nicolas grimal-historia del antiguo egipto history of ancient egypt.pdf

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NICOLÀS GRIMAL

Hl STORIA DEL

ANTIGUO EGIPTO

Traducci6n dc Bianca Garcia Fermindez-Aibalat y Pedro Lopez Barja de Quiroga.

Transcripci6n de Jos nombrcs egipcios: José Miguel Serrano Delgado.

·Biml· '-''t l" t.r -~

~laqucta: RAG Tùuln or!f!JOal: /listo ne dc I'L."gyptc Ancicunc

Rcscn:tdo' tndos lth Jcrcchos. Dc acucrdo a lo dispucsto cn cl clrt. 270. del Cr\digo Penai. podr:in ser castigados con pcnas

dc multa' priYaciùn Jc libcrtad quicncs rcprodu1c:m o plagicn. e n t<ld" "cn pane. una ohra litcrana. artìstica o cientìfica fijada

cn cu:~lquter li P'' dc sop,mc sm la prcccpll\'a auton?actr\n.

:D Libr:~irie ,\rthèntc Fay:ml, l 988 <D Edicioncs Akal. S A. 19%

Los Bcrrocales del hrama Apdo. -HJO- Torrcjòn dc Ardoz

Tcls. i l) l) 656 56 Il - 656 51 57 Fax (l) l ) 115(i ..\9 l l

'-'l:ldrid - Esp:~fia

ISB:\ S..J-..\60-0621-9 Dcpòsito kgal '-1. 37.529-19%

lmpreso cn Grdol \lr\stoks ( :-.bdrid)

NOTA SOBRE LA TRANSCRIPCIÒN DEL EGIPCIO

Uno de los problemas mas enojosos con los que uno se enfrenta a la hora de ofrecer al lector espafiol una historia del Egipto far6nico escrita originalmente e n una lengua extranjera (el francés e n este caso) es el de la forma de escribir o presentar los nombres (antrop6nimos o top6nimos fundamentalmente) o sea, el problema de la transcripci6n. La raz6n ultima es que cl conocimicnto que poseemos de la lengua egipcia, a través de los distintos sistemas de escritura por los cuales nos ha llegado (jeroglffico, hicratico, demotico) es aun hoy dfa imperfecto, afectando muy especial­mente a la fonética y a la vocalizaci6n.

Los continuos avances de la filologia egipcia y la ayuda que se puede recabar del copto, ultima etapa de la dilatada historia de la lengua egipcia, asf como del griego, presente en Egipto sobre todo desde el estableci­miento del estado tolemaico, permiten algunos progresos, insuficientes de todas formas a la hora de establecer criterios indiscutibles sobre esta cues­ti6n aceptables para el mundo cientffico. Cada pafs con tradici6n egiptol6-gica (Francia, Gran Bretafia, Alemania, Italia, por citar solo los mas relc­vantes) tiene, en generai, sus propias pautas y costumbres a la hora de transcribir la lengua egipcia a sus repectivos idiomas. Y cada especialista puede, ademas, poner en practica sus propias opciones al respecto. Se trata en fin de una cucsti6n que esta lejos de ser resuelta y sobre la que de momento seria preciso insistir en congresos o reuniones intcrnacionales y trabajar para, al menos, normali zar un sistema convencional que el mundo académico en su conjunto acepte y que acabe con la confusi6n que conti­nuamente se crea entre los estudiosos y los lectores interesados.

Por otra parte, la coexistencia, sin duda inevitable, en cualquier manual u obra dc introducci6n a la egiptologfa o a la historia de Egipto, de palabras y nombres de origen propiamente egipcio (Osiris, Menfis) con otros dc rafz griega (Heli6polis, Elefantina), sin olvidar aquellos -top6ni­mos fundamentalmcnte- procedentes del arabe, lcngua actual del Estado

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n•ipcio (Tcll ei-Amarna, mastaba, etc.) no hace mas quc incrcment~r los - 1 J 1 · a Jos quc nos vcnimos refiriendo. Baste dcc1r quc cn mas dc pro 1 cm~ s . · ..

una '":asiòn nos hcmos cncontrado cn la obra quc prcsentamos un m1srno !<lp<inimo cscrito cn formas difcrcntes. . . .

