinco personajes del dominio de Goya/ todo el mundo ahí parecía
levemente aburrido/ talvez de la persecución y hasta de la tortura diariamente soñada/... Cuando
salimos no llovía más/ mi madre me riñó por llegar tarde a casa». Poesía y política iban, para estos
poetas, de la mano, como escribiera Roque: «de la reunión del Partido se iba a la cervecería y en
ocasiones al revés, surgieron los grandes amores efímeros, las trágicas pasiones que repetirían hasta el
cansancio Los versos del Capitán». Los poetas asisten, con los pintores, diplomáticos y políticos de la
época, a las tertulias en la casona de la poetisa hondureña Clementina Suárez, conocida como El
Rancho del Artista, tertulias que retrata jocosamente en un capítulo de su novela Pobrecito poeta que era
yo...
El núcleo de la Generación Comprometida que se inició con el Círculo Literario Universitario
(Cea, Dalton, Armijo, Canales, etc.) tiene dos guías, dos poetas mayores que son para ellos un ejemplo,
una actitud a seguir: Oswaldo Escobar Velado y Pedro Geoffroy Rivas. El primero es visto como el
poeta de la gesta antidictatorial de 1944 y el segundo tiene la imagen del exiliado del 32. Cuando
Geoffroy Rivas vuelve a El Salvador en 1957, los jóvenes poetas entran en contacto con él. Recuerda
8 Informe de una injusticia, p. 26. Las cursivas son mías.
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Geoffroy: «...cuando yo regresé el 57, precisamente en casa de Oswaldo Escobar Velado, conocí a la
generación de poetas jóvenes, al grupo que encabezaba Roque Dalton, entre ellos estaban: Armijo,
Ricardo Bográn, la mujer de Oswaldo (sic) Chávez Velasco, la Irma Lanzas que ya estaba para casarse
con él, y varios otros, no recuerdo nombres. Ellos seguían mucho a Escobar Velado y en una ocasión,
nos reunimos y nos pusimos a comparar lo que habíamos escrito y hallamos cierta línea que partía de
mi forma de escribir y de mi manera de pensar. Pasaba por Oswaldo (Escobar Velado) y llegaba a
Roque Dalton. Hicimos una grabación de poemas de los tres, diciendo un poema cada uno y quedó
bastante bien. El que más se acercó a mí fue Roque Dalton, que para mí era el mejor de los poetas de
ese grupo...». Geoffroy Rivas aún vivía en México, país en el que se radicó desde 1936. Para este
tiempo, ya Roque se ha casado con Aída Cañas y ha tenido dos de sus tres hijos: Roque Antonio, quien
moriría en combate en los años ochenta y Juan José, actualmente, un reconocido periodista. En 1960,
nacería el tercero: el cineasta Jorge Dalton.
Son tiempos de poesía y militancia. Según Tirso Canales, Dalton también perteneció a la asociación
juvenil «5 de Noviembre», denominada así en honor a la fecha del primer grito de independencia de
España. El ambiente es intenso políticamente. Sale a la luz un testimonio revelador: El libro Secuestro y
capucha, del entonces dirigente sindical Cayetano Carpio, que relata sus penurias en las cárceles
salvadoreñas. Este libro es el punto de toque del testimonio salvadoreño. Surgen partidos de oposición
como el Partido Revolucionario Abril y Mayo, PRAM, influenciado por el PCS. Continúa Canales: «La
"revolución salvadoreña" que estaba a la vuelta de la esquina, "ya se sentía". El gran acontecimiento se
aproximaba y debíamos estar abiertos a la alegría. En las excursiones de la 5 de Noviembre, mientras
marchaban los buses repletos de entusiasmo, se cantaban una tras otra, las canciones de la lucha
antifascista en España, las de la resistencia italiana; se charlaba acerca de la majestuosidad que revistió el
Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes (...). Se narraban las heroicas hazañas del Ejército
Rojo, vencedor del nazifascismo durante la Segunda Guerra Mundial, etc. El mundo nuevo, en fin,
estaba a nuestra vista».
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Roque cultivó el periodismo desde entonces. Ya en 1955 colaboraba con el periódico El
independiente, dirigido por el periodista Jorge Pinto. Escribía ocasionalmente para el periódico del
PRAM, Abril y Mayo, con otros intelectuales vinculados al PCS u a otras organizaciones
revolucionarias, como José Rodríguez Ruiz, Roberto Armijo, Raúl Castellanos Figueroa (destinatario
del poema Arte poética), Roberto Carías Delgado (a quien le dedica el poema El desierto), Canales y
Argueta. Dalton también laboró en publicaciones universitarias como Opinión Estudiantil, órgano de la
Asociación General de Estudiantes Universitarios, AGEUS. Asimismo, se desempeñó como director de
la revista estudiantil de la Facultad de Derecho, Ciencias Jurídicas y Sociales. En los años sesenta, el
poeta colaboraría con Vida Universitaria, publicación dirigida por López Vallecillos —a la sazón, director
de la Editorial Universitaria—.
Una gran amistad (conversación con Álvaro Menéndez Leal)
Un día de 1954, Roque asiste a la Facultad de Humanidades —que en ese momento estaba ubicada en
frente del Hotel Ritz del Centro de San Salvador— a una lectura de obras dramáticas de Álvaro
Menéndez Leal. «Yo leí un texto, una de las piezas del libro llamado Teatro inútil, que es muy surrealista»,
recuerda Álvaro. «En una de las pieza que leí, yo dije mucha mala palabra, haciendo un juego entre cuca
y puta, y el personaje era una puta vestida de monja. Era constantemente ese juego y Roque estaba ahí
en el auditorio. Él me dijo que fue la primera vez que había oído decir malas palabras en el Paraninfo de
la Universidad... Más tarde nos hicimos amigos». Efectivamente, fue una amistad que fue creciendo con
el tiempo. Oigamos lo que Álvaro recordó de su relación con el poeta:
Con Roque tuvimos una amistad especial, por su tipo de carácter. Él era jodedor, bromista, parrandero
y jugador —como Juan Charrasqueado—, y yo también: bromista, parrandero y jugador. Pero, al
mismo tiempo, éramos serios en nuestras cosas, y con una gran consciencia de loo que significa ser
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escritor. Él tuvo definitivamente una gran consciencia. No la perdió.
Siempre se mantuvo la afinidad con Roque. Una vez viajamos a Chile. Otra vez, yo le estaba enseñando
a manejar un carro. Son cosas que sólo tienes con un amigo. En aquella época, yo era millonario, pues
tenía el montón de noticieros de televisión: eran mi negocio, había 120 gentes trabajando conmigo.
Entonces, yo coleccionaba también carros. Una colección bellísima. Y en uno de ellos, enseñé a Roque
a manejar. Pero no aprendió nunca, porque nunca tuvimos constancia. Íbamos a comer frecuentemente
juntos. Me gustaba llevarlo a lugares todos caros y elegantes, sólo por el contraste. No, no se burlaba de
esa elegancia. Aquél tenía esa vertiente... Siendo él un poeta, estaba capacitado, en realidad, para todo.
Igual estuvimos presos, hemos pasado hambre, todo con igual gozo. Aquél se burla de la cárcel en que
estuvo, del hambre que tuvo, de la persecución que tuvo. Esto es la esencia de uno: la capacidad
integral. La composición del poeta es tan gigantesca, tan integral, que no hay problema... ¿El exilio? Lo
pasamos muertos de la risa. Claro, es cierto que más cornadas da el hambre, pero son cosas que uno las
goza también como poeta, como experiencias de escritor.
Así que, con Roque, que no iba a lugares caros con frecuencia, le daba su dosis semanal: Íbamos al sitio
más elegante en aquel entonces, el Siete mares, que fue un restaurante finísimo, y el Hotel El Salvador.
Era lo más highlife. Ahí tomábamos con Roque los mejores vinos y comíamos las mejores cosas, y él
iba bien vestido. En Chile, también fuimos a los mejores hoteles: al Hotel Carrera, que es muy elegante.
La descripción que hace Roque de mi apartamento en Pobrecito poeta que era yo... es bastante justa. Lo
del tío de Izalco, Tata Higinio, que llega a verme, es completamente ficción.
Roque trabajó conmigo, en Teleperiódico, durante cinco años. También trabajaba ahí Armando López
Muñoz. Es natural que en algún momento hubiera fricciones, como las que hubo entre ellos dos. Se dio
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un problema, que era marginal para Roque, pero en el que éste participó efectivamente. Y llegó a nivel
de violencia, para ponerlo en claro. Roque y un amigo suyo le pegaron a López Muñoz brutalmente, lo
llevaron afuera de la ciudad y lo dejaron tirado en la calle, como consecuencia de unos celos del amigo
de Roque.
Otra vez, Roque llegó muy borracho a trabajar. Y yo no tolero la indisciplina en el trabajo. Y menos en
un trabajo como el de la televisión, que, a la hora de salir, hay que salir. Roque era redactor. A las siete
de la noche, le digo: «Dame el material, porque ya es el cierre». De los cuatro programas diarios, dos
eran en la noche, y dos a mediodía. Y tenía que correr desde el Edificio Central. Por eso, tenía un
carrito de carreras, y había arreglado con el Director de la Policía de Tránsito, para poder pasarme los
semáforos en rojo. Yo había estudiado todas estas cosas, para poder llegar en quince minutos desde el
Edificio Central: al terminar el programa, volar hacia donde está hoy la YSU y Canal 4. Era un buen
trayecto. Yo lo había estudiado, incluyendo los semáforos y la policía de tránsito, para poder llegar
cuando la música estaba en el aire. Yo llegaba a sentarme frente a la cámara. Era un tiempo
terriblemente limitado.
Cuando le pido a Roque que me diera el material, para que lo organizara, me responde: «No te lo doy».
Y yo tenía que salir al programa, y él empezó a pelearse con el jefe de redacción, con este y con el otro,
y se puso loco. Estaba borracho, loco. Aquél perdió el sentido completamente. Yo no lo conocía así.
Habíamos estado en el plan de emborracharnos juntos muchas veces. Lo había visto borracho y loco,
pero no al nivel de arriesgar la situación de trabajo, especialmente en una situación política, como la que
estábamos viviendo en aquel momento. Ya no podía emborracharse uno. Ya era de cuidarse muchísimo
en todo. Porque, además, muchas de las capturas de gente de izquierda se daban por la borrachera.
Como a cierto escritor al que le golpearon la cabeza con una llave Stilson, pero no por político, sino
porque andaba con la mujer de otro. Ese escritor se iba a parrandear, y después tomaba un taxi. Luego,
no quería pagarle la cuenta al taxista, y llegaba la policía. La policía no lo capturaba por razones
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políticas: lo capturaba por desórdenes en la vía pública. Eso mismo pasó con Chávez Velasco en Costa
Rica: lo capturaron por dar serenata.
Yo estaba muy enojado. Llamé a López Muñoz y le dije: «Por favor, redacta una nota que diga que el
señor Roque Dalton ha dejado de trabajar aquí, a partir de esta fecha». «Vaya, pues, está bien», me
contestó, y se fue a su oficina. El Roque sí compartía la oficina conmigo. Él, con su maquinita de
escribir, yo, con mi escritorio, porque teníamos una mayor cercanía, bromeábamos, nos preguntábamos
qué nos parecía esto y lo otro. Pero los otros estaban en sus oficinas.
A los cinco minutos, regresa López Muñoz, y me dice: «Mirá, yo no pude escribir la nota». «Entonces
—le dije— no escribas esa nota. Escríbete otra, que diga que a partir de esta fecha el señor Roque
Dalton y el señor Armando López Muñoz han dejado de trabajar aquí». «Vaya, pues», me dijo. Y así
fue. Así terminó, y yo les dije que regresaran al día siguiente por sus salarios, porque estaba
encachimbado.
Al otro día, Roque vino para pedirme disculpas. Volvió a trabajar en el Teleperiódico, así como López
Muñoz, hasta que fue la represión de Lemus.
Mi recuerdo de Roque es vital. No lo concibo muerto. Lo sueño con alguna frecuencia al Roque y me
imagino que lo voy a encontrar en alguna calle, en alguna cantina, jodiendo: «¡Hey, Álvaro, venite! ¡Al
fin llegaste, pelón!». Mi recuerdo es vital: el apetito de vida que es maravilloso y absolutamente
necesario para poder escribir.
Hay que vivir, y Roque vivía, como yo, con un placer por todo. No concibo su muerte, ni la de Rafael
Hasbún, asesinado por la CIA, según la versión más creíble. Cuando el gobierno español me condecoró
una vez y no se podía mencionar el nombre de Roque, en mi discurso, que salió en la televisión, dije:
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«Mis dos grandes amigos, mis dos grandes hermanos, Roque Dalton y Manuel Hasbún, muertos, uno al
norte y otro al sur...»
Los últimos días del Coronel Lemus
Los años comprendidos entre 1958 y 1960 son para Roque una especie de montaña rusa.
Publica su primer plaquette de poesía, titulado Mía junto a los pájaros, bajo los auspicios de la colección
Papeles de poesía, dirigida por Ítalo López Vallecillos. Es reconocido ya como un joven escritor
sobresaliente. En 1958 gana el II lugar de los Juegos Florales de San Salvador, con Doce poemas,
presentado bajo el seudónimo de «El que se anuncia». El primer lugar lo obtuvo Oswaldo Escobar
Velado y el jurado estuvo integrado por José Jorge Laínez, Abelardo García García y Luis Gallegos
Valdez.
Incursiona también en el teatro universitario, que dirigía para ese entonces André Moreau. Esa
incursión es efímera: participa en la puesta en escena de La alondra, pieza basada en la vida de Juana de
Arco, escrita por Jean Anouilh, y eso es todo. Esa incursión escénica no cuajaría en una auténtica
carrera dramática: la pieza teatral que escribió años más tarde, Caminando y cantando, deja mucho que
desear. Faltaría conocer Animales de la tierra del sol. En todo caso, lo de La alondra no pasa más que
de la anécdota, anécdota compartida por cierto con Roberto Armijo, Manlio Argueta y Miguel Ángel
Parada -quien sería Rector de la Universidad de El Salvador en los ochenta-.
Su militancia política también adquiere una dimensión sobresaliente. Del estupor por la derrota
del 32, los revolucionarios salvadoreños se plantean la necesidad de organizarse para la lucha por la
democracia. En palabras de Schafik Handal, el movimiento revolucionario empieza a tomar nuevos
bríos, gracias a factores tanto internacionales como locales: «En los años 60 se produce un gran flujo
del movimiento de masas revolucionario, promovido desde 1958 por la ola latinoamericana tumbadora
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de dictaduras: derrocamiento en 1958 de Pérez Jiménez, en Venezuela; grandes luchas en Colombia
contra Rojas Pinilla y, un poco antes, las repercusiones de la nacionalización del Canal de Suez, por
Nasser. Eran acontecimientos conmovedores. Vino luego la revolución cubana y toda América Latina
se estremeció por uno de sus más vigorosos flujos revolucionarios».
Continúa Handal: «El nuevo despertar y las crecientes luchas democráticas contra la dictadura militar en
El Salvador, que se agudizaron en diciembre de 1955, recibieron una poderosa inspiración del ejemplo
de la revolución cubana y desembocaron, desde el 20 de agosto de 1960, en un verdadero alzamiento
popular no armado, durante varias semanas en San Salvador y Santa Ana -principalmente-, lo cual forzó
de nuevo el fenómeno del entendimiento entre civiles demócratas y sectores militares, derrumbando al
Coronel José María Lemus el 26 de octubre. Ya entonces el Partido tenía una dirección estable, bastante
claridad de su camino, de su rumbo, y tuvo una participación muy destacada en ese movimiento
insurreccional». Handal sería nombrado secretario general del PC en 1959.
Roque estuvo encarcelado dos veces en el país durante esos tres años. Dos veces también, se
fugó de la cárcel. Ambas tuvieron que ver con su participación en el movimiento antidictatorial que
dirigía el Partido Comunista. También estuvo preso en Guatemala. Roque tenía ya esa aureola de poeta
y de hombre político reconocido. La primera ocurrió en 1959. Se da una protesta callejera en contra del
gobierno de Lemus, el 14 de diciembre. A la noche siguiente, la Policía Nacional lo apresa en su casa.
En primera plana del Diario Latino se destaca la noticia de su captura («en caso de escándalo», como
describe la prensa a la proteta antigubernamental) y se informa que Aída Cañas interpuso un recurso de
exhibición personal ante la Corte Suprema de Justicia. El texto es revelador del seguimiento policial en
contra del poeta: «Teniendo entendido que sobre mi esposo no penden causas criminales de ninguna
naturaleza, me ha extrañado mucho su captura lo mismo que la estrecha vigilancia a que ha sido
sometido por parte de la policía nacional, así como de agentes de investigaciones desde hace algun
tiempo, tal como lo puede atestiguar mi vecindario...». Nueve personas más también fueron apresadas
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por la policía, ocho de las cuales salieron en libertad unos días después. Quedaban presos Roque y el
obrero Carlos Alberto Hidalgo, quienes se declararon en huelga de hambre para presionar por su
libertad. El proceso se ventiló en el Juzgado Quinto de lo Penal. El juez del caso contra Roque fue
Joaquín Rivera Romero. Actuó como secretario Fidencio Argueta. Los abogados defensores de Roque
fueron Salvador Valencia, Elías Herrera Rubio y Napoleón Rodríguez Ruiz. El juez, dice la prensa, dejó
en libertad a Dalton. Esto ocurre el 7 de enero de 1960. En la cárcel, Roque había visto que muchos
presos no tenían quien los defendiera. Por eso, cuando sale en libertad, se ofrece a defender a algunos
de ellos. De resultas de esto, la Asociación de Estudiantes de Derecho de la Universidad de El
Salvador abre un listado para «los estudiantes universitarios que humanitariamente quieran defender a
ciento dieciséis reos de la Penitenciaría Central que no tienen defensores y que por falta de recursos
económicos no han logrado su libertad. Entre esos reos hay unos que no han podido pagar fianzas de
cinco y diez colones; otros que se hallan en el período de obtener su libertad condicional; unos más que
tienen cuatro y cinco meses que no saben cómo van sus causas porque no han sido llamados de los
juzgados y otros que se encuentran padeciendo enfermedades graves como artritis, senositis, etc... El
Br. Roque Dalton García, que estuvo detenido varios días en ese penal por sucesos conocidos por el
público, es quien ha dado la voz de auxilio a la AED. El propio Br. Dalton G., por cuenta propia, ya
inició gestiones a favor de varios detenidos. Pero la mayoría de los reos aún queda sin defensores»,
según El Diario de Hoy del 18 de enero de 1960.
La segunda, estuvo precedida de un arresto en Guatemala. Dalton y Roberto Armijo viajaron a
Guatemala, a fines de marzo de 1960, atendiendo una invitación de los estudiantes de derecho de la
Universidad de San Carlos. Tan pronto como salían del avión en el Aeropuerto de Guatemala, se les
capturó, «y se cree que su detención se debe a razones de orden político», conjeturaba el Diario Latino.
Se les mandó de regreso a los pocos días. De alguna manera, el joven litigante que era a la sazón Roque,
era una presencia problemática para el gobierno, lo mismo que buena parte de sus compañeros de la
Generación Comprometida.
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Varios sectores civiles, entre ellos, la Asociación General de Estudiantes Universitarios
Salvadoreños, AGEUS, integran el Frente Nacional de Orientación Cívica, FNOC, que exige al
gobierno de Lemus la democratización del sistema electoral, el cual estaba al servicio del continuismo
del PRUD. El descontento civil es cada vez más patente. El gobierno de Lemus responde, en primer
lugar, llevando a cabo elecciones viciadas y alguna que otra concesión -como el salario mínimo para los
campesinos- que deja intacto el sistema autoritario.
Las fuerzas de oposición se unen para organizar protestas callejeras contra el gobierno. La
respuesta es la represión y la captura de opositores.
En 1960 regresa Geoffroy Rivas al país, esta vez para quedarse del todo. Hay que recordar que el autor
de Vida, pasión y muerte del antihombre tenía una aureola de poeta rebelde alrededor suyo, gracias a su
autoexilio en México por los sucesos del año 32 y a su gran poesía social. Tenía reputación de
comunista, aunque jamás había militado en el PCS -hay que decir, por otro lado, que perteneció en
algún tiempo a las filas del PC mexicano, del que se separó por su carácter anárquico-. Esa aureola de la
que hablo se derrumbó cuando Geoffroy Rivas apareció dando declaraciones por televisión en contra
del PCS. El poeta santaneco tomaba distancia pública del partido de izquierda más antiguo del país y
pasaba al campo de la «oficialidad», a ojos de sus detractores. Esto pesó mucho en Dalton y otros
poetas, dado el respeto sentido por Geoffroy. En una polémica con el «poeta salvaje», Antonio
Gamero, Roque había puesto como ejemplo a seguir la actitud política de Geoffroy Rivas, en contraste
con el servilismo hacia el sistema que le achacaba a Gamero. Me parece justo transcribir la versión de
Geoffroy Rivas sobre el asunto de las declaraciones televisivas: «Cuando me vine para El Salvador del
todo, por el año 60, quise incorporarme inmediatamente, pero me costó tres años la incorporación, y
claro, a mí nadie me daba trabajo porque era comunista. En el gobierno; ¡Dios guarde!, no podía
trabajar porque era comunista; tenía muchos amigos ahí pero amistad nada más y los comunistas me
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decían reaccionario. Así pues todo ese tiempo y en el año 62 al fin me aburrí y le pedí tiempo a una
televisora: hice 7 programas, explicando mi situación, cuál era mi verdadera posición. Hicieron un
escándalo del diablo y de ahí que los comunistas de aquí que al principio como le digo, me acogieron
amistosamente, porque como amigo, fui muy amigo de ellos también, porque yo aquí no había militado
nunca, pero ya caundo hice los programas, se me echaron encima, me los voltearon y me atacaban y me
injuriaban y me calumniaban». A Roque, asegura Geoffroy, «los del partido me lo echaron encima por
las declaraciones que yo hice en la televisión y entonces fue uno de los que más me ultrajaron, pero yo
lo sigo apreciando como poeta». El episodio de Geoffroy es tema de uno de los diálogos de Pobrecito
poeta que era yo. Vale recordar que el título de la novela es uno de los versos de Vida, pasión y muerte
del antihombre.
Arrecia la escalada de la represión oficial. El campus universitario es ocupado por las fuerzas
militares el 2 de septiembre. Los soldados apalean al rector Napoleón Rodríguez Ruiz y a otros
miembros de las autoridades universitarias. Matan a un estudiante y hieren a varios más. La universidad
no tiene más remedio que cerrarse y muchos de sus miembros, que huir del país o meterse en el
clandestinaje.
Para Roque hay una nueva visita a la cárcel. Es capturado el 13 de octubre de 1960 por la policía del
Coronel Lemus. La captura se dio en la Hacienda San Antonio, departamento de La Paz, según el parte
policial. Dalton fue capturado en presencia de su esposa. También capturaron a cuatro trabajadores, a
los cuales se les acusó de ser «guardaespaldas» de Roque. Según cuenta en Pobrecito poeta que era yo...,
estuvo prácticamente desaparecido los primeros días. Su madre y su esposa no conocían su paradero.
Incluso, su madre llegó a recibir anónimos donde se aseguraba que Dalton había sido asesinado.
Álvaro Menéndez Leal recuerda que en esos días, Roque era uno de los redactores del Teleperiódico
impreso, que el mismo Álvaro había fundado a la par del Teleperiódico, primer noticiero televisivo del
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país. También trabajaba en el diario «toda la plana mayor del PC: Tomás Guerra, Arias Gómez...»,
afirma Menéndez Leal. Asimismo, el poeta Armando López Muñoz —el «Mario» de Pobrecito
poeta...— era otro colega de trabajo de los anteriores. Entre otras cosas, Roque era el autor de Columna
vertebral, que calzaba bajo el seudónimo de «Rayos X». Desde ahí, Dalton ejerció una crítica mordaz y
satírica hacia el ambiente cultural imperante. Sobre los comentarios del escritor cubano Enrique
Labrador Ruiz acerca de Viento del pueblo, de Miguel Hernández, afirma: «Porque Viento del pueblo
es un extraordinario libro de poemas y no una obra de Teatro, como dice el respetabilísimo escritor
cubano, aficionado, por lo que se ve, a hablar de personas y obras que desconoce como el que más.
Claro que si esto lo hubiera hecho un salvadoreño, ya le habrían excomulgado del escribir. Pero es un
extranjero... que nos siga engañando con otros artículos». También hace una antología de la mala
poesía, cosa que se cristaliza en Historias prohibidas del Pulgarcito. Un ejemplo: Transcribe el texto
Minuto de espanto —incluido en el libro mencionado— de José Eulalio Candray, a quien describe en
estos términos: «pensanauta trashumante, panida por excelencia de San Juan Tepezontes. Es
imperdonable en jóvenes poetas como Roberto Cea, Tirso Canales, Julio Enrique Ávila y Roberto
Armijo, el desconocimiento de esta cumbre de la poesía criolla, digna del más profundo estudio crítico.
Su poema “Minuto de Espanto”, por ejemplo, basta para colocarlo a la par de poetas tan maravillosos
como el Mariscal Rommell, Chepón Deras o el Dr. Manuel de Jesús Lara».
El gobierno militar había impuesto la censura a todos los medios de prensa. Una vez,
Teleperiódico transmitió en vivo una manifestación que estaba siendo reprimida por los cuerpos de
seguridad, algo inusitado para aquel tiempo. Tal como lo dice la novela de Roque, el régimen de Lemus
destinó un censor para el periódico, esto es, un agente de la inteligencia policiaca, para controlarlo
desde adentro. «Un día», recuerda Álvaro, «me puse un esparadrapo en la boca y mi editorial fue gestos
y sonidos guturales... El noticiero se radicalizó mucho y fue entrando en una gran crisis, con grandes
peligros para cada uno de nosotros. El Roque se escondió, yo empecé a huir, porque después del
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editorial ese, ya no me puede acercar al Teleperiódico, porque ahí sí me hubieran capturado, torturado y
matado».
La presión que hicieron los familiares y amigos de Roque fue grande, que el gobierno tuvo que
reconocer públicamente que lo tenía capturado. El Departamento de Relaciones Públicas de Casa
Presidencial publicó un comunicado Severo mentís a los profesionales de la calumnia y la mentira:
Roque Dalton García capturado, donde daba su versión de los hechos.
La declaración de ofendido de Dalton9, prestada ante la Fiscalía General de la República, es
interesante para darnos cuenta de la bajeza del régimen lemusiano. Dalton, su esposa Aída, y los
trabajadores que lo acompañaban durante la captura, fueron obligados a «posar en grupo con los libros
que le habían decomisado». Esa foto acompaña el citado comunicado de Casa Presidencial, con el que
el régimen intentó lavarse las manos ante la opinión pública. Fueron incomunicados y obligados a posar
con armas «que nunca han sido de propiedad del que depone». Los policías hacían presión sobre
Roque, amenazando con maltratar a su esposa e hijos. La casa de la madre de Roque fue custodiada por
la policía. La señora García y Aída Cañas recibían anónimos diciendo que Dalton guardaba prisión en
una celda especial del penal de Santa Ana, cosa falsa. Llegaban también a sus manos notas asegurando
que al poeta le habían cortado las orejas en el cuartel de policía.
También surgieron las acusaciones fantásticas: el teniente de policía acusaba a Dalton de viajar a
Santiago de Chile para sabotear la Conferencia de Cancilleres que se celebró en 1959. Lo cierto es que
Dalton viajó a cubrir periodísticamente esa conferencia con Álvaro Menéndez Leal. Las amenazas a
muerte fueron reiteradas. El jefe de policía, general Manzanares, intentó, incluso, obligar a Roque a
firmar «un documento haciendo constar que apoyaba al capitalismo y a la Iglesia Católica».
9 Publicada en la revista Guayampopo, San Salvador, julio-agosto de 1997.
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Y a todo esto, una acusación infame: el gobierno llegó a culpar a Roque y Álvaro de la muerte
del poeta López Muñoz, acaecida trágicamente en un bar de San Salvador. «Alguien le metió un
picahielo en el Bar El Paraíso, que quedaba por La Praviana y la Lotería Nacional. Se fue caminando
desde ahí hasta el Teatro de Cámara, sangrando, y ahí cayó. Él creyó que, por que andaba sangrando
poco, podía llegar a casa, y murió ahí. El gobierno trató de dar la versión de que Roque y yo lo
habíamos asesinado». Sin embargo, Menéndez Leal se encargó de denunciar al régimen ante la Sociedad
Interamericana de Prensa.
