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LA II GUERRA MUNDIALDavid Bovle
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LA SEGUNDA GUEFMUNDIALLa Segunda Guerra Mundial fue el conflicto másfotografiado de la historia. Fotógrafos del Ejército
y la prensa, propagandistas, soldados con sus
cámaras y civiles, todos ellos tuvieron ocasiónde grabar los tumultuosos acontecimientos quese desarrollaron entre 1939 y 1945. Las escenasque sus objetivos recogieron de sufrimientocolectivo y heroísmo individual, de crueldadatroz y humanitarismo, de odio y amistad, miseria
y esperanza, han de perdurar para siempreconstituyendo un testimonio vivo de aquelperíodo extraordinario de nuestra historia.
La Segunda Guerra Mundial en Imágenespresenta 900 fotografías de gran calidadseleccionadas a partir de una enorme variedadde fuentes. Todos los grandes escenarios del
conflicto aparecen aguí representados, desde los
helados mares del Ártico hasta las junglas del
sur del Pacífico, de los desiertos del norte deÁfrica a las estepas de Rusia. El marco histórico
que a lo largo de todo el libro acompaña a estas
imágenes proporciona una explicacióndocumentada y concisa de todos los complejosacontecimientos de aquel período.
Con su riqueza de imágenes históricas, este libro
ofrece una incomparable visión de un momentode nuestro pasado en que las tres cuartas partes
del planeta se vieron envueltas en una guerra.
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LA II GUERRA MUNDIALEN IMÁGENES
LA II GUERRA MUNDIALEN IMÁGENES
David Boyle
Edición publicada en exclusiva en lengua castellana para
EDIMAT LIBROS, S. A.
Calle Primavera, 35 - Polígono Industrial El Malvar
28500 Arganda del Rey - Madrid
España
por Rebo Production, Lisse, Holanda
ISBN 84-8403-474-7
Copyright © 1998 Book Creation Services Ltd., Londres
Impreso en 2002
Traducción: Javier Alfonso López
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su inclusión en un sis-
tema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo
y por escrito de los titulares del copyright.
índice
Introducción: La cámara en la guerra 6
EUROPA: LA GUERRA CONTRA EL FASCISMO 12
EL CAMINO HACIA LA GUERRA: Las semillas del conflicto 14
Armándose para el Armageddon 28 • La vergüenza del apaciguamiento 38
LAS INVASIONES DEL EJE 45
Blitzkrieg 46 • La caída de Francia 60
La fortaleza insular 76 • La vida en el Reich 92
Las desventuras de Mussolini 100 • Barbarroja 114
LOS TRES GRANDES 129
El gigante dormido 130 • Un esfuerzo titánico 142
La tormenta del desierto 156 • Los bombardeos a las ciudades 172
El punto débil 186 • Resistencia y colaboracionismo 202
LIBERACIÓN 213
El Día D 214 • La marea roja 232
La ofensiva hacia el Rin 248 • El Reich reducido a cenizas 266
El holocausto 282
EL PACÍFICO:LA GRANDEZA Y LA CAÍDA DEL IMPERIO JAPONÉS 294
EL EXPANSIONISMO JAPONÉS: La guena en China 296
El embargo petrolero 308
EL SOL NACIENTE 317
El día de la infamia 318 • La caída de Singapur 338
Atacando al Sur 354 • La den-ota en las Filipinas 376
Las atrocidades japonesas 396
EL CONTRAATAQUE 409
Recobrando fuerzas 410 • Midway 422
La guerra en la selva 442 • Peldaño a peldaño 464
La batalla de Birmania 484
JAPÓN DESTRUIDO 501
El reareso de MacArthur 502 • La victoria en el Sureste asiático 520'&'
La tormenta de fuego sobre Tokio 538 • Arenas negras 556'&
La bomba atómica 574
Consecuencias: La hora del balance 592
índice alfabético 599
LA CÁMARAEN LA GUERRA
En abril de 1940, apareció en el diario británico D<7/7v Mirror una fotografía
aérea de la ciudad de Bergen, ocupada por los nazis. En el pie de foto se leía:
«Bombardeamos la ciudad de Bergen. Contemplar esta imagen es como tomar
parte en la incursión aérea, ya que disfrutamos de la misma vista que los pilotos
desde la carlinga del avión.»
Para los lectores de las revistas y periódicos constituía una experiencia rela-
tivamente nueva poder observar las mismas imágenes que sus soldados, marinos
y pilotos. Durante la Segunda Guerra Mundial, los civiles pudieron ser testigos
día a día de la realidad del conflicto armado, en parte porque ellos mismos estu-
vieron a menudo en «primera línea de fuego».
Esta fue la primera guerra fotográfica de la historia. Los reporteros gráficos
de la Gran Guerra habían encontrado enormes dificultades; aquellas primeras cá-
maras eran poco manejables y el tiempo de exposición de las películas, relativa-
mente corto, apenas el necesario para poder atrapar la acción, y ocurría a menu-
do que cuando conseguían una imagen impactante, las autoridades militares,
recelosas de este nuevo tipo de periodismo, la censuraban. Pero una generación
más tarde, la tecnología había avanzado considerablemente: ya no era difícil con-
Fotógrafos del ejército americano en acción.
Febrero de 1945: Marines de Estados Unidos desembarcando en Iwo Jima; imagen tomada por el sargento Neil Gillespie.
seguir instantáneas y las cámaras podían guardarse literalmente en un bolsillo. Las
mejoras de las comunicaciones y los transportes hacían posible que las fotografías
fueran rápidamente enviadas a las revistas Life en los Estados Unidos, Pictiire
Post en Gran Bretaña y Signal en Alemania.
El trabajo de los fotógrafos de la Segunda Gue-
rra Mundial obedecía a motivos diferentes. En los
prolegómenos del conflicto, los nazis utilizaron el
poder de la imagen como arma propagandística.
Adolf Hitler, por ejemplo, estaba obsesionado con
ofrecer a la posteridad la imagen adecuada de sí
mismo, lo que le llevó a prohibir la publicación de
fotografías en las que aparecía con gafas o panta-
lones cortos. En una clara alusión a Winston Chur-
chill, dijo: «Uno no puede pretender que le hagan
una estatua con un cigarro en la boca.» El ministro
de Propaganda Josef Goebbels tenía sus propias
compañías de propaganda dentro de cada unidad
del ejército, cada una de las cuales estaba dotada
de más de cien vehículos y mensajeros motoriza-
dos. Su misión era hacer llegar las fotografías lo an-
tes posible a la base aérea más próxima. Cada ima-
gen recogida por los fotógrafos de guerra alemanes 1941 : instantánea de un soldado italiano rindiéndose.
INTRODUCCIÓN
Arriba: El espíritu de los bombardeos aéreos. Londres, noviembre 1940. Arriba derecha: Niños refugiándose durante una incursión aérea. Kent, 1940.
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.:Sub ]1 94 1 : Foto del ejército británico en que se ve a las tropas atravesando a la carrera las calles de Bardio, Libia.
LA CÁMARA EN LA GUERRA
30 de abril de 1945: La bandera soviética es enarbolada sobre el edificio del Reichstag; imagen del fotógrafo del ejército rojo Yevgeni Khaldei.
era analizada para determinar su posible grado de contribución al esfuerzo bélico.
Los RISOS siguieron una política semejante. Pero ser fotógrafo otlcial de un régimen
totalitario podía ser aniesgado: algunos fotógrafos alemanes fueron enviados al fren-
te ruso por su «falta de entusiasmo ideológico»; los
cámaras rusos coirían el riesgo de ser ejecutados si sus
imágenes eran consideradas «denotistas».
En el Oeste democrático, la actitud hacia los fo-
tógrafos oficiales fue más tolerante. En general se
pensaba que la mejor propaganda era la verdad, aun-
que, por supuesto, aquellos temas que pudieran te-
ner efectos negativos en la moral de combate, comolos muertos de gueiTa, eran tratados con mayor deli-
cadeza. El ejército americano procuraba contar en
sus filas con fotógrafos; para ello proporcionaba a
sus oficiales de rango cursos de aprendizaje de cua-
tro meses (los fotógrafos de Life eran coroneles), ade-
más de un tratamiento distinguido. El ejército britá-
nico, en cambio, nunca mostró tanta deferencia hacia
sus cámaras: sólo cuarenta de ellos fueron incoipo-
rados a las tropas al comienzo de las hostilidades y
todos terminaron la guerra con el rango de sargento.
A pesar de los avances técnicos, era muy difí-
cil obtener fotografías de combate. Muy pocos pro- Bert Hardy, fotógrafo del Pkfure Post.
INTRODUCCIÓN
Robert Capa, de la revista ufe.
fesionales contaban con teleobjetivos o lentes regulables
(zooms), de modo que las instantáneas de acciones rea-
les de guerra tenían que tomarse a corta distancia. No era
raro, por tanto, encontrar a fotógrafos oficiales de ambosbandos «disparando» en primera línea de fuego.
Por otro lado, el número creciente de fotógrafos de pren-
sa tenían poderosas razones para proteger sus reputaciones,
ya que sus nombres aparecerían después en el pie de ima-
gen. Algunos fotógrafos de renombre participaron activa-
mente a lo largo de toda la Segunda Guerra Mundial: Cari
Mydans, en el frente ruso-finés; Beit Hardy, en Londres du-
rante los bombardeos aéreos: George Rodger, en el desier-
to del norte de África y en Belsen; Ralph Morse, en Gua-
dalcanal: Eugene Smith, en el Pacífico; Yevgeni Khaldei,
acompañando al ejército rojo en Berlín, y otros muchos. Al
terminar la guerra, la revista Life tenía más fotógrafos des-
tacados en los frentes que todo el resto de la prensa ameri-
cana. Entre ellos estaba Robert Capa, cuyas fotos de Oma-ha Beach en el Día D se estropearon lamentablemente por un radiador del cuarto
oscuro de Londres en que fueron reveladas, dejando únicamente once instantá-
neas boiTosas.
Según avanzaba la guerra, la influencia de los fotógrafos de prensa fue en au-
mentó. La censura alemana fue la responsable de que apenas existan imágenes
de la invasión de Polonia en 1939. Pero incluso el poder de los censores nazis
Izquierda: 1945. Tropas americanas en Panay; imagen tomada por el teniente Robert Fields. Derkha: 1943. Soldado en Nueva Georgia; por el sargento J. Bushemi.
10
LA CÁMARA EN LA GUERRA
Julio de 1941: Londres después de un ataque aéreo; foto tomada por Edward Worth.
empezó a decrecer cuando comprendieron que las fotografías podían ser inter-
pretadas de diversas maneras. Por ejemplo, la famosa imagen de la catedral de
San Pablo de Londres envuelta en el humo de los bombardeos—tomada por Her-
bert Masón desde lo alto del Daily Mail— fue utilizada por los británicos comosímbolo de desafío, mientras que los alemanes la emplearon como símbolo de la
destrucción de Londres.
Una gran cantidad de imágenes de guerra las debemos a fotógrafos aficiona-
dos y espectadores casuales. Los alemanes estaban tan seguros de obtener la vic-
toria en Rusia que permitieron a los soldados llevar consigo sus propias «Leicas».
Al final de la guerra, la mitad de los soldados aliados iban al campo de batalla
cargados con sus cámaras. Su trabajo, unido al de la prensa gráfica, garantizó que
la cruda realidad de la guerra llegara al público. La revista Life tuvo que pelear
durante seis meses para conseguir publicar la fotografía de tres soldados ameri-
canos muertos en una playa del Pacífico. Y fue el fotógrafo de un periódico lo-
cal, Yoshito Matsushige, quien consiguió las primeras imágenes de los efectos
devastadores de la bomba atómica que cayó sobre Hiroshima.
Prescindiendo de las circunstancias en que fueron obtenidas, las fotografías
de este libro pretenden ilustrar gráficamente las variadas facetas del conflicto ar-
mado más grande de la historia. Se recosen en ellas los extremos del comporta-
miento humano: los sufrimientos y crueldades más atroces junto al heroísmo dia-
rio y la entereza de cientos de miles de seres humanos. Estas imágenes ofrecen
un testimonio más directo que cualquier relato escrito o interpretación dramáti-
ca, además de proporcionar una advertencia histórica.
1 1
LA GUERRACONTRA EL FASCISMO
EL CAMINOHACIA LA GUERRA
Las semillas del conflicto
La Segunda Guena Mundial tiene su origen en las secuelas de la Gran Guerra.
Gran Bretaña, Francia y América se alzaron con la victoria en la matanza del
frente occidental, y se encontraron en posición de dictar sus condiciones a una
empobrecida y debilitada Alemania. Los términos se redactaron en el Tratado de
Versalles (1919). Se prohibió al ejército alemán el reclutamiento generalizado;
Renania, región de vital importancia para el país, tuvo que ser desmilitarizada,
y el Estado alemán fue obligado a pagar enormes sumas en concepto de repara-
ciones de guerra. Estas medidas, lejos de garantizar la paz, crearon una situación
de acritud y odio. El pueblo alemán entendió las condiciones del tratado comola venganza de los vencedores; se hizo popular una frase que hablaba de Ale-
mania como «heerlos, wehrlos, ehrlos», es decir, «desarmados, indefensos, hu-
millados».
Es probable que tales resentimientos se hubieran ido olvidando con el tiem-
po, de no ser por la Gran Depresión, que obligó a la mayoría de los países in-
dustrializados de Occidente a suspender sus relaciones comerciales con otros
Póster que celebra los logros de Hitler en su «puesta en movimiento de Alemania».
14
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EL CAMINO HACIA LA GUERRA
Miembros del partido Nacional-Socialista recaudan fondos pora luchar contra «el hambre y el frío» en las calles de Berlín.
países. Alemania, ya debilitada por los términos del Tratado de Versalles,
sufrió la crisis económica con especial crudeza. En la década de los años 20,
el desempleo se elevó a seis millones, el marco sufrió una drástica devalua-
ción y el comercio internacional tuvo que retroceder a los primitivos sistemas
de trueque.
Al caos económico había que sumar las luchas políticas que dividían a Ale-
mania. Los ideales de la revolución rusa habían empezado a influir en los inte-
lectuales alemanes, y los huelguistas dirigidos por el movimiento comunista sos-
tenían batallas contra la policía en las calles de Berlín. El pueblo alemán estaba
desilusionado con la incapacidad del gobierno democrático para controlar la si-
tuación y. para millones de ellos, la idea de un gobierno fuerte y con poder de
decisión se convirtió en un sueño muy tentador.
Existían un buen número de grupos de extrema derecha deseosos de hacer re-
alidad ese sueño. De entre ellos, el mejor organizado era el de los Nacional-So-
cialistas (nazis), que cobraron especial importancia en 1923 cuando uno de sus
dirigentes, un antiguo cabo del ejército, de pobre constitución y bigote semejan-
te a un cepillo de dientes, llamado Adolf Hitler fue encarcelado por un intento
de golpe de estado en Munich.
En prisión, Hitler escribió su credo político en un libro llamado Mein Kampf(Mi lucha). Cuando fue liberado, se encargó de establecer un control personal
16
LAS SEMILLAS DEL CONFLICTO
Comedores populares improvisados en las calles de Berlín.
Mediados de la década de los años 20: Reclutamiento de los nacional-socialistas en Munich.
1 7
J
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
Enero de 1 933: Hirier celebra su triunfo como Canciller del Reich.
1 8
LAS SEMILLAS DEL CONFLICTO
1933: Trabajadores nacional-sociaiishss de Munich agitando la bandera con la esvástica.
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LAS SEMILLAS DEL CONFLICTO
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r^Década de los años 20: Mussolini y sus camisas negras en Roma. Agosto de 1 934: Muere el mariscal Hindenburg.
sobre el partido Nazi y crear una plataforma política capaz de atraer buena par-
te del electorado alemán. Afirmó estar con los desvalidos, los resentidos, los en-
gañados; tomó partido por los pequeños comerciantes, frente a los bancos inter-
nacionales, y apoyó a los agricultores contra la «degradación moral» de las
ciudades. Denostó contra los términos del Tratado de Versal les y proporcionó
una adecuada cabeza de turco para justificar el colapso económico: el judaismo
internacional. Destacó las raíces comunes de los «verdaderos alemanes» y ex-
puso el término Lehensraum («espacio vital»).
En enero de 1933, más de un tercio de los votos alemanes conviertieron a
Adolf Hitler en canciller del Reich. A los pocos días de llegar al poder, hizo una
demostración de fuerza declarando ilegales todas las reuniones de los comunis-
tas alemanes.
Cuatro semanas después, el 27 de
febrero, se declaró un incendio en el
edificio del parlamento alemán, el
Reichstag, pretexto que utilizó Hi-
tler para acabar con sus enemigos.
Sus camisas pardas entraron en ac-
ción y esa misma noche fueron arres-
tados muchos comunistas. Cuatro de
ellos fueron juzgados y ejecutados.
Las elecciones que siguieron a su
nombramiento dieron a Hitler y al
partido Nazi el control absoluto del
país.
Ya circulaban por Europa los ru-
mores sobre la actitud de los nazis con
respecto a los judíos, aunque la ver-
dadera naturaleza del nuevo gobier-
no alemán sólo se hizo patente des-
pués de que Hitler realizara la primera
purga dentro de su propio partido en
el verano de 1934. Más de mil posi-
bles oponentes y rivales fueron eje-^^^^^^. ^^^^^ü^j ^^^^ ^^ ^ddis Abeba; mayo de 1936.
CUtados. Cuando Ernst Rohm, jefe de Pagina opuesta: incendio en el Reichstag; 27 de febrero de 1933.
21
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
El Führer con uno de sus hombres de confianza, Ruciolf Hess. Mediados de b década de los años 30: Hitler firmo autógrafos para los miembros de b Juventudes Hitlerianas.
los camisas pardas (SA). fue arrestado por el propio Hitler. todos los partidos
fascistas a lo largo y ancho de Europa pudieron sentir aquella terrible onda de
choque.
Al final de ese año. y tras encontrarse en un estado senil durante algunos
meses, fallece el jefe del Estado, el mariscal Hindenburg. y Hitler adopta el tí-
tulo de Reichsführer.
En los primeros años de su gobierno. Hitler extendió su control sobre cada
uno de los aspectos de la vida alemana. Todos los partidos políticos fueron di-
sueltos y los sindicatos sustituidos por el Frente Laborista, dirigido por el Esta-
do. También quedó abolido el limitado autogobierno provincial, y el partido Nazi
y el gobierno alemán fueron declarados una misma y única realidad. Hitler tam-
bién emprendió reformas en el ejército: los soldados alemanes eran obligados a
prestar juramento que les comprometía a «una obediencia in-
condicional a Adolf Hitler. líder del Reich y el pueblo».
Las pocas instituciones que se atrevieron a desafiar su au-
toridad, como la Iglesia, sufrieron un riguroso control. «Esta
es la última vez que un tribunal declarará inocente a alguien a
quien yo he declarado culpable,» dijo Hitler cuando el teólogo
protestante Martin Niemoeller fue absuelto del cargo de sub-
versión.
En la Alemania de los nazis, la oposición a Hitler tenía que
ser clandestina: cuestión de mnadas y susurros, ya que los an-
tinazis tenían mucho que temer. Una broma sobre el Führer po-
día conducir a la denuncia y el arresto inmediato, y los espías
estaban por todas partes. Se animaba a la gente para que vigi-
lara a sus vecinos, apelando a razones de patriotismo; los ni-
ños que denunciaban a sus padres recibían una recompensa.
Los primeros campos de concentración se crearon para los «sub-
versivos», los «ociosos» y. tras los decretos de Nuremberg
de 1935, los judíos. Los disidentes comenzaron a desaparecer Ernst Róhm, ¡efe de las SA.
22
LAS SEMILLAS DEL CONFLICTO
Desfile nazi en las calles de Berlín.
Fascistas italianos en una visita a Alemania.
23
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
Heinrich Himmier, jefe de las SS. Julius Streicher, editor de Der Sturmer.
y no se volvía a saber nada de ellos. Nadar contra esta corriente exigía un gran
coraje, incluso temeridad.
Fue un control tan férreo el que Hitler ejerció sobre la Alemania de 1930-40
que a veces olvidamos que el primer estado puramente fascista fue la Italia de
Mussolini. Benito Mussolini, conocido como «II Duche» llegó al poder en Italia
en 1922. Aunque nunca logró tener el mismo grado de control personal que Hi-
tler (el lema «Mussolini siempre tiene razón», pintado en los muros de toda Ita-
lia, puede haber sido un signo de desesperación), estableció el prototípico apa-
rato del Estado fascista: una enorme burocracia centralizada que se valía de la
policía secreta y de los informadores como instrumentos de control.
Mussolini también poseía ambiciones imperialistas. Soñaba con crear un mo-
derno Imperio Romano en el Mediten^áneo, del cual él mismo sería César. Contal objetivo en mente, envió a sus ejércitos contra Libia y Abisinia. donde se con-
siguieron sonoros éxitos militares contra los mal organizados y peor pertrecha-
dos grupos de indígenas del desierto. Hitler tomó buena nota de aquel primer
ejemplo, pero sus ambiciones eran de un alcance mucho mayor.
También existían movimientos fascistas en otros países europeos, y antes
de 1934 ya estaban funcionando. La derecha era especialmente vociferante en
Francia, donde los disturbios originados por antiguos militares obligaron al go-
bierno a dimitir. En Austria, el partido Socialista fue suprimido tras varios días
de resistencia armada, y el Canciller Engelbert DoUfuss, asesinado por los nazis
24
LAS SEMILLAS DEL CONFLICTO
Streicher, a la cabeza de un desfile de camisas pardas en Munich.
en julio de ese mismo año (prólogo del Anschliiss, o unión forzosa de Austria yAlemania que Hitler llevaría a cabo en 1938). En España, la oposición fascista
se enfrentaba al gobierno republicano de izquierdas.
Las democracias occidentales presenciaron estos acontecimientos en un es-
tado de parálisis. La consigna de aquellos días era la no intervención, así que a
pocos sorprendió el que las leyes internacionales, tan idealmente concebidas por
los aliados después de la guerra para evitar nuevos conflictos a gran escala, co-
menzaran a deshacerse. A mediados de los años 30, la Sociedad de Naciones ya
había empezado a perder influencia y status. Japón hizo caso omiso de sus ad-
vertencias cuando envió a sus tropas sobre Manchuria en 1 93 1 . Mussolini igno-
ró las sanciones de la Sociedad después de invadir Abisinia en 1 936. Ya en 1 933,
Hitler había decidido abandonar este organismo, y su remilitarización de la Re-
nania en 1933 apenas levantó una tímida queja.
A finales de la década de los años 30, la balanza se inclinaba aún más hacia
el lado de la guerra debido a las mutuas sospechas de aquellos países encarga-
dos de garantizar la paz. En la Unión Soviética, José Stalin temía que los pode-
res del capitalismo se unieran para derribar su régimen, y se sentía más prepara-
do para apoyar al fascista Hitler, en cuyo modo de gobierno reconocía tal vez una
imagen distorsionada de su propia tiranía. Este obstinado entendimiento condu-
ciría al pacto Ribbentrop-Molotov de 1939, por el cual Polonia y los Estados bál-
25
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
Abajo: Tropas alemanas entrando en Renania, 1 936.
PÁGINA opuesta: Hitler posea triunfolmenie por los calles de Viena, 1 938.
ticos iban a ser repartidos entre el Reich y la Unión Soviética como si de un pas-
tel se tratase.
Las naciones occidentales, por otro lado, consideraban a Hitler como'el bas-
tión contra el comunismo del Este, por lo que estaban dispuestas a pasar por alto
algunos de sus excesos. Igualmente, Mussolini representaba al salvador de Ita-
lia de las garras del bolchevismo. Los fascistas eran, por tanto, un mal necesario
y, esperaban, pasajero.
Hitler supo sacar provecho de otro factor. La posibilidad de otra guerra pro-
ducía una violenta repulsa en las sociedades de Gran Bretaña y Francia, resenti-
das aún de la matanza del frente occidental. Los políticos evitaban el tema del
rearme, considerándolo un suicidio político. Los presupuestos de la Marina y el
Ejército sufrieron recortes, se suspendió el reclutamiento y se desestimó toda al-
ternativa innovadora en este sentido; reinaba la complacencia. Mientras tanto,
Hitler se había embarcado en un programa masivo de rearme para hacer de Ale-
mania una máquina de guerra que pudiera, cuanto antes, conquistar Europa.
26
LAS SEMILLAS DEL CONFLICTO
27
ARMÁNDOSE PARAEL ARMAGEDDON
La escala de armamentos
^Jropaganda, propaganda, propaganda: lo único que importa es la propa-
^^ ganda», dijo Hitler en la noche de su fallido intento de golpe de 1923.
Aunque sabía que los alemanes estaba hartos del caos poh'tico, social y econó-
mico, todavía a mediados de los años 30 dudaba Hitler de que el pueblo estu-
viera preparado para otra guerra. Uno de los principales objetivos de la propa-
ganda nazi fue preparar al país para un nuevo conflicto armado. Cuando Hitler
llegó al poder en 1933, el mensaje nazi fue que aunque Alemania seguía siendo
víctima de una injusticia, se hacía cada día más fuerte. Josef Goebbels. ministro
de Propaganda e Información de Hitler, ensalzó el espíritu abnegado y las virtu-
des marciales de los Volks, el mitológico pueblo germano, en sus masivos míti-
nes de Nuremberg. pero tuvo cuidado de no mencionar la palabra «guen'a». Ni
siquiera durante la crisis de Munich de 1938 los líderes nazis hicieron referen-
cia directa al conflicto armado.
Arriba: Panzers en unas maniobras militares. Pagina opuesta: Hitler saluda a una enfervorizada multitud en Munich.
28
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
Cazas en una línea de montaje. Trabajando en los circuitos de una cabina.
Panzers Mkl realizando un ejercicio de avance en columna.
Sin embargo, la propaganda no era suficiente. También se hacía necesario re-
construir el poder militar alemán. El reclutamiento forzoso volvió a introducir-
se a partir de 1935—nuevamente contraviniendo las disposiciones de Versalles
—
y ese mismo año se anunció oficialmente la creación de la Luftwajfe, la fuerza
aérea. Hitler encargó esta tarea a Hermann Goering, que además era su sucesor
natural. Este ministro, a pesar de su vanidad, obesidad y adicción a la morfina,
había sido piloto durante la Gran Guerra y era un magnífico organizador. Am-bos compartían la idea de que el poder aéreo sería crucial en una futura guerra
y recordaban cómo las tribus de Libia y Abisinia habían sido ateiTorizadas por
la fuerza aérea de Mussolini. Las líneas de producción Messerschmitt y Heinkel
empezaron a fabricar aviones a toda velocidad, y los pilotos alemanes entraron
en acción en apoyo del fascista español general Francisco Franco en las ciuda-
des de Barcelona y Guernica.
30
ARMÁNDOSE PARA EL ARMAGEDDON
Arriba: Un grupo de panzers realizando ejercicios de señales. Abajo: El general Rommel con sus ayudantes revisando un mapa durante unas maniobras.
31
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
Hermann Goering, jefe de la Luftwaffe.
32
ARMÁNDOSE PARA EL ARMAGEDDON
Abanderados en un mitin de Nurenibsrg.
33
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
Hitler también fue afortunado al contar con el con-
sejo de algunos de los generales más vanguardistas
de la Wehrmacht, o Ejército alemán. Estos militares
le explicaron el efecto que los tanques producirían en
el moderno campo de batalla. Su opinión se basaba
principalmente en un libro que sobre este tema aca-
baba de escribir un coronel francés. Charles de Gau-
lle. Combinados con un poderoso ataque aéreo, las
divisiones de panzers aplastarían cualquier resisten-
cia enemiga y abrirían el camino a la infantería. Me-diante la estrategia conocida como Blitzkrieg—«gue-
rra relámpago»— podrían cubrirse enormes distancias
en una sola jornada.
Al mismo tiempo. Hitler se decidió a reconstruir
la Armada alemana, muy debilitada al tlnal de la Gran
Guerra, aunque no entraba en sus planes el enfrenta-
miento naval con los británicos, poseedores de una
de las flotas más grandes del mundo, antes de que fue-
ra absolutamente necesario. A tal efecto, en junio de
1935, Hitler firmó el acuerdo naval anglo-germano,
que le permitía construir una flota no superior a un
tercio de la Royal Navy, o Armada británica. Pero el
Führer mintió acerca de los buques que ya estaban
siendo fabricados; además, los británicos no vieron ninguna amenaza en la peti-
ción germana de construir más submarinos, que posteriormente se convertirían
en el azote del Atlántico Norte.
En todo caso, este ardid no era más que una maniobra dilatoria. Un año des-
pués, al abandonar el tratado de Locarno relativo a limitación de armamento.
Póster de los Juegos Olímpicos de Berlín.
'Qfj^U
UiHitler saludo o lo multitud durante los Juegos.
34
ARMÁNDOSE PARA EL ARMAGEDDON
Hirier en Nuremberg, centro del aparato propagandístico nazi.
El Führer felicita a un grupo de camisas pardas durante un mitin antes de la guerra.
35
=^1
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
Jefes nazis saludando a los miembros de las SA en Nuremberg.
La popularidad de Hitler va en aumento.
36
ARMÁNDOSE PARA EL ARMAGEDDON
Hitler dejó bien claras sus intenciones de no respetar el acuerdo sobre cuotas.
Francia y Gran Bretaña se llevaron una desagradable sorpresa e hicieron frené-
ticos esfuerzos para volver a poner en funcionamiento su oxidada maquinaria
bélica. Pero el empeño francés se vio obstaculizado por un sistema industrial
anticuado, en tanto que los británicos sufrían los efectos de la depresión eco-
nómica y la oposición política.
Todas las democracias occidentales cayeron en la trampa de la ofensiva di-
plomática de Hitler. En 1936, el Führer firmó el Pacto Antikomintern con Japón,
y en 1939 concluyó con Mussolini el acuerdo de defensa llamado «Pacto de Ace-
ro». Mientras tanto, su ministro de Asuntos Exteriores, Joachim von Ribbentrop,
había comenzado las negociaciones secretas con el declarado archienemigo de
los nazis, José Stalin.
Portaestandartes de las SS, una reminiscencia intencionada de las legiones romanas.
37
••
LA VERGÜENZA DELAPACIGUAMIENTO
Fracaso de los intentos de apaciguar
a Hitler
Ia historia de todos los tiempos—Imperio Romano, Imperio Británico
—
^^ ^ha demostrado que toda expansión territorial tiene que realizarse ven-
ciendo una resistencia y asumiendo ciertos riesgos», escribió Hitler en su Mein
KampfdX tratar de justificar el necesario Lebensraum alemán. «Ni en el pasado
ni hoy —continuaba amenazadoramente— se ha encontrado un espacio caren-
te de dueño.» Hitler aseguraba que el problema del espacio vital alemán tenía
que estar resuelto antes de 1945; después de ese momento, se produciría una
crisis alimenticia.
La lectura de Mein Kampf no pudo engañar a ninguno de sus contemporá-
neos en cuanto a las intenciones de Hitler. Estaba claro que sus ambiciones te-
rritoriales iban mucho más allá de la recuperación de los territorios cedidos tras
el Tratado de Versalles. Pero los líderes británicos y franceses, por razones po-
líticas y psicológicas ya mencionadas, estaban dispuestos a ignorar las intru-
siones alemanas en territorios vecinos. Su política de apaciguamiento era ideal
para satisfacer el apetito expansivo de Hitler, que británicos y franceses no cre-
ían insaciable, aparte el imperioso deseo popular de una paz duradera. La mili-
tarización de Renania y la ayuda nazi enviada al general Franco sirvieron de ad-
vertencia para franceses y británicos, tanto de izquierdas como conservadores.
Pero aun así, la mayoría se obstinaba en considerar a Hitler como un ser relati-
vamente racional con objetivos más o menos legítimos. Cualquier agresión «ex-
cesiva», decían, podía remediarse con una demostración de unidad e incluso de
fuerza.
Pero Gran Bretaña y Francia no estuvieron unidas, ni quisieron advertir a
Hitler de manera explícita. Por el contrario, su mensaje fue siempre ambiguo y
débil. En noviembre de 1937. la visita del conservador británico Lord Halifax
alentó a los nazis a pensar que Gran Bretaña no intervendría en los asuntos ale-
manes de Europa del Este, en tanto que aquella política de agresión no produ-
jera una «conmoción de consecuencias trascendentales». Hitler estaba ya con-
vencido de que las clases altas británicas no estaban dispuestas a pelear tras la
controvertida moción que tuvo lugar en el foro de la Universidad de Oxford,
donde los estudiantes manifestaron que no estaban dispuestos a luchar «por el
rey y el país».
Pocos meses después, el secretario de Asuntos Exteriores británico, Anthony
Edén, dimitió a causa del acercamiento de su gobierno a Hitler. «Vaya a casa ytómese una aspirina,» le contestó el primer ministro Neville Chamberlain; Hali-
fax ocupó su puesto.
38
LA VERGÜENZA DEL APACIGUAMIENTO
«La paz de nuestro riempo»: Chamberlain vuelve con el Acuerdo de Munich.
En marzo de 1938, después de anexionar Austria, Hitler comentó a sus
colaboradores militares que la falta de oposición probaba la debilidad occi-
dental. Ni Gran Bretaña ni Francia, indicó, tendrían arrestos para defender a
un tercer país en caso de ataque alemán. Se refería a Checoslovaquia, y tenía
razón.
La llamada crisis de Munich de septiembre de 1938 constituyó la verdadera
prueba de fuego para la política de apaciguamiento. Checoslovaquia, un régimen
democrático, estaba prácticamente rodeada de alemanes y dentro de sus fronte-
39
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
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El Acuerdo de Munich
ras más de tres millones de habitantes hablaban esa
lengua. Hitler mencionaba a estos Sudetes alemanes
como si se tratara de una minoría perseguida; en uno
de sus enfervorizados discursos llegó a afirmar que
la voluntad del pueblo alemán le obligaría a «inter-
venir» en aquella región.
El 10 de septiembre, el ministro francés de Asun-
tos Exteriores. Georges Bonnet, aseguró al embaja-
dor británico en París: «Mañana mismo Hitler pue-
de atacar Checoslovaquia. Y si lo hace, Francia se
movilizará de inmediato, y les dirá: "Nosotros acu-
dimos; ¿también ustedes?" ¿Cuál será la respuesta
de Gran Bretaña?»
La respuesta de Gran Bretaña fue confusa. Las
tropas recibieron una orden de movilización par-
cial, pero las críticas diplomáticas no se dejaron
oír. El 29 de septiembre, Chamberlain y el primer
ministro francés Edouard Daladier volaron a Mu-nich y desde allí tomaron un tren hasta el refugio
de Hitler en Berchtesgaden. Las negociaciones fue-
ron un completo caos, orquestado por el mediador oficial, Mussolini. que con-
2re2Ó a los líderes en una habitación atestada de oficiales devorando una co-
mida fría.
El destino de los Sudetes quedó decidido poco después de la medianoche.
De tres cosas quedó convencido Chamberlain: que por mucho que protesta-
ran, los franceses no estaban dispuestos a pelear: que permitir a los alemanes ocu-
Arriba: Tropas alemanas en posición de firmes en el cenlro de Praga. Página opuesta: Acongojada sumisión de una mujer checoslovaca.
40
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
Mayo de 1939: El Pacto de Acero
par los Sudetes evitaría la invasión total de Checos-
lovaquia; por último, que no podían confiar en la pa-
labra de Hitler cuando afirmaba que ahí terminaban
sus pretensiones. Ni Daladier ni él mismo consulta-
ron a los checos.
Con el simple trazo de una pluma, se había cedi-
do a un poder totalitario una gran porción de un Es-
tado soberano europeo. Los generales alemanes que
podían haber estado dispuestos a deiTocar a Hitler vie-
ron cómo Francia y Gran Bretaña apoyaban los pla-
nes del dictador. El acuerdo de Munich también hizo
ver a Hitler que el ruido de sables de la movilización
parcial había sido una maniobra política para salvar
la cara frente a los que se oponían al apaciguamien-
to en el seno de Gran Bretaña. Lo que más le intere-
saba en aquel momento era que un gran número de
blindados alemanes habían irrumpido en los Sudetes.
Cuando el avergonzado Daladier \ olvió a París,
estaba seguro de encontrar a una multitud dispuesta
de hacerle pedazos; pero en realidad el pueblo que le
recibió estaba encantado. También Chamberlain fue
regalado con una bienxenida heroica, mientras agitaba en la mano el pedazo de
papel que, según anunció, significaba «la paz de nuestro tiempo». En fecha tan
tardía como el mes de marzo de 1 939, seguía asegurando a sus colegas que las
perspectivas de paz eran en ese momento mejores que nunca. Pero pronto los
acontecimientos tomaron un curso bien distinto.
Von Ribbentrop regreso de sus negociaciones en Moscú.
42
LA VERGÜENZA DEL APACIGUAMIENTO
El 12 de marzo de 1939, los eslovacos, alenta-
dos por los nazis, declararon su independencia de la
región checa del país. Gran Bretaña y Francia ha-
bían garantizado la independencia del resto de la na-
ción en los acuerdos de Munich, pero Chamberlain
dijo a la Cámara de los Comunes que la indepen-
dencia eslovaca les libraba de ese compromiso. El
anciano presidente checo Emil Hacha viajó hasta
Berlín, donde recibió de Hitler tal vapuleo verbal
que llegó a perder el conocimiento. A regañadien-
tes, firmó el documento que le pusieron delante, po-
niendo «el destino del pueblo checo en manos del
Führer del Reich alemán».
Tres días después, las tropas alemanas marcha-
ron sobre Praga, con lo que la industria del país, que
por entonces significaba el diez por ciento de la pro-
ducción mundial, cayó en poder de Hitler.
Pero el dictador aún no estaba satisfecho y vol-
vió su codiciosa mirada hacia el Norte. El 21 de mar-
zo, sus tropas anexionaban Lituania, lo que obligó
a Chamberlain a modificar su política exterior. Ochodías más tarde, el primer ministro británico ofreció a Polonia la promesa de ayu-
da contra cualquier poder que amenazara su independencia.
El ministro de Exteriores polaco, coronel Beck, tomó la decisión de aceptar
la oferta de Chamberlain, según dijo, «entre dos chupadas de su puro». Estaba
deseoso de abofetear a Hitler por sus pretensiones de recuperar Danzig.
Marzo de 1 938: Hitler llega a Viena.
Septiembre de 1 938: Ribbentrop y Chamberlain pasan entre la guardia de honor en el aeropuerto de Munich.
43
EL CAMINO HACIA LA GUERRA
El pacfo nazi-soviético tomo cuerpo: Hitler se reúne con Molotov.
Esa era toda la munición diplomática que Hitler necesitaba. Tanto Beck comoChamberlain sobreestimaron la capacidad del anticuado ejército polaco para re-
sistir la invasión. El consejo de ministros británico y los jefes del Estado Ma-yor sabían que no podían mantener su promesa de defender a Polonia sin con-
tar con la ayuda de Rusia, aunque sólo los franceses trataron de llegar a un
acuerdo con Stalin. Además, los polacos se mostraron resueltos en su decisión
de que ningún soldado solviético pusiera el pie en el suelo de Polonia; temían
que, una vez el Ejército Rojo hubiera cruzado la frontera, se negaran después a
abandonar el país, temor que los acontecimientos posteriores se encargarían de
justificar.
Pero todo el papeleo diplomático occidental era, en cierto sentido, ajeno a las
verdaderas necesidades. Deseoso de extender su propia esfera de influencia ha-
cia el Oeste, y furioso porque los aliados occidentales habían rechazado su in-
tercesión en Checoslovaquia, Stalin había ordenado a su nuevo ministro de Asun-
tos Exteriores, Vyacheslav Molotov, negociar un pacto con los alemanes por el
cual Polonia sería dividida a partes iguales entre los dos poderes totalitarios. Ante
el horror de los pacifistas, Von Ribbentrop voló a Moscú para firmar el tratado
el 23 de agosto.
La paz en Europa sólo duró otros diez días.
44
LAS INVASIONES DEL EJE
r
JERLIIUS ALEMÁN b ITAL
SE PONEN EN MARCHA
BLITZKRIEGLos panzers de Hitler atacan Polonia
No hubo declaración de guerra por parte de los nazis, ni advertencia, y muypoca compasión. A las 4.45 a. m. del 1 de septiembre de 1939, las tropas de
Hitler atravesaban la frontera polaca en una implacable demostración de «gue-
rra relámpago». Primero, los bombarderos en picado Stuka atacaron las líneas de
comunicación y fuertes militares, mientras el estruendo de los pánzer y las uni-
dades mecanizadas atravesaba la llanura polaca, encontrando escasa resistencia.
Una hora más tarde, oleadas de Heinkel y Dornier alemanes zumbaban sobre
Varsovia. Cuando empezaron los devastadores ataques aéreos, la población co-
rrió aterrada en busca de refugio, mientras la mitad de la fuerza aérea polaca era
destruida sin haber tenido oportunidad de despegar.
A última hora de aquel mismo día. como si de una idea tardía se tratara,
Hitler informó al Reichstag de que los alemanes estaban siendo «masacrados»
en Polonia, lo que hacía necesaria una inmediata intervención.
En toda Europa occidental este ataque fue considerado como algo trágica-
mente inevitable. Los franceses y británicos empezaron a movilizar sus tropas.
Septiembre de 1939: Movilización de las tropas polacas, con carros ligeros Vicker E.
46
.¿A.
é 4
LAS INVASIONES DEL EJE
Polenfeidzeng, en Polonia: Los tropas alemanas dan muestra de
la efectividad de la «guerra relámpago». Pero los recursos de Hitler
se encontraban forzados al máximo.
aunque al mismo tiempo Halifax y Bonnet aceptaban la oferta de mediadores
presentada por Mussolini. En Gran Bretaña, casi dos millones de mujeres y ni-
ños fueron evacuados de la ciudades, ya que el bombardeo aéreo parecía inmi-
nente.
Fue la Cámara de los Comunes la que inclinó la balanza en favor de la inter-
vención armada. El 2 de septiembre, parecía claro para Chamberlain que si no
respondía a su compromiso de Polonia, su gobierno se derrumbaría. El consejo
de ministros decidió no abandonar la sala hasta que se hubiera tomado la deci-
sión de enviar un ultimátum.
A las 9 a. m. del día siguiente, el embajador británico en Berlín entregó su
ultimátum, exigiendo la promesa de retirar las tropas alemanas en un plazo de
48
dos horas, lo que parecía más que improbable. A las 11.1 5, Chamberlain emi-
tió un comunicado anunciando la declaración de guerra. Los franceses tam-
bién enviaron un ultimátum, que, como el anterior, seguía sin contestación a
las 5.00 p. m.
Polonia estaba demasiado lejos para que los Aliados intervinieran directa-
mente, pero la RAF atacó la base naval alemana de Wilhelmshaven, sufriendo
grandes pérdidas. Por su parte, el ejército francés reforzó la Línea Maginot; su
defensa se basaba en el reclutamiento de un ejército que tardó dieciséis días en
movilizarse, de manera que la idea de un ataque inmediato quedaba descartada.
Mientras tanto, los polacos empezaban a comprender que sus planes de marchar
triunfalmente por las calles de Berlín habían sido algo prematuros. Aunque sus
49
LAS INVASIONES DEL EJE
Las SS entran en Danzig con un blindado ADGZ.
soldados pelearon con valor, estaban mal equipados y peor adiestrados. Tan sólo
tenían dos brigadas mecanizadas, y únicamente pudieron sostener una batalla de
importancia, en el río Bzura, mientras se retiraban a Varsovia.
Aún habrían de recibirse noticias peores. El 1 7 de septiembre, los soviéticos
lanzaron desde el Este su propia invasión de Polonia, aparentemente para proteger
a la Rusia Blanca y Ucrania. En esta campaña los soviéticos sólo tuvieron 737 ba-
jas. El 5 de octubre, todo el ejército polaco se había rendido; más de 900.000 sol-
dados habían caído en poder de los alemanes y los rusos, y sólo 70.000 habían con-
seguido escapar. Muchos miles de prisioneros fueron asesinados. A los civiles no
les fue mucho mejor, ya que Hitler firmó una amnistía secreta que eximía a todos
los miembros de las SS que habían sido arrestados por el ejército regular alemán
acusados de bmtalidad contra los civiles. En los dos años siguientes, una quinta
parte de la población fue salvajemente asesinada.
Mientras tanto, el gobierno electo polaco se había refugiado en Rumania, yen París se creaba un gobierno en el exilio.
Hay razones suficientes para pensar que si Francia hubiera atacado a Alema-
nia en ese momento su ejército no hubiera encontrado apenas resistencia. Hitler
había arriesgado todo en el rápido ataque a Polonia y sus suministros estaban
prácticamente agotados. Pero los Aliados se quedaron paralizados en su indeci-
sión, como si estuvieran esperando un milagro; por ejemplo, que Hitler decidie-
ra por su voluntad retirar sus tropas después de la demostración.
La absoluta derrota de los polacos condujo a un período de aparente tran-
quilidad que los periódicos americanos llamaron «falsa guerra». Se esperaba
50
B L ITZ K R I E G
Tropas de primera línea entran en la capital polaca, Varsovia.
Tomando por asalto las afueras de Varsovia.
51
LAS INVASIONES DEL EJE
mucho, pero no ocurría nada. Hitler hizo una oferta de paz que Gran Breta-
ña y Francia rechazaron públicamente, aunque consideraron en privado. Tam-
bién comenzó sus preparativos para la invasión de esta última. «Se habrá de
luchar una guerra para decidir quién domina Europa», dijo el Führer a su alto
mando.
El gobierno de Francia se había decidido por la guerra a pesar de los nume-
rosos recelos; no se permitió a la Asamblea Nacional ni siquiera votar sobre la
declaración de guerra; simplemente se le pidió que decidiera si el país debía
cumplir conjas obligaciones a las que el tratado le ligaba. La oposición fue si-
lenciada y fuera de la Asamblea los políticos de derechas y los comunistas del
PCF instaban al gobierno a llegar a un acuerdo. El líder del PCF, Maurice Tho-
rez, desertó del ejército y se refugió en Moscú, mientras que un fascista francés
preguntaba: «¿Estáis dispuestos a morir por Danzig?» La moral de la nación se
hundía.
En Gran Bretaña, empezaron a sufrirse cortes de luz y las barandillas de los
parques eran arrancadas para fabricar acero. Los barcos británicos comenzaron
a navegar en convoyes. A partir de enero de 1940. se racionó la comida.
Fue entonces cuando Winston Churchill, parlamentario conservador largo
tiempo relegado al «desierto político», volvió al consejo de ministros como Pri-
mer Lord del Almirantazgo.
Se envió a Francia una fuerza expedicionaria de cuatro divisiones mandadas
por el par irlandés Lord Goit. héroe de la Gran Guerra y decano de los genera-
les británicos. Estas tropas se instalaron cerca de la frontera con Bélgica, a las
^
B L i T Z K R I E G
Arriba: Un buque de guerra alemán bombardea la fortaleza polaca de Westerplafte. Abajo: Bombarderos P.23b polacos.
LAS INVASIONES DEL EJE
Órdenes del comandante supremo Maurice Gamelin. siempre contrario a la idea
de una guerra mecanizada. En aquel momento se desató la discusión sobre los
límites exactos de la neutralidad belga.
La táctica francesa dependía enteramente de Bélgica, ya que la base de la de-
fensa gala, la Línea Maginot. no se extendía por la frontera belga (el mismo lu-
gar por donde las tropas del Kaiser habían penetrado en Francia una generación
antes). Incluso a lo largo de la frontera francesa con Alemania, la línea Maginot
no era continua; con todo, constituiría un obstáculo formidable para las colum-
nas mecanizadas de Hitler.
No todo estaba en calma. Los británicos ya habían comenzado a perder bar-
cos a causa de las minas magnéticas alemanas, y el 14 de octubre, el acoraza-
do Roya! Oak fue torpedeado y hundido por un U-47 en su fondeadero de Sca-
pa Flow.
Pero también hubo un éxito aliado. Tres cruceros británicos acorralaron al
acorazado de bolsillo alemán GrafSpee cerca de Montevideo, causándole daños
tan importantes en la batalla de Río de la Plata que el capitán se vio obligado a
hundirlo.
Desde el comienzo de las hostilidades, los políticos franceses y británicos se
engañaron pensando que el régimen nazi pronto agotaría sus recursos. Aunque
éstos fueron empleados al límite, Alemania no estaba al borde del colapso; ade-
I
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Diciembre de 1939: Cruceros británicos cerca de Río de la Plata.
54
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B Ll T Z K R I E G
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El acorazado de bolsillo Graf Spee ardiendo cerca de Montevideo.
más no habían contado con la Unión Soviética. Stalin se tomó muy en serio su
acuerdo con Hitler, y el petróleo y el carbón empezaron a llegar a Alemania des-
de el Este. El líder soviético también estaba consolidando su posición en el Bál-
tico. El 30 de noviembre, el Ejército Rojo invadió Finlandia tras un trivial inci-
dente fronterizo.
Aunque la resistencia inicial de los finlandeses animó a los gobiernos alia-
dos, éstos dilataron durante meses la decisión de enviar una expedición de ayu-
da. Además de las dificultades logísticas, la intervención militar hubiera supuesto
55
LAS INVASIONES DEL EJE
la gueiTa con la Rusia soviética y una burla a la neutralidad sueca y noruega. El
11 de marzo de 1940, justo antes de enviar a la expedición preliminar, los fin-
landeses aceptaron las condiciones soviéticas. Consecuencia de todo este desas-
tre fue la destitución del primer ministro francés Daladier, al que sustituyó Paul
Reynaud, de talante mucho más belicoso.
Reynaud voló a Londres para reunirse con el Consejo de Guerra Aliado yexigir una acción inmediata. Allí cundía la sensación, nuevamente, de que Hi-
tler había perdido el rumbo. «El señor Hitler ha perdido el autobús», afirmó
Chamberlain el 4 de abril, mientras los Aliados se preparaban para minar las
aguas noruegas y cortar de esa forma la ruta del mineral de hierro destinado a
Alemania.
Chamberlain no podía estar más equivocado. La colocación de minas violó
definitivamente la neutralidad de Noruega y dio a las fuerzas alemanas la ex-
cusa perfecta para una invasión. Un incidente ocurrido en febrero había incli-
nado la balanza hacia una intervención militar alemana: el destructor británico
Cossack había perseguido al alemán Altmark hasta el interior de un fiordo no-
ruego para rescatar a unos prisioneros aliados.
El 5 de abril, Hitler desplazó 10.000 soldados a la costa noruega ante el te-
mor de que los británicos realizaran desembarcos en aquel lugar. Y desde allí,
las tropas alemanas marcharon en dirección a Dinamarca, para asombro de las
autoridades danesas, que habían creído las promesas diplomáticas nazis de que
su neutralidad sería respetada. El primer ministro danés, Torval Stauning. esta-
Tropas finlandesas realizando ejercicios de maniobras.
56
Abril de 1940: El destructor alemán Georg Thieíe después de la segunda batalla de Narvik.
ba tan confiado que desistió de movilizar a sus tropas por miedo a provocar a los
alemanes.
Pero Hitler no necesitaba provocación alguna. A primera hora del 9 de abril,
sus tropas de asalto atravesaron la frontera de Dinamarca. Incluso entonces, mu-
chos militares daneses se negaron a creer que aquello constituyera una «verda-
dera» invasión, y el comandante en jefe de la Marina no acababa de decidirse so-
bre si sus barcos debían o no abrir fuego. Cuando se dio cuenta de que era tarde
para defenderse, el rey Christian X ordenó un inmediato alto el fuego. Antes de
las 6.25 a. m., todos los disparos habían cesado y Dinamarca estaba bajo el con-
trol nazi. Sólo habían muerto 13 soldados daneses, y del bando alemán única-
mente dos aviones resultaron derribados.
Los oficiales noruegos de Oslo también fueron sorprendidos por los coman-
dos alemanes enviados a esa ciudad y a Trondheim, Bergen y Narvik. Los inva-
sores cortaron el suministro eléctrico de la capital, y el consejo de ministros, api-
ñado en la oscuridad, fue obligado a leer el ultimátun alemán a la luz de las velas.
Al no disponer de teléfono, enviaron por correo la orden de movilización a sus
tropas y después abandonaron la ciudad. Acompañados por veinte camiones que
transportaban las reservas de oro del país, el gobierno se trasladó hacia el Nor-
te; en su camino tuvieron que soportar el ataque aéreo alemán dirigido contra el
rey Haakon VII. que se escondió con ellos en un bosque cerca de la frontera con
Suecia.
Reynaud supo de la invasión de Noruega a través de la agencia de noticias
Reuters, lo que muestra hasta qué punto había fracasado el entendimiento alia-
do. Ni él ni los británicos podían creer que los alemanes hubieran sido capaces
57
LAS INVASIONES DEL EJE
Arriba: El Aitmark antes de ser atacado. Página opuesta: El Aitmark después de la primera batalla de Narvík.
de llegar al Norte tan deprisa y se mostraban confusos sobre cómo responder a
la invasión. Los intentos británicos de tomar Nar\ ik y Trondheim resultaron in-
fructuosos, y los desembarcos en los pequeños pueblos pesqueros de Namsos yAndalsnes fracasaron porque se encontraban dentro del radio de acción de la
Lufnvüffe. que ahora operaba desde los aeródromos noruegos.
A pesar de todo, la invasión nazi no fue un éxito rotundo. La inesperada re-
sistencia de la Armada noruega v dos acciones de la Roxal Navx costaron a los
alemanes tres cruceros y cuatro destructores, lo que les dejaba con sólo tres cal-
ceros y cuatro destructores operativos. Y lo que fue todavía peor para Hitler. el
rey Haakon y su gobierno lograron escapar a Londres, lo que añadía un millón
de toneladas a la flota mercante aliada.
Los políticos británicos protestaban a voces por los últimos reveses aliados.