:\sf pues, nucstro cmpcfìo a I~ hora dc rev1sar los norn?res egJpcJOs para la traducciòn castellana ha s1do cl de regulanzar lo mas pos1ble las tun~cripcioncs y facilitar cl uso y d1sfrute del libro por parte del lector

111 ,:din cspannl. En una obra corno ésta, manual dc cstudio universitario y ..• bra dc aproximaci6n para cualquier persona dc nivei cultura] medio que c·->té intcrcsada en cl Egipto antiguo. hubicra sido cuando menos inconve­niente <Jfrcccr transcripciones cruditas. cargadas dc signos diacrfticos que ,,,Jo un dctcrminado sector dc cspecialistas podrfan valorar (y que ademas ,uscitarfan discusioncs). En generai. y aun cuando no siempre estemos de .tl uc:rdf'. hcinos respctado las transcr1pcioncs del autor, con las sencillas .tdaptacioncs fonéticas quc cl castellano imponfa. Con cl objctivo dc faci­Ìitar la comprcnsi6n, hcmos procurado rccoger las formas tradicionalcs pupularizadas que le resultan familiarcs al lcctor cspanol (Amcnofis, Ram­·.,'···}. l\: o obstantc, hay quc advcrtir accrca del mantenimicnto dc algunos ~rupos graficos especiales, que conservamos precisamente para no alterar c·l aspecto tradicional de muchos nombres egipcios en la bibliografia his­pana. pero sobre los que conviene hacer alguna precisi6n fonética:

kh: aspirante velar sorda, parecida a nuestraj. Jj/tj: ambas cn generai como nuestra eh. sh: ~ibilante sorda, parccida también a nuestra eh.

)iuta bibliografica: Para los problemas de transcripci6n en generai, 'n A.H. Gardiner, Egyptian Grammar, Oxford, 1957 (r. 1982) y Cì.Léfèbvre. Grammaire de l 'Egyptien classique, El Cairo, 1955. Para un :ntcnto serio dc tratar la cuesti6n con respecto al castellano ver J.Padr6, ··La transcripci6n al castellano de los nombres propios egipcios>> Aula IJiicntalis 5 (1987) pp.l07-124.

'\ota de los traductores:

José Miguel Serrano Delgado Dpto. de Historia Antigua

Univ. de Sevilla

l'ara la traduccion dc los tcxtos incluidos en la presente obra hcmos pr,,curado. cuando ha sido posihlc. acudir a las ya existcntcs. quc procc­,kn dircL'lamcntc dc la fucntc ongmana. Hc aquf las refcrencias de los titu],,s quc hcmos utilizado.

F. 1'\acar y A. Colunga, Sagrada Biblia, Madrid, 1958. C. Schradcr. Historia de Hcr6doto, libros I y II, Madrid, 1977. L'VI. Serrano. Tcxtos para la historia allfigua de Egipto, Madrid, 1993.

INTRODUCCIÒN

Escribir una Historia del Egipto faraonico actualmente ya no presenta cl canicter aventurcro que un intento semejante aun conservaha a comien­zos del siglo XX. G.Maspero rcdactaba por entonccs. en pieno apogeo del cientifismo, su monumcntal Histoire des Peuples de l'Oricnt Ancien y. algunos afios mas tarde. J.H. Brcasted, su History ofEgypt. dos libros quc constituyen, aun hoy dfa, la base de la mayorfa de las ohras de sfntesis. No hace, sin embargo. tanto tiempo. si tomamos como refercncia las Historias de otros pcrfodos. quc cl peso de la Biblia y de la tradicion clasica dotaha a la civilizaci6n cgipcia de unos contornos borrosos. como lo atestiguan las grandes disputas cronol6gicas que nos ha legado el siglo XIX.

