ensayo sobre el estado
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Ensayo sobre el estado
Ensayo escrito a finales del 2006 para la materia "Fundamentos de
Teoría Política"
Introducción
¿Cuál es el fundamento político del estado moderno? ¿Cuál es la función
que tiene? Para aproximar una respuesta a estos interrogantes, el
siguiente ensayo intenta abordar cuál es la concepción del estado
moderno que hay en distintos autores modernos del pensamiento
político. No pretendo ser exhaustivo en el análisis y en la exposición del
planteo de los autores; más bien intentaré mostrar cómo se conecta, en
cada autor, la concepción de estado (su “ser”) con lo que se pide de él
en términos políticos (su “deber ser”). A tal fin, presentaré en primer
lugar las visiones de Hobbes, Locke y Rousseau agrupadas bajo el rótulo
de “contractualismo”; luego el planteo de Hegel y, por último, la mirada
marxista del estado.
El estado como producto de un contrato o el estado contractualista
Una primera explicación, en torno a cómo surge el estado moderno, es
la que sostiene que éste nace a través de un contrato. Al igual que en
toda relación contractual, la explicación contractualista del estado,
supone que las partes contratantes que dan vida al estado (los hombres)
son libres, iguales e independientes entre sí. El contrato queda así
definido a partir de un acuerdo mutuo entre voluntades libres (en el
sentido de que no mantienen con quien pactan ninguna relación de
esclavitud o servidumbre) que acuerdan el establecimiento del contrato.
En la visión contractualista, que se presenta a continuación, esta
“libertad humana” es naturalizada y ahistorizada es decir, es concebida
como intrínseca al hombre o, lo que es lo mismo, como constitutiva de
su propia naturaleza. De este modo, es como los contractualistas
pueden plantear la vida del hombre en un estadio anterior, previo a la
conformación del estado, denominado “estado natural” o “estado de
naturaleza”, donde los individuos son libres, para hacer lo que deseen;
iguales, ante una misma “ley natural”, “mandato natural” o
simplemente “virtud natural” e independientes entre sí es decir, no hay,
entre los hombres que pactan, relaciones de esclavitud o servidumbre.
En un momento determinado estos individuos libres, iguales e
independientes entre sí deciden, de manera voluntaria, dar vida al
estado por medio del contrato. Ahora bien, ¿por qué se verían obligados
los hombres a renunciar a su “libertad natural” para formar el estado?
Aquí es donde aparecen las diferencias en los enfoques contractualistas
del estado moderno. En primer término tenemos a Hobbes, quien
plantea que lo que impulsa a los hombres a pactar, y crear el estado, es
la necesidad, por parte de estos, de tener paz y de conservar la vida. El
estado natural hobbesiano es susceptible de derivar pronto en el
“estado de guerra” debido a que no existe un poder instituido (y exterior
al individuo) que establezca la ley, delimite la propiedad y ejecute la
justicia. Ocurre, en la visión de Hobbes que, como todos los hombres son
iguales, todos quieren lo mismo al mismo tiempo y, al no haber una
autoridad capaz de fijar a quien pertenece cada cosa ni tampoco de
mediar los conflictos, pueden pelearse indefinidamente entre sí por
conseguirlo y (en caso de obtenerlo) por conservarlo o, mejor dicho, por
detentar la “exclusividad” de la cosa obtenida. Así, en el estado natural
hobbesiano, el orden no está garantizado por lo que las disputas entre
los individuos pueden (fácilmente) expandirse (espacial y
temporalmente) produciendo un “estado de guerra” que impida, o haga
difícil, la conservación de la vida. La solución al “estado de guerra”, que
los hombres tienen a mano, para alcanzar la paz y proteger sus vidas es
la de pactar para formar el estado (o “Leviatán”). La condición que
impone tal acuerdo es la renuncia de todos los derechos (menos el de la
propia vida), que tenían los hombres en el estado natural, para cederlos
a una autoridad central, suprema y absoluta capaz de garantizar el
orden y, por esa vía, la paz y la vida.
