la boca: obra de arte
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LA BOCA: OBRA DE ARTE
Excelentísimo Sr. D. Alfonso Fernández Mañueco, Presidente de la
Junta de Castilla y León, Sr. D. Eloy Ruiz Marcos, Delegado Territorial
de la Junta de Castilla y León en Salamanca, Drª. Dª. Carmen Fernández
Jacob, Presidenta de la Comisión de Afiliaciones de la Asociación
Española de Médicos Escritores y Artistas, Dr. D. Santiago Santa Cruz,
Presidente del Colegio Oficial de Médicos de Salamanca, Dr. D.
Fernando Navarro, Vocal de la Junta Directiva de ASEMEYA, Dr. D.
Manuel Nieto Bayón, Académico de número de la Real Academia de
Medicina y Cirugía de Valladolid y miembro de ASEMEYA, profesor
D. José María Corvo, señoras y señores, queridos amigos:
Tengo que agradecer en primer lugar a ASEMEYA ―y no lo vean
como una fórmula protocolaria, pues nace de lo más profundo de mi
corazón― que me haya aceptado como miembro de tan noble
institución; mi agradecimiento ha de dirigirse de una manera muy
especial al Dr. Fernando Navarro, por ser el responsable de que hoy me
encuentre aquí, ante todos ustedes y al Dr. Nieto Bayón por la generosa
presentación que ha realizado de mi persona, que únicamente se
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justifica porque la ha concebido desde el afecto y la amistad que nos
une. Gracias al Colegio de Médicos y a su presidente por su gran apoyo.
Gracias, una vez más, a mi querido amigo D. José Antonio Pascual por
la revisión del texto y sus, siempre, oportunos consejos sobre estilo
literario. Gracias, en fin, a todos los que habéis querido acompañarme
en esta, para mí, gozosísima ocasión.
Empezaré por reconocer que cuando el Dr. Navarro me propuso formar
parte de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas me
sentí abrumado, pues no pensaba ―y sigo manteniéndome en esa
idea― tener méritos para pertenecer a una institución que alberga a
tantos compañeros que han contribuido decididamente al desarrollo de
las artes, sin dejar de lado una cuidadosa práctica medica. Y, sin
embargo, se ha cumplido así un deseo que tuve desde muy niño, quizá
desde aquella lejana lectura que hice de las novelas de Cronin, La
ciudadela y Aventura en dos mundos, en que no era capaz de distinguir
si mi héroe era el médico o el escritor. A aquellas lecturas le siguió una
permanente curiosidad, fruto de la necesidad de conocimiento. Fue esta
curiosidad la que me condujo a desarrollar unas cuantas aficiones, que
hoy son un complemento imprescindible de mi vida profesional. De un
modo particular el cultivo de la música y de la escritura, así como la
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práctica y la lectura de las ciencias de la navegación. Si a veces me he
sentido un intruso en estos campos, ellos han supuesto no solo un
escape, sino un contrapeso a la responsabilidad que supone la práctica
profesional. Esto es lo que, sin pretenderlo, ha dado lugar a una
confortable combinación de mis aficiones, componiendo canciones,
escribiendo relatos o explorando otros asuntos.
Se entenderá con ello, que en el momento mismo en que tuve
conocimiento de que debía hablar sobre el arte y la medicina empezara
por invocar a Apolo, dios de las artes, de la curación de las
enfermedades y protector de los marineros (entre otras muchas cosas),
que me remitió con cierta sorna a Santa Apolonia, patrona de mi
especialidad. Ella debió de ser quien me incitara a relacionar el arte con
la boca, para mostrar que todo, desde el conocimiento y el asombro,
puede ser fascinante.
Pero empezaré por hacer un excurso previo, sin que ello signifique que
voy a apartarme del asunto, sino solo para mostrar por qué dejé de lado
el camino, por el que inicialmente pensé transitar en este discurso.
Había considerado moverme por la idea, de que no puede ser casual que
existan tantos médicos vinculados con las artes, si tenemos en cuenta
que la vocación médica debe surgir de la ambición de aliviar el
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sufrimiento humano y, por tanto, está íntimamente ligada con los
sentimientos y el espíritu.