En estas disputas se enfrentaban, por un Iado, los partidarios de una cro­nologia llamada <<larga>>, que eran. generalmente, quienes se hallaban mas alejados de un uso cientffico de las fuentes documcntales, y. por otro, los defensores de una historia menos poética y mas apegada a los datos de la arqueologfa. El debate ha terminado apaciguandose y hoy en dfa se accpta generalmente una cronologia «corta», con la que casi todo el mundo esta de acuerdo, dentro de un margen de una pocas generaciones. Con todo. si hay un acuerdo sustancial en cuanto a los dos primcros milenios, los recien­tes progresos de la invcstigaci6n han trasladado el problema a los prime­ros instantes dc la Historia y han planteado, bajo una luz nueva, la cuestion de los orfgenes dc la civilizacion. No dcja de ser parad6jico que la egipto­logfa (de las ciencias quc estudian los periodos mas remotos dc la Anti­gucdad, una de las mas j6venes, pues nacio hace tan solo poco mas de siglo y medio, con Jean-François Champollion) se encuentre, hoy, en la punta de lanza de las investigaciones sobre los orfgencs de la humanidad.

La cultura faraonica ha fascinado siemprc a quicnes tomaban contacto con ella, incluso aunquc no fuesen capaces de comprender los mccanismos profundos de un sistema cuyas rcalizacioncs dan imagcn dc pcrennidad y de sabidurfa inamoviblcs. Los viajcros griegos. quc no cstahan en condi­ciones de poder transmitir sus valorcs esenciales a sus respectivas ciuda-

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l . 1· . 1 . al 111,.noc y por fortuna. la imagen quc ellos habfan vcni-l_ \ . .'s. l l\ u f!aron , ..... J~ · • ...... .

eh> buscando: la dc una fucnte del pensanuento humano. rcspctable y mJs-

1 -1, un-1 •'tap·1 ilustrc JlCro s6lo una etapa. comparada con la pcr-t~..·nt)Sa. a l e '" ..... '- · , · tc..:cil"lll del modclo gricgo. . _ . . .

Sus Jcscripcioncs Jc la ci\·iìizacion cgipna y dc su cntorno ref1epn òta atracci6n quc sientcn y. al mismo t_1cmpo, una et erta ~·e serva frentc a c<"tumbrcs quc el dcsconocimiento cast mcvJtablc dc las luentcs escntas. \ ,,J \'Ì::l sospechosas. Los griegos cmprcndieron una cxploraci6n sistemati­La del p:-~fs: rclataron la realidad contemporanea con Her6doto cn cl siglo \" antcs de nucstra era; la geografia a través dc la piuma de Diodoro dc Sicili:-t v. cn la generaci6n siguicntc. dc Estrahon. a quienes una prolonga­cLt csta.ncia <<sohre cl terreno» Ics hahfa permitido familiarizarse con el \'alle dei Nilo: los arcanos religiosos gracias a Plutarco, dos siglos mas t~t:-d~..~. Para1clamcntc a cstos U1timos, otros trabajos bebfan dircctarnente de Li; i"ucntcs propiamcntc cgipcias, redescubiertas bajo los soberanos lagi­,b~ gracias a invcstigacioncs como las de Manet6n y, lucgo, las del ge6-C'rai"ll Tolomco.

La mirada quc los romanos, a su vez, dirigicron a Egipto no se dctuvo tan s(>lo cn las riquezas del pafs ni en la fortuna de los herederos de Ale­Fll1dm. aunque siguiendo el rastro de este ultimo viajaran hasta allf Anto­nio. Còar. Germanico, Adriano, Severo y otros. Plinio o Tacito no persi­guiLTlln un objetivo diferente al de sus predecesorcs griegos, historiadores \ gc<igrafos. Pero el interés por Egipto, foco de crudici6n privilegiado de !«s hcrederos de Arist6teles, como Teofrasto, obcdecfa también a una atrac­,· !<>Il profunda hacia los valores oricntales. Las primeras manifestaciones dc csta atracci6n pudieron percibirse en Roma, al comienzo del siglo 11 a.C., ,:uando la Ciudad, creyéndose amenazada en su misma estructura por la dilusiòn de los cultos orientales disfrazados bajo los rasgos griegos de las Bac:~ntes, adopt6, en el 186, un senadoconsulto inspirado por Cat6n: los '~tlores tradicionalcs fucron asf salvaguardados por un tiempo del acoso tncontrolahle de Oriente, al precio de varios miles de muertos.