En segundo término tenemos a Locke, quien considera que el pasaje del
“estado natural” al estado, no es tan directo como en el caso anterior. El
estado de naturaleza lockeano, a diferencia del hobbesiano, es
inherentemente pacífico y el individuo que lo habita es, por
consiguiente, pacífico también o, en otros términos, mas racional y
menos pasional (de lo que supone Hobbes). Esta cuestión no es menor
ya que, como se verá mas adelante, tiene repercusión sobre el tipo de
estado y lo que este puede y debe hacer (su “deber ser”) en el que
piensa cada uno de ellos. Volviendo a Locke, en el estado natural, los
hombres se guían bajo una “ley natural” que indica a estos la
autoconservación de la especie. A este fin, el hombre dispone de la
propiedad la cual, en el sentido amplio del término (tal como la define el
autor), designa vida, propiedad y bienes. En el planteo de Locke, los
hombres no sólo pueden optar entre acatar o no la “ley natural” (ya que
disponen de libre albedrío) sino además, interpretarla de acuerdo a sus
propias creencias o conveniencias es decir, de una manera “subjetiva”.
Así como hay muchos individuos que viven tranquilamente y cumpliendo
con el mandato natural; hay otros pocos que eligen no cumplirlo y dañan
la propiedad de los otros: atentan contra su vida, roban sus bienes o
intentan quitar su libertad. Quienes resultan agraviados pueden (y
deben) hacer respetar la “ley natural” sancionando, a quienes no la
cumplen, mediante un castigo o un ajusticiamiento. Sin embargo, el
castigo o ajusticiamiento, por propia mano, puede resultar excesivo o
desproporcionado debido a la interpretación subjetiva de la “ley
natural”. Tal situación, puede dar origen a una respuesta por parte de
los “castigados”, por el uso excesivo de la fuerza por parte de los
“castigadores”, que resulte en una nueva agresión. Así, en el
razonamiento de Locke, el estado de naturaleza puede desembocar en
una suerte de espiral o escalada de violencia que culmine en el “estado
de guerra” tan temido por Hobbes. Para evitar la llegada de tal
escenario, se configura el estado cuyo fin último es el de preservar la
propiedad de los hombres. La interpretación “subjetiva” de la “ley
natural”, propia del “estado natural”, es reemplazada así por una
interpretación “objetiva” por parte del estado que emana de la facultad
de este para, por un lado, crear leyes (poder legislativo) y, por otro lado,
hacerlas cumplir (poder ejecutivo). No obstante, en este contrato que da
origen al estado, siguiendo la exposición de Locke, lo que los hombres
ganan en seguridad y tranquilidad (preservación de la propiedad y no
sólo de la vida como en Hobbes) lo resignan (al igual que el planteo de
hobbesiano) en “libertad natural”.
Una tercera perspectiva contractualista, que nos explica el origen (o el
“ser”) del estado moderno, es la que aporta Rousseau. Este pensador, al
igual que los dos mencionados mas arriba, sostiene que el hombre es
por naturaleza libre, independiente e igual a los demás. La diferencia
fundamental, introducida por Rousseau, es la de que no hay necesidad
de que el hombre se asocie voluntariamente con otros para pactar y
conformar el estado. En la visión rousseauniana del estado, éste no
viene a solucionar ningún inconveniente del “estado natural” o a evitar
el “estado de guerra” sino que, mas bien, surge como una consecuencia
fortuita o casual (no planeada). En otras palabras: el estado, para
Rousseau, nace de manera contingente y no hay ningún elemento, en el
estado natural, que permita dar cuenta de su necesidad histórica o
social. El hombre del “estado de naturaleza”, en el planteo de Rousseau,
actúa, no a partir de alguna ley o mandato natural o divino sino, guiado
por la única virtud que posee (en el “estado natural”) que es la piedad y
que sirve a la conservación de la especie. No hay así en Rousseau (como
sí en Hobbes o en Locke) una racionalidad humana en el “estado
natural” que de origen, por medio del contrato, al estado moderno. El
advenimiento del estado, en la perspectiva de Rousseau, no sólo quita
“libertad natural” al hombre sino que además (y a diferencia de Hobbes
y Locke) no ofrece al individuo nada a cambio, como podría ser la
preservación de la vida, la garantía de la paz o el resguardo de la
propiedad. Por el contrario, Rousseau concibe al estado moderno como
la principal fuente de las desigualdades y las injusticias sociales. La
solución a tal situación (y sobre esto volveré mas adelante) reside en un
pacto o “contrato social” que de a los hombres un nuevo estado que
devuelva y asegure la “libertad natural” perdida en el devenir de la
civilización.
