entre el medioevo y la modernidad la indeterminación ontológica del ser humano
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Entre el Medioevo y la Modernidad: Pico y la tesis de la indeterminación
ontológica del ser humano
Moisés Castillo Jiménez
UNAM, Facultad de Filosofía y Letras
Ciudad Universitaria, D.F.
2009
Índice
Introducción……………………………………………………………………………..3
Sobre el Renacimiento como Categoría historiográfica………………………..4
Sobre el pensamiento Renacentista como tensión ideológica………………..9
Pico y la tesis sobre la indeterminación ontológica del ser humano: un
referente de la Modernidad………………………………………………………….11
Conclusiones………………………………………………………………………….14
2
Introducción
“Un proceso natural es un proceso de acontecimientos, un proceso histórico es un proceso de pensamientos. Al hombre se le considera como el único ser sujeto a procesos históricos, porque se considera al hombre como el único animal que piensa, o [más bien] que piensa lo suficiente o con la suficiente claridad para hacer de sus actos la expresión de sus pensamientos”1.
La historia del pensamiento está llena de contrastes que ponen de relieve la
complejidad de los problemas a los que pretenden dar solución las reflexiones de un
tiempo. Si bien es posible mencionar alguna de éstas formas y manifestaciones en su
particularidad, como proceso concreto, no es posible entenderlos cabalmente sino en
su historicidad, como ligado a toda una tradición, que refleja las contradicciones y
controversias que dan origen a la reflexión misma. Una de éstas manifestaciones,
central para entender el proceso histórico de los últimos siglos en Occidente, es el
Renacimiento. Aunque parezca lo contrario, el tratamiento de éste periodo implica
problemáticas muy profundas, pero es posible decir que éste demuestra una particular
tensión entre la Edad Media y la Modernidad. Sin embargo, es posible encontrar
señales muy claras de la inminente consolidación de la Modernidad. El motivo de éste
trabajo es mostrar una de estas manifestaciones: la nueva concepción del ser humano,
como ente activo y transformador; para ello me referiré al pensamiento de una de las
figuras centrales del Renacimiento: Pico Della Mirándola y su tesis sobre la
indeterminación ontológica del ser humano.
1 R.G. Collingwood. Idea de la historia, p. 296
3
1) Sobre el Renacimiento como categoría historiográfica
La historia de occidente, como proceso global, se divide en al menos tres grandes
periodos: Antigüedad, Edad Media y Modernidad2. Cada momento histórico tiene sus
intereses y sus problemas específicos, así como sus dinámicas sociales, económicas,
políticas y culturales particulares. Aun cuando podamos diferenciar entre las
particularidades de uno y otro, caracterizando delimitaciones teóricas y contextuales
para diferenciarles, es imposible hacerlo aislándolos, como procesos unívocos, ya que
es imposible entender los problemas de una época sin rastrear los referentes a través
del devenir, ya para buscar sus orígenes o incluso para entender cómo es que éstos se
presentan en un contexto específico; los problemas de una época pueden heredarse a
otra, las discusiones del pasado persisten en el presente y las transformaciones
constituyen complejos procesos graduales. Es por ello que “el todo tiene relación con el
todo”, y por ello es que si se busca explicar un periodo recurrimos al antes y al después
para contrastar las señales que cada uno ofrece, y en la diversidad encontrar la
particularidad. Dado lo anterior, es posible darse cuenta que estas categorías generales
se obtienen buscando la similitud entre las manifestaciones propias de un tiempo y de
un lugar, que si bien no son monolíticas, forman una cierta unidad: por ejemplo, en la
2 Digo al menos tres, porque pese a que la historiografía clásica considera una edad prehistórica, que se extiende desde los primeros vestigios de actividad humana hasta la aparición de la escritura (lo cual se considera el punto de partida de la historia propiamente dicha), y por otro lado, que son cada vez más fre-cuentes las discusiones en torno a una edad posmoderna, que se ubica alrededor de la segunda mitad del siglo XIX al presente, y que pugna por estar considerada en dicha historiografía. Ambas nociones se encuentran con problemas profundos, ya que, en lo concerniente a la edad posmoderna, las discusiones aún continúan sin encontrar acuerdo en si debe hacerse de este proceso algo nuevo y distinto de la mo-dernidad, o hacer de él más bien un apéndice de aquella; por su parte, la edad “protohistórica”, se enfren-ta a críticas que aseguran que es una reducción arbitraria la de considerar la escritura como la única evi-dencia histórica, en el sentido de que hay evidencias vestigiales que se consideran propiamente como históricas y relevantes para el estudio de ésta disciplina, ya que reflejan pensamiento en niveles diversos, por lo que hablar de una prehistoria es un sinsentido. Me suscribo más a esta idea, y aunque está fuera de los límites de éste trabajo discutir estas cuestiones, hago esta anotación simplemente porque en el presente trabajo haré del pensamiento filosófico como una de sus manifestaciones, la evidencia que apo-ye la tesis del presente ensayo.