Las ciudadcs griegas debieron someterse al imperium romano, que here­dc> ck Alcjandro una nueva imagen de Oriente; de los depositarios del poder ck Re rccibi6 la rcaleza helenfstica la autoridad sobre el universo, abrién­dusc asi cl camino hacia la dominaci6n solitaria de Roma sobre todo el mundo conocido. La uni6n del nuevo sefior de este mundo con Cleopatra, tiìtìma descendicnte de los faraones (aunque tal descendencia fuera ficti­cìa 1. consagrando la asociaci6n de Helios y de Selene, sellaba la fusi6n de U11cntc y Occidente.

La uniòn. sin embargo, fue breve, y Augusto, como Cat6n en otro tiem­po. dcstruyò el fruto que de ella habfa nacido y que hubiera sido tan peli­"" ,.;o como las Bacanalcs para cl equilibrio del imperio naciente, hacien­dc> ascsinar a Ccsari(m tras la toma de Alejandria el 30 antes de nuestra era. L~tplo. cunvcrtido cn propiedad personal del empcrador, entro asi a formar p~trtc. dcf'initivamente, de los vasallos dc Roma; conservaba, sin embargo, c,u anti~ua aura de sabidurfa y de ciencia, revivificada y transmitida ahora. r•,,r la koinl mediterranea. al nucvo centro de gravedad del universo.

Dos i1migcncs. por lo tanto. se supcrponcn. La primera es la dc la civi­lizaci6n hclcnfstica de Egipto, que conoccmos a través dc ohras como la dc Teocrito. Ambas culturas se unen en una armonia que puedc pcrcibirsc en Apolonio de Rodas y cn toda la corrientc alejandrina de pensamicnto. La scgunda se vincula a una tradici6n que cabrfa ya calificar dc <<oricntali­zante». ilustrada por Apulcyo o por Heliodoro de Emcsa. Esta ultima insis­te cn los aspcctos misteriosos dc la vicja civilizaci6n cgipcia. avanzando cn cl mismo scntido que la filosofia: el ncoplatonismo dio origcn. median­te la renovaci6n del pitagorismo. a la ccmicntc hermética quc caractcriza. cn Oriente. los comicnzos del Imperio. El hcnnctismo ser:i. con la Cibala màs tarde, el medio principal dc acceso a una civilizaci6n quc se habfa vucl-10 definitivamente incomprcnsiblc debido al monopolio cristiano. Esta ccmientc csotérica se ve reforzada por la difusi6n de los cultos egipcios por toda ìa extensi6n deì Imperio. que van àivuìganào, a través de ìas figuras de Osiris, Isis y Anubis, la pasi6n del arquctipo del soberano cgipcio. pcr­cibida corno uno de los modelos dc supervivencia tras la rnucrte.

Todo esto cambia en el 380 después dc Cristo, con el edicto en el quc Teodosio convcrtfa al cristianismo en la religi6n oficial del estado. prohi­biendo los cultos paganos. Teodosio condenaba asf, irremediablemente, al silencio a la civilizaci6n egipcia. El cierre de los templos, que Constancio II intento el 356 y quc se consumo el 391, con la masacre de los sacerdo­tes del Serapeo de Alejandrfa. significaba, mas alla del fin de toda pnicti­ca religiosa, el abandono de toda la cultura subyaccnte, transmitida median­te una lengua y una escritura cuya continuidad solo los sacerdotes podfan garantizar. Los cristianos se vengaron cruelmentc de las persecuciones dc los «id6latras>>, saqueando los templos y las bibliotccas y masacrando a las elites intelectuales dc Alejandrfa, de Menfis, de la Tcbaida. Los ultimos cn sufrir este acoso fueron las regiones de la Baja Nubia y del Alto Egipto. debido a su situaci6n geografica en el /imes imperia! que !es forzaba a desempefiar el papel de resìstentes, para el cual les habfa prcparado una larga tradici6n de conflictos con los antiguos colonizadores del valle del Nilo. A partir de mediados del siglo VI, tras la clausura definitiva del tem­pio de Isis en Filas, un prolongado velo de silencio recubre templos y necr6-polis, abandonados al pillaje y disponibles para nuevos usos, que conver­tfan a las capillas cn viviendas o establos o en simples canteras, pasando. naturalmente, por la transformaci6n de los santuarios en iglesias. Durante mas de cinco siglos, se constituiran en Karnak convcntos y monasterios. sohrc cuyos muros los ojos fatigados de los antiguos dioses contemplaban el nuevo culto a través de los desconchones de un basto cnlucido.