«¡En el nombre de Dios, marchad!», gritaba el anciano parlamentario conserva-
dor Leopold Amery a Chamberlain en la Cámara de los Comunes. El partido la-
borista de la oposición se negó a participar en un gobierno de coalición encabe-
zado por Chamberlain. y el día 10 de mayo. Winston Churchill —el responsable
de los desastrosos desembarcos en Noruega— fue nombrado primer ministro.
58
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LA caídaDE FRANCIA
Los ejércitos francés y británico, arrollados
La fecha que Hitler había pensado para la invasión de Francia era el 12 de no-
viembre de 1939. para espanto de los generales alemanes, que hicieron cuan-
to estuvo de su mano para disuadirle. Pero el mal tiempo fue retrasando el pro-
yecto y, por fm. un incidente imprevisto obligó a cancelar toda la operación. El
oficial de enlace enviado al comandante en jefe de las tropas alemanas aerotrans-
portadas, que \ iajaba desde Munster a Bonn. tu\o que des\ iarse muchas millas
de su Rita y aterrizar en Bélgica a causa del mal tiempo. Los documentos que lle-
vaba consigo, y que no tu\ o tiempo de destruir antes de ser apresado, contenían
los planes completos para la in\ asión de Francia; los belgas entregaron todos los
papeles a los Aliados. Se ha sugerido que quizá los dirigentes nazis fueron vícti-
mas de una conspiración del ser\ icio de inteligencia alemán para frustar la inva-
sión: en cualquier caso, toda la ofensiva tuvo que ser nuevamente planeada.
El nuevo plan fue idea del jo\en general Erich \on Manstein. que sugirió ata-
car a tra\ és de las Ardenas. Tanto gustó a Hitler la idea que acabó pensando que
había sido suya.
Mayo de 1940: Rotterdam tras el ataque aéreo nazi.
60
LAS INVASIONES DEL EJE
1940: Soldados alemanes observan cómo arde Rotterdam.
El agregado militar holandés en Berlín recibió el 9 de mayo de 1940 la noti-
cia de que la invasión era inminente. «Mañana al amanecer: agárrense», contes-
tó a La Haya. Pero cuando Hitler atacó a la mañana siguiente Holanda. Bélgica,
Luxemburgo y Francia simultáneamente, el ministro de asunto exteriores holan-
dés, Eelco van Kleftens, estaba aún con sus colaboradores discutiendo sobre qué
hacer.
Las fuerzas alemanas aerotransportadas atacaron La Haya y Rotterdam, aplas-
tando las defensas fronterizas holandesas del Este y tomando el puente principal
del centro de Rotterdam con hidroa\ iones. Cuatro días después, Rotterdam aún
resistía, pero mientras estaban negociando la rendición, fueron bombardeados
desde el aire. En el ataque murieron unos 980 civiles; dos horas más tarde, las
autoridades de la ciudad cedieron. Cuando el Séptimo Ejército francés llegó en
su ayuda cinco días después, se encontró con que más de 100.000 soldados ho-
landeses se habían rendido ya.
62
LA caída de FRANCIA
Arriba: Refugiados en una carretera en Bélgica. Abajo: Paracaidistas y soldados de infantería en Holanda.
63
LAS INVASIONES DEL EJE
Mayo de 1 940: Puente destruido sobre el río Moas. Tanques franceses de maniobras antes de la invasión.
Los extenuadas tropas belgas en la carretera de Bruselas.
El ataque alemán a Holanda no fue un éxito completo: en el ataque por sor-
presa a La Haya no se consiguió capturar al gobierno holandés, que escapó a Lon-
dres, junto a la familia real, a bordo de un destructor británico.
En aquel momento. Alemania contaba tan sólo con 4.500 paracaidistas adies-
trados y casi todos fueron utilizados en el ataque a Holanda. El resto fueron
empleados en Bélgica y, junto a ellos, se lanzaron gran cantidad de maniquí-
es, con el fin de atemorizar con su número al enemigo. Una fuerza de choque
compuesta por 85 paracaidistas aterrizó sobre el tejado del inexpugnable fuer-
te Eben Emael, que guardaba la entrada a Lieja y el Canal Albert, y lo captu-
raron sufriendo sólo cinco bajas. Otros grupos de paracaidistas tomaron los
puentes principales que permitieron a las divisiones motorizadas penetrar en
el territorio belaa.
64
LA caída de FRANCIA
Arriba: Tropas francesas se movilizan en París. Abajo: Confusión en la estación de ferrocarril de L'Est de París; mayo de 1 940.
65
LAS INVASIONES DEL EJE
á^líáMJunio de 1940: Tropas alemanas cerco del Somme.
«No puedo ofrecer otra cosa que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor», reco-
nocía Churchill ante una sombría Cámara de los Comunes tres días después.
Mientras la atención de los aliados se concentraba en los ataques de los pa-
racaidistas, el brillante comandante de las divisiones panzers. Heinz Guderian.
se dirigía a las Ardenas a tra\ és de Luxemburgo. terreno muy boscoso que los
británicos, franceses y algunos expertos militares alemanes habían considerado
infranqueable. Con él iba la mayor concentración de tanques que jamás se había
visto en una guerra: cuatro días después del comienzo de la ofensiva, atravesó la
frontera francesa y llegó al Mosa.
Las divisiones motorizadas aliadas se encontraban en el interior de Bélgica y
cada vez más expuestas por la maniobra de flanqueo alemana. Los franceses sólo
contaban con unas cuantas divisiones de tanques pobremente equipadas con que
hacer frente a Guderian. Aun así. el comandante alemán comprendió que tenía
que atravesar el Mosa rápidamente antes de que los franceses tuvieran tiempo de
reagruparse. Protegido por doce escuadrones de bombarderos en picado, cruzó
66
LA caída de FRANCIA
el río cerca de Sedán y, despreciando los temores de sus propios oficiales (in-
cluso Hitler temía un contraataque francés en el flanco vulnerable de Guderian),
siguió hacia el Norte. Toda oposición fue aplastada a su paso. «Hemos perdido
la batalla», anunció Reynaud a Churchill por teléfono el 15 de mayo.
Churchill voló a París al día siguiente, y a su paso encontró las carreteras del
Sur bloqueadas por los refugiados y al mando militar paralizado por la confu-
sión. En un intento desesperado por infundirles ánimo, prometió diez escuadro-
nes de cazas, promesa anulada por su propio gabinete, que le advirtió de que la
defensa aérea de Gran Bretaña se volvía peligrosamente débil. «¿Dónde está la
reserva estratégica?», preguntó Churchill al comandante en jefe Gamelin. «No
hay ninguna», respondió aquél.
Se envió al joven brigadier Charles de Gaulle a poner en práctica sus teo-
rías de la guerra de carros blindados, reuniendo apresuradamente una fuerza
de contraataque el 17 de mayo. El acoso de los bombarderos en picado alema-
nes hizo retroceder a sus 150 tanques hasta Laon; pero después de su valerosa
resistencia, Reynaud le pidió que se uniera a su gobierno en calidad de subse-
cretario de guerra. «Me sentí llevado de una furia incontenible —escribía—
.
Es demasiado absurdo. Si sobrevivo, lucharé allí donde sea preciso, el tiempo
que sea, hasta que el enemigo sea derrotado y borrada la mancha en nuestro or-
gullo nacional.»
El 20 de mayo, Guderian había llegado al mar en Abbeville y se dirigía a los
puertos del Canal y hacia el ejército británico, enfrentado a las divisiones ale-
manas que avanzaban por el otro flanco. En Gravelines, a diez millas de Dun-
kerque—único lugar por el que podían escapar las tropas británicas— , los blin-
dados de Guderian se detuvieron por orden del alto mando alemán.
Mientras, Reynaud había destituido a Gamelin y tuvo que esperar tres días a
que su sucesor. Máxime Weygand, llegara desde Siria. Weygand propuso un in-
mediato contraataque aliado. Gort lanzó un ataque al sur de Arras con dos bata-
llones de tanques. Al principio su ofensiva obtuvo un rotundo éxito, pero cuan-
Guderian avanza imparable a través de Francia. Los restos de un Heinkel III alemán abatido en Francia.
67
LAS INVASIONES DEL EJE
Tropas alemanas despejan las carreteras bloqueadas de las Árdenos
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LAS INVASIONES DEL EJE
Un miembro de la dotación de un blindado alemán hoce uno pausa durante el avance.
Un blindado Mk ill o ios afueras de París.
70
LA caída de FRANCIA
*
Un vehículo blindado francés Manhard, modelo 1 78, abandonado.
do aparecieron los refuerzos franceses sólo le quedaban dos tanques disponibles
para el combate y los británicos tuvieron que retirarse. Incluso entonces, el alto
mando alemán se mostró receloso y ordenó a su ejército detener el avance y con-
solidar sus posiciones.
¿Fue este alto, como han sugerido algunos historiadores, una estrategia de Hi-
tler para facilitar un acuerdo de paz con Gran Bretaña? Nunca lo sabremos con
seguridad, pero sea cual fuere la razón, se dejó en manos de la Liiftwajfe de Go-
ering la destrucción de las fuerzas británicas y francesas acorraladas en Dunker-
que. Y la Luftwajfe fracasó.
Estos tres días de parón en el avance alemán fue
cuanto los británicos necesitaron para escapar. En la
tarde del 25 de mayo, Gort decidió desafiar las ins-
trucciones recibidas de su comandante supremo Wey-
gand que le ordenaban resistir. Con el consentimiento
a regañadientes del gabinete británico, Gort comenzó
la evacuación de sus tropas de las playas de Dun-
kerque.
Los belgas, mientras tanto, habían estado lu-
chando desesperadamente en una situación compli-
cada por la presencia de refugiados y por unos ma-
pas «hechos a ojo» que mostraban su alarmante
situación y que habían sido arrojados desde los avio-
nes alemanes. «La gran batalla que tanto temíamos
ha comenzado», decía el rey Leopoldo a sus tropas.
Pero a pesar de las desesperadas peticiones británi-
cas para que los belgas resistieran hasta que sus fuer-
zas hubieran sido evacuadas, Leopoldo anunció su ^
rendición el 28 de mayo. El rey Leopoldo de Bélgico.
71
LAS INVASIONES DEL EJE
Junio de 1 940: Las tropas alemanas marchan a través del Arco de Triunfo.
El «paso de la oca» a través de las calles del centro de París.
72
1
.
^^ /
LA caída de FRANCIA
i1
El gobierno belga, en aquel momento en París, se negó a aceptar la decisión
del monarca, pero sus reservas habían durado lo bastante como para que G01I se
salvase. Aunque Churchill preparaba a su pueblo para lo peor, la Royal Navy
—ayudada por 860 embarcaciones de placer, de pesca, gabarras y botes neumá-
ticos— transportó a Inglaterra a 200.000 soldados británicos y 140.000 france-
ses. Los británicos aplaudieron la operación como una gran victoria, pero el man-
do francés la tachó de traición, al considerarla una deserción en el momento más
crucial de la campaña. La Armada británica perdió 6 destructores y 177 cazas;
las tropas evacuadas dejaron en las playas la mayor parte de sus armas y equi-
pamiento. Más de 150.000 soldados franceses de retaguardia fueron capturados.
Poco después, el intento de Weygand de mantener la línea del Somme re-
sultó barrido por una nueva ofensiva alemana; en aquel momento, el gobierno
francés escapaba a Tours, y de allí a Burdeos. El 14 de junio, las primeras for-
maciones alemanas marchaban por los Campos Elíseos de París. Al mismotiempo, Mussolini declaraba a su país en guerra al ordenar a sus tropas atacar
Francia desde el Sur, con la esperanza de ganarse un lugar en la mesa de ne-
gociaciones.
Churchill, Halifax y el magnate de la prensa Lord Beaverbrook—ahora jefe
de la producción de aviones de guerra— se reunieron por última vez con el go-
bierno de Francia en Tours el día 13 de junio, con la amante de Reynaud en se-
gundo plano exhortándole a la rendición. El gabinete francés rechazó la propuesta
de Churchill de unir ambos países. También se rechazó la sugerencia de Reynaud
de formar en América un gobierno en el exilio, por lo cual dimitió. Fue reem-
plazado por el mariscal Philippe Pétain, héroe de Verdún, que en aquel momen-
to contaba 84 años.
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Dictando las condiciones del armisticio en el vagón de ferrocarril de Compiégne.
73
TfjiiI Trnilii I.? I'
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»»iilllUII1!!a!\ilil ^«lllilll IBÍ'Blti
Junio de 1 940: El bombardeo de Dunkerque.
Boterías antiaéreas británicas abandonadas en Dunkerque. Tropas británicas en la playa soportando un ataque aéreo.
El 21 de junio, Pétain pidió a los alemanes un armisticio. Mientras oía las pe-
ticiones, la cara de Hitler, según el periodista americano William Shirer, estaba «en-
cendida con desprecio, furia, odio, venganza, triunfo...». Insistió en que el acuer-
do se firmase en el mismo vagón de feíTocanil de Compiégne en el que los generales
alemanes habían firmado los términos de la rendición en 1918. Se acordó que un
gobierno francés, con sede en Vichy, administraría Francia al sur del Loira.
Unos días más tarde, el gobierno de Vichy tuvo que pagar por su acuerdo con
los nazis. Por temor a que Pétain hubiera hecho un pacto secreto con Hitler, ypreocupado ante la idea de que la flota francesa pudiera caer en manos de los ale-
manes, Churchill ordenó destruir todos los acorazados franceses anclados en
Oran, Argelia. Fue, según reconoció, la «decisión más odiosa» que jamás había
tenido que tomar. Pétain rompió de inmediato las relaciones diplomáticas con
Gran Bretaña y ordenó el simbólico bombardeo de Gibraltar.
74
LA caída de FRANCIA
Vichy se sumió en recriminaciones, culpándose
de la derrota francesa. «Es culpa de los maestros
de escuela socialistas», dijo Pétain, que permitió a
Fierre Laval y Raphael Alibert arrestar a Reynaud
y Daladier e instaurar un régimen autoritario yvirulentamente antisemita. Durante los cuatro años
siguientes, el gobierno de Vichy se movió entre el
apoyo tácito de las políticas nazis y el colaboracio-
nismo activo.
Como se vería, la batalla de Francia tuvo im-
portantes consecuencias para todos los contendien-
tes. La Armada francesa quedó casi destruida y el
país dividido. Tal fue la rapidez con que sus ejérci-
tos alcanzaron la victoria, que Hitler pensó que eran
invencibles, un exceso de confianza que más tarde
resultó desastroso en Rusia y el norte de África. Por
último, aunque no menos importante, 10 millones
de civiles habían perdido todo y tuvieron que de-
ambular miserablemente por los caminos de la Eu-
ropa occidental, con sus pocas pertenencias amon-
tonadas sobre carros, cayendo a veces de puro
agotamiento y otras muchas abatidos desde el aire
por la Luftwajfe.
En el otro lado del Canal, los británicos, aunque contentos por el milagro
de Dunkerque, empezaban a darse cuenta de que entre Hitler y el dominio de
Europa sólo se interponían 23 millas de agua marina.
Dunkerque: Los soldados trotan de vadear lo orilla
llegar a un buque de transporte.
áporo
Después de la evacuación: Camiones abandonados en las playos de Dunkerque.
75
i
LA FORTALEZAINSULAR
La batalla de Inglaterra y el bombardeo aéreo
^Nefenderemos nuestra isla al precio que sea», prometía Churchill jubilo-
^^ l^so tras la evacuación de Dunkerque. Pero aunque los británicos eran por
entonces capaces de descifrar algunos mensajes alemanes cifrados en código
enigma, y sabían que los alemanes no habían planeado aún la invasión de la isla,
su capacidad para resistirla en el futuro era más bien escasa. Durante la batalla
de Francia, los aviones de combate británicos derribados habían sido casi tantos
como los salidos de las cadenas de producción; además, gran parte de la artille-
ría y blindados habían quedado sobre las playas de Dunkerque.
Era preciso tomar medidas de urgencia. Se ordenó el reclutamiento forzo-
so y, a comienzos de octubre, 1 .700. ()()() británicos se habían unido a las fuer-
zas armadas. Se formó una «guardia doméstica» (Home Guard), aunque
debido a la escasez de armas tuvieron que ser equipados con el atrezo de al-
gunas compañías de teatro y hasta con las picas napoleónicas del buque in-
signia del almirante Nelson, el Vicíory, de más de 150 años, anclado en el puer-
to de Portsmouth.
Arriba: Cazas Messerschmitt Bf 109 volviendo tras su ataque a Kent. Página opuesta: Un Spitfire ladeándose.
76
^íS«^?sgí
LAS INVASIONES DEL EJE
Comandantes alemanes observan a sus tropas preparándose para la «Operación León Marino», la planeada invasión de Gran Bretaña.
Al mismo tiempo. los oficiales de alto rango tanteaban a traxés de los diplo-
máticos suecos para ver si se podía llegar a un acuerdo que pusiera ñn a la gue-
rra. Se cree que el antiguo primer ministro Da\ id Lloyd George y el duque de
Windsor (rey Eduardo VIH antes de su abdicación), estaban preparados para di-
rigir los destinos del país después de la derrota. También es posible que algunos
aristócratas considerasen la posibilidad de entregar Malta y otras colonias britá-
nicas para aplacar a Hitler. Pero Churchill estaba decidido a que Gran Bretaña se
mantuviera firme y rechazó cualquier otra idea.
En un discurso en el Reichstag el 19 de julio. Hitler advirtió a Gran Bretaña
del «interminable sufrimiento y miseria» que les esperaba si rechazaban sus con-
diciones de paz. Churchill encomendó a Halifa.x. uno de los arquitectos del apa-
ciguamiento, la tarea de despreciar por radio la oferta nazi. Unos días después,
la «Operación León Marino», la invasión de Gran Bretaña, fue fijada para el 15
de septiembre.
A los jefes del estado mayor alemán les preocupaban los planes de la inva-
sión. La armada alemana no estaba capacitada para la tarea y sospechaban que
cruzar el Canal sólo sería posible después de que la Liiftwajfe hubiera alcanzado
la supremacía aérea sobre los británicos. Goering prometió conseguirla en cues-
tión de unas semanas y, el 13 de agosto, dio comienzo la llamada «batalla de In-
glateiTa».
El primer día de combate marcó la pauta de lo que habría de suceder en los
meses siguientes. Una ola tras otra de bombarderos de la Lufnvaffe, escoltados
78
LA FORTALEZA INSULAR
por cazas, sobrevolaron los aeródromos, puertos y otros objetivos británicos, su-
friendo pérdidas en una proporción de dos a uno.
Aunque la superioridad alemana era abrumadora, los británicos tenían varias
ventajas. Ellos operaban en su propio territorio, de modo que los Spitfires y Hu-
rricanes podían atacar, aterrizar para repostar y despegar de nuevo para seguir
luchando. Contaban con radares que les permitían anticipar la llegada de los bom-
barderos enemigos. También tenían un ministro para la producción de aviones
de combate, el magnate de la prensa Lord Beaverbrook, designado por Churchill
en mayo, que había logrado ganar en productividad a las fábricas alemanas. Ade-
más, su objetivo era sencillo y claro: la destrucción de todos los bombarderos
alemanes posibles, mientras que Goering modificó sus objetivos en varias oca-
siones, mellando la moral de los pilotos alemanes.
Por otro lado, el ánimo de la RAF—Real Fuerza Aérea— iba en aumento a
medida que avanzaba la contienda. «Nunca en el campo de los conflictos huma-
nos, tantas personas han debido tanto a tan pocos hombres», dijo Churchill en su
tributo a los aviadores.
Agosto de 1 940: Miembros de la Home Guará británica —voluntarios de la defensa local— durante su entrenamiento.
79
LAS INVASIONES DEL EJE
Arriba: Spitfires en formación de ataque. Abajo: Hurricanes despegan apresuradamente para tratar de interceptar a los bombarderos enemigos.
80
LA FORTALEZA INSULAR
Agujeros de bala en un Junkers 88 derribado cerca de la costa inglesa
81
LAS INVASIONES DEL EJE
Dorniers sobre los muelles de Londres.
A pesar de todo, los británicos su-
frieron la escasez de pilotos. Los que
sobrevivían se encontraban cada vez
bajo mayor presión y peleando junto
a nuevos reclutas que cada día tenían
menos experiencia. Tampoco veían la
forma de responder a los efectivos ata-
ques alemanes sobre los aeródromos
de Kent.
Entonces, por uno de esos extra-
ños giros de la guerra, de pronto los
ataques fueron suspendidos. Un bom-bardero alemán, perdido en su trayecto
de vuelta el día 24 de agosto, bom-bardeó Londres por accidente y Chur-
chill respondió con una serie de ata-
ques aéreos sobre Berlín. Hitler se
sintió ultrajado, pues se había prome-
tido que tal cosa no sería posible, de
manera que empezó a dirigir sus ata-
ques contra las ciudades británicas,
estrategia que ambos bandos adopta-
ron durante el resto de la guerra. Los
aeródromos británicos quedaron a sal-
vo; a finales de la batalla, en octubre,
los alemanes habían perdido 1.733
aviones y los británicos 915.
Ese mismo mes, Hitler pospuso la invasión de la isla hasta el invierno. El
bombardeo masivo de ciudades británicas, el llamado «Blitz», destruyó tres mi-
llones y medio de hogares y mató a más de 30.000 personas. Coventry quedó
prácticamente demolida el 14 de noviembre; un ataque masivo en la noche del
29 de diciembre acabó con ocho de las históricas iglesias de Wren y obligó a los
bomberos a demoler otros edificios para crear cortafuegos, algo que no ocurría
desde el Gran Incendio de 1666. En un solo mes, los grupos civiles encargados
de desactivar las bombas tuvieron que quitar las espoletas de más de 4.000 de
ellas que no habían detonado al caer sobre la ciudad. «Siento que estamos lu-
chando por nuestra vida y que sobrevimos día a día, hora a hora», dijo Churchill
en el Parlamento.
Pero estas tácticas de terror, lejos de quebrar la moral de la población bri-
tánica, parecieron reforzar su deseo de resistir. Fue una lección que, al pare-
cer, no aprendió el mando de bombardeos británico, que se empeñó en conti-
nuar la política de bombardeos sobre Alemania hasta las últimas semanas de
la guerra.
En junio de 1941, los ataques aéreos alemanes sobre Gran Bretaña eran cada
vez menos impetuosos, ya que Goering había desviado su atención hacia otro
proyecto: la guerra del Este. Mientras tanto, una batalla personal en el Ministe-
rio del Aire enfrentaba a Hugh Dowding y Keith Park, los dos hombres respon-
sables del triunfo en la batalla de Inglaterra. Este enfrentamiento supuso la des-
titución para ambos.
82
LA FORTALEZA INSULAR
Arriba: Souttiwark en llamas durante un bombardeo. Abajo: Los restos de la estación de Metro de Balham.
83
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LA FORTALEZA INSULAR
PÁGINA OPUESIA: Enero de 1941 . Ruinas de Londres vistas desde San Pablo. Arriba: Las mangueras para sofocar incendios, tendidas sobre una calle tras de un bombardeo.
Bomberos trabajando en los escombros del East End londinense.
85
LAS INVASIONES DEL EJE
Arriba: Una familia inglesa llevando las máscaras de gas se introduce en su nuevo refugio antiaéreo. Abajo: Niños esperando lo evacuación.
LA FORTALEZA INSULAR
Su carácter de isla permitía a Gran
Bretaña resistir la invasión de Ale-
mania, pero sólo porque las comu-nicaciones marítimas con Américase mantenían abiertas y a través de
ellas llegaban alimentos y provisio-
nes. Hitler se percató de esto y, ya en
septiembre de 1939, ordenó a sus sub-
marinos hundir cuantos barcos les fue-
ra posible para rendir a Gran Bretaña
por hambre.
La llamada «batalla del Atlántico»
había comenzado con el hundimiento
del transatlántico británico Athenia el
4 de septiembre de 1939 y la coloca-
ción de minas magnéticas en torno a
las costas de Gran Bretaña. Pero des-
pués de la caída de la Europa occi-
dental, la guerra naval adquirió una
nueva intensidad. Los puertos france-
ses del Atlántico quedaron a dispo-
sición de los alemanes y los 118
submarinos italianos empezaron a me-
rodear por el Mediterráneo. Al mis-
mo tiempo, los preciosos barcos que
servían de escolta en el Atlántico fue-
ron enviados al sur de Inglaterra en
previsión de una invasión, a pesar de
las enérgicas protestas del almirante
sir Charles Forbes.
Tan sólo en julio de 1940, se hun-
dieron en el Atlántico más de 500.000
toneladas de navios. Los descifrado-
res alemanes de códigos habían apren-
dido a leer las señales de la Armadabritánica, de manera que conocían de
antemano las rutas de muchos de sus
convoyes. El comandante de subma-
rinos Karl Doenitz era capaz de dirigir sus navios con infalible precisión. Cal-
culó que los británicos tendrían que rendirse si conseguía hundir 750.000 to-
neladas mensuales. Y los británicos compartían su punto de vista: ellos cifraban
la cantidad en 600.000 toneladas.
Pero los submarinos eran lentos y las distancias enormes: muchos convoyes
se les escapaban. Hitler había dado menos prioridad a la construcción de sub-
marinos de lo que al almirante Doenitz le hubiera gustado y a finales de 1940
sólo 22 de ellos eran operativos. Por otro lado, los comandantes de la guerra sub-
marina habían desarrollado unas nuevas tácticas letales, operando en «manadas
de lobos», y las hazañas de héroes como Otto Kretschmer y Gunther Prien (res-
ponsable del hundimiento del Royal Oak) servían de ejemplo a otros coman-dantes.
Los londinenses se refugian en el Metro.
87
LAS INVASIONES DEL EJE
El as de la guerra submarina, Otto Kretschmer.
Los británicos se vieron obligados a buscar la ma-
nera de devolver el golpe. Valiéndose de rudimenta-
rios equipos de sonar, los destructores y corbetas de-
jaban caer cargas de profundidad cuando intuían la
presencia de un submarino. En marzo de 1941 , Prien
había sido hundido y Kretschmer capturado. Ambosterminaron sus carreras peleando contra el mismoconvoy. Antes de hundirse. Kretschmer —decidido
a ser el primer comandante que mandaba a pique
500.000 toneladas— ordenó a su operador de radio
que informara a Doenitz de que acababa de hundir
otras 50.000. El hombre responsable del hundimien-
to del Atheiiia. Julius Lemp. también fue capturado
por los británicos, y con él el material en código que
permitió a Gran Bretaña descifrar los mensajes na-
vales alemanes.
La ayuda llegó con la Ley de Préstamos y Arrien-
dos aprobada en los Estados Unidos. El presidente
Roosevelt prometió a los británicos 50 destructores
de mediana edad a cambio de bases estratégicas y
otras concesiones comerciales. Cuando se entregaron los barcos, en septiembre
de 1940. sólo nueve de ellos estaban listos para servir en combate, pero aun así.
era un importante gesto simbólico de Roosevelt. que estaba teniendo que luchar
contra el poderoso grupo aislacionista que pretendía mantener a América fuera
del conflicto.
Una vez elegido para su tercera legislatura a tíñales de 1940. Roosevelt pudo
ayudar todavía más a los británicos. Tropas americanas fueron movilizadas a Is-
landia para relevar a las fuerzas británicas, y pronto los destructores americanos
empezaron a ser atacados por los submarinos alemanes.
«En marzo y abril, tendrá lugar el inicio de una
batalla naval como el enemigo nunca ha soñado»,
prometía Hitler en 1941. «Donde quiera que nave-
guen, nuestros submarinos irán a su encuentro has-
ta que llegue el gran momento final.» En el mes de
abril de 1941 . 700.000 toneladas acabaron en el fon-
do del Atlántico. Fue quizá el momento en que Gran
Bretaña estuvo más cerca de perder la guerra.
También sobre la superficie existía la amenaza
de un ataque alemán—acorazados de bolsillo, cru-
ceros y mercantes reconvertidos— aunque Hitler
reservó lo mejor de su flota por miedo a los efec-
tos propagandísticos negativos que traería la pér-
dida masiva de buques de gueiTa. En enero de 1941
.
los cruceros alemanes Scharnhorst y Gneisenaii
entraron en el Atlántico a través del estrecho de Di-
namarca, y después de una afortunada travesía en
la que atacaron a los convoyes enemigos y evita-
ron ser alcanzados, entraron en el puerto francés
de Brest. Gunther Prien en la torrecilla del submarino.
88
LA FORTALEZA INSULAR
Animado por este éxito, en mayode 1941, el comandante naval Erich
Raeder ordenó repetir la aventura, esta
vez utilizando el nuevo y poderoso aco-
razado de bolsillo Bismarck. A las ór-
denes de Gunther Lutjens, cerebro de
las operaciones del Gneisenau y el
Scharnhorst, el acorazado se deslizó
desde el fiordo noruego en que estaba
anclado poniendo rumbo a las rutas de
convoyes.
Alertados por la amenaza que esto
suponía para sus mercantes, la flota
británica fue en su persecución. En un
corto combate, el crucero británico
Hood recibió un impacto en el pañol de municiones y explotó; sólo tres de sus
tripulantes sobrevivieron. Pero el 28 de mayo, mientras se dirigía a Brest, el
Bismarck fue finalmente atrapado y hundido. Cientos de marinos alemanes mu-
rieron ahogados, ya que los barcos británicos de rescate tuvieron que abando-
nar la zona al ser amenazados por un submarino alemán. «El Bismarck presentó
una noble batalla, luchando contra fuerza muy superiores —escribió el almi-
El almirante alemán Raeder.
Rigores árticos de un convoy británico
89
LAS INVASIONES DEL EJE
Convoy de destructores de lo Royal Navy.
Improvisado muestra de apoyo al esfuerzo bélico de los rusos en un puerto inglés.
90
LA FORTALEZA INSULAR
Mayo de 1941 : El Bismarck responde al fuego de la armada británica.
rante inglés sir John Tovey, en su informe— . Es una pena que "por razones po-
líticas" este hecho no pueda hacerse público.»
Se dice que la tristeza de Hitler al conocer la noticia del hundimiento era in-
descriptible. Tenía además otro motivo de preocupación. El día antes del hundi-
miento del Bismarck, el primer convoy totalmente escoltado partía de Terrano-
va; parecía que los momentos de júbilo para los comandantes de submarinos
alemanes estaban tocando a su fm.
Los nazis no fueron capaces de doblegar a Gran Bretaña ni por aire ni por
mar. De haber tenido éxito una invasión de la isla, es más que probable que el
régimen instaurado hubiera sido similar al del resto de la Europa ocupada. Los
intelectuales liberales habrían sido arrestados (ya se había redactado una lista con
2.820 nombres), los judíos hubieran sido «transportados» y esclavizados, y ha-
brían proliferado los movimientos de colaboracionismo y resistencia.
Los británicos fueron afortunados al no tener que sufrir la larga noche de la
ocupación, en la que el vecino desconfiaba del vecino y la supervivencia era a
menudo una cuestión de suerte.
91
LA VIDAEN EL REICH
Tiranía y persecución en la Europaocupada
Poco después de que el mariscal Pétain firmara el armisticio con los genera-
les de Hitler. el general Charles de Gaulle, de 49 años de edad, voló a Lon-
dres desde Burdeos, sobrevolando un buque de transporte británico a punto de
hundirse en el golfo de Vizcaya. A las 6 p. m. del 18 de julio de 1940, el futuro
jefe del Ejército Libre Francés pronunció su famoso discurso radiofónico al pue-
blo de Francia, una llamada a las armas, tibiamente recibida por el nuevo go-
bierno de Vichy. «Ocurra lo que ocurra, la llama de la resistencia francesa no
debe ni puede morir», dijo. En aquel momento, en París. Hitler visitaba, triun-
fal, la tumba de Napoleón. «Estoy agradecido al destino,» exclamó solemne-
mente.
Aunque los actos de genocidio ya habían tenido lugar en la Polonia ocu-
pada, los conquistadores de la Europa occidental no sabían aún qué podían es-
Extraña pareja: El mariscal Pétain con Hermann Goering.
92
LA VIDA EN EL REICH
Un guardia de la Gestapo vigila a unos «sospechosos» polacos.
93
LAS INVASIONES DEL EJE
perar de sus nuevos señores. No tu-
vieron que esperar mucho para com-probarlo. El comisario nazi de los Pa-
íses Bajos, Arthur Seyss-Inquart,
prometió mantener las leyes holan-
desas en tanto fuera posible, pero ad-
vertía amenazadoramente: «Por su-
puesto, no consideramos a los judíos
como holandeses.»
Bajo la ocupación nazi, no se per-
mitía a los ciudadanos franceses es-
cuchar la BBC, leer literatura «no aria»
o «suvbersiva», enviar telegramas o
viajar libremente; además, tenían que
acatar el toque de queda a las 7 p. m.
En Holanda, se eliminó la palabra
«real» en los nombres de calles y en
las oraciones, y se ordenó a los sacer-
dotes que dejaran el Salmo 130 fuera
de sus sermones. Más al Norte, los noruegos, además de ver su país ocupado,
se vieron obligados a pagar los gastos de la invasión nazi.
Hubo actos de resistencia pasiva. Los profesores noruegos de historia se-
cundaron unánimemente una propuesta de huelga y los estudiantes daneses lu-
cían los colores de la RAF; el rey de Dinamarca incluso envió telegramas de con-
dolencia a los policías que habían resultado heridos en una revuelta en la que
De Gaulle en un buque de guerra británico.
Los ciudadanos de Praga se fueron acostumbrando al régimen nazi.
94
estaban implicados 300 nazis locales.
Pero estas muestras de ultraje, aunque
valientes, eran muy poco efectivas y a
veces contraproducentes. Cuando los
miembros de la Corte Suprema de No-
ruega dimitieron en protesta por la ad-
ministración de justicia nazi, simple-
mente se colocó en sus puestos a otros
funcionarios más manejables.
Al mismo tiempo, los colaborado-
res empezaron a destacarse. Uno de los
más infames fue el noruego Vidkun
Quisling. Cuando los nazis estaban in-
vadiendo el país en 1940, Quisling se
introdujo furtivamente en un estudio
de radio y anunció que él asumía el
control. Aunque Hitler se deshizo de
él seis días despuués, volvió a ser una
marioneta del poder nazi en 1942.
Los gobiernos de los países con-
quistados se encontraban en una si-
tuación intolerable: todas y cada una
de las decisiones oficiales tenían que
contar con el consentimiento nazi. Pro-
bablemente, ni el propio mariscal Pé-
tain era plenamente consciente de las
implicaciones que tendría el «camino
de la colaboración», como él mismolo denominó. El gobierno de Vichy fue
obligado a costear la ocupación ale-
mana del norte de Francia, mientras su
delegado, PieiTe Laval, cortejaba abier-
tamente a los fascistas, tratando de de-
jar a un lado al viejo guerrero.
También los hombres y mujeres co-
munes entendieron pronto el precio de
la ocupación. A finales de 1940, lle-
garon a Varsovia los primeros telegramas que anunciaban la muerte de algún fa-
miliar en los campos de concentración. Los partisanos y los «étnicamente inde-
seables» eran despachados con un tiro. Todos los habitantes no-germánicos tenían
que abandonar sus hogares para hacer sitio a los «arios» recién llegados. Cuan-
do el 20 de abril de 1941 (día en que Hitler cumplía 52 años), un soldado alemán
fue asesinado de un disparo en el Metro de París, 22 rehenes civiles fueron eje-
cutados como represalia y su castigo publicado en carteles por toda la ciudad.
En Londres, se formaron un buen número de organizaciones destinadas a de-
rribar el régimen nazi. El SOE (Ejecutivo para Operaciones Especiales) era la
más importante de ellas. Su misión, como explicaba Churchill a su ministro HughDalton, era «hacer que Europa se encendiera de cólera». El SOE comenzó a en-
viar agentes adiestrados a Europa con la misión de contactar con los grupos de
resistencia.
La «guerra cultural»: Soldados alemanes hacen turismo en Praga.
95
LAS INVASIONES DEL EJE
Arriba: Los partisanos pagaron el terrible precio de su resistencia. Página opuesta: Vida nocturna en París durante la ocupación.
Noel Newsome en la BBC
La difusión radiofónica también era un asunto prioritario. La BBC y el Mi-
nisterio de Asuntos Exteriores cooperaron en la creación de un Servicio Euro-
peo, un medio de comunicación para los exiliados de los países ocupados, y una
inspiradora fuente de noticias. Su director. Noel Newsome era el encargado de
coordinar las transmisiones en tres cadenas, que emitían en más de veinte idio-
mas. Newsome estaba convencido de que las noticias
en tiempo de guerra eran más efectivas que la propa-
ganda, cuando tenían una «esencia moralizante».
«¿Arriesgarías tu vida por escuchar algo así?», gara-
bateaba en los guiones oficiales, reclamando el dere-
cho a conocer la verdad de los europeos que escu-
chaban en secreto los programas ilegales. «No basta
con que nos mostremos astutos al denunciar las men-
tiras de los nazis y hacerles parecer estúpidos por lle-
varlas a cabo tan toipemente —escribía Newsome-—
.
Debemos ir mucho más lejos y demostrar que esos
fraudes son las manifestaciones inevitables de un sis-
tema intrínsecamente fraudulento, de un sistema que
es esencialmente falso, una patraña que, por su pro-
pia naturaleza, no puede durar.»
Por el contrario, los propagandistas nazis estaban
maniatados por el temor a separarse de la línea ofi-
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LAS INVASIONES DEL EJE
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OISCOVERED) FOR THE OFFENCE OF MARKING ON ANY QATE,
WALL OR OTHER PLACE WHATSOEVER VISrBLE TO THE PUBLIC
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WOROS CALCULATED TO OFFENO THE GERMÁN AUTHORITIES
OR SOLOIERS.
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VÍCTOR Q. CAREY,^fc^ BailiH.
Arriba: Los oficiales locales de la Guernsey ocupada también tenían que respetar las normas. Abajo: Tropas alemanas en Notre Dame, París.
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LA VIDA EN EL REICH
Un control alemán en una zona rural francesa.
cial del partido y por la intervención absoluta de los poderes políticos. El propio
Hitler ordenó en una ocasión que no debía volver a usarse el nombre «Winston
Churchill» si no era acompañado del epíteto «bebedor de whisky».
Newsome también inició la campaña «V de Victoria», usada primero por el
servicio belga de la BBC a principios de 1941 . En pocas semanas comprobó que
la campaña había sido un rotundo éxito: por toda la Europa ocupada, el símbolo
de la «V» aparecía pintado en las paredes, mientras los taxis tocaban la melodía
de la campaña a golpe de claxon.
Su impacto fue tal que Goebbels trató en vano de apropiarlo para su cau-
sa, reclamando que la «V» era la primera letra del antiguo término alemán Vik-
toria. Mandó además que se colgara de la Torre Eiffel un gigantesco símbolo
en forma de V. El Servicio Europeo respondió con la misma moneda: la ver-
dad, dijeron, es que la «V» alemana representa la palabra Vergeltimg (perse-
cución).
99
LAS DESVENTURASDE MUSSOLINILas derrotas italianas en Grecia
y África
I
El motivo principal de Mussolini para declarar la guerra a Francia y Gran Bre-
taña era su temor a perder un sitio en las negociaciones de paz. «Es la lucha
de los pueblos jóvenes productivos contra los pueblos estériles en el umbral de
su declive», declaraba el 10 de junio de 1940. Intoxicados de su verborrea hue-
ra, los jóvenes camisas negras italianos se lanzaron a las calles gritando: «¡Niza,
Córcega, Túnez, Suez!»
Celoso de las victorias de su aliado fascista en el norte de Europa, Musso-
lini se inventó una guerra contra Grecia. El 28 de octubre, las tropas italianas
con sus uniformes de verano atravesaban la frontera hacia un invernal campo
de batalla e inmediatamente toparon con un ejército griego que empujó a sus
Mussolini acepta la rendición de una tribu beduino en Libio.
100
LAS DESVENTURAS DE MUSSOLINI
El comandante de un blindado italiano reconoce el desierto libio.
inexpertos soldados hasta Albania. Aun así, la entrada de Mussolini en la gue-
rra suponía una amenaza para las posesiones británicas en Egipto y Sudán,
dada la presencia de grandes ejércitos italianos en Libia y el África oriental.
Allí, 50.000 soldados británicos y del Imperio se enfrentaban a medio millón
de italianos.
Con el fin de proteger Egipto y los campos petrolíferos de Oriente Medio,
Churchill envió a esa región la tercera parte de los tanques británicos en el mo-
mento en que la batalla de Inglaterra estaba en su apogeo. Al llegar a su desti-
no, las fuerzas británicas a las órdenes del general sir Archibald Wavell y el al-
mirante sir Andrew Cunningham lanzaron ataques preventivos contra los
italianos. El 1 1 de noviembre, aviones del portaaviones británico Illustrioiis
atacaron a la flota italiana anclada en el puerto de Taranto, destruyendo la mi-
tad de sus buques. El 7 de diciembre, una pequeña fuerza británica dirigida por
101
LAS INVASIONES DEL EJE
r
Artilleros italianos encargados de una ametralladora en el desierto libio.
Valentines italianos fuera de combate tras un encuentro con los blindados enemigos en el desierto.
102
LAS DESVENTURAS DE MUSSOLINI
el general Dick O'Connor abrió una brecha en las
líneas italianas y tomó Tobruk y El Aghelia, des-
truyendo diez divisiones enemigas y tomando
130.000 prisioneros; el precio de toda la operación
fue de tan sólo 438 bajas.
Esta extraordinaria operación fue coronada por
uno de los avances de carros blindados más rápidos
nunca conocidos: la IV Brigada Blindada recorrió
170 millas en 33 horas para cortar la retirada a los
tanques italianos.
Pero esta ventaja se desperdició. En una de sus
peores decisiones de la guerra, Churchill ordenó a
O'Connor detener el avance y tomar Trípoli, donde
le esperaban los italianos. Había decidido trasladar la
mayor parte de la guarnición de Tobruk a Grecia para
proteger los Balcanes de un posible ataque nazi.
Al darse cuenta de que el control de los campos
petrolíferos de Oriente Medio afectaría al desenla-
ce de la guerra, Hitler intervino para ayudar a Mus-
wmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm solini. El 12 de febrero de 1941, el general alemán
Erwin Rommel fue enviado a Trípoli al mando de
una división de tanques, germen de la que después se llamaría «Afrika Korps».
Rommel se había destacado el año anterior en Francia, atrayendo la atención del
Führer. En África volvió a triunfar, sorprendiendo a las diezmadas tropas britá-
nicas, a las que hizo retroceder hasta Tobruk. El 30 de marzo, tomó el puerto e
hizo prisionero al general O'Connor.
Mientras tanto, Hitler había deci-
dido ocupar Grecia para amenazar los
campos de petróleo del mar Negro y
Oriente Medio. Necesitaba para ello
la ayuda de Bulgaria y, al menos, la
neutralidad de Yugoslavia, pero su
pacto con este país se quebró a los dos
días cuando el príncipe regente fue
depuesto y su trono ocupado por el
joven príncipe Peter. En el plazo de
una semana, la Wehrmacht destrozó
al ejército yugoslavo y el país fue des-
menuzado con ayuda de los invaso-
res italianos y los húngaros. Belgra-
do quedó arrasada por los bombardeos
de la Lufiwaffe.
En Grecia, la intervención británi-
ca fue una triste repetición de la mal
planificada campaña de Noruega y la
pírrica victoria de Dunkerque. De los
62.000 soldados británicos, griegos y "
de la Commonwealth allí desplegados, Enero de 1941: O'Connor y Wavell.
103
Febrero de 1941: Ametralladores británicos disparando sus Vickers en Libia.
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Tanques italianos MI 3/40 en uno de sus desastrosos contraataques.
104
LAS DESVENTURAS DE MUSSOLINI
Columnas de prisioneros italianos de camino a una larga estancia tras las alambradas de púas.
Soldados neozelandeses con una bandera italiana capturada.
105
LAS INVASIONES DEL EJE
Aviones alemanes de transporte Ju-52 llegando o los aeródromos italianos.
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Tropas italianas reptando bajo las alambradas de púas enemigas.
106
LAS DESVENTURAS DE MUSSOLINI
50.000 tuvieron que ser evacuados cuando avanzaron los alemanes. Entre ellos,
el gobierno y el rey del país.
Gran parte del Oriente Medio se encontraba ahora en peligro. Las tropas
iraquíes atacaron las bases aéreas británicas próximas a Bagdad y el gobierno
de Vichy permitió a los alemanes utilizar las suyas en Siria. El único momen-to de esplendor aliado fue la batalla de Matapan, librada el 27 de marzo. Allí
la Flota Británica del Mediterráneo, que había conseguido acceder a
los códigos navales italianos, emboscó y prácticamente aniquiló a la armada
italiana.
Noviembre de 1941: Desconsolados prisioneros alemanes e italianos a las afueras de Tobruk.
107
LAS INVASIONES DEL EJE
n
LAS DESVENTURAS DE MUSSOLINI
PÁGINA OPUESTA: Tropos británicas inspeccionando los restos de un convoy del Eje.
Abajo: Soldados italianos bajo el fuego céreo de la RAF.
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Las tropas británicas evacuadas de Grecia se concentraron en Creta, «defen-
didas» por las bases aéreas egipcias, a más de 300 millas de distancia. Confian-
do en que sus fuerzas estaban ahora relativamente seguras gracias al control ma-
rino de la Royal Navy, los jefes aliados no previeron la amenaza aérea. «No puedo
entender tanto nerviosismo; no me preocupa lo más mínimo un ataque desde el
aire», dijo el comandante en jefe aliado, el general neozelandés sir Bernard Frey-
berg, antes de que los primeros paracaidistas alemanes aparecieran el 20 de mayo.
En realidad, 3.000 de ellos habían atemzado en la isla, apoderándose de los pun-
tos estratégicos y sirviendo de punta de lanza al desembarco posterior. «La vic-
toria en Creta es esencial en este momento crucial de la guerra», advertía Chur-
chill; pero ya era demasiado tarde.
109
LAS INVASIONES DEL EJE
Abajo: Marzo de 1941. La flota italiana frente a Matapan
Arriba: Mayo de 1941. Kurt Student, general de las tropas paracaidistas, en Creta.
PÁGINA opuesta: Carro blindado alemán Mk IV al pie de la Acrópolis, Atenas.
10
n
LAS DESVENTURAS DE MUSSOLINI
1 1 1
LAS INVASIONES DEL EJE
Paracaídas alemanes llenan el cielo de Creta.
Tropas de montaña alemanas desembarcan en Creta.
1 1 2
LAS DESVENTURAS DE MUSSOLINI
El crucero británico York, varado en Creta.
Confusos y desmoralizados, los británicos se retiraron a las playas del sur de
la isla, desde donde la Royal Navy los evacuó a Egipto. Pero tres de sus cruce-
ros y seis destructores fueron hundidos por los bombarderos en picado alemanes
durante la operación y 13.000 soldados quedaron abandonados.
A pesar de haber saldado con éxito la operación, los alemanes sufrieron gra-
ves pérdidas durante el combate. Por esta razón, Hitler descartó la idea del ge-
neral de las tropas aerotransportadas, Kurt Student, de volver a utilizar a los pa-
racaidistas para capturar Chipre y el Canal de Suez.
Puede que el Führer estuviera acertado en su decisión de aprovechar la con-
fusión aliada en el Oriente Medio. De GauUe se había equivocado al pensar que
las fuerzas de Vichy desplazadas allí responderían a su llamada y se volverían
contra las tropas del Eje; al final, británicos y franceses se encontraron pelean-
do entre sí en suelo sirio. Por otro lado, efectivos de la Legión Extranjera y del
Ejército Libre, asediados por los italianos en el desierto libio de Bir Hakeim, rom-
pieron el cerco y se unieron a las líneas británicas.
Entre ellos estaba el futuro primer ministro francés,
Pierre Messmer.
En África oriental no existía tal confusión: las
fuerzas británicas estaban expulsando imparables
a los italianos, cuyo comandante, el duque de Aos-
ta, se rindió el 19 de mayo. Dos semanas antes, el
emperador de Abisinia, Haile Selassie, fue devuelto
a su capital Addis Abeba, acompañado de Orde
Wingate, el líder de la guerrilla británica.
Pero en Libia, el contraataque de Wavell a Rom-mel, conocido como «Operación Hacha de Gue-
rra», fue parado en seco por los cañones antiaére-
os alemanes de 88 mm, que destrozaron el blindaje
ligero de los tanques británicos. El 21 de junio
de 1941, Churchill ordenó al general sir Claude
Auchinleck que se cediera el puesto de coman-dante en jefe aliado en el Oriente Medio al gene-
ral Wavell.
El general Auchinleck habla o la prensa.
BARBARROJALos ejércitos de Hitler invaden
la Rusia stalinista
La invasión nazi de la Rusia soviética fue quizá el acontecimiento más tras-
cendente de la Segunda Guerra Mundial. A pesar del cinismo del pacto Mo-lotov-Ribbentrop, Hitler siempre había desconfiado de Stalin y los comunistas
siempre habían considerado a los nazis como sus verdaderos enemigos ideoló-
gicos. Hitler necesitaba nuevos espacios en el Este para llevar a cabo su ansiada
Lebensraiim. Existían además razones estratégicas que justificaban la invasión.
En junio de 1940, las tropas de Stalin habían entrado en Rumania para recupe-
rar la antigua provincia rusa de Besarabia: estaban peligrosamente cerca de los
campos petrolíferos rumanos, de los cuales dependía el frente occidental de Hi-
tler. El apoyo rumano al proyecto de Hitler de invadir la Rusia soviética iba uni-
do al acuerdo nazi de que la provincia les sería devuelta.
Sin embargo, Hitler tenía en primer lugar que vencer la inquietud de muchos
de sus generales: la catastrófica aventura de Napoleón en suelo ruso era, después
Los sufrimientos causados por la «Operación Borbarroja».
1 14
BARBARROJA
Agosto de 1941: Columnas alemanas cerca de Minsk.
de todo, una lección ejemplar en los manuales bélicos de cualquier país. Pero Hi-
tler logró convencerles de que una invasión no era más que un movimiento an-
ticipatorio y que tarde o temprano Stalin ordenaría a sus «hordas bárbaras» mar-
char hacia el Oeste. Si las fuerzas alemanas lograban doblegar al Ejército Rojo
lo bastante rápido, insistía, y las principales ciudades eran tomadas, los rusos se
mostrarían incapaces de reagruparse y tendrían que pactar un acuerdo. Los ge-
nerales también estaban persuadidos de la superioridad de su ejército: ellos mis-
mos habían presenciado el daño que los mal pertrechados finlandeses habían cau-
sado a los rusos.
1 15
M^r^ri
LAS INVASIONES DEL EJE
Por su parte, Stalin se encontraba totalmente desprevenido. Muchos de sus
mejores generales habían sido asesinados en las purgas de antes de la guerra.
Además, ignoró la detallada información que el espía soviético en Tokio, Richard
Sorge, le había facilitado sobre los planes de ataque alemanes. El líder soviético
supuso que Hitler no atacaría hasta haber invadido Gran Bretaña: los británicos,
por su parte, le informaron de la fecha en que, acertadamente, habían predicho
iba a comenzar el ataque a Rusia.
La «Operación Barbarroja» empezó el 22 de junio de 1941. un día antes del
aniversario de la invasión napoleónica de 1812. Más de 3.000.000 de hombres,
7. 100 piezas de artillería y 3.300 tanques fueron desplegados en un frente de 930
millas. No hubo declaración de guerra.
El general Wilhelm Ritter von Leeb condujo al Cuerpo de Ejército del Nor-
te hasta el interior de Lituania: Fedor von Bock atravesó Polonia con el del Cen-
tro y se dirigió a Moscú, y el general Gerd von Rundstadt tomó el Cuerpo de
Ejército del Sur y lo condujo a través de Ucrania. El Ejército Rojo iba a quedar
Tropas de asalto son ayudados en su desplazamiento por un cañón autopropulsado Stub
] 16
13
BARBARROJA
«Localizar y destruir» en uno aldea rusa. Un Ju 87 Stuka se prepara pora bombordeor en picado uno ciudad rusa.
atrapado en el corazón de Rusia por un gigantesco movimiento de pinza. «He
decidido depositar el destino y el futuro del Reich y de nuestro pueblo en ma-
nos de nuestros soldados —anunció Hitler— . Que Dios nos ayude, especial-
mente en la pelea.»
La Luftwajfe bombardeó cinco ciudades y alcanzó 66 aeródromos soviéticos.
Como Stalin había descartado precauciones contra ataques aéreos en caso de gue-
rra con Alemania, los aviones soviéticos fueron bombardeados en tierra en per-
fecta formación; la fuerza aérea rusa occidental fue totalmente destruida sin ha-
ber siquiera despegado. Stalin estaba aturdido y, en su desesperación, pensó
incluso en pedir la mediación japonesa. De Moscú no llegaban órdenes concre-
tas —hasta la de contraatacar tardó cuatro horas— y la Rusia estalinista no era
un lugar en que la gente estuviera acostumbrada a tomar la iniciativa. Se tarda-
ron varios días en empezar a movilizar a los 15 millones de hombres que com-
ponían las fuerzas armadas rusas.
El primer pueblo al que llegaron los alemanes, Slochy, fue incendiado, y sus
habitantes asesinados, a pesar de las protestas de uno de los comandantes de los
blindados. El 26 de junio, Finlandia decidió reiniciar su guena con Rusia apo-
yando al bando alemán; al día siguiente, se unió Hungría.
Desesperado, Stalin no se dejó ver durante once días. Apareció para dirigir-
se a su pueblo por primera vez el día 3 de julio, dejando atónitos a los oyentes
1 17
LA^S INVASIONES DEL EJE
La experiencia de combate de los alemanes y su superioridad táctica
determinaron el éxito aplastante de la «Operación Barbarroja».
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BARBARROJA
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BARBARROJA
con su acento de Georgia; se refirió a ellos como sus «amigos», apelando al pa-
triotismo esencial, más que a sus principios comunistas. Se autoproclamó co-
mandante en jefe, movimiento que garantizaba al Ejército Rojo que no estaba
decidido a abandonarlos. Mientras tanto, Hitler trasladó su centro de mando a
Rastenburg, la «Guarida del Lobo», una ciénaga infestada de mosquitos situada
en la Prusia Oriental, desde la cual iba a dirigir la guerra durante los tres años si-
guientes.
