francia del siglo xix. en el tranquilo pueblecito de
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Francia del siglo XIX. En el tranquilo pueblecito de Beaufort empiezan asucedercosasextrañas.TodoellocoincideconelregresoaBeaufortdeIsabelle,unalavanderaquesemarchótiempoatrásenposdesuamor,unjovennoble.Ahoraellaestámuycambiada;apesardequeparecequehahechofortuna,vistedelutoyapenassaledesucasa.ParecequesuúnicaventanaalmundoesMijaíl,unenormeyextrañocriadomudoquelasirvecongranfidelidad.Queriendo resolver el misterio de Isabelle, Max, el joven gendarme delpueblo, empieza a investigar. Pero él es un hombre tranquilo y pacífico, ypuedequenoestépreparadoparaafrontarlaverdad…
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LauraGallego
LahijadelanocheePUBv1.0
8.10.13
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Títulooriginal:LahijadelanocheLauraGallego,2004.
ePubbasev2.1
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Elamornosdafuerzasparatareasimposibles.
PAULOCOELHO
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Capítulouno
LaseñoraBonnardsedetuvounmomentopararecuperarelaliento.Veníacorriendodesdelaplazaysucuerporechonchonoestabaacostumbradoasemejanteritmo.Sedisponíaareanudarsuapresuradacarreracuandooyóunavoztrasella:
—¡Régine!¡Régine!LaseñoraBonnard,algocontrariada,esperóaquelaseñoraLavoinellegaraasu
altura.—¿Dóndevastandeprisa,Régine?¿Novieneshoyalmercado?—Cómo,Marie…¿Aúnnolosabes?—laseñoraBonnardfingiósorpresa—.¿No
hasoídolanoticia?La señora Lavoine negó tímidamente. Sabía, como la que más, que la señora
Bonnardsiempreeralaprimeraenenterarsedetodosloschismes.Perolapequeñaysumisa señora Lavoine era demasiado ingenua como para darse cuenta de que,además,suamigadisfrutabadejandopatentelaignoranciadesusvecinasenmateriadenovedades,yqueleencantabaserlafuentedeinformacióndetodaslascomadresdeBeaufort. Por eso aceptó su papel en el juego de la señoraBonnard, por eso yporque tambiénellaquería saberquéeraaquello tan importantequehacía correryresoplarasuobesacompañera.
—No,¿dequésetrata?—Noloadivinarías…LaseñoraBonnardmiróalaseñoraLavoine,saboreandoelmomento.—Cuenta,cuenta…—¿Tedoyunapista?—¡Oh,Regine, no seasmala! ¡Sabes que no seme dan bien los acertijos! Por
favor,memuerodecuriosidad…La señoraBonnard pareció darse por satisfecha. Se llevaba bien con la señora
Lavoineporqueéstanosolíacuestionarsuautoridad.Ensulugar,laseñoritaDubois,e incluso la señoraBuquet, lehabrían respondidoconundesplante.Pero la señoraLavoineera laconfidenteperfecta:sabíaescucharsin interrumpir,ypor logeneral,creíatodoloquelecontaban.
La señora Bonnard sonrió. Reanudó la marcha calle arriba, a un ritmo máscalmado,ylaseñoraLavoineseapresuróacolocarseasulado.LaseñoraBonnardapoyólamanoenelbrazodesucompañera,enseñaldeconfianza.
—Marie, no vas a creerlo —comenzó, en un tono altamente apropiado paracompartir chismes; hizo una pausa muy teatral y la señora Lavoine la miró,expectante,perofinalmentelosoltó—:¡IsabellehavueltoaBeaufort!
LanoticianocausóelefectoquelaseñoraBonnardhabíaesperado.Suamigasemantuvoconelsemblanteinexpresivo.
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—¿Isabelle?—repitió.—Marie,porDios,nomedigasqueno recuerdasa Isabelle, la lavandera…¡Si
fueun escándalo!—la señoraBonnardpronunció estaúltimapalabra con fruición,comoquiensaboreaundeliciosomanjar.
ComenzóahacerselaluzenlamentedelaseñoraLavoine.—Isabelle…¿Lahuerfanita?—AquelladesvergonzadaquesefuedelpueblopersiguiendoalseñorLatour.—¡Ah,yarecuerdo!Éllaabandonó…—¿Quéesperaba?—dijolaseñoraBonnarddesdeñosamente—.¡Unjovendetan
buenafamilianoibaacomprometerseconunahijadenadiecomoella!—Eramuyjoven,pobrecriatura.Sehizoilusiones…—Eralobastantemayorcomoparasaberloqueesladecencia—zanjólaseñora
Bonnard,dispuestaaarrancarderaízcualquiersentimientodeconmiseraciónquelarecién llegada pudiese inspirar en su compañera—. Y en lugar de reconocerhumildementesuerrorytratardeenmendarse…¡Lamuygolfasefuetrasél,comounabusconacualquiera!¿Habríashechotúalgoasí,Marie?
—Bueno…,no.Tienesrazón,Regine—reconociólaseñoraLavoine.—Yahora,ellahavuelto.Jean-Michellahavistoenlaoficinadecorreoshaceun
momento…—¿Deveras?¿Ycómoestá?—Oh,Jean-Michelnomehadadomásdetalles.Yasabesqueloshombresnunca
se fijan en las cosas importantes. Pero imagino que vendrá vestida como unaandrajosa, igualquecuandosemarchó,yandaráporahí suplicandoasilo—dijo laseñoraBonnard.
—Isabelle…Quiénlodiría.Hanpasado…—…Cincoaños,amigamía.Ellatendríadieciséisodiecisietecuandosefue.No
sédóndevaaencontrartrabajo,laverdad.Despuésdeloquehizo,ydeldisgustoqueledioalpobrepadreRougier,ydelasuntodelamedalladeNicole…
—Perodijeronquenohabíasidoella…—¡Bah, bah, la gente hablamucho y no sabe lo que dice! Una bribona como
Isabelle, que deja la casa de su protector para perseguir a un joven noble, esmuycapaz de robar una medalla…, y dos también. Es lo que yo digo —prosiguió,recogiéndoselasfaldasparasubirafanosamenteunacuesta—,nadiequerráemplearladespuésdetodo.Yonolaadmitiríacomolavandera,nimuchomenoscomocriada.Esagolfa…¿YsiintentaseduciramiJerome?
—PerosiJeromeesunchiquillo.—TambiénIsabelleeraunachiquillacuandoengatusóalseñorLatour.¿Cómose
habráatrevidoavolveraBeaufort?Nomeimagino…Nollegóaterminarlafrase,porqueentonces,súbitamente,lapuertadeunacasa
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particular se abrió junto a las dos comadres, y de ella salió una figura menuda ydelgada, vestida de negro. Las dos se volvieron a la vez y retrocedieron un poco,instintivamente.
Era una mujer joven, pero parecía un fantasma. Su severo traje negro,complementadoconunsombreroyunveloquelecubríalapartesuperiordelrostro,le daba la apariencia de unamujer demayor edad.O tal vez no fuera eso, sino laextremapalidezqueseadivinabaensusemblante.
—¿I…Isabelle?—preguntólaseñoraLavoine,vacilante.Ellaapenassonrió.—Señora Lavoine. Señora Bonnard. Me alegro de volver a verlas —dijo
delicadamente.Pero no había alegría en su voz. Tampoco ironía. Era, simplemente, una voz
neutra, demasiado indiferente para la orgullosa señora Bonnard, que no estabaacostumbradaaquelaignorasen.
—Isabelle, querida.Quémaravilloso que te halles de nuevo entre nosotros.Hapasadomuchotiempo,¿cómotehaido?¿Encontrasteloquehabíasidoabuscar?—dijocontonoempalagoso.
Isabelle palideció aún más, si es que ello era posible. Cuando respondió, sinembargo,lohizosuavemente,sinalzarlavoz:
—Eso es cosa del pasado, señora Bonnard, y yo he vuelto a Beaufort con laintencióndeiniciarunanuevavida.
—Porsupuesto,porsupuesto—seapresuróadecir la señoraBonnard;echóunvistazo a la casadedonde acababade salir Isabelle—.Y…¿vas a trabajar para elseñorChancel,elnotario?
IsabelleesbozóunamediasonrisaindulgentequenogustóalaseñoraBonnard.Aquella criatura parecía dulce y frágil, pero tras el velo negro se distinguía
claramentelallamadedeterminaciónycarácterqueardíaensusojos.—LosasuntosquemetraenacasadelseñorChancelsonmásburocráticos,me
temo. Acabo de adquirir una pequeña propiedad a las afueras del pueblo, y serequieren muchos documentos… Y ahora, si me disculpan…, ha sido un placervolveraverlas,perotengotodavíamuchoporhacer.
Se separó de las dos consternadas comadres con un elegante movimiento.Ningunadelasdospudodecirnada.LaseñoraLavoineteníalosojosabiertoscomoplatos, y la señora Bonnard había olvidado cerrar la boca hacía rato. Isabelle sevolvióunmomentohaciaellasycomentó,comodeformacasual:
—¡Ah, lo olvidaba! SeñoraBonnard, dele recuerdos a Jerome demi parte, ¿lohará?
Lasdosmujeressequedaronplantadasunbuenrato juntoa lacasadelnotario,incluso después de que la negra figura de Isabelle hubiese desaparecido tras una
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esquina.Sólolassacódesuestuporelchasquidodeunapuertaalabrirse,lamismaquemomentosanteshabíadejadosaliralajovenIsabelle.
—¡Régine,Marie!—susurróunavozapremiante—.¿Lahabéisvisto?Ambasreaccionaronysevolvieronhacialapuerta,dondeseasomabaunamujer
demediana edad, alta y huesuda, cuyos ojos brillaban desde detrás de unas lentesredondas,queledabanunaciertaaparienciadebúho.SetratabadeElaineChancel,laesposadelnotario.
—Era Isabelle, ¿verdad? —pudo decir la señora Lavoine—. La huerfanita, lalavandera.LahijadeChristineyno-se-sabe-quién.
—Lamisma—confirmólaseñoraChancel,conunenérgicoasentimiento—.Sóloquenocreoquevuelvaalavaruntrapoensuvida.
—No—reconoció la señora Bonnard, algo confusa—. ¿Habéis visto qué trajellevaba?¡Erasoso,perodeterciopelopuro!¡Debedehaberlecostadounafortuna!
LaseñoraChancelnegóconlacabeza.—Noparaella—dijo—.Puedepermitirseesoymuchomás,yloextrañoesque
novayavestidaalaúltimamodadeParís.LasdoscomadressevolvieronhaciaElaine,interesadas.—¿Porquédiceseso?—Puesporqueacabadecomprar,comosinada,lamansiónGrisard.Esta última revelación fue demasiadopara la señoraBonnard.Abrió y cerró la
bocavariasvecesyensusmejillasaparecierondosbrillantesrosetones.—¿Yparaquéquerráeseviejocaserón?—sepreguntólaseñoraLavoineenvoz
alta.—¡Perosi…!—pudodecirlaseñoraBonnard—.¡Peronoesposible!—Esomismopenséyo.Peromiesposodicequeestántodoslospapelesenregla.Hubounbreveytensosilencio.—¿Creéisqueella…?—empezólaseñoraLavoine.—¿…LogrócazaralfinaljovenLatour?—completólaseñoraBonnard.—Porloquesé,laseñoritaIsabellesiguesoltera—informólaseñoraChancel—.
Nosesabededóndeprocedesucuantiosafortuna.Talvezunaherencia…—¡Peroellanoteníaanadie!¡Sumadremurióaldarlealuz!LaseñoraChancelseencogiódehombros.—Nosabemosmás,Régine.—Pero ¿por qué querría comprar la mansión Grisard? —insistió la señora
Lavoine—.Eselegante,sí,yfuelujosaensudía,perollevadécadasdeshabitada.Yestátanlejosdelpueblo,tanaislada…
—Siemprefueunamozarara—gruñólaseñoraBonnard.—En cualquier caso, Régine, ahora ya no es una «moza», sino «la señorita
Isabelle».Diossabecómohabráhechofortuna…—dijolaseñoraChancel.
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—Ni Dios querrá saberlo, te lo garantizo. No era más que una mujerzuela, ysiempre será una mujerzuela, por muy señorita que se considere y muchos traposfinosquegaste—rezongósuamiga.
—¿Porquévestirádeluto?—sepreguntólaseñoraLavoine,másinteresadaenelmisterioqueenvolvíaelretornodeIsabellequeenunirsealasmurmuracionesdesuamiga.
Denuevo,laseñoraChancelseencogiódehombros.MuchotiempodespuésdequelaseñoritaIsabellesehubieseretiradoasunuevo
hogarenlamansiónGrisard,lascomadresseguíanhablandodeella,preguntándoseporquélaantigualavanderahabíavueltodelpasado,comounoscuropájarodemalagüero,paraalterarlatranquilayaburridarutinadeBeaufort.
Efectivamente,durantelossiguientesdíashubonovedadesenelpueblo.Isabellehizorehabilitar lamansiónGrisard,peronocontratóparaellooperariosdelazona,sinoque,porloquesedecía,loshabíatraídodeParís.Cuandoseinstalóensunuevacasa,lohizosola,aexcepcióndeunenormecriadoquenuncahablaba.Susbruscosmodos,sugestoadustoysuextrañoaspecto(sucabelloeracompletamenteblanco,apesardesujuventud)inspiraronalprincipionopocassuspicaciasentreloshabitantesdeBeaufort,peroterminaronporacostumbrarseaél,porqueloveíantodoslosdíasen el pueblo, haciendo la compra para la señorita Isabelle. Todos los tenderos ycomerciantesdellugaracabaronporconocerleyporentenderlecuandogesticulabayseñalaba el género para pedir lo que quería comprar. Tampoco sabía escribir. Loúnicoqueeracapazde trazarenunpapeleran lasseis letrasdesunombre:Mijaíl,nombre que las gentes de Beaufort no habían oído nunca, y por tanto, no sabíanpronunciar.De todosmodos,alenormecriadonoparecíamolestarleoír sunombrechapurreadoalafrancesa,yenseguidasehabituóaello.
Así,mientrasenBeaufortcomenzabanaconoceryapreciaraMijaíl,suama,laseñoritaIsabelle,permanecíaenlasombra.Desdeeldíadesullegadanadiemáslahabía visto.Y como resultaba inútil preguntar por ella aMijaíl, fue inevitable quevolviesenacorrerrumores.
—¿Quéclasedeseñoritanotienenisiquieraunadoncellaencasa?—comentólaseñoraChancelunatardequetomabaneltéconlaseñoraLavoine.
—Esunanuevarica—sentenciólaseñoraBonnard,sinlograrocultarsuenvidia—.Lafortunalevienegrande.
—Perolosnuevosricossiemprealardeandesufortuna.Ellossonlosprimerosenbuscarsenouna,sinocuatroocincodoncellas,unejércitodecriadosyhastacarruajeparticular.
—Pues amíme parece que comprar lamansiónGrisard es un buen alarde denuevorico—intervinolaseñoraBuquet,quien,apesardeserlaesposadelalcalde,nopodíapermitirsetenermásqueunacocinerayunadoncella.
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—Pero ¿no os parece raro que no salga nunca de esa vieja mansión? Y eseextrañocriadoquenohabla…—añadiótímidamentelaseñoraLavoine.
—¿Quéquieresdecir,Marie?—Veréis.Yocreoqueestáenferma—laseñoraLavoinebajólavoz—.Poresose
pasaeldíaencerrada.Seguroquehacontraídotuberculosiso…—Tonterías—cortóautoritariamentelaseñoraBonnard—.Siestuviesetísica,se
habríabuscadounhotel en la costa.Es loquehacen todos.Oen lamontaña.HaybuenossanatoriosenSuiza.
Hubo un breve silencio, durante el cual sólo se escuchó el tintineo de lascucharillas removiendoel té.Lascuatrocomadressehabíandadocuentadeque laquinta mujer asistente a la reunión todavía no había dicho nada, cosa que no erahabitual en ella. Esta quinta mujer era la señorita Dubois, una anciana de fuertecarácter que, aunque no se había casado nunca, gozaba de una gran autoridad enBeaufort.
—Escuchad,ospropongounacosa:¿porquénovamosahacerleunavisita?—dijoentonceslaseñoritaDubois,rompiendosusilencio.
Cuatroparesdeojoslamiraronconestupor.—¿Aquién?¿AIsabelle?—bufólaseñoraBonnard.—Claro,Régine,¿aquiénsino?—replicólaseñoritaDubois,cáusticamente—.
Setratadedarlelabienvenidaalpueblo.Podemosllevarleobsequios.Yohepensadoen regalarle una cesta demanzanas demi huerto.Marie puede hacer uno de esospastelessuyostandeliciosos.Elaine,lasrosasdetujardínestán…
—Pero¿paraquévamosahacerleregalosaesafulana?—¡Ah, Régine, sé más perspicaz! —la riñó la señora Chancel, la esposa del
notario—.Setratadeunaexcusaparairaverlacasa,¿entiendes?Pero miró a la señorita Dubois de reojo, para ver si había acertado con la
intencióndesupropuesta.—Evidentemente—asintióella,paraaliviode la señoraChancel—. Isabelleno
será tan descortés como para dejarnos en la puerta. Así veremos cómo vive ypodremoscomprobarsi,enefecto,estáenfermaoessólounajovencitaextravagante.
—Lo malo es que la mansión Grisard está muy lejos —se quejó la señoraLavoine,queerapequeñayfrágil—.Seráunalargacaminata…
—Sinembargo,Sophietienerazón,deberíamosir—dijolaseñoraBuquet,llenade remordimientos; se tomaba muy en serio su papel de esposa del alcalde, y seconsideraba responsable de las relaciones sociales de la alcaldía con todos loshabitantesdeBeaufort,oalmenos,con losmás influyentes—.Deberíamoshaberledadolabienvenidahacetiempo…
LaseñoritaDuboisasintióenérgicamente:—EntoncesMartineyyoiremosaveraIsabelle.Amínomeasustacaminar.
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—Tampocoamí,Sophie—serebelólaseñoraBonnard—.Osacompañaré.LosojosdelaseñoraChancelbrillarontrassuslentes.—¡Ah, no penséis que vais a divertiros sin mí! No me perdería por nada del
mundolaoportunidaddeaveriguarquéescondelapequeñaIsabelle.LascuatrosevolvieronentonceshacialaseñoraLavoine.—¿Quédices,Marie?Ellasuspiró.—Deacuerdo,iréconvosotras.Ypodéiscontarconesepastel.
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Capítulodos
Díasdespués, lascincomujeresenfilaronporelcaminoqueconducíaa lamansiónGrisard, hablando animadamente. La señora Lavoine tenía razón: era un largorecorrido.LaincansableseñoritaDuboisibaencabeza,apesardesuavanzadaedad,ylaseñoraLavoinecerrabalamarcha.Caminabaensilencio,sujetándoseelchal,quele resbalaba sobre los hombros, porque había olvidadoponerse un broche antes desalirdecasa.Juntoaellaavanzaba laseñoraBonnard,sudandoyresoplandocomounalocomotora;sinembargo,todavíalequedabaalientoparacontarcontodolujodedetallesa laseñoraLavoine, laúnicaqueparecíadispuestaaescucharla,quehabíadescubiertoquelahijadelcarniceroseveíaaescondidasconelchicodelaherrería.
Delante de ellas caminaban la señora Chancel y la señora Buquet. La primeraportaba una cesta con un ramo de rosas recién cortadas de variados colores; lasegundallevabaunjuegodepañuelosbordadosprimorosamenteconmotivosfloralesyla«I»deIsabelle.
LaseñoritaDuboisnosedetuvohastaquelamansiónGrisardaparecióantesusojosaldoblarunrecodo.Entonceshizounaltoenelcaminoparacontemplarla,congranaliviodelaseñoraBonnard.Lascincocontemplaronelviejocaserón.
—No parece que hayan hechomuchasmejoras, ¿verdad?—comentó la señoraBuquet,expresandoenvozaltalospensamientosdetodas—.Almenospodríanhaberpintadolafachada…
—Talveznoseatanricadespuésdetodo—rezongólaseñoraBonnard.—Oquizá sehayaquedado sindinerodespuésde comprar la casa—apuntó la
señoraBuquet.—Pues amí esa casame damala espina—comentó la señoraLavoine en voz
baja.—Tonterías—zanjó la señorita Dubois—. Si a mí me dieran miedo las cosas
viejas,saldríahuyendocadamañanaalmirarmealespejo.¡Andando,señoras!YlascincoreemprendieronlamarchahacialamansiónGrisard.Notardaronenllegarasudestino,peroelpanoramaconqueseencontraronno
resultabamuyalentador.Descubrieronqueeljardínparecíatanabandonadocomoelrestodelacasa,ylaseñoraChancel,cuyasrosaseranenvidiadasportodoBeaufort,contempló apenada el magnífico ramo que le llevaba a aquella joven que,aparentemente,noapreciabalomásmínimolajardinería.
Elterrenoquerodeabalacasaestabainvadidopormatojosymalashierbas,ylaesposa del notario descubrió con desagrado algunas matas de plantas tan pocoornamentalescomocicuta,matalobos,ajenjoyespeciespeores.Separóaexaminarlos raquíticos rosales silvestresquecrecían junto a lapuertaybajo lasventanas,ymoviólacabezatristemente.
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Aqueljardínparecíaunaselvasalvaje.FuelaseñoraBonnardquien,conautoridad,descargólaaldabasobrelapuerta.Esperaronunbuenrato.—Mejorvámonos—susurrólaseñoraLavoine,temerosa.—Tienequeestarencasa—murmurólaseñoraBuquet.LaseñoraBonnardllamódenuevo.Enestaocasiónoyeronpasos;sólo laseñoraLavoineadvirtióquese tratabade
pasosdemasiadopesadosparaperteneceraIsabelle,peronoseatrevióahablar.Lasotras cuatro prepararon sus sonrisas y mostraron sus cestas mientras la puerta seabría…
Laluzbañóunafiguraenorme,imponenteysombría.LaseñoraLavoinenopudoevitarloygritó.
Enseguida sedio cuentade suerror.Se tratabadeMijaíl, el criadomudode laseñorita Isabelle.Y aunque todas ellas lo habían visto alguna vez en el pueblo, elgigantónpresentabaunaspectobastantemástétricoalalánguidaluzdelatarde.
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La señora Buquet consideró que ella, como esposa del alcalde, era larepresentantedeaquellacomitiva,demodoquesearmódevalorydijo:
—Buenas tardes, Mijaíl, ¿está la señorita Isabelle en casa? Hemos venido devisita.
Elmayordomo,quenoibavestidocomotal,observóalaseñoraBuquetyselaquedómirandounmomentó.Despuésemitióunsonidoquepodríainterpretarsecomoungruñidodeasentimientoycerrólapuertadegolpe.
Cuando las cinco se hubieron recuperado de la sorpresa, la señora Buquetexclamó,disgustadísima:
—¡Pero…pero…quégrosero!La señoritaDubois,muy pálida, asentía solemnemente, y la señoraChancel se
habíaquedadosinhabla.—Vámonos—sugiriólaseñoraLavoine.—Desde luego —convino la señora Buquet—. ¡Cuándo se lo cuente a mi
marido…!Las cinco dieron la espalda a la casa y se recogieron las faldas para bajar las
escaleras;peroentoncesoyerontrasellaselchasquidodelapuertaalabrirse,yunavozfemenina,suaveyeducada,lespreguntó:
—¿Puedoayudarlesenalgo?Se volvieron las cinco a una, y vieron a Isabelle contemplándolas desde la
entrada.La joven llevaba un sencillo vestido oscuro; en esta ocasión pudieron verle el
rostro, hermoso, como ellas lo recordaban, peromarcado por la huella demuchaspenalidades.LapieldeIsabelleestabaextremadamentepálida,ysuslabiosparecíanresecosyagrietados.
Profundasojerasenmarcabansusojos,iluminadosporunextrañobrillofebril.LaseñoraBonnardnosedejóconmover.—¡Señorita Isabelle! ¡Su… su… bruto criado nos ha cerrado la puerta en las
narices!—Les pido disculpas —dijo ella suavemente—. Mijaíl no sabe todavía cómo
tratar a lasvisitas, peronopretendía echarlas.Simplemente, subió a avisarme.Lesruegoperdonensusrudosmodales.Lesaseguroquehablaréconélalrespecto.
Yamáscalmada,laseñoraBonnardfueaañadiralgomás;perolaseñoraBuquetnoestabadispuestaaquesuamigalerobaseelprotagonismoqueellamerecíaporserlaesposadelalcalde,demodoqueseapresuróahablar:
—Señorita Isabelle, hace tiempoquedeseábamosdarle la bienvenida al puebloquelavionacer,peronohemostenidolaoportunidad,yaquenuncaselaveporelmercado, ni tampoco por la iglesia—dijo esto en tono más bajo, como si no seatrevieraapensarlosiquiera—.Nospreguntábamossinoestaríaustedenferma,ynos
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hemos tomado la libertad de venir a visitarla, puesto que su…Mijaíl… no podíacontarnosnadaacercadeusted.
—Seloagradezco,señoraBuquet,peromeencuentroperfectamente—suaspectodesmentíasuspalabras,ylaseñoraLavoineylaseñoritaDuboiscruzaronunamiradasignificativa—. Y lamento que hayan hecho ustedes el viaje en vano; en estosmomentos,nopuedorecibirlas.
—¡Pero,señoritaIsabelle,hemoshechounalargacaminatadesdeelpueblo!—Losé,ynosabenustedescuántololamento;perolacasaapenastienemuebles,
ynopodríaofrecerlesasientoatodas.Compréndanlo:nuncavienenadieavisitarme.—Lehemostraídoregalosdebienvenida—dijo laseñoraLavoinecon timidez,
mostrándolelacestaenlaquetraíaelpastel,cubiertoporunpaño.UndestellodecaloriluminóbrevementelosojoscansadosdeIsabelle.—¡Oh,quéamables!Peronopuedoaceptarlos,nodespuésdelomalquemehe
portadoconustedes…Sinopuedoofrecerlesniunasilla,¿cómovoyaquedarmeconsusregalos?¡Nolosmerezco!
—Ande, niña, no sea usted ridícula—zanjó la señoritaDubois—.Si no quiererecibirnos, dígalo claramente, pero no ponga excusas tontas, que no nacíprecisamenteayer.
—Noesunaexcusa,señoritaDubois,eslaverdad.Soyunamujersencilla,comotodas ustedes saben, y poco dada a la vida social. La casa apenas está amuebladaporquenoloconsiderénecesario,yaqueyomearregloconpocacosa.Además,nolacompréparaalardeardeella,sinoporquesetratabadeunlugartranquiloyaislado,donde podría disfrutar de la soledad que necesito. Pero si no me creen, adelante,pasen—sehizoaunladoparafranquearleslaentrada—.Ysiencuentranentodalacasa un lugar apropiado para celebrar una reunión social, estaré encantada deatenderlas.
Comounasolemneprocesión, lascincoseñorasrecorrieronlamansiónGrisard,guiadasporIsabelle.Descubrieronqueel interiordelacasahabíasidoempapeladorecientemente,quenohabíaunasolamotadepolvo,quelasventanaserannuevasyquehabíancambiadolamaderadelsuelo.Porlodemás, todoeracomoIsabeíleleshabíadicho:lashabitacionesestabanvacíasylasparedesdesnudas,ytodopresentabatal aspecto de desolación y abandonoque la señoritaDubois se dijo que, para unamujer joven como Isabelle, vivir allí era como encerrarse en una tumbaprematuramente.
Tansólohallarondoshabitacionesamuebladas,perotanespartanasqueparecíanlas celdas de unmonasterio. Una de ellas era la de Isabelle; la otra, la deMijaíl.AmbasestabanlosuficientementealejadaslaunadelaotracomoparaquelaseñoraBonnardnoconcibieseideasmaliciosasalrespecto,peronisiquieraellapodríahaberadivinadocuáldelasdoseraladelhombreycuálladelajoven.
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Elsalóntambiénestabacompletamentedesnudo,aexcepcióndeunpequeñosofá,viejoydeslucido,frentealachimenea.Tansólohabíaunamesitaydostaburetesenlacocina,quesíestabaconvenientementeequipada.
—¿Comenlosdosenlacocina?—seespantólaseñoraBuquet.—Sí, pero por separado, ya que nunca coincidimos. Verán, yo padezco de
insomnio, y si logro conciliar el sueño suele ser durante el día.Mijaíl, en cambio,duermeporlanoche—sonriódébilmente—.Sinolotuvieseconmigo,metemoquenotendríaquécomer,puestoquetodoslosdíasllegaríaalmercadodemasiadotardeparahacerlacompra.Metemoquesoyunacriaturauntantonoctámbula.
Ninguna de las comadres correspondió a su sonrisa. Apesadumbradas, sedirigierondenuevohacialapuerta.
—Lolamento—sedisculpóotravezIsabelle—.Creoquenosoyunavecinaaluso.
—No se preocupe —decidió la señora Buquet, resueltamente—. Le damos labienvenidaigualmente,conregalosincluidos.
LaseñoraBonnardgruñóporlobajo,perodejósucestodemagdalenasjuntoconlos demás obsequios (en el suelo, porque no hallaron otro lugar), sin hacercomentarios.
—Sonustedesmuyamables—dijoIsabelle—.Mijaíllollevarátodoalacocina.Silodesean,élpuedeacompañarlasenelcaminodevuelta.
—Noesnecesario—replicólaseñoritaDubois—.Sabremosregresarsolas.Unatrasotra,lascomadressalierondelacasa.LaseñoritaDuboisfuelaúltima.Antesdebajarlasescalerasdelaentrada,sinembargo,sevolviódenuevohacia
Isabelleylamiróalosojos.—Esustedunamujerextraña,¿losabía?Isabelle no dijo nada, pero sostuvo su mirada sin pestañear, y la anciana se
preguntócómopodíanirradiartantafuerzalosojosdeunamujerdecuerpotanfrágilydelicado.
—Cuídese—concluyólaseñoritaDubois—,ynohagatonterías.TampocoestavezrespondióIsabelle,peroasintió.LaseñoritaDuboisseunióa
suscompañeras,ylascincoabandonaroneljardíndelamansiónGrisardpresasdeunextraño abatimiento. Ninguna de ellas volvió a hablar hasta que torcieron por elrecodoylacasayanofuevisibleasusespaldas.
—Estáloca—dijoporfinlaseñoraBonnard,rompiendoelsilencio.—Pues yo creo que está enferma, diga lo que diga—la contradijo la señorita
Dubois—.PuedequeinclusohayavenidoaBeaufortamorir.Entoncestodotendríasentido.
Sinoesperavivirmásqueunassemanas,ounosmeses…,¿paraquémolestarseenamueblarlacasa?¡Mejorahorrarparaelentierro!
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—Pues, si yo estuviese en su lugar y tuviesemucho dinero—opinó la señoraChancel—, viviría a lo grande mis últimos días. No me encerraría en un caserónvacío…
—Cuandounoestámuyenfermonotieneganasdediversiones.Puedequesufrahorriblesdolores…
—¡Yporesonopuededormir!—comprendió laseñoraLavoine,conmovida—.¡Pobrecilla!
—¡Bah, bah! —resopló la señora Bonnard—. ¡Yo sigo pensando que estácompletamenteloca!
Una brisa helada recorrió el camino. La señora Lavoine se estremeció, y fueentoncescuandosediocuentadequehabíaperdidoelchal.
Lascincomujeressemiraronunasaotras,indecisas.—Vosotras seguid hacia el pueblo—dijo la señorita Dubois, enérgicamente—.
Marieyyovolveremosabuscarelchal.—Pero,Sophie…—quisoprotestarlaseñoraBuquet—.Seosharádenoche…—Todavía no estamos muy lejos. Si volvemos mañana, tal vez ya no lo
encontremos.Caminaremosdeprisa.DemodoquelaseñoraLavoineylaseñoritaDuboisregresaronsobresuspasos
hastalamansiónGrisard.Hallaronelchalenredadoenlosmatorralesdelsalvajejardín.Mientraslaseñora
Lavoinelosacudíaparavolveracolocárselosobreloshombros,suamigasegiróparacontemplar la sombra de la casa que se alzaba ante ellas. No había luces en lasventanas,perounresplandorparpadeantesefiltrabaporunventanucoarasdesuelo.«Debedeser ladespensa»,sedijo laseñoritaDubois, sincaeren lacuentadequeIsabellenoleshabíaenseñadoaquellapartedelacasa.