Dalton, acusado por los delitos de rebelión y sedición ante los Tribunales Militares, estaba
prácticamente condenado a muerte. Pero el movimiento de lucha contra Lemus cobró tal fuerza que
hizo caer al régimen. «La lucha contra el poder dictatorial de Lemus -miembro de la Academia, por otra
parte-, llenó las cárceles de El Salvador de jóvenes universitarios. Entre ellos Roque Dalton, condenado
a muerte sin haberse enterado... hasta después de su liberación. Es memorable la foto que detuvo el
instante de esa liberación en hombros del pueblo. El poeta rescataría después, del archivo policíaco en
derrota, las fotos de frente y de perfil que le tomaron para ficharlo. Ahora, aquella torpeza policíaca es
ficha literaria», escribe Eraclio Zepeda.
Sus hermanos de promoción literaria sintieron esa captura como propia. Roberto Cea dedicó los
siguientes versos, publicados en la revista El gallo gris:
ODA LIBRE DESDE LA CALLE A UN POETA JOVEN EN LA CÁRCEL
(a Roque Dalton)
Valiente la policía
Orden de los coroneles
OSWALDO ESCOBAR VELADO
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¡Diminutos insectos se arrastraron
para quebrar tu libertad de hombre!
¡Insectos diminutos en camisa, sombrero y pantalón!
¡Y estás preso, compañero!
¡Y tu canto está libre!
¡Con nosotros, aquí
en el centro total del espinazo!
¡Cómo duele tu ausencia en la mesa
de todos los muchachos!
Porque estás preso, compañero
a mitad de la lucha, al inicio del canto
hay que gritarlo en la calle, en el parque
en el café para que el mundo sepa
que en una celda,
llevadopor el odio
hay un hombre encerrado. -¡Hay un poeta preso!-
¡Hermanos de la calle, hay un poeta preso!
¡Campesinos, hay un poeta preso!
¡Carpinteros, hay un poeta preso!
¡Presidiarios, hay un poeta preso con vosotros!
¡Un poeta que es canto para el vecino pobre!
50
Que quiere para el niño una alegría honda,
sin viernes de cuaresma;
una alegría virgen para Domingos Rojos.
¡Está un hermano preso, camaradas del mundo!
¡Y el tiempo se detiene
en una celda estrecha!
¡Mientras mi grito enciende su protesta!
«Detengan un poeta»
-gritaron los chacales,
desde entonces las bocas que gritaron -«Detengan un poeta»
se pusieron muy negras con esa orden negra,
más negras que mil sotanas negras.
¡Pero estás preso, Roque Dalton!
Y conocí la justicia, la libertad en que vivimos
y vi los barrios rotos.
¿Y nosotros, donde estamos nosotros?
¿Dónde están esos cantos, compañeros?
Y cuando me pregunten dónde está la justicia
diré que es prostituta
y que a cada juez le anuda la corbata.
Pero estás preso, Roque Dalton
51
a mitad de la lucha, cuando el canto se inicia,
cuando todo comienza para este pueblo nuestro
al que le cantaremos kilómetros de canto
y alegrías inmensas le daremos
¡mientras tengamos voz!
Enero 1° de 1960. S.S.
Es interesante ver cómo Dalton vive una vida cargada de hechos insólitos. Él se encarga de cultivar esa
forma de vivir. No hay que extrañarse, pues, que el celebre reporte que escribiera el coronel
Manzanares sobre Dalton se convierta en material poético -está referenciado en El turno del ofendido-,
o que sus horas tediosas en los juzgados se tornen en episodio novelesco. El nombre de Roque Dalton
era prohibido en El Salvador, como me lo dijo una vez Silvia Castellanos, la viuda de Ítalo López
Vallecillos. Era notoria su fama de perseguido político. En una «Nota a la segunda edición», incluida en
los manuscritos de El turno del ofendido, se afirma lo siguiente:
Nacida de un hombre joven, “hecho a la fatiga de las cárceles”, de vida intensa y contradictoria, la poesía de Dalton ha dado lugar a las más variadas opiniones y se ha visto perseguida de cerca por iras y alabanzas simultáneas, por la flor del escándalo. El Arzobispado de San Salvador (ciudad natal del autor) declaró que la obra de Dalton es «un leso atentado contra lo más sagrado de nuestra civilización», además de “un esperpento”. El excelente poeta y crítico cubano Roberto Fernández Retamar asegura que «un día se hablará de Dalton como hoy se habla, por ejemplo, de Neruda». El Director General de Policía de El Salvador, General Manzanares, calificó al autor de El turno... como «una verdadera amenaza», en cambio Miguel Ángel Asturias lo considera como uno de los tres mejores poetas jóvenes de Centroamérica.
Esto es una constante en Dalton: los elementos de la vida diaria -de ese tipo de vida diaria que Dalton
deliberadamente crea- son elementos poéticos: la poesía está hecha más que de palabras. Para Dalton, la
poesía debe estar vinculada estrechamente con la verdad. Pero, la verdad de Dalton es la verdad de la
imaginación revolucionaria, eso que el Che resumía diciendo: Seamos realistas, pidamos lo imposible. Y
por esa verdad -más rica que el pedestre pragmatismo que hoy nos aconsejan neoliberales y
52
desencantados- hay que ser fiel, aún a riesgo de perder todo, hasta el amor del mundo: «pero por la
verdad todos los lutos/ todos los charcos hasta ahogarse/ pero por la verdad todas las huellas/ aun las
manchadoras las del lodo/ pero por la verdad/ la muerte/ pero por la verdad». Pero esto no implica
una actitud de gravedad: la gravedad, lo solemne, es parte de la muerte. Y el poeta es Xochipilli, el rey
de las flores y del canto, de la alegría que es llegar al poema. El poema, no visto ya como una entelequia
a la que solamente los iluminados por la imposible pureza de las formas podrán rozar, sino como una
verdad aquí y ahora. De ahí, la insistencia en el reírse de todo y de todos, hasta de sí mismo, que tuvo
Dalton.
El viajero de sí mismo
Los viajes, como los artistas, nacen, no se hacen. Contribuyen a ellos un millar de distintas circunstancias, muy pocas de las cuales han sido deseadas o determinadas por la voluntad... a pesar de lo que podamos pensar al respecto. Surgen en forma espontánea de las exigencias de nuestra naturaleza, y los mejores nos conducen, no sólo hacia afuera, hacia el espacio, sino también hacia adentro. Los viajes pueden ser una de las formas más compensatorias de la introspección...
LAWRENCE DURRELL
Queda dicho el impacto que causó a los jóvenes revolucionarios el triunfo de la Revolución
cubana en enero de 1959. La entrada de los «barbudos» a La Habana revitalizó al movimiento
democrático latinoamericano: lo llenó de una fuente de inspiración, de una iconografía y de una poética,
pero también lo obligó a plantearse nuevos retos.
En 1959, como decíamos anteriormente, viajó con Menéndez Leal a cubrir la Quinta Reunión
de Consulta de cancilleres de la OEA. Ese fue, digamos, su primer encuentro directo con la Revolución
cubana. La delegación de la isla estaba integrada por el canciller Raúl Roa; el jefe de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias, Raúl Castro y el Ministro de Cultura, Armando Hart. En la reunión, se
hicieron patentes las posiciones encontradas entre el gobierno de Cuba y aquellos gobiernos que
secundaban las posiciones norteamericanas. Dice el hijo del fallecido canciller, Raúl Roa Kouri: «La
53
nueva diplomacia cubana, que inauguró Roa en los debates de la OEA y la ONU, nada tenía que ver, en
efecto, con los perifollos y ademanes versallescos: llamaba al imperialismo por su nombre y denunciaba
sin ambages las tropelías del "avieso vecino". No rehuía calificativos ni dicterios —por otra parte
castizos— cuando era menester, y su palabra, vital expresión de legítima cubanía, era a la vez culta y
urticante10». Para Roque, esa fue la oportunidad de presenciar «la conjura de la OEA contra el joven
estado cubano». La conjura se cristalizaría, efectivamente, con la expulsión de Cuba del organismo
interamericano, bajo presión de los Estados Unidos.
Después de cubrir la reunión de la OEA, Dalton volvería a El Salvador, a su trabajo en Teleperiódico, a
sus labores partidarias y literarias, y se darían los hechos ya citados: su encarcelamiento y posterior
liberación. Salió expulsado del país por uno de los tres Directorios Cívicos-Militares que se sucedieron
en 1961 a la caída del depuesto Lemus. Era el 16 de febrero, y gracias a la gestión del embajador
mexicano en San Salvador, Emilio Calderón Puig, pudo radicarse en México.
En el país azteca publica La ventana en el rostro, bajo el sello de Ediciones de Andrea, editorial
encabezada por Pedro Frank de Andrea y fundada por Juan José Arreola. Los manuscritos de La
ventana proceden de su primera juventud. Algunos, como queda ya dicho, habían sido dados a conocer
de forma dispersa. Roque viajó a México con un tipógrafo del periódico opositor El Independiente que
luego llegaría a ser un entrañable poeta: Ricardo Castrorrivas. El jovencito que era Castrorrivas era
secretario personal de Dalton. Secretario personal en este caso implicaba mecanografiar los originales
de los poemarios para darlos a la imprenta. Pero también, dado el carácter horizontal de ambos,
compartir juergas, confesiones, añoranzas y encrucijadas. Castrorrivas es fiel testigo de este primer
peregrinaje del poeta salvadoreño.
La ventana... está prologada por Mauricio de la Selva, escritor salvadoreño de la Generación
10 Cfr. Semblanza de Raúl Roa, en Casa, N° 208, julio-septiembre de 1997.
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Comprometida, que estudiaba Antropología en aquel país. De la Selva señala en su prólogo que aunque
Dalton «es un buen poeta a pesar de sus retorcimientos en las construcciones sintácticas», aún no ha
roto con la omnipresente influencia nerudiana. Empero, De la Selva recuerda que Roque, en opinión de
una voz prestigiada como la de Miguel Ángel Asturias «es uno de los tres mejores poetas jóvenes con
que cuentan actualmente los seis países integrantes de Centro América». Su poesía, como lo señala el
prologuista, va más allá de la sola influencia del gran chileno: ya asoman climas joyceanos —climas que
tendrían su clímax en Los hongos— y vallejianos que lo salvarían de convertirse en otro pequeño Neruda.
En poemas como Oíd, se vislumbra una de las recurrencias claves: el poeta visto como un paria,
mancillado brutalmente, como el Cristo en su Gólgota. Es el embrión de las cicatrices, las desgarraduras
del escritor, los lanzazos propinados por el centurión romano en el costado. Es también la visión
premonitoria de la traición, del beso de Judas que lo llevaría a su muerte injusta:
Oíd, oíd, duros amigos que despreciaron mi ternura de prolongado niño
Los «duros amigos» representan la «razón pragmática» que desprecia a la razón de la poesía. Veamos
por qué. La razón de la poesía, como la razón utópica, escapa a las conveniencias. Es, sobre todas las
cosas, la inconveniencia encarnada. La poesía no conviene a los sistemas inflexibles:
Una sociedad como la nuestra —escribe Octavio Paz—, que cuenta entre sus víctimas a sus mejores poetas; una sociedad que sólo quiere conservarse y durar; una sociedad, en fin, para la que la conservación y el ahorro son las únicas leyes y que prefiere renunciar a la vida antes que exponerse al cambio, tiene que condenar a la poesía, ese despilfarro vital, cuando no puede domesticarla con toda clase de hipócritas alabanzas. Y la condena, no en nombre de la vida, que es aventura y cambio, sino en nombre de la máscara de la vida: en nombre del instinto de conservación (...) En nuestra época la poesía no puede vivir dentro de lo que la sociedad capitalista considera sus ideales: las vidas de Shelley, Rimbaud, Baudelaire o Bécquer son pruebas que ahorran todo razonamiento. Si hasta fines del siglo pasado Mallarmé pudo crear su poesía fuera de la sociedad, ahora toda actividad poética, si lo es de verdad, tendrá que ir en contra de ella.11
11 Poesía de soledad y poesía de comunión, en Las peras del olmo, Editorial Origen-Seix Barral, colección Obras Maestras del Siglo XX, N° 39, México, 1984, pp. 88-89.
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Pero el pragmatismo no está sólo del lado de allá: los duros amigos lo son precisamente porque están
dentro de las filas revolucionarias, o por lo menos, dentro de quienes dicen actuar en nombre de la
revolución: Dalton es asesinado precisamente por sus «compañeros» de organización, que lo matan
para conservar el poder, ya que se sienten asediados por los cuestionamientos del poeta.
La predestinación martirial de Dalton es la encarnación de la radicalidad del poema. El poema subvierte
el orden del discurso racional. Exige también el derrocamiento de la lógica que sostiene a este discurso.
Pero el poema no es el simple (¿simple?) acto de su escritura: es un sacerdocio —en el mejor sentido de
la palabra—. Al novicio le es exigido profesar una serie de renuncias. Quitando de la vista lo antinatural
(y a veces falso) de ciertas de estas renuncias, esto tiene un sentido maravilloso: al aspirante a sacerdote
se le exige renunciar a lo que puede distraerle de su misión espiritual. Renunciar es concentrarse en la
misión encomendada en el reino de este mundo. Renunciar para no dispersar las fuerzas en lo que
puede ser tenido por secundario.
La poesía exige un sacerdocio muy particular. Al poeta no se le pide renunciar a este mundo: es más, el
poeta debe impregnarse de lo terrenal, pero también de lo espiritual y hasta de lo demoníaco, con tal
que esta humedad de vivencias alimente su verbo y que este pueda dar testimonio del hombre, de su
miseria y de su divinidad.
Aventura y cambio: tal el designio vital de Dalton. Aventura y cambio fue lo que le trajo su año de
residencia en México. Comenzó a estudiar Antropología en la universidad estatal, la UNAM. El
conocimiento académico se transforma en experiencia poética: Así nacería más adelante el poemario
Los testimonios, y en especial aquella parte dedicada a la re-creación de temas prehispánicos. Según el
autor, algunos de los poemas parten de documentos históricos, otros, «como El Brujo Juan Cunjamá o
{El}Príncipe de Bruces, están basados en grabaciones hechas por antropólogos del Instituto Nacional
Indigenista de México entre brujos de Chiapas y Yucatán. El pozo del júbilo «es una recreación del estado
56
de ánimo en que se cae bajo el estímulo del peyotl, la tuna sagrada y alucinógena de los indígenas
mexicanos, según una nota que antecede una selección de Los testimonios, publicada en la revista de la
Universidad de El Salvador. La relación de alucinógenos, estado de gracia y literatura no es un tema
nuevo: Ya Michaux y Aldous Huxley habían hechos experimentaciones directas en ese sentido. No
estoy diciendo que Dalton haya probado necesariamente el peyote: lo que me parece es que continúa de
alguna manera una tradición en la poesía moderna. Pero si para Michaux y Huxley la experiencia del
peyote no era otra cosa que buscar un referente cultural más genuino, más natural, que el de la Europa
occidental, en Dalton la referencia poética —llamémosle así, por no incurrir en especulaciones— del
alucinógeno es parte de una tentativa mayor: encontrar un yo profundo. Pero se trata de algo más: es un
viaje a la semilla, un viaje a los orígenes propios, a las raíces telúricas que van más allá de los apellidos
paterno y materno. La referencia, pues, del peyote, se inscribe en la recuperación de la atmósfera
originaria americana, que en un mestizo como Roque Dalton no es otra cosa que un viaje al centro de sí
mismo. Al centro, o mejor, a uno de los centros: está también su innegable raíz europea.
Conoce, según recuerda Eraclio Zepeda, a poetas como León Felipe -exiliado del franquismo- y al
mítico Salomón de la Selva -el novio de Claudia Lars, el poeta soldado-. Vive en casa de este último,
según el poeta chiapaneco, «a donde una noche memorable llega acompañado de todos los perros
vagabundos del barrio: los ha invitado a protegerse del frío en la sala de Salomón, quien odia a los
perros12»
.
Cuba en el corazón
A Cuba llegaría a conocerla en 1961, para el segundo aniversario del triunfo de la Revolución. Después
12 Cfr. el prólogo de Zepeda a Taberna y otros lugares, UCA Editores, 1989.
57
de esa breve estadía, viaja de nuevo en 1962, con el objetivo de asistir a la Conferencia de los Pueblos.
Termina viviendo en La Habana durante un año. Año muy intenso, año de trabajar en las instituciones
cubanas, año de conocer a fondo la experiencia de la revolución. Trabaja en Radio Habana, en Casa de
las Américas y en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC. Traba amistad con Eraclio
Zepeda y con el intelectual guatemalteco Manuel Galich.
Fayad Jamís trabajaba en el periódico Hoy, cuando le fue encomendado entrevistar al poeta
salvadoreño. «Desde ahí nos hicimos amigos. Él se iba y volvía, participábamos en las polémicas
culturales que hubo en Cuba, las comentábamos y comentábamos también la poesía». Además de amigo
de Roque, Fayad también sería su editor. Jamís dirigía una colección de poesía bajo el sello editorial La
Tertulia. En él publica El mar, en 1962. Para dar una idea de la importancia de las obras publicadas en
La Tertulia, hay que señalar que «se publicaron poemas de Neruda, Asturias, Hikmet, Elvio Romero» y
Eraclio Zepeda13
.
Roque escribe mucho, pronuncia conferencias y su actividad literaria se diversifica
enormemente.«Como poeta, fue en Cuba donde adquirí conciencia de lo que significa escribir en serio,
de ser (para emplear una palabra ya vieja) un escritor profesional, alguien que escoge la literatura como
oficio. No sé si ello aconteció porque era simplemente un nivel de desarrollo o porque aquí se dieron
las condiciones de libertad (material y espiritual) imprescindibles para poder expresar toda una gama de
problemas que nunca hubiera podido encarar en mi país», confiesa a Mario Benedetti en entrevista ya
célebre. Con Galich y Zepeda dicta conferencias sobre los mitos mesoamericanos. Junto a Roberto
Fernández Retamar, Fayad Jamís y al escritor peruano Juan Larco, participa en un homenaje al poeta
César Vallejo. Su intervención de esa noche de 1963 se transforma en el libro que lleva el nombre del
autor de Los heraldos negros. «Esta primera larga estancia en Cuba (...) fue para Roque Dalton una viva
13 Ibídem.
58
academia. Aprendió e inventó muy diferentes áreas del interés humano. Es sin duda el hombre más
vital que yo haya conocido: gran poeta y excelente centro delantero en el fútbol, serio estudioso de
materias militares y excelente bailarín de mambos, cuidadoso investigador de historia y bebedor de
trago largo y risa pronta en los sitios más inauditos de La Habana; comentarista de muy serios asuntos
en la radio y dueño de la más amplia colección de cuentos para reír que yo recuerde», escribe Zepeda.
Se integra de cuerpo y alma a la vida cubana. Comparte su destino con los de abajo: «Cuando fuimos a
la zafra se relacionaba no sólo con el grupito nuestro» -recuerda Rolando Sánchez, trabajador de Casa
de las Américas en testimonio reproducido en el volumen Valoración múltiple de Roque Dalton- «sino con
todos. Cuando terminaba el trabajo conversaba, hacía muchos chistes y luego se iba a leer, a estudiar».
Como lo dice Ricardo Castrorrivas, quien lo acompañó en esa primera residencia en la isla, el poeta
salvadoreño recibió adiestramiento militar como parte de la estrategia que el PCS había concebido para
ese tiempo. La idea era tener un contingente de militantes aptos para entrar en la lucha armada. El
Frente Unido de Acción Revolucionaria, FUAR, era el instrumento partidario para tal fin.
En tal sentido, Roque y Castrorrivas estuvieron destacados en tareas militares en 1961 —en el marco
de la «lucha contra bandidos», es decir, el combate contra los ex guardias batistianos financiados por la
CIA— y durante la llamada Crisis de Octubre, 1962. Se trató de una crisis en el ámbito de las
relaciones entre la URSS y los Estados Unidos, debido a que los soviéticos habían emplazado unos
misiles en la isla caribeña. La crisis se resolvió con la decisión del Primer Ministro soviético, Nikita
Khruschev, de retirar el armamento de Cuba, para disgusto de muchos en la isla.
Roque seguía escribiendo, infatigable. Su poemario El turno del ofendido14 gana una mención en el
14 Algunas de las apreciaciones de Pablo Armando Fernández sobre el autor de El turno del ofendido son las siguientes: «Roque Dalton tiene prisa en desbaratarlo todo, en reconstruirlo todo, y ha elegido una sola arma —desnuda, filosa, dura—: la palabra. Y su reverso abrigado, romo y frágil. Así se lo planta a uno enfrente, desarmado. (...) Los poetas de este tiempo con como él. No pueden ser de otro modo. “Iracundos”, “vapuleados”, “inconformes”, “rebeldes”,
59
certamen latinoamericano de poesía de Casa de las Américas, que ya a estas alturas era un punto de
referencia obligado para los interesados en la literatura de nuestra América. Conoce a los poetas
cubanos Roberto Fernández Retamar, Fayad Jamís, Pablo Armando Fernández y Heberto Padilla —
faltaba mucho para el tristemente célebre caso que le dio notoriedad a este último—. Es amigo de
escritores ya mayores como Félix Pita Rodríguez. Conoce al pintor mexicano Carlos Jurado -personaje
de Taberna y de otro poema-, al nicaragüense Lisandro Chávez Alfaro —conocido cuentista— y a una
muchacha llamada Margarita Dalton. A Padilla y a Pablo Armando los volvería a ver cuando estos
ocupaban cargos diplomáticos en embajadas cubanas en Europa.
En 1963, se vuelve a encontrar con Nazim Hikmet, quien llega a Cuba con una salud bastante delicada.
Dalton y sus amigos cubanos lo llegan a visitar. «Era un hombre de una diafanidad conmovedora; se
advertían en sus versos su rectitud, la hondura de sus convicciones, su probada vocación de sacrificio,
su amor por el pueblo. Pasábamos horas escuchándolo en su habitación del entonces llamado Hotel
ICAP. Estaba penetrado por muchas de las concepciones del dogmatismo estalinista, pero a él
podíamos escucharle cualquier despropósito -que hubiéramos rechazado en un funcionario de cultura-,
porque era un gran poeta», recuerda el novelista cubano Lisandro Otero.
Habla Castrorrivas
Roque siempre estaba tomando apuntes. Una vez, estábamos en un campamento en Pinar del Río. A
mí me tocaba hacer guardia en la madrugada. En aquel tiempo había gente armada en esa zona: los
contras, sobre todo, en Escambray y en la Sierra de los Órganos. Había amenaza de que esa gente, los
bandidos, nos pudiera matar. Por fuerza, teníamos que quedarnos a cuidar el campamento.
“combativos”, “desobedientes”, poetas deslenguados que hacen de la palabra un puño o saliva. (...) Roque Dalton, entre todos, es capaz con su grande insolencia de alumbrar el génesis de lo creado y también es capaz de profetizar su hora apocalíptica. El turno del ofendido corresponde a esta actitud, a este modo». Cfr. «Nota a la primera edición» en la versión manuscrita de El turno del ofendido.
60
Yo me acuerdo que estaba con el fusil haciendo posta. De repente, oí un ruido.
—¡Alto! ¿Quién vive?—grité.
Nada. Siguió el ruidito. Volví a preguntar:
—¡Alto! ¿Quién va?
Como no decían nada, pensé: «Antes que me mate este hijueputa, lo mato yo». ¡Pau!, disparé. Fue un
desvergue. Tras la denotación, comenzó el combate, todos se fueron a sus puestos. No siguió más el
ruido, pero ya no durmió nadie, esperando el ataque. Cuando llegó la madrugada, fuimos a ver qué
pasó. Lo que había era un cadáver: el de un marrano de esos de raza, gigantesco, el gran cuchón de esos
cheles, rosados. Como ni él me dio la clave, ni yo sé hablar en porcino, lo maté. Era un semental, nada
menos. El Roque eso lo dice en la obra. Cómo no andaría tan metido en su obra, que lo menciona en
algún momento: alguien mató un cerdo.
Había otro muchacho que era de Ahuachapán, que era tan flaco, el pobre, que le decíamos: «Vos
parecés zancudo», y así le pusieron de apodo, porque se encabronó mucho. Cada vez que le decían
«Zancudo», él se venía dispuesto a darse verga. Era peligroso decirle el apodo. Mejor le decíamos
«¡Zinn!» Eso sale en la novela: «¿A quién le decíamos Zinn de apodo». La literatura de Roque era pura
vida, era vida propia. Cuando yo leí eso, me acordé del muchacho. Son las cosas que él apuntaba
constantemente. Agarraba su papelito, apuntaba babosaditas y después las integraba en su obra. Era
literatura pura.
Cuando terminó El turno del ofendido, me dijo: «Vamos a enseñárselo a un poeta que es embajador de
Chile». Vivíamos en La Habana. El señor se llamaba Antonio de Undurraga, quizás es dueño de los
famosos vinos, porque era un embajador de carrera, burguesón, él. Roque le llevó el libro. El viejo,
escritor de la generación de Neruda, empezó a hojear el libro. Al leer los versos atrevidos de El turno,
desaprobó el libro. Entonces, Roque lo recibió y se limitó a darle las gracias y a decirle a Undurraga que
era uno de los poetas latinoamericanos de mayor valía y que él confiaba en su juicio. «Vámonos», me
61
dijo.
Cuando estábamos afuera, estaba enojado. «Que coma mierda este viejo cerote, no es poeta», dijo. Si le
hace caso a Antonio de Undurraga, no hubiera publicado el libro. Mejor se lo llevó a otros que estaban
en la jugada: Retamar y René Depestre, que eran grandes aleros.
El mejor amigo de Roque era Eraclio —Laco— Zepeda. Con él compartían una amante: una bailarina
del Tropicana, una diosa de fuego. O mejor: ella los tenía de amantes a ellos. Se llamaba Asela y era una
pantera morena. Era tremenda esa mujer. Ella les enseñó todas las maravillas del sexo.
Pero antes de eso, habíamos estado en México. Yo conocí a Roque cuando trabajaba en El Independiente.
Cuando el periódico fracasa, todos se van, en el año 60. A la caída de Lemus, hubo una apertura
democrática —tres meses duró el gusto, con una junta en la que estuvo Chema Méndez—. Esa
apertura fue suficiente para que fuera una delegación de salvadoreños a Cuba, se restablecieron
relaciones diplomáticas con la isla, había una embajada cubana y vuelos directos de San Salvador a La
Habana.
Cuando cayó el gobierno democrático, todos los que habíamos ido a Cuba figurábamos como los más
buscados de la Policía. En el año 61, empezó el clandestinaje y los viajes al exterior. Roque ya había
salido exiliado. A mí me tocó viajar y me pusieron un contacto en México, a una hora y en un lugar
determinados. Yo no sabía que el que iba a ser mi contacto era este loco de Roque. Él andaba
vendiendo La ventana en el rostro, y yo me entusiasmé en ayudarle. Nunca me imaginé la significación que
iba a tener este libro.
Yo le comenté a Roque que me habían capturado en Nueva York y que sabía que me iban a esperar en
San Salvador. Él me recomendó que lo cambiara: «No llegués a Ilopango, sino que te vas a Toncontín
62
(Honduras) y ahí te vas por tierra», me dijo. «La cosa es que no te agarren en el aeropuerto».
Al sólo llegar a San Salvador, sin ver a nadie siquiera, me dijeron que me tenía que regresar a Cuba.
Cuando llego a México, después de tener líos en Guatemala, me dediqué a estudiar mucho, sin saber
que, una noche, en la montaña, iba a llegar un pequeño jeep del cual se bajó alguien que yo sí conocía:
Era Roque. Ahí lo volví a ver. Siempre andaba con sus libros.
Yo empezaba a escribir y le enseñaba mis versos. «Seguí escribiendo», me decía. Entonces escribía sin
ton ni son y ni siquiera me imaginaba que llegaría a ser el Castrorrivas que soy. Y lo soy, gracias a ese
loco. Todo era libros con él. Cuando íbamos a la ciudad, todo era de bibliotecas, museos, conferencias,
ballet, ciclos de cine. Yo, que no sabía nada, siempre le hacía preguntas sobre cine, sobre arte y él
siempre me explicaba las cosas.