El gran movimiento envolvente de Bock alrededor de Minsk acabó con las
divisiones del Ejército Rojo allí destacadas e hizo que se capturasen unos
300.000 prisioneros. «Parecía concentrarse en aquel lugar toda la miseria del
mundo», comentaba uno de los testigos que vio a los soldados arrastrándose
hacia su cautiverio. Los prisioneros de guerra del Ejército Rojo tenían sólidas
razones para temer por su suerte frente a los nazis: al final de la guerra, casi
2.000.000 de ellos habían muerto asesinados o a consecuencia de las enferme-
dades y el hambre.
Noviembre de 1941: Un partisano ruso capturado.
121
LAS INVASIONES DEL EJE
Destrucción de una columna blindada del Ejército Rojo.
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Los prisioneros rusos afrontaban su sombrío futuro entre la inanición y los trabajos forzados.
122
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Víctimas de la guerra en la ciudad soviética de Minsk
Pero, junto a estos asombrosos éxitos militares, los generales alemanes co-
metieron también grandes errores. El fulminante avance había extendido más
de lo debido sus líneas de aprovisionamiento, en tanto que a las afueras de Le-
ningrado las divisiones alemanas habían hecho un alto y esperaban a que lle-
gara la decisión sobre dónde debían concentrar su ataque: esta indecisión dio
tiempo a los habitantes de Leningrado a convertir la ciudad en una fortaleza.
También hubo desacuerdos en el alto mando alemán. El general de las divi-
siones blindadas, Heinz Guderian, quería forzar la marcha y tomar Moscú; Hi-
tler prefería apoderarse de las zonas industriales del Sur. «Mis generales desco-
nocen los aspectos económicos de la guerra», se burlaba Hitler. El 23 de agosto,
ya febril a causa del aire palúdico de la «Guarida del Lobo», el Führer ordenaba
la inmediata ejecución de su plan. Sus fuerzas centrales habían de ser divididas
entre el Norte y el Sur, y el ataque a Moscú, pospuesto.
Stalin hizo un nombramiento inspirado al encargar a Georgi Zhukov la de-
fensa de Leningrado. Zhukov ganó la primera fase de desgaste de la batalla y la
ciudad se preparó para un asedio que duraría hasta 1944 y que mató de hambre
a una tercera parte de sus habitantes, pero que mantuvo paralizada a una buena
paite del ejército alemán.
123
LAS INVASIONES DEL EJE
La guerra tras las líneas era feroz. Un tanque ruso BT-7 obondonado.
En el sur de Rusia, el avance alemán había sido mucho más decidido. Runds-
tedt tuvo que hacer frente a un ejército ruso de más de 1.000.000 de hombres,
pero cuya capacidad de defensa se vio mermada por la orden de Stalin de no re-
troceder un solo palmo. Otro hábil movimiento de pinza realizado entre Gude-
rian y el general Paul von Kleist se cerró en torno a la ciudad de Kiev, y para
cuando los alemanes se retiraron hacia Crimea y Ucrania, se habían hecho al me-
nos 1 .000.000 más de prisioneros.
Pero en otros aspectos, los rusos estaban empezando a recobrarse. Su fa-
mosa política de «tierra quemada» iba dejando el terreno convertido en un erial
a medida que se retiraban: «Ni una sola locomotora, ni un camión, ni una ho-
gaza de pan, ni un litro de combustible podía dejarse atrás», dijo Stalin. Uni-
dades completas de las tropas soviéticas fueron ejecutadas, acusadas de co-
bardía; se crearon organizaciones especiales para imponer la disciplina. Hasta
las quemaduras por congelación empezaron a estar
severamente castigadas. Detrás de las líneas, los par-
tisanos rusos atacaban con éxito las rutas de sumi-
nistro alemanas.
Una sección de la infraestructura militar soviética
había sido barrida, pero Rusia es un país enorme. Bajo
la codirección del futuro primer ministro ruso, Ale-
xei Kosygin, la capacidad industrial del país se fue
trasladando hacia el Este y pronto muchas fábricas
estuvieron produciendo de nuevo. Al año siguiente,
salieron de sus cadenas de montaje 3.000 aviones y2.000 tanques.
La reacción de Churchill ante la «Operación Bar-
barroja» había sido rápida. «Sólo tenemos un objeti-
vo y un único e irrevocable propósito —dijo— . Es-
tamos resueltos a destruir a Hitler y cualquier vestigio
del régimen nazi. Por consiguiente, ofreceremos a Ru-
sia y al pueblo mso toda la ayuda que necesiten.» Esta
ayuda incluía pasar a través de Suiza los códigos que
utilizaba el ejército invasor, descubiertos por los bri-
Generai Zhukov, organizador de las defensas. tánicos el 27 de junio.
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124
fj
BARBARROJA
Una ciudad rusa pasto de las llamas.
La alianza entre Churchill y Stalin fue casi tan peculiar como la anterior en-
tre este último y Hitler. «Si Hitler invadiera el infierno—dijo Churchill— , al me-
nos hablaría favorablemente del diablo en la Cámara de los Comunes.»
Stalin solicitó ayuda desde un primer momento y, aunque los británicos re-
chazaron la idea de abrir un segundo frente en Europa en aquella fase de la gue-
rra. Lord Beaverbrook aceptó desviar hacia Rusia algunos de los envíos de Amé-rica. El 28 de septiembre, el primer convoy del Ártico partió de Islandia con
rumbo a Archangel. Muy pronto, los convoyes americanos y británicos estarían
proporcionando grandes cantidades de equipamiento a los soviéticos, incluyen-
do 600.000 pares de botas mensuales. Clementine, la esposa de Churchill, puso
en marcha la campaña «Ayuda para Rusia».
Los relatos sobre las atrocidades nazis en el territorio ocupado intensificaron
el apoyo a Rusia. También contribuyó a ello la afirmación de Churchill de que
«desde las invasiones de los mongoles en Europa, en el siglo xvi, nunca se ha
visto una carnicería metódica y despiadada de tales dimensiones».
1 25
LAS INVASIONES DEL EJE
Una batería antitanque alemana de 37 mm en acción.
1 26
BARBARROJA
Esto no era una exageración. Se sucedieron las masacres de judíos en cada
nueva ciudad tomada, a veces con la ayuda entusiasta de los fascistas locales. En
sólo tres días del mes de agosto, más de 30.000 fueron asesinados en Kamenets
Podolsk, en Ucrania; en Odessa, el 22 de octubre, los nazis encerraron a 25.000
en cuatro gigantescos almacenes y les prendieron fuego.
El terrible tratamiento dispensado a la población civil restó a los alemanes
posibles aliados, como los ucranianos y bielorrusos que al principio les habían
dado la bienvenida con flores, besos y vodka.
Las fatigadas tropas paran para tomar sus raciones.
1 27
LAS INVASIONES DEL EJE
A finales de septiembre de 1941,
los alemanes estaban preparados para
seguir su avance hacia Moscú: los
periodistas alemanes prepararon el
anuncio de su caída. «El enemigo ha
sido vencido y nunca volverá a estar
en posición de levantarse», anunció
Hitler en un mensaje público. No era
la primera vez que hablaba antes de
tiempo.
Es cierto que ocho ejércitos rusos
fueron destruidos en la defensa de la
capital soviética y que la población
civil de Moscú intentaba aterrada
abandonar la ciudad; pero, aunque el
gobierno se había trasladado a Kuibys-
hev, Stalin permaneció presidiendo un
desfile para conmemorar la Revolución
de 1917. Y mientras tanto, 500.000
civiles cavaban 5.000 millas de trin-
cheras defensivas alrededor de la ciu-
dad. El ataque alemán quedó dete-
nido.
Y, aún peor para Hitler, el invierno
se acercaba. En noviembre la tempe-
ratura en los alrededores de Moscúbajó a los 31 grados Fahrenheit bajo
cero. Hasta el petróleo se congelaba;
los soldados alemanes tenían que en-
cender hogueras debajo de los tanques
durante cuatro horas antes de poder
ponerlos en marcha. Además, tuvieron que enfrentarse al nuevo tipo de carro
de combate ruso, el ágil y fuertemente armado T-34. El ejército del general
Zhukov se había reforzado con la llegada desde el Este de 25 divisiones; en el
Sur, las tropas rusas recuperaron Rostov. La prudencia dictaba a Hitler aplazar
su avance sobre Moscú hasta que el tiempo se hiciera más templado, pero como
la victoria ya había sido anunciada, temía que su propia propaganda se volvie-
ra contra él. Los alemanes continuaron avanzando y llegaron hasta las prime-
ras defensas de las afueras de la ciudad el 2 de diciembre. A lo lejos se veía el
Kremlin.
Pero tres días después, Zhukov dio a sus tropas la orden de pasar a la ofensi-
va. Hitler, determinado a no arriesgar una retirada a través de los campos hela-
dos, decidió aguantar sin retroceder un palmo. Para muchos de sus soldados, las
consecuencias fueron desastrosas: murieron congelados o fueron desbordados
cuando su armamento se quedó congelado.
Antes de Navidad. Hitler estaba tan furioso que reemplazó a todos los co-
mandantes de la operación y se nombró a sí mismo comandante en jefe.
Una batería antitanque y un cañón autopropulsado bloquean una carretera.
128
LOS TRES GRANDES
i
RAN BRUNEN SUS FUERZAS
EL GIGANTEDORMIDO
Fin de la política de aislamiento
americana
El enviado de los Estados Unidos en Gran Bretaña, Harry Hopkin, quedó im-
presionado por la moral de los británicos durante los bombardeos alema-
nes. «Si el valor es suficiente para vencer, el resultado es inevitable», informó
al presidente Roosevelt. Pero añadió, «Necesitan nuestra ayuda desesperada-
mente.»
Hopkins había sido enviado a Gran Bretaña en enero de 1941 a causa del in-
forme descorazonador remitido por Joseph Kennedy—padre de J. F. Kennedy yembajador americano— sobre la posible derrota de los británicos. Hopkins lle-
gó justo cuando se aprobaba el proyecto de «préstamo y arriendo» impulsado por
Roosevelt. Esta ley permitía al presidente enviar la ayuda material necesaria a
los países que el jefe de Estado americano considerase vitales para la defensa de
los Estados Unidos. Sin embargo, muchos americanos, y en concreto Kennedy
y el héroe de la aviación Charles Lindbergh, se oponían a esta política. Creían
que Roosevelt pretendía llevar al país a la guerra; sus sospechas se vieron con-
firmadas cuando en 1941 el presidente congeló todos los bienes de los alemanes
e italianos. Roosevelt había estado presionado por la «suave ofensiva» de Chur-
chill, que le enviaba regularmente mensajes confidenciales, le bombardeaba con
las últimas noticias y le instaba a tomar un papel más activo en favor de las cer-
cadas fuerzas aliadas.
Mientras tanto, un grupo secreto de oficiales británicos y americanos discu-
tían qué hacer en caso de que Churchill se saliera con la suya. La absoluta dis-
creción era vital, no sólo por temor a la reacción del Eje, sino porque la opinión
pública de los Estados Unidos se mostraba recelosa de participar en el conflicto
europeo. «¡Alto, señor Presidente!», rezaba el titular de la columna de un diario
que había detectado en uno de sus discursos un tono más belicoso.
Pero los acontecimientos del Atlántico fueron más allá del control de la pren-
sa y de los políticos. El 10 de abril de 1941 , el destructor norteamericano Nitblack
atacó a un submarino que acababa de hundir un carguero holandés; seis meses más
tarde, otro destaictor, el Reiiben James, fue toipedeado y hundido con toda su tri-
pulación. «El toipedo de Hitler iba dirigido a todos y cada uno de los americanos»,
dijo Roosevelt, pero aún se mantuvo al margen de la guena. La invasión alemana
de Rusia supuso un revés para los «intervencionistas»; los americanos estaban dis-
Roosevelt pasa revista a la flota americana en la bahía de San Francisco.
T
130
EL GIGANTE DORMIDO
131
LOS TRES GRANDES
Rooseveit y Churchill en Quebec, con el conde de Athlone.
puestos a enviar ayuda a un país democrático como Gran Bretaña, pero sólo un mi-
lagro les habría llevado a apoyar al bando comunista o aliarse con él.
Por el momento, los británicos tuvieron que conformarse con el apoyo naval
americano, un acuerdo alcanzado en agosto de 1941. cuando Churchill y Roo-
seveit se reunieron en la bahía de Placentia. Terranova. a bordo del acorazado
Prince ofWales de la Royal Navy. Pero el primer ministro avanzó poco en cuan-
to a conseguir otras garantías de protección.
Pero ahí donde la «suave ofensiva» de Churchill había fracasado, los japo-
neses triunfaron con su ataque masivo. El 7 de diciembre de 1941. su aviación
atacó Pearl Harbor y América entró en gueiTa en el Pacífico. Al día siguiente.
Churchill declaró la guerra a los japoneses, antes de que lo hubiera podido hacer
el Congreso de Estados Unidos. Los otros aliados de Gran Bretaña se unieron a
su declaración, incluida China, que hizo lo mismo con Alemania.
El 1 1 de diciembre, las noticias para los británicos fueron aún mejores, pues
Hitler declaró la guerra a los Estados Unidos. Podría haber retrasado la decisión,
con la esperanza de que América dirigiera su furia sólo contra Japón, pero Hitler
estaba convencido de que los Estados Unidos ya tenían tomada su decisión de
antemano. Por su parte, Churchill sabía que el compromiso americano en Euro-
132
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EL GIGANTE DORMIDO
pa traería la victoria final. «Esa noche—escribió— , lleno de emoción, me acos-
té y dormí el sueño de los agradecidos y los salvados.»
Pero los Estados Unidos no estaban debidamente preparados para una gue-
rra. Pelear contra los japoneses era una cosa; en cuanto a Europa, ¿debían atacar
primero los americanos en África, en Italia o en Francia? ¿Podía ganarse una gue-
rra sólo mediante bombardeos estratégicos, como creían los comandantes de las
fuerzas aéreas británicas y americanas?
Todos estos puntos debían ser resueltos cuanto antes. A tal efecto, Churchill
viajó a Washington para instar a Roosevelt a que acelerara la producción indus-
trial y le ayudara a decidir un plan general. El día de Año Nuevo de 1942 cono-
ció la publicación de la declaración conjunta de ambos h'deres, realizada en Was-
hington y respaldada por otros 26 países que se hacían llamar las «Naciones
Unidas»; su objetivo: garantizar la vida, la libertad, la independencia y la liber-
tad religiosa, y preservar los derechos humanos y la justicia».
Churchill necesitaba que los Estados Unidos actuaran con decisión, ya que
los primeros meses de 1942 fueron muy duros para los británicos. No sólo esca-
seaba la comida y las reservas de carbón, sino que Singapur había caído en ma-
nos de los japoneses y la isla de Malta, sin alimentos y terriblemente golpeada
Roosevelt con su Secretario de Estado, Cordell Hull.
133
LOS TRES GRANDES
EL GIGANTE DORMIDO
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Arriba e izquierda: Junio de 1942. Ataques aéreos en la fortaleza británica de Malta.
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Ametralladores operando las baterías antiaéreas Bofor 40 mm situadas en la isla de Malta.
135
LOS TRES GRANDES
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Agosto de 1942: Resultados del ataque a Dieppe. Material de desembarco y tanques Churchill destrozados.
Prisioneros británicos y canadienses en Dieppe.
136
EL GIGANTE DORMIDO
Comandos extenuados de vuelta a Newhaven después del desastre de Dieppe.
por la aviación alemana, corría idéntico peligro. La figura del primer ministro
empezaba a ser criticada.
Los primeros convoyes del Ártico con suministros para los rusos empezaban
a llegar a Archangel. Para impedirlo, Hitler envió al Scharnhorst y al Gneisenau
a través del Canal de la Mancha para que se unieran en Noruega al Tirpitz, her-
mano gemelo del Bismarck. Temeroso de que estos buques se hubieran hecho a
la mar, el jefe naval británico, sir Dudley Pound, ordenó al convoy PQ 17 que se
dispersara. De los 35 mercantes que lo formaban, 24 fueron echados a pique por
los submarinos, y todo, al final, por una falsa alarma.
Los británicos necesitaban devolver el golpe para elevar la moral pública. Enmarzo de 1942, los comandos atacaron con éxito el único dique seco capaz de
137
LOS TRES GRANDES
Arriba: Un comandante de submarinos con la cruz
distintiva. Izquierda: El Tirpitz en Kaafjiord.
albergar al Tirpiíz, St Nazaire, situado
en la costa francesa. Cinco meses más
tarde, ima fuerza mayor de comandos
e infantería de Gran Bretaña. Canadá ylos Estados Unidos atacaron el puerto
de Dieppe. La operación fue una ca-
tástrofe: murieron 1.000 hombres yotros 2.000 fueron hechos prisioneros,
pero proporcionó a los Aliados infor-
mación vital sobre técnicas de desem-
barco que después se aplicaron en Italia y Normandía.
En el frente naval, en cambio, los británicos cosecharon un buen número
de victorias. El Gneiseuau resultó seriamente dañado por los bombarderos, el
Tirpitz fue amnconado en su fiordo noruego y la flota de superficie alemana que-
dó prácticamente neutralizada como fuerza de combate. El almirante Raeder vio
necesario presentar su dimisión; fue reemplazado por el comandante de subma-
rinos Karl Doenitz.
Donde Raeder había usado la precaución, Doenitz hizo uso de la imagina-
ción. Sus submarinos formaban una élite entrenada en las incomodidades y el te-
mor de vivir y trabajar bajo el mar. Algunos de los últimos submarinos alema-
nes eran naves enormes con una autonomía de hasta 30.000 millas. La RAF,
ocupada principalmente en el bombardeo de las ciudades alemanas, aún no se
había dedicado especialmente a dar caza a los submarinos enemigos. Cuando los
americanos se vieron implicados en la guerra, sus navios empezaron a sufrir los
duros ataques de las «manadas de lobos». En junio de 1942. los aliados perdie-
ron otras 700.000 toneladas de barcos; la cifra sisuió aumentando hasta marzo
138
EL GIGANTE DORMIDO
Arriba y abajo: Submarinos alemanes bajo el fuego aéreo del mando costero británico.
139
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EL GIGANTE DORMIDO
PÁGINA OPUESTA: Un buque de los Estados Unidos atacando con cargas de profundidad.
Arriba: Escolta de un convoy americano en el Ártico.
de 1943, momento en que en el Atlántico operaban más submarinos que en cual-
quier otra fase del conflicto.
Pero los mercantes americanos ahora se producían en masa. Sólo se necesi-
taban cuatro días para fabricar uno de estos «barcos de la libertad». Los Aliados
emplearon escoltas de destructores y corbetas para responder a los ataques de las
«manadas de lobos». Estos buques estaban dotados con dispositivos de sonar re-
lativamente sofisticados e iban armados con cargas de profundidad de acción
retardada. Su eficacia en la guerra contra los submarinos fue muy alta. En mayode 1943, por ejemplo, se hundieron siete de ellos en una sola noche. Doenitz in-
formó a Hitler de que la campaña submarina había entrado en crisis y retiró sus
naves hasta poder desarrollar una nueva táctica de ataque.
A pesar de las decisiones tomadas en la cumbre de Washington, durante todo el
año 1942, los jefes militares americanos y británicos no parecían ponerse de acuer-
do sobre el plan de acción inmediata en Europa. Gran Bretaña estaba decidida a no
ceder a las presiones de Stahn para abrir en ese momento un segundo frente euro-
peo. Convencieron a los americanos de que la operación fracasaría si no contaba
con la debida preparación y de que tal fracaso supondría un retroceso de años en el
curso de la guerra. Incluso se renunció a establecer una cabeza de puente en Cher-
burgo a no ser que los msos estuvieran realmente en peligro de ser den*otados.
141
UN ESFUERZOTITÁNICO
Las batallas de Stalingrado
y Leningrado
Acomienzos de 1942, los contraataques del general Zhukov lanzados desde Mos-
cú y Leningrado empezaron a debilitarse. Las esperanzas de Hitler renacieron
y su estado mayor comenzó a trazar los planes de una nueva ofensiva. Los prime-
ros golpes irían dirigidos contra Leningrado, pero sólo serían una maniobra de dis-
tracción. El verdadero objetivo estaba más al Sur: Stalingrado. Una vez se hubie-
ran adueñado de la ciudad, los alemanes podrían aislar de la Rusia central los campos
Arriba: Un soldado alemán inspecciona un tanque ruso inutilizado. Página opuesta: Un soldado alemán pasea entre los escombros a las afueras de Stalingrado.
142
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LOS TRES GRANDES
Zhukov y sus comandante:
petrolíferos caucasianos. Y, además, dado que la ciu-
dad llevaba el nombre del líder soviético, la operación
sería todo un éxito propagandístico.
Los comandantes alemanes seguían librando sus
batallas internas sobre la estrategia a seguir, pero los
ánimos se calmaron al conocer el fracaso de los dos
contraataques rusos en Crimea y las proximidades de
la ciudad ucraniana de Kharkov. En este último, el
Ejército del Sur mandado por Semyon Timoshenko
había sido prácticamente aniquilado. La moral del
Ejército Rojo también sufrió un descalabro a las afue-
ras de Leningrado cuando el general Andrei Vlasov
se pasó al bando enemigo con la intención de liderar
la fuerza de «liberación» antisoviética.
El 28 de junio de 1942, la nueva ofensiva alema-
na comenzó a ambos lados de Kursk. «Los rusos es-
tán acabados», dijo Hitler contlado al dividir sus fuer-
zas en dos. El ejército mandado por el general Von
Kleist se dirigió al Sur, hacia los campos petrolíferos,
mientras que el segundo ejército, a las órdenes del ge-
neral Paulus fue hacia Stalingrado, en aquel momen-
to asolada por los masivos bombardeos de la avia-
ción. Al trasladar su cuartel general a Ucrania para estar más cerca del asedio,
Hitler no tuvo manera de saber que el día 24 de agosto señalaría la fecha límite
de sus conquistas.
La batalla de Stalingrado ha asumido proporciones míticas en la historia mo-
derna de Rusia. Marcó el momento cmcial de la guerra, pero fue también una in-
sensata matanza originada, sobre todo, por la nega-
tiva de Hitler a permitir la retirada de sus tropas. Una
vez dentro de la ciudad, anuinada por los bombar-
deos, los alemanes perdieron su mejor ventaja, la mo-
vilidad, y quedaron atrapados en un tenible y exte-
nuante esfueiYo por conquistar cada palmo del terreno.
Los rusos habían convertido cada casa en un fortín
y cada ruina en una plaza fuerte. A medida que las
cifras de bajas se hacían más y más atroces, los ge-
nerales alemanes se vieron obligados a reconocer la
peligrosa situación. Pero sus advertencias a Hitler
fueron desoídas. La decisión del Führer era inamo-
vible; «el último batallón decidirá la cuestión», dijo.
Lo que jamás hubiera podido predecir era una
contraofensiva rusa. En noviembre, seis ejércitos ri-
sos mandados por Zhukov abrieron un hueco en las
líneas defendidas por los alemanes y rumanos al nor-
te y sur de Stalingrado. Cuatro días más tarde, se
unieron al otro lado de la ciudad, rodeando a Pau-
lus. La sensata decisión del general de una retirada
táctica encontró el rechazo de Hitler. Timoshenko: El éxito de lo resistencia.
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UN ESFUERZO TITÁNICO
Arriba: La arrillería alemana bombardea Leningrado. Abajo: Las tropas alemanas se desplazan rodeando Leningrado.
145
LOS TRES GRANDES
Arriba y abajo: El isombardeo alemán devastó Leningrado, pero el Ejercitó Rojo usó los escombros como defensas.
146
UN ESFUERZO TITÁNICO
Arriba y abajo: Los civiles lograron sobrevivir al límite entre las ruinas de Stalingrado.
147
LOS TRES GRANDES
Arriba: Paulus estudia los mapas. Pagina opuesta: Tropas de asalto entrando en Stalingrado.
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Ametralladores rusos a comienzos del invierno de 1942.
148
UN ESFUERZO TITÁNICO
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UN ESFUERZO TITÁNICO
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LOS TRES GRANDES
1 52
UN ESFUERZO TITÁNICO
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Izquierda: Stalingrado, diciembre de 1942. Las tropas del Ejército Rojo contraatacan.
Abajo: El «general Invierno» devuelve el golpe al ejército alemán.
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¿Qué podía hacerse? Goering prometió que la Luft-
wajfe enviaría por aire las provisiones y equipamien-
to necesarios, pero su plan se vio derrotado por las te-
rribles condiciones climáticas. El general Manstein
se aproximó con una fuerza de rescate formada por
blindados, pero fue detenido a 30 millas de la ciudad.
Incluso entonces, Hitler prohibió la retirada.
A comienzos de Año Nuevo, ya era demasiado
tarde. Paulus, misteriosamente ascendido a maris-
cal de campo, se rindió el 31 de enero junto a otros
24 generales y 91.000 soldados. En Alemania se
guardaron tres días de luto. «El dios de la guena se
ha pasado al otro lado», dijo Hitler. Pero sus co-
mandantes empezaban a albergar serias dudas acer-
ca de su capacidad.
Dos semanas después, los rusos habían recupe-
rado Kharkov, aunque volverían a perderla en mar-
zo, cuando el sacrificio de su Sexto Ejército conce-
dió a los alemanes tiempo para reagruparse.
El frente ruso fue testigo de una de las carnicerías más espantosas de la histo-
ria. Ambos bandos padecieron el control centralizado de sus remotos dictadores.
Ni Hitler ni Stalin estaban preparados para aceptar una retirada y su rigidez ideo-
lógica costó un alto precio en vidas humanas. Miles y miles de hombres morían
General von Manstein.
1 53
LOS TRES GRANDES
I
Arriba: Tropas soviéticas en Kursk; julio de 1 943. Página opuesta: Un tanque ruso T-34 en llamas.
tratando de conseguir objetivos inalcanzables o defendiendo posiciones desespe-
radas. Sin embargo, Rusia, con su enorme población, podía soportar tales pérdi-
das mejor que su enemigo. Y los alemanes contaban con otra desventaja: los bri-
tánicos estaban descodificando sus mensajes y los enviaban al alto mando soviético
a través de Suiza. Así que. cuando Hitler puso en marcha su nueva «Operación
Ciudadela» y desplegó, en el verano de 1943, 2.500 tanques y 900.000 hombres
a lo largo de un frente de 100 millas, el Ejército Rojo les estaba esperando.
La fuerza del Norte, dirigida por el mariscal de campo Gunther von Kluge en-
contró una encarnizada resistencia; más al sur, las SS dirigidas por Manstein logra-
ron algunos éxitos. El episodio más trascendental de la batalla tuvo lugar a las afue-
ras de Kursk el día 1 2 de julio: los 7(X) blindados alemanes del general Hermán Hoth
se dieron de frente con los 850 T-34 del mariscal Pavel Rotmistrov. Los panzers lle-
varon la peor parte; al día siguiente, el contraataque ruso rompió las líneas alema-
nas, haciéndoles retroceder 150 millas. Las pérdidas en el bando nazi fueron terri-
bles: 70.000 hombres, 1 .400 aviones y 1 .500 panzers. La batalla marcó el comienzo
de lo que se convertin'a en una larga y agonizante retirada hasta Berlín.
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154
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LA TORMENTADEL DESIERTOLa campaña del norte de África
Comparadas con las enormes matanzas del frente ruso, las batallas libradas en
el norte de África fueron asuntos relativamente triviales. En cambio, tanto
Churchill como Hitler supieron reconocer su importancia estratégica y su valor
simbólico.
En el verano de 1941 tuvo lugar el largo asedio a Tobruk y la heroica defen-
sa de su guarnición australiana, dirigida por el general Leslie Morshead. Aunque
la Roya! Navy aprovisionaba a los australianos, con el riesgo que entrañaba la
presencia de submarinos y bombarderos en picado alemanes, a comienzos del
otoño su situación se tornaba desesperada. Para levantar el cerco, los británicos
4
Arriba; El África Korps en acción. Página opuesta: Las «ratas del desierto» eliminando minas con sus bayonetas.
156
LA TORMENTA DEL DESIERTO
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157
lanzaron su «Operación Cruzado», atacando a los panzers alemanes en Sidi Re-
zegh. La operación tuvo mucho éxito; Rommel tuvo que retirarse de la zona con
sólo 40 de sus tanques intactos y Tobruk fue librada de su asedio.
Pero durante los primeros meses de 1942, el general alemán empezó a recu-
perar el territorio perdido y en mayo lanzó una nueva ofensiva en Gazala. Estaba
decidido a tomar Tobmk y a anticiparse a cualquier nueva ofensiva británica. La
guarnición de Tobruk, que ahora estaba formada por tropas sudafricanas auxilia-
das por británicos e indios, pronto se encontró bajo una terrible presión. El 20 de
junio de 1942, los Stukas y los blindados alemanes lanzaron un asalto combina-
do a la ciudad. En tres horas lograron romper las defensas y al día siguiente toda
la guarnición, formada por 35.000 hombres, tuvo que rendirse. Aparte de la caí-
da de Singapur, esta fue, tal vez, la peor derrota británica de la guena. Hitler es-
taba tan encantado con el desenlace que nombró a Rommel mariscal de campo.
158
LA TORMENTA DEL DESIERTO
Izquierda y abajo: Los howitzers británicos de 6 pulgadas contra los cañones alemanes de 1 5 cm.
Inferior: La dotación de un blindado alemán a las afueras de Tobruk.
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159
LOS TRES GRANDES
160
LA TORMENTA DEL DESIERTO
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Tropas británicas tratan de sacar el vehículo que tira de un cañón, atascado en la arena.
Prisioneros de gut< .o británicos dejan Tobruk tras la caído de lo ciudad.
162
LA TORMENTA DEL DESIERTO
El mariscal de campo Rommel persiguió al Octavo Ejército británico desde
Tobruk hasta Mersa Matruh y de allí hasta El Alamein, cerca de la frontera egip-
cia. Varios asesores de Rommel le recomendaron tener prudencia, pero el ale-
mán no era un hombre prudente: era común verle en el campo de batalla ocu-
pando la primera línea y ordenando avanzar a sus soldados. «Ningún almirante
naval ha ganado nunca una batalla desde la orilla», decía.
Las poblaciones de El Cairo y Alejandría trataron de prepararse ante la lle-
gada del África Korps. Mussolini voló hasta Libia, con su blanco corcel siguiéndole
en otro avión, listo para hacer una entrada triunfal en El Cairo. La flota británi-
ca abandonó Alejandría y entró en el mar Rojo. «Solamente 100 millas más has-
ta Alejandría», escribió Rommel a su esposa el 30 de junio. Pero después de ha-
ber avanzado 300 en una semana, sus tropas estaban extenuadas.
El Alamein se encontraba apenas a 60 millas de Alejandría, pero su te-
rreno era ideal para presentar una buena defensa: limitado al Norte por el
mar y al Sur por la infranqueable depresión de Qattara. La primera batalla se
desató allí el 30 de junio de 1942. Durante el mes de julio, los Aliados y las
Tropas ausfralianas escribiendo o coso desde «el cielo».
163
LOS TRES GRANDES
fuerzas del Eje avanzaban y retroce-
dían sucesivamente, aunque el Eje su-
frió siempre grandes pérdidas numé-
ricas.
El contraataque de Auchinleck el 21
de julio detuvo el avance de Rommel,
aunque no logró mucho más que eso.
Churchill voló a Egipto el día 4 de agos-
to, sopesando los pros y los contras de
cambiar al comandante británico. Al fi-
nal, relevó del puesto a Auchinleck y
nombró al general sir Harold Alexan-
der comandante en jefe. La primera op-
ción de Churchill para mandar el Oc-
tavo Ejército era el general Gott, pero
murió en un accidente aéreo al día si-
guiente, y fue así cómo el general sir
Bernard Montgomery salió de Inglaterra para hacerse cargo de las tropas britá-
nicas.
El resto del mes de agosto los dos bandos lo emplearon en levantar fortifica-
ciones y colocar minas. Montgomery ignoró las repetidas peticiones de Chur-
chill en que le instaba a atacar; el general sabía que sus rutas de aprovisiona-
Alexander: El nuevo comandante de la región; verano de 1 942.
Montgomery, con sombrero australiano, se aproxima a El Alamein.
1Ó4
i
LA TORMENTA DEL DESIERTO
Una patrulla británica de las SAS vuelve después de tres meses tras las líneas enemigas.
165
LOS TRES GRANDES
Un tanque británico Gronf destrozado a las afueras de El Alamein; julio de 1942.
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Junio de 1942: Destruyendo un depósito de armas cerca de lo frontera libia.
166
LA TORMENTA DEL DESIERTO
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Tanques británicos Grant, fabricados en EE.UU., avanzando en El Alamein.
miento eran más seguras que las del enemigo, y poco a poco fue consolidando
su superioridad. «Si el ataque empieza en septiembre, fracasará», contestó Mont-
gomery a las impacientes demandas de Churchill. «Si esperamos hasta octubre,
puedo garantizar un rotundo éxito.» El 23 de octubre, los aliados había reunido
1.000 tanques, 2.000 piezas de artillería, 700 aviones y 150.000 hombres.
Aquella noche, a las 9.40 p. m., más de 1 .000 cañones abrieron fuego a lo lar-
go de un frente de 40 millas. Amparados por la artillería, los soldados de infan-
tería abrieron un paso para los tanques a través de los campos de minas; el asal-
to masivo comenzó a la mañana siguiente. La Novena Brigada Blindada de los
británicos sufrió grandes pérdidas, pero Montgomery insistió en continuar con
167
LOS TRES GRANDESi
el plan. Su optimismo estaba justificado. El 2 de noviembre, tuvo lugar otro en-
frentamiento de blindados en Tel El Aqqaquir. del cual los tanques alemanes sa-
lieron maltrechos. El general Stumme. comandante en funciones del África Korps
sustituía a Rommel, ausente con un permiso por enfermedad; durante el comba-
te, el general murió de un ataque al corazón. Hitler telefoneó a Rommel en su re-
sidencia de Austria y le obligó volver a Libia, pero la batalla estaba irremisible-
mente perdida del lado alemán. El «Zorro del Desierto» ordenó la retirada total
del Afíica Korps.
Unos 13.500 soldados británicos y de la Commonwealth habían perdido la
vida en el avance a El Alamein. pero Montgomery había invertido la situación
en el norte de África. El 15 de noviembre, las campanas de todas las iglesias de
168
LA TORMENTA DEL DESIERTO
Gran Bretaña tañeron por primera vez desde el comienzo de la guerra (se habían
reservado para dar la señal de alarma en caso de invasión).
Una semana antes de la victoria, las tropas aliadas habían desembarcado en
el territorio francés del norte de África en una operación conjunta de invasión
masiva conocida como «Operación Torch». Los británicos, americanos y fran-
ceses libres llevaban tiempo discutiendo el proyecto; la espectacular fuga del ge-
neral francés Henri Giraud de un campo de prisioneros en Alemania complicó
las delicadas negociaciones entre los comandantes locales de Vichy y el general
americano Mark Clark, que había tratado de persuadirles para que no ofrecieran
resistencia. Al final, el asunto Giraud tuvo escasa o nula repercusión en las fuer-
zas de Vichy y el desembarco no encontró oposición alguna.
La prensa colaboracionista de París pidió al gobierno de Vichy que declara-
se la guerra a los Aliados, pero Pétain se mostró ambiguo y dijo a su delegado
en el norte de África que tomara la decisión más adecuada.
Hitler estaba furioso y aprovechó el momento para romper su acuerdo con
Pétain: las tropas alemanas entraron en el sur de Francia. En respuesta, Vichy de-
cidió barrenar su flota anclada en Toulon y Darían pactó la cooperación con los
Aliados. Se le nombró alto comisario para el norte de África, pero fue asesina-
do poco después por un monárquico francés.
A principios de 1943, Rommel, a pesar de su inferioridad numérica y falta de
provisiones, reanudó sus audaces ataques en el oeste de Libia y Túnez, decidido
a mellar la moral de los Aliados. El nuevo mando anglo-americano quedó con-
PÁGINA OPUESTA Y ARRIBA: Tropas americanas llegando a las playas de Túnez.
169
LOS TRES GRANDES
Eisenhower en su cuartel general.
Prisioneros italianos en Túnez; primavera de 1 943.
170
Arriba: Tropas de la Francia libre entran en Túnez. Abajo: Final del camino. Un prisionero de guerra italiano custodiado
por soldados americanos.
fundido. «Creo que la mejor manera de describir nuestras operaciones hasta la
fecha sería diciendo que han violado todos los principios conocidos de la gue-
rra, están en conflicto con los métodos logísticos y operativos de los manuales,
y se utilizarán como ejemplo negativo
en las clases de Leavenworth y WarCollege durante los próximos 25 años»,
escribía el comandante aliado, general
Dwight D. Eisenhower.
Estos reveses temporales descarta-
ron cualquier desembarco inmediato en
el norte de Europa. Los historiadores
sostienen que tal contratiempo fue una
suerte y no una desgracia: alentaron al
comandante en jefe alemán Albrecht von
Kesselring a mandar refuerzos a Túnez,
los cuales no estuvieron disponibles para
oponerse a los Aliados cuando al año si-
guiente éstos invadieron Sicilia.
Afortunadamente, los ejércitos del
Eje casi habían agotado sus reservas de
combustible y los Aliados poseían su-
perioridad en armamento y potencia de
fuego. La contraofensiva alemana de
marzo resultó ser un fracaso y obligó a
Rommel a dejar África definitivamen-
te. El 8 de mayo, los Aliados entraron
en Túnez, tomando 130.000 prisione-
ros del Eje. «Somos los dueños de la
costa del norte de África», informó el
general Alexander a Churchill.
171
M
LOS BOMBARDEOSA LAS CIUDADES
La guerra aérea en Europa
En 1941, la ofensiva de los bombarderos británicos sobre Alemania era toda-
vía relativamente débil. Daba igual que los bombardeos de precisión fueran
imposibles durante la noche o que los bombardeos diurnos no pudieran realizar-
se sin el apoyo de los cazas; no importaba que en los primeros ataques murieran
más pilotos británicos que enemigos alemanes: los bombardeos eran la única for-
ma que Gran Bretaña tenía de devolver el golpe a los alemanes. Además, a pe-
sar de la lección aprendida durante los ataques aéreos a las ciudades británicas,
el mando aéreo seguía pensando que así debilitarían la moral del enemigo. No-
che tras noche, los Wellington y los Halifax de la RAF emprendían la peligrosa
aventura de atravesar el mar del Norte y lanzaban sus cargas explosivas sobre las
ciudades alemanas, en medio de una tormenta de fuego antiaéreo.
Un bombardero Wellington de la RAF y su tripulación.
1 72
LOS BOMBARDEOS A LAS CIUDADES
«Fortalezas volantes» B- 17 americanas sobre Alemania.
En noviembre de 1941, se ordenó un alto temporal en la ofensiva, pero el sue-
ño británico de someter a Alemania con los bombardeos siguió despierto. In-
gentes recursos industriales de América y Gran Bretaña fueron dedicados a esta
estrategia y se dejaron de lado otras necesidades más urgentes, como la lucha an-
tisubmarina en el Atlántico.
A principios de 1942, los bombarderos británicos iban ya equipados con un
sistema direccional de radio que les permitía localizar objetivos más específicos.
En una orden emitida el día de San Valentín, se enfatizaba que la nueva estrate-
1 73
LOS TRES GRANDES
gia de bombardeos no iba encaminada a minar la capacidad industrial de A\q-
maniaper se, sino a destruir la moral de los trabajadores industriales.
Unos días más tarde, sir Arthur Harris, que había estudiado los métodos usa-
dos por la Lufnvajfe durante los ataques a Gran Bretaña, fue puesto a la cabeza
del mando de bombardeos. El y sus colegas americanos, ahora con base en ae-
ródromos británicos, diseñaron nuevas estrategias, convencidos como estaban de
poder ganar la guerra desde el aire. Lo primero que hizo Harris fue ordenar un
ataque con bombas incendiarias sobre la ciudad de Lubeck. «Lubeck no era un
objetivo vital —reconocía Harris más tarde— . Pero me pareció mejor destmir
una ciudad industrial de moderada importancia que embarcarnos en la penosa
empresa de atacar una gran ciudad industrial.» En aquella operación, 15.000 ci-
viles perdieron sus hogares.
LOS BOMBARDEOS A LAS CIUDADES
Armeros y mecánicos trabajan en un Wellington.
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LOS TRES GRANDES
Bombarderos fi-17 en un ataque diurno.
El de Lubeck fue seguido por otros cuatro ataques sobre Rostock durante el
mes de abril. En mayo, se montó la primera operación con 1.000 bombarderos; el
objetivo era Colonia. Cuarenta de ellos fueron derribados y los servicios de la ciu-
dad volvieron a funcionar con normalidad al cabo de dos semanas, algo de lo que
no se informó a la opinión pública británica. Harris sabía que los ataques carecí-
an de verdadera eficacia, pero sostenía que era una forma de hacer ensayos para
posteriores bombardeos; el mito de la debilitada moral alemana le llevó a él y los
políticos que apoyaban sus planes a dedicar aún más esfuerzos y vidas al proyec-
1 76
LOS BOMBARDEOS A LAS CIUDADES
to. A principios del verano de 1942, las defensas aé-
reas alemanas habían mejorado; esto significó que el
mando de bombardeos perdía un promedio de tres y
medio por ciento de aviones en cada misión.
En la conferencia de Casablanca, Roosevelt y
Churchill acordaron realizar bombardeos de veinti-
cuatro horas sobre los objetivos del Eje: los Lan-
caster británicos volarían durante la noche y las for-
talezas volantes B-17 americanas lo harían de día.
Sólo durante el año 1943, cayeron sobre Berlín
50.000 toneladas de bombas. Pero cuando los bom-
bardeos estratégicos se encontraban en su momen-
to álgido, también lo estaba la producción industrial
alemana, reanimada por el arquitecto Albert Speer,
en aquellos días ministro nazi encargado de la pro-
ducción de gueiTa.
Esto se traducía en que los ataques aliados no
causaban un gran impacto en la base industrial ale-
mana, a excepción de la serie de bombardeos de la RAF a la zona industrial del
Ruhr que tuvieron lugar entre marzo y julio de 1943 —los llamados Dambus-
ters—, en los que el escuadrón 617 utilizó las enormes bombas experimentales
inventadas por el Dr. Barnes Wallis, logrando romper tres grandes embalses que
inundaron los valles circundantes. Ocho de los 19 bombarderos que tomaron par-
te en la misión fueron derribados.
Después de julio, el principal objetivo aliado pasó a ser el puerto de Ham-
burgo, que sufrió 33 ataques aéreos. El mayor, conocido como «Operación Go-
Ánguio superior: El mariscal jefe del Aire, sir Arthur Horris. Arriba: Tripulaciones de la USAAF durante una sesión de intrucciones.
177
Una formación de bombarderos B-17 y Mikhell B-25 desafían el fuego antiaéreo y los cazas enemigos paro soltar sus bombas.
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179
LOS TRES GRANDES
El Dr. Bornes Wallis, inventor de los gigontescos «bouncing bombs».
morra», tuvo lugar en las primeras horas del 28 de julio, y aunque sólo duró
43 minutos, la combinación de las bombas incendiarias y la sequedad de la ma-
dera produjeron un incendio que quemó más de ocho millas cuadradas de la ciu-
dad y mató a 42.000 personas, más que el total de bajas británcias durante todos
los ataques a Gran Bretaña. Sin embargo, en pocas semanas, las fábricas de la
ciudad estaban produciendo nuevamente.
A partir de noviembre de 1943, la atención se dirigió hacia Berlín, lo que agra-
dó a Stalin y libró a Churchill de la presión soviética para crear un segundo fren-
te europeo. Las pérdidas en esta fase del conflicto eran de un cinco por ciento,
lo que empezaba a socavar la moral del mando de bombardeos; el porcentaje de
bajas en la VIII Fuerza Aérea americana era todavía mayor.
Los superiores de Harris empezaban a poner en duda la eficacia de su estra-
tegia; la Iglesia ponía en duda la moralidad de la operación, especialmente el
obispo de Chichester, George Bell, cuyo particular punto de vista le hizo perder
la oportunidad de ser arzobispo de Canterbury. «¿Acaso somos animales?—pre-
guntó después de ver una película de los bombardeos aéreos— . ¿No estamos yen-
do demasiado lejos?»
A principios de 1944, Harris tuvo que pedir apoyo de cazas para sus ataques
nocturnos. La VIII Fuerza Aérea ya estaba usando su nuevo caza de largo al-
cance, el Mustang, para escoltar a sus bombarderos, y empezaba a dirigir sus ata-
ques diurnos contra las plantas de petróleo sintético y fábricas de cojinetes de
bolas, lo que retrasaba considerablemente el desarrollo y fabricación del nuevo
avión alemán a reacción y los submarinos de gran autonomía.
180
LOS BOMBARDEOS A LAS CIUDADES
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Arriba y abajo: Destrucción de Colonia, objetivo de los bombarderos americanos y británicos.
1 81
LOS TRES GRANDES
Alemanes sin hogar se preparan para abandonar Colonia.
En previsión de un futuro segundo frente, tanto los británicos como los ame-
ricanos concentraron sus ataques sobre los transportes alemanes en Francia. El
peligro, como señaló Churchill, era que un bombardeo indiscriminado aquí pon-
dría en contra a la población francesa: las misiones tenían que ser precisas. Pero,
a pesar de los -planes meticulosos, muchos bombardeos no dieron en el blanco.
En abril de 1943. 228 civiles franceses murieron en una incursión americana so-
bre la fábrica Renault, a las afueras de París; otro ataque de la USAAF a una fá-
brica de aviones cerca de Antwerp mató a casi 1 .000 civiles, incluidos 236 es-
colares.
182
LOS BOMBARDEOS A LAS CIUDADES
Arriba: Las ruinas de Berlín. Abajo: La fábrica Daimier-Benz después de un ataque.
LOS TRES GRANDES
Izquierda: Baterías antiaéreas alemanas. Derecha: Apuntando las misiones realizadas sobre el fuselaje de un Mitchell B-25.
Abajo: Bombardero B- 17 alcanzado por baterías antiaéreas.
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1 84
LOS BOMBARDEOS A LAS CIUDADES
La fábrica Renault de Billancourt tras el ataque aliado.
Los ataques a las ciudades alemanas lograron que buena parte de las defen-
sas aéreas alemanas fueran retiradas del frente ruso. Con el beneficio de la vi-
sión retrospectiva, podemos asegurar que la saturación de los bombardeos de te-
rror sobre objetivos civiles tuvo sobre todo consecuencias estratégicas negativas.
Cuando los civiles corrían hacia sus refugios bajo la tormenta de las bombas, su
resolución no se desmoronaba como los edificios de la superficie. Al contrario:
ver la matanza de inocentes—niños, mujeres, ancianos— acrecentó el odio del
pueblo alemán por los aliados que aparecían en el cielo. Con cada nuevo ataque,
la máquina de propaganda nazi cosechaba una nueva victoria.
185
EL PUNTODÉBIL
Los desembarcos aliados
en el Mediterráneo
Desde que, durante la Gran Guerra, había entrado en contacto con la estrate-
gia militar siendo Primer Lord del Almirantazgo, Churchill estaba conven-
cido de que Europa era vulnerable a un ataque desde el Sur. Esta convicción le
había llevado al desastre de la campaña de Gallipoli, en 1915, y más tarde, en
1941, a apuntalar las defensas griegas. En mayo de 1943, mientras estudiaba los
mapas en Washington con los otros jefes de Estado aliados, volvió a insistir so-
bre la importancia de una operación en el Mediterráneo, es decir, la invasión de
Italia a través de Sicilia y del norte de Europa a través de Austria.
El poder militar de Italia ya había sido seriamente diezmado; poco quedaba
de la antigua fortaleza de Mussolini. Además, el control del norte de África abría
una vez más el Mediterráneo a los convoyes aliados. Cuando el embajador ja-
ponés visitó a Mussolini en 1942, todo lo que pudo decirle fue: «Usted, Duce,
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Arriba: Un vehículo anfibio americano típo DUKW desembarca en Sicilia. Pagina opuesta: Tropas británicas esperan para desembarcar.
186
EL PUNTO DÉBIL
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187
LOS TRES GRANDES
usted agotado, muy agotado, demasia-
do agotado.» En ese mismo momentoel «liombre que nunca existió»—un ca-
dáver vestido con el unifomie de un ofi-
cial británico y portando documentos
falsificados de los que se desprendía
que la invasión aliada tendría lugar en
Grecia y Cerdeña— apareció arrojado
por el mar sobre una playa española, y
puede que engañara a los servicios de
inteligencia nazis. Sea como fuere, el
10 de julio de 1943, Montgomery de-
sembarcó con casi medio millón de
hombres en Sicilia sin encontrar ape-
nas oposición. Los americanos, sin em-
bargo, tuvieron que vencer una dura re-
sistencia. Al mismo tiempo, se desató
una terrible polémica entre Montgo-
mery y el obstinado general americano
Georae Patton sobre la estrategia a se-
guir. Esto retrasó la toma de Palermo y Messina en agosto por parte de los alia-
dos. Buena parte de las tropas del Eje, como si de un Dunquerke en pequeño se
tratase, escaparon al continente con todo su equipo a bordo de 70 pequeños bar-
cos y 50 botes de goma.
Hitler y Mussolini se encontraron el 19 de julio; Mussolini estaba enfer-
mo y apenas podía hablar. No sólo tenía que hacer frente a la invasión, sino
Arriba: Tanques Sherman británicos cargados para el desembarco.
Abajo: Un carguero americano es alcanzado por bombarderos en picado.
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EL PUNTO DÉBIL
Barcos ardiendo en el puerto siciliano de Palermo.
El general Patton dando órdenes en Sicilia.
1 89
LOS TRES GRANDES
Obuses americanos bombardean la retirada de las tropas del Eje.
Arriba: Partisanos sicilianos. Página opuesta: Un soldado americano posa en Brolo, Sicilia.
190
EL PUNTO DÉBIL
191
LOS TRES GRANDES
también al colapso económico del país: Turín y Mi-
lán estaban atenazadas por las huelgas. Menos de
una semana después, el rey Víctor Manuel III de-
puso a Mussolini y colocó en su lugar al mariscal
Pietro Badoglio. Mussolini tuvo que abandonar en
secreto el palacio y huir en una ambulancia a la isla
de Pozna «para su propia seguridad». Casi de la no-
che a la mañana, el fascismo había desaparecido de
Italia.
Hitler estaba profundamente preocupado. Sus
agentes habían interceptado una conversación entre
Roosevelt y Churchill en la que se discutían los tér-
minos para la rendición de Italia. Rommel fue en-
viado a los pasos de los Alpes y se mandaron re-
fuerzos a Kesselring en el sur de Italia. A comienzos
de septiembre, los alemanes se habían atrincherado.
El 8 de septiembre, los Aliados anunciaron inespe-
radamente la rendición de las fuerzas italianas, aun-
que los propios italianos todavía no habían recibido las órdenes a tal efecto. Al
mismo tiempo, hacia las playas de Salerno se acercaba una enorme fuerza de
desembarco aliado.
El destino de las tropas italianas no era digno de envidia. Fueron desarmados
por sus antiguos aliados, que les trataron como traidores y renegados. En Cefa-
lonia, Grecia, más de 1 .600 soldados italianos fueron asesinados por las SS; otros
Kesselring discutiendo sobre ios defensas italianos.
Salerno bajo el bombardeo de los buques de guerra americanos.
192
EL PUNTO DÉBIL
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Vehículos de transporte ligero británico desembarcan cerca de Salerno.
El general americano Mork Clark en la cabeza de playa de Salerno.
193
LOS TRES GRANDES ^m
Ñapóles atacada desde el aire.
3.000 italianos, enviados a Alemania para realizar trabajos forzados, se ahoga-
ron cuando el barco en que \ iajaban fue torpedeado por los Aliados. A finales
de septiembre de 1943. 100.000 soldados italianos en Grecia habían sido depor-
tados a campos de concentración de Alemania. Badoglio y el rey italiano tuvie-
ron que huir a Barí. Sólo el resto de la flota italiana consiguió escapar y unirse a
los británicos en Malta.
En la medianoche del 9 de septiembre, el V Ejército americano a las órdenes
del general Clark empezó a desembarcar en Salemo, con la oposición de seis de
las divisiones de Kesselring. Al principio, la resistencia fue tan férrea que el de-
sembarco estuvo a punto de acabar en evacuación. Las nuevas bombas dirigidas
alemanas inutilizaron el acorazado británico Warspite. que había servido de apo-
yo a los desembarcos, y hundieron el acorazado italiano Roma (ahora en el ban-
do aliado); las fuerzas de Kesserling también consiguieron hacerse con el con-
trol del puerto italiano de Tarento.
Otros desembarcos en el Mediterráneo encontraron menos resistencia. Los
alemanes se retiraron de Córcega ante la presencia del contingente francés li-
bre, mientras que los americanos tomaban Capri. Pero los refuerzos que los
alemanes recibieron en Rodas impidieron que los británicos desembarcaran
en la isla.
El 12 de septiembre, los paracaidistas alemanes rescataron al extenuado
Mussolini del Gran Sasso, donde permanecía retenido por la policía italiana.
194
Arriba: Descargando provisiones en Anzio. Abajo: Camiones y excavadoras americanas desembarcando en Anzio.
LOS TRES GRANDES
Tras su encuentro con Hitler, el fas-
cista italiano proclamó una nueva re-
pública fascista en la Italia ocupada
por los alemanes. Pronto iba a recibir
pruebas de que los alemanes aún po-
dían salir vencedores en su país. Aun-
que los Aliados tomaron Ñapóles el 1
de octubre, desde ese día hasta el fi-
nal de 1943 sólo avanzaron 70 millas.
«El estancamiento de la campaña de
Italia se está convirtiendo en algo es-
candaloso», vociferaba Churchill. Kes-
selring, que había estado esperando
un ataque a Roma por mar y aire—lo
que le hubiera obligado a abandonar
el sur— . tuvo oportunidad de reforzar
sus defensas.