Define el arte el diccionario de la Academia, en una de sus acepciones,
como «Manifestación de la actividad humana mediante la cual se
interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos,
lingüísticos o sonoros»; y al artista, como «Persona que cultiva alguna
de las bellas artes»; a lo que deberíamos añadir (que perdone la RAE
mi atrevimiento), algo que no hubiera haberse dejado de lado en la
definición académica: «con capacidad de transmitir o sugerir
emociones, sentimientos o sensaciones». Y, digámoslo con claridad, el
arte ha llegado a alimentar la medicina, pues como explicó Sheather,
«tener una afición artística humanizaba nuestra profesión y nos hacía
eventualmente mejores médicos».
Pero no sucumbí ante la idea de hablar sobre grandes figuras de las artes
que fueron médicos, como Chéjov y Conan Doyle en la literatura o
Borodín en la música. O moverme incluso por el panorama de famosos
del espectáculo actual y referirme a médicos que optaron
profesionalmente por el mundo artístico, como Jorge Drexler, Pujades
o José Miguel Monzón. Dejé de lado incluso referirme a la pintura de
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Rafaello, Goya, a reparar en los labios de «El bufón Calabacillas» de
Velázquez, a atender a la obra de Modigliani, Rombouts o fijarme en la
sonrisa de la Gioconda.
Poco a poco me fui centrando en lo que tenía ante mí, quizá por
deformación profesional: la imagen de la boca. Y no podía dejar de
fijarme en las referencias que a ella hacen los escritores, utilizada
siempre, como descripción de los rasgos del personaje, para facilitar
que el lector construya una figura del perfil físico o de la personalidad
del protagonista de una escena. De la forma como, por ejemplo, Víctor
Hugo escribe en Los miserables: «Fantina era hermosa y permaneció
pura todo el mayor tiempo que pudo. Era una bonita rubia con
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bellísimos dientes; tenía por dote el oro y las perlas; pero el oro estaba
en su cabeza y las perlas en su boca». Y es que la boca constituye otra
de las maravillas de nuestra anatomía; es una auténtica obra de arte.
El hecho es que la boca interviene en nuestras vidas en tan diversos e
importantes aspectos, que resulta un órgano simplemente maravilloso,
sorprendente. Es la primera estación en el proceso alimenticio y
digestivo; herramienta de comunicación verbal y emocional, supone
uno de los sistemas sensoriales por excelencia; es una de las puertas de
acceso a las relaciones interpersonales, afectuosas y eróticas. La boca
es expresión de emociones y carta de presentación. ¡¡Dirán más de ti
tus dientes que tus joyas!! Interviene, en procesos tan selectivos y
depurados como la discriminación de sabores, texturas, temperatura,
presión, etc. Modifica sonidos, articula palabras, interviene en la
respiración y es una primera barrera defensiva contra las infecciones.
Testigo de enfermedades sistémicas y premisa en la exploración
médica. Además, actúa y colabora eficazmente en los procesos de
expresión corporal, protagonizando con muecas y posturas momentos
que definen, con una sutileza sensacional, sentimientos tan dispares
como asombro, contención, alegría, enfado, deseo o ira.
Antropológicamente ha sido una de las armas defensivas naturales por
antonomasia.
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Antes, más utilizada como aparato de agresión física, hoy más como
fuente de agresión verbal. Incluso es capaz de influir, parece ser, en la
selección de pareja, haciendo una lectura de idoneidad o compatibilidad
genética. Es por fin, a la sazón, instrumentista e instrumento.
Para lograr un conjunto tan sofisticado, la naturaleza en su constante
proceso evolutivo de creación y adaptación, ha tenido que utilizar con
gran generosidad, para el conjunto de la boca, todo tipo de tejidos. De
este modo, en la anatomía del aparato estomatognático, podemos
encontrar un catálogo celular excepcional. Disculpadme si me escoro
hacia lo que es mi profesión, para deciros que, partiendo de una
estructura ósea compuesta por el maxilar superior y el maxilar inferior
o mandíbula, se otorga solidez al conjunto. Este es soportado y animado
por multitud de músculos, cada uno de los cuales tiene funciones
especializadas: la apertura o cierre de los maxilares, la movilidad de la
lengua, la succión, etc. Dicha estructura musculoesquelética, conforma
un precioso estuche, tapizado por las mucosas y por las encías, que
cubren el hueso alveolar, donde se alojan incisivos, caninos, premolares
y molares; soportados y amortiguados por los ligamentos periodontales,
en un tipo de articulación fibrosa, única en el organismo, llamada
Gonfosis. Tan exclusiva y compleja es la boca, que también es singular
dentro de todo el sistema corporal, por el tipo de articulación que
relaciona los maxilares. Es la única articulación doble de nuestro
organismo; capaz, además, de permitir el movimiento en los tres ejes
del espacio.
