enseñanzas del papa francisco no. 109
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Enseñanzas del Papa Francisco. No.109
Enseñanzas del Papa Francisco. No.109
El 17 de junio dijo en parte de su catequesis referente a la familia:
...La muerte es una experiencia que concierne a todas las
familias, sin ninguna excepción. Es parte de la vida; sin
embargo, cuando toca a los afectos familiares,
la muerte no nos parece jamás natural. Para los padres,
sobrevivir a los propios hijos es algo particularmente
desgarrador, que contradice la naturaleza
elemental de las relaciones que dan sentido a la familia misma. La pérdida de un hijo o de una
hija es como si detuviera el tiempo: se abre un abismo que traga el pasado y también el
futuro.
La muerte, que se lleva el hijo pequeño o joven, es una
bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor
alegremente entregados a la vida que hemos hecho
nacer. ...La muerte toca y cuando es un hijo toca
profundamente. Toda la familia queda
paralizada, enmudecida. Y algo similar sufre el niño que se
queda solo, por la pérdida de un padre, o de ambos.
Esa pregunta: “¿dónde está papá?” “¿Dónde está mamá?” – Está en
el cielo. “¿Pero por qué no lo veo?” Esta pregunta que cubre una angustia en
el corazón del niño o la niña. Se queda solo. El vacío del abandono que se abre
dentro de él es aún más angustiante por el hecho que no tiene ni siquiera la experiencia suficiente para
“dar un nombre” a aquello que ha sucedido. “¿Cuándo vuelve papá?”
“¿Cuándo vuelve mamá?” ¿Qué se responde? Y el niño sufre. Y así es la muerte en familia.
En estos casos la muerte es como un agujero negro que se abre en la vida de las familias
y a la cual no sabemos dar explicación. Y a veces, se llega incluso a dar la culpa a Dios.
Pero cuánta gente – yo los entiendo – se enoja con Dios, blasfema: “¿Por qué me has quitado el hijo, la hija? ¡Dios no está, no existe! ¿Por
qué hizo esto?”.
Tantas veces hemos escuchado esto. Pero esta rabia es un poco aquello que viene del corazón, del gran dolor. La
pérdida de un hijo o de una hija, del papá o de la mamá es un gran dolor. Y esto sucede continuamente en las familias. En estos casos, he dicho,
la muerte es casi como un agujero.
Pero la muerte física tiene “cómplices” que son aún
peores que ella y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en
resumen, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace todavía más dolorosa e injusta.
Los afectos familiares aparecen como las víctimas predestinadas e indefensas de estas potencias auxiliares
de la muerte, que acompañan la historia del hombre.
Pensemos en la absurda “normalidad” con la cual, en
ciertos momentos y en ciertos lugares, los eventos que agregan horror a la muerte son provocados por el odio y
por la indiferencia de otros seres humanos. ¡El Señor nos libere de acostumbrarnos a esto!
En el pueblo de Dios, con la gracia de su compasión donada en Jesús,
tantas familias demuestran, con los hechos, que la muerte no tiene la última palabra y esto es un
verdadero acto de fe. Todas las veces que la familia en el luto
– incluso terrible – encuentra la fuerza para custodiar la fe y el amor que nos unen a aquellos que amamos, impide a la
muerte, ya ahora, que se tome todo.La oscuridad de la muerte debe ser afrontada con un trabajo
de amor más intenso.
"¡Dios mío, aclara mis tinieblas!”, es la invocación de la liturgia de la tarde. En la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de aquellos que el Padre le ha confiado, nosotros podemos
sacar a la muerte su “aguijón”, como decía el apóstol Pablo
(1 Cor 15,55); podemos impedirle envenenarnos la vida, de hacer vanos
nuestros afectos, de hacernos caer en el vacío más oscuro.
En esta fe, podemos consolarnos unos a otros, sabiendo que el Señor
ha vencido la muerte de una vez por todas. Nuestros seres queridos no desaparecieron en la
oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura que ellos están en las manos
buenas y fuertes de Dios. El amor es más fuerte que la muerte. Por esto el camino es hacer crecer el amor, hacerlo más
sólido, y el amor nos custodiará hasta el día en el cual cada
lágrima será secada, cuando “no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor” (Ap 21,4).
Si nos dejamos sostener por esta fe, la experiencia del luto puede generar una más fuerte solidaridad de los vínculos
familiares, una nueva apertura al dolor de otras familias, una nueva fraternidad con las familias que nacen
y renacen en la esperanza.
Nacer y renacer en la esperanza, esto nos da la
fe. Pero yo quisiera subrayar la última frase del Evangelio
que hoy hemos escuchado. Después que Jesús trae de
nuevo a la vida a este joven, hijo de la mamá que
era viuda, dice el Evangelio:
“Jesús lo restituyó a su madre”.