Roque decía que su familia le había dejado unas fincas en herencia. Sin embargo, con las bullas de la
persecución, le hicieron la marufa a él y lo desheredaron. Eso me lo decía él. Aunque yo no sé si es
cierto, porque él inventaba bastantes cosas. Por ejemplo, lo de un hijueputa llamado Oolge, que quién
sabe qué putas será.
Contrario a lo que muchos chismosos andan diciendo, Roque no era ningún alcohólico
consuetudinario. Roque se ponía bien a verga, pero al día siguiente ya no seguía. No era zumbero, pero
sí se ponía sus grandes vergas, como todo ciudadano.
Los contactos de Roque en Cuba no eran otros que Retamar y muchachas como la Tatita —a la que le
dedica El mar— y la Asela y no sé quiénes más. El muchacho era práctico. Trabajaba, aunque también
andaba en otras cosas. Nosotros éramos como boy scouts armados, pero en serio, porque estábamos en
peligro de morir.
63
Yo le ayudé a pasar a máquina sus poemas, porque yo era el que podía hacerlo. Era el único que podía
reparar la maquinita de escribir. No fue por ninguna cosa especial que lo hice. Cuando vine de regreso a
El Salvador, escribí un gran cachimbo de poemas sobre mis viajes, los metí en una valija y en una época
de represión, fui a dejarle la valija con mis papeles a una tía mía. Cuando pasó el peligro y fui a
reclamarle mis cosas, mi tía me dijo que abrió la valija, vio todo lo que había, le dio miedo y quemó
todo... ¡menos la valija!
Escribir para mí era una necesidad. Llegó un momento en que tuve escritos cincuenta y cinco poemas.
Roque los leyó y seleccionó sólo cinco. «Estos así dejalos». Esos fueron los primeros poemas que
publiqué en mi vida, en El Independiente.
El que era nuestro contacto partidario en México fue el que era esposo de Mercedes Durand, Mauricio
De La Selva. A aquel le decía Roque «Gorgo».
—Que coma mierda Gorgo —se quejaba Roque—. Quiere que sólo pase encerrado y que no salga ni a
tomarme una cerveza. Que coma mierda. Venite, vamos a buscar una cerveza —me decía.
El Gorgo lo regañaba por esas salidas. En 1961, Roque escribió un poema que se llama Muerto en la calle.
Un camarada murió atropellado, en un accidente. El Gorgo me dijo que no había sido así, que lo habían
tirado de un carro. Y cuando no hay escuadrones de la muerte, un carro te mata, y en ese tráfico de
México, ¿quién dice nada, pues? Por eso Gorgo nos cuidaba bastante.
A Roque lo echaron muchas veces del Partido. La primera vez fue defender a un burgués que era amigo
suyo. Era deshonor para un comunista defender a un oligarca, pero Roque lo hizo por amistad. El caso
era que el muchacho mató a otro hijo de millonarios. Eso no le gustó a los ortodoxos del partido y lo
sancionaron. Otra vez fue por sus amoríos con la hija de uno de los altos dirigentes del Partido. En el
64
poema Cine, que se lo dedica a Mauricio De La Selva, habla de «mi amada perdida bañándose desnuda
en los Chorros de Colón afilando las uñas de mis deseos», esa sílfide, esa divina, es esa muchacha. Lo
echaron a la mierda o lo suspendieron por eso, no sé. La cosa es que tuvo muchos problemas de
disciplina. Eso no tiene nada que ver con su literatura. Si vamos a valorar a Roque, digamos cómo era,
como puro guanaco, con sus defectos y sus cualidades de salvadoreño: gustador de las conchas negras,
de la cerveza, de las pupusas, un guanaco de veras.
Yo iba a estudiar a Cuba, porque había que ir a preparar los cuadros del Partido. Se puso grave la
situación en Cuba y se vio la necesidad de adiestrar a la gente para la lucha armada. Esa era una tesis,
creo que del Che, que ante la posibilidad de una invasión a Cuba, la única forma de defenderla era
creando frentes armados de liberación alrededor del mundo y así dispersar los esfuerzos de aniquilación
de la revolución cubana.
Roque ya estaba en La Habana cuando yo llego. Nos juntamos en la montaña y me di cuenta que
andábamos en lo mismo. Estábamos en la misma columna. Era todo tatarata, nunca había agarrado un
fusil. No podía ni cargar una mochila, ni caminar, ni nada. Jamás había visto un arma. Era chistoso
verlo caminar en la montaña en la noche.
Una vez hicimos un simulacro de emboscada y él tenía que hacer el contacto y avisar, y todo. Pero se
oía como desde cien metros aquel gran ruidazo cuando él avanzaba, quebrando ramas, crac, crac, crac.
Cómo iba a haber emboscada, con esa gran regazón. Nos reíamos, que aquel era bien tatarata. Luego,
todos tuvieron su especialización. Para regresar al país, tuvimos que dispersarnos por el mundo. Cubana
de Aviación te dejaba en Europa y de ahí cada uno tenía que ver cómo le hacía para ir a su país de
vuelta.
Para la Crisis de Octubre estábamos preparados para cualquier cosa. Estábamos infiltrados para pasar
65
por cercos militares. En plena crisis, el pueblo cubano vivía como si nada. Los únicos preocupados eran
los que estaban militarmente armados. Los demás, andaban jodiendo, bailando, en el cine. Y estábamos
tan entrenados que yo me le lograba meter a la posta. Me les zampaba y me escapaba a ver cine. Había
cine húngaro, checoslovaco, soviético, de todo el mundo. Había tres tandas de cine y yo me las tiraba
todas. Sabía que al regreso tenía que pasarme a rastras, media hora, una hora, la zona de seguridad, para
volver al campamento, pero lo hacía.
Cuando regresamos a El Salvador, nos enteramos que nos habían traicionado. El contacto de nosotros
en La Habana se había robado las fotos, los pasaportes y, creo, que hasta las fichas dentales. Los llevó a
Miami. Salimos nosotros en una revista a doble página. La revista la vio Rafael Mendoza cuando estaba
en una barbería, quitándose el pelo. Y le dijo al barbero: «No, ya no me siga cortando», y corrió a
avisarme. La revista tenía un encabezado que decía: Conjura internacional castrista. Ahí estaba todo el
grupo de nosotros, con sus seudónimos y su currículum. Denunciados. El Mendoza estaba afligido. A
mí me habían mandado cartas con amenazas, a la casa de mi mamá.
En esos momentos, en el 64, me contacto con Roque y él me cita a la casa de su mamá, a La Royal. La
onda del Partido era que las cosas no estaban maduras para la lucha armada y que «había que ganarse la
calle». Roque fue a sacar unas Regias del refrigerador de su mamá.
—A mí me han amenazado a muerte —le dije—. ¿Cómo vamos a ganarnos la calle?
En eso de «ganarse la calle», Roque se fue a chupar a La Praviana y ahí fue donde lo capturaron.
Cuentan que cuando estuvo preso en Cojutepeque y lo estaban interrogando, llamaron al tipo que fue
nuestro contacto en La Habana. Éste entró en la sala donde tenían a Roque y al verlo, le dijo:
—Hola, Antonio. ¿Qué tal, compañero Antonio?
Ese era el pseudónimo de Roque: Antonio García, que era su verdadero nombre.
66
Después, ocurrió lo de su fuga espectacular de la cárcel de Cojutepeque. Alguien me dijo que Roque se
inventó todo eso y que lo cierto fue que Geoffroy Rivas intervino para liberarlo y sacarlo a escondidas
por Guatemala. Es necesario esclarecer eso.
A partir de ahí, le perdí la pista. A veces me escribía. En uno de los cateos que hacía la Policía aquí en
Cuscatancingo, perdí una carta que me mandó desde Praga, donde me cuenta que está escribiendo un
libro sobre «un personaje revolucionario salvadoreño», que era Miguel Mármol. Eran los años en que el
viejito andaba en Praga. De ahí, no volví a saber de Roque, hasta que en el 75, en La Crónica, donde el
ERP salía diciendo que lo habían matado por ser agente de la CIA. «No» —le decía yo a Mendoza—.
«Esto no puede ser. ¡No y no! Roque no puede ser de la CIA. Esto es una mentira. Yo no lo creo hasta
que lo diga Radio Habana Cuba». Así, les mandé una carta a los cubanos. Como ellos lo dijeron
después, lo creí.
Era inconcebible para mí que lo mataran. ¿Cómo era posible que no se dieran cuenta del talento que
había ahí? Hoy, con los años, sé que esa era la misión: matar ese talento.
The Dalton Brothers (II)
Al parecer, ya a esta altura, el viejo Winnall ya era «leyenda del corazón», para siempre. Le sobrevivían
sus hijos Roque, Margarita y, se dice, un muchacho que se volvería soldado de su país natal, los Estados
Unidos, y moriría en un lugar llamado Viet Nam. Margarita estudiaba en aquellos días en la Universidad
de La Habana. Había nacido en México en 1943.
En ese instante fue el deslumbre y la maravilla de Roque. «Me emociona verla seguir la pista de las
civilizaciones sagradas, descubrir el gran girasol de las plazas invadidas por el pueblo, decir no-tiene-
nada-de-malo refiriéndose a lo del crimen omitido tan a tiempo por alguien, en algún lugar del mundo»,
67
escribió el poeta. Dedica Los testimonios, su gran libro de México y La Habana a sus tres hijos y a
«Margarita, por el amor que no conocía y que con ella aprendí».
Era bella: cuenta la leyenda que la mitad de La Habana estaba enamorada de ella. Dice José Agustín
Goytisolo: «...me contaron de una media hermana bellísima que tenía, de la que andaba enamorado
todo el mundo y de la que no se sabía por entonces si estaba de monja en Ávila o de hippie en
Fermentera». Lo siento por el afán mitómano de Goytisolo: Margarita estudiaba Antropología («las
civilizaciones sagradas») y, además no era ni monja ni hippie: era (sigue siendo) escritora.
En 1967 ganó un concurso de novela juvenil en México, con su Larga Sinfonía en D y Había una vez,
cuyo tema, como puede predecirse por las letras iniciales de la primera parte del título, es el LSD. Tiene
una dedicatoria intrigante: «...Para ti de pupilas dilatadas siempre llegando a tiempo»; y una
recomendación: «Ante todo este libro debe leerse con los ojos abiertos». También ha traducido al
español a Adrienne Rich y escrito artículos investigativos sobre el esclavismo en el Caribe.
«Para mí fueron sorprendentes dos cosas sobre Margarita» —afirma Ricardo Castrorrivas—. «Primero,
que fuera comunista la bicha. Estaba bien joven cuando Roque la encontró: dieciocho años. Segundo:
La mamá de Margarita era de una de las familias ricas de El Salvador, y Winnall, el papá de Roque, se la
consiguió, la embarazó. Se ha de haber armado un escándalo en la familia de la mamá de Margarita, que
ésta se tuvo que ir a parir a México. Ahí fue donde nació Margarita. Quizá la desheredaron. Pero el
viejo sí la reconoció».
La salamandra de Pablo Armando
Nos prestan el teléfono y llamamos a la casa de Pablo Armando Fernández. Quién es, pregunta. Le
explicamos que traemos una carta para él, de Roberto Cea. Se le oye desconfiado. Quedamos en írsela a
entregar a su casa, que queda en Miramar. El mapa nos ayuda a bordear la ciudad y a llegar a pie hasta
un barrio de casas antiguas y flamboyanes y perros blancos y gente en bicicleta. La casa de Pablo
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Armando tiene un jardín. El jardín es un ritual para el caminante que entrará a la casa. Es como si las
flores se encargaran de explicarle que acaba de dejar la calle y que está por ingresar a donde será
bienvenido. Atiende el hijo del poeta, que comparte su mismo nombre. A su llamado, el padre nos abre
la puerta del jardín. La casa tiene hermosa columnas y se puede creer que toda la frescura de la ciudad
está aquí. Tiene cuadros, un cuadro de alguien que creo pudiera ser Mendive: sus criaturas en forma de
pez, su universo amniótico. Nos hace entrar y se demuestra como si fuéramos antiguos conocidos, no
como el hombre que acaba de hacer pasar a unos desconocidos a su casa. Explica que la reticencia que
nos manifestó telefónicamente se debía a que varias veces le han llamado para decirle que tienen cartas
de sus amigos salvadoreños, pero que, a la hora de las definiciones, la silla destinada para el portador de
la carta queda vacía para toda la eternidad y su ron evaporado por los fantasmas de las cosas que
sencillamente no se dan. Pregunta por Cea y Manlio. Se sorprendió al saber que Armijo ya había
partido.
Pablo Armando parece un león. O un viejo príncipe griego. O un patriarca hebreo. O simplemente, el
nuevo amigo que nos pide que le ayudemos a cambiar la lámpara del techo, que se asombra del sudor
que corre como rocío por nuestra sien, mientras estamos encima del escritorio sosteniendo la lámpara,
y del hecho de que, solamente al pisar de nuevo la tierra firme, le confesemos nuestro pavor a las
alturas.
Más tarde, pasamos a tomar un café en la salita de la casa. Nos enseña un curioso animalillo. Es una
salamandra de bronce, que cabe fácilmente en la plama de la mano, como todos los grandes secretos.
La salamandra conduce a la época en que Pablo Armando vivió en Londres. Trabajaba en la Embajada
de su país. Una vez, recibió la visita de Roque Dalton. Fueron a caminar y a buscar unos tragos.
Llegaron a un bar. «Roque y yo nos parecíamos en algo: en ser bastante promiscuos en nuestro trato
con la gente». Es decir, en no tener ningún problema en entrar en plática con gente desconocida. Como
el sujeto que encontraron en el bar, con quien compartieron whiskies hasta que cerraron el local. El
69
nuevo amigo los llevó a su casa. Era una mansión. La salamandra de bronce estaba en una mesa. Fue
Roque quien la descubrió. La conversación instalaba su curso en la noche. Distraído, Roque acariciaba
la barriguita de bronce, le hacía cosquillas, la hacía reír con sus muecas, tal como hacía reír al hijo de
Pablo Armando, cuando era pequeño. «¿Te gusta?» —preguntó el anfitrión—. «Tómala. Es tuya».
Horas después, se despidieron. Ni Roque, ni Pablo Armando volverían a ver al dueño de la mansión
donde estaba un pequeño reptil de bronce.
Años después, Roque volvió a visitar a Pablo Armando. Llegaba a despedirse. Roque no volvería más.
Como aquel desconocido encontrado en un bar londinense, el poeta salvadoreño se internaría en la
noche de los tiempos. Y su último regalo fue la salamandra que ahora Pablo Armando deposita en
nuestras manos, para que la acariciemos y busquemos cerrar un círculo en las estrellas. Un círculo: el
orden perfecto. El orden que el poema restituye al universo.
De regreso a la cárcel natal
1964. Vuelta a El Salvador. Es capturado por la policía. La amenaza y el soborno se ponen en juego. El
poeta es llevado a la mansión de lujo de un coronel. La captura no es un asunto de represión rutinaria:
agentes de la CIA intervienen en algunos de los interrogatorios. Como los juegos de ablandamiento no
surten efecto, el poeta es enviado al penal de Cojutepeque. Esta captura, que culmina con el escape
fantástico de Roque -merced a un derrumbe en la pared de su celda- es relatada fielmente en la última
parte de Pobrecito poeta que era yo... He calificado de «fantástico» su escape. Probablemente eso era lo
que Roque escuchaba ya cuando salió en libertad hacia Cuba. Era el poeta hecho leyenda. Pero, fiel a sí
mismo, decía: «A mí me molesta un poco el papel del eterno fugado de la cárcel: ya lo arrastro como un
peso muerto». Antes de llegar a Cuba, fue «entregado a los cuerpos de seguridad guatemaltecos y
arrojado finalmente por los agentes de estos al Río Suchiate, después de atravesar el cual pude llegar a
Tapachula, ya en territorio mexicano». México no resulta, de primera intención, un lugar acogedor para
el poeta perseguido: «Habiendo pedido asilo a las autoridades migratorias de México fui sometido a un
70
minucioso interrogatorio. Estaba yo sin calcetines (se habían quedado en el cuartel de la policía
guatemalteca), con los zapatos y los tobillos fangosos, la pierna derecha del pantalón rasgada hasta más
arriba de la rodilla por la zarza selvática que debía atravesar entre el Suchiate y la carretera más próxima,
sin un centavo en el bolsillo, sin documentos y con casi dos días sin probar un bocado15». En el
interrogatorio se le pregunta por el veterano dirigente comunista, sobreviviente de 1932, Miguel
Mármol. Antes de su captura, empieza a escribir las primeras páginas de Pobrecito poeta que era yo...,
que habría de concluir nueve años más tarde en La Habana. Este es el último exilio del poeta, que
concluiría con su regreso definitivo al país.
En Casa de las Américas, una monografía suya, México, encomendada originalmente a Zepeda. Así se
inicia la colección Nuestros Países en Casa de las Américas. Habría de continuarla, al año siguiente,
escribiendo una monografía similar titulada El Salvador. También sale a la luz Los testimonios. Es
nombrado miembro del Consejo de Colaboración (que hacía las veces de comité de redacción) de la
revista Casa, dirigida por Fernández Retamar. Retamar y la fundadora de la institución cubana, Haydée
Santamaría invitan también a los escritores Sebastián Salazar Bondy y Jorge Zalamea.
La experiencia de Cuba y de los movimientos de liberación en países como Viet Nam originan una
fuerte polémica entre las organizaciones de izquierda latinoamericanas acerca de la lucha armada. Surge
una división entre un modo tradicional de militancia revolucionaria -donde los partidos comunistas
juegan solamente con las posibilidades de la legalidad capitalista, en espera de que surjan las condiciones
óptimas para la toma del poder- y una nueva concepción, que afirma que el poder debe tomarse aquí y
ahora. Dalton se define abiertamente a favor de esta corriente. Para nadie es un secreto de que el poeta
salvadoreño es partidario de la lucha armada. En 1966 asiste a un congreso de la recién formada
Organización Latinoamericana de Solidaridad, OLAS, que reunía a organizaciones de izquierda con esa
misma inquietud. Ahí conoce al caricaturista mexicano Rius, quien todavía militaba en el Partido
15 Cfr. Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador, pp. 25-26.
71
Comunista de su país.
Praga o los recuerdos del futuro
Viaja a Checoslovaquia en 1965. Aún no ha roto con el PCS, puesto que es delegado por este para
representarlo ante el Consejo de Redacción de la Revista Internacional (Problemas de la paz y el socialismo),
órgano de difusión de los partidos comunistas en el ámbito mundial. Más adelante, su esposa y sus tres
hijos se instalarían en el departamento de Roque en Praga, situado, según Eraclio Zepeda, en el número
6 de Rijnove Revoluce Namesti 13. Encuentro con amigos como Salvador Bueno u Oswaldo Barreto; y
la travesura, el robar la placa de la vieja embajada salvadoreña en Praga. Arias Gómez lo visita en Praga
y recuerda que la situación económica de Dalton era un tanto difícil. “Su status en Revista Internacional
era el de colaborador del PCS ante el Consejo de Redacción, con derecho a voz pero sin voto. El salario
estaba en correspondencia a su status, lo cual significaba que era sustancialmente menor al de los
representantes plenos. Esta situación repercutía en su economía familiar aunque no llegara a niveles de
precariedad, pero que le producía cierto malestar y descontento. Cuando regresé a El Salvador, planteé
a la Comisión Política que a Roque se le diera el cargo de representante. Se trató el punto pero no hubo
acuerdo favorable”, recuerda el historiador.
De los días en Praga data la golpiza de origen desconocido que padeció el poeta y que lo tuvo
hospitalizado durante algún tiempo. Estuvo Roque internado en el Státni sanatorium i Praza, de Praga.
Dice Arias Gómez que la paliza fue producto de un asalto a la salida de una vinatería: “Fue,
precisamente, el día de pago en que, ya cobrado su sueldo, del trabajo se fue a una vinárna (vinatería) de
tercera clase, situada a unas dos cuadras de su hogar, en una calle de poco tránsito además de oscura. La
clientela de la vinárna, era principalmente de gitanos. Roque tomó dos copas de vino y, al pagar, los
72
parroquianos se dieron cuenta de que tenía dinero. Salió del lugar, pero no había caminado ni
veinticinco metros, cuando fue derribado a puñetazos. De inmediato, perdió el conocimiento. Su dinero
le fue robado, aunque lo peor fue la conmoción cerebral y las fracturas sufridas”. El incidente fue
confuso y se llegó a conjeturar también que fue una represalia política.
Vive la vida estable del funcionario de la Revolución. Pero está consciente de que esta vida es
transitoria, apenas una parte de su metamorfosis en combatiente revolucionario. Si acaso el poeta gozó
alguna vez de un horizonte de tranquilidad, lo asaltaba una presencia turbadora. Un fantasma que
recorre los segundos de Roque Dalton: el fantasma del país lejano: «...deberemos salir de estos lugares
lo más pronto posible, so pena de ponernos a tener hijos rubios con Zdenas y Janas, y engordar a
fuerza de grandes filetes y algodonosos melocotones y fresas con crema, hasta olvidar que alguien está
muriendo mal en nuestra vieja casa y preguntado por nosotros con perentoriedad».
El socialismo checo no es lo mismo que vio en Cuba. Hay que recordar que Checoslovaquia -como
todos los países del Este europeo- pasan al campo socialista en virtud del triunfo del Ejército Rojo
sobre los nazis y la consiguiente influencia soviética sobre esa parte del Viejo Continente. Ya sabemos
la génesis del proceso de Cuba. Las comparaciones están de sobra. Habría que concluir cuál sería el
panorama espiritual de la Praga que vio Roque: «era una mescolanza de misticismo, religiosidad,
anticomunismo, snobismo, nihilismo...». Tales los orígenes del poema Taberna.
El fantasma se transforma en los recuerdos del futuro. Conoce a Regis Debray, quien vivía en Praga,
con su esposa Elizabeth Burgos, quienes se hospedaban en casa de Osvaldo Barreto. El encuentro
resulta violento. Debray increpa a Dalton y a un grupo de amigos por ir a una fiesta en honor a Louis
Aragon: «¿Insisten, pues, en asistir a esos actos íntimos de la gran burguesía del Partido, de la gran
putería intelectual de Francia, sentada con sus grandes nalgas en el pináculo del mundo, verbosa,
73
didáctica, insoportable?16». Debray tenía fama de ser «el francés que más sabe sobre las guerrillas de
América Latina». Dos años más tarde, en 1967, caería preso en Bolivia, después de integrar el grupo
militar que acompañaba al Che Guevara. Su esposa ganaría celebridad con el libro testimonial de
Rigoberta Menchú.
En su novela Las palabras perdidas, el escritor cubano Jesús Díaz recuerda cómo él y el poeta Luis
Rogelio Nogueras se hicieron amigos de Dalton. Según el relato de Díaz, el poeta salvadoreño y
Nogueras coincidieron en un encuentro literario de países socialistas, celebrado en un castillo de Praga.
Nogueras fue conocido en Cuba por su sobrenombre cariñoso, Wichy El Rojo. Al parecer, Roque lo
bautizó de esa forma, por el color de su cabello.«Lo había llamado Rojo porque lo era de un modo más
bien escandaloso y era, además, el único joven presente en aquel Castillo donde, de creerle a Rude
Pravo, se clausuraba ese día el histórico Encuentro en el que participaba un representante de Cuba,
paraíso tropical al que se iba a mudar en dos meses, razón de más para que, siguiendo su conocida
vocación de San Bernardo de los latinoamericanos perdidos en las nieves de Praga, viniera a rescatarlo».
Según la novela de Díaz, una escala en la gira que ese «San Bernardo de los latinoamericanos perdidos»
le dio a Nogueras por Praga fue la taberna U Fleku. «El caso era que cuando fue a mear a U Fleku
volvió a ver el poema que Roque le había dado en la mañana, inscrito en letras grandísimas, así, como
una consigna en el muro, agregó poniéndose de pie y creando una pared en el aire con las manos, como
un mimo». El poema es Después de la bomba atómica, incluido en Taberna.
Conoce, en un lujoso restaurante, a un anciano salvadoreño que está quedándose en Praga: Miguel
Mármol. De las conversaciones con el legendario luchador comunista queda un libro «que vale más que
los secuestros de los millonarios», a decir de Roberto Armijo. Pero también queda algo mágico y
lacerante: «un reclamo de mi propio pasado y una especie de premonición con un oculto significado
16 Cfr. La noche que conocí a Régis.
74
político17». Quizás otra premonición similar sería la muerte en combate del Che: «para nosotros, el
comandante Guevara era la encarnación de lo más puro y lo más hermoso que existe en el seno de esa
actividad grandiosa que nos impone nuestra época: la lucha por la liberación de la humanidad». Sobre la
tumba del héroe, un juramento: «Su desaparición física es un hecho irreparable para el cual no debemos
escatimar lágrimas de hombres y revolucionarios; la actitud fundamental a que nos obliga su actual
inmortalidad histórica es la de hacernos verdaderamente dignos de su ejemplar revolucionario. Ser
dignos de la vida y de la muerte del gran combatiente revolucionario, comandante Ernesto Guevara.
Ésta es la consigna que debe unir a los revolucionarios latinoamericanos en el duro combate contra el
enemigo común de la humanidad: el imperialismo norteamericano», escribiría en la nota que enviara
para la agencia noticiosa Prensa Latina. El juramento se cumpliría con creces.
Cuando el Ejército soviético invade Checoslovaquia, Roque está en México. Es agosto de 1968.
Recuerda Carlos Monsiváis que también por esos días se estaba gestando el movimiento estudiantil que
organizó memorables protestas democráticas que fueron ahogadas en sangre por el gobierno mexicano:
«Entre los estudiantes casi no se observan reacciones, así no se percibe el mínimo apoyo a los tanques
rusos, salvo el del Partido Popular Socialista y su humanista dirigente Vicente Lombardo Toledano. En
los días del aplastamiento de la Primavera de Praga coincido en la casa de Vicente Rojo con el escritor
salvadoreño Roque Dalton, que ha vivido por largo tiempo en Checoslovaquia. Le indigna la
prepotencia soviética y está seguro que de producirse la intervención armada, la condenará Fidel Castro.
A los dos días, Castro emite su larguísima apología de la operación soviética a la que elogia sin medida:
"Hay que salvar al país socialista". Veo a Roque, que comenta lacónico: "Extraordinaria argumentación
la de Fidel"18».
17 Cfr. Miguel Mármol, p. 27. 18 Cfr. el artículo de Monsiváis, Pido la palabra, compañero. El movimiento en su clímax, revista Etcétera.
75
Despedida en Cuba
Cuba es un estado de espíritu, por lo que uno puede ser cubano sin haber nacido aquí. En ese sentido yo me siento cubano.
JOSÉ SARAMAGO
Dos patrias tengo yo: Cuba y la mía ROQUE DALTON
El poeta regresa a Cuba. A mediados del 68, solicita su separación del PCS. Publica una selección de
cuentos de Salarrué en Casa de las Américas. En El Salvador, la Editorial de la Universidad —dirigida
por Ítalo López Vallecillos—, publica una antología de sus poemas. Termina de darle forma a Taberna y
otros lugares, cuyo proyecto de título fue originalmente Poemas problemas. En 1969, este libro gana el
Premio de Poesía de Casa de las Américas. Los jurados son René Depestre, Antonio Cisneros, Roberto
Fernández Retamar, Efraín Huerta y José Agustín Goytisolo. Este último presentó un retrato de
Dalton-para-turistas que irritó sumamente al poeta: «...ese poeta disparatado, medio niño burlón y
medio guerrillero decimonónico de un film de Glauber Rocha, del extraordinario conversador y, al
decir de las mujeres, gran hombre para la cama que es Roque Dalton19».
Para muchos autores, Taberna constituye el mejor libro de Dalton. En realidad, su mérito reside en que
es el testimonio de la radicalidad del poeta y del militante. Atestigua su toma de posición en la polémica
con los partidos comunistas tradicionales y los nuevos movimientos revolucionarios latinoamericanos,
pero también demuestra que el tema de la revolución puede ser también tratado con suma altura
poética, lección para conservadores de izquierda y de derecha. Es un libro revolucionario no sólo por
sus temas, sino también por su voluntad de juego y de experimentación. Revoluciona el poema:
demuestra que se puede hacer el poema con muchas más formas que las del verso. Revoluciona
también el lenguaje, o más aún, nuestra concepción conservadora del lenguaje: «Uno de los crímenes
19 Cfr. Noticia sobre Roque Dalton, prólogo a Los pequeños infiernos, publicado por Llibres de Sinera, Barcelona, 1970.
76
más abominables de la civilización occidental y la cultura cristiana ha consistido precisamente en
convencer a las grandes masas populares de que las palabras son solamente elementos significantes».
