gobierno del estado de veracruz salvemosa las a las tortugas... · 2020. 4. 2. · editora de...
Post on 25-Nov-2020
1 Views
Preview:
TRANSCRIPT
GOBIERNO DEL ESTADO DE VERACRUZ DE IGNACIO DE LA LLAVE
Cuitláhuac García JiménezGobernador del Estado
Eric Cisneros BurgosSecretario de Gobierno
Israel Hernández RoldánDirector General de la Editora de Gobierno
Octavo Concurso de Cuento Infantil 2018Categoría amateurPrimer lugarTítulo de la obra: Salvemos a las tortugas de heladoAutor: Alam Osmar Melgarejo RiveraDirectora de arte: Alejandra Palmeros Montúfar(Universidad Gestalt de Diseño)Ilustraciones: Angélica Hu(Universidad Gestalt de Diseño)
Primera edición: 2019ISBN: 978-607-8489-54-1
Derechos reservadosEditora de Gobierno del Estado de VeracruzKm 16.5 de la carretera federal Xalapa-VeracruzC.P. 91639, Emiliano Zapata, Veracruz, México
Impreso y hecho en México
Salvemostortugas
heladode
a las
Alam Osmar Melgarejo Rivera
Angélica Hu Ilustradora
¿Conoces a Miguelito Ortiz? Es un niño igual que tú, va a
la escuela primaria, hace sus tareas y le gusta jugar fútbol,
pero lo que más le gusta hacer en sus tiempos libres es comer
dulces. ¿A ti te gustan los dulces? ¿Prefieres los chocolates o
gomitas de colores? Pues te diré que Miguelito comía todo tipo
de dulces.
Chocolates en forma de conejitos, gomitas en forma de
tiburones azules, paletas de chamoy y hasta los
chicles de sabores vivían dentro de su panza. Él amaba todo tipo
de dulces y sus papás se los dejaban comer a cambio de tres
condiciones.
Primera, sacar buenas calificaciones en todas sus clases.
Segunda, hacer ejercicio todos los días, además de lavarse los
dientes tres veces al día. Tercera, tirar las envolturas de sus dulces al
bote de basura.
Miguelito no tenía problemas en cumplir las primeras dos
condiciones. Siempre sacaba ochos, nueves y a veces algún diez en
español, incluso formaba parte de la escolta de su escuela. Además,
como también le encantaba el fútbol, todas las tardes se iba a
jugar con sus amigos por horas. Y nunca se olvidaba de cepillarse
los dientes cada vez que comía.
6
Cuidaba mucho su salud, porque lo que más odiaba era que
le doliera la panza por comer tantos dulces, ya que su mamá
se los prohibía y le daba una medicina que, según él, sabía a
calcetines de sapo mojado.
—Si dulces quieres comer, ejercicio siempre debes hacer
—le recordaba su mamá.
Sin embargo, tenía un pequeño problema con la
tercera condición. Envolturas de todos los tamaños y
colores estaban escondidas bajo su cama, sus ropas y
hasta en sus cuadernos. Ni hablar de su mochila, que de
tantas basuritas que llevaba, su mamá lo obligaba a
lavarla como castigo.
8
Aun así, cuando su mochila estaba al fin limpia, no pasaba ni una
semana para que estuviese sucia de nuevo y con un olor a fresas
podridas. En una ocasión, sus papás le prohibieron comer dulces
durante todo un mes. El niño estaba triste, pero se puso a pensar en
un plan para que no lo castigaran de nuevo. Pensó unos minutos y al
final se le ocurrió algo.
Jamás sería castigado por guardar basura en su mochila. Su plan
era perfecto para su mente de niño de diez años.
¿Te preguntas cuál fue su gran idea? Simple,
decidió tirar la basura de todos sus dulces en la
calle, y así su mochila siempre estaría limpia y su
mamá no lo regañaría nunca más.
A partir de ese día, en la mochila de Miguelito no
había basura de paleta o caramelo alguno. En cambio, en
diferentes partes de la ciudad aparecían misteriosamente
empaques de dulces que viajaban arrastrados por los
vientos y la lluvia.
Tuvo que pasar un mes para que descubriera
que su plan perfecto no era tan perfecto como
había pensado.
10 11
Cierta tarde, a su regreso de jugar fútbol, recorría el parque para
llegar a su casa. El cielo estaba nublado y hacía un poco de frío,
incluso parecía que las nubes querían llover.
Al pasar por una gran fuente de agua, se le ocurrió comer una
paleta de uva que compró el día anterior. La sacó del empaque, y
aunque vio un cesto de basura a su lado, decidió tirar la envoltura
al piso, pues nadie lo veía.
13
Además, desde hace tiempo aprendió que los papás regañan a los
niños por mentir o no hacer la tarea, pero nunca por tirar basura a la
calle. Él pensaba que esto era verdad, aunque no sabía por qué.
Quizás cuando fuese grande como su papá, entendería
estas ideas raras de los adultos.
Con la paleta en la boca, decidió seguir su
camino, pero de repente un crujido lo detuvo.
Detrás de él escuchó como si algo se arrastrase.