Y todavía esperaban a los Aliados
peores noticias. Su incapacidad para
avanzar convenció a Hitler para enviar refuerzos a Kesselring, pero también
ellos estaban tomando decisiones a largo plazo. Los americanos del sur de Ita-
lia habían vuelto a armar a la Mafia, barrida por los fascistas (todavía hoy si-
gue teniendo poder es esa región). Un grupo de la resistencia italiana estaba
luchando para que también el rey fuera derrocado. A los rusos les fue negado
Extremo superior y arriba: Ametralladores americanos o los afueras de Anzio.
196
EL PUNTO DÉBIL
Monte Cassino antes de su destrucción.
un lugar en la comisión de control anglo-americana para la Italia ocupada, lo
que sentaba un peligroso precedente para el control de la Europa del Este des-
pués de la guerra.
Alguien que también sacó partido de la rendición italiana fue Josip Broz Tito,
el líder comunista yugoslavo, que desarmó a las tropas italianas y se apoderó de
todo su material bélico. Tito y el coronel Draza Mihailovic controlaban ahora
250.000 soldados y mantenían 8 divisiones alemanas retenidas en Alemania.
Churchill, aconsejado por su hijo Randolph, apoyaba a Tito porque era más ac-
tivo. Los americanos y Stalin, por ex-
traño que parezca, aún tomaban parti-
do por Mihailovic.
Mientras, el V Ejército americano
iba penetrando penosamente por el oes-
te de Italia, en tanto que el VIII Ejér-
cito británico, ahora mandado por sir
Oliver Léese, penetraba por el Este.
No cabe duda de que se tomaron su
tiempo. En los primeros meses de
1944, los Aliados tropezaron con las
fortificaciones alemanas, la Línea Gus-
tavo, al sur de Roma. Un desembarco
afortunado en Anzio el 22 de enero pa-
recía que iba a sacar a la operación alia-
da del punto muerto (sólo murieron 1
3
soldados), pero nuevamente faltó de-
cisión a los generales aliados y toda la
ofensiva se vio en peligro cuando Kes-
selring envió apresuradamente refuer-
zos a la zona.
Justo en el centro del avance alia-
do se encontraba el antiguo monaste-
rio de Monte Cassino, que Alexander Un soldado británico en los ruinas de Monte Cassino.
197
LOS TRES GRANDES
Arriba: Mortero británico de 4,2 pulgadas en acción. Abajo: Bombardeo en la zona de Monte Cassino.
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Arriba: Camilleros británicos rescatando a un herido. Abajo: El monasterio después de la rendición alemana.
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199
LOS TRES GRANDES
Neozelandeses con prisioneros alemanes; Cassino.
suponía había sido fortificado por los alemanes. El 1 3 de febrero, se dejaron caer
sobre el monasterio 400 toneladas de bombas, que lo dejaron reducido a escom-
bros. Los alemanes, que no habían querido entrar en el histórico edificio, utili-
zaron ahora sus ruinas para pertrechar su defensa. En los tres primeros ataques,
los Aliados sufrieron graves pérdidas. El lugar fue tomado finalmente en mayode 1944, después de que el cueipo de ejército polaco tuviera que aguantar la peor
parte del fuego alemán mientras los
franceses libres mandados por el ge-
neral Juin penetraban sigilosamente
por la retaguardia.
Pero de nuevo la falta de entendi-
miento aliado volvió a retrasar el avan-
ce a través de Italia. Determinado a al-
canzar Roma en primer lugar (lo que
hizo el día 4 de junio), Clark permitió
a los alemanes que se retiraban para-
petarse detrás de otra línea defensiva
al norte de la capital.
La campaña italiana fue desmora-
lizante desde el punto de vista aliado:
en cada río, en cada collado, tuvieron Badoglio en Brindlsl.
200
EL PUNTO DÉBIL
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Desembarcos aliados en el sur de Roma; enero de 1944.
que hacer frente a una serie de maniobras de retaguardia alemanas hábilmente
organizadas. La tasa de deserción iba en aumento.
A finales de 1944, sin embargo, las fuerzas canadienses habían tomado Rave-
na—aunque todavía no había llegado a Bolonia ni al valle del Po, como era su in-
tención— y estaban preparadas para dar el salto hacia el Norte y entrar en Austria.
Pero un contraataque alemán el día 26 de diciembre, unido a la retirada de otras
cinco divisiones aliadas que fueron trasladadas al frente occidental, forzaron a los
americanos y británicos a pasar a la defensiva y esperar hasta la primavera de 1945.
Mark Clark llega a la «despejada» ciudad de Roma.
201
RESISTENCIAY COLABORACIONISMO
Partisanos y gobiernos títere
en la Europa ocupada
Afínales de 1941. toda Europa, desde Moscú hasta los Pirineos y de Creta al
Círculo Ártico, estaba en manos de los nazis, salvo Suecia y Suiza, que se man-
tenían neutrales. El trato que recibieron los pueblos ocupados fue siempre cruel y
este grado de crueldad variaba dependiendo únicamente de sus orígenes étnicos.
Por ejemplo, los nazis consideraban infrahumanos a todos los pueblos esla-
vos. A pesar de la propaganda que hablaba de «liberar» a los rusos del comunis-
mo, los nazis sólo estaban interesados en la explotación del pueblo eslavo. «Que
salgan adelante o se mueran de hambre sólo me importa en tanto los necesitemos
Miembros de la resistencia francesa; Burdeos.
202
RESISTENCIA Y COLABORACIONISMO
Himmier visita el campo de concentración de Dachau.
como esclavos para el desarrollo de nuestra civilización—decía el jefe de las SS
Heinrich Himmier— . Por lo demás, me son indiferentes por completo.»
Los daneses, noruegos y holandeses eran considerados pueblos germánicos.
Noruega y Holanda fueron puestas bajo el control de comisarios civiles. En cuan-
to a Dinamarca, todo lo que Hitler pretendía era su nominación como primer mi-
nistro, después de que el rey danés no hubiera contestado a la felicitación que el
Führer le envió por el día de su 72 cumpleaños.
203
LOS TRES GRANDES
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Campo de prisioneros dirigido por lo administración de Vichy en el sur de Francia.
En la mayoría de los países ocupados, apenas hubo apoyo local al movimiento
nazi. En Noruega y Holanda, los fascistas a los que se dio algún poder, comoQuisling y Antón Mussert, carecían por completo del apoyo popular; incluso Hi-
tler los despreciaba (describía a Quisling como un «cerdo de goma inflado que
emite un pitido y después se deshincha»).
Otros fascistas locales estuvieron dispuestos a colaborar con la Gestapo o
unirse a las SS, pero, en general, fueron casos aislados y muy esporádicos. Al fi-
nal de la guerra, estos hombres fueron capturados y juzgados, o bien, como el lí-
der fascista francés Marcel Deat, simplemente desaparecieron.
Mas para que la ocupación funcionase, los alemanes necesitaban colabora-
dores. Esto planteaba serios dilemas al común de los ciudadanos, que a veces
no tenían muy claro dónde terminaba la vida «normal» y empezaba el colabo-
racionismo. Unirse a la «Milice» francesa era obviamente colaborar; tener tra-
tos comerciales con los alemanes, ya no estaba tan claro. Había también muje-
res que mantenían relaciones con los soldados alemanes. Fue un tiempo de
ambigüedad moral, en el que los individuos tenían que salir adelante como bien
pudieran. Sin embargo, cuando empezó a estar claro que los alemanes no iban
a ganar la guerra, aumentó la participación ciudadana en las distintas formas de
resistencia.
204
RESISTENCIA Y COLABORACIONISMO
Saboteadores de la resistencia inspeccionan los restos de un descarrilamiento en los Alpes franceses.
205
LOS TRES GRANDES
Una «ambulancia» de la resistencia transporta a los heridos de «primera línea».
Colaborador danés paseado por las calles de uno ciudad.
206
RESISTENCIA Y COLABORACIONISMO
Mayo de 1942: El coche de Heydrich después del atentado de Praga.
En SUS inicios, la resistencia adoptó la forma de pequeños gestos simbóli-
cos de desobediencia civil. Aparecían lemas en las paredes o, como en el caso
de los noruegos, los ciudadanos se negaban a participar en acontecimientos de-
portivos relacionados con la administración nazi.
Las iglesias solían estar en primera línea de la pro-
testa pacífica. Todos los obispos noruegos «dimi-
tieron» después de que la policía detuviera a los fe-
ligreses que escuchaban un sermón contra Quisling
en la catedral de Trondheim, y el primado belga,
cardenal Van Roey, condenó publicamente «que los
católicos colaboren en el establecimiento de un ré-
gimen tiránico; indudablemente, están en la obli-
gación de ayudar a aquellos que se resisten a tal ré-
gimen». Posteriormente, los sacerdotes belgas
negaron los sacramentos a los miembros de la po-
licía nazi. El líder fascista belga León Degrelle fue
incluso excomulgado en 1943, tras una pelea con
su deán local.
«Sacar a los judíos de Europa; si es necesa-
rio, utilizando los métodos más brutales—escribía
Goebbels en su diario en marzo de 1942— . Nin-
gún otro gobierno, ningún otro régimen, tendría la
fortaleza para llevar a cabo una solución global
como esta.» A veces, la no-colaboración tenía lu- Víctimas de las SS; Oradour-sur-Glane.
207
LOS TRES GRANDES
Arriba y derecha: Voladura de Lidice, Checoslovaquia, en represalia por el asesinato de Heydrich (antes, durante y después).
Vendan los ojos a un colaborador antes de su ejecución; Francia.
208
RESISTENCIA Y COLABORACIONISMO
gar precisamente a causa de la «solución final» nazi. En febrero de 1941, hubo
una huelga general en Holanda, seguida del arresto de judíos. El rey danés ame-
nazó con abdicar si en su país se introducía la legislación antisemita. En Croa-
cia, el arzobispo de Zagreb pidió al gobierno colaboracionista que confirmase
los rumores sobre deportaciones. Después de que la BBC revelase el destino
de 700.000 judíos polacos en una emisión de junio de 1942, hubo movimien-
tos de resistencia incluso en Alemania: los sacerdotes Karl Friederich Stell-
brink y Dietrich Bonhoeffer fueron arrestados y posteriormente ejecutados por
su manifiesta oposición al régimen.
209
LOS TRES GRANDES
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k.,.^%Algunas mujeres francesas son afeitadas por «haber tenido relaciones con el enemigo».
210
RESISTENCIA Y COLABORACIONISMO
También estaban las noticias clan-
destinas, trabajosamente obtenidas por
el servicio europeo de la BBC y la ra-
dio suiza. Más de 12.000 belgas se en-
cargaban de sacar a la luz 300 periódi-
cos clandestinos, los primeros de ellos,
publicados al día siguiente de la rendi-
ción belga. En Francia existieron al me-
nos 1 .000 periódicos y panfletos ilega-
les durante la ocupación. La circulación
de los periódicos clandestinos daneses
fue de 10 millones. Incluso en Alema-
nia, se calcula que 10 millones de per-
sonas escuchaban la BBC al final de la
guerra, aunque el castigo por hacerlo
era la muerte.
Sin embargo, si alguna política nazi
creó movimientos de resistencia, ésa
fue la del reclutamiento forzoso para
trabajar en las fábricas alemanas. Mu-chos jóvenes prefirieron esconderse
bajo tierra, donde aprendían a fabricar
explosivos con materiales robados o
con el equipo que los británicos y americanos les lanzaban desde el aire. En
Gran Bretaña, los agentes de la resistencia eran entrenados en centros especia-
les; también se crearon rutas dentro y fuera de Europa a través de las cuales los
jefes de la resistencia o pilotos aliados podían escapar de la zona ocupada. Mi-
les de civiles europeos corrieron enormes riesgos para ayudar en acciones sub-
versivas.
La resistencia total o los actos de sabotaje re-
querían un gran valor. Cualquiera que fuera apresa-
do se enfrentaba a una muerte segura, además de las
represalias con las que los inocentes eran «aleccio-
nados». Estos actos de represalia se volvieron espe-
cialmente brutales hacia el final de la guerra. EnFrancia, el general Wilhelm Keitel (más tarde ahor-
cado por crímenes de guerra) empleaba su famosa
orden «noche y niebla» para poner en marcha sus
acciones de represalia: 100 muertos civiles por cada
alemán muerto y 50 por cada herido. Al final de la
guerra, al menos 30.000 rehenes franceses habían
sido asesinados de esta manera. En mayo de 1942,
tras la muerte del brutal gobernador de la Checos-
lovaquia nazi, Reinhard Heydrich, el pueblo de Li-
dice fue dinamitado y todos sus habitantes asesina-
dos o deportados como «lección». En el pueblo
francés de Oradour-sur-Glane, 642 habitantes fue-
ron masacrados después de los desembarcos de Nor-
mandia, en 1 944. Cuevas secretas utilizadas por la resistencia holandesa.
21 1
LOS TRES GRANDES
Miembros de la resistencia francesa limpian sus armas y reciben atención médica.
A comienzos de 1944, algunos grupos de resistencia entablaron auténticas
batallas con los alemanes. Más de 4.000 hombres de las FFI (Forces Francaises
de rinterieur), por ejemplo, combatieron durante una semana en Montmouchet
antes de ser aniquilados. Otro grupo se alzó en armas en Vercors, cerca de Gre-
noble, al creer erróneamente en la inminencia de un desembarco aéreo de tropas
aliadas. A pesar de estos desastres, en junio de ese año, la resistencia francesa
pudo proporcionar a los Aliados el equivalente de casi 15 divisiones tras las lí-
neas enemigas. En los meses que siguieron a aquella fecha, persiguieron hasta el
último vestigio del régimen nazi y tomaron venganza sumarísima de muchos de
los que habían colaborado con él.
212
LIBERACIÓN
3¡M '^» FRENTES
EL día DEl desembarco de Normandía
En noviembre de 1943, Stalin accedió finalmente a reunirse con Roosevelt yChurchill en Teherán. Roosevelt estaba decidido a llegar a un acuerdo con
los rusos, incluso si eso significaba dejar a un lado a su viejo amigo Churchill.
Ya desde un principio hubo problemas en la conferencia: Churchill estaba com-
pletamente afónico y no tuvo más remedio que permanecer en silencio y escu-
char mientras Stalin criticaba abiertamente a Chiang Kai-shek y Roosevelt ata-
caba a De GauUe. El presidente americano preguntó a Stalin cómo suponía que
podían derrotar a los alemanes rápidamente y, sin dudar un instante, el líder so-
viético respondió que era necesario un desembarco aliado en el norte de Francia.
Churchill hizo un esfuerzo por manifestar su inquietud: el fracaso de semejante
f^
Tropas aliadas ejercitándose en Inglaterra antes del Día D.
214
Tropas americanas abriéndose camino hasta lo playa de Omaha, Normondía, el día ó de junio de 1 944.
proyecto acarrearía terribles consecuencias. Al final, Roosevelt logró persuadir-
le de que el éxito de la operación acortaría la guerra en varios años.
Durante los seis meses siguientes, la llamada «Operación Overlord» fue pla-
neada con meticulosidad en Londres y Washington, mientras que en el sur de In-
glaterra se concentraba una ingente fuerza compuesta por 10.000 aviones, más
de 4.000 vehículos de desembarco y 1.500 buques de guerra. Eisenhower fue
nombrado comandante supremo.
Pero antes de poner en marcha la operación, era necesario resolver algunos
desacuerdos sobre la estrategia a seguir. Los comandantes americanos rechaza-
ban la idea de De GauUe, que pretendía usar a la resistencia francesa como una
alternativa a los ataques aéreos sobre los sistemas de transporte alemanes en sue-
215
LIBERACIÓN
Eisenhower, comandante supremo de los Aliados. Vista de lo playa de Cherburgo antes del Día D.
Un Marauderde los Estados Unidos vuelve tras una misión de bombardeo en Normandío.
216
EL día D
Planeadores americanos en la península de Cherburgo.
lo francés y belga. La negativa norteamericana enfureció a los franceses, que a
finales de mayo de ese año tendrían que ver morir a 3.000 civiles en un período
de 48 horas. Mas para entonces, las líneas férreas francesas estaban prácticamente
destruidas, así como la mayor parte de los puentes del Sena y el Loira.
A continuación, los Aliados tuvieron que resolver el problema de dónde de-
sembarcar. Calais estaba más cerca, pero mejor defendida que Normandía. Fi-
nalmente se decidieron por Normandía, pues la inteligencia militar indicaba que
los alemanes esperaban una cabeza de playa en Calais. Para asegurarse de que
21 7
LIBERACIÓN
21 8
ff
EL día D
Omaha: Los transportes desembarcan sus suministros en la playa
seguían pensando así, los bombardeos sobre Calais continuaron y se estableció
en Kent un ficticio cuerpo de ejército «mandado» por el general Patton. En rea-
lidad, los generales alemanes no llegaban a un acuerdo. Von Rundstedt, coman-
dante en jefe de la Europa occidental, creía que los desembarcos se efectuarían
en el paso de Calais; Rommel, a cargo de la defensa costera, pensaba que serían
en Normandía. A causa de esta disputa, hubo que dividir en dos las fuerzas ale-
manas. Poco antes del Día D, 5 de junio, el ánimo de los alemanes se encontra-
ba tranquilo, ya que sobre el Canal se cernía una tormenta; tan confiados esta-
ban que incluso Rommel se encontraba en Alemania con su mujer.
En realidad, el mal tiempo retrasó la operación veinticuatro horas. En la no-
che del 5 de junio, el viento cesó repentinamente. A las 9.30 p. m., la BBC emi-
tió un mensaje dando a la resistencia francesa la orden de cortar las comunica-
219
LIBERACIÓN
Atendiendo a los heridos en lo playo de Omaha
EL día D
221
LIBERACIÓN
Tropas de los Estados Unidos toman los cerros de Point du Hoc sobre la playa de Omaha.
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Primeros prisioneros de guerra alemanes en Normandía.
222
EL día D
Liberación de Cherburgo.
ciones férreas del país. Se sucedieron casi 1.000 ataques certeros, aunque al día
siguiente las SS se vengaron en las poblaciones que sospechaban implicadas en
los sabotajes. A las 1 1.55 p. m., los primeros paracaidistas británicos aterrizaban
seis millas al norte de Caen, la invasión había comenzado.
A última hora del día siguiente, una enorme flota de desembarco había lo-
grado dejar 156.000 hombres en cinco playas de Normandía, con menos resis-
tencia alemana de lo que los Aliados esperaban, salvo en una de ellas. A pesar
del éxito de la operación, también se produjeron atascos en las maniobras de de-
sembarco y muchos soldados murieron ahogados cuando el mar volcó sus lan-
chas. Estos no fueron los únicos contratiempos. Los británicos y canadienses no
223
LIBERACIÓN
Arriba: La batalla de Caen. Página opuesta: Tropas canadienses avanzan entre las ruinas de Caen.
El resultado de un tiroteo en una de las carreteras de Normandía.
224
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LIBERACIÓN
Julio de 1944: Hitler inspecciona el refugio subterráneo después del fallido atentado contra su vida.
lograron tomar Caen el primer día (hizo falta un mes y la ciudad medieval que-
dó arrasada por los ataques); los americanos erraban el desembarco en una de las
playas, lo que retrasó seriamente la captura de Cherburgo. Por último, el avance
desde las cabezas de playa se vio impedido entre el 19 y el 22 de junio por cul-
pa de una de las peores tormentas que Europa había conocido en los últimos cua-
renta años.
Pero, en general, la «Operación
Overlord» fue un éxito asombroso. Una
vez consolidados los desembarcos, los
comandantes aliados sabían que sería
prácticamente imposible para los ale-
manes desalojarles del norte de Fran-
cia. Por otra parte, la respuesta alema-
na fue muy confusa. «¿Qué debemos
hacer?», preguntaban a Von Runstedt.
«¡Acabar con esta guerra! ¿Qué si
no?», contestó él. Hitler le destituyó
por denotista.
También Rommel fue apartado del
mando mientras se recuperaba de las
heridas sufridas cuando su coche ofi-
cial fue alcanzado por un caza aliado.
El mariscal había estado involucrado EI juez Friesler condeno o los conspiradores de julio.
226
EL día D
Arriba: Churchill observa los desembarcos del sur de Francia (foto inferior) desde el destructor británico Kimberley.
227
LIBERACIÓN
Prisioneros alemanes en el sur de Francia.
La liberación de Aix.
228
EL día D
Agosto de 1944: Los parisienses se alzan contra las fuerzas de ocupación.
en el heroico intento de asesinato de Hitler, peipetrado el 20 de julio, en el que
el Führer tan sólo resultó ligeramente herido. Rommel tuvo que elegir entre dos
opciones: el suicidio o el Tribunal Popular; prefirió el suicidio.
En Normandía, los Aliados dejaron que un buen número de divisiones ale-
manas se les escaparan de las manos, aunque se hicieron más de 50.000 prisio-
neros. El mariscal de campo Von Kluge fue llamado a Berlín, acusado de inten-
tar negociar la rendición de sus fuerzas; antes de enfrentarse a la ira del Führer,
decidió suicidarse. Sobre su cuetpo se encontró una nota que decía: «El pueblo
alemán ha sufrido tales calamidades, que ya va siendo hora de poner fin a todos
estos horrores.»
Algunas regiones del norte de Francia ya habían sido liberadas: había llega-
do el momento del desembarco aliado en el sur. La «Operación Yunque» tuvo
lugar el día 1 5 de agosto, cuando 50.000 soldados aliados tomaron tiena en Cote
D'Azur. Ese mismo día, los planes de Eisenhower de evitar París se vieron frus-
trados por un inesperado alzamiento ciudadano. De Gaulle, ignorando las ins-
trucciones expresas del comandante en jefe, ordenó a la Segunda División Blin-
dada francesa, mandada por el general Leclerc, liberar la ciudad. Al no saber qué
229
LIBERACIÓN
París: Miembros de la resistencia se ponen a cubierto de los tiradores alemanes.
hacer, Leclerc en\ ió un destacamento con órdenes de mezclarse con las tropas
americanas si habían llegado a las afueras de la ciudad en primer lugar Eisen-
hower cedió, justo cuando expiraba el alto el fuego temporal decretado entre el
comandante alemán, general Dietrich von Cholditz. y la resistencia local. «París
no ha de caer en manos del enemigo, si no es convertido en un montón de es-
combros», ordenaba Hitler a Cholditz.
Pero el francófilo Von Cholditz no tenía intención de destruir París y se
rindió a las fuerzas de Leclerc el 25 de agosto. Justo en ese momente se co-
nocía la noticia de que los soldados de las SS habían irrumpido en la habita-
ción del hotel del mariscal Pétain y le habían llevado prisionero a Belfort. Pé-
tain tenía planeado ir a París en persona y oponerse al armisticio; su secuestro
abría el camino al general De Gaulle. quien se autoproclamó presidente de
Francia desde las escaleras del Hotel de Ville. en París. Siguió a la proclama-
ción un alborozado desfile por las calles de la ciudad, a pesar del peligro que
aún representaban los francotiradores alemanes. A última hora del 26 de agos-
to de 1944, después de cuatro años de brutal opresión, la Ciudad de la Luz era
libre otra vez.
230
EL día D
La multitud de París se agolpa alrededor del coche de De Gaulle.
231
LA MAREA ROJAEl avance de los ejércitos de Stalin
Desde la batalla de Kursk en el verano de 1943, el Ejército Rojo habían avan-
zado de manera continuada hacia la frontera rusa. Pero fue un camino lento
y sangriento: encontraron una fiera resistencia en todos los puntos y ni una sola
vez se vinieron abajo las líneas alemanas.
La infantería del general Zhuko\ carecía de la necesaria preparación y ade-
más escaseaban los suministros; el ejército \ i\ ía de cuanto podía saquear o
«liberar» en su avance. «Los soldados rusos llevan a la espalda sus bolsas lle-
nas de mendrugos secos y verduras crudas que han recogido sobre la marcha
de los campos y pueblos —comentaba un comandante alemán— . Los caba-
-<^i-yv-*«^^^-••• »
Los rusos rompen los defensas alemanas a las afueras de Leningrado.
232
233
LIBERACIÓN
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Arriba y abajo: Carros de combate T-34 avanzan sobre la nieve en el Este.
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LA MAREA ROJA
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Las tropas del Ejército Rojo cruzan o la carrera el área próxima al río Vistula en Ucrania.
235
LIBERACIÓN
Cadáveres de polacos yacen sobre el suelo en Katyn; abril de 1 943 Carros de combate T-34 avanzan cerca de Lvov.
líos se van comiendo la paja de los tejados, poco más tienen para comer.» Al
parecer, también los soldados del Ejército Rojo eran prescindibles: el método
de Zhukov para despejar los campos minados consistía sencillamente en ha-
cer a sus hombres marchar sobre ellos. En la Gran Guerra Patriótica, comoStalin gustaba de llamarla, el noventa por ciento de los jóvenes rusos entre 18
y 21 años murieron en combate.
Pero a la «guarida del lobo» sólo llegaban malas noticias del frente ruso. Hi-
tler se vio tristemente condenado a confiar en que la alianza preparada contra
él terminaría disolviéndose. Existían, por supuesto, puntos de fricción entre Sta-
lin, Roosevelt y Churchill. Uno era el futuro de Polonia. En abril de 1943, los
alemanes descubrieron los cuerpos de 4.000 oficiales polacos asesinados en
Katyn: parecía probable que la policía secreta de Stalin hubiera sido la respon-
sable de semejante atrocidad. El gobierno polaco en el exilio estaba iracundo.
Era evidente que, una vez derrotados los nazis en Polonia, sería imposible re-
conciliar los objetivos de los legítimos líderes polacos con los del Ejército Rojo.
236
LA MAREA ROJA
Roosevelt tuvo que persuadir al enfadado Churchill para que guardara silencio
en bien de la alianza.
En enero de 1944, cuando Leningrado fue por fin liberado, el avance ruso em-
pezó a acelerarse. En marzo, el Ejército Rojo entraba en Rumania y, a finales de
mayo, se había abierto paso a través de la Península de Crimea y recuperado prác-
ticamente todo el territorio soviético. A finales de junio, para coincidir con el se-
gundo frente de Francia, hasta 160 divisiones soviéticas atacaron el emplaza-
miento alemán en los alrededores de Minsk; en una semana se habían capturado
350.000 prisioneros alemanes y sus líneas estaban hechas añicos. Los ejércitos
rusos penetraron por la brecha, desviándose luego hacia el Oeste para entrar en
Polonia. El 1 de agosto se detuvieron a las afueras de Varsovia.
Allí tuvo lugar uno de esos episodios trágicos de la guerra, una historia de
esperanza y traición, que contribuyó a socavar las relaciones entre el Este yel Oeste. Los polacos en Londres pretendían, siguiendo el ejemplo de De Gau-
Ue en París, liberar su propia capital; al ver la llegada de las tropas rusas a
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Soldados soviéticos vadeando un río en Polonia.
237
LIBERACIÓN
Los rusos atacan a las tropas alemanas en una granja cerca de Lvov,
Cañones rusos autopropulsados ISU-152 atraviesan un bosque en los Estados bálticos.
239
LIBERACIÓN
El Ejército Rojo, o los afueras de Varsovia.
las afueras de Varsovia, pensaron que era el momento de dar al ejército de
voluntarios la señal de alzarse contra los alemanes y provocar una revuelta
interna.
Por desgracia para el comandante de las fuerzas polacas Bor-Komorows-
ki, los rusos recibieron la orden de no avanzar. Es probable que la orden vi-
niera directamente de Stalin, que —con la vista puesta cínicamente en el or-
den de posguerra— quería acabar con la resistencia polaca antes de hacerse
cargo del país. Por tanto, decidió no atacar, con la excusa de que tres divisio-
nes alemanas a las órdenes de Walther Model habían sido enviadas para de-
fender la ciudad.
Los británicos y americanos protestaron, pero Stalin ni siquiera permitió el
uso de los aeródromos soviéticos para llevar suministros a los polacos, asedia-
dos por las unidades de las SS. «Tal intransigencia—respondía Churchill a Sta-
lin— ,parece ... en desacuerdo con el espíritu de colaboración de los Aliados al
cual tanto ustedes como nosotros concedemos tanta importancia, no sólo para el
presente, sino también para el futuro.»
240
Arriba: Francotiradores polacos durante el levantamiento de Varsovia. Abajo: El ejército clandestino polaco.
241
LIBERACIÓN
Finalmente, el día 9 de septiembre, el líder ruso permitió que se lanzaran su-
ministros a los polacos. Los aviadores polacos, británicos, americanos y suda-
fricanos realizaron más de 300 vuelos sobre Varsovia. Con todo, Stalin destitu-
yó a los generales polacos del Ejército Rojo que habían intentado entrar en contacto
con los rebeldes en el barrio de Czemakow y, a comienzos de octubre, volvió a
vetar el uso aliado de los aeródromos soviéticos.
Las consecuencias fueron terribles para los polacos que vivían en el laberin-
to de callejuelas que formaban el gueto de Varsovia: allí murieron 15.000 com-
batientes y más de 200.000 civiles fueron asesinados en la represión que siguió
al levantamiento. Este episodio marcaría el comienzo de las tensiones entre el
Este y el Oeste.
También en Eslovaquia, los nazis aplastaron brutalmente un alzamiento de la
población. Otros países, sin embargo, fueron más prudentes y, antes de tomar
ninguna iniciativa contra los alemanes, esperaron a que las intenciones de los ru-
sos estuvieran claras. El 23 de agosto, sabiendo que ya era demasiado tarde para
Un soldado alemán prende fuego con su lanzallamas un edificio de Varsovia, convirtiendo el gueto (página opuesta) en un infierno.
242
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LIBERACIÓN
Oficiales alemanes discuriendo la táctica a seguir en Varsovia
LA MAREA ROJA
Lanzacohetes alemanes dirigidos contra el gueto de Varsovia.
que Hitler se apoderase del país completamente, los rumanos anunciaron que sus
aliados ya no eran los alemanes, sino los rusos. Las tropas del Ejército Rojo ocu-
paron los valiosos pozos petrolíferos de Ploesti, entraron en Budapest y en el pla-
zo de una semana mataron a 105.000 soldades alemanes. El 12 de septiembre,
los rumanos accedieron a pagar a la Unión Soviética 300 millones de dólares en
concepto de reparaciones de guerra.
Diez días antes, los finlandeses también habían llegado a un acuerdo con los
rusos, que les iba a permitir conservar una Finlandia democrática durante toda
la Guerra Fría. En Bulgaria, país que había permanecido al margen de las cam-
245
LIBERACIÓN
Octubre de 1944: Bor-Komorowski se rinde en Varsovia.
pañas nazis contra Rusia, el resultado fue menos feliz. Ansioso por conseguir
más territorios, Stalin declaró la guerra a los búlgaros en octubre y éstos se vie-
ron obligados a pactar un acuerdo.
En Hungría, los alemanes se anticiparon a cualquier intento por cambiar de
bando, tomando prisionero al primer ministro, al-
mirante Miklos Horthy, e instaurando un gobierno
pro-nazi. El 30 de noviembre, el general ruso Ma-
linovsky llegó a las afueras de Budapest a la cabe-
za de 64 divisiones rusas y rumanas. Tan sólo unas
semanas atrás, 50.000 judíos habían sido conduci-
dos como ganado hacia el Oeste, en dirección a
Austria. «Mis dedos son largos y puedo alcanzar a
los judíos también en Budapest», había dicho el
artífice de la «Solución Final», Adolf Eichmann.
La ciudad no pudo ser conquistada hasta febrero
de 1945.
En Yugoslavia, las tropas rusas habían entrado
en Belgrado el 19 de octubre de 1944. Pero, con
el apoyo de los americanos y los británicos. Tito
—que durante las próximas décadas iba a conver-
tirse en una espina clavada en el cuerpo de los ru-
sos— ya había establecido allí un gobierno inde-
pendiente. En Grecia, las fuerzas de Hitler habían
comenzado el peligroso camino de regreso hacia
una Alemania fortificada. Model, adversario de Zhukov en Polonia.
246
LA MAREA ROJA
Arriba: Dotación de un antitanque ruso en Pruslo oríentol. Abajo: Concentración de piezas de artillería del Ejército Rojo.
247
LA OFENSIVA HACIAELRIN
Los aliados hacen retroceder a los ejércitos
alemanes
Afínales de 1944, la situación de Hitler era desesperada. Aunque la insisten-
cia de los Aliados sobre que Alemania debía rendirse sin condiciones no hizo
sino ayudar a la propaganda nazi, los recursos alemanes estaban casi agotados y
sus armas secretas—bombas volantes, cohetes supersónicos y cazas a reacción
—
no habían logrado cambiar el rumbo de la guerra. Debilitado y enfermo, Hitler
reclutó un ejército popular para defender Alemania, compuesto por todos los va-
rones sanos con edades comprendidas entre los 16 y los 60 años.
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iimii' ""fiiMi ii'i' ii" fa ""'iifc II iiwiitf^m'íi 'm '"I 'u
Soldados alemanes de catorce años capturados por los Aliados.
248
LA OFENSIVA HACIA EL RIN
Puentes de pontones americanos esperando para ser tendidos sobre el Rin
Pero, en aquel momento, el avance en el frente occidental era cada vez más
rápido. El III Ejército de Patton cruzó el Mosa en Verdún el día 31 de agos-
to; cuatro días más tarde, quinto aniversario de la declaración de guerra de
los británicos, su División Acorazada penetraba 75 millas hacia el interior de
Bélgica y llegaba a Bruselas. Otro grupo de tanques británicos continuaba ha-
cia Amberes, mientras que los comandos belgas eran lanzados en paracaídas
para prestar su apoyo a la resistencia local. El 10 de septiembre, los america-
nos controlaban el fuerte de Eben-Emael, que tan importante papel había de-
sempeñado en la invasión de 1940. Dos días después. Le Havre se rindió a los
aliados.
249
LIBERACIÓN
Izquerda: Miembros de las Juventudes Hitlerianas de hasta trece años de edad estuvieron presentes en los combates.
Derecha: Prisioneros de guerra alenoanes en Bélgica.
Mas el avance aliado, al límite de sus líneas de aprovisionamiento, se detuvo
antes de alcanzar Amberes. «Mis hombres pueden comerse los cinturones, pero
mis tanques no andan sin gasolina», gritaba Patton a Eisenhower cuando los blin-
dados se quedaron sin combustible el 3 1 de agosto.
Y no era el único que perdía los nervios: también se calentaban los ánimos
cuando Montgomery y el general americano Bradley discutían sobre tácticas. Ei-
senhower trataba de poner paz entre todos. Un ambicioso proyecto para avanzar
a través de Holanda, conocido como «Operación Market Carden», terminó en
desastre cuando los paracaidistas británicos y polacos trataron de asegurar el
puente sobre el Rin en Amberes y cayeron casi encima de dos divisiones acora-
zadas alemanas. Escasamente armados, fueron incapaces de resistir mucho tiempo
el imparable ataque de los blindados: 1.000 hombres fueron hechos prisioneros.
El fracaso de «Market Carden» acarreó serias consecuencias. El gobierno ho-
landés en el exilio había convocado una huelga de ferrocarriles para ayudar a la
operación, lo que provocó una brutal represalia alemana y la fortificación del
norte del país. Durante aquel gélido invierno, unos 15.000 civiles holandeses mu-
rieron de inanición; el resto sobrevivieron con una dieta de remolacha y bulbos
250
LA OFENSIVA HACIA EL RIN
Arriba: Camuflando un tanque americano en Luxemburgo. Abajo: Alimentando una ametralladora cubierta de nieve en Bélgica.
251
LIBERACIÓN
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El puente de Arnhem después del fracaso de la «Operación Market Garden».
252
LA OFENSIVA HACIA EL RIN
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Ta mnm 'ar . '^m^:ms^mkSoldados británicos heridos se rinden en Arnhem.
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Tropas británicas atrincheradas vigilan los bosques cerca de Arnhem.
Planta de petróleo sintético de Zeitz tras un ataque aéreo.
254
LA OFENSIVA HACIA EL RIN
de tulipán. Aquí se perdió una ocasión de acabar la guerra rápidamente. Si los
Aliados hubieran estado preparados para apoyar completamente la operación de
Amberes (muchos comandantes estaban en contra de todo el plan), quizá hubie-
ran podido hacer una brecha en el sur de Alemania y salvado miles de vidas; tan-
to Berlín oriental como Praga podrían haber sido aseguradas para la democracia.
Tal y como estaban las cosas, los aliados contaban con un número de venta-
jas cruciales sobre sus enemigos. Ahora que disponían de las máquinas desci-
fradoras del código Enigma, podían leer los mensajes a voluntad, y por uno de
ellos supieron que a la Luftwajfe empezaba a escasearle el combustible. De ma-
nera que los bombardeos aliados se concentraron en las plantas alemanas de pe-
tróleo sintético y depósitos de combustible. También atacaron las bases de lan-
zamiento de las bombas volantes, gran preocupación de los británicos, belgas yholandeses. Ya se habían lanzado contra Gran Bretaña 2.754 «V-1», que habían
producido 2.752 bajas en la población—casi una baja por cada bomba— y aque-
llo no era nada comparado con el poder destructor de los cohetes supersónicos
«V-2», de 11 toneladas. En octubre y noviembre de 1944, los alemanes lanzaron
sus «V-2» contra la ciudad de Amberes, por entonces ya liberada, con resultados
devastadores: casi 4.000 civiles y más de 700 soldados aliados murieron.
En noviembre de 1944, la mayor parte de Francia, Bélgica y Grecia habían
sido liberadas; se había cruzado la frontera alemana en Aachen y había en Eu-
Lanzamiento de un cohete supersónico «V-2». Área experimental de las «V-2» después de un ataque aéreo.
"U
255
LIBERACIÓN
ropa occidental más de 2.000.000 de soldados aliados. Eisenhower había susti-
tuido a Montgomery como comandante en jefe de las Fuerzas de Tierra.
En Quebec, Churchill intentaba persuadir a Roosevelt para que adoptara una
postura común con respecto al futuro de Europa; pero éste, a punto de enfrentar
su cuarta campaña presidencial, no hacía mucho caso de sus propuestas. En lo
único que se ponían de acuerdo era en la necesidad de desindustrializar Alema-
nia después de la guerra y convertirla en un país «de carácter principalmente agrí-
cola y ganadero». Pero esta idea fue vetada tanto por el Departamente de Esta-
do americano como por el Gabinete de Guerra británico.
Tras el fracaso con Roosevelt, Churchill viajó a Moscú para entrevistarse con
StaHn, y en el reverso de un sobre acordaron la proporción de sus «intereses» en
cada uno de los países liberados. Después de la reunión, Churchill pidió a Stalin
que quemara el sobre, no fuera a parecer que entre los dos habían dispuesto el
futuro de Europa con demasiada ligereza. «No, quédatelo tú», le respondió bro-
meando Stalin.
Fuego de mortero al otro lado del Rin, en Estrasburgo.
256
LA OFENSIVA HACIA EL RIN
Diciembre de 1 944: Camiones americanos destruidos durante la ofensiva de las Árdenos.
257
LIBERACIÓN
Arriba: Soldados alemanes en busca de material americano en las Árdenos. Página opuesta: Soldados alemanes dando lo señal de avanzar.
En concreto, Churchill quería ser capaz de garantizar el futuro de Grecia, don-
de 75.000 partisanos armados amenazaban con apoderarse del país. En un in-
tento desesperado por evitar lo que veía como un movimiento comunista, Chur-
chill se atrevió a entrai" el día de Navidad en una Atenas infestada de francotiradores
para convencer a la resistencia de que reconociera la autoridad del arzobispo Da-
maskinos, al que más tarde describiría como «intrigante prelado medieval».
En el frente occidental, el retraso de los Aliados había dado un respiro vital
a Hitler, que insistía en una contraofensiva en las Ardenas para abrirse paso a tra-
vés de las líneas aliadas y hacerlas retroceder hacia el mar. «Si Alemania es ca-
paz de aguantar unos cuantos golpes duros, esta coalición artificial se derrum-
bará con estruendo», aseguraba a sus generales.
Los Aliados no lograron descodificar aquella orden de ataque. Montgomery
había asegurado a sus tropas que el enemigo «no es ya capaz de emprender gran-
des operaciones ofensivas», y Eisenhower se encontraba fuera jugando al golf.
Pero la mañana del 16 de diciembre, con la niebla anulando el dominio aéreo
aliado, varios gmpos de comandos alemanes vestidos con el uniforme america-
no se infiltraron en las líneas aliadas, causando una tremenda confusión. Miles
258
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Prisioneros americanos durante la ofensiva de las Árdenos.
261
LIBERACIÓN
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Los tanques americanos Sherman contraatacan a las afueras de Bastogne.
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de soldados americanos, muchos de los cuales eran reclutas sin experiencia, fue-
ron capturados tras el avance de los blindados alemanes.
Pero la brutalidad de las SS alemanas no hizo sino aumentar el ánimo com-
bativo de los americanos. El 17 de diciembre, más de 70 soldados americanos
capturados en Malmédy fueron asesinados por una unidad de las SS; dos días
después, en Stevlot, los SS mataron a 130 civiles belgas acusados de dar cobi-
jo a soldados americanos. Más tarde, el avance alemán fue detenido en la ciu-
dad de Bastogne, donde el comandante americano, general Anthony McAuliffe,
262
LA OFENSIVA HACIA EL RIN
263
LIBERACIÓN
Una muestra de las atrocidades cometidas cerca de Bastogne. Cuerpos con las piernas atadas y un disparo en la cabeza.
El triunvirato americano: Bradiey, Eisenhower y Patton entre las ruinas de Bastogne.
264
LA OFENSIVA HACIA EL RIN
Montgomery y Eisenhower en uno de sus pocos momentos de armonio.
respondió el famoso «¡Narices!» a la petición de rendición alemana. Temien-
do que Bradley no fuera capaz de controlar las fuerzas al norte de los alemanes,
Eisenhower entregó el mando allí a Montgomery, que enfureció a los america-
nos colocando en su coche una bandera del Reino Unido y corriendo al «resca-
te». El general Patton liberó Bastogne el 26 de diciembre de 1944, mientras que
el general De Gaulle, desobedeciendo la orden que Eisenhower le había dado
de retirarse, continuó hacia Estrasburgo.
La contraofensiva de Hitler en las Ardenas fue vencida no sólo por la perti-
naz resistencia americana, sino por la falta de combustible: las dotaciones de los
tanques alemanes tuvieron que abandonar sus vehículos y regresar a pie hacia el
Este. Sin combustible, el Führer ya no podía hacer nuevos esfuerzos por retrasar
lo inevitable. Aun así, la guerra en Europa iba a durar otros cuatro meses.
265
EL REICH REDUCIDOA CENIZAS
La batalla de Berlín y la muerte de Hitler
Apetición de Churchill, Stalin adelantó su ofensiva en el Este una semana para
aliviar la presión de los Aliados occidentales tras la batalla de Bulge. Los
servicios de inteligencia alemanes habían anticipado que el avance ruso tendría
lugar hacia mediados de enero de 1945, pero Hitler se negó a creer tal informa-
ción. «Es el fraude más grande desde Genghis Khan», vociferó el Führer. A Gu-
derian sólo se le concedieron 50 divisiones de infantería para defender un fren-
te de 700 millas.
En mitad de una tormenta de nieve, con 200 divisiones a su disposición,
Zhukov avanzó 300 millas y entró en Alemania. Todo intento de resistencia se
deshizo ante el imparable avance de las tropas rusas, y los refuerzos que los
alemanes lograron enviar se vieron
obstaculizados por la población civil
que huía. Pero cuando llegaron al río
Oder, Stalin dio a Zhukov la orden de
detenerse y abortar el ataque relám-
pago a Berlín. Mientras, en el Sur, los
ejércitos rusos habían tomado por fin
Budapest el 1 1 de febrero, aunque nue-
vamente volverían a ser rechazados
más allá de la frontera austríaca en
marzo, tras la última ofensiva alema-
na de la guerra.
Mientras las tropas soviéticas se
abrían camino con cautela a las afue-
ras de la capital de Hungría, los tres je-
fes aliados daban los últimos toques a
su acuerdo en Yalta. A Churchill le se-
guía exasperando que su viejo amigo
Roosevelt (ahora moribundo) y su po-
tencial enemigo Stalin mantuvieran re-
laciones tan cordiales. Stalin incluso
coincidía con los planes americanos
Izquierda: Tropas norteamericanas cruzando el Ruhr.
PÁGINA opuesta: Las tropas alemanas, extenuadas.
2ÓÓ
-y^iriv
•^
Arriba: Febrero de 1945. Tropas norteomericanos en lo recién capturado Jülich. Abajo: Atravesando el Rin.
268
EL REICH REDUCIDO A CENIZAS
con respecto a las Naciones Unidas. «Creíamos de
todo corazón que aquel era el amanecer del nuevo
día por el que todos habíamos rezado», decía el con-
sejero de Roosevelt, Harry Hopkins.
Los Jefes de Estado Mayor británicos, siempre
pesimistas, temían que la guerra pudiera prolongar-
se hasta noviembre: había que mantener la unidad
entre los Aliados. Cuando se dieron cuenta de que
el conflicto podía durar menos de lo pensado, los
británicos y los americanos empezaron a lamentar
que sus dirigentes no hubieran sido más duros en las
negociaciones sobre los territorios liberados por los
soviéticos. Churchill estaba especialmente interesa-
do en que se celebraran elecciones libres en Polo-
nia, una idea que a Stalin se le antojaba inaceptable.
Mientras tanto, sir Aithur Harris, del mando de
bombardeos, había empezado a cansarse de castigar los depósitos de combusti-
ble alemanes y pedía que se volviera al bombardeo de saturación sobre las ciu-
dades enemigas. Esta iba a ser su última oportunidad de quebrar la moral de la
población civil, y precipitó uno de los capítulos más sombríos de la actividad bé-
lica aliada.
•,f » 'i',*'^-*»:
Abajo: Churchill llega al Rin. Arriba: Almuerzo ¡unto al río acompañado de Brooke y Montgomery.
269
LIBERACIÓN
Arriba y derecha: Tropas rusas a las afueras de Budapest.
1
Abril de 1945; El Noveno Ejercito americano se encuentra con el Ejército Rojo en Apollensdorf.
270
EL REICH REDUCIDO A CENIZAS
Mayo de 1945: Rusos y americanos en Alemania. Un breve respiro antes de la guerra fría.
Los días 13 y 14 de febrero. 1.200 bombarderos británicos y americanos ata-
caron la histórica ciudad de Dresde, insignificante desde el punto de vista estra-
tégico y en aquel momento abanotada de refugiados del frente mso. El resplan-
dor de los bombardeos podía verse a 200 millas de distancia y la ciudad estuvo
ardiendo durante una semana. Murieron al menos 40.000 personas y es posible
que los cadáveres de otras 20.000 fueran destmidos por el fuego. «¿Cuántos mu-
rieron? Nadie sabe la respuesta», reza el monumento a los caídos en el ce-
menterio de Dresde. Incluso en aquel momento, los resultados de los ataques
escandalizaron a los jefes de Estado Mayor, y es significativo que a Arthur «Bom-bardero» Hanis, al contrario que a otros oficiales, nunca le fuera otorgado el ran-
go de par.
En el mar. las flotas aliadas todavía realizaban operaciones en Italia y el sur
de Francia, y continuaban escoltando los convoyes a Rusia que pasaban por el
Ártico y el mar Negro. Fue este el momento en que los submarinos de bolsillo
alemanes se mostraron más activos y dañinos, con 463 aparatos operando en va-
rias partes del globo.
A comienzos de marzo de 1945. Finlandia. Egipto y Turquía declararon la
guerra a Alemania. Todos estos reveses y la situación desigual no hacían sino au-
mentar el fanatismo y crueldad de los alemanes. En las zonas de Holanda que
aún estaban bajo la ocupación nazi, se sucedían las ejecuciones de miembros de
la resistencia y simpatizantes civiles. Desesperado, Hitler había comenzado a re-
clutar sus soldados entre los niños de 16 años y desplazó el grueso de sus fuer-
271
LIBERACIÓN
Tropas americanas marchan entre las ruinas de una ciudad alemana. T
272
EL REICH REDUCIDO A CENIZAS
V»
Tropas americanas a las afueras de Koblen^
El mariscal de campo Von Rundstedt y su hijo, prisioneros en Augsburgo.
273
LIBERACIÓN
Rendición de fascistas húngaros.
zas desde el Rin hacia el Oder con el fin de enfren-
tarse a los «bárbaros» rusos.
Los aliados occidentales tenían el camino libre
para cmzar el Rin. El 7 de marzo, Patton descubrió
un puente intacto en Remagen. Al poco tiempo, los
americanos habían establecido una importante cabe-
za de puente en la otra orilla. El 23 de marzo, tam-
bién el ejército británico y canadiense de Montgo-
mery logró cruzar el río en el Norte.
Poco después, el avance aliado quedó momen-táneamente detenido. Aunque Churchill pedía a
Eisenhower que avanzara hacia Berlín antes de
que llegaran los rusos, el general americano estaba
más preocupado por los rumores de la resistencia
nazi en Baviera (que nunca se materializaron). En
el resto de Alemania, los nazis se fueron retirando,
ofreciendo una enconada resistencia y arrasan-
do el país en su huida. «Debemos presentar batalla
sin consideración de nuestra propia población», dijo Hitler.
Roosevelt murió el 12 de abril. Hitler y Goebbels creían que habían sido sal-
vados por un milagro de última hora («Dios no nos ha abandonado», le dijo al
Führer el ministro de Propaganda), pero los Aliados siguieron exigiendo la ren-
dición sin condiciones.
El grueso del ejército alemán quedó finalmente atrapado en el Ruhr, donde
3(X).0(X) soldados se rindieron el 18 de abril, tras el suicidio de su comandante en
jefe, el mariscal Model. Después de celebrar su cumpleaños el 20 de abril, Hitler
Los partisanos muestran los cuerpos mutilados de Mussolini y su amante, Clara Petacci.
274
EL REICH REDUCIDO A CENIZAS
destituyó al resto de sus seguidores, fu-
rioso porque algunos trataban de ne-
gociar la rendición (el propio Himmler
había hablado con la Cruz Roja y pro-
metido enviar un número de judíos a
Suecia, con la esperanza de aplacar a los
Aliados). Sólo Goebbels permaneció
con Hitler en su bunker de Berlín.
Una semana después, las tropas
americanas y soviéticas se encontra-
ron en Torgau, en el Elba, breve mo-
mento de camaradería antes del co-
mienzo de la Guerra Fría. En Moscúcelebraron aquel momento con salvas,
y los neoyorquinos cantaron y baila-
ron en Times Square. Pero los Aliados,
convencidos de que el objetivo de Sta-
lin era anexionar tanto territorio de la
Europa occidental cuanto le fuera posible antes de la rendición de la Alemania
nazi, aceleraron su avance. «Considero fundamental estrechar las manos de los
rusos tan al Este como nos sea posible», escribía Churchill a Eisenhower, orde-
nando a Montgomery apresurar el avance hacia Hamburgo y el Báltico, en tan-
to que los franceses tomaban Stuttgart y Patton se apresuraba a llegar a Praga.
El puente de Hindenburg, en Colonia.
Marzo de 1945: Las tropas americanas en Bonn.
PzMr* m
k^-
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-v
LIBERACIÓN
Izquierda y derecha: Tropas rusas entrando en Leipzig, Alemania oriental.
Los restos de lo casa de Goering en el complejo Berchtesgoden.
flkM
276
EL REICH REDUCIDO A CENIZAS
Stalin ya había comenzado su propia carrera hacia Bedín, ordenando a Zhu-
kov que atacara desde el Este y a Koniev desde el Sur. Más de 2.000.000 de sol-
dados rusos avanzaban hacia la capital de Alemania. Pálido y sin aliento, Hitler
se encorvaba en su refugio, las manos temblorosas, gritando órdenes incoheren-
tes y moviendo divisiones que ya sólo existían sobre el mapa.
En Italia, la resistencia alemana empezaba a desmoronarse: las tropas aliadas
habían logrado atravesar el Po. Este éxito provocó un movimiento de euforia en-
tre los partisanos italianos, que liberaron Venecia y Genova. Mientras tanto, Mus-
solini estaba tratando de negociar en Milán, llevando con él una gran cantidad
de dinero y cartas con las que esperaba poder comprar su libertad. El 28 de abril,
cerca del lago Como, los partisanos italianos arrebataron a Mussolini y su aman-
te Clara Petacci de un convoy alemán y los ejecutaron. Sus cueipos mutilados
fueron llevados a Milán y colgados de los pies en la plaza mayor.
Las fuerzas alemanas en Italia se rindieron finalmente el día 29 de abril. Unos
150.000 partisanos italianos entregaron sus armas a los Aliados. Al día siguien-
te, las tropas americanas entraban en Munich, en otro tiempo la fortaleza del na-
cional-socialismo, donde fueron recibidos con flores. La emisora de radio y otras
instalaciones clave estaban en poder de los alemanes anti-nazis que, dirigidos
por el capitán Rupprecht Gerngross, se habían apoderado de ellas tras una feroz
refriega con las SS.
Comprendiendo que el final de la guerra era inmediato, ese mismo día Hitler
ordenó el arresto de Goering, con el que pretendía negociar con los Aliados, ynombró a Doenitz en su lugar. Después se casó con Eva Braun y escribió su tes-
tamento.
«Exhorto a los líderes de la nación y todos aquellos a sus órdenes para que
cumplan escrupulosamente las leyes de la raza —escribía— , y se opongan sin
piedad al envenenador universal de todos los pueblos, la Judería Internacional.»
A las 3.30 p. m. del día siguiente, 30 de abril, Hitler se despedía de sus
ayudantes en el refugio y después se encerraba en su habitación. Allí se qui-
Tanques soviéticos T-34 y cañones autopropulsados ISU-152 en los calles de Berlín Este.