Siguiendo con esta gran obra de la arquitectura natural, cada grupo de
dientes, tiene su función específica; de ahí su peculiar y diferenciada
anatomía. A unos les corresponde cortar, a otros rasgar, a otros
triturar…. Todos ellos con una función coordinada, por lo que ocupan
un lugar determinado dentro de su alineación en los maxilares. Así,
estarán alojados más adelante o más atrás dependiendo de su misión.
Contarán con más o menos superficies de apoyo y podrán aportar y
soportar mayor o menor presión, según el lugar que ocupen en el punto
de fuerza de palanca (de unos 170 a 700 N) y logrando, en su posición
de cierre, un engranaje perfecto.
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Todo este sistema es alimentado por una red de arterias y venas que
recorren cada una de sus estructuras, nutriéndolas, oxigenándolas y
manteniendo su temperatura. También, cómo no, todo el aparato bucal
está dotado de un complejo sistema nervioso que asegura la función
motora y sensitiva, altamente especializada, de cada una de las partes.
Este magnífico cofre, portador de tan valiosos tesoros, como si se
tratase de un lugar de culto o sala real, tiene como piso, el suelo de la
boca y como techo la bóveda palatina. Se abre en su parte más posterior,
a los trayectos bucofaríngeo y nasofaríngeo, a los que separa
eficazmente el precioso telón o biombo que es el paladar blando.
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Por si no fuera suficiente, toda esta peculiar obra, esta máquina perfecta,
está constantemente bañada, lubricada, por el preciado fluido que
aportan las glándulas salivales, mayores y menores. Las principales son
las parótidas y aquellas albergadas estratégicamente bajo la rama
horizontal de la mandíbula y debajo del poderoso órgano muscular que
es la lengua. Esta dispone de varios grupos de papilas, diferenciadas y
diseñadas para discriminar sabores, ya sea el dulce, salado, acido,
amargo o el incorporado de la cultura oriental, umami (que
encontramos en alimentos que contienen ribonucleótidos y glutamatos).
Discrimina, de este modo, sabores, aportando fruición o rechazo,
advirtiendo entonces sobre algunas sustancias potencialmente
peligrosas.
Este variado catálogo celular y anatómico es causa y motivo de las
diferentes patologías que competen a nuestra especialidad.
Como broche de la cavidad, portón y sello de tan magnífica obra
catedralicia, nos reciben el labio superior y el inferior, dotados de una
sensibilidad, elasticidad y morfología exquisita, que anuncian la entrada
a tan espectacular y singular espacio. Labios que además son una suerte
de «huella dactilar» totalmente diferente en cada individuo y, por tanto,
motivo para la medicina forense y la investigación policial. Es sutil en
sus conformaciones: para mostrar una sonrisa, por ejemplo, se dilata
horizontalmente, para la risa comienza a aumentar su apertura vertical
y para la carcajada se extiende verticalmente en toda su amplitud. De
ahí que pocas veces veamos en los retratos de los pintores bocas que
ríen, por la dificultad que supone para el modelo mantener una risa con
naturalidad, sin que se convierta en una mueca, por los sutiles
movimientos musculares que nos delatan.
¿Es de extrañar, ante todo esto, que haya existido una tradición que
comenzó con el infante real Alfonso XIII o Buby (como lo quiso
reinterpretar el padre Luis Coloma), cuando le encargaron el cuento en
el que el musélido Pérez, deja a los niños una moneda por cada uno de
los veinte dientes de leche que van perdiendo, al ser sustituidos por la
dentición definitiva? Tampoco es de extrañar que pensadores, literatos
o la propia sabiduría popular nos hayan recordado el gran valor de la
boca y la dentadura. Por ello, no ha de sorprender que, de algún modo,
la disciplina que practico haya tratado de imitar a la naturaleza. Ya
desde que Hesy-Ra ejerció en el antiguo Egipto y siendo el primer
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dentista del que tenemos referencia (2700-3000 a.C.), hemos intentado
hacerlo, y es tan perfecta en sus creaciones y por tanto en sus detalles,
que nos exige un nivel de atención en ocasiones estresante. La
diferencia entre lo bueno y lo excelente está siempre en los detalles.