La señoraLavoineyaestaba listaparamarcharse.Lasdosdieron,denuevo, laespaldaalamansiónGrisard.
Yentoncesungritorasgóelsilenciodelcrepúsculo,unaullidoinhumanoqueleshelóhastaeltuétanodeloshuesos,unalaridoqueparecíahabersidolanzadoporuncondenadoaltormentoperpetuoenelinfierno.Aquelescalofriantesonido,quenoseparecíaanadaque lasdosmujereshubiesenescuchadoantes, seexpandióhaciaelpáramo, buscando quizá luz en las tinieblas, o tal vez un alma humana en la queinstalarseparapoblarsuspeorespesadillasportodalaeternidad,yquedóflotandoenelaireduranteunlargoyestremecedorsegundoantesdeextinguirseporcompleto.
LaseñoritaDuboissevolvióhacialacasacomomovidaporunresorte,perosuamiga se había quedado clavada en el sitio, aterrorizada y tan pálida que, por unmomento,surostrorivalizóenblancuraconeldeladueñadelamansiónGrisard.
—¿Quéhasidoeso?—murmurólaseñoritaDubois,estremeciéndose.
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—PorelamordeDios,Sophie,¡vámonosdeaquí!—lavozdelaseñoraLavoinesonóextraña,comoelchillidodeunratón.
Apesardesuavanzadaedad,laseñoritaDuboiseravaliente,enérgicaydecidida.—Pero¿ysialguienhaentradoenlacasadeIsabelle?LaseñoraLavoinepalidecióaúnmás,siesqueesoeraposible.Searrebujóensu
chalyfueadeciralgo,peronolesalieronlaspalabras.Inspiróprofundamente,diomediavueltayechóacorrer.
—¡Marie,espera,notevayassola!LaseñoritaDuboisnotuvomásremedioqueseguirasuamiga.Ningunade las dosvio el rostroque las espiabadesdeunade las ventanasdel
caseróndeIsabelle.LasombradelamansiónGrisardlaspersiguióduranteunbuentrecho,peroaquel
espeluznantegritonovolvióarepetirse.
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Capítulotres
Maximilien Grillet observó atentamente a las dos mujeres que se habían sentadofrenteaél en sudespacho.Lasconocíadesdequeeraniño.LaseñoraLavoineeratímida,pequeñayasustadiza.Másdeunavez,Maxhabíatenidoqueacudirasucasaen plena noche, porque ella creía haber oído a un ladrón en el jardín, cuando enrealidadsetratabadeungato,odelvientosacudiendolasramasdelosárboles.Ynoayudabaelhechodequesumarido,queeracomerciante,hiciesefrecuentesviajesaParís,dejándolasolaencasaconunacriadaqueeracasitanmiedosacomoella.Alaseñora Lavoine raramente se la veía sin su gran amiga, la señora Bonnard. Maxdudabaquefueranrealmenteamigas,perolaseñoraBonnarderamuyautoritaria,ytalvezesoinspirabaseguridadalaseñoraLavoine,quien,porsuparte,constituíaunaoyentepacienteyabnegadaparatodosloschismesquelamaliciosaseñoraBonnardteníaparacontar.
Peroaqueldía la señoraLavoineveníaacompañadaporotramujerenérgica, laseñorita Dubois. Max había oído decir que la señorita Dubois había rechazado acuantoshombreslahabíanpretendidodesdequeteníaquinceaños.Sufuertecarácternuncahabíasentidolanecesidaddecompañíamasculina,oalmenosesoparecía.LaseñoritaDuboisseguíasolteraasusmásdesesentaycincoaños,perosemovíaconlaenergíadeunajovencita,hablabaconlaautoridaddeunamatronaygobernabasucasacon la incuestionablepotestaddeunaviuda,yaquehabía sobrevividoa todossusfamiliaresynoteníamaridonihijosquepudiesendisputarleelmando.
AMaxno lehabríasorprendidooírde labiosde laseñoraLavoineunahistoriacomolaqueleacababandecontar,peronoerapropiadelasensataseñoritaDubois.
—¿Esquenonoscree,señorgendarme?—preguntólaseñoraLavoine,abriendoalmáximosusojosazules.
LociertoeraqueMaxdudaba.—Mira,Max—la señoritaDuboisno seandabacon rodeos,ynoveíaporqué
debía tratar de usted a un joven al que, pormuy gendarme que fuera, había vistocrecerdesdelacuna—.Tengomisaños,peroaúnnoestoysorda,graciasaDios.Ytedigoqueoímosungritoenesacasa.Bueno,másqueungrito…,unaullido,oalgoasí.¡Jesús!,mepusolospelosdepunta.Noséquiénpodríasercapazdechillarasí.Ylooímos…
—… Cuando fueron a recoger el chal —completó Max—. Sí, ya me lo hancontado.
Pero comprendanustedes que se hallaban enuna situación extraña.Habían idocaminandohastaesatétricamansión,yelcomportamientodeIsabellenofueelqueesperaban.Enesascircunstancias,noesextrañoquecreyeranoír…
—¡Yono«creíoír»nada,Max!¡Yooí!
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—Nolediscuto,señoritaDubois,queustedoyóalgo.Peroesahistoriadelaullidoquenoparecíadeestemundo…Comprendaqueustedesdosestabanalteradasy…
—Nomedigascómoestaba, jovencito.Loséperfectamente,y tengo lacabezamejorquetú.
—Deacuerdo,deacuerdo.Resumiendo:ustedestemenquehayapodidoocurrirlealgoalaseñoritaIsabelle,¿noesasí?PeroestamismamañanahevistoaMijaílenlaplaza,yestabatantranquilocomoenotrasocasiones.
—¡TalvezesegrandullónhayaatacadoalaseñoritaIsabelleparaquedarseconsudinero!—exclamólaseñoraLavoine.
PeroMaxnegóconlacabeza.—No,señora.Mijaílseráextraño,peroesunbuenhombre.Recordó cómo lo había visto una tarde jugando con los niños, permitiendo
pacientemente que ellos trepasen por su enorme cuerpo como si escalaran unamontaña.
—Puede que sea algo rudo, pero yo creo que se debe a que es extranjero y,además, un hombre sencillo. ¿Se han fijado en sus manos? Son manos grandes,morenasycallosas,manosacostumbradasatrabajarduro.
LaseñoritaDuboisesbozóunamediasonrisa.Noignorabaque,desdeniño,Maxhabía tenido fijación con las manos de la gente. Nunca le había preguntado quéopinabadesusmanos,peroMaxyalashabíacatalogadotiempoatrás.LasmanosdelaseñoritaDuboiseranpequeñasydeademanessuaves.Secerrabanconfirmezaenpocas ocasiones; sin embargo, cuando lo hacían, rara vez soltaban lo que habíanatrapado.Encambio,lasmanosregordetasdelaseñoraLavoineseabríanycerrabanamenudo,buscandoalgoaloqueaferrarse.
—Tienesrazón.NocreoqueMijaílseauncriminal—dijofinalmentelaseñoritaDubois.
Selevantódesuasiento,ylaseñoraLavoinelaimitó,algodesilusionada.Maxlasacompañóhastalapuertadelagendarmería.—DetodosmodosharíasbienenpasarteporlamansiónGrisard.Esamuchacha
está gravemente enferma, y que yo sepa no la visita ningún médico —añadió laseñoritaDubois,ajustándoseelsombreroantesdesalir.
—¿Quién,Isabelle?—Muy agudo, señor gendarme—replicó la señorita Dubois ácidamente—. Y
ahora,sinosdisculpa,llegamostardeaunareunióndelajuntaparroquial.Lasdosmujeressalieronde lagendarmería,yMaxsequedósolodenuevo.Se
pusoarevisareltrabajopendiente,peroprontotuvoquereconocerquenoeramucho.EnBeaufort nunca pasaba nada, y sólo las falsas alarmas de la señora Lavoine ledabanalgoquehacerdevezencuando.
Enrealidad, laúltimavezquehabíasucedidounhechodestacableenelpueblo
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habíasido,también,acausadeIsabelle.Entonces Max no estaba todavía a cargo de la gendarmería, sino que era el
ayudantedelviejoseñorGallois,elantiguogendarme.ÉlhabíasidoelencargadodeinvestigarlahuidadeIsabelle.
Max tenía sólo un par de añosmás que Isabelle y, como todos los jóvenes delpueblo,sehabíafijadoenellaalgunavez.Perolamuchachaeradescaradayaltiva,yaquello era escandaloso, sobre todo tratándose de una hija de nadie como ella.Mujeres como la señora Bonnard, o incluso la misma señorita Dubois, habíancriticado duramente su modo de actuar, pero Isabelle pareció ser insensible a susobservaciones.
Paraevitarquesedescarriara,elpárrocodeBeaufort,elancianoseñorRougier,lahabíaempleadoensucasacomoasistentadelamadellaves.Lehabíaenseñadoaleeryaescribirylahabíainiciadoenlalecturadeobraspiadosas.
FueentoncescuandoellaconocióaljovenPhilippedeLatour.Maxnosabíadóndenicómohabíanentradoencontacto,puestoqueprocedíande
clasesmuydistintas.PhilippeerahijodeunnoblequeveraneabaenBeaufort,quehastanohacíamuchohabíasidola localidadelegidaporunpardefamiliasilustresparapasarlaépocaestival.
Cuando el idilio salió a la luz, elmarquésdeLatour envió a suhijo a estudiarlejos,eIsabelle,simplemente,abandonóaquellamismanochelacasadelpárroco,sindecir nada a nadie. Junto con Isabelle desapareció lamedalla de plata del ama dellaves,yporesemotivo,MaxyelseñorGalloishabíantenidoqueintervenir.
Isabellehabíasidounamuchachainsolenteytemeraria,peronuncaunaladrona.Sinembargo, loshabitantesdeBeaufort lahabrían tachadodecosaspeoresporquelesparecíaquenoeraunamujerdecente.
Finalmente, la medalla apareció. Se había desprendido del cuello del ama dellaves y había ido a caer en una hendidura entre dos de las tablas del suelo.Probablemente sehabríaperdidomuchoantesdeque Isabelle semarchara, pero elseñorGalloisseabstuvodecomentarestoúltimoconnadiemásqueconsuayudante.
No, Isabelle no era una ladrona, pero no pudo evitarse que su nombre quedaraempañadoporunsucesoconelque,enelfondo,ellanohabíatenidonadaquever.LaseñoraBonnardhabríadichoal respectoquese lo teníabienmerecidoyque,siella no había robado lamedalla, era porque no había tenido la oportunidad. ¿Quémuchachadecente,queviviesedelacaridaddeunprotector,huiríadesucasaparairtraselhijodeunnoble?
Maxsuspiróysepreguntó,porprimeravez,siIsabellehabríacambiadomucho.HacíayavariassemanasqueellasehabíainstaladoenlamansiónGrisard,peroél
nolahabíavistoaún.Se dio cuenta de que en realidad no tenía nada que hacer aquella tarde. Se
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encogiódehombrosysaliódelagendarmería.Loqueparalascincocomadreshabíasidounalargacaminataeldíaanterior,fue
paraMaxGrilletunagradablepaseo.Contodo,entendióenseguidalaconsternacióndelasmujeresalverlamansiónGrisardenelestadoenquesehallaba.RecordólospeonesvenidosdeParísysepreguntóquétrabajohabíanhechoallí.
Cuandollamóalapuerta,fueMijaílquienabrió.Maxesperabaquelecerraselapuerta,peroIsabelledebíadehaberhabladoconél,porqueelhombretónloinvitóapasaraunahabitaciónenlaquesólohabíaunasilla,viejaydesvencijada.
Max se sentó conprecaución.Mientras esperaba, le llegóundelicioso aromaacaféreciénhecho.Apenasunosmomentosdespués,Isabelleaparecióenlapuerta.
Maxcomprendióde inmediato lapreocupaciónde la señoritaDubois.La jovenestabamuyblanca,yparecíatanfrágilcomounamuñecadeporcelana.Maxreprimióel impulso de correr hasta ella para sostenerla, porque parecía a punto de caer alsuelo.
PeroIsabellenocayó.Avanzóhaciaél,seguraysonriente,yensusojostodavíalatíaaquelfuegointeriorque,cincoañosatrás,habíadesafiadoatodoBeaufort.
—MaxGrillet—dijoella;yélsesorprendiódequerecordarasunombre—.¿Odeberíadecir«señorgendarme»?
Maxsintióqueenrojecía,asupesar.—Max, si no le molesta —farfulló—. Encantado de verla de nuevo, señorita
Isabelle.Ellasonrióconciertaamargura,yMaxcomprendioperfectamenteaquésedebía.Hastasu llegada, respaldadaporsunueva fortuna, Isabellehabíasido tenidaen
Beaufortporpocomásqueunafurcia.—Tambiényomealegrodeverle,Max.¿Aquédebosuvisita?—Bien,la…señoritaDuboisycompañíaestuvieronayeraquí.—Sí,esoescierto.—Nosellevaronmuybuenaimpresión.—Tampocolopretendía.Séexactamenteloquehabíanvenidoahaceramicasa.Lajovensevolvióhaciaél,conlosojosllenosdeunnuevobrillo:—¿Leapeteceuncafé?—Sí, gracias—aceptóMax, consciente de que aquello era más de lo que las
cincoseñorashabíanobtenidodeIsabelleeldíaanterior.Lasiguióhastalacocinayocupóunadelassillas.ObservóaIsabelleensilencio
mientras preparaba el café. De manera inconsciente, se fijó en sus manos; perollevabaunvestidodemangasmuylargasquesólodejabanverlosdedos,unosdedoslargosyfinos,perodegrandesnudillos,frutosindudadelosañosenlosquelajovenhabíatrabajadocomolavandera.
—¿Porquénocontrataaunadoncellaparaquelehagaestetipodetrabajo?
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—Porque yo, a diferencia de otras, sé hacer las cosas sola—fue la respuesta;Isabelle le ofrecióuna tazade caféydespués se sentó a su lado—.Y,dígame, ¿laseñorita Dubois y compañía han visto algo sospechoso en mi casa? Porque debodecirle que, si no tengo muebles, es porque no los quiero. Y fíjese, si hubiesedispuesto de un salón comoDiosmanda, habría tenido que aguantar a esas cincochismosastodalatarde,ynoesalgoquemeseduzcaespecialmente,¿sabe?
Maxnopudoreprimirunasonrisa.—No,nocreoquehayanadasospechosoensucasa,señoritaIsabelle.Supongo
quelesllamaríamucholaatenciónla…eh…sencilladecoracióndesunuevohogar,peroaúnnohanllegadoalextremodellamaralgendarmeporeso.
—Oh,nosepreocupe;tratándosedeellas,todoseandará,nolodude.Asípues,¿ustedhavenidosóloparahacerunavisitadecortesía?
—Tampoco—confesóMax,avergonzado—.LaseñoraLavoineperdióelchalenel jardíndesucasa,yellay laseñoritaDuboisvolvieronatráspara recuperarlo—miróaIsabelle,peroellaloobservabaimpasible,conlatazadecaféentrelasmanos—.Dicenqueoyeronungrito.
—¿Un…grito?—repitióIsabelleenvozbaja.—Ounaullido.Laverdadesquenoseponíandeacuerdoenesacuestión.No
hansabidodecirmesierahumanoopertenecíaaalgúntipodeanimal.Loquesíhanafirmadoesqueera:«escalofriante»,«espeluznante»,«estremecedor»…Yselodigoliteralmente.
Max notó que lasmanos de Isabelle temblaban.La joven dejó la taza sobre lamesaylomiró.
—Nome asuste,Max. No hay animales salvajes por los alrededores. ¿Qué sesuponeque…?
—Dicenqueveníadesucasa.—¿Deestacasa?Lajovenfruncióelceño;entonces(¿fuelaimaginacióndeMax,osetratabade
un gesto poco natural, casi como ensayado?), ella sonrió ampliamente y se dio ungolpecitoenlafrente.
—¡Oh,yarecuerdo!FueMijaíl.Alpobre,selecayóunmartilloenelpie.—¿Deverdad?Lohevistoestamañanayhaceunmomento,ynocojeaba.—Porqueesunhombreduro,Max—replicó Isabelle, impertérrita—.Si llegaa
saberqueesasdosseñorasestabaneneljardín,seguroquenisiquierahabríagritado.Asíque,yave.Todoesdistintoalaluzdeldía.
—Sí,claro—murmuróMax;apurósutazadecaféyselevantó—.Sientohaberlamolestado,Isabelle.
—Nolohahecho.Pero la joven semovió ágilmente hacia la puerta, y el gendarme advirtió que,
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peseasuspalabras,ellaestabadeseandoquedarseasolasotravez.Yaenlaentrada,Maxsevolvióhaciaella.
—LaseñoritaDuboistambiénmepidióquemeinteresaseporsusalud.—¿Pormi…salud?—Ella opina que está usted enferma. Y amíme da la sensación de que tiene
razón.Dígame,¿haidoustedalmédico?—No estoy enferma, sólo cansada.Ya se lo expliqué a la señoritaDubois.No
duermobienporlasnoches.Maxledirigióunamiradapenetrante.—Ysicontinúausted tomandocaféalanochecer,seguirásin lograrconciliarel
sueño.—¡Oh!—dijosolamenteIsabelle,comounaniñacogidaenfalta—.Lorecordaré.MaxsealejódelamansiónGrisard,nodeltodoconvencidodelasexplicaciones
de Isabelle. Aunque seguía adivinándose en ella aquella energía que la habíacaracterizado en su adolescencia, el pálido fantasma que lo observaba desde laentrada de la casa poco tenía que ver con la chiquilla resuelta y vivaz que habíaabandonadoBeaufortenposdesuamado,cincoañosatrás.
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Capítulocuatro
MaxesperabaveraIsabelleaqueldomingoenlaiglesia,sufrióunadecepción.Aunque ella había faltado a lamisa los tres domingos que habían transcurrido
desdesullegadaaBeaufort,aquéllaeralaprimeravezqueeljovengendarmenotabasuausencia.
Al terminar los oficios, Max se quedó un rato más en la iglesia. La señoraBonnardpasójuntoaél,comentándolealaseñoraLavoine:
—¿Qué te dije? Hoy tampoco ha venido. ¡Y nos dijo que no estaba enferma,luegonotieneningunaexcusaparadejardeasistiramisa!
AMaxnolecupolamenordudadequeambashablabandeIsabelle.Esperóunpocomáshastaquejuzgóqueerabuenmomento,yentoncessedirigió
alasacristía.—PadreRougier…—dijodesdelapuerta,carraspeando.Elpárrocosevolvióhaciaél,todavíaconlacasullaentrelasmanos.—Buenosdías,Max…Pasa.Hablaron de asuntos intrascendentes durante unosminutos, hasta que un largo
silencioobligóacambiardetema.—PadreRougier…—dijo entoncesMax, algo incómodo—.En realidad loque
yoqueríaerapreguntarleacercadealguien.Elviejovicariorióporlobajo.—¿Te ha llamado la atención alguna jovencita? Bien,me alegro de que hayas
venido a consultarme —añadió al ver que Max parecía azorado—, porque esosignificaquevaenserio.Atuedad,yadeberíasirpensandoensentarlacabeza…
—Miinterésessimplecuriosidad,padre.Sientodecepcionarle,perolociertoesquevengoahablarconustedporquelamujerquemeintriganoleesprecisamentedesconocida.
Elpárrocofijóenélunosojillosinquisitivos.—Ahora eres tú el que me deja intrigado… ¿De quién estamos hablando
exactamente?—DeIsabelle…—depronto,Maxsediocuentadequenoconocíasuapellido,y
trató de subsanarlo facilitando otros datos—. Ya sabe, la muchacha huérfana queusted…
—NoconozcoaningunaIsabelle—cortóelpadreRougierbruscamente.Max lo miró, perplejo. Iba a dar más detalles al párroco para refrescarle la
memoria,peroentoncessediocuentadeque,enrealidad,elpadreRougiernoqueríavolverasabernadadelajovenquehabíahuidodesucasacincoañosatrásyalaque,contodaseguridad,recordabamuybien.
No pudo evitar sentirse indignado. Sabía que el padre Rougier era un hombre
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muyestricto,ycomprendíaqueIsabellehabíaidodemasiadolejosfugándosetraseljovenLatour.
Pero ¿por qué debía alguien quedar marcado para siempre por un error dejuventud?
Habíacaptadoperfectamentequeelpárroconoqueríaseguirhablandodeltema,peroaunasíinsistió:
—¿Sabía usted que ha vuelto a Beaufort, y que ahora reside en la mansiónGrisard?
ElpadreRougieralzólacabezaparamirarloalosojos.—Noconozcoaesajoven—repitió,despacio—.Yahora,simedisculpas,tengo
asuntosqueatender.Maxhizounaúltimatentativa:—Tengorazonesparapensarqueestáenfermay…Un carraspeo nervioso lo interrumpió. Los dos hombres se volvieron hacia la
puertaydescubrieronallíauntercero.Vestíaunacamisaviejayunospantalonesquehabíanperdido su auténtico colormucho tiempo atrás.Tenía la vista clavada en elsueloysusmanosjugueteabannerviosamenteconsugorra.
—Noqueríainterrumpir…—Nolohaces,Henri—leaseguróelpárroco—.ElseñorGrilletyaseiba.¿Has
venidoadisculpartepornohaberpodidoasistiraloficio?Comprendoque…—Noesporeso,señorcura,perodispenseusted.Esquehetenidounproblema
en la granja y…—susojos se alzaronpara clavarse enMax—.En realidad, veníabuscándoleausted,señorgendarme.
Momentos después, ambos salían de la iglesia en dirección a las afueras deBeaufort,montadosenelcarrodelgranjero.HenriMorilloneraunhombredepocaspalabras,peroMaxhabíacaptadolofundamental,yestuvodándolevueltasmientraslosdoshombressedirigíanensilenciohacialagranja.
HenriMorillonnoeraelgranjeromásriconielmásviejodelacomarca,perosíelmásrespetado.Ningúnotroseaplicabacontantapasiónasutrabajoniconocíalasresestanbiencomoél.Poreso,Henrierasolicitadoamenudoporotroshacendadoscuando sus animales caían enfermos.Yaunque él apenas sabía leer ni escribir, losotros granjeros confiabanmás en su criterio que en las apreciaciones de cualquierveterinariodelaciudad.
ComotodosloshabitantesdeBeaufort,Maxsabíatodoesto.YporellonodejabadepreguntarsequéhabríasucedidoparaqueHenricorrieseabuscarlocontantaprisa,acausade,segúnhabíaentendido,unavacamuerta.
Elcarrosedesvióporuncaminoparticularhastallegara lagranja,ysedetuvojuntoalestablo.Henribajódeunsalto,yMaxloimitó.
—Anoche oímos ruidos —explicó el granjero—. Los animales estaban muy
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asustados,yelperro…,bueno,enlugardecorreraverquépasaba,sevolviócomolocoyqueríaentrarenlacasa,comosiestuviesemuertodemiedo,¿meentiende?Yosabíaquehabíaalgoenelestablo…
—¿Algo?¿Elqué?—Nolosé—surostroseendureció—.Mimujerestabamuyasustadaynoquiso
queabrieralapuerta.Noañadiónadamás.Entraronenelestablo.Habíacuatrovacasyuncaballopercheeron,quesegiró
para olisquearlo con curiosidad. Cuando los ojos de Max se acostumbraron a lapenumbra,viodosfigurasalfondodelestablo,juntoaunaventanaqueparecíahabersidoarrancadadecuajodesumarco.
Eranlaresmuertayunmuchachodeunosonceodoceaños,quecontemplabaelcadáver,acuclilladoenel suciosuelodelestablo.Se tratabadeFabrice,unode los
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hijosdeHenri.Elgranjerogruñó,yelchicoseapresuróasalirdeallí.—Entróporaquí—dijoHenri,señalandolaventanadestrozada.Nohizomáscomentarios,peroMaxaprecióque,fueraloquefuese,poseíauna
fuerzasobrehumana,porquenitreshombresrobustoshabríanpodidocausaraquellosdaños.
EntoncesHenri se apartó para queMax pudiese ver el cuerpo de la vaca, y élavanzó,algoinseguro,paraecharunvistazo.
Deseóenseguidanohaberlohecho.Muchosañosdespués,elcadáverdeaquellavaca todavíaseguiríapoblandosus
peorespesadillas.Aquellatarde,aúnalteradoporloquehabíavistoenlagranjadeHenriMorillon,
acudió a visitar al señorChancel, el notario, que era aficionado a la ciencia y a lahistorianatural.Porelmomento,queríaserdiscretoconrespectoalcaso,paraquenocundiese el pánico entre los granjeros y los ganaderos de la zona; por ello no diomuchosdetallesalnotario,aunqueerainevitablequeéstesemostraseintrigado.
—Demaneraqueusted,señorGrillet—dijo,mirándoloconelceñofruncido—,deseasabersiexistealgúntipodeanimalcapazdemataraunavacasindejarhuellas.
Max no pudo reprimir un estremecimiento. De nuevo acudió a su mente elextrañoaspectodelaresmuerta,quenomostrabaseñalesdeviolencia,peroestabaanormalmente delgada y con la piel tirante, y recordaba vagamente a un animaldisecado.
—No exactamente: dejando dos marcas pequeñas, rojas y redondas, como decolmillos.
Morillon lehabíamostrado lasmarcas en el cuellode lavaca.AMax lehabíacostadocreerqueunaheridatanpequeñapudiesehaberresultadotanletal.
—¿Colmillos?—repitióelnotario,alzandounaceja—.Entoncesnoestandifícil.Meestáustedhablandodealgúntipodevíbora.
Maxhizounapausaantesderesponder,lentamente:—Podríaser.Pero,señorChancel,¿podríaunavíboradejarsinsangrealavaca
encuestión?—¿Quieredecir,hacerquesedesangrase?—No.Hacerdesaparecersusangre.Como…siselahubiesebebido.MaxhabríadadoloquefueraporpoderolvidarelmomentoenqueMorillonle
había rebanado el cuello al cadáver para mostrarle que por dentro estaba seco,completamenteseco;ynohabíaunasolagotadesangreenelsuelo.
ElseñorChancelparpadeó,perplejo.—¿Cómolosmosquitos,quieredecir?Maxapartólamirada.Peroaúnveíaantesílosojossinvidadelavacamuerta,
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ojos que todavía mostraban una expresión tan humana de absoluto terror queproducía escalofríos. Ningún mosquito habría podido hacer aquello. Ni aunquetuvieseeltamañodeunhalcón.
—Supongoquesí.Elnotariomiróunmomentoalgendarme,yluegoseechóareír.—PorelamordeDios,señorGrillet,¿aquévienetodoesto?—Simple interés científico—replicóMax, encogiéndose de hombros; esperaba
queelseñorChancelnosediesecuentadequeestabamásalteradodelohabitual—.CuentanqueenunaocasiónsucedióalgoasícercadeNimes—mintió—.Supongoquesetratadeunasimplepatraña,perosentíacuriosidad.Leestaríamuyagradecidosiloaveriguasepormí.
Elnotariotardóunpocoencontestar.—Bien —dijo finalmente—, personalmente creo que es una patraña, pero lo
investigaré de todos modos. Tengo un primo en Chartres que estudia en launiversidad,yseestáespecializandoenCienciaNatural.Leescribiré.
—Seloagradezco,señorChancel.Aquellaconversaciónhabía sidoprivada,pero,naturalmente, la señoraChancel
se enteró, ya que había estado espiando desde el otro lado de la puerta cerrada,habilidadéstaenlaqueellaerasingularmentediestra.LefaltótiempopararelatarlotodoenlareuniónqueaquellatardetuvolugarencasadelaseñoritaDubois,dondeelgrupodeamigashabíaacudido,comoerasucostumbre,paratomarelté.
—¿Y qué tiene eso de particular, Elaine? —preguntó la señorita Dubois,frunciendoelceño—.¿Porquéhabríandeinteresarnosanosotraslasvacas?
—Olosmosquitos—colaborólaseñoraLavoine.—Porquele interesanalgendarme,Sophie—replicó laseñoraChancel,con los
ojosbrillantestrassuslentes—.Havenidoexpresamenteamicasaparapreguntaramimaridoporunanimalcapazdebeberselasangredeunavaca.¿Sabesloqueesosignifica?
—¿Quéalgoasíhasucedidoporaquícerca?—Pero eso no puede ser —intervino la señora Buquet—. Una noticia así no
tardaríaensaberseenelpueblo.Además, daba por hecho que si algo medianamente grave sucedía, el alcalde
debíaenterarseenprimerlugar,yellotambiénincluía,naturalmente,alamujerdelalcalde.
—Talveznosotrasseamoslasprimerasensaberlo,querida—respondiólaseñoraChancel—.Esperaunpardedíasyverás.Algoasínopuedemantenerseensecretomuchotiempo.
—Pero… si ese… animal… existe de verdad —dijo la señora Lavoine,temblorosa—,¿noestamosnosotrastambiénenpeligro?
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—Nolocreo,querida;anoser,claroestá,quecreasquetienesalgúnparentescoconlasvacas—replicólaseñoritaDubois,ácidamente.
La señora Lavoine enrojeció y bajó la vista; pero la señora Beaufort se sentíaespecialmentegenerosaaquellatarde,yacudióensuayuda.
—¿Yporquécreerqueese…servaaconformarsesiempreconvacas?Hubounbrevesilencio.EntonceslaseñoritaDuboispreguntó:—¿Quéhasqueridodecircon…«eseser»?—¿Ysinoesunanimal?¿Ysies…undemonio,oalgoparecido?Lasseñoraslanzaronexclamacionesdeconsternación,yalgunassesantiguaron.—¡Por Dios, Régine, qué cosas dices! —protestó la señora Buquet—. ¡Si ni
siquierasabemosconseguridadqueexistaese…bebedordesangre,oloquesea!Algunasasintieron,aliviadas.PerolaseñoraChancelmoviólacabeza,pensativa.—Esperad un par de días—pronosticó—, y entonces saldremos de dudas. Al
final,todosesabe.El tiempo evidenció que la esposa del notario tenía razón. Tanto Max Grillet
como Henri Morillon eran personas discretas, pero Fabrice, el hijo menor delgranjero,nopudoresistirlatentacióndedescribirasusamigoslahorriblemuertedesuvacacontodolujodedetalles.Además,eljovenFabriceeraelmenordelgrupodemuchachos liderado por Jerome Bonnard, y estaba deseando llamar su atención ydejar de ser el quemenos contaba en la pandilla.Adornó su relato con elementosescabrososyseinventóhorriblesaullidosenlanocheyhuellasmonstruosassobreelbarro (en realidad, él sabía tanbiencomosupadreycomoelgendarmequeno sehabían hallado huellas en los alrededores del cobertizo, pero a la tercera vez quecontólahistoriayaestabaconvencidodequesílashabía,yademásnopertenecíananadaconocidoporelhombre).
JeromeBonnardseburlódelchicosinpiedad,convencidodequementía.Perosuhistoria fue repetida por unos y por otros, como un chiste o un chascarrillo y, porsupuesto, llegó a oídos del grupo de señoras, que estaba aguardando unaconfirmación de lo escuchado en casa del señor notario. No les costó muchoaveriguarquelafuentedelrumoreraelhijomenordeHenriMorillon.
YmuyprontotodoBeaufortsupo,agrandesrasgos,losucedidoenlagranjadelpadredeFabrice.
Max se percató de ello cuando, en una sola mañana, recibió cuatro visitas degranjerosqueacudían,recelosos,ainteresarseporlaseguridaddeloscampos.Todoselloseranhombressensatos,quetemíanhacerseecodeunrumorquepodíaserfalso.
Sóloelcuartohablóclaramente:—SéloqueocurrióenlagranjadeHenri.Sélodelavacamuerta.Lo llamaban Rouquin, y era corpulento, enérgico, impulsivo, obstinado y
bravucón.