277
tWp
EL REICH REDUCIDO A CENIZAS
tó la vida de un disparo; Eva Braun
utilizó veneno. Lo que ocurrió a con-
tinuación sigue siendo un enigma. Se-
gún fuentes alemanas, los cuerpos
fueron rociados con gasolina e inci-
nerados. Los rusos, por otra parte,
aseguraron haberse apoderado de los
cadáveres, que, según dicen, foto-
grafiaron y después destruyeron. Encualquier caso, nunca ha aparecido
ningún resto de ellos.
En la ciudad, Goebbels, siguiendo
el ejemplo de Hitler, administró vene-
no a toda su familia y luego se suici-
dó. Después de un último intento de
resistencia en el zoo de Berlín, el res-
to de las fuerzas alemanas en la ciudad
se rindieron. Doenitz intentó negociar
una rendición en el Oeste, mientras se
seguía peleando en el Este, pero Eisenhower vetó la idea. El 4 de mayo, los ejér-
citos alemanes del Norte se rindieron a Montgomery en Lüneburg. Tres días des-
pués, el general Jodl estaba en Reims para firmar la rendición incondicional de
todas las tropas alemanas forzada por Eisenhower. El 8 de mayo, día de la vic-
Incluso este prisionero de guerra parece encantado con
la noticia de la muerte de Hitler.
Arriba: Kinzel firma la rendición de los ejércitos del Norte en Lüneburg
PÁGINA opuesta: La hoz y el martillo ondean sobre el Reichstag.
279
LIBERACIÓN
Arriba: Un civil alemán lee el anuncio del día de la victoria. Página opuesta: Churchill celebra en Londres la victoria.
toria en Europa, se sucedieron las manifestaciones de euforia popular tanto en
Times Square como en Trafalgar Square.
Pero la lucha en Europa no había terminado todavía. En Praga, los checos se
habían alzado contra las fuerzas de ocupación nazis, pero, como el nuevo presi-
dente americano, Harry Truman, se negaba a poner en peligro vidas americanas
por propósitos puramente «políticos», ordenó a Patton que se detuviera a las afue-
ras de la ciudad. Por un extraño giro del destino, Praga fue liberada de las SS por
el general Vlasov y su Ejército Ruso de Liberación, que había estado peleando
del lado de los alemanes durante casi toda la guerra. Pero ni siquiera esta ma-
niobra impidió que se tomaran represalias contra Vlasov y sus seguidores: fue-
ron ejecutados cuando las tropas soviéticas llegaron el 1 2 de mayo.
Parecía que alrededor de Trieste iban a estallar nuevos brotes de resistencia,
y tanto Churchill como Truman estaban dispuestos a utilizar la fuerza para evi-
tar que la ciudad cayera en manos de Tito. Pero, sin el apoyo de Stalin, Tito de-
cidió no retirar a sus partisanos el día 9 de junio. Los dos grandes ejércitos de las
potencias comunistas y democráticas se veían ahora frente a frente a ambos la-
dos de las ruinas de una Europa liberada.
280
EL HOLOCAUSTOEl descubrimiento de los campos
de concentración
Acomienzos de abril de 1945, los soldados de una división acorazada ameri-
cana se encontraron en la carretera a las afueras de Gotha con lo que des-
cribieron como «refugiados cadavéricos». Estos «refugiados» judíos, con la ca-
beza afeitada y esqueléticos, guiaron a los americanos hasta Ohrdruf, donde se
amontonaban pilas de cadáveres vestidos con uniformes a rayas. Antes de huir,
los guardianes alemanes habían disparado a todos ellos un tiro en la nuca. El ge-
neral Eisenhower visitó el campo poco después y quedó tan espantado que lla-
mó a Churchill para describirle la horrible escena.
El mundo entero conocía la persecución a que ios nazis habían sometido al
pueblo judío desde que Hitler llegara al poder. Los periódicos de todos los paí- >f
Polonia. Prisioneros tronsporfados en camiones de ganado.
282
EL HOLOCAUSTO
Presos de un campo de concentración después de la liberación.
283
LIBERACIÓN
Soldados americanos entregan cigarrillos en uno de los campos de concentración.
284
" - I >
EL HOLOCAUSTO
I ^
ses habían contado cómo la clase media judía—in-
telectuales, financieros, médicos— habían sido obli-
gados a abandonar todas sus actividades. Era sabi-
do que los nazis consideraban a los árabes, africanos,
eslavos y orientales en general como iinteimenschen
(infrahumanos), pero el odio más enconado se re-
servaba a los judíos. «En su aspecto externo, los ju-
díos parecen seres humanos —escribía un teorista
nazi— ,pero intelectualmente, espiritualmente, es-
tán por debajo de los animales.»
Ya en 1935, Hitler había desposeído de la ciu-
dadanía alemana y de la mayoría de los derechos ci-
viles a todos los judíos de Alemania. Se les prohi-
bía acudir a los conciertos o proyecciones de cine,
conducir, sentarse en los bancos de los parques o
comprar periódicos; un judío podía ser condenado
a muerte por casarse con un «ario». El odio al pue-
blo judío culminó en la infame Krystallnacht («no-
che de los cristales rotos») de 1938, que tuvo lugar
después de que un joven judío asesinara al embaja-
dor alemán en París. Miles de sinagogas y tiendas
judías fueron saqueadas y después quemadas bajo
la mirada indiferente de la policía.
Los campos de concentración como Dachau ya
existían en 1933, aunque por entonces no había aún una política de genocidio.
Socialistas, testigos de Jehová, homosexuales, gitanos y pacifistas, todos fueron
a unirse a los judíos detrás de las alambradas de espino. Pero con las conquistas
Condiciones de vida dentro de uno de los barracones.
Las terribles evidencias. Pila de cadáveres en un campo de exterminio.
285
LIBERACIÓN
Vías muertas en el campo de Nordhausen.
El comandante de un campo de concentración es hecho prisionero.
286
EL HOLOCAUSTO
1 Wir-^-^'^Niños judíos supervivientes dejan Buchenv\/ald con destino a Francia, y de ahí a Palestina.
De camino a casa, supervivientes rumanos de Buchenv/old en Viena.
287
LIBERACIÓN
Izquierda y derecha: La cámara fue el único tesHgo que no volvió la mirada.
de Hitler entre 1939 y 1941 . el número de judíos bajo el régimen alemán aumentó
hasta alcanzar los 10.000.000. Hitler planeó llevarlos a Madagascar. aunque por
aquel entonces ya habían sido asesinados decenas de miles en Polonia y Rusia.
«Exterminando a esta plaga, prestaremos a la humanidad un servicio del que
nuestros soldados no pueden hacerse una idea», señalaba el Führer.
Hasta 1942. Himmler no des\eló lo que llamó «la solución final», es decir,
el exterminio de toda la raza judía en Europa. Se pondrían en funcionamiento
campos de exterminio que «procesarían» a los judíos con ayuda de técnicas in-
dustriales. Con el tiempo, los nombres de estos campos se utilizarían como si-
nónimos de crueldad indescriptible: Dachau. Treblinka. Auschwitz y muchos
otros.
Se reunía a las víctimas, diciéndoles que iban a ser trasladados, y se les pe-
día que llevaran comida para un viaje de tres días. Después eran amontonados
en camiones de ganado, sin apenas agua. Decenas de miles murieron mucho an-
tes de entrar en los campos.
Cuando llegaban a su destino, los supervivientes eran divididos en dos gm-
pos: sanos y enfermos. Los primeros trabajaban como esclavos. La esperanza de
\ ida para estos prisioneros era de entre tres y seis meses; después morían de ina-
nición, agotamiento o por la brutalidad de sus bien alimentados guardias de las
SS. Por otra parte, la mayoría de los «débiles» —mujeres, niños y ancianos
—
eran obligados a desvestirse y entrar en las «duchas». Allí eran rociados con el
gas venenoso Zyklon-B. fabricado por una importante empresa farmacéutica ale-
mana. De los cuerpos de las víctimas, cuyas caras estaban azules por la asfixia,
después se encargaban otros prisioneros. Se les arrancaban los dientes de oro; el
pelo se usaba para rellenar colchones y las ropas se enviaban de vuelta a Ale-
288
289
LIBERACIÓN
Un superviviente, pero, ¿por cuánto tiempo?
mania para ser redistribuidas. Una vez machacados,
los huesos servían para elaborar fertilizantes, y con
la grasa de sus cuerpos se hacía jabón.
Los Aliados conocían en parte la realidad del ho-
locausto, y en diciembre de 1942, en un acuerdo co-
mún, Gran Bretaña, Estados Unidos, la Unión Sovié-
tica y el Comité Nacional Francés condenaron «esta
salvaje política de exterminio a sangre fría». En 1943
los Aliados dejaron caer sobre Berlín octavillas en las
que se describían estas atrocidades.
Cuando el rumbo de la guerra empezó a serles con-
trario, los nazis comenzaron a preocuparse por el cas-
tigo aliado. «Hay que acelerar toda la operación», de-
cía Hitler preocupado, en agosto de 1942, después de
visitar un campo de exterminio. Pero el verano si-
guiente, Himmler tenía suficientes dudas sobre el fu-
turo para ordenar la sistemática destrucción de todas
las evidencias de aquellos asesinatos en masa. Los
trabajadores esclavizados fueron obligados a visitar
nuevamente los lugares de las ejecuciones, desente-
rrar los cadáveres e incinerarlos, después de arran-
carles las piezas dentales de oro.
La reacción judía a este infierno es, a primera vis-
ta, incomprensible. Incluso mientras eran transporta-
dos, muchos se negaban a creer que su destino fuera otro que el de realizar traba-
jos forzados (los campos de exterminio se disfrazaban como campos de trabajo).
La terrible verdad empezaba a calar en sus concien-
cias lentamente. «¿Quién nos ha impuesto este terri-
ble castigo? ¿Quién nos ha hecho a los judíos dife-
rentes del resto del mundo? ¿Quién ha permitido que
suframos así hasta el día de hoy?», escribía la niña de
14 años Anne Frank en su diario mientras permane-
cía escondida con sus padres y su hermana en Ams-
terdam, en 1944. Al año siguiente murió en Belsen.
En el verano de 1944, cuatro prisioneros de Ausch-
witz lograron escapar, llevando consigo a la neutral
Suiza detalles del funcionamiento del campo. Chur-
chill y su ministro de Asuntos Exteriores, Anthony
Edén, leyeron horrorizados el informe de aquellos
testigos, pero su petición de bombardear las líneas
férreas fue rechazada por la RAF y la Fuerza Aérea
de los Estados Unidos, que la consideraron muy pe-
ligrosa. Los americanos dejaron caer octavillas en
Budapest, advirtiendo a los húngaros de que los res-
ponsables de persecuciones a los judíos serían casti-
gados. A los dos días, el almirante Horthy detuvo las
deportaciones. Mas para entonces, ya habían sido en-
viados al Norte 437.000 judíos húngaros. Esqueletos vivientes.
290
EL HOLOCAUSTO
Cuando los americanos entraron en Buchenwald el
día 1 1 de abril de 1945, se encontraron con que los guar-
dias habían huido, dejando miles de supervivientes en
el límite de la inanición. Cuatro días después, los britá-
nicos entraron en Belsen. Allí encontraron 35.000 ca-
dáveres y 30.000 supervivientes demacrados. En las se-
manas siguientes, 300 de ellos murieron diariamente a
causa del hambre y las fiebres tifoideas. El 28 de abril,
los americanos llegaron a Dachau. Los 500 guardias na-
zis que vigilaban el campo murieron al poco tiempo;
unos a manos de los prisioneros, otros ejecutados por
los espantados soldados americanos que habían encon-
trado 50 vagones de ferrocarril llenos de cuerpos que
esperaban el momento de pasar por el crematorio.
El destino de seis millones de judíos europeos, ade-
más de otros cientos de miles de judíos, homosexua-
les y disidentes políticos, constituye uno de los epi-
sodios más atroces de la historia de la humanidad.
Pero el holocausto nunca hubiera tenido lugar sin la
participación activa de la policía, los burócratas y la
población civil de los países ocupados por los ale-
manes. Temeroso de las represalias contra los católi-
cos romanos, el Papa se negó a intervenir.
Hubo algunos héroes alemanes, como Antón Schid y Osear Schindler, y no
puede decirse que todos los ciudadanos del Reich participaran silenciosamente
en el destino de los judíos.
Soldados americanos cara a cara con la verdad.
La subsistencia en las ruinas de los campos de concentración.
291
Ciudadanos alemanes locales, obligados a visitar las tumbas comunes.
Desenterrando los cadáveres en los fosos de cal.
292
EL HOLOCAUSTO
«Han tenido lugar algunas escenas lamentables en un asilo de ancianos para
judíos —escribía Goebbels en su diario en 1943— , cuando una multitud rodeó
el lugar y algunos de ellos incluso se pusieron del lado de los judíos.» En reali-
dad, hubo grandes actos de rebelión de parte de los judíos. En 1 94 1 , el pueblo de
Amsterdam convocó una huelga general para apoyar a los judíos. A comienzos
de 1943, y tras soportar las presiones de líderes religiosos y políticos, el gobier-
no finlandés, cuyo ejército luchaba al lado de los alemanes en el frente ruso, tuvo
que negarse a seguir adelante con la política de deportaciones. En septiembre de
1943, casi todos los judíos de Dinamarca fueron transportados en secreto a Sue-
cia escondidos en los barcos de los pescadores. (Uno de ellos era el científico nu-
clear Niels Bohr, que tan importante papel tendría después en el desarrollo de la
bomba atómica.) Y entre los muchos griegos que ocultaron en su casa a judíos
se encontraba la madre del príncipe Philip, la princesa Andrew.
A pesar de la magnitud del conflicto militar, el holocausto judío ensombre-
ce cualquier otro capítulo de la Segunda Guerra Mundial. La brutalidad de este
genocidio sistemático y la espantosa lógica con que fue llevado a cabo van más
allá de toda descripción o análisis. Aquellos que primero entraron en los cam-
pos se quedaron sin palabras. «Os pido que creáis lo que he visto—decía el lo-
cutor americano Ed Murrow, emitiendo desde Buchenwald— . Todo lo que he
contado lo he visto aquí, y tan sólo habéis oído una parte. Para el resto, no en-
cuentro palabras.»
Los prisioneros celebran el momento de la liberación.
293
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EL
EXPANSIONISMOJAPONÉSLa guerra en China
Hoy los japoneses conocen el período de militarismo y guerra que terminó con
su derrota en 1945 como kurai tanima, o el «valle oscuro». Pero las raíces
de la GueiTa del Pacífico se adentran en un valle oscuro compartido por la ma-
yor parte del mundo. El 29 de octubre de 1929, el valor de las acciones colapso
en Wall Street, y ese fue el comienzo de dos años y medio de derrumbamiento
económico que habría de tener repercusiones globales y que se conoció como la
Gran Depresión.
En 1932, enfrentándose a la peor crisis económica de su historia, los británi-
cos anunciaron el establecimiento de unas barreras arancelarias que hicieron ex-
tensibles al conjunto de sus colonias; al año siguiente, el recién elegido presi-
dente de los Estados Unidos. Franklin Roosevelt, devaluó el dólar y emprendió
Tropas japonesas durante un entrenamiento.
296
LA GUERRA EN CHINA
r^
Japón, años 30. La vida militar comenzaba a una edad muy temprana.
una desesperada lucha por la recuperación económica sin preocuparse de las re-
percusiones que pudiera tener en otros países. Las naciones que no contaban con
recursos naturales y materias primas, como Japón, fueron las más perjudicadas.
Japón se había modernizado a gran velocidad. En los ochenta años transcu-
rridos desde que la flota americana del comodoro Perry entrara en el puerto de
Tokio cargada con ofertas de comercio internacional, Japón se había convertido
en una potencia comercial y, después de la denota de la flota rusa en la batalla
de Tsushima en 1905, una formidable fuerza militar.
Al mismo tiempo, los líderes japoneses observaban con irritación la hipocre-
sía de los antiguos imperios británico, francés y holandés en el Este, y comen-
Maniobras bajo la bandera del sol naciente.
zaron a soñar con poseer sus propias colonias de ultramar. «Fingiendo preten-
siones comerciales, penetremos en el resto de China —declaraba el primer mi-
nistro Giichi Tanaka, responsable de la represión de miles de liberales, en 1927—
.
Teniendo a nuestra disposición todos los recursos naturales de China, podremos
conquistar India, Asia Menor. Asia Central y hasta Europa.» Puede que tal afir-
mación sea falsa, pero es bien cierto que semejante punto de vista era comparti-
do por una importante facción de la nue\ a élite gobernante del país.
Pero, al contrario que en Alemania o Italia, no surgió un dictador que acapa-
rase en sus manos el poder absoluto: Ja-
pón se fue desviando imperceptible-
mente hacia el autoritarismo. En general,
el emperador estaba demasiado alejado
de la vida política para tomar decisio-
nes de carácter diario, y este vacío de
poder permitió a los jefes del ejército
hacerse cada vez más poderosos.
En septiembre de 1931, algunos ofi-
ciales japoneses encargados de prote-
ger la línea férrea del sur de Manchu-
ria ordenaron un ataque contra la
guarnición china de Mukden. En los
meses que siguieron a este incidente,
los japoneses empezaron a controlar la
totalidad de Manchuria, que convirtie-
También las mujeres compartían el nuevo carácter nacional militarista. ron en el estadO marioneta de Man-
298
LA GUERRoA EN CHINA
Tren blindado japonés en Manchuria.
chukuo. Cuando el enfurecido pueblo chino atacó a los japoneses en Shanghai,
la ciudad fue bombardeada desde el aire durante seis semanas. La Sociedad de
Naciones manifestó su rechazo, pero no sirvió de nada.
Los oficiales responsables del ataque a Mukden nunca fueron censurados des-
de Tokio, lo que el ejército entendió como una aprobación tácita de tales acciones.
Cuando los comunistas de Mao Tse-tung lanzaron una guerra de guerrillas contra
ellos, los japoneses avanzaron hacia el sur de China, nuevamente con el apoyo tá-
cito de las autoridades de Tokio. Al año siguiente tuvo lugar la invasión de China:
bombardeos indiscriminados, violacio-
nes masivas y torturas fueron los mé-
todos empleados habitualmente.
El generalísimo chino, Chiang Kai-
shek, acababa de librar una larga y ex-
tenuante batalla para unificar el país ysometer a los señores feudales. Su ejér-
cito contaba con 2.000.000 de solda-
dos, pero diseminados por el gigantes-
co país; carecían de armamento pesado
y tan sólo contaban con 300 aviones de
guerra. Preocupado con su guerra civil
contra los comunistas, Chiang tomó
a la ligera las intenciones japonesas e
instó a la paz y la no resistencia. Para
Chiang Kai-shek, la inminente guerra
con Mao ocupaba un lugar preferente. eI emperador Hirohito durante un desfile.
299
EL EXPANSIONISMO JAPONES
^
Chiang Kai-shek dando consignas a sus oficiales. Mao Tse-tung a mediados de los años 30.
Mientras tanto, Japón estaba al límite del fanatismo nacionalista. Criticar las
operaciones militares en China se había convertido en una práctica peligrosa:
entre 1912 y 1941, seis primeros ministros japoneses habían sido asesinados por
atreverse a dar un paso al frente. Mientras el gobierno luchaba por ejercer al-
guna clase de control, la Kcmpeitai (literalmente, «policía del pensamiento»)
ejercía un féneo control sobre la vida de los ciudadanos, censurando todo lo que
consideraban «no japonés», lo que cada vez más era sinónimo de moderado.
Más tarde, en febrero de 1936, algunos oficiales
de la Primera División de Infantería asesinaron a va-
rias de las figuras liberales más influyentes de la so-
ciedad japonesa y tomaron por las armas la resi-
dencia del primer ministro y el Ministerio de la
Guena. Los rebeldes sólo abandonaron su propósi-
to cuando el propio emperador Hirohito condenó pú-
blicamente el intento de golpe, y aunque los cabe-
cillas fueron ejecutados, el desplazamiento hacia el
militarismo era cada día más evidente.
Aquel mismo año, Alemania y Japón firmaron
el Pacto Antikomintern, que acercaba a los dos pa-
íses por primera vez. Al año siguiente se uniría al
pacto Mussolini y, aunque esto significó poco en
términos reales, el apoyo moral (o más bien, in-
moral) de los fascistas europeos animó a los mili-
tares japoneses a continuar con su política expan-
sionista en China.
En julio de 1937, los ataques japoneses obliga-
ron a una alianza temporal entre Chiang y Mao. Los Tokio celebra el pacto con los nazis.
300
LA GUERRA EN CHINA
«Dando un castigo ejemplar». Soldados japoneses pasan o lo bayoneta a los prisioneros de guerra chinos.
Camilleros chinos después de un ataque japonés.
301
EL EXPANSIONISMO JAPONES
Las tropas japonesas llegan a Tsinan. Chungking después de un bombardeo japonés.
^
f
*~ J'^r '«"f «I
.^áUÍ
Arriba: Agosto de 1937. Ataques aéreos sobre Shanghai. Abajo: Soldados de Infantería de Marina japoneses en las calles de Shanghai.
Izquierda y derecha: Combates en las calles de Shanghai.
303
!
Arriba: Tropas japonesas avanzan entre los escombros en Shanghai. Abajo: Coche blindado japonés Tipo 25.
304
El destructor japonés Tsuta en el río Hai-Ho.
nipones ocuparon rápidamente las ciudades de Pekín y Sientsin, y en agosto sus
tropas atacaron el vital puerto de Shanghai. Durante los combates que siguieron,
fue hundido el cañonero americano Panay y el embajador británico resultó heri-
do. En un intento de dividir el país en dos mitades, los nipones remontaron el río
Yangtze. El 13 de diciembre se apoderaron de Nanking, donde había estableci-
do su capital Chiang. La toma de la ciudad fue seguida de una orgía de asesina-
tos y destrucción.
En el norte de China, el avance japonés desde Manchuria fue detenido por
el contraataque inesperado de Chinag en Taierchwang, en el que murieron 20.000
305
EL EXPANSIONISMO JAPONES
MÜ
E
soldados japoneses. Esta fue la prime-
ra gran derrota militar de Japón desde
su modernización. A pesar de todo, el
avance continuó y los generales chinos
se vieron obligados a romper los di-
ques del río Amarillo cerca de Cheng-
chow, inundando toda la región y aho-
gando a decenas de miles. El ejército
japonés quedó atascado en un mar de
barro.
Finalmente, los japoneses tomaron
las ciudades estratégicas de Suchowen el Norte y Hanchow en el Sur, es-
trujando el país en una gigantesca te-
naza. En octubre de 1938, se apodera-
ron de Cantón, que había reemplazado
a Shanghai como mercado de salida
más importante de China. A finales de
aquel mismo año, toda la línea coste-
ra del país estaba controlada por el
ejército japonés. Chiang se había vis-
to obligado a refugiarse en la frontera
tibetana.
Durante esta primera fase de la gue-
rra chino-japonesa, el sufrimiento de la
población civil fue atroz. Aunque las
cifras de bajas no son fiables, algunas
hablan de más de 8()().00() civiles muer-
tos y más de 50 millones (alrededor del
diez por ciento del total de la población)
desplazados de sus hogares.
Las imágenes descritas en los noti-
ciarios horrorizaron al mundo entero
por su crueldad y ensañamiento. Los diplomáticos se esforzaban en vano por en-
contrar un acuerdo que pusiera fin a la guerra: al parecer, el primer escollo con
que toparon fue que en realidad los japoneses no habían declarado la guerra en
ningún momento. Además, Occidente no deseaba verse activamente implicado
en el conflicto.
Los ejércitos chino y japonés cambiaron de estrategia: el primero se volcó en
una guena de guemllas y de desgaste, destruyendo las líneas de suministro ja-
ponesas ahí donde les era posible; los nipones se decidieron por una política de
lento estrangulamiento: bloqueo de los puertos y las rutas teiTestres que conec-
taban China con el resto de Asia.
En el verano de 1938, los japoneses lanzaron dos ofensivas contra los rusos
en Manchuria, aunque en ambas ocasiones fueron rechazados con graves pérdi-
das. Los estrategas del ejército japonés comprendieron que si la bandera del sol
naciente podía izarse en algún otro lugar, éste se encontraba al este de su país,
en el Pacífico.
Arriba: Un bombardero japonés en acción y sus efectos devasfadores.
PÁGINA opuesta: Refugiados chinos huyen de los bombardeos.
306
EL EMBARGOPETROLERO
Estados Unidos castiga las agresiones
japonesas
W
Si en Europa la guerra comenzó porque los políticos débiles trataron de apa-
ciguar a los militaristas, en el Pacífico fue la determinación de los america-
nos de castigar la agresión japonesa. En agosto de 1941, los Estados Unidos im-
pusieron el embargo petrolero a Japón y decretaron la congelación de todos sus
bienes. Japón dependía casi por completo de la importación de petróleo. Para el
pueblo japonés, bombardeado por la propaganda militarista y racista, el bloqueo
estadounidense equivalía a un acto de guerra.
Mucho antes de 1941 , sin embargo, Japón había mo.strado claramente sus in-
tenciones expansionistas, dirigidas a los pozos petrolíferos de las Indias Orien-
I
El embajador americano en Japón, Joseph Grew, vuelve a casa tras el estallido de la guerra.
308
EL EMBARGO PETROLERO
El ministro de Asuntos Exteriores japonés, Matsuoka, se entrevista con los diplomáticos del Eje en Berlín.
tales holandesas. Cuando estalló la guerra en Europa, los estrategas militares ja-
poneses comenzaron a discutir en los consejos de estado las distintas posibilida-
des que el conflicto les ofrecía. En aquella atmósfera de histerismo nacional,
arriesgaban mucho los que pedían prudencia: si su opción prevalecía, corrían el
riesgo de ser asesinados; si se descartaba su propuesta, el país se enfrentaría a
una guerra contra una de las naciones más poderosas del mundo. «Japón se en-
cuentra en un estado de agitación política de una intensidad poco habitual», in-
formaba el embajador americano Joseph Grew.
Para inclinar la balanza en favor de la guerra, en julio de 1940, los líderes na-
cionalistas del Ejército apoyaron el regreso al poder de un antiguo primer mi-
nistro. El príncipe Fumimaro Konoye, un conocido hipocondríaco que solía lle-
var una máscara antigérmenes cuando asistía a las grandes reuniones, comprendió
que con Francia y Holanda denotadas en Europa, y Gran Bretaña al borde de la
invasión, se abría ante Japón la oportunidad única de robarles sus posesiones más
orientales.
El 27 de julio de 1940, la Conferencia de Coordinación proclamó un «nuevo
orden» en la región que recibiría el nombre de «gran esfera asiática de prosperi-
dad», en la que se incluirían la península malaya, Tailandia, Birmania y las In-
dias Holandesas Orientales (delimitando así la región rica en petróleo que tanto
309
Marzo de 1941: Matsuoka con Von Ribbentrop en Berlín.
interesaba a los líderes japoneses). La Cuarta Flota japonesa fue enviada al Pa-
cífico occidental, lista para lanzarse contra las Indias Orientales holandesas, y
los estrategas empezaron a trazar los planes de una invasión de la península ma-
laya y las Filipinas.
En agosto, el gobierno francés de Vichy había cedido a las presiones, per-
mitiendo que las tropas y aviones japoneses se establecieran en el territorio de
Indochina. Cuando la batalla de Inglaterra estaba en todo su apogeo, el gobier-
no de Konoye también pretendió que los británicos cerraran a Chiang Kai-shek
los accesos por tierra desde la India, incluyendo la llamada «ruta de Birmania».
Los diplomáticos británicos buscaron apoyo en los americanos, pero el apoyo
no parecía cercano, de modo que pactaron un acuerdo por el que el acceso que-
daba cerrado durante tres meses, coincidiendo con la estación de los monzones.
El 27 de septiembre de 1940. el embajador japonés en Berlín. Saburo Kuru-
su, firmó el Pacto Tripartito con las potencias del Eje. Tal acuerdo se concebía
como una alianza de carácter defensi-
vo en previsión de una declaración de
guerra americana: si Roosevelt tomaba
medidas contra alguno de los miembros
del Eje. tendría que enfrentarse con to-
dos ellos. «La era de la democracia ha
terminado», afirmaba exultante el mi-
nistro de Asuntos Exteriores japonés y
amigo íntimo de Konoye. Yosuke Mat-
suoka.
Hasta ahí llegó la acción diplomáti-
ca nipona. El pacto con los nazis enfu-
reció a Roosevelt; con cautela, para que
sus votantes no pensaran que apoyaba
abiertamente a los británicos en el asun-
to de la ruta de Birmania, prohibió la
El general Yomashita se reúne con Hitler.
310
m^fT X
EL EMBARGO PETROLERO
exportación de combustible, lubricantes, chatarra de hierro y acero a Japón. Tam-
bién ofreció a Chiang Kai-shek un préstamo de 100 millones de dólares. Al mis-
mo tiempo, los holandeses se negaron a suministrar a los japoneses la enorme
cantidad de petróleo que éstos solicitaban; el 18 de octubre, los británicos vol-
vieron a abrir la ruta de Birmania y comenzaron a entablar conversaciones de de-
fensa mutua con los holandeses y australianos. Los japoneses se habían arrinco-
nado con exigencias imposibles de satisfacer: ya sólo había que dar tiempo a que
las sanciones empezaran a dejarse sentir en su economía.
Cuando Matsuoka visitó Berlín en la primavera de 1941, Hitler no le dijo una
sola palabra sobre sus planes de atacar a Rusia. El Führer no tenía intención de
compartir el botín con los japoneses, y en lugar de eso les animó para que diri-
gieran sus fuerzas contra los británicos en Singapur. Desconocedor de la creciente
tensión en el frente oriental, Matsuoka volvió a casa, vía Moscú, y en el camino
firmó con Stalin un pacto de neutralidad que habría de estar en vigor hasta la úl-
tima semana de la guerra.
Mientras se preparaba para la guen-a, Konoye seguía consiguiendo objetivos
mediante una hábil política diplomática. Por eso, en mayo de 1941, propuso un
acuerdo al secretario de Estado norteamericano, Cordell Hull, mientras aumen-
taba la presión sobre franceses y holandeses. Este acercamiento pareció funcio-
nar. En junio del mismo año, entablaron nuevas conversaciones con los holan-
Más conversaciones: Matsuoka con Hitler.
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Mediados de 1941: algunos japoneses aún creían en la posibilidad de la paz.
deses en las que solicitaban el aumento de recursos procedentes de las Indias
Orientales, y el 24 de julio, el gobierno de Vichy cedió al ultimátum japonés, que
exigía el uso de las bases aéreas del sur de Indochina.
Por un golpe de suerte, fue justo en ese momento cuando los americanos
lograron descifrar el código «Púrpura» en el que los japoneses enviaban la
mayoría de los mensajes diplomáticos secretos. Estos mensajes revelaron que
los nipones se preparaban para una guerra total en el sureste de Asia. Dos días
después de que los franceses se derrumbaran, Roosevelt congeló todos los bie-
nes japoneses en los Estados Unidos y decretó el embargo total sobre las ex-
portaciones petroleras; británicos y holandeses siguieron el ejemplo america-
no. De esta manera, las importaciones japonesas de crudo quedaron mermadas
en un noventa por ciento. El gobierno japonés calculó que a menos que el em-
bargo fuera levantado antes de la primavera de 1942, la economía del país se
vendría abajo.
31 2
EL EMBARGO PETROLERO
La prensa americana, esperando ansiosamente las declaraciones del embajador japonés.
Cordell Hull firma la orden de embargo.
En realidad, el embargo diseñado por Estados Unidos había sido concebido
con cierta flexibilidad con el fín de que los japoneses no se vieran forzados a to-
mar una decisión desesperada. Pero fue aquí donde los planes tan meticulosa-
mente trazados por el secretario de Estado norteamericano empezaron a fallar.
Aunque los japoneses podían solicitar desbloqueos de fondos específicos para
comprar crudo, el subsecretario de Hull, Dean Achenson, rechazó todas sus so-
licitudes. Por increíble que parezca, Hull no tuvo conocimiento de estas dene-
gaciones hasta el mes de septiembre, y para entonces cualquier nueva concesión
por parte de los americanos habría sido como volverse atrás en su política: los
japoneses se vieron sometidos a un embargo total.
Entre tanto, las divisiones entre los líderes militares japoneses empezaban a
resolverse por sí mismas. El Ejército había aceptado finalmente el argumento de
la Marina de que era vital invadir las Indias Orientales holandesas si Japón que-
ría disponer del petróleo necesario y de que, una vez que las Indias Orientales
hubieran sido tomadas, sería necesario proteger los transportes de combustible
31 3
EL EXPANSIONISMO JAPONES
;/Un frente unido: Tojo poso ¡unto o su Gabinete de Guerra.
de los ataques británicos en Singapur y de los americanos en las Filipinas. Esas
bases tenían que ser «neutralizadas» y el reloj ya corría.
En un último intento por evitar la guerra, Konoye solicitó una entrevista per-
sonal con el presidente de los Estados Unidos. Pero los consejeros de Roosevelt le
advirtieron de que Konoye no tenía el poder suficiente para imponer acuerdo al-
guno a las Fuerzas Armadas de su país, de manera que se negó a reunirse con él.
Este desaire fue suficiente para deiribar a Konoye del poder; presentó su dimisión
el 16 de octubre a instancias del ministro de la Guerra, el nacionalista Kideki Tojo.
Tojo, fácil de reconocer por su cabeza afeitada y las características gafas, era
uno de los raros políticos populistas de Japón y también uno de los más extre-
mistas. Los diplomáticos japoneses esperaban que su nombramiento como pri-
mer ministro en sustitución de Konoye serviría de advertencia a Roosevelt yque el presidente americano sabría entender la seriedad de sus reivindicaciones.
Aunque la paz tan sólo duraría siete semanas más, durante ese tiempo se suce-
dió una incesante actividad diplomática entre ambos países.
Como último recurso, los diplomáticos nipones ofrecieron a los americanos un
trato: si los Estados Unidos levantaban el embargo de petróleo y dejaban de ayu-
dar a los chinos, Japón se retiraría de Indochina. En los últimos días de noviembre,
Cordell HuU trazó una cuidadosa contrapropuesta y consultó a sus aliados. Los ho-
landeses se mostraron de acuerdo, pero los australianos y británicos eran más reti-
314
EL EMBARGO PETROLERO
centes, sobre todo en lo referente a limitar la ayuda a
China. En tal caso, Chiang quedaría «penosamente
racionado», explicó Churchill a Roosevelt. Exaspe-
rado, Hull descartó completamente la idea. En lugar
de negociar, comunicó a los japoneses que debían re-
tirarse de China e Indochina sin condiciones; se les
permitiría, sin embargo, conservar Manchuria, aun-
que, por algún otro curioso eiTor, también esto olvi-
daron mencionarlo los negociadores americanos.
Los diplomáticos japoneses volvieron a casa es-
pantados: la gueiTa parecía inevitable. Los informes
británicos y americanos hablaban cada vez con ma-
yor frecuencia de movimientos navales japoneses
en el sureste asiático; los expertos militares suponí-
an que los nipones asestarían el primer golpe en Sin-
gapur o Filipinas.
No se dieron cuenta de que el plan de guerra ja-
ponés, que consistía en acabar con la «esfera de co-
operación» tan pronto como fuera posible, contaba
con una importante amenaza: la flota americana an-
clada en Pearl Harbor. El almirante Isoruku Yama-
moto, principal defensor de la importancia de la avia-
ción en la Marina japonesa, encontró la solución. Inspirándose en el brillante ataque
británico a la flota italiana anclada en Taranto, decidió utilizar sus portaaviones
para baiTcr a la flota americana en un ataque por sorpresa. El I de diciembre, el
Consejo Imperial japonés decidió que la existencia de la nación estaba en peligro
I
Yamamoto, el artífice del ataque a Pearl Harbor.
Un A6M2 Zero despega para atacar Pearl Harbor.
315
EL EXPANSIONISMO JAPONES
La fripulación de un portaaviones japonés despide a sus pilotos deseándoles buena suerte.
y todos apoyaron el plan del almirante. Al final de la reunión, Hirohito, habitual-
mente silencioso, expresó la famosa idea de que la guena era probablemente «el
menor de dos males».
En realidad, cuando el emperador pronunciaba estas palabras, la flota japo-
nesa ya llevaba cinco días en el mar. Ahora Yamamoto podía dar a su escuadrón
la orden cifrada —«subid al monte Niitaka 1208»— con la que daba comienzo
el ataque. El 6 de diciembre, el Servicio de Inteligencia Naval americano inter-
ceptó parte de un largo mensaje que contenía numerosas quejas japonesas diri-
gidas a su embajada en Washington. La embajada tenía la orden de transmitir el
mensaje a la 1 p. m. del día siguiente, domingo.
¿Por qué querían los japoneses enviar un mensaje en domingo? «Esto signi-
fica la guerra», dijo Roosevelt cuando le fue mostrado el texto. Pero era ya sá-
bado por la noche y aquel fragmento del mensaje japonés no fue transmitido a
los jefes del Ejército y la Armada estadounidense. Además, nadie podía imagi-
nar algo tan atrevido como un ataque a Pearl Harbor. Pero mientras Washington
despertaba a la mañana siguiente, los primeros aviones torpederos despegaban
de las cubiertas de los portaaviones japoneses.
316
EL SOL NACIENTE
EL díaDE LA INFAMIALos japoneses atacan Pearl Harbor
^^1 resurgir o la caída del imperio dependen de esta batalla», transmitía Ya-
^^ ^«mamoto a los pilotos de su tlota antes del ataque a Pearl Harbor. Pero in-
cluso en este momento, no todo iba de acuerdo con lo planeado. El vicealmiran-
te Chuichi Nagumo acababa de ser informado de que los portaaviones americanos
no se encontraban en el amarradero, como la Inteligencia japonesa había indica-
do, sino en algún lugar del Pacífico en unos ejercicios navales. A pesar de esto,
decidió que el ataque debía realizarse. Además de Pearl Harbor. los japoneses se
lanzarían contra las bases insulares de Guam, Wake y Midway, y sobre las for-
talezas británicas de Singapur y Hong Kong.
i
Aviones japoneses calentando motores en la cubierta de despegue del Kiryu antes del ataque.
318
EL día de la i NFAMI a
Vista aérea de Pearl Harbor antes del ataque japonés.
Poco después del amanecer del día 7 de diciembre de 1941, 432 aviones ja-
poneses despegaron de las cubiertas de seis portaaviones de la Flota Imperial. Alas 7.55 a. m., se encontraban ya sobre Pearl Harbor. Debajo de ellos se divisa-
ba la Flota Americana del Pacífico, incluyendo ocho acorazados sin protección
de redes antitorpedos y anclados en perfecta formación, modo habitual en tiem-
po de paz. Cada piloto japonés llevaba consigo una fotografía de la base dividi-
da en cuadrados, identificando la zona concreta que cada uno debía atacar.
[
31 9
EL SOL NACIENTE
Nagumo, el comandante que dirigió el ataque. Un avión torpedero B5N2 Kote se cierne sobre Peorl Harbor.
Los americanos no habían recibido prácticamente aviso alguno: el radar de Pe-
arl Harbor no se encontraba en funcionamiento y la munición antiaérea estaba
guardada bajo llave. El ataque llegó en dos grandes oleadas: los bombarderos en
picado y los torpederos hicieron estragos en sus blancos indefensos. Dos horas
más tarde, cuatro acorazados americanos yacían en el fondo del puerto y otros
cuatro estaban seriamente dañados: 1 88 aviones habían sido destruidos en el sue-
lo y más de 3.500 soldados murieron o resultaron heridos. Sobre la base, se alza-
ba una gigantesca columna de humo, visible desde muchas millas de distancia.
Cazas japoneses sobre la cubierta de un portaaviones.
320
EL día de la infamia
Arriba y abajo: Fases del ataque.
i
321
EL SOL NACIENTE
Acorazados de la Flota americana del Pacífico a punto de hundirse
322
EL día de la infamia
Aunque los aviones japoneses han desaparecido, la base continua ardiendo.
1
323
EL SOL NACIENTE
El ataque sobre Pearl Harbor fue tan inesperado que tan sólo fueron derriba-
dos 29 aparatos japoneses. «Aparte lo inauditamente traicionero de la operación,
los japoneses realizaron un magnífico trabajo», manifestaba el comandante de la
Flota, almirante Husband Kimmel, más tarde relevado del mando. Dieciocho días
después del ataque, aún se estaban rescatando marineros atrapados en el casco
del acorazado West Virginia.
Por una de esas extrañas ironías de la guerra, el gobierno japonés había pla-
neado declarar la guerra a los Estados Unidos media hora antes de que comen-
zara el ataque a la base y los diplomáticos japoneses en la embajada de Was-
hington habían estado trabajando arduamente en la traducción del documento.
Pero sus esfuerzos no llegaron a tiempo y el avergonzado embajador tuvo que
entregar la declaración de guerra cuando el ataque ya había comenzado.
Acorazados seriamente dañados: West Virginia, Tennessee y Arizona.
EL día de la infamia
EL SOL NACIENTE
326
EL día de la infamia
EL SOL NACIENTE
Los bomberos intentan apagar el incendio declarado en el California.
328
EL día de la infamia
Los comandantes de la Armada americana que se encontraban de servicio
en el Pacífico habían interceptado algunas señales y alertado a Washington de
que los japoneses planeaban atacar en algún punto al amanecer. Pero una su-
cesión de incomprensibles accidentes y malentendidos impidieron que estos
avisos llegaran a Pearl Harbor a tiempo (el mensaje final fue enviado por ca-
blegrama, y el mensajero que lo llevaba estaba entrando en la base cuando em-
pezaron a caer las primeras bombas y torpedos japoneses). Algunos de estos
errores americanos fueron tan incomprensibles que varios historiadores han ase-
gurado que Roosevelt retrasó deliberadamente el aviso a la base de Pearl Harbor
para llevar a América a la guerra. Pero esta teoría parece improbable: sería más
justo echar la culpa a la incompetencia. El día después del ataque, el presidente
se dirigió a la nación. «Ayer, 7 de diciembre, día que para todos nosotros será
329
-i
EL SOL NACIENTE
EL día de la infamia
Hickam Field, carnicería en la base aérea de Pearl Harbor.
^"^ /• .^„0^me '"^'^r.'^
EL SOL NACIENTE
Arriba: Abatidos cañones antiaéreos entre los destrozos de Hickam Field. Página opuesta: El acorazado Missoun
332
EL día de la infamia
Estado en que quedó el hangar número 1 1 de Hickam Field
siempre de infamia, los Estados Unidos han sido atacados deliberadamente ysin previo aviso por las fuerzas navales y aéreas del Imperio japonés —dijo
con la voz temblando de ira— . No importa cuánto tiempo nos lleve recuperar-
nos de esta invasión premeditada, el pueblo americano conseguirá finalmente
alcanzar la justa y absoluta victoria.» En Tokio, el mismo día del ataque. Tojo
se dirigía por radio a la nación usando palabras similares. «Os prometo la vic-
toria final», aseguró.
Mientras tanto, en Berlín, la brutalidad del ataque japonés había dejado ató-
nito a Hitler, que no sabía exactamente cómo actuar. Lo que, al parecer, decidió
334
EL día de la infamia
Escudriñando el cielo en previsión de un nuevo ataque.
f:i-AÍÍií0^ááiStí¡^^:S^¿M^íÍ^tíÍ^
Los restos de una fortaleza volante B-17.
ir
335
EL SOL NACIENTE
I
Vehículo civil alcanzado por los cazas japoneses en Hawai.
Dando sepultura a soldados americanos.
336
EL día de la infamia
al Führer fue la inquietante historia
aparecida en un periódico americano
donde se mencionaban los «prepara-
tivos secretos de guerra» del presi-
dente de los Estados Unidos. Hitler
declaró la guerra a los americanos el
1 1 de diciembre y tras él lo hizo Mus-
solini. La explicación del Führer ante
el Reichstag fue: «El Creador nos ha
impuesto la tarea de corregir la his-
toria a una escala extraordinaria». En
cuanto a Roosevelt, no está claro si
habría declarado la guerra a Alema-
nia en aquel momento, a pesar de las
continuas presiones de Churchill, pero
parece que hubiera sido inevitable an-
tes o después.
En Chequers, su casa de campo,
Churchill se encontraba cenando cuan-
do recibió la noticia del ataque a Pearl
Harbor; al instante se levantó para re-
dactar la declaración de guerra, tal ycomo había prometido a Roosevelt en
caso de agresión japonesa contra los
Estados Unidos. Al día siguiente se pu-
blicaron tanto la declaración británica
como la holandesa. Churchill estaba eufórico: América había sido arrastrada al
conflicto y, con su ayuda, el triunfo británico era más que probable. «Ahora no
seremos eliminados —escribía más tarde— . Nuestra historia no tocará a su fin.
Quizá ni siquiera tengamos que morir personalmente.»
Los japoneses estaban pictóricos por la «victoria» de Pearl Harbor. Pero aun-
que el ataque había sido devastador, no había tenido el efecto que ellos espera-
ban. Y no sólo por el asunto de los portaaviones «desaparecidos», sino porque
Nagumo había prohibido un segundo ataque a la base, lo que sería de vital im-
portancia en los meses siguientes, ya que los americanos dedicaron todo su es-
fuerzo a salvar y reparar sus barcos dañados. Tampoco resultaron destruidos los
enormes depósitos de combustible almacenado en Hawai. Pearl Harbor siguió
siendo una base operativa en el Pacífico.
Ahora los japoneses tenían que enfrentarse con todo el potencial industrial de
los Estados Unidos. Sólo el almirante Yamamoto, arquitecto del ataque aéreo yhombre de gran realismo, pareció entender las consecuencias que el ataque tra-
ería a su país. «El hecho de que hayamos tenido un pequeño éxito en Pearl Har-
bor no significa nada—dijo taciturno a uno de sus colegas— . Todos deberíamos
examinar detenidamente la situación y comprender cuan seria es.»
Roosevelt firma la declaración de guerra.
337
LA caídaDE SINGAPUR
Gran Bretaña pierde una de sus grandes
posesiones imperiales
ill
Mientras los pilotos de la Marina imperial japonesa machacaban Pearl Har-
bor. el Ejército entraba en acción en el sureste asiático. El día 1 1 de diciembre
de 1941. cuando Hitler declaraba la guerra a los Estados Unidos, las tropas ni-
ponas habían desembarcado en la península malaya y en las islas Filipinas, ha-
bían ocupado Bangkok, atacado Hong Kong y estaban tomando un conjunto de
islas del Pacífico, incluida Guam.
Los británicos habían descuidado gravemente las defensas de sus posesiones
más orientales: la mayor parte de los recursos bélicos se habían dedicado a la
2y^
El general Percival y los comandantes británicos se rincJen en Singapur.
338
LA caída de SINGAPUR
Prisioneros de guerra británicos en Singopur.
guerra en el norte de África y el Mediterráneo. Los administradores coloniales
de Hong Kong y Singapur, igual que los australianos, habían tenido que arre-
glárselas con promesas. Aunque los británicos llevaban tiempo esperando un ata-
que japonés, habían subestimado seriamente la capacidad bélica del imperio in-
sular para embarcarse en una guerra total. El comandante en jefe de Malaca, sir
Robert Brooke-Popham, consideraba a los japoneses como «especímenes in-
frahumanos vestidos con sucios uniformes grises». Actitudes como ésta se ha-
bían alimentado durante décadas de gobierno imperial indiscutido. Un coman-
dante británico de Malaca también expresaba la opinión de que constmir defensas
afectaba negativamente la moral local.
339
EL SOL NACIENTE
La defensa de Singapur dependía so-
bre todo de evitar que los japoneses de-
sembarcaran en la península malaya.
Pero nada se había hecho para impedir
tal contingencia; en lugar de eso, las
únicas posiciones que se habían visto
reforzadas eran las que daban directa-
mente al océano. El 8 de diciembre (la
misma tarde en que las tropas japone-
sas llegaban a las afueras de HongKong) la Infantería de Marina japone-
sa desembarcaba en dos playas del sur
de Tailandia y en una de Malaca, Kota
Bharu. El almirante británico Tom Phi-
lips se dirigió a toda prisa hacia el Nor-
te con los acorazados Prince of Wales
y Repulse para interceptar los trans-
portes japoneses. Había calculado que
se encontraba fuera del alcance de las bases niponas, por lo que renunció a lle-
var consigo apoyo aéreo.
Fue un error fatal. Aunque no encontró ningún transporte, Philips fue avista-
do por un submarino japonés; el 10 de diciembre, varios escuadrones de bom-
barderos y torpederos con base en Thailandia atacaron: a mediodía, ambos bar-
cos descansaban en el fondo del mar, con grandes pérdidas humanas.
El almirante Philips, un trágico error de juicio.
El acorazado británico Prince of Wales.
340
El Prince of Wales durante el ataque.
LA caída de SINGAPUR
La pérdida del Prince of Wales y el
Repulse demostró cómo el poder aéreo
había cambiado radicalmente la guerra
naval; también dejaba claro que no exis-
tía una fuerza aliada en el Pacífico ca-
paz de oponerse a los japoneses. «En
toda la guerra, nunca hasta ahora había
recibido un golpe tan fulminante—es-
cribía Churchill más tarde— . En esta
inmensa superficie de agua, Japón te-
nía el control absoluto y nosotros éra-
mos débiles e indefensos.»
Las principales ciudades de las co-
lonias inglesas estaban siendo bom-bardeadas desde el aire (más de 600 ci-
viles murieron en un ataque japonés a
Penang, en Malaca, el 1 2 de diciembre)
y los defensores de Hong Kong sabían
ahora que las tropas japonesas se en-
contraban ya en Kowloon. A pesar de
que los estrategas británicos se habían dado cuenta de que Hong Kong no podía
ser defendida, enviaron dos batallones canadienses en un desesperado intento.
En el momento de llegar allí, el gobernador de Hong Kong, sir Mark Young, aca-
baba de rechazar la oferta nipona de rendición incondicional.
Los soldados de tropa e ingenieros japoneses avanzan hacia Singapur.
341
EL SOL NACIENTE
V
"!
"1•
Tropas japonesas entran en Hong Kong.
El 18 de diciembre, los japoneses desembarcaron en la isla de Hong Kong.
Cuando la colonia se rindió finalmente el día de Navidad de 1941, fueron toma-
dos 1 1 .000 prisioneros, y los occidentales pudieron comprobar por sí mismos la
brutalidad de los soldados imperiales. Todos los prisioneros fueron atados en
masse y muertos a bayonetazos; entre las víctimas se encontraba todo el perso-
nal hospitalario y los «saqueadores». El destino de la colonia produjo una con-
moción en toda la región. Por primera vez se veía claro el alcance y naturaleza
de las ambiciones japonesas.
«Nos negamos a aceptar que la guerra del Pacífico sea tratada como una par-
te subordinada del conflicto general», escribía furioso el primer ministro aus-
traliano John Curtin a los jefes aliados el 27 de diciembre, mientras contem-
plaba inerme la situación de indefensión de su país. Pero la pérdida del Prince
of Wales y el Repulse también habían debilitado seriamente la capacidad de-
fensiva de Singapur. Se formó un nuevo mando en el Pacífico conocido comoABDA —americano, británico, holandés y australiano— para resistir los ata-
ques japoneses en el sureste asiático, pero las fuerzas a su disposición eran pre-
ocupantemente pequeñas. Una vez en el mar. no eran más que una tlotilla de
cruceros, destructores y submarinos encargados de controlar una vastísima área
y además carecían de señales o técnicas comunes. Pero durante el mes de ene-
342
LA caída de SINGAPUR
Comandantes japoneses desfilan por las calles de Hong Kong.
343
EL SOL NACIENTE
ro de 1942, los barcos de esta flota escoltaron 45.000
soldados enviados a Malaca, mientras que el porta-
aviones británico Indomitable llevaba con destino a
Java aviones Hunicane.
El asalto a Malaca fue confiado al general Tomo-
yuki Yamashita, que había pasado la Navidad ante-
rior en Alemania estudiando las tácticas de la guerra
relámpago de Hitler, pero el terreno cubierto de sel-
va del Lejano Oriente hacía inadecuado el uso de pe-
sados blindados. Yamashita hizo una adaptación in-
geniosa (y barata) de la Blitzkrieg alemana: dotó a sus
soldados de bicicletas. Estos vehículos permitían mo-
verse a gran velocidad por los estrechos senderos de
la jungla y podían llevarse a hombros en las zonas
más intransitables. Al avanzar directamente a través
de la selva, en lugar de hacerlo por las carreteras fuer-
temente defendidas, sus tropas esperaban coger por
sorpresa a los soldados británicos y de la Common-wealth.
Y, en efecto, las tácticas de Yamashita funciona-
ron y el avance japonés por la costa occidental de la
península de Malaca se completó con gran rapidez. En el mismo momento en
que el general británico sir Archibald Wavell llegaba a la zona procedente de
África para ponerse al mando de las fuerzas ABDA de la región, 40.000 solda-
Yamashita, el conquistador de lo península de Malaca.
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i. - -
AT
y
Arriba y página opuesta: Versión ciclista de la Blitzkrieg —guerra relámpago— alemana. Las tropas japonesas en la península de Malaca.
344
LA caída de SINGAPUR
I
345
EL SOL NACIENTE
PÁGINA OPUESTA: Destacamento de artillería japonés.
346
LA caída de si NGAPUR
Arriba y abajo: «Limpiando el terreno» en Kualo Lumpur.
í
348
LA caída de SINGAPUR
dos británicos e indios quedaban aislados y eran hechos prisioneros en el centro
de la península de Malaca. El 31 de enero, el comandante británico de Malaca,
Arthur Percival, retiró todas sus tropas a la isla de Singapur, para esperar allí el
ataque japonés.
La conquista de Malaca llevó al general Yamashita 54 días y un coste de
4.600 soldados. Churchill se negaba a creer que Singapur pudiera caer en ma-
nos japonesas y siguió mandando refuerzos. En la noche del 8 de febrero, las
tropas niponas se internaron en balsas inflables a lo largo del canal que sepa-
Desarmando a un soldado británico en un bosque.