4
Antigüedad, en lo político y en lo social, existía una especie de identificación entre la
vida pública y el ámbito privado, que tenía como consecuencia que el individuo sólo
pudiera ser visto como subsumido en un todo social (la polis, el imperio…); muy
cercano a ello, en lo moral, persistía una poderosa intuición que hacía de la excelencia
moral sinónimo de virtud política, la cual era guiada por los valores propios de la
excelencia, como la valentía, la prudencia, la frugalidad etc.; en lo cosmológico domina
la idea de un Universo cerrado, que pone a la Tierra y al hombre en un lugar
privilegiado dentro de la creación, que entre otras cosas, exalta la favorecida capacidad
del ser humano para hacerse de la esencia de las cosas, y de acercarse a la divinidad.
Sin embargo, aún cuando estas categorías historiográficas generales sirven
como pauta que permite entender grandes lapsos de tiempo y numerosos procesos y
acontecimientos, no excluyen ni pretenden reducir la complejidad de un tiempo que si
bien puede entenderse como unidad, no deja de lado la diversidad de ésta dinámica red
de relaciones sociales. Es posible darse cuenta que si bien podríamos calificar a
algunos lapsos de “plenitud” en dichos periodos, en el sentido de que los rasgos
propios de la época se notan mucho más estables (por ejemplo, lo que se conoce como
“Alta Edad Media”), podemos además identificar momentos de transición y
consolidación, que representan parte aguas entre una época y otra y cuyo referente
histórico es crucial para la interpretación del pensamiento, la cultura y los ideales de los
contextos en estudio. Uno de estos momentos es el Renacimiento. Ubicado entre la
Edad Media y la Modernidad, es sin embargo, un fenómeno de una complejidad
peculiar, ya que fluctúa entre ambas épocas: las manifestaciones, y las ideas se
resisten a ser categorizadas, por un lado el Medioevo se resiste a ser dejado atrás, y
5
por el otro la Modernidad pugna por sobreponerse. Sin embargo, como se verá más
adelante, es posible ver en el Renacimiento el terreno fértil de muchos supuestos
centrales para la Modernidad, y que por ello superan al Medioevo.
Comenzaré caracterizando a grandes rasgos lo que se conoce como
Renacimiento, la importancia para ambas épocas y su relación con la consolidación de
la Modernidad sobre la Edad Media. Curiosamente, aunque se usa con frecuencia el
término “Renacimiento” para referir al periodo que se identifica con la plenitud de las
ciudades italianas entre los siglos XV y XVI d.C., para los historiadores es una difícil
tarea determinar con claridad y sin discrepancias que se define con dicho término:
“Es necesario prescindir, en lo que al Renacimiento se refiere, de una fórmula
simple capaz de explicarlo todo. Debemos abrir los ojos para aprisionar […] la
abigarrada multiplicidad y las contradicciones de las formas en que se manifiesta
[…] quien se empeñe en encontrar en él [el Renacimiento] una unidad absoluta del
espíritu susceptible de plasmarse en una forma única, jamás podrá llegar a
comprender esta época en todas sus manifestaciones. Es necesario sobretodo,
estar en condiciones de comprenderla en su complejidad, heterogeneidad, en sus
contradicciones, y saber enfocar de un modo plural los problemas que plantea. Si
esbozamos un esquema unitario a modo de red para aprisionar en ella a éste
Proteo, corremos el peligro de quedar envueltos nosotros mismos en sus mallas
[…] No, la investigación debe proyectarse más bien sobre las cualidades
específicas de la sociedad del Renacimiento, examinadas una por una3.”