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Suespesabarbapelirrojadestacabaensucara,ypocosseatrevíana llevarle lacontraria.
Maxlomiróconciertacautela.—¿Lavaca…?—Lavacaalaquechuparonlasangre.—¿Cómo…cómotehasenterado?—Todoelmundolosabe.—Oh.—¿Porquéqueríamantenerloensecreto?—Paraquenocundieseelpánico,Rouquin.Todavíano sabemosqué lepasóa
esavaca.Quierodecir,queesinusualy…—Escuche, señor gendarme—interrumpió el granjero, apoyando sus manazas
sobrelamesa—,hayquedarcazaaeseanimal.Organicemosunabatida.—Peronohahabidomásincidentes.Ningunaresmásharesultadoherida.Podría
serunhechoaislado.—¿Quieredecirquecreequenovolveráapasar?—Rouquinmoviólacabezay
dejóescaparunacarcajadadespectiva—.Oiga,hehabladoconHenri,¿sabe?Ningúnanimalhaceloquelehizoasuvacaporcasualidad.Volveráapasar,seloaseguro.Ylopróximopodríanoserunavaca.Podríaserunniño.Podríaserunhombre.Podríaserusted.
Rouquinabandonólagendarmería,yMaxsequedósolodenuevo.Sabíaqueelgranjeroteníarazón,perotemíaquecundieselaalarmaenelpueblo.Porotrolado,sipeinasen el monte en busca del bebedor de sangre, como sugería Henri, ¿cómosabríanquéeraloquedebíanbuscar?
Max frunció el ceño y se preguntó hasta qué punto el incidente de la granjaMorillonibaaperturbarlatranquilavidadeBeaufort.
Noibaatardarenaveriguarlo.
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Capítulocinco
Losrumoresseconvirtieronenunclamor.TardeotempranotodoslosgranjerosdelazonaacudieronalapropiedadMorillonparahablarconHenrieinterrogarleacercadesu vaca. Aunque él ya se había deshecho del cuerpo del animal, y siempre querelataba lo sucedido lo hacía de manera escueta y sin entrar en detalles, suscompañeros sealarmaron igualmente.Apartirdeentonces,ningunocaminaba soloporloscamposalcaerlatarde.Seacostumbraronairporparejasybienarmados;yporlasnoches,reforzabantodoslosaccesosalasgranjasydejabanlosperrossueltosenelexterior.
Susprecauciones resultaron contagiosas.EnBeaufort, lasmadresprohibieron asus hijos salir de casa a partir de cierta hora, y ellasmismas evitaban los lugaressolitariosyoscuros.
El granjero Rouquin seguía exigiendo incansablemente que se organizase unabatida,yprontocontóconelapoyodeunbuennúmerodecampesinosyhombresdelpueblo.
Maxsabíaquelabatidasellevaríaacabotardeotemprano.Yaunqueteníasusdudas sobre su eficacia, sabía también que debía organizaría él mismo, desde lagendarmería;porque,delocontrario,Rouquinseencargaríadeella,conosinél.YMax temía lo que podía hacer un grupo de campesinos armados, descontrolados ylideradosporRouquin.
—Nodigoqueseaunamalaidea—leconfióaHenriMorillonunatardequeéstepasó por la gendarmería—, pero antes de salir de caza querría saber qué estamosbuscandoexactamente.
En realidad, él estaba aguardando noticias del primo del señor Chancel, queestudiabaenChartres.Aaquellasalturas,elnotarioyahabíacomprendidomuybienelinterésdelgendarmeporlosanimalesbebedoresdesangre,yesperabalarespuestadesuprimocontantaimpacienciacomoél.
—Nohahabidomás resesmuertas—opinóelgranjeroprudentemente—.Si seorganizaunabatida,nosabríamospordóndeempezarabuscar.Peroyomeuniríaaelladetodasmaneras.
Maxcabeceóenérgicamente;comprendíasupostura.Hubounbrevesilencio,yentoncesMaxdijo:—Perobueno,Henri,ustedhabíavenidoavermeporalgúnmotivoenconcreto,
¿noesasí?El granjero asintió. Bajó la vista. Sus manos jugueteaban con su gorra con
nerviosismo.—Vamos,hable,hombre—loanimóMax—.¿Hahabidoalgúnproblema?HenriMorillon alzó lamirada y se sacó del bolsillo un papel cuidadosamente
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doblado.—Ayerrecibíesto.Jean-Michel,de laoficinadeCorreos,medijoqueveníade
París.Maxfruncióelentrecejo,desdoblólanotayestudióatentamentesucontenido.Se
trataba de una única frase, garrapateada con letra elegante pero apresurada. Decíasolamente:«Porlaresperdida»,ynollevabafirma.
Maxmiróalgranjero,interrogante.—Séloquepone—dijoMorillon—,porqueJean-Michelmeloha leído.Venía
conungiropostal.Dinero, ¿sabe?No lohe entendidomuybien, pero creoque esparacompensarmeporlamuertedemivaca.
Maxparpadeó,perplejo.—¿Pero…peroquién…?—Jean-Michelnolosabía,señor.Maxtratódeponerenordensusideas.—Peroesoesabsurdo,Henri.¿Quiénseconsideraríaresponsabledelamuertede
unavacaatacadaporunanimalsalvaje?Elgranjeroseencogiódehombros.—Cuandounperroatacaaunanimaldeotragranja,supropietariodebepagar—
dijo—.Peroustedsabequeningúnperromatóamivaca.—Ydígame…¿Eldinerodelgirocubrelapérdidadelavaca?Henritragósaliva.—Ampliamente,señor.Podríacomprartresvacascomolaquemurió.Maxestabacadavezmásintrigadoanteaquelmisterio.—Yocreoquedebedetratarsedeunerror,señorgendarme.Poresonosabíasi
aceptareldinero…Max no contestó enseguida. Se quedó callado un momento, meditando la
respuestaquedebíadarle.—Mire,Henri—dijofinalmente—,elgiroibaasunombre.Lapersonaqueleha
enviado el dinero sabía lo de su vaca. Son demasiadas coincidencias como paratratarse de un error. Considérese afortunado de tener un anónimo benefactor enalgunaparte,ynopequeporexcesodehonradez.
Elrostrocurtidodelgranjeroseiluminóconunaampliasonrisa.—Gracias,señorgendarme.Muchasgracias.—Sólo le pido, Henri, que no comente esto con nadie. Es lo único que nos
faltaba,¿sabe?CuandoMax se quedó solo, sus pensamientos siguieron girando en torno a los
misteriosos sucesos acontecidos en la granja de Henri Morillon. Aquel anónimobenefactor parisino, que tan generosamente había recompensado a Henri…, ¿quésabíaexactamente?
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Interrumpió sus pensamientos la visita de una delegación de granjeros ycampesinos,lideradosporRouquin.
—Oiga,señorgendarme—dijoéstesinrodeos—.Nosotrosestamosdispuestosabuscaraesabestia,yloharemos,conosinusted.Estatardesaldremosdecaza.Usteddecide.
Maxcontemplóunmomentolosrostrosseriosygravesdeaquelloshombres.Entoncesselevantódeunsalto.—Voyconustedes—decidió.Al caer la tarde, un numeroso grupo de hombres se reunió en la propiedad
Morillon. La mayoría era gente del campo, pero también había allí hombres delpueblo, y varios jóvenes que no querían perderse la acción. Entre ellos se hallabaJerome,elhijodelaseñoraBonnard.
Maxpasórevistaalgrupoconlamirada.Muypocosllevabanarmasdefuego;tansólolosmásacomodadosyalgunosaficionadosalacaza,comoRouquin.Elrestodelosgranjerosibanarmadosconrastrillos,guadañas,picas,hachasycuchillosdetodaclase.
Perotodos,sinexcepción,lomirabanaél,aguardandosusinstrucciones.—Bien,iremosporparejas.Cadaparejacubriráunasección—dijoMax.Lesmostróelplanoquehabíatraído,yaparceladoenlascorrespondientesáreas
deexploración,yprocedieronarepartírselas.Estaban en ello cuandoMax se fijó en Jerome. El chico era el más joven del
grupo.—¿Sabentuspadresqueestásaquí?Jeromeseencogiódehombros,peronodijonada.Maxestabaconvencidodeque
sumadrenoestabaenteradadelaparticipacióndesuhijoenlabatida.Encuantoasupadre,eraconstructor,ysehallabatrabajandoenunaciudadcercana.PoresemotivonoseencontrabaallíconJerome.
Maxsuspiró.—Tú,Jerome,vendrásconmigo—decidió.Másvalíatenerunojopuestoenél,porsiacaso.Elgruposedispersó,ycadaparejasedirigióasuzonamientraselsoldeclinaba
lentamente.Habíanelegidoaquellahoraporquelabestiahabíaatacadoporlanoche,y sospechaban que se trataba de un animal de costumbres nocturnas. El mejormomento para cazarlo sería el crepúsculo. Sin embargo, aún faltaban varias horasparaquelanochesecerrasesobreloscampos.
Pronto, Max se arrepintió de haber elegido a Jerome por compañero. Elmuchachoestabatannerviosoyentusiasmadoquenohacíaotracosaquehablarporloscodos.
—¿Cómoseráesechupasangre,señorGrillet?—decía—.Seguroquedebedeser
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muygrande,porqueparadejarsecaaunavaca…Ustedviolavaca,¿noescierto?Ytambiénlashuellasquedejóenelbarro,¿verdad?
—Nohabíahuellas.—¡Oh,seguroquesílashabía!FabriceMorillonnoslohacontadotodo.Diceque
eraunmonstruopeludodegrandescolmillos.—PerosiFabricenolovio…—¡Sí,desde laventanadesuhabitación!Dijoqueelmonstruo teníacuernos,y
eratangrandecomotreshombres,y…—Jerome,bastaya,¿quieres?MaxhabíasospechadoqueeljovenMorillonhabíasidoelresponsabledequelo
sucedido en su granja fuese de dominio público en Beaufort. Allí tenía laconfirmación.
ConsiguióqueJeromesemantuviesecalladoduranteunrato,mientras trepabanporlafaldadeunacolina,examinandoelsueloenbuscadealgúntipoderastro.Nohubosuerte.
Seencontraronconunaparejadegranjeros,peroellostampocotraíannoticias.OscurecíayacuandoJeromedijo:—Mire,señorGrillet…,¿noesaquéllalacasadelaseñoritaIsabelle?MaxsedetuvoysevolvióparacontemplarlasombradelamansiónGrisard.Ala
tenue luz del crepúsculo, la casa se mostraba tétrica y amenazadora. Max se diocuentaentoncesdequelamoradadeIsabelleestabaincluidaenlazonaqueélhabíaescogidoparapeinar.Sepreguntóhastaquépuntosuelecciónhabíasidocasual.
—¿Vamosaver?—preguntóJerome.—Nocreoquequieraquelamolestemos—respondióMax.—¡Perodebemosinvestigar!Talvezellahayavistoalgo…Lo cierto fue queMax no se hizomucho de rogar. Apenas unosminutosmás
tarde,élyJeromesehallabanantelapuertadelamansiónGrisard.Isabellesealzabaanteellos,pálidayespectral.
—Señorgendarme,Jerome—dijoellasuavemente—.Quéagradablesorpresa.¿Aquédeboelhonordesuvisita?
Jeromelamirabacondesconfianza.Habíaoídohablarmuchodeella,peroapenaslarecordaba.ÉleraunniñoenlaépocadelapartidadeIsabelle,ynolahabíavistodesdeentonces.Y,sinembargo,ellasíseacordabadeél.
—Venimosacazaraunmonstruochupasangre—dijoelchico.Isabelle palideció todavía más y pareció que le fallaban las piernas. Max se
adelantóparasostenerla,peroella logrómantenersefirmeyle lanzóunamiradadeadvertencia.Maxnoseatrevióatocarla.
Entonces,lajovenserió.—Esunabroma,¿verdad?Seburlanustedesdemí.
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—¿NosabeustedlodelavacadeMorillon?—Jerome,calla—loatajóMax—.Lepidodisculpas,señoritaIsabelle.Verá,no
hace mucho algún animal desconocido acabó con una res en la propiedad deMorillon. Como medida de precaución, hemos organizado una batida; estamosrastreandoelsuelo,registrandocadarecovecoypreguntandoencadacasa.Díganos,¿ustednohavistonioídonadafueradelocorriente?
Ellaledirigióunamiradainquisitiva.—¿Pretendeusted asustarme,Max? ¡Ya es la segundavezqueviene ami casa
conhistoriasincreíbles!¿Noseráqueustedessondemasiadopropensosafantasear?Jerome estaba prestando mucha atención. Casi había olvidado la historia del
aullido escalofriante que habían escuchado la señoritaDubois y la señora Lavoine(historia que, para entonces, medio Beaufort conocía, incluyendo la sencillaexplicaciónquehabíadadoIsabelle),yno lecuponingunadudadequeIsabellesereferíaaella.
—Mire, yo sólo sé que la vaca estámuerta, y los granjeros están asustados—repuso Max, con calma—. Si usted los tiene por unos palurdos ignorantes ysupersticiosos,adelante,dígaseloaellos.Estaránencantadosdeescucharla.
Sobrevinountensosilencio.Finalmente,Isabellesonriódébilmente.—Lo siento. Estoy nerviosa.Nome acostumbro del todo a este lugar.Me trae
demasiadosrecuerdos.—Locomprendo.Nosepreocupe.—Nohevistonioídonadaextraño—añadióella,tratandodeayudar—.Perosi
encuentranalgo,porfavor,háganmelosaber.Nodormiríatranquilasabiendoquehayunanimalpeligrososueltoporlosalrededores.
—ConMijaílparaprotegerla,nodebeustedtemernada.Esunverdaderogigante.Isabellesonrió,ycambióelpesodeunapiernaaotra.—Tieneustedrazón.Notengonadaquetemer—dijo.Echó unamirada por encima de su hombro y los visitantes vieron tras ella, al
fondodelaestancia,laenormefiguradeMijaíl.—Detodasformas—concluyó—,mealegrarásaberquehandadocazaaese…
animalsalvaje.—Nodudequeloharemos,señoritaIsabelle.Apropósito,¿sigueustedconaquel
problemadeinsomnio?—preguntóMax,aldarsecuentadequeelrostrodelajovenaúnseguíamostrandounasprofundasojeras.
Ellaledirigióunalargamirada,yMaxcreyópercibirensusojosundestellodeadvertencia.
—Lamentablemente,sí.Metemoquesoyunahijadelanoche,señorgendarme.Seestáponiendoelsol;lajornadaparamínohahechomásqueempezar.
LosojosdeIsabelleseperdieronenlalejanía;laúltimauñadesolseocultabaen
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el horizonte, y la joven contempló su débil resplandor con profunda melancolía.Incómodo,Maxcarraspeó:
—Enfin,señoritaIsabelle,nolamolestaremosmás.Ellavolvióalarealidadylesdedicóunasuavesonrisa.—Oh, no me molestan. Pero más vale que se den prisa, o se les hará noche
cerrada,yhaytodavíaunbuentrechohastaBeaufort.MaxyJeromesedespidierondeella.Isabelle cerró entonces la puerta, yMax creyó entrever fugazmente unamarca
rojaensumuñeca,entrelosencajesdelamangadesuvestido.Quisopreguntarleporella,perolapuertadelamansiónGrisardvolvíaaestarcerradaparaél.
—Vámonos,chico—dijoaJerome.Losdossealejarondelacasaensilencio.InclusoJeromeestabacallado.Maxañadióalcabodeunrato:—Serámejorquenosdemosprisa.Tumadreestarápreocupadaporti.Elmuchachonohizoningúncomentario.Antesdedoblarel recododondedías
atráslaseñoraLavoinehabíanotadolapérdidadesuchal,JeromesegiróparamirarlamansiónGrisardunavezmás.
Leparecióverluzenunodelosventanucosdelsótano,laluzdébilytemblorosadeunaúnicavela.
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Capítuloseis
Labatida había sidoun fracaso.Los hombres nohabían encontradonadamásqueunos cuantos zorros y un viejo lobo despistado. Ni siquiera Rouquin, que habíadisparado con rabia contra ellos, podía creer seriamente que alguno de aquellosanimalespudieraserelcausantedelamuertedelavacadeMorillon.
Los hombres no hablaron mucho del asunto en los días siguientes, pero lascomadres sí, a todas horas. La señora Bonnard seguía contando a quien queríaescucharla que los granjeros nunca encontrarían a la bestia, puesto que era undemonio,ylosseresdeaquellacalañaposeíanlafacultaddetomarlaformadeotroanimal,oinclusoladehacerseinvisiblesalosojoshumanos.
—¿Y sabes cuándo empezó todo? —le decía a la señora Lavoine, que laescuchabapacientemente—.¡Cuándoesamujervinoainstalarseentrenosotros!¡Ellatrajoconsigoaldiablo!
Curiosamente, su hijo pensaba de manera similar, aunque por razones biendistintas.
Por su parte, también Max se acordaba a menudo de Isabelle. Pero no seprodujeronnuevosincidentes,yelpuebloparecióvolverasusoporhabitual.
Sinembargo,variosdíasdespuésdeque loshombresvolvierandesubúsquedaconlasmanosvacías,otranovedadvinoasernoticia.
Una mañana, un hombre se acercó a la hostería de Beaufort para pedir unahabitación.
Su traje elegante, sus impecables modales y su negro maletín no pasarondesapercibidos.Porotrolado,pocosforasterosvisitabanlalocalidad.Portalmotivo,cuando alguno lo hacía, su presencia era inmediatamente conocida por todo elmundo.
—Esunmédico—leconfiólaseñoraBonnardalaseñoritaDubois—.CreoquevienedeParís.
—¿Deveras?¿Yquéhavenidoahaceraquí?LaseñoraBonnardseencogiódehombros.—Es muy discreto —dijo, decepcionada—. Brigitte no ha podido sonsacarle
nada.Brigitteeralahostelera.Erademasiadojovencomoparaintegrarseenelgrupode
la señora Bonnard y compañía, pero estaba haciendo méritos, puesto que leapasionaban los chismes tanto comoa ellas, y nodudaba enhacerles partícipesdetodocuantoaveriguaba.
—Tal vez el gendarme sepa algo —dijo la señorita Dubois, al ver a Maxcaminandocalleabajo,endirecciónalagendarmería—.¡Oye,Max!Venasaludaraunapobrevieja.
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Eljovensedetuvoalverlayseacercóaella.—Buenosdías,señoritaDubois.Hermosamañana,¿verdad?—Sí,sí—laseñoritaDuboishizoungestodeimpacienciayseapoyóenelbrazo
deMax—.TúnosabrásnadadeldoctorquehavenidoaBeaufort,¿verdad?—¿Doctor? ¿Hay un nuevomédico?Tenía entendido que el doctorLeblanc no
teníapensadoretirarsehasta…—No, no —cortó la señorita Dubois—. Parece que viene de visita. Y no es
precisamenteunmédicodepueblo,noseñor.PreguntaaBrigitte.—¿ABrigitte?—Yluegonoslocuentas,¿eh?Noloolvides.Quepasesunbuendía,Max.Elgendarmesequedómirando,perplejo,cómo laseñoritaDuboisproseguíasu
camino calle arriba, acompañada de la señoraBonnard. Finalmente, se encogió dehombrosysepusoenmarchadenuevo.
Se topó con el médico en la plaza mayor. Supuso que era él, no sólo por elmaletín y por el traje oscuro, sino también por su porte, revestido de gravedad ydignidad.
Contodo,elhombreparecíaalgoperdido.Maxsedirigióhaciaél.—Disculpe,¿necesitaayuda?
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Nopudoevitarfijarseensusmanos,pequeñasyhuidizas,quecontrastabanconelrestodesuaspectogeneral.
Elmédicoparecióaliviadoalversuuniforme.—¡Ah,señorgendarme!Leestaríamuyagradecido.Veráusted,acabodellegardeParísy…,peropermítamequemepresente:soyel
doctorAmédéeDelvaux.—MaximilienGrillet—sepresentóMax,estrechandosumano—.¿Yquéletrae
poraquí,doctorDelvaux?¿HavenidoparasustituiraldoctorLeblanc?—¡Oh, no, nada más lejos de mis intenciones! He venido para visitar a un
paciente…Perometemoqueignorabaquesupropiedadestuviesetanalejadadelalocalidad.
Ahoramismobuscabaaalguienquetuvieselaamabilidaddeindicarmeelcamino.—Yo mismo estaré encantado de hacerlo. Y dígame, ¿adónde se dirige
exactamente?—AlacasadeunajovenseñoritallamadaIsabelle.
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—¡Ah!—Maxsesobresaltó.—¿Ocurrealgo,señorgendarme?—Nada,doctor.SimplementequelaseñoritaIsabellellevaunavidamuyretirada.Noselaveamenudoporelpueblo.EldoctorDelvauxasintió,peronohizoningúncomentario.Maxlomiródereojo.—Estáenferma,¿noescierto?—Notengoporcostumbredivulgarinformaciónsobreelestadodesaluddemis
pacientessinsuexpresoconsentimiento,caballero—replicóelmédico,muydigno.—Disculpeusted.Paraserlesincero,metranquilizasaberquelaestátratandoun
médicocompetente.Notienebuenaspecto.—Ydígame,¿quedamuylejoslaresidenciadelaseñoritaIsabelle?—preguntóel
doctorDelvaux,cambiandodetema.—Se puede ir a pie, pero es un largo trayecto. Sin embargo, en una hermosa
mañanacomoésta,puederesultarunagradablepaseo.Eldoctornoocultósucontrariedad.—Llevoalgodeprisa,¿sabeusted?Micocheronoregresaráhastalanoche,yno
puedoesperartantotiempo.Hellegadocondosdíasderetraso.—Entalcaso,verésialguienpuedeacompañarlohastaallí.Unratodespués,Maxhabíalocalizadoaungranjeroquevolvíaasupropiedaden
carro.NopasaríaporlamansiónGrisard,perolodejaríacerca.—Le estoy muy agradecido —le dijo el médico a Max desde el pescante—.
Encantadodehaberloconocido.—Lomismodigo,doctor.Maxsequedóunmomentomásenlaplaza,observandocómoelcarrosealejaba.Despuésdiomediavueltayregresólentamentealagendarmería.Aquellamañanano tuvomucho trabajo,demaneraquesededicóa redactarun
informesobre labatidaenbuscadelanimalquebebíasangre.Dadoquenohabíanencontradonada, se leantojabaun trabajo innecesario,peroquisohacerlode todosmodos.
Porlatardeacabóelinformeyatendiódiversosasuntossinimportancia.Cuandoterminósujornada,seacordódeldoctorDelvaux.SupusoqueyahabríaregresadodesuvisitaalamansiónGrisard,ydecidiópasarseporlahosteríaparaversiestabadeuntalantemásconversadorqueporlamañana.
—Elseñordoctornohavueltotodavía—leinformóBrigitte.Maxparpadeó,algoperplejo.—¿Todavíano?—Siquiere,puedodejarleunanota…Max reflexionó sobre ello. En realidad, no tenía motivos oficiales para
entrevistarse con el doctor Delvaux, y no lo conocía tanto como para tomarse la
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libertaddecitarlodemanerainformal.—No,Brigitte,déjelocorrer.Volvióunpardehorasmás tarde,cuandoyacasieradenoche,peroelmédico
seguíasinaparecer.AlverqueBrigitte lomirabaconcuriosidad,decidiónovolverporlapensiónaqueldía.SabíaquelaposaderaeraamigadelaseñoraBonnard,ynoqueríadarpieanuevosrumores,niquelagentedelpuebloacabasecreyendoquelapolicíabuscabaaldoctorDelvauxporunmotivocriminal.
Pospusoportantosuvisitaaldíasiguiente.A primera hora de lamañana, antes de abrir la gendarmería, se presentó en la
hostería.Antesdequepudiesepronunciarpalabra,Brigitteexclamó:—¡Llegatarde,señorgendarme!Eldoctorsemarchóanoche,demadrugada.—¿Qué?—Ayernovinoacenar,ydebodecirquetampocoadormir.Regresómuytarde,
alteradísimo,ymedespertóparapagarmelahabitación.Entoncesrecogiósuscosasysefue.
—¿Cómoquesefue?¿Demadrugada?—Sí;yenuncochedecaballos,comounseñor,e inclusoconcochero.¿No le
parecemuymisterioso?—leconfiólaposaderaenvozbaja.—Seráunmédicodeprestigio—seleocurriócomentaraMax.—¿Novaaarrestarlo?—No,¿porqué?—¡Si hubiese visto usted qué cara traía! Como quien ha visto un fantasma.O
comoquienhacometidouncrimen—añadióconojosbrillantes.«Melotemía»,pensóMax.—EldoctorDelvauxnohacometidoningúncrimen—replicóconfirmeza—,o
yolosabría,¿noleparece?Brigitteparecíadecepcionada.—Perosecomportabadeformatanextraña…—Niunapalabramás,Brigitte.Lamujercalló,contrariada.EramayorqueMax,peroeluniformequeéstelucía
le confería una autoridad que nadie enBeaufort ponía en duda. Excepto, quizá, laseñoritaDubois;ydealgunamanera,Isabelle.
Se despidió de Brigitte y regresó a la gendarmería, pensando todavía en laprecipitadapartidadeldoctorDelvaux.Laposaderadesconocíaundato importantequeMaxsehabíaguardadoparasí:queelmédicoparisinohabíaidoaBeaufortparavisitar a Isabelle. Si este detalle llegaba a ser de conocimiento público, la jovenvolveríaaser,unavezmás,elcentrodetodoslosrumores.Porelmomento,queMaxsupiera, sóloélyel campesinoquehabíaacercadoalmédicoen sucarroconocían
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quesudestinoeralamansiónGrisard.PeroMaxdebía darle la razón aBrigitte en un aspecto: el comportamiento del
doctorDelvauxhabía sido extraño,muy extraño.Y si lamisteriosa Isabelle estabadetrásdeello…,bueno,esoloconvertíaendoblementeextraño.
—¿Meditandosobrelasmusarañas,Max?—losobresaltóunavozconocidadesdelapuerta.
Maxseenderezóensuasiento.—Buenosdías,señoritaDubois.Estabadistraído.—Sí,saltabaalavista.Laancianasesentódesenvueltamentefrenteaél:—Bueno,iréalgrano:túyasabesaquéhevenido,¿no?—¿Perdón?—dijoMax,algodesorientado.LaseñoritaDuboispusolosojosenblanco.—¡El médico, Max, el médico! Te dije que quería enterarme de todo lo que
averiguases.AunqueBrigitteyamehacontadomuchascosas.Max logró por fin ponerse en situación.Carraspeó y dijo, intentando recuperar
partedeladignidadquelaseñoritaDuboishabíaarrastradoporlossuelos:—Entoncesyasabetodoloquehadesaber,señoritaDubois.—Venga,Max,noseasasí.YaséqueesemédicoveníaaveraIsabelle.Laancianalogrósobresaltaralgendarmeporsegundavezencincominutos.—¿Cómo…cómosehaenteradousteddeeso?—Bueno;nolosabía,sólolosospechaba.Peroahorayalosé.Maxenterróelrostroentrelasmanosconunsuspirodecansancio.—No puedo con usted, señoritaDubois. ¿Por qué nome releva al cargo de la
gendarmería?—Porquenomeatrae lomásmínimo,créeme.Perono tedesvíesdel tema.Sé
queintentasprotegeraIsabelle…—¿Protegela…?—…Ymeparecemuybien.Hayalgoextrañoenesacasa…,ytedigoestoati
porqueséquenolovasatomarporundesvaríodeviejaloca:puedequeIsabelleestéenpeligro.
—¿Enpeligro?—Deja de repetir todo lo que digo,Max, y piensa un poco. Están sucediendo
cosasmuyextrañasdesdequeIsabellevolvióaBeaufort.Ellanosedacuenta,perohayalgoenesacasaquelaestámatandolentamente.
Maxaprovechólapausaparaponerenordensusideas.Eraunhombresensatoyracional,perorespetabamuchoalaseñoritaDubois,quesiempresabíavermásalládeloevidente.
—¿Ustedcree?—murmuróreflexivamente—.Peroyateníaeseaspectoenfermo
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cuandovinoaquí.—Yonodigoqueese«algo»estuvieseenlacasaantesdequeellallegara,Max.Pero alguna cosa ha asustado a ese médico hasta el punto de hacerlo salir
huyendoenplenanoche.—Puede que Isabelle lo echara con cajas destempladas—bromeóMax—. Esa
jovendebedeserterriblecuandoseenfada.—Sí,tienecarácter—asintiólaseñoritaDubois.Maxsepercatódequenoeraunacrítica.Lesorprendiódarsecuentadeque la
anciana hablaba de Isabelle con cierta admiración, y se preguntó si no habría sidoparecidaaellacuandoerajoven.
—Me sorprende gratamente comprobar que hay alguien en Beaufort que nodetestaaIsabelle.
—¿Detestarla,yo?Notengomotivos,yaves.Además,¿quéhahechodemaloesachiquilla?Tenerlalenguamuylargayenamorarsedelapersonaequivocada,esoestodo.Enmireligión,esonoespecado.
Una vez más, a Max le extrañó que una mujer como la señorita DuboisfrecuentaraapersonascomolaseñoraBonnardycompañía.
—Mira,Max, estoy preocupada por Isabelle, y después de la estampida de esemédico,conmayormotivoaún.ComociudadanadeBeaufortycomoamigatepidoqueaverigüesquéleestápasandoaesamuchacha.
—Yahetratadodepreguntarley…La señorita Dubois no lo dejó acabar. Chasqueó la lengua con disgusto y
exclamó:—¡Oh,loshombres,quépocosutiles!¡Siempreestampándosecontraelmuroen
lugarderodearlo!¡Séunpocomásingenioso,porelamordeDios!Conestaspalabras,laseñoritaDuboisselevantóysevolvióacalarelsombrero.—Hastamañana,Max.Quepasesunbuendía.Yrecuerda:¡sutileza!LaancianasaliódeldespachodeMax,yéstesequedósolodenuevo,meditando
suspalabras.Aquellanochenopegóojo.NocompartíalaopinióndelaseñoritaDuboisdeque
«algo»estabamatandoaIsabelle,perosílepreocupabaelestadodesaluddelajovenyelhechodequeelmédicoquelatratabahubiesepartidotanprecipitadamente.Sinembargo,allínohabíahabidocrimenalguno,yélnoteníaporquéintervenir.MeterseenasuntosajenoseralaespecialidaddelaseñoritaDubois,nolasuya.
Peroqueríasabermás.QueríasabersiIsabelleseencontrababien.Conlaslucesdelalbatomóporfinsudecisión.IríaaParísybuscaríaaDelvaux.
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Capítulosiete
EldespachodeJulesBronaceraviejo,pequeñoyoscuro.Loslibrosylospapelesseamontonabanenlasestanterías,lamesaylosrincones,sinningúntipodeorden.Lahumedad había comenzado a invadir las paredes, la ventana no cerraba bien y lassillasestabancojas.
A decir verdad, Max había esperado algo diferente. Por ese motivo seguíaperplejo, mirando a su alrededor, sin estar muy seguro de hallarse en el lugarcorrecto.Y,sinembargo,elhombrequesesentabafrenteaél,traselescritorio,eraexactamentelapersonaalaquehabíavenidoabuscar.
Jules Bronac era pequeño y rechoncho, pero de manos sorprendentementerápidas,loquesugeríaunagranagilidadmental.ObservabaaMaxconcautela,comoevaluándolo.
Finalmente,parecióestardeacuerdo,porqueasintióyserecostócontrasusilla.—Amigo Grillet—dijo—. Hacía tiempo que no sabía de usted. ¿Cómo le va
por…?—Beaufort—loayudóMax—.Bien,gracias.Bronacasintiódenuevo,conungruñido,yechóunvistazopor laventana.Un
bosquedetejadosycallesestrechasylaberínticaseratodocuantosedivisabadesdeallí.
—Confranqueza,creoqueyomemoriríadeaburrimientosivivieseenunlugarasí.
—En cambio, a mí la ciudad me abruma —replicó Max—. Soy un hombretranquilo,¿sabeusted?