En la cuestión del “deber ser” del estado moderno es donde aparece la
mayor diferencia entre los tres autores; diferencia que emerge del fin
para el cual conciben que fuera creado el estado y de la concepción de
hombre en “estado natural” que tienen. Hobbes nos dice que el estado
debe ser el aval y el guardián de la paz y la vida y (lo que es
prácticamente lo mismo) evitar el “estado de guerra” o, más
directamente, la guerra civil a la cual se llega en definitiva, por el
desenfreno de las pasiones humanas. Para que esto sea posible el
estado hobbesiano se erige como un poder soberano, irrevocable,
absoluto e indivisible que tiene, a su cargo, la tarea de ser, por así
decirlo, el “gran decididor político” en torno a que es lo justo y lo injusto,
lo bueno y lo malo y hasta, inclusive, en que pueden creer y en que no
los hombres. El medio del cual dispone el estado (aunque no el único),
para llevar a cabo su tarea es el establecimiento de las leyes civiles y el
ejercicio del poder coercitivo, para garantizar su cumplimiento. De este
modo, el estado se muestra y actúa como un poder absoluto,
irrefrenable e incuestionable que, en representación de la voluntad de
los contratantes o pactantes, debe garantizar la vida y la paz. La
consecución de estos fines, siguiendo el enfoque de Hobbes, justifica
cualquier medio ya que el estado puede gobernar tanto por las leyes
como por su propia voluntad; el estado debe frenar la llegada del
“estado de guerra” con el respeto de las leyes o (en caso de ser
necesario) por encima de estas.
En Locke el estado debe preservar la propiedad por medio del
establecimiento de la ley y la aplicación de sanciones por su
incumplimiento. El estado se impone así como un juez, cuyo poder
principal reside el órgano “creador” de leyes (parlamento), que debe
establecer cual es el castigo que corresponde a las diferentes
controversias y conflictos entre los hombres. Este poder (a diferencia de
Hobbes) tiene límites. Recordémoslo: el hombre de naturaleza lockeano
es un ser racional y pacífico por lo que, en consecuencia, necesita un
poder soberano acorde a lo que él es: un estado con límites claros y
precisos, de manera tal que no actúe en contra de la propiedad. El límite
último, para el poder del estado, es la confianza que deposita en él el
pueblo ya que este, de acuerdo a Locke, tiene derecho a resistir en caso
de que quienes representan al estado se rebelen. Tal situación se
produce cuando los representantes del pueblo en el poder del estado o,
mas bien el gobierno, se excede en las funciones que le competen y, por
ejemplo, atenta (con sus acciones u omisiones) contra la vida, los bienes
o la libertad de los individuos. Si esto llegara a ocurrir, los ciudadanos
del estado tienen derecho a sustituir un gobierno por otro es decir,
reencauzar al estado para que vuelva a su origen y su fin: la
preservación de la propiedad.
Rousseau sin dudas ofrece la propuesta más audaz o, si se quiere, más
“a la izquierda” dentro de la breve y escueta presentación (e
interpretación) del contractualismo que he expuesto. Básicamente, en el
planteo de Rousseau, el hombre y el estado, tal cual como los
conocemos, no responden a ninguna necesidad sino que, por el contrario
son el producto de la pura contingencia, del propio devenir de la historia.
Razón por la cual, no cuentan con ninguna legitimidad de origen. Esto
lleva a pensar que el estado actual de las cosas en la modernidad (con
sus injusticias y desigualdades sociales) no sólo puede sino además,
debe cambiarse. La forma de avanzar en tal cambio político es, según
Rousseau, que todos los hombres pacten y den vida así, a un estado que
permita fijar las condiciones (a través de las leyes) que aseguren la
“libertad natural”, perdida con la modernidad y la civilización, y (en
consecuencia) la felicidad para los hombres.