349
LA caída de SINGAPUR
ra la isla del continente (otros atravesaron a nado con el equipo a la espalda),
tomando a los defensores por sorpresa. En la madrugada del 9 de febrero, 1 3.000
japoneses habían desembarcado en Singapur, mientras la fuerza aérea imperial
bombardeaba sin piedad la ciudad. Una serie de llamamientos desde Londres
pedía a los comandantes británicos que «pelearan hasta el amargo final a toda
costa».
«Toda nuestra reputación de guerra está puesta en juego, además del honor
del Imperio Británico», dijo Wavell en un mensaje dirigido a los defensores. Pero
durante uno de los ataques aéreos, se hizo daño en la espalda al caer por una es-
calera y tuvo que ser trasladado. Ahora quedaba Percival encargado de hacer
cumplir la promesa a Churchill de «pelear hasta que caiga el último hombre»,
pero una semana más tarde, cuando empezaban a escasear el agua y los alimen-
tos, tuvo que afrontar la realidad de la situación: la rendición era inevitable para
evitar una completa masacre.
Él mismo fue hacia Yamashita con una bandera blanca, creyendo que así
garantizaría el trato humano de la población de Singapur. Fue una vana espe-
ranza: las tropas japonesas rodearon y asesinaron a 5.000 destacados ciudada-
nos chinos. En cuanto a las tropas de Percival (32.000 indios, 16.000 británi-
. (
Página opuesta: Desfilando por las calles de Singapur. Arriba: Yamashita acepta la rendición.
351
Arriba y abajo: Prisioneros de guerra británicos e indios después de la caída de Singapur.
352
J
LA caída de SINGAPUR
á&í^
eos y 14.000 australianos), aunque les
fue perdonada la vida, recibieron un
trato salvaje: al acabar la guerra, más
de la mitad habían muerto en la cárcel
de Changi o realizando trabajos for-
zados al sol.
La pérdida de Singapur no sólo su-
puso un golpe terrible para el orgullo
militar de Gran Bretaña, sino que puso
de manifiesto la debilidad del imperio.
Todo cuanto Churchill podía hacer era
pedir a su pueblo que mostrara de nue-
vo «la calma y serenidad que, combi-
nada con una determinación inque-
brantable, nos arrebató de las fauces de
la muerte». En Japón, por el contrario,
la victoria fue recibida con júbilo po-
pular; por orden especial, en todos los
hogares del país se veía ondear la ban-
dera del sol naciente. Pero Tojo empe-
zó a sentirse celoso de las alabanzas he-
chas a Yamashita y la administración
militar terminó prohibiendo la mención de su nombre. El propio Yamashita fue
«exiliado» a la tranquila frontera entre la Manchuria japonesa y Rusia, donde
permaneció hasta 1944.
Los prisioneros de guerra se enfrentan al terrible internamiento
Prisioneros de guerra británicos obligados a esperar al sol después de la rendición.
353
ATACANDO AL SURLos éxitos japoneses en el sureste asiático
El silencioso intermedio entre el ataque a Pearl Harbor y la oportunidad de
devolver el golpe al otro lado del Pacífico supuso un momento de frustración
para el pueblo americano, que deseaba una venganza inmediata. El único ene-
migo a la vista en todo aquel tiempo eran, por supuesto, los americanos de ori-
gen japonés. Las draconianas medidas del Congreso americano decretaron un
plazo de 48 horas para que todas las familias americano-japonesas vendieran sus
casas y sus negocios y se trasladaran a los distantes campos de concentración,
donde debían permanecer hasta el final de la guerra. Tal histeria racista puede
.íJ
Patrulla a bordo de un submarino americano.
354
ATACANDO AL SUR
Arriba: El poderoso y recién estrenado acorazado japonés Yamato. Abajo: Ministro de la Marina, Shimada.
[
ser comprensible después del golpe que supuso el ataque a Pearl Harbor,
también fue un tremendo enor (el Gobierno se disculpó más tarde y pagó
pensaciones a todas las familias desplazadas).
A partir de aquel momento, la Administración
americana se lanzó a la producción bélica. En los
primeros seis meses, el gobierno de Roosevelt, pre-
sionado por Churchill y Lord Beaverbrook, ordenó
la fabricación de equipo militar por valor de 100.000
millones de dólares, más que el total del producto
nacional. Donald Nelson, vicepresidente de compras
de Sears Roebuck, fue designado para dirigir el Con-
sejo de Producción de Guerra y se le otorgaron po-
deres sin precedentes.
Pero, incluso así, estaba claro que los recursos
necesarios para extender la guerra al Pacífico tarda-
rían algún tiempo en estar listos. La Flota america-
na del Pacífico tenía que ser reconstruida y se en-
frentaría a una Marina japonesa que ya antes de la
guerra era la tercera más poderosa del mundo. Gra-
cias al almirante Yamamoto, los japoneses también
contaban con una de las flotas de portaaviones más
pero
com-
355
Paracaidistas de la Marina japonesa en las Indias Orientales holandesas.
356
ATACANDO AL SUR
Tropas japonesas alcanzan la orilla en el norte de Borneo.
357
EL SOL NACIENTE
Ejército colonial holandés.
modernas y con los mejores pilotos navales. A mediados de 1941, se encontra-
ban ocupados en la construcción de los tres acorazados más poderosos del mun-
do, cada uno de ellos equipado con gigantescos cañones de 1 8,1 pulgadas. El pri-
mero del trío, Yamoto, estaba listo a principios de 1942.
Pero la Armada de Yamamoto contaba también con una serie de desventajas.
En primer lugar, no habían logrado desarrollar un radar verdaderamente fiable,
deficiencia que más tarde pagarían muy cara. Además, dependía excesivamente
de su tlota mercante para el transporte de combustible desde los lugares que te-
nían previsto conquistar. Estos barcos eran extraordinariamente vulnerables a los
ataques de los submarinos americanos, aunque los estrategas nipones albergaban
la ilusa esperanza de que los marineros americanos serían demasiado «blandos»
para soportar las condiciones de vida de la guena submarina. En tercer lugar, ha-
bía poca confianza en su propia flota de submarinos, después de haber sido in-
capaces de alcanzar blanco alguno durante el ataque a Pearl Harbor. Y en último
lugar, aunque no menos importante, la Armada japonesa había sufrido un revés
muy temprano: las fuerzas de apoyo durante la invasión del atolón americano de
Wake entraron accidentalmente en el radio de acción de las baterías costeras
de los «marines» americanos, perdiendo tres destructores.
PÁGINA OPUESTA: Desfile japonés en Kendai, en las islas Célebes.
358
EL SOL NACIENTE
Colocando los nuevos carteles en japonés.
En enero de 1 942, la Armada americana lanzó su primera ofensiva de la Gue-
rra del Pacífico, cuando el portaaviones Enterprise atacó las bases japonesas de
las islas Marshall, pero en la operación el portaaviones resultó dañado y los ame-
ricanos se retiraron para considerar la futura estrategia.
El esperado ataque japonés a las Indias Orientales holandesas llegó poco des-
pués, el 10 de enero, cuando las fuerzas comandadas por el general Imamura
desembarcaron en Tarakan, en Borneo, y en Manado, en las islas Célebes, a pe-
sar de que sus convoyes fueron constantemente acosados por los aviones y sub-
marinos holandeses. El 9 de febrero, un convoy japonés dirigido a Sumatra par-
tió de Indochina, y en su persecución salieron las fuerzas navales aliadas del
ABDA, que se vieron envueltas en una serie de lamentables acciones militares
que hoy conocemos colectivamente con el nombre de Batalla del mar de Java.
Si ya era bastante difícil coordinar los navios de las cuatro naciones, además
360
ATACANDO AL SUR
Un soldado japonés vigila los tanques de petróleo que arden en Tanjong, Java.
361
EL SOL NACIENTE
La Infantería (aponesa avanza entre los restos de un avión británico.
362
ATACANDO AL SUR
Tropas japonesas vitoreadas por la poblaciór» birmana a su entrada en Tovoy.
363
EL SOL NACIENTE
'í
Tropas japonesas en bicicleta atraviesan el río Panga.
el almirante holandés que mandaba la fuerza, Karel Doorman, apenas contaba
con apoyo aéreo y parecía desconocer la eficacia de los nuevos torpedos japo-
neses de largo alcance. La fuerza aliada fue atacada por los aviones nipones el
día 4 de febrero y tales fueron los daños sufridos que tuvo que huir. Así que el
14 de febrero, día en que comenzó la invasión japonesa, Doorman se encontra-
ba a más de 400 millas de distancia de Sumatra. Más tarde, los días 26 y 27 del
mismo mes, entabló algunos combates con la escolta de las fuerzas invasoras que
se dirigían a Java. El propio Doorman se ahogó cuando su buque insignia DeRuyter fue hundido. Los navios rezagados fueron atacados por los bombarderos
li
364
ATACANDO AL SUR
Marzo de 1942: Los soldados japoneses llegan a la isla Christmas.
365
ATACAN DO AL SUR
nipones y el 1 de marzo toda la flota había sido literalmente barrida. Ahora los
japoneses tenían el control absoluto del mar.
Las siguientes colonias europeas en caer fueron Borneo holandesa, Nueva Gui-
nea e islas Célebes. Una vez más, pequeños destacamentos japoneses vencían la
resistencia de los defensores; nuevamente los prisioneros holandeses, británicos
y australianos eran pasados a la bayoneta. En un plazo de seis semanas, las tropas
imperiales habían capturado Macassar, Timor, Sumatra y Java. En esta última,
25.000 soldados holandeses tuvieron que enfrentarse no sólo a los enemigos in-
vasores, sino también a la desobediencia de la población civil organizada por gru-
pos nacionalistas que esperaban la llegada de los «liberadores» japoneses. El 8 de
marzo de 1942, el mando ABDA estaba aniquilado en las Indias Orientales ho-
landesas y unos 100.000 soldados holandeses, británicos y australianos habían
sido hechos prisioneros (casi la cuarta parte de ellos moriría en cautividad).
PÁGINA OPUESTA Y ARRIBA: Los invQSores japoneses llegan a la colonia británica de Birmania.
367
EL SOL NACIENTE
Ahora los japoneses regían los destinos de más de 100 millones de habitan-
tes en el sureste de Asia y su dominio del mar se extendía desde la costa austra-
liana (Darwin había sido bombardeada el 19 de febrero) hasta el golfo de Ben-
gala. Cerca de Ceilán se atrevieron a amenazar a la Rota británica oriental, formada
por cinco antiguos acorazados y tres portaaviones. Su nuevo comandante, almi-
rante sir James Somerville. trataba de ponerle buena cara al hecho de que sus na-
vios estuvieran tan completamente anticuados. «Con un violín viejo se pueden
tocar muchas buenas canciones», decía.
Pero Somerville tenía acceso a los códigos navales japoneses y estaba aler-
tado de que una poderosa flota de portaaviones había salido en su busca, de modo
Soldados japoneses revisan los restos de un tanque británico en Birmania.
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Los habitantes de una aldea de la selva de Birmania son sometidos a «juicio» por los japoneses.
Soldados japoneses utilizando la ayuda local en su avance.
369
EL SOL NACIENTE
que llevó la suya a un fondeadero secreto 600 millas
al suroeste de Ceilán. en el atolón Addu, y evitó el
ataque aéreo sobre Colombo, que tuvo lugar el día de
Pascua de 1942. Poco después, la Royal Navy recibió
otra lección sobre la vulnerabilidad de sus barcos a
los ataques desde el aire. Aviones japoneses avista-
ron uno de sus portaviones. el Hennes, en el golfo de
Bengala y en menos de diez minutos lo habían hun-
dido con 40 bombas. También fueron destruidos dos
cruceros británicos, incluido el Dorsetshire, que el
año anterior había asestado el golpe de gracia al aco-
razado alemán Bismark.
Lejos, hacia el Norte, otras catástrofes habían te-
nido lugar en Birmania, adonde 35.000 japoneses ha-
bían llegado a fmales de 1941 . Bimiania era vital para
la resistencia china (la ruta de Birmania era su prin-
cipal vía de suministros), pero a medida que se acer-
caban los soldados japoneses empezó a cundir el caos en la colonia británica. La
policía de Rangún comenzó a desertar; aparecieron grupos armados que decla-
raban su adhesión a los japoneses y. cuando empezaron los ataques aéreos, la ad-
ministración civil se vino abajo. Aún peor, los británicos contaban tan sólo con
16 aviones de combate para repeler los ataques japoneses, y el Cuerpo de Ob-
Arriba: Almirante Somerville. Abajo: Últimos momentos del Mermes.
370
i_
ATACANDO AL SUR
Los japoneses rodean los pozos petrolíferos de Birmania.
servadores de Birmania, creado apresuradamente, carecía de aparatos de radio y
tenían que enviar sus informes a través del teléfono público. Wavell, que tam-
bién era comandante en jefe de la India, ofendió a Chiang Kai-shek cuando éste
le ofreció enviar dos ejércitos chinos, que el general rechazó alegando que vení-
an sin transportes ni material adecuado.
Los británicos, nada acostumbrados a la lucha en la selva, pelearon junto
a las tropas indias y gurkhas en el norte del país hasta que se vieron obliga-
dos a retirarse al otro lado del río Sittang, volando el puente tras ellos. Sus co-
i
371
EL SOL NACIENTE
La carretera de Birmania, principal ruta de aprovisionamiento de Chiang Kai-shek.
mandantes, entre tanto, se debatían intentando decidir si debían resistir en Ran-
gún o en Mandalay.
En este momento, apareció el nuevo comandante supremo, sir Haroid Ale-
xander, y decidió que la defensa de la India era prioritaria (él mismo había es-
capado por pura casualidad de su cuartel general en Rangún). Birmania que-
daría completamente abandonada. Cuando los soldados japoneses entraron por
fin en Rangún el día 8 de marzo, encontraron la ciudad vacía de tropas britá-
nicas.
372
ATACANDO AL SUR
Arriba: Los japoneses cruzando los ríos de Birmania en su avance.
Alexander rectificó la decisión de Wavell con respecto a Chiang, pero cuan-
do el general americano Stilwell llegó a Birmania a la cabeza de los prometidos
ejércitos chinos, todo lo que pudo hacer fue retrasar el avance japonés hasta los
monzones de mayo, circunstancia que los occidentales confiaban serviría para
detener todas las operaciones en la región.
El 29 de abril, tanto Alexander como Stilwell quedaron espantados al oír que
los japoneses habían logrado cortar la ruta de Birmania en Lashio. Ya no había
manera de volver a China.
373
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y
^•»Arriba y abajo: Soldados japoneses cruzando el río Chindwin durante la estación de los monzones.
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374
ATACANDO AL SUR
Arriba: Tropas aliadas usando una de las vías fluviales de la región. Abajo: General Slim.
Las tropas británicas, indias y chinas dieron comienzo a una serie de agotadoras
retiradas a pie dirigiéndose a la frontera india a través de las montañas birmanas.
El 1 1 de mayo, 60.000 soldados del Cuerpo de Birmania del general William Slim
cmzaron el río Chindwin para emprender una marcha
de 100 millas atravesando las montañas hasta llegar a
Assam, con las botas destrozadas y los uniformes he-
chos jirones. Detrás de ellos aparecieron los 100.000
soldados chinos de Stilwell, encontrándose en el ca-
mino con los cuerpos putrefactos de muchos refugia-
dos. Stilwell y su Estado Mayor llegaron dos semanas
después: habían tenido que recorrer las últimas 150
millas a pie a través de los difíciles pasos de monta-
ña. En la India se encontraron con la fría indiferencia
de las autoridades británicas. «Estaban exhaustos, mu-
chos con malaria o disentería—escribía Slim— , y me-
recían algo mejor que la más absoluta falta de consi-
deración o ayuda con que fueron recibidos.» Stilwell
era de la misma opinión: «La lucha ha sido un infier-
no. Nos han echado de Birmania. Deberíamos averi-
guar por qué ha sucedido, volver allí y recuperar lo
que hemos perdido.»
375
c^
LA DERROTAEN LAS FILIPINASLa rendición del Ejército americano
En el verano de 1 94 1 , el general americano más veterano, Douglas MacAithur,
había sido enviado para ponerse al mando de las bases de los Estados Unidos
en las islas Filipinas, adonde llegó vestido con un uniforme que él mismo había
diseñado y con el pelo teñido de negro. Desde el principio del conflicto los ame-
ricanos habían estado esperando un ataque japonés en aquel punto, pero una vez
que la guerra hubo comenzado, las defensas de MacArthur fueron pronto soca-
vadas. Horas después del ataque aéreo a Pearl Harbor, la Fuerza Aérea del Leja-
no Oriente fue atacada en sus mismas bases de las Filipinas y destruidas sin que
hubieran tenido tiempo de despegar. De un solo golpe, los japoneses se habían
hecho con el control del cielo sobre las islas. El 10 de diciembre de 1941 , los pri-
meros 57.000 soldados japoneses mandados por el general Masaharu Hommacomenzaron a desembarcar en la punta de la isla de Luzón.
Diciembre de 1941: Homma llega a las Filipinas.
376
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Mayo de 1942: Prisioneros de guerra filipinos y americanos en Corregidor.
Homma disponía de menos de la mitad de hombres que MacArthur, pero es-
taban mejor entrenados y equipados. MacArthur había concentrado sus tropas
fuera de Manila, lo que significaba que Homma tuvo muy pocos problemas para
eliminar la resistencia de los soldados filipinos que, dispersos a lo largo de la
costa, vigilaban la más que probable invasión.
El día de Nochebuena de 1941 , el pertinaz bombardeo aéreo obligó a MacArthur
a retirarse de Manila y declarar la ciudad abierta; el 2 de enero de 1942, las tropas ja-
ponesas entraron en ella.
377
LA DERROTA EN LAS FILIPINAS
EL SOL NACIENTE
Soldados japoneses atacan las posiciones americanas en la bahía de Subic.
MacArthur decidió hacerse fuerte en la península de Bataán, extensión de tierra
pantanosa de 25 millas de largo y 20 de ancho y dominada por la isla fortificada de
Conegidor. Estableció su cuartel general en la isla, junto con el presidente filipino,
Manuel Quezón. Mientras tanto, los tropas americanas de Bataán recibieron su pri-
mera lección de guena en las selvas tropicales, luchando no contra los japoneses,
sino contra las enfemiedades: anquilostomiasis, beri-beri, disentería y malaria. «La
ayuda de los Estados Unidos está en camino—decía MacArthur reconfortante a los
agotados defensores— . Miles de soldados y cientos de aviones vienen hacia aquí.»
Pero el general estaba equivocado. Ahora los japoneses controlaban todas las
rutas del Pacífico y, además, los estrategas de Washington habían decidido que
las Filipinas eran indefendibles. Cualquier envío de tropas o equipo a la zona se-
ría interceptado por los nipones.
380
LA DERROTA EN LAS FILIPINAS
MacArthur y el presidente Quezón en Bataán.
381
EL SOL NACIENTE
Los refugiados abandonan la ciudad de Manila, presa de las llamas.
382
LA DERROTA EN LAS FILIPINAS
Arriba y abajo: Soldados japoneses o las afueras de Manila.
383
LA DERROTA EN LAS FILIPINAS
La posición de MacArthur todavía empeoró. En sus planes defensivos, el ge-
neral había previsto una fuerza de 43.000 hombres, pero se encontró con que la
estrecha franja de terreno de Bataán albergaba más de 100.000 soldados y refu-
giados. Además, a causa de las enfermedades, sólo la cuarta parte de sus tropas
estaba en condición de presentar batalla. Por otro lado, Homma tenía un proble-
ma similar, con más de 10.000 soldados enfermos y habiendo tenido que renun-
ciar a una de sus divisiones, que fue enviada a las Indias Orientales holandesas.
Esta situación produjo un breve paréntesis en las hostilidades.
El 11 de marzo de 1942, Roosevelt ordenó a MacArthur abandonar Corregi-
dor. «Volveré», prometió el general después de escapar en una lancha torpedera
en dirección a Australia. Los defensores, que a sí mismos se denominaban «Los
Las calles de Manila tras el bombardeo japonés.
385
Población de Bataán después de un bombardeo
386
LA DERROTA EN LAS FILIPINAS
Exploradores filipinos muestran una espada samurai tomada al enemigo.
i
387
Filipinos y americanos resistiendo en la península de Bataán.
Artillería japonesa en acción.
388
Í4r. ^ I
Abajo: Los civiles filipinos se preparan pora abandonar sus hogares.
EL SOL NACIENTE
Arriba y abajo: Tropas japonesas desembarcan en Corregidor.
390
_
LA DERROTA EN LAS FILIPINAS
bastardos luchadores de Bataán», se dieron cuenta de que habían sido abando-
nados. Siguieron peleando durante otro mes, comiendo todo aquello que podían
encontrar en la península, incluidos monos, caballos e iguanas. Pero, a comien-
zos de abril, Homma recibió refuerzos y atacó nuevamente. Sabiendo que esta-
ban demasiado desnutridos y agotados para contraatacar, las tropas se rindieron
el día 9 de abril, dejando 15.000 americanos en la fortaleza de Corregidor.
Dado que Corregidor estaba a tan sólo dos millas de Bataán, sufrió igualmente
los constantes bombardeos de la artillería japonesa (en un sólo día se lanzaron
más de 16.000 proyectiles). El 4 de mayo, un proyectil alcanzó el depósito de
municiones de la isla. Al día siguiente, se luchó cuerpo a cuerpo sobre los cadá-
veres de los soldados americanos cuando el general Jonathan Wainwright, que
había sustituido a MacArthur, tuvo que defender el laberinto subterráneo de la
fortaleza.
Un soldado americano instruyendo sobre el manejo de una ametralladora
EL SOL NACIENTE
Izquierda y derecha: Las enormes piezas de artillería de Corregidor.
Abax): Mayo de 1942. Los americanos en el sistema de túneles de Corregidor. Página opuesta: Los estadounidenses salen a la superficie tras la rendición.
392
J
LA DERROTA EN LAS FILIPINAS
393
LA DERROTA EN LAS FILIPINAS
El 6 de mayo de 1942, conpren-
diendo que la situación era desespera-
da, Wainwright ofreció rendirse. Los
japoneses se negaron a aceptar la ren-
dición americana hasta que las fuerzas
de la guerrilla que aún operaban en
otras partes de la isla entregaran las ar-
mas. Temiendo una masacre, el gene-
ral Wainwright ordenó la rendición to-
tal de sus tropas. Incluso así, algunos
grupos guerrilleros americanos si-
guieron combatiendo durante un mes,
alentados por los mensajes que Ma-cArthur enviaba desde Australia.
Al término de la campaña de las Filipinas, 30.000 soldados americanos y
110.000 filipinos habían sido muertos o capturados; tan sólo 12.000 japoneses
habían perdido la vida. Se encargó al general Homma la tarea de encontrar jefes
entre los filipinos para ayudar al gobierno del país. Muchos se negaron, entre
ellos José Abad Santos, presidente del tribunal de Justicia, ejecutado un día des-
pués de la rendición de Wainwright. El destino de los prisioneros americanos yfilipinos capturados en Bataán y Corregidor no iba a ser mucho mejor.
Wainwright se rinde a Homma.
PÁGINA opuesta: Las triunfantes tropas japonesas en Corregidor. Abajo: Wainwright difunde su mensaje de rendición.
395
LAS ATROCIDADESJAPONESAS
Los crímenes del Imperio del So
Una ejecución japonesa en China.
396
En tan sólo tres meses, los japoneses habían roto el bloqueo americano, se ha-
bían adueñado del control de los campos petrolíferos holandeses e intimida-
do al Imperio británico. Disponían de toda la producción de caucho del mundo
y del setenta por ciento de la producción de estaño. La «esfera de coprosperidad»
estaba completa. Toda la operación había sido un extraordinario logro militar.
Pero «co-prosperidad» era sólo un término propagandístico. «Quememos a
los blancos en el fuego de la victoria», emitían las emisoras exhortando a la po-
blación local antes de la llegada de sus ejércitos. A pesar de la retórica, los ja-
poneses cometieron el mismo error que los nazis habían cometido en Rusia. Aun-
que algunos pueblos indígenas hubieran deseado ser liberados del imperialismo
holandés, británico o americano, sus
llamados «libertadores» estaban inte-
resados únicamente en su explotación.
Incluso así, fueron muchos los que
creyeron la propaganda japonesa. El
gobierno tailandés no puso ninguna ob-
jeción al uso de su territorio por los ja-
poneses cuando éstos atacaron el nor-
te de Malaca. En Java y Sumatra, las
multitudes recibían a los soldados im-
periales con banderas y gran alborozo.
Muchos nacionalistas indios estaban
preparados para luchar a las órdenes
de los japoneses y contra los británi-
cos. Además, Birmania y Filipinas re-
cibieron una independencia nominal
bajo la «protección» japonesa. El líder
nacionalista de Indonesia, Achmed Su-
karno, liberado del encarcelamiento a
que los holandeses le tenían sometido,
colaboró con los administradores ja-
poneses en la redacción de una consti-
tución independiente. Pero estas con-
cesiones de autogobierno local eran
más aparentes que reales: la norma fue
la crueldad institucionalizada.
"• »
.
Breve respiro en la marcha de la muerte de Bataán.
Si un filipino olvidaba saludar a un soldado japonés con una triple reveren-
cia, era colgado de la farola más cercana. En Sumatra, los japoneses pusieron en
marcha una violenta campaña de represión de los movimientos clandestinos di-
rigidos por Amir Sjarifuddin: de los detenidos, más de la mitad habían muerto al
acabar la guerra. Un millón de habitantes de Sumatra y Java fueron obligados a
trabajar en la construcción del ferrocarril de Birmania, y la tercera parte de ellos
murieron durante los trabajos. En 1943, cuando los chinos y otros prisioneros lo-
cales se rebelaron contra la ocupación en Jesselton, capital de Borneo, cientos de
aldeas locales fueron destruidas y sus habitantes torturados. La inimaginable
crueldad del primer año de ocupación acabó con prácticamente todo el apoyo a
los japoneses y dejó tras de sí una herencia de amargura y resentimiento que so-
brevive hasta la fecha.
El recuerdo del tratamiento a que las poblaciones nativas del sureste de Asia
fueron sometidas ha quedado oscurecido por las atrocidades que los soldados
397
^
LAS ATROCIDADES JAPONESAS
imperiales cometieron con los prisioneros de guerra occidentales. Al contrario
que los nazis, los japoneses no habían trazado una estrategia de genocidio en
sus campos de concentración, pero la suerte que corrieron los prisioneros fue
muy parecida en ambos casos. Según el código militar japonés del bushido, los
prisioneros renunciaban a su honor al perder la libertad, y con el honor renun-
ciaban también al derecho a ser tratados como seres humanos. Los japoneses
quedaron muy sorprendidos cuando los prisioneros americanos de Bataán pi-
dieron que enviaran sus nombres a sus familias para que así supieran que aún
estaban vivos. No pelear hasta la muerte era un deshonor que los japoneses cas-
tigaban golpeando a sus prisioneros occidentales, dejándoles morir de hambre.
PÁGINA OPUESTA Y ARRIBA: Prisioneros de guerra americanos en la «Marcha de la Muerte».
399
Un breve respiro durante la «Marcha de la Muerte».
negándoles atención médica, sometiéndoles a todo tipo de atroces experimen-
tos o, simplemente, matándoles de agotamiento. Por descontado, los envíos de
la Cruz Roja nunca llegaban a su destino. Los hombres blancos que se nega-
ran a inclinarse ante los soldados nipones recibían tremendas palizas, en el me-
jor de los casos. Si era una mujer, la misma ofensa se castigaba afeitándole la
cabeza.
Nadie escapaba a este trato brutal. Los médicos aliados eran golpeados cuan-
do permitían que los prisioneros a su cargo se debilitaran o sufrieran enferme-
dades con una dieta de poco más de 200 gramos de arroz, dos veces ai día. Tam-
poco por los oficiales se mostraba más respeto. El gobernador británico de Hong
Kong fue encarcelado e incomunicado, y después se le obligó a trabajar comocuidador de cabras, y con frecuencia recibía palizas por no desempeñar bien su
trabajo. El general Percival, que había firmado la rendición en Singapur, fue sal-
vajemente golpeado por tener suciedad bajo las uñas.
400
LAS ATROCIDADES JAPONESAS
Arriba: Prisioneros de guerra americanos custodiados por soldados japoneses. Abajo: Dos puentes birmanos construidos por prisioneros de guerra.
^41^:'^:j^:^401
*^¿^^
EL SOL NACIENTE
Cuando los japoneses se rindieron en 1945, el 27 por ciento de los prisione-
rios británicos y de la Commonwealth habían muerto en cautiverio; entre los ame-
ricanos, el tanto por ciento de fallecidos fue del 37.
En la memoria de los americanos y filipinos están grabados los horrores que
siguieron a la caída de Corregidor. Los prisioneros, exhaustos y malnutridos, fue-
ron obligados a realizar una marcha de 60 millas bajo un calor asfixiante sin ape-
nas comida ni agua potable (los soldados japoneses orinaban en el agua salada
que después daban de beber a los prisioneros) desde Mariveles a San Fernando.
Los que caían por agotamiento eran rematados con un disparo, ensartados con
las bayonetas o abandonados para que muriesen de deshidratación. Entre 10.000
y 16.000 prisioneros no pudieron terminar la llamada «Marcha de la Muerte de
Bataán»; durante las primeras semanas en los campos murieron otros 16.000 fi-
lipinos y 1 .000 americanos.
El infierno para los prisioneros británicos y australianos fue la línea férrea de
Birmania. Después de su derrota en la batalla de Midway, en junio de 1 942, el trans-
porte por mar se hacía cada vez más difícil para los japoneses. Aún tenían que abas-
1 w9I \
1
k
402
Atención médica en un campo de prisioneros. Imagen tomada de un folleto de propaganda japonés.
^si.'&SSS*:--^L«33s;xríC3:;2SKi¿!Sfc0^^
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^ Jé^s^
• X
Distribución de las raciones en un campo de prisioneros.
A ^^ "^"i iT .^
imagen para la propaganda japonesa; está tomada durante la comida de Navidad en un campo de prisioneros (después de la fotografía, se retiró toda la comida).
403
EL SOL NACIENTE
Condiciones de vida en un campo de internamiento de civiles.
Prisioneros civiles aquejados de beri-beri.
404
LAS ATROCIDADES JAPONESAS
tecer a sus tropas en la ofensiva de Birmania,
lo que hacía necesaria la construcción de una
ruta terrestre que uniera Bangkok con Ran-
gún. Cualquier feíTocanil tendría que cruzar
barrancos cubiertos de espesa vegetación y
seipentear entre montañas de 5.000 pies de
media: los ingenieros japoneses calcularon
que, sin contar con el equipo pesado adecua-
do, se tardaría cinco años en realizar una obra
de tal envergadura. Pero el alto mando no per-
mitía actitudes derrotistas: exigió que la línea
férrea estuviera lista a finales de 1943. Casi
la mitad de los prisioneros de guerra de la re-
gión—británicos, australianos, holandeses y
algunos americanos— fueron empleados en
la construcción del ferrocarril. También se re-
clutaron miles de indígenas.
Día tras día, los prisioneros eran obliga-
dos a levantarse antes del amanecer y traba-
jar bajo un sol abrasador o—durante el mon-
zón— bajo la lluvia y enterrados en el barro,
volviendo a sus sucias chozas cuando caía la noche. Débiles, desnutridos, cada vez
eran más vulnerables a las enfermedades. Casi 13.000 murieron en una de las epi-
demias de cólera: en otra ocasión, los guardias quisieron acabar con el problema
de raíz disparando a todos los enfemios. La decisión de construir el feíTocanil «sólo
puede considerarse como un crimen a sangre fría y despiadado contra la humani-
Arriba y abajo: Prisioneros con claros síntomas cJe malnutrición.
405
EL SOL NACIENTE
dad, obviamente premeditado», dijo el doctor austra-
liano coronel Edward Dunlop, testigo directo de Ioí-
acontecimientos. El ferrocanil Birmania-Tailandia fue
terminado el día 25 de octubre de 1943, pero el coste
de la obra fueron 50.000 prisioneros aliados. También
murieron en los trabajos un cuarto de millón de traba-
jadores de Birmania, Java, Malaca, China e India.
A finales de la guerra, los japoneses, como antes hi-
cieran las tropas de las SS al retirarse de Rusia, inten-
taron borrar sus crímenes de guerra. En diciembre de
1944, más de 1.600 prisioneros holandeses, america-
nos y británicos maltratados fueron metidos a la fuer-
za bajo la cubierta de un barco para evitar que pudie-
ran encontrarlos las tropas americanas que avanzanban
por la islas Filipinas. Cientos de ellos enloquecieron
de sed y, cuando el barco fue torpedeado y hundido,
los supervivientes fueron rematados por las ametralla-
doras de otro barco japonés. Existen otras muchas his-
torias de honor. En una de las islas filipinas, 150 pri-
sioneros americanos fueron encenados en un refugio
antiaéreo antes de que llegaran las tropas americanas; a continuación, los japone-
ses prendieron fuego al refugio. Los que sobrevivieron al incendio fueron muertos
a golpes o enterrados \ ivos. Cuando en febrero de 1945 las tropas americanas de-
sembarcaron en la isla de Palawan en busca de prisioneros, todo lo que encontra-
ron fueron fosas comunes. Un comando americano logró penetrar en un campo de
prisioneros de Luzón y rescatar a 5(X) de ellos justo cuando iban a ser ejecutados.
Arriba: Superviviente de uno de los campos. Abajo: Los barracones de la cárcel de Changi en Singapur.
406
n^^
LAS ATROCIDADES JAPONESAS
' ^''ej'Á
'4^- -.•>•- ^-o« '-.j'-.'..-«vMÉbÜhd&>M«ll||
Refugiados filipinos después de su liberación.
La opinión pública mundial recibía muy poca información acerca del trata-
miento a que los japoneses sometían a sus prisioneros de guerra (no se permi-
tía a los inspectores de la Cruz Roja visitar las «zonas de guerra» japonesas).
Las primeras noticias sobre la brutal «Marcha de la Muerte» en Bataán no se
conocieron hasta la primavera de 1943, e incluso entonces se ocultaron los de-
talles más crudos por miedo a que afectaran a la moral de la población civil.
En realidad, los detalles de la mayoría de aquellas diabólicas atrocidades no
salieron a la luz hasta mucho después de terminada la guena. En Manchuria, don-
de el Ejército imperial había impuesto su ley desde 1931, en la «Unidad de pre-
vención de epidemias y suministros de agua» del ejército de Kwantung, los pri-
sioneros eran deliberadamente contagiados con enfermedades mortales como
407
EL SOL NACIENTE
Prisioneros aliados en Tokio tras lo liberación.
parte del programa de investigación epidemiológica. Alguna.s otras horribles prác-
ticas consistían en disecar a los prisioneros, hervirlos vivos, someterlos a dosis
letales de rayos X o administrarles transfusiones de sangre de caballo.
La amargura y angustia de aquellas prácticas brutales todavía perduran hoy
en China y Occidente. CoiTesponde a los supervivientes la tarea de recordar al
mundo las crueldades del Imperio del Sol. «Tengo en mis manos una lista con
los nombres de los 300 prisioneros de guerra que murieron en la diminuta isla de
Haroekoem. en el extremo occidental de Indonesia—escribía un antiguo prisio-
nero al diario londinense Times cuando Hirohito murió en 1989— . Vestidos con
harapos y demacrados, se arrastraban cada día a su tarea de construir una pista
de aterrizaje, hasta que el abandono de toda esperanza o la enfermedad termina-
ba por liberarles de sus sufrimientos. Morían en condiciones tan degradantes que
sería imposible explicarlo con palabras. Las ofertas de ayuda de la Cruz Roja,
cuyo patronato reclamaba para sí la familia imperial japonesa, fueron sistemáti-
camente ignoradas, y la sola mención de la Convención de Ginebra era suficiente
para desatar una reacción histérica. Pero nosotros nos habíamos rendido y esto,
según el código militar japonés, hacía que perdiéramos todos nuestros derechos.»
408
EL CONTRAATAQUE
IMPERIO JAPONES
RECOBRANDOFUERZAS
La maquinaria bélica americana
se pone en marcha
:#
Todo el rosario de conquistas japonesas en el Lejano Oriente se había conse-
guido a un precio relativamente bajo: 15.()(K) hombres. 380 aviones y 4 des-
tructores. La velocidad había sido un factor \ital. y ahora la estrategia japonesa
consistía en consolidar lo obtenido antes de que los Estados Unidos pudieran re-
cuperarse lo bastante como para constituir una amenaza en el Pacífico. Existía tam-
bién la esperanza de que la conquista nazi de Rusia obligara a los americanos a sen-
tarse a la mesa de negociaciones. Entre tanto, la Armada japonesa debía asegurarse
de que Australia y Hawai quedaran ceiradas a las fuerzas estadounidenses.
ii
^^Í&'^^
^1
M^MCabinas presurizadas de los nuevos bombarderos B-29 fabricadas en una cadena de montaje de la planta Boeing.
410
Las secciones del morro de un B-29 van tomando forma.
Eran precisos enormes recursos para llevar a cabo una operación de tal en-
vergadura y, al terminar con los últimos focos de resistencia en Birmania y las
Filipinas, se discutió en Tokio si tal política debilitaría o no al ejército en China.
Y es que, aunque las tropas japonesas habían triunfado en el resto de sus cam-
pañas, las luchas contra la guerrilla de Mao era constantes en aquella región. La
política militar japonesa de los «tres-todos»—matar todo, quemar todo, destruir
todo— había causado un tremendo daño a la población local, pero su valor es-
tratégico se había difuminado en el vasto territorio chino. Los comunistas esta-
ban movilizando a la masa campesina y trabajadora tras las líneas japonesas de
un modo que los nacionalistas no habían sido capaces de hacer.
El propio Chiang había establecido su capital en Chungking, evitando así te-
ner que librar batallas decisivas; esperaba así a que los americanos negociaran
con los japoneses en su lugar, y además reservaba sus energías para la batalla que
41 1
EL CONTRAATAQUE
indudablemente tendría que plantear contra Mao al final de la guerra. «Los ja-
poneses son una enfermedad de la piel —razonaba el líder chino— . Los comu-
nistas son un mal del corazón.» Pero su régimen se desintegraba lentamente. Va-
rias zonas de China todavía bajo su control eran víctimas de la inflación y la
corrupción; allí, las clases adineradas podían comprar su exención de toda obli-
gación militar. Grupos de reclutamiento se encargaban de llenar por la fuerza
esos vacíos; muchos civiles murieron de inanición en las largas marchas que eran
obligados a realizar para unirse a sus unidades.
En el Pacífico, el tiempo empezaba a ir en contra de los japoneses, sabedores
de que la enorme riqueza de América se estaba volcando ahora en la producción
de guerra. En plena ira nacional después del ataque a Pearl Harbor, Roosevelt
anunció planes para producir 60.000 aviones, 75.000 tanques y 1 .000.000 de to-
neladas de barcos mercantes al año. Para cumplir este objetivo, las fábricas em-
pezaron a contratar mujeres, en tanto que los hombres se alistaban en el Ejérci-
to. Una mujer que trabajaba en una línea de producción de aviones, a la que todos
llamaban «Rosie la Remachadora», sirvió de modelo a una campaña publicita-
Acorazados de los Estados Unidos durante unas maniobras.
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mr'-
RECOBRANDO FUERZAS
EL CONTRAATAQUE
Nimitz en una visita de inspección.
mitz, se hacía responsable
Nimitz tenían ideas mLi\ d
ría en la que se ensalzaba el carácter de la nueva ge-
neración de mujeres americanas, duras y profesiona-
les, pero tan femeninas como siempre.
A su llegada a Australia, MacArthur recibió la Me-
dalla al Honor (América estaba necesitada de héroes en
este momento de horas bajas). Pero el Ejército ameri-
cano que le aguardaba no era precisamente un ideal de
fuerza de combate etlcaz. Tan sólo contaba con 26.00C
soldados y 260 aviones; muchos de aquellos hombrea
no habían sido debidamente entrenados y gran parte de
los a\ iones se encontraban en mal estado. MacArthur
quisquilloso como pocos, agudizó toda\ ía más las di-
\ isiones entre los Aliados al negarse a aceptar en su Es-
tado Mayor a oficiales australianos y holandeses.
Con la ABDA desmantelada, la estructura del nue-
vo mando aliado ponía a cargo de Sumatra y el áreí
del océano Indico a los británicos, mientras que Mac-
Arthur se encargaba del suroeste del Pacífico y el nue-
vo comandante de la Flota del Pacífico, Chester Ni-
del océano Pacífico propiamente dicho. MacArthur >
iferentes y. dado que sus competencias a veces se so-
Almirante «Bul!» Halsey en el puente de mando de un portaaviones.
41 4
1
RECOBRANDO FUERZAS
Momentos antes del ataque a Tokio: En la cubierta del Hornet, Doolittle coloca una medalla en un bomba; abril de 1 942.
41 5
u
EL CONTRAATAQUE
El comandante de lo Fuerza Aérea Naval, Mitschner, conversa con Doolittle y sus pilotos
416
RECOBRANDO FUERZAS
41 7
.«^i
La carlinga y el morro de uno de los Mitchell adoptados de Doolittle.
lapaban, el resultado fue un constante desacuerdo acerca de la distribución de los
recursos. «De todas las decisiones equivocadas de la guerra, quizá la más inex-
plicable fuera la incapacidad para unificar el mando del Pacífico», escribía Ma-
cAithur algún tiempo después.
En Washington, aguijoneados por la propaganda japonesa de las emisiones
radiofónicas de «Tokio Rose», había impaciencia por vengar el ataque a Pearl
Harbor y devolver el golpe en el corazón mismo de Japón. Este objetivo había
sido meticulosamente planeado desde enero de 1942. Si se iba a realizar un ata-
que aéreo sobre Japón, tenía que ser lanzado desde un portaaviones que se en-
contrara fuera del alcance de los barcos de reconocimiento que patrullaban a 500
millas de la costa japonesa. Esto significaba un vuelo de 1 . 100 millas, lo que que-
41 8
RECOBRANDO FUERZAS
Doolittle, que ha tenido que realizar un aterrizaje forzoso en Chino, aparece sentado junto a su avión.
41 9
Tras el ataque, los pilotos de Doolittte en China.
daba fuera del alcance de la mayoría de los aviones de la Marina. No sólo eso,
sino que para evitar que los portaaviones tuvieran que esperar su regreso en aguas
enemigas, los aviones tendrían que volar hasta China para repostar.
La solución a la que los expertos de la aviación llegaron fue utilizar bombar-
deros Mitchell especialmente adaptados. Se escogió al teniente coronel James
Doolittle para dirigir la fuerza de ataque; él y su grupo de pilotos expertos estu-
vieron practicando los despegues coitos que tendrían que realizar para alzar el
vuelo desde la cubierta de un portaaviones en mitad del Pacífico.
El 2 de abril, el portaaviones Honiet partió de San Francisco llevando a bordo a
Doolittle con sus 16 bombarderos: le acompañaba el portaaviones Enterprise, en-
cargado de proporcionar una escolta de cazas. El 1 8 de abril, cuando aún se encon-
traban a 650 millas de Tokio, la fuerza estadounidense fue avistada por un patrulle-
ro japonés. Doolitle y el comandante naval, almirante Bill Halsey, decidieron que a
pesar de la distancia extra a la que se encontraban, lo más prudente era hacer des-
pegar cuanto antes a los bombarderos. Cuatro horas después, los aviones cogían por
420
RECOBRANDO FUERZAS
soq)resa a las defensas aéreas de Tokio, Nagoya, Kobe, Yokohama y Yokosuka.
Aunque el daño real producido fue muy leve, los líderes japoneses enfurecieron al
comprobar que el centro del Imperio podía ser atacado con tal facilidad.
Fue entonces cuando la operación topó con ciertas complicaciones. Los tres
oficiales de la tripulación de un bombardero cayeron en territorio japonés y fue-
ron inmediatamente ejecutados. Otro avión aterrizó por error en las proximida-
des de Vladivostock y su tripulación fue arrestada por los rusos, y en China, el
aeródromo de Chuchow no se encontraba preparado para recibir al resto de los
bombarderos y varios de ellos tuvieron que realizar un aterrizaje de emergencia.
Sin embargo, en términos generales, el ataque de Doolittle logró el objetivo
principal: elevar la moral de los americanos. Tuvo además beneficios imprevis-
tos. No sólo retiraron los japoneses cuatro escuadrones de cazas para proteger el
espacio aéreo de Tokio y otras ciudades, sino que, a partir de aquel momento, se
mostraron más decididos a hundir todos los portaaviones americanos. Esto lle-
vó a sus comandantes a concebir la desastrosa estrategia de Midway.
En la cima del mundo: Doolittle con dos de sus cañoneros.
421
;,^
MIDWAYLa destrucción de la flota japonesa
Los australianos estaban muy preocupados en abril de
1942: gran parte de su ejército se encontraba en el nor-
te de África y los japoneses se habían acercado al mar de
Timor. Temían que siguieran avanzando hacia Port Mo-resby, la capital de Nueva Guinea, lo que proporcionaría el
trampolín ideal para un futuro asalto a la propia Australia.
Sus temores se vieron confirmados cuando el día 3 de mayo
de 1942 los japoneses tomaron la cercana isla de Tulagi.
La operación japonesa para apoderarse de Port Mo-resby también había sido prevista por la Marina estadou-
nidense. Cuando la flota invasora, formada por tres por-
taaviones y cuatro cruceros, entró en el Mar del Coral el
7 de mayo de 1942, los portaaviones americanos Yorktown
y Lexington les estaban esperando. El comandante de la
flota, el almirante Frank Fletcher, tomó la iniciativa lan-
zando sus aviones; en la acción, fue hundido el portaaviones
Sliolw. Los aviones japoneses enviados a repeler el ataque
se encontraron una lluvia de fuego enemigo y después fue-
ron atacados por escuadrones de cazas Wildcat. La escasa visibilidad hizo que
seis aviones japoneses se desorientaran y unieran a la cola de cazas que se dis-
ponían a aterrizar en el Yorktown, al que confundieron con un portaaviones ja-
ponés, aunque finalmente lograron escapar.
Abajo: El portaaviones japonés Shoho es alcanzado en la batalla del mar del Coral. Arriba: Almirante Fletcher.
422
M I D WA
Y
Arriba y abajo: Últimos momentos del Shoho.
423
M I D WAY
El Lexington poco antes de hundirse.
EL CONTRAATAQUE
Supervivientes del Lexington son izados a bordo del buque de rescate.
426
M I D WAY
Al día siguiente, ambos bandos lanzaron ataques con sus portaaviones. El Le-
xington salió tan malparado que se hundió al cabo de cinco horas. En el lado ja-
ponés, el Shokaku sufrió graves daños. En este punto, las dos flotas decidieron
abandonar la lucha.
La pérdida del Lexington ha hecho que algunos historiadores consideren la
batalla del mar del Coral como un punto muerto en la guerra. Lo cierto es que,
aunque los americanos perdieron uno de sus preciados portaaviones, hicieron
abandonar a los japoneses la operación para apoderarse de Port Moresby. De mo-
mento, Australia estaba a salvo.
El poder de la flota americana había sorprendido a Yamamoto, que esperaba que
los Estados Unidos tardarían mucho más en recuperar su capacidad naval tras Pe-
arl Harbor. El almirante japonés era consciente de que debía destruir la Flota del Pa-
cífico de una vez por todas mientras todavía gozaba de un mayor poder naval. La
clave paia este plan era la isla de Midway, poco más que un punto en mitad del Pa-
Ataque aéreo japonés a las islas Aleutianas.
427
EL CONTRAATAQUE
Junio de 1942: El resultado de un ataque aéreo japonés a las islas Aleutianas
428
M I D WAY
429
.^^
EL CONTRAATAQUE
cífico. Si conseguía tomar esta posición,
podría utilizar la pista de atenizaje de su
aeródromo para lanzar constantes ata-
ques contra la flota enemiga. En segun-
do lugai\ Yamamoto suponía que los ame-
ricanos tratarían de recuperar la isla y, en
el curso de esta acción planeaba tender
una emboscada a sus portaa\ iones.
El plan inicial consistía en atraer a
la Flota americana hacia el Norte por
medio de un ataque a las islas Aleutia-
nas, frente a las costas de Alaska. Cuan-
do los americanos acudieran, serían
retenidos en aquel punto, mientras Ya-
mamoto se dirigía con la Flota japone-
sa hacia Midw ay. Pero de nuevo los es-
tadounidenses lograron interceptar los
mensajes japoneses: Nimitz hizo caso
omiso del ataque a las Aleutianas y ordenó a su flota, compuesta por tres porta-
aviones y ocho cruceros, dirigirse hacia la isla de Midway. Aunque los america-
nos contaban con el factor soipresa. su número era mu\ inferior al de las fuerzas
Un barco de transporte japonés arde cerca de la costa de las islas Aleutianas.
Junio de 1 942: Bombardeos sobre la isla de Midway.
430
M I D WAY
Un hangar destruido en la isla de Midway.
Un bombardero Avenger dañado en la isla de Midway.
431
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M I D WA
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Salidas y llegadas de los aviones de un portaaviones estadounidense durante la batalla de Midv/ay.
EL C O NT R A ATA Q U E
Arriba: Reparando los daños tras la batalla de Midway. Abajo: Aviones Avenger en vuelo.
M I D WAY
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^^^^^^ TB1
:- -i.^^j^.;' ";n:T;á ^1H ^1; (' ^^^^H^^^^^IHIHHUn Avenger, alcanzado por la artillería antiaérea.
japonesas, formada por once acorazados, ocho portaaviones, veintidós cruceros
y una gran concentración de destructores y submarinos.
El 4 de junio, los aviones japoneses atacaron Midway. Aunque en esta pri-
mera acción se produjeron graves daños, Yamamoto ordenó un segundo ataque.
Mientras, los portaaviones americanos se encontraban a la espera en un punto si-
tuado a 300 millas al norte de la isla. El almirante Fletcher, a bordo del Yorktown
—los daños de la batalla del mar del Coral ya habí-
an sido completamente reparados— dio a sus avio-
nes la orden de ataque.
Este era el momento en que los japoneses se en-
contraban más indefensos: sus aviones repostaban
y se rearmaban sobre las cubiertas de los portaavio-
nes. Alcanzados de lleno, las bombas y depósitos de
combustible de los aviones empezaron a arder y, en
un momento, los portaaviones Akagi, Kaga y Soryu
fueron devorados por terribles incendios iniciados
en las cubiertas de despegue; también el Hiiyu se
hundió aquel mismo día. Cuando comprendieron
que era demasiado tarde, las tripulaciones de los por-
taaviones pusieron a salvo los retratos del empera-
dor y abandonaron las naves. El capitán del Soryu
permaneció a bordo de su navio, espada en mano yentonando el himno nacional mientras se hundía.
Algunos aviones japoneses que lograron atravesar
la muralla del fuego antiaéreo americano atacaron el mmmYorktown, que de nuevo resultó seriamente dañado. Bombarderos en picado Dauntless durante un ataque.
435
Arriba y abajo: El portaaviones japonés Akagi, atacado durante la batallo de Midway.
436
M I D WAY
El Yorktown en el dique seco antes de Midway.
Un Avenger en el momento de despegar del Yorktown.El capitán Clark, del Yorktown
437
M I D WAY
Un caza japonés A6M2 Zero. El avión torpedero japonés Nakajima B5N Kate.
PÁGINA OPUESTA: Torretos del Yorktown. Arriba: El Yorktwon después de ser atacado.
439
i
EL C O N T R A ATAQ U E
Preparándose para abandonar el Yorktown.
440
M I D WAY
Mientras la tripulación abandonaba el barco, Fletcher se
vio obligado a entregar el mando de la flota al almirante Ray-
mond Spruance. Éste sabía que Yamamoto se aproximaba a
toda velocidad con sus acorazados y aprovechó la oscuridad
de la noche para ponerse fuera de su alcance (los pilotos de
la Marina americana no habían sido entrenados aún para el
combate nocturno). Cuando amaneció, los comandantes ja-
poneses comprendieron el alcance de los daños que había su-
frido su flota.
En el camino de regreso a Japón, dos cruceros japoneses,
el Magami y el Mikuma, colisionaron; más tarde, los bombar-
deros en picado de Spruance remataron a este último. El York-
town fue remolcado hasta Hawai, aunque al final del trayecto
resultó hundido por el torpedo de un submarino japonés.
Midway fue una de las batallas más decisivas de la histo-
ria. Al terminar, los japoneses habían perdido la superioridad
naval en el Pacífico, lo que se traducía en la interrupción del
expansionismo del Imperio japonés y el final de lo que el al-
mirante Nagumo había llamado «enfermedad de la victoria». En Japón se prohi-
bieron todas las referencias expresas al desastre de Midway. «Yo soy el único que
debe disculpai'se ante Su Majestad por esta derrota», dijo el almirante Yamamoto.
Almirante Spruance.
Un destructor estadounidense recoge a la tripulación del Yorktown.
441
LA GUERRA EN LA SELVALucha a muerte en Nueva Guinea y Guadalcanal
Después de la victoria de Midway, Nimitz y MacArthur expresaron opinio-
nes muy diferentes sobre la estrategia que los Estados Unidos debían seguir
en el Pacífico. Nimitz quería hacer retroceder a los japoneses hasta el punto en
que se encontraban antes de su expansión. Por contraste, MacArthur pretendía
evitar las principales posiciones fuertes de los japoneses, dejando que «se mar-
chitaran en la parra», como él lo expresó, y saltar directamente sobre el Japón.
«Golpeemos ahí donde no están», dijo. Pero como ambos generales tenían man-
dos separados, y de momento no parecía necesaria ninguna estrategia combina-
da entre ambos, los dos se prepararon para avanzar por separado. La línea a se-
guir iban a decidirla los acontecimientos de Nueva Guinea y Guadalcanal.
Cuando MacArthur llegó a Australia procedente de Filipinas, descubrió un
pueblo paralizado por el miedo. Los australianos estaban preparándose para aban-
donar Sidney y refugiarse en el sur del continente para tratar de frenar desde allí
Un soldado australiano herido en Nueva Guinea.