Los enclavcs urbanos tuvieron màs suertc. Como la crecida anual del Nilo y el aprovcchamiento de las tierras impedfa trasladar a los habitantes de sitio. las ciudades antiguas no han sufrido abandono. Muchas ciudades modcrnas, especialmente en cl nortc del pafs, pero t::Jmhién cn cl sur, no son otra cosa quc la ultima etapa de una supcrposici6n progrcsiva quc a menudo se remonta a los mismos orfgencs dc la Historia.

Algunos tcmplos han conservado incluso su car;ictcr de lugares sagra­dos, un poco como si cl scntido profundo del sincrctismo religioso de los

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an t i ;:uos huhicra dejado huclla e n sus descendientes, hasta el punto dc hac:rlcs conservar csos temenoi, que, de este modo, proporc10nan cstrall­"ral ias milcnarias. La acumulaci6n quc, en cl tempio dc Luxor, separa cl ~uclo Jcl patio dc Ramsés Il dc la mezquita de Ahucl-Haggag rcprcscnta m;

1, de Jos mi! anos. Este lugar ha conoCJdo. succsivamentc. las mvasJo-

,: • 1 s· 1· 1- 1·~ p··rs~ uric(Ta y romana. J·unto con la instalaci<ln dc un campa-ll<.:s , ~. ~ . u, e e . . . . !IIL'llto militar. v t::unhién toda la varicdad de cultos del Impcno. cl cnsl!a-n1,nw v. finaln;cnte. cl Islam. En honor del santo a quicn csta consagrada Lt Illl'l~juita. se !leva a caho. aun hoy cn dfa. una proccsi<ln anual de barcas ,

1 11c no dcja dc recordarnos aquéllas quc. c n otro ticmpo. conducfan a .\ 111 ,\n-Rc dc un tempio al otro. No es éste un cjemplo aislado, pues los cn,·lavcs de este modo conservados abundan cnel Valle y en el Delta o en lu,_,arcs apartados como cl oasis de Dakhla; aquf, otra mezquita, la dc la :t!ltigua capita! ayubita dc e!-Qasr dcscansa igua!mente sobre una cstrati­c'r:il i a continua cuya base probablcmcntc conesponda a la dinastfa XVIII

:n..:! uso quizas. al Imperio Medio. El arqueologo se congratula de esta acumulaci6n que conserva cl pasa-

' l'cro es c !aro que cl historiador no puede sacar inmediato provccho dc ,·l L t. Habicndo perdi do su lengua y su religi6n, sometido a las leyes del ven­,cdor quc transformaron o alteraron sus estructuras originales (la aplica­, ,,,,n al pafs del derccho romano, por ejemplo, levanto una bancra que es !:tuy diffcil derribar para encontrar tras ella las huellas del derecho indfge­ru antcrior), Egipto se ha visto bruscamente separado de sus valores tradi­cwnaks. El cristianismo egipcio, que rcivindica con razon el primado his­t•>rico v religioso sobrc Oriente, ha dcsanollado una civilizaci6n originai y nìlt\ rica, tanto cn cl arte como cn la historia del pensamiento; pero es inne­~:tblc quc, al tiempo, ha hccho tabla rasa dc los antiguos valores. En con­tupartida. los coptos han olorgado carta de naluralcza al pensamiento popu­Ltr. muy alcjado dc ]os canoncs religiosos. Su influencia en el arte y en la .trquitcctura es evidente, aunque solo fuese por el esplendor de los tapices i~;.:urados o cl tratamicnto dc los rostros en las estatuas yacentes funerarias, quc dcsembocò en esos cxtraordinarios retratos popularizados por los talle­! es de El Fayum. Este arte prefigura también la aportaci6n islamica, que rcnovò las técnicas ornamentales e introdujo la cupula en arquitectura. De un modo semejante. el monaquismo, desde mediados del siglo III con Pablo d cgipcio, supuso el surgimiento de una tradici6n originai. cuya actual \ igcncia indica basta qué punto forma parte del patrimonio profundo de F!!ipto.