Declara que «si he perdido el tiempo en declarar estas cosas porque luego se compruebe que nadie las
ha entendido verdaderamente ha sido en la forma que lo hicieron Jesucristo o Lenin». Nadie ha
reparado en esto último: ¿por qué Lenin y Jesucristo? Lenin es para Roque la encarnación del
revolucionario auténtico, enfrentado a los «escribas, fariseos y maestros de la ley», es decir, a los falsos
revolucionarios encerrados en dogmas y alejados de la realidad. Por algo llama a Fidel «primer leninista
latinoamericano». Jesús libra una batalla contra quienes entienden la Palabra de Dios como una serie de
frases que hay que repetir para tranquilidad de la conciencia. Olvidaron los fariseos que la Palabra es
acción: Una palabra hizo que se separaran las tinieblas de la luz, según el mito hebreo de la creación.
Las preocupaciones de Dalton son mucho más serias que las que podía transmitir el candoroso prólogo
de Goytisolo. Según Claribel Alegría, sus inexplicables ausencias de Cuba tenían una sola razón: el
poeta estaba recibiendo adiestramiento militar20 («la última vez fue en Cuba/ fue cuando bajaba una
ladera bajo la lluvia/ con un hierro M-52 entre manos21»)
.
Alegría explica que Roque había intentado unirse a las recién formadas Fuerzas Populares de
Liberación, FPL, pero que su dirigente máximo -el ex secretario general del PCS, el mítico Cayetano
Carpio- le había dicho que su lugar en las filas revolucionarias era como poeta y escritor marxista en vez
del de soldado. Dalton intentó lo mismo con los guerrilleros del Ejército Guatemalteco de los Pobres,
EGP, e incluso llegó a entrenarse militarmente, pero tampoco pudo ser, porque el proyecto estaba
demasiado incipiente aún22. Así que continuó trabajando arduamente con Casa de las Américas y con
otras instituciones cubanas. Escribe y publica el ensayo ¿Revolución en la revolución? y la crítica de la
20 Cfr. Roque Dalton: Poet and Revolutionary, publicado en la página de Internet de la editorial norteamericana Curbstone. 21 Cfr. el poema No, no siempre fui tan feo, en Un libro levemente odioso. 22Ibid.
77
derecha, que sirve para exponer sus posiciones sobre las tesis de Regis Debray del foquismo guerrillero
y para hacer patente y público su distanciamiento de los partidos comunistas tradicionales. Concluye al
fin Pobrecito poeta que era yo...
Se instala con su familia en una casa situada en el barrio de El Vedado, cerca de la sede de Casa de las
Américas. Jesús Díaz recuerda esa casa: El baño, decorado con un afiche «en el que Roque aparecía
retratado con aires de bandido sobre la clásica leyenda del Oeste: Wanted! Reward, $5,000. County Sheriff»
y con la placa del Consulado General de El Salvador en Praga, presidiendo el retrete; el traje de
Supermán y la colección de tiras cómicas de los hermanos Dalton, pero, sobre todo, Roque como
magnífico anfitrión, contador de chistes y cantador de canciones malas. Años más tarde, se divorciaría
de Aída Cañas.
Roque tuvo una intensa vida intelectual en Cuba. En un conversatorio con intelectuales
latinoamericanos, plantea el dilema, decisivo para su vida: «¿debo darle importancia al trabajo de
terminar mi importantísima novela o debo aceptar esta tarea peligrosa que me plantea el Partido, la
guerrilla, el Frente, y en ejecución de la cual puedo perder, no mi precioso tiempo de dos meses sino
todo el tiempo que se supone me quedaba?, ¿debo hacer sonetos o dedicarme a estudiar la rebeliones
campesinas?, ¿mi próxima novela será un prontuario de mis prácticas sexuales -reales o imaginadas- o
una trabajada sátira que demuestre gozosamente los mecanismos de la penetración imperialista en mi
país? Es decir, no queremos decir que un escritor es bueno para la revolución únicamente si sube a la
montaña o mata al Director General de Policía, pero creemos que un buen escritor en una guerrilla está
más cerca de todo lo que significa la lucha por el futuro». Esta afirmación podría parecer extrema, pero
hay que analizarla cuidadosamente. En efecto, es extrema, porque Roque está ante una situación límite:
quedarse a vivir para siempre como revolucionario exiliado -lo cual tenía todo derecho de hacer- o
comprometerse activamente con la lucha armada. Nótese: habla que un buen escritor en la guerrilla está
más cerca de lo que significa la lucha por el futuro. Por consiguiente, procura ser mejor escritor:
78
Trabaja en sus libros como poseído, a sabiendas de que está a punto de dar un paso definitivo. De este
último período provienen Un libro rojo para Lenin —cuyo génesis, según Arqueles Morales, fueron unos
poemas destinados a una publicación que la revista Casa realizó para conmemorar el centenario del
revolucionario ruso— y las Historias prohibidas del Pulgarcito, ambos libros que experimentan con la
técnica del collage. Ambos pretenden -quizás más Un libro rojo- ser libros inconclusos, vivos, como la
revolución. Libros para el lector activo, como deseaba Cortázar.
Participa en una discusión con escritores cubanos y latinoamericanos sobre el papel del intelectual en
un proceso revolucionario. La conversación, que después tomó la forma de un libro, El intelectual y la
sociedad, permite ver las posiciones de Dalton acerca de este problema, que había tomado palpitante
actualidad en Cuba en virtud del llamado «Caso Padilla».
En conversación con el novelista Manuel Vásquez Montalbán, el pensador cubano Jorge Luis Acanda,
es claro en decir que en la época que se da el «caso Padilla», la misma del fracaso de la Zafra de los Diez
Millones, impera «un pensamiento más conservador y (...) una conducción cultural no exenta de
contradicciones fuertes23». Señala el entrevistado que «Se convocó el I Congreso Nacional del Sindicato
de Trabajadores en la Educación, la Cultura y el Deporte, donde prosperó la plataforma ideológica más
conservadora, es decir, más ortodoxa, más decidida a una monolectura del marxismo. Empezaba lo que
Ambrosio Fornet ha llamado "el quinquenio gris"». Este pensamiento rígido no se impone del todo:
instituciones como el ICAIC y Casa de las Américas constituyen, para Acanda, notables excepciones.
Según escribió en 1971 Julio Miranda, el citado Congreso «parece anunciar un viraje de la política
cultural cubana, en el cual la literatura aparece subsumida dentro de la función educativa en sentido
amplio —y, al mismo tiempo, dentro de las funciones propagandísticas y defensivas—, con lo que se le
amputan determinadas facetas y se privilegian absolutamente otras». De tal manera que la literatura se
23 Cfr. el libro de Manuel Vázquez Montalbán, Y Dios entró en La Habana, p. 376 y ss.
79
pondría en función de —cita de Miranda— «la necesidad de mantener la unidad monolítica ideológica
de nuestro pueblo». y de constituirse en «un instrumento contra la penetración del enemigo».
Un aserto bastante lapidario es el siguiente, según cita Miranda: «Resultan condenables e inadmisibles
aquellas tendencias que se basan en un criterio de libertinaje con la finalidad de enmascarar el veneno
contrarevolucionario de obras que conspiran contra la ideología revolucionaria (...) no es permisible que
por medio de la “calidad artística” reconocidos homosexuales ganen influencia que incida en la
formación de nuestra juventud».
El Congreso es el marco en el que se da el affaire Padilla. El poeta, nacido en 1932 y muerto en el exilio
el año 2001, había llamado la atención pública gracias a sus polémicas con Lisandro Otero y a las
declaraciones en las que elogió la calidad de la novela Tres tristes tigres, cuyo autor, Guillermo Cabrera
Infante, había dejado Cuba y se había convertido en un enemigo del gobierno revolucionario. La
novela, según Padilla, «se leía en Cuba en forma clandestina». Sin embargo, el detonante fue la
publicación del libro Fuera del juego, ganador del premio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba,
UNEAC, el cual fue otorgado por un jurado compuesto por Jozé Z. Tallet, J. M. Cohen y José Lezama
Lima. El contenido del poemario, crítico con la revolución, fue objetado por la dirección de la
UNEAC, que publicó el libro —en cumplimiento de las bases del certamen—, pero con un prólogo en
el que ponía de manifiesto su desacuerdo con el trabajo de Padilla. En el prólogo, según Miranda, se
califica al poeta como « “ideológicamente contrario a la Revolución”, “reaccionario” e incluso
“fascista”». Este hecho se vio seguido del encarcelamiento y marginación de Padilla. Otro libro suyo,
En el jardín pastan los héroes, que toma su título de un verso de Roque, fue censurado. El poeta y su
familia, años después, salieron exiliados hacia los Estados Unidos.
El asunto de Padilla provocó reacciones entre los intelectuales. Hubo quienes condenaron abiertamente
el contenido del libro y aprobando, de alguna manera, las medidas represivas en contra del poeta. Cabe
80
decir que la actitud de Dalton fue bastante abierta: «Roque Dalton dijo que no creía que ese libro fuera
contrarrevolucionario: constituía un catálogo de las opiniones de la pequeña burguesía simpatizante de
las revoluciones, dudas y rechazos», escribe Lisandro Otero. El poeta salvadoreño, sin embargo,
«estimó que el momento era inoportuno para plantear ese tipo de problemas cuando en América Latina
se discutía sobre el método más adecuado para la liberación nacional».
Haciendo una retrospectiva sobre el affaire Padilla, muchas de las personalidades más destacadas de la
cultura cubana, que trabajan dentro de la isla y que mantienen posiciones políticas de izquierda, no han
podido menos que lamentarse ante lo ocurrido. Roberto Fernández Retamar, director de Casa, afirmó,
en entrevista con Jaime Sarusky, publicada en el número 200 de esa revista: «En cuanto al “caso
Padilla”, casi todo me parece lamentable. Nos costó amarguras innecesarias. Ejemplo suficiente de ellas
lo dio el magnífico Julio Cortázar. En el número 145-146 de Casa, que le dedicamos a su muerte,
publicamos sus cartas a nosotros, peleadoras, honradas, bellas. A todos los que nos consideramos de
buena voluntad, deben ayudarnos a ser mejores. Ahora bien, hubo gentes que, a diferencia de Julio,
aprovecharon una u otra coyuntura para desvincularse de cualquier proyecto renovador,
inevitablemente imperfecto, y hasta para pasarse con armas y bagajes a los opresores, dentro de la gran
onda derechista que recomenzó a finales de los 60, cuando tantas cosas infaustas ocurrieron (...) A pesar
de lo cual no renunciaremos a lo que pueda haber de valioso en sus obras».
En el debate sobre la actitud del escritor revolucionario, Dalton tuvo mucho que decir. El poeta
salvadoreño afirma claramente en aquella época -y eso no ha sido visto por quienes lo acusan de
sectario, o por quienes ven en Dalton un portavoz de la ortodoxia guerrillera- que la participación en la
lucha político-militar no es un requisito sine qua non para que un intelectual esté del lado de la
Revolución. Lo que sí deja claro es que la lucha armada -en las condiciones latinoamericanas concretas
en que él pronuncia esa afirmación- es el camino para ser participantes directos de la lucha por la
justicia.
81
Dalton está decidido a integrarse a la lucha armada en El Salvador. Decide renunciar al Comité de
Colaboración de Casa de las Américas y así se lo comunica a Roberto Fernández Retamar en carta
fechada el 20 de julio de 197024:
Estimado Roberto: Por este medio te reitero mi decisión en el sentido de renunciar a mi calidad de miembro del Consejo de Colaboración de la revista Casa. Quiero que sepas mi agradecimiento por haberme permitido colaborar en la labor que ha hecho de nuestra Revista una de las más importantes de América Latina y de la Revolución Latinoamericana. Quiero asimismo insistir en mi fraternidad para ti, nunca desmentida, y en el deseo de que ambos, desde el nivel de nuestras particulares posibilidades, sigamos trabajando en la vida de la Revolución, inclusive uno en el nombre del otro. Con el mismo abrazo: Roque
En 1971 conversa sobre marxismo y cristianismo con Ernesto Cardenal en una importante entrevista.
A Cardenal lo había conocido un año antes, cuando ambos fueron miembros del jurado de poesía que
otorgó el premio Casa de las Américas al uruguayo Carlos María Gutiérrez. Según Roque, un pariente
de Cardenal fue maestro suyo en el Externado. En su libro de viaje En Cuba, Ernesto Cardenal
consigna la siguiente aseveración de Roque: «Los partidos comunistas de América Latina son lo más
corrompido que te podés imaginar. Te hablo con conocimiento de causa, porque soy miembro
militante del Partido Comunista de mi país. Pero yo entré al Partido Comunista Salvadoreño porque
creo que las personas decentes deben entrar a estos partidos y no dejarlos sólo a los cabrones».
Se contacta al fin con el núcleo fundador del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP. El mismo año
en que EDUCA publica Miguel Mármol, 1972, viaja a Hanoi. Desde la capital norcoreana escribe a Julio
Cortázar y a Margaret Randall. Denuncia, en artículo publicado en la revista uruguaya Marcha, la
participación directa del Departamento de Estado y de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos
en una intervención militar destinada a evitar a toda costa que la oposición —ganadora legítima de las
24 Publicada en el número 200 de la revista Casa de las Américas, julio-septiembre de 19885, bajo el título Dos textos y la Casa (con una carta de Roque Dalton).
82
elecciones del año mencionado— tomara el poder25. Viaja a Santiago de Chile en 1973, invitado por el
gobierno de Salvador Allende. Ahí se encuentra de nuevo a Régis Debray. Envía su última colaboración
a la revista Casa, donde denuncia la represión militar del gobierno del coronel Molina contra la
Universidad de El Salvador y contra figuras de la oposición política.
A ese país incendiado y herido volvería sus pasos el día de Nochebuena—¿los oscuros simbolismos?—
de 1973
.
Por la puerta del fuego
Dalton cambia totalmente de identidad: Su nombre será ahora Julio Delfos Marín. También de rostro:
la nariz ganchuda y el rostro «entre pipil y florentino», como lo definió alguna vez Manuel Galich, se
convertiría en una cara distinta. Se dice que Dalton llegó a practicarse una cirugía plástica. En todo
caso, cambió su apariencia externa, tan inequívoca. Así puede lograr la maravilla de la invisibilidad: ver
sin, realmente, ser visto. Asume tareas de asesor a la dirección del incipiente ERP. No deja, por ello, la
poesía: escribe los textos que integrarán los Poemas clandestinos, publicados póstumamente.
Poemas clandestinos parece, para algunos, la constatación de que, en la supuesta pugna entre el Roque-
poeta y el Roque-guerrillero venció este último. Ya demostramos cómo en el pensamiento de Dalton la
poesía y la acción revolucionaria están unidas en virtud de la concepción de eticidad del poeta: Poesía:
perdóname por demostrarte que no estás hecha sólo de palabras. Esto podría no parecer suficiente,
dado que los poemas de esta etapa clandestina están más signados por urgencias políticas coyunturales y
no son de la misma elaboración formal alcanzada en libros anteriores. En efecto, son muchas veces
25 La CIA en El Salvador, publicado en Marcha, N° 1590, 28 de abril de 1972. Roque firma el artículo «por los
83
panfletos. Pero al panfleto no debe temérsele, no debe mirársele como una nueva encarnación de Satán
en la literatura. Me parece que Dalton está muy consciente de esto y que estos textos provienen de una
opción lúcida y no por el dócil arrastrarse por la corriente de la lucha política -como algunos parecen
sugerir-. Creo que Dalton en esta etapa responde como lo intuía Seféris:
Los que han preferido, como artistas y no como militantes políticos ... elegir el campo de la lucha social. Los mejores de entre ellos hicieron esta elección, según creo, con plena conciencia de lo que hacían. Claramente afirmaron: «Hoy estamos en guerra y todo debe someterse a las órdenes de nuestro jefe. Mañana, cuando hayamos acabado la guerra, hablaremos del Arte»26.
Aunque definitivamente, Dalton elige el campo de la lucha social primordialmente como poeta (el
centro de su eticidad revolucionaria). Su militancia política es consecuencia de su ser poético (y no al
revés: yo llegué a la revolución por medio de la poesía, dice en la dedicatoria del libro Taberna). Entre el
que pretende hacer poesía creyendo que sus acciones le darán calidad poética a sus escritos y el poeta
raigal que hace que la poesía irrumpa en sus actos hay una gran distancia. Más adelante volveremos
sobre este punto, que considero capital para entender la obra daltoniana.
Una constante en la vida de Roque es la de entrar en contradicción con espíritus conservadores. No es
esta la excepción: su visión política provoca roces con la dirigencia del ERP. Se empieza a gestar entre
sus miembros una conjura para aniquilar al poeta, en quien empiezan a ver un enemigo en la lucha del
poder de la organización. Tenía que ser así: la mentalidad absolutista es paranoica, mientras que la
mentalidad revolucionaria es abierta.
En 1974 termina de escribir un grupo de textos que se conocería más tarde bajo el título de Poemas
clandestinos. El prólogo del libro da testimonio de una radicalización del pensamiento de Dalton. Hay
que recordar que los poemas se escriben cuando se están construyendo las organizaciones político-
salvadoreños en el exterior». 26 Cfr. el ensayo de Giórgos Seféris, El arte y el tiempo, publicado en el volumen El sentimiento de eternidad, p. 160, Fondo de Cultura Económica, México, 1992.
84
militares. El clima es de una paulatina y cada vez más acelerada exacerbación de las contradicciones
sociales. «El poeta para la burguesía sólo puede ser: sirviente, payaso o enemigo», declaran los «autores»
-en verdad, Roque Dalton- de los Poemas clandestinos. Se agudiza la represión política. No era
necesario ser guerrillero para ser considerado enemigo del gobierno: con sólo ser estudiante, maestro,
catequista, uno pasaba al campo de los sospechosos. Por eso, no es extraño que Roque tomase una
actitud que hoy nos parecería extrema: «el poeta enemigo, no puede ni pensar en realizar su tarea, de
naturaleza tan compleja y requerida de tanto rigor, sin una confianza invencible y lúcida en la clase
obrera y sin una participación directa en su combate». Roque muere antes de que el conflicto adquiriera
una dimensión total.
Se sabe que la muerte de Roque ocurrió el 10 de mayo de 1975, junto a un compañero conocido con el
seudónimo de Pancho. Sin embargo, sus asesinos aún no han dicho toda la verdad. Es más, sobre el
hecho han circulado una serie de mentiras y verdades a medias propaladas convenientemente, que se
han venido modificando según las coyunturas. No se conoce todavía cuáles fueron las circunstancias en
que ocurrieron estos crímenes. Sus autores todavía no han aclarado la verdad, ni tampoco han dado
muestras de querer reparar, aunque sea simbólicamente, el error y el horror. El hecho de no revelar con
certeza dónde fue el lugar de la muerte y las circunstancias que la rodearon indica cuál es su grado de
contrición.
A Roque se le acusa de encabezar una «tendencia pragmática y pequeño burguesa» en el seno del ERP.
La Resistencia Nacional desmintió esto, al afirmar que afirmaciones de ese tipo obedecían a la
concepción caudillista reinante en el ERP, en vez de darse cuenta que las concepciones de la RN fueron
producto, según lo expresan, de un trabajo de discusión colectivo. Se enfrenta la dirigencia militarista
del ERP con el sector que se conocerá como Resistencia Nacional. La supuesta lucha ideológica va,
poco a poco, tomando carácter de una auténtica razzia contra los oponentes de la línea militarista:
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campañas de desprestigio de los adversarios, vigilancia policiaca entre «compañeros»... Va tomando
cuerpo la idea de resolver el problema por las armas.
El primer paso es ordenar la captura de él y de Pancho. Esto se hace efectivo el 13 de abril de 1975. La
dirección del ERP entra en consejo de guerra al día siguiente. Los dirigentes del ERP está de acuerdo
en asesinar a ambos: a Dalton «por instigar a Pancho a adoptar una conducta "en rebeldía" y por
complotador contra el Estado Mayor». Pancho fue condenado por oponerse abiertamente a la
ejecución: «Pancho, quien era un excelente jefe militar, dijo: "Yo soy fiel a Roque". Rivas Mira le tuvo
miedo, porque era un hombre recto, querido y admirado por nosotros, y además, excelente jefe militar,
por eso ordenó también su muerte27». El 20 de abril se da a conocer la verdadera identidad de Roque,
quien es acusado de ser un agente de Cuba infiltrado en el ERP. Conforme pasan los días, Roque pasa a
ser acusado de trabajar para la CIA. Más tarde, cuando el crimen ha sido ampliamente condenado, estos
mismos dirigentes afirmarán que la ejecución fue decidida exclusivamente por un caudillo militarista del
ERP, Alejandro Rivas Mira, quien se convierte en el chivo expiatorio del momento.
Siguiendo la cronología de los hechos recabada por Arias Gómez, el primero de mayo se separa la
Resistencia Nacional del ERP. Dalton y Pancho siguen presos. El 8 de mayo, la dirigencia del ERP
decide «asesinar sin ninguna consideración a los miembros de la Resistencia Nacional. En esta fecha, se
prepararon tres atentados criminales, todos los cuales a pesar de la saña con que son impulsados,
resultan fallidos...». Esto precipita el asesinato de Pancho y Roque, que tiene lugar el diez de mayo,
cuatro días antes de que Dalton cumpliese cuarenta años.
Del asesinato circulan versiones confusas en el país. Muchos creen que es falso que Roque ha muerto.
Circula por la Universidad un comunicado del ERP, dando su versión sobre los crímenes. Vale la pena
reproducir algunas líneas de dicho documento, citadas por Arias Gómez: «La ejecución de Dalton
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desencadenó una rabiosa campaña de parte de la "intelectualidad" pequeño burguesa que poco a poco
se iba convirtiendo en un trabajo tendiente a convertir a Dalton en una bandera política, tras la cual se
colocaron las más rastreras y oscuras posiciones de la intelectualidad pequeño burguesa inconsecuente,
que se considera la cabeza pensante, dirigente, crítica y rectora de los procesos revolucionarios
latinoamericanos. Estos señores, elaborando sus juicios, sus ensayos y sus poemas, desde la comodidad
de sus exilios parásitos; desde la banalidad de su vida existencialista o desde posiciones academicistas,
han visto en Dalton la posibilidad no sólo de justificarse a sí mismos como la intelectualidad pequeño
burguesa que se considera padre y madre de la izquierda revolucionaria. Convirtiendo a Dalton en un
"revolucionario" de "grandes cualidades", faltando a la verdad sobre su papel en el proceso
revolucionario salvadoreño y sublimando su efímera militancia; piensan colocarse ellos como sector a
través de la bandera de Dalton, poeta y escritor, ya que es esto lo que vuvelve importante su muerte y lo
convierte en el héroe cuando la verdad es que fue víctima y hechor de su propia muerte».
Añade el artículo de Arias Gómez: «Después, se trae a cuento la muerte de humildes hombres y
mujeres del pueblo que dejaran al ERP "valiosísimos aportes que van muchísimo más allá de los meros
aportes teoricistas de los intelectuales. Pero ellos no eran poetas, ni escritores, ni pasaron 10 años
haciendo turismo revolucionario, sirviendo entre las burocracias del revisionismo internacional, ni
fueron a congresos y concursos a lucir sus habilidades ideomáticas izquierdizantes" (sic). En el
documento del ERP, no es necesario rebuscar juicios contra Dalton como los citados, porque se
tropieza con ellos a cada paso. Sólo quiero destacar que rezuman un espeso odio patológico. He aquí
uno más: "La ejecución de Dalton fue un error político-ideológico, ningún pequeño burgués aventurero
merece ser muerto sólo por el hecho de serlo" (sic)».28
El asesinato de Dalton y Pancho estuvo precedido de un «juicio» en el que Eduardo Sancho -después
jefe máximo de la Resistencia Nacional- actuó como defensor del poeta.
27 Comunicado de la Resistencia Nacional, citado en el artículo de Jorge Arias Gómez, Joaquín Villalobos: cambios en su
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La muerte de Dalton trajo, como queda señalado, un conato de vendetta en contra de la Resistencia
Nacional. La vendetta no llegó a ser, en parte, quizás, a la mediación que interpuso Cayetano Carpio -el
legendario panificador que llegó a ser Secretario General del PCS y era en ese momento alto dirigente
de las FPL-.
Pero volvamos a Roque. Quiero transcribir el testimonio de Vicente Valdez, publicado en la revista
Pensamiento Propio, que ilustra mucho la manera en que se manejó internamente la muerte de Dalton:
«Un poco después, fui convocado a una reunión de lo que se llamó la "Dirección Ampliada".
Estuvimos reunidos cerca de veinte personas, representantes de todas las células del país, en una casa
pequeña, con un radio en la misma emisora por todo el día. Se discutió la situación del país, René
(Joaquín Villalobos) rindió un informe sobre el tema, el cual fue complementado por un análisis de
Sebastián Urquilla (Alejandro Rivas Mira), una figura bastante carismática, con mucha capacidad teórica
y una pinta de comunista de almanaque, impresionante para cualquier aspirante a revolucionario. (...)
»Ante la figura del "gran líder" se llevó a cabo la discusión. Primeramente, los hechos. Dalton llegaba al
país, por medio de un convenio con los cubanos, donde ellos darían apoyo a la organización con varias
condiciones y una de ellas era que se le incorporara como asesor a la Dirección. La acusación de agente
de la CIA se basaba en hechos tan vagos como que, en La Habana, él visitara la casa del embajador de
México, que después resultara ser de la CIA, o que, en una ocasión, realizando una misión en México,
desapareció por una semana. Cuando regresó, dijo que había sido perseguido, contando todo un guión
cinematográfico, con persecución de autos y escapes por los tejados. Por esos días había terminado su
última novela, una especie de memorias mezcladas con ficción, aún sin nombre y que el editor bautizara
como Pobrecito poeta que era yo. Esa obra le sirvió a Sebastián para confirmar la acusación, con el
imagen política pero no en la historia, publicado en Co Latino, martes 16 de febrero de 1999.
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monólogo final "La luz", donde cuenta que lo capturaron y lo interrogó la CIA. De allí completó su
hipótesis, que él vino al país con las mejores intenciones pero que, en ese viaje a México, en que, como
él mismo había contado, lo habían perseguido, lo que en realidad habría ocurrido era que fue capturado
y reconectado.
»La discusión terminó con una joya de maquiavelismo de parte de Sebastián, argumentando que dicaha
acusación nunca la íbamos a demostrar plenamente, porque nunca tendríamos en nuestras manos algo
como un carnet de la CIA a nombre de Roque Dalton, así que siempre íbamos a encontrar gente que
cuestionaría la acción. El asunto era que, puesto que lo habíamos hecho, dirían "¿y si no era?", pero si
era de verdad y nos hubiera destruido, entonces, éstos mismos dirían "¿por qué fueron tontos y se
dejaron? Lo hubieran matado".
30 de mayo. La madre de Dalton declara públicamente que desconoce la suerte de Dalton. La familia de
Roque duda de la autenticidad de la noticia de su muerte. Creen que está en Vietnam del Norte. Tienen
que pasar muchos meses para que la terrible verdad se conozca. Un comunicado de Casa de las
Américas confirma efectivamente la muerte de Roque.
Quiero reproducir aquí una de las joyas del periodismo nacional. Es la nota de un matutino salvadoreño
que confirma la muerte del poeta. Está fechado el 18 de septiembre. Y dice:
«Maoístas Asesinaron al Poeta Roque Dalton en El Salvador
»El diez de mayo del año en curso ocurrió el asesinato del poeta Roque Dalton García, y su panegírico
lo hizo el 14 de septiembre, La Casa de las Américas, de La Habana, Cuba.
»La información fue proporcionada por personas que escucharon la radioemisora cubana "Radio
28 Ibid., Co-Latino, miércoles 17 de febrero de 1999.
89
Habana", que difunde con equipo soviético con antena direccional a distintas partes de la tierra. Todos
los programas son de información y propaganda política comunista, particularmente soviética, dijeron
las fuentes.
»El asesinato de Roque Dalton tuvo lugar en territorio salvadoreño, explicó "Radio Habana", y los
autores del "ajusticiamiento" -o asesinato, según los comunistas de La Habana-, fueron grupos
maoístas, un tanto descontrolados, desarraigados de la línea castrista, según la emisión radiofónica
habanera.