3 J. Huzinga, “El problema del Renacimiento”, en Huizinga, El concepto de la Historia, México, 1946, pp. 147 y 154, apaud. Miguel A. Granada, “¿Qué es el Renacimiento? Algunas consideraciones sobre el concepto y el periodo, en El Umbral de la Modernidad: estudios sobre filosofía, religión y ciencia entre Pe-trarca y Descartes, p. 16.
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Sin embargo, aunque sea difícil referirse al periodo, sería un sinsentido que el
término, que representa un concepto significativo no sólo para el historiador, sino para
el filósofo, el artista o el escritor, se use con vaguedad: sólo un estudio estéril podría
surgir de semejante pretensión. Por lo que, aunque el objeto que busca atrapar el
concepto no pueda ser sometido a rigidez, es necesario definir al menos una pauta que
permita esclarecer la naturaleza de este fenómeno; el meollo no es la unilateralidad,
que como apunta Huzinga, lleva a reducciones arbitrarias, sino la búsqueda de algún
principio compartido, que en mayor o menor medida, se acople a la diversidad de
manifestaciones presentes en el fenómeno. En este sentido hay al menos una
constante presente en todo el periodo (que entre otras cosas podría traer como
consecuencia el que además de que refiera a un periodo, este término denote a su vez
a una corriente de pensamiento reformadora): entre la excentricidad y petulancia de la
emergente clase burguesa italiana, en medio de su pretensión de transformarlo todo a
partir de valores mundanos (como los valores de la vida política), no sólo se
manifestaba en sus primeras formas el inevitable nuevo orden con que el mundo
moderno se desarrollará, en estas sociedades floreció el espíritu combativo de una de
las formas del pensamiento más fecundas de toda la historia de Occidente: el
Humanismo.
Entre otras cosas, el término “Renacimiento”, proviene de la estrecha relación
que guarda éste periodo con la búsqueda de la restauración de la Antigüedad greco-
latina4, fundamentada en el estudio de las letras, la restauración de los valores de
virtud, el retorno de la filosofía antigua, principalmente el platonismo, y la búsqueda por
dejar atrás lo que la escolástica había preservado durante siglos. No sólo permeando al
4 Ibidem, p. 207
pensamiento filosófico se erigió la nueva corriente, las letras y las demás artes se
nutrieron de la riqueza de esta nuevo ideal: recuérdese, por ejemplo, la formación de la
Nueva Academia, la prominencia de autores con una nueva poética como Petrarca, la
imperante práctica mesiánica que vio florecer talentos de la talla de Miguel Ángel. En la
médula de todas éstas manifestaciones se pone de relieve la imperante necesidad de
dejar atrás todo aquello representaba la sombra de una edad oscura, y traer de vuelta
la herencia de una época mejor, necesaria para el progreso y la plenitud.
Como puede notarse, la definición del Renacimiento tiene como supuesto la
caracterización de aquello a lo que niega (como mencionaré más adelante, esta
negación no es categórica, ya que en cierta medida, el Renacimiento mantiene vivos,
pero a su manera, algunos de los valores centrales de la Edad Media), de donde se
obtienen los referentes necesarios para explicar la naturaleza de los problemas que
aquel busca tratar, ya que “las grandes categorías historiográficas tienen un origen
histórico y expresan polémicamente la conciencia o representación del pasado y el
presente de una de las partes en conflicto cultural e ideológico—aquella que triunfa e
impone sus criterios y representaciones—que cuaja en una imagen afortunada […] que
es la bandera ideológica de una de las partes—tras el triunfo cultural de esa parte
—en una categoría historiográfica permanente […] de la cual parece imposible
prescindir porque su ausencia privaría totalmente de transparencia al pasado
histórico e incluso comportaría la mutilación de nuestra propia autoconciencia.”5
Por lo que, para establecer un marco teórico apropiado para la definición del
Renacimiento, es necesario hablar de la Edad Media, periodo que le precede, y si bien
5 Ibidem, p. 188
no de todos las rasgos que le definen, al menos de los más emblemáticos, aquellos que
permitan deducir la personalidad del periodo renacentista.