El Islam. tlexible y tolerante en el momento de la conquista, pero mas c·,tricto después, pcrmitio que se desarrollaran nuevos valorcs, cscncialcs c'Il cl Egipto contemporaneo, pero muy alejados del ticmpo de los faraones, .t quicncs la tradici6n religiosa .. rctomando algunos temas difundidos por , -;c,,li:htas como el (pseudo) Bcroso, consideraba los opresores de la ver­cLtdcra fc. Ramsés Il, e n particular. representado ante t odo como cl adver­>.trtu dc Moisés, se convirti6 en el paradigma del mal. Hubo que esperar a I111aks del siglo XIX. y después, a la creacion de la Rcpublica Arabe dc l~ipto, para vcrlo rcintegrado a la Historia por los manualcs cscolarcs y

convertido, al hilo dc los azares y de los cambios de la polftica contempo­ninea, c n uno de los sfmbolos dc la unidad dc la naci6n arabe y, c n gene­rai. de su pasada grandcza.

Nccesariamente, pues. la Historia, dcsde el siglo V de nucstra era. tuvo un conocimicnto deformado dc los faraones. El abandono progresivo del copto, en beneficio del arabe, corto cl ultimo lazo con la Antigi.iedad. Dc ésta se apoderò la lcycnda, segun una tcndcncia natura! quc habfa prendi­do ya entre los subditos dc los faraones, quiencs atribufan de huena gana a sus antiguos rcyes aventuras dignas dc Las mil y lliW noclzes. Rapidamen­te. cl pasado, que cabfa imaginar glorioso a juzgar por algunos monumcn­tos que surgfan dc las arenas del dcsicrto, excit6 la codicia por las riquezas cntrevistas al azar dc las excavacioncs clandestinas que también forman n'='rt,ç. ,.-l,ç. l-:1 tr ... rlir~iAn nt .. rn<:l rlP. çcrintn ç:_n nllcir>rr-.n ,:.n r"Ìrr"nl~r ... lA.n t;llannnç.: t-'1,..1.1\.V U"-" 1'-'. llU.Ul.._..lVII V\.\,.d.IIU. UV .L....I5J.l"LV. '-"'-' l-".._.,J1 ...... 1'U'll '-'1.1. "-'1l'-'\.&1L4....,.l'U'II U..lb....._IIV'-'

libros, como el Livre des per/es enfouies, para guiar a los cazadores de teso­ros, en un mundo poblado de espfritus donde Bes se convirti6 en el gnomo Aitallah y Sekhmet, en una tcrrible ogresa, sin olvidar al gigante Sarangu­ma ... Los sabios, por supuesto, se burlaban de los insensatos que persegui­an tales quimeras. Pero si Ibn Khaldum supo fustigar su locura, esco no impidi6 quc el califa Al-Mamun, el hijo del célebre Harum al- Rashid, agrc­diese a la piramide de Khcops. Dio comienzo asf un proceso quc, cntre saqueadorcs y canteros, dej6 a las pinimides de Giza desprovistas de su misteri o y dc los bloques de piedra calcarea que hasta cntonces las recu­brfan y que habrfan de servir para la construcci6n de los palacios de la ciu­dad mameluca y otomana de El Cairo.

La memoria del pafs, abandonada completamente a los cazadores de tesoros, a los canteros y a los caleros, fue de este modo transformada por los nuevos ocupantes. Algunos acontecimientos importantcs y algunas cre­encias profundas sobrevivieron casi inalteradas a través de personajes como Abu el-Haggag. Aqucllo que no se comprcndfa se procuraba interpretarlo a través de la unica via admitida para llegar a los orfgenes: los textos sagra­dos. Los cristianos, como los musulmancs, acometen esta investigaci6n de las fuentes; para ellos, Egipto es la tierra biblica por excelencia, de Babi­lonia a los caminos del Éxodo, y en este punto todos coinciden, tanto cop­tos como cristianos de Occidente.