»Dalton, miembro de una célula
»De acuerdo a la radioemisión, dijeron los informantes, Dalton se encontraba aquí procedente de La
Habana, en donde tuvo un cargo en La Casa de las Américas, algo así como una Dirección de
Publicaciones o Editorial del Ministerio de Cultura, pero con alcances más extensos.
»Dalton ingresó con instrucciones de La Habana a la célula salvadoreña, pero aquí lo encontraron muy
moderado, "revisionista", "vendido al imperialismo", "al servicio de la CIA", etc., según los
informantes.
»La transmisión de Radio Habana en que se hizo la oración fúnebre del poeta Roque Dalton, fue a
partir de las ocho de la mañana, hora salvadoreña.
»Los habaneros elogiaron la labor de indoctrinamiento comunista de Dalton, su adhesión incondicional
al gobierno Castrista, su vida entregada por completo a aquel régimen, cosa que le valió el cargo que
desempeñó en La Casa de las Américas.
»Radio Habana leyó poemas de Dalton, su participación en la lucha política nacional de 1960, y se
lamentaron de su muerte, la que consideran una irreparable pérdida para la expansión cubano
comunista.
»Los informantes enfatizaron que los asesinos de Dalton son maoístas o cheguevaristas, quienes
encontraron al poeta fuera de su línea y como traidor, cosa inexplicable, concluyeron». Meses después,
se daría a conocer la muerte de Pancho, de quien poco se conoce, y que es tan merecedor de una
90
reparación histórica como Dalton.
El ERP es condenado por los escritores del país. Después vendrían las «autocríticas» y las
reivindicaciones post-mortem del poeta. En ningún momento los responsables han dado una relación
fehaciente de los hechos. Ni siquiera se sabe dónde quedaron los restos de él y de Pancho. Las
aproximaciones a lo que sucedió se han dado por otras fuentes. Por ejemplo, una investigación de la
Misión de Observadores de las Naciones Unidas en El Salvador, ONUSAL, determinó que Dalton
habría sido ejecutado en el Playón, una zona volcánica donde también fueron asesinadas muchas
personas por parte de grupos paramilitares de la derecha. Según esa versión, los cadáveres de Pancho y
de Roque apenas sí fueron cubiertos, pero no lo suficiente como para impedir que los animales los
devoraran. Por otro lado, la familia Dalton asegura que el crimen tuvo lugar en una casa del Barrio
Santa Anita, en el centro de San Salvador. Más tarde, dicen, los asesinos habrían ido a arrojar los dos
cuerpos con los resultados que ya sabemos.
Si todo lo anterior no fuera lo suficientemente espantoso, Jorge Arias Gómez da cuenta de una versión
de los hechos según la cual «a ambos (a Roque y a Pancho) se les hizo tomar somníferos y dormidos
fueron asesinados». El historiador se pregunta, no con menos horror del que leer esto nos produce:
«Esta versión me deja la duda, en el sentido de que ¿serían somníferos o veneno?». Este sí que es un
capítulo más de la Historia Universal de la Infamia, que va volviéndose más sórdido a medida que pasa
el tiempo y el silencio de los responsables.
¿Por qué, a pesar del paso del tiempo, las muertes de Roque y Pancho aún siguen manejándose con un
alto grado de misterio? Quizá se teme lo que el esclarecimiento de estas muertes puedan decirnos o
explicarnos. Mas no conviene especular. En todo caso, las conveniencias políticas, inmediatas o no, no
deberían de primar sobre el afán de establecer la verdad histórica. Un país al que se le oculta la verdad
de su pasado, será incapaz de asumir con responsabilidad su presente, y por ende, de soñar con su
91
futuro.
92
Segunda parte: (Po)ética
Una tarea de importancia capital para El Salvador sería escribir una Historia de las ideas. Como en
muchos países de América Latina, nuestro país carece de una tradición filosófica arraigada, sistemática,
sobre todo si buscamos autores que hayan legado sistemas de pensamiento, como en la tradición
occidental. Las condiciones materiales, las vicisitudes económicas y políticas que han tenido que
enfrentar las instituciones académicas y una tradición cultural autoritaria han sido algunos de los frenos
de esa actividad filosófica. En vez de sistemas filosóficos, hemos tenido indagaciones sobre la realidad
que han venido, en buena parte, de intelectuales cuya actividad central no ha sido la filosofía —al
menos explícitamente—. La historia de nuestras ideas sociales, filosóficas y políticas se ha nutrido en
alguna medida de la literatura. Cito dos ejemplos tan disímiles como cercanos: Alberto Masferrer y
Roque Dalton. Cercanos, porque ambos ocuparon su posición intelectual para cuestionar al mismo
sistema social. Disímiles, porque difirieron sensiblemente en su manera de proponer soluciones al
drama nacional y porque tanto su visión de mundo como su concepción del trabajo intelectual tienen
diferencias muy hondas. Ambas intuiciones de mundo están unidas, empero, por un acendrado
humanismo. Pero si algo tienen en común, Masferrer y Dalton, es que son autores de los que se habla
mucho, pero se lee poco. La visión ideologizada ha suplantado una lectura crítica de sus textos, y por
ello no hemos sido capaces de apreciar la complejidad de su obra intelectual. Dejo para otra ocasión
una propuesta para la lectura de la obra de Masferrer. En estas líneas, quiero proponer algunos
acercamientos al pensamiento de Roque Dalton.
En términos generales, considero que la tentativa de Dalton es hacer coincidir el talante poético con la
praxis política y la preocupación ética, es decir —para ocupar una expresión acuñada por Rafael Lara
Martínez—: la formulación de una (po)ética. He aquí algunas ideas al respecto.
1. Poesía, no estás sólo hecha de palabras: En busca de un lenguaje emancipador
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En Dalton se percibe claramente una preocupación ética: el perseguir el bien de las mayorías a través de
la acción política. Esta preocupación -quizás hasta obsesión- es el pilar que, a su juicio, legitima el hacer
poético. Se proclama convencido que él, en lo personal, no podría escribir poesía lejos del ámbito de la
política revolucionaria. Puede decirse que concibe a la literatura como algo que tendrá legitimidad en la
sola medida que contribuya a un proyecto de liberación nacional. En esto no parece ser muy diferente
de sus propios epígonos o de los cultores del realismo socialista. ¿Qué lo salva, pues, poéticamente
hablando? Que Roque es un auténtico poeta. Un poeta verdadero que dimensiona su poesía en una
forma instrumental o pragmáticamente ética.
Esto no es tan simple como parece, porque la impresión que daría es que para Roque solamente el
panfleto político tendría validez poética. No. Es algo más: el ideal —de raigambre acaso romántica—
de hacer de la vida un gran poema. Por eso, hasta el concepto de belleza pasa también por un tamiz
ético. En alguna ocasión, Dalton declaró que las cosas bellas son monstruosas piadosamente hablando.
Se refiere, evidentemente, a la belleza superficial que constituye la estética de la burguesía salvadoreña.
Claro, eso tendría mucha tela que cortar, porque la belleza tiene un sentido en sí misma. Además, toda
obra de arte y todo hecho cultural supone un hecho de violencia -fáctica o simbólica- que los vuelve
monstruosos. La belleza es monstruosa en tanto se trata de una imposición humana contra el mundo.
Este se presenta, a primera vista, como una enorme y anárquica reunión de hechos, seres, estímulos y
cosas que nos aterra. Es necesario violentarlo para que podamos asimilarlo. El comprenderlo bajo
ciertos parámetros de orden o de simetría ya es un hecho de violencia. El ideal de belleza -inevitable
producto humano- es también una orden de violencia por trastocar lo que nos parece amorfo,
asimétrico. En ese sentido, la cultura es la primera gran consagración de la violencia, contra el medio y
contra el individuo.
¿Cómo puede hacerse de la vida un poema?, se pregunta Roque. Las respuestas son muchas, porque la
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mera pregunta implica el elemento vida, un elemento abarcante. En el poema en prosa Con palabras,
incluido en el volumen Taberna y otros lugares, aparecen algunos interesantes atisbos sobre los que ya
López Vallecillos llama la atención. Por ejemplo, la urgencia de un lenguaje emancipador. Roque habla
de palabras muertas, palabras que han perdido su vitalidad y que ya no nos dicen nada. Aparentemente
estaría la vieja cuestión de las palabras trilladas, etcétera, pero también hay algo muy interesante: la
comprensión de que el lenguaje expresa una visión de mundo. Y también que el lenguaje tiene mucho
que ver en la formación de ésta. Si la visión de mundo enajenada cambia por una visión de mundo
liberadora, ello será en buena medida porque las palabras también han sufrido una modificación. Y
viceversa. Exhorta Roque a que dialoguemos con las palabras: esto no es otra cosa que un llamado a
elaborar una teoría y una praxis que libere también al lenguaje de su opresión.
La «belleza», que representa un orden acatado y un sistema de convencionalismos, se enfrenta al
concepto de lo monstruoso. Lo monstruoso lo es por cuanto representa una transgresión a ese sistema
de valores "oficial". Como bien lo ha dicho Cortázar, en realidad lo monstruoso está proponiendo un
orden distinto, y por eso se explica el encono con que el sistema lo ataca. El monstruo es el diferente, el
descarriado, el «más apto para ser odiado», el que pone en tela de juicio los valores imperantes.
Antonio Gramsci sostenía que «sólo la verdad es revolucionaria». Para el poeta salvadoreño, la
búsqueda de la verdad —a través de la poesía, del debate intelectual o de la praxis política— es central.
Dalton es incapaz de disociar la búsqueda estética de la función ética, que es la búsqueda de la verdad
liberadora. «Por eso fui llamado el escrutador, el más apto para ser odiado», dice en Las cicatrices. El
escrutador es el buscador y el interrogador de la realidad, que rechaza la belleza convencional, rompe
con ella, y busca la verdadera belleza, la que traiga la plenitud humana.
Propongo que en este recorrido por las ideas de Roque nos detengamos en algunos momentos de su
obra poética. Más adelante, haré alguna referencia también a sus ensayos dispersos.
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2 . La formación de la (po)ética
2.1. De la ventana al rostro
El primer poemario publicado de Dalton, La ventana en el rostro, es la historia de un tránsito vital, la
historia de un punto de inflexión en la vida del poeta. El poema inicial, Estudio con algo de tedio, recrea
fuertemente la soledad del joven poeta. El libro es muy joyceano a ratos: este poema es un retrato del
artista adolescente. De la soledad del adolescente se transita al himno liberador colectivo con que se cierra
el volumen. Lo interesante es ese tránsito, en el cual se notan las incertidumbres del poeta: su relación
con la muerte y la soledad.
En Muertos, existen tres grandes momentos: El de la referencia de su muerte, su experiencia directa y la
ruptura culminatoria. El joven poeta ha escrito, hasta ahora «de los muertos/ sin saber de sus rudas
zarabandas nocturnas...». No es sino el tomar conciencia sobre la predestinación para la muerte, lo que
hace cambiar la visión ingenua: «llegué hasta sus territorios terribles / con el cabello roto y el hambre
vocinglera». Lo que encuentra es demasiado terrible para asimilarlo, pero lo peor llega al conocer a un
enigmático personaje: Oolge, quien «Golpeaba a los demás y a mi miedo / con más crueldad que un
niño, / como si desde el principio del tiempo / hubiese recibido sin quererlo / la espantosa
encomienda de vengar a Dios». Oolge, sin embargo, lo deja escapar, «porque era evidente en mi
temblor de manos / el odio por la vida». Ese odio por la vida resulta sospechoso. Por eso no es
admitido entre los muertos. Odio por la vida: dolor vital, la ansiedad de la frustrada vocación de
suicidio del poeta adolescente. Éste sueña con suicidarse, porque está enfrentado ante la soledad mayor.
Pero no llega al reino de los muertos. Y si llega, sólo es para ser desterrado de éste: el artista
adolescente, novio de la muerte, es un monstruo por ser solitario. Por eso, el terrible Oolge lo deja
libre, con una vida por delante que no es sino una condena: Padecer, es decir, vivir.
El poeta aparenta ser jovial. Su dolor de vida es engañoso, «capaz de inventaros un pájaro, / un cubo de
96
madera / de esos donde los niños / le adivinan un alma musical al alfabeto». Tras la apariencia amable,
el dolor de quien se siente expulsado de la vida «esconde su violento cuchillo / su desatado tigre que
me rompió las venas desde antes de nacer / y que trazó los días / de lluvia y de ceniza que mantengo.»
Si bien el dolor vital del poeta es inmenso, también lo es su ludismo: «Y creo / que de no ser por este
corazón, / por este palpitante planeta musical, / ya me habría marchado a tratar de morir. / Con todo,
/ no querría olvidarme de la risa». Paradoja del poeta que se cree destinado para la muerte y que, al
mismo tiempo, es un poeta vital. La paradoja es aparente: asumir la muerte lúcidamente es fundar la
verdadera vida.
Existe en este libro un clima de enajenación de la vida exterior (encarnada en la severidad del colegio
jesuita, en los juzgados, en las gentes que «nos transcurren/ lanzando arroz a las palomas». Dice el
poeta: «Voy / por la calle ancha, llena de gente idéntica / y de aire encadenado a un nuevo calor». Se ve
a la gente «pasar (...) como un río que ama», y se constata que el solitario más radical es «el hombre más
desgraciado y peligroso de esta época». Y, sin embargo, el poeta ama a esa humanidad sumergida en lo
cotidiano: «amo a las gentes sin pedir permiso / y odio al suicida que yo quería ser». Trasciende, pues, la
enajenación de los demás y busca llegar hacia la vida plena.
Otro elemento interesante de La ventana en el rostro es la constante introspección que se expresa, a veces,
en un constante interrogar del poeta a su corazón, a su cuerpo. Surgen las preguntas tremendas, que
sólo pueden hacerse en medio de crisis existenciales y éticas profundas: «¿Quedarse más acá de la
palabra?». Preguntas que más adelante constituirían preocupaciones centrales en la vida del autor.
El texto joyceano por excelencia comienza así:
Usufructuándome con cánones expulsatorios de la última mariposa de mis venas me dijeron desde detrás de sus anteojos canas barrigas y respetables apellidos: en cuanto no eres más que un hombre proyectado un libre albedrío de barro para la humildad
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he aquí tu cauce: por hoy la escuela plena de rosarios la santa misa diaria los pantalones cortos el latín el fútbol el preocuparse obligatoria y verbalmente por el prójimo (...) Estas palabras recuerdan mucho la atmósfera del Portrait of an Artist as a Young Man, los ambientes
escolares y sociales en los que se mueve el estudiante Stephen Dedalus. De alguna manera, este texto de
La ventana prefigura ese gran poema llamado Los hongos, formidable exploración de sus ideas y
obsesiones religiosas.
Toda esta etapa del libro es una enumeración de incertidumbres. El punto de inflexión lo constituye el
poema Mientras tanto. A partir de aquí, las dudas del poeta adolescente se disipan. La certeza la da la
hazaña colectiva (la memoria de Anastasio Aquino, como encarnación de la resistencia de un pueblo),
que se convierte en asumido reto personal (los Poemas de la última cárcel). Entre un momento y otro, la
esperanza vital del hijo por venir y la salvación íntima que sólo puede dar el eros.
El poema final se llama Me voy. Es la culminación del tránsito de la ventana (la mirada azorada del
artista adolescente al mundo) al rostro (la autenticidad de la vida, recuperada en la historia y en la
asunción de los retos individuales). Es un auténtico himno a la vida trascendente, en virtud de la lucha
social y de la profunda conversión del individuo. Conversión: concepto religioso: tránsito de la
apariencia a la recuperación del sentido perdido.
2.2. Poemas en la codiciada lengua del códice
Como bien lo señala Luis Melgar Brizuela, los libros Todo el códice, de José Roberto Cea; Los nietos del
jaguar, de Pedro Geoffroy Rivas; Homenaje a los indios americanos, escritor por Ernesto Cardenal; el
poemario de Pablo Antonio Cuadra, El jaguar y la luna y Los testimonios, de Roque Dalton, pertenecen a la
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«estirpe de los cantos mayores a la Madre Tierra29». Si tomamos las obras de autores salvadoreños,
vemos posiciones distintas sobre el abordaje poético de los temas indígenas. En Geoffroy rivas
encontramos al poeta que descubrió en sus estudios antropológicos una veta preciada para la poesía. El
tratamiento de lo indígena en Dalton se da desde los ojos de un poeta cuya tradición lírica es occidental,
europea. Recrea los mitos mayances y nahuatls desde la perspectiva de un poeta occidental
contemporáneo. Para Roberto Cea, la atmósfera indígena sirve para que él se explique a sí mismo y para
que articule su mundo poético. En Cea, lo indígena no sólo es evocación y recuperación del pasado,
como en Geoffroy, o el asombro ante el descubrimiento de una parte de las propias raíces, tal como
sucede en Dalton. En el poemario de Roberto Cea salta, a cada instante lo indígena, para hablar desde
el presente y para el futuro.
Por razones de exilio, Los testimonios fue escrito en México. Los estudios antropológicos que lo ponen en
contacto con las culturas indígenas, le proporcionan uno de los muchos caminos que transitará en su
búsqueda poética, como en el proyecto de vertebrar una propuesta de identidad cultural nacional. Es
interesante el hecho de que el libro se haya escrito a partir de su vida en México. Ese país constituye
una ruta del origen —la otra es España—. Recorrer esa ruta es necesaria para nosotros, pueblos que
compartimos raíces comunes— para reconocernos en profundidad.
Se abre el libro con la voz del poeta, quien declara: «No soy sólo el que habla». En verdad, el autor
habla desde lo que ya ocurrió y pide:
No querráis pues saber mi nombre. Todo lo que nos borre tiempo debe ser mutilado. Que el testimonio puro presida y no haya entre nosotros sino la sed que surge ante la yacencia aparente del manantial.
Es decir: Soy lo que se está diciendo. Los grandes mitos cobran sentido solamente cuando se están
29 Cfr. el estudio preliminar de Melgar Brizuela al poemario Todo el códice, volumen 27 de la Biblioteca Básica de
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relatando en el espacio ritual. El relato es la forma de incorporar al mito en nuestro tiempo presente,
como lo ha dicho Mircea Eliade. Cuando cuento el mito, yo mismo me vuelvo fabuloso, mágico. El
mito: testimonio puro del pasado mágico que nos dio origen.
En México, el espacio mágico, donde la urbe moderna convive con el mito y «su hueso roto de
vergüenza / a pocos metros de la Alameda Central». Descubrir esto en toda su riqueza, requiera para el
poeta una ceremonia iniciática. El encuentro con el ahogado en aguas pútridas lo lleva a un ascenso,
culminado el cual, el Testigo —el relator del mito— «será otro rey muerto por las calles»—. Se opera,
pues, una transformación por medio del contacto con la muerte. Quien experimenta tal mudanza es, a
partir de entonces, un nuevo vasallo de los dioses secretos.
Estilísticamente, El pozo del júbilo me recuerda mucho al Geoffroy Rivas de Versos. Inspirado en
referencias sobre un viaje alucinado en peyote, este poema nos recuerda el papel mágico de los estados
místicos dentro de ciertas culturas. El conocimiento que se adquiere en el estado alucinado —en el
estado sobrenatural, como diría Alfonso Kijadurías, o en la iluminación mística, como dirían los
cristianos—, es ancho y doloroso: «todo lo sé me duelo de saberlo». Conocer es padecer.
La zona de la llama y El otro mundo revelan que México es todos los Méxicos posibles, superpuestos uno
encima del otro y formando un calidoscopio: Tenochtitlán, la Nueva España, el México de la
revolución. Los poemas incluidos bajos los acápites Recreaciones libres sobre temas nahuatls y mayances y La
raíz en el humo, comparten mucho con Cuenta de la peregrinación. Tienen muchos puntos en común: la
recreación de la mitología, el relato de las migraciones por Mesoamérica. El poema de Geoffroy tiene
más logros en mi opinión.
Las otras partes del libro, Del origen... y Claroscuro del año integran poemas en verso como pequeñas
Literatura Salvadoreña, Dirección de Publicaciones, CONCULTURA, 1999.
100
prosas. Con gran maestría, Dalton recupera leyendas salvadoreñas y las coloca a la par de personajes
históricos (Pedro de Alvarado) y de apuntes personales (Infancia y Perdono al caballo salvaje domado por mi
padre), así como el poema El cine, una secuencia casi onírica que haría las delicias de un Luis Buñuel.
Claroscuro del año es la parte más «daltoniana» de este libro. Encontramos al roque que se mueve como
pez en el agua entre los pasajes de su exilio, su zona amorosa llena de júbilo y mordacidad y las
fabulaciones (¿o serán, más bien, mitificaciones, en el sentido verdadero de la palabra mito?) acerca de
sus amigos y de su hermana Margarita. Surgen, a borbotones, pasajes de su primer viaje a la URSS y
Europa central, que tan decisivo fuera para el poeta.
2.3. El ofendido toma la palabra
Hay dos poemarios que preparan el terreno para Taberna y otros lugares, la opera magna de Dalton: El
turno del ofendido y Los pequeños infiernos. Antes de ello, está esa hermosa exaltación lírica llamada
El mar, construida en cosmopolita y amorosa atmósfera. Hay en estos dos libros un hilo conductor: la
lejanía como condición necesaria para el surgimiento del poema.
La lejanía del país es la gran ofensa. Es este el turno del débil: «En el caso de los golpes no me hagáis
esperar. Comprendo vuestra envidia, pero todo ha sido dispuesto así en discusiones muy antiguas. El
dueño de la flaqueza es el encargado de escupir. Y vosotros sois fuertes, fuertes...», dice en uno de los
poemas. El país se nos ha alejado también por la falsedad: «Creo que nos han engañado
suficientemente.». Pero es terrible la verdad, porque adquirirla implica dolor y la responsabilidad del
odiar al prójimo: «Ahora poseo la llave del jeroglífico/ pues me la dio el dolor entre risas de ebrio/
entre escupitajos de carcelero y miradas de perro/ furioso sin piedad (...) Ahora mismo voy a quitar
algunos de los últimos velos./ De las heridas/ me haré cargo yo».
101
Hay otra lejanía -no sólo en ambos libros, sino en toda la obra de Dalton-, la esencial a la condición de
la poesía. El poema logra reintegrarnos el instante fugaz con todas sus maravillas. Pero para eso es
necesario que ese instante ya sea inalcanzable. Las palabras del poemas son el ritual de recuperación
poética de ese instante. En estos dos libros, confluyen la lejanía del país -¿acaso su poesía, sus ensayos y
su actividad política no corresponden al anhelo de recuperar al lejano El Salvador, a ese que no se sabe
si es un país verdadero, o es tan sólo un invento?- y la lejanía amorosa. Las palabras del poema, que nos
fueron dichas en el supremo instante, son nuestra sed. Intentamos decirlas, recuperarlas de su
precariedad e instaurarlas entre nosotros. Pero el poeta no cree en cualquier abolición de la lejanía. Esta
debe acercarnos a la verdad, en vez de perpetuar lo falso: «No puedes pasarte la vida volviendo,/ sobre
todo a la porquería que tienes por país,/ al desastre en que te han convertido la casa de tus padres,/
sólo por el afán de saludar o traernos palabras de consuelo».
Otra clave en estos dos libros es la posesión de la verdad. Quien la adquiere -el poeta-, a costa de
indecibles suplicios, se vuelve un monstruo a ojos de los demás hombres. Se le repudia, como al
personaje de Las cicatrices, porque se sabe que lo que el poeta tiene que decir -la verdad- es doloroso y
corroe la vida, o el espejismo de vida que tenemos.
El secreto de la verdad -secreto del poema- es monstruoso porque nos vuelve más solitarios:
«Andaríamos mejor sin estas sombras. Con ellas hay un nombre que no podré enseñaros. Se incendiaría
la negrura quemándoos, quemándonos en dura solución de silencio. Y debo confesar/ que ello es alto
obstáculo, muro perseverante,/ clima enemigo en la misma fundación de la caminata.» Pero la soledad
en sí misma no es una salida: Es la asunción de la condición de «aptos para ser odiados», de las
cicatrices, lo que el poeta se impone para que esta verdad sea trascendente. Es ese «intentarlo todo»,
para que el amor de los hermanos sea propicio y salvífico. Si esto último recuerda el discurso cristiano,
no es antojadizo. Es la idea de salvación por el martirio la que está implícita aquí. La condición poética
es una condición martirial: la del que padece por la trascendencia de la verdad.
102
El poema Arte poética, incluido en El turno del ofendido, es interesante desde el punto de vista de la
poética daltoniana. Existe la angustia del individuo, dice el poema, pero están también «los demás
hombres» y su esperanza colectiva: «se embriagan como Dios anchamente/ establecen sus puños contra
la desesperanza/ sus fuegos vengadores contra el crimen/ su amor de interminables raíces/ contra la
atroz guadaña del odio/.» Se plantea, entonces, una interrogante:
La angustia existe sí.
Como la desesperanza
el crimen
o el odio.
¿Para quién deberá ser la voz del poeta?
El autor no da la respuesta. Es este el dilema de mucha literatura «progresista», que se plantea el tener
sentido únicamente si es en función de una colectividad, o de un proceso de transformación social.
Pero la voz del poeta, si es grande, abarca esto y lo rebasa. Es importante que la voz del poeta vaya
«hacia la persona/ hacia todo el pueblo/ hacia el universo», como dice Silvio Rodríguez. En verdad,
Dalton conoce que la grandeza de la literatura reside en eso: en su universalidad, entendida esta como
en poder decir algo aquí y ahora, pero también en otros lugares y en otros tiempos.
El poema que más amo de Dalton está en Los pequeños infiernos, y se llama El hijo pródigo. Dedicado
a los poetas cubanos Heberto Padilla (antes, por supuesto, del affaire Padilla) y Pablo Armando
Fernández, tiene citas de Saint-John Perse y Henri Michaux, que dejan sentada una durrelliana relación
de «odio-creativo» con el país. Está dividido en dieciocho estancias. Cada una de ellas es un combate
que el poeta entabla contra un entorno atroz, en el que solamente cabe ser, o cínico, o perseguido. «De
ahí surge la terrible situación de tener que rendir culto a la verdad, de profesar su religión», explica el
103
poeta. La verdad es rebeldía ante ese trono en el que «únicamente cabe la mentira». Pero, ¡cuán lejos
está el poeta de creer que verdad y rebeldía son, por sí mismas, infalibles: «Porque conocemos las
escaramuzas de toda gran verdad al caer -extraviados sus anhelos de altura- en el centro del
hormiguero». Deja sentada una actitud crítica que explica mucho:
«Incluso te digo que te cuides de tu rebeldía./ Ella es el mejor corazón,/ pero también es capaz de
segregar podredumbre.».
Una actitud semejante implica una enemistad a muerte con el entorno, y por lo tanto, se impone una
ruptura:
El tiempo de dormir las joyas con canciones de países lejanos,
el tiempo de lavar la piel con esencias
por las que hubo de morir una tribu de viejos hábiles,
el tiempo de escoger a las mujeres en los primeros meses del año
por su olor y los hoyuelos de las rodillas,
el tiempo de las mentiras de gala para solaz de los rebaños,
el tiempo de la prebenda secreta y los pactos sin castigo,
el tiempo de los asnos gordos, -ah lapso de jolgorio!-
declina.
Es entonces el tiempo de reconocer nuestro verdadero ser:
¿Cuál será nuestro rostro?
No somos hijos de la bella-Reina-de-Mayo
nuestra madre castiga sus viejos pechos contra las piedras del río
y aúlla y hiede mostrando su lengua que alcanza hasta los ojos
(desorbitados.
104
¿Cuál será nuestra heredad?
No somos dueños del lecho en que despierta el maíz
nuestra tierra es de piedra y lodo donde no germinan los jóvenes (cadáveres
hacienda de las culebras cerosas que silban
en medio de todas las tormentas que nos empujan al mar.
El poeta que se siente predestinado para el sacrificio -¿verdad, Luis Melgar Brizuela?-, también dice:
¿Cuál será nuestro destino?
No somos aspirantes a la vecindad del sol
nos basta cultivarnos para el agrado de los sacerdotes sacrificadores
sabemos que cada una de nuestras venas espera sus cuchillos
y hablamos con satisfacción de la túnica que llevaremos el último día.