Lo voy a ejemplificar con las proporciones áureas, que suponen, a mi
juicio, una de las referencias cotidianas que se ha de tener en cuenta,
cuando acometemos restauraciones o reposiciones mediante prótesis.
Naturalmente, también la morfología, el color, con todos sus matices de
temperatura, luminosidad, valor, etc. y lógicamente la función; pero sin
olvidar esa cautivadora ley de las proporciones áureas. Esta se basa en
el número φ (phi), que surge de conceptos matemáticos sencillos en los
que no voy a entrar. Es un número irracional y tiene un valor de 1,61803
con decimales hasta el infinito. Su nombre se debe al escultor de la
Grecia clásica Fidias, que partía de dicho número para realizar sus
creaciones y así lo hizo, por ejemplo, en la concepción del Partenón,
guardando esta proporción entre anchura y altura en el rectángulo de su
fachada. Si se divide sucesivamente el rectángulo en la misma
proporción y unimos los vértices de los rectángulos resultantes, nos
encontramos con la famosa espiral áurea, que se proyecta en la
naturaleza en las borrascas, el vuelo de los halcones, el nautilus o las
flores. Es el número de la creación, el número divino; se repite y marca
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las proporciones de la belleza y el orden en organismos, plantas,
estructuras naturales, etcétera; además, si dividimos dos números
seguidos de la famosa serie de Fibonacci, nos da como resultado el
número φ y a medida que dividimos entre números más elevados de la
secuencia, más nos aproximamos, en decimales, al número áureo. Lo
encontramos en la escultura, la arquitectura, la música o en obras de
genios como Leonardo da Vinci, entre otros, en sus dibujos y pinturas.
La cifra, que establece las proporciones para las cosas que nos resultan
bellas, sirve de hecho para mejorar la estética de nuestros pacientes, aun
sabiendo que la belleza es un concepto subjetivo, sujeto al grado de
satisfacción sentido por el observador. Centrándonos únicamente en el
rostro y la boca, podemos observar cómo dichas proporciones se repiten
en los cánones de belleza. Si analizamos rostros famosos de gran
aceptación general (Angelina Jolie, David Beckham, Marilyn, Megan
Fox o la propia Nefertiti), mediante la máscara de Marquardt, podemos
comprobar como respetan dichas proporciones.
Estas referencias divinas las observamos en nuestras bocas; aunque la
única medida que no cambia a lo largo de nuestras vidas es la distancia
entre nuestras cejas. Veremos como en el ideal de armonía de la boca,
las comisuras de los labios, en posición de sonrisa, coincide con la línea
interpupilar; podemos observar que, si trazamos unas líneas imaginarias
desde las comisuras a la glabela, estas son tangentes al ala de la nariz y
que desde los caninos podemos proyectar una línea que pase de igual
modo por el ala de la nariz; que la distancia de la punta de la nariz al
mentón y la distancia desde este al sellado de los labios, guardan la
relación del 1,6. Se repite esta proporción del número mágico φ entre
el incisivo superior lateral con el inferior; entre el central superior y el
lateral; la suma del ancho del lateral superior y la cara visible del
canino, suman lo mismo que el ancho del central; la anchura de los
cuatro incisivos superiores también guardan esta relación de 1,6 con
respecto a los cuatro inferiores; la distancia es de 1,6, respecto a los
incisivos, desde el primer premolar derecho al izquierdo, etc.
Esta cantidad de parámetros en las proporciones, forma, color, textura
o función determinan nuestros éxitos o fracasos, en la parte del
quehacer diario que compete a restauraciones o rehabilitaciones orales.