¿Qué podría ser ese sonido? Miguelito sintió miedo de
que el monstruo de cuatro ojos que vivía en el parque le quisiera
robar su paleta de uva.
Pensó en correr, pero otra vez escuchó el crujido detrás de él y se
detuvo temblando. Era un sonido lento y fuerte. Quiso escapar de ahí,
14
aunque hizo algo sorprendente. Quería ver al
monstruo y mejor darle una paleta de mango
que tenía guardada, y así hacerse su amigo, pero
cuando volteó, se desilusionó, pues lo único que
vio fue la envoltura de la paleta de uva que había
tirado segundos atrás.
No quería perder más tiempo y decidió irse, pero una vez
más escuchó el misterioso crujido. Ahora sentía curiosidad por
ese sonido raro, así que otra vez volteó rápidamente y la vio.
Junto a la envoltura de la paleta había una diminuta tortuga
café que lo miraba con sus ojitos negros. Era del tamaño de su
mano y su caparazón era algo raro. Sus patas, cabeza y cola eran
las de una tortuga normal, pero en lugar de caparazón parecía que
17
tenía un helado de vainilla sobre ella, incluso el barquillo estaba
ahí. Además, llevaba un moñito rojo sobre su cabeza.
—Pensé que ya te ibas, si no vas a ayudar, déjame sola —dijo la
tortuga enojada.
Miguelito ni se asustó al escuchar al extraño animal hablar.
Pensó que estaba en un sueño donde las tortugas con helado
de vainilla existían, pero no era así. Se agachó para acercarse más
a esos ojitos negros que lo veían con cierta molestia.
—Hola, me llamo Miguel, pero todos me dicen Miguelito porque soy
muy pequeñito. ¿Y tú quién eres? ¿Qué haces aquí? —preguntó el niño,
fascinado.
18
La tortuga abrió la boca, pero no para hablar, sino para morder la
envoltura y arrastrarla lentamente.
—Hola, señora tortuga. ¿Me escucha? —volvió a decir, pero la tortuga
siguió arrastrando la envoltura.
Iba a llamar la atención de la tortuga por tercera vez, pero se le
ocurrió una idea mejor. Con cuidado le quitó la envoltura y la tiró al
bote de basura más cercano.
—¿Ya puedes hablar conmigo? —preguntó de nuevo el niño, pero
ahora la misteriosa tortuga llevaba entre sus dientes una envoltura
de papas fritas que alguien había dejado en el suelo.
20
“Quizás si la ayudo a recoger toda la basura de por aquí, quiera
hablar conmigo”, pensó él. Y en unos minutos, la tortuga de helado
y el niño recogieron cada bolsa, envoltura, papel y demás
residuos del parque. El bote de basura quedó llenísimo,
pero el lugar más limpio.
—Gracias —dijo al fin la tortuga de helado que
parecía cansada de recoger tanta basura.
Miguelito había notado que era una tortuga muy
pequeña, pero más rápida y fuerte que cualquier
otra que hubiera visto. Incluso, el animalito olía
a vainilla fresca. Tuvo el valor de tomarla en sus
manos y ponerla cerca de una fuente de agua.
Enseguida la tortuga bebió para calmar su sed.
22
—¿Cómo te llamas? —dijo mirándola.
—Mi nombre es Helina, y tengo la misión de
recoger la basura de este parque —contestó
ella tras beber agua fresca.
—¿Acaso esta es tu casa?
—No, Miguelito, yo soy una tortuga helado y
nosotras vivimos en la Isla de la Nieve, pero todo el
planeta es mi hogar y por eso es mi deber mantener
limpio donde quiera que esté —respondió la tortuga,
que mientras parpadeaba movía sus largas pestañas
arriba y abajo.
25
—¿Pero cómo vas a limpiar todo el parque si eres tan pequeña?
Yo solito me canso de limpiar mi propio cuarto.
Miguelito notó que la sonrisa de la tortuga había desaparecido.
—Porque alguien debe encargarse de cuidar el planeta, desde el
más grande hasta el más chico, pues todos vivimos aquí. Además,
las personas tiran mucha basura a la calle y no la recogen. Eso
siempre me ha hecho enojar. Por eso, la reina tortuga nos mandó
a diferentes lugares para impedir que sigan contaminando nuestro
planeta o podríamos estar en peligro. Y a mí me tocó este parque
—dijo la tortuga, alarmada.
26
—¿En peligro? No pensé que una simple
envoltura de paleta fuera peligrosa —agregó
Miguelito, un poco asustado, pensando en todas
las envolturas que había arrojado por ahí sin que su
mamá lo viera.
—Una envoltura no es ningún peligro, pero mira
el bote de basura, ¡está lleno con todo lo que
recogimos en tan solo cinco minutos! ¿Cuántas
envolturas de paleta crees que haya en todo el
mundo, Miguelito?
El niño, al no saber un número más grande que mil, supo
que eran muchas pero muchas envolturas de paleta, y que quizás el
28 29
planeta se parecía a ese bote de basura que podría
caerse de tanta que tenía.