¡Y ésta es nuestra esperanza!
¡Todos nuestros seres queridos que se han ido, todos el Señor los restituirá a nosotros y con ellos nos encontraremos juntos y esta esperanza no decepciona!
Recordemos bien este gesto de Jesús; “Y Jesús lo restituyó a su madre”.
¡Así hará el Señor con todos nuestros seres queridos de la familia!
Esta fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de las falsas consolaciones del mundo,
de modo que la verdad cristiana, citando lo que Benedicto XVI dijo:
“no corra el riesgo de mezclarse con mitologías de varios géneros cediendo a los ritos de la superstición, antigua o
moderna”.
Hoy es necesario que los Pastores y todos los cristianos expresen de manera más concreta el sentido de la fe en relación
a la experiencia familiar del luto. No se debe negar el derecho al llanto - ¡debemos llorar en el
luto! También Jesús “rompió a llorar” y estaba “profundamente
turbado” por el grave luto de una familia que amaba (Jn 11,33-37).
Podemos más bien tomar del testimonio simple y fuerte de tantas familias que ha sabido captar, en el durísimo pasaje de la muerte, también el seguro pasaje del Señor, crucificado y resucitado, con
su irrevocable promesa de resurrección de los muertos. El trabajo del amor de Dios es más fuerte del trabajo de la
muerte. ¡Es de aquel amor, es precisamente de aquel amor, que debemos
hacernos “cómplices” activos con nuestra fe!
Y recordemos aquel gesto de Jesús: “Y Jesús lo restituyó a su
madre”, así hará con todos nuestros seres queridos y con nosotros
cuando nos encontraremos, cuando la muerte será definitivamente vencida en nosotros.
Ella está vencida por la cruz de Jesús. ¡Jesús nos restituirá en familia a todos! Gracias.
El 19 de junio dijo en parte de su homilía: “Hay una cosa que es verdadera,
cuando el Señor bendice a una persona con las riquezas: lo hace administrador de aquellas riquezas para el bien común y para el bien de todos, no para el propio bien. Y no es fácil convertirse
en un administrador honrado, porque existe siempre la tentación de la avidez, de ser
importante”.
“El mundo te enseña esto y nos lleva por este camino.
Pensar en los demás, pensar que lo que yo tengo está al servicio de los demás y que nada de lo que tengo me lo
podré llevar conmigo. Pero si yo uso lo que el Señor me ha dado para el bien
común, como administrador, esto me santifica, me hará santo”.
La “lucha de cada día” que tiene como fin “el bien común”
porque “administrar la riqueza es un despojarse continuamente del propio interés y no pensar que estas
riquezas nos darán la salvación”.
“Las riquezas tienen la tendencia a crecer, a
moverse, a tomar el lugar en la vida y en el corazón
del hombre”. Pero si su única motivación
es la acumulación de bienes,
las riquezas le invadirán el corazón y se convertirá en
“corrupto”. Y al contrario, si se usan para los demás, para el
“bien común” se salva el corazón.
“Acumular es precisamente una cualidad del hombre” y “hacer las
cosas y dominar el mundo también es una misión”. “Esta es la lucha de cada día: cómo administrar las
riquezas de la tierra bien, para que estén orientadas al cielo y se
conviertan en riquezas del cielo”.
Comentando el Evangelio, en el pasaje en que Jesús
enseña a los discípulos que “donde está tu tesoro, allí estará también tu
corazón”, “no acumulen para ustedes
tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre
destruyen, y donde los ladrones penetran y roban; acumulen en cambio para
ustedes tesoros en el cielo”.
“En la raíz” de la acumulación “está el deseo de seguridad”.
“Al final estas riquezas no dan la seguridad para siempre.
Es más, te llevan abajo en tu dignidad. Y esto en la familia:
tantas familias divididas. También en la raíz de las guerras está esta ambición,
que destruye, corrompe. En este mundo, en este momento, hay tantas guerras por avidez de poder, de
riquezas. Se puede pensar en la guerra en nuestro corazón”.
“‘¡Estén lejos de toda concupiscencia!’. Porque la
avidez va adelante, va adelante, va adelante… Es un paso, abre la puerta: después viene la vanidad -
creerse importantes, creerse poderosos- y,
en fin, el orgullo. Y de ahí todos los vicios,
todos. Son peldaños, pero el
primero es éste: la avidez, el deseo de acumular riquezas”.
...“Por nuestra parte, todos los días debemos preguntarnos: ‘¿Dónde está tu tesoro?, ¿en las
riquezas o en esta administración, en este servicio para el bien común?”.