—Y eso me lleva de nuevo a preguntarme qué ha venido usted a hacer en lacapital,yconcretamente,quélehatraídohastamidespacho.Oídecirquesujefe,elseñorGallois,sehabíaretirado,dejándoleaustedencargadodelagendarmería.
—Oyó usted bien. El señorGallois vive ahora en un apacible pueblecito de laCostaAzul.
—Aja.Nohevueltoaverlodesdeaquelcursilloenelquenosconocimosustedyyo.
Max sonrió levemente. Lo recordaba.Cuatro años atrás, el señorGallois habíaasistidoenParísaunseminariosobreconductacriminal,impartidoporunprestigiosoinspectoringlés,ysehabíallevadoasuayudanteconsigo.EntrelosparticipantessehallabaMesBronac.Ambos habían colaborado conjuntamente en un caso, cuandoGalloistrabajabaenParís.
AMaxnolegustabaelaireprepotentedeBronac,perohabíaacudidoaélpordosmotivos.Enprimerlugar,porqueelseñorGalloisloconsiderabaunbuenprofesional.Yensegundolugar,porqueeraelúnicodetectivequeMaxconocía.
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Había pasado dos días en París, buscando al doctorAmédéeDelvaux, pero nohabía logrado localizarlo.Habíapreguntadoacuatromédicosdiferentes,yningunohabía oído hablar de él. Max no podía permitirse el lujo de dejar tanto tiempodesatendida lagendarmeríadeBeaufort,ymenoscon losextrañosacontecimientosquehabíansucedidoenlasúltimassemanas.
—¿Yquiereustedtratarasuntosoficialesopersonales?—tanteóBronac.Max lo pensó. La señorita Dubois le había pedido que investigara al doctor
DelvauxysurelaciónconIsabelle,peronohabíanada,aniveloficial,quejustificaratal petición, puesto que ninguno de los dos, que se supiera, había cometido delitoalguno.
—Deboconfesarquesetratamásbiendeunasuntopersonal.Hayunapersonaenelpuebloquesecomportademaneraciertamenteextraña,yaunquenohaymotivosoficialesparainvestigarla,debodecirquemeintrigasobremanera.
—Hum.Yaveo.Ydígame,¿esbellalajoven?Asupesar,Maxsintióqueenrojecía.—Yonohedichoquesetrataradeunajoven.—Pero,evidentemente,asíes,amigomío.¿Meequivoco?—No.Maxsesentíaalgoestúpido.Eldetectiveaveriguabadatosde lamismamanera
quelaseñoritaDubois.«Esodeberíatranquilizarme»,sedijo.«Siutilizalosmismosmétodosqueesaancianachismosa,seguroquedescubremuchomásqueyo».
—¿Quierequelainvestigue?¿Setratadeeso?—Enciertosentido,sí.Max procedió a contarle lo que él sabía de la historia de Isabelle: su origen
humilde, su infancia y adolescencia enBeaufort, su relación con el joven hijo delmarquésdeLatour(Bronacsilbóporlobajo)ysumarchadelpueblo,envueltaenelescándalo. Pasó después a relatarle su retorno, semanas antes, sumisteriosa nuevafortuna,suenfermizoaspectoysuextrañomododecomportarse.
ConcluyóconlavisitadeldoctorDelvaux,tanbruscamentefinalizada.—Interesante—comentóeldetective.Maxadvirtióquenisiquierahabíatomadonotas,perosospechabaquenolehacía
falta,yquenoolvidaríanadadecuantolehabíacontado.—¿CreeustedqueextorsionaalmarquésdeLatour?—Lo ignoro, señor Bronac. Sólo sé que esa joven no está bien de salud, y
sospechoquealgoterriblelesucede.Yséqueellanomelovaacontar.—Austedno,peropuedequeamísí.—Deesoqueríahablarle:Beaufortesunpueblopequeñodondetodosesabe.Si
usted apareciese por allí, daría mucho de qué hablar, y ello no beneficiaría enabsolutoaIsabelle,nitampocoalainvestigación.
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—¿Pretende usted decirme que debo investigar a esa joven sin haberla vistosiquiera?
—SihayalgoqueinvestigarenBeaufort,yomeencargarédeello—«ytambiénla señoritaDubois», añadió para símismo—.Pero necesito a alguien enParís quebusqueaesetaldoctorDelvauxylesonsaqueacercadelestadodesaluddeIsabelle.Ysiesonoesbastanteparausted,podría tratardeaveriguarquéhizoella losañosque estuvo en París, y si llegó a reencontrarse con Philippe de Latour. Si le sigueustedlapista,talvezseenterededóndeprocedesunuevafortuna…
Eldetectiveseechóhaciaatrásyseacaricióelbigote,pensativo.—Hum—dijo—.Bien.Sí,noestámalparaempezar.—Entonces,¿aceptaustedelcaso?—Ciertamente,señorGrillet.Mepondréatrabajarenello.Esperopoderenviarle
noticiaslasemanapróxima.Enmicartaleadjuntarétambiénuncálculoaproximadodemishonorarios.
Bronacselevantóágilmente,cogiendoaMaxporsorpresa.Éstesepusotambiénen pie, pero tardó unos segundos en darse cuenta de que ello significaba que eldetective había decidido dar por concluida la entrevista. Se dejó conducir hasta lapuertasinunsolocomentario.Cuandoyabajabaporlasescaleras,Bronacllamósuatención.
—Unaúltimaobservación,señorGrillet.Headvertidoquesehafijadoustedenmi despacho —sonrió con cierta indulgencia—. No se deje engañar por lasapariencias.Lociertoesquesonmalostiemposparalosdetectivesprivados.
—¿Enserio?Teníaentendidoqueestabandemoda.—Poresoprecisamente—suspiróBronac—.Somosdemasiadoseneloficio.Maxnosupoquédecir.Eldetectivesonriódenuevo.—Perodalacasualidaddequehaidoustedatoparconunodelosbuenos—le
aseguró—.Siesajovencitaocultaalgo,nodudequeyolosacaréalaluz.Maxdejóeledificio,todavíaconfuso.Noestabasegurodehaberobradobien,ya
quenoleparecíaéticorebuscarenelpasadodeunapersonasinsuconsentimiento,ysinningunarazónaparente.Pero,porotrolado,estabasinceramentepreocupadoporIsabelle.
SospechabaquelaseñoritaDuboisteníarazónconrespectoaella.Finalmente,MaxmontóenladiligenciaquepasabaporBeaufort,resignándosea
laideadequetendríaquepermanecerinactivo,aguardandonoticiasdeJulesBronac.LadiligenciallegóaBeaufortalanochecer.Alaentradadelpueblosecruzócon
unmuchachoquecaminabaendireccióncontraria.Elchicosedetuvoparamirarelcarruajequepasóasulado,peroenaquelmomentoMaxestabamediodormidoynolo vio. Si hubiese echado un vistazo por la ventanilla, habría reconocido a JeromeBonnard,quesedirigíaalamansiónGrisardconlasúltimaslucesdeldía.
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Nohabíansido loscomentariosdesumadre, sinosuvisitaconMaxdurante labatida, lo que había llamado la atención del muchacho sobre la mansión y sumisteriosadueña.
Nohabíacontadoanadiequepensabaacercarsealacasa.Sospechabaquehabíaalgoextrañoenella,peroqueríaestarseguroantesdehablarsobreel temaconsusamigos.No temía acercarse solo. JeromeBonnard estaba acostumbrado a hacer loquelevinieraenganaenBeaufortysusalrededores,ynoleentrabaenlacabezaquepudieraocultarseensusdominiosalgoquepudieseamenazarle.
YacasieranochecerradacuandollegóalasproximidadesdelamansiónGrisard.Se quedó oculto tras el tronco de un árbol solitario, lo bastante grueso como paraescondersucuerpoporcompleto,yseasomóconprecaución.
Lamansión semostróante él, silenciosay sombría, adormecida sobre su lechoentrecolinas.Noseescuchabaunsoloruido,yestabatodoaoscuras,aexcepcióndeunleveresplandorquesurgíadelventanucoarasdesueloqueJeromeyahabíavistolavezanterior.
Inspiró hondoy se arriesgó a salir de su escondite, protegido por la oscuridad.Deslizándosedesombraensombra, llegóhasta lospiesde lamansiónGrisardysepegóalapared.
Noseatrevióaasomarsealaventana,demomento,peroaguzóeloído.Escuchóunavozapagadaquehablabaensusurros,yreconocióaIsabelle.Pero
nologróentenderunapalabradeloquedecía,porquehablabaenvozmuybaja.Oyódespuésunaespeciedegruñidodeasentimiento,ysupoqueeraMijaíl.
Searriesgóaasomarseunpoco.Elventanucodaba,comohabía imaginado,alsótano.Eraunsótanopequeño,y
estabaprácticamentevacíodemuebles.Tansólohabíaunamesa,unasillayunbancojuntoalapared,yuncandilquealumbrabalosrostrosdeIsabelleyMijaíl,sentadosel uno frente al otro. Isabelle parecía estarmás pálida que de costumbre. Se habíahechounovillo,sentadaenelbanco,conlaespaldaapoyadaenlaparedylacabezagacha, temblaba comouna hoja y parecía que respiraba condificultad. JeromeviocómoMijaílleechabaunamantasobreloshombros,ycómolajovenenvolvíaenellatodosucuerpo,dejandoversólosurostromarfileño.
Ningunodelosdosdijonadaduranteunbuenrato.Jeromesesentíacadavezmásintrigado.Sepreguntabaquéharíanaquellosdos
enelsótano.Forzólavistaparaversidistinguíaalgomás,enbuscadealgunapista.Apreciósobrelamesauncuencovacíoyotroobjetoquebrillaba.Estiróunpocoelcuelloparavermejor,peroelenormecorpachóndeMijaflseinterponíaensucampodevisión.
Jeromesemovióconprudencia.Suspiesavanzaronatientasenlasemioscuridad.Elmuchachoseagachólevementeparavolveramirarporlaventanilla,perotropezó
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con algo y el pequeño sonido que produjo se oyó como un trueno en medio delsilencio.
Isabellenoreaccionó,peroMijaílsevolvióhaciaél,comomovidoporunresorte.Jerome retrocedió un paso; justo entonces vio con claridad el objeto que había
sobre la mesa, y lanzó una exclamación. Mijafl se levantó de su asiento,presumiblementeparasaliraperseguirlo,yJeromediomediavueltayechóacorrerenlaoscuridad.
Corrió y corrió sin detenerse, hasta que no pudo más. Se detuvo entonces,jadeante,ysediolavuelta.LamansiónGrisardparecíamuylejana,perosusombraamenazadoratodavíaseveíaconclaridad,recortadacontraelcielonocturno.
Jerometratóderecuperarelaliento.Nadieloperseguía.Dejóqueloslatidosdesucorazónvolvieranasuritmonormal,yreflexionósobre
lo que había visto, preguntándose sobre su significado. Cerró los ojos y volvió avisualizarlaescenadelsótano.QueIsabelleestabaenfermaeraevidente.Yparecíaque, de alguna manera, Mijaíl la cuidaba. Pero ¿qué estaban haciendo en aquelsótano?
EvocódenuevoelmomentoenqueMijaíllohabíamirado.Nohabíaodioniiraensusojos,sino…miedo.
Jeromelohabíacaptadoinmediatamente,yporello, loque lehabíahechosalircorriendonohabíasidolamiradadeMijaíl,sinolaimpresióndehabervistosobrelamesaunpuñalensangrentado.
Elcorazónseleaceleró.¿Habríanmatadoaalguienaquellosdos?¿Mantendríansucadáverocultoenelsótano?
JeromecontemplódenuevolamansiónGrisardysintióque,dealgunamanera,ellaledevolvíalamirada,desafiándoloadescifrarsusmásrecónditossecretos.
Jeromeaceptóelreto.—Lo averiguaré todo sobre ti—juró, y ni élmismo habría podido decir si se
referíaalacasa,aIsabelleoalserqueloshombresdeBeauforthabíansalidoacazardíasatrás,siesqueteníarelaciónconlamisteriosajovenysuinhóspitacasa—.Mecontarástodosycadaunodetussecretos.
Lamansiónenterapareciósonreír.
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Capítuloocho
En los días siguientes, Jerome anduvo silenciosoypensativo.Losque lo conocíanbien sospechaban que tramaba alguna de las suyas y, en cierto sentido, así era.Reflexionó mucho sobre lo que había visto en el sótano de la mansión Grisard,intentando encontrarle un sentido y tratando de decidir cuál sería su próximomovimiento.Todavíanohabíacontadosuaventuraa susamigos, talvezporque legustaba sentirse por encima de ellos, teniendo información que nadie más sabíaacerca de Isabelle y lamansiónGrisard. Pero no pasómucho tiempo antes de quetodoaquelloleresultaseinsuficiente.Mientrasplaneabasupróximaexpediciónalacasade Isabeile, empezóapensarquenecesitaba testigosde suhazaña,unoodos,quepudiesendarfedeloquesucedíaenaquellugar.Delocontrario,cuandoquisieserevelarloquesabía,nadieibaacreerlo.
Mientras Jerome se planteaba qué iba a hacer a continuación, la vida deMaxhabíacaídodenuevoenlarutinadesiempre.Laúnicanovedadhabíasidolavisitadelnotarioqueunamañana,cincodíasdespuésdelregresodeMaxdeParís,pasóporlagendarmería.
—SeñorChancel,quéagradablesorpresa.¿Quéletraeporaquí?—saludóMax.—Ustedmetraeporaquí,señorGrillet.Ustedysus…curiosidadescientíficas—
noocultóunasonrisa—.HoyherecibidonoticiasdeChartres.—¡Ah!—Maxcasisehabíaolvidadodeltema—.Paseytomeasiento,porfavor.
Soytodooídos.ElseñorChancelsesentófrenteaél.—Comoledecía,hoyhallegadounacartademiprimo,enlaquerespondeamis
preguntassobreanimaleshematófagos,esdecir,quesealimentandesangre.Endichacartamecomunicaqueexistenmuypocosespecímenesdeanimalesquetengantaleshábitos alimentarios. Todos conocemos a esos desagradables insectos que son losmosquitos,alassanguijuelasdelospantanos…
—Ciertamente.Prosigausted,porfavor.—Pues bien, por lo que parece, algunas especies de murciélagos son también
hematófagas.Maxseinclinóhaciaadelante,interesado.—¿Hadichousted«murciélagos»?—Sí,murciélagos.Esosroedoresconalasquecomeninsectos.Peroporlovisto,
untipodemurciélagotropicaldegrantamaño,elDesmodusRotundas,necesitaalgomásparasusustento.Estosanimalesestánprovistosdeunosafiladoscolmillosqueclavanasuspresas,comolasserpientes.Pero,enlugardeinocularveneno,chupanlasangredesusvíctimas.Pareceserquetampocoesextrañoqueataquenalganado.
—Interesante—murmuróMax,pensativo—.¿Yesos…murciélagosatacanalos
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sereshumanos?—Podríanllegarahacerlo.Noestamoshablandodemurciélagoscorrientes.Estos
bebedores de sangre son de gran envergadura comparados con las otras especiesconocidas.
Inclusohayrumoresdelaexistenciadeotraespeciedemurciélago,muchomásgrandequeelRotundas,quepuedeproducirestragosaúnmayores.Perosólotenemosconocimiento de él a través de leyendas y relatos de campesinos y, aunque se hanrecogidodiversostestimoniosalrespecto,nosehademostradoqueexistaenrealidad.
Hubounbrevesilencio,mientrasMaxreflexionabasobrelanuevainformación.—Los datos parecen coincidir—dijo el gendarme finalmente, pensativo—. La
vacadeMorillonpresentabamarcasdecolmillosenelcuello.¿Sedaustedcuentadeloqueellosignifica?
—Medoycuenta,señorGrillet.¿Perodequémanerapuedehaberllegadohastaaquíunmurciélagodetalescaracterísticas?
—¡Loignoro,señorChance!¿Diceustedquesetratadeunaespecietropical?—OriundadeAméricadelSur,concretamente.—Mmmm…Bien, ya tenemos un nuevo interrogante que resolver. Pero estos
nuevos datos aclaran otras cuestiones. Por ejemplo: si la criatura que atacó a esapobre vaca estaba provista de alas, no es de extrañar que no encontráramos sushuellasenpartealguna.
Porotrolado,¿dóndepodríaocultarse?—Nuestro paisaje carece de montañas que puedan presentar cuevas o grutas
oscuras.Peropodríahaberalgunagrietaen lascolinas.O,ensudefecto, talveznuestro
alado amigo haya hallado refugio en algún sótano oscuro, en el interior de algunacasaabandonada…
Max no contestó. Su mente estaba concentrada en aquellas nuevas piezas delrompecabezas.Finalmentesevolvióhaciaelnotarioyledijo:
—Bien;entonces,ahoraquesabemosloqueandamosbuscando, talvezdeberíaalertaralosvecinos.Hablaréconelseñoralcaldeparaconvocarunareunión.
ElseñorChancelsemostródeacuerdo.Momentosdespués,Maxseencaminóalaalcaldía.—¿Murciélagos?—repitióelseñorBuquetalzandounaceja.—Esunaposibilidad, señor alcalde.Es importanteque todos losvecinos sepan
quéaspectopuedeteneresemonstruochupasangre—MaxempleóinconscientementelaexpresiónquehabíautilizadoJeromeeldíadelabatida—.Creoqueunmurciélagonosecorrespondeexactamenteconlaimagenqueteníamosdeél.
—Hum—elalcaldeseacariciólabarbilla,pensativo—.¿Ynocreequeestamossacandolascosasdequicio?Entiéndame,unavacaessólounavaca.
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—¿Quéquiereusteddecir?—Verá usted, ahora que las cosas se están calmando un poco, encuentro
innecesariovolveraalarmaralapoblación.Esemonstruo,murciélagooloquesea,nohavueltoaatacar.
Selehabuscadoporlosalrededores,sinresultado.Nadaindicaquesigaporaquí,¿meentiende?Sicayeseotrares,bueno,esoseríayaotrocantar…
—Comprendo.Maxnoañadiómuchomás.Sedespidiódelalcaldeysaliódelaestanciadonde
éste lo había recibido. Al hacerlo, tropezó con la señora Buquet, que lomiró concuriosidad.Maxtuvolasospechadequelamujerhabíaescuchadofurtivamentegranpartedelaconversación.
Aquellatarde,despuésdecomer,Maxvolvióasacardelarchivoelinformesobrela batida y añadió al final las observaciones del notario. Dejó el trabajoprecipitadamenteporquetuvoqueacudiratodaprisaacasadelaseñoraLavoine,queestabaseguradehaberoídoruidossospechososensusótano,ynoseatrevíaabajar.
—¿Ustedcreequeseráunmurciélagogigante, señorgendarme?—lepreguntó,conlosojosmuyabiertos.
Maxseadmiró,unavezmás,delodeprisaquecorríanlasnoticiasenBeaufort,especialmentesielgrupodelaseñoraBonnardestabadepormedio.
—Sinceramente,señoraLavoine,lodudomucho.Pero ella seguía aterrorizada, yMax no tuvomás remedio que inspeccionar el
sótano,palmoapalmo,ydesalojaraunagatapreñadaqueandababuscandounlugartranquiloparaparir.Cuandohubocomprobadoquenohabíamurciélagosbebedoresde sangre en su sótano, la señora Lavoine se sintió tan aliviada y agradecida queinvitóaMaxatomarelté.
Encontradeloqueéltemía,enlosdíassiguientesnosedesatóelpánico,ynadiesugirióquevolviesenasaliralcampoalacazadelbebedordesangre.Maxconcluyósuinformeconlasopinionesdelalcaldeacercadelainconvenienciadeconvocarunareuniónparatratareltema,ydespuésvolvióasepultarloenelarchivo,convencidodequesetratabadeuncasocerrado.
Una tardese topópor lacalleconuna figura familiar.Se tratabadeunasiluetafemenina,frágilydelgada,yvestidadenegro.EstabadeespaldasaMax,intentandoponerselosguantesalavezquesujetabavariospaquetes.
—¡SeñoritaIsabelle!—saludóMax,sorprendidodeverlaallí.Laapariciónsesobresaltóydejócaerunguante.—Ah…,esusted—dijosuavemente.Seagachóconprestezapararecogerelguante,antesdequeMaxtuvieseocasión
de hacerlo por ella.El joven lo consideró unamala señal: era unamanera sutil dedecirlequenolonecesitaba.
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Probablemente,quenonecesitabaaningúnhombreensuvida.«¿QuéfuedeljovenLatour?»,quisopreguntarle.Peroenlugardeellodijo:—Qué agradable sorpresa, Isabelle. Es extraño verla… a la luz del día,
precisamenteausted,quesedefinecomouna…hijadelanoche,¿eraasí?—Isabelleasintióconunasonrisa—.¿Qué la traeporaquí?Sino recuerdomal, sólose lahavistoenotraocasiónporelpueblo,yfueeldíadesullegada.
—Recuerdaustedmuybien—replicóella,mordaz,yañadió,conmayorsuavidad—.Enfin,austedpuedocontárselo,supongo.HeenviadoaMijaílalaciudadahacerunas gestiones en mi nombre. No quería que nadie supiera que estoy sola en lamansión,¿comprendeusted?Perometemoqueseharetrasadounpardedías,yyoya no podía pasar sin una serie de alimentos. Por supuesto, mi presencia aquí hasuscitadocomentarios,perohedichoatodosqueMijaflestáenfermo,congripe—sonrió.
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Maxledevolviólasonrisa.Sumiradasedetuvoporcasualidadenlosabultadospaquetesquellevaba.Rebosabancomida.
—Tieneustedbuenapetito—comentó—.Esraroquesigaestandotandelgadaypálida.
Lamiradadeellavolvíaasercauta.—¿Quéinsinúa?—Losiento,nopretendíaserindiscreto,essóloquemehallamadolaatención.
¿Mepermitequelaayude?Isabelle lo miró detenidamente, como evaluándolo. Al final, se encogió de
hombros.—Siasílodesea…Le pasó varios de sus paquetes, yMax comprobó que pesabanmás de lo que
habíaimaginado.Denuevosepreguntócómopodíacontenertantaenergíauncuerpotanmenudoyfrágil.
—Ydígame,¿encontraronalanimalsalvaje?—No,señorita.Lamuertedeaquellavacasiguesiendoungranmisterio.Esperabaqueellalepreguntaseporqué,peroIsabellepermaneciócallada.—¿Havenidoustedapie?—preguntóentoncesMax,cambiandodetema.—Sí,peroalavueltaregresaréenelcarrodelgranjeroBoutel.Yahehabladocon
él.Max disimuló su decepción. Durante el largo camino a la mansión Grisard
podríanhaberhabladodemuchascosas…—Ah,allíestáBoutel—dijoIsabelle,señalandoelcarroqueyalaesperabaenla
plaza—.Hasidoustedmuyamable,Max.Permítame…Alargólasmanosparacogerlelospaquetes,yMaxobservóquenohabíallegado
aponerselosguantes.YvioqueIsabelleteníaambasmuñecasvendadas.—¿Quélehapasado?—preguntó—.¿Sehahechodaño?Isabelle retiró las manos rápidamente y le disparó una mirada furiosa y
amenazadora.—Losiento—replicóconvozgélida—,perometemoquenoesasuntosuyo.Maxabriólabocapararesponder,peronodijonada.Mirócómoseenfundabalos
guantesenérgicamente,enactitudmolesta,ypensóquenopodíadejarlamarcharasí.Perotampocopodíaobligarlaacontarlenadaqueellanoquisieracontar.
Isabellecogiólospaquetes,congestoadusto.—Seloagradezco—dijo,cortante.—Noqueríamolestarla—respondióMax.Losojosdeambosseencontraron,ylamiradadeIsabellepareciósuavizarseun
tanto.—Noesculpasuya—dijo.
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Y,trasestaspalabras,IsabellediomediavueltayechóacorrerhaciaelcarrodelgranjeroBoutel.Cargadacomoiba,avanzabacongranligereza.
Maxsequedóplantadoenlaplazaunbuenrato,hastamuchodespuésdequeelcarroysusocupanteshubiesendesaparecidocalleabajo.
Nosediocuentadequealguienlosestabaobservandodesdelejos.Sentado con sus amigos al otro extremo de la plaza, JeromeBonnard también
contemplaba,pensativo,lanegrafiguradeIsabelleenelpescantedelcarrodeBoutel,y había sacado sus propias conclusiones al respecto. Los otros chicos conversabanentre ellos, riendo estrepitosamente cuando alguno decía algo especialmenteocurrente.SóloJeromeparecíaajenoatodo.
—Eh,Jerome,¿quétepasa?—Seguroqueestápensandoenalguien…—¿Ah,sí?¡Vaya,vaya!—Cuéntanoslo,hombre…—¿Quiénesella?—Venga,di,¿quiénes?Jerome volvió a la realidad y vio los ojos de sus amigos clavados en él,
expectantes.—Estabapensandoenlabatidadelotrodía.Enlosrostrosdetodossepintóunamuecadedecepción.—¿Otravezconeso?¡Perosinohabíaningúnmonstruoenelcampo!—Enelcampo,no.Peroyosédóndeestá.Se oyeron algunas carcajadas y bufidos de escepticismo. Jerome se encaró con
ellos.—¡Aver!¿Elmonstruoexisteono?—¡Claro que sí! —respondió inmediatamente Fabrice Morillon—. Nuestra
vaca…—Nosotros—lointerrumpióJerome—registramoslazonapalmoapalmoyno
vimosnada.Perohubounsitiodondenobuscamos.Calló.Losotroslomiraban.Ahorasíhabíacaptadotodasuatención.—¿Dónde,dónde?—EnlacasadelaseñoritaIsabelle.Nuevas carcajadas. Jerome aguardó pacientemente hasta que sus amigos
estuvieronendisposicióndeseguirescuchándolo.—Esamujeresmuyrara—insistió—.Nuncavieneporelpueblo.Tampocovaa
laiglesia.Mimadredicequeesunabruja,yyocreoquetienerazón.—¡Vengaya,Jerome!¡Quénohemosnacidoayer!—Puesyohevistocosasmuyextrañasenesacasa,osloaseguro.Pasóacontarlesentonces,porfin,laextrañareaccióndeIsabellecuandoMaxy
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él le hablaron del monstruo chupasangre; su expedición en solitario a la mansiónGrisardy todo loquehabíavistoa travésdelventanucodel sótano;ypor si acasoalguiennoconocieselahistoriatodavía,leshablótambiéndelaullidoquelaseñoritaDuboisylaseñoraLavoinehabíanescuchadoenlacasa,tiempoatrás.
—¿No pensáis que todo eso es muy raro? —concluyó Jerome—. Además,vosotrosnolahabéisvistodecerca…Pareceunfantasmaysiemprevistedenegro,igualqueuncuervo.
—Estarádeluto…—¿Ycómoexplicaselcuchilloensangrentadoquevi,eh?Hubounbrevesilencio.Entoncesunodeloschicosañadió:—Perosifuesetansospechosa,elseñorGrilletlahabríadetenidoya.—¿Ése?—Jeromebufócondesprecio—.¡Sibebelosvientosporella!Oesmuy
tonto,oesqueIsabellelotieneembrujado…Nadie dijo nada. Todos apreciaban a Max, pero ninguno de ellos se atrevía a
contradecirenserioaJerome.—Voyademostrarosqueesverdadloquedigo,comomellamoJeromeBonnard.Loschicossemiraronunosaotros.—¿Yquévasahacer?—Voy a volver a la casa y voy a entrar en ese sótano, a ver si encuentromás
pistasinteresantes.Sivuelvoconpruebas,elseñorGrilletmeescuchará.—ComotepilleMijaíl…—Mijaíl seha ido,¿esqueno tenéisojosen lacara? ¡Acabadepasarporaquí
Isabellecargadadepaquetes!¿Cuándolahabéisvistovosotroshaciendolacompra,eh?
—Bueno,peronopuedesestarseguro.Chasqueandolalenguaconimpaciencia,Jeromesepusoenpiedeunsalto.—Yo sé queMijaíl no está.Ahora o nunca. Pienso ir esta noche a lamansión
Grisard.¿Quiénmeacompaña?Sólo cosechó dos voluntarios, y uno de ellos era el pequeño FabriceMorillon,
peroJeromenonecesitabamás.—Está bien—dijo a sus dos compañeros—. Esta noche nos acercaremos a la
mansiónGrisard.Estadpreparados.
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Capítulonueve
Asuregresoalagendarmería,MaxseencontróconlaseñoritaDubois.—¿Lahasvisto,Max?—preguntóellaconojosbrillantes.—SiserefiereaIsabelle,sí,lahevisto,yhehabladoconella.Procedió a contarle su breve conversación con la desconcertante joven. La
señoritaDuboismoviólacabezaconpreocupación.—Esachiquilla…Noséquéserádeellasinopermitequenadielaayude.Hoyle
hedichoquedeberíavestir ropamásalegre,másacordeconsuedad.«Parecesunaviuda,Isabelle»,lehedicho.¿Ysabesloquemehacontestado?«Talvezguardelutopormímisma, señoritaDubois».«¡Talvezguarde lutopormímisma!».¿Peroquéclasederespuestaesésa?
—Mehaparecidoverqueestáherida—añadióMax.—¿Enserio?—Sí,llevabalasmuñecasvendadas.EldatoparecióimpresionarmuchoalaseñoritaDubois,quediounpasoatrásy
mirófijamenteaMaxconlosojosmuyabiertos.—¿Ocurrealgo?Laanciananorespondió.Sesantiguóunpardevecesymurmuró:—¡Quéelcieloseapiadedeella!Y,sinunapalabramás,diomediavueltayechóaandarapasoligerocalleabajo.Maxdecidióquealdíasiguiente,cuandoestuviesemáscalmada, lepreguntaría
quéhabíaqueridodecir.Entróenlagendarmería,todavíacavilandosobreelmisteriode Isabelle, y abriódistraídamente elbuzón, enungesto automático.Casinadie leescribía nunca, y por ello le sorprendió hallar una carta. La abrió, intrigado, y leextrañóverquehabíasidoescritadesdeFrankfurt.
YestabafirmadaporJulesBronac.Maxnohabíaolvidadoaldetective,peronoesperaba recibirnoticias suyas tan
pronto,ymuchomenosdesdetanlejos.Lacartadecíaasí:
ApreciadoseñorGrillet:
LeescriboparacomunicarlequemeencuentroenFrankfurt,cumpliendoconloqueustedmeencargó.MisinvestigacionescomenzaronenParís:busquéprimeroaldoctorDelvaux,peromeencontréconquenoexisteenlaciudadningúnmédicoconese nombre. Aun así,me las arreglé para encontrar al cochero que lo llevó hastaBeaufortylotrajodevuelta,ycuálnoseríamisorpresaaldescubrirquetrabajabanadamenosqueparaelmarquésdeLatour.Peseaello,no logré sacarmuchoen
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claro.Elcocherosólocumplíaórdenes,ysumisiónconsistíaenconduciraldoctorDelvauxhastasupoblaciónytraerlodenuevoaParís,cuandoélasílodecidiera.
Siguiendo esta pista, traté de entrevistarme con elmarqués deLatour, pero nologré que aceptara recibirme. Parece ser que se trata de un hombre anciano yenfermo,quetodavíanohasuperadolamuertedesuúnicohijo,eljovenPhilippe.
Sí,amigomío.Porlovisto,elenamoradodesuIsabellefallecióharácosadetresaños, lejos deParís. Yomismohe visitado su tumba en el panteón familiar de losLatour, aunque nadie ha sabido decirme todavía cómo sucedió, dónde, ni en quécircunstancias.