El Estado como el espíritu objetivo o la concepción hegeliana del estado
Una segunda explicación, sobre la naturaleza del estado moderno, la
podemos hallar en el desarrollo teórico de Hegel. En este pensador
encontramos una concepción del estado bastante distinta a la de los
autores comentados anteriormente. Por empezar, el estado hegeliano no
surge por medio del acuerdo entre particulares (contrato o pacto) sino
como la realización de la universalidad o la realidad de la idea ética. El
estado moderno, en Hegel, representa lo universal de la sociedad
concretizado y, por tanto, la superación dialéctica de lo particular
(individuo o familia) y lo universal (sociedad civil). Por otra parte, Hegel
no ve en el surgimiento del estado moderno una restricción o
disminución de la “libertad natural” de los individuos (como se
desprende del planteo contractualista). Por el contrario, el estado
moderno hegeliano no ahoga al individuo, ya que no es el universal
abstracto, sino que éste se realiza, alcanza toda su potencialidad
individual en él. El estado hegeliano, en tanto universal concreto, sirve
entonces como ámbito para la plena realización o actualidad (en el
sentido de hacerse acto) de la libertad universal humana. Vemos aquí
una similitud con el planteo de Rosseau: la libertad humana no se ve
reducida por el estado; mas bien, la libertad del hombre puede ser
alcanzada dentro de él y sólo dentro de él. Esto es históricamente
posible, en Hegel, en la medida en que el estado moderno es la
superación de formas de estado precedentes (la oriental y la griega).
En Hegel la libertad del hombre no se piensa fuera del estado. Por este
motivo, el estado debe servir de ámbito para que el particular (libertad
subjetiva o individual) se despliegue como momento del universal
(libertad objetiva). Así, la voluntad del estado no resulta algo que se
impone externamente por sobre las voluntades individuales de los
hombres; antes que eso, la voluntad objetiva del estado es el producto
de la intersubjetividad o del mutuo reconocimiento pleno de la totalidad
de los sujetos que lo componen. En síntesis: el estado moderno
hegeliano (o “estado ético”) es y debe ser el espacio o el momento para
el desarrollo acabado de la libertad humana. Dicho en otros términos: el
estado moderno tiene como fin el despliegue de la “libertad universal”
de los hombres.
¿El estado burgués o el estado capitalista?
Una primera visión del estado moderno, desde el enfoque marxista, es la
que lo concibe, no como el “universal concreto” del planteo hegeliano,
sino como el particular en la medida que representa los intereses de una
parte de la sociedad (clase burguesa o capitalista) y no del conjunto de
esta. Por consiguiente, el estado moderno es el representante político de
la clase social propietaria de los medios de producción que garantiza a
esta la conservación de su propiedad mediante el aparato coercitivo del
estado. Este se presenta siempre como el “universal” es decir, como el
representante de los intereses de la sociedad toda pero en realidad,
desde el punto de vista marxista, oculta que representa los intereses de
la clase propietaria que asegura y legitima, por esa vía, su dominación
política. Sin embargo, esto no implica (o al menos, no en la Europa de
mediados del siglo XIX que miraba Marx) que la burguesía detente el
poder político del estado de manera directa; puede ocurrir (como de
hecho ocurre en Francia en ese momento) que la clase capitalista deba
ceder el ejercicio del poder del estado (gobierno) a una figura
monárquica. Lo importante en definitiva, es que el estado marxista
supone que se mantiene la dominación de una clase sobre otra sobre la
base de la propiedad privada de los medios de producción y, por esta
vía, de la apropiación del producto del trabajo ajeno impago (o plusvalía)
de la clase no propietaria que vive de la venta de su fuerza de trabajo
(proletariado o clase obrera). Esta dominación de clase, se produce y
reproduce combinando, en términos gramscianos, la fuerza y el
consenso (hegemonía). Se puede apreciar aquí, un punto de similitud
con Rousseau en el sentido de que, al igual que éste, en la perspectiva
marxista el estado moderno o burgués no tiene legitimidad alguna y, por
tanto, puede y debe ser superado.