“¡Es difícil, es como jugar con el fuego!. Porque “muchos tranquilizan su propia conciencia con la limosna y dan lo
que les sobra a ellos. Ese no es administrador: el administrador toma para sí de
lo que sobre y, como servicio, da todo a los demás”.
En definitiva, “administrar la riqueza es un despojarse continuamente del propio interés y no pensar que estas riquezas nos darán la salvación. Acumular sí, está bien; tesoros sí, está bien, pero aquellos que tienen precio en
la ‘bolsa del Cielo’. ¡Allí, acumular allí”.
El 19 de junio dijo: “¡Cuánto dolor! ¡Cuántas víctimas inocentes! Frente a todo ello parece que los poderosos de este mundo sean
incapaces de encontrar soluciones”, se refirió con estas palabras a la terrible persecución que continúan sufriendo los cristianos en Oriente
Medio, sobre todo en Siria e Irak, por el autodenominado grupo terrorista Estado Islámico (ISIS).
El testimonio de los mártires
y su sangre “es semilla de la unidad
de la Iglesia e instrumento de
edificación del reino de Dios, que es reino de paz
y justicia”....“Recemos juntos por las
víctimas de esta violencia brutal y de
todas las situaciones de guerra en el mundo....
“Pidamos al Señor la gracia de estar siempre dispuestos a perdonar y de ser artífices de
reconciliación y de paz. Esto es lo que anima el testimonio de los
mártires. La sangre de los mártires es semilla de la
unidad de la Iglesia e instrumento de edificación del reino de Dios,
que es reino de paz y justicia”.
“En este momento de tensión y el dolor” se refuercen
“aún más los lazos de amistad y fraternidad entre la Iglesia católica y la Iglesia sirio-ortodoxa”.
“Apresuremos nuestros pasos en el camino común, manteniendo los ojos fijos en el día en que podamos
celebrar nuestra pertenencia a la única Iglesia de Cristo alrededor del mismo altar de sacrificio y alabanza.
Intercambiemos los tesoros de nuestras tradiciones como dones espirituales, porque lo que nos une es muy
superior a lo que nos divide”.
El 19 de junio dijo a miembros de la Federación Bíblica Católica en discurso: ...“Para poder anunciar la palabra de verdad,
hemos tenido que hacer nosotros mismos la experiencia de la Palabra:
haberla escuchado, contemplado, casi tocado con nuestras manos”.
La necesidad de anunciar esta Palabra y de ayudar a que la gente se encuentre con Cristo. ¿Cómo hacerlo?
Tomando la Palabra y venerándola, leyéndola, escuchándola, anunciándola, predicándola, estudiándola
y difundiéndola. Que exista “una preocupación real por el encuentro personal con Cristo que se comunica con nosotros en su Palabra”.
...Ellos son “el pueblo adquirido por Dios para anunciar su alabanza” y “deben en primer lugar, como sugiere Dei Verbum, venerar, leer, escuchar, anunciar, predicar,
estudiar y difundir la Palabra de Dios”.
Así, “la Iglesia, que proclama la Palabra cada día, recibiendo de ella su alimento e inspiración, se hace
beneficiaria y testigo excelente de la eficacia y la potencia inherentes a la misma Palabra de Dios”.
Sin embargo, “no somos nosotros, ni nuestros esfuerzos, sino el Espíritu Santo, que actúa a través de los que se dedican a
la pastoral y hace lo mismo en los que les escuchan, predisponiendo unos y otros a la escucha de la Palabra
anunciada y a la acogida del mensaje de vida”.
Hay lugares en el mundo donde la Palabra nunca ha sido proclamada o en los
que hoy día no es aceptada “como Palabra de
salvación”. En estos sitios “hay
lugares donde la Palabra de Dios se vacía de su
autoridad”.
“La falta del apoyo y de la fuerza de la Palabra lleva a un debilitamiento de las comunidades cristianas de antigua tradición y dificulta el crecimiento espiritual y el fervor
misionero de las Iglesias jóvenes”.
Ante esta realidad, “el mensaje corre el riesgo de perder su frescura y no tener el aroma del Evangelio”. Por lo tanto,
“sigue siendo válida la invitación a un fuerte esfuerzo pastoral para que emerja el lugar central de la Palabra de
Dios en la vida de la Iglesia, favoreciendo la animación bíblica de toda la pastoral”.
“Debemos asegurarnos de que en las actividades habituales de todas las comunidades cristianas, en las parroquias, en
las asociaciones y en los movimientos, haya una preocupación real por el
encuentro personal con Cristo que se comunica con nosotros en su Palabra, porque,
como enseña San Jerónimo, 'el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de
Cristo’”.