Estos ultimos descubren el pafs gracias a las percgrinaciones y a las Cruzadas, y lo contemplan como creyentes, herederos de las tradiciones de la civilizaci6n grecobizantina. El ejemplo mas célebre de esta deformaci6n es el nombre mismo de las pinimides. La palabra que se emple6 para estas grandes construcciones en piedra. que todos admiraban deteniéndose cn El Cairo camino de los Santos Lugarcs, es griega. En esta lengua, designa un paste! dc trigo candeal, sin duda porque !es evocaba su forma a estos pri­meros «turistas». Luego, partiendo de una etimologia reconstruida a partir del nombre del trigo candeal, pyros, que se encontraba en el origen dc la palabra, la tradici6n interpreto las piramides como antiguos silos para cl tngo, hasta tal punto se habfa olvidado su verdadera funCJ6n. Les parcci6 algo norma! a nuestros peregrinos, para quienes Egipto era, ante rodo. un

Il

d d reales ver en ellas los graneros en los que José acu-Qran exporta or e ce .: ~ l } l orano durante los anos de escasez. . rnu < c "' erdos de la Biblia, se mezclaba el de las marav1llas que, Con cstos rccu · ,

-d, , . · zos del siglo IV d.C. hab1an encantado a los emperadores, des c <.:Omien - . . d b )' , urandcs colcccionistas de obras de art

1e eg1p~Ia~ Y e o . e _I:cos, que son aun

1 ":1

,, Ilo de Roma y de Estambul. E renacJmicnto asJstio a un retorno de c oreu f" · · , 1 · ' cxotismo arquitect6nico y las es mges eg~pc1zantes competian con aspira-mides dc picdra o de m adera_ e n los Jardmes europeos. Pero hubo que espe­rar a la scgunda mitad del siglo XVI, es dec1r, a la reapertura de las rela­cìoncs comcrciales tras la conquista turca (reapertura que otorg6 a Francia d papc\ que Venccia habla desempenado hasta el siglo anterior), para que Egipto se ponga definitivamente de moda.

Los rclatos de los viajeros que visitaron Egipto siguiendo el rastro de ~u~ prcdccesores arabes CA.bu Sa!ih, !bn Battuta, Ibn Jobair y otros) con­tribuycron mucho a esta moda. Entre ellos, convendra recordar la peregri­naci6n del dominica Félix Fabri o el viaje que realiz6 el botanico Pierre Belon du Mans en el séquito del embajador enviado por Francia ante la Sublime Puerta, inmediatamente después de la conquista. Tales relatos -;acrifican muchas cosas a las leyes del género, como ocurre con los de Jean Palcrnc. Joos van Ghistele (quien fue a la busqueda del misterioso reino del Prestc Juan), Michael Heberer von Bretten, Samuel Kiechel, Jan Som­mer. y muchos otros. Tal vez era precisamente su caracter artificiallo que !es hacfa atractivos; en todo caso, se leyeron mucho.

Conviene reservar, en esta enumeraci6n sumaria, un lugar aparte a cscritorcs como Maqrizi o, mas pr6ximo a aquellos viajeros, Le6n el Afri­c·ano. Algunos como Cristophe Harant siguen fielmente los pasos de los autorcs clasicos, csencialmente Estrab6n y Diodoro, dados a la imprenta por primera vez a finales del s. XV. Otros quieren retomar su mismo espf­ritu cientffico; asf, el geografo André Thevet o el médico de Padua, Pros­pcr :~lpin~ quicn~ gracias a una cstancia de cuatro aflGS en Egipto, y a un conocimiento profundo de la obra de sus predecesores, de Her6doto a P. Bclon du Mans, pasando por Avicena, Tolomeo, Diodoro, Plinio, etc., pudo cscribir tres obras sobre la fauna, la flora y la medicina que siguen siendo, :llìn hoy, modélicas.