2. Sobre el pensamiento Renacentista como tensión ideológica
La Edad Media se caracteriza como un periodo de cerca de 10 siglos (entre el V d.C. al
XV) posterior a la caída del Imperio Romano de Occidente y cuya culminación es
identificada con el colapso de Constantinopla. Sin embargo, aún cuando estos hechos
sirven de referencia, los umbrales de la época pueden extenderse o reducirse de
acuerdo a la interpretación. Pese a ello, hay rasgos sin los cuales este fenómeno no
podría ser entendido: por una lado, las relaciones sociales, económicas y políticas se
ceñían bajo el sistema feudal, lo que tenía como resultado la existencia de una
sociedad estamental, un sistema absolutista y centralizado en el que más que poder
real tenemos el auge del poder feudal, aunque en el fondo, este es cómplice de los
principios de aquel, y entre las expresiones del mismo tenemos el principio del derecho
divino, los linajes como única forma de acceder a la vida política, la falta de límites en el
ejercicio del poder lo cual traía consigo atropellos contra la esfera individual. Por otro
lado, el mundo estaba basado en la concepción Ptolemaico-aristotélica, con un
universo finito y geocéntrico, con su región supra lunar, eterna e incorruptible, en que se
encuentras las esferas celestes y estrellas, y una región sublunar determinada por el
cambio; la vida moral, que se deduce de ese sistema político, concebía un
determinismo inevitable, en que el individuo no puede hacer más que resignarse a lidiar
con el estado de cosas, ya que todo está preestablecido por designio divino, y al ser
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humano sólo resta asentir; todo esto, fundamentado por el pensamiento escolástico,
con su sistema Realista y teocéntrico.
Entre otras cosas, puede verse cómo es que todos estos supuestos tienen
consecuencias importantes: primero, la negación del individuo como un ente autónomo
y activo, capaz de forjar su propio devenir, lo que en términos sociales, negaba la
posibilidad de formar una conciencia histórica, entendida como la muestra discursiva
del devenir humano como capacidad transformadora de su propia realidad. El ser parte
de la totalidad y diluirse en ésta, supone la existencia de una determinación ontológica,
que respecto a la Edad Media, depende de la existencia del alma, como sustancia del
ser humano y fundamento de una naturaleza determinada: la racional; por otro lado, las
implicaciones metafísicas de estas concepciones involucran que esa sustancia debe
unirse al principio de todo que es Dios. Y en este punto es donde se presenta una de
las manifestaciones del “conflicto cultural e ideológico” que representa el Renacimiento
con respecto a las dos categorías historiográficas correferenciales a él: la Edad Media y
la Modernidad. Parte del proyecto de la Modernidad es el establecimiento de la
autonomía, la dignidad y el carácter protagónico del sujeto en todos los ámbitos de su
vida: siendo la pauta misma del conocimiento, fijando límites y alcances; en lo moral,
buscando autonomía y fundamentando la noción de agencia, estableciendo un nuevo
significado para la libertad, distinto al antiguo6 y contrapuesto al determinismo medieval
lo que a su vez, constituye el principio con el cual la conciencia histórica emerge para
guiar al hombre moderno; y el establecimiento de un nuevo Estado basado en el
binomio público-privado y la caracterización de sus límites; además de la caída del
6 La Libertad para el antiguo significaba la plenitud de la vida pública, guiada por los valores antes enun-ciados.
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sistema cosmológico de un universo finito, por uno abierto en el que la Tierra no es el
centro, y las leyes naturales se aplican a todos los cuerpos por igual, lo que entre otras
cosas, denota una nueva conciencia sobre las posibilidades humanas en su nuevo
lugar para el cosmos.