Comome intrigaban losmotivos que pudiese tener elmarqués para enviar unmédico a la mujer que sedujo a su hijo, decidí tratar de averiguar cómo fue surelación después de que Isabelle abandonaseBeaufort. Por lo que sé,Philippe nosabíaqueellaloseguiríahastaParís.SupadreloenvióaFrankfurtparacontinuarcon susestudios,demodoque, cuando Isabelle llegóa laciudad, seencontróconqueélyasehabíamarchado.Ellatardóvariosmesesenreunireldineronecesarioparaemprenderelviaje.Trabajócomolavandera,comocamareraycomocriada,yfinalmente, se puso en camino hacia Frankfurt. He hablado con una serie depersonasquelaconocieronentonces,yningunadeellasvolvióaverladespuésdesupartida. Tengo evidencias de que, cuando regresó a Francia, tres años después,estuvoviviendoenParís;pero,porlovisto,fuesumamentediscreta,yaquesólodospersonasrecuerdanhaberlavisto.Unadeellas,significativamente,esuncriadodelacasadelmarquésdeLatour.Esdecir:queasuregresodeFrankfurt,Isabellefueahablar con el padre de su difunto enamorado. Nadie sabe de qué trató esaconversación,salvo losdos implicados,ycomoya lehecomentado,elmarquésnorecibeanadie.
Añadiréquepareceserque,cuandoregresódesuviaje,Isabelleyatraíaconsigoalcriadodelqueustedmehabló,yestabaanormalmentepálida,peronomostrabaseñalesdehaberincrementadosustancialmentesufortuna.ConestoquierodecirqueconsiguióeldineroasuregresoaParís.Posiblemente,despuésdeentrevistarseconelmarquésdeLatour.
Siquierequeledémiopinión,lomásprobableesqueellaregresaradeFrankfurtembarazada del joven Latour, obligando así al marqués a mantenerlagenerosamente.Pero,comonohepodidocomprobarlo,decidíacudirpersonalmenteaFrankfurtparatratardeaveriguarquésucediódurantelostresañosqueIsabelleestuvofueradeFrancia,ycuálfuelacausadelfallecimientodelhijodelmarqués.Acabodellegaralaciudadyestamismatardeiniciarémisinvestigaciones.
Cordialmente.JulesBronca
P.S.:Leadjuntounpresupuestoaproximadodemishonorarios.Incluyenelviaje
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aFrankfurt.
Max dejó la carta, perplejo y algo molesto. No había contado con que JulesBronac tuviese que desplazarse fuera de París para seguir la pista de Isabelle. Elpresupuestoeraexorbitante,yMaxnoestabasegurodequesupagacomogendarmeruralpudiesealcanzaracubrirtodoslosgastos.
Debía reconocer, sin embargo, que aquel detective era condenadamente bueno.¿Cómo se las había arreglado para encontrar a aquel cochero en una ciudad tangrandecomoParís?
Volvió a examinar la carta. Bronac tenía razón: quedaba aún una serie deinterrogantesporresolver,perolosresultadosdelaprimerafasedelainvestigaciónarrojabanunanuevaluzsobrelahistoriadeIsabelle.
Así pues, el joven a quien ella había seguido por media Europa estaba ahoramuerto.
Ello explicaba que Isabelle vistiese de luto, e incluso que su mente hubieseresultadoafectadadespuésdelatragedia.
¿Pero qué relaciónmantenía Isabelle con el padre del difunto, un hombre quehabíatratadodeapartarlaportodoslosmediosdeljovenPhilippe?Lamuchachanohabía llegado a Beaufort con un bebé en brazos. Si le había dado al marqués unheredero,aunquefueseilegítimo,¿dóndeestabaelniño?
Maxsacudió lacabeza.Suconciencia le repetía insistentementequeaquellonoerade su incumbencia,yquenodebía fisgar en lasvidasde losdemás, comounaseñoraBonnardcualquiera.
Conunsuspiro,Maxtomólaplumayescribióunacartadecontestaciónenlaqueleconfesabaaldetectivequesushonorariossuperabanloqueélhabíaprevistoyque,portanto,seveíaobligadoapedirlequeabandonaraelcaso.Porsupuesto,leabonaríalosgastosdelviajeylasmolestias,peronopodíapermitirsecontinuarvaliéndosedesusservicios.
Firmólacartaydejólaplumaaunlado.Pensóque,seguramente,quedaríacomounestúpido.Peroeramejorhablarconsinceridadydejarlascosasclaras.
AnochecíayacuandoMaxregresóasucasa.Pasóporlaplazaysaludóalostresmuchachos que se habían reunido junto a la fuente, sin saber que en aquellosmomentosplaneabanunaexpediciónnocturnaalamansiónGrisard.
Jeromeesperóaqueelgendarmeseperdieradevistaparasubirsesobreelbordede la fuente. Estudió atentamente a sus dos compañeros. FabriceMorillon sacabapecho, tratando de parecer más alto, pero había traído el farol, como se le habíapedido.ElotrochicosellamabaArmandyerahijodelpanadero.Llevabaunacuerdaenrolladaalhombro.
Jeromeasintió,satisfecho.Lostreshabíansalidoahurtadillasdesuscasasylesesperabaunabuenareprimendacuandoregresaran,peroestabandispuestosacorrer
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elriesgo.—¡Adelante!—dijosimplementeJerome.Saltóalsueloyechóaandar,ylosotrosdoslosiguieron.Llegaron a la mansión media hora después, con la luna brillando en lo alto.
Apagaronelfarol,seocultarontraselárbolquehabíaservidodeesconditeaJeromelaprimeravezyobservaron.
Nohabíaluzenlaventanadelsótano,perosíenunadelashabitacionesdelpisosuperior.
—Mucho mejor —murmuró Jerome—. Podremos explorar el sótano contranquilidad.
—No,Jerome,¡mira!—dijodeprontoArmand.Vieronquelaluzsemovíadeventanaenventana.Laperdierondevistayluego
volvieronadescubrirlaenlaplantabaja.ParecíaevidentequeIsabelleestababajandoconunavelaen lamano.«Quenovayaal sótano,quenovayaal sótano…», rogóJerome para sus adentros; pero no hubo suerte. Enseguida, la luz iluminó elventanucodelaestanciaquepretendíanregistrar.
—Bueno—lesdijoalosdemásenvozbaja—,veamosquésetraeentremanos.Lostresseacercaronalaventanayseasomaroncautelosamente,perosellevaron
unadecepción.Isabelleestabasentadajuntoalamesayleíaatentamenteunlibro.Nohabíanada sospechosooamenazadoren suactitud. Jeromebuscócon lamiradaelcuchilloensangrentado,peronolovio.
Sinembargo,elmuchachonoestabadispuestoarendirse.—Armand—ledijoenunsusurroasucompañero—,yasabesloquetienesque
hacer.Elchicoasintió,sinunapalabra,ydesaparecióenlaoscuridad.Susdosamigos
esperaronpacientemente.Entonces Isabelle cerró de golpe el libro, con ademán decidido, y Jerome se
sobresaltó ligeramente, convencido de que los había descubierto. Pero la mujerparecía estar sumida en sus propios pensamientos. Se levantó de su asiento y seaproximóalotroextremodelahabitación,quedandofueradelcampodevisióndeloschicos.
—Vamos,Armand,deprisa…—murmuróJeromeparasímismo.Seoyerongolpesenlapuertadeentrada.Isabellevolvióaaparecerenelcentro
de la estancia, tensa. Jerome y Fabrice cruzaron una mirada. Ambos se estabanpreguntando lomismo:¿seatreveríaunamujerqueestaba solaenaquella casa tanapartadaaabrirlapuertaaundesconocidoaaquellashorasdelanoche?
Isabelleseatrevió.Tomóelcandilconunamano,serecogiólafaldaconlaotraysubiólosescalonesquellevabanalaplantabaja.
Loschicossabíanquenotendríanmuchotiempo.Jeromeabrióelventanuco,no
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sin dificultades, ymiró abajo; comprobó, satisfecho, que no necesitarían la cuerdapara entrar porque no habíamucha altura, y se dejó caer en el interior del sótano.Fabricelosiguió.
Jeromemiróasualrededor,perolaluzdelalunanobastabaparadistinguirnada.—Fabrice,enciendeelfarol.—¿Elfarol?—Sí,elfarol…,¿nolollevabastú?—Melohedejadodetrásdelárbol…Jeromesoltóunjuramentoporlobajo,perotratódeveralgoatravésdelatenue
luzquesefiltrabaporelventanuco.Mientras, Armand permanecía oculto en el jardín, espiando las reacciones de
Isabelle,queacababadeabrirlapuertadeentrada.Lajovenlevantóenaltoelcandilparailuminarlassombras.
—Mijaíl,¿erestú?—preguntóalaoscuridad.Nadiecontestó.Desdesuescondite,Armandsopesóunguijarroqueacababaderecogerdelsuelo,
apuntóaunaventanaylolanzó.Nopretendíaromperelcristal,sinosólodistraeraIsabelle,perocalculómallapotenciadellanzamiento…
Entretanto, sus compañeros seguían con su exploración. Jerome estabaexaminando la parte del sótano que no se divisaba desde fuera, pero sólo vio unapared desnuda. Fabrice había cogido el libro que Isabelle se había dejado sobre lamesa; le dio un par de vueltas, pero como no sabía leer, volvió a colocarlo dondeestaba.
—Jerome…—¡Sshhhhh!…¿Oyeseso?Fabricecallóyaguzóeloído.—No,¿elqué?Jeromeestuvoapuntodedecirleque seacercarahastadondeél seencontraba,
peroestabademasiadoasustado.Habríajuradoquealguienrespirabaenalgunapartedeaquelsótano.Alguienmás,apartedeellosdos.Fueentoncescuandounsonoro¡crash!leshizodarunsaltoygritaralunísono.—¡Noshandescubierto!—dijoJerome—.¡Vamonosdeaquí!Acercaron una silla a la pared para trepar de nuevo hasta el ventanuco. No
tardaronensalirdelsótanocomoalmaquellevaeldiablo,sinmolestarsesiquieraencerrarlaventanadenuevo.Jeromeechóacorrercaminoabajo,yFabricelosiguió.Ambos fueron vagamente conscientes de que Armand los seguía a una ciertadistancia.
—¡Vamos, corred! —gritó Jerome; quería evitar a toda costa que Isabelle
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reconocieseaalgunodelostres,ypreferíanodetenersehastaquelacasadejasedeservisibledesdeelcamino.
—¡Jerome,vienealguien!—loavisóFabrice.Jerome vio entonces a lo lejos una figura corpulenta que se acercaba por el
camino,ysedesvióbruscamentehacialacuneta;peroelsuelocedióbajosuspies,yelchicocayóporunterraplén.
Aterrizóvariosmetrosmásabajo,magulladoydolorido.Sediocuentaenseguidadequesupiernaizquierdasehabíallevadolapeorparte.
Fabricenotardóencaerasuladoconunquejido.—¿Porquéhashechoeso,Jerome?¡Menudogolpenoshemosdado!—¡Calla!Todavíapuedenoírnos.¿DóndesehametidoArmand?Losdosmiraronhaciaarriba,haciaellugardondehabíanabandonadoelcamino,
peronovieronnada.Jerometratódeponerseenpie.Eldolorlehizogemir.Volvióadejarsecaerenelsuelo,yechóunvistazodesalentadoasupiernahinchada.
—¡Loquefaltaba!—murmuró.Mientras,Armand sehabíadetenidoenmediodel camino.LamansiónGrisard
había quedado oculta tras un recodo. Armand se sentía más seguro, pero habíaperdidodevistaasuscompañerosynoentendíaporqué.Tambiénélhabíavistolasilueta que se acercaba, pero no lo consideró una amenaza: se limitó a escondersedetrásdeunárbolquecrecíaalbordedelcamino,convencidodequeelcaminantenoloveríacuandopasara.
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De momento, Armand estaba más preocupado por el cristal que acababa deromper.SepreguntósiIsabellelodenunciaríaalgendarme.Enrealidad,ellanopodíasaber con seguridad que había sido él.No había llegado a verle la cara cuando sehabíaalejadocorriendoenlaoscuridad.
Algo alicaído, apoyó la espalda contra el tronco del árbol para recuperar elaliento.
Deprontopercibióunmovimientoporelrabillodelojoysegiró,conelcorazónlatiéndoleconfuerza.Escudriñólassombras,peronovionada.Sinembargo,esonolo tranquilizó. Si no hubiese sido porque parecía demasiado descabellado,Armandhabríajuradoquelamismaoscuridadsehabíamovido.
Sevolvióhaciatodosloslados,conaprensión.Todoestabademasiadotranquilo.Noseoíanada.Lanocheparecíaestarconteniendoelaliento.
Armand tampoco se atrevía a respirar. El peso de aquel silencio le oprimía lasentrañas. Se dio cuenta de que la figura del caminante había desaparecido, y unmiedooscuroeirracionalseapoderódeél,envolviéndoloensumantodepesadilla.
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Unextrañoinstinto ledecíaquealgoinvisibleacechabaenlaoscuridady teníasusojosclavadosenél.
Armand quiso huir, quiso gritar, pero lo único que pudo hacer fue quedarseclavadoenelsitio,comopetrificado,escuchandolosalocadoslatidosdesucorazónconlahorriblesensacióndequecadaunodeellospodíaserelúltimo.
Armand cerró los ojos, rindiéndose al terror. Y entonces, súbitamente, algo lesaltósobrelaespaldayloderribóenelsuelo.Armandtratóderespirar,horrorizado.Giró la cabeza y sólo pudo ver unos ojos rojos y brillantes que relucían en laoscuridad,yunoscolmillosquesecerníansobreél.
Armandgritó,antesdesumirseenlastinieblas.Abajo,enelfondodelterraplén,susamigoslooyeron.Inmediatamentedespués,oyeronotrogrito,unchillido inhumano,escalofriante,
queparecíahabersidocreadoenlasentrañasmismasdelterror.
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Capítulodiez
Max fue sacado de la cama a unas horas realmente intempestivas por alguien quegolpeabadesesperadamenteasupuerta.Parpadeó,perplejo,ytratódedespejarse.Lasllamadas seguían sonando con insistencia. Max tanteó el suelo en busca de suszapatillas.
—¡Señorgendarme!—oyóquelollamabandesdefuera.Era una voz masculina, y eso lo desconcertó todavía más. Había dado por
supuestoquesetratabadenuevodelacriadadelaasustadizaseñoraLavoine,aquiensuamahabíaenviadomásdeunavezdemadrugadaparabuscaralgendarmeporquehabíaoídoalgúnruidosupuestamentesospechoso.
—¡Señorgendarme!—insistiólavoz.—¡Yava,yava!Maxseapresuróacorrerhastalaentrada.Lapersonaqueloesperabafueraseguía
llamando,ycuandolapuertaseabrió,supuñocasigolpeóelrostrodelgendarme.Maxdiounpasoatrás.—¡Caramba,Michelet!¡Nohacefaltaquemeagredausted!El hombre que había venido a buscarlo era de mediana edad, poca estatura y
facciones rubicundas. Su rostro, habitualmente colorado, se hallaba ahoramortalmentepálido.
—SeñorGrillet.Setratademihijo…MicheleteraelpanaderodeBeaufort.Yestabaaterrado.Momentos después, los dos hombres entraban en la casa donde yacía el joven
Armand.Sumadrelanzóunaexclamaciónaloírlosllegar.—¡Gracias a Dios! —suspiró, llorosa, retorciéndose las manos de puro
histerismo.Maxseacercóalacamadelmuchachoyseinclinójuntoaél.Armandestabainconsciente,perosurostronomostrabasignosdeviolencia.Max
retiró un poco la manta. Tampoco halló ninguna lesión en su cuerpo, al menos asimplevista.
Movidoporunpresentimiento,levolvióconcuidadolacabezaparaexaminarsucuello,peronoencontrólasdosmarcasdecolmillosquehabíavistoenelcuerpodelavacadeMorillon.
—¿Quélehapasado?Micheletnegóconlacabeza.—Nolosabemos,señorGrillet.Estábamospreocupadosporquesehacíatardey
Armandnohabíavueltoacasa,demaneraquedecidísalirabuscarlo.Recorrítodoelpueblo,peronadie lohabíavisto.Entoncesregreséacasaparaversimihijohabíavueltomientrasyolobuscaba.Yloencontrétendidoanteelumbral,inconsciente.
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—¡Quéextraño!¿Quieredecirustedqueelchicosedesmayóenlapuertadesucasa?
—¡Lohanatacado!—chillósumadre.—Pero, señora,elmuchachonopresenta señalesdeviolencia.Porotro lado—
añadió—, yo no soy médico, y no sabría decirle cuál ha sido la causa de sudesvanecimiento.
—PaséporcasadeldoctorLeblancantesdeiraavisarleausted.Debedeestarapuntodellegar—dijoMichelet.
Nohabíaterminadodepronunciarestaspalabrascuandosonóunaseriedegolpesenlapuerta.Lapanaderacorrióaabrir,yreaparecióminutosmástardeacompañadaporelmédicoydoschicos.Unodeelloscojeaba.
—Disculpen el retraso—dijo el doctor Leblanc—.Me encontré con estos dosmuchachosmientrasvenía.MehandichoqueestabanconArmand,ymehaparecidobuenaideatraerlos.
—¡Jerome!¡Fabrice!—exclamóMaxalreconocerlos—.¿Quéoshapasado?—Todoasutiempo—dijoelmédico—.Primerovamosaverquélehaocurridoa
Armand.Seinclinójuntoalmuchacho,letomóelpulsoyleexaminólaspupilas.Armand
gemía de vez en cuando, y se agitaba en un sueño intranquilo. Sus padrescontemplabanlaescenanerviosos,peromirandoaldoctorconunaconfianzaciegaensus habilidades.Max sabía que Beaufort había tenido mucha suerte con el doctorLeblanc,quehabíatrabajadoenLondresyParísantesdeinstalarseenelpueblo.Adiferenciadeotrosmédicosrurales,eldoctorLeblanchabíavistomundo,yconocíaeloficio.
Finalmente,elmédicoselevantó,dandoporconcluidosuexamen.—¿Quélehanhecho,doctor?—preguntóenseguidalapanadera,ansiosa.—Nomuestraseñalesdehabersidoatacado,Blanche—respondióelmédico—,
tranquilíceseusted.Lasúnicasheridasquepresentasonrasguñosenlasrodillasylaspalmasdelasmanos,comosisehubiesecaídoalsuelo.Pudohabertropezadootalvezloempujaron.
Peroahoramismo,esoeslodemenos.Verán,estechicoparecehabersufridounshock.
—¿Unqué?—preguntólapanadera.—Unshock.Esunapalabrainglesaqueseusaparadesignarungolpeemocional
particularmente fuerte. Algo lo ha asustado o impresionado tanto que le ha hechoperderlaconsciencia.
—Pero…despertará,¿noescierto?—Oh, no le quepa duda. Pero no sabría decirle cuándo. Puede tardar días o
semanas. Mientras tanto, permanecerá así, delirando. Puede que tenga algunos
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momentosdelucidez.Entalesocasiones,debendarlealgodecomerparaquenosedebilite,preferiblementelíquido:caldos,sopas,lecheyagua,muchaagua.Sumentetardaráuntiempoenreponersedelaimpresión.
—Pero¿quéhavistoexactamente?—quisosaberMichelet,frunciendoelceño.EldoctorLeblancmoviólacabeza.—Tendremosqueesperaraqueélmismonos locuentecuandodespierte.Ano
ser, claro —añadió, volviéndose hacia los otros chicos—, que estos muchachospuedandecirnosalgoalrespecto.
Jerome y Fabrice cruzaron una mirada. Los dos estaban llenos de rasguños ymagulladuras. Jerome estaba pálido y recostaba la espalda contra la pared. Parecíaquenopodíaapoyarelpieizquierdoenelsuelo.
Lapanaderaparecióentoncesrepararenellosporvezprimera.Loshizosentarsey fue a preparar algo caliente.Mientras elmédico examinaba la piernade Jerome,Fabriceempezó,vacilante:
—Fuimosalbosquey…bueno,senoshizotarde.—¿Cuándo salisteis? —interrumpió Max—. Porque yo os vi en la plaza al
anochecer.Fabriceenrojeció,peroJerometomólapalabra.—Salimosmuytarde.Pensábamoscogerunpardenidosyvolverenseguida,pero
senoshizodenoche…MaxsospechabaqueJeromementía,perolodejóhablar.—Echamos a correr de vuelta al pueblo, pero Fabrice y yo resbalamos y nos
caímos por un terraplén.Armand iba detrás. Lo oímos gritar, y luego escuchamosotrogrito…,comounaullidoderabia.Bueno…,algoparecido.
Habíabajadoeltonodevoz,comosinoseatrevieseaseguirhablando.Losdoschicoshabíanpalidecidonuevamenteyparecíantemblardepuroterror.
—Subimos otra vez hasta el camino—prosiguió Jerome—.Nos costómucho,porque me dolía la pierna, y Fabrice tenía que cargar conmigo… Pero, cuandollegamos, no vimos a nadie. Tampoco se veía aArmand por ninguna parte, y nosasustamos mucho. Cuando logramos llegar hasta el pueblo, nos cruzamos con eldoctor,yélnosdijoquehabíanencontradoaArmandenlapuertadesucasa.
Jeromecalló.Maxintuíaqueloschicoslehabíancontadounaverdadamedias,pero no estaba seguro de que aquél fuese el mejor momento para interrogarlos alrespecto.
Además,lapartedelahistoriaqueleparecíafalsaera,justamente,lamáscreíble,es decir, la primera. ¿Por qué habían ido al bosque al anochecer? ¿Qué le estabanocultando?Y,porotro lado, ¿quéganabancontando lahistoriadel aullido?¿Yporqué teníaMax la espantosa sensación de que ellos sí creían en lo que le estabancontando,almenosenloreferentealosúltimosdetallesdesurelato?
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—Bueno, Jerome, tienes la pierna fracturada —intervino entonces el doctorLeblanc—.Telaentablillaré.Noesgrave,perodebesguardarreposo.Sifuerzas lapierna,elhuesonosesoldarábien,ypuedesarrastrarunacojeraelrestodetuvida.
Jeromeasintió.Maxibaadeciralgo,cuandoalguienmásllamóalapuerta.EranHenriMorillonyBenoitBonnard,lospadresdelosotrosdoschicos,quehabíansidoavisadosporelayudantedeldoctorLeblanc.AMorillonlohabíaencontradovagandopor el pueblo, buscando a su hijo perdido. Por su parte, Bonnard se hallabaaporreandolapuertadelacasadeMaxcuandoeljovenleavisódequeJeromeestabaencasadeMichelet.
Losmomentossiguientesfueronconfusos.Todoelmundohablabaalavez,yelmédicotuvoqueecharlosatodosdelahabitacióndeArmand,paraqueelmuchachopudiera descansar. Cuando el doctor Leblanc terminó de entablillar la pierna deJerome,Maxordenóquetodosvolviesenasuscasas.Aldíasiguientehablaríandelasuntoconmáscalma.
ÉlmismoregresójuntoconeldoctorLeblanc.—Entre nosotros, señor Grillet —dijo el médico, una vez estuvieron lejos de
oídosindiscretos—,loquelehapasadoaArmandnoesnormal.—Peronoesgrave,¿verdad?—Él es un chico fuerte y saldrá de ésta. Mire, no lo he dicho antes para no
alarmarasuspadres,peronuncahevistonadaparecido.Conozcodeoídaselcasodeunamuchachaquequedócatalépticadespuésdepresenciarelasesinatodesuspadres.En Dijon, un niño perdió el habla tras ser rescatado de un edificio en llamas. LareaccióndeArmandnosealejadeestoscasos.
—Comprendo—asintióMax,inquieto.—Como ve, en ambos casos el factor desencadenante fue un suceso
decididamentetraumático.ElmédicosedetuvoparamirarfijamenteaMax:—Lapreguntaes:¿quélehapasadoaArmand?—¿CreeustedlahistoriadeJeromeyFabrice?—dijoMax.—¿Lacreeusted?—Noséquépensar.Parecíansincerosencuantoalodelacaídaporelterraplén,
incluso cuando hablaban de ese… extraño grito. Pero al mismo tiempo tengo lasensacióndequeocultanalgo.
Elmédicoasintió.—¿Sabeloquecreoyo?Creoqueesoschicossalierondenocheahaceralgoque
nodebían,ysetoparonconlahormadesuzapato.Noquierencontaradondefueronparaquenadiedescubraqueellosnodebíanestarallí.
—Esomismo pensaba yo—convinoMax—. El problema es que Armand vioalgoterriblequelohallevadoalestadoenelqueseencuentra,ynosseríademucha
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utilidad que ellos dijeran exactamente dónde se encontraban cuando eso sucedió.MañanamismoiréahablarconJerome.
—Serálomejor.Maxasintió,peronodijonada.Losdoshombressiguieroncaminandocalleabajo
ensilencio.Finalmente,llegaronantelapuertadelacasadelmédico.—Cambiandode tema, doctor—dijoMax entonces—,megustaría hacerle una
consulta.Dígame,¿quépensaríausteddeunamujerquellevalasmuñecasvendadas?—Muysencillo:quehatratadodequitarselavida.—¿Cómo?—Es uno de losmétodosmás empleados a la hora de suicidarse, ¿no lo sabía
usted?Elotroeseltiroenlasien,perosonloshombresquienesmásrecurrenaél.Las
mujerestomansomníferosobiensecortanlasvenas.Dostajosenlasmuñecasylavíctimasedesangrasinremedio.Lamuertenotardaenllegar.
Maxabriólabocaparaañadiralgo,peroselopensómejor.SedespidiódeldoctorLeblancysiguiósucaminocalleabajo.
Le costó volver a dormirse aquella noche. A simple vista no había nada querelacionaseaArmandconlaseñoritaIsabelle.Elchicohabíavistoalgoquelohabíaaterrorizado hasta el punto de perder el sentido. Isabelle se comportaba demaneraextrañayhabíatratadodesuicidarse,probablementeacausadelamuertedePhilippedeLatour.
Tampocoparecíahaber conexiónentre amboshechosy la insólitamuertede lavacadelosMorillon.
Peroeran tresacontecimientosextraordinariosocurridosenun lapsomuybrevede tiempo, en una población en la que nunca ocurría nada fuera de lo corriente.Parecíainevitableestablecerrelaciones,aunquefuesenmásintuitivasquelógicas.
YMaxsabíaque,tardeotemprano,lasgentesdeBeaufortbuscaríanuncabezadeturco.«YnolosculparíasiseñalasenaIsabelle»,pensó.«YomismopedíaBronacquelainvestigara».
Todavíase resistíaa reconocerquesu interésporella ibamásalláde lasimplecuriosidad,perodebíaadmitirque loqueeldoctorLeblanc lehabíacontadohabíahecho aumentar su preocupación por el estado de salud de la joven. Con todo,Isabelle seguía siendo un enigma paraMax.Vestía de luto, vivía de noche, estabaenfermayhabíatratadodequitarselavida,peroardíaensusojosunfuegointerior,unadeterminaciónyunafuerzaquenoeranpropiosdeunajovendelicadadesalud.
Maxsiguiódandovueltasenlacamahastaquelosgalloscantaronalquebrarelalba.
Entonces,selevantóehizotiempohastaqueleparecióqueeraunahoraprudenteparavisitaraMicheletypreguntarcómoseencontrabaArmand.
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Isabelle y sus paradojas tendrían que aguardar a que las cosas volvieran a sucauceenBeaufort.
No pasó mucho tiempo en casa del panadero, porque no se habían producidocambiosenelestadodeArmand.Maxtranquilizóunavezmásalapreocupadamadrey se dirigió entonces a casa de los Bonnard. Le costó un poco que le permitiesenhablarconelchicoasolas,porquelaseñoraBonnardnoqueríasepararsedeél,perofinalmenteestuvieronlosdosfrenteafrente.
—Ya sé por qué ha venido —dijo Jerome, a la defensiva—. No nos cree,¿verdad?
—Síyno,Jerome.Puedequeseaverdadquecaísteisporunterraplén,queoísteisungritoextrañoyqueluegonoencontrasteisaArmandporningunaparte,pero,confranqueza, me parece algo estúpido salir a coger nidos después de cenar. ¿Meentiendes?
Jeromelelanzóunamiradadesoslayo.—Ah.Comprendo.Ellahahabladoconusted,¿verdad?Maxcazóaquellainformaciónalvueloyreaccionóatiempo,ocultandoelinterés
quehabíaproducidoenélaquellanuevainformación.—Bueno—dijoconciertacautela—,aestasalturastodoelmundosabeloqueos
pasóanoche,yellaestabapreocupada…—Sí,claro—replicóJeromeconciertosarcasmo—.Nometomeelpelo.Max se quedó callado, esperando que el chico siguiese hablando. Jerome se
removió,incómodo.—Mire,tampocoestangrave.Sóloerauncristal,¿entiende?Además—vacilóun
momento, y luego añadió—, lo que le ha pasado a Armand es culpa suya. Estoysegurodequeellaescondealmonstruoensusótano.Yolooírespirar,¿sabe?
Esta vez, Max no pudo evitar parecer algo perplejo; pero Jerome estabademasiadoagitadoparadarsecuenta.
—¡Escuche!Tienenqueatraparlo.Saleporlasnoches,¿entiende?Nospersiguiódesdelacasa.SiFabriceyyononoshubiésemoscaídoporelterraplén,tambiénnoshabríacogidoanosotros.
—Enesecaso—dijoMax—,seríadegranayudaquemedijesesdóndecaísteisexactamente…parabuscarhuellas,¿comprendes?
Jerome miró al gendarme con desconfianza. Empezaba a sospechar que habíahabladomásdelacuenta.
—Yalosabe,¿no?Cercadelacasadeella.Maxnolasteníatodasconsigo,perolaúnicamaneradeaveriguarsiestabaenlo
ciertoeralanzandoundardoalazar.—Pero el camino que va desde Beaufort hasta la casa de Isabelle es bastante
largo.
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¿Dóndefue,exactamente?Por la expresión del muchacho, supo inmediatamente que había acertado, y
bendijointeriormentealaseñoritaDuboisporhaberleenseñadolosmétodossutiles.—Mire,señorGrillet,yolellevaréhastaallíencuantoestébiendelapierna,pero
noselodigaamispadres,porfavor.Nosotrosnoqueríamoscausardaños.Yosólopretendíaentrarenelsótano,yArmandteníaquedistraeralaseñoritaIsabelle,perosupongoquenofuesuintenciónromperesecristal…
Maxempezóavermásclaralahistoria.Jeromelecontótodocuantosabía,yelgendarmeleprometióqueinvestigaríaesesótano.TrasconfesarlealmuchachoqueenrealidadnohabíahabladoconIsabelle,ledijoque,siellanopresentabaunaqueja,lospadresde los chicosno teníanporqué enterarse.Pero interiormentedudabadequelahistoriasemantuvieraensecretomuchotiempomás.
Dejó a Jerome y se encaminó a la granja Morillon. La historia que le contóFabrice no difería mucho de la de Jerome, salvo en algunos de los detallesfantásticos.Élnohabíavistoelcuchilloensangrentadonioídoaquellarespiraciónenelsótano,perosíhabíaescuchadoelgrito,aligualqueJerome.
—No sé si era elmonstruo, señorGrillet—dijo—.Ya sabeusted, elmonstruoquematóanuestravaca.Perosonabahorrible.Aunqueyonovinadararoenaquelsótano.Erapequeño,yelmonstruoesmuygrande.Nohabríacabidoallí.
—Entiendo—asintióMax.Sin embargo no estaba muy seguro de entenderlo, y estaba empezando a
preocuparse seriamente. Si hubiese sido un incidente aislado, Max no le habríaconcedido mayor importancia, atribuyendo aquella descabellada historia a ladesbordante imaginación de dos muchachos. Pero el caso era que había una vacamuerta,unchicoenestadodeshockycuatropersonasquedecíanhaberescuchadounextrañogritocercadelacasadeIsabelle.
Cuandosaliódelahabitación,Henriseacercóaélparahablarleasolas.Porunavez no parecía tímido y azorado, y aunque habló en voz baja, su tono era firme,decididoyseguro.
—Mire,señorgendarme—empezó—,cuandomuriólavaca,Rouquindijoqueelpróximo podía ser un hijomío. Dios sabe que no le deseo ningúnmal al hijo deMichelet, pero me alegré de que mi Fabrice volviera a casa sano y salvo. Sinembargo, mire, no sé qué vieron allí, pero pudo haber sido peor, mucho peor.Tenemosquehaceralgunacosa,señorgendarme.Porelbiendenuestroshijos.