—La misión de las tortugas de helado es poner la
basura en su lugar, porque la gente no lo hace, pero
es una tarea difícil, Miguelito. No solo por nuestro
tamaño, sino porque en los días soleados nos
cansamos muy fácil, mientras que hay más y
más basura tirada por ahí —explicó y volvió a
beber agua de la fuente.
—¡Eso es horrible! Te prometo que ya no tiraré
basura en la calle, Helina, para que las tortugas
de helado no deban hacer la tarea de las personas
—prometió el niño dándose cuenta de su error.
—¿De verdad? Si todos los niños recogieran su
basura en lugar de tirarla a la calle, nosotras no
tendríamos tanto trabajo. Sin embargo…
—¿Qué sucede, Helina? ¿Te sientes mal?
—dijo el niño, preocupado.
—Aunque seas un niño, debes saber que la
contaminación de nuestro planeta es tanta que,
incluso recogiendo la basura de todos los
parques del mundo, no resolveríamos el problema
del calentamiento global.
30 31
—¿Calentamiento global? —preguntó Miguelito al escuchar esa
palabra que recordaba de algún programa de televisión.
—El calentamiento global es causado por la contaminación y
ocasiona que haga más calor. Las tortugas de helado le tenemos
miedo, porque si no lo detenemos, nuestra isla se derretirá, y ya no
quedará ninguna de nosotras. Por eso la reina tortuga nos mandó
a limpiar el planeta, pero sin la ayuda de todos jamás detendremos
la contaminación.
Miguelito no lo podía creer. No
sabía que la contaminación fuera un
problema tan serio, capaz de extinguir
a animalitos como las tortugas de helado.
Y así como hace tiempo había decidido tirar a
escondidas la basura de sus dulces, ahora estaba
dispuesto a ayudar a las tortugas como Helina a cuidar
el planeta.
—Tengo que volver a casa, Helina —dijo el niño al ver que ya estaba
oscureciendo.
32 33
—Date prisa, los niños no deben estar fuera de sus casas. Que te
vaya bien y gracias por ayudarme con la basura del parque, es la
primera vez que recojo toda —dijo la tortuga agradecida—. Por fin
puedo regresar a la Isla de la Nieve.
—¿Tan pronto te vas? —preguntó el niño antes de
irse.
—Fuimos enviadas para recoger la basura de la
gente irresponsable, pero más importante aún,
para enseñarle a los niños a cuidar su planeta,
pues ellos son el futuro de nuestro mundo. No
solo me ayudaste a recoger la basura del parque,
sino también me dejaste enseñarte que es malo
contaminar.
Tras eso, los dos se despidieron y tomaron caminos diferentes. Al
día siguiente, Miguelito buscó por todas partes la basura que había
tirado y ahora la arrojaba en una bolsa que llevaba consigo. En su
pequeño viaje por la ciudad, se encontró con varias tortugas helado
que, al igual que Helina, recogían la basura de los demás. El niño y las
tortugas de helado limpiaban todo lo que encontraban en su camino.
Le sorprendió ver cuánta basura podía encontrar tirada en
banquetas, jardines y otros lugares de la ciudad, y aprendió que si la
gente no tirara desechos a la calle, las tortugas de helado no
tendrían tanto trabajo. Pero más importante fue aprender
34 35
que, sin importar el tamaño de una tortuga o un niño, todos podían
ayudar para evitar la contaminación de la ciudad y del mundo.
Al volver a casa, confesó a sus papás lo que había hecho, pero en
lugar de recibir un castigo, lo felicitaron por darse cuenta de su error y
recoger la basura que tiró a escondidas.
36 37
En sus clases, le preguntó a su profesor sobre lo que le
había contado Helina. Le explicó qué era la contaminación
y el calentamiento global, pero cuando el niño preguntó en
dónde estaba la Isla de la Nieve y si alguna vez había visto
a una tortuga de helado, solo le dedicó una sonrisa al no
saber de qué hablaba.
Nuestro pequeño amigo recordó que muchas veces
los adultos no ven con ojos de niño, y quizás por eso
nunca en su vida verían a una tortuga de helado,
aunque estuviese mordiéndoles un dedo del pie.
Y mucho menos si no las ayudaban a recoger
la basura que ellos mismos tiraban.
38 39
Miguelito nunca más volvió a ver a
Helina, pero así él creciera, jamás
olvidaría que en algún lugar del
mar, donde hace mucho frío y
el olor de la vainilla vuela por el
aire, hay una isla donde las tortugas de
helado sueñan con un mundo en el que no sean
ellas quienes deban recoger la basura de los demás.
40 41
Salvemos a las tortugas de helado de Alam Osmar Melgarejo Rivera se imprimió en marzo de 2019 en la
Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, siendo Gobernador del Estado, Cuitláhuac García Jiménez
y Director General de la Editora de Gobierno, Israel Hernández Roldán. Coordinación y edición: Víctor
Manuel Marín González. Cuidado de la edición: María Elena Contreras Costeño. Ilustraciones: Angélica
Hu de la Universidad Gestalt de Diseño. Formación y diseño de portada: Gladys Patricia Morales
Martínez. El tiraje consta de 300 ejemplares más sobrantes para reposición.
top related