3. Pico y la tesis sobre la indeterminación ontológica del ser humano: referente
de la Modernidad
En el caso de Pico, esta preocupación por la condición de agencia del ser
humano, está reflejada en su tesis sobre la indeterminación ontológica del hombre,
según la cual, el ser humano ocupa un lugar privilegiado dentro de la escala ontológica
ya que le son propias todas las naturalezas. A todo ser en el mundo le corresponde una
naturaleza, que en general pueden ser divididas en dos categorías: una corruptible y
corporal y otra inteligible. Estas categorías se aplican a una escala ontológica que
refleja los niveles de perfección en el ser, donde la perfección depende de que tan
cerca se esté de la naturaleza inteligible: así Dios como único y perfecto, fuente de todo
bien, creador y fuente de esa naturaleza inteligible está a la cabeza de la escala;
después los ángeles, que son intelecto puro, después el hombre, en medio de la escala,
debajo los animales y al final de ella los vegetales. A cada uno corresponde una
naturaleza determinada, que depende de su posición en la escala: así Dios es la
perfección, los ángeles que son sólo mente, carentes de materia, les va una naturaleza
puramente intelectual; a los animales no humanos, corresponde una naturaleza
puramente sensitiva, destinada a satisfacer las pasiones y a las plantas únicamente una
vida nutritiva que consiste en crecer y mantenerse. Curiosamente, al ser humano, en la
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parte media de la escala, no corresponde una en específico, sino que, de acuerdo a su
voluntad, le es posible tener todas: “si ves a alguno entregado al vientre arrastrarse por
el suelo como una serpiente no es hombre ése que ves, sino planta. Si hay alguien
esclavo de los sentidos, cegado como por Calipso por vanos espejismos de la fantasía
y cebado por sensuales halagos, no es un hombre lo que ves, sino una bestia. Si hay
un filósofo que con recta razón discierne todas las cosas, venéralo:
es animal celeste, no terreno. Si hay un puro con templador ignorante del cuerpo,
adentrado por completo en las honduras de la mente, éste no es un animal terreno
ni tampoco celeste: es un espíritu más augusto, revestido de carne humana”7
Puede verse como esta idea renueva por completo la visión sobre la naturaleza
del ser humano, ya que, durante la Antigüedad y la Edad Media sólo podría
reconocerse como propia una sola naturaleza para definirnos. Sin embargo, las
dimensiones éticas de esta propuesta, si bien no se desprenden por completo de varios
supuestos centrales del periodo medieval—la preocupación por la reconciliación con lo
absoluto y la importancia del alma como principio de vinculación de lo particular con lo
universal—, el considerar la libertad como la sustancia del ser humano, como aquello
que define a éste, y además, dar a la particularidad de la experiencia —porque lo
importante es el individuo que en sus posibilidades tiene todo, y sin embargo, en la
renuncia encuentra virtud—se encuentra la fuente de toda práctica, de toda acción y no
en un determinismo, que relega cualquier acción concreta a la nada. En ello se
encuentra la fuente de la agencia moral, política e histórica, y en estas nuevas
7 Vid. Pico, Discurso sobre la dignidad del Hombre12
dimensiones ontológicas y antropológicas, se encuentra el germen de las
transformaciones que permearan a la Modernidad en su búsqueda por dejar atrás aquel
periodo medieval que el Renacimiento comenzó por transformar.
Conclusiones
Al principio de éste ensayo sugerí, que si bien es posible entender el
pensamiento de una manera puramente conceptual, no es posible considerarlo a éste
en todas sus dimensiones y potencialidades aislándolo del entorno que le vio nacer. En
éste sentido, el Renacimiento, y en éste caso, Pico, en sus luchas contra una ideología
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y un sistema, demuestran cómo es posible ver en la historia el reflejo del pensamiento
humano. Pico, no sólo toma partido en la discusión teorética, de elegir entre platonismo
o aristotelismo, sino que en el curso de la historia, se posiciona como un reformador y
conciliador, de las nuevas necesidades guiadas por los valores de antaño. Aún cuando
se encuentra transformando las concepciones de la Edad Media, les retoma y explorará
en nuevas posibilidades, que mantienen en tensión a dos épocas que se contraponen.
Bibliografía
Collingwood, R. G. Idea de la historia, edición, prefacio e introducción de Jan van
der Dussen; traducción de Edmundo O’Gorman, Jorge Hernández Campos, 3ª
ed. México, F.C.E. 2004
14
Granada, Migue Ángel. El Umbral de la Modernidad: estudios sobre filosofía,
religión y ciencia entre Petrarca y Descartes. Barcelona, Herder, 2000.
Pico della Mirandolla, Giovanni. Discurso sobre la dignidad del hombre. Prólogo
y traducción de Antonio Tulián. Buenos Aires, Longseller, 2003.
15
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