Maxvolvióalagendarmeríaconunaespantosasensacióndedesaliento.Nosabíaaquéseenfrentaban,siesqueestabanenfrentándoseaalgo,perosísospechabaqueMorillonteníarazón,yquelostresjóvenesdeBeauforthabíansentidoenlanucaelheladoalientodelamuerte.
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Capítuloonce
En los días siguientes,Max trabajó a destajo.Volvió a entrevistarse con Jerome yFabriceytomónotasdetodocuantoledijoelmédicoacercadelestadodeArmand,que seguía inconsciente. Fue con Fabrice y su padre a examinar la zona donde,supuestamente, algohabía atacado aArmand.Encontraron el lugarporque el taludtodavíamostrabaelrastroquehabíanproducidoloscuerposdeloschicosalcaerporallí,peronohallaronnadamás.Porotrolado,latierradelcaminoestabaresecaynohabíahuellas.
Después,Morillonordenóasuhijoquevolvieraacasa,yélyMaxsedirigieronalamansiónGrisard.Cuando llegaron,Maxse fijóporprimeravezenel jardínquetantatristezahabíacausadoalaesposadelnotario.¿PorquéIsabellenohabíahechonadaporarreglaraquellugartandesolado?¿Quéhacíaencerradaencasatodoeldía?
Maxsacudió lacabezay tratódeconcentrarseensu trabajo.Llamóa lapuerta.Losdoshombresesperaronunrato,yfinalmentelapuertaseabrió.
—SeñoritaIsabelle—dijoMax.Henrisequitólagorraysaludóconunainclinacióndecabeza.—Señor Grillet. Señor… ¿Morillon? —sonrió cuando Henri asintió sin una
palabra—.Mealegrodevolveraverle.Hapasadomuchotiempo.Maxcayóenlacuentadeque,efectivamente,IsabelleyHenrinosehabíanvisto
entodoeltiempoqueellallevabaenBeaufortdespuésdesuregreso,locualeraunindicativo de hasta qué punto vivía retirada la joven, puesto que sus respectivaspropiedadesestabanrelativamentecerca.
Henrihabíabajadolacabezayjugueteabanerviosamenteconsugorra.Nadielollamabanunca«señor».
Maxseaclarólagarganta.—Señorita Isabelle, lamento molestarla de nuevo, pero se ha producido un
incidentegraveenelpueblo,ymetemoquesucediócercadeaquí.Ellasellevóunamanoaloslabios,reprimiendounaexclamación.Maxadvirtió
que,denuevo,laslargasmangasdesuvestidoocultabansusmuñecas.—¡No!Dígame,¿quéhapasado?—¿Nolosabía?EljovenArmandMicheletestáinconsciente.Susamigosdicen
quealgoloatacó.—¿Ydice…quehaocurridoporaquícerca?—Cuandoregresabandesucasa,paraserexactos.—¿Demi casa…? ¡Oh, ya recuerdo! ¡Los chicos de la otra noche! Intentaron
asustarme,¿sabeusted?Merompieronuncristal…—Losabemos,señoritaIsabelle—respondióMax.EntoncesechóunvistazoaHenriysediocuenta,porsuexpresión,dequeélno
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conocíaaqueldetalledelaexpediciónnocturnadesuhijo.—Porsuerteeslaventanadeunahabitaciónquenouso—prosiguióIsabelle—.
Peromedieronunsustodemuerte.Penséeniraquejarme,peroMijaílharegresadoestamañana,ynocreoqueseatrevanavolver.
—Tampocoyocreoqueseatrevanavolver,señorita,conMijaílosinél—replicóMax, con cierta sequedad—.Huyendode su casa, Jerome se fracturóunapiernayArmandquedóenestadodeshock.
Esperaba que ella le preguntase qué significaba «estado de shock», pero no lohizo.
—¿Qué intenta decirme?Unos gamberros vienen por la noche a asustarmey acausardesperfectosenmicasa,quedanheridosenlahuida…,¿yustedinsinúaqueesculpamía?
—Nohedichoeso,señoritaIsabelle,peroleagradeceríaquetrataseelasuntoconmenos frivolidad.AlgohaaterrorizadoaArmandhastahacerleperderel sentido,yJeromeBonnardjurayperjuraqueesealgosaliódesusótano.
Isabellepalideció.—¿Demisótano?Peroesoesabsurdo,Max.Nohaynadaenmisótano,excepto
muchopolvo.MaxyHenricruzaronunamirada.—¿Nospermitiríaentraracomprobarlo?—dijoMax.En contra de lo que esperaba, Isabelle se hizo a un lado con sorprendente
presteza.—Adelante—dijo,muydigna—.Esperoque,cuandosehayaconvencidode lo
ridículodesusacusaciones,dejarándemolestarmeconsospechasinfundadas.Maxhizooídossordosyentróenlacasa,seguidodeMorillon.—¿DóndeestáMijaíl?—Supongoquepreparandoelté.Lediréquehagaunpocomás.—Nosemoleste,Isabelle.Nosiremosenseguida.Ella los guió corredor abajo, con la ligereza de una gacela. Pasaron frente a la
cocina y vieron que, efectivamente, el enorme criado de Isabelle estaba colocandounateteraenelfuego.
Depronto,ellasedetuvoysehizoaunladoparamostrarlesalgo.—Estas escaleras llevan al sótano —dijo—. Abajo sólo guardamos algunas
herramientas.Debodecirqueestábastantevacío,comparadoconotrossótanos.Encuantopusieronlospiesenél,sedieroncuentadequeIsabelleteníarazón.El
sótanoerasorprendentementepequeñoyestabasorprendentementevacío.Maxmiróasualrededor,preguntándosequédiabloshabíallamadolaatencióndeJeromecomoparaquehubieseidodosvecesaexaminarlo.
—¿Sabíaqueloschicosentraronensusótanoanoche,señoritaIsabelle?
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—Adecirverdad,no.Nosuelobajaraquí,¿sabeusted?—Jeromeafirmalocontrario.Isabelleriódesdeñosamente.—MepareceamíqueJerometienemuchaimaginación.Maxdescubrióentoncesundetalleinteresante.—La ventana está cerrada. Fabrice dice que se la dejaron abierta. Y dejaron
tambiénunasillaapoyadacontralapared.—Mijaíl lo habrá vuelto a colocar todo en su sitio. Él guarda aquí sus
herramientas,¿nolohedicho?Henriasintió;enaquelmomentoestabaexaminandoelarmariodondesehallaban
lospertrechosquehabíamencionadoIsabelle.Maxestabaechandounvistazoaunaestanteríaviejaquecolgabadeunapared.
Enella sólohabíaunoscuantoscuadernosviejosyun libro.Max leyóel títulodellomo:«Hijosdelanoche,porMartinDagenham».Ibaasacarellibroparahojearlocuandorecordólaconversaciónquehabíasostenidoconelnotario,ymiróaltecho,por si un murciélago gigante se ocultaba entre las vigas. Pero había demasiadassombrascomoparacomprobarlodesdeallí.
Maxpidióentoncesuncandilyunaescaleraysubióconprecaución.—¿Quéestábuscandoallí?—preguntóIsabelle,aprensiva.—HayquiendicequeelmonstruoqueaterrorizaaBeauforttienealasygustade
esconderseenlossitiososcuros.—¿Metomaustedelpelo?—Enabsoluto,señoritaIsabeíle.Pero,concluidosuexamen,tuvoquereconocerquenohabíaningúnmurciélago
tropicalocultoenelsótanodelamansiónGrisard.Examinaron después el resto de la vivienda, y enseguida descubrieron que no
habíamuchoquever.LoqueMaxhallóencasadeIsabeílenofuemuydiferentealoque habían visto las comadres en su primera y única visita a la mansión: escasomobiliario,pocosefectospersonalesyunadesesperanzadorasensacióndesoledadyabandono.
Cuandobajarondenuevo,lesllegóelaromadeltéreciénhecho,yMaxsupoqueno podría resistirse a una taza. Por fortuna, Mijaíl había hecho té suficiente paratodos.Sólohabíadossillasenlacocina,yMaxrogóaIsabellequesesentara,peroellapermaneciódepie,demodoquelassillasquedaronlibres.
Bebieroneltéensilencio,hastaqueMaxdijo:—No puedo evitar sentir curiosidad, señorita Isabeíle. Lleva usted ya tiempo
viviendoentrenosotrosy,sinembargo,sucasasiguesiendotan…—¿Precaria?—lo ayudó Isabelle y clavó en él unamirada penetrante—.Tiene
ustedrazón.Sucedequenoconsideroquevalgalapenaarreglarnada,porqueespero
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poderabandonarBeaufortelañopróximo.—¿Deveras?Isabelleasintió.—MideseoesbuscarunabellafincaenItalia,juntoalmar—suspirólevemente;
sumiradaseperdíaenelsuelodeunlugarlejano,unlugarmejor—.Conmuchosol.Muchosol—repitió.
Dejó la taza sobre la mesa y miró a Max a los ojos. La nostalgia habíadesaparecidodeellos,siendoreemplazadaporunaciertadureza.
—Nopiensoquedarmeaquíelrestodemivida—concluyó.Max asintió, pero no dijo nada más, aunque Isabeílle parecía desafiarlo a que
siguierahablando.Tambiénéldejósutazasobrelamesa.—Bien,señoritaIsabelle.Lamentohaberlamolestado.Yanosvamos.—Nosepreocupen.Esperoqueencuentrena…eseanimal.—Hayquienjuraqueesundemonio.Lagenteyanosabequépensar.Isabellepalidecióunpocomás.Losacompañóhastalapuerta.—Graciasporelté—dijoMax.La joven se apoyó contra la pared. Parecía exhausta, pero su voz sonó firmey
seguracuandodijo:—Lesdeseomuchasuerte.EsperoqueArmandserecupere.Iríaavisitarlo,¿sabe
usted?,perometemoquenoseríamuybienrecibida.Maxnohizocomentarios.Sedespidiódeellay,seguidodeHenri,abandonó la
casa.Unpardedíasmástarde,recibióunacartadeJulesBronac.DesdePolonia.Parpadeó,perplejo.¿QuédiabloshacíaBronacenPolonia?¿Esqueno lehabía
llegado la carta en la que le pedía que abandonase la investigación? Iba a abrir elsobrecuandoMicheletasomólacabezaporlapuerta.
—¡SeñorGrillet!Tienequeveniracasa.—¿Quéhapasado?—Mihijoharecuperadolaconsciencia.Maxseguardólacartaenelbolsilloycorrió,presuroso,trasMichelet.Cuandollegaronalacasa,elmédicolesexplicóqueelmuchachoseencontraba
confuso y desorientado, y no recordaba nada de lo sucedido la noche de suexpediciónnocturna.
—¿Quénorecuerdanada?—repitióMax,desconcertado—.¿Cómo?¿Haperdidolamemoria?
—Sóloenloreferenteaaquellanocheenconcreto.Noesextrañoquesumentehayaolvidadoloquelecausótantoterror.Recuerdaunpardedetalles,sinembargo.Creoquedeberíaustedhablarconél,porsilesirvedeayuda.Peronolocansenile
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obligueatocartemasdelosquenoquierahablar.Estátodavíamuydébil.MaxentróenlahabitacióndeArmand,perosumadresenegóadejarlosasolas.
Elgendarmesesentójuntoalacama.—Armand—dijoconsuavidad—.¿Meoyes?—¿Mmmm?—Elchicoabriólosojosylomirócongestocansado—.Ah,señor
Grillet.Eldoctormedijoquevendría.—Sí.Mepreguntabasiqueríascontarmealgunacosa.Elmuchachofruncióelentrecejo,tratandodepensar.—Selohecontadoamimadre,yaldoctor.Recuerdoquesalídemicasaaquella
tardeyanduveporuncamino.Ydespués…,nosé.Hizounapausa,parecíaquevacilaba.—Ojos—dijofinalmente.—¿Ojos?—repitióMax,desorientado.Armandasintió.—Ojosrojosquebrillabanenlaoscuridad.Parecíanhumanos,peronoloeran—
cerrólosojosysacudiólacabeza,comosiquisieraolvidarlo—.Luegotodosevolvióoscuro.Yelsuelosemovía.
—Elsuelosemovía—reiteróMax,perplejo.—Nosésipasódeverdadosólolosoñé,señorGrillet.Peroyo…—Estábien,estábien—lointerrumpióalverquecomenzabaaalterarse—.Note
preocupesporeso,Armand.Tratadedormirunpoco.—No quiero dormirmás. He dormidomucho, señor Grillet. No quiero dormir
más.Apesardesuspalabras,parecíamuycansado,yMaxnoquisofatigarlomás.Se
levantó,sedespidiódeélysaliódelahabitación.FueraloesperabaeldoctorLeblanc.—¿Ybien?¿Lehacontadoaustedlodelosojosrojos?—¿Creequelohasoñadomientrasestabainconsciente,doctor?—Pudieraser.Lamentehumanaesunmisterio.Peroloquemepreocupaesque
vayacontandoesahistoriaporahí,¿meentiende?—Perfectamente.—Me temo que nos aguardan tiempos extraños, señor Grillet. Verá, podemos
enfrentarnos a un animal salvaje, incluso a un monstruo o un demonio. Pero esmuchomásdifícilenfrentarsealmiedo.
—¿Almiedoalodesconocido?—Almiedo,sinmás.Armandlosabe.Poresohaolvidadotodoloquevio.Maxnoestabamuysegurodehabercomprendidosuspalabras.Aquella tarde se encerró en la gendarmería para poner en orden sus notas. Lo
estabahaciendocuandosepresentólaseñoritaDubois.
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—Meheenteradodequehaybuenasnoticias.—Sí,Armandsehadespertado,graciasaDios.Peronorecuerdacasinadadelo
quesucedióaquellanoche.Max le contó la conversación que había mantenido con el muchacho, y las
valoracionesdeldoctorLeblanc.—Es una lástima que Armand no haya podido contar nadamás—comentó la
anciana—.Apropósito,heoídoporahíqueIsabelletienealgoqueverconloquelehapasadoalchico.
¿Quésabestúdeeso?—Verá, señoritaDubois, por loquehepodido averiguar, los tres chicos fueron
aquellanochealamansiónGrisardconlaintenciónderegistrarelsótanodeIsabelle.—¿Yesoporqué?—Jeromeestabaconvencidodequehabíaalgoextrañoenél.Por loque sé,ya
estuvoespiandoenotraocasiónatravésdelaventana,yvioaIsabelleyaMijaílconuncuchilloensangrentado.Noséquépensó,niporquécreequeesesótanoguardarelaciónconlamuertedelatristementecélebrevacadeMorillon…
—ElgritoqueoímosMarieyyo—dedujolaseñoritaDubois.—Sí,JeromeyFabricedicenquetambiénlooyeron.—¿Enelsótano?—No,enelcamino.Peroveráusted,acaboderegistrarlacasadeIsabellepalmo
apalmoynoheencontradohuellasdeesesupuestomonstruo.Max le contó a la señorita Dubois todo cuanto había averiguado. La anciana
fruncióelceño.—Hastaelmomento—concluyóMax—,loshechossonlossiguientes:enprimer
lugar, Isabelle vuelve a Beaufort después de llorar en Frankfurt la muerte de suamado,yvivedemanerasolitariayexcéntrica,conlaúnicacompañíadeuncriadoextranjero,yquenohabla,paramásdatos.Sospechamosquepuedeestarenferma,nosólodecuerpo,sinotambiéndemente,yaquehaintentadoquitarselavida.Talvezahí encaje el cuchillo ensangrentado que vio Jerome, si es que vio tal cuchillo deverdad. En segundo lugar, ustedes oyen un grito extraño cerca de su casa. Díasdespués, la vaca deMorillon es halladamuerta, atacada por algún insólito animal,posiblemente un murciélago del trópico, que la ha desangrado por completo.Nosotros buscamos al animal en los alrededores y no hallamos nada, pero Jeromepareceserdedistintaopinión,puestoqueespíaaIsabelle,nouna,sinodosveces.Lasegundavez,diceoíraalguienoalgorespirandoenesesótano,yestáconvencidodequeesealgoatacóaArmand,aunqueélno llegóaverlo.Peroel casoesquealgoasustó a Armand aunque no le causó daños físicos. Por otro lado, ¿cómo sucediótodo?¿PerdióArmandelconocimientoenelcamino?Y,siesasí,¿cómollególuegohastasucasa?Sifueallíporsupropiopie,¿porquésedesmayóalaentrada?Todo
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esto es muy extraño. Y sucedió cerca de la casa de Isabelle, una casa que heregistradominuciosamente.
—Teolvidasdelmédico,esetalDelvaux.—Cierto. Otro que se acerca a la mansión Grisard y huye despavorido. Pero
Isabelle sigue allí, diciendo que no sonmás que imaginaciones de chiquillos…Yhablandodelmédico, ¿lehe contadoque fueenviadopor elmarquésdeLatour, elpadredeldifuntoPhilippedeLatour?
—Sí,melocomentasteensudía,ydebodecirquemedejastebastanteperpleja.Losdoscallaronunmomento.LaseñoritaDuboisteníaelceñofruncidoenseñal
deconcentración.Finalmenteexhalóunsuspiroyserecostósobresuasiento.—Me rindo,Max.Senos escapaalgo,perono logroadivinar elqué.Me temo
quelasituaciónsenoshaidodelasmanos.Todoelmundohabladeello.Max había estado todo el día trabajando y no había tenido tiempo de prestar
atenciónaloquesedecíaporahí,peropodíaimaginarlo.—Lagenteestáasustada—prosiguió laseñoritaDubois—.Dicenquehayalgo
malignoqueacechaBeaufort.Nosé,Max,noestoyseguradequeseconformencontuteoríadelosmurciélagostropicales.
—No,esometemo.¿SospechandeIsabelle?—Algunossí,otrosno.Peroesoesporquenotodoelmundosabequeelataque
seprodujocercadelamansiónGrisard.—Notardaránenenterarse.Tengoqueactuarinmediatamente.—¿Yquévasahacer?—Organizarotrabatida.Siencontramosalgo,mejorquemejor;sinolohacemos,
almenosmantendrécalladosahombrescomoRouquinyBonnard.ParecióquelaseñoritaDuboisibaareplicar,perofinalmentenodijonada.Loshombressemostraronenseguidadispuestosacooperar,yRouquinexpresósu
satisfacciónruidosamente.—Estavez—decía—,loharemosbien.Registraremoscasaporcasa.Buscaremos
encadasótano,encadagranero,encadaescondrijo,encadaagujero,debajodecadapiedra.Yloencontraremos.
Pero, por segunda vez, no hallaron nada. En esta ocasión, no fue Max elencargadodeacudiralamansiónGrisard,quefueregistradanuevamente,perosupoqueelgrupoformadoporelseñorChancel,BoutelyunrecelosoBonnardexaminóhastaelúltimorincónsinencontraralhipotéticomonstruo,nielmásmínimorastrodeél.
Rouquinestabafurioso.—¿Dóndeteescondes,condenado?—rugió,cuandoloshombressereunieronde
nuevo,despuésdelrastreo—.¿Dónde?MicheletsevolvióhaciaMax,yéstesupoloqueibaadecirantesdequehablara.
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—¿Quéhacemosahora,señorgendarme?—¿CómoseencuentraArmand?—Muchomejor,apesardequesiguesinrecordarnada.—La pregunta continúa en pie—intervino Rouquin—. ¿Cómo cazamos a ese
malditobastardo?—Hayvariosproblemasalrespecto—dijoMax—.Primero,notenemosideade
loqueandamosbuscando.Segundo, tampocoestamossegurosdequeelchicoy lavaca fueran atacados por la misma criatura, y por el amor de Dios, ni siquierasabemossiArmandhasidoatacado.
Micheletabriólabocaparaprotestar,peroMaxlodetuvoconungesto.—Tercero —prosiguió—, ya hemos registrado todo Beaufort y no hemos
encontradonada.Esdecir: ¿quémáspodemoshacer?Si alguien tiene alguna idea,estaréencantadodeescucharla.
Maxcallóyesperó,pero,comoimaginaba,nadiedijonada.—Bien—concluyóelgendarme—,creoquesólonosquedavolveracasayestar
alerta.Sihayalgoahífuera,lapróximavezqueseacerqueestaremosesperándole.Ynoescapará.
Esteargumentoparecióconvenceralamayoría.InclusoRouquinasintióconungruñido.
Unotrasotro, loshombresvolvieronasusquehaceres,denuevoconlasmanosvacías.
Jeromelosviodesdelaventanadesuhabitación.Pasabalosdíasobservandolacalle, pensando.Y aunque disponía de unasmuletas para poder desplazarse de unladoaotro,nosolíasalirdecasaamenudo.
Generalmente,pensabaenArmand.Se sentía culpable por haber arrastrado a sus amigos a una aventura que había
resultado ser más peligrosa de que lo había supuesto en un principio, y queríaarreglarlodealgunaforma.Porque,dijesenloquedijesenlosadultos,JeromesabíaquealgomorabaenelsótanodelamansiónGrisard.
Jeromeechóunamiradaasupiernaentablillada.«Vaporti,Armand»,pensó.«Cuandopuedavolveraandar,mataréaesemonstruoconmispropiasmanos.Te
loprometo».Lasprimerasestrellasqueadornabanelcrepúsculofueronlosúnicostestigosdel
juramentodeJeromeBonnard.
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Capítulodoce
En los días siguientes, los granjeros llevaron a cabo más expediciones por loscampos,losmontesylascasas,connulosresultados.Peseaello,nadieseatrevíaasalirdesucasadespuésdelanochecer,ylasmadressufríanataquesdehisteriasiunode sus hijos se retrasaba demasiado.Los que no poseían armas fueron a la ciudadparacomprarlas,yderepente,todoelmundoqueríatenerunperrofieroalapuertadesucasa.NohabíanocheenqueMaxnofuesedespertadoporunafalsaalarma,ymenosdelamitaderancausadasporlaseñoraLavoine.
TodoBeaufortvivíapresodeunaespeciedehisterismocolectivo.«¿Ytodoporqué?»,sepreguntabaMaxaveces.«Porunavacamuerta,unchico
inconsciente y otro con una pierna fracturada.El doctorLeblanc tenía razón: es elmiedoloquenoscausaterror».
Armand no tardó en levantarse de la cama, y nada en su actitud, alegre yoptimista,hacíapensarquehabíapasadoporuntranceaterrador.Sólocuandoalguienle recordaba los sucesos de aquella noche, una sombra demiedo cruzaba sus ojos,peseaqueseguíasinrecordarabsolutamentenada.Inclusoeldetalledelosojosrojosparecíahaberseborradodesumemoria.
Curiosamente,JeromeBonnardestabamásafectadoqueél.Yacaminaba,aunquecon ayuda de una muleta, y volvía a reunirse con sus amigos en la plaza. Sinembargo,sehabíavueltosilenciosoyreservado.SuactitudcontrastabaconelbuenhumordequehacíagalaArmand.
Todo esto intrigaba aMax, pero tenía siempre mucho trabajo que hacer, y noencontrabaocasionesparacharlarconloschicos.
UnatardequevolvíaacasaatravesandolasdesiertascallesdeBeaufortlellamólaatenciónunafornidafiguraqueestabadepiejuntoalafuentedelaplaza.
—Hola,Mijaíl—saludó—.¿Quéhacesaquítantarde?El hombretón gruñó y echó un vistazo preocupado al cielo, que empezaba a
oscurecerse.DespuésseñalóellugardondesedeteníaladiligenciaqueveníadeParístodoslosmartesylosviernes.Aqueldíaeraviernes.
—¿Estásesperandoladiligencia?Mijaílasintió,yvolvióaseñalarelcielo.—Aja.Seretrasa.¿Estásesperandoaalguien?—Mijaílvolvióaasentir—.Pero
yaestarde,¿no?NopuedesdejarsolaaIsabelledespuésdequeoscurezca.Mijaílgimió,yMaxcomprendiósudilema.—Si quieres, esperaré aquí por ti —se ofreció—. No creo que sea prudente
acompañar a tu invitado hasta lamansión en plena noche, pero, en el caso de quelleguemuytarde,puedoguiarlehastalaposada.
Mijaíl pareció aliviado. Asintió enérgicamente y sonrió aMax,mostrando una
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hileradedientesamarillos.Sedespidióconungestoyechóaandarcallearriba.Max se sentó en el borde de la fuente. La diligencia pasaba por todas las
poblacionesimportantesdelacomarca,ylamayorpartedelasvecesnosedeteníaenBeaufort, porque pocas personas viajaban hasta allí. Se preguntó a quién estaríaesperandoMijaíl.¿VolveríaaBeauforteldoctorDelvaux?
Eranochecerradacuandooyóelruidodeloscascosdeloscaballos.Ladiligenciase detuvo, y de ella salió un hombre de ropas gastadas, rostro curtido y miradapenetrante.Maxseacercóaél.
—Buenasnoches.Elhombrelomiró,comoevaluándolo.—Buenas noches —respondió, con un marcado acento extranjero, que Max
identificócomoinglés—.Llegoconretraso.BuscoaMijaíl.—Haestadoaquíesperándolo,perohatenidoquemarcharse.Viveenunacasaa
ciertadistanciadeBeaufort,yenestosdías,noessegurorecorrerelcaminodespuésdelanochecer.
Elreciénllegadoasintió,comosiesperaraaquellarespuesta.—Mijaíl me ha pedido que lo acompañe a la posada.Mañana, si lo desea, lo
llevaréhastalamansiónGrisard,señor.—Dagenham.—Dagenham—repitió Max y frunció el entrecejo: aquel nombre le resultaba
familiar—.MinombreesMaximilienGrillet.El extranjero estrechó lamano queMax le tendía. Su propiamano era dura y
morena,ysemovíaconfirmezayseguridad.—Bien —dijo Dagenham finalmente, atravesándolo con la mirada—, si ellos
estándeacuerdo,acudiréavisitarlosporlamañana.Maxasintióyloacompañóhastalaposada,dondeunamuyinteresadaBrigittele
hizotodaunasartadepreguntasqueelextranjerodeclinóresponder.Maxsevolvióhaciaélparadespedirse.
—Pasaréabuscarloporlamañana,señor,yloguiaréhastasudestino.—Seloagradeceré,señorGrillet,porquemedijeronqueeraurgente.Mañana…El señor Dagenham no llegó a terminar la frase. La señora Bonnard irrumpió
comounaexhalaciónenel recibidorde laposada, sevolvióhaciaMaxyexclamó,dramáticamente:
—¡SeñorGrillet,mihijohadesaparecido!Max se volvió hacia el señor Dagenham, que había fruncido el ceño, y hacia
Brigitte,quemirabaalaseñoraBonnardconlosojosmuyabiertos.—¿Jerome?—dijo—.¿Jeromesehaido?—¡SeñorGrillet,élsabequedebeestarencasaalanochecer,ynohaaparecido
aún!
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—Cálmese,señoraBonnard.Sehabráentretenido…Peroentoncesrecordóalgoconespantosaclaridad.Mijaíl había estado toda la tarde en la plaza, una plaza que Jerome podía ver
desdesuventana.Elmuchachosabía,portanto,queelcriadodeIsabellenoestabaenlamansiónGrisard.
—Maldita sea—murmuró—. Ha vuelto allí. Discúlpenme—les dijo al señorDagenhamyalaasombradaBrigitte—,hedemarcharme.
Saliócorriendodelaposada,seguidodelaseñoraBonnard.—Voyabuscarmiarma,señora.Dígaleasumaridoquesereúnaconmigoenmi
despacho.Pocodespués,élyelseñorBonnardrecorríanensilenciolascallesdeBeaufort.
ElpadredeJeromenodijonadacuandoMaxloguió,sindudar,porelcaminoquellevabaalamansiónGrisard.MaxnocreíaquehubiesenadapeligrosoenelsótanodeIsabelle,peroArmandhabíavistoalgodecaminoasucasa,yeraesecaminoelque Max sospechaba que había emprendido el muchacho, solo, de noche y conmuletas.
Llevabanunbuenratocaminandobajolasestrellascuando,depronto,Bonnardlosujetódelbrazo.
—¡Mire,Grillet!—susurró—.¿Quéeseso?Max alzó el farol y preparó su pistola.Una formaoscura, robusta y encorvada
avanzabahaciaellos.—¿Quiénva?—preguntóBonnard.Nohuborespuesta.Lafiguraseretiróalassombras.—¡Seescapa,señorGrillet!¡Corra!Maxechóacorrertraslasombraquesearrastrabaporelcamino.Estuvoapunto
detropezarconBonnard,quesehabíadetenidoyalzabaelfarol,desconcertado.
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—¿Dóndesehametido?Max miró a su alrededor. El corazón le latía con fuerza. No podía evitar
preguntarse si se hallaban ante elmonstruo que había aterrorizadoBeaufort en losúltimostiempos,ylepreocupabaelhechodequesetrataradeunafiguraqueparecíahumana.Porun lado,esoexplicaríaquenohubiesenencontradohuellas,yaqueentodo momento habían dado por hecho que se trataba de un animal, y no habíanprestadoatenciónalaspisadashumanas.Pero,porotrolado,recordabalaspalabrasde Armand sobre los ojos que lo habían mirado desde las entrañas del terror:«Parecíanhumanos,peronoloeran».
Bonnardsehabíaaproximadoalbordedelcaminoyexaminabaelterrenoconelfarolenalto.Maxsepreguntó, inquieto, sidoshombresarmadospodrían reduciraaquelloquelosacechabadesdelaoscuridad,fueraloquefuese.
Sevolvióparaescudriñar lassombrasdelotro ladodelcamino.Elsilencioy laoscuridaderanmaloscompañeros.Maxsesentíacadavezmásinquieto.
—¡Seaquiensea,salgaalaluz!—exclamó,sobresaltandoaBonnard.
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—¡Jerome!—llamóéste—.¡Jerome!¿Estásahí?Depronto,Maxoyóuncrujidoasuespalda,ysevolvióalzandoelfarolenalto.Bonnardhizolopropio,comomovidoporunresorte.Los dos haces de luz iluminaron una escena aterradora: los enormes brazos de
Mijaíl,sorprendidomientrastratabadedeslizarsetrasellossinservisto,sosteníanaunmuchacho,espantosamentepálidoeinerte.Lacabezadelchicocolgabahaciaunlado,mostrandoensucuellodosmarcasredondas,gemelas,ensangrentadas.
—¡¡Jerome!!—aullóBonnard,locoderabiaydolor.Alzó la escopeta y apuntó a Mijaíl. Éste, sin embargo, no pareció asustarse.
Gruñóporlobajoysusojosdestellaronalaluzdelaslámparas,ylosdoshombresretrocedieron un paso, instintivamente. EntoncesMijaíl, aun llevando en brazos elcuerpodeJerome,seprecipitóhaciaellos,cogiéndolosporsorpresa.MaxyBonnardperdieronelequilibrioycayeronalsuelo.ElpadredeJeromeselevantódeunsaltoydisparó contra la figura fugitiva deMijaíl, que había abandonado el camino y seperdíaentrelosárboles.Maxdetuvosumano.
—¡Espere!—¿Quéhace?—aullóBonnard, locodedolor—.¡Esebastardohamatadoami
hijo!—Jeromeestabavivo,señorBonnard,hevistocómorespiraba.Sidisparacontra
Mijaíl,puedeherirloaéltambién.Bonnardvaciló,perobajólaescopeta.—Maldito…bastardo—jadeó,todavíaconlágrimasenlosojos—.Mihijotenía
razón.Denocheseescondíaen lamansiónGrisard.Dedía sepaseabapornuestropueblo, ante nuestros ojos. Pero ¿sabe lo que le digo, señor Grillet? Esta vez noescapará.
Diomediavueltayechóacorrercaminoabajo,haciaBeaufort.—¡Bonnard!¿Adóndevausted?—¡Alpueblo!—lellególavozdeBonnard—.¡VoyadespertaratodoBeaufort,
ysaldremosacazaraesemalditodepravado!Maxsequedóquietoenelcamino,algodesconcertado.Sentíaquehabíaalgoque
seleescapaba,algoquenoencajabaentodaaquellahistoria.UnapartedeélgritabaquedebíacorrertrasBonnard,perootraledecíaquedebíapararseapensarytratardededuciradondellevabaMijaílelcuerpodeljovenJerome.Ibaendirecciónalpueblocuandosehabíancruzadoconél.¿Adóndelollevaba?¿Almédico,talvez?Denoserasí…¿QuéandababuscandoenBeaufort?