La rebeldía empieza con la autenticidad: El silencio ante la gritería dominante: «Por eso es gran crimen
llevar el índice a los labios, bajar los ojos, palidecer ante una dulce mirada que sólo quería tener un
lugarcito en el recuerdo»; el ser grande en el país para enanos que nos han querido hacer creer que es
este:
Parados frente a mi casa poderosa dirán:
«Qué quiere decir este anciano que sólo conserva juventud
para gozar de las frutales mozas que insolenta el invierno?
Bien extraños son sus signos.
Y lo peor es que sólo advertimos su sabor a perturbación.
105
Creemos sin embargo que ha cometido atentado
contra la misma necesidad de los dioses,
contra la omisión del temor en que quedamos
(...)
Pero a mi casa no entrarán sus tropeles.
¿Es esto hacer votos a la soledad?
No temáis por mí y perdonad que me retire por un momento.
Voy a reírme de vosotros.
La risa en Dalton, como ya se ha dicho, es elemento de rebeldía. Pero también de autenticidad, en un
medio donde se premia la estupidez disfrazada de solemnidad. La actitud del poeta es esta: «Inminencia
de lo peor. Qué risa de nuevo, qué risa!». El reír en medio de la miseria espiritual. El reír, como
producto de asumir la verdad de lo ridículo del entorno: «También esta caída se puede aprovechar. Lo
principal no es ser como los peces ciegos que portan los mejores colores. Lo principal no es llamar vino
al vino envenenado. Holguemos, cándidos. Digamos hurra en la congregación de los desnudos!
Hossana en este valle de saliva!». Quien se tome en serio al entorno opresivo está condenado por
cobardía: «Y los demás, lleven sus gestos agrios al cementerio de las hojas, sus caras de uña del siglo!».
Propone una actitud crítica para el país, pero también lanza sus dardos en otra dirección:
Porque,
debeís acaso aceptar que la tierra prometida
106
también es un enorme mar de estiércol,
que el tiempo prometido transcurrirá
en un enorme mar de estiércol?
Ante la resignación que implica cierto pesimismo, está la confianza en la rebeldía:
Pero es que ha pasado la edad de las grandes hazañas?
Vuestros brazos han caído también en la trampa de las lamentaciones?
Es que podríais deponder vuestra raza de cataclismos
por las insinuaciones de una confusión, a lo más, digna del sonrojo?
Sabedlo:
no servís para renegados,
no tenéis el lúgubre, torvo valor de los traidores.
Cualquier señal de asco en torno vuestro os mataría pronto,
después de algunos balbuceos.
Debemos estar más allá de la esperanza para empezar a ser otros, más auténticos, más nosotros. En el
terreno de las luchas sociales y en el de la rebelión poética, es esta la actitud de Roque:
No advertís lo aburrida que puede ser la esperanza?
Lo que importa es tomar una decisión:
la del asesino, la del que se atreve al fin a ser él mismo,
la del salvador o la del héroe.
No puedes pasarte la vida volviendo,
sobre todo a la porquería que tienes por país,
107
al desastre en que te han convertido la casa de tus padres,
sólo por el afán de saludar o traernos palabras de consuelo.
Toda piedad aquí es cruel si no incendia algo..
Constata el poeta que ganar la autenticidad es empezar, al fin, a ser jóvenes. La juventud es vista como
época de creación: Son los primeros siete días del Dios hebreo. Al octavo día, Yavé envejeció
irremisiblemente, al inventar las normas. Pero antes, esa semana fue de juvenil embriaguez y belleza e
inventó todo, hasta aquello que lo niega. El poema concluye con esta bella admonición:
Mientras tanto no nos limitemos a esperar. Hemos dicho cosas demasiado graves para quedarnos impávidos en la súplica de un veredicto. No estamos solos.
Hay que decir que Los pequeños infiernos aún no ha sido publicado como libro autónomo, respetando
la estructura que originalmente Dalton quiso darle. La única edición de ese libro, impresa en España
por Libres de la Sinyera -que tenía por consejo editorial a José Agustín Goytisolo, Manuel Vázquez
Montalbán y Pere Gimferrer- no es exactamente Los pequeños infiernos. Se trata más bien de una
antología con ese nombre, que recoge poemas de El turno del ofendido, Los pequeños infiernos y
Taberna y otros lugares. El editor —Goytisolo— no deja constancia de lo anterior. Como ya se ha
dicho antes, el prólogo es bastante caricaturesco en cuanto a su visión de Dalton, y no deja de rezumar
cierta prepotencia eurocéntrica. Según Luis Suardíaz, Roque no estuvo de acuerdo con esta publicación,
pues el libro «aparecía disminuido, desperdigado y sobre todo precedido de una introducción nada bien
intencionada (...) Se dolía de la interpretación aparentemente coloquial, y sin embargo cargada de
irónico desprecio, en la que el autor de la recopilación revelara a los cultos lectores de la editorial
catalana la existencia de un simpático maromero de la poesía ejemplar capturado en las selvas
gastronómicas, en los bosques peligrosísimos de los centros nocturnos, metido hasta los tuétanos en las
108
extrañas luchas de los latinoamericanos30». Se hace patente la responsabilidad de publicar la edición
íntegra del libro. ¡Qué situación esta, la de que en nuestro país no podamos conocer siquiera de manera
fiel los textos de nuestros escritores mayores!
2.4. Taberna: El lugar incógnito
Galardonado con el Premio Casa de las Américas en 1969, el libro Taberna y otros lugares ocupa
indiscutiblemente un sitio preferencial dentro de la crítica de la obra de Dalton. No es para menos: en
Taberna confluyen los más variados registros culturales con una serie de técnicas literarias, que
constituyen, en el caso daltoniano, una auténtica ruptura: un hasta aquí. Rompe -como expresamente lo
declara el poeta en entrevista con Mario Benedetti- con la concepción poética de la cual Pablo Neruda
es el máximo cultivador: la poesía como canto al universo. Propugna Dalton, entonces, una poesía de
ideas. Rompe con la concepción poética limitada sólo al ámbito de lo emotivo y se embarga en una
ambiciosa empresa poética que quiere aprehender, desde su ser poético, la complejidad del ser humano
y de la realidad que está transcurriendo. No quiere decir ello que se dé el clásico equívoco expresado en
una anécdota que Roberto narraba sobre Mallarmé. Éste último -relataba Armijo- conversaba con el
pintor Edgar Degas, quien le hablaba con suma elocuencia de las brillantes ideas que tenía y que darían
pie para grandes poemas. «Mi querido Degas» -respondió Mallarmé- «usted puede tener buenas ideas,
pero el poema no se hace sólo con ideas». Distingamos en el hacer poético dos elementos: la esfera de
las ideas del autor (su Weltanschauung) y el ámbito de lo propiamente poético. En el buen poeta, lo
raigal -incluso en su personalidad, en su quehacer diario- es la actitud poética. Sus ideas sobre el mundo,
sobre su sociedad y sobre los seres humanos pueden explicar su producción poética, pero no lo
suficientemente. El discurso científico y filosófico pueden explicar mucho, pero hay una vasta zona
ante la cual enmudecen, sus categorías resultan insuficientes para dar cuenta de ella. Esa vasta zona, la
de la poesía, nutre en el poeta su ser-en-el-mundo y también su comprensión del mismo. Para Dalton,
30 Ver Una urgencia sin reposo en los huesos, de Luis Suardíaz, incluido en el volumen Valoración múltiple de Roque
109
su condición de poeta es radical (está en la raíz de su ser-en-el-mundo). Sus ideas se nutren de esa
condición y, en su caso, se tornan elementos poéticos. Pasa lo mismo con su experiencia personal:
Dalton habla de sí mismo desde el primero hasta el último libro, pero su tono es más que anecdótico: el
testimonio individual se torna una experiencia poetizable, y, en virtud de su actividad y de su ser raigal,
una experiencia poética. Mientras las ideas (lo ideológico) estuvo subordinado al orden poético, Dalton
escribió grandes poemas -incluso aquellos de clara y nunca desmentida intención política: La segura
mano de Dios y muchos de El turno del ofendido-. Cuando ocurre que el poeta trata de subordinar el
poema a la idea política, vemos ahí algo que no cuajó poéticamente, como muchos de sus Poemas
clandestinos -no todos, pero sí un número significativo-.
En Taberna y otros lugares hay una manera poética de inteligir la realidad. Para ello, se vale del poema
en verso y del poema en prosa, y hecha mano a muy variados recursos (y discursos) expresivos. Al igual
que Pessoa, hay voces de otros que hablan por su medio. La angustia doble del sobreviviente de la
cárcel y del exiliado que no encuentra el hilo de Ariadna conviven dialécticamente con la voz de un
contador de desternillantes historias. Especial mención tiene el poema en prosa Con palabras. Deja ahí
sentado un punto de vista sobre el lenguaje, que rebasa lo limitado de la comprensión científica sobre el
mismo («uno de los crímenes más abominables de la civilización occidental y la cultura cristiana ha
consistido precisamente en convencer a las grandes masas populares de que las palabras sólo son
elementos significantes»). Sin decirlo abiertamente, se sitúa también más allá del discurso esotérico (en
el que las palabras son mágicas: lo son, pero también son algo más): las palabras tienen poder sobre
nosotros: «¿Por qué suena mal una palabra libre de significados tabú si no es por algo intrínseco a ella
misma, a su corporeidad, a su ser, que es independiente de su función más común, la cual, por otra
parte, no tiene necesariamente que ser la única, ni siquiera la principal?». En virtud de ese poder, las
palabras pueden ser liberadoras o no: «Deberíamos recordar lo que le pasó a Stalin por hacer de las
palabras excepciones del materialismo dialéctico: de ahí la muerte de Babel, de ahí el naufragio-entre-
témpanos de la Internacional, de ahí la prosa soviética contemporánea. Si se le hubiera hecho frente al
Dalton.
110
problema con apasionamiento y coraje, otra y magnífica sería la situación. Habría bastado con
comenzar a conocer verdaderamente las palabras, a organizarlas para el porvenir, a discutir con ellas
sobre la libertad y, sobre todo, a separarlas de las cuasi-palabras, las anti-palabras, las palabras
degeneradas». Son, entre otras cosas -y esto lo intuye Dalton- las palabras hacedoras, destructoras y
portadoras de visiones de mundo. Tienen una función ética y cognoscitiva: «y si he perdido el tiempo
en declarar estas cosas es porque luego se compruebe que nadie las ha entendido verdaderamente, ha
sido en la forma que lo hicieron Jesucristo o Lenin, aceptar lo cual, por lo menos, me hará dormir
tranquilamente esta noche».
La aprehensión poética de la realidad se expresa en el poema Taberna. La reelaboración de los discursos
e intelecciones sobre la realidad socialista y su ordenamiento se hace bajo la visión poética del autor
acerca de esas ideas. Es como que si Dalton metabolizara poéticamente lo escuchado en la taberna U
Fleku. De ser una «encuesta sociológica furtiva», esto pasó a constituirse en una realidad poética.
2.5. Poemas clandestinos: historia de otra poética
El último libro escrito por Roque, Poemas clandestinos ha sido relegado a priori como el libro de menos
calidad de Roque. Es cierto, hasta algún punto: no tiene la belleza de Los testimonios o la complejidad de
Taberna. Pero no por ello deja de ser un libro importante: lo es puesto que representa para Roque la
resolución de su pugna por hacer de la vida un poema.
La eticidad del poeta es un motivo que salta desde la primera página. La «Declaración de principios»
que hace las veces de prólogo sirve para dejar en claro una posición moral: El poeta tendrá legitimidad
por cuanto sus acciones estén comprometidas con la revolución social. Las opciones a escoger, para
Roque, son ser sirviente, payaso o enemigo. En verdad, se reducirían a dos: ser o no instrumentos de la
dominación capitalista. Para redondear el punto y volver sobre lo planteado: el hacer poético tendrá
111
razón de ser si contribuye al proyecto liberador. Tal el planteamiento de Dalton en esta época, que es
una radicalización de sus ideas al respecto. Antes, daría la impresión de que es viable ser un poeta
honesto, una «buena persona» que no asume participación directa en la lucha social. Ahora eso no
basta.
Si el deber-ser del poeta se ha radicalizado, también el deber-ser de la poesía deberá sufrir una
radicalización. «Poeticus eficacciae»: el poema tiene un sentido pragmático: su eficacia se prueba al
subvertir el orden burgués.
En Poemas clandestinos hay una -sin duda que hay otras muchas- idea fundamental: la tentativa
expresada por el autor de poner a la poesía en «donde le corresponde»:
Ahora estás en tu lugar:
no eres ya la alternativa espléndida
que me apartaba de mi propio lugar.
Dalton no le concede autonomía a la creación poética. Para el Dalton clandestino, la poesía debe estar
sujeta a la praxis del autor. Aunque no del todo: Es también un elemento que puede ayudar a la
transformación ética del poeta:
Hoy también puedes mejorarme
ayudarme a servir
en esta larga y dura lucha del pueblo
Y aprovecha también para dejar sentados los deberes del revolucionario:
Descubrir,
descifrar,
112
articular,
poner en marcha:
viejos oficios de los libertadores y los mártires
que ahora son nuestras obligaciones
y que andan por allí contándonos los pasos:
del desayuno al sueño,
del sigilo en sigilo,
de acción en acción,
de vida en vida.
Destronado aparentemente Dios, las obligaciones morales lo suplen como omnipresencia. Pero al
contrario de Dios, esta omnipresencia del deber revolucionario es libremente elegida por el poeta.
Vuelve Dalton sobre la estética. Contra el valor intrínseco de la belleza, identifica, nuevamente, la
belleza en lo que sirve para la liberación:
Y sigue siendo bella
compañera poesía
entre las bellas armas reales que brillan bajo el sol
entre mis manos o sobre mi espalda.
Como el autor es un revolucionario —tomado este término en el sentido de «buscador de la verdad
profunda», desarrollando la frase de Gramsci que citábamos mucho antes—, el poema deberá serlo
también. El poema es visto, ya no como la redondez perfecta, sino como una obra abierta, algo que te
deja al final con las preguntas para buscar la verdad. Este concepto de obra abierta no es nuevo en
Roque: sólo vale recordar Los hongos, y, guardando más afinidad con la obra que comentamos, Un
libro rojo para Lenin. El poema Recuerdos y preguntas finaliza precisamente con un cuestionamiento
113
ético:
Oh noche de luces falsas,
oropeles hechos de oscuridad:
¿Hacia dónde debo huir
que no sea mi propia alma,
el alma que quería ser bandera en el retorno (...)?
3. Aproximaciones a la obra ensayística de Roque Dalton
3.1. Valoraciones generales
Como muchos de los escritores de su generación, Roque es conocido como poeta alrededor del año
1956. Surge, en las aulas de la Universidad de El Salvador, un grupo de jóvenes poetas que, entre otras
actividades, mantienen una página mensual en Diario Latino, gracias a la buena voluntad de Juan Felipe
Toruño. Esta página —la del Círculo Literario Universitario— no se reduce a la publicación de los
primeros versos del grupo. Es también un espacio para la polémica y en ella destaca mucho la labor de
Roque.
Toda generación literaria se define por una serie de afinidades que confluyen y dan identidad a un
grupo de escritores: las fechas de nacimiento, las primeras publicaciones, pero, sobre todo, un ideario
estético e ideológico en común. A la generación de Dalton la une la idea del compromiso del escritor,
visto, en primer lugar, como la responsabilidad de escribir bien y, además, como una eticidad social y
política. Sobre este último punto, es interesante la polémica que sostuvo Dalton con Antonio Gamero -
poeta de la generación anterior a la suya-. En el artículo Un concepto sobre poesía, publicado en 1956,
Roque recrimina a Gamero la falta de coherencia entre su vida y su obra. Afirma Roque:
114
Antonio Gamero no hace coincidir en la actualidad lo que escribe en sus versos con su manera de vivir
en lo político y en lo social. Representa, con su manera de entregarse a la causa de un grupo divorciado
de los más caros intereses del pueblo, la decadencia de un poeta que ha llegado al grado de bufón
trágico, fabricante de discursos para coroneles y de editoriales políticos para la prensa oficial.
Al margen de la valoración que tengamos sobre Gamero, estas palabras son útiles para enterarnos de
que la batalla de ideas que libra Roque se caracteriza desde un principio por los cuestionamientos de
fondo. La de Dalton es una batalla en contra de la falsedad, pero también en contra de lo que él llamaría
en una entrevista hecha en Cuba «la papanatería revolucionaria y no revolucionaria». Es indudable que
su prolongada residencia en países como Checoslovaquia, Chile, México y Cuba le ayudó a ponerse en
contacto con nuevas ideas y a nutrir sus planteamientos. Una buena parte de sus artículos y ensayos fue
publicada precisamente en Cuba, en revistas como Casa de las Américas. Lejos de ser Roque un poeta
sumiso a una ortodoxia política o a un dirigismo cultural partidario, encontramos que él está
constantemente haciendo cuestionamientos severos a la cultura dominante, a la poesía y a los escritores
-revolucionarios o no- y a los actores políticos -tanto dentro como fuera del partido en el que militó-.
Así, por ejemplo, Dalton está convencido de que «el comunista que trata de hacer la revolución con un
mal poema objetivamente hace contrarrevolución». Es decir, la literatura revolucionaria no puede, a sus
ojos, darse el lujo de la mediocridad. Para Dalton, un poeta, pero sobre todo, un poeta revolucionario,
debe ser culto y conocedor de su oficio. A este respecto afirma en Poesía y militancia en América
Latina, trabajo publicado por Casa de las Américas en 1963: «Hay que desterrar esa concepción falsa,
mecánica y dañina según la cual el poeta comprometido con su pueblo y con su tiempo es un individuo
iracundo o excesivamente dolido que se pasa la vida diciendo, sin más ni más, que la burguesía es
asquerosa, que lo más bello del mundo es una asamblea sindical y que el socialismo es un jardín de
rosas dóciles bajo un sol especialmente tierno». ¡Cuántas malas páginas en nombre de la Revolución
pudimos haber evitado en El Salvador si este y otros planteamientos se hubieran conocido y discutido a
115
fondo en el pasado! En otras palabras, Dalton está diciendo que la opción política del autor por sí sola
no es garantía de la buena calidad de su obra. Ello no deja de lado el hecho de que Dalton busca su
sentido ético dentro de una opción de izquierda.
Roque exige, además, del escritor, una actitud de apertura ante la realidad. Por ejemplo, en su ensayo
sobre César Vallejo alaba la posición estética del poeta peruano, en tanto la considera «abierta a todas
las corrientes de avanzada de su tiempo», cosa que le permitió, a su juicio, captar «el espíritu de su
época con un método realista y revolucionario, es decir, un método basado en su actitud humanista».
Dicho de otra manera: para que la obra gane en profundidad, el escritor deberá abrir sus poros a las
tendencias culturales, estéticas y de pensamiento de su época.
La obra en prosa de Dalton también incluye el comentario bibliográfico y los escritos políticos.
Entre los primeros, podemos encontrar reseñas sobre libros de Julio Cortázar, Claribel Alegría,
Haroldo Conti, Lisandro Chávez Alfaro, Roberto Fernández Retamar y Fayad Jamís, entre otros
autores.
Para aproximarnos a la obra ensayística de Roque, podemos partir de una división cronológica en dos
etapas: En la primera, figurarían sus escritos de juventud (contenidos principalmente en Sábados de
Diario Latino y en otras publicaciones de la década de los cincuenta), y en la otra, los ensayos de
madurez, escritos y publicados en México, Cuba y otros países. En los trabajos de esta etapa, Dalton
aborda con mayor hondura los temas que le preocuparon intelectualmente desde sus tiempos de
estudiante de Derecho: las relaciones entre literatura y ética, por un lado; por el otro: los problemas
políticos latinoamericanos —y, en concreto, el problema de la lucha armada.
3.2. Los escritos juveniles
Lo que encontramos en esta etapa (alrededor de 1956, hasta 1960, año en que Dalton es capturado y
116
parte al exilio), son artículos que aún no tienen el aliento de un ensayo, pero que sí dejan explícitas las
grandes preocupaciones intelectuales de su autor. Su prosa, aún primeriza, no deja de ser, a ratos,
retórica. Vemos ahí el lenguaje del joven estudiante de Leyes, deudor todavía de la exuberancia de
Neruda.
El autor firmaba sus trabajos como «Roque Dalton García». Como ya se ha dicho, están publicados en
la página sabatina del Círculo Literario Universitario. Cea, Armijo y otros compañeros de generación
también escriben en esas páginas. Esos jóvenes escritores, preocupados por la literatura y el
compromiso político, introductores de formas poéticas novedosas, fueron atacados por intelectuales
conservadores, quienes les imputaron el ser poco menos que rebeldes sin causa, incendiarios que
pretendían innovar la literatura desconociendo la tradición. Es interesante la defensa de los poetas
jóvenes que hace Roque, en el artículo Explicamos, publicado el 28 de enero de 1956, en Diario Latino.
Está ahí implícita la concepción de literatura que evolucionará en Dalton: El compromiso político del
escritor no está reñido con el conocimiento riguroso de la literatura. Solamente los irresponsables
pueden plantear lo contrario. Es imposible renovar la literatura si no se cuenta con el acervo heredado
por la tradición. Roque lo expresa así, en palabras aún no exentas de la retórica lírica del poeta
nerudiano:
Salimos a ver la vida salvadoreña sin pretender erigirnos en caudillos de un nuevo movimiento artístico
en este dulce pezón de América, sin presentar poses de dómines y mucho menos en volver las espaldas
a nuestros valores que juzgamos en sus respectivas épocas y aportaciones, creemos pueden ser los
elementos básicos en la creación de un espíritu auténticamente salvadoreño con enlaces universales para
poder cumplir con las exigencias humanas de la época. enfáticamente manifestamos que no negamos
los valores anteriores, sino los que hayan vuelto fríamente las espaldas al pueblo.
Venimos a levantar un monumento espiritual a aquellos valores que han permanecido fieles a su
117
vocación y por sobre mil vicisitudes han levantado la fe y mantenido la esperanza, aún en momentos en
que todo parecía perdido para los destinos del hombre.
La actitud intelectual es importante para Roque. Por eso, encomiará de Rómulo Gallegos el haber
«renunciado públicamente a un grado honorífico que le otorgara cierta institución cultural, con motivo
del otorgamiento de un honor similar por la misma institución, a un hombre que, basado en la fuerza
de las armas, llegó al solio presidencial de una República latinoamericana, bella y luminosa, para
acrecentar el dolor y la vergüenza de estos pueblos sufridos». Se refiere al Doctorado Honoris Causa
que el autor de Doña Bárbara rechazó ante una universidad estadounidense.
Se expresa también en similares términos sobre el poeta estadounidense Langston Hughes, quien fue un
destacado militante a favor de los derechos de la población afroamericana. De este escritor, Dalton
destacará su «ejemplo que invita a la preocupación por que la verdad resplandezca, en cada garganta, en
cada pluma, por encima de la adversidad y los intereses que luchan dantescamente en su contra. Un
ejemplo, que nos dé la sed de justicia que toda juventud precisa, para cumplir con la estatura espiritual
que le reclama su momento histórico». No resulta peregrina la idea de que Dalton está, en esa etapa,
buscando referentes concretos para sustentar sus posiciones éticas y artísticas. Las opciones
individuales del escritor, en las que estas posiciones se ponen a prueba, resultan cruciales para el poeta
salvadoreño. Sólo así se explica la dureza con la que se distanció de Asturias. «Pienso en un escritor a
quien conocí cuando era relativamente honesto, aunque ya bastante viejo: Miguel Ángel Asturias. Ya
que a esta altura no podría conseguir ni la juventud ni la absoluta honestidad, quisiera aconsejarle que
renuncie a la embajada de Guatemala en París. Quizá así podría conservar por lo menos un poco del
decoro que Sartre otorgó al premio más municipal de la tierra», declaró, en 1969, a Mario Benedetti.
Como se ha dicho anteriormente, Roque entró en polémica con Antonio Gamero, cuestionándole su
colaboración intelectual con los regímenes dictatoriales del país. A la actitud de Gamero, Roque opuso
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el ejemplo de Geoffroy Rivas. El hecho de personalizar el problema fue criticado por otros articulistas
que dieron su opinión sobre la polémica: Luis Mejía Vides, Danilo Velado, Federico Siles. «Con el afán
de dejar limpios de todo mal entendido mi posición y mi pensamiento en el caso planteado, niego
rotundamente que la personalización haya sido un error en el momento en que, hasta ahora, la he
usado», escribió en Punto final de Roque Dalton, publicado en diciembre de 1956. En un escrito
anterior, dirigido a Luis Mejía Vides, señala: «Dice Ud. que no hay punto de comparación entre Pedro
Geoffroy Rivas y Antonio Gamero, porque aquel gozó de un ambiente de comodidad material,
absolutamente opuesto al del “Poeta Salvaje” que ha vivido siempre al borde de la miseria y sin
oportunidades para cultivarse mejor. Si aceptamos esto, ¿querrá decir que sólo las personas con medios
económicos suficientes para vivir con cierta comodidad podrán ser poetas del pueblo inclaudicables,
poetas revolucionarios persistentemente veraces, conductas ceñidas por completo a la ruta que el
mundo actual exige? Es evidente que no (...) ¿Es posible justificar a quien por razones de hambre
traiciona la carencia de pan de su clase?». Más adelante: «La lucha por permanecer vertical, por
permanecer limpio, por permanecer poeta, en fin, tiene que ser dura».
Destaca también en esta etapa su reseña sobre la investigación de Jorge Arias Gómez, Anastasio
Aquino: su recuerdo, valoración y presencia, que ganara un certamen estudiantil en 1956. Dalton
destaca la falta de rigor de los investigadores de Aquino que precedieron a Arias Gómez. Una falta de
rigor sumada a una deliberada distorsión del protagonista principal de la revuelta indígena de 1833. «A
la figura indígena de Aquino, se ha pretendido alejarla de su exacta ubicación histórica con la ayuda de
la falsedad: deformándola a más no poder; creando, en su derredor, hechos no acaecidos que le
perjudican ante los ojos modernos; haciéndole aparecer, en fin, en la forma que más interesa a ciertos
sectores humanos minoritarios, para evitar que, conociéndose popularmente la estatura ejemplar del
gran tayte nonualco, se comience a investigar sobre el medio que lo determinó, sobre las causas que, a
su vez, formaron ese medio, sobre las fuerzas y más concretamente, sobre las instituciones y grupos
humanos que tuvieron influencia en el estado de cosas de aquel entonces que, de uno u otro modo, se
119
mantiene hasta ahora». En opinión de Dalton, el ensayo de Arias Gómez pone en claro las dimensiones
históricas del movimiento que encabezó Aquino, pero también va más allá: propone un modelo de país
en el que ya no se reproduzcan las causas que provocaron la insurrección nonualca. Una «revolución
democrático-burguesa, basada en «una reforma agraria que saque a las masas campesinas de ese estado
de indefensión social y legal, con la participación del «capital progresista de nuestro país. La revolución
será «democrática, por su forma de gobierno; burguesa, por su contenido económico».
Vemos aquí también un planteamiento que se reitera en la obra daltoniana: la urgencia de fundamentar
históricamente la identidad nacional. Pero no se trata de cualquier identidad, ni de cualquier concepto
de nacionalidad, sino de una identidad nacional liberadora, articulada por lo que los autores marxistas
han dado en llamar «la tradición de lucha de los pueblos». Según este planteamiento, las luchas del
presente no surgen de la nada: se entrelazan con los diferentes momentos de resistencia de los sectores
populares a lo largo de la historia. De esta manera, el proyecto revolucionario salvadoreño estaría
imbricado con las luchas de Aquino, pero también con la insurrección del 32 y con los alzamientos
populares de la gesta independentista. Esta idea puede encontrarse en los poemas dedicados al propio
Anastasio Aquino, de La ventana en el rostro y en Ultraizquierdistas, de Poemas clandestinos. Es, a su
vez, el eje central del libro-collage Las historias prohibidas del Pulgarcito. Esta idea se reitera en el
prólogo que hace a la obra del antropólogo mexicano Miguel León-Portilla, Visión de los vencidos. En
este texto, Dalton cae en el error de análisis de muchos intelectuales de izquierda: concebir que la época
prehispánica fue armoniosa y que las desigualdades sociales fueron algo que los europeos introdujeron a
estas tierras. En este sentido, afirma que el documento de León-Portilla pone «las cartas sobre la mesa
de nuestra más profunda identidad de seres por naturaleza no-violentos que fuimos violentados hasta la
misma esencia por el transcurrir de una historia común, presidida por una relación de vencedores a
vencidos, de explotadores a explotados». Es importante, sin embargo, cómo en el prólogo el poeta
salvadoreño urge por rescatar «la historia de lucha», de resistencia antimperialista de nuestros países.