De forma que un incorrecto tratamiento, además de arruinar la estética,
puede malograr la fonación, la masticación o incluso el futuro
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profesional de un artista. Recuerdo, el miedo que tenía el primer flauta
de una orquesta sinfónica, cuando tuve que rehabilitar sus dientes, pues
esto podía condicionar totalmente su personal forma de apoyo labial en
la embocadura del instrumento. Y no es un asunto baladí. El aprendizaje
para tocar los diferentes instrumentos de viento, ya sean de bisel,
lengüeta, doble lengüeta, embocadura de copa, etc. requiere años de
práctica y de posiciones bucales y linguales muy determinadas. Es tal
el número de horas que se dedica al instrumento que llega a producir
alteraciones bucales, desgastes dentales y maloclusiones.
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A modo de ejemplo, para movilizar un diente mediante ortodoncia se
necesita ejercer una fuerza de 100 g sobre él; pues bien, para tocar un
instrumento de viento, se llega a aplicar fuerzas de 500 g. Y es que,
como decía, la boca es instrumentista, a la vez que instrumento.
Como instrumento, a través de la palabra y el canto, me parece que es
el que llega más universalmente al corazón, pues es capaz de conectar
directamente con los sentimientos del ser humano. Tiene tal cantidad
de registros, matices, formas de expresión, personalidades y timbres,
que cualquier otro instrumento debe sentir envidia. Claro, que cuenta
con el apoyo directo e indiscutible del alma del intérprete, por lo que
puede o no alcanzar el anhelo de convertirse en arte. Ya decía Goethe
que «La buena técnica unida al mal gusto obtiene los peores resultados
para el arte», o expresado de otro modo, pudiendo, aún con buena
técnica, obtener un resultado no satisfactorio o cursi.
Es la boca en su conjunto (paladar, lengua, dientes, maxilares, etc.) el
dispositivo final del canto, modulando el flujo de aire que recibe,
gestionando los sonidos, matizando, tono, timbre, vibrato, expresión o
volumen, como órgano final del aparato respiratorio y fonador. Así, en
las clases de canto y expresión, entre otras disciplinas, se aprende el
control de la respiración, la gestión del aire expulsado, las posiciones
mandibulares y labiales, la colocación de la lengua en la cavidad bucal,
etc. para conseguir el mayor rendimiento de la voz.
No solamente requiere del aparato estomatognático el canto, también
su compañera la poesía si es verbalizada, pues es la voz quien interpreta
el sentimiento del poema. En las ocasiones en que se conjuga un buen
poema con una hermosa música, se alcanza la nobleza en la
composición de una canción. Decía Sabina que el triunfo de una
canción dependía de una buena melodía, una letra aceptable y algo que
no se sabe lo que es, pero que es lo más importante. Cuando uno de
estos dos elementos falla (música o letra), podremos tener una canción
más o menos popular e incluso muy exitosa, pero de escasa calidad
artística. A modo de ejemplo técnico, sorprende cómo en muchas
canciones no se cuidan detalles como la coincidencia del acento
gramatical en la letra y el acento musical en la melodía. «A Belén
pastorés, a Belén chiquillós que ha nacido el rey de los angelitós». La
nota más aguda debiera, en este caso, coincidir con el acento prosódico.
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Podemos poner como argumento final de la obra de arte que es la boca,
el gesto que, con sutileza, es capaz de manifestar cordialidad, afecto,
sensibilidad, amor y pasión, aceptación, despedida, consuelo o
celebración: el beso.
Es, por tanto, signo, motivo, lenguaje y norma. Norma cultural,
cambiante y adaptativa, pero expresión emocional y herramienta para
establecer lazos sociales, exclusiva del hombre y los primates: «La zona
del cerebro que procesa las sensaciones de los labios, es mayor que el
sector que procesa las sensaciones del torso completo; por eso, un beso
provoca una reacción sensorial tan intensa».
Llegados aquí, tras una breve derrota por la pintura, la literatura, la
poesía y la música, he terminado por encallar donde no hubiera querido,
en la dureza de las rocas que sostienen la profesión, para desde allí
refugiarme en la palabra y en algo que no me parece nada banal, pura y
simplemente el beso. Con él, como muestra de mi afecto, quisiera
agradecer a José María Corvo la magnífica interpretación musical, con
la que nos ha deleitado y a todos vosotros, vuestra presencia y atención.
Muchas gracias.
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BIBLIOGRAFÍA
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