Cabrfa csperar que los viajeros del siglo XVII hubieran seguido esta 1 ia mas cientffica o, al menos, mejor documentada. No fue asi, sin embar­o:o. a pesar de la crcciente moda orientalizante, alimentada por la politica cxtcrior de Colbert y por obras de tema turco como Le Bourgeois Gentil­lln/1/llle. Comcrciantes, diplomaticos o simples turistas se limitan a las des­c:ripcioncs convencionales y a menudo inexactas que apenas van mas alla dc la rcgi<in de El Cairo. Rara vez aportan datos relevantes y, en generai, ~c limitan a dar informaci6n mas practica que cientffica o hist6rica. Es el c:~ls\l de Georgc Christoff von Neitzschitz, Don Aquilante Rocchetta, Johann \V !Id. cuyas avcnturas son dignas de una novela picaresca, y muchos otros. ·~c !Icndc mas bien a la observaci6n del Oriente contemporaneo, ya sea en ios 1 1ajcs brcves o durante iargas estancias en la nueva «naci6n francesa» dc Egipto: el Padre Coppin es un buen ejemplo ...

Es ésta la época en que naccn los <<gabinetes de curiosidades». quc rcnuevan la moda de las antigucdades y prefiguran las grandes coleccioncs de los principales museos de Europa. Viajeros y eruditos se aprovechan del redescubrimiento de la civilizacion cgipcia, que se hace un poco al azar, a medida que se van exhumando momias. Se obtiene de ellas un polvo sobe­rano para regenerar, entre otras cosas, la-; tierras cultivables europeas, hasta el punto dc que los ingleses construyeron cn su pafs <<molinos de momias», para satisfaccr una demanda creciente. Se lee mucho a los autores antiguos, y Herodoto es el primer gufa quc uno se lleva para viajar a un Egipto quc cstaba de moda desde antes dc la Revolucion Francesa.

Algunas figuras destacan entre estos viajeros, cada vez mas <<profesio­nales», a partir de Thévenot: arqueologos y anticuarios como cl Padre Vans­leb, Lucas o Fourmont, médicos como Granger, exploradores como Pon­cet y Lenoir. Poco a poco, cl antigua Egipto va reapareciendo a través de algunos enclaves importantes: hacia 1668 se redescubre Karnak, conocido dcsde finales del siglo XV por la carta de Ortelius y por el relato del Vene­ciano Anonimo, y Menfis casi un siglo mas tarde. Incluso aparecio una obra consagrada exclusivamente a las piramidcs. cn Londres, en 1641.

En el siglo XVIII aparecen los amilisis cientfficos: Norden, Pococke, Donati, las relaciones del Padre Sicard, Volney, Balthazar de Monconys. el amigo de Athanase Kircher, cuyos trabajos inspiraron los de Champo­llion, Savary, y muchos otros, que sirvieron de preparacion, a su manera. para la Expedici6n a Egipto, el gran punto de intlexi6n de la egiptologfa. El enfrentamiento entre las naciones tras la Revolucion Francesa dio lugar a grandes csperanzas, abriendo un campo casi ilimitado para la sed de cono­cimientos dc los herederos de la Encyclopédie. Los jovenes sabios que acompanan al ejército de Bonaparte emprenden una monumental Descrip­tion de l'Égypte, que tiene en cuenta no solo la fauna, la flora y los recur­sos del pafs sino también todas las formas de arquitectura y de arte, todas las civilizaciones, en suma, que allf se habfan sucedido.

Durante algunos meses, al precio de ca1amidades sin cuento, pero con un valor, una tenacidad y una precision dignas de elogio, acumularon una gran masa de documentos que iba a alimentar no s6lo el proceso de des­ciframiento sino también un buen numero de sfntesis modernas. En ade­lante, el orientalismo dejara de ser una moda para convertirse en una corriente literaria y artistica. Las obras se multiplican, de Gérard de Ner­val a Eugène Delacroix, pasando por el estilo denominado <<rcgreso de Egipto», los maravillosos dibujos de James Owen y de David Roberts. quc unen perfectamente temas orientalizantes y precisi6n arqueologica, sin olvidar trabajos ligados menos a Egipto que al nacimiento del imperio colonia!: Géròme, quc visito, en compafiia de Pau] Renoir y de Bonnat, el Sinaf, con motivo de la inauguraci6n del canal dc Suez, FromcnLin. Gui­Jlaumet, Belly, cuyos <<Peregrinos camino de La Mcca>> provocaron un escandalo e n el Salo n dc 1861... E n tre tanto, los trabajos de Thomas Young en Inglaterra y los de Jean-François Champollion cn Francia ha­bfan fundado la moderna egiptologfa.

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