También hace un importante señalamiento: los movimientos revolucionarios deben abandonar los
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enfoques eurocéntricos y partir de las propias realidades: «Durante demasiado tiempo los
revolucionarios latinoamericanos hemos cometido la insensatez de preguntarle exclusivamente a
Europa por la Revolución latinoamericana (...) Es hora ya de abandonar esa parcialidad absurda que nos
impusiera la cristalización del pensamiento marxista a nivel mundial y que propiciemos el encuentro de
Marx, Klautsevits y Lenin, con la experiencia de la lucha frente al conquistador español, de las guerras
de independencia, las memorias de Pancho Villa y Obregón, los estudios sobre Sandino, la experiencia
cubana y los aportes del Che Guevara y Fidel Castro. Un aporte en este terreno, por mínimo que sea, es
la divulgación de esta dramática rendición de cuentas de los derrotados nahoas y mayas de México».
Dadas las circunstancias políticas del país, la publicación de los trabajos de Roque en la prensa masiva y
en los órganos de difusión estudiantiles se vio interrumpida. En 1960, comienza para Roque una etapa
de exilios, pero también de toma de contacto con otras culturas, especialmente, con la cubana. Este
contacto fue decisivo para la maduración intelectual de nuestro poeta.
3.3. Los ensayos de madurez
3.3.1. Ensayos sobre literatura
Aquí destacan el prólogo a una selección de cuentos de Salarrué, publicado el año 1968, en Casa de las
Américas y la conferencia sobre César Vallejo (1963), que la misma editorial recogiera en forma de
libro. Este último libro, titulado con el nombre del poeta peruano, está dedicado a Ximena, la misma
mujer a la que Roque también escribe varios poemas amorosos.
Sin embargo, hay una serie de ensayos donde Dalton explicita su concepción acerca de las relaciones
entre literatura y política, así como su concepción ética sobre el trabajo del escritor. Me refiero a «Poesía
y militancia en América Latina» (Revista Casa de las Américas, 1963), «El Boom, la ideología y la
política» (El Caimán Barbudo, 1969) y «Literatura e intelectualidad: Dos concepciones» (Casa de las
Américas, 1969).
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En el prólogo a los Cuentos de Salarrué, Dalton hace un intento de acercamiento crítico a la obra del
autor de «El Señor de la Burbuja». En su opinión, Salarrué, en el volumen «Cuentos de Barro» «logra,
como ningún otro escritor salvadoreño anterior, testimoniar los perfiles de eso que se llama el alma
nacional, de un alma nacional —permítasenos el manejo de estos términos— que había sido
definitivamente moldeada, por lo menos para lo que tocaba a la primera mitad de este siglo, por la
brutalización, el horror, el postergamiento de la mayoría». Hablar de «alma nacional» es un rasgo del
pensamiento hegeliano: Hegel hablaba de Volksgeist, de espíritu nacional. No es rara esa aparición del
pensador alemán: los marxistas le deben mucho al autor de la «Fenomenología del espíritu». Apunta
más adelante Dalton: «Aunque el alma nacional ya se ha transformado —pues existe,
extrapoéticamente, el cambio social— y ahora sus mejores connotaciones obedecen a la perspectiva de
la Revolución, los elementos suyos que Salarrué nos sintetizara quedan aún en el fondo de la amalgama
son también carne de la Historia. Para bien y para mal». Otro rasgo hegeliano: la preeminencia de la
Historia.
Dejando de lado la imprecisión que comete Roque al afirmar que Salarrué fue «diplomático de carrera»,
Dalton halla en el cuentista sonsonateco a un autor que logra fundamentar la identidad nacional, pero
también destaca al primer cuentista de importancia en El Salvador, el que marca un «hasta aquí», a partir
del cual «Salarrué estará presente en el centro de la batalla generacional que los jóvenes cuentistas
salvadoreños comienzan a dar, arremetiendo contra el costumbrismo, el uso del lenguaje “pintoresco”
en la literatura popular y a favor, entre otras cosas, del planteamiento claro y primordial de a
explotación y su gran solución histórica: la revolución socialista». Quien sobresale, a juicio de Dalton,
entre los cuentistas que «empiezan a disparar contra su obra» es Álvaro Menéndez Leal, «inmerso en la
corriente borgiana y bioycasariana del cuento breve y maravilloso». Álvaro sería, pues, «la antítesis más
evidente del localismo y la tierna ingenuidad de Salarrué». Anota también que la obra de otros
coetáneos suyos (Rodríguez Ruiz, Armijo, Cea, Argueta) «parece ser (literatura revolucionaria) en la
122
intencionalidad política». El juicio implícito es que no la de estos autores no sería revolucionaria en
términos estéticos. Es el cuestionamiento que le dirigiría a los autores del volumen colectivo «De aquí
en adelante» (Cea, Armijo, Quijada Urías, Argueta y Canales): el de no revolucionar también las formas
poéticas y el de enclasar la literatura revolucionaria en el simple expediente de la denuncia: «Yo creo que
toda poesía es en algún sentido política y precisamente por ello es que cargarle la mano lesiona
mortalmente el poema. Y no sólo eso: como resulta que existe la dialéctica, la buena intención se vuelve
su contrario con el leve fallo. El comunista que trata de hacer la revolución con un mal poema
objetivamente hace contrarrevolución».
Al reseñar la novela del nicaragüense Lisandro Chávez Alfaro, titulada Trágame tierra, Roque apunta la
misma idea: «la novela es una incitación al reconocimiento, un espejo en el brocal del pozo, antes que
una llamada a la acción». Esto, para Dalton, constituye un mérito, por cuanto Chávez Alfaro ha
entendido la especificidad de la literatura y la de la acción política: «...estamos convencidos de que la
incitación directa a la acción política es una tarea que entre nosotros se cumple por otras vías y, en todo
caso, por medio de otra literatura (la más inmediata a la acción: el ensayo político, el panfleto, el
discurso, la convocatoria concreta); y que por tanto consideramos que a la literatura genérica se le
impone una labor de esclarecimiento, profundización o simple planteamiento de los problemas de
fondo, de los problemas que están en la base de la situación cuyas alternativas serán resueltas por la
lucha revolucionaria». Encomia, por tanto, al autor por eludir «toda concesión a ese facilismo inútil que
tanto tiempo ha hecho perder a muchos de nuestros bien intencionados escritores», sin desvirtuar, por
ello, el carácter político de Trágame tierra.
En el volumen dedicado a Vallejo, Dalton reivindica al poeta peruano frente a la indiferencia y los
malos entendidos de la crítica. Rescata a un Vallejo revolucionario, distinto a las visiones predominantes
sobre su personalidad y su obra: «Algunos críticos nos han presentado al autor de Trilce como un
creador extraño a este mundo, como un poeta formado de oscuras telas metafísicas e incluso
123
cabalísticas, a cuya toral comprensión no se puede arribar sino por medio de laberínticos caminos
sicologísticos o puramente místicos». También discrepa con Mariátegui cuando éste afirma que la nota
fundamental en Vallejo es la nota indígena. En opinión de Roque, tanto su ascendencia (la circunstancia
de ser nieto de sacerdotes españoles), como su formación cultural hacen de Vallejo un escritor mestizo,
en virtud de lo cual puede expresar la nota fundamental de la cultura latinoamericana.
Fuera de ser un «comunista a pesar suyo», Vallejo sería, a ojos de Roque un revolucionario que actúa
con conocimiento de causa —su compromiso con la República española sería la prueba—. «Por eso es
que Vallejo podrá interpretar con voz propia al pobre y maravilloso hombre de la primera mitad del
siglo veinte: el hombre roto por el capitalismo», apunta.
Es importante señalar que Roque destaca en Vallejo su honestidad política y estética, el no hacer
«concesiones en nombre del “facilismo” negativo» y el no haberse dedicado «a la fácil literatura
populista, tan efímera y tan inútil». Otras características importantes del escritor peruano sería su actitud
crítica hacia su generación, así como «su constante adhesión a las raíces nacionales», en tanto que
«punto de partida hacia lo universal» y no como «nacionalismo limitativo». En el poeta sudamericano,
Dalton encomia «su culto a la libertad creadora», su insobornable actitud en pro de —citando palabras
de Vallejo— la «hasta ahora desconocida obligación sacratísima de hombre y de artista: la de ser libre»,
cosa de «extraordinaria importancia para los jóvenes escritores y muy especialmente para los jóvenes
escritores revolucionarios».
No hay, pues, un dogmático en Roque Dalton: ser revolucionario implica ser más libre. Como lo
expresa en «Poesía y militancia en América Latina», el poeta revolucionario deberá, a la par de ahondar
en la realidad nacional para transformarla revolucionariamente, «ser fundamentalmente fiel con la
poesía, con la belleza. Dentro del caudal de lo bello debe sumergir el contenido que su actitud ante la
vida y los hombres le imponga como gran responsabilidad de convivencia. Y aquí no caben los
124
subterfugios ni la inversión de los términos. El poeta es tal porque hace poesía, es decir, porque crea
una obra bella. Mientras haga otra cosa será todo lo que se quiera menos un poeta».
En sus líneas sobre el Boom, Dalton polemiza con las interpretaciones simplistas sobre ese fenómeno
literario: las de quienes lo reducen a un simple caso de penetración ideológica del imperialismo y de
aquellos que lo conciben solamente como un problema de mercado. «El hecho no es sin embargo
principalmente económico», afirma. El fenómeno es más complejo y, en su opinión, la crítica marxista
no habría dado todo de sí para abordarlo en toda la complejidad de sus diversos aspectos.
Es suficientemente lúcido para advertir que, para el sistema capitalista, el libro es una mercancía como
cualquier otra y, como tal, es promovida por las empresas libreras. El capitalismo, advierte, es capaz de
valerse del impacto social que provocan obras de contenido progresista o revolucionario, tratando de
«asimilar sus efectos y aprovechar estas muestras de cultura humanística y para ello dispone de un gran
caudal de medios». «Querido poeta —advierte en “Literatura e intelectualidad”—: el valor de cambio
tiene cara de hereje: el capitalismo que permite inclusive a más de algún Partido Comunista ser la-
oposición-de-su-majestad y que ha llegado a convertir en medio para lucrar hasta la simbología ligada
con el comandante Ernesto Guevara y su heroica muerte, tiene un poder digestivo que no se cura con
el hecho de extender la receta».
De tal manera que hay que desconfiar, según Roque, de las formas de enajenación que el capitalismo
ofrece al escritor: el fortalecimiento del espíritu sectario, en virtud del cual los artistas se sienten en un
mundo aparte del de su sociedad, la «creencia en la supuesta autonomía de la intelectualidad» y el creer
que la industria editorial es «una plataforma de medios» al servicio del creador.
La solución no es, sin embargo, exigirle a los escritores cosas absurdas como que «dinamiten las
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empresas editoriales, se nieguen a publicar, distribuyan sus derechos de autor entre los mendigos y los
hospitales. No, no se trata de elevar cualquier consigna que se parezca al “muérase de hambre”.» Para
Roque reside en algo más hondo: en mantener una actitud honesta y en asumir una opción ética a favor
de las mayorías.
Contra todo sectarismo, contra toda visión simplista de las cosas, Dalton afirmará que «para ser un
escritor progresista o incluso revolucionario en el sentido tradicional, el calificativo de pequeño burgués
no tendría necesariamente una peyoratividad objetiva». Tras rescatar los méritos aún no comprendidos
de la novela Paradiso, de José Lezama Lima —cosa muy especial, porque en Cuba, la publicación de esta
novela estuvo rodeada de polémica—, Dalton recordará que «lo importante es comprender que en un
país subdesarrollado el gran escritor o el buen escritor escribe necesariamente para el futuro, y que el
resultado de su obra sobre sus contemporáneos está limitado por múltiples factores inscritos en la
realidad, independientes de la voluntad de nadie». Por tanto, una revolución profunda implicará que en
nuestras sociedades tengamos una visión de mundo liberada, apta para comprender y superar los
grandes logros estéticos de la literatura universal.
3.3.2. Los ensayos políticos
Con los ensayos políticos de Roque enfrentamos la misma dificultad que con el resto de su
obra en prosa: la dispersión y la falta de accesibilidad a muchas de las publicaciones en El Salvador. Es
posible, sin embargo, formarnos una idea escueta de sus escritos políticos. En primer lugar, destacan
escritos coyunturales. Algunos ejemplos son: Combatiendo por la libertad de América Latina ha muerto nuestro
Comandante Ernesto Guevara; Solidaridad con Carlos Fonseca Amador —escrito cuando el fundador del Frente
Sandinista se encontraba guardando prisión en Costa Rica—; La CIA en El Salvador —publicado en
1972, en el semanario uruguayo Marcha, y que denuncia la intromisión de la inteligencia norteamericana
en el golpe de estado del general Fidel Sánchez Hernández y el último trabajo que Roque publicara en
126
Casa de las Américas: El Salvador: Represión fascista contra el pueblo y la cultura nacional, en 1973, en el que
se habla de las medidas dictatoriales del gobierno salvadoreño: represión generalizada, cierre e
intervención militar de la Universidad Nacional, así como la persecución y exilio de los intelectuales y
políticos opositores.
En el texto, Dalton afirma que el gobierno de Molina, que cometió el atropello contra la UES,
instaló autoridades ultraderechistas, expulsando a los funcionarios anteriores y promoviendo una
campaña anticomunista a través de los medios de comunicación, a cuyo frente sitúa a su colega de
generación, Waldo Chávez Velasco. Añade: «Se ha iniciado una feroz persecución contra los
intelectuales que trabajaban en diversas dependencias universitarias (editorial, biblioteca, Departamento
de Extensión Universitaria). Entre ellos han estado o están presos, perseguidos o en la clandestinidad,
cuando no “desaparecidos”, los poetas y escritores Eduardo Sancho, Manlio Argueta, José R. Cea, José
Rodríguez Ruiz (vicerrector de la Universidad) y otros. Como en las mejores épocas del hitlerismo, se
han elevado las llamas de las piras de publicaciones», entre ellas, Miguel Mármol.
Tenemos, en segundo lugar, dos libros de temas políticos: La Monografía de El Salvador y
¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha. También habría que incluir la Monografía sobre México. Sin
embargo, la falta de acceso a este libro impide referenciarlo en estas páginas.
El Salvador (Monografía) se elaboró con los libros que, sobre nuestro país, encontró el autor en
las más importantes bibliotecas de La Habana: la Biblioteca Nacional José Martí, la de la Universidad de
La Habana, la de Casa de las Américas y la del Museo Montané. En sus páginas, compendia la historia
salvadoreña vista a través de las categorías de análisis marxistas y caracteriza la sociedad salvadoreña de
su época. En el capítulo XI, La revolución salvadoreña, da un espaldarazo a la plataforma política del
Frente Único de Acción Revolucionaria, FUAR, instrumento legal del PCS. Hay que recordar que, desde
el FUAR, algunos elementos del PCS comenzaron a recibir preparación militar, con miras a establecer
127
la lucha armada en el país. Fue, sin embargo, la decisión de la cúpula partidaria —en la que Cayetano
Carpio fungía como Secretario General— la que hizo que la preparación militar se quedara
precisamente sólo en eso: en preparación militar, y nada más.
En el ensayo ¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha, Dalton comenta los planteamientos
de Régis Debray sobre la lucha armada en América Latina. La importancia coyuntural de ¿Revolución en la
revolución? y la crítica de derecha, radica en que en este libro Dalton da sus opiniones sobre el tema de la
lucha armada, que ocupa el centro del debate de la izquierda de su tiempo. En este texto se hacen
explícitas sus diferencias con el «pensamiento oficial» de los partidos comunistas. La «crítica de
derecha» es la crítica de los PC pro-moscovitas hacia la lucha armada. La línea oficial de los PC era la de
librar la lucha en el terreno legal, léase elecciones. La ruptura de Dalton con el PCS tuvo mucho que ver
con esas «posiciones de derecha» en el seno de la izquierda latinoamericana.
¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha no solamente es un texto válido en términos documentales.
También permite rastrear ciertas claves del pensamiento político de Dalton que merecen un tratamiento
más riguroso. Una primera lectura de este texto permite ver que el escritor salvadoreño está
propugnando por un pensamiento marxista que se defina por su antidogmatismo. En uno de los
párrafos, incita a la izquierda a una discusión abierta, sin concesiones, sobre los problemas políticos de
Latinoamérica:
Es decir, vemos la labor de superación revolucionaria de ¿Revolución en la revolución?
como una tarea conjunta, a nivel latinoamericano, de la cual se eliminen la actitud
de «perros-contra-gatos», la defensa de la intocabilidad eclesiástica de ciertos temas,
de ciertas fijaciones supuestamente históricas y de ciertos supuestos «derechos
adquiridos». Creemos que el movimiento revolucionario de América Latina tiene ya
los medios —nivel cultural, nivel de madurez política, etc.— para tomar a su cargo,
128
conciente y responsablemente, tareas como ésta.
Se podría creer que Dalton, al optar por la lucha armada y al cuestionar la inacción de la izquierda
tradicional, estaría renunciando al debate intelectual por inclinarse a un activismo febril, irreflexivo.
Nada más falso. Sobre el debate en derredor de la lucha armada, considera que es factible:
Siempre y cuando se ataque, desde el punto de partida, por lo menos dos
posiciones igualmente suicidas: la de los que dicen que no hay ningún problema que
discutir, que ya todas las respuestas están dadas desde hace tiempo y que toda
incitación a la discusión es afán de contrabando ideológico izquierdizante; y la de
los que dicen que hay que sacrificar toda inquietud teórica en aras de la «acción
pura».
Como se ve, Dalton critica tanto a la izquierda divorciada de la acción revolucionaria, pero también a
aquellos «revolucionarios» que desdeñan la labor teórica. Entiende que entre teoría y práctica
revolucionaria no hay separación. Enuncia que entre ambas debe haber una interrelación mutua, un
nutrirse mutuo. Sin quererlo, advirtió un mal que ha aquejado a la izquierda armada salvadoreña: ese
desdén al trabajo teórico y una actitud anti-intelectual. Las voces críticas, desde dentro, como la suya,
han sido acalladas; las aportaciones intelectuales procedentes fuera de sus filas, condenadas a la
indiferencia.
A riesgo de parecer exhaustivo, me parece que hay que detenerse en ¿Revolución en la revolución? y la crítica
de derecha, dado que, en la actualidad, este libro es prácticamente inaccesible al público salvadoreño y,
quizá, latinoamericana. Aparte de la edición de 1963, no conozco ninguna publicación posterior. El
texto está estructurado en dos grandes apartados, escritos en diferentes épocas y luego reunidos en el
libro. El primer apartado se titula Respuesta a dos críticas de derecha a ¿Revolución en la revolución? de Regis
129
Debray, mientras que el segundo es un Balance a ¿Revolución en la revolución? Ambas partes se
escribieron inicialmente en 1968, y estaban destinadas a la «discusión en un seno de un pequeño grupo
de compañeros revolucionarios latinoamericanos». En la Introducción, Roque advierte que «los textos
indican una paulatina evolución de nuestro pensamiento, marcado en su punto de partida por evidentes
rasgos conservadores». El curso del debate de la izquierda latinoamericana modifica muchos puntos de
vista del autor. «Nuestra visión sobre los partidos comunistas del continente que se desprende de la
primera parte del libro era excesivamente optimista» —señala—. «La realidad demuestra que en el seno
del movimiento comunista latinoamericano se ha fortalecido el oportunismo de derecha». Sin embargo,
no es este libro un florilegio para la obra de Debray: En él, Roque señala críticamente las deficiencias
que hay en los planteamientos del pensador francés, preso en esos momentos en las cárceles bolivianas.
Es precisamente la derrota de las guerrillas del Che en Bolivia el elemento del cual se valen los Partidos
Comunistas para fortalecer sus tesis contrarias a la lucha armada. Dalton saldrá, pues, en reivindicación
de la necesidad de construir movimientos guerrilleros, aún a contrapelo de la línea oficial del PCS, en el
cual todavía militaba.
La primera parte del escrito, Respuesta a dos críticas de derecha a ¿Revolución en la Revolución? de Régis
Debray, se dedica a refutar las objeciones de voceros de los PC de Argentina y Venezuela al texto del
escritor francés. Los textos que critica son No puede haber una revolución en la Revolución, del CC del Partido
Comunista Argentino, publicado en Buenos Aires en julio de 1967 y Guerrillas y partidos comunistas, de
Pompeyo Márquez, integrante del PC venezolano, trabajo publicado en forma mimeografiada en junio
de ese mismo año.
El texto del PCA hace gala de los lugares comunes del discurso oficial de los PC latinoamericanos de
este tiempo. Cubre de injurias y ataques personales a Debray y afirma que el solo título de su libro
«traduce el designio revisionista». A los autores de No puede haber una revolución en la Revolución, les parece
130
escandaloso que en el texto de Debray «se habla de revisar a Marx, Engels y Lenin (por ejemplo,
específicamente, revisar Materialismo y empiriocriticismo)», a la par de que «se alimenta la ilusión pequeño-
burguesa de un “socialismo de tipo nacional”», contra el planteamiento oficial de «socialismo en un solo
país». En el texto Materialismo y empíricriticismo, Lenin arremete contra algunos filósofos idealistas,
particularmente contra Hume. Ahí plantea la tesis de que la percepción es «reflejo de la realidad», así
como la idea de que la historia de la filosofía podría verse como un enfrentamiento entre «materialistas»
(que tendrían una visión revolucionaria, al concebir la materia como fuente de toda realidad) contra
«idealistas» (a los que se les acusa de conservadores, cuando no de reaccionarios, al plantear que es la
idea la que prevalece sobre lo real). Por lo demás, Lenin nunca pretendió ser filósofo, y el libro citado se
inscribe en el contexto del debate político ideológico previo a la revolución de 1917. El error del
materialismo dialéctico fue elevar esos plantemientos del fundador del Estado soviético a verdades
filosóficas incuestionables, de tal manera que la «teoría del reflejo» permeó desde la filosofía hasta la
estética y la psicología producidas en la URSS. Otro lastre significativo —y que dañó severamente al
marxismo latinoamericano— fue esa descalificación contra la filosofía idealista. Se olvida el gran aporte
de autores como Descartes, Kant, Leibniz y otros a la epistemología. Hume y Descartes, entre otras
cosas, sirvieron para ayudar a introducir en el pensamiento occidental la crítica hacia los alcances del
conocimiento. Hegel, por su parte, dejó una huella innegable en la filosofía marxista. El propio Lenin
decía que era imposible entender El Capital, de Karl Marx, sin haber comprendido a Hegel. En suma, y
por simple rigor científico, la sugerencia de revisar Materialismo y empiriocriticismo que hizo Debray, resulta
pertinente.
El documento de los comunistas argentinos parte del supuesto de que la clase obrera tiene un papel
histórico de vanguardia en y por sí mismo. También intenta reducir la postura de Debray a una simple
pugna generacional —entre los viejos cuadros partidarios y los jóvenes guerrilleros—.
Dalton desenmascara los sofismas sobre los cuales está constituida la refutación del PCA a ¿Revolución en
131
la revolución?. No es extraño que esta misma sofistería es la que sigue imperando en el pretendido debate
político de la izquierda, lo que reduce el debate al ejercicio gratuito de la dialéctica, mientras que los
problemas de fondo siguen intactos. Las falacias en la contraargumentación del PCA son las siguientes,
para Roque: Posesión exclusiva de la verdad absoluta; verdades políticas que, una vez fijadas por una
figura de autoridad, se tornan inamovibles; «la utilidad del adjetivo condenatorio previo» al cualquier
argumento del contrario; la reducción al absurdo de los argumentos de éste y, quizá lo más importante,
«la postergación del análisis de la realidad concreta que ilustre la verdad práctica de las tesis y los
conceptos, y su sustitución por la contraposición de fórmulas y tesis entre sí, exclusivamente».
Una cuestión más de fondo en los señalamientos del PCA es el problema de conducir la guerra
revolucionario desde el campo. Los Partidos Comunistas promoscovitas suscribían unánimemente el
supuesto de que la clase obrera era la vanguardia de la revolución y que, por tanto, esta debía
conducirse desde las ciudades. El planteamiento debrayano parte de una concepción a la que no era
ajena la experiencia de las revoluciones triunfantes en el Tercer Mundo: la lucha guerrillera debe partir
del campo. El argumento esgrimido por el PCA toma como parámetro universal el de la revolución
rusa: se trató de un movimiento urbano en el que, efectivamente, la clase obrera tuvo un papel
protagónico, mientras que el campesinado —por su especial configuración cultural y de clase— fue un
tanto más conservador (De ahí que el problema de la relación con los campesinos «pequeño burgueses»
haya sido especialmente agudo; de ahí también el que Stalin haya pretendido resolverlo por la violencia,
empleando la colectivización forzada y la represión).
¿Está la clase obrera en condiciones de ser la vanguardia del movimiento revolucionario, tal como lo
sostenía la línea oficial de los PC? A la luz de la comprobación de los hechos, es lo que Dalton intenta
dilucidar. En su opinión, la actividad política del proletariado latinoamericano se circunscribe en ese
momento histórico a la organización de huelgas económicas y reivindicativas —«economicistas», para
decirlo en las categorías de análisis leninistas— y, en menor escala, huelgas políticas. También, señala
132
Roque, la clase obrera latinoamericana se suma a movimientos democráticos antidictatoriales
(verbigracia, la experiencia de varios países centroamericanos, Venezuela, República Dominicana,
Ecuador, Perú, entre otros), pero su protagonismo ha sido muy limitado. «La eficacia de esa
participación ha sido notable en el transcurso de la lucha concreta, pero, salvo alguna excepción
temporal y más o menos efímera, no se ha reflejado en los cambios políticos o sociales que supone el
derrocamiento de la dictadura dada» —apunta el autor—. «LA CLASE OBRERA LATINOAMERICANA NO
HA TENIDO HASTA HOY LOS INSTRUMENTOS NECESARIOS PARA CAPITALIZAR PARA SÍ LA PARTE QUE
LE HABRÍA CORRESPONDIDO EN ESAS COYUNTURAS31». Todo ello, pues, sin negar el heroísmo de los
trabajadores. Porque más que una cuestión de heroísmo, lo que contaría en la discusión era si el papel
de vanguardia que se le daba por descontado a la clase obrera se correspondía con la realidad.
El segundo texto analizado en este capítulo es Guerrillas y Partidos Comunistas, de Pompeyo Márquez. El
punto medular de los ataques del comunista venezolano contra Debray es la disyuntiva
partido/guerrilla. En opinión de Márquez, Debray estaría proponiendo formar el Partido revolucionario
a partir de la guerrilla.
Una imputación muy grave en Guerrillas y Partidos Comunistas es que los entonces nuevos movimientos
guerrilleros habrían elevado el caso cubano a dogma y estarían calcando la estrategia revolucionaria del
movimiento que lideraron Castro, Guevara y Cienfuegos.«Estamos en desacuerdo con lo que pretenda
vaticinar que en todos los países latinoamericanos tendrá que ser OBLIGATORIAMENTE como en Cuba,
que en todos tendrá lugar un Moncada, un «Granma», una sierra y los partidos comunistas «formados»
a la manera cubana», acusa Márquez.
Para el dirigente venezolano, en Cuba, el Partido Comunista evolucionó de sus posiciones vacilantes y
se sumó al movimiento que dirigía Fidel Castro. Aduce lo siguiente: «La guerrilla no fue germen de
31 Todas las mayúsculas incluidas en este apartado sobre ¿Revolución en la revolución? y la crítica de la derecha son de
133
ningún partido comunista. Ni el Partido surge en el Moncada ni tiene 14 años. El Partido existía y ese
Partido evoluciona después de la toma del poder hasta llegar a lo que es hoy». Márquez es de la opinión
que es el PC, dada su vinculación con la clase obrera y los sectores populares, la que puede gestar un
movimiento insurgente victorioso. Pone como ejemplo de lo anterior el caso vietnamita: la guerrilla que
derrocó al ejército norteamericano había surgido de las filas del Partido Comunista. Por tanto, los PC
latinoamericanos estarían en capacidad de crear movimientos que logren las transformaciones
revolucionarias en sus sociedades.