442
LA GUERRA EN LA SELVA
Un carro de combate estadounidense modelo M3 Stuart con dotación australiana se dirige a Buna, Nueva Guinea
el avance japonés. En el plazo de tres meses, el general americano logró con-
vencerles para que invirtieran los términos de su estrategia bélica y se decidie-
ran a pasar a la ofensiva. Para ello utilizó corno ejemplo la entereza de la briga-
da australiana empeñada en la defensa de Port Moresby, la capital de Papua.
Si Port Moresby hubiera caído, los ataques aéreos japoneses podrían haber
llegado hasta la costa de Queensland. La batalla del mar del Coral acabó con el
plan japonés para tomar la ciudad. Los nipones volvieron a intentarlo el 21 de
julio de 1942 y desembarcaron en Buna, en la costa de Nueva Guinea, con 2.000
hombres. Un mes más tarde, había 13.000 japoneses avanzando hacia el Sur por
los montes de Owen Stanley Range. Acosados por la fuerza aérea australiana.
443
EL C O N T R A ATA Q U E
Tropas australianas pasan ¡unto a un tanque japonés Tipo 95.
detuvieron su ataque a 30 millas de Port Moresby. El 15 de septiembre llegaron
los primeros refuerzos americanos a la zona.
En ese momento, los americanos y australianos decidieron pasar al contraata-
que y obligaron a los japoneses a retirarse al otro lado de las montañas, siguien-
do la ruta de Kokoda. Pero la victoria de la batalla se pagó a un alto precio. Los
aliados no sólo tuvieron que luchar contra los fanáticos soldados nipones, sino
también contra las ciénagas, los cocodrilos y las enfermedades: tifus y malaria.
Los australianos sufrieron casi el doble de bajas que los marines americanos ten-
drían que soportar en la sangrientas batallas de Guadalcanal y las islas Salomón.
444
LA GUERRA EN LA SELVA
-^^-^
La población indígena ayuda a las tropas japonesas en Nueva Guinea.
>t ^ >
Otro grupo de indígenas ayudando a los australianos
445
rK-
.*^
Arriba y abajo: Las líneas de aprovisionamiento aliadas se ayudaban de la población local de Nueva Guinea.
LA GUERRA EN LA SELVA
Los heridos americanos en Nueva Guinea.
Exploradores nativos explican a los soldados americanos la disposición de los tropas japonesas.
447
EL C O N T R A ATAQ U E
La dotación de un mortero australiano de 2 pulgadas en plena acción.
A finales de 1942, el comandante australiano sir Thomas Blamey, con ayu-
da de las fuerzas aerotransportadas, había obligado a los japoneses a retroceder
por la península de Buna. Los nipones habían perdido 12.000 soldados en un
plazo de seis meses y cuando su resistencia se derrumbó finalmente el 21 de
enero de 1943, algunos prefirieron echarse al mar y enfrentar una muerte segu-
ra antes que soportar la vergüenza de ser capturados por el enemigo.
Aunque estaba dispuesto a ayudar a los australianos en Nueva Guinea, a co-
mienzos del verano de 1942 MacArthur se encontraba más preocupado por las
448
LA GUERRA EN LA SELVA
batallas libradas en los consejos de guerra esta-
dounidenses. Después de agotadoras negociacio-
nes, se había alcanzado un acuerdo por el que Ni-
mitz quedaba al mando de la primera fase del
asalto anfibio a las Salomón orientales, mientras
que MacArthur se ocuparía de las dos siguientes
fases de la operación, en las que se pretendía lo-
grar el control del resto de las Salomón, la costa
de Nueva Guinea y el archipiélago de Bismarck.
Los australianos habían creado una organiza-
ción secreta de vigilancia costera con oficiales de
la Inteligencia australiana, colonos y otros volun-
tarios de las islas de la región. El 5 de juho de 1942,
este servicio informó de que los japoneses estaban
construyendo una pista de aterrizaje en la isla de
Guadalcanal. Si lograban completar el proyecto,
la fuerza aérea japonesa controlaría todo el sector.
Guadalcanal, con tan sólo 90 millas de largo
y 25 de ancho, presenta un ten"eno montañoso cu-
bierto de espesa vegetación; su media pluviométrica anual es una de las mayo-
res del mundo. Esta isla iba a ser el primer objetivo americano. Se trazaron a toda
prisa los planes para su invasión, a pesar de las peticiones de algunos coman-
dantes americanos que consideraban la operación demasiado apresurada.
Un indígena recibiendo atención médica.
La flota de desembarco estadounidense cerca de Guadalcanal
449
E L C o NTR A ATA Q U E
. -^ y f-
A>....: Marines de los Estados Unidos con destino a las islas Salomón
450
^
LA GUERRA EN LA SELVA
451
EL C O N T R A ATA Q U E
Arriba y abajo: Los refuerzos americanos desembarcan en Guadalcanal.
452
LA GUERRA EN LA SELVA
A las 9 a. m. del 7 de agosto de 1942, tras un bombardeo desde tierra y aire,
11.000 marines estadounidenses desembarcaron en Guadalcanal, mientras que
otros 6.000 barrían en Tulagi la resistencia japonesa.
Pero los comandantes japoneses también conocían la importancia estratégi-
ca de Guadalcanal y contaban en las proximidades con una poderosa fuerza na-
val. Se dio la orden de ataque. En las primeras horas del 8 de agosto, los cruce-
ros mandados por el almirante Guinichi Mikawa navegaron sigilosamente entre
las islas Salomón, tomando por soipresa a los navios aliados. Una hora más tar-
de, el almirante se retiraba del lugar de la batalla después de haber hundido cua-
tro cruceros y dañado seriamente un quinto. Esta derrota se conoció como la ba-
talla de la isla de Savo.
Ifiít- .i, .^ t't'
Un tanque ligero americano saliendo de una playa de Guadalcanal.
453
EL CONTRAATAQUE
Infantes de marina japoneses en Guadalcanal.
454
LA GUERRA EN LA SELVA
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Septiembre de 1942: Soldados japoneses muertos después de la victoria americana de Guadalcanol.
455
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Tanques americanos M3 Stuart avanzan estruendosamente por la jungla.
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Los atareados camilleros americanos.
456
LA GUERRA EN LA SELVA
De repente, los marines americanos de Guadalcanal se encontraban solos, sin
apoyo naval o aéreo. Durante las dos semanas siguentes tuvieron que mantener-
se con dos comidas diarias, sabedores de que los japoneses eran ahora señores
del mar y el espacio aéreo y de que no tardarían mucho en volver a la isla. Radio
Tokio describía a los marines americanos como «los insectos veraniegos que se
meten ellos mismos en el fuego».
Por suerte para los marines, los japoneses subestimaron la fuerza de comba-
te con la que se enfrentaban. El 18 de agosto, una avanzada formada por 1.500
infantes de Marina japoneses desembarcó en la isla: esta primera fuerza fue in-
mediatamente aniquilada. La siguiente expedición se hizo acompañar de un po-
deroso apoyo naval, incluyendo dos acorazados y tres portaaviones. Pero el al-
mirante americano Robert Ghormley estaba sobre aviso de su llegada y el día 24
de agosto sus barcos lograban hundir el portaaviones Ryujo.
Una fuerza especial de destructores y buques de desembarco conocida comoel «Tokio Express» transportó más tropas japonesas. La noche del 13 de sep-
tiembre, los marines se encontraban peleando desesperadamente en la que mástarde se llamó batalla del «Arrecife Sangriento». En un momento de la lucha, los
Guadalcanal: Obuses estadounidenses en primera línea.
457
Arriba: Marines americanos «limpiando» la zona de posibles francotiradores. Abajo: Vadeondo un río en Guadalcanal.
LA GUERRA EN LA SELVA
Los restos de un bombardero en picado americano en GuadalcanaL
EL CONTRAATAQUE
Últímos momentos del portaaviones americano Wasp.
LA GUERRA EN LA SELVA
japoneses llegaron a irrumpir en el puesto de mando americano antes de ser nue-
vamente rechazados.
La Armada japonesa mandada por el almirante Raizo Tanaka defendió te-
nazmente y con eficacia el «Tokio Express». Se hundieron muchos navios ame-
ricanos y otros resultaron seriamente dañados al intentar atacar el convoy nipón.
A finales de agosto, el portaaviones Saratoga fue torpedeado; dos semanas des-
pués, el portaaviones Wasp resultó hundido. El almirante Ghormley fue reem-
plazado por el almirante Bill Halsey.
Pero también el bando japonés sufrió pérdidas: sólo en Guadalcanal, 200 de
sus aviones fueron abatidos, y en otra de las batallas navales librada el 26 de oc-
tubre, los americanos dejaron fuera de combate dos portaaviones japoneses, aun-
que en la acción perdieron su portaaviones Hornet y el Enterprise quedó inope-
rativo.
Sin apoyo aéreo de los portaaviones, los marines tuvieron que sostener san-
grientos combates para no perder el control del aeródromo de la isla, al que ha-
bían rebautizado con el nombre de Henderson Field. Después de más de cuatro
^^r
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EL CONTRAATAQUE
^
Arriba: Un portaaviones norteamericano alcanzado de lleno. Abajo: Un Grumman Avenger se estrella al aterrizar en la cubierta de un portaaviones.
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LA GUERRA EN LA SELVA
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Henderson Field, ahora en poder de los estadounidenses.
meses de luchas terribles en la diminuta isla, ambos lados estaban agotados. Las
raciones disminuían; el hedor de los cuerpos en descomposición se extendía por
toda la isla; la malaria era una amenaza constante. En cada uno de los combates,
los americanos se enfrentaban con la temeridad fanática de los soldados japone-
ses, que se negaban a rendirse incluso cuando no tenían otra escapatoria que lan-
zarse al mar. «Los heridos se quedaban quietos esperando y, cuando se acercaba
el enemigo, se volaban a sí mismos por los aires con una granada de mano», con-
taba Alexander Vandegrift, un comandante de ma-
rines experimentado en los rigores de la lucha.
En enero de 1943, los 25.000 soldados japone-
ses, debilitados por el hambre y las enfermedades,
tan sólo recibían suministros nocturnos de los sub-
marinos de la Amiada Imperial. Entre tanto, los ame-
ricanos habían consolidado una guarnición de más
de 50.000 hombres. A pesar de todo, los nipones con-
tinuaban peleando ferozmente en retirada. Hasta que
una mañana desaparecieron de la isla. El mando im-
perial japonés se había rendido a la evidencia y, du-
rante tres noches, sacó de la isla lo que quedaba de
su fuerza; en la operación tan sólo perdieron un des-
tructor. En la batalla por Guadalcanal, las tropas im-
periales habían dejado sobre la isla 25.000 hombres,
9.000 de ellos víctimas de las enfermedades.
Guadalcanal permaneció en manos aliadas has-
ta el final de la guerra (aunque el último soldado ja-
ponés que allí quedaba no se rindió hasta octubre de
1947). Treinta años más tarde, todavía se estaban
desenterrando e inutilizando proyectiles y granadas
de mano en el suelo de la isla. General Vandegrift.
463
PELDAÑOA PELDAÑO
Isla a isla en el Pacífico
Una vez aseguradas Nueva Guinea y Guadalcanal, podían dar comienzo las
grandes ofensivas americanas en el Pacífico. Los japoneses, al contrario, em-
pezaban a darse cuenta de que no podían mantener sus conquistas más remotas,
así que comenzaron a reforzar una «esfera defensiva nacional» contra el posible
asalto de los Estados Unidos.
Estos, pronto infligieron un serio castigo a la moral del enemigo. El 14 de
abril de 1943, las unidades de radio de la Flota americana del Pacífico inter-
ceptaron un mensaje donde se comunicaba que Yamamoto iba a realizar una
visita de inspección a Boungainville, en las islas Salomón occidentales. Cua-
Noviembre de 1 943: Marines estadounidenses llegan a Tarawa, islas Gilbert.
464
Marines americanos en la playa de Saipan.
tro días más tarde, los cazas americanos derribaban el avión del almirante. Para
ocultar el hecho de que eran capaces de descifrar los códigos secretos japone-
ses, los americanos no anunciaron la muerte de Yamamoto, aunque sí infor-
maron de su funeral.
El mando americano se encontraba aún dividido: MacArthur apremiaba para
seguir directamente hacia Japón, mientras que Nimitz y la Marina de Estados
Unidos abogaban por utilizar su superioridad en portaaviones más hacia el Nor-
te y atacar posiciones japonesas avanzadas. En mayo de 1943, la llamada Con-
ferencia de Trident, celebrada en Washington, se decidió a adoptar una solución
de compromiso: establecer una estrategia de doble pinza que obligara a Japón a
movilizar recursos constantemente de un escenario bélico al otro. Pero dos «pin-
zas» significaban el doble de esfuerzo y el doble de preparación.
Antes de emprender cualquier otra empresa militar. Rooseveit quería tran-
quilizar a los civilies estadounidenses recobrando las islas Aleutianas próximas
a Alaska. El 11 de mayo, los marines americanos desembarcaron en Attu; tras
465
EL CONTRAATAQUE
PELDAÑO A PELDAÑO
467
EL CONTRAATAQUE
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Soldados japoneses muertos a la entrada de un refugio subterráneo en Tarawa.
468
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PELDAÑO A PELDAÑO
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Krueger consultando un mapa en Nueva Bretaña.
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dos semanas de encarnizada pelea, tan sólo quedaban con vida 26 soldados ja-
poneses. En Kiska, por el contrario, una fuerza americana compuesta por 34.000
hombres pasó cinco días buscando en vano a su enemigo para descubrir final-
mente que la isla se encontraba vacía.
El 30 de junio de 1943 comenzó la campaña aliada, que consistía en ir pa-
sando de una isla a otra. El general Walter Krueger desembarcó en las islas de
Kiriwina y Woodlark, del grupo de las islas Trobriand; los australianos manda-
dos por el general Herring lo hicieron cerca de Salamaua, en Nueva Guinea, ylas tropas americanas y neozelandesas del almi-
rante Halsey desembarcaron en Nueva Georgia.
Todas las operaciones fueron un completo éxi-
to, salvo en Nueva Georgia, donde los 10.000 ja-
poneses allí desplazados recibieron la orden de
defender aquel húmedo y montañoso rincón con
todas sus fuerzas. Después de duros combates, lo
que quedaba de la guarnición nipona se retiró a
la cercana isla de Kolombangara. Los coman-
dantes aliados comprendieron que aquel lento rit-
mo daría a los japoneses la posibilidad de refor-
zar las guarniciones de la islas próximas; por esa
razón, pasaron por alto la isla de Kolombangara.
Por miedo a que su flota fuera puesta bajo el
mando de la de Nimitz en el Pacífico central. Hal-
sey siguió avanzando y desembarcó en Boun-
gainville y las Salomón occidentales. Las tropas
australianas de MacArthur. apoyadas por los pa-
racaidistas americanos, seguían peleando para al-
canzar Nueva Guinea, mientras que Krueger de- Afilando las hojas de los cuchillos en Kwajalein.
469
EL C O N T R A ATA Q U E
Desembarco de provisiones tras la batalla de Kwajalein.
sembarcaba en Nueva Bretaña, saltándose en su camino la poderosa guarnición
japonesa de la cercana Rabaul.
Una tras otra fueron cayendo todas las islas al norte y al este de Nueva Gui-
nea, pero los combates por su control fueron feroces. A finales de abril del año
siguiente, los marines desembarcaron en las islas del Almirantazgo y destruye-
ron completamente la guarnición que las defendía. Los ingenieros americanos
iniciaron la construcción de importantes bases aéreas y navales para futuras ope-
raciones en la zona.
Todo ese tiempo, Nimitz había tenido como objetivo las Filipinas, según la
línea de acción establecida por los jefes de Estado americanos, que querían es-
tablecer una ruta de contacto con Chiang Kai-shek. en China. Nimitz empezó con
un asalto a las islas Gilbert. El 20 de noviembre de 1943, las tropas estadouni-
denses derrotaban a la pequeña fuerza japonesa de Mankin y Tarawa era bom-
bardeada antes de lanzar allí el desembarco de la Segunda División de Marines,
que tantos éxitos habían cosechado en Guadalcanal.
Tarawa estaba rodeada de arrecifes de coral. Para alcanzar las playas, los ma-
rines tuvieron que vadear más de medio kilómetro desde las lanchas de desem-^í
470
PELDAÑO A PELDAÑO
barco, completamente a merced del fuego enemigo.
A pesar del insistente bombardeo naval, una terce-
ra parte de la fuerza atacante fue aniquilada: fue uno
de los desembarcos americanos más controvertidos
de toda la guerra. Una vez establecida la cabeza de
playa, la guarnición japonesa desapareció. Todos
ellos murieron en una serie de suicidios colectivos.
No repuesto de las altísimas pérdidas sufridas en
Tarawa, Nimitz decidió pasar de largo el siguiente
grupo de islas y dirigirse al atolón de Kwajalein, 400
millas al norte de las islas Marshall. Si todo iba bien
allí, enviaría sus tropas de reserva al asalto del si-
guiente atolón, Entiwetok.
El 4 de febrero de 1944, se lanzó contra Kwaja-
lein el ataque de los marines mandados por el ge-
neral Holland Smith (conocido como el «Loco Au-
llador»), padre de la guerra anfibia estadounidense.
Se logró el objetivo con un coste humano de 370
soldados. Nuevamente, la guarnición japonesa lu-
chó hasta el último hombre. Poco después, se esta-
bleció otra cabeza de playa en la isla de Entiwetok.
Pero el poder naval japonés de la región todavía
preocupaba a Nimitz y para neutralizarlo lanzó una
ofensiva con portaaviones sobre la base de Truk. Aunque el almirante Koga ya
había retirado la mayor parte de su flota, los americanos hundieron 2 cruceros,
4 destructores y 26 buques cisterna y cargueros. También fueron destruidos 250
aviones japoneses. El grupo de las islas Gilbert y Marshall estaba ahora en ma-
nos de los americanos, lo que destrozó la confianza de los estrategas japoneses.
Smith, el «Loco Aullador».
Un avión torpedero japonés arde ¡unto a la costa de Kwajalein.
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EL CONTRAATAQUE
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£a iUn avión japonés derribado en vuelo durante el «Tiro al Pato de las Marianas».
472
PELDAÑO A PELDAÑO
seguros hasta aquel momento de que podrían resistir en la región durante al me-
nos otros cuatro meses.
Hubo otros muchos éxitos aliados en el Pacífico Sur. En Nueva Guinea, las
tropas australianas avanzaron en dirección Oeste siguiendo la costa desde Ma-
dang; el 22 de abril MacArthur dio el gran «salto» para tomar la base de Ho-
llandia en la bahía de Humboldt. En mayo de 1944 se lanzaron ataques contra
Toem, en la costa de Nueva Guinea, en la isla de Wake y los aeródromos de Biak.
La invasión de este último objetivo no ocuitíó exactamente como se había pla-
neado. Los servicios de inteligencia de MacArthur subestimaron enormemente
el número de tropas japonesas, y hasta el mes de agosto Biak no cayó en manos
aliadas, sufriendo además 10.000 bajas.
A causa de la cautela británica en Birmania y el lento avance de Chiang
Kai-shek el encuentro de chinos y aliados parecía cada vez más improbable.
Los jefes de Estado de Washington se vieron obligados a cambiar de estrate-
gia. En lugar de aterrizajes sobre China —la supuesta «puerta trasera» de Ja-
pón— decidieron que las fuerzas estadounidenses se dirigirían directamente a
Japón. Pero en el camino se encontraban las bien defendidas islas Marianas:
Saipan, Guam y Tinian.
Aterrizaje de un caza estadounidense Hellcat.
473
EL C O NT R A ATAQ U E
Almirante Ozawa.
Por SU parte, los comandantes japoneses estaban decididos
a contraatacar. Este «plan de contragolpe» no era nuevo: el
comandante en jefe de las fuerzas navales, almirante SoemuToyoda, lo había heredado de su predecesor, el almirante Koga,
antes de que éste muriera en accidente aéreo. El plan consis-
tía en atraer a los portaaviones americanos poniéndolos al al-
cance del fuego combinado de la flota japonesa.
Al mismo tiempo, los comandantes aliados habían estado
cooperando en la operación de distracción «Wedlock» , una
maniobra de amenaza ficticia a las islas Kuriles, al norte de
Japón, inteipretada por fuerzas americanas y canadienses. Paia
la ocasión, se inventó un Novena Flota y se atacaron las ins-
talaciones militares de las islas para dar credibilidad a toda la
operación.
El 15 de junio. 130.000 soldados americanos empezaron
a desembarcar en la Marianas. En cuanto estuvieron en las
playas, los portaaviones estadounidenses mandados por Maro
Mitscher entraron en combate con la Primera Flota Móvil
del almirante Jisaburo Ozawa. uno de los mejores estrategas navales japone-
ses, en cuyos planes figuraba el empleo de aviones desde las bases de Guampara atacar a la fuerza americana. Pero su servicio de inteligencia no estaba a
la altura de las circunstancias. El almirante desconocía que el ataque america-
Buques japoneses son atacados durante el «Tiro al Pato de las Marianas».
474
Un bombardero en picado Douglas Daunriess vuela sobre las fuerzas de desembarco en Saipan.
Junio de 1944: Cubierta de despegue del Lexington, cerca de Saipan.
475
EL CO NT R AATAQ U E
Marines estadounidenses bajo d fuego enemigo en las playas de Saipan.
no a Guam había destruido en el suelo la mayor parte de los aviones de com-
bate, como tampoco sabía que los 300 que iban a bordo de sus portaaviones re-
presentaban una pobre fuerza en comparación con los 1 .000 de que disponía la
Marina americana.
Cuando la primera oleada de aviones japoneses descubrió a los portaaviones de
Mitscher el 19 de junio, sólo 20 aparatos lograron entrar en el radio de tiro de los
buques americanos. Los pilotos eran inexpertos y sus aviones estaban anticuados
en comparación con los nue\ os cazas americanos Hellcat. La masacre aérea que
siguió a continuación fue después bautizada con el nombre de «Tiro al Pato de
las Marianas». Al tlnal del día. los japoneses habían perdido 2 1 8 aparatos y 2 por-
taaviones, además del Taiho. buque insignia de Ozawa, que fue torpedeado por los
submarinos americanos. Los estadounidenses perdieron tan sólo 29 aviones.
Al día siguiente. Mitscher localizó con detalle el resto de la flota japonesa, que
se encontraba a 300 millas de distancia. Atacarla suponía un gran riesgo, ya
que sus aviones no regresarían antes de anochecer, y para que pudieran atenizar
en las cubiertas sería necesario encender las luces de aterrizaje: esto convertía a los
portaaviones en un objetivo enormemente vulnerable. Pero el riesgo tuvo su re-
compensa. El poitaa\ iones Hiyo y el acorazado Haruiia fueron hundidos, y la ma-
yor pane de los pilotos americanos de los 80 a\ iones de la expedición que tuvie-
ron que realizar ateirizajes foi"zosos en la oscuridad salieron ilesos.
Además de los 3 portaaviones y el acorazado, los japoneses perdieron 480
aviones durante los combates que se libraron en las costas de las Marianas. Los
476
PELDAÑO A PELDAÑO
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EL CONTRAATAQUE
Servicio religioso por soldados fallecidos en el desembarco de Saipon, celebrado a bordo de un buque de transporte de tropas estadounidense.
478
Cinco días sin agua. Los civiles japoneses salen de su escondite en Saipan.
479
E L CO NTR A ATA Q U E
Marines estadounidenses llegando a la playa de Tinian.
480
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Artilleros norteamericanos colocados en una posición ventajosa en Tinian
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El general Edson en Tinian.
481
Avanzando en Guom.
482
i
PELDAÑO A PELDAÑO
Tropas estadounidenses avanzan en Guam
nipones nunca llegaron a recuperarse de este golpe. El 6 de julio, en la isla de
Saipan, los comandantes japoneses general Yoshitsugu Saito y almirante Nagu-
mo (que dirigiera el ataque a Pearl Harbor) se suicidaron. Ambos confiaban en
que este gesto «alentara a las tropas en su ataque final».
Después de aquello tuvo lugar una terrible masacre. Los soldados japoneses
que no murieron en combate se suicidaron; algunos cientos nadaron tratando de
salir de los arrecifes coralinos, donde se vio a un ofical
decapitando a sus hombres. En los días que siguieron,
22.000 civiles japoneses también se quitaron la vida en
las cuevas de la isla para evitar ser capturados.
Saipan cayó el 18 de julio. En Japón se culpó de la
pérdida de la isla a Tojo, que había concentrado en sus
manos el poder militar y gubernamental. Fue obligado
a presentar su dimisión como primer ministro.
El 23 de julio, los marines volvieron su atención a
Tinian y Guam. En Tinian contemplaron con horror
cómo los japoneses hacían largas colas para suicidar-
se lanzándose contra los arrecifes o se quitaban la vida
con sus propias granadas de mano. Sólo después de que
los soldados se hubieran suicidado masivamente, los
13.000 civiles japoneses se rindieron. A mediados de
agosto de 1944, las Marianas estaban en manos de los
americanos. La gran tarea pendiente era recuperar las
ru Ipmas. Un prisionero japonés en Guam.
483
LA BATALLADE BIRMANIA
Los triunfos británicos
y de la Commonwealth
En mayo de 1942, cuando los restos de los ejércitos británico y chino que de-
fendían Birmania se vieron obligados a retroceder hasta la frontera de la In-
dia, el ejército japonés adquirió la reputación de invencible en la lucha en la jun-
gla. El ejército británico había recibido un golpe tenible con la pérdida de Singapur;
la siguiente gran posesión imperial que los japoneses tenían en mente era la In-
dia, donde esperaban sacar provecho del descontento nacionalista. En abril de
1943, el líder indio, Subhas Chandra Bose, comenzó a organizar un Ejército na-
cional indio en Birmania para luchar junto a los japoneses. En el plazo de un año,
25.000 prisioneros indios en campos japoneses se habían alistado voluntariamente
para pelear contra los británicos, aunque más tarde muchos de ellos desertarían.
^1
4
Tropas japonesas en Birmania.
484
M¿^
Un grupo de gurkhas en Arakan preparan una emboscada a una patrulla japonesa.
El primer contraataque británico en Birmania, conocido como la «primera ofen-
siva de Arakan» fue rechazado por los japonese en Donbaik en diciembre de 1942.
Las tropas británicas e indias encontraron trabas en sus nuevas armas, muchas de
las cuales eran defectuosas, y su avance por la jungla fue penosamente lento. Exis-
tía también el problema de las enfermedades a escala epidémica. Al cumplirse un
mes de ofensiva, el cuarenta por ciento de las tropas sufrían de malaria. Muchosmorían a causa de cortes infectados (incluso afeitarse era peligroso). La moral
aliada se debilitaba con las historias sobre el brutal tratamiento a que los japone-
ses sometían a sus prisioneros de guerra; en particular, la práctica nipona de atar
a sus prisioneros a los árboles colocados en primera línea de fuego.
Estaba claro que los británicos necesitaban reorganizar su mando y restaurar
la moral perdida. El almirante Lord Louis Mountbatten fue elegido como nuevo
comandante en jefe de la zona. Con sólo 42 años de edad, Mountbatten era uno
de los líderes aliados más jóvenes y prometedores.
485
EL C O NT R A ATA Q U E
Artillería británica en el frente de Arakan.
486
LA BATALLA DE BIRMANIA
Tropas británicas preparando la comida en la selva de Arakan.
487
EL C O N T R A ATAQ U E
Marzo de 1942: Tropas indias en la ofensiva de Arakan.
488
LA BATALLA DE BIRMANIA
. -^v.
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"s^l
Un prisionero japonés vigilado por un policía militar sikh.
En agosto de 1943, Mountabatten tomó el mando, con el americano Stilwell
como segundo. Eran muchos los problemas pendientes. Las fuerzas a su mando
estaban constituidas por británicos, indios, gurkhas, americanos, holandeses, fran-
ceses, australianos, neozelandeses y chinos; escaseaba la comida y los suministros
de medicinas. La campaña de Birmania era cuestión de tres palabras, «moral, mon-
zón y malaria», decía el irónico Mountbatten a sus desmoralizadas tropas. «He oído
que os llamáis el "Ejército Olvidado"—les dijo— . Bueno, pues dejad que os diga
que nadie os ha olvidado. En realidad, ni siquiera han oído hablar de vosotros.»
Devolver la moral a los soldados significaba demostrar que los japoneses po-
dían ser derrotados. Las operaciones en la jungla ya estaban en marcha cuando
llegó Mountbatten. Se habían emprendido acciones de guerrilla tras las líneas ja-
489
EL C O N T R A ATA Q U E
LA BATALLA DE BIRMANIA
Arriba y abajo: Regulares del ejército Indio en acción.
^,
iWEL C O N T R A ATAQ U E
Chindits heridos y enfermos después de su primera operación.
ponesas, dirigidas por el inglés Orde Wingate y el coronel americano Merrill. Enfebrero de 1943. 3.000 chindits de Wingate (nombre que estos grupos tomaban
de un animal mitológico de Birmania llamado «chinthe») cruzaron el Chindwin
en una primera y alentadora operación. Aunque la cuarta parte de ellos no re-
gresó, las hazañas de los chindits impresionaron tanto a Churchill que éste deci-
dió triplicar su número, y Wingate recibió además su propia unidad aérea, co-
nocida como el «circo de Cochran» en honor de su comandante americano, Philip
Cochran. En la siguiente ofensiva, cinco unidades de chindits fueron aerotrans-
portadas a Birmania y allí lograron cortar las rutas de comunicación y suminis-
tros japonesas.
A finales de 1943, el general Slim se encontraba listo para volver a Arakan.
Pero los japoneses se dieron cuenta de que la reorganización de las tropas y equi-
po significaban una reanudación de la ofensiva, así que decidieron ser los pri-
meros en atacar: se dirigieron directamente a la India.
Estaba claro que la contraofensiva japonesa iba dirigida contra dos puntos
clave, Imphal y Kohima. Esta última se encontraba defendida por tan sólo 1 .500
soldados británicos e indios, y a principios de 1944. la ciudad quedó completa-
mente aislada. El 1 8 de marzo un grupo de refuerzo logró abrirse paso hasta la
guarnición cuando ésta se encontraba a punto de rendirse.
Mountbatten decidió arriesgarse y enviar allí más tropas aerotransportadas,
determinado como estaba a resistir en las ciudades y sabedor de que, como los
492
LA BATALLA DE BIRMANIA
Chindits vadeando un río en la ocupada Birmania. SHlwell celebra su cumpleaños.
Merrill marcha con su grupo de «merodeadores».
493
EL CONTRAATAQUE
Los «merodeadores» de Merrill entrando en Birmonia desde Assam
494
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1^
Tropas regulares estadounidenses cruzan el río Chindwin en el norte de Birmania.
495
JW^
Tropas británicas cerca de Kohima.
japoneses contaban con menos de 200 aviones en Birmania, podía confiar en el
control de todo el espacio aéreo de la región. Aunque también Imphal se encon-
traba rodeada por las tropas niponas, los aviones aliados lograban hacer llegar
sus envíos de provisiones y sus aviones evacuaban a los heridos y civiles. A me-
dida que se prolongaba el asedio, las fuerzas japonesas del general Renya Mu-taguchi fueron haciéndose cada vez más vulnerables. Pero el general destituyó a
tres de sus oficiales cuando éstos le sugirieron abandonar el asalto, aunque al fi-
nal, él mismo fue sustituido por otro comandante.
496
^ •T' LA BATALLA DE BIRMANIA
'u..
f^^W Tropas británicas e indias se encuentran en la carretera que une Imphal y Kohimo.
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Zapadores indios limpian de obstáculos un puente.
497
EL CONTRAATAQUE
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-/.. ,^^^1
Un grupo de gurkhas despejando lo corretero de Imphol o Kohima.
Tropos omericonos descansan en Birmanio, a escasamente 70 metros de los posiciones ¡oponesas.
498
i
LA BATALLA DE BIRMANIA
P
4;
1
Un oficial británico y su operador de radio descansan cerca de Kohima.
499
EL C O N T R A ATA Q U E
^% --'
Marzo de 1945: Los soldados británicos toman Maiktila, 80 millas al sur de Mandola/.
Antes de ser liberadas en julio de 1944. las ciudades de Imphal y Kohima ha-
bían soportado un asedio de 88 días. Fuera de sus defensas, los japoneses habían
sido sometidos a un durísimo castigo: murieron 65.000 soldados, de ellos 40.000
a causa del hambre y las enfermedades. La victoria aliada señaló el fin de los de-
signios japoneses en el subcontinente.
Los nuevos avances médicos contra la malaria y la determinación de Mount-
batten y Stilwell de pelear en pleno monzón (contra la opinión de los demás
militares), se tradujeron en una mejor preparación y moral de las tropas alia-
das en la región. Aunque Wingate había fallecido en un accidente aéreo el 24
de marzo, los «merodeadores» de Merrill continuaron lanzando sus ataques
en las montañas y capturaron el importante aeródromo de Myitkyina. En el
verano, una fuerza combinada de tropas británicas, indias, gurk/ms y ameri-
canos tomaron la ciudad de Mogaung, la primera en su camino hacia Birma-
nia. Había comenzado así la lenta y sangrienta retirada japonesa del sureste
de Asia.
500
JAPÓN DESTRUIDO
DERRUMBAMIENTO Fl
DEL IMPERIO
EL REGRESODE AAACARTHUR
Las tropas estadounidenses recuperan
las Filipinas
El avance estadounidense en el Pacífico podía haber ignorado completamen-
te las Filipinas. Pero MacArthur se las ingenió para convencer a Washington
de que el orgullo de América estaba en entredicho y que los filipinos merecían
ser liberados lo antes posible. Roosevelt también sabía que si el general se en-
contraba ocupado cumpliendo su promesa de volver a las islas, al menos no ame-
nazaría su campaña presidencial de 1944.
Los japoneses eran conscientes de las intenciones de MacArthur y confiaban
en ser capaces de infligir una temblé derrota a las tropas americanas invasoras.^=*»
Octubre de 1 944: MacArthur y el nuevo presidente de Filipinas, Sergio Osmena, desembarcon en Leyte.
502
Marines americanos se lanzan a las playas en el golfo de Leyte.
Con todo, MacArthur no veía razón alguna para no lanzar en las Filipinas un de-
sembarco semejante al del Día D. El lugar elegido fue el golfo de Leyte, lo bas-
tante grande y profundo para albergar una flota invasora. Mientras, los coman-
dantes japoneses preparaban una gran flota para atacar a los barcos americanos,
operación que recibió el nombre en código «Sho» (victoria).
El 20 de octubre de 1944, al amanecer, la «Armada de MacArthur», forma-
da por 700 buques y transportes y más de 200.000 hombres, llegó al este de la
isla de Leyte. Mar adentro se encontraba la Tercera Flota de Halsey, desplazada
allí para apoyar los desembarcos y también para enfrentarse a la flota japonesa
si es que se decidía a aparecer. MacArthur no podía depender completamente de
los portaaviones de Halsey, por lo que tenía que poner a punto los aeródromos
de la isla lo antes posible, si quería que la operación fuera un éxito absoluto. Pero
era muy probable que el tiempo para los meses venideros convirtiera el suelo de
Leyte en un lugar impracticable para poner en funcionamiento un aeródromo.
503
JAPÓN DESTRUIDO
Buques japoneses ardiendo en la bahía de San ¡Isidro, Leyte.
Los japoneses habían planeado atraer a la flota de Halsey con el portaavio-
nes de Ozawa, mientras que la tlota principal mandada por Kurita se encargaría
de destruir a la fuerza invasora. Cuando llegó el momento decisivo, la falta de
coordinación entre ambas tlotas niponas hizo fracasar el efecto sorpresa en que
habían confiado sus comandantes.
Los nipones habían cedido la supremacía aérea a los americanos. Halsey lan-
zó una ofensiva con 1.000 aviones contra las bases japonesas de las Ryukyus y,
en menos de una semana, había destruido más de 600 aviones enemigos (aunque
Radio Tokio anunció que 19 portaaviones americanos habían sido hundidos en
la confrontación y el emperador ordenó celebraciones especiales en el país). Ylo que todavía era peor, la fuerza principal de Kurita había sido avistada por dos
submarinos estadounidenses, el Dace y el Dcirter, de camino a Leyte. El buque
504
EL REGRESO DE MACARTUR
Fuerza naval destacada de los Estados Unidos se acerca a Leyte.
'VífíJir'Sííí/Ay^'-'fí.-l^r'^
' -^'r^M^-^^^r^^^m..
'*>l^i|<»- :'i\
c*'!m-7~'í ^«v.-ns---'
-
La flota de Kurita dirigiéndose o Leyte.
insignia del almirante fue hundido y tuvo que trasladarse al acorazado Yamcito,
considerado como insumergible.
Aunque algunos pilotos navales nipones eran tan inexpertos que apenas sabí-
an aterrizar en los portaaviones, sí lograron incendiar el portaviones Piiiiceton.
La respueta americana fue devastadora. El 24 de octubre se realizaron más de
250 salidas contra la principal flota japonesa; el gigantesco acorazado Musashi
fue hundido durante los ataques. «Estábamos preparados para un ataque aéreo
—afirmaba un oficial japonés— , pero el de hoy ha sido suficiente como para des-
corazonarnos.»
A pesar de todo, la trampa tendida por los japoneses estaba funcionando. Con-
fundido por los informes de sus propios pilotos, Halsey se puso en marcha con
toda su flota para ir al encuentro del señuelo comandado por Ozawa. La flota in-
505
Estableciendo las posiciones antiaéreas en la isla de Le/te.
506
EL REGRESO DE MACARTUR
Los buques de desembarco verriendo en la playa de Leyte a las tropas americanas.
507
JAPÓN DESTRUIDO
El almirante Kincaid
vasora de MacArthur quedó prácticamente indefensa
durante la noche. Mientras Halsey se apresuraba ha-
cia el Norte el 25 de octubre, una parte de la fuerza
naval japonesa fue arrinconada por 6 acorazados es-
tadounidenses y completamente destruida.
Cuando amaneció el día 26 de octubre, la fuer-
za ofensiva de Kurita se había retrasado 6 horas so-
bre el horario previsto, pero estaba todavía intac-
ta. Ni Halsey ni Kincaid, que mandaba los buques
de apoyo del desembarco, se dieron cuenta de que
la entrada al estrecho de San Bemardino había que-
dado abierta. Cuando Kurita se deslizó por aquel
estratégico punto, pudo ver frente a su ojos toda la
flota americana de desembarco, defendida tan sólo
por una pequeña fuerza de acorazados mandados
por el almirante Clifton Sprague.
Los americanos, presas del pánico, vieron tam-
bién aparecer la flota de Kurita. «Preparados para
atacar al gmeso de la flota japonesa», comunicó el comandante del destructor ame-
ricano Johnston, que toipedeó y hundió un enorme crucero japonés antes de ser,
a su vez, alcanzado. Tras una cortina de humo, la feroz resistencia fue suficiente
para convencer a Kurita de que la fuerza enemiga era mucho mayor de lo que re-
almente era. Creyendo que ponía en peligro sus buques, dio media vuelta y salió
del golfo. «No podía creer lo que estaba viendo —decía Sprague— . Fueron ne-
cesarios varios informes de los aviones de reconocimiento para convencerme.»
Halsey, mientras tanto, había destmido los 4 portaaviones de señuelo de la fuer-
za de Ozawa y recibió todo un rosario de súplicas para que volviera en axilio de la
fuerza americana de Leyte. Halsey comprendió que tendría que dar la vuelta antes
de que sus acorazados se pusieran a tiro del barco del almirante japonés. «En aquel
Sprague observa las operaciones de desembarco. El almirante Kurita.
508
Un acorazado japonés sometido al fuego aéreo.
II
SKixsm
^
Reparando los daños producidos por un kam'ikaze en el portaaviones estadounidense Sewanee.
509
JAPÓN DESTRUIDO
El Missouri segundos antes de recibir el impacto de un kamikaze.
510
EL REGRESO DE MACARTUR
1^^ f'.^
Un ataque kamikaze alcanzo el portaaviones americano 5/. Louis
JAPÓN DESTRUIDO
ñ
Explosión del pañol de municiones de un destructor japonés.
51 2
Un crucero japonés realizando una maniobra evasiva
momento, Ozawa se encontraba exactamente a 42 millas de la boca de mis caño-
nes de 16 pulgadas —escribía más tarde el almirante americano— . Tuve que dar
la espalda a la oportunidad con la que había soñado desde mis días de cadete.»
En los combates de Leyte, la flota japonesa había perdido 3 acorazados,
4 grandes portaaviones y 9 cruceros. Su capacidad para causar un severo daño a
la Flota americana del Pacífico se había perdido para siempre.
En la propia isla, a causa del monzón, las pistas de aterrizaje no se secarían
lo suficiente como para ser operativas hasta finales de noviembre. Cuando lo es-
tuvieran, los americanos tendrían que lanzar algunos ataques con paracaidistas
51 3
JAPÓN DESTRUIDO
Noviembre de 1944: Daños ocasionados por un kamikaze en el crucero 5f. Louis.
para volver a recuperar el control de la zona. El 10 de diciembre, las tropas es-
tadounidenses habían terminado de tomar la ciudad de Ormoc, donde sólo que-
daban vivos 15.000 de los 65.000 soldados japoneses una vez desplazados allí.
El día de Navidad de 1944, MacAithur anunció el final de la resistencia organi-
zada en Leyte, aunque durante los meses siguientes aún fueran necesarias algu-
nas operaciones de limpieza.
Los japoneses sabían que sin el control de Leyte no podrían seguir defen-
diendo las Filipinas, y que sin las Filipinas, sus líneas de abastecimiento con los
campos petrolíferos de las Indias Orientales quedarían cortadas. Desesperados,
hicieron uso de sus kamikazes, o pilotos suicida.
PÁGINA OPUESTA: Buques japoneses atacados en la bahía de Manila.
514
^>
^^^m^
JAPÓN DESTRUIDO
Los kamikazes (que recibían su nombre del «viento divino» que salvó a Ja-
pón de la flota mongola invasora en el año 1281) aparecieron por primera vez en
la defensa de los desembarcos de Leyte y fueron utilizados para atacar a los por-
taaviones americanos. El día de su misión, se decía a los pilotos suicidas que «ya
eran dioses sin deseos terrenales» y se les hacía entrega de la banda blanca lla-
mada hachimaki, inspirada en el antiguo atuendo samurai. Después, tras un brin-
dis ceremonial en honor del emperador, se les enviaba en aviones obsoletos car-
gados de explosivos. El objetivo era sencillamente atravesar la barrera defensiva
de fuego antiaéreo y estrellarse contra el objetivo.
La primera víctima de un ataque kamikaze fue el portaaviones de escolta
St. Louis; el impacto prendió fuego a los toipedos y la munición localizada bajo
las cubiertas, y en la explosión que siguió el portaaviones se hundió y otros bu-
ques cercanos resultaron seriamente dañados. A finales de 1944, los daños pro-
ducidos por este tipo de ataques a la Marina americana se habían vuelto tan pre-
ocupantes que MacAithur y Nimitz ordenaron la censura de todas las noticias
Obuses americanos en la isla de Leyte.
516
EL REGRESO DE MACARTUR
:^^Z^. H
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/¿L-.-
Tanques americanos tipo Sherman irrumpen en Manila.
^,\:. jS;^v?^I
Artillería estadounidense en acción a las afueras de Manila.
51 7
JAPÓN DESTRUIDO
Dinamitando las cuevas tomadas por los japoneses en la isla Cabello, bahía de Manila.
referentes a los kamikazes, tanto para evitar el pánico entre sus tropas como para
no alentar a los japoneses con sus éxitos. Pero el peligro no sólo venía por el aire:
estaban también los kaiten —torpedos dirigidos por pilotos suicidas— y los/i/-
kwyii —buceadores suicidas que colocaban minas en los cascos de las lanchas
de desembarco antes de volarse por los aires.
A pesar de estas horribles armas, a comienzos de
1945 MacArthur estaba listo para seguir avanzando
desde Leyte. El 9 de enero, su fuerza naval llegó a
las proximidades de Luzón, la principal isla filipi-
na. En tan sólo una semana, Yamashita, que había
vuelto de su exilio en Manchuria, se las aiTegló para
organizar una contraofensiva.
Su plan consistía en resistir en los bosques del
Norte, abandonando Manila a los americanos. Pero
el almirante al mando de la guarnición de la ciu-
dad, Sanji Iwabuchi, desobedeció las órdenes y
ofreció una resistencia suicida de la ciudad, de-
moliendo parte de ella y entablando una lucha ca-
lle a calle. Además, asesinó a 100.000 civiles fili-
pinos (en una fase de la lucha, ordenó que los
pacientes de los hospitales fueran atados a las ca-
mas y después prendidos fuego). El 17 de febrero
de 1945, el resto de los defensores japoneses ig-
noró la oferta de rendición que desde un altavoz Paracaidistas volando hacia Corregidor.
518
EL REGRESO DE MACARTUR
hacía el comandante americano, general Osear Griswold, y tomaron 5.000 re-
henes filipinos. Una semana después, todos los rehenes y sus captores estaban
muertos. «Vuestra capital, castigada cruelmente, ha recuperado su lugar, cin-
dadela de la democracia en el Este», dijo MacArthur en un discurso el día 27
de febrero, mientras todavía se procedía a la limpieza de las últimas bolsas de
resistencia japonesa en la isla.
Otros defensores japoneses resistieron en CoiTegidor durante diez días. Pero
a finales de marzo, tras un ataque de los paracaidistas americanos, la mayor
parte de la isla volvió a pasar a manos estadounidenses. Después de saludar a
los harapientos y demacrados prisioneros americanos liberados de los campos
que había en la isla, MacArthur se preparó para desembarcar cinco millones de
soldados en China, tan pronto como Chiang Kai-shek diera la señal de salida
a la ofensiva nacionalista, pero el generalísimo chino no dio orden alguna.
Los paracaidistas americanos llegan nuevamente a Corregidor.
519
LA VICTORIAEN EL SURESTE ASIÁTICO
Los japoneses rinden su imperio del Sur
Chiang Kai-shek necesitaba suministros si es que quería lanzar una contraofen-
siva y unir sus fuerzas a los desembarcos americanos en China. Pero a co-
mienzos de 1944, la ruta de Birmania se encontraba todavía cerrada y los sumi-
nistros que los aviadores americanos podían traer sobrevolando la «joroba» de
las montañas fronterizas eran aún muy limitados. Pero, incluso así, los estadou-
nidenses esperaban que los chinos pusieran algo más de su parte de lo que habí-
an hecho hasta la fecha. Además de presionar a los británicos para que llevaran
adelante la ofensiva de Birmania, instaron a Chiang para que olvidara de mo-
mento sus diferencias con los comunistas y uniera sus fuerzas a ellos en la lucha
contra el enemigo común.
Agosto de 1944: Los estadounidenses bombardean posiciones japonesas en Birmania.
520
i^
LA VICTORIA EN EL SURESTE ASIÁTICO
Rangún celebra su liberación.
Pero la situación en China era crítica. En marzo de 1944, los japoneses tenían
1 .800.000 soldados en el país; en agosto, las tropas imperiales habían tomado la
base aérea de Hengyang y la resistencia nacionalista parecía a punto de quebrarse.
Los seis millones de soldados con que Chiang contaba estaban mal entrenados,
sus jefes eran corruptos y 50.000 de ellos habían sido desarmados por los cam-
pesinos fieles a los comunistas con ayuda de improvisadas armas caseras. El pro-
pio Chiang estaba enojado. Cuando Roosevelt le pidió que pusiera a Stilwell al
mando de las fuerzas nacionalistas, el líder chino mandó de vuelta a casa al ge-
neral americano.
Fue uno de los sucesores de Stilwell, el general Dan Sultán, quien finalmen-
te detuvo el avance de los japoneses en el sur de China, en Chungking. Durante
meses, Chiang había estado reuniendo tropas de refuerzo, algunas de las cuales
habían recorrido a pie más de 2.000 millas para unirse a su líder. En diciembre
de 1944, Chiang detuvo a los japoneses a las afueras de Kweichow.
521
JAPÓN DESTRUIDO
Tropas estadounidenses en Birmanio.
Las fuerzas aéreas y navales de los aliados habían ido creciendo en aquella
región: los aviones de la nueva Flota británica del Pacífico lanzaban ataques con-
tra las refinerías de petróleo de Sumatra, que habían estado proporcionando las
tres cuartas partes del combustible que necesitaba la aviación nipona; al mismotiempo, la Flota británica de las Indias orientales, con base en Colombo, ataca-
ba las bases japonesas y sus instalaciones petrolíferas.
Entre tanto, en la frontera de Birmania continuaba la concentración de tropas
británicas. A finales de otoño, cuando acabó el monzón, el general Slim pudo se-
guir avanzando, y en diciembre sus tropas cruzaban el río Chindwin cerca de Ka-
lewa. Aunque los japoneses sabían que era vital impedir la reapertura de la ruta
de Birmania, su alto mando no disponía ya de más tropas para reforzar a los
2 1 .000 soldados desplazados en el Norte, de modo que empezaron a retirar par-
te de la fuerza destinada al sector de Arakan. Cuando los británicos entraron en
Akyab el 4 de enero de 1945, encontraron la ciudad completamente vacía.
Las tropas americanas y chinas mandadas por Sultán fueron encargadas de
expulsar a los japoneses de la ruta de Birmania. El 27 de enero, las tropas chinas
522
<:m'
L< -^'í *^-.
JAPÓN DESTRUIDO
524
LA VICTORIA EN EL SURESTE ASIÁTICO
Arriba y abajo: Tropas estadounidenses bombardean a los japoneses cerca de la ruta de Birmania.
PÁGINA opuesta: Primer convoy en lo ruto de Birmania.
í
525
JAPÓN DESTRUIDO
I I
Arriba y página opuesta: El general Lewis Pick, a la cabeza del primer convoy en utilizar la reabierta ruta de Birmania.
desplazadas a la India se unieron con las de la propia China en Mongyu y al día
siguiente los primeros 500 camiones realizaron el \ iaje desde Birmania. A pesar
de las amargas batallas personales con su anterior jefe de Estado Mayor. Chiang
voh ió a llamar a la ruta la «ruta de Stilwell».
Mientras tanto, el plan de Slim de rodear a los japoneses en Mandalay em-
peza a surtir efecto. Cuando las tropas británicas e indias entraron en la ciudad
el 20 de marzo, el resto de la fuerza japonesa comprendió que coman un serio
peligro de quedar aislados y se vie-
ron obligados a retirarse.
Pero Rangún estaba aún a 300 mi-
llas de distancia, y Slim necesitaba
urgentemente un puerto en el sur de
Birmania antes de que su cadena de
suministros quedara rota. Mountbat-
ten acudió en su ayuda, ordenando de-
sembarcos anfibios y lanzamiento de
paracaidistas en la desembocadura
misma del río. El 2 de mayo, los a\ io-
nes aliados vieron que los prisioneros
de guerra de la ciudad habían pinta-
do en su techo las palabras: «Japs
gone» (japoneses idos). Los soldados
V, ^m<.r,.«n«c on i« r,rr„¡n«j« I «cki« rcmoutaron cl río a toda prisa \' al Ue-y americanos en la arruinado Loshio. r-
526
\
JAPÓN DESTRUIDO
Bombarderos americanos cortan las rutas de suministro japonesas.
r"'/^ ^mí
/:-.:.: A..
>.
1
Tropas chinas en el norte de Birmania.
528
A
LA VICTORIA EN EL SURESTE ASIÁTICO
La carretera a Mandola/. Tropas británicas en los afueras de lo ciudad.
529
JAPÓN DESTRUIDO
Luchando en el corazón de Mandaiay.
530
ki^
LA VICTORIA EN EL SURESTE ASIÁTICO
Soldados gurkha llegan a la ciudad birmana de Prome.
531
JAPÓN DESTRUIDO
Comandantes británicos en Birmania. Destacamento indio en las proximidades de Rangún.
Tropas chinas empleando elefantes como transporte.
532
LA VICTORIA EN EL SURESTE ASIÁTICO
gar a la ciudad la encontraron abandonada. Cuatro días después, las fuerzas de
Slim llegaron y la liberación de Birmania fue casi completa.
Pero Slim había llegado a Rangún tan deprisa que aún quedaban allí 65.000
japoneses en la retaguardia. Durante los tres meses siguientes, sus generales (ayu-
dados por el líder nacionalista birmano Aung San U, que accedió a colaborar con
los británicos sólo si se garantizaba la independencia de su país) tuvieron que
multiplicar sus esfuerzos para impedir que la fuerza nipona cruzara la frontera
con Thailandia. En julio de 1945 sólo quedaban en Birmania 60.000 soldados ja-
poneses. Cuando llegaron al río Sittang estaban demasiado exhaustos para seguir
peleando, así que decidieron rendirse.
En Nueva Guinea, el comandante en jefe australiano sir Thomas Blamey es-
taba llevando a cabo una operación de limpieza similar. Atravesando con difi-
cultad las junglas casi impenetrables, los australianos tardaron seis meses en to-
mar Wewak y perdieron 16.000 hombres a causa de las enfermedades. Al mismo
Tratando de mover un cañón de 25 pulgadas en el barro producido por el monzón.
533
JAPÓN DESTRUIDO
Soldados americanos en ia jungla de Birmania.
534
LA VICTORIA EN EL SURESTE ASIÁTICO
Pequeña ciudad en la ruta principal del ferrocanrij.
535
JAPÓN DESTRUIDO
tiempo, las tropas de Blamey pusieron
sitio a la guarnición japonesa de Ra-
baul.
El 1 de mayo, los australianos fue-
ron enviados a recuperar Borneo y cor-
tar los suministros de petróleo y cau-
cho. La fuerza australiana cayó sobre
la isla de Tarakan y allí pelearon a lo
largo de la costa hasta que, a principios
de julio, los últimos grandes desem-
barcos anfibios de la guena recupera-
ron el control del centro petrolífero de
Balikpapan. El propio MacArthur sal-
tó a la playa con las primeras tropas de
desembarco.