Recordó de pronto al hombre queMijaíl había estado esperando por la tarde.Habíadichoquelonecesitabanconurgencia.Ysunombre…
Súbitamente,levinoalamemoriadequélesonabaaquelnombre.Dagenham.
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MartinDagenham.Lohabíavistoescritoenlacubiertadellibroqueestabasobrelamesadelsótano
deIsabelle.YellibrosetitulabaHijosdelanoche.Depronto,Maxtuvounarepentinainspiración,ysupoexactamenteadondetenía
queir.Noeraunaidearacional,sinomásbienunpresentimiento,perosedejóllevarpor ella, y echó a correr endirección aBeaufort, rogandoqueno fuera demasiadotardeparaJeromeBonnard.
LlegóalaposadasinalientoysacóaBrigittedelacamatirandoinsistentementedelacampanilla.
—¡SeñorGrillet!—dijoella—.¿Sepuedesaberqué…?—¿DóndeestáelseñorDagenham?—preguntóél,impaciente.—¿Elinglés?¡Pero,señorGrillet,sisefueconustedes!—¿Con…?—ConustedyconelseñorBonnard.LaseñoraBonnardyyovimoscómosalía
deaquítrasusted.¡Nomedigaquenollegóaalcanzarlos!Max abrió la boca para decir algo, pero no le salieron las palabras. No lo
comprendía.BonnardyélnohabíancaminadotanrápidocomoparaqueDagenhamnolograsealcanzarlos.Deberíanhabersetopadoconél.
—¿HavenidoaquíMijaíl,Brigitte?—No,señorGrillet.Pero,porDios,dígamequéestásucediendo.Maxlamiró,peronofuecapazdedecirnada.EsperabaqueDagenhampudiera
darlealgunasrespuestas,perosehabíamarchado,yMaxnosabíaquésesuponíaquedebíahacerél.
DecidióentoncesqueseuniríaaBonnardylosdemás,ynoimportabasiteníanrazónono.HabíaquesalvaraJeromeatodacosta.
SedespidiódeBrigitteysealejódelaposadaapresuradamente.Mientrascorríaporlascalles,unavozlodetuvo:
—¡Max!¿Quéestásucediendo?¡Hapasadogentearmadahaciendomuchoruido!Maxsedetuvoyalzólamiradahaciaelbalcóndeunadelascasas.Asomadaaél,
sehallabalaseñoritaDubois,conunchalsobreloshombros,unaredecillaenelpeloyunaciertaexpresiónperplejaquenoerahabitualenella.
—VanalamansiónGrisard.JeromehasidoatacadoyMijaílestabaconél.LaseñoritaDuboisahogóunaexclamación.—¡Mijafl!¡Pero…nopuedeser!—Yomismolovisosteniendoelcuerpodelmuchacho,señoritaDubois.—¿Ytúquévasahacer?—Voyconellos.Laancianalomirócongravedad.—De eso nada, Max —dijo, con un tono que no admitía réplica—. Pasa y
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hablaremos.Maxquisonegarse,peronodijonada.Comounautómata,obedeció.Momentos después se hallaba sentado frente a la señorita Dubois, que había
preparadodostazasdeté,ysentíaquesumundoestabaderrumbándose.Sabíaque,en aquellosmismos instantes, Benoit Bonnard estaba poniendo en pie a todos loshombresfuertesdeBeaufort.SabíaquenotardaríanencercarlacasadeIsabelle,ysabíaquerodaríancabezas.
YnopodíaevitarpreguntarsesiconellosalvaríanlavidadeJerome.Aquella situación le parecía absurda. Todo el pueblo se estaba levantando en
armasyélestabaallí,tomandoeltéconunaanciana.Seodióasímismoporello.NopodíaculparaBonnard.Alfinyalcabo,élnosehabíaquedadolamentándoseanteunatazadetémientraslavidadeJeromecorríapeligro.Maxnosabíaquéhacer.Yeltiempocorríaensucontra.
—Semehaidodelasmanos,señoritaDubois.Notardaránenreunirsetodos,yentonces irán a lamansiónGrisard y la arrasarán, y esmuy probable que alguiensalgaherido,oalgopeor.Isabelle,Mijaíl,eseseñorDagenham…SobretodoMijaíl.Lomatarán.
Es la justicia campesina. Creen que él ha atacado a Jerome, y si elmuchachomuere…
—¿Ytúquécrees,Max?—Yonoséquépensar.CreíaqueconocíaaMijaíl,peroyomismolohevistoesta
nocheconJerome,ynofueagradable.Siustedlohubiesevisto,señoritaDubois…,parecíaunanimal.
—Max…—Mire,noséquiéntienelaculpa,peroyoqueríaevitarquehubieseunbañode
sangre.Yme temo que no lo he logrado.He pecado de excesiva pasividad.Ojaláfuese un hombre de acción, comoBronac. Él…—se calló de repente, recordandoalgo—. ¡Cómo he podido ser tan estúpido!—exclamó, sobresaltando a la señoritaDubois.
Elladiounrespingo,peroserehizoinmediatamente.—¡Max,compórtate!—loriñó—.¿Aquévieneesodegritarenmicasaaestas
horas?Elgendarmerebuscaba frenéticamenteensusbolsillos.Finalmentesacódeuno
deellosunsobrearrugado.—¡La carta de Bronac! —anunció—. Llegó hace unos días, pero no la leí
porque…—Ahórratelasexplicaciones—cortólaseñoritaDuboissecamente—.¿Cómovas
asalvarlavidadeJeromeconeso?Maxnolaescuchaba.Abriólacartacondedostemblorosos,rogandoquehubiese
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algoenellaqueleaportasealgunapista.Eldetectivedecía:
EstimadoseñorGrillet:Le escribo desde un pequeño pueblo polaco, adonde he llegado enmi camino
haciaSanPetersburgo.
«¡San Petersburgo!», Max se permitió un momento de alarma al pensar en laenormesumaquedeberíapagaraBronacsihabía llegadohastaallí tras lapistadeIsabelle.Siguióleyendo:
NoestuvemuchotiempoenFrankfurt,porqueresultóquePhilippedeLatournohabía fallecido allí. Parece ser que la señorita Isabelle se reunió con él tiempodespués de su partida de Francia, lo cual fue una agradable sorpresa para eldesventuradojoven,queignorabaqueellahubieseabandonadoBeaufortparairensubusca.Porlovisto,laparejavivióenFrankfurtunfelizyapasionadoidilio,lejosdelaoposicióndelafamiliadeél.Perollegóaoídosdelmarquéslanoticiadequesuhijo seguíaviéndosecon la lavandera, y leordenópartirhacia la cortedeSanPetersburgo,puesconocíaaunprimodelzarqueseencargaríadesituarloallí.Elmarquésenvióaunhombredeconfianzaparaasegurarsedequeeljovenpartíasolo,pero,por loqueheaveriguado,Philippe e Isabelleacordaronqueella se reuniríacon él más tarde. Él debía de confiar mucho en ella, puesto que le dejó unaimportantesumadedineroparaquepudieseemprenderelviajesinsobresaltos.
Heseguidolarutaquetomaron,primerounoyluegoelotro,ensucaminohaciala corte del Zar. Este pueblo no era más que una escala en mi viaje, y no teníaprevistoenviarlenoticiashasta llegaraSanPetersburgo,peroheencontradoaquíalgoquehaalteradomisplanes.
Eneste lugarolvidadodelmundo fallecióPhilippedeLatour.El jovenhijodelmarqués,portanto,nuncallegóaSanPetersburgo.
La historia que cuentan los lugareños (y creo que he encontrado un intérpretefiable)esmanifiestamenteabsurda,peroselareferirédetodosmodos.Dicenqueporaquíhabitaundemonioque sealimentade la sangrede loshombres, yque fueélquienmatóaPhilippedeLatour.Cuentanque,díasmástarde,llegóunaseñoritaquese atrevió a enfrentarse a aquel demonio. Regresó viva, pero muy cambiada, yemprendióelviajedevueltaaParís,llevándoseconsigoelcuerpodesuamadoparasepultarlo en el panteón familiar. La acompañaba un campesino de la región. Loslugareñosseapartabanasupasoporquedecíanquehabíanregresadodelamuerteyestabanmalditos.
Lamentodecirqueestoestodocuantohepodidoaveriguar:estúpidasleyendasyburdas supersticiones que sólo la gente ignorante podría creer. Si le interesa mi
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opinión, yodiría que fue Isabelle quienmatóaLatourporque ellos dos se habíancasadoensecreto,ydeestamanerasuhijoheredaría la fortunadelúnicohijodelmarquésdeLatour,juntoconsutítuloysusposesiones.Nodejodepreguntarmesielmarqués habrá creído toda esa necia historia de demonios y maldiciones, y siIsabelle no se aprovecharía de su ancianidad y creciente deterioro mental paralograrqueéllaincluyeseensutestamento.
Pormiparte,nadamásmequedaporhaceraquí.RegresoaParís;amivuelta,espero poder entrevistarme con usted para sacar conclusiones y hablar de mishonorarios,cuyocálculoaproximadoestádetalladoenlahojaadjunta.
Atentamente.JulesBronca
P.S.:Eltiempoaquíesespantoso.
MaxnollegóaleerlahojadeloshonorariosdeBronac.Selevantódeunsalto,presadeungrannerviosismo.
—¡Aquí está, señorita Dubois, la relación entre Isabelle y el monstruochupasangre!
Laanciananocomentónada.Terminódeleerlacarta,yluegodijo,consternada:—Esecondenadodetective.«…Estúpidas leyendasyburdassupersticionesque
sólolagenteignorantepodríacreer»,dice.¿Porquénoserámásexplícito?Todaesahistoriadeldemoniomeparecemuyconfusa.Quierodecirqueningúndemonio semolestaría en seguir a una muchacha por media Europa hasta un pequeño pueblofrancés,¿verdad?CreoqueelseñorBronachamalinterpretadoalgunoshechos.
Max la escuchaba amedias. Estaba releyendo la carta deBronac.Había en sumenteunpresentimientoquepugnabaportomarformaysaliralexterior.
—Porejemplo—estabadiciendolaseñoritaDubois—,esatonteríadelniño.EstáclaroqueIsabellenotieneningúnhijo.¿Dóndeibaaesconderlo,eh?¿Ensupequeñosótano?
Maxalzólacabeza,tocadoporunasúbitarevelación.—No, no puede ser—murmuró, muy pálido—. Claro que… todo coincide…,
aunqueseadescabellado…—Max,¿quédices?Meestásasustando.—Es… absurdo… pero… ¡maldita sea, podría ser verdad! El demonio que se
alimentadesangrehumana…ylosmalditos…yLatour…yelautordeHijosdelanoche…¡yelsótano…pequeño!—añadió,triunfalmente.
Selevantódeunsalto.—SeñoritaDubois—ledijomuyserio—,debo ir inmediatamentea lamansión
Grisard.Debollegarantesdequelohaganellos.—Pero,Max…
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—Lavidadeesaspersonasdependedeello,señoritaDubois.Ellalomiróunmomento.Despuésasintióconseriedad.—Enel establo tengoun caballo.Lousa elmozopara el carro cuandova a la
ciudad, pero es un buen animal, fuerte y rápido. Si atajas por el camino del Este,llegarás antes que ellos. ¿Los oyes? Todavía están en la plaza, esperando a losúltimosrezagados.
—Gracias,señoritaDubois…,Sophie.Nuncaolvidaréloquehahechopormí.Leestampóunbesoenlafrenteysalióatodaprisadelacasa,haciaelestablo.La
señoritaDuboisabriólaboca,peronollegóadecirnada.Porprimeravezensuvida,unhombrehabíalogradodejarlasinpalabras.
Momentosmástarde,Maxsalíadelacallecomounaexhalación,montadoenelcaballoquelehabíaprestadolaseñoritaDubois.Nollevabaningunaluzynoconocíabien el caminodelEste, queno eramásqueuna sendadepastores, pero esperabapoder orientarse a la luz de las estrellas, y llegar a su destino antes de que fuesedemasiadotarde.Emprendióunalocacarreraatravésdeloscampos,ysólosedetuvounavezcuandovioalolejosunahileradeantorchasquesalíadelpuebloyenfilabapor el camino principal. «Ya se han puesto enmarcha. No tengomucho tiempo»,pensó.
Sabíaquenolograríadeteneraunahordadecampesinosfuriosos,peroesperabapoder llegar a tiempo de poner a salvo a los habitantes de lamansiónGrisard. Lasospechaque latía en su interior iba creciendoconcadaminutoquepasaba, y elloacentuaba paralelamente su admiración por Isabelle. Si era cierto lo que pensabaacercadeloquehabíasucedidoenPolonia,aquellajovenhabíademostradomuchovaloryungranespíritudesacrificio.Sieracierto…
Max clavó los talones en los flancos del caballo y ambos se perdieron en laoscuridad.
LlegóporfinalamansiónGrisardynolesorprendióverquehabíavariaslucesencendidas.Desmontórápidamenteyllamóalapuerta.
Nadiecontestó.—¡Isabelle,abra!¡Séqueestáustedahí!Nohuborespuesta.—¡Isabelle!¡Vienenaporusted!¡Abralapuertaoserádemasiadotarde!Oyóunruidoalotrolado,ysupoqueellaestabaallí,escuchandotraslapuerta.—Isabelle, quiero ayudarla. ¡Déjeme hablar con usted, déjeme hablar con
Dagenham!—hizounapausayañadió,conotrotonodevoz—:¡Déjemeverle!Finalmente,lapuertaseabrió,yelrostroasustadodeIsabelleapareciótrasella.—Max,vayase—susurróIsabelle—.Jeromeestáenbuenasmanos.—Por desgracia, hay muchas personas en Beaufort que no opinan lo mismo,
Isabelle.
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Vienenhaciaaquí.Estándispuestosahacérselopagar.—Ya lo sé, Max, pero eso ahora no es importante. Debemos ocuparnos de
Jerome,él…—¿Dóndeestá?—cortóMaxbruscamente,cogiendoaIsabelleporloshombros
con cierta rudeza; ella lanzó una exclamación ahogada—. Dígame dónde está,Isabelle.
—En…enmihabitación.ElseñorDagenhamestáconély…PeroMaxnegóconlacabeza.—NoestoyhablandodeJerome,Isabelle.LeestoypreguntandoporPhilippede
Latour.Séqueestáaquí.Isabellelomiróunmomento,confusa,ydespuéssedesmayó.
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Capítulotrece
La criatura estaba inquieta y alerta. Sentía que estaba sucediendo algo fuera de locorriente,yesoleponíanervioso.Oíavoces,muchasvoces,ysentíaoloresnuevosydesconocidos que avivaban su sed. Caminó hacia la pared de donde provenían lasvoces,moviéndosecontotalsolturaatravésdelacompletaoscuridaddesusótano.Las voces se aproximaban, y con ellas, el olor; pero la criatura había bebido yaaquellanoche,ydemomentohabíaaplacadosused.Porellolaprudenciaseantepusoalanecesidad,yretrocedióhastaunrincónoscuro.Sabíaquealguienentraríayconélllegaríalaluz.Yaquellacriaturadelanocheodiabaytemíalaluz.
Esperó. La pared entera se desplazó hacia un lado, pero eso no lo sorprendió,porquenoeralaprimeravezquesucedía.
Entraronpersonas,personasquetraíanluz.Elserqueseescondíaenlassombraspercibiósuolor,unolornuevo,ypeseahaberbebidorecientemente, lasedvolvió,insaciable,urgenteyapremiante.
Conunchillido,lacriaturaselanzócontralapersonaqueestabamáscercadeél,perodeprontooyóunavozqueconocía,unavozque,dealgunamanera,ejercíaunaextrañainfluenciasobreél.
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Era la voz de ella. La criatura vaciló y se volvió paramirarla, y entonces otrapersona,grandeyfuerte,aquientambiénconocía,losujetóyloapartódesupresa.El ser del sótano chilló de rabia. Su captor le puso algo húmedo en la cara, y lacriaturasintióunolorfuerte,pegajosoydulzón,quenoleeradesconocido.Poresosabía loque sucederíadespués,yvolvió lacabeza, paramirar el rostrode ella, unrostroqueletraíaalamenterecuerdosdedíaspasadosylehacíaolvidarlasedquesentía.
Sinapartarlamiradadelosojosdeella,lacriaturasesumióenlaoscuridad.—Virgen santísima —dijo Max, todavía con el corazón desbocado—. ¿Es…
PhilippedeLatour?Isabelle se había arrodillado junto a la figura que yacía, desmadejada e
inconsciente, en el suelo del sótano, lo había abrazado y lo acunaba con infinitocariño.AquelserqueunavezhabíasidoelhijodelmarquésdeLatoureraahoraunaextrañamezclaentrebestia,demonioyserhumano.Surostroestabapálidocomoelmármol,ysusincisivoserananormalmentelargosybrillabanbajolaluzdelcandil.Sucuerpo,encogidosobresímismo,estabacubiertoporropasquenohacíamuchohabíansidonuevas,peroque,probablemente,élmismohabíadestrozadoabasede
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mordiscosyarañazos.Susmanosparecíangarrasmásqueextremidadeshumanas.PeroIsabelleleacariciabaelcabellolargo,sucioylacio,contantaternuraqueel
horrordejópasoalacompasiónenelcorazóndeMaxGrillet.—Esunvampiro—dijoDagenhamenvozbaja—.Sealimentade la sangrede
otrosseresvivos,preferentementehumanos.Maxseestremeció.—No murió en Polonia, ¿verdad? —murmuró—. Lo trajeron en aquel ataúd,
drogado.—Otrovampirolomordió.Asísetransmitelaenfermedad.Ahoraesunodeellos:
necesitabebersangre,elajolorepele,laluzdelsolesmortalparaél…Peroellalohamantenidoconvidatodoestetiempo.
—Yo no quería que hiciese daño a nadie —murmuró Isabelle—. ¡Lo estabacurando!
Cuandoseescapólaprimeraveznoatacóaningúnserhumano…—No,mató a una res—reconocióMax—. Y fue el marqués de Latour quien
envióaMorilloneldineroporgiropostalparacompensarlapérdidadelavaca,¿noesasí?
Isabelleasintió.—YotrajeaPhilippedevueltaaParíscuandotodoslodabanpormuerto.Cuando
supadrelovio…dijoquemejorqueestuviesemuerto.—Perofueélquienfinanciólacompradelamansión,¿verdad?—Ledijequepodríacurarlo,yquenecesitabaunlugartranquiloyapartado.Hice
progresos, ¿sabe, Max? Logré calmar su sed. Logré incluso que hablase otra vezcomo un ser humano. Y el marqués me dijo que me daría todo lo que pidiese silograbadevolverleasuhijo.
—Ustedhadichoquenecesitabaun lugar tranquiloy apartado, ¿no?Pero¿porquéeligióBeaufort?
—Porqueaquíyateníamalafama,ysupusequelagentenoquerríaacercarsepormicasa.Decualquiermodo,meconveníatenerlosalejados.
—Yconstruyóustedeste falsosótano…—añadióMax,mirandoasualrededor—.Jeromelosospechaba,peroyohetardadoendarmecuentadequeelsótanoquenosenseñabaerademasiadopequeñoparaperteneceraunacasatangrande.LapartedelsótanodondeescondíaaPhilippequedabaocultatrasestaparedcorredera…,muyingenioso.Fueesto loquehicieron los trabajadoresquese trajodeParís,¿verdad?Cuandoveníamosaverlacasa,ustednosentreteníaenlapuertaeltiemposuficienteparaqueMijaíldrogaseaPhilippeyaseguraselaparedcorredera.Deesemodonadiesospechabaquehabíaalguienmásaquí.
Isabelle suspiró. Philippe se agitó en sueños. La joven acarició el rostro delvampiro,cubriósucuerpoconunamantayselevantó.
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—SubamosavercómoestáJerome—dijocondecisión.Hallaronalmuchachotendidoen lacamadeIsabelle.Estaba inconsciente,pero
parecíasumidoenunsueñotranquilo.Lasheridasdesucuelloestabanocultasbajoun pulcro vendaje, en el cual, sin embargo, eran claramente visibles dos pequeñasmanchasdesangre.Dagenhamsesentójuntoaélyletomóelpulso.
—Elremediopareceestarhaciendoefecto—dijoalcabodeunosmomentos—.Conunpocodesuerte,lamordeduranoledejarásecuelas.
—Lodetuvimosatiempo—susurróIsabelle—.¡Quéloco!AbriólapuertadelacámaradePhilippe,yél llevabadías sinbeber.Por fortuna,el señorDagenhamyaestabaenBeaufort.
—Cuando nos encontramos conMijaíl en el camino, iba a buscarlo, ¿verdad?LlevabaaJeromealapensión,paraquelovieseDagenham.
—Pero yo lo encontré antes a él—dijoDagenham—.Al oír en la posada queaquel muchacho se había perdido, temí lo peor, y los seguí a ustedes a ciertadistancia.Oídisparosymeacerqué.MeencontréconMijaíl,quellevabaenbrazosalchico,yentendíloquehabíapasadosinnecesidaddepalabras.
—El señorDagenhames un aventurero—explicó Isabelle—.Ha explorado losrinconesmásoscuroseignotosdelplaneta.Yhaencontradootrosvampiros.
—¿Otrosvampiros…comoPhilippe?Dagemham no respondió enseguida. Rebuscaba en sus bolsillos en busca de
tabacoparasupipa.Finalmentelogróencenderla,ydiounascuantaschupadas.—Loshaydemuchasclases,amigo—respondióporfin—.Losmáscomunesson
los que yo llamo «salvajes», que viven en espacios rurales porque temen al serhumano, que a su vez es su alimento, ¿comprende? Después de ser mordidos, secomportancomoanimalesymatanpornecesidad.Soncompletamenteincapacesderazonarcomounserhumano.Lasedlosvuelvelocos.
—¿La…sed?—Ellosnecesitanbebersangreparaseguirvivos.Esloúnicoqueentienden.Esel
únicoimpulsoquelosguía.LaconcienciaracionaldelseñorLatourfueahogadaporlasedhaceyatiempo…
—¡No!—exclamóIsabelle,alzandolacabezaymirándolosdesafiante—.YoséquePhilippepuedevolverconnosotros.Séquemeescucha.Yustedlosabetambién,señor Dagenham. Lo leí en su libro. Usted afirma que el vampirismo puede sercurado.
Dagenhamlamiróunmomentoyluegosuspiró.—EnlasestribacionesdelHimalayahalléunaplantacuyasraícessonutilizadas
porlosmonjestibetanosparacuraralasvíctimasdelosvampiros.HeempleadoconJerome unas gotas de extracto de dichas raíces, y tengo la esperanza de que serecuperará sin consecuencias. Pero el señor Latour lleva ya mucho tiempo
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alimentándosedesangre…Nopuedomalgastarmipreciososueroconcriaturascomoél,cuandohayotrosquepuedensersalvados.
—¡Peronoesunasesino,señorDagenham!—lodefendióIsabelle,desesperada—.Yohemantenidodespiertasupartehumana.
—Señorita,ensucartadecíaquehaceyatresañosqueelseñorLatoursehallaentanlamentableestado.HaatacadoalseñorGrilletenelsótano.¿Cómopretendequecreaquesiguesiendohumano?
—Sinolocree,¿porquéhavenido?—intervinoMax.—Paracumplirconmideber:parasalvarasusvíctimasyacabarconelvampiro.Isabelleahogóunaexclamación.—¡Yseatreveustedaentrarenmicasaconsemejantesintenciones!¡Usted…me
haengañado!¡EsotroDelvaux!—¡Delvaux!—repitióMax—.Elnovinoaverlaausted,¡vinoaveraPhilippe!—Convenció al señorLatour de que podría curarlo pero tenía demédico tanto
comoyodeduquesa.DecíaquePhilippeestabaposeídoporeldemonio,ypretendíaexorcizarle.
—¿Quieredecirustedqueeraunsacerdote?—Eso dijo. Se hizo pasar pormédico para que yo lo dejase entrar enmi casa,
perolodejéasolasconPhlippeysalióhuyendo.—Pues no andabamuy desencaminado, señorita—dijo Dagenham—.Algunos
vampirossonsindudademonios,ohijosdeldemonio.Otrosregresandesustumbasy son una especie de no muertos que se alimentan de vidas ajenas. Algunos soninmortales.
Algunos otros poseen una inteligencia y una crueldad más allá de la razónhumana.
Hizounapausayluegoañadió,conunarisaseca:—RecuérdemealgúndíaquelecuenteloqueencontréenTransilvania.—PeroPhilippenoesasí—dijoellaenvozbaja.—No.Afortunadamenteparatodosnosotros,esunvampirosalvajequeactúapor
instintoypornecesidad,ynoporodioycrueldad.Perohaatacadoagente,¿noesverdad?
—Cuandoesoschicosvinieronamicasa—rememoróIsabelle—,yoestabasolaconPhilippe,señorDagenham.HabíaenviadoaMijaílaverasucontactoenParísparaentregarleunacartamía,enlaquelepedíaquevinieseaveraPhilippe.
Dagenhamasintió.—Ellosqueríanentrarenelsótano—prosiguióIsabelle—,yllamaronalapuerta
para distraerme. Pensé que eraMijaíl. Salí del sótano, pero no cerré bien la falsapared.
Cuandoelloshuyerondemicasa,PhilippefuetrasellosyalcanzóaArmandenel
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camino.Gracias a Dios, Mijaíl también estaba allí. Regresaba a casa en ese mismo
momentoypudo impedirquePhilippeatacaraaArmand,queestabaparalizadodepuroterror.
—Ydespués,Mijaílllevóalchicoacuestashastalapuertadesucasaylodejóallí…—dedujoMax, recordando las palabras deArmand acercadel «sueloque semovía»—. Supongo que no quería que lo viera nadie. Habrían pensado…,exactamenteloquepensamosBonnardyyocuandolovimosconJeromeenbrazos.
—¿Lo ve? —dijo Dagenham—. Lo que ha hecho usted es loable, señoritaIsabelle,peroeseserespeligrosoparatodos.PorDios,míresealespejo.Todoestolaestádestrozando.Estáviviendocomounacriaturanocturna,igualqueél.
Isabellereprimióunsuavesuspiro.—Y seguiré haciéndolo el tiempo que haga falta, señor Dagenham. Si es
necesario…,seréunahijadelanoche,comoPhilippe,elrestodemivida.Dagenhamnegóconlacabeza,preocupado.—Usted no sabe lo que dice,muchacha.Usted no es una de ellos, es humana,
comoyo,comoelseñorGrillet,comoestemuchachoalquesuamado,unverdaderovampiro,acabademorder.Yloqueustednecesitaesalejarsedeaquí,empezarunanueva vida, salir de casa, tomar el sol, encontrar un hombre que pueda cuidarla…¿De verdad está dispuesta a vivir de noche el resto de sus días…, atendiendo lassangrientasnecesidadesdeunvampiro?
ParecióqueIsabelleibaaderrumbarse,yMaxintuyólosterriblessacrificiosquehabía tenido que hacer paramantener con vida a Philippe de Latour. Una terriblesospechanacióensuinteriorcuandorecordólasmuñecasvendadasdeIsabelle.«Nopuedeser.¿Tanlejoshallegado?»,pensó.
—Isabelle—dijo,temblando—,¿dequésealimentaexactamentePhilippe?Ellalomiró,sonriendoamargamente.—¿Nolohaadivinadotodavía?Sealimentademisangre,señorGrillet.—Peronolahamordido,¿verdad?—dijoDagenham,mirándolafijamente.Ellasostuvosumiradasinpestañear,alzóunamanoyseremangóelvestidopara
que Dagenham viese su muñeca vendada. Ni siquiera el duro aventurero pudoreprimirunestremecimiento.
—¿Porqué…porquéusted?—pudodecirMax—.Mijaíl esunhombre fuerte.Él…
—No.Estoy tratando de enseñar a Philippe que no debe tomar nada que no leden.Seestáacostumbrandoaello,Max.Eslaúnicamaneradequenomateanadie.Además…—vacilóunmomento—.Nomepareceríajusto.PhilippefuelacausadequeMijaíl perdiese el habla. Él era mi guía cuando decidí explorar aquel bosquepolaco enbuscadePhilippe, a pesar de que los aldeanosmedijeronque eso sería
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nuestraperdición.Noquiseescucharlos.Philippe saltó sobre nosotros y nos sorprendió; por fortuna, reconoció mi voz
cuando leordenéquesedetuviese.PeroMijaílhabíaestado tancercade lamuertequedejódehablardesdeesemismoinstante,ysucabellosevolviócompletamenteblanco. Cuando volvimos al pueblo, todos creyeron queMijaíl estabamaldito. Loecharondesuscasasydesusvidas.
Vino con nosotros a Francia, y me ha ayudado desde entonces a controlar aPhilippe,queahoraesmuchomásfuerte…
Max miró de reojo a Mijaíl, que estaba de pie junto a Isabelle, con el rostroimpasible.
—¿Yporquélesirvetanfielmente?Quierodecir,Philippeintentómatarlo…—Déjemeadivinarlo—dijoDagenham,chupandoelextremodesupipa—.Usted
lesalvólavidahaciendoalgomásqueordenaralvampiroquesedetuviera,¿noescierto?
Isabellevaciló.—YocomprendíenseguidaloquePhilippenecesitaba.Yotraíaunpuñalconmigo
y le dejé beber demi sangre. De esamanera lo calmé. Creo queMijaíl nunca haolvidadoloquehiceentoncesporél…
—No permitió que Philippe la mordiera, por suerte —comentó Dagenham—.¿Cómolosupo?
—Por lo que decían los campesinos. La mordedura del diablo. El beso de lamuerte.
No supe más detalles acerca de los vampiros hasta más tarde, pero ellos medijeron todo lo que necesitaba saber en ese momento: Philippe se alimentaba desangre,y la luzdel solera letalparaél.Fueentoncescuandosupeque, siéldebíaocultarsedelsol, tambiényoviviríadenochehastaquelograracurarelmalqueloaquejaba.Desdeentoncesintentocalmarsusedparaquenosevuelvaloco.Nopuedohacerlo todas las noches, por supuesto, porque eso me mataría, y necesitomantenermeconvidaparacuidardeél.
Dagenhamlamirófijamente.—Noestáustedbiendelacabeza,niña.Seestásacrificandodemasiadoporalgo
quenisiquieraeshumano.¿Hamiradobienalacriaturaqueescondeensusótano?LaindomablejovenalzólacabezayclavóunamiradacentelleanteenDagenham.—¿Quiereustedpruebasdeloquedigo?Lastendrá.Acompáñenmeabajo.Volvieronabajar,eIsabellecorriólafalsapared.Alfondovieronlasombradelo
quehabíasidoPhilippedeLatour.Parecíaqueyaestabadespertando.CuandoMaxalzóelcandil,elvampirogruñó,enseñandoloscolmillosytapándoselosojosconlamano.
—Philippe,soyyo—dijoIsabelle.
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Lacriaturaseguíamirandoaloshombrescondesconfianza.Isabellesuspiró.—HaprobadolasangredeJerome,yesolohavueltomássalvaje.Porsuertepara
el muchacho, llegamos a tiempo de impedir que bebiera demasiada. Pero sigueteniendosed.
TendiólamanohaciaMijaüyéstedepositóenellauncuencoyuncuchillo.MaxintuíaloqueIsabellequeríahacer.
—¡Isabelle,no!Seprecipitóhaciaella,peroMijaílleimpidióacercarse.—Déjela—dijoDagenham—.Llevaañoshaciéndolo,yyoquieroversiescierto
quesusangreescapazdehacermáshumanoaestevampiro.Siesasí,conunpocodesuerte,ellanotendráquehacerestonuncamás.
Lajovensehabíaretiradolasvendasdelasmuñecas,marcadasporprofundasyhorriblescicatrices.Maxapretólospuños,peroIsabellenovaciló.Aplicólahojadelpuñal a lamuñeca izquierda,y ladeslizó suavemente, casi conmimo.El corte fuerápido;enseguida,untorrentedesangremanósobrelapieldelajoven,cayendoenelcuenco.