La misión de los “servidores de la Palabra”, es decir, obispos,
sacerdotes, religiosos y laicos, es
“promover y facilitar este encuentro,
que despierta la fe y transforma la vida;
por eso rezo, en nombre de toda la Iglesia, para que cumpláis vuestro
mandato: hacer que
'la palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo
gloria'‘ hasta el día de Jesucristo'”.
En Turín el 21 de junio en su homilía, dijo:
El amor de Dios “es un amor fiel, un amor
que recrea todo, un amor estable y seguro”.
Se trata, de “un amor que no
decepciona, que nunca viene a menos”.
...“Jesús encarna este amor, porque Él es Testimonio”. “Él no se cansa nunca de
querernos, de soportarnos, de perdonarnos, y así nos acompaña en el camino
de la vida”.
Cristo por amor “se ha hecho hombre,
por amor murió y resucitó,
y por amor está siempre a nuestro
lado, en los momentos buenos y en los
difíciles. Jesús nos ama
siempre, hasta el fin,
sin límites y sin medida”.
“La fidelidad de Jesús no disminuye ni siquiera ante nuestra infidelidad”, pues “permanece fiel, también
cuando nos hemos equivocado,
y nos espera para perdonarnos:
Él es el rostro del Padre misericordioso.
Aquí está el amor fiel”.
El amor de Dios: el que “recrea todo” y “hace nuevas todas las cosas”.
“Reconocer los propios límites, las propias debilidades, es la puerta que abre al perdón de Jesús, a su amor que puede
renovarnos en lo profundo, que puede recrearnos”.
Así, “la salvación puede entrar en el corazón cuando nos abrimos a la verdad y reconocemos nuestros errores, nuestros
pecados”.
Es entonces, cuando “hacemos esta preciosa
experiencia de Aquél que ha venido no para los sanos, sino para los enfermos,
no para los justos, sino para los pecadores”.
La prueba de esta vida nueva es “saber despojar de los vestidos usados y viejos
de rencores y de las enemistades para llevar la
túnica limpia de la mansedumbre,
de la benevolencia, del servicio a los otros, de la
paz del corazón, propia de los hijos de Dios”.
Refiriéndose al Evangelio en el que los discípulos se encuentran con Jesús en una barca y de pronto se
levanta un fuerte viento, “Él está junto a nosotros con la mano tendida y el
corazón abierto”.
Si hoy están agarrados a la roca que es el amor de Dios y cómo viven el amor de Dios. “Siempre existe el riesgo de olvidar
este amor grande que el Señor nos ha mostrado”. “También nosotros los cristianos corremos el riesgo de dejarnos
paralizar por los miedos del futuro y buscar seguridad en cosas que no pasan, o en un modelo de sociedad cerrada que
tiende a excluir más que a incluir”.
...“¿creemos que el Señor es fiel? ¿Cómo vivimos la novedad de Dios que todos los días nos
transforma?”. “El Espíritu Santo nos ayuda a ser siempre conscientes de este amor ‘rocoso’ que nos hace estables y fuertes en los
pequeños o grandes sufrimientos, nos hace capaces de no cerrarnos frente a la dificultad,
de afrontar la vida con valentía y mirar al futuro con esperanza”.
“También hoy en el mar de nuestra existencia Jesús es Aquél que vence las fuerzas del mal y las amenazas de
la desesperación”. “La paz que Él nos dona es para todos; también para tantos hermanos y hermanas que huyen de guerras y
de persecuciones en busca de paz y de libertad”.
En la Plaza Vittorio de Turín, en sus palabras previas al rezo del Ángelus hablando de la Virgen
María, dijo: “madre amorosa y premurosa hacia todos sus
hijos” a la que Jesús “ha confiado desde la cruz,
mientras se ofrecía a sí mismo en el gesto de amor más grande”.
“ícono de este amor es la Síndone, que también esta vez ha traído a tanta gente aquí, a Torino”. “La Síndone
(nos) atrae hacia el rostro y el cuerpo maltratado de Jesús y al mismo tiempo (nos) empuja hacia el rostro de
cada persona sufriente e injustamente perseguida”.
La Sábana Santa “nos empuja en la misma dirección del don de amor de
Jesús”.
En twitter dijo: La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez
más en un inmenso depósito de porquería.
Hemos de escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres
Culpar al aumento de la población y no al consumismo
extremo es un modo de no enfrentar los problemas.
Decir «creación» es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios.
La cultura del relativismo empuja a una persona a aprovecharse de otra
y a tratarla como mero objeto.
Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir.
#LaudatoSi
El amor de Dios es gratuito. Él no nos pide nada a cambio; sólo que lo acojamos
En la confesión, Jesús nos acepta con todos nuestros pecados para darnos un corazón nuevo, capaz de amar
como él ama.
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Servicio Gratuito. Que Dios te llene de
bendiciones.Y que permanezcamos
unidos en el amor a Jesús.
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