El estado burgués y, en términos mas generales, la sociedad burguesa,
encierran las condiciones materiales concretas para su superación. En
los intereses del proletariado se encuentran los intereses universales en
la medida en que, de acuerdo a Marx y Engels, la emancipación social
de éste significa la emancipación de la sociedad en su conjunto. Para el
logro de tal objetivo, los proletarios deben, por medio de la vía
revolucionaria, tomar el poder del estado para abolir la propiedad
privada de los medios de producción (es decir socializarlos) para de este
modo, terminar con la sociedad de clases. Una vez llegada esta instancia
el estado desaparece porque no tiene razón de ser, ya no debe cumplir
el fin para el cual surge históricamente: producir y reproducir la
dominación de una clase sobre otra.
Una segunda forma de entender el estado marxista o de interpretar la
concepción marxista del estado, es la de ver en el estado moderno, no al
representante político de una u otra clase sino, y desde una perspectiva
mas materialista, al representante político del capital total de la
sociedad. Esto supone pensar que el estado moderno fija y establece
las condiciones políticas generales que garantizan la acumulación de
capital o, en palabras de Engels, se ocupa de “defender las condiciones
exteriores generales del modo de producción capitalista” . Desde este
punto de vista, el estado se presenta como algo exterior tanto a la clase
obrera como también, aunque quizás no del mismo modo, a la clase
capitalista. Esto es: el estado se presenta como una forma de voluntad
exterior y objetiva al capitalista individual y al obrero individual, así
como también a la clase capitalista y a la clase obrera, cuyo contenido
consiste en asegurar que la acumulación de capital no se detenga. El
garantizar las condiciones políticas para la acumulación de capital, lleva
a que muchas veces el estado, se presente también con una
“neutralidad” u “objetividad” en la contradicción u antagonismo entre la
clase propietaria y la no propietaria.
El estado capitalista no es la forma última o el “universal” en la
expansión de las fuerzas productivas sociales. Por el contrario,
pertenece a las relaciones sociales de producción que corresponden a
una etapa histórica, a un momento en el grado de desarrollo de tales
fuerzas productivas sociales. La superación del estado capitalista (y en
términos más generales, del modo de producción capitalista) trae
consigo la organización consciente del trabajo social es decir, del trabajo
humano libremente asociado (socialismo o comunismo) y, por
consiguiente, no mediado por la producción mercantil. Esto implica,
como condición necesaria, no sólo superar la explotación del hombre por
el hombre, cuya forma política es la dominación social de una clase
sobre otra, sino además (como condición suficiente) la superación del
trabajo humano alienado en el capital.
A modo de conclusión
¿Cuál es la verdadera concepción del ser y el deber ser del estado
moderno? O mejor dicho, ¿cuál es la concepción teórica que mejor nos
explica la naturaleza del estado moderno y su función histórico-social?
La respuesta a esta pregunta no es, a mi parecer, una cuestión menor
debido a que requiere adoptar un posicionamiento no solamente en el
plano teórico y conceptual (o del ser), sino también en el plano político.
Con esto quiero señalar que de acuerdo a la concepción de estado que
tengamos, resultará lo que demandemos de él, a la hora de pensar
nuestra acción política concreta.
Bibliografía
• Borón, A. (compilador). La filosofía política moderna. De Hobbes a
Marx. Buenos Aires: CLACSO, 2003
• Engels, F. Del socialismo utópico al socialismo científico en “Obras
Escogidas tomo VII”. Buenos Aires: Editorial Ciencias del Hombre, 1973
• Gramsci, A. Notas sobre Maquiavelo sobre la política y sobre el estado
moderno. Buenos Aires: Nueva Visión, 2001
• Hegel, G. W. F. Fundamentos de la filosofía del derecho. Buenos Aires:
Ediciones Siglo Veinte
• Hobbes, T. Leviatán. Mexico: Fondo de Cultura Económica
• Locke, J. Segundo tratado sobre el gobierno civil. Argentina: Ediciones
Libertador, 2004
• Marx, K. Las luchas de clases en Francia, de 1848 a 1850. Buenos
Aires: Ediciones Luxemburg, 2005
• Rousseau, J. J. Discurso sobre el origen de la desigualdad de los
hombres. Argentina: Ediciones Libertador, 2006
• Rousseau, J. J. El contrato social. México: Editores unidos mexicanos,
1992
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