Dalton plantea que es falso que todo PC esté en condiciones de crear un movimiento revolucionario
victorioso, a la par que insiste en analizar las experiencias concretas. Buena parte de los PC
latinoamericanos —cita los casos de los partidos hondureño, costarricense, mexicano y boliviano—
tenían posiciones conservadoras, siendo el caso más grave el PC de Bolivia, dada «su desdichada
participación en los hechos de la gesta heroica del Che Guevara, en oportunidad de la cual, peleando
por la dirección del movimiento y negando el apoyo a la guerrilla que podría haber sido el inicio del
primer Viet Nam latinoamericano, cayó (arrastrado por su Dirección) en posiciones chovinistas y
mezquinas que, por decir lo menos, demostraron que dicho partido ha rehusado en la práctica asimilar
críticamente las señales y los hechos de una nueva época como es la de la lucha actual que se desarrolla
y se desarrollará en Latinoamérica».
El caso del PC salvadoreño resulta, a ojos de Roque, «bastante peculiar». A nivel de análisis, el partido
en el que en ese momento militaba el poeta estaba convencido sobre la necesidad de la lucha armada,
aunque «tal convencimiento no ha sido respaldado ni siquiera con una práctica preparatoria A NIVEL
SUFICIENTE y ha tenido que sufrir en varias oportunidades los embates de las tendencias conservadoras
(mayoritarias en los aparatos de dirección) que le niegan incluso, en algunos casos concretos, validez de
línea a ser mantenida como definitoria de la estrategia partidaria en toda la etapa presente». Recordemos
Dalton.
134
el caso del FUAR, el movimiento que estaba destinado a conducir la lucha armada en El Salvador: se
redujo a un grupo de militantes que recibió preparación militar, pero que no llegó a más.
La evolución del PC cubano no es tan simple como la señalaría Márquez. El poeta salvadoreño aduce
que el PSP (el PC existente en la época del Moncada) tuvo otra evolución. «LA REVOLUCIÓN CUBANA
CONSTRUYÓ SU ORGANIZACIÓN POLÍTICA CON LAS DISTINTAS FUERZAS REVOLUCIONARIAS
NUCLEADAS EN DERREDOR DEL PODER REAL: EL EJÉRCITO REBELDE SURGIDO DE LA GUERRILLA,
DIRIGIDO POR UNA PERSONALIDAD QUE UNIFICABA EN TORNO A SÍ A TODO EL PUEBLO DE CUBA:
FIDEL CASTRO. La organización política de la Revolución cubana, cuyas etapas fueron la ORI, el
PURSC y finalmente el actual Partido Comunista de Cuba, ESTÁ INCLUSO TODAVÍA EN PROCESO DE
ORGANIZACIÓN. Aceptar lo que dice Pompeyo Márquez, o sea que el PC cubano actual no es sino el
viejo PSP que evolucionó luego de la toma del poder, es cegarse ante los hechos históricos», refuta.
El autor refuta también la argumentación de Pompeyo Márquez acerca del PC vietnamita. A su juicio,
éste tiene una historia muy particular. Surgido en la lucha de resistencia anticolonial, el PCV se
desarrolló dentro de una tradición de lucha armada. «Es paradójico para nosotros manejar el dato de
que en los meses finales de 1931 y los primeros de 1932, la represión del enemigo de clase dejó al
Partido de Viet Nam prácticamente en las mismas condiciones de desmantelamiento que al Partido
Comunista de El Salvador. (...) La diferenciación comienza entonces. Los comunistas salvadoreños
abandonaron sus bases en el campo y fueron a trabajar con los minúsculos grupos del artesanado
urbano, aislándose cada vez de las masas fundamentales», mientras que sus pares vietnamitas
reorganizaron al PC en las cárceles y en el campo.
Otra diferencia fundamental que aduce Roque es que los PC latinoamericanos nacieron como
seccionales de la Internacional Comunista que dirigía Stalin, lo que dificultó su conversión «en partidos
nacionales» y que, más bien, se sumaran al planteamiento soviético de construcción del socialismo en
135
un solo país. Carentes, pues, de un horizonte analítico arraigado en las realidades concretas de sus
países, estos partidos habrían sido víctimas del dogma y la ortodoxia, en opinión del autor. En cambio,
los vietnamitas sí discreparon de la línea oficial de la Internacional Comunista, en el sentido que
aquellos reclamaban «el derecho a partir de las realidades del propio país para hacer la revolución».
En conclusión, el asunto no es liquidar a los PC existentes por el simple prurito de hacerlo. Ninguna
posición maniquea —antiguerrilla o antipartido— es viable para Roque. Añade: «Nosotros creemos que
necesitamos nuevos partidos comunistas, nuevas vanguardias marxistas leninistas». El caso es que, en su
opinión, buena parte de la dirección política de los PC no tienen en ese momento histórico ni voluntad,
ni condiciones de asumir la tarea de la lucha revolucionaria. El lastre del stalinismo pesa aún demasiado.
En el tiempo en que escribe las refutaciones a las «críticas de derecha» del PCA y de Pompeyo Márquez,
Roque cifra algunas esperanzas en la posibilidad de que algunos PC den el viraje hacia la lucha armada.
En este sentido, hace una división de los Partidos Comunistas latinoamericanos según sus posiciones
políticas hacia la lucha guerrillera. De esta manera, habría, pues, Partidos «de derecha» (el PCA y sus
homólogos de Brasil, Costa Rica, Nicaragua —el PSN, que se opuso a la lucha armada y que, cuando
triunfó el sandinismo, pasó a la oposición—, Honduras, Perú y Paraguay); Partidos de «centro-derecha»
(en los cuales incluye al PCS —aunque años después, celebraría un congreso en el que daría el famoso
viraje hacia la lucha armada— y a los partidos de México, Chile y Panamá); Partidos de «centro»:
Colombia y Bolivia y Partidos «de izquierda»: Uruguay, República Dominicana, Guatemala y Haití. Al
hacer una retrospectiva de este planteamiento, Dalton manifiesta que la división se le aparece «casi
folklórica, confusionista» y que la realidad es más complicada. La pregunta que deja latente es: «¿Son los
partidos llamados comunistas de América Latina, en la mayoría de los casos, auténticos partidos
comunistas?» Aquí Dalton se hermana mucho en lo que Cayetano Carpio plantea al renunciar a la
dirigencia del PCS y formar las FPL: La necesidad de formar el verdadero Partido Comunista, el verdadero
Partido marxista-leninista. Esa es la idea que anima a Dalton a unirse al núcleo fundacional del ERP. En
136
Poemas clandestinos, uno de sus heterónimos dice, al referirse a la religión de los cristianos
revolucionarios: «En esta religión militan hombres que son/ (como los verdaderos comunistas)/ la sal
de la tierra». Cabe suponer que ese fue uno de los elementos que abonó al conflicto partidario que
acabó con su vida. Recuérdese que muchos de los integrantes de esa organización no venían,
precisamente, de una formación marxista-leninista. Había disidentes de la democracia cristiana
radicalizados, así como elementos de otras afiliaciones políticas. No estoy diciendo de ninguna forma
que los métodos sangrientos de dirimir las disputas políticas sean privilegio de estos elementos. La
otrora izquierda armada tiene historias oscuras, lo cual es lógico, sabiendo que se dieron en un tiempo
de guerra. Únicamente afirmo esto: Roque siguió siendo el militante comunista que fue desde los
veintidós años. En tal sentido, su proyecto político es de raigambre marxista leninista. A la luz de sus
concepciones sobre la literatura, que hemos ido examinando, podemos intuir que no se trata, pues, de
un proyecto autoritario, sino que parte de una superación de las taras stalinianas y busca afincarse en las
características históricas y culturales de El Salvador. Supongo que el caso de Cuba le interesó por
cuanto le parecía un proyecto revolucionario novedoso, no un calco del modelo soviético. Es
interesante su apreciación histórica del contexto mundial en el que se está dando la eclosión de la lucha
armada en América Latina. Según él, la «agudeza» de la fase crítica del movimiento revolucionario
latinoamericano, se da en un contexto de debilitamiento de las posiciones revolucionarias en el ámbito
mundial, junto a «una intensa ofensiva contrarrevolucionaria del imperialismo y la reacción
internacional». Como parte del debilitamiento citado se encontraría «la crisis en el seno del movimiento
comunista internacional, la división del campo socialista, la marcha hacia el capitalismo de
determinados países socialistas, el fracaso de ciertos métodos dogmáticos de construcción socialista que han dado lugar
a hechos tan graves como el de Checoslovaquia» (las cursivas son mías). Esos «hechos graves» no son más que
el aplastamiento militar de la oposición democrática en Checoslovaquia, con el espectáculo dantesco de
los tanques soviéticos entrando en Praga.
En la segunda parte del libro, Balance de ¿Revolución en la revolución?, Dalton destaca cuáles son, a su juicio,
137
los elementos positivos y cuáles las carencias del trabajo de Régis Debray. Entre los primeros, destaca el
hecho de que el ensayo del escritor francés puso en evidencia el vacío teórico en el movimiento
revolucionario latinoamericano, lo cual se refleja en la ausencia de «una teoría valedera de la
organización revolucionaria para la etapa armada de la lucha de los pueblos de América Latina, BASADA
EN LA ESTRUCTURA DE CLASES PROPIA DE NUESTROS PAÍSES, QUE PERMITA FORMULAR LAS LÍNEAS
DE MASAS DE LA MISMA DENTRO DEL MARCO DE UN PROBLEMA NACIONAL CORRECTAMENTE
PLANTEADO Y RESUELTO», así como la carencia de «una línea político-militar clara, que cubra una gran
parte de las posibilidades del desarrollo de la lucha armada antimperialista».
Otro logro de ¿Revolución en la revolución? lo consistiría el hecho de haber «contribuido, con su impacto
internacional, a subrayar la particularidad de condiciones con que América Latina participa en el
desarrollo de la revolución de liberación nacional del mundo subdesarrollado y la nueva importancia
política y revolucionaria adquirida por nuestro continente en los últimos años a nivel mundial».
Además, el trabajo ensayístico de Debray sería, en opinión de Dalton, una sistematización de las
experiencias que Cuba «ofrece a la revolución latinoamericana», lo cual aportaría elementos de juicio
para confirmar que el proceso cubano «no fue una excepción histórica».
El cuarto elemento que Dalton destaca del libro es que su autor permite revalorar el papel
revolucionario de la pequeña burguesía latinoamericana. En este sentido, Dalton afirmará que la
izquierda tiende a ver a la pequeña burguesía latinoamericana como si fuera su homóloga europea.
Roque reivindica el hecho de que la primera, al estar formada por capas de estudiantes, intelectuales,
artistas, tiene un espíritu crítico que no caracteriza a la pequeña burguesía de los países capitalistas de
Europa, de pensamiento más conservador. Los pequeño burgueses latinoamericanos, dice Dalton, han
contribuido a transmitir el pensamiento marxista a aquellos sectores de la población que no pueden
acceder a la educación universitaria. Para esto, cita a Debray: «La dificultad reside en que el campesino y el
obrero de que hablamos no tiene derecho a la palabra; en primer lugar porque no se les ha dado ese derecho, y luego porque
138
no tienen posiblemente nada que decir, porque no sienten ninguna necesidad de liberarse, al no saberse explotados y
humillados. Es una perogrullada reconocer que la conciencia de ser pueblo y de ser un pueblo es dada a éste por el
intelectual: el notario Babeuf, el abogado Robespierre, el disfrutador Danton, el hombre de negocios Engels, el profesor
Marx, para no citar más que el ejemplo de Europa».
Por otra parte, Dalton destaca en ¿Revolución en la revolución? el papel importante que Debray, en base a
los casos de Vietnam y China, atribuye al campesinado como fuerza decisiva en la lucha armada.
Además, el texto del escritor francés insistiría en algo importante: en la urgencia de apegarse a las
realidades concretas como punto de partida de los proyectos revolucionarios, en vez de recurrir al
expediente de las verdades fijadas para siempre.
Más adelante, se destacan las críticas hacia los trotskistas latinoamericanos, a los cuales Debray acusa de
infiltrar organizaciones políticas ya existentes, para captar elementos y emplear los esquemas de lucha
política de Trotsky (células de empresa y sindicatos proletarios), independientemente del contexto
concreto. «...El trotskismo, llegado a su último punto de degeneración es una metafísica medioeval, está
sujeto a las monotonías de su función —escribe Régis Debray—. En el espacio, dondequiera igual: los
mismos análisis de coyuntura sirven en el Perú y en Bélgica. En el tiempo, inalterable: el trotskismo no
tiene nada que aprender de la historia, tiene ya la clave de ésta: la guerra permanente de los trabajadores,
indefectiblemente socialistas —por esencia— hasta en su actividad sindical, contra el formalismo
perverso de las burocracias stalinistas: Prometeo luchando sin cesar contra un Zeus de mil cabezas para
robarle y mantener vivo el fuego de la liberación».
Un último aporte de ¿Revolución en la revolución? es, desde el punto de vista de Roque, el que el autor
subraya la importancia de los factores subjetivos, «LA APELACIÓN A LOS ESTÍMULOS DE LA MORAL
REVOLUCIONARIA, EL NO OLVIDO DESDE LOS MOMENTOS DE INICIAR LA LUCHA DE LOS GRANDES
FINES HUMANOS DE LA REVOLUCIÓN Y LA UTILIZACIÓN DE LOS MISMOS PARA ELEVAR LA
139
CAPACIDAD COMBATIVA DE LOS REVOLUCIONARIOS ANTIMPERIALISTAS». Este elemento también es
capital en el pensamiento político de Dalton: El marxismo como proyecto humanista. Recuérdese que
en el movimiento izquierdista se había caído muchas veces en el reduccionismo económico, esto es:
afirmar que todo hecho humano tiene, en el fondo, una motivación económica y sólo puede explicarse
como reflejo de una superestructura económica determinada. Ese error de análisis desfiguró el
pensamiento de Marx. Se llegó, incluso, a contraponer al «joven Marx» —cuyos escritos, como los
Manuscritos de 1844 manifiestan una preocupación por el ser humano— al Marx maduro, el de El
Capital. Perdieron de vista, en definitiva, que un proyecto de liberación está incompleto si no procura la
realización del ser humano en la complejidad de sus aspectos. De ahí que, si bien las sociedades
socialistas de Europa del Este garantizaban condiciones materiales de subsistencia a las personas,
fallaron al desdeñar la subjetividad y la realización de las personas en tanto que individuos y no
solamente como integrantes de una colectividad. No es gratuito, pues, que Dalton haya sido muy crítico
con el modelo soviético, que no haya estado de acuerdo con la invasión a Checoslovaquia, que tampoco
haya considerado prudente el manejo del conflicto de Heberto Padilla.
Lo que Roque considera como «debilidades» del texto de Debray son, sumariamente las siguientes: «(a)
Un manejo a partes confuso y a partes débil de las relaciones entre guerrilla y masa». Dalton insistió en
que la naciente guerrilla se vinculara a los movimientos políticos «de masas», en vez de convertirse en
un aparato militarista. «(b) La absolutización (...) de la crítica (...) con respecto a problemas particulares
y métodos del trabajo guerrillero(...); (c) Incorrecto enfoque sobre la importancia de la experiencia
internacional, lo cual hace que Debray cometa serios errores de apreciación con respecto a tales
experiencias, sobre todo la del Viet Nam» y «(d) El planteamiento insuficiente del problema nacional
latinoamericano en la dirección que actualmente interesa para el desarrollo concreto de la revolución».
No abundaré en las críticas al documento de Debray, porque creo que las preocupaciones que recoge
están planteadas de sobra en las páginas anteriores.
140
Finalmente, existe un texto atribuido a Dalton, que dataría de sus últimos años en El Salvador:
Un manuscrito intitulado «Algunos aspectos de la guerra psicológica entre la burguesía y el proletariado», fechado
en la capital salvadoreña, el mes de noviembre de 1974. Al parecer, el trabajo de Roque habría circulado
en algunos núcleos partidarios del naciente ERP —esto es, aquellos que se desgajaron de éste para
luego conformar la RN—. Sin embargo, no hay, aparte del nombre del autor en la carátula, algún
elemento de juicio que confirme que el texto fue escrito, efectivamente, por Roque. Sin embargo,
parece plausible la idea de que Dalton elaboró ensayos y análisis políticos durante su última etapa de
clandestinidad en el país.
En el escrito mencionado, Dalton —o quien quiera que haya sido el autor— analiza el problema de la
guerra psicológica a través de los medios de comunicación masivos, en el contexto de la lucha de clases
en El Salvador. No es un trabajo meramente ideológico: En él hay una base teórica que abarca tanto la
crítica de Marx a Hegel, como a Mac Luhan, Gailbraith, Marcuse, Mattelart y Assmann. Un punto
importante es el tema del proceso de internacionalización del capitalismo, cosa que se ve expresada a
plenitud en la actualidad. Dice el autor: «La ideología dominante en la actualidad ya no se refiere a
países, como en el siglo pasado, ya no parte de los intereses contradictorios de varios países
imperialistas en pugna: ahora existe como un sistema organizado de los países capitalistas que
trascienden sus contradicciones mutuas y que incluso incorpora los nacionalismos a su fortalecimiento
conjunto».
Un acápite interesante es el titulado La apropiación del marxismo por la burguesía. La idea central es
que las clases dominantes han desarrollado una capacidad de asimilación del pensamiento marxista, para
desnaturalizarlo y utilizarlo como medio de dominación del proletariado. «Se trata de una actividad —
dice el autor— similar a la que efectúa un hombre al vacunarse (inmunizarse) con sustancias tóxicas a
141
su organismo o de quien arrebata una pistola a su dueño para dispararle con ella». En Poemas
clandestinos hay un texto titulado Un obrero piensa sobre el famoso caso del Externado. En él se habla
de la polémica que generó el colegio jesuita Externado de San José —donde estudió Roque— por
estudiar elementos de marxismo en sus clases. Para el protagonista del poema, lo único que el hecho
significa es que la burguesía se está apropiando del marxismo para vacunarse preventivamente: «El
Externado de San José/ incluyó en su programa de sociología/ algunos aspectos del marxismo/ (como
“vacuna saludable” y no como “portador de la enfermedad”) (....) «Entre tanto barullo y tantas cosas/
es bien difícil atinar con completa seguridad,/ pero yo me pregunto/ ¿no será este caso también un
síntoma/ de que la burguesía quiere robarle al proletariado/ hasta el mismo marxismo?». Es la misma
metáfora.
Hay otra referencia que conecta este texto con Poemas clandestinos. En el apartado Las técnicas psicológicas, se
pone como ejemplo de la utilización del cuerpo femenino como mercancía: «el desodorante íntimo con
sabor a limón». Un poema de Vilma Flores —Para un mejor amor— utiliza esa misma frase: «saber que el
desodorante mágico con sabor a limón/ y jabón que acaricia voluptuosamente su piel».
Hay elementos que me parecen típicamente daltonianos: la unión de dos sustantivos con un guión, para
expresar un nuevo concepto: «idea-maniobra»; expresiones como las siguientes: «si te esfuerzas, si
trabajas como todo el mundo, si no te apartas de las normas del sistema, un día (en el futuro) podrás
tener un Ford como el que tiene don Rafael Meza Ayau, podrás beber el mismo tipo de whisky que
consume don Rafael Guirola»; «el comunismo es malo porque coarta la libertad de mascar chiclets
Adams o usar cosméticos Revlon(...) todo ello propiciado para cada quien por un sistema que ha puesto
al primer hombre en la luna, que ha perfeccionado los proyectiles teledirigidos, las miras infrarrojas, el
napalm, los aviones espías que detectan guerrilleros de la estratósfera»; «los espías rusos que “escogían
la libertad”». Hay también ataques personales muy a lo Dalton, por ejemplo, en contra del ex Ministro
de Educación Walter Béneke.
142
La tesis —o una de las tesis— es que la guerra psicológica se libra a distintos niveles: desde la
propaganda anticomunista más burda —vgr., Selecciones del Reader’s Digest—, hasta la publicidad —que
exalta los valores del individualismo y ayuda a establecer relaciones de enajenación—. Y todo ello
estaría fuertemente vinculado con una estrategia global: La guerra de contrainsurgencia, para aniquilar a
los movimientos de liberación nacional.
4. Lo que falta
Lo anterior ha intentado ser un recorrido muy sucinto sobre el pensamiento de Dalton. Ello nos lleva a
la conclusión de que es necesario sacar sus textos dispersos de los anaqueles de las hemerotecas y
llevarlos al público lector. Esta tarea implicaría ordenar sus ensayos literarios, sus reseñas bibliográficas
y sus escritos políticos. Aunque ya existe, gracias a la labor de Rafael Lara Martínez, una nómina
bibliográfica muy extensa y detallada de Roque —que incluye textos escritos y publicados en América
Latina—, aún falta por conocer cuáles fueron los trabajos publicados durante su residencia en
Checoslovaquia y otros lugares, por ejemplo.
Recordemos que, merced al desconocimiento, hemos tenido en el país una imagen distorsionada de
Roque. Cierta izquierda lo ha presentado como un emblema partidario, prevaleciendo la difusión de su
obra menos lograda estéticamente. En este caso, lo que existe es una visión utilitaria de la poesía, que
justifica las tentaciones dirigistas y que ha servido, también, para darle carta de legitimidad a la pésima
literatura, falsamente «comprometida». Este sesgo ideologizado ha servido para cometer uno de los
mayores descaros: los mismos que, en distintos momentos de la intensa vida militante del poeta, lo
acusaron de ser pequeño burgués, cuando no de enemigo de clase, años después, también convirtieron
143
a Roque en una bandera partidaria, lista para blandirse en momentos de controversia, útil para
adjudicarse la «verdad histórica» cuando ello convenía.
Por otra parte, hay quienes intentan hacer ver a Dalton como una suerte de individuo esquizofrénico,
en cuyo interior el poeta y el militante eran enemigos a muerte. En tal sentido, lo que habría que hacer
es —siguiendo esta línea de interpretación— depurar la poesía de la política. Pero semejante asepsia
solamente puede lograrse mutilando la obra daltoniana. ¿Cómo tendría que operar ese bisturí crítico, en
una obra donde literatura y política están en continuo comercio? Por otro lado, si se sigue ese criterio,
también se corre el riesgo de negarle apriorísticamente cualquier mérito a la obra ensayística de Roque,
no solamente a sus escritos políticos, sino también a aquellos trabajos en los que madura su posición
ante el problema de los vínculos entre literatura y acción política. El trasfondo es, pues, negar al
revolucionario. Utilitarismo partidario, asepsia literaria: ambas visiones intentan presentar al Roque que
les conviene.
Con ello no estoy negando de ninguna manera el hecho de que la personalidad de Roque era muy
compleja, y como ocurre en esos casos, estaba llena de contradicciones interiores. Una de estas
contradicciones sería la que acertadamente ha señalado Luis Melgar Brizuela: La tensión entre
marxismo y cristianismo que hay en Dalton. Admitir esto es muy diferente a hacer pasar a Dalton como
un escritor esquizofrénico. Pero, para quitar toda duda al respecto, recordemos sus propias palabras:
Alguien definió al poeta como una persona que no vive normalmente si se le impide escribir. La construcción de este concepto es similar a la de un sentimiento que desde hace ya mucho tiempo siento arraigado en mí: el de la imposibilidad de ejercer la labor creadora fuera de las filas de la revolución. Si la revolución, o sea, la lucha de mi pueblo, mi partido, mi teoría revolucionaria, son los pilares fundamentales en que quiero basar mi vida y si considero la vida en toda su intensidad como el gran origen y el gran contenido de la poesía, ¿qué sentido tiene pensar en la creación cuando se abandonan los deberes de hombre y de militante?
Las manipulaciones políticas de la imagen del poeta, tanto de izquierda como de derecha,
144
coinciden en presentárnoslo como un Dalton rígido, preparado quizá para habitar el mausoleo de las
ideas y de la poesía. Parafraseando a Roque, hay decir que «cualquiera puede hacer de los libros del
joven Dalton un liviano puré de berenjenas, lo difícil es conservarlos como son, es decir, como
alarmantes hormigueros». La publicación y discusión de la obra ensayística de Dalton posibilitará que
conozcamos mejor su pensamiento, un pensamiento que sigue sintiéndose vivo y actual.
Casi un epílogo
Se ha dicho que los pueblos de lengua española, tienen, a falta de una filosofía —según los cánones
occidentales- a la literatura como un modo de llegar a dar esa vista filosófica de la realidad. Cintio Vitier
reafirma esta frase al referirse a lo que él llama sustancia española de la poesía. Dice —y es algo
reconfortante- que «...la poesía, en efecto, tal como la hemos descrito sumariamente, implica o puede
dar de sí una filosofía y una ética». Lo central de esta afirmación es ese puede, esa potencialidad de
constituirse en pregunta e indagación por el mundo, pero también de encarnarse en los actos
cotidianos. No toda poesía tiene esta condición, y eso es independiente de su calidad estética.
Esta potencialidad viene dada, como ya se ha dicho, por los siguientes elementos:
a) Indagación por la verdad (conocimiento poético de la realidad y asimilación poética de la misma -
145
incluyendo las ideas, de las cuales su instrumental de alquimista convierte, en casos afortunados, en
elementos poéticos-).
b) Una manera de concebir nuestro ser-en-el-mundo. La conducta del poeta debe estar libre de
enajenaciones, es decir, de todo lo que le impide ser plenamente ella misma. En este sentido, Dalton
comprende que las palabras pueden convertirse en un elemento liberador, toda vez y cuando
comprendamos que son portadoras de visiones de mundo, entre otras cosas.
c) La gran poesía aspira a la universalidad, entendida esta como el hecho de ser significante «para la
persona, para todo el pueblo, para el universo». En consecuencia, para Dalton, la filosofía y la ética que
se desprenden de la poesía sólo cobrarán sentido en la medida que contribuyan a la liberación de las
mayorías. Si las mayorías son las anónimas y grandes artífices de las palabras, el proyecto liberador de
Dalton busca, en un acto de justicia poética, contribuir a la liberación de las mismas.
Se dice que la tan ansiada valoración crítica de la obra de Dalton tiene que ceñirse única y estrictamente
a lo literario. Probablemente sea verdad, pero es su poesía de una complejidad tal que rebasa la esfera
de lo literario (entendido en un sentido quizás bastante reducido: lo literario es lo vital en todo gran
escritor, es su vida misma, es la virtud y la maldad que anima sus actos y omisiones).
Dalton parece sectario porque insiste en el papel del compromiso político del escritor. Pero se olvidan
muchos que esto lo asume poéticamente, es decir, haciendo que esa condición de hombre político se
someta a su condición de poeta. Una cita de Cortázar se me viene natural para explicar lo anterior
mejor y de manera más hermosa. Dice el novelista argentino, en Imagen de John Keats, acerca de lo que
llamó «poética del camaleón»: «Cierto es que la experiencia humana no basta para hacer un poeta; pero
lo engrandece cuando se da juntamente con la aptitud lírica, cuando el poeta sabe la especial forma de
relación en que debe articularlas. Tocamos aquí la raíz del malentendido romántico, en especial el
romanticismo a lo Espronceda y Lamartine; creer que la aptitud poética debe someterse a la experiencia
personal (experiencia del sentimiento y las pasiones), en vez de ser ésta quien, enriquecida y purificada,
146
catalizada por una visión poética del mundo (visión que sólo puede tener el poeta) actúe como estímulo
del don poético, lo proyecte fuera de la persona y lo rescate en el balbuceo del verso. El trabajo del
poeta será entendido por el romántico como una mezcla de anécdota (aportación de la experiencia en el
orden sentimental) y materia verbal «ad hoc», resolviéndose en verso de once o de catorce».
La experiencia individual y su vida política nutrieron sin duda su visión poética. Su vida y su obra no
son otra cosa que una formidable experiencia poética.
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Con otros autores:
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-El boom, la ideología y la poesía. Revista El Caimán barbudo, N° 39, junio de 1970. Cortesía de Ricardo
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Periódicos:
Diario Latino:
1956: 28 de enero y 29 de septiembre.
1959: 16 de diciembre
1960: 22 de marzo
1975: 30 de mayo
2000: 13 de mayo
El Diario de Hoy:
1960. 8 de enero, 18 de enero
1975: 29 y 30 de mayo, 4 de junio y 18 de septiembre
La Prensa Gráfica:
1956: 1 de julio, 30 de septiembre, 7 de octubre y 9 de diciembre.
1957: 28 de abril
1959: 21 de diciembre
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