Singapur y las Indias Orientales ho-
landesas permanecieron algún tiempo
en manos japonesas. Mountbatten y el
mando SEAC habían planeado su liberación con todo detalle. Por fortuna para
miles de soldados aliados, no hubo necesidad de llevar a término aquel plan. El
2 de septiembre de 1945, los japoneses firmaron su rendición a los aliados en la
bahía de Tokio. Cuando Mountbatten llegó finalmente a Singapur el día 12 de
septiembre, fue para aceptar las armas de los 75.000 soldados japoneses.
Arriba y abajo: Rendición de Birmania a los Aliados el 1 3 de septiembre
de 1945 en Rangún.
PÁGINA opuesta: Septiembre de 1945. Yamashita conduce a sus tropas al cautiverio en el norte de Luzón.
536
p
^-;ff
r -"s
LA TORMENTA DE FUEGOSOBRE TOKIO
La campaña de bombardeos americanos contra Japón
En Europa, el comandante del mando de bombardeos, sir Arlhur Harris. se
había distinguido por su determinación de acabar la guerra exclusivamente
mediante ataques aéreos. En el Pacífico y desde 1943. Harris encontró su equi-
\ alenté estratégico en el general americano Curtís LeMay. Éste creía que podía
doblegar al Japón por medio del bombardeo sistemático y estaba seguro de ha-
ber encontrado el arma perfecta para hacerlo: las supertortalezas Boeing B-29.
Las superfortalezas fueron especialmente diseñadas para estas misiones. Cada
aparato tenía una autonomía de \ uelo de 5.000 millas, pesaba 60 toneladas y po-
día alojar 2.000 libras de bombas: la tripulación podía volar a más de 30.0(X) pies
en el interior de una cabina presurizada. Como su predecesor, la fortaleza vo-
Superfortalezas sobrevolando el monte f uji.
538
El pueblo japonés de Nemuru después del ataque lanzado por la aviación de los portaaviones americanos.
lante, la superfoitaleza estaba erizada de ametralladoras y los tripulantes solían
decorar el fuselaje con las tradicionales figuras con el nombre de alguna chica:
«Supine Sue» o «Enola Gay».
A principios de 1944, hubo suficientes tripulaciones de B-29 para formar dos
fuerzas aéreas, las números 20 y 2 1 . En seguida se construyeron aeródromos en
las islas del Pacífico central recién capturadas. En Tinian, por ejemplo, los inge-
nieros estadounidenses construyeron pistas aéreas sobre el coral empleando para
ello 90 millas de asfalto que conectaban las distintas pistas: en Guam se cons-
truyeron pistas que unían las islas cercanas, utilizando en el proceso una mezcla
de piedra triturada, coral y petróleo asfáltico. Existían cuatro aeródromos en Chi-
na y otros cinco en la India capaces de alojar superfortalezas B-29.
Pero, como las tripulaciones de bombarderos habían descubierto en Europa,
el bombardeo estratégico puede ser a la vez peligroso e impredecible. Después
i
539
JAPÓN DESTRUIDO
El 29 Grupo de Bombarderos en Guom.
del ataque inceiidiario a Nagasaki a primeros de agosto de 1944, la fuerza aérea
quedó atónita al comprobar que no habían causado ningún incendio. Durante otro
ataque a Yawata realizado el 20 de agosto, apenas se alcanzó el objetivo y en
cambio fueron derribados 1 8 de los 70 bombarderos empleados en la operación.
Fue en este momento de duda cuando LeMay llegó de la Octava Fuerza Aérea
en Furopa. El general estaba preparado para demi^ler por completo cualquier ciu-
dad japonesa que contribuyera a la producción de guerra.
La efectividad de ios bombardeos americanos aumentó rápidamente: en For-
mosa se destruyó un almacén de la aviación; en Rangún fue una estación clasi-
ficadora del ferrocarril, y en Singapur (después de un viaje de 3.800 millas), la
entrada al puerto.
El 24 de noviembre de 1944, el general Emmett O'Donnell conduio el
primer bombardeo contra Tokio desde aquél dirigido por Doolittle en 1942: sus
B-29 se dirigieron contra la fábrica de motores Musashina. Aunque la misión no
540
*^5i¿í
LA TORMENTA DE FUEGO SOBRE TOKIO
Arriba y abajo: Bombarderos B-29 y el ataque lanzado contra la fábrica de motores Mitsubishi en Nagoyo.
JAPÓN DESTRUIDO
La tripulación del yVof/d/s Wagón después de un ataque a Tokio.
542
LA TORMENTA DE FUEGO SOBRE TOKIO
Bombas listas para ser cargadas.
543
JAPÓN DESTRUIDO
obtuvo el éxito esperado, sirvió para probar que la formación masiva de vuelo
reducía drásticamente las pérdidas de aparatos. En marzo de 1945, los ataques
regulares contra Japón solían realizarse con una fuerza de 300 bombarderos, cuya
capacidad defensiva representaba una seria amenaza para los cazas japoneses.
Además, iban escoltados por los Mustang, que derribaban con relativa facilidad
a sus enemigos, mucho más lentos.
A Le May se le planteaba un doble problema de precisión: la enorme cantidad
de combustible necesaria para volar un B-29 hasta Japón y regresar limitaba la
cantidad de bombas que el avión podía transportar; en segundo lugar, a 30.000
pies de altitud, los pilotos eran incapaces de localizar con exactitud los objetivos
industriales japoneses. Su solución consistía en ahorrar combustible y aumentar
el número de bombas ordenando una serie de ataques incendiarios a las ciudades,
realizados a poca altura. En lugar de buscar objetivos concretos, los bombarderos
se limitarían a devastar grandes áreas por medio de bombas incendiarias.
Junio de 1945: Un ataque sobre Kobe con bombas incendiarias.
544
LA TORMENTA DE FUEGO SOBRE TOKIO
Los equipos de artíllerío estadounidenses almacenan la munición.
Cambiando el motor de un B-29 en la India. El motor de un B-29 pierde combustible mientras sobrevuela Osaka.
545
JAPÓN DESTRUIDO
Vista desde la posición del ametrallador de un B-29 que sobrevuela Japón
546
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Arriba: El fuego se extiende en Kushiro. Abajo: Inspección de los daños producidos por la artillería antiaérea después de un ataque.
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LA TORMENTA DE FUEGO SOBRE TOKIO
PÁGINA OPUESTA Y ARRIBA: El incendio provocado por un ataque aéreo se extiende sobre la ciudad de Okazaki,
Ataque aereo a la ciudad de Sukiyaboshi.
549
_
JAPÓN DESTRUIDO
El acorazado japonés Hyuga después de los ataques americanos a la bose naval de Kure.
El primer ataque incendiario sobre Tokio fue planeado para el 10 de marzo. En
aquella ocasión, la fuerte brisa que soplaba a ni\ el del suelo a\ i\ ó las llamas pro-
ducidas por el recién estrenado napalm hecho de magnesio y gelatina de petróleo.
Aun así, pocos comandantes americanos de las Fuerzas Aéreas podrían haber pre-
visto el grado de de\ astación que el ataque causaría. Más de 16 millas cuadradas de
la ciudad de Tokio fueron de\ oradas por el fuego; en el centro de la ciudad, un enor-
me remolino absorbía el oxígeno de la atmósfera y \omitaba fuego. Más de 1(X).0(X)
personas murieron aquel día—unos por asfixia, otros simplemente incinerados
—
} otras 1.000 resultaron heridas. Los americanos perdieron 14 superfortalezas.
En este ataque de Tokio murieron más personas que en cualquiera de los dos
lanzamientos de bombas atómicas que a la postre terminaron con la gueiTa del Pa-
cífico. A aquella primera incursión siguieron otras diez noches de ataques dirigi-
dos contra \ arias ciudades japonesas. Aunque Lemay y sus colaboradores com-
550
LA TORMENTA DE FUEGO SOBRE TOKIO
Un crucero japonés en el puerto es sometido al fuego aéreo.
mwmsm.Este ataque destruyó casi siete millas cuadradas de la ciudad de Yokohama.
551
JAPÓN DESTRUIDO
La estación de clasificación de Marifu después del ataque de los B-29. La planto Mitsubishi de Nagoya, completamente arrasada.
%
r^aÉ»*»
XA TORMENTA DE FUEGO SOBRE TOKIO
Todo lo que quedó en pie de un borrío de Tokio.
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t*íxljlí'
Tokio después de un devastador ataque aéreo con bombas incendiarias.
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'W<». V' .' '•oí,' . i-^ - • .; ,-
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":;:^;\.-«^:
_ ^: ^ "
Parte de Osaka arrasada por el ataque de los B-2y.
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.^:t',-^
'
554
LA TORMENTA DE FUEGO SOBRE TOKIO
prendían el terrible sufrimiento a que estaban sometiendo a la población civil, los
relatos sobre las atrocidades japonesas parecían haber endurecido sus corazones.
Se antojaba un precio aceptable si con ello se evitaban los desembarcos estadou-
nidenses en Japón, que en aquel momento se veían como algo inminente.
El 19 de mayo, después de haber dejado caer 10.000 toneladas de bombas en
Osaka, Kobe y Nagoya, los B-29 se quedaron sin bombas incendiarias y hubo
que suspender los ataques; pero en julio todo estaba listo para reiniciar la de-
vastadora campaña, y esta vez con redoblada intensidad. La moral de la pobla-
ción civil parecía haber sido completamente doblegada; prueba de ello es que
cuando LeMay dejó caer octavillas precisando el lugar donde iba a realizarse el
próximo ataque de los B-29, más de 8 millones de personas huyeron hacia el
campo, dejando bloqueado el sistema de producción bélica del país.
Los ataques aéreos demostraron que Japón estaba completamente indefenso. Lafuerza americana tenía un dominio casi absoluto del espacio aéreo y sufría escasí-
simas pérdidas. A partir de febrero de 1945, los pilotos navales estadounidenses ha-
bían empezado a atacar las fábricas desde portaaviones situados a tan sólo 1 75 mi-
llas de la costa japonesa. Para los dirigentes japoneses ya no parecía haber ninguna
esperanza, sólo la firme voluntad de amesgarse a la más absoluta aniquilación.
Un civil japonés inspecciona los daños producidos a su vivienda.
555
ARENAS NEGRASLos desembarcos de Iwo Jima y Okinawa
La pequeña isla volcánica de Iwo Jima se encuentra a tan sólo 660 millas de
Tokio. No es un lugar agradable. En realidad, el corresponsal John Lardner
la describió como «un triste pedazo de terreno... sin agua, casi sin pájaros, don-
de no puede verse una mariposa ni animal terrestre alguno; nada más que arena
y barro, colinas redondeadas, árboles pobremente desarrollados, una hierba afi-
lada y hostil, en la que habitan los ácaros portadores del tifus, y una brisa pol-
vorienta.» Pero en fecha tan temprana como septiembre de 1943, cuando dio co-
mienzo la campaña de bombardeos contra Japón, los americanos supieron
comprender la importancia vital que tendría la isla si los aviones de escolta de
los B-29 pudieran aterrizar en sus aeródromos.
La proximidad de Iwo Jima a Japón se traducía en una perfecta estructura de-
fensiva de la isla. De tan sólo 5 millas de largo en su parte mayor y 2,5 de ancho,
había sido relativamente fácil de fortificar. La ausencia de lugares donde ocul-
tarse del fuego enemigo convertía su conquista en una empresa peligrosa y cara
desde el punto de vista humano.
Febrero de 1 945: Monte Suribachi; al fondo, en lo playa, los buques de desembarco de tropas.
556
ARENAS NEGRAS
i/^s^U.-' ^ -'"^iSR^HRn^^
!^Wi**
I
Efectivos de la aviación naval americana en camino hacia Iwo Jima para apoyar a los marines.
Durante 72 días, a finales de 1944, la Marina y la Fuerza Aérea americanas
estuvieron pulverizando las defensas de la isla en el que sería el bombardeo más
largo y contundente de toda la guerra del Pacífico. El 19 de febrero de 1945,
450 barcos de asalto llegaron a sus playas. Cuarenta y cinco minutos después de
que la primera lancha de desembarco se pusiera en camino para cubrir los 4.000
metros hasta la playa, los primeros 7 batallones de tropas de desembarco man-
dados por el «Loco Aullador» Smith ponían el pie en la isla.
Cuando sólo habían cubierto 300 metros sobre la arena, los marines fueron re-
cibidos por un violentísimo fuego defensivo. Los proyectiles de los morteros ja-
poneses golpeaban furiosamente el suelo negro de la playa y en los conos de los
impactos buscaban refugio los soldados americanos. En las siguientes tres sema-
nas se vivieron algunos de los episodios más duros de toda la guerra del Pacífico.
Los marines tardaron tres días en alcanzar la cumbre del volcán Suribachi, si-
tuado en un extremo de la isla y colocar allí su bandera. El 9 de marzo habían
llegado al otro extremo de la isla, y Smith ordenó poner en marcha operaciones
557
JAPÓN DESTRUIDO
"1
Los aviones japoneses arden después de un ataque aéreo contra Iwo Jima.
de «limpieza». Peio la batalla estaba lejos de haber terminado. El resto de Iwo
Jima había sido convertido en una complicada red de túneles y fortificaciones
defendidas por soldados que habían jurado matar al menos diez soldados ameri-
canos antes de morir. «No hemos comido ni bebido durante cinco días—escri-
bía el comandante japonés, general Tadamichi Kuribayashi. el 15 de marzo—
.
Pero el espíritu de combate está intacto. Vamos a pelear con valor hasta el final.»
Y demostró tener razón: sólo 1 .083 de los 23.000 soldados que defendían Iwo
Jima fueron apresados, mientras que casi 7.000 marines americanos perdieron la
vida en la isla. En esta batalla los Estados Unidos concedieron 24 Medallas al
Honor.
Antes de que hubieran terminado los combates, los bombarderos americanos
ya habían aterrizado sobre la isla. El 7 de abril, despegaron de allí los primeros
Mustang que proporcionaban escolta diurna en los ataques a Tokio. Tres meses
^" jf*-
558
inís=£
Vehículos anfibios rodean a un acorazado en su camino hacia las playas.
Daños causados por un piloto kamikaze a\ portaaviones Saratoga.
559
*^%.
Cazas americanos Hellcat acompañan a la flota de desembarco.
Los marines americanos ba|o el fuego enemigo en las laderas del monte Suribachi.
4
560
ARENAS NEGRAS
Marines americanos se arrastran en las playas de Iwo Jima.
Una vez aseguradas las playas, comienzan o llegar las provisiones.
561
JAPÓN DESTRUIDO
iíí^íf^i -^ '^'''^í3í^i?
Arriba: Acampando en los conos producidos por los proyectiles. Abajo: Los cuerpos de los marines son identificados y etiquetados.
Celebración de una misa en la cima del monte Suribachi; unos marines protegen del viento el improvisociw ollui.
563
Esta fotografía tomada por Joe Rosenthal ganó el premio Pulitzer. Los marines colocan lo bandera de los Estados Unidos en la cima del monte Suribachi.
564
ARENAS NEGRAS
Soldados japoneses muertos en Iwo Jima
Bombarderos B-29 en el aeródromo de Iwo Jima.
I
565
JAPÓN DESTRUIDO
después de la batalla, 850 bombarderos americanos habían tenido que realizar
aterrizajes de emergencia en Iwo Jima. Si aquella isla no hubiera sido tomada, la
mayor parte de ellos habrían caído al mar.
Pero la ferocidad de aquella batalla sacudió la estructura del alto mando ame-
ricano: si la toma de una pequeña isla como esa había costado tantas vidas, ¿qué
precio habría que pagar por la invasión de Japón?
Igual que Iwo Jima, la isla de Okinawa—siguiente objetivo americano— era
de origen volcánico. Sus 67 millas de longitud estaban llenas de cuevas. Los es-
trategas americanos comprendieron en seguida que tomar aquella isla iba a su-
poner una batalla aún más dura que la anterior.
De tal empresa se encargaron 170.000 soldados del Décimo Ejército norte-
americano, a las órdenes del general Simón Buckner. La «Operación Iceberg»,
como fue designada, se inició el 25 de marzo de 1945 con otro bombardeo ma-
sivo desde el aire y el mar. Por primera vez, a la fuerza americana se unió la flo-
ta británica, cuyos portaa\ iones tuvieron que sufrir los incesante ataques kanii-
kazes. Tanto británicos como americanos habían desarrollado técnicas para
Acorazados estadounidenses bombordean las playas de Okinawa.
566
Arriba y abajo: Ataques kam'ikaze contra los portaaviones americanos destacados en Okinawa.
567
JAPÓN DESTRUIDO
Los pilotos kamikaze japoneses reciben sus instrucciones.
combatir tal amenaza aérea, situando buques antiaéreos a cierta distancia de la
ilota principal para derribar los a\ iones suicidas antes de que pudieran alcanzar
sus objeti\os: más de 5.(XK) soldados de la Marina americana murieron en las
350 misiones suicida lanzadas durante los desembarcos. Incluso el buque in-
signia japonés Yüiniifo íue enxiado en una de esas misiones. Pero el 7 de abril,
tras un ataque de dos horas de los bombarderos en picado americanos, el >í/-
ini¡i(^ fue hundido sin haber tenido ocasión de usar sus enormes cañones contra
la tloia enemiga.
Los desembarcos de Okinaw a empezaron el 1 de abril. En seguida, toda la
operación se con\ irtió en una repetición de Iwo Jima. De nuevo, las tropas de
asalto encontraron pocos obstáculos en las playas, pero iu\ ieron que pelear tu-
riosamcnie en el interior de la isla, donde los japoneses se habían atrincherado.
.Allí la resistencia nipona fue fanáticamente llevada hasta la muerte. L'na \ otra
vez se repelían los combates cuerpo a cueipo \ los ataques suicidas de los sol-
dados imperiales. Ni se pidió, ni se concedió la menor compasión. Prácticamen-
te todos los americanos capturados por los japoneses fueron inmediatamente eje-
cutados: por su parte, los estadounidenses emplearon lanzallamas para sacar de
las cuc\ as al enemigo.
Las perdidas en el bando americano durante los tres meses que duró la bata-
lla fueron considerables: 12.5(K) muertos (incluido el propio Buckner). Las ba-
jas japonesas, sencillamente escandalosas: casi 1 10.(KK) soldados y otros 75.000
civiles murieron en los constantes bombardeos o a consecuencia del fuego cru-
zado. En Okinaw a se conoció oira dimensión mas de la tragedia de la guerra:
cientos de civiles japoneses se quitaron la \ ida saltando desde los acantilados an-
tes de ser hechos prisioneros, y muchos otros, como S5 estudiantes de enferme-
—L_-:*
568 »/^
«i-
ARENAS NEGRAS
Arriba: Una patrulla americana parte hacia el interior de lo isla, Okinawa. Abajo: Un Sherman lanzallamas en acción.
JAPÓN DESTRUIDO
Un marine hace uso de su lanzallamas para «limpiar» una cueva en Okinawa.
570
ARENAS NEGRAS
•ní«;
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'X^ 'Sr -'-**:{
Tropas de infantería a bordo de un blindado, Okinawa.
Un cocinero americano prueba valerosamente su propia comida.
571
JAPÓN DESTRUIDO
ría que se escondían en una cueva —hoy conocida
como la «Cueva de las Vírgenes»— cayeron abatidos
al ser confundidos con soldados japoneses.
Cuando por fin llegaron los americanos hasta el
cuartel general japonés, situado en una cueva de Naha,
se encontraron con que los 200 soldados y oficiales
habían preferido suicidarse. Los líderes de las tropas
japonesas en la isla, generales Ushijima y Sho, se qui-
taton la vida el 22 de junio. «Me marcho sin remor-
dimientos, vergüenza ni obligaciones», decía Sho en
su mensaje final.
Los 10.000 supervivientes japoneses formaron uni-
dades de guerrilla compuestas por 200 hombres cada
una. que compartían su escaso equipo militar y pro-
visiones. Pero en la noche del 14 de agosto, los japo-
neses pudieron contemplar desde sus escondites algo
asombroso: los fuegos artificiales que lanzados des-
de la nota aliada representaban las letras de la pala-
bra «Victory», marcando el final de la guerra. Al principio se negaron a creerlo,
pero poco a poco fueron saliendo de sus escondites en los días siguientes. Esta-
ban demacrados y agotados; 7.400 hombres dispuestos a soportar, como dijo su
emperador, «lo insoportable»: la derrota.
Una de las pocas rendiciones japonesas en Olcinowa
I
Arriba y página opuesta: Dos estados de ánimo diferentes al final de la batalla, japoneses y americanos.
572
-^í^
LA BOMBA ATÓMICALa destrucción de Hiroshima y Nagasaki
Un embargo de petróleo había precipitado la guerra del Pacífico y, a media-
dos de 1945, era la escasez de combustible lo que estaba a punto de termi-
narla. Los suministros de las Indias Orientales holandesas habían sido cortados:
el bloqueo de los submarinos aliados había demostrado ser efectivo.
En realidad, desde comienzos de año se habían hundido tantos buques mer-
cantes japoneses que los submarinos americanos empezaron a ser utilizados para
recoger a las tripulaciones de los aviones aliados obligados a atenizar en el mar.
Sin combustible suficiente para mover lo poco que quedaba de la flota y la fuerza
Arriba: El hongo nuclear sobre Nagasaki. Página opuesta: El capitán Tibbets en el momento de despegar para su misión en Hiroshima.
574
^-9
-<r.^WP>m^.;»iv p.
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• ••
*
w
JAPÓN DESTRUIDO
aérea, el alto mando imperial japonés no
podía hacer otra cosa que contemplar cómo
los aviones y barcos aliados destruían su
país. Después de Okinawa todos veían la
invasión de la isla como un hecho inmi-
nente, y temían también que el creciente
descontento y el derrotismo podrían traer
un giro hacia el comunismo. En los seis
meses anteriores, la «policía del pensa-
miento» japonesa había estado más acti-
va que nunca tratando de acallar a los que
propalaban rumores y a los escritores de
panfletos anónimos. El propio Hirohito ha-
bía recibido una catarata de cartas recri-
minatorias: una postal enviada por un niño
de 12 años decía sencillamente: «Empe-
rador estúpido». Consciente del caos so-
cial al que se enfrentaban, en febrero de
1945 el primer ministro Fumimaro pidió
a Hirohito que se rindiera cuanto antes para salvar al país de la revolución.
Mientras, 2.400.000 japoneses habían sido llamados a defender la nación y
alojados en los hogares de campesinos de todo el país, que de mala gana habían
tenido que aceptarlos. Incluso antes del comienzo de los ataques aéreos, el ab-
sentismo de la fábricas era del veinte por ciento. En aquel momento, el cincuen-
ta y uno por ciento de todos los hogares de la isla habían sido destruidos por las
bombas y otro trece por ciento eliminado para crear cortafuegos. La comida se
encontraba estrictamente racionada: nadie recibía más de 1 .200 calorías diarias.
Los padres de la bomba atómica: Einstein y Oppenheimer.
I
La Conferencia de Postdam, julio de 1945.
576
LA BOMBA ATÓMICA
La tripulación del Enola Gay recibe las últimas instrucciones.
Los planificadores del día D, que tanto éxito habían tenido, estaban traba-
jando meticulosamente en la invasión de Japón, y MacArthur estimaba que las
bajas superarían el millón antes de que el país fuera completamente doblegado,
lo que predecían que ocurriría en el invierno de 1946. Pero el siguiente paso, la
invasión de Kyushu planeada para noviembre de 1945, nunca llegaría a darse.
El 5 de abril, después de las noticias sobre el desembarco americano en Oki-
nawa, el anciano almirante Kantaro Suzuki era nombrado primer ministro. Te-
nía por entonces 78 años y un arduo trabajo por delante. Por un lado, se enfren-
taba al riesgo de un golpe militar si hablaba demasiado claramente de rendirse;
por otra parte, si no lo hacía, la destrucción del país continuaría. Suzuki volvió
a designar como ministro de Asuntos Exteriores a Shigenori Togo, retirado des-
de el fracaso de sus intentos por evitar la guena en 1941.
Pero inckiso el partido de la paz estaba decidido a mantener a Hirohito en el
trono: tenía que haber una forma de eludir la rendición incondicional que pedí-
an los aliados. El error de Suzuki fue no hacer caso de Togo e iniciar tanteos de
paz con Stalin, esperando con ello que el líder mso actuaría como mediador. Pero
Stalin, que tenía los ojos puestos en las tierras del Lejano Oriente, rechazó todas
sus propuestas. Los Aliados habían interceptado los mensajes de Suzuki a su em-
577
JAPÓN DESTRUIDO
Parte de la tripulación del Enola Gay antes de su misión sobre Hiroshima.
bajador en Moscú y sabían que aquella era una buena oportunidad de insistir en
la rendición incondicional japonesa y persuadir al emperador nipón para que im-
pusiera su voluntad sobre su gabinete.
En realidad, el gabinete japonés siguió dividido incluso después del 20 de ju-
nio, cuando el emperador Hirohito convocó al Consejo Supremo de Dirección
de Guerra y les dijo: «Debemos considerar la decisión de terminar la guerra lo
antes posible.» Tres de los presentes estaban a favor de la inmediata rendición
incondicional, pero el ministro del Ejército y los jefes de Estado opinaban que la
rendición debía llevar incluidas algunas condiciones.
Por aquellas fechas, Rooseveit ya había muerto y había sido reemplazado por
Harry Truman. Los americanos empezaban a compartir la desconfianza de Chur-
chill hacia Stalin; en la Conferencia de Postdam. celebrada en junio, los Jefes de
Estado se mostraban nerviosos ante la promesa de Stalin de tomar parte en el tea-
tro de operaciones del Pacífico.
Y existía aún otra consideración: la bomba atómica que los Estados Unidos
y Gran Bretaña habían estado desarrollando estaba casi terminada. Tan pronto
como tuvieron noticias de los primeros experimentos nucleares, celebrados en
Alamogordo, Nuevo México, Churchill y Truman decidieron excluir a Stalin de
cualquier posible intervención en el Este.
A su llegada a Postdam, el 17 de julio, Trtunan recibió un mensaje en clave, que
empezaba: «Operado esta mañana...». «El diagnóstico no está concluido, pero los
resultados parecen satisfactorios y ya superan todas las expectativas.» Churchill re-
578
miitt
LA BOMBA ATÓMICA
Últimas instrucciones antes de emprender el vuelo.
cibió una nota similar en la que pudo leer: «los niños han nacido como esperába-
mos». Las primeras pruebas nucleares de la historia habían sido un éxito.
Churchill regresó a Gran Bretaña para recibir la noticia de que había perdido
en las elecciones generales. En Postdam fue reemplazado por su antiguo adjun-
to, Clement Attlee. La conferencia terminó con la seria advertencia a los japo-
neses para que se rindieran o se enfrentaran a la destrucción total. En ningún mo-
mento se mencionó la bomba atómica.
La ambigua respuesta de Suzuki a la advertencia aliada fue su segundo gran
error. Contestó que «no se pronunciaba» sobre la advertencia; la traducción que
J
579
JAPÓN DESTRUIDO
se dio a Truman fue que «hacía caso omi-
so» de la advertencia.
Al mismo tiempo, el ministro de Exte-
riores Togo enviaba un mensaje urgente a
su embajador en Moscú: «Dado que en lo
relativo a este asunto, la pérdida de un solo
día puede suponer mil años de lamentos,
se hace preciso que habléis de inmediato
con Molotov.» Pero Vyachislav Molotov,
ministro de Exteriores de Stalin, decidió
retrasar las conversaciones: las fuerzas so-
viéticas se preparaban en aquel momentopara invadir Manchuria.
A tíñales de julio, a los japoneses ya se
les acababa el tiempo: Tmman había toma-
do la decisión de «no prolongar la agonía de
la guerra». La bomba atómica fue traslada-
da a la isla de Tinian en el crucero Indiana-
polis. En las primeras horas del 6 de agosto, después de tres días esperando a que el
tiempo se despejara, el B-29 Enola Gay despegó desde una pista más larga de lo
normal preparada especialmente para tal ocasión. En el compartimento estaba alo-
jada una bomba atómica a la que los americanos habían bautizado «Little Boy».
A bordo del bombardero iban 4 destacados científicos y una tripulación for-
mada por 9 hombres a las órdenes de Paul Tibbets. A las 8 a. m. divisaron de-
lante de ellos la ciudad de Hiroshima, y se colocaron las gafas de arcosoldar.
La bomba fue liberada justo a las 8.15 a. m. Cincuenta y un segundos des-
pués, explotó a menos de 2.000 pies sobre el cielo de la ciudad. Tibbets puedo
ver una gigantesca bola de fuego y después el «hongo atómico». «Toda la su-
Attlee. Reemplazó a Churchill en Postdam.
El bombardero ínola Gay sobre la pista de despegue.
580
LA BOMBA ATÓMICA
Abajo y arriba: «Littie Boy» y su efecto destructor sobre Hiroshima
i
581
JAPÓN DESTRUIDO
La «cúpula de la bomba atómica», uno de los pocos edificios que quedaron
en pie tras lo explosión de Hiroshima.
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LA BOMBA ATÓMICA
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LA BOMBA ATÓMICA
i^:'^^^'Í.
PÁGINA OPUESTA: Lugar en que fue vaporizada una de las muchas vícrímas de la bomba atómica.
Arriba: Tropas japonesas en la estación de ferrocarril de Hiroshima.
De vuelta en Guam. La tripulación del Enola Gay.
585
JAPÓN DESTRUIDO
perficie de la ciudad no era más que una gigantesca
balsa de alquitrán negro e hir\ iente—dijo el coman-
dante del Enola Gciy— . Donde minutos antes había
existido una ciudad, con sus casas, edificios y todo
aquello que podía distinguirse desde el cielo, ahora
sólo veíamos una masa negra de ruinas hir\ ientes.»
En cuestión de segundos, la bola de fuego de la
bomba había vaporizado a miles de personas, dejan-
do tan sólo sus sombras marcadas en las paredes. La
onda expansiva que siguió a la explosión—una fuer-
za de ocho toneladas por metro cuadrado— aplastó
edificios, arrancó de los cueipos las ropas y la piel, y
borró de un sólo golpe todo el centro residencial y co-
mercial de la ciudad. La explosión mató instantánea-
mente entre 71.000 y 80.000 personas: una estima-
ción general de las víctimas, incluyendo a los que
murieron a causa de la radiación, sitúa la cifra entre
160.000 y 240.000 \ íctimas.
Hasta aquel día. los ciudadanos de Hiroshima ha-
bían gozado de una relativa tranquilidad sin ser tan
brutalmente castigados por las bombas incendiarias, pero todos \eían el ataque
a la ciudad como algo inminente. Durante semanas, se habían visto largas colas
de carros que abandonaban Hiroshima. A pesar del éxodo, cuando cayó la bom-
ba atómica, aún quedaban allí más de 300.000 personas.
Las quemaduras han grabado en la piel de esta victima
el dibujo del quimono que llevaba puesto.
Arriba y pagina opuesta: El terrible sufrimiento que siguió al lanzamiento de lo bomba atómica.
586
1
LA BOMBA ATÓMICA
587
Expertos de la Marina estadounidense observan los efectos de las quemaduras por radiación térmica, Nagasaki.
588
Los restos de Nogosaki después de la explosión.
Tres días después de que Hiroshima hubiera quedado reducida a cenizas, se lan-
zó una segunda bomba atómica, esta vez sobre el centro de constmcción naval de
Nagasaki. «Fat Man», nombre con que fue bautizada, contenía plutonio en lugar de
uranio. En el último momento, antes de que la falta de combustible les obligara a
volver a la base, la tripulación descubrió un claro entre las nubes y por él dejó caer
su terrible carga. Eran las 10.58 a. m. y el objetivo inicial había sido sobrepasado,
de manera que la bomba fue a caer en el barrio católico romano de Urakami. Mu-rieron unas 40.000 personas; el impacto produjo un cráter de dos millas de largo.
En cierto sentido, los supervivientes de los ataques atómicos fueron las ver-
daderas víctimas de las bombas. Casi todos los que sobrevivieron a la explosión
nuclear en un radio de media milla de su epicentro murieron lentamente a causa
de la radiación. Y además, fueron testigos de la desaparición de su ciudad y la
agonía de cientos de quemados y moribundos. Nada podía curar cicatrices psi-
cológicas y emocionales tan profundas.
589
JAPÓN DESTRUIDO
Rendición formal en la bohía de Tokio.
Los Aliados, que aún desconocían el alcance real de los efectos de la bombaatómica, estaban radiantes de alegría. «Es el mayor acontecimiento de la histo-
ria», dijo Truman a bordo del crucero Augusta, al conocer el desenlace de la ope-
ración.
Los ministros japoneses no podían saber de cuántas bombas más disponían
los Aliados, pero aún discutían sobre el siguiente paso a tomar en la guerra.
Tuvo que ser Hirohito quien, rompiendo su habitual silencio, ordenara a su
gabinete: «Debemos soportar lo insoportable.» De mala gana, todos ellos tu-
vieron que acceder. El 14 de agosto, anunciaron la rendición del país a los
Aliados, poniendo como única condición que el emperador fuera respetado en
su puesto.
Hirohito grabó un mensaje dirigido al pueblo japonés. Aquella noche, un gru-
po de jóvenes oficiales extremistas entraron a la fuerza en el palacio y asesina-
ron al general al mando, pero no fueron capaces de encontrar el lugar secreto
donde se realizó la grabación, situado en el sótano del edificio. El mensaje fue
emitido a la mañana siguiente. La voz de Hirohito nunca antes se había oído en
público, y el emperador empleó el tlorido lenguaje de la corte: al principio mu-
chos oyentes no entendieron de qué estaba hablando. Pero pronto, la atmósfera
de duelo y desaliento se extendió por
toda la capital del Japón.-^**"
_ El 28 de agosto, los miembros del
Estado Mayor de MacArthur desem-
barcaron cerca de Yokohama para dar
comienzo a la ocupación estadouni-
dense. El general, que se encontraba en
Manila, tardó aún dos semanas en lle-
gar a Japón. Una vez en la bahía de To-
kio, recibió la rendición solemne a bor-
do del acorazado Missouri. Tras él se
encontraban el general Percival, pri-
sionero desde la caída de Singapur, y
el general Wainwright, hecho prisione-
ro en Bataán: ambos presentaban un as-
pecto demacrado.Yamashita se dirige a firmar la rendición en Luzón.
590
LA BOMBA ATÓMICA
Mountbatten acepta la rendición japonesa en el sureste asiático.
Diez días más tarde, en Singapur, Mountbatten aceptaba la rendición de las
fuerzas japonesas en el sureste de Asia. La Guerra del Pacífico estaba oficial-
mente terminada. El general Slim vio cómo el comandante japonés firmaba el
papel. «Mientras apretaba la pluma sobre el documento, su cara se contrajo en
un gesto de ira y desesperación—escribía más tarde el general— . Después, aque-
lla expresión se borró de su rostro y volvió a ser tan inexpresivo como el resto
de sus acompañantes.»
MacArthur se reunió con Hirohito el 1 8 de septiembre. Por primera vez en su
vida, el emperador tuvo que dirigirse a alguien como «señor». Algunos jefes ja-
poneses fueron arrestados, pero se permitió que el emperador conservara su tro-
no, aunque ya no volvería a ser el «dios» que en 1926 había accedido al poder
prometiendo al pueblo japonés un era de «paz ilustrada».
591
LA HORADEL BALANCE
La Segunda Guerra Mundial fue un verdadero conflicto general. La lucha tuvo
lugar en todos los continentes salvo en la Antártida; en ella se vieron impli-
cados 61 países y las tres cuartas partes de la humanidad. Nunca sabremos con
exactitud el número de bajas, pero se estima que los muertos superaron los 55
millones, 30 de ellos civiles. Muchos otros millones se convirtieron en refugia-
dos que tuvieron que abandonar sus hogares y vagar por las ruinas de Europa y
el Lejano Oriente.
En el espacio de seis años, dos imperios, el nazi y el japonés, habían surgido
para caer después y pasar a ser dominados por los dos grandes bloques dirigidos
Un control americano en Berlín.
592
LA HORA DEL BALANCE
El amargo sabor de la derrota: un oficial de policía alemán sentado entre los escombros de Berlín.
desde Moscú y Washington. Por otra parte, los antiguos imperios coloniales de
los británicos, franceses y holandeses empezaban a desmoronarse. En el Lejano
Oriente, donde los japoneses se habían erigido en «libertadores», el efecto de su
derrota iba a acabar, irónicamente, con el dominio imperialista. Tres años des-
pués de la guena, la India fue dividida y obtuvo su independencia bajo la guía
de Mountbatten. Malaya, Java y Sumatra, así como Birmania e Indochina, pasa-
ron por un período de turbulencias políticas y conflictos civiles antes de lograr
definitivamente su independencia.
A excepción de Estados Unidos—que conoció un nuevo período de prospe-
ridad— la mayor parte de los países quedaron al borde de la bancarrota al fmal
de la guerra. Hacer la guerra había costado al menos un billón de dólares, 272
millones tan sólo en el bando alemán. Alemania no sólo había quedado comple-
J
593
CONSECUENCIAS
GATEWAYTO BERLÍN
OVERTHEELBE
COURTESY
CONSTRUCTED
295ENCR.BN.992 BRIDCE CO.
Arriba: Los comienzos de lo reconsfrucción. Abajo: Los hambrientos berlineses contemplan desde lo calle el escaparate de uno carnicería.
LA HORA DEL BALANCE
' ~ ''^^J^- >-i ^' 'T->--
*-»*'.:
1948: Llegada de provisiones a través del puente aéreo de Berlín.
:'.^_»>-i.-*^
Las tropas japonesas de regreso a casa.
tamente arruinada, sino que tenía por delante la tarea de limpiar los miles de mi-
llones de metros cúbicos de escombros en que habían quedado convertidas sus
ciudades históricas. Para solucionar este enorme problema, el general George
Marshall introdujo su plan de ayudas para comenzar la reconstrucción de las que-
brantadas economías de Europa occidental y Japón. El Plan Marshall fue recha-
zado por Stalin, que se aseguró de que ninguno de los líderes del bloque del Este
aceptara ninguna ayuda americana.
Ya antes del Día de la Victoria, la transición entre la guerra en Europa y el dis-
tanciamiento de la GueiTa Fría era un hecho. «Desde
Stettin en el Báltico a Trieste en el Adriático, se ex-
tendía un telón de acero que dividía en dos el conti-
nente», advertía Churchill en un discurso pronuncia-
do en Missouri, y esta división resultaba muy peligrosa
en la nueva era nuclear. Durante los siguientes cin-
cuenta años, reinaría una frágil paz dominada siem-
pre por la sombra de la bomba atómica. La oportuni-
dad de una paz sin amenazas en Europa no surgió
hasta la caída del muro de Berlín en 1989. Incluso en-
tonces, los odios raciales que los nazis había fomen-
tado empezaron a resucitar en la Europa oriental.
Pero el final de la Segunda Guerra Mundial fue
también un período de venganzas y ajustes de cuen-
tas. Los países europeos recién liberados castigaron
a todos los que consideraron colaboradores. Cientos
de miles de cosacos, rusos y ucranianos que habían
luchado del lado alemán fueron repatriados para en-
frentarse a la muerte segura que eran los gulagS de General George Marshall.
J
595
Juicios de Nuremberg. Los líderes nazis escuchan la lectura de los alegatos
Stalin. Los prisioneros de guerra alemanes fueron recluidos en campos de Siberia
y los pocos miles que sobrevivieron a los campos no fueron liberados hasta 1955.
Las potencias aliadas también empezaron a sentar en el banquillo a los cri-
minales de guerra. William Joyce, que había estado emitiendo desde Alemania
con el nombre de «Lord Haw-Haw» fue ahorcado por traidor; su equivalente ja-
ponés, «Tokyo Rose», tuvo el mismo final. Lo que es más significativo, los res-
ponsables del holocausto tuvieron que enfrentarse a un proceso judicial legíti-
mo. El 20 de octubre de 1945, 22 dirigentes nazis fueron procesados por el tribunal
de crímenes de guerra en Nuremberg. Las pruebas incluían más de 100.000 do-
cumentos capturados al enemigo. Goering escapó a la ejecución cometiendo sui-
596
LA HORA DEL BALANCE
^^\
,%
Una mujer japonesa recoge modero entre los ruinos de su ciudod.
Uno onciona recibe uno vocuno en un campo de refugiodos en Austrio.
597
CONSECUENCIAS
El general Tojo escucho su sentencia de muerte en los juicios por crímenes de guerra celebrados en Tokio.
cidio; entre los ahorcados estaban Ribbentrop y Keitel, cuyos cuerpos fueron in-
cinerados en el lugar donde estuviera ubicado el campo de concentración de Da-
chau. El gobierno de la Alemania occidental accedió a pagar 3. ()()() millones de
marcos alemanes en concepto de compensación al nuevo Estado de Israel y otros
450 millones a distintas organizaciones judías.
En Japón, el ministro de Exteriores Togo fue arrestado por su participación en
las negociaciones prebélicas (Fumimaro. que había tratado de evitar la guena a toda
costa, se suicidó en diciembre de 1945). Los generales Homma y Yamashita, res-
ponsables de la «Marcha de la Muerte» de Bataán y la destaicción de Manila, fue-
ron ejecutados por un pelotón de fusilamiento en 1946. En Tokio se procesó y con-
denó a los soldados responsables de los asesinatos y torturas de prisioneros. Tojo
fue ejecutado en 1948 por su participación en el estallido del conflicto, única cabe-
za del Eje que recibió la muerte a través de la administración de justicia aliada.
Los fiscales de los juicios de Nuremberg y Tokio se basaron no sólo en los
nuevos principios del derecho como «crímenes contra la humanidad»; también
hicieron uso de las fotografías y noticiarios documentales como paiebas irrefu-
tables del genocidio. Cuando se les presentaban estas terribles imágenes, algu-
nos de los acusados voh ían la mirada hacia otra parte. Si bien no es fácil que nos
deshagamos para siempre de la guerra y sus crímenes, al menos tendremos los
medios de exhibir su brutalidad, para avergonzar y condenar a los criminales, yproporcionar un ejemplo aleccionador a las futuras generaciones.
598
índice
índice
ABDA 342,344,367, 414
Acuerdo de Munich 40, 42,
43
África Korps 103, 168
África oriental 101, 113
Alexander, sir Harold 164,
372, 373
Armada alemana 34
Auchinleck, sir Claude 113,
164
Anschluss 25
Auschwitz 288
Australia 410, 414, 422, 442
Austria 24, 39
Bames, Wallis 177
Bataán, marcha de la muerte
de 407, 598
batalla de Inglaterra 101,310
batallla de la isla de Savo 453
batalla de Matapán 107
batalla del Atlántico 87, 88,
91
batalla del mar del Coral 427,
443
batalla del mar de Java 360
batalla del Río de la Plata 54
Beaverbrook, lord 125, 355
Bélgica54, 64, 66, 71,207,
211, 217, 249, 255, 262
Birmania 309, 370, 371, 372,
373,411,473,484,492,
496, 500, 522, 526, 533
Bismark S9,9\, 137
Blitz 82
Blitzkrieg 34. 46, 344
Bock, Fedor von 116, 121
bomba atómica 177
Bulgaria 103, 245
camisas pardas 2
1
campos de concentración 95,
285
campos petrolíferos 101, 103,
245,255,308,396,514,
522
canal de Suez 1 1
3
conferencia de Postdam 578
Chamberiain, Neville 38, 40,
42, 43, 44, 48, 49, 56, 58
Checoslovaquia 39, 40, 42,
43,44,211
Chiang Kai-shek 299, 300,
305,306,310, 311, 315,
371,373,470,473,519,
520,521,526
Churchill, Winston 52, 58, 66,
67, 73, 74, 99, 101, 103,
107, 124, 125, 130, 132,
133, 156, 164, 167, 177,
180, 182, 186, 196, 197,
214, 236, 237, 240, 258,
266, 274, 275, 280, 282,
290,314, 337,341, 349,
351, 355, 492, 578, 579
convoy del Ártico 125
crisis de Munich 39
Cruz Roja 275, 407, 408
Dachau285, 288, 291
Daladier, Edouard 40, 42, 56,
75
Dambusters 177
Darían, Jean 169
decretos de Nuremberg 22
descifradora de códigos 124,
255
desembarco de Normandía
211
díaD214, 219, 223,577
Dinamarca 57, 58, 94, 211
Doenitz, Kari 138, 141
Doolittle421
Dunkerque 103
Egipto 101, 113
Eisenhower, Dwight D. 171,
215, 229, 230, 250, 258,
265, 274, 275, 279, 282
Ejercito Rojo 55, 115, 116,
117,144, 232, 237, 242,
245
«Enola Gay» 539, 580
estados bálticos 25
Filipinas310, 313, 315,338,
376,380,396,397,410,
442,470,483,502,514,
518,
Finlandia 55, 56, 117, 271
flota británica del Mediterrá-
neo 107
Forces Frangaises l'interieur
(FFI)212,
Francia 24, 37, 39, 42, 43, 49,
50, 52, 54, 60, 62, 66, 67,
71,92,94, 100, 103, 182,
215, 229, 237, 255, 309
Franco, Francisco 30, 38
Freyberg, sir Bernhard 109
Gamelin, Maurice 54
Gaulle, Chariesde92, 113,
214,229,237,265
Gestapo 204
Goebbels, Josef 28, 99, 207,
274, 275, 279, 293
Goering, Hermann 30, 71,
277
GrafSpee 54
Gran Depresión 296
Gran Esfera Asiática de Pros-
peridad 309
Gran Guerra 30, 34, 54,
Grecia 100, 103, 107, 188,
194, 255, 258
Guadalcanal 442, 444, 449,
453,461,463,464,470Guam 473, 474, 476, 483
Guarida del Lobo 123, 236
guerra chino-japonesa 306
guerra fría 245, 275, 595
GMrÁ:/?íw371,489, 500
Harris, sir Arthur 174, 176,
180,269,271,538
Henderson Field 461
Himmler, Heinrich 203, 275,
288, 290
Hindenburg, mariscal 22
Hirohito, emperador 300,
316, 504, 576, 577, 578,
590,591
Hiroshima 574, 580, 586, 590
Hitller, Adolf 16, 21,22, 24,
25, 26, 28, 34, 38, 39, 40,
42, 44, 50, 52, 54, 55, 56,
60,62,67,71,74,75,82,
88, 89,92,95, 103, 113,
114, 121, 123, 124, 125,
128, 130, 132, 133, 141,
142, 144, 153, 158, 168,
169, 188, 194, 196,203,
226, 229, 230, 236, 242,
248, 258,265,266, 271,
274, 275, 277, 279, 282,
290,311,337,338
Holanda 62, 64, 92, 94, 203,
209,271
Holocausto 282, 290, 293
Homma, Masaharu 376, 377,
385,391,395,598
HongKong338, 339, 341,
342
Hoth, Hermann 154
Hull, Cordell311,313, 314,
315
Indias Holandesas Orientales
442, 443, 448, 449, 464,
469, 473, 533
Isla de Midway 422, 427,
430,435,441,442
Islas Marianas 473, 474, 476,
483
Italia 24, 25, 101, 103, 133,
186, 194, 196, 197, 200
Iwo Jima 556, 558, 566, 568
Lebensraun 21, 38
Leeb, Wilheim Ritter von 1 1
6
Léese, Oliver 197
LeMay, Curtis 538, 540, 544,
550, 555
Leningrado 142, 144, 237
Liga de Naciones 25, 299
linea férrea de Birmania 402,
405, 406
linea Maginot 49
lord Halifax 38,48
Luftwaffe 30, 7 1 , 144, 174
599
índice
MacArthur, Douglas 376.
377, 380, 385, 391, 395.
414.418.442.448.449,
465. 469. 473. 502. 503.
505,514,516,518.519,
536. 577. 590. 591
Mando de bombardeos 172,
177, 180,269
Mao Tse-tung 299. 300, 411
Matsuoka. Yasuke 320, 311
Mein Kampf 16, 38
Messner, Fierre 113
Model, Walter 240, 274
Molotov, Vyacheslav 44, 580
Montgomery. sir Bernard
164, 167, 168, 188. 250.
265, 275, 277, 279
Mountbatten, lord Louis 485.
489, 492. 500. 526, 536,
591,593
Mussolini. Benito 24. 25. 26,
30, 40, 48, 73, 100, 103.
277, 300, 337
Nagasaki 540, 574, 589
nazis 16, 21,22. 25. 38,43,
46, 57, 58. 60. 74. 92, 94,
95,96,103. 114. 121, 124.
125. 202, 204, 207. 209,
211, 212, 236, 242, 245,
271,274,280,282. 285.
290,399.410.595
Nimitz, Chester 414. 430.
442, 449. 465, 469, 470,
471,516
Nithlack 130
«noche y niebla», orden 211
Normandía 138. 211. 217.
223. 229
norte de África 156, 168, 169,
186
Noruega 56. 57. 58. 103. 137
O'Connor, Dick 103
Okinawa 556. 566, 568. 572.
576. 577
operación Barbarroja 116, 124
operación Cindadela 154
operación Cruzado 158
operación Gomorra 177
operación Hacha de Guerra
113
operación Overlord 215
operación Torch 1 69
operación Yunque 229
Pacto de Acero 37
pacto Ribbentrop-Molotov
25,44, 114
pacto tripartito 310
Patton, George S. 219, 250,
265, 274. 277. 280
Paulus. Friedrich 144. 153
Pearl Harbour 132, 315. 316,
318, 319. 329. 337. 338.
354,355,358,412
península malaya 309. 310.
396
Percibal, Arthur 349, 351,
400, 590
Pétain. Fhilippe 92, 95. 169.
230
Plan Marshall 595
Flan Midway 421
Polonia 25, 43, 44, 46, 48, 49,
50. 116.236,242
Fort Moresby 422, 427, 443,
444
prisioneros 229, 397, 402,
405, 407, 408, 526, 596
propaganda 96, 99, 396. 418
racionamiento 52
Reichstag 21. 46. 78. 337
resistencia francesa 219, 230
Reynaud, Paul 56, 57, 67. 73,
75
Ribbentrop, Joachim von 25,
44. 114
Rohm. Emst 21
Rommel. Erwin 103, 158.
168, 169, 171, 219, 226
Roosevelt. Franklin 88, 130.
132. 133. 177. 214, 236,
237, 266, 269, 274, 296,
314, 316. 329. 337. 355.
385.412.465,502,521,
578
Rotmistrov. Pavel 154
Rotterdam 62
Roy al Navy 34, 109, 113,
132.370
Royal Oak 54
Rumania 50. 114
Rundstedt. Gerd Von 124.
226
Rusia 25, 26, 50. 114, 115,
116, 117, 124, 125, 128,
141,232,396,410
ruta de Birmania 310, 311.
370. 373. 520, 522
Scapa flow 54
Servicio Europeo 96, 99
Seyss-Inquart, Arthur 94
Singapurl37,311,314, 318,
339. 340,342,349,351.
484. 536. 540. 591
Slim, William 375, 492, 526,
533,591
«solución final» 209, 246.
288,
SS 50, 154, 194, 203, 212,
219. 240. 262, 277. 280.
288, 406
Stalin, Josef 25, 37, 44, 55,
114. 115. 117, 124, 125,
128. 214. 236. 240, 246.
266. 269. 311. 577. 578.
595. 596
Stilwell, Josef 373, 375. 489.
500.521.526
Student. Kurt 113
Stiika 46
submarinos 34. 87. 88, 91,
130. 138. 141.271
sudetes 40. 42
Suecia 202
Suzuki, Kantaro 577, 578, 579
Thailandia 309. 396. 533
Thorez. Maurice 52
Tirpitz 137. 138
Agradecimientos
Tito, Josef Broz 197, 246, 280
Tobruck 158
Tojo, Hideki 314, 334, 353,
483, 598
torpedos 130
Tratado de Locamo 34
Tratado de Versalles 14. 16,
21,30
tropas alemanas aerotrans-
portadas 60. 62
Truman, Harry 280, 578, 580,
599
Vichy. gobierno de 92, 95,
107, 113. 119,310
volk 28
Wavell, sir Archibald 101
wehnnacht 34
Wihelmshaven 48
Wingate, Orde 113,492
Yamamoto, Isoruki 315,318,
337, 355, 358, 427, 430,
435,441,464,465
Yamashita Tomoyski 344,
349, 351, 353, 518, 598
Zhukov, Georgi 128, 142,
144, 232, 236, 266, 277
El editor quiere agradecer a las siguientes entidades la co-
laboración prestada:
US National Archives. Washington DCUs Library of Congress. Washington DCUS Navy Fhotographic División, Washington DCUS Airforce Photograpic División, Washington DCUS Marine Corps, Washington DCImperial War Museum. Londres
Robert Hunt Library. Londres
TRH Fictures. Londres
Polish Underground Movement. Londres
Folish Institute and Sikorsky Museum, Londres
London Pire Brigade, Londres
Museum of London
RAF Museum, Londres
J. Baker Collection, Sussex. Reino Unido
Biggin Hill Museum, Biggin Hill, Reino Unido
Roger-Violet, París
Renault Fhotographic Archive, París
Statto Maggiore Italiana, Roma
600
BOSTON PUBLIC LIBRARY
3 9999 03955 833 1
Mas de 30 millones de civiles murieron durante
la Segunda Guerra Mundial y muchos otros
perdieron sus hogares. No se trató únicamentede un conflicto mundial; fue una guerra total queafectó a todos los aspectos de la vida humana.Las imágenes recogidas en este libro no sólo
muestran a los combatientes y los campos debatalla, los tanques y aviones, los líderes bélicos
y diplomáticos, sino también los campos deconcentración y las fábricas, los trabajadores yrefugiados, los ancianos, mujeres y niños quefueron, además de víctimas, objetivos en primera
línea de fuego.
L
\ rriba: Un niño filipino sostiene en sus manos billetes
neses sin valor después de la liberación de las Filipinos,
» de 1945.
traportada: John Topham, fotógrafo destacado en
dres durante los bombardeos de la ciudad.
Imágenes de todos los escenarios bélicos
•Con un índice pormenorizado y claras
explicaciones históricas
•Examen de las causas y consecuencias de la
guerra
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