—Por Dios bendito—susurró Dagenham—. Si no lo veo, no lo creo. O estevampiroestámuydrogado,ocomprendeperfectamenteelsacrificiodeella.
—¿Porqué…diceeso?—pudopreguntarMax.—Cualquier otro vampiro salvaje se habría vuelto loco y se habría abalanzado
sobrelaheridasangrante.MaxmiróaPhilippe.Elvampiroestabaacurrucadocontralapared,ysuaspecto
eratansiniestroquedabaescalofríos.Peronosemovía.MirabaaIsabellefijamente,esperando.
La joven se sentó en el suelo, exhausta.Mijaíl se arrodilló junto a ella, y conextremadelicadeza,seaplicóa la tareadedetener lahemorragia,algoque,adivinóMax,noeralaprimeravezquehacía.Pronto,elolorayodoseextendióportodalahabitación.
Mientras duró la operación, el cuenco que contenía el preciado líquido seguíareposandoenelsuelo,juntoaIsabelle.PeroPhilippecontinuabaquietoyensilencio.
—No ha bebido bastante—murmuró Dagenham—. Jerome apenas ha perdidosangre.
Ahoraelvampirodeberíaestarcomolocoysinembargo…Mijaíl terminóde curar a Isabelle, y ella sequedó todavíaquietaunosminutos
más,recuperandofuerzas.Entoncesseincorporó,tomóelcuencoentrelasmanos,seacercóaPhilippeylomiróalosojos.Elvampirocaptólaintensidaddesumiradayquedóatrapadoenella,ignorandoelcuencoqueellaletendíayquesuinstintopedíaagritos.
—I…Isabelle—dijoél.
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—Bebe—respondióella.Philippetomóelcuencocondelicadezaybebió.Inmediatamentemostróotroaspecto.Susmejillasadquirieronalgodecolor,sus
ojosbrillabanysupielpresentabaunanuevatersura.Perotambiénsuexpresióneradiferente.
—I…Isabelle—repitió.Su voz era grave, gutural, primitiva y salvaje. Pero hablaba con palabras
humanas.Isabellenopudoevitarqueunpardelágrimasrodasenporsusmejillas.Temblaba
comounahoja,estabaextremadamentepálidayrespirabacondificultad.—¿Estáustedbien?—preguntóMax,inseguro.Peseatodo,nuncalahabíavistollorar.—Me recuperaré —respondió ella, secándose las lágrimas con el dorso de la
mano—.Sólonecesitodescansar,dormirycomermucho.—Pero su cuerpo no aguantará estas sangrías constantes, Isabelle —dijo
Dagenham muy serio—. Las heridas pueden infectarse. Además, si insiste enabrírselasunayotravez,undíadejarándecicatrizar.
IgnorandoaDagenham,IsabellesevolvióhaciaPhilippe.—Tenemosquemarcharnos,Philippe—ledijo—.Nonosquierenaquí.Vendrán
abuscarnos.Élsequedócalladounmomento.Despuésasintió.—El…chico—dijo,condificultad—.¿Está…bien?—Estarábien—respondióella—.Milagrosamenteestávivo.—Yo… lo… siento—pudo decir Philippe; parecía que su garganta encontraba
extrañaslaspalabras,perolaspronunciaba,nocabíadudadequelaspronunciaba—.Tenía…sed.
Sacudiólacabezayenterróelrostroentrelasmanos,desesperado.—No puedo creerlo —musitó Dagenham—. ¡Un vampiro que siente
remordimientosporserunvampiro!Philippe había tomado la mano de Isabelle con increíble delicadeza, y
contemplabadesconsoladosusmuñecasvendadas.—Nunca…más,I…Isabelle.Me…mataré.—Noloharás—losojosde Isabellebrillabandenuevo—.No lopermitiré.He
traídoaunhombrequepuedecurarte.Élpuedehacerquevuelvasaverlaluzdelsol.PhilippepareciórepararporprimeravezenMaxyDagenham.—Laluz…delsol—musitó,ysacudiólacabeza,comosiaquellofueraunsueño
imposible;entoncesmiróaDagenhama losojosysuplicó—:Sálvela.Por…favor.Elladice…quees…unahijade lanoche…como…yo.Pero…noes…verdad…Debeviviralaluz…deldía…
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DagenhamapartólamiradadelvampiroparaclavarlaenIsabelle.—¿Porquéhaceesto?—¿Porquémehaceesapreguntasiyalosabe?—Dígamelousted,Isabelle.¿Porquélohace?Ellanovacilócuandorespondió:—Poramor.—Ydígame,¿fueelamorloquelallevóacortarselasvenasenunbosquepolaco
paraalimentaraunvampiro?Amímeparecemásbienunagranlocura.Ellanegóconlacabeza.—Nolosé.Lohabíadejadotodoporseguirle,porquemicorazónhabíadecidido
queéleraelhombreaquienyoamaba.Nopodíaconformarmeconmenos.Habríasidotraicionarmeamímisma,¿comprende?Cuandovihastadóndehabíallegadoporélcomprendíqueelinfiernosóloestabaunpasomásallá.Sóloteníaquedaresepasoyretroceder,ytraeraPhilippedevuelta.
Dagenhamlamiróconsusojosdehalcónviejo.—Digaloquediga,ustedvaaseguirprotegiéndolo,¿noescierto?Isabellelerespondióconunamiradadesafiante.—Entalcaso—concluyóelaventurero—,másvaleintentarquesuamigovuelva
averlaluzdeldía,porelbiendetodos.El semblante pálido de Isabelle se iluminó con un nuevo resplandor. Trató de
levantarseparaacercarseaDagenham,peroestabademasiadodébil.—Quieta,chiquilla.Noseprecipite.NecesitarétiempoparatrataralseñorLatour.Yaserposible,un lugar tranquilodonde losaldeanosno tratende lincharnosa
todos.—El señor Dagenham tiene razón —intervino Max—. Tienen que marcharse
ahoramismo.—¡Pero no podemos irnos ahora! —exclamó Isabelle, angustiada—. Nos
alcanzarán.Ynoestaremosacubiertoantesdelamanecer.SilosrayosdelsoltocanaPhilippe…
Maxlamiró.Losojosdeellaseclavaronenlossuyos.Maxsupoenesemismomomento que la amaba, al igual que supo también que ella, por algunamisteriosarazón,jamásamaríaaotrohombrequenofuesePhilippedeLatour.MaxsepreguntósieljoveneradignodeIsabelle,ysihabríaestadodispuestoasacrificarseporelladelamismamanera. Comprendió que no. Pero también supo que élmismo tampocohabríatenidovalorparahacerloqueellaestabahaciendo.SiemprehabíaintuidoqueIsabelleeraunamujerextraordinaria.Ahoralosabía.
Ypensóqueellamerecíaser feliz juntoalelegidodesucorazón,yqueambosmerecíanunasegundaoportunidad.
Maxseirguiódeunsalto.
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—Noloharánsiyopuedoimpedirlo.Hemosdeescapardeaquí.Tengounaidea.
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Capítulocatorce
UnacoléricacomitivaavanzabaporelcaminoquellevabaalamansiónGrisard.Enelgruponosólohabíahombres,sinotambiénmujeresyancianos.Rouquin,Morillon,Boutel, Bonnard, Michelet… Todos estaban allí, incluido el padre Rougier, queexhortabaatodosaexpulsaraldemoniodeBeaufort;ademássehallabanenelgrupoelalcaldeysumujer,queavanzabanunpardepasosdetrásdelaseñoraBonnard,lacualllorabadesconsoladaygritabaenfurecidaapartesiguales,llevandoenunamanoun gran cuchillo de degollar y clamando justicia para su hijo. Bajo la luz de lasantorchas, los semblantes de las gentes de Beaufort parecían diferentes, casigrotescos,deformadosporunafuriasalvaje.Costabatrabajo,porejemplo,relacionara la tímida señora Lavoine con la mujer que, arropada por la multitud, gritabaenardecidacontraIsabelleysucriado,empuñandounapesadasarténqueagitabaenelaire,completamentedecididaadescargarla sobreelcráneodesuenemigo, fueracualfueseéste.
Su voz semezclaba con la de los demás hombres ymujeres de Beaufort, quecoreabaninsultosyamenazascontralosasesinosdeniños.
Losrostrosdeaquellaspersonaseranmáscarasdesfiguradasporlairayelodio,máscarasdemuertequeocultaban,sinquefueranconscientesdeello,unaemociónaúnmásprimitivaeirracional,unsentimientoqueloshabíavueltolocos,violentosysalvajes:elmiedo.
Rouquin,queibaencabeza,sedetuvodeprontoycogióaBonnardporunbrazo.—¡Mira,Benoit!¿Veslomismoqueyo?Elconstructorasintió,ceñudo.UnasombrahabíasalidodelamansiónGrisard.Parecíaunenormejinete.—Larataabandonaelbarco—gruñóBonnard—.¡Vamos!Se separó del grupo y salió del camino, seguido por cinco hombres más.
Esperabaninterceptaraljineteunpocomásallá.Maxestabadepiefrentealacasa,conlosojosclavadosenlaoscuridad.Había
puestoadisposicióndeIsabelleelcaballodelaseñoritaDubois.Ellalohabíamiradoconlaemociónpintadaensuscansadosojososcuros.
—Graciasportodo,Max—habíadicho—.Nuncaolvidaréloquehahechoustedpormí.
Habíamontadosobrelagrupadelcaballo,juntoconMijaílyPhilippe.Dagenhamhabíaexpresadosusdudasacercadesiresistiríaelanimaltantopeso,peroMaxhabíaseñalado que ni Philippe ni Isabelle pesaban demasiado y que, por otro lado, noteníanalternativa.
Después,Isabellesehabíaido.Max sabía que jamás volvería a verla, y algo parecido a una mano gélida le
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oprimióelcorazón.—Cuestavercómolamujerdetuvidaescapaconelhombredesuvida,¿eh?—
comentóDagenham.Maxignoróelcomentario.—EsperoquelogrenllegaraSoissonsantesdelamanecer.Dagenhammiróporencimadesuhombroydijo:—YoesperoquelogrenllegaraSoissonsypunto.Maxmiró,yloquevionolotranquilizóenabsoluto.Elgrupoqueveníaporel
camino se había dividido. Algunos hombres se habían percatado de la huida deIsabelle,ysemovíanhaciaelNorte,conlaintencióndeinterceptarla.
—Hanpartidodemasiadotarde.¡Loshandescubierto!—Elcaballonopuedecorrermásdeprisacontantopeso—murmuróMax—.Los
alcanzarán.—Ahora debemos preocuparnos por otras cosas, señor Grillet. ¡Tenemos
compañía!El resto de los habitantes de Beaufort franqueaba la puerta del jardín de la
mansiónenarbolandoarmasyvociferandoamenazas.MaxyDagenhamcruzaronunamiradayasintieron.
—¿Dóndeestálabruja?—gritóalguien.—¡Labruja!—exigieronlosdemás—.¿Dóndesehaescondido?—¡ElseñorDagenhamlahaderrotadoyhasalvadoaJerome!—gritóMax.Hubomurmullosdedescontento.—¡Escierto!—gritóDagenham—.¡Crucifijos,dientesdeajo,aguabendita!¡Nadadeesoagradaalosdemonios!¡Heexpulsadoademoniosdemediomundo,
desdeMongoliaaJamaica,delosCárpatosalNilo,ysécómohayquetrataraesascriaturasmalditas!¡ElseñorGrilletyyohemosrescatadoaJeromedelasgarrasdelamuerte!
Seoyóungemido.LaseñoraBonnardavanzóunospasos,llorosa.—¡Mihijo!¿Mihijoestávivo?PeroelpadreRougierseadelantóymiróaDagenhamcondesconfianza.—¿Conquéautoridadpuedeustedexpulsaralosdemonios?¿Acasoessacerdote?Dagenhamabriólabocaparacontestar,peroalguienvociferó:—¡Miente!¡Estáprotegiendoalosasesinosdeniños!Ylamultitudvolvióarugir.Mientrastanto,Mijaílclavabalostalonesenlosflancosdelcaballo,obligándoloa
correramásvelocidad.Protegidaporsuenormecorpachón,yrodeandoasuvezconsusbrazoslacinturadePhilippe,Isabelletemblaba.Sesentíamuydébilylecostabarespirar, peronoera eso loque lapreocupaba, sino el interrogantede si el caballoaguantaríaaquel ritmohasta llegaraSoissons.Si lograbanalcanzar laciudadantes
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delamanecer,nolescostaría trabajoencontraruncobijomientrasbrillaseelsol.Elobjetivo era viajar hasta Calais, siempre de noche, y tomar allí un barco que losllevaseaInglaterra.SereuniríanconDagenhamenLondres…
Depronto,algocayósobreellosdesdelosárboles,sombrasquegritabanfuriosasen la oscuridad. El caballo se encabritó e Isabelle sintió un furioso dolor en elhombro,allídondeunadagalahabíagolpeado.Mijafllogrócontrolaralcaballo,perocuatrohombreslesbloqueabanelpaso.
Eran Rouquin, Bonnard, Boutel y Michelet. Boutel sostenía una antorcha.Rouquin y Bonnard los apuntaban con sus armas. Incluso Michelet, el pacíficopanadero,empuñabaladagaquehabíaheridoaIsabelle.
—Ni un pasomás, bruja—gruñó Rouquin—.Dile a tu bruto que no haga unmovimientoenfalso,odispararé.Yahora,bajaddelcaballo.
Obedecieron.Isabelleinspiróprofundamente.—Porfavor—suplicó—.Nopodemosdetenernos.Debemos…—¡Silencio!—cortóBonnard—.¿Quéhashechoconmihijo,maldita?Isabelle no pudo responder. Michelet lanzó un grito de espanto, y todos
retrocedieron.Philippehabíadadounpasoalfrente,ylaluzdelaantorchailuminabaahorasu
rostro.—¡Monstruo!—gritóBonnard.Rouquindisparó.—¡¡NO!!—chillóIsabelle.Dagenhamretrocedióunospasos.Laturbaavanzabahaciaélprofiriendoinsultos
y amenazas. En aquellos momentos los habitantes de Beaufort le parecían másinquietantesquelacoloniadecruelesvampirosinteligentesquelohabíaapresadoenAnatolia.
—Sondurosdepelar,Grillet—murmuróelaventureroentredientes—.¿Grillet?Noobtuvorespuesta.Maxsehabíaesfumado.Soltandounamaldiciónpor lobajo,Dagenhamdiomediavueltaysedispusoa
salirhuyendo.Mijaíl se precipitó hacia adelante para proteger a Isabelle, pero el cuerpo de
PhilippeseinterpusoentreellayRouquin.Labalalogolpeóenelestómago,peroelvampiro no dio muestras de sentir dolor. Gruñó como un lobo enfurecido y saltósobresuagresor.
Rouquineraunhombrefuerte,peroPhilippe loderribósindificultad.Volvió lacabeza hacia los horrorizados compañeros de su víctima y lanzó un chillido deadvertencia. Su aspecto era aterrador. La luz de la antorcha iluminaba su rostro,pálidocomoeldeunespectroyenmarcadoporloscabellosnegrosyrevueltos,queledaban una apariencia primitiva y salvaje; sus largos y blancos colmillos eran
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claramentevisiblesporqueestabagruñendo,ysusojosrelucíanconunsiniestrobrillorojizo. Había adoptado una postura más felina que humana, y todo en su actitudparecíademostrarqueestabaapuntodesaltarsobreellostambién.
Pero lo peor había sido aquel chillido inhumano, muy semejante al que habíaasustado a la sensata señorita Dubois, parecido también al que habían escuchadoJeromeyFabricedíasatrás.Micheletquisogritar.Bouteldejócaerlaantorcha,querodóporelsueloyseapagó.
Los ojos del vampiro seguían brillando en la oscuridad. Sus colmillos tambiénrelucieronunmomentosobreelcuellodelcaídoRouquin.
—¡Philippe,nolohagas!—gritóIsabelle.Philippe vaciló. La joven había vuelto a subir al caballo junto con Mijaíl. El
vampirosedispusoasaltarhaciaella,peroalgologolpeóenlacabezaylolanzóaunlado.
—¡Maldito…engendro!—jadeóRouquin,tratandodeponerseenpie—.¡Pagarásportuscrímenes!
Philippe retrocedió y chilló de nuevo, enseñando los dientes. Rouquin alzó suarma.
Elvampirotensólosmúsculosparasaltarsobreél.—¡¡Philippe!!Rouquindisparóporsegundavez.Peroelvampiroyanoestabaallí.EstabajuntoaIsabelle,sobrelagrupadelcaballoquesealejabaagalopetendido.Rouquinbajóelarma.—Un demonio —murmuró—. ¡Un maldito demonio! —se volvió hacia sus
compañeros—.¡Hayqueacabarconél!Esecaballonoaguantarámucho…¡Vamos!Losotrostreshombresobedecieron,comoautómatas,ysiguieronaRouquin,que
yacorríaenposdeIsabelle.Mientras Dagenham trataba de razonar con los habitantes de Beaufort en el
lenguajequeellosqueríanescuchar,MaxhabíasubidoabuscaraJerome.Seinclinójuntoaélytratódedespertarlo,peroelmuchachonoreaccionó.
—Vamos, Jerome, te necesito —murmuró Max, preocupado—. Despierta, porfavor…
Optó por mojarle un poco las sienes y la frente con agua, y logró hacerloreaccionar.
—¿Señor…Grillet?—murmuró.—Sí,Jerome.¿Puedesoírme?—¿SeñorGrillet?Estoyvivo,¿verdad?—Sí,chico.Estásvivo.Yvasadecírseloatuspadres,¿deacuerdo?Jeromeasintiódébilmente.Maxlocogióenbrazosyvolvióabajarlasescaleras.
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—¿Mijaíl?¿Quésucede?El hombretón echó una mirada hacia atrás y gruñó, preocupado. Una luz los
seguíaenladistancia.—¡No!¿Todavíanospersiguen?Mijaíl lamirópreocupado,eIsabellesupoquelosalcanzarían.Elcaballohabía
hechountremendoesfuerzoparahuirdesusperseguidoresyacusabaelcansancio.—No puede ser—murmuró ella, desesperada—.No, ahora que estábamos tan
cerca.EntoncesMijaíltiródelasriendasehizoqueelcaballosedetuviese.Isabellelo
mirósincomprender.ElhombretóndesmontódeunsaltoyentrególasriendasaIsabelle.—No…nopodréllegaryosola—protestóella—.Estoymuydébil.—No…estás…sola—susurróPhilippe.MijaíllamiróalosojosycerrólamanodeIsabellesobrelasriendas.—Corra—dijoconvozronca—.Nomireatrás.Isabelleabriólaboca,sorprendida,peronollegóadecirnada.Laenormemanaza
deMijaíl cayó sobre lagrupadel caballo, y éste relinchóy saliógalopandoa todavelocidad.
Isabelle se aferró aPhilippe, quemontaba frente a ella.Volvió lamiradahaciaatrásyviolafiguradeMijaílsobrelacampiña,cadavezmáspequeña…
Cuando Max salió al jardín, descubrió a Dagenham en una muy poco airosasituación.
Elaventurerohabíatrepadoporlapareddelamansiónyseesforzabaporguardarel equilibrio sobre el tejado, mientras algunos hombres enfurecidos trataban dealcanzarlo.
Maxsupoquenoteníademasiadotiempo.AlzóaJeromeygritó:—¡Jeromeestávivo!Nadieparecióescucharlo,porloqueMaxvolvióagritar:—¡Jeromevive!Seoyóungrito.La señoraBonnard se abrió paso entre la gente y se abalanzó
sobreMaxparacomprobarqueloquedecíaeracierto.Lamultitudcallódepronto,vacilante.
Dagenhamsesentósobreeltejado,sacólapipayhurgóensusbolsillosenbuscadetabaco.
—Caramba,Max,—comentó—.Unpocomásynolocuento.PhilippeeIsabellecabalgabanagalopetendidoatravésdecampiñasdesiertasy
solitarias. Hacía rato que habían dejado atrás a sus perseguidores; no obstante,Isabelletemíaaotroenemigotodavíamásimplacablequeacechabatraselhorizonte,aguardando a que llegase el momento de mostrar su rostro. La joven era muy
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conscientedequeelgalopedelcaballoeracadavezmás irregularyque,deseguirasí,nollegaríanaSoissonsantesdelamanecer.
Isabellesuspiró,preocupada.Laaterrabala ideadeseralcanzadospor las lucesdelaaurorayvercómoPhilippesemarchitabaentresusbrazosigualqueunhelechoenplenodesierto.
—¿Esnecesariotodoesto?—susurróMax.—Enestascircunstancias,ladestruccióndeunaviejamansiónesunmalmenor
—respondió el aventurero—. Han venido con ganas de matar a alguien. Hay quedarlesalgoquehacer,opuedequelomatenausted.
Max contempló, impotente, cómo las gentes deBeaufort entraban en la casa ydestrozaban todo lo que hallaban a su paso. Cuando ya no encontraron nada queromper,leprendieronfuego,ylasllamasenvolvieronloquehabíasidolamoradadeIsabelleydelmásterribleyocultodesussecretos.
Maxcontemplólalíneaclaraqueemergíatraslasmontañas.—Corre,Isabelle—murmuró.Nohabríasabidodecircuántotiempoestuvieroncabalgandoatravésdepáramos
despoblados,nicómosabíaPhilippequellevabaladireccióncorrecta.Isabellehabíacaídoenunextrañosopor,ysólosaliódeélcuandooyógruñirasucompañeroyvioqueasuespaldaelhorizontecomenzabaaclarear.
—Oh,no—suspiró—.¡Oh,no!Espolearontodavíamásasuagotadocaballo,enundesesperadointentoporllegar
a un refugio antes de que el sol los alcanzase.Vieron los tejados deSoissons a lolejos, cuando el alba comenzaba a cubrir las campiñas con sumanto. Isabelle, quenuncahabíasidocreyente,cerrólosojosyrezó,rezócontodasualma,rogandoquePhilippe tuviese una segunda oportunidad, que el sol no se lo arrebatase cuandoacababadeaparecerunaposibilidaddequevolvieseacaminaralaluzdeldía.
Isabellerezó,mientraselcaballogalopabaexhausto,ySoissonsparecíaunsueñolejanobajolaclaridaddelalba.
CuandolosrayosdelamanecertocaronlosdespojosennegrecidosdelamansiónGrisard,Max sedejó caer sobre elbordedel camino.Todoshabían regresadoyaaBeaufort,despuésdeaquellaespantosanochedeodioyfuego.Dagenhamestabaencasade losBonnard, cuidandode Jerome,pero el gendarmehabía sido incapazdesepararse de la vieja mansión que había sido el hogar de Isabelle, deMijaíl y dePhilippe.
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Ahoraquetodossehabíanido,sesentíasoloymuyvacío.SabíaquelavidaenBeaufortvolveríaasupulsohabitual,sinsorpresasnisobresaltos,yél,queseteníaporunhombretranquilo,sehabíadadocuentadequeecharíademenosaquellosdías,lassonrisasfugacesdeIsabelleylasconversacionesconlaseñoritaDuboissobreelmisteriodelamansiónGrisard.
—Demodoquesehanido,¿eh?Max sonrió. Junto a él estaba la anciana que, sin duda, se había apresurado a
recorrer afanosamente el largo caminodesdeBeaufort con las primeras luces de lamañana.
—Quémadrugadoraesusted…—Sentíacuriosidad.Contemplólosrestosdeloque,tiempoatrás,habíasidounedificiomagnífico,y
suspiró:—¿Porquéhanhechoesto?Maxllevabaunbuenratopreguntándoselo,peroporfinhallóunarespuesta.
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—Porquelonecesitaban.Paraconjurarelmiedo,¿sabe?Porqueelodionacedelmiedo.
LaseñoritaDuboisladeólacabezaymiróaMax,pensativa.—¿Sabes,Max?,puedequetengasrazón.Mealegrodequenotedejasesllevar
portodaestalocura.Mealegrodequefuesesvaliente.—¿Valiente,yo?—Maxsonrió—.No.Simplemente…,nopodíatenermiedode
Isabelle.Deella,no.Ella…—Losé—dijolaanciana—.Sécómotesientes.Séexactamentecómotesientes.Sumirada estaba preñada de una profundamelancolía, yMax comprendió, de
pronto,queellatambiénhabíadejadoescaparasuhombre,muchotiempoatrás.Pensó en Isabelle. Descubrió que no le guardaba rencor. Ni siquiera se sentía
celoso.—Ojalálohayanconseguido—murmuró.—Yotambiénlodeseo.Hubounbrevesilencio.EntonceslaseñoritaDuboisseestremeció.—Empiezo a tener frío,Max.Volvamos a casa. Tienesmuchas novedades que
contarme.Maxleofrecióelbrazoalaancianaylosdos,lentamente,dieronlaespaldaalos
despojosdelamansiónGrisardyseinternaronporelcaminoquellevabaaBeaufort,devueltaalatranquilidadyalosdíasapacibles,perosintiendoque,traslapartidadeIsabelle,nadavolveríaaserigual.
Tras ellos, sólounmontóndenegras ruinasquedaba como recuerdode la casaquealbergóunamorimposible,másalládelavidaydelamuerte.
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Epílogo
Perkins salió a cubierta poco antes del alba. Acababa de despertarse y estaba aúnmedioadormilado,perodisponíadeunosminutoslibresparadespejarseantesdequelollamaseeloficial.Seacodósobrelabordaycontemplóelmarsombríoyencalma.ElPhoebushabíasalidodeDoverunosdíasantes,yno tardaríaenhacerescalaenMarsella,paraseguirdespuéshastaNápoles.
Perkinsbostezó.LlevabavariosmesestrabajandoabordodelPhoebusymuchosaños cruzando losmares enotrosbuques, pero esperabaque aquél fuese suúltimoviaje.DespuésregresaríaaDoveryseharíapescador,ypodríavermásamenudoasumujeryasuhija.
Aquelpensamientoloanimaba.Oyó un ruido a su espalda y vio una figura sentada cerca de él. Lo reconoció
comounodelospasajeros.—Esustedmadrugador,¿eh?—Megustaaprovechareldía.Elhombrehablabaconunperfectoacentolondinense,yfumabaenpipa.Susojos
escrutabanaPerkinsdesdeunrostroásperoymoreno.—Seráunhermosodía—dijoelmarinero—.Mire,haytodavíaalgunasbrumas,
peronotardaránendeshacerse.—Tantomejor—asintióelpasajero.Otrasdosfigurasaparecieronenlacubierta.Unadeellaseraunajovendeserena
belleza. El otro era un hercúleo extranjero de cabello completamente blanco, quecontrastabaconsurostrojuvenildegestoserioyreconcentrado.
—SeñoritaIsabelle—dijoelhombrequeestabasentado—.Venga,desdeaquísedivisaunavistamaravillosa.
Ella sonrió y se acercó a él. El hombre grande la siguió. Sólo cuando ambosestuvieronsentados,Perkinssediocuentadequehabíauncuartoindividuoconellos,un tipodelgadoypálidoquevestíadenegroyescondíasu rostrobajoelaladesusombrero.
Habíaalgoextrañoenaquellaspersonas,yPerkinssesintióinquieto.—Buenosdías,señores—saludó,inseguro.—Apártese,Perkins—gruñóeldelapipa.Elmarinerosesobresaltó,nosóloporsusbruscosmodos,sinoporelhechode
queélconociesesunombre.—¿Cómodice?—Apártese.Nostapalavista.Perkinsobedeció.Enaquelmomentoelsolcomenzóaemergerporelhorizonte
comoundiscodorado,bañandolosrostrosdeloscuatropasajeros.
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Perkinsloscontempló.Elhombredelapipaparecíamuysatisfechodesímismo,ysonreía.Elgigantónsemostrabaemocionado.Lamujerllorabasilenciosamente.
Yencuantoalcuartopasajero…ElcuartopasajeroeraelhombremáspálidoquePerkinshabíavistoensuvida,y
estaba seguro de no haberse topado con él a bordo desde que zarparon deDover.Aunquenoeradeextrañar,yaqueparecíaestarrealmenteenfermo.
Sinembargo,susojosbrillabanconunaintensidadimpropiadeunconvaleciente,y sumano estrechaba con fuerza la de lamujer.Había algo en la expresión de surostroquePerkinsnolograbacomprender.
Volvióaobservardenuevoaloscuatroextrañosviajerosysediocuentaentoncesde que lo que contemplaban con tanto sentimiento era el amanecer. Se fijó en elhombrepálido,ydescubrióquesurostroeralaexpresióndelafelicidadmáspurayexultante.
Perkinsoyó lavozdeloficial llamándolo,y se alejódeaquella extrañaescena,moviendolacabeza.
—¡Porfavor!—gruñó—.¡Sisóloesunamanecer!A sus espaldas, los cuatro viajeros seguían contemplando el sol naciente, y el
hombrepálidosentíaque,porprimeravezenmuchotiempo,losrayosdelaauroracalentabansupielfríacomolamuerteyblancacomolalunaquehabíagobernadosuexistenciahastaentonces.
Asu lado, lamujerque lohabíadevueltoa lavida llorabade felicidad,porquesabíaquelapesadillahabíaterminadoyellayanotendríaquevivircomounahijadelanochenuncamás.Ysonreía,ysoñabaconlanuevavidaquelosaguardabaalfinaldelatravesía,enunabellafincaenItalia,juntoalmar,conmuchosol.Muchosol.
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LAURAGALLEGOGARCÍA.Nacióel11deoctubrede1977enQuartdePoblet(Valencia).
AlosonceañoscomenzóaescribirconsuamigaMiriam,laqueseríasuprimeranovelasinpublicar,"Zodiaccía",unmundodiferente(disponibleensupáginaweb).
Es fundadorade la revistauniversitariaNáyade, repartida trimestralmente en laFacultad de Filología y fue codirectora de la misma desde 1997 a 2010. En laactualidadrealizasutesisdoctoralsobreellibrodecaballeríaBelianísdeGreciadeJerónimoFernández,publicadoen1579.
Suprimeranovelapublicadafue"FinisMundi"(1999),seguidoportítuloscomo"Mandrágora" (2003),peroobtuvomayorpopularidadconsutrilogía"CrónicasdelaTorre" ("Crónicas de la Torre I: El valle de los lobos" (2000), "Crónicas de laTorreII:LamaldicióndelMaestro"(2002),"CrónicasdelaTorreIII:Lallamadadelosmuertos"(2003)yunejemplarsobrelavidadeunodelospersonajes:"Fenris,elelfo"(2004)).Araízdeesatrilogíasurgióungraninterésporsuobra,especialmenteeninternet.
Aunque su fama se debe principalmente a las novelas juveniles, ha publicadotambiénobrasdirigidasaunpúblicoinfantil:"RetornoalaIslaBlanca"(2001),"Elcarterodelossueños"(2001).
En2004comenzóapublicar su segunda trilogía, titulada"MemoriasdeIdhún"("Memorias de Idhún I: La Resistencia" (2004) "Memorias de Idhún II: Tríada"(2005),"MemoriasdeIdhúnIII:Panteón"(2006)),cosechandosumayoréxitohastaelmomento,conmásde750.000ejemplaresvendidos.
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En2004,también,sepublicó"Lahijadelanoche",unahistoriacortayfácildeleer,peroalavezentretenida.
Despuésdeestaexitosatrilogíahapublicadovarioslibros:"LaEmperatrizdelosEtéreos"(2007),"Dosvelasparaeldiablo"(2008),"Saraylasgoleadoras:CreandoEquipo"(2009),"Alasnegras" (2009)lacontinuacióndelaexitosanovela"Alasdefuego"(2004),losotroscincotomosdelasaga"SaraylasGoleadoras"("Laschicassomosguerreras" (2009),"Goleadorasen la liga" (2009),"El fútbolyelamorsonincompatibles" (2010), "Las Goleadoras no se rinden" (2010) y "El último gol"(2010)).
Susúltimaspublicacionesson"Donde losárboles cantan" (2011)y"Magoporcasualidad",deestaúltimaestáenprocesodeescrituralacontinuación,"Héroeporcasualidad".
ActualmenteseestánllevandoacómiclasaventurasdeMemoriasdeIdhún.
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