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EL RESTABLECIMIENTO DE LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS HISPANO-HELÉNICAS (1869)
RESUMEN: Las relaciones diplomáticas hispano-helénicas, desde su establecimiento en 1834, aparecen presididas por un signo casi anodino. Nada importante sucede entre ambos países. No es éste el caso tras la Revolución de 1868, en que las relaciones hispano-helénicas presentan un momento muy interesante en la vida de las dos naciones. Coinciden con un período en el que los dos países, salidos de sendos destronamientos -en Grecia, Otón I, y en España, Isabel 11-, van a vivir similares experiencias progresistas, terminando con e l reconocimiento mutuo entre ambas potencias y el restablecimiento de relaciones d iplomáticas en 1869.
PAl.J\BRAS Cl.J\VE: Relaciones diplomáticas; 1834; 1868; Grecia; Otón I; Jo rge I; España; Isabel 11; 1869.
ABSTRACT: The his pano-h e lle nic diplomatic re la tio ns hips fro m the establishment of the same in 1834 appear presided over by an almost anodyne sign. Nothing important happens in the order of the diplomatic relationships between both countries. It is not the case after the Revolution of 1868, in which the hispano-helle nic relationships represent a very inte resting moment in the life of the two nations. They clash with a period in which both countries, got out of overthrows - in Greece Oton I and in Spain Isabel II-, are going co live similar progressive experiences, ending with the mutual recognition between both powers and the reestablishment of diplomatic relationships in 1869.
K EY wo1m s: Diplomatic relationships, 1834, 1868, Greece, Otto I, George I, Spain, Isabel 11, 1869.
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l. REPERCUSIÓN DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA DE 1868
El 18 de septiembre de 1868, e l general Prim y el almirante Topete se pronunciaban en Cádiz y dirigían el siguiente manifiesto:
"Españoles: Ja ciudad de Cádiz, puesta en armas con toda su provincia, con la armada anclada en su puerto [...] declara solemne mence que niega obediencia al gobierno que reside en Madrid, segura de que es leal inté rprete de todos los ciudadanos que, en el dilatado ejercicio de la paciencia, no hayan perdido el sencimienco de la dignidad, y resuelta a no de poner las armas hasta que la Nación recobre su sobe ranía , manifieste su voluntad y se cumpla ... " l
La revolución de septiembre de 1868 y los acontec1m1e ntos que la siguieron suscitaron un enorme interés y simpatía en los ambientes progresistas y demócratas de Europa y América. Sin e mbargo, e l ciclo revolucionario abierto con la Septembrina, de intensidad y dramatismo sin precedentes, e n lo que a las relacio nes internacionales se re fiere , d iluyó rápidamente el espejismo de España como potencia media e uropea en proceso modernizador y con creciente presencia mundial. Desestabilizado el país por una de las más agudas crisis internas de su histo ria, llamada a culminar en varias quiebras institucionales, y devastado por una triple guerra civil, en política exterior no pretenderá ir más allá de la obtención del reconocimiento para los sucesivos regímenes revolucionarios y de la salvaguarda del status jurídico inseparable a su condición de Estado soberano.
Los diferentes regíme nes españoles que se sucederán a ritmo trepidante durante e l Sexenio hallarán en la Europa "bismarckiana" un clima de desconfianza, cuando no de hostilidad. Para ellos, lo primero era asegurar la propia superviviencia, difícil de conseguir sin un reconocimiento internacional que, al tiempo que robustecía la posición interna de los mismos, alejaba el peligro de una intervención extranjera favorable a las disidencias peninsulares2.
Consolidado el triunfo del pronunciamiento de Cádiz y establecido el Gobierno Provisional, el primer problema e n política exterior era obtener el reconocimiento. La noticia del destronamie nto de Isabel JI conmovió la
1 J. MA.~t Y FLl\QUER, La Revolución de 1868 j uzgada por sus autores, Barcelo na 1876, pp. 19-20.
2 J. B. V1Ll\R RAMfHEZ, ·Las relaciones internacionales de España (1834-1874)·, en: J. PAHE
DES (coord.), Historia Contemporánea de España, Barcelona, Ariel , 1998, pp. 285-286.
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opinión pública europea y las especulaciones sobre sus consecuencias llenaban la primera página de los periódicos. Detrás de todo ello señalaban a potencias como Inglaterra, Francia, Italia e, incluso, Prusia como promovedoras de aquella revolución3.
Por todo ello, el Ministerio de Estado español no podía pedir el reconocimiento de una forma de gobierno o de unas instituciones determinadas, al menos hasta que las Cortes Constituyentes reconocieran a los hombres que ocupaban el poder y a los programas que representaban.
Los gabinetes europeos, ante el destronamiento de Isabel 11 y el triunfo de la revolución, tomaron una postura expectante; sin embargo, decidieron adoptar de antemano una doble actitud: la de mantener a toda costa el principio de no intervención y la de aconsejar cautela a sus representantes oficiosos, que de momento continuaron en Madrid resolviendo privadamente los asuntos diplomáticos4.
Pese a esta primera actitud, pronto van a empezar los reconocimientos oficiales del nuevo régimen. El primer paso lo dieron los EE.UU. el 10 de octubre de 1868; después, siguieron Portugal, Italia, Francia, Bélgica, Prusia, etc. A éstos siguieron los demás países, excepto Inglaterra, la Santa Sede y Grecia. La primera, haciendo gala de su tradicional prudencia y más contrariada por la precipitación francesa que por la situación española; la segunda, decidida a mantenerse a la expectativa hasta ver la actitud del nuevo Gobierno hacia sus intereses, tanto espirituales como materiales.
En cuanto a Grecia, no juzgó oportuno reconocer al nuevo Gobierno español en tanto en cuanto éste no aceptase primero al nuevo rey de los helenos Jorge I, surgido tras la Revolución de 1862 que derrocó a Otón I y reconocido no sólo por las potencias legitimistas -Austria , Prusia y Rusia, las cuales le dieron el apoyo de su prestigio y el de los medios financieros-, sino también por las demás naciones, aun las menos afectas. Tan solo Baviera, por razones dinásticas, y el Papa, por motivos religiosos, no creyeron conveniente entenderse con Jorge l.
3 M. V. LóPEZ CORDÓN, ·la política exterior española-, en: La Era isabelina y el Sexenio democrático (1834-1874), Historia de España dirigida por R. Menéndez Pida! y J. M. Jover Zamora, vol. XXXJV, Madrid, Espasa Calpe, 1981, p. 869ss. EADEM, La revolución de 1868 y la Primera República, Madrid, Siglo XXJ, 1976, p. 76. Cf. también J. B~CKER, España y Mam1ecos, sus relaciones diplomálicas en el siglo X.IX, Madrid 1903, p. 278, un clásico de ineludible consulta, y Espatia e Inglalerra. Sus relaciones polílicas desde las paces de Ulrecht, Madrid, p . 104ss.
·1 J. C. PE11E1RA, Introducción al estudio de Ja política exlerior de España, siglos XJX y XX, Madrid, Ak::il, 1983, p. 132.
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Tampoco el Gobie rno español de Isabel II , en vista de e levados objetivos, pensó que aquel momento fuera el idóneo para reanudar las cordiales re laciones que desde años atrás existían entre España y Grecia.
Como se sabe, en 1834 quedaban establecidas las relaciones hispanogriegas después de superar no pocas d ificultades y cuatro años después del Protocolo de 3 de febrero de 1830, por el q ue Francia, Rusia y Gran Bretaña establecían un Estado griego independ iente5.
No sorprende el re traimiento español a establecer unas relaciones diplomáticas formales con Grecia desde el principio. Como se sabe, la dificultad de unas relaciones continuadas obedece al hecho de que, entre 1833 y 1874, los obstáculos internos y externos del naciente Estado liberal español, así como la activa intervención política de Francia y Gran Bretaña en los asuntos peninsulares6 dentro del marco legal de la Cuádruple Alianza, relegaba nuestra operatividad en política exterior a un plano secundario7.
Sin embargo, en 1863 las causas po líticas y diplomáticas no justificaban la reiterada negativa española a reconocer al nuevo soberano de Grecia, Jo rge I, dado el relanzamiento de la Península Ibérica, una vez que el gobierno de Madrid logró sacudirse el yugo ominoso a partir de la llegada de los moderados al poder en 1844 -liquidada ya la Cuádruple Alianza- y, en particular, tras la Revolución de 1848 y el gobierno de O'Donnell (1858-1863), que representa e l momento culminante en la reactivación de las relaciones internacionales isabelinass.
5 Archivo Histórico Nacional (A.H.N.), Sección de Estado, leg. 5998: copia de la Convención de Londres dirigida po r e l ministro de Estado al embajador ele París, Madrid, 21 de febrero de 1833. Vid. P. RENOUVIN, Historia d e las relaciones internacionales, Madrid, Akal, 1982, p . 88; ]. B. DuROSELLE, Europa, de 1815 hasta nuestros días. Vida polílica y relaciones internacionales, Barce lona, Nueva Clío, 1967, pp. 132-136; M. MORCILLO, Las relaciones diplomáticas y comerciales entre España y Grecia. Visión españ.ola de la Historia de Grecia (1833-1913), Cuenca, Servicio de Publicaciones de la Universidad ele Castilla-La Mancha, 1997; ·Aproximación a las re laciones de España con Grecia (1833-1913)·, Ery1theia 16 (1995) 117-141.
6 ]. M. JovER, Política, diplomacia y humanismo en la España del siglo XIX, Madrid, Turner, 1982, p. 101ss, y ·La percepción española de los conflictos europeos: notas históricas para su entendimiento·, Revista de Occidente 57 (1986) 5-42.
7 Gaceta de Madrid, 8 de junio ele 1834, extra del nº 110. 8 ]. B. Vu.An (ED.), ·Las relaciones inte rnacionales de la España isabelina: percepcio nes
conceptuales y anotaciones bibliográficas (1833-1868)·, en: Las relaciones de la Espafia Contemporánea, Murcia 1989, p. 50.
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Planceada la cuestión en estos términos, si el Ejecutivo de Isabel II no creyó convenience aceptar a Jorge I e ra porque detrás de codo ello podrían existir otros motivos que los puramente diplomáticos.
Al triunfar la Revolución de 1862 en Atenas, un grupo de militares formulaba el siguience manifiesto9:
"l. El Rey OCón ha dejado de reinar. 2. Queda anulada toda pretensión de regencia por parte de la reina
Amalia. 3. Inmediatamente será convocada una Asamblea nacional para proce
der a la formación de una Constitución y elegir un nuevo soberano. 4. Hasta que se reúna dicha Asamblea, dirigirá la nación un Gobierno
provisional".
Todo esto iba en contra del artículo XXXVIII de la Constitución griega de 1844 -promulgada a raíz de la Revolución de 1843-, que señalaba de forma clara y terminance que los sucesores directos y legítimos serían los hermanos del monarca derrocado, los príncipes Leopoldo y Adalberto, o sus descendientes en línea directa de primogenitura. Éste fue uno de los puntos a los que más se aferró España para negarse a reconocer al nuevo rey1º.
Igualmente, el artículo I de la Convención de Londres de 1832 declaraba que e l trono sería hereditarioll.
Pero, ¿acaso serían válidos aquellos principios después del derrocamiento de Otón? Es evidence que no, dado que el Gobierno Provisional había anulado cualquier aspiración a la regencia por parte de la reina consorte, decretando que una Asamblea nacional designaría un nuevo soberano.
Tras no pocas dificultades y después de renunciar los primeros candidatos, entre ellos el duque de Aosta -que, por cierto, sería llamado años más tarde a ocupar el trono español1L, el príncipe Alfredo de Inglaterra y
9 Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (A.M.A.E.) , Correspondencia (Atenas), leg. 1826: despacho dirigido por el cónsul general de España en Grecia al ministro de Estado, Atenas, 24 de octubre de 1868.
10 A.M.A.E., Correspondencia (Grecia), Ieg. 2516: despacho dirigido por el vicecónsul de España en Grecia al ministro de Estado, Atenas, 24 de ocrubre de 1868.
11 A.H.N., Sección Estado, leg. 5988: nota dirigida por el ministro de Estado al embajador de España en París, Madrid, 2 de febrero de 1833.
12 A.M.A.E. , Sección Política (Grecia), Ieg. 2516: despacho dirigido por el encargado de negocios de España en Constantinopla al ministro de Estado, Constantinopla, 24 de octubre de 1862.
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el duque de Leuchtemberg de Rusia 13 -pues, según el Protocolo de 3 de febrero de 1830, no podían reinar los descendientes de las dinastías correspondientes a las potencias protectorasl4-, un plebiscito en diciembre de 1862 daba e l triunfo al candidato inglés15, si bien tres meses después, para no estar en contra de la legalidad vigente, fue elegido el segundo hijo del heredero del trono danés, Jorge l. Aquel arreglo fue incorporado a un Tratado celebrado entre Dinamarca y las potencias protectoras el 13 de julio de 186316.
España, consciente de lo que supondría reco nocer al nuevo rey heleno, optó por quedarse a la expectativa hasta ver qué rumbo tomaban los acontecimientos, máxime cuando la situación interna española en aquel momento no tenía mucho que envidiar a la de Grecia en 1862, vísperas de la revolución.
El gobierno de O'DonneU caía en 1863. Con su marcha, el régimen isabelino, demasiado identificado con e l conservadurismo, perdió su última posibilidad de superviviencia. Seis años más tarde Isabel 11 sería destronada por una amplia conjunción de fuerzas antidinásticas.
11. EL GOBIERNO PROVISIONAL ESPAÑOL VISTO DESDE GRECIA
El triunfo de la Revolución española de 1868 llenó la primera pagina de los periódicos europeos. Mención especial requiere la labor desempeñada por la prensa griega de entonces - muy interesada por los sucesos de España- en favor del liberalismo español.
Unánime fue el entusiasmo con el que Grecia saludó al nuevo régimen político español, calificado por los periódicos helenos de todos los matices de "salvador y regenerador de la Península" .
Los diarios se hacían eco de que ya se encontraba próximo el día en que el noble pueblo español, resucitado por el sufragio universal, recono-
13 A.M.A.E., Correspondencia (Atenas) , leg. 1826: despacho dirigido por el cónsul general ele España en Grecia al minis1ro ele Estado, Atenas, 24 ele octubre ele 1862.
1·1 !bid.: despacho dirigido por el cónsul general de España en Grecia al ministro de Estado, Atenas, 14 de noviembre de 1862.
15 A.M.A.E., Sección Política (Grecia), leg. 2516: despacho dirigido por el ministro plenipotenciario de España en Constantinopla al ministro de Estado, Constantinop la, 3 de diciembre de 1862.
16 W. HEURTLEY 1;-r AIJI, Breve Historia de Grecia, Madrid, Espasa Calpe, 1969, pp. 131-132.
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ciese al gobierno griego y a sus reyes, hijos también del voto popular, y que era inminente el cese de la anomalía que desde la revolución griega de 1862 se venía observando, ya que España era la única de todas las potencias del mundo que había rehusado, como se sabe, a reconocer a su hermana y constante amiga, la gran familia de los griegos17.
Habían sido inútiles todas las gestiones que el propio vicecónsul español acreditado en Grecia, señor Jorge Zammit y Romero, había intentado en este sentido, ya fue ra por sí mismo, ya por inspiración de los hombres de Estado del reino heleno, durante cuatro años continuos, para lograr de España el reconocimiento del nuevo Gobierno griego18.
Ni siquiera había movido la balanza a favor de Grecia la anomalía de la que España estaba dando muestras en Oriente con motivo de dicho retraimiento y la forzosa suspensión de las relaciones diplomático-consulares que todavía continuaba.
Con esa actitud España ignoraba los perjuicios que, de seguir aquella política, podía ocasionar a su país. Por ello, tras la Revolución de 1868, el diplomático español hacía desde Atenas un llamamiento al Gobierno Provisional de España en estos términos:
"Hijos ambos Gobiernos del sufragio universal; puestas las dos naciones e n iguales circunstancias, la Grecia saluda entusiasta al régimen libertador de España y exige, con sobrada justicia, la reciprocidad que dimana de idénticos principios y de idé nticas circunstancias".
Sin embargo, dados los momentos tan especiales que estaba viviendo España, e l reconocimie nto del trono he le n o p o r parte española presentaba dos aspectos: el del fondo y e l de la forma. En cuanto al primer punto, excusado es añadir una palabra a la cuestión fundamental; respecto al segundo, convendría plantearse algunas reflexiones.
Según el vicecónsul de España en Grecia, en pocos destinos como en aquél se había resentido tanto la representación nacional del desasosiego y vaivén de épocas anteriores: cada año se producía una novedad en la jerar-
17 A.M.A.E., Correspondencia (Grecia), leg. 2516: despacho dirigido por el vicecónsul de España en Grecia al ministro de Estad o, Atenas, 15 de octubre de 1868.
is P. T. BURY, ·Las nacionalidades y el nacionalismo·, en: El cénil del poder europeo, Barcelona, Ramón Sopena, 1978, p. 177.
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quía española y, a impulso de una plumada, recorría los sucesivos grados de la escalera, desde Legación y Plenipotencia a sencillo Viceconsulado19.
Mientras los demás países seguían una regla fija e invariable en su trato con Grecia, España, con su peculiar obrar, daba el espectáculo del que apunta indeciso hacia un blanco y tan pronto se adelanta hacia él como se aparta.
Durante la época de la Revolución helénica aún existía un Consulado general. Dos años después, el Consulado se rebajó a Viceconsulado. Resultaba deshonroso para España, pues el país más inferior del mundo se colocaba por delante del nuesero20. Era tal la dejadez del Ejecutivo español al respecto, que Grecia hacía caso omiso a lo que ocurría en España e, incluso, le prestaba menos atención que a los principados de Alemania o a los Estados Pontificios, hasta tal punto que se ignoraban los colores del pabellón de guerra español.
España subvencionaba a aquel Viceconsulado con 48.000 reales entre jefe y subalterno, si bien dicho Viceconsulado era un tanto especial, pues ni estaba reconocido por el Ejecutivo griego por falta de reciprocidad, ni tenía en qué ocuparse por absoluta carencia de comercio21. La misma cantidad que gastaba en vano el Gobierno español se haría fructífera con el reconocimiento del monarca heleno y elevando el grado de sus representantes22.
En definitiva, que una nación como España no debía estar representada en Grecia, según la opinión de las demás potencias, por agentes de rango inferior al de ministro o secretario encargado de negocios. Una vez más, la presión de Francia e Inglaterra, naciones protectoras de Grecia, se sobrepuso a cualquier otra consideración.
El Gobierno Provisional surgido tras la Revolución española de 1868 no se hacía responsable en absoluto de las continuas quejas y reproches que el Ejecutivo de Atenas venía poniendo en boca del diplomático español para presionar y forzar desde hacía más de cuatro años e l reconocimiento del soberano griego, ni , por tanto, heredero de aquella situación.
19 A.M.A.E., Sección Política (Grecia), leg. 2516: despacho dirigido por el vicecónsul de España en Grecia al ministro de Estado, Atenas, 21 de octubre de 1868.
2º Decretos del 1 de julio de 1869 y del 30 de julio de 1870. R.O. de 31 de agosto de 1871 y de 8 de septiembre de 1872.
21 Cf. M. MORCILLO, I.as relaciones diplomalicas y comercia/es .... 22 A.M.A.E., Sección Política (Grecia), leg. 2516: despacho dirigido por el vicecónsul de
España en Grecia al ministro de Estado, Atenas, 24 de octubre de 1868.
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Por todo ello, el nuevo Régimen democrático, consciente de los principios políticos que había proclamado, deseaba establecer relaciones oficiales y amistosas con todas las naciones y, en especial, con aquellas que, como Grecia, por sus instituciones liberales deberían inspirar a España una particular simpatía.
El Gobierno Provisional, pues, sentía una viva satisfacción por reparar el acto -reconocimiento del rey heleno- que daría paso al restablecimiento normal de las relaciones entre España y Grecia.
El retraso en aquel momento se debía, en parte, a que la caída del Régimen isabelino había producido un orden de cosas que no permitía tener por subsistente la notificación que anteriormente se había hecho del advenimiento al trono de Grecia del rey Jorge l. Las normas de la diplomacia así lo exigían23.
Antes de dar aquel paso tan decisivo y esperado por Grecia, el Gobierno español encargaba a su representante en Atenas, Jorge Zammit y Romero, que practicase cuantas diligencias fuesen necesarias para averiguar las disposiciones que animaban al Gabinete griego respecto a la nueva situación creada en España en virtud del Alzamiento nacional, así como los propósitos del aquel Gobierno de reconocer al nuevo Gobierno Provisional.
Es decir, que España estaba dispuesta a establecer relaciones oficiales con Grecia, pero no podía dar paso alguno sin la completa seguridad de que su deseo sería correspondido24.
III. RESTABLECIMIENTO DE LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS HISPANO-GRIEGAS
Con expectativa e interés se acogieron en Atenas los telegramas de España en los que se expresaba el deseo que tenía el Gobierno español de reconocer al soberano griego. No por ello la prensa helena fue unánime a la hora de hacerse eco de cómo debería llevarse a cabo el acto del reconocimiento. Algunos diarios recogían que dicho reconocimiento se tendría que efectuar por mediación de Francia.
23 P . A. REYNOLDS, Introducción al estudio de las relaciones inten1acionales, Madrid, Tecnos, 1977, pp. 174-180. Vid. M. MERLE, Sociología de las relaciones intemacionales, Madrid 1982; A. T R!JYOL, La teoría de las relaciones internacionales como Sociología, Madrid 1973; S. HoFFMANN, Teorías contemporáneas sobre relaciones inten1acionales, Madrid 1963.
2·i A.M.A.E., Sección Política (Grecia), leg. 2516: minuta dirigida por el ministro de Estado al vicecónsul de España en Grecia, Madrid, 24 de octubre de 1868.
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Ni en Palacio ni en la Presidencia del Consejo de Ministros ni en el Ministerio de Negocios Extranjeros griego se había pronunciado nadie sobre este particular. La opinión pública coincidía, sin embargo, en que el reconocimiento de Grecia se hiciese lo antes posible por la misma España, sin intervención de ninguna potencia, por convenir así al respeto de ambas naciones y a la cordialidad de las relaciones diplomáticas que al parecer estaban a punto de reanudarse2s.
Tras no pocas deliberaciones, el Ejecutivo heleno hacía la siguiente declaración:
"El Gobierno griego se adhiere en principio al Gobierno Provisional de España y le reciproca sus vivos deseos de entablar cuanto antes las relaciones más amistosas entre los dos países".
Detrás de aquellas palabras se dejaba entrever fácilmente que Grecia pondría condiciones a la forma como habría de llevarse a cabo el respectivo reconocimiento. No podía por menos de resarcirse de los casi cinco años que llevaba esperando un gesto positivo de España.
El Ejecutivo griego proponía, a opción del Gabinete español, una de estas tres posibilidades:
1. Que el ministro de Estado español dirigiera un oficio al ministro de Negocios Extranjeros heleno, participándole el nuevo orden de cosas surgido en España, así como el deseo que abrigaba el Gobierno Provisional español de restablecer las más cordiales relaciones con aquella dinastía reinante, que hasta ese momento no estuvo reconocida por el Gabinete de Isabel 11. Dicha comunicación iría por conducto del vicecónsul en Atenas a l ministro de Negocios Extranjeros, el cual la contestaría al tiempo de su entrega.
2. Que el Gobierno Provisional nombrase un agente diplomático ad hoc para dejar planteadas las relaciones oficiales.
3. Que se ultimase el reconocimiento recíproco entre los plenipotenciarios respectivos de Grecia y España en Londres, París o Viena.
Según el representante español en Grecia, la primera posibilidad sería la más sencilla y fácil, al tiempo que ofrecía la ventaja de reparar en la
25 /bid.: despacho dirigido por el vicecónsul de España en Grecia al ministro de Estado, Atenas, 30 de octubre de 1868.
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misma capital del re ino la omisión del acto que hace tiempo debía dejar establecidas normalmente las relaciones entre España y Grecia.
La segunda, ya subordinada a la primera, ya independiente de ella, sería muy del agrado del Gobierno helénico, pero resultaba muy difícil saber hasta qué punto y sin previo consentimiento de la Cámara podría aquel Ejecutivo reciprocarlo, al no acumularse en el mismo agente griego las legaciones de París y Madrid, así como las de Constantinopla y Atenas se acumularían en el representante español.
En definitiva, el Gobierno griego estaba animado de los mejores sentimientos hacia España, si bien no olvidaba la desfavorable acogida que le hizo el anterior Gabinete español. Por ello deseaba dar al reconocimiento aquella especie de prestigio que sólo se lograría mediante el acuerdo entre agentes diplomáticos o a través de la directa comunicación que el ministro de Estado español remitiese al ministro de Negocios Extranjeros heleno26.
Difícil papeleta se le presentaba al Gobierno de Madrid a la hora de optar por uno de estos tres puntos. Después de muchas meditaciones y haciendo caso omiso a los rumores sobre si el reconocimiento se debería llevar a cabo por mediación de una tercera potencia -establecimiento inicial de relaciones-, se inclinó por la segunda posibilidad, es decir, el nombramiento de un agente diplomático provisto de sus correspondientes credenciales27, como se hiciera en su momento al iniciarse las relaciones diplomáticas hispano-griegas en 1834.
Por parte griega, e l curso de las negociaciones fue llevado a cabo espléndidamente por Sphiliotachy. Por el lado español, el Gobierno Provisional designó a Salvador López Guijarro en calidad de ministro residente en Atenas28. Era la primera vez que España no mbraba a un diplomático de tal rango para que la representase en Grecia. Este cargo estaba por encima del encargado de negocios y del cónsul en categoría y sueldo.
Ahora bien, el artífice principal en la cuestión del reconocimiento del Gobierno griego por parte española fue, sin lugar a dudas, el vicecónsul español Jorge Zammit y Romero, el único representante de España en Gre-
26 /bid.: despacho dirigido por e l vicecónsul de España en Grecia a l ministro de Estado, Atenas, 23 de noviembre de 1868.
27 A.M.A.E., Correspondencia (Grecia), leg. 1601: despacho dirigido por el encargado de negocios de España en Grecia a l ministro de Estado, Atenas, 22 de enero de 1835.
28 A.M.A.E., Sección Política (Grecia), leg. 2516: despacho dirigido por e l vicecónsul de España en Grecia al ministro de Estado, Atenas, 13 de enero de 1869. Vid. M. M0Rc1uo, Las relaciones diplomáticas y comerciales ...
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cia desde 1864, dos años después de la Revolución griega, en que quedaron interrumpidas las relaciones diplomáticas de facto entre ambos países.
Sus esfuerzos desde aquel mismo instante - aunque no estaba reconocido por falta de reciprocidad- hasta finales de 1868, en que se acercaron las posiciones para el reconocimiento, no cesaron un solo momento. Su gestión fue de mediador, papel muy difícil, habida cuenta de las diferencias que separaban al nuevo Gobierno democrático surgido del sufragio popular he leno y al régimen monárquico-conservador de Isabel Il, que, por otro lado, se encontraba agonizando tras Ja caída de O'Donnell en 1863.
En cualquier caso, sus diligencias dieron los primeros frutos a principios de 1869, cuando el ejecutivo español accedía, por fin, a nombrar un agente diplomático en Grecia.
Incluso en aquel mismo momento su papel fue decisivo por actuar de intermediario. Es más, su última gestión al frente del viceconsulado fue la de comunicar personalmente al ministro de Negocios Extranjeros griego, Teodoro Deliyannis, ~¡ nombramiento de Salvador López Guijarro como ministro residente en Atenas, el cual se trasladaría a Grecia sin demora para cumplir sus funciones29.
La primera misión del ministro, ya en el reino heleno, fue Ja entrevista que mantuvo el 17 de marzo de 1869 con el ministro de Negocios Extranjeros. De ella se desprende - así lo hace saber en correspondencia al ministro de Estado español- Ja satisfacción de ver cómo el gabinete griego Je ofreció la más benévola acogida. Fue recibido por el rey Jorge 1 al día siguiente para presentarle las Cartas Credenciales, según las formalidades acostumbradas.
De esta forma quedaban restablecidas las relaciones diplomáticas hispano-helenas, reconociendo el Gobierno Provisional el nuevo orden de cosas producido en el reino con Ja dinastía de Jorge l. Con aquel paso, la España de la Revolución daba una prueba más ante el mundo del alto espíriru de libertad y de justicia que Ja animaba y del regenerador propósito con que entraba en el concierto de las grandes naciones civilizadoras30.
En adelante se incrementaría el número de agentes diplomáticos en Grecia, sobre todo durante la Restauración, tras la restructuración del Ministerio de Estado españoJ31.
29 M. V. LóPEZ CormóN, ·La política exterior española ... ·, p. 832. 30 A.M.A.E., Sección Política (Grecia), Ieg. 2516: despacho dirigido por el vicecónsul de
España en Grecia al ministro de Estado, Atenas, 18 de febrero de 1869. 31 A.M.A.E., Correspondencia (Atenas), Ieg. 1827: despacho dirigido por el ministro
residente de España en Grecia al ministro de Estado, Atenas, 18 de marzo de 1869.
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MATIWE MORCIUO Ros1uo ·El rescablecimiemo de las relaciones hispano-helénicas ... •
En definitiva, e l asunto que España te nía pendie nte respecto a Grecia desde 1863 sería solventado después de la Revolución de 1868, al amparo de un Gobierno Provisional surgido del sufragio popular, como en su día lo fuera e l que dio e l poder a la dinastía danesa y, e n su nombre, a j o rge l.
A parcir de ese momento, ambos países seguirían trayectorias no exe ntas de sim ilitudes. Los dos continuarían mediatizados por Francia y el Reino Unido, como al inicio de las relaciones dip lomáticas32, y, aunque España había logrado sacudirse el yugo ominoso eras desaparecer la Cuádruple Alianza (1844) y, sobre codo, durante el Sexenio democrático, que tuvo la virtud de atraer hacia España el interés de codas las naciones europeas, al final terminó con una pérdida total de su prestigio exterior, que afectó tanto a las relaciones d iplomáticas como a la imagen que de ella tenía la cada vez más poderosa opinión pública33.
Grecia, por e l contrario, desde el mismo instante e n que se constituyó como re ino independ ie nte hasta que se produjo e l camb io dinástico, quedó bajo la ó rbita franco-británica, contrapeso a la creciente influencia rusa en los Balcanes.
Pero, e n definitiva, y habida cuenta de las nuevas circunstancias europeas a parcir de 1870 en materia de política exterior, España asistirá en adelante a un cierro aislamie nto d iplomático, a un recogimiento, tanto más destacable por cuanto coincide con la Europa de l imperialismo34.
Nacía así un nuevo período histó rico e n España, con un monarca extranjero que contaba con la oposición prusiana y la aceptación del resto de países, que comenzaron a reconocer al nuevo régimen a excepción de la Santa Sede.
Tras la abdicación de Amadeo 1, la desconfianza inte rnacional con respecto a la situación española se acrecentó; tan só lo Suiza y Estados Unidos reconocieron al nuevo régimen. Los demás países -incluida Grecia- , aunque al principio se mostraron reticentes a reconocer al régimen republicano, habida cuenta de que estaban muy recientes los acontecimie ntos franceses de 1871, terminarían por aceptar la República española.
Con e l regreso de los Borbones al trono español e n la persona de Alfonso XII se cierra el período democrático abierto por la Revolución de 1868 y se inicia una larga etapa caracterizada por una relativa estabilidad
32 J. C. PEREIRA, Introducción al estudio de la política exterior .. ., pp. 98-100. 33 M. M0Rc1uo Ros1uo, ·Aproximación a las relaciones .... , pp. 117-142. :H M . V. LóPEZ Co1\DóN, ·La política excerior española .. . ·, p . 877 .
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política, sacudida intermitentemente por crisis, dominada por la burguesía conservadora y por un auge económico.
La Restauración borbónica restablecería paulatinamente, y no sin dificultad, el prestigio internacional español35. El 9 de enero de 1875 llegaba a España don Alfonso y pronto, tras las sucesivas negociaciones de Cánovas del Castillo con las potencias extranjeras, será reconocido el nuevo Régimen: el 16 de febrero presentan sus cartas credenciales los embajadores de Portugal y Rusia; el 17, los de los gobiernos,de Austria y Francia; el 24, Alemania; el 26, Gran Bretaña, etc. Grecia, por su parte, no tardó demasiado en reconocer al nuevo Régimen borbónico36.
Las relaciones hispano-helénicas durante los primeros años de la Restauración fueron mínimas. Otro tanto sucedería con los demás países, actitud que estaba justificada por el recogimiento que, como señalaba Cánovas, sería una fórmula flamante en la política exterior española de aquella época37. Los hombres de Cánovas se encontraron con una situación internacional distinta, ya que las tradiciones y principios de nuestra política exterior, que se venían guardando desde los años de la Cuádruple Alianza, se habían quebrado súbitamente desde los años setenta. El mapa europeo se había complicado con la aparición de una nueva potencia, Alemania, con el sistema de alianzas y con el triunfo de los pueblos germánicos sobre los latinos.
IV. CONCLUSIONES
El Gobierno griego, tras ser reconocido oficialmente por el Gobierno Provisional de España, brindó un incuestionable apoyo moral al afianzamiento del Régimen liberal español.
Con el restablecimiento de las relaciones de facto se caminó rápidamente hacia una completa normalización de relaciones, que tendría lugar transcurridos los primeros años de la Restauración.
35 J. C. PEl!EIRA, Introducción al estudio de la política exterior .. ., p . 138. Vid. V. MORALES LEZCANO, ·Neutralidad y no beligerancia en la España del siglo XIX·, Historia 16, nº. 53, Madrid, pp. 7-12, y sus trabajos ·Las relaciones inte rnacionales ele España con sus vecinos mediterráneos·, Revista de Estudios lntemacionales 3 (Madrid 1993) 543-551.
36 J. C. PEREIRA, Introducción al estudio de la política exterior .. ., p. 132. 37 ]. SALOM COSTA, España en la Europa de Bismarck. La política exterior de Cánovas
(1871-1881), Madrid, CSIC, 1977.
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La favorable acogida que se dispensó al Gobierno Provisional español en Grecia, en la persona de su representante Salvador López Guijarro, estaba acorde con el clima de confianza con que se recibió en España la dinastía danesa, dado que reflejaba un matiz democrático similar al existente en España tras la Revolución de 1868.
En suma, las relaciones diplomáticas entre España y Grecia se desarrollaron durante el Sexenio democrático con normalidad, excepto las reservas que impuso reconocer a Amadeo de Saboya como rey de España, así como al Régimen republicano.
España destacará en Grecia un representante como atento observador de los acontecimientos de Oriente, más que como impulsor de una relaciones diplomáticas bilaterales insustantivas y de unos intercambios comerciales casi inexistentes.
E. U. Magisterio Universidad de Castilla-La Man.cha Pza. de la Universidad 3 02071 ALBACETE morcillo@mag-ab.uclm.es
Matilde M ORCILLO